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Las Gemelas secretas del Lobo

Un Romance Paranormal





T.S. Ryder



Índice
Capítulo Uno – Lana
Capítulo Dos – Simon
Capítulo Tres – Lana
Capítulo Cuatro – Simon
Capítulo Cinco – Lana
Capítulo Seis – Simon
Capítulo Siete – Lana
Capítulo Ocho – Simon
Capítulo Nueve – Lana
Capítulo Diez – Simon
Capítulo Once – Lana
Capítulo Doce – Simon
Capítulo Trece – Lana
Capítulo Catorce – Simon
Capítulo Quince – Lana
Capítulo Dieciséis – Simon
Sobre T.S. Ryder
Más libros de T.S. Ryder


Capítulo Uno – Lana

¿Cuándo comenzó a ser tan difícil caminar?
Lana arrastró los pies por la acera hacia el modesto bungaló de su
hermanastra, sintiéndose como una marioneta a la que le cortaron los hilos.
Después del día que había tenido, se sorprendió de haber logrado reunir la fuerza
para conducir hasta allí. Todo lo que quería hacer era acurrucarse en la cama y
llorar. Había sentido que algo estaba mal, pero esto... esto era exactamente lo que
había estado rogando que no pasara.
Todas las rosas bajo las ventanas del bungaló estaban en flor y Lana se
tomó un momento para disfrutar de la vida a su alrededor antes de cuadrarse los
hombros e ingresar a la casa. Kari podría tener diez años más que ella, pero era
aún frágil emocionalmente, y no iba a ser fácil decirle. Y las niñas... necesitaba
contarles también. ¿Cómo podría explicarles lo que era el cáncer de manera que
una niña de tres años pudiera comprender?
Cuando Lana entró a la cocina, Kari se encontraba envolviendo los
pequeños jabones artesanales que le gustaba hacer de regalo para los vecinos. El
lugar estaba perfumado de suaves aromas florales. Kari sonrió radiantemente,
aunque había preocupación en sus ojos.
—Oye, ¿cómo te ha ido con el médico?
Lana no estaba preparada para contarle el diagnóstico en ese instante. Ya
había llorado hasta el cansancio al salir del consultorio del médico y se sentía
demasiado agotada para decirlo en voz alta.
—Me refirió a un especialista.
—¿Así de grave es? —preguntó Kari abriendo los ojos de par en par.
—¿Se portaron bien las niñas?
—Angelitos, como siempre —dijo inmediatamente Kari—. Están mirando
la televisión ahora mismo. Sé que no te gusta que pasen mucho tiempo con
aparatos electrónicos, pero recién volvimos a casa del parque y estuvimos
pintando con los dedos toda la mañana. Parecen estar listos para irse a dormir,
pero no se quieren acostar, así que les permití mirar viejos episodios de los
Ositos Cariñosos.
—Me imagino que a Peter le encantó eso —dijo Lana secamente,
refiriéndose al hijo de tres años de Kari.
—Es lo que querían mirar las niñas y él no hizo ningún escándalo —dijo
Kari, encogiéndose de hombros.
Era extraño escuchar que los tres niños se pusieran de acuerdo en algo.
Normalmente, Evie y Elaine siempre se peleaban por todo. Por alguna razón
pensaban que debían hacer todo juntas, incluso comer lo mismo y vestirse igual.
Pero aquellas dos no podían ser más diferentes. A Evie le gustaba la ciencia,
descubrir cosas, y prefería la ropa práctica. Si Elaine pudiera salirse con la suya,
se vestiría de princesa todo el tiempo mientras jugaba en el lodo y contaba
historias de que en realidad era un hada madrina. Por qué pensaban que siempre
tenían que coincidir, no le cabía en la cabeza a Lana. En cuanto a Peter, se
estimulaba en exceso fácilmente y las mellizas podían ser agotadoras para él.
Kari dejó los jabones a un lado y sujetó las manos de Lana.
—Bien, dejémonos de andar con rodeos. Puedo ver que algo está mal. No
intentes cambiar de tema. ¿Qué dijo la doctora? ¿Por qué te envía a un
especialista?
Lana sintió que el estómago se le revolvía. Respiró hondo, esperando que
sus emociones se calmasen lo suficiente como para poder hablar. Lo último que
deseaba era estar destrozada y asustar a los niños.
—Es cáncer.
La atmósfera se volvió aún más tensa. Kari se cubrió la boca con la mano
y sus ojos se veían llorosos. Lana tragó saliva. No era lo que quería sentir en este
momento. Ya había llorado; ya estaba exhausta. No quería que las niñas vieran a
su madre en ese estado emocional. Necesitaba ser fuerte para ellas.
Abrió la boca para asegurarle a Kari que hasta ahora la prognosis era
alentadora, pero no pudo sacar las palabras. La madre de Lana había muerto de
cáncer de mama cuando tenía veintiséis, tres años menos de los que tenía Lana
ahora. Su mamá se había enterado justo después de que Lana naciera. El
embarazo había empeorado su caso, y aunque luchó, finalmente había perdido la
batalla.
—Lo detectamos temprano —dijo Lana, repitiendo las palabras de la
doctora—. Es de etapa I, y prácticamente tiene una tasa de supervivencia de cien
por ciento en cinco años cuando se lo diagnostica temprano. Estoy contenta de
haber insistido en hacerme más pruebas.
Kari abrazó a su hermanastra.
—Vas a estar bien. Lo detectaron, ¿verdad? Ese es el primer paso. Y te
enviaron a un especialista. Él sabrá qué hacer.
Su voz tembló y Lana la abrazó más fuerte. La madre de Kari y el padre
de Lana se habían casado casi nueve años después de que la madre de Lana
falleciera, así que no pudo conocerla. Sin embargo, era un pensamiento
aterrador, aunque ella misma no conociera a nadie que hubiera fallecido de
cáncer. Lana se estremeció.
—Etapa I —repitió—. Tengo buena probabilidad.
—¿Qué le vas a decir a tus niñas?
Lana retrocedió y forzó una sonrisa para tranquilizar a su hermana.
—Sólo que estoy enferma, por el momento. Hasta que sepamos más.
Kari se secó los ojos y volvió a la tarea de envolver jabones. Sus labios
temblaban, pero afortunadamente, su voz permaneció firme mientras continuó:
—¿A quién te han enviado?
—Doctor “Algo” Wolfe. No recuerdo su nombre. —Lana resopló.
—¿Qué hay de divertido?
—Su apellido. Doctor Wolfe. Leí algo sobre él en el consultorio. Es un
médico reconocido mundialmente que lidera un estudio de avanzada para
mejorar las tasas de supervivencia de cáncer con sangre de cambiaformas. Y su
apellido en inglés significa lobo. Y él mismo es un cambiaformas. Se convierte
en Lobo.
Kari no pudo evitar reír y la ironía rompió la tensión, o al menos, permitió
una pequeña distracción.
—¿Así que el Dr. Wolfe es un Lobo? Un poco obvio, ¿no? Qué, ¿se
cambió el apellido para que fuera irónico o algo?
—No lo sé. Supuestamente está logrando avances. Con el dinero que me
dejó papá, podría llegar a pagar su tratamiento. Aunque no va a ser barato.
Se estiró para ayudar a envolver los jabones. Una parte de ella deseaba
decir que ya había decidido que se extraería el tumor quirúrgicamente, aun si el
Dr. Wolfe sugería que solo trataran con quimioterapia y radiación. No iba a
arriesgarse a dejar a las niñas sin una madre sólo por el aspecto de su cuerpo.
Además, ella poseía suficiente dinero para realizarse una cirugía plástica para
reducir la cicatriz que quedara. Es cierto que el ser la hija de un multimillonario
que había dejado la mitad de su fortuna a ella y la otra a su hermana tenía sus
beneficios.
—Estoy preocupada por las niñas, más que nada —dijo mientras se le
oscurecían los ojos al considerar lo que esto significaba para ellas—. Mi madre
tuvo cáncer de mama y ahora yo lo tengo. Es una coincidencia muy fuerte. Voy a
tener que asegurarme de que sepan lo que es y que vigilen su salud en el futuro.
Kari asintió preocupada.
—Si hubiera sabido que esto pasaría, nunca te habría pedido que fueras la
gestante subrogada para mí y Robert.
—Si no tuviera a las nenas, probablemente igual tendría cáncer. Fue una
loca confusión, pero no me importa. Amo a las niñas y no las dejaría por nada en
este mundo.
Recayeron en el silencio, y Lana sonrió al recordar cómo llegaron las
mellizas a su vida. Hace cuatro años, Kari había hablado con ella, pidiéndole que
fuera su donante de óvulos y gestante subrogada para que ella y su marido
pudieran tener un hijo. Habían intentado de todo para que Kari quedara
embarazada desde que se casaron, pero nada funcionaba. Se suponía que Lana
iba a donar sus óvulos, ya que los de Kari habían sido declarados “no
receptivos” para el proceso, y serían unidos con el esperma de Robert e
implantados en el útero de Lana.
En algún momento del proceso, algo había salido mal. En lugar de haber
sido fertilizados por el esperma de Robert, los óvulos fueron fertilizados por el
Donante 431. Cuando se descubrió la confusión, Lana ya estaba embarazada.
Ella ya había estado dudando en dejarle las mellizas a Kari y, luego de este
hecho, se descubrió que Kari había quedado embarazada milagrosamente. Las
hermanas llegaron a un acuerdo mutuo y Lana criaría a las niñas.
Lana nunca pudo descubrir cómo sucedió la confusión, pero en realidad
fue un alivio. La tensión que causó la planificación de la gestación subrogada
hizo estragos en la relación entre las hermanas. Sin embargo, los embarazos
compartidos y el acuerdo de que las bebés serían de Lana ayudaron a limar las
asperezas y a que tuvieran de nuevo una buena relación.
—¿Quieres mudarte a nuestra casa mientras te haces los tratamientos? —
preguntó Kari, rompiendo el silencio nuevamente.
Lana negó con la cabeza. El bungaló era agradable, pero si bien tenía una
relación muy cercana con Kari, siempre se sintió como una intrusa en su casa.
Quería estar en un lugar cómodo, con muchos recuerdos, un lugar donde se
sintiera a gusto. Se mordió el labio. Kari no había vuelto a su antiguo hogar
desde que sus padres fallecieron en un accidente de tránsito, justo antes de que
los niños nacieran.
—Pensaba que podríamos vivir en la mansión todos juntos. Sé que es aún
doloroso para ti, pero quiero estar en un lugar donde pueda tener todos esos
recuerdos maravillosos de formar parte de una familia. Es más grande, también.
Más lugar para que los niños sean niños. ¿Por favor?
Kari dudó por un momento, pero asintió con un suspiro.
—Hablaré con Robert.
Lana la abrazó de nuevo, agradecida con su hermana por estar dispuesta a
volver a casa. Nunca le había dicho a Lana por qué era tan doloroso estar en la
casa donde habían vivido sus padres, pero su incomodidad era evidente. Sin
embargo, Lana sintió que le habían sacado un peso de encima. Ahora que se
habían decidido sobre sus residencias, o al menos era algo que estaba siendo
considerado, ella podría enfocarse en las conversaciones más difíciles que había
suscitado su diagnóstico.
—Necesito que hagas algo por mí.
—Cualquier cosa. Sabes que Robert y yo estamos aquí para ayudarte.
Siempre.
—Lo sé. Y si algo pasa, si el tratamiento no funciona, o si soy ese uno por
ciento que no sobrevive...
—No hables así. —Kari le apretó la mano—. Vas a estar bien. Tienes todo
a tu favor.
—Lo sé. Tengo todo a mi favor. —Lana la miró seriamente—. Pero tengo
que asegurarme de que tú cuidaras a las niñas si algo sale mal. Soy una madre
soltera y tú eres mi única familia.
—¿Qué? —Kari retrocedió, ojos abiertos de par en par—. ¿Cómo puedes
preguntarme eso? Por supuesto que cuidaré a las niñas. Las amo y Robert
también las ama. No dejaría que nada les pase.
Los ojos de Lana se llenaron de lágrimas.
—Lo sé. Sólo necesitaba escucharte decirlo.
Kari la abrazó nuevamente.
—Por supuesto. Ahora, ¿aún vendrás al baile de beneficencia esta noche?
Te haría bien salir y divertirte un poco, olvidarte de tus problemas. Te ves
fabulosa en ese vestido que compraste. Resalta muy bien tus...
Se detuvo, pero Lana asintió. Se tocó los pechos, frunciendo el ceño.
—Sí, voy a ir. Estas chicas no se ven bien tan a menudo y debo sacarlas
antes de que sea muy tarde, ¿verdad? Aunque sean unas traidoras.
—Es una forma de ver las cosas. —Kari se secó los ojos y sonrió
animadamente, aunque era claro que se estaba esforzando—. Estoy contenta. No
hay necesidad de que se detenga todo, ¿no es así?
—Exacto. —Lana tragó saliva—. Voy a ver el programa con las niñas.
—Sí. —asintió Kari—. Y, Lana... te quiero.
—También te quiero, hermanita. También te quiero.

Capítulo Dos – Simon

Bailes de beneficencia. Buenos lugares para conocer mujeres -esposas
trofeo aburridas, ansiosas por un poco de diversión ilícita; jóvenes
entusiasmadas con la vida, que querían un atractivo hombre mayor que les
enseñara algunas cosas; incluso mojigatas de mediana edad ansiosas por ser
alguien más que ellas mismas por una noche- pero no mucho más que eso.
El Dr. Simon Wolfe tomaba sorbos de su copa de champaña, divirtiéndose
a sí mismo observando a las diversas mujeres en sus vestidos apretados y
escotados, y escogiendo cuáles se veían más desesperadas. Solía despreciar estos
eventos de caridad, hasta que aprendió el secreto de detectar las debilidades de la
gente rica que estaba tan ajena a la realidad que daba risa. Estas personas se
emborrachaban con champaña y comían caviar por cucharadas mientras que las
personas para quienes recolectaban dinero estaban en la calle, con hambre y frío.
Tenía que seguir viniendo a estos eventos para conseguir financiamiento
para su investigación, pero preferiría tomar cada centavo que se gastaba en estos
bailes y entregárselos directamente a la beneficencia. En cada evento al que iba
veía las mismas caras, pero cada vez lucían ropas diferentes, peinados diferentes,
joyas diferentes.
Y en algunos casos, partes del cuerpo diferentes.
—La Sra. Miller se ha hecho trabajo en el pecho —murmuró detrás de su
copa, de modo que solo su compañero lo oyera.
Clint Webb era el jefe del personal de enfermería que Simon empleaba en
su clínica. No existían muchos enfermeros que se ajustaran a las calificaciones
que requería, pero después de que su antigua enfermera, Marta, lo demandó
porque él se negó a que su amorío derivara en una relación, su abogado le
sugirió que empleara solo a hombres.
Luego ella sugirió que se buscara otro abogado, y ese fue el fin de su
aventura con ella.
—El Sr. Applebee tiene nueva nariz. —Señaló con su copa, y se rio—.
Esta se ve peor que la última.
—¿Por qué estoy aquí de nuevo? —preguntó Clint en tono irritado.
Simon le sonrió. —Para que seas mi “compañero de ligue”, por supuesto.
Aprendí hace mucho que no les gusta cuando vengo a estas cosas solo, aun si me
siguen invitando. Necesitaré que me hagas interferencia con…
—Si dices maridos o madres, juro por Dios que renuncio ahora mismo —
interrumpió Clint—. Podría estar en casa con mi esposa en este momento. En
cambio, heme aquí, contigo esperando que te ayude a arruinar más matrimonios.
—Nunca he arruinado un matrimonio. No flirteo con mujeres casadas.
Ellas me coquetean a mí. Y si sus esposos no les están dando lo que necesitan,
¿quién soy yo para negarme a una solitaria dama?
—Eres repugnante —dijo Clint entrecerrando los ojos.
Bueno, había algo de cierto en eso.
Simon no respondió a la acusación pues en ese momento, una encantadora
mujer mayor, la viuda Sra. Victoria (llámame Señorita Vicky) Howell se les
acercó, en compañía de dos caras desconocidas. El cabello de Vicky tenía
mechones plateados, que le daban un aire regio. Así que había seguido su
consejo y dejado de teñírselo. Aún era alta y de porte elegante, las finas líneas de
expresión en sus ojos y boca le añadían un aura imponente. Lucía como una
distinguida matriarca, del tipo que guiaba con sabiduría y un poder gentil.
Por qué algunos hombres siempre perseguían jovencitas en lugar de
mujeres con más experiencia, nunca lo sabría. Él mismo no discriminaba.
Mayores, jóvenes, de mediana edad. Todas traían algo diferente y excitante a la
cama. Aunque, considerando su propio cabello salpimentado, combinado con la
cercanía de su cumpleaños 50, tal vez ahora él era el mayor y más
experimentado.
Vicky se acercó con una gran sonrisa. —Simon, quiero que conozcas a las
nietas de mi querida prima: Lana y Kari.
—Encantado de conocerlas. —La nariz de Simon se expandió cuando
inhaló sus olores particulares. La de cabello oscuro olía a un matrimonio feliz, o
al menos, había sobre ella el olor fuerte de un hombre.
La rubia, Lana, olía a champú de bebé y vómito de niños pequeños. Sus
ojos se calentaron a medida que recorrieron su cuerpo. Vestía un impactante
vestido blanco con bordados verdes sobre el pronunciado escote en V y
adornando la falda. Se ajustaba a ella en todos los lugares correctos, sus senos
firmes y levantados. Su piel era alabastro en todo sentido, y a Simon se le hizo
agua la boca al imaginarse probándola. Su maquillaje estaba hecho en tonos muy
naturales, con apenas un leve brillo en sus mejillas y párpados. Sus labios eran
llenos y rosados. Le hacían pensar en chicle.
Esta mujer era una belleza natural. Calculaba que tendría poco más de
veinte años. Normalmente sería muy joven para sus gustos, pero el aroma de la
maternidad que la rodeaba la hacía más atractiva. En su experiencia, las madres
siempre eran más entusiastas en la cama, dejándose ir de una manera que no se
permitían en sus vidas cotidianas.
Miró de reojo a Clint, pero Vicky se lo había llevado con la de cabello
castaño mientras él detallaba a Lana y estaban en animada conversación. Sus
ojos verdes se fijaron en su rostro. Estaba claro que ella sabía exactamente lo
que hacía, pero dada la pequeña sonrisa en sus labios de chicle, no parecía
importarle. Simon le sonrió.
—Lana. No te he visto en uno de estos eventos antes. —¿En serio? Simon
podría golpearse. Qué frase tan trillada. Rápidamente intentó recuperarse—.
Pero claro, estoy seguro de que una chica tan encantadora como tu debe quitarse
a los hombres de encima a sombrerazos, así que no es de extrañar que nunca te
haya conocido.
Ella se sonrojó y soltó una risita, un sonido agradable que lo hizo sentir
agradecido de que la chaqueta de su esmoquin era un poco larga, ideal para
esconder su excitación. Lana respondió mientras jugaba con un mechón de
cabello suelto entre sus dedos.
—No suelo venir a estas cosas. Son un poco aburridas. Preferiría
simplemente escribir un cheque por lo que costaría el vestido, los zapatos y las
joyas, y donarlo directamente.
Una mujer de corazón afín. —Y entonces, ¿por qué venir esta noche?
—De vez en cuando me gusta salir a distraerme.
Ella mojó su labio inferior con su lengua. Sus pantalones de pronto se
sintieron muy apretados, y Simon le sonrió. La pequeña coqueta sabía
exactamente lo que hacía. Pero había olor a niños sobre ella. Si, algunas veces él
complacía a alguna ama de casa aburrida, pero nunca se involucraría en una
situación donde niños pudieran salir lastimados. Necesitaría un poco más de sutil
investigación antes de continuar con su cacería. Si ella estaba involucrada con el
padre de los niños, entonces llevársela a la cama sería perjudicial para ellos.
—Pero sí creo haber escuchado sobre ti. —Simon adoptó una expresión
pensativa. No le gustaba dejarle saber a gente nueva que era un Lobo
cambiaformas. Por lo general notaba que les hacía sentir incómodos, como si no
estuvieran seguros de cómo comportarse con él una vez que sabían que podía
transformarse en un enorme Lobo. —Lana, ¿por casualidad tienes hijos?
Ella sorbió su champán. —Gemelas. De tres años.
—Ah. —Inhaló de nuevo, tratando de percibir el aroma de un hombre
sobre ella.
Como si supiera lo que él estaba haciendo, se le acercó un poco más. —Su
padre no está en el panorama.
Excelente, decidió Simon. Siempre se llevaba algo de vuelta a casa con él
después de estos bailes, y ya sabía lo que quería esta vez.
—¿Así que no tienes hora de llegada?
—Puedo estar fuera toda la noche, si quiero.
Dejó su champán sobre la bandeja de un mesonero que pasaba. —
Curiosamente, yo con frecuencia me paso la noche despierto. Insomnio, ya
sabes. ¿Te gustaría hacerme compañía? Hay un hotel genial a la vuelta de la
esquina.
—¿Y qué hay sobre tu cita? —dijo ella arqueando una ceja.
—¿Mi cita? —Miró hacia donde estaba Clint y se rio—. Nah, es un
compañero de trabajo. Necesitaba que alguien viniera conmigo para no parecer
triste y patético, y él necesitaba una noche divertida lejos de su esposa.
Felizmente casados, pero las mejores parejas siempre se toman tiempo para ellos
mismos, ¿cierto?
Lana no respondió. Se limitó a sonreír y enlazó su brazo con el de él.
Simon aspiró su dulce fragancia y reprimió un gemido. No se molestó en
despedirse de nadie y simplemente la llevó afuera. El hotel estaba lo
suficientemente cerca como para no tener que conducir, y el personal lo conocía
tan bien que nunca le preguntaban si llevaba equipaje. Lana se aferró a su brazo,
su cabello rubio ocultándole el rostro. Estaba callada cuando subían en el
ascensor, y Simon temió que cambiaría de idea. Ya era muy tarde para regresar a
la fiesta y encontrar otra mujer dispuesta.
Sin embargo, una vez que entraron a la habitación, despareció toda su
timidez. La puerta apenas si se había cerrado cuando ya ella lo estaba besando.
Su cuerpo firme presionado contra él, frotándose sobre su excitación. Simon rio
entre besos y la aprisionó contra la pared. Ella lo tomó de la chaqueta, pero él
sujetó sus muñecas con firmeza, y negó con la cabeza.
—En este cuarto, yo soy rey. Harás lo que diga, cuando yo lo diga.
Un atisbo de incertidumbre cruzó el rostro de ella, pero con una sonrisa
pícara, asintió. —Sí, señor.
Santo cielo. Si fuera inteligente, le daría la vuelta, una palmada en su
lindo y firme trasero y la enviaría de regreso a casa. El ardor en sus ojos verdes
era algo que había visto solo una o dos veces en su vida, y esa sonrisa en sus
labios de chicle era simplemente pecaminosa. Los ojos de Simon ardieron
cuando ella se lamió el labio inferior. Enterró el rostro en su cuello, besándolo y
mordisqueándolo. Todo estaba apretado, incluyendo su propia piel. Una bruma
cálida se asentó sobre él, y lo único que quería era sentir su piel contra la de ella,
ver su cuerpo desnudo.
Al escuchar que se rasgaba su vestido, ella soltó un pequeño grito, pero él
lo ahogó con sus besos. Le arrancó la falda, y sus dedos la recorrieron,
explorando sobre su ropa interior. Una sonrisita cruzó sus labios al encontrarla
ya mojada. Arrancó también la delgada tela, y subió las manos hacia el sujetador.
—No —jadeó ella, agarrando su muñeca.
Vaciló un momento, pero cuando ella guio sus manos de nuevo a su
cintura y lo besó, se encogió de hombros. Por mucho que le encantaría lamer
esos pechos cremosos, había muchos otros lugares que adorar. La tomó por la
cintura, y caminó con ella hacia la cama. Su ansiosa boca lo sostuvo hasta llegar
a ella. Allí, la giró de espaldas y la levantó sobre el colchón. Cuando ella trató de
volverse, él la tomó de las caderas.
—No. —Le ordenó—. —Quédate así. —Dio un paso atrás para admirar
su trasero completo a medida que él se desvestía. —Tócate.
Ella obedeció, llevando su mano entre sus piernas. Él gruñó cuando lo que
ella hacía inundó su mente de deseo. Terminó de quitarse la ropa y subió también
a la cama. Sosteniéndola quieta desde atrás, entró en ella lentamente. Lana
gimió, enterrando sus manos en las sábanas. Él comenzó a moverse a buen
ritmo, gruñendo a medida que se perdía en su calor.
Se hundió en ella una y otra vez, lujuria animal pura ardiendo en sus ojos.
Sintió sus uñas convirtiéndose en garras y luchó con el deseo de clavar sus
dientes en su nuca, para marcarla como suya. Le apretó más fuerte las caderas a
medida que la embestía, dejando caer su cabeza hacia atrás. Ella temblaba y se
sacudía bajo él, gimoteando.
Ella arqueó la espalda y echó atrás su cabeza tan repentinamente que él no
tuvo tiempo de apartarse. Chocó con un golpe sólido contra su pecho y soltó un
grito estrangulado. El verla, olerla y sentirla llegar al clímax lo llevó a él al suyo.
Con un último espasmo, acabó. Un aullido escapó de su garganta, sus garras
hundidas en sus caderas.
Colapsó junto a ella sobre la cama, jadeando, con una galaxia de estrellas
dando vueltas ante sus ojos. Cuando pasaron los temblores y pudo respirar de
nuevo, abrió los ojos. Sonrió a Lana, ahora acostada de medio lado, terminando
de quitarse del cuerpo desnudo los pedazos del vestido roto. Su piel de alabastro
lo tenía gimiendo, extendiendo el brazo para acariciarla.
—Wow —murmuró ella adormecida, con los ojos cerrándose—. Eso
fue…
Se quedó dormida, mientras Simon le acariciaba el cabello. Se veía claro
que había estado bajo mucho estrés. Él sonrió, feliz de haber podido ayudarla a
despejarse, y se levantó. A su esmoquin le había ido mucho mejor que al vestido
de ella y, tras una ducha rápida, se vistió y salió de la habitación. Haría que
enviaran un vestido de la tienda del hotel. Siempre tenían algunos lindos
vestidos veraniegos disponibles.
Simon bostezó cuando entró al ascensor. Lara había probado ser una
distracción bienvenida. ¿O se llamaba Lena? De cualquier forma, eso estuvo
divertido… era una lástima que nunca más la volvería a ver.

Capítulo Tres – Lana

El consultorio privado donde Lana esperaba al Dr. Wolfe estaba pintado
en colores cuidadosamente neutrales. Alfombra gris, paredes color crema,
muebles medianamente oscuros. Nada demasiado estimulante o excitante. Había
una computadora sobre un escritorio en la esquina, con una impresora conectada.
Sus manos se retorcían una con la otra, su corazón palpitaba. Apretó los labios,
decidida a no llorar.
Estoy siendo proactiva, se recordó. Todavía es etapa I, y no lo estoy
ignorando. Esto no me va a matar.
No significaba que en este momento estuviera más reconfortada. Se
lamentó de haber decidido que Kari no la acompañara a esta cita. En el momento
pensó que estaba siendo fuerte, pero ahora mismo quería más que nada tener una
mano que aferrar.
Se secó los ojos cuando la puerta se abrió, esperando no tener manchas de
rímel. Cuando alzó la mirada, lista para saludar al doctor, quedó congelada.
El hombre del baile de beneficencia estaba parado en el marco de la
puerta.
Vestía una impecable camisa azul, corbata oscura, bata blanca de
laboratorio, y pantalones de vestir planchados. Ojos azules con líneas de
expresión en sus esquinas asomaban desde un rostro apuesto, de quijada fuerte.
Su cabello salpimentado estaba peinado ordenadamente, partido a un lado,
dejando ver una amplia frente. Grandes y anchos hombros hablaban de una vida
ejercitándose, pero éste no era ninguna “rata de gimnasio”. Lana tragó seco a
medida que el calor subía a su rostro, y se arremolinaba en su centro.
Como si esto no fuera lo suficientemente embarazoso, el recuerdo de la
noche en esa habitación de hotel, con él embistiéndola como si fueran un par de
animales, cruzó por su mente. Él había sido más rudo de lo que ella pensaba que
le gustaría, pero le había gustado. ¿Y ahora era su doctor?
Ni siquiera había recordado su nombre la mañana siguiente cuando se
despertó sola en la habitación, con Kari llamándola y preguntándole con quién
estaba.
El Dr. Wolfe también estaba paralizado en el umbral. Se aclaró la garganta
y entró, cerrando suavemente la puerta tras él. —¿La señorita Lana Flores?
Lana asintió con la cabeza, sin atreverse a hablar.
—Fue referida a mí por la Dra. Amelia Paterson, ¿correcto?
Otro gesto afirmativo con la cabeza.
El Dr. Wolfe se sentó frente a su computadora, sin mirarla. La atmósfera
era tensa, y Lana estaba inquieta. Si hubiera sabido quién era, nunca se habría
acostado con él. Solo había necesitado sentirse viva… ¿Era eso tan malo?
—Solo tengo algunas preguntas que hacerle antes de comenzar —dijo él,
con voz formal y rígida. —¿Dónde vive?
Lana respondió las preguntas de memoria. Eran bastante familiares,
considerando la cantidad de doctores que había tenido a lo largo de los años. Su
rostro se enrojeció más a medida que se acercaban a la pregunta que temía. ¿Es
sexualmente activa? Cuando la preguntó, ella abrió la boca, pero no pudo hablar.
¿Debería decir la verdad, que por lo general no era muy activa? ¿Pensaría él que
estaba mintiendo debido a su encuentro?
Tras unos momentos de silencio, el Dr. Wolfe finalmente la miró. Sus ojos
azules eran suaves y libres de juicio, lo que la ayudó a relajarse. —Señorita
Flores, entiendo que esto puede ser una situación incómoda para usted. Si lo
prefiere, puedo referirla a otro…
—A lo largo de los últimos diez años, usted ha tenido el mejor récord de
recuperación, sobrevivencia y no-recurrencia del cáncer —interrumpió. —
Quiero el mejor tratamiento que pueda tener.
—Comprendo eso, pero su etapa es muy tratable. Sus posibilidades de
tener complicaciones son muy pequeñas.
—Mi madre murió de cáncer de mama. No voy a correr ningún riesgo. —
Lana respiró profundo— Por lo general no soy sexualmente activa. Hay…
aunque hay actividad ocasional. No sucede a menudo.
Continuó observándola por un momento. Lana se crispó, odiando esa
mirada. Apretó los puños y levantó el mentón, entrecerrando los ojos. —Tengo
dos hijas pequeñas y no quiero que estén nunca en la situación en que me
encuentro ahora. La Dra. Paterson dijo que usted estaba buscando pacientes de
etapa I para probar un nuevo tratamiento de recuperación, y aquí estoy. Haciendo
mi parte para acabar con el cáncer de una vez por todas.
Él apretó los labios. Lana respiró con dificultad. Intentó dejarlo de lado.
Era su doctor, no un atractivo y misterioso hombre maduro en una fiesta. Pero
verlo vistiendo su atuendo de médico lo hacía verse aún más sexy. ¿Cómo era
eso posible? Ella pensaba que un esmoquin era lo más favorecedor que un
hombre podía vestir.
Corrijo, pensó, lo más favorecedor que este hombre puede lucir es una
sonrisa. Y nada más.
—Está bien —dijo el Dr. Wolfe, reclinándose en la silla—; puedo ver que
tiene determinación. La tomaré como paciente, entonces. Pero, considerando
nuestra historia, creo que sería lo mejor que hablemos de límites.
Lana casi esperaba que dijera que no habría límites o que estableciera
algunos suaves, que pudieran traspasarse fácilmente, como “no besarse en la sala
de exámenes”. Pero ya sabía que no sería así. Él se había ido del hotel mientras
ella aún dormía, así que claramente no había razón para que quisiera comenzar
algo nuevo con ella. Era sexy, maduro y tan hábil. Pero eso no importaba. Ahora
era su doctor, y eso era todo.
—En primer lugar, mantengo la relación con mis pacientes estrictamente
profesional.
Lana asintió, tratando de ignorar su irracional decepción. —No esperaría
nada más.
—En segundo lugar, exijo puntualidad. Tiene dos hijas. Entiendo que
puede ser un poco caótico cuando de niños se trata, pero si no llega a alguna de
sus citas cuando esté pautada, entonces será cancelada y reprogramada. —El Dr.
Wolf hizo algo en la computadora y algunos papeles salieron de la impresora—.
Esta es una explicación del tratamiento en el que estoy trabajando, junto a los
riesgos, los plazos, etc. Quiero que lo lea todo antes de nuestra próxima consulta.
Lana tomó los papeles. Sus dedos se rozaron, y tuvo que morderse la
lengua para evitar reaccionar cuando una chispa de electricidad pasó entre ellos.
—Ya he leído un montón al respecto. Usted introduce células cambiaformas en
el tejido alrededor del tumor después de la cirugía y antes de cualquier
quimioterapia o radiación a la que se someta el paciente, ¿cierto?
—Si. El tejido cambiaformas crea un bloqueo contra el recrecimiento del
cáncer y refuerza la resistencia del cuerpo a la enfermedad, al tiempo que
permite que se realicen trasplantes y otros procedimientos. —El Dr. Wolfe
parecía impresionado con ella—. Igualmente quisiera que lea los materiales que
le acabo de dar.
—Por supuesto. —Los metió en su bolso. También se los daría a Kari. Sus
propios intentos de explicar el proceso eran insuficientes.
—Haré que alguien le programe otra cita, y entonces puede irse. —Le dio
una sonrisa apretada y profesional, y se marchó.
Lana se hundió en la silla, dejando salir un respiro que no se había dado
cuenta que estaba conteniendo. Su corazón latía con fuerza en su pecho y
movimientos cálidos dentro de ella seguían haciendo que le resultara incómodo
sentarse quieta. Separó las piernas, tratando de aliviar la presión entre ellas.
Estaba tan mal que se excitara en este entorno, pero allí estaba, con la cara roja,
y un exquisito dolor pulsando en su centro. Kari siempre le decía que debía salir
con chicos más a menudo, y ahora Lana sabía por qué. Un encuentro sexual y de
repente estaba loca por los hombres. Bueno, loca por un hombre: el Dr. Wolfe.
Lo único bueno de todo esto era que el terror ya no era su emoción dominante.
No es que la lujuria que tomó su lugar fuera mucho mejor. La culpa trepó por su
garganta, por atreverse a tener tales pensamientos sexuales sobre su médico. Era
todo tan inapropiado.
Momentos después, se escucharon voces en el pasillo. La puerta había
quedado entreabierta y, mirando hacia afuera, podía ver al hombre que estaba
con el Dr. Wolfe en el baile de beneficencia. Se mordió el labio, preguntándose
si debería escuchar su conversación.
—Es completamente inapropiado —dijo el hombre con voz baja y molesta
—. Me he esforzado por mantenerme al margen de tu vida personal, excepto
cuando me la restriegas en la cara, pero ¿acostarte con una paciente? Podría
demandarte y a la clínica, y ella estaría completam…
—Clint, no era mi paciente cuando nos fuimos juntos de esa fiesta. —La
voz del Dr. Wolfe era baja, calmada, equilibrada. —Fue solo una aventura de una
noche. No era mi paciente. Ahora que sí lo es, no pasará nada entre nosotros. Si
te hace sentir mejor, haré que una enfermera nos acompañe cada vez que la Srta.
Flores tenga una consulta conmigo.
El rostro de Lana ardía de vergüenza. Justo cuando pensaba que la
situación no podría ser más incómoda. Ahora tenía que venir un tipo en uniforme
azul de enfermería a meter su nariz en el asunto, dándole más importancia de la
que ya tenía. Quería salir allí y decirle que no era de su incumbencia, que ella y
el doctor ya habían resuelto el asunto. Y, sin embargo, estaba pegada a su
asiento. Tenía una personalidad tímida, sumisa, y no lidiaba bien con las
confrontaciones.
—Simon…
—No presiones más el tema —le advirtió el Dr. Wolfe, bajando el tono—.
Es una paciente. No estamos durmiendo juntos. Fin de la historia.
Clint guardó silencio un momento, antes de asentir con la cabeza. —Más
vale que sea el final. Amigo o no amigo, si comienzas a seducir pacientes, te
reportaré con la junta médica.
Lana jadeó, presionando sus manos sobre su boca.
Por suerte los hombres no la habían oído. El Dr. Wolfe habló de nuevo, su
voz aún más profunda. La molestia era evidente en su tono. —Sé que solo dices
eso porque te preocupa mi paciente. Pero si vuelves a demostrar tal falta de fe en
mi profesionalismo, estarás buscando un trabajo nuevo. Te considero mi mejor
amigo, sí, pero eso no significa que toleraré ataques a mi carácter.
Si fuera Lana, retrocedería, pero Clint aparentemente estaba hecho de
material más fuerte. —Cuestionaré tu profesionalismo cada vez que deba ser
cuestionado. Por si no lo has notado, no eres exactamente el mejor…
La puerta se cerró de golpe, como si uno de ellos acabara de percatarse de
que estaba abierta.
Lana se pellizcó el puente de la nariz, tratando de ignorar los
pensamientos que invadían su cabeza. ¿Él había tenido un amorío con una
paciente antes? ¿Era eso por lo que Clint estaba tan decidido a asegurarse de que
no hubiera nada entre ella y Simon?
Se acomodó el cabello cuando la puerta se abrió de nuevo. Clint, con su
pálida piel enrojecida por la ira, entró. Ella intentó fingir que no había oído la
conversación cuando él programó otra cita para ella. Pero no pudo deshacerse
del embarazoso sonrojo en su rostro, ni pudo dejar de pensar que tal vez, solo
una vez, estaría bien romper con el profesionalismo.

Capítulo Cuatro – Simon

—¡Apúrate! —le gritó la morena en un susurro ansioso cuando las luces
del auto entraron al garaje.
Simon bostezó lánguidamente y abrió una ventana que no era visible
desde ahí. —Relájate, dulzura. Vine desnudo, me iré sin dejar rastro. Si te
preocupa tanto que tu esposo nos encuentre aquí…
La morena -no lograba recordar su nombre, pero era algo así como Candy
o Cindy- lo empujó por la ventana y la cerró de golpe. Momentos después,
Simon escuchó abrirse la llave de la ducha. Se rio para sus adentros, sentado
desnudo detrás de un frondoso arbusto de flores “corazón sangrante”.
Normalmente, no le gustaba ser sacado a empujones por ventanas y, a pesar de
su reputación, normalmente también evitaba a las mujeres casadas. Pero justo
era el caso que el marido de Cherry era miembro de una clínica rival, y además
Simon sabía a ciencia cierta que tenía tres amantes. Él solo estaba ayudando a
nivelar el puntaje.
Cambió de forma cuando oyó que se cerró la ducha, y se alejó amparado
por la oscuridad de la noche. Su pelaje moteado negro y marrón lo camuflaba
bien, aunque al pasar por algunas casas, los perros comenzaron a ladrar. Sheila
había estado muy aventurera esa noche. No pudo evitar sonreír mientras
regresaba a casa, pero la sonrisa desapareció de su rostro bien pronto.
Sharon -ese era su nombre- había sido solo una distracción. Una que había
estado necesitando desde que entró a su oficina y encontró a Lana Flores: su
paciente. Se le hizo un nudo en el estómago cuando pensó en esa hermosa joven
mujer teniendo una enfermedad tan horrible. Él había logrado resultados
asombrosos hasta ahora con sus pacientes, pero ella era tan joven.
Eso al menos explicaba por qué no había querido que le viera los senos
cuando tuvieron sexo. Aun cuando su expediente indicaba que se trataba de un
tumor profundo, es decir, que solo habría pequeños hoyuelos visibles en el seno,
ella claramente no quería que se lo recordaran cuando estaban a punto de
divertirse un poco juntos.
Siempre era capaz de sacar a los pacientes de su mente cuando salía del
trabajo. Era compasivo, sí, pero nunca se apegaba emocionalmente. Igual que
con sus amantes, aunque sí recordaba el nombre de las pacientes. Pero, por
alguna razón, no podía dejar de pensar en Lana.
Sacudió la cabeza cuando llegó a casa, tratando de sacudírsela a ella de
sus pensamientos. Las luces estaban encendidas adentro, y sus orejas se
movieron por reflejo hacia adelante. Al acercarse más vio el auto de Clint en la
entrada. Su enfermero era probablemente la única persona a quien consideraba
un amigo, y le había dado un juego de llaves para emergencias. Entonces, ¿qué
hacía aquí?
Rechinando los dientes, Simon fue trotando detrás del garaje y entró por la
puerta para perros que había instalado para él. Una vez dentro del garaje, se
vistió de prisa y entró a la casa. Si Clint iba simplemente a entrar a la casa cada
vez que le diera la gana, entonces Simon le quitaría la llave. Lo encontró en la
sala, con dos cajas de pizza abiertas sobre la mesita, los créditos de una película
reproduciéndose en la pantalla plana del televisor.
Simon dio un respingo. Cierto. Se suponía que pasarían una velada viendo
películas. Lana había ocupado tanto sus pensamientos que había olvidado por
completo a su amigo.
—La película se acabó —dijo Clint secamente—. Spoiler, el héroe muere
salvando al mundo, pero la chica tiene su bebé y lo llama como él.
Simon se sentó en el sofá y agarró una rebanada de pizza. —Lo olvidé.
—Puedo olerlo. —Clint se inclinó sobre él y olfateó. El condenado tenía
la nariz más sensible de la manada. —Esa es Jennifer Blossom, ¿no es así?
—Nah, es Shauna, ¿cierto? —Simon frunció el ceño—. O Cheryl.
¿Jennifer?
Clint puso los ojos en blanco. —A veces de veras me das asco, ¿sabes? Ya
es suficientemente malo que andes por ahí acostándote con docenas de mujeres,
pero ¿te mataría recordar sus nombres?
—Oye, su esposo es igual de malo. Solo están casados por el dinero. Con
razón las tasas de divorcio son tan altas, cuando estos humanos siguen casándose
con gente que ni siquiera les agrada.
—Deja de actuar como si estuvieras completamente libre de culpas —
espetó Clint—. Si tuvieras algo de… —Se interrumpió y se puso de pie. Dio
unos pasos hasta la ventana y se quedó mirando un momento hacia afuera—. Es
como si ya no te conociera más, Simon. Fuimos mejores amigos toda la vida,
entonces me contrataste y pensé que sería como los viejos tiempos. Pero estás
completamente diferente.
Simon frunció el ceño. No necesitaba un sermón. —Y tú eres un
aguafiestas.
—Estoy preocupado.
Simon se burló. —¿Preocupado por qué? ¿Porque estoy disfrutando mi
vida?
Clint se volvió hacia él. Su rostro era severo, muy diferente a la expresión
abierta y amigable que normalmente tenía. —Preocupado por estos hábitos
autodestructivos que tienes. Desde que Katie…
—No me hables de Katie —gruñó Simon, los pelos de su nuca erizados.
—Desde que ella murió, has estado distante, arrogante, y cruel —continuó
Clint. Sus manos estaban apretadas a sus costados, y Simon sabía que no iba a
dejar ir el tema tan fácilmente—. Decidiste ser médico para poder ayudar a las
personas. Querías hacer que sus vidas fueran mejores.
Simon señaló su título de doctorado, colgado en la pared. —Ese pedazo de
papel significa que sí estoy mejorando vidas. Les estoy dando a familias más
tiempo con su ser querido. Estoy haciendo avances serios contra una enfermedad
terrible.
—También usas y desechas mujeres como servilletas de papel. Como si
fueran nada. Dios no quiera que comiencen a sentir algo por ti, porque entonces
tienes que asegurarte de que sepan que para ti no valen la pena. —Los ojos de
Clint estaban brillando, señal inconfundible de que estaba al borde de
transformarse y abalanzarse sobre él—. No te importa a quién lastimas, ni qué
matrimonios separas.
Simon resopló y le dio la espalda. Ya habían discutido esto, y no quería
hablar más del tema. Mencionarle a Katie era pasarse de la raya, y Simon no iba
a dejar que Clint lo manipulara para que se sintiera culpable por cosas de las que
no tenía que sentirse culpable. Cuando eran adolescentes Clint era igual de
mujeriego, pero ahora que estaba emparejado y tenía hijos, ¿estaba en posición
de juzgar a los hombres que continuaban esa consagrada tradición?
—¿Siquiera has visitado su tumba desde el funeral? —La voz de Clint era
gentil, pero despertó furia en Simon igualmente.
—¡Eso no es asunto tuyo!
—Katie me dijo que le preocupaba cómo reaccionarías a su muerte.
Quería que estuviera pendiente de ti.
Simon apretó los puños, para evitar darle uno a Clint. Ahora mismo, no lo
sentía mucho como un amigo, un compañero de manada, o siquiera un
empleado. Los pelos de guarda en los brazos de Simon se pararon de punta.
Entornó los ojos, sus músculos temblando. Un dolor agudo y crudo atravesó su
pecho. ¿Qué derecho tenía Clint de venir a su hogar e infligirle este tipo de
dolor?
—Sal de aquí —gruñó Simon, con las garras formándose al final de sus
dedos, los colmillos afilándose en su boca. —¡Fuera!
Clint se quedó viéndolo por un momento antes de agarrar su abrigo. Se
movió lentamente, tan lento que Simon tuvo la tentación de simplemente
agarrarlo y arrojarlo afuera. Los puños le temblaban de furia y todo su cuerpo
estaba rígido. Si se movía, podría perder el control. Siguió los movimientos de
Clint a medida que salía de la sala. Tan pronto como el otro Lobo se había ido,
algo en su interior se relajó.
Simon entró a la cocina y sacó vodka del gabinete. Rápidamente se
preparó un Martini, con manos temblorosas.
No había nada de malo con lo que hacía. Otras personas lo hacían todo el
tiempo y Clint no les andaba detrás sermoneándolos sobre sus acciones.
Demonios, si Clint tenía también su reputación cuando estaban jóvenes. No es
como si fuera algún santo sin pecados. Las chicas con las que había estado
probablemente podrían contar unas cuantas historias. Así que, ¿por qué era
diferente para Simon?
Se tomó a grandes tragos el Martini y se preparó otro. Un temblor recorrió
su brazo, y gruñó, flexionando su mano. Sintió un dolor fantasma recorrerle los
nudillos. Cuando Katie se había enfermado, él había golpeado la pared tantas
veces que casi perdió su posición en el hospital. Su muerte lo había casi
arruinado en más de una manera. Había encontrado una forma de vivir sin ella.
¿Por qué no podía Clint simplemente dejarlo en paz?
Katie era humana. Rizos oscuros, ojos oscuros, y una sonrisa radiante
como el sol. La conoció cuando ambos estaban en la escuela primaria, y desde
entonces, supo que ella era su pareja, su compañera ideal. Se necesitó un poco de
convencimiento a lo largo de los años. En bachillerato había comenzado a
dudarlo él mismo y probó un poco las aguas, pero siempre volvía a ella.
Y ahora ella se había ido.
Mientras estaba bebiendo su segundo Martini, más lentamente esta vez,
Lana irrumpió en sus pensamientos. Sus traviesos ojos verdes y labios de chicle.
El nudo en la boca de su estómago se alivió un poco y cerró los ojos. El cuerpo
desnudo de ella apreció en su mente, y sonrió. Un fuego comenzó a abrasar sus
entrañas a medida que recordaba esa noche en el hotel: desgarrándole la ropa,
cuán tímida y sumisa había sido hacia él.
El deseo de llamarla y preguntarle si podía visitarla lo tenían buscando su
teléfono antes de que pudiera detenerse. Su mano se detuvo a meros centímetros
de alcanzarlo.
La conocía demasiado. Siempre había distancia entre él y sus amantes. Un
poco de misterio. Así, no eran personas completamente “sólidas”, solo fantasías
a las que podía escapar. No tenían hijos. No tenían enfermedades mortales. No
eran pacientes.
Además de eso, él era su médico. Eso hacía automáticamente imposible
cualquier otra relación sexual entre ellos. Era su médico y simplemente no era
correcto.
Eso no detuvo su deseo de llamarla. Le quemaba la palma de la mano
como si el celular estuviera transmitiéndole radiación. Retiró la mano. No era
correcto.
La risa de ella resonó en sus oídos, tan clara que tuvo que chequear para
asegurarse de que estaba solo. Lo estaba, por supuesto, pero eso no lo
reconfortaba. Dejó escapar un gran suspiro. No pasaba nada si fantaseaba un
poquito, ¿cierto?, preguntándose qué estaría haciendo en este momento.
¿Había disfrutado tanto como él su noche juntos? ¿Qué otros amantes
tenía? Una oleada de celos lo invadió solo de pensar en eso, pero la hizo a un
lado. Solo para que otra oleada de dolor surgiera en su lugar. Katie pasó por su
mente, y una herida se abrió de nuevo en su pecho. Agarró el teléfono y marcó
un número. No había visto a una de sus enfermeras -¿María?, ¿Mandy?- desde
hacía un buen tiempo.
—Hola —la saludó cuando contestó—. ¿Qué harás esta noche?

Capítulo Cinco – Lana

El sonido de gimoteos despertó a Lana. La habitación estaba en completa
oscuridad, pero algo se movía al pie de su cama, como escarbando la alfombra.
Otro gimoteo. Sonaba como un animal. ¿Un perro? Algo tiró de las frazadas
hacia un lado, y entonces sintió un ligero peso sobre sus pies. Una descarga de
adrenalina recorrió su cuerpo. Con una mano, agarró el bate que tenía junto a la
cama, y con la otra encendió la lámpara en la mesita de noche.
Dejó escapar un grito y saltó fuera de la cama. Había dos lobos en ella. O,
mejor dicho, cachorros de lobo. Los dos bodoques de pelo gañeron y saltaron al
otro lado de la cama. Lana se quedó viéndolos con la boca abierta. Sus manos
apretaron el bate y lo levantaron en preparación. ¿Cómo habían entrado dos
cachorros a su habitación? Revisó la ventana. Cerrada. La puerta también lo
estaba.
Los dos lobeznos comenzaron a aullar lastimeramente. Lana rodeó la
cama, manteniendo el bate a la mano en caso de que la madre también estuviera
por ahí. El sonido de los aullidos cambió, y para cuando llegó al otro lado, se
había convertido en los sollozos de dos pequeñas niñas.
Elaine y Evie estaban sentadas en el piso, sus cabellos dorados trenzados
como Lana siempre las peinaba para dormir, los rostros contraídos y rojos por el
llanto. Lana soltó un grito ahogado. Logró controlar su shock lo suficiente para
subir a sus gemelas a la cama y comenzar a calmarlas.
—Mamá me asustó —lloraba Evie.
—Lo siento. —Lana besó su frente—. Lo siento bebé, no te reconocí.
Nunca las había visto como cachorritas.
Su estómago se retorció al tiempo que las niñas lloraban. Cambiaformas.
Sus hijas eran cambiaformas. Lo que significaba que el donante anónimo que era
su padre era un cambiaformas. ¿No era eso algo que el hospital podría haberle
dicho? Entendía que no le dieran toda su información, ya que él quería
permanecer anónimo, pero esto era algo que tenía un enorme impacto sobre ella
y sus hijas.
Unos momentos más tarde, Kari tocó a la puerta, preguntando por el
ruido, pero Lana no le dijo lo que acababa de descubrir. Todavía no sabía ella
misma cómo lidiar con la situación. Cuando su hermana se fue y las niñas
volvieron a dormirse, Lana salió de la cama y tomó su celular. Caminó
sigilosamente al baño y llamó al Dr. Wolfe. Él era un cambiaformas. Podría
ayudarla con esto.
Fue solo después de que él contestó que se dio cuenta de lo estúpido que
era lo que estaba haciendo. Para empezar, no había razón para que él estuviera en
su oficina -¿por qué estaba en su oficina a esta hora?- y él no quería involucrarse
en su vida personal. Era su médico. Nada más.
—Hola —dijo ella torpemente—. Habla Lana Flores.
—Señorita Flores. —El doctor sonaba complacido pero confundido—.
¿Qué puedo hacer por usted?
—Uh… —Quería esconder su rostro entre sus manos a medida que el
silencio se hacía más largo, pero, considerando que él no podía verla, eso solo lo
prolongaría aún más. —Este… se trata de… Bueno, no se trata de mi condición
médica. Es personal.
Una pausa. —La escucho.
¿Era su imaginación, o él sonaba aún más complacido? Debía ser su
imaginación.
Tropezando con las palabras, Lana explicó lo que acababa de suceder con
sus mellizas. Cuando terminó, el Dr. Wolfe guardó silencio. Lana tragó fuerte. —
Lamento llamarlo. Es que entré en pánico. No sabía que el padre de las niñas era
un cambiaformas, así que no me esperaba esto. Pensé en usted porque usted
también es uno. Pensé que podría dirigirme hacia algún tipo de… no sé, ¿grupo
para niños cambiaformas?
Cuando terminó de decirlo, se dio cuenta de que era una mentira. No
estaba buscando información sobre cambiaformas. Había querido escuchar su
voz y que él le dijera que todo estaría bien. El que sus niñas fueran
cambiaformas era inesperado, pero mientras ella no las aislara de su herencia,
todo estaría bien, ¿no? Pero sabía muy poco sobre los cambiaformas y su
cultura.
—En realidad no sé de nada dirigido específicamente hacia niños —dijo
lentamente—, pero hagamos esto: puede traer a sus niñas y encontrarnos mañana
en la Casa de la Cultura cambiaformas. Tengo consultas toda la mañana, pero
estaré libre después de las tres.
Lana sintió un gran alivio. Cerró los ojos, luchando contra el deseo de
agradecerle una y otra vez. No pensaba convertirse en algún tipo de histérica
llorona cada vez que sintiera cualquier pequeña emoción. Ya era suficientemente
malo haberlo llamado en plena madrugada.
—Gracias —dijo solo una vez—. Lamento haberlo molestado tan tarde.
—No fue una molestia —respondió amablemente el Dr. Wolfe—, no
podía dormir, así que decidí adelantar algo de trabajo. Nos vemos mañana.
Colgó y lana dejó escapar un suspiro. Mañana. Volvió a la cama y sus dos
niñas se acurrucaron con ella. El hecho de que habían sido lobitas hace apenas
unos momentos aún la aturdía, pero se relajó cuando las abrazó. Todavía eran sus
niñas, era solo que tenía que aprender más acerca de ellas. Sonrió mientras les
acariciaba el suave cabello. Mañana comenzaría a planear cómo lidiar con este
giro inesperado en su vida.
Y el Dr. Wolfe estaría ahí para ayudarla en el proceso.
***
La Casa de la Cultura cambiaformas era más pequeña de lo que Lana
había esperado. Desde afuera, lucía un poco como una iglesia grande: exterior en
piedra blanca, ventanas con vitrales, grandes puertas dobles de madera. Estaba
conectada a un patio grande y bien cuidado que se veía encantador. Docenas de
árboles crecían en todo el patio, y niños corrían entre sus sombras.
Adentro habían instalado un castillo inflable. Del techo colgaban
serpentinas y por doquier había globos inflados con helio. Parecía que habían
llegado a una celebración de cumpleaños. Lana tomo a las niñas de las manos,
mirando a su alrededor mientras mordía su labio. No sabría decir si alguien más
de los presentes tampoco era cambiaformas como ella, pero no podía evitar
sentirse en terreno inestable. ¿Y si hacía algo que los ofendiera?
Respirando profundo, entró. Evie observó el lugar detenidamente,
mientras que la mirada de Elaine se enganchó de inmediato sobre la mujer que
estaba vestida como una princesa de las hadas. Eran las tres en punto, y vio que
el Dr. Wolfe ya había llegado. Si pensó que era atractivo en su ropa de médico,
era aún más sexy cuando vestía jeans apretados y una camiseta negra que se
estiraba sobre sus generosos músculos. ¿Por qué era más atractivo cada vez que
lo veía?
Sintió un gran alivio, e inmediatamente se regañó a sí misma. Realmente
debía ponerle fin al revoloteo adolescente al que se entregaba su corazón cuando
lo veía. Tuvieron una aventura de una noche. Punto. No había nada más, y ella
ciertamente no tenía el tiempo ni la resiliencia emocional para comenzar un
amorío con su doctor mientras estaba bajo tratamiento para el cáncer y
aprendiendo todo lo que pudiera sobre la cultura cambiaformas para sus hijas.
Él podría enseñarte sobre la cultura cambiaformas, dijo una voz al fondo
de su cabeza. La ignoró.
—Dr. Wolfe— lo saludó cuando estuvieron más cerca.
Él le sonrió, con labios apretados. —Por favor, aquí me llamo Simon. No
puedo ser doctor todo el tiempo.
—Simon —dijo Lana, negándose a prestar atención al revoloteo en su
corazón. De nuevo. Se volvió hacia la fiesta, intentando lucir calmada.
Evie tiró de su mano. —Mami, ¿podemos ir a jugar?
—Si, solo asegúrense de compartir.
Las niñas se fueron corriendo, tomadas de la mano, directo hacia el
castillo inflable. Lana no pudo evitar reír un poco. Elaine intentó entrar con los
zapatos puestos, pero Evie la retuvo y le señaló todos los zapatos que estaban
regados por el suelo. Elaine resopló. Evie puso los ojos en blanco y desató los
zapatos de su hermana. Eran tan similares y a la vez tan diferentes.
—Así que no se enteró hasta ayer de que eran cambiaformas —dijo Simon
mirándola de reojo—. Suena a que hay una historia allí.
Lana contuvo un suspiro. —La hay. Hace tres años, mi hermana y su
esposo estaban teniendo dificultades para concebir. Intentaron muchas cosas
diferentes, pero nada funcionó. Finalmente, Kari acudió a mí. Acordamos que
usaríamos inseminación artificial para que yo tuviera un bebé y ellos lo criaran.
Pues, hubo una confusión en el hospital, y terminé embarazada…pero no con
el…espécimen correcto.
Miró alrededor, con las mejillas ardiendo. No podía en realidad decir
“semen” o “esperma” con tanto niño por ahí.
—“Una confusión del hospital”. —Simon sacudió la cabeza, luciendo
disgustado—. ¿Y entonces su hermana ya no quiso a las bebés?
—No. No fue así para nada. Kari y Robert las seguían queriendo. Hacía
tanto que querían ser padres. Pero cuando me hice el primer ultrasonido y
escuché los latidos de sus corazones… —Una sonrisa se dibujó en su rostro—.
No soportaba pensar que no fueran mis hijas. No fue una decisión fácil para mí,
o para Kari. Creo que si no hubiera quedado también ella embarazada habría
sido absolutamente devastador para ambas, sin importar lo que decidiéramos.
—¿Y no sabía que el donante era un cambiaformas?
Lana sacudió la cabeza. —Fue anónimo.
—Entiendo. —Su rostro adoptó una expresión pensativa—. Sabe, como
médico tengo cierta… influencia. Podría averiguar un poco sobre el asunto por
usted. Tal vez pueda encontrar algo más de información. De cualquier modo,
sería bueno saber un poco más de la historia del donante. Entiendo que enterarse
de algo así puede causar bastante impresión.
—Y que lo diga. Acosté a dos niñas a dormir, y desperté con dos lobitas
tratando de acurrucarse conmigo. Me llevé el susto de mi vida. Y no fue muy
bueno para ellas tampoco. Las asusté bastante.
Simon le tocó la mano, pero solo un instante. —Lo imagino. Pero además
de lo que sea que esté sintiendo, hay una cosa por la que debe estar muy
agradecida.
Lana alzó una ceja, curiosa.
—Los cambiaformas no pueden enfermarse de cáncer. No tiene que
preocuparse de que sus hijas pasen nunca por lo que usted está pasando.
Ni siquiera había pensado en ello. El aire dejó sus pulmones en un torrente
de alivio. De hecho, se rio, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus hijas eran
cambiaformas. Nunca se enfermarían. Serían más resistentes que los niños
humanos. Todo iba a estar bien. Le dedicó una gran sonrisa a Simon.
—Gracias.
Simon le devolvió la sonrisa, pero duró poco. Una sombra cruzó su rostro
cuando miró tras ella, y sacudió la cabeza, murmurando algo. Lana se volvió y le
sorprendió ver al enfermero de la clínica, que se acercaba directamente hacia
ellos.
—Simon —saludó cuando estuvo cerca, con una clara expresión de
sospecha—. Señorita Flores.
—Clint. —Simon sonrió—. Al parecer la señorita Flores es madre de dos
pequeñas cambiaformas.
Lana asintió con la cabeza. No estaba segura si Simon iba a fingir
habérsela encontrado aquí por casualidad, pero decidió irse por lo seguro y
actuar como si solo eso hubiera pasado. —Lo siento, no recuerdo su nombre.
—Clint Webb. ¿Cuáles son las suyas?
Lana las señaló. Evie estaba conversando con un pequeño niño de cabello
castaño, mientras Elaine manoseaba la brillante falda de satín de la princesa.
—No la he visto aquí antes.
—Fue recientemente que descubrí que mis hijas son cambiaformas —
explicó Lana—. Es nuestra primera vez aquí. ¿Y usted, es también
cambiaformas?
Clint asintió.
—Trato de emplear a tantos cambiaformas como puedo —dijo Simon—.
Clint es también un amigo.
Lana se sintió inquieta. No le gustaba nada la mirada penetrante que Clint
le estaba dirigiendo. Intentó ignorarlo, jugando con su cabello en un esfuerzo por
esconder con él su cara. Fue un alivio cuando se despidió. El único problema, es
que Simon se fue con él, dejando a Lana sola de nuevo.
Era incluso más incómodo estar ahí sola que cuando Clint la miraba
acusadoramente. Se cruzó de brazos y observó a las niñas jugar. Deseaba que
Simon se hubiera quedado. No se sentía tan fuera de lugar cuando él estaba con
ella.
Reprimió un suspiro. Estos sentimientos tenían que irse. No iba a empezar
a dejarse languidecer pensando en un hombre, cualquier hombre… Sin importar
qué tan sexy fuera.

Capítulo Seis – Simon

Simon revisó su reloj y luego su libro de citas otra vez. Lana estaba
retrasada. Nunca había llegado tarde a ninguna consulta, siempre estaba allí
quince minutos antes, cuando menos. Posiblemente era una de sus pacientes
favoritas por su puntualidad. El hecho de que no estuviera ahí era motivo de
preocupación. Sus dedos daban golpecitos a un lado del teléfono en su escritorio,
esperando. Tal vez había tenido un accidente.
Un toque en su puerta lo hizo saltar. Clint asomó la cabeza. —Parece que
se le hizo tarde. ¿Quieres ir a almorzar?
—Tiene dos niñas pequeñas y acaba de descubrir que son cambiaformas.
Creo que el caso merece un poco de indulgencia —respondió Simon, intentando
lucir aburrido—. Cinco minutos más.
Clint enarcó las cejas, pero afortunadamente, no hizo ningún comentario.
Simon miró su computadora, tratando de sacarse a Lana de la mente. No impidió
que mirara su reloj de nuevo luego de un minuto. ¿Dónde estaba? ¿Había
sucedido algo? ¿O solo estaba administrando mal su tiempo? Se levantó y tomó
su abrigo, decidido a irse, y luego se volvió a sentar.
Katie siempre llegaba tarde a todo. No importaba cuánto tiempo le diera
para alistarse. Siempre se le hacía solo un poco tarde y lo hacía enloquecer.
Estaría sentada en su peinadora, poniéndose los zarcillos y diciéndole que debía
ser un poco menos rígido, mientras él estaba en la puerta, dando golpecitos con
el pie y resoplando impaciente.
Una sonrisa cálida cruzó su rostro. Por primera vez, pensar en Katie no
abrió una enorme y dolorosa herida en su pecho. En cambio, la calidez de los
recuerdos lo reconfortó un poco. Si ella pudiera ver la forma en que conducía su
práctica médica, se horrorizaría. Casi podía escuchar su voz diciéndole que todo
el mundo tenía sus propias cosas con qué lidiar. Tal vez él necesitaba reevaluar
por completo su política sobre pacientes retrasados. No era justo que esperara
que las personas pudieran predecir todo lo que pasara en sus vidas.
Quizá había otras cosas que podía cambiar también.
Buscó la información de contacto de Lana y la llamó. Por alguna razón,
los nervios le anudaban el estómago. Trató de ignorarlos. No había razón para
estar nervioso. Estaba llamando a una paciente que normalmente era puntual,
para asegurarse de que estuviera bien. No había nada de malo en eso, ¿o sí?
—¿Aló? —La voz de Lana temblaba, lo que indicaba claramente que
había estado llorando.
Cada músculo en su cuerpo se tensó, y sus manos apretaron el teléfono. —
Es Simon —dijo—, ¿se encuentra todo bien? No llegó a tiempo a su cita para
discutir su cirugía y…
Se interrumpió al escuchar claramente un sollozo. Algo en su interior se
retorció, y su mandíbula se tensó. Al diablo con el protocolo. Algo estaba
claramente mal con ella, y sería un canalla si no hacía algo al respecto. Tampoco
ayudaba que su Lobo hubiera comenzado a gimotear y escarbar en su pecho,
exigiendo que actuara inmediatamente para tranquilizarla. Las palaras salieron
de su boca antes de que se diera cuenta de que estaba hablando.
—Voy para allá ahora mismo. Está en el 3892 de la Avenida Bigelow,
¿cierto?
—Sí, —dijo llorosa Lana—. Pero de verdad, no tiene que venir. Solo
olvidé que tenía la cita. ¿Podemos reprogramarla?
—Voy para allá —repitió—. Estaré ahí pronto.
Un “snif”. —Está bien.
Algo en su interior hervía, queriendo lastimar a quien fuera que la había
hecho llorar. Se puso la chaqueta apresuradamente y salió de su oficina. Clint,
que archivaba unos papeles, le echó una mirada.
—Pasaron los cinco minutos —dijo Simon, sabiendo que su amigo lo
interpretaría todo mal. —Me tomaré libre el resto del día. Puedes irte también.
Clint entrecerró los ojos. Si quería disipar la sospecha de su amigo, tenía
que hacer un mejor trabajo. Antes de que pudiera decir algo, Simon le sonrió
licenciosamente y comenzó a abotonarse la chaqueta. Había una razón para que
estuviera dejando la oficina con tanto apuro, sobre la que Clint no seguiría
indagando.
—Tengo una cita con una pelirroja candente. Mindy algo. Tal vez Mandy.
O Margret.
La sospecha salió del rostro de Clint, rápidamente reemplazada por
repugnancia. Suspiró y sacudió la cabeza, pero por suerte decidió no comentar
nada. Simon se aseguró de mantener un paso despreocupado mientras caminaba
hacia el estacionamiento, aunque su corazón se batía contra sus costillas y su
Lobo le gruñía que fuera más rápido. Una vez que estuvo en la calle principal,
no importó nada más.
No fue hasta que llegó a la casa de ella, y salió del auto, que realmente se
detuvo a pensar en lo que estaba haciendo.
Helo aquí, en la casa de una paciente. Y no una paciente cualquiera. No,
esta era una mujer con la que se había acostado. Antes de que fuera su paciente,
cierto, ¿pero eso qué importaba en realidad? Ella ni siquiera lo había llamado. Él
la llamó a ella. El sonido de su llanto lo había traído corriendo, y ahora aquí
estaba. Era una estupidez. Y, sin embargo, cerró con fuerza la puerta del auto y
caminó hacia la casa. Llamó a la puerta y esperó.
Es por las niñas, se dijo.
Lana no era cambiaformas, pero sus niñas sí lo eran. Era claro que estaba
abrumada por la responsabilidad. Y no era de sorprender. Independientemente de
cuán adinerada era (y a juzgar por la mansión en que vivía, era rica), seguía
siendo una joven madre soltera que luchaba contra una enfermedad
potencialmente fatal mientras criaba a dos hijas, de las que no tenía idea hasta
hace apenas unos días que eran cambiaformas.
Él solo quería asegurarse de que ella tuviera los recursos para ofrecerles el
mejor cuidado posible. No era como si hubiera algo incorrecto en eso, ¿o lo
había?
Además, estas niñas no tenían un padre. Él necesitaba tener una vida más
allá de trabajo y mujeres, ¿no? Clint siempre estaba tratando de que tuviera un
pasatiempo. Bueno, tal vez empezaría a ayudar a niños cambiaformas sin padre
que estaban siendo criados por una madre humana soltera. Eso podría llevarle al
mismo tipo de problemas que tener personal femenino en la clínica, pero
mientras tuviera como regla no dormir con las madres, no había daño alguno en
ello. Hasta Clint tendría que estar de acuerdo en eso.
Tocó de nuevo. Esta vez, escuchó un sofocado “pase” desde adentro, y
abrió la puerta. —¿Lana?
—Aquí.
Entró a la casa y sus ojos se abrieron de sorpresa. Había juguetes regados
por doquier. Relleno de almohadas yacía en montones aquí y allá. Había un
charco de líquido amarillo al pie de la escalera hacia la izquierda. Marcas de
dientes en los pasamanos y de garras en las paredes. Cerró la puerta tras él,
sacudiendo la cabeza. Si no supiera exactamente cómo podían ser los cachorros,
habría pensado que hubo un robo.
Siguió el desorden hasta la sala, donde encontró a Lana sentada en medio
de un desastre: papel higiénico colgando de todo, cajas de cartón a medio
masticar, vasijas rotas, un reloj de pie yacía sobre un costado, con toda la cara
por fuera. Lágrimas se derramaban sobre las mejillas de Lana, que lucía
derrotada. Vestía aún su pijama.
Simon se arrodilló junto a ella. Quería tomarla en sus brazos y secar con
besos sus lágrimas, pero se contuvo. Debía mantener algo de distancia
profesional.
—¿Dónde están tus niñas? —preguntó. Dada la destrucción, no le
sorprendería que se hubieran quedado dormidas exhaustas. Él mismo había
destruido una casa o dos cuando crecía, pero nunca nada como esto.
—En el parque. Mi hermana las llevó a que gastaran energía. —Lana
tomó aire para aclararse la nariz, respiró hondo en un intento por recomponerse,
y rompió en llanto de nuevo. Simon reaccionó por instinto, abrazándola, y ella se
aferró a él. Su cuerpo entero se sacudió cuando hundió el rostro en su hombro.
—Soy una madre terrible. No las merezco. Necesitan una madre que sea mejor
que yo. Alguien que tenga paciencia. Yo no sé qué hacer.
Él recordó todas las veces que Katie rompió en llanto cuando estaban
recién casados, declarándose una terrible esposa. Al principio pensaba que la
causa debía ser algo que él había hecho, pero luego aprendió que se debía solo a
las inseguridades que ella tenía sobre lo que percibía que debería ser, versus lo
que en realidad era. Con el tiempo, aprendió exactamente cómo calmarla.
Dejó llorar a Lana hasta que sus sollozos disminuyeron, acariciando
suavemente su espalda. Entonces la llevó al sofá y le buscó un vaso de agua.
Cuando ella bebió un poco, el continuó frotándole la espalda.
—Cuéntame qué pasó.
Lana se estremeció. —Las dos tuvieron pesadillas anoche y se vinieron a
mi cama. En algún momento durante la noche, se transformaron. Los pañales
nocturnos se les cayeron y las dos mojaron la cama. Así que empezó bastante
asqueroso. Luego, estaba tratando de que cambiaran de nuevo a humanas para
que pudieran comer su desayuno, y no lo hicieron. Comenzaron a correr por toda
la casa, rompiendo cosas, mordiendo cosas, orinándose en la alfombra. No sabía
qué hacer. Nunca habían actuado así antes.
Simon suspiró. —Es parte de ser un cambiaformas. Toma la energía que
tiene normalmente un niño de tres años, y mézclala con la energía que tiene un
cachorrito. Además, les tomará un tiempo conseguir que sus cerebros asimilen
los dos lados juntos. Para muchos niños cambiaformas es como si tuvieran dos
mitades, a las que en realidad no saben cómo reaccionar.
—Les grité.
—Todo el mundo grita.
—Les dije que no quería cachorras por hijas y que quería que fueran
niñas, no animales.
Su cara se enterró más en su pecho, y Simon le acarició el cabello,
asegurándose de que ella supiera que él no la juzgaba.
—Mi madre solía decirme la misma cosa. Y ella era cambiaformas.
—Es diferente viniendo de mí. —Lana levantó el rostro—. Pude verlo en
sus caras. Era como si les dijera que no quería que fueran quienes son. Que no
quería que fueran cambiaformas. Y no pude evitar pensar… ¿es eso lo que en
realidad quiero? Sé que ellas no han cambiado, que siguen siendo mis niñas,
pero ¿las estoy viendo diferente? ¿Y si las amo menos ahora?
—Shh. —Simon besó su frente—. Shh. Las amas. Cualquiera puede verlo.
—Pero…
—Puso un dedo sobre sus labios. —Sin peros. Las amas. Tienes que ser
paciente contigo también. No lo sabes todo. Nadie lo sabe todo. Mientras sigas
aprendiendo más sobre los cambiaformas y cómo ayudar a tus niñas, todo estará
bien.
Los ojos verdes de Lana lo miraron con esperanza. —¿De verdad?
—Sí —sonrió—, no puedes esperar ser “supermamá”. Tienes derecho a
ponerte emocional. Pero, solo por ahora, mejor guarda las herencias familiares
en una caja en el ático. Contrata a una sirvienta y a una niñera. Tal vez dos. Hará
maravillas. Los cambiaformas tradicionalmente crían a sus niños comunalmente.
En mi casa, tenía a mi madre, mi padre, dos tíos solteros, una tía y a mis cuatro
abuelos, y aun así destrozaba la casa. No puedes suprimir el instinto, pero sí
minimizar su presión sobre ti. Ah, y muchos juegos físicos y ejercicio.
—¿Esa es tu recomendación médica? —preguntó ella con un leve tono
burlón.
Simon asintió. —Como tu médico, te receto una sirvienta y una niñera.
Para ser usadas cuando las necesites.
Ella rio y se frotó los ojos. —Gracias. Y heme aquí, un completo desastre.
—Un hermoso desastre. —Su mirada se posó en sus labios sin haberlo
querido.
Su mirada se calentó, y Simon la estaba besando antes de darse cuenta. Su
cálida boca aceptó ansiosa la suya, y envolvió sus bíceps con sus delicadas
manos. Sintió una onda de calor inundar su cuerpo, haciendo que le hormigueara
la piel y ardieran sus entrañas. Lana cerró los ojos, inclinándose contra él. Sus
cuerpos se amoldaban perfectamente, y él comenzó a acariciarla bajo su blusa.
El beso se hizo más profundo y la acostó en medio del desorden, estrechándola
entre sus brazos mientras ella cerraba los ojos.

Capítulo Siete – Lana

El calor se arremolinó en ella a medida que la mano de Simon recorría su
piel. Lana gimió de deseo y un poco de trepidación. Tenían que ser rápidos, antes
de que Kari regresara. Tenía que frenar las manos que la acariciaban antes de que
llegaran a sus senos. Pero no quería hacer ninguna de las dos cosas. Sus piernas
rodearon las caderas de Simon, acercándolo más. El roce de sus cuerpos hizo
que su centro se contrajera, como un nudo retorciéndose. Un grito brotó de su
garganta, algo desesperado, aferrándose a este momento. La boca de Simon se
movió hacia su cuello y ella lo abrazo más fuerte, cerrando los ojos.
Y de repente él retrocedió. Se quedó suspendido sobre ella, apoyando los
brazos a ambos lados de su cabeza, mirándola, respirando fuerte, sus mejillas
algo sonrojadas. Dejó escapar un suspiro que sopló cálido sobre el rostro de
Lana, y se terminó de alejar por completo. Lana reprimió un gemido cuando se
abrió el espacio entre ellos. Se reajustó la ropa, conteniendo el deseo de arrojarse
de nuevo en sus brazos.
Él sacudió la cabeza y se pellizcó el puente de la nariz. —No debí hacer
eso. Lo siento.
Se puso de pie y Lana también se levantó. Le agarró la mano cuando él se
movió hacia la puerta, no quería estar sola. Después de todo lo que había pasado,
quería alguien que no la juzgara o intentara que se pusiera en acción ya y
limpiara todo. Kari nunca la dejaba simplemente detenerse y vivir el momento, y
ahora mismo sentía que era eso lo que necesitaba.
—Por favor quédate —soltó de pronto, sabiendo que no debería rogar,
pero incapaz de detenerse.
Simon retiró suavemente su mano de las suyas y negó con la cabeza. —
No. Ni siquiera debí haber venido.
—Simon… —Lana se interrumpió, y tomó un profundo y estremecedor
aliento.
Desde que las gemelas habían nacido, la gente seguía diciéndole que
necesitaba un hombre en su vida. Bueno, parece que había comenzado a creerlo
ella también. Retrocedió con dificultad, asintiendo. Él tenía razón, después de
todo. No debería haber venido. Había límites profesionales por una razón, y ya
habían roto suficientes de ellos. No quería que, por ella, terminara perdiendo su
trabajo.
Él vaciló en la puerta, devolviéndole la mirada. Abrió la boca y a ella le
saltó el corazón, esperando contra toda esperanza algo de qué aferrarse, pero él
solo la volvió a cerrar y se dio la vuelta. El corazón de Lana se desplomó tan
rápido que perdió el aliento. Se recostó contra la puerta, y respiró profundo. Era
lo mejor. Tal vez, cuando todo esto acabara, podría comenzar a salir en citas de
nuevo. Pero solo cuando esto terminara.
Su corazón se sentía como estirado en todas direcciones, a medida que
observaba el desorden en la casa. ¿Así que tenía mucho más de esto que esperar
hasta que las niñas se hubieran acoplado completamente con su lado Lobo? Tan
solo pensarlo la hizo querer echarse a llorar de nuevo.
—Ya pensaré en algo —se dijo a sí misma cuando empezó a recoger—,
solo necesito respirar. Solo respira.
Para cuando Kari trajo a las niñas de vuelta, ya había limpiado lo peor del
desastre. A Evie se le cerraban los ojos, y la boca de Elaine estaba haciendo el
puchero que significaba que estaba cansada pero no quería admitirlo.
—Vengan aquí. —Lana abrió los brazos y ellas fueron rápidamente hacia
ellos. Las besó a las dos. —Lamento haberles gritado. La próxima vez trataré de
manejarlo mejor.
Evie la abrazó más fuerte. —Perdón por orinar en las escaleras.
Elaine soltó una risita.
Lana les dio un último apretón. —Vayan arriba y prepárense para su
siesta. Yo subiré pronto.
Kari la miró con simpatía mientras subían las escaleras. Su hermana la
abrazó, pero no fue tan reconfortante como había sido Simon. Probablemente era
solo su imaginación, pero, aun así.
—¿Cómo estás?
—Cansada. Creo que ya recogí la peor parte. Pero debemos empacar todo
lo que no queramos que se parta. Yo… investigué. —No iba a admitir que Simon
había estado ahí un rato antes—. Y esto es algo que irán superando a medida que
crezcan. Gracias a Dios tenemos un patio grande. De ahora en adelante, en lugar
de tratar de hacer que se transformen de nuevo, podemos solo enviarlas al patio a
quemar esa energía.
Kari no parecía muy convencida, pero se encogió de hombros. —Espero
que eso funcione.
Lana miró el daño hecho a la casa y asintió. Ella también esperaba que
funcionara.
***
Era el día de su cirugía.
Lana se frotó los brazos, tratando de disipar la piel de gallina. Repasó en
su mente lo que iba a suceder. Iría al hospital, se registraría y luego esperaría en
su habitación privada, hasta que llegara la hora de la cirugía. En ese punto…
bueno, estaría en manos de Simon. Habían discutido extensamente las opciones
y él había estado de acuerdo en que extirpar el tumor era el mejor plan de acción.
Sus pechos se sentían muy pesados, como si se estuvieran rebelando ante
su decisión de que los invadieran. Trató de hacer a un lado sus nervios. Había
besado a sus niñas y ellas habían prometido portarse bien con su tía Kari y su
esposo. Odiaba dejarlas, pero mientras más rápido resolviera sus problemas
médicos, más pronto podría volver a concentrarse solo en ellas.
A su lado, Kari le dio una sonrisa tensa. —Todo saldrá bien.
—Lo sé —dijo Lana, pero su voz era rígida. Estaba tan nerviosa por ver a
Simon como por todo lo demás. Habían tenido una consulta más donde todo
quedó organizado. Y eso fue todo. Él había estado formal y rígido, y ella no
sabía cómo reaccionaría ahora. No importaba el pasado que tuvieran. Necesitaba
que su médico fuera reconfortante.
El hospital era enorme e intimidante. El estómago de Lana se retorció con
tal violencia que temió que vomitaría, aunque no hubiera en él mucho más que
ácido estomacal. Hizo su registro rápidamente y fue llevada a la habitación
privada que había reservado. Una vez allí, dispuso los pocos artículos personales
que había traído y se cambió a la bata de hospital que le proporcionaron.
Kari se sentó y conversó con ella un rato más hasta que entró Simon. Él
sonrió, pero la sonrisa no llegó sus ojos. Se sintió más nerviosa.
—Señorita Flores. Puntual como siempre. Y usted debe ser Karen.
—Kari. —Se le quedó viendo, frunciendo el ceño.
Lana hizo una mueca. Con todo lo que había pasado, había olvidado
decirle a su hermana que su doctor era el tipo con el que se había ido a un hotel
la noche del baile de beneficencia. Se estrecharon la mano y Simon le explicó el
procedimiento a Kari. Después de remover el tumor, inyectaría tejido
cambiaformas en los músculos del pecho y el tejido mamario de Lana. Eso, se
esperaba, crearía un bloqueo para que no crecieran más tumores en el mismo
lugar.
—¿Podría hablar con el doctor en privado? —interrumpió Lana sin dejar
terminar a Simon.
Tanto él como Kari parecieron sorprenderse, pero Kari asintió y salió de la
habitación. Lana respiró profundo, y lo miró a los ojos. Simon se veía tranquilo
y sereno, pero había un aire nervioso en él.
—Siento que debería disculparme —dijo ella torpemente—. No debí
llamarlo esa noche, o pedirle que se quedara cuando… —Se aclaró la garganta
—. Lo que quiero decir, es que tiene razón. Debe haber ciertos límites aquí, y no
me he comportado como debería hacerlo una paciente.
Sus hombros se relajaron, y Simon dejó escapar un profundo suspiro. —
Yo tampoco he estado actuando estrictamente como médico. Si debe disculparse,
yo también. De ahora en adelante, nos aseguraremos de guardar distancias.
Lana asintió. —Sí.
—Bien. —Le sonrió, y el interior de Lana dio un vuelco. Ahí van los
límites. Respiró profundo y empujó a un lado esos pensamientos. Límites
significaba no actuar ante esas emociones—. Entonces, ¿tiene alguna otra
pregunta antes de la cirugía?
Negó con la cabeza.
—Muy bien. Haré que venga mi enfermera para que se asegure de que
todo esté listo. ¿Ha comido o bebido algo?
—No.
Simon asintió. —Entonces solo quedan algunas cosas más que terminar de
preparar, y luego nos encargaremos de ese desagradable tumor de una vez por
todas.
Le dio una palmadita en el hombro, pero fue un toque distante. Ella sabía
que no había significado nada. Intentó repetirse que no significaba nada de
cualquier manera, pero no pudo evitar sentirse algo decepcionada. Simon salió y
Kari entró a la habitación. Ensartó a su hermana con la mirada mientras se
sentaba.
—Entonces… ¿estas durmiendo con él?
—No —dijo Lana, con el rostro rojo escarlata—. Solo una vez, antes de
que fuera su paciente. No ha pasado nada desde entonces.
La expresión de Kari dejaba claro que no le creía. —Aja. Debe ser por eso
que te ves tan culpable. ¿Y no estaba también en ese sitio cultural de
cambiaformas cuando te fui a buscar el otro día?
—Es un cambiaformas —murmuró Lana—. ¿Cuál es el problema? De
verdad. Y, si, me fui con él a un hotel después de la fiesta. La siguiente vez que
nos vimos, resultó ser mi doctor.
—Y no me lo dijiste.
Lana intentó poner su mejor cara de irritada. —Considerando todo lo que
ha estado sucediendo, no pensé que fuera tan importante. Estaba avergonzada,
¿está bien? Tú sabes que nunca había hecho algo así. No quería que lo sacaras de
proporción. Hemos mantenido un trato profesional desde entonces —añadió.
Kari calló mientras le acomodaba las almohadas. —Está bien. Si tú dices
que las cosas son así.
—Lo son —dijo Lana con firmeza. Su corazón se encogió cuando se dio
cuenta de que así debía ser—. Es mi médico y nada más.

Capítulo Ocho – Simon

¿Por qué estaba tan nervioso?
Simon apoyó los codos sobre su escritorio, sus ojos cerrados y su
respiración estable. La expresión de confianza en el rostro de Lana seguía
pasando por su mente, y hacía que se le retorciera el estómago. Los riesgos de la
cirugía eran bajos. Todo estaba listo y esta era la mejor oportunidad para el
futuro de Lana. Entonces, ¿por qué no se iban las mariposas de su estómago?
Odiaba los temblores de duda que recorrían su columna. Tal vez sería mejor que
alguien más realizara la cirugía. Él podría supervisar el procedimiento. Estaría
bien hacerlo así.
Sin buscarlo, el olor de su difunta esposa llenó su nariz. Al menos, su
aroma final. Ese desagradable olor a enfermedad. La visión de ella tendida en la
cama, la cabeza calva, y tubos y máquinas conectados a su cuerpo, vino a su
mente. Había sufrido; eso estaba claro. La noche en que lo dejó, ella sostuvo su
mano y le dijo que tenía que dejarla ir. Él sabía lo que había querido decir,
aunque hubiera intentado negárselo después.
—Encuentra a otra mujer —le había susurrado—. Alguien gentil y dulce,
que saque lo mejor de ti.
Un nudo se formó en su garganta. Katie había sido humana, total y
completamente, y habían descubierto muy tarde su cáncer. Ningún tratamiento
funcionaría. La fue perdiendo poco a poco, hasta que ya no estuvo más. En ese
momento él había decidido que haría todo lo que pudiera para asegurarse de que
el cáncer fuera erradicado durante su vida.
Lana no era para nada como Katie. Ella era de cabello castaño, alta y
robusta. Lana era una rubia petite. Así que, ¿por qué seguía pensando en Katie
cada vez que estaba cerca de Lana?
Abrió los ojos y levantó las manos. Estaban completamente estables.
Ningún temblor en ellas. Ningún dolor fantasma. Quizás estaba nervioso, pero
no se notaba. No había razón para que alguien más realizara esta cirugía.
Después de todo, él era su médico.
Clint asomó la cabeza por la puerta. —El quirófano de la señorita Flores
está casi listo. Ya es hora de que comiences a prepararte.
—Claro. —Simon se levantó—. Asegúrate de que la señorita Flores esté
lista también.
Clint asintió, pero luego entró a la oficina y cerró la puerta. —Simon,
necesito disculparme.
Había más de una cosa a la que Simon pensó que podía estarse refiriendo,
pero asintió en silencio. Él también había estado actuando como un cretino con
su amigo.
—Lamento haber sacado conclusiones prematuras sobre tu relación con la
señorita Flores. Fue irresponsable de mi parte, y… Bueno, juzgué lo peor de ti.
Así que lo siento.
Simon asintió. —No sabía que tenía programada una consulta conmigo
cuando me acosté con ella. No la acepté como paciente por haber dormido con
ella. Tiene dos hijas pequeñas. Yo ya estaba buscando pacientes en etapa I de
todas maneras. No tuve razones personales para aceptarla como mi paciente.
Clint le dio una sonrisa de labios apretados. —Ahora lo sé. Nunca
operarías a alguien con quien estás involucrado. Solo estaba preocupado porque
estabas mostrando un gran interés en ella… como si te importara mucho. Por lo
general no te apegas emocionalmente a tus amantes.
—Por favor —resopló Simon—. Ni siquiera recuerdo sus nombres. Me
importan mucho más mis pacientes que mis amantes.
—Por lo general tampoco te involucras en sus vidas personales.
—Pues, no me importa tanto así. —Por primera vez en mucho tiempo, esa
afirmación lo hizo sentir asqueado. Su rostro se ensombreció, y tragó fuerte—.
Clint… creo que tu y yo debemos salir a tomarnos algo un día de estos.
Necesitamos tener una conversación seria, no sobre el trabajo. Y no te dejaré
solo con la cuenta mientras me voy a perseguir faldas. Lo prometo.
—Wow —dijo Clint, con una sonrisa burlona que le hacía hoyuelos a los
lados de su boca—. Esa es la primera cosa adulta que te he escuchado decir en
unos… veinte años.
—¿Estas intentando que te despida?
Clint se rio. Simon sonrió. Se sentía bien volver a bromear con su mejor
amigo. Con demasiada frecuencia su interacción era rígida y formal, hablando
sobre el trabajo o discutiendo sobre el estilo de vida de Simon. Tener a su amigo
de vuelta le quitaba un gran peso de encima. Y tal vez había algo de razón en lo
que Clint venía diciéndole todo este tiempo. Tal vez necesitaba dejar de ahogar
su pena en sexo con mujeres que nunca volvería a ver o que no estaban
disponibles para una relación seria. Podría realmente tomar responsabilidad por
su propia vida.
—Tal vez podrías venir a cenar en casa mañana —ofreció Clint—. Belle y
los niños estarían encantados de verte.
—¿No temes que seduzca a Belle?
Clint puso los ojos en blanco. —Los celos no me lucen bien.
—Bueno, ya veremos. Si no es mañana, algún día esta semana —Simon
volvió a su escritorio—. Solo hay un par de cosas más que debo hacer, y subiré a
prepararme.
Clint asintió y se fue, y Simon volvió a su computadora. Una notificación
de un nuevo correo apareció en la esquina de la pantalla. Al abrirlo, vio que se
trataba de los archivos que había solicitado para Lana. Los archivos acerca del
donante anónimo que era el padre de sus hijas. Miró el reloj. Había tiempo para
darles un vistazo rápido.
Abrió el archivo de documentos de papel escaneados en formato PDF. Al
principio todo parecía bastante estándar, hasta que llegó a la firma. Cuando sus
ojos se posaron sobre ella, quedó paralizado. Era su firma. Parpadeando, amplió
el documento. Sí, esa era definitivamente su firma. Volvió a mirar la
información. Era él. Era totalmente él.
Había donado al banco de esperma cuando estaba en la universidad, para
pagar las cuentas. Continuó haciéndolo hasta que pagó todos sus préstamos
estudiantiles, hace cinco años. Sus manos comenzaron a temblar y le sudaban las
palmas.
Siempre supo que existía la posibilidad de que tuviera hijos por ahí. Pero
saber con certeza que sí tenía dos hijas, gemelas de tres años, y el conocer a su
madre… la cabeza le dio vueltas. Su estómago se contrajo, y desenchufó la
computadora. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho cuando salió huyendo
del hospital, ignorando todos los saludos que recibió en el trayecto. Conducir su
auto le ayudó a distraer su mente, pero cuando casi atraviesa un semáforo en
rojo, se dio cuenta de que no estaba en el mejor estado mental para conducir.
Su teléfono comenzó a sonar. Simon respiró profundo, encontró un lugar
para detenerse, y contestó. Era Clint, que sonaba irritado y preocupado a partes
iguales.
—Simon, ¿dónde estás? La señorita Flores ya está siendo preparada para
la cirugía. Alguien te vio salir corriendo del hospital. ¿Qué sucede?
¿Cómo podría decirle a Clint lo que sucedía, después de la conversación
que tuvieron? Se le enfriaron las manos. Tenía hijos con una mujer con la que se
había acostado. Era siempre tan cuidadoso de no embarazar a sus amantes, pero
Lana tuvo hijos suyos.
Antes de conocernos, intentó decirse a sí mismo, pero eso no ayudó. Tenía
que decirle algo a Clint, sin embargo…
—Cancela la cirugía —dijo con la voz ronca—. Sucedió algo inesperado.
—¿Estás bien?
Simon casi ríe ante la pregunta, pero eso solo atraería más preguntas aún.
Inhaló profundamente, tratando de calmarse, e hizo un esfuerzo por que su voz
sonara estable. —Sí, estoy bien. —Tendría que contárselo a Clint en algún
momento, pero no ahora—. Hablaremos después. Tomándonos unos tragos.
Vodka puro. Esa era la única cosa que podía en realidad emborrachar a un
cambiaformas.
Cuando colgó, recostó su cabeza sobre el volante, preguntándose qué
hacer. ¿Querría Lana saber quién era su donante anónimo? ¿O solo quería saber
su información médica? Ahora que él sabía que tenían hijos juntos, ¿se atrevería
a seguir siendo su médico? ¿O debería dejar que alguien más se ocupara del
caso? Habían avanzado ya tanto, como para que ella tuviera que comenzar de
nuevo… tal vez podría conseguir que alguien más realizara la cirugía y retomar
él su cuidado… ¿o estaría ahora demasiado involucrado emocionalmente?
Katie había querido hijos.
Simon también, pero había pensado que era demasiado pronto.
Necesitaban tener mayor estabilidad económica. Él tenía que terminar la escuela
de medicina. No era el momento apropiado. Acababan de casarse. Si hubiera
sabido que en dos años la perdería a causa del cáncer… tal vez hubiera cambiado
de opinión. Tal vez hubiera accedido a tener hijos porque Katie los deseaba
tanto. O tal vez no lo habría hecho. Las hormonas del embarazo habrían
empeorado el cáncer.
Y ahora tenía hijos. Dos, de hecho; hijas de una hermosa mujer a quien le
doblaba la edad. No había pensado antes en la diferencia entre sus edades, ya
que había sido cosa de una sola vez, y luego ella era su paciente. Pero era tan
joven. ¿Cómo se le había ocurrido?
Y, sin embargo, había algo allí. La idea de ser parte de las vidas de sus
hijas; acercarse más a su madre. Su corazón se enterneció, y una calidez lo
invadió al pensar en dormir con Lana en sus brazos cada noche. No andar más de
mujer en mujer, manteniéndolas siempre a distancia.
Pero ¿acaso querría ella eso?
Un fuerte suspiro resonó en su garganta cuando encendió de nuevo el
auto. Había que lidiar con la situación, pero la decisión no era solo suya.
Regresó al hospital, con un nudo en el estómago. Cuando llegó, fue directamente
a la habitación de Lana.

Capítulo Nueve – Lana

La cirugía fue cancelada. Estaba ya en camino hacia el quirófano, y Kari
se había ido a casa, cuando recibió la noticia. Cuando la estaban sacando del
ascensor en su silla de ruedas (porque, por alguna razón, no dejaban que
caminara, aunque aún no tenía razón para estar débil), Clint apareció de la nada
y le dijo que la cirugía había sido cancelada. La enviaron de vuelta a su
habitación y esperó por respuestas que no terminaban de darle.
¿Había sucedido algo? ¿Se había presentado una emergencia, algo que
requería del quirófano, equipo y personal que habría estado dedicado a su
intervención? ¿Dónde estaba Simon para explicarle por qué no podían operarla
ahora? ¿Había tenido un accidente? No había escuchado nada sobre una
reprogramación de la cirugía; solo que de pronto fue simplemente cancelada.
¿Le había sucedido algo a él?
Lana se esforzó por mantenerse calmada. Tenía que haber una explicación
lógica. Alguien vendría pronto a decirle qué estaba sucediendo. Caminó por la
habitación, intentando llamar a Kari cada cinco minutos para decirle qué había
pasado, pero ella no contestó.
—Estoy bien —dijo en el mensaje de voz después de lo que parecía un
centenar de intentos—. Es solo que la cirugía fue pospuesta. Pero estoy segura
de que todo está bien. Solo quería que supieras.
Colgó. No le sorprendía el que Kari no respondiera, por lo general no
tenía el celular siempre con ella y probablemente había llevado a las niñas al
parque o algo así. Saberlo, sin embargo, no ayudaba a Lana a sentirse mejor. No
cuando se encontraba tan sola, con este enorme signo de interrogación colgando
sobre ella. Se estrujó las manos, luchando contra los impulsos alternantes de
llorar y de correr hacia las enfermeras a exigir que le dijeran qué estaba
sucediendo.
Casi media hora después, alguien llamó a la puerta. Lana la abrió, y tras
ver que era Simon, las preguntas murieron en su garganta al notar cuán seria era
su expresión. Retrocedió, segura de que venía a darle noticias terribles.
Tal vez el cáncer estaba más avanzado de lo que pensaban. Quizá la
cirugía no ayudaría.
—¿Puedo pasar? —preguntó él con voz suave.
Las palabras la ahogaban, así que Lana solo asintió, muda. Se retorció las
manos mientras él entraba y cerraba la puerta.
—Lana, yo…
Su corazón golpeaba en su pecho como un martillo, y un sabor amargo
inundó su boca. —¿Qué sucede?
Simon suspiró y pasó una mano entre su cabello salpimentado. Parecía
desgarrado por algo, una expresión que no estaba acostumbrada a ver en él.
Normalmente era tan decidido y calmado. Rara vez dejaba ver algo que indicara
que su imperturbable actitud pudiera ser alterada. Y, sin embargo, era evidente
que algo lo estaba agitando. Desde su pelo erizado hasta los temblores
intermitentes que recorrían sus manos, todo sobre él gritaba que algo lo había
sacudido.
—Dime qué está sucediendo —le exigió, su voz aguda por el miedo—.
¿Qué pasó?
—Descubrí quién es el padre de tus hijas.
A Lana le tomó un momento absorber completamente lo que él estaba
diciendo. No hubo ningún accidente horrible. Ningún resultado inesperado en
sus últimos exámenes. Una ira inesperada tomó el lugar de su temor. Sus manos
se cerraron en puños apretados a sus costados y sacudió la cabeza.
—Yo no quiero saber eso. Es completamente irrelevante.
—Lana…
—¿Por qué cancelaste mi cirugía por eso?
Él vaciló.
—No es importante quién sea su padre. Todo lo que yo quería era una
historia médica para saber a qué estar atenta con mis niñas. No quiero saber
quién es. —Apoyó los puños sobre sus caderas y su boca se redujo a una delgada
línea blanca—. Esto es algo que definitivamente no ameritaba cancelar mi
operación.
—Entiendo que estés molesta…
—¿Molesta? ¡Estaba completamente aterrada! ¡Pensaba que algo terrible
había sucedido! Pensé que el cáncer había empeorado, o que tú te habías
lastimado. He estado aquí preocupándome a morir por… ¿qué?, ¿información
que ni siquiera deseo conocer?
Simon se frotó las sienes. Fue eso más que nada lo que hizo que Lana
callara de pronto. Quería seguir reclamándole que la hubiera asustado de esa
forma, pero podía ver que eso no ayudaría, así que se echó el cabello sobre el
hombro y frunció el ceño.
—¿Y bien? —preguntó impaciente.
—Ya no puedo ser tu cirujano —dijo Simon, su voz tan serena como
siempre a pesar del temblor en sus manos—. Yo soy el donante. Soy el padre de
tus hijas.
—¿Qué?
Lana dejó caer los brazos a sus costados. Colgaron allí, mientras sus ojos
se abrían grandes. Por un momento estuvo tentada a echarse a reír. Era tan
absurdo… Simon, ¿el padre de sus hijas? Sería una coincidencia demasiado
grande. Él solo buscaba distraerla de la cancelación de su cirugía. Tenía que ser
eso. De ninguna forma él podría ser el donante anónimo.
Y, sin embargo, detallándolo más, Lana podía ver cómo podría ser cierto.
Las gemelas tenían el cabello rubio como ella, pero sus ojos… el mismo color
chocolate de los ojos que la estaban mirando ahora. La forma de la nariz de Evie
era igual a la de Simon. Las orejas de Elaine. Las bocas de ambas se arqueaban
como la de él. Había similitudes. Pero eso tenía que ser una coincidencia,
¿verdad?
Su respiración se aceleró a medida que lo miraba. Él le devolvió la
mirada, su expresión algo entre la incertidumbre y el pavor. Quizás él era su
padre, pero eso no quería decir nada. Él escogió permanecer anónimo por una
razón. Las niñas eran suyas, no de él.
—Respira —le dijo Simon, acercándose.
Comenzaba a sentirse mareada y siguió con algo de dificultad sus
indicaciones de respirar profundo. Todavía se sentía aturdida, así que se sentó en
la cama, la cabeza dándole vueltas.
—Me enteré justo antes de la hora de la cirugía —dijo él—. Quedé tan
impactado… pero puedes entender por qué no puedo ser ya tu cirujano, ¿verdad?
¡Mira mis manos!
Las levantó, revelando su continuo temblor.
—¿Qué te está pasando?
Simon suspiró. —Por algo a los médicos no se les permite operar a sus
seres queridos.
Queridos. Lana sacudió la cabeza. —No, entiendo. No puedes… no
puedes seguir siendo mi doctor.
Ella no quería un hombre en su vida, no de la manera en que Kari la
seguía presionando para que tuviera.
Kari.
Lana gimió. La situación ya era lo suficientemente complicada, y había
apenas logrado convencer a su hermana de que nada estaba sucediendo entre ella
y Simon cuando eran solo médico y paciente. Añadirle ahora el hecho de que él
era el padre de las mellizas… Kari nunca creería nada de eso. Si Lana no tuviera
la información de primera mano, ella no lo hubiera creído.
—Te buscaré otro cirujano —continuó Simon—. Conozco a varios que
son muy buenos. Me aseguraré de que alguno te acepte como paciente.
—Gracias —susurró ella—. Y mientras tanto… ¿qué?
Simon tragó, luciendo aún más nervioso, si eso era posible. —Bueno…
Ahí es donde las cosas se ponen un poco delicadas. Tu cirugía no tardará mucho
en ser reprogramada. Pero una vez que ya no sea tu médico, quisiera conocerte
mejor… especialmente considerando nuestra nueva relación.
Las palabras hicieron que Lana se tensara. Esto estaba ocurriendo tan
rápido. —¿Qué quieres decir con relación?
—Me refiero a que compartimos hijos.
No, eran sus hijas. De ella. Él no tenía derecho sobre ellas. ¿Y qué pasaría
si él decidía, como tantos otros, que por ser ella soltera no podría darles a sus
niñas la atención que necesitaban? Como estaba enferma, ¿significaba que no era
apta para ser madre? Lógicamente, sabía que él no lo haría, pero los temores
seguían ahí.
—Sé que es repentino y extraño —continuó él—. Pero quiero ser parte de
sus vidas. Quiero ser parte de tu vida.
Una parte de ella quería rechazarlo de inmediato, pero mantuvo la boca
cerrada. No estaba diciendo nada amenazador, y ella necesitaba poder pensar
sobre esto. Necesitaba que él se fuera para poder pensarlo bien.
—Entiendo si quieres ir lento, pero…
—No —susurró.
Simon la ignoró. —Son también mis hijas, y creo que sería buena idea que
comenzara a pasar tiempo con ellas. Tal vez podríamos llegar a un arreglo en el
que estén conmigo los fines de semana o algo…
—No.
Él vaciló y se detuvo, mirándola, y asintió de nuevo. —Claro. Por
supuesto. Entonces quizás actividades en familia. Los cuatro juntos. Picnics, o…
—No —dijo Lana, ahora con más firmeza—.
—Lana…
—No. —Sacudió su cabeza, enterrando los dedos en la cama bajo ella—.
No, no te necesito. Las niñas no te necesitan. Estamos muy bien sin que venga
un hombre a alterarlo todo. Ya es suficiente con que esté enferma. El que te
inmiscuyeras solo traería más cambios. Fuiste anónimo, eso significa que no
tienes derecho a ellas.
—Lana, no estoy tratando de sugerir que te quitaría a las niñas. Nunca
haría eso.
Pero todo parecía estarse derrumbando sobre Lana, y ya no podía
encontrarle sentido a sus pensamientos. El miedo antes de la cirugía, y el miedo
al enterarse de su cancelación ya la habían sumido en un estado de agitación, y
esto era demasiado. Presionó las manos sobre sus sienes, sintiéndose pequeña y
como una niña mientras negaba con la cabeza. Quería alguien en quién apoyarse,
sí, pero no alguien que viniera a cambiar irreparablemente su vida. Era
demasiado, y casi empezó a llorar, cuando Simon intentó acercarse.
—¡No me toques! —gritó—. ¿Lo sabías? ¿Fue por eso que dormiste
conmigo en esa fiesta?, ¿por eso me aceptaste como paciente?
Simon no respondió.
—Todo este tiempo, solo las querías a ellas, ¿no es cierto? —gritó Lana,
muy consciente de que sus acusaciones eran estúpidas al extremo pero incapaz
de no desahogarse atacándolo. Se sentía como una niña con una rabieta, con
todas las emociones colmando su cuerpo. Quería detenerse, pero no sabía cómo
más liberarlas—. Solo me viste como una yegua de cría, alguien que ya había
tenido a tus hijos y ahora querías más, ¿no es cierto? ¿Estoy embarazada? ¿Es
esa la razón por la que detuviste la cirugía?, ¿porque sería peligroso para el
bebé?
—Lana, para. Sé que estás molesta, pero ¿por qué ibas a estar
embarazada?
Ella se abrazó el abdomen. —No usaste condón. Esa noche que me
llevaste al hotel, no te pusiste un preservativo. Iba a decirte que te pusieras uno,
pero entonces ya estabas dentro de mí y no quise que parara.
Simon sacudió la cabeza. —No estás embarazada. Yo no estaba intentando
engañarte, Lana. De verdad no lo sabía. De haberlo sabido, nunca hubiera
permitido que todo esto llegara tan lejos.
Lana inhaló profundamente, intentando calmarse. Lo que él decía tenía
sentido. Era lógico. Tenía que dejar de ser irracional y aceptar lo que él le decía.
Respiró de nuevo.
—Sé que esto es un shock —continuó Simon—. Lo fue también para mí,
saber que soy padre.
No debió decir eso. Lana se endureció. —No. Tú no eres un padre.
Por un momento un destello de dolor cruzó su rostro, pero pronto suavizó
su expresión. —Está bien. Deberías llamar a tu hermana. Ve a casa con tus hijas.
Sé que esto es mucho que procesar.
Lana abrió la boca, queriendo decir algo, pero las palabras se atascaron en
su garganta cuando él salió de la habitación. Se desplomó en la cama y comenzó
a sollozar.

Capítulo Diez – Simon

Tres días después

Simon tomó un sorbo del vodka puro en su vaso, deseando que pudiera
emborracharlo más rápido. El metabolismo de cambiaformas hacía difícil ahogar
sus penas en alcohol, incluso con los de alto grado. Se apoyó sobre la barra,
intentando enfocar su mente en cualquier otra cosa menos en Lana.
La rabia y el miedo en su rostro cuando le dijo que él era el donante
anónimo, el padre de sus hijas, volvió a su mente y sus hombros se tensaron de
pronto. Él no había estado esperando ninguna reacción específica, pero eso fue
algo que no se esperaba. Estaba tan molesta con él por decírselo. Y el temor…
¿por qué tenía miedo? Lo único que se le ocurría era que ella temía que él
intentaría quitarle las niñas. Pero él nunca haría eso. Si tan solo hubiera podido
dejarle eso claro…
Vació su vaso, resopló y le hizo un gesto al barman para que le trajera
otro. Debió haber esperado hasta después de la cirugía para revisar esos
documentos. No era como si fuera urgente que él supiera quién era la persona.
Así al menos el tumor estaría fuera del cuerpo de Lana y sería solo su
recuperación la que tendría que confiarle a otro médico.
Además de que, de no haber estado tan estresada, ella no habría dicho las
cosas que dijo.
Simon suspiró con la mirada fija en el transparente líquido. Lo cierto era
que la echaba de menos. Terriblemente. Cada día desde que se había visto
obligado a remitirla a otro médico, revisaba su lista de pacientes buscando su
nombre antes de recordar lo que había pasado. Extrañaba su radiante sonrisa y
carácter dulce. Varias veces estuvo a punto de llamarla, queriendo solo escuchar
su voz, pero colgó antes de marcar el último dígito. Era demasiado pronto. Ella
necesitaba espacio para pensar bien cómo se sentía antes de que él intentara
volver a hablarle de esto. Idealmente, ella lo llamaría. No sabía cuánto tiempo
más podría esperar.
El doctor levantó la mirada cuando una mujer ocupó el asiento junto al
suyo. Por un segundo, su corazón dio un salto. Tenía piel de alabastro y cabello
rubio que caía sobre sus hombros. Cuando ella se dio vuelta para sonreírle se
percató de que había estado mirándola fijamente. Ocultó su decepción
devolviéndole la sonrisa.
Se parecía un poco a Lana. Cabello rubio, piel clara. Edad y contextura
parecidas. Pero no era Lana. Bonita, no obstante. Grandes ojos azules, labios
llenos y besables. Ella pidió un trago y apoyó su codo sobre la barra, mientras le
recorría el cuerpo con la mirada. Él conocía muy bien esa mirada y se alegró de
llevar puesto un atuendo elegante sport. Estaban en un bar bastante afluente, y a
decir por el traje de pantalón que ella lucía, no buscaba cualquier cosa.
—Hola —dijo ella—. Me llamo Rachel.
—Simon —respondió, enfocándose en la curva de sus labios—. Doctor
Simon Wolfe.
A ella se le iluminó la mirada. —¿Un doctor?
Simon asintió. La sonrisa le vino fácil a los labios, pero la emoción de la
cacería que normalmente sentía cuando conocía a una mujer interesada,
simplemente no estaba ahí. Tal vez era porque se parecía tanto a Lana, pero
incluso cuando su mirada se posó en el escote expuesto y ella descansó la mano
sobre su muslo, no sintió nada por ella. Se apartó y bebió otro trago, arrugando
la frente.
—¿Algo está mal, doc?
—Solo el estrés del trabajo. —Volvió a mirarla y forzó otra sonrisa.
Lana no quería tener nada que ver con él. Aun cuando ella había hablado
desde el temor y la rabia, no había nada entre ellos. Tuvieron una aventura de
una noche. Él había estado demasiado concentrado en el trabajo. Ese era de
seguro el problema. Terminó su trago y arrojó unos billetes sobre la barra.
—Oh, lo siento.
Simon dejó que su mirada la recorriera. Era muy bonita. —Solo necesito
desestresarme un poco.
La mujer dejó escapar una risita. —¿Qué tenías en mente?
—Hay un hotel al final de la calle. Una botella de vino, una mujer
hermosa. Solo que todavía no decido a quién elegir.
Ella rio de nuevo. —¿Qué tal ella?
Simon miro a la mujer a quien estaba señalando. —Ella vino con un
novio. Un tipo grande, de aspecto atemorizante.
Rachel señaló a otra mujer.
—Demasiado bajita.
—¿Y ella?
—Una morena. Me gustan las morenas, pero más bien pensaba en una
rubia.
Ella se rio de nuevo, y le señaló con la mirada su pezón endurecido, que se
veía bajo la delgada tela de su camisa. ¿Tenía puesto siquiera un sujetador? —¿Y
ella qué tal?
Simon se concentró en su cuerpo. Delgada, pero justo con la cantidad
correcta de curvas. Buscando pasar un buen rato. Sin anillo, ni el aroma de un
hombre sobre ella. Sacó su billetera de nuevo y pagó también por su trago, antes
de ofrecerle su brazo a la mujer. Ella se enganchó a él enseguida. Durante el
trayecto hacia el hotel, ella era toda risitas y coqueteo. Él le siguió el juego, al
menos su boca y su cuerpo, porque su mente estaba en otra parte.
Cuando llegaron al hotel, la empujó contra la pared y la besó con fuerza.
Ella respondió arrancándole inmediatamente los botones de su camisa,
devolviéndole los besos con pasión. Sus manos se movieron automáticamente a
sus senos, amasando la suave carne. Al cerrar los ojos, recordó estar con Lana,
en su cuarto de hotel. El leve sonido de sus gemidos, su cuerpo exuberante
contra el suyo.
Por primera vez, su cuerpo respondió. El calor se arremolinó en su centro,
templando, endureciendo. Apretó a la mujer contra la pared, respondiendo a sus
gemidos con los suyos. Recordó a Lana sentada en el suelo en medio del enorme
desastre, llorando, mirándolo como si estuviera completamente perdida y él
pudiera mostrarle el camino. Recordó el tiempo que compartieron en la Casa
cultural, riendo y jugando con las niñas, y cómo Evie le había dicho que deseaba
que Lana tuviera un esposo, y a Elaine diciendo que un día vendría un príncipe a
casarse con ella.
Él no era un príncipe. Pero si era su padre.
—¿Qué pasa? —preguntó la mujer, las manos sobre su abdomen y una
expresión desconcertada—.
Simon suspiró y retrocedió. —Creo… creo que estoy enamorado.
Ella entornó los ojos.
—Fue genial conocerte —dijo Simon a medida que se distanciaba y
arreglaba de nuevo su apariencia—. Siéntete libre de usar la habitación, ya está
pagada.
Ella quedó perpleja cuando él abrió la puerta y se apresuró por el pasillo,
pero él se sentía liviano como una pluma. Una sonrisa invadió su rostro. Tres
días de abatimiento fueron suficientes. Más que suficientes, de hecho. Sí, todo
había sido inesperado y era extraño pensar que tenía dos pequeñas hijas. Pero
eso no significaba que debía simplemente desaparecer. Necesitaba asegurarse de
que Lana entendiera lo que él quería, y lo que había querido decir cuando le dijo
que quería conocerla mejor.
Por el momento, el romance debía descartarse. Por mucho que él quisiera
romance, solo complicaría las cosas. Necesitaba poder llegar a conocerla como
amigos. Si las cosas se desarrollaban más a partir de allí, él estaría encantado.
Pero si no era así, igualmente debía estar a su lado mientras atravesaba todo esto.
Necesitaba ser un padre para sus hijas. Lana necesitaba un amigo, y él sería ese
amigo.
Llegó a la casa de Lana en corto tiempo. Kari abrió la puerta mirándolo
con ojos entrecerrados. Así que Lana le había dicho. No importaba. Intentó
mostrar contrición cuando la saludó.
—¿Está Lana en casa?
—No —dijo Kari—. Y ella no quiere…
—Está bien. —Lana salió de detrás de la puerta. No lo miró a los ojos,
pero salió de la casa y cerró la puerta tras ella. Tenía los brazos cruzados sobre
su estómago, lo que la hacía verse más vulnerable—. ¿Qué es lo que quieres?
—Quiero hablar contigo, por favor.
Lana miró hacia la ventana, donde todavía se veía la silueta de Kari. Con
un suspiro, señaló hacia la acera. Comenzaron a caminar y Simon se preguntó
cómo podría decir lo que vino a decir. Tan solo estar así, cerca de ella, lo hizo
pensar que su intención de “ser amigos” era demasiado optimista. Quería
enterrar el rostro en su cabello e inhalar su aroma, llevarla a la cama y…
—¿De qué querías hablar?
Con dificultad, Simon se trajo de vuelta al momento. Metió las manos en
los bolsillos y consideró la situación. —Primero, quería aclarar algunas cosas.
Me disculpo si estoy siendo presuntuoso, pero solo quería asegurarme de que
sepas que no tengo ninguna intención de quitarte a tus niñas. No estoy buscando
ninguna batalla por custodia ni nada por el estilo. Eres una madre grandiosa y sé
que las amas.
Ella tensó los hombros, y luego los relajó. —Sí me había preguntado si…
Sé que no estabas diciendo eso. Es solo que, todo estaba sucediendo a la vez y
estaba asustada.
Simon asintió. —Lo sé. Lo siento. No debí haber visto esos documentos
hasta después de la cirugía.
—Tengo otra programada dentro de dos semanas. Mientras no ocurra
nada.
Dos semanas. No era mucho tiempo. Dejó escapar un tembloroso suspiro
de alivio. —Me alegra. Estarás bien.
Lana lo miró de nuevo. Sus ojos verdes se veían desalentados, inciertos.
Su corazón se hundió un poco, pero trató de permanecer optimista. Estaba
caminando con él, después de todo. Hablando con él. Eso contaba como algo.
—Yo, este… —respiró profundo—. Quiero ser parte de sus vidas. Quiero
ser parte de tu vida.
—Simon…
—Sé que todo esto es muy confuso y atemorizante, pero solo escúchame.
No tiene que ser algo romántico. De hecho, sería mejor que intentáramos
mantenernos alejados de ese tipo de sentimientos. Pero no he dejado de pensar
en ti. Quiero ser tu amigo, aunque no fuera posible nada más.
Una expresión de dolor cruzo el rostro de Lana, y se abrazó más fuerte.
Estuvo callada por un largo tiempo. Tan largo, que las manos de Simon
comenzaron a sudar. Estaba intentando pensar en una forma gentil de rechazarlo.
—Lana. —La sujetó del codo, haciéndola detenerse—. Por favor. No
tengo que ser su padre. Podrías decirles que soy solo un amigo. Te ayudaré con
sus gastos. Lo que tú quieras. Solo déjame ser parte de sus vidas.
—No necesito ayuda económica. Soy rica. Y soy buena con el dinero, así
que no se va a ir a ningún lado. Escucho lo que dices, Simon, pero no
funcionaría. ¿Puedes decir honestamente que estarías satisfecho siendo solo un
amigo? No un padre, no… nada más. ¿En nuestras vidas, pero siempre al
margen?
Simon abrió la boca para decir que sí, pero la mentira se le atascó en la
garganta.
Lana dejó caer los hombros. —Eso pensaba.
—No tenemos que tener una relación romántica.
—Eso fue lo que dijimos cuando eras mi médico, y mira lo bien que salió
eso.
—No hicimos nada…
—Nada sexual, pero cruzamos los límites. Sabes que es así.
Simon suspiró, pero asintió.
—No puedo sacarte de mi mente, y cada vez que te veo, es como si…
como si estuviera viendo al sol por primera vez. Pero en algo sí tienes razón. Es
mejor que nos mantengamos alejados de ese tipo de sentimientos —dijo, con los
brazos firmemente abrazando su cintura, y lágrimas comenzando a inundar sus
ojos—. No puedo hacer esto. Entre el cáncer y cuidar de mis niñas, no tengo la
fuerza. Lo siento. No puede haber nada entre nosotros.
Simon permaneció donde estaba, mientras ella se dio la vuelta y se alejó
caminando. Sentía como si le hubieran dado una puñalada en el corazón.
Finalmente había aprendido cómo seguir adelante después de Katie… ¿Cómo se
suponía que superara a Lana?

Capítulo Once – Lana

—Pero Mami, ¡yo quiero regresar! —lloriqueó Evie—.
Lana pasó sus dedos entre el cabello rubio de su hija. —Lo sé. Pero
tenemos que irnos a casa.
Habían ido al salón cultural esa mañana para participar en una actividad
de manualidades específicamente dirigida a niños cambiaformas y sus padres
humanos. Había sido muy divertida, pero después de media hora, Lana había
comenzado a sentirse mal. Media hora más tarde, tenía un terrible dolor de
cabeza y sus extremidades se sentían pesadas, así que tuvo que llamar a las niñas
e irse a casa. En varias oportunidades temió que tendría que orillarse y vomitar,
pero afortunadamente logró mantenerse estable. Las niñas, por su parte, habían
estado quejándose ruidosamente desde que habían salido del lugar.
—Pero no terminé mi arte con macarrones —se quejó Elaine—. Y no
vimos a Simon.
Lana tensó los hombros. Parte de ella había tenido la esperanza de que
Simon estuviera en la Casa de la Cultura por alguna otra razón. Verlo habría
ayudado… tuvo que aplastar esa idea rápidamente. Al parecer, las niñas también
estaban acostumbradas a verlo ahí, porque habían comenzado a preguntar
cuándo llegaría él desde el momento en que llegaron.
¿Era en realidad justo que ella los mantuviera separados? Aunque ellas no
supieran que Simon era su padre, él era ya parte de sus vidas. Más de lo que ella
se había dado cuenta, aparentemente, dado que estuvieron lloriqueando que lo
necesitaban allí durante los primeros cinco minutos de las manualidades.
Probablemente se lo encontrarían de nuevo. Simon iría a la Casa de la
Cultura, y ella no iba a mantener a las niñas separadas de la cultura
cambiaformas. Tal vez podría llegar a algún tipo de acuerdo con Simon para que
él pasara tiempo con ellas durante las actividades del salón cultural. Sería algo
bueno para todos, ¿cierto?
—¡Quiero regresar! —dijo Evie, pataleando.
—Mami no se siente bien —les dijo Lana—. ¿Por qué no buscan a Peter?
Tal vez él quiera hacer arte de macarrones aquí en casa.
Las mellizas se tomaron de la mano y salieron corriendo. Lana se hundió
en una silla, exhausta pero agradecida de que no hubieran seguido forzando la
discusión. Lo último que necesitaba ahora mismo era tener que lidiar con su
testarudez.
Dos semanas. Dos semanas enteras antes de que pudieran operarla.
Descansó el rostro entre sus manos. ¿Por qué tenía que salir todo así?
Lo odiaba. Todo. Odiaba tener todavía este tumor dentro de ella. Odiaba
que seguía convenciéndose de que tenía que alejar a Simon, mantener una
distancia entre ellos. Odiaba que quería llamarlo, caer entre sus brazos. Odiaba
lo cansada que estaba, lo agotada que estaba de tener que mantener una cara
valiente y no dejar que nadie viera lo aterrada que estaba.
Cuando la diagnosticaron, se había dicho a sí misma que todo estaría bien
porque estaba siendo proactiva y cortando el problema de raíz. Estaba haciendo
lo que fuera necesario para poder mejorar. En el momento sintió que lo tenía
todo bajo control. Era aterrador, sí, pero estaba haciendo todo lo que podía.
Estaba haciendo que su cirujano le extrajera el tumor; estaba asegurándose de
que las cosas no empeoraran.
Ahora todo estaba cayéndose a pedazos. No sabía cómo detenerlo; no
sabía cómo comenzar a retomar el control de su vida.
Kari entró a la habitación y Lana se enderezó, dejando salir un profundo
suspiro. Todo iba a funcionar. Solo necesitaba mantenerse a flote, así no pudiera
nadar. La cirugía tendría lugar. Podría resolver cualquier otra cosa en su vida,
después.
—Hola —la saludó Kari, con una sonrisa apretada—. Me contaron las
niñas que el Dr. Wolfe no estuvo hoy en el salón cultural.
Lana se levantó y se quitó la chaqueta. —No esperaba que estuviera. Pero
ellas quedaron decepcionadas.
Kari la observó por un momento. —Y, ¿qué les dirás la próxima vez que
vayan y él sí esté allí?
Lana se encogió de hombros como respuesta.
—Mira, tomaste la decisión correcta cuando lo rechazaste. No necesitas a
un hombre como ese en tu vida.
Lana no pudo evitar resoplar. —¿Un hombre como ese? ¿Qué quieres
decir con eso?
—Quiero decir, un hombre que se iría de una fiesta con una chica de la
mitad de su edad, y…
—Yo fui esa chica que dejó una fiesta con un hombre que me doblaba la
edad.
Kari frunció el ceño. —Tú no andas acostándote por ahí. Por lo que me
contaste sobre la conversación que le oíste tener con su enfermero, él sí.
—¿Y?
—Y, estoy diciendo que tomaste la decisión correcta.
Lana se encorvó. Esta era una más de las razones por las que sentía que
todo estaba fuera de su control. En el pasado, podía hablar con Kari de casi
cualquier cosa. Su hermana mayor era un poco más emocional de lo que ella era,
pero podía expresar sus propios sentimientos y lidiar con sus frustraciones. Pero
Kari había decidido que no le gustaba Simon. Eso significaba que era difícil
hablarle sobre él sin que su hermana inmediatamente se lanzara al ataque.
—¿Dónde están las niñas?
—Las dejé con Peter en el cuarto de lectura —respondió Kari—. Les dije
que haríamos arte con macarrones en media hora. No te preocupes, estoy
tomando el tiempo.
—Bien. —Evie no dejaría que los otros dos salieran del cuarto hasta que
sonara el temporizador. Toda una defensora de las reglas, era Evie—. Necesito
hablar contigo.
Kari se sentó. —Claro, linda.
—Sé que no te agrada Simon y sigues repitiendo que tomé la decisión
correcta cuando le dije que no había espacio para él en mi vida. Pero si tomé la
mejor decisión, ¿por qué me siento tan terrible? Es como si estuviera saltando de
un avión, y corté las cuerdas de mi propio paracaídas.
—No estás saltando al vacío —dijo Kari con firmeza—. Robert y yo
estamos aquí para ti, y contamos con todos nuestros amigos. Tienes una red en
qué caer. No necesitas aferrarte a las cuerdas que… —Se interrumpió y sacudió
la cabeza—. No lo necesitas a él.
—Tal vez no, pero lo quiero. —Quería su fuerza, su calma, sus brazos
rodeándola—. ¿Y si cometí un error?
—No lo hiciste. Son las hormonas.
—Las hormonas —repitió Lana.
—Sí. Esta situación es aterradora, así que tus hormonas están todas
alteradas. El Dr. Wolfe te dio confianza y estabilidad como tu médico. Eso es lo
que ansías ahora mismo. No lo quieres a él, quieres lo que él te puede dar. Una
vez que las cosas se hayan calmado, verás que tengo razón.
Lana guardó silencio, sin estar segura de si pensaba como su hermana o
no. Quizás sí eran solo las hormonas. Respiró, algo temblorosamente. Sí
anhelaba el contacto físico tanto como el apoyo emocional. Pensar en el cuerpo
de Simon sobre el suyo, y sus tobillos enlazados detrás de sus caderas mientras
él hundía la boca en su cuello hacían a su núcleo contraerse. Cerró los ojos por
un momento, permitiéndose disfrutar la fantasía. Imaginar la mano de él entre
sus cuerpos mientras la poseía como un animal casi la hace gemir.
—Después de tu cirugía, deberías comenzar a salir en serio —dijo Kari,
interrumpiendo sus ensueños.
Lana regresó al presente con dificultad. —¿Salir en serio?
—Si, salir de verdad. Salir en múltiples citas, hacer actividades con algún
chico. No solo una cena o película para después decir que no hubo chispa.
Bueno, ese era un argumento familiar. Lana no pudo evitar sonreír. —Tal
vez.
—Hará que dejes de pensar en él. —Kari hizo una mueca y resopló—. Y
alguien debería decirle que las flores no van a funcionar.
Lana se enderezó. —¿Flores?, ¿qué flores?
—Están en la cocina, pero…
Lana salió disparada antes de que Kari pudiera terminar la frase, con el
corazón en la garganta y una extraña sensación de hormigueo en las manos. Su
corazón batía fuerte, por más que intentara calmarse. Era ridículo que
reaccionara así por flores.
Cuando llegó a la cocina, vio un hermoso ramo de rosas, rosas amarillas.
Rosas de amistad. Se detuvo ante a ellas y tocó los pétalos aterciopelados. Eran
más fragantes que las flores que comúnmente veía en la tienda. El color amarillo
brillante hacía que la cocina luciera más acogedora. Junto a ellas había una
tarjeta en un sobre sellado, con su nombre escrito adelante. Lo estaba abriendo
cuando Kari entró detrás de ella a la cocina.
Querida Lana, comenzaba la tarjeta.
Tan solo quería disculparme de nuevo por mis recientes acciones. No debí
haber asumido que tú me querrías en tu vida. Entiendo tu aprensión, y te
aseguro que no tengo intenciones de presionar más el asunto. Esperaba que
pudiéramos ser amigos, pero tienes razón. No creo que eso sería suficiente para
mí.
Se mordió el labio. No era suficiente para ella tampoco. ¿Por qué tenía
que latir tan rápido su corazón, y sus mejillas encenderse así?
Si me necesitas para lo que sea, ahí estaré. Si no, mantendré mi distancia.
Con respeto, Simon.
Soltó la tarjeta y miró las flores de nuevo, suspirando profundamente. —
Son hermosas.
—Son un soborno.
—Son una disculpa. Toma. —Lana le entregó la tarjeta.
—Lana…
—Subiré a acostarme. Tengo un horrible dolor de cabeza.
Kari la miró con algo de sospecha, pero no hizo más comentarios. Lana se
fue lentamente hacia su cuarto, preguntándose qué hacer ahora. No podía
simplemente llamar a Simon, ¿o sí? No, no después de la forma egoísta en que lo
había estado tratando. En su habitación, se desvistió y se puso una camisola
antes de meterse a la cama. Su dolor de cabeza aún le golpeaba las sienes, pero
por más que trató de despejar su mente, la sonrisa de Simon seguía flotando en
ella.
Con un pequeño suspiro, agarró el teléfono y marcó su número.
—¿Lana? —contestó con voz ligera y esperanzada.
—Hola. —Se mordió el labio—. Gracias por las flores. Son realmente
hermosas.
—De nada. Por poco no las envío. No quiero presionar.
Lana se hundió en el colchón, con los ojos llenándose de lágrimas. En
serio, ¿por qué tenía que empezar a llorar ahora? —No lo haces. Estás siento
muy dulce. Demasiado, quizás. Lamento haber reaccionado como lo hice. No
debí haberme puesto tan a la defensiva. Tú no hiciste nada malo, y yo solo me
dejé llevar por el miedo.
—Está bien.
—No, no lo está. Respiró hondo y su voz tembló. —Estoy asustada.
Corrijo. Estoy aterrada. Sobre las relaciones, sobre ti, sobre esta cirugía. Estoy
tan asustada. —Contuvo de nuevo el aliento mientras él se quedó callado—. Sé
que he dicho que te alejes. Pensé que las cosas serían más fáciles si no tenía que
pensar sobre lo que era nuestra relación o lo que significaba para mí. Pero sigo
estando asustada.
—Está bien. —La voz de Simon era dulce y reconfortante—. Tienes todo
el derecho de estar asustada. Esta es una cirugía atemorizante, pero vas a estar
bien.
Dos lágrimas escaparon de sus ojos. —¿Entrarás conmigo?
—Sí. —No hubo vacilación en su respuesta—. Ahí estaré. Lo prometo.

Capítulo Doce – Simon

Dos semanas después

Simon acarició con su pulgar el dorso de la mano de Lana mientras ella
dormía. Se veía muy pálida en la cama estéril del hospital. La cirugía había
concluido y ahora estaba durmiendo profundamente. Se había despertado
brevemente cuando salió de la sedación y preguntó por él, pero volvió a
dormirse en cuanto sujetó su mano. A partir de entonces, solo la había dejado
para ir a la sala de espera a decirle a Kari y al resto de la familia que Lana estaba
bien y que les dejaría saber cuando pudieran pasar a verla.
Las enfermeras intentaron decirle que no debería estar con ella y que
necesitaba descanso, pero su frecuencia cardíaca se había elevado cuando
trataron de sacarlo de la habitación, y volvió a bajar cuando lo tuvo cerca de
nuevo. Finalmente, las enfermeras le permitieron quedarse a regañadientes,
cuando les mostró sus credenciales médicas.
Lana se movió y Simon se sentó derecho en su silla. Le apretó un poco
más la mano. Un bostezo estiró sus mandíbulas y volvió a lucir plácida. Una
sonrisa cruzó su rostro cuando sus párpados se abrieron. Al verlo, sus ojos, aún
brumosos por los analgésicos, se iluminaron.
—Hola —dijo con voz ronca.
—Hola, tú. —Le sonrió—. ¿Necesitas agua?
Ella asintió con la cabeza, y él sostuvo un vaso frente a ella para que
pudiera sorber un poco con una pajilla. Ella le sonrió y le apretó la mano. —
¿Evie y Elaine?
—Kari y Robert las llevaron al parque al otro lado de la calle. Les enviaré
un mensaje de que ya estás despierta.
—Gracias. —Bostezó de nuevo—. ¿Me ayudas a sentarme?
Simon ajustó la cama, le envió rápidamente un mensaje de texto a Kari y
sujetó de nuevo la mano de Lana. Aunque recibió el reporte de su cirujano, había
tenido que contenerse para no revisar él mismo su historial. Todavía le parecía
pálida y débil, pero le estaba volviendo un poco de color a la cara y sus ojos se
estaban aclarando. No pudo evitar sonreírle.
—Estás sonriendo. Eso es bueno.
—Pues, la cirugía fue un éxito; fácil y sencilla; entrar y salir. Sentirás un
poco de dolor en tu seno, pero, con el tejido cambiaformas implantado, deberías
sanar en una semana. Tal vez menos.
—Bien. —Su mano libre subió lentamente hacia el seno que habían
intervenido. Sus dedos recorrieron ligeramente los vendajes bajo su bata de
hospital, e hizo una pequeña mueca—. Dime honestamente… ¿está más
pequeño?
Simon sacudió la cabeza. —Honestamente, con esta ropa, no hay manera
de saberlo. Pero no pasa nada si lo está, ¿sabes? Si de verdad te preocupa,
siempre puedes buscar un cirujano plástico para que haga algo al respecto. Pero
es natural tener senos de diferentes tamaños.
Lana se rio y negó con la cabeza. —No, en realidad no me importa.
Supongo que tal vez estuve preocupada por eso, pero ahora mismo solo siento…
alivio. Temía que tuvieran que quitármelo completo. Pero ahora… ni siquiera sé
si quiero deshacerme de la cicatriz, ¿sabes? Tal vez sean las drogas… pero a los
tipos les gustan las cicatrices de batalla, ¿verdad?
Dejó escapar una risita, y luego una mueca de dolor cuando el movimiento
la sacudió. Simon le despejó el cabello del rostro.
—Eres hermosa como sea.
Una sonrisa cruzó sus labios, y luego se arqueó hacia abajo. Tiró de las
puntas de su cabello, mirándolo por un largo momento. —Me lo voy a rapar.
—¿Qué?
—Haré que me lo afeiten y hagan con él una peluca. Lo decidí justo antes
de que me durmieran. —Lana respiró honda y temblorosamente—. Cuando
comience la quimio, lo perderé de todas formas. La verdad, estoy más
preocupada por mi cabello que por mis pechos. Esos los puedes reconstruir
fácilmente, pero las pelucas siempre se ven falsas.
Simon no pudo evitarlo. Se inclinó hacia adelante y la besó en la mejilla.
—Te volverá a crecer.
Se movió hacia su boca, rozándola ligeramente con la suya. Ella cerró los
ojos por un segundo, pero en lugar de inclinarse hacia él como esperaba,
retrocedió y negó con la cabeza. Parecía sentirse miserable al hacerlo, pero sus
ojos siguieron firmes.
Él abrió la boca para disculparse, pero ella lo interrumpió. —¿por qué
decidiste ser cirujano?
—Por el dinero más que nada —respondió Simon con ironía—. También
había escuchado que a los cirujanos les iba bien con las mujeres. Pero no por lo
que estás pensando… Para ese entonces tendría unos dieciséis y estaba intentado
impresionar a Katie, con quien más adelante me casé. Ella es también la razón
por la que decidí especializarme en la investigación oncológica.
Lana ladeó la cabeza, los ojos muy abiertos. En todo el tiempo que habían
compartido, él nunca se había abierto tanto con ella, así que no era de extrañar
que le sorprendiera. Simon se tomó un momento para ordenar sus pensamientos
y luego movió su silla un poco más cerca. Para cuando lo hizo, el pulgar de
Lana, conscientemente o no, estaba acariciando el dorso de su mano.
—Katie era humana. Murió de cáncer.
Los ojos de Lana se abrieron más.
—Supe desde que era muy joven que ella era la indicada para mí. Pensaba
que la única. Cuando murió, sentí como si me hubieran desgarrado en dos. No
había alegría alguna en nada, y no podía ver ninguna razón por la que tuviera
que seguir adelante sin ella.
Lana le apretó más la mano. —¿Todavía es así como te sientes?
—No. —Negó con la cabeza—. Pero sí lo fue por algunos meses. Hasta
que un día estaba atendiendo a un paciente y entró en paro cardíaco. Lo reviví.
Fue ahí cuando tomé consciencia de que era un médico. Tenía una vida por
delante, para hacer una diferencia real en las vidas de otras personas. Así que
decidí enfocarme en la investigación del cáncer, para luchar contra la
enfermedad que me arrebató a mi amor.
—Simon… no tenía idea.
Él le sonrió dulcemente. —No te lo había dicho. La verdad es que no he
superado su pérdida. O, mejor dicho, no me he permitido superar su pérdida. Se
fue hace ya tanto tiempo, pero en realidad no he logrado dejarla ir. Y no estaba
dispuesto a pasar por algo así nunca más, así que comencé a saltar de cama en
cama. Me acostaba con cualquier mujer que mostrara interés en mí. Lo usaba
como excusa para mantenerlas a todas a cierta distancia.
Su voz sonaba cargada de desprecio hacia sí mismo, y sacudió la cabeza.
Esto era algo que no quería contarle a Lana. No quería ver el juicio en sus ojos.
Pero tenía que ser honesto con ella si iban a tener cualquier tipo de relación, sin
importar cual fuera esa relación.
—He hecho cosas terribles —admitió—. Matrimonios destruidos,
corazones rotos. A veces me odio.
—Entiendo —dijo Lana suavemente. Se mordió en labio entre los dientes
—. Entonces, ¿qué harás al respecto?
—¿Hacer?
—Sí. ¿Qué harás ahora? —dijo encogiéndose de hombros—.
Simon arrugó la frente, pensando. ¿Qué podía hacer al respecto? Dejar de
andar acostándose por ahí, para empezar, pero eso no anularía sus acciones del
pasado. Abrió la boca para preguntarle qué pensaba ella que debía hacer, pero
antes de que pudiera, la puerta se abrió de golpe. Las mellizas entraron
corriendo, deteniéndose en seco al pie de la cama de Lana. Evie se mordió el
labio y Elaine lo miró a él.
—¿Por qué sigues aquí? Esta no es la Casa de la Cultura.
Simon no pudo más que reír. —Tu Mami quiso que me quedara.
Acto seguido entró Kari, y la expresión de su rostro se endureció al verlo.
Simon le sonrió cortésmente, sin moverse para salir a pesar de saber que Kari
preferiría que se fuera. Elaine intentó treparse a la cama de Lana, pero Evie se lo
impidió, tirando de ella hacia atrás con expresión extraña. Su nariz se crispó. Sin
duda estaba detectando el olor de todos los medicamentos que habían inyectado
a su madre.
—Está bien, te puedes sentar en la cama —dijo Simon.
—Sí —dijo Kari con rigidez—. O puedes sentarte en la silla, ya que
Simon estaba por irse.
Lana suspiró. —Kari…
Simon sacudió la cabeza. —Tiene razón. Debería irme. Necesitas
descansar, y tener demasiados visitantes te agotaría mucho.
No quería dejarla y, por la expresión de ella, tampoco quería que se fuera,
pero era lo mejor. La hostilidad que emanaba de Kari no sería buena para nadie,
y ciertamente no contribuiría a la recuperación de Lana. Se puso de pie y se
estiró, luego se despidió y regresó a su oficina.
Clint era el único trabajando, archivando expedientes. Miró a Simon con
expectativa cuando cruzó la puerta.
—¿No hay otro lugar donde pudieras estar?
—Pues, como tú no tienes una vida, me imaginé que vendrías directo para
acá del hospital. ¿Cómo está Lana?
Simon sonrió agradecido. —Se encuentra bien. No hubo complicaciones y
estaba despierta y alerta cuando me vine. Lo manejó bien, si me preguntas; muy
bien. Con suerte, el tejido cambiaformas será tan beneficioso para ella como lo
ha sido para nuestros otros pacientes. Dio a luz a cambiaformas, así que podría
incluso asimilar el tejido con más facilidad. No lo sé. Es territorio desconocido.
Clint asintió, luego se levantó y desperezó. —Y, ¿ahora qué? ¿Van a
comenzar a verse y a salir? ¿O regresarán a llevar vidas separadas y a pasarte
días lamentándote y fingiendo no estar lamentándote y extrañándola?
—No lo sé. No hablamos sobre eso.
Consideró la conversación que habían tenido. ¿Qué vas a hacer al
respecto? Tenía la sensación de que, si iban a tener una relación, algo tenía que
cambiar. Algo grande. No necesariamente para que Lana lo aceptara en su vida,
sino para él aceptar ser parte de la de ella. Necesitaba probarse a sí mismo que
era lo suficientemente bueno para ella.
—Creo… creo que es tiempo de hacer cambios —dijo lentamente—. Va a
ser difícil… pero es hora. Supongo que debería comenzar por llamar a todas las
mujeres que tengo en la lista de contactos para encuentros casuales, y decirles
que ya no las seguiré viendo…
Clint levantó una ceja, luciendo sorprendido. —¿Y las mujeres casadas?
Hizo una mueca. —La misma cosa. Solo que, con ellas, supongo que
tendré que sugerirles que hablen con sus maridos, ¿no? Eso no será divertido.
Clint le dio una palmada en la espalda. —No. No lo será. Pero tengo fe en
ti. Si alguien puede transformar su vida, eres tú.
Simon le sonrió brevemente antes de entrar a su oficina y cerrar la puerta.
Se preparó para llamar a la primera mujer. Tenía que hacerse. Si quería tener la
oportunidad de un futuro, debía saldar las cuentas de su pasado.

Capítulo Trece – Lana

Kari dejó escapar otro suspiro de infelicidad mientras Lana empacaba una
ensalada de papas en la canasta de picnic. Quería decirle a su hermana que
dejara de ser tan dramática y que simplemente dijera lo que estaba pensando,
pero sabía que eso no pasaría. Kari no era el tipo de persona que le diría a
alguien francamente que pensaba que estaba siendo estúpida. Solo dejaba que
sus acciones lo dijeran por ella. Otro suspiro, y Lana se mordió la lengua para no
decir una palabrota. Honestamente.
—Deja de preocuparte —le dijo, en lugar de lo que en realidad quería
decirle. Le dedicó una sonrisa a Kari para mostrar que estaba bien—. Fui yo
quien sugirió que hiciéramos este picnic con las niñas y Simon. No tienes que
pararte ahí suspirando como si él me hubiera engatusado o algo.
—No estoy segura de que no lo haya hecho.
Lana sofocó una nueva punzada de irritación. —Kari, en un par de días
comenzaré la quimioterapia. Solo quiero tener un día en el que no tenga que
pensar para nada en eso.
—¿Y ver a un doctor va a ser de ayuda?
Lana le lanzó una mirada.
Kari levantó las manos en señal de rendición. —De acuerdo, de acuerdo.
Como quieras. Pero creo que esto es un error. No fue hace mucho tiempo que no
querías tener nada que ver con él, y ahora vas a salir en una cita y a incluir a tus
hijas, además.
—No es una cita —le recordó Lana—. Es un picnic.
Sintió un pequeño tirón en el pecho cuando levantó una jarra de jugo de
naranja. Hizo una mueca. Con el tejido cambiaformas, estaba sanando más
rápido de lo esperado, aunque todavía sentía alguna que otra puntada. Había una
gran cicatriz roja donde habían hecho el corte para sacarle el tumor, pero Lana la
veía más como un símbolo de victoria. La operación fue un éxito y no hubo
ninguna complicación. Se pasó la mano por el corto cabello, había hecho que se
lo cortaran y fabricaran con él una peluca, justo como quería.
—Un picnic es una cita —dijo Kari.
—Este no. Quiero que mis hijas conozcan a su padre.
Kari entrecerró los ojos. —Más como que tú quieres conocer a su padre.
En el sentido bíblico.
A Lana se le encendieron las mejillas, tiñendo de rojo su blanca piel. —
¡Kari!
—Es la verdad, ¿no?
Lana se volvió hacia ella y puso las manos sobre las caderas. Ya había
soportado suficiente de la desaprobación pasivo-agresiva de su hermana. Ya
había tomado su decisión y se apegaría a ella sin importar cuánto tratara Kari de
convencerla de lo contrario. Su hermana solo se sentía así por cómo había
reaccionado Lana cuando se enteró de que Simon era el padre de las niñas. Algo
de lo que estaba muy arrepentida. Lo había hecho todo mal, y ahora no le
faltaban razones para lamentarlo. Al menos Simon le había perdonado sus
comentarios crueles.
—Sí, quiero conocerlo mejor, pero no en el sentido bíblico. Ya me acosté
con él. Creo que lo conozco bastante bien en ese sentido. —Lana respiró
profundo, intentando permanecer calmada—. Es el padre de mis hijas, y aun
cuando no necesito a un hombre, eso no significa que no quiera uno. Las niñas
ya lo quieren y merecen la oportunidad de llegar a conocer a su padre y su
herencia.
Kari abrió la boca.
—Y en cuanto a mí —continuó Lana sin dejarla hablar—, sí, está bien,
todavía guardo algunos sentimientos por él. Pero ha estado a mi lado a cada paso
de este proceso, y continuará estándolo. Quiero conocerlo mejor como persona.
Quiero saber qué lo hace reír y qué lo hace llorar. No ha sido más que bueno y
gentil conmigo. Ya decidimos que no tendremos sexo de nuevo hasta que
hayamos estado saliendo por lo menos tres meses.
Kari se atragantó. Comenzó a toser, con los ojos muy abiertos.
—Lana sonrió burlonamente por un momento antes de sacudir la cabeza.
—Pero en serio, este es asunto mío. Sé que te preocupas por mí, pero está
todo bajo control.
—Es solo que me preocupa. ¿Sexo? ¡Es que él es tan viejo!
—Ya tuvimos sexo.
—Pero eso fue cosa de una sola vez.
Lana contuvo el impulso de poner los ojos en blanco. —¿Y qué hay del
tipo con el que salías antes de conocer a Robert? ¿Cómo se llamaba… Vincent?
Él tenía por lo menos el doble de tu edad.
—Y por si no lo recuerdas, Mamá y Papá no lo aprobaban y terminé con
él, conocí a Robert, y estamos viviendo felices para siempre.
—Nunca me había sentido así por un hombre. Nunca.
Kari se encogió de hombros. —Hormonas.
—Tal vez en parte. —Lana continuó empacando la canasta—. Pero con
Simon es diferente. Él y yo simplemente hacemos clic, en más de una forma.
Realmente me gusta, Kari, y no veo mi vida sin él. Quizá eso cambiará cuando
pase todo el susto del cáncer, pero lo dudo. De todas maneras, nos estamos
tomando las cosas con calma. Esto es más que nada para que las niñas puedan
llegar a conocer a su padre. No quiero excluirlo de sus vidas.
Kari no pareció impresionada. Pero antes de que pudiera hacer algún
comentario más, Simon entró a la cocina, con Evie colgando de una de sus
piernas, Elaine de su espalda. Saludó con un gesto a Kari antes de enfocar su
atención en Lana.
—Ya instalé en el auto las sillas para las niñas. ¿Qué debo hacer aquí
adentro?
Lana terminó de guardar la comida en la canasta. —Está todo listo.
Podemos irnos.
—Asegúrate de regresar a tiempo para esa cosa —dijo Kari
inmediatamente—. No querrías perdértela.
Lana volvió a contener el impulso de poner los ojos en blanco. Le dio un
abrazo a su hermana y se volvió para ver a Simon levantando la canasta. Hubiera
protestado, pero él no la dejaba levantar nada mientras estuviera con ella, aunque
estuviera sanando. No le venía nada mal, ya que todavía sentía algunos tirones
dolorosos en los músculos.
Salieron al auto de Simon, un sedán espacioso, que a las niñas les
encantaba, y pusieron todo en su lugar. Cuando estuvieron listos, arrancaron.
Lana suspiró feliz, relajándose en el asiento del pasajero. El sol brillaba en un
cielo azul a medida que atravesaban la ciudad para ir a su picnic. Sería bueno
poder escapar del ruido y de las multitudes por algunas horas. Su vecindario era
bastante tranquilo, pero eso solo significaba que los vecinos estaban siempre
buscando algo de qué hablar. Eso implicaba meter las narices en cualquier
asunto ajeno que se les atravesara.
—¿Has tenido algo de dolor? —preguntó Simon mientras conducía—.
¿Drenaje? ¿Inflamación?
Lana arrugó la nariz. —Lo estás haciendo de nuevo.
—¿Haciendo qué?
—Interrogándome acerca de mi recuperación. Te diré lo que te dije ayer:
ningún dolor tan terrible que haya tenido que tomarme algo. Nada de drenaje,
nada de inflamación. Estoy bien.
Simon rio suavemente y le dio una mirada tímida. —Disculpa. A veces me
cuesta salir del “modo doctor”. Es solo que me preocupo.
Lana asintió. Era comprensible. Era un médico, y había perdido a alguien
que amaba por causa del cáncer. Al igual que ella. Miró por el espejo retrovisor
y se relajó un poco más al ver a las niñas jugando tranquilamente con sus
juguetes. No estaban prestando ninguna atención a la conversación.
—Entonces, hablemos de otra cosa —dijo ella—.
—Pues… a tu hermana no le agrado.
—No, tienes razón. Al menos no todavía. —Lana negó con la cabeza—.
Ella piensa que eres el lobo feroz y yo solo una ingenua y vulnerable niña. Solo
está siendo sobreprotectora. A veces se pone así. Cuanto más tiempo pasemos
juntos, más se dará cuenta de que no te estás aprovechando de mí. Tal vez hasta
te haga un jabón especial.
—¿Jabón?
—Hace jabones.
—Oh.
—Ya cambiará —le aseguró Lana—. Solo tenemos que seguir, y esperar.
Simon asintió, con los ojos en el camino. —Claro. Porque esto no se trata
solo de ti y de mí. Es para que pueda conocer más a las niñas. Para que puedas
decidir si les vas a decir.
—¿Decirnos qué? —preguntó Evie desde el asiento trasero—. ¿Qué eres
nuestro Papi?
Tanto Lana como Simon saltaron en sus asientos. Ella se giró y se quedó
viendo a su hija. —¿Quién te dijo eso?
—Peter. Él escuchó a la tía Kari y al tío Robert hablando de eso —
respondió Evie como si nada—.
—Oh. —Lana sacudió la cabeza—. Al parecer tenemos que cuidar más lo
que decimos.
Evie sonrió burlonamente. —¡Sip! Porque soy la más inteligente. ¿A
dónde vamos? Tengo que hacer pis.

***
Tan pronto como llegaron al parque, y se acomodaron cerca de un gran
lago brillante con pequeñas olas formándose por una suave brisa, las niñas
comenzaron a correr por ahí en círculos. Gritaban y ululaban. Lana reconoció las
señales. Apenas logró quitarles la ropa antes de que se transformaran y salieran
disparadas, con Lana sacudiendo la cabeza y gritándoles que no se acercaran
mucho al agua. Había traído cambios de ropa, por si acaso, pero
afortunadamente no habían destruido las que tenían puestas con sus travesuras.
—¿Hay algo en la canasta que se deba comer ahora mismo? —le preguntó
Simon—.
Ella negó con la cabeza.
—Bien.
Llevó la canasta hasta una mesa de picnic y luego trotó hacia el baño
mientras Lana descendía por la pequeña colina hasta el lago, donde estaban las
niñas correteando justo al borde del agua. Evie corrió hacia ella y saltó sobre sus
rodillas, dando pequeños ladridos en su característico tono. Las patas de Elaine
estaban mojadas.
—Manténganse fuera del agua —les recordó a las dos—. Elaine,
escúchame. No te metas al agua.
Elaine estaba parada justo en el borde de las olas, moviendo la cola.
Cuando las olas venían, saltaba hacia atrás, para luego correr de nuevo hacia
adelante. Agarró un trozo de madera flotante y lo arrastró por la playa. Evie saltó
tras ella y agarró el otro lado del palo. Comenzaron un tira y afloja, gruñéndose
en juego mientras daban vueltas por la playa.
Un ladrido profundo desde la mesa de picnic la hizo voltear. Se llevó la
mano al pecho, los ojos abiertos de par en par. Su primer instinto fue gritar, pero
lo contuvo rápidamente. Nunca había visto a Simon en su forma de Lobo. Era
magnífico. Dos veces más grande que cualquier perro que hubiera visto. Su
pelaje era moteado negro y marrón, y la forma en que se erguía, con su pecho
hacia afuera y la cabeza en alto, lo hacía lucir aún más poderoso.
Miró a Lana y le hizo un guiño. Ella se lo retornó riendo.
Las niñas corrieron por la playa hacia él, ladrando y llamando. Cuando se
acercaron, él golpeó el suelo con sus patas y corrió en círculos. Ellas lo
persiguieron, las colitas moviéndose tan rápido que parecía que vibraran. Lana
se rio mientras volvía a la mesa y se sentó a observarlos. Cuando Simon agarró
un pequeño tronco, las niñas mordieron juntas el otro extremo y tiraron con
fuerza. Él dejó que sus pies se deslizaran hacia adelante, como si lo estuvieran
arrastrando, y Lana volvió a reírse.
Era bueno ver a las mellizas tan felices, disfrutando de la presencia de su
padre. Cualquier aprensión que hubiera sentido por todo el asunto, se
desvaneció. Era algo bueno. Era lo correcto. Sus niñas merecían tener a su padre
en sus vidas y Simon también merecía tener a sus hijas. Comenzó a sacar la
comida de la canasta.
Todavía no quería lanzarse de cabeza en esta nueva situación, pero eso no
significaba que no la quisiera. Simon y ella tendrían que sentarse y tener una
conversación seria. Una sonrisa cruzó sus labios. Y después de la conversación,
quizás podrían romper su regla de cero-sexo… sólo una vez.

Capítulo Catorce – Simon

Cuatro meses después

Simon tarareó mientras terminaba de ingresar los datos de su último
paciente, con una gran sonrisa en su rostro. La quimioterapia de Lana finalmente
había concluido, más rápido de lo que hubiera sido normalmente, gracias a los
buenos resultados que habían obtenido con el implante de tejido cambiaformas
en la pared de su pecho. Todo señalaba un cuerpo sano.
Su cabello estaba creciéndole de nuevo, apenas lo suficiente para
cepillarlo, pero le quedaba bien. Al final, solo usó la peluca un par de veces.
Lucía y se sentía mucho mejor. No era frecuente que Simon se sintiera tan
desenfadadamente optimista acerca de la recuperación de un paciente. Tal vez se
debía a que no era técnicamente su médico.
Se puso la chaqueta y salió del consultorio. Clint estaba cerrando los
gabinetes y apagando las computadoras. La relación entre ellos había mejorado
drásticamente durante los últimos meses, en parte porque Clint tuvo que
ayudarlo a escudarse ante algunas mujeres iracundas y sus maridos cuando
Simon dejó de andar tonteando por ahí. Había vuelto a ser como cuando eran
jóvenes.
—Te ves feliz —comentó su amigo—.
—Lo soy. No recuerdo la última vez que fui así de feliz. —En realidad, sí
lo recordaba. Fue antes de que Katie se enfermara. Se detuvo por un momento. A
Katie le habría gustado Lana. Estaba seguro de ello. Ella hubiera aprobado su
elección—. Tenías razón. Estaba ahogando mi pena acostándome por ahí; no me
había permitido procesar mi dolor. Al menos no conscientemente. Pero creo que
estoy listo.
—¿Listo para qué?
Simon sonrió. —Algo permanente. Clint, estoy enamorado.
Si había estado esperando gritos de “aleluya” y que Clint sonriera de oreja
a oreja, lo que recibió fue una decepción. Su amigo pareció más bien alarmarse,
con los ojos muy abiertos y el cuerpo rígido. Simon esperó, entristecido por esta
reacción. Después de todo lo que había dicho Clint, de que necesitaba seguir
adelante y serle fiel a una mujer, estaba actuando como si Simon hubiera
declarado que iba a cerrar la práctica y a mudarse a California para perseguir una
carrera como surfista.
—“Enamorado” —repitió Clint—. Está bien… por favor no me digas que
se trata de Lana Flores.
—Ella no es mi paciente.
—Simon…
Levantó la mano. —Solo escúchame, ¿sí?
Clint arrugó la nariz, pero asintió.
—Lana es fuerte. Determinada. Puede ser sumisa a veces, pero cuando las
cosas realmente importan, se mantiene firme. Siempre pone el bien de sus hijas
por encima del suyo. Es valiente e inteligente. —Simon sonrió—. Hace que me
sienta feliz de estar vivo nuevamente. Puedo hablar con ella, y ella sabe lo que
quiere en la vida. Me inspira; me hace querer ser una mejor persona.
—¿Y el hecho de que ya casi tienes cincuenta y ella aún está en sus
veintes? —Clint entrecerró los ojos—. Tienes que sentir alguna reserva en
cuanto a eso.
Simon se lamió los labios, vacilando. —Sí. —Admitió finalmente—.
Tengo algunas reservas. Es mucho más joven que yo. Me preocupaba que no
tuviera la experiencia suficiente. Pero tiene hijas —mis hijas— y ha vivido
tragedias. Ha tenido romances. Nos hemos contado todo. Ella sabe de mis…
indiscreciones.
—¿Le contaste? —Clint parecía impresionado—. ¿Acerca de todo?
—Sobre cada mujer. Al menos las que logro recordar. Ella me contó sobre
los hombres que ha tenido, también. Hubo más de los que pensarías.
Clint suspiró. —Está bien. De acuerdo, así que ya han pensado bien esto.
Atraerán muchas miradas, eso sí.
—Ya lo hacemos.
—¿Y cómo se siente ella? ¿También te ama?
Simon tensó un poco los hombros. Cuando estaban solos, ella no podía
quitarle las manos de encima. Él pensaba que lo amaba, pero ella nunca había
dicho las palabras. —No hemos discutido nuestros sentimientos el uno por el
otro. Aún no. Planeo decírselo esta noche. ha pasado suficiente tiempo después
de la cirugía, como para que esté mejor preparada emocionalmente para lo que
sea que vendrá.
—¿Y qué pasará si no te ama?
—Entonces retrocederé. Regresaré a ser solo un amigo, y nos
aseguraremos de que cualquier tiempo que pasemos juntos sea con las niñas,
como grupo.
Clint lo observó por un momento antes de sacudir la cabeza. Contuvo
claramente un suspiro, y puso una mano sobre la espalda de Simon. —Espero
que funcione. De veras.
—Yo también. Y lo hará. No importa lo que pase, funcionará.
***
Lana lucía un vestido azul medianoche que combinaba bien con su cabello
rubio y deslumbrantes ojos. Le sonrió, mordiéndose el labio, cuando él le ofreció
una silla. El pronunciado escote en V de su vestido le ofreció todo un panorama,
y no pudo evitar mirarlo con anhelo. La cicatriz roja de su cirugía se asomaba
por el borde, y él quería besarla.
—Te ves hermosa —le dijo, moviendo la mirada de nuevo a su cara.
Tenía una sonrisita de complicidad en el rostro, y él no pudo evitar
devolverle la sonrisa. ¿Se había puesto ese vestido a propósito para hacer que
tuviera estos pensamientos?
—Gracias —dijo ella mientras miraba a su alrededor—. Este es un lindo
lugar.
La iluminación era tenue. Cada mesa estaba separada por cortinas
translúcidas, y música suave sonaba de fondo. Simon no había planeado un lugar
tan romántico, pero le había pedido a Lana salir en esta… ¿cita?, ¿reunión?... a
última hora. Era el único lugar que todavía aceptaba reservaciones, que no fuera
algún restaurant barato de comida rápida. Definitivamente no sería ese el
ambiente que buscaba. Mejor romántico que barato.
—Y, ¿de qué querías hablar? —preguntó ella, levantando una ceja—.
Simon sonrió nervioso. Extendió el brazo sobre la mesa y la tomó de la
mano. —Bueno, hemos hablado de muchas cosas. ¿Hay algo más de lo quisieras
que hablemos?
—¿Hay algo que tú quieras decir?
Simon asintió.
—Yo quizás tenga algo que… —Se estremeció y se encogió de hombros
—. Tú primero.
—Está bien. —Mariposas revoloteaban en su estómago—. Bueno,
supongo que he estado solo, y solitario, por un largo tiempo. Desde que Katie
murió. Estos últimos meses han sido… maravillosos. He vuelto a recordar lo que
significa tener personas cercanas. Tú, las niñas, incluso Clint. Estoy viviendo de
nuevo, en lugar de solo existir. Y eso es porque he visto lo fuerte que has sido.
Tu determinación por estar ahí para Evie y Elaine.
Ella se inclinó hacia adelante, mordiéndose el labio. Sus ojos brillaban, y
le apretó la mano. El anillo que llevaba puesto en su dedo medio destelló. Había
sido de su madre, y Simon se distrajo por un momento, pensando en que los ojos
de Lana eran del mismo color.
—Lo que estoy tratando de decir es que eres importante para mí —
continuó—. Yo…yo quiero que siempre estés en mi vida. Mientras más te
conozco…
Un grito lo interrumpió. Los dos se volvieron hacia las puertas de entrada
del restaurante. Simon se levantó de pronto, con un gruñido en la garganta,
cuando media docena de individuos con máscaras negras irrumpieron en el lugar.
Agitaron armas en el aire y les gritaron a todos que se agacharan. La anfitriona
chilló y uno de ellos la agarró y la arrojó al suelo. Un disparo. Simon dio un paso
adelante, pensando que la mujer había sido herida, pero cayó un montón de yeso
del techo.
Lana lo sujetó del brazo. Respiraba con jadeos entrecortados. La rodeó
con su brazo, queriendo reconfortarla mientras se acercaban los asaltantes. Todos
los clientes y empleados se arrojaron al suelo. La parte lógica del cerebro de
Simon lo hizo agacharse también, aunque su Lobo gruñía agitado, luchando por
salir. La reacción lo sorprendió. No era un hombre violento.
—Teléfonos, carteras, billeteras y joyas —dijo uno de los hombres, yendo
de mesa en mesa—. Entréguenlos.
Simon sacó su teléfono y billetera del bolsillo, cuando otro de ellos se les
acercó. Se los entregó sin queja. Lana gimoteó junto a él. La volvió a abrazar
protectoramente, controlándose para no gruñirles a los hombres. Lo mejor que
podía hacer ahora era mantenerse callado y esperar que nadie saliera lastimado.
Estaba asegurado.
El hombre le puso el arma en la cara a Lana. —El anillo.
El anillo de su madre. Simon se quedó viendo el arma apuntada al rostro
de su compañera, y el gruñido que había estado conteniendo, estalló
Actuó sin pensar. Empujó el arma lejos de Lana, y se abalanzó desde su
posición en el piso. Su ropa se desgarró cuando su Lobo saltó adelante. Mordió
el brazo del asaltante y Lana gritó. Los otros se volvieron hacia él. El hombre al
que tenía sujeto gritó, y él apretó más las fauces. Sonó un crujido y el arma cayó
al suelo. Disparos resonaron; un dolor punzante atravesó la pata trasera de
Simon.
Soltó al hombre con un aullido, lo volvió a morder y lo sacudió. El
hombre emitió un terrible chillido de dolor. Simon lo arrojó sobre otro de los
ladrones y se abalanzó de nuevo. Más disparos. Más dolor. Se tambaleó.
Se escuchó un grito detrás de él. Saltó sobre uno de los pistoleros justo
antes de que los clientes salieran a la carga. Se oyeron más disparos, y ahora los
clientes atacaban a los ladrones. Contraatacaban con cuchillos, sillas, con lo que
fuera que pudieran. Los asaltantes gritaron. Simon le partió el brazo al que tenía
más cerca y saltó por encima de las cabezas de los demás comensales para
derribar a un tercero. El arma de éste salió volando y la atrapó otro cliente. Los
otros ladrones intentaron huir, pero Simon rápidamente ayudó a bloquearles la
salida y a someterlos también.
Sonaban sirenas afuera cuando Simon regresó a donde estaba Lana. La
tocó con su nariz, gimiendo, y ella lo abrazó. Su Lobo se retiró, y él la envolvió
en sus brazos, revisando su cuerpo para asegurarse de que estaba bien. Cuando
vio la sangre que manchaba su vestido, su corazón casi se detuvo. Desgarró la
tela, buscando la herida.
—¿Qué haces? —lloró ella—.
—¡Te dispararon!
Lana sacudió la cabeza. —No, fue a ti.
Miró hacia abajo para verse. La sangre escapaba por varios agujeros en su
costado. —Oh.
Su cabeza comenzó a dar vueltas. Adrenalina recorría su sistema, y
presionó las manos sobre sus heridas. Lana tenía los ojos desorbitados, el rostro
pálido. Le temblaban las manos a medida que arrancaba tela de la falda de su
vestido para intentar contener la sangre de sus heridas. Simon miró alrededor,
para ver si le habían disparado a alguien más. Parecía que no. La policía estaba
entrando al lugar. Simon se dejó recostar en el suelo.
—No te preocupes —le dijo, acariciándole el rostro—. Voy a sanar. Soy
un cambiaformas; estaré bien.
—No debiste hacer eso. ¡Hubieran podido matarte!
—Querían llevarse el anillo de tu madre.
Lana sacudió la cabeza. —No vale más que tu vida, lobo tonto. ¿De
verdad crees que me importaría más un anillo que tú?
—No podía permitir que se lo llevaran. Te amo, Lana.
Sus ojos se abrieron aún más.

Capítulo Quince – Lana

Tras llevarlo al hospital, donde le removieron las balas, Lana llevó a
Simon a su casa, y telefoneó a Kari para decirle lo que había ocurrido. Su
hermana estaba horrorizada, pero ella la tranquilizó y le dijo que se quedaría esa
noche con Simon, en caso de que hubiera alguna complicación. El médico que lo
atendió le había asegurado que ya estaba sanando con rapidez, pero eso no alivió
su preocupación. Cuando él se durmió, Lana finalmente se permitió pensar en lo
que le había dicho.
Te amo.
Había pasado mucho tiempo desde que alguien le dijera eso. Desde antes
de que nacieran las gemelas. Nunca en una situación como esta.
No estaba segura de qué se suponía que debía hacer ahora. Simon la
amaba. Su corazón latió más rápido y una calidez se esparció por sus
extremidades cuando pensó en ello, pero no se atrevió a encarar sus
sentimientos. Recordó la advertencia de Kari. Habían estado sucediendo muchas
cosas, muchas emociones con qué lidiar. ¿Y si esto no era el tipo de amor
permanente, sino algo nacido del miedo y de una necesidad de estabilidad?
Lana se alejó de donde Simon dormía profundamente, con lágrimas
rodando por sus mejillas. Quería decirle que también lo amaba. Más que casi
cualquier cosa.
Tomó aire por su congestionada nariz y Simon se dio la vuelta. Tratando
de no hacer ruido, salió de la habitación. Se sirvió un poco de jugo de manzana
en la cocina, y presionó el frío vaso sobre su frente.
—Hola. —Su voz ronca la hizo dar un brinco. Él bostezó al entrar a la
cocina, aunque su expresión cambió rápidamente a preocupación. Cruzó el
espacio entre ellos y tomó su mano entre las suyas—. ¿Qué sucede?
—Tú me amas.
Simon arrugó la frente. —¿Y eso es algo malo?
Lana negó con la cabeza. —Es solo que…
—Oh. —Una mirada de comprensión cambió su expresión y la soltó—.
Tú no me amas a mí. Está bien, yo no…
—¡No! —Sacudió fuerte la cabeza, odiando que el pensara eso—. No es
eso, para nada. Sí te amo. Te amo, Simon Wolfe. Ese es el problema.
La confusión empeoró, y lágrimas comenzaron a fluir por su rostro. No
sabía cómo verbalizar lo que estaba sintiendo. No quería lastimarlo. No quería
resultar lastimada. Pero él valía el riesgo. Quería darse la oportunidad, con él,
pero tenía que pensar en las niñas. Si Simon y ella decidían intentarlo y no
funcionaba, ¿cómo quedarían? Dejó el jugo sobre la mesa y se cubrió el rostro
con las manos, tratando de navegar el mar confuso de sus emociones.
Simón la envolvió entre sus brazos, la besó en la frente, y la llevó al sofá.
Siguió solo abrazándola mientras ella lloraba calladamente.
—Dime qué sucede, qué está mal —susurró—.
—¿Qué pasaría si no funciona?, ¿si dejo de estar enamorada de ti?, ¿si mi
cáncer regresa y la próxima vez me mata? Estoy asustada.
La mirada de Simon se suavizó. Le acarició suavemente el corto y sedoso
cabello, y dejó escapar un suspiro que vibró en ella. —Lo sé. Es aterrador, Lana,
confiarle a alguien tu corazón.
—¿Y qué pasaría si tú resultas lastimado? Si… —Se interrumpió.
—¿Si resulto lastimado? No regresaré a lo que era, si es eso a lo que
temes. No importa lo que pase, nunca volveré a caer por ese agujero de conejo.
No si terminamos, o si el cáncer regresa. Nunca. Pero Lana, las probabilidades
de que cualquiera de esas cosas suceda son remotas. Especialmente que tu
cáncer vuelva. Confía en mí, por favor.
Las lágrimas de Lana aumentaron al escuchar la sinceridad en su voz.
Sintió un gran alivio cuando se dio cuenta de que eso, más que nada, era
exactamente lo que temía; hacer algo que lo hiciera volver a ser lo que había
sido.
—No llores, por favor. —Simon le secó las lágrimas con la yema del
pulgar.
—No sé por qué estoy hecha este manojo de emociones —murmuró—.
Aunque la bola de ansiedad y temor en mi pecho se ha soltado, no puedo parar
de llorar.
Se rio, en parte de ella misma y en parte por el gran alivio que sentía por
las palabras de Simon. Había algo muy fuerte enlazándolos. Algo que había
sobrepasado la lujuria y se había convertido en amor verdadero. Eso no era algo
que pudiera simplemente desaparecer.
—Si el cáncer regresa y muero…
—Eso no pasará.
Lana presionó suavemente sus dedos sobre los labios de Simon. —Sé que
es poco probable. Casi cero posibilidades. Está bien, probemos con otro
escenario. Tengo un accidente automovilístico. Me veo atrapada en otro robo y
tú no estás ahí. Me asfixio con un hueso de pollo. Lo que sea. Necesito saber que
estarás bien sin mí.
Simon besó cada dedo individualmente. —Te amo y amo a Evie y Elaine.
Si, Dios no lo quiera, algo llegara a sucederte o a ellas… No caería de nuevo en
espiral. Lo prometo.
Lana hizo un intento por secar sus lágrimas.
—Quiero estar en tu vida, Lana. Quiero estar en la vida de las niñas como
su padre. Si necesitas tiempo para pensarlo, puedo esperar.
Sus lágrimas seguían brotando. Lana quería decirle que no necesitaba
tiempo, pero las palabras se atascaron en su garganta. No podía pensar en qué
otra cosa hacer, así que se elevó hasta sus labios y lo besó con fuerza.
Simon brincó, sorprendido, pero pronto se rio entre besos y la envolvió
con sus brazos. La apretó contra su cuerpo y Lana gimió. A pesar de la
turbulenta situación emocional de la que acababan de salir, el calor comenzó a
arremolinarse a través de su cuerpo. Su centro palpitaba con divino dolor, y tiró
de su ropa. Su pecho se expandía jadeante, queriendo estar cerca de él,
necesitándolo más de lo que necesitaba respirar. Sus ojos se cerraron y su pulso
se aceleró. Simon profundizó el beso con un gemido, moviendo sus manos hacia
abajo para agarrarle el trasero.
—Lana —susurró contra su boca—. Dime que me deseas.
Ella retrocedió solo un poco, las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes. —
Lo deseo…Señor.
Los ojos de Simon se agrandaron. Se rio y negó con la cabeza. —No, esta
vez no. Quiero que esto sea dulce y suave, más amor que lujuria.
Lana asintió con la cabeza, pero todavía frunció el ceño. —Tendremos
momentos en los que será pura lujuria animal, ¿verdad? Porque eso me gustó.
Sus pupilas se dilataron. Ella sintió su excitación aumentar a través de su
ropa y soltó una risita. Su aroma se arremolinaba en torno a ellos cuando el
doctor bajó la cabeza para besar el profundo pliegue de escote que mostraba su
vestido.
—Muchas veces —prometió—. Ahora, vamos a sacarte de esas ropas
arruinadas.
Lana se dejó caer sobre él, desvistiéndolo mientras él le arrancaba el
vestido. Ya estaba roto y manchado de sangre, así que no le importó. Su toque se
volvió gentil. Labios recorrieron su cuello, posándose sobre su pulso; hábiles
dedos desabrocharon su sujetador. El aliento de Lana se detuvo, pero no protestó
cuando sus pechos quedaron libres de sus confines. Simon trazó la roja cicatriz
con la punta de sus dedos. Luego, plantó un beso sobre ella, mientras Lana le
pasaba las manos entre el cabello.
—Es fea —dijo de pronto.
—Muestra lo fuerte que eres.
Su boca continuó descendiendo. Lana se estremeció cuando se cerró en
torno a su pezón, y una mano se movió entre sus muslos. Descargas de placer la
atravesaron. Se arremolinaron en la boca del estómago y se extendieron por sus
brazos y piernas. Su espalda se arqueó, un gemido vibró desde su garganta.
Simon se movió al otro seno y ella volvió a gemir, agarrándolo con más fuerza
del cabello. Pensaba que nada podría ser mejor a la forma salvaje en que la tomó
esa primera vez, pero la habilidad y la gentileza con que se enfocaba ahora en su
objetivo, la hizo reconsiderarlo. Un jadeo rápido y ella sacudió las caderas,
tratando de aumentar el contacto.
Simon se movió de nuevo a su boca con un beso abrasador que la hizo
gemir. Lana se aferró más a él, queriendo que no la soltara nunca. Sentía su
aliento caliente contra su rostro mientras la besaba una y otra vez. Las manos de
Lana actuaron por instinto, removiendo las últimas piezas de ropa que quedaban
entre ellos. Envolvió las piernas alrededor de su cintura cuando él se echó hacia
atrás. Probó si estaba lista, y luego apoyó su frente sobre la de ella.
—Te amo —susurró—. Te deseo.
—Me tienes —prometió ella—. Aquí estoy.
La besó de nuevo, esta vez tan suave que casi fue imperceptible. Entró en
ella, haciendo que el nudo de placer en su centro se apretara más. Se aferró a él
con un grito, y luego se quedó inmóvil cuando él se detuvo, profundo dentro de
ella. Otro beso y él comenzó a moverse; lento, firme, su mirada en la de ella,
respirando al unísono, como si fueran uno. Lana lo abrazo con fuerza, su cuerpo
temblando. Igualó sus movimientos, gimiendo con cada encuentro, una y otra
vez, los pensamientos desapareciendo en la sensación.
Él era tan apuesto. Tan hermoso. Buscó en su rostro, memorizando cada
rasgo, la calidez del amor colmando su corazón, que ella sentía que tendría que
reventar si su amor continuaba creciendo. Simon sonrió y la beso de nuevo.
—Te amo.
La alegría en su voz la deshizo. Su corazón latió con fuerza y el calor
irradió a sus extremidades a medida que el nudo en su interior se desataba. El
placer inundó su cuerpo y se aferró a Simon, mientras se sacudía en respuesta.
—También te amo —gimió.
Simon la besó repetidamente en todas partes y finalmente terminó con un
beso largo y profundo en la boca. Descansó un momento con ella deslizando sus
manos por el sudor de su espalda, antes de moverse a un lado. El aire frio la hizo
temblar y Lana se acurrucó contra él, que descansó la mano sobre su espalda.
—¿Crees que tal vez soy demasiado viejo para ti?
Lana alzó una ceja, sorprendida. —¿Demasiado viejo?
—Bueno, soy mucho mayor que tú.
—Eso no me importa. —Apoyó una mano extendida sobre su pecho—.
Me alegra que estés aquí conmigo. Te amo.
Él enterró el rostro en su pelo y respiró profundamente. —Me alegra. Eres
lo mejor que me ha pasado desde Katie… Solo espero ser tan bueno para ti como
tú lo eres para mí.
Lana casi suspiró. No sabía cómo decirle cuán bueno era en realidad para
ella. Era más que estabilidad. Él la hacía sentir cosas, anhelar cosas que siempre
había insistido en que no necesitaba. Pero no necesitar no era lo mismo que no
querer… ¿Ahora cómo decirle eso?
—¿Estás teniendo dudas sobre mí?
Simon brincó. —¿Sobre ti? No. Yo te amo, Lana. Quiero lo mejor para ti.
Quiero…
—Yo te quiero a ti. ¿No te dice eso algo? —Enarcó una ceja, esperando su
respuesta.
Simon pensó un momento, luego se rio y la besó. —Tienes un buen punto.
¿Quién soy yo para negarte lo que quieres?
—Quién, en efecto —ronroneó Lana mientras subía la pierna sobre sus
caderas—. Ahora yo soy la reina.

Capítulo Dieciséis – Simon

Un año después

Había sido un día difícil en la oficina. Clint no fue a trabajar, alegando
“enfermedad”. Por el sonido de su voz, Simon supo que estaba en cama, pero
con su esposa. Estaban buscando otro bebé. Aunque se alegraba por ellos, la
ausencia de Clint significaba que la carga de trabajo aumentaba para él. Simon
no se había percatado de cuánto dependía de su amigo.
Relajó un poco los hombros cuando estacionó su auto en el amplio garaje.
Tras discutirlo un poco, habían acordado que él dejaría su casa y se mudaría con
Lana a su mansión. Era el hogar de las niñas, y más grande que su propia casa,
de cualquier forma.
Cuando entró, quedó congelado. Aunque habían hecho un buen trabajo
eliminando todo lo que no fuera necesario, el lugar era un desastre. Papel
higiénico colgando de todo, pequeñas huellas chocolatosas estampadas en la
alfombra y las paredes, y la barandilla que Simon había reemplazado esta
mañana estaba completamente masticada.
Suspiró. —¿Lana? ¿Evie? ¿Elaine?
Una serie de golpes bajando por las escaleras anunció que se acercaban las
gemelas. Las niñas dieron un salto volador desde el último escalón y envolvieron
los brazos alrededor de su cintura.
—¡Papi! —gritó Evie—. ¡Estás en casa!
Simon la levantó mientras Elaine trepaba a su espalda. —¿Dónde está
Mami?
—Está lavando la cocina —le dijo Elaine con una risita—. ¡Evie derramó
leche en toooooooodos lados!
—Al menos yo no oriné en la bañera otra vez.
Antes de que pudieran comenzar a pelear de verdad, Lana entró a la
habitación. Su cabello dorado estaba recogido en un moño desordenado detrás de
la cabeza y su piel tenía un brillo saludable. Lucía algo cansada, pero le dedicó
una gran sonrisa y lo besó.
—¿Cómo estuvo el trabajo?
—Agitado. No tan agitado como estuvo aquí, aparentemente.
Lana suspiró al ver el desastre. —Creo que necesitan salir a correr un rato.
—La tía Kari trajo un regalo —dijo Evie—. Mami, ¿dónde está el regalo?
—Lo tengo aquí. —Lana le entregó una caja.
Simon frunció el ceño observando la caja. Al abrirla, una bocanada de
aroma a cedro se elevó de ella. Dentro de la caja había un jabón de color verde,
con forma de lobo. Simon sonrió y lo levantó. Estaba tallado con gran detalle,
translúcido. Era claro que le había dedicado una gran cantidad de tiempo. La
hermana de Lana finalmente lo estaba aceptando.
—Niñas, necesito que suban las dos y se alisten para salir a correr —dijo
Simon, dejándolas deslizarse al suelo.
Había algo más en lo que estuvo pensando todo el día y necesitaba
preguntarle a Lana sobre eso. Pero no quería mencionarlo delante de las niñas.
Ahora que tenían cuatro años, eran mucho más observadoras. Esperó hasta que
habían subido corriendo las escaleras, ahora discutiendo sobre a dónde irían.
Tomó las manos de Lana entre las suyas.
—Disculpa que no te pude llamar. El día de hoy fue una locura. ¿Cómo te
fue en tu cita con el médico? —Su corazón latía con fuerza contra su pecho,
esperando por la respuesta. Apenas si había tenido tiempo de ir al baño, con
tanto trabajo. Había estado tentado a encerrarse en su oficina para llamarla, pero
desafortunadamente, tenía muchos pacientes esperando.
Lana se puso de puntillas y le dio otro beso en los labios. —Estuvo bien.
No hay signos de cáncer. Un año y contando. Todo está muy bien. Conteo de
glóbulos blancos, tono muscular, recuperación, todo.
Simon la envolvió en sus brazos y la levantó girando en círculo. Una risa
burbujeó desde la garganta de Lana, haciéndolo sonreír aún más. Sus ojos verdes
destellaron de alegría y no pudo evitar besarla de nuevo. Lana levantó las
piernas, rodeando su cintura. Él la agarró por las caderas, la apoyó contra la
pared y la besó un poco más fuerte, manteniendo un oído atento a cualquier
sonido de las niñas que volvían a bajar las escaleras.
Cuando sonaron los primeros golpes de pisadas, él la bajó al suelo. Tenía
las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. Quería levantarla sobre sus
hombros y correr a su habitación, pero no había tiempo para eso ahora mismo.
Nunca pensó que volvería a encontrar el amor después de Katie, pero aquí
estaba. Una hermosa mujer que lo amaba y dos niñas adorables llenas de vida y
energía. ¿Qué más podría pedir?
—Elaine no se quiere poner su sombrero —gritó Evie desde el piso de
arriba—. ¡Ni siquiera si llueve!
Simon miró por la ventana hacia el soleado y radiante día.
—No tiene que ponérselo, cariño —llamó Lana. Compartió una mirada
con Simon que lo hizo reír. Las gemelas podían ser bastante particulares a veces
—. Deberías quitarte ya la chaqueta para que puedas estar listo cuando bajen.
Dado lo impacientes que se ponían sus pequeñitas cuando las cosas no se
hacían exactamente como ellas esperaban, Simon sabía que tenía razón. Tendrían
que aprender a manejar este tipo de situaciones, claro, pero hoy no era un día en
que quisiera discutir con ellas por nada. Era demasiado importante, demasiado
especial. Le sonrió nerviosamente a Lana mientras se quitaba la chaqueta.
Lana se agachó para recoger algo del piso. —¿Qué es esto?
Simon vio lo que tenía en la mano y se llevó la suya directamente al
bolsillo. Estaba vacío. Intentó agarrar la caja de apariencia ordinaria, pero Lana
la abrió antes de que pudiera detenerla. Sus ojos se agrandaron y la soltó. Simon
la atrapó antes de que cayera de nuevo. El anillo de diamantes que contenía
apenas se había movido. Sonrió tímidamente mientras Lana se llevaba las dos
manos a la boca y lo miraba atónita con una expresión de asombro.
—Iba a hacer que las niñas que me ayudaran a preguntarte cuando
regresáramos a casa del cementerio —dijo, agachando la cabeza—. No se
suponía que lo descubrieras así. Lo tenía todo planeado, quería incluir a las niñas
y…
—¿Me vas a proponer matrimonio?
Simon le sonrió de nuevo. —Sí. Pero como ya viste el anillo, no será una
sorpresa como había planeado. Lo siento, Lana. Quería que fuera una historia
especial que pudiéramos contarle a todos…
Ella le sujetó el rostro y lo besó profundamente. Su lengua recorrió sus
labios y lo hizo gemir. Simon la agarró por las caderas y la atrajo más cerca
mientras el fuego se acumulaba en su interior. Le encantaba el efecto que ella
tenía sobre él. Era algo de lo que nunca se cansaría. Sus brazos serpentearon
alrededor de su cintura mientras la acercaba más, frotándose brevemente contra
ella. Con un grito ahogado, ella se alejó. Su cabeza giró hacia las escaleras.
—Lo siento —dijo ella—. Creí haber escuchado a las niñas.
Simon inclinó sus labios sobre los de ella otra vez. —Hablando de eso...
¿qué dices si simplemente las sentamos frente al televisor durante una hora para
que podamos subir a la habitación?
Las mejillas de Lana se ruborizaron. Le golpeó el brazo en juego. —
Bribón.
—Si no quieres…
—Sabes perfectamente bien que nada me gustaría más. —Dejó escapar un
suspiro—. Ugh, ojalá pudiéramos. Pero tengo una casa que limpiar y tú unas
niñas que llevar a correr. Necesitan quemar un poco de energía, me puedo
imaginar en qué tipo de travesuras se meterían en una hora.
Simon miró alrededor. —La casa no está tan mal. Si quieres venir con
nosotros, te ayudaré a limpiar cuando regresemos.
Lana lo besó otra vez. —Eso es dulce de tu parte. Pero por si lo olvidaste,
yo no tengo cuatro patas. No puedo correr como ustedes. Además, planeaste esto
para ti y las niñas. Yo ya he visitado la tumba de Katie. Creo que es tiempo de
que le cuentes a las niñas sobre ella, y creo que significaría más si viniera de ti.
El estómago de Simon se hizo nudos de nuevo. Había estado aplazando
esto por un tiempo; no estaba completamente seguro de cómo explicarles a niñas
tan jóvenes sobre su primera esposa. Ellas no comprendían en realidad la muerte,
no de la forma en que lo hacían él y Lana. Más que nada, temía asustarlas. No
quería que sus niñas tuvieran miedo de que su madre también muriera.
Bum, bum, bum.
—Estamos listas —llamó Evie—. ¡Vámonos!
Lana lo besó ligeramente una vez más. Elaine soltó una risita, mientras
Evie hizo una mueca. Ambas niñas vestían trajes de baño, que eran la única
prenda que de alguna manera podían usar en sus dos formas sin arruinarla.
Corrieron alrededor, aullando con la cabeza echada hacia atrás. Simon subió
rápidamente las escaleras para cambiarse a algo más apropiado. Para cuando
terminaron, eran Lobos. Simon se transformó a medio camino de las escaleras, y
Lana abrió la puerta para dejar salir el torbellino.
—¡Regresen antes de la cena! —les gritó.
Simon se volvió y asintió con la cabeza como respuesta, antes de salir
corriendo otra vez. Las niñas corrían apretadas contra él, casi tropezándolo más
de una vez hasta que estuvieron lejos de la calle y entraron al parque por el que
normalmente corrían. Les ladró cuando se desvió de su ruta normal. Evie se giró
para seguirlo de inmediato, pero Elaine necesitó un segundo ladrido, más fuerte,
para que cambiara de dirección.
Mientras se acercaban al cementerio, los nudos en su estómago se
apretaron. No obstante, lo invadió una enorme gratitud. Había perdido a Katie,
pero ella le había dado tanta alegría. Ahora él tenía a Lana. Tenía a Evie y
Elaine. Nunca pensó que encontraría una pareja de nuevo, pero lo hizo, y
también tenía una familia.
Llegaron al cementerio en menos de una hora. Para entonces, ambas
gemelas estaban jadeando y habían agotado su alboroto. Tendría que llamar a
Lana para que los fuera a buscar. Al menos las niñas dormirían bien esa noche.
Simon sonrió y regresó a su forma humana para guiarlas hacia el lugar del
descanso eterno de Katie.
—¿A dónde vamos, Papi? —preguntó Elaine—. Me duelen los pies.
—A mí también —gimoteó Evie.
Simon les sonrió. —Estamos aquí. —Se agachó junto a la lápida de Katie.
—Antes de conocer a su madre, estaba casado con una mujer llamada Katie. Era
hermosa y amable, como su madre. Me enamoré…
Ambas niñas se acurrucaron a su lado. Evie apoyó su cabeza contra él, sus
ojos sobrios. Elaine se mordió el pulgar mientras les contaba sobre Katie, y la
historia de cómo él y Lana se habían conocido y enamorado todos esos años
después.

*****


FIN





¡Gracias por leer! Espero que hayas disfrutado del libro tanto como a mí me
gustó escribirlo. Por favor considera dejarme una opinión honesta en Amazon.
¡Significaría mucho para mí!


T.S. Ryder

Sobre T.S. Ryder

Si te encantan los vampiros y los cambiaformas, eres mi chica. Me gusta lo
paranormal… y me encanta escribir historias paranormales. Me esfuerzo mucho
para darles vida a bestias y a hombres calientes (preferiblemente ambos :) para
ti.

Me encanta escribir historias sobre machos alfa atractivos y protectores y las
mujeres fuertes que aman. Mis historias son muy eróticas y también están llenas
de acción.

Así que relájate, ponte cómoda, sírvete una taza de chocolate caliente o té,
apriétate la faja y prepárate para la calentura. ¡Espero que disfrutes!

Por favor visita mi página de autor para ver mis más recientes publicaciones y
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