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Lo vieron y se tensaron.
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Bien.
—¿Qué?
Ella resopló.
Ella frunció.
—Nunca he tenido hijos.
—Quiero saberlo.
Ella resopló.
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—Tengo veinte años.
Tan joven.
—Bien.
De nuevo silencio.
Incómodo.
—¿Qué?
No sabes su nombre. 15
Se detuvo en las escaleras. Pensar en él como el alfa estaba
envejeciendo muy rápido. No quería no saber quién era.
Hora de cambiarse.
2
El bebé en sus brazos era una niña dulce. Rocko no podía
negarlo. Era bonita, con unos ojos azules asombrosos. Sin
cabello todavía, pero vulnerable.
—Necesito plancharlos.
—Claro, adelante.
—¿Cuál es su nombre?
—¿Qué?
Él la miró.
—Si no quieres decírmelo, está bien —dijo.
Ella sonrió.
—No.
—¿Ni uno?
—¿Muy gorda?
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Ella sonrió.
—No lo haré.
—Bien.
—¿Estás acostumbrado a amenazar a la gente? —preguntó
ella.
—¿Eras vegana?
—No.
—Nunca.
—No.
—¿Eres virgen?
—Er, disculpa.
—Estás herido.
—Estás herido.
—No.
—No te mataré.
—Ella es un bebé.
—Eso no es posible.
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—También tienen un campamento no muy lejos de aquí,
—dijo Brian.
—El rastreador.
Encendió el dispositivo.
Su manada se tensó.
—No.
—Estaba enojado. 37
—¿Y cuando estás enojado, simplemente vas por ahí
lastimando a la gente?
—Gracias.
No había prisa.
¿Iba a besarla?
¿Lo hacía?
—Sí.
—¿Por qué?
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—Porque tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
—No te odio.
Ella sonrió.
—Hay primicias para todo. No quiero ponérnoslo difícil,
Rocko. Sé que esta no es una situación ideal para ti. —Ella se
encogió de hombros—. Espero que algún día al menos puedas
verme como una amiga.
—Lo tengo.
—Esta es mi forma de pedir perdón —dijo—. Puedo
cuidarla. Ve y duerme un poco.
—Buenas noches.
—Lamentarlo.
—Sí.
—Podemos.
—¿Estás seguro?
—No.
—No.
—Vale.
Lo haría funcionar.
Es su casa.
Y, es su casa.
No la había obligado a salir y ella ya no iba a ser una presa
fácil. Cuando la arrojaron a la celda antes de que se la llevaran,
no había luchado lo suficiente. Había aceptado la ira de
hombres y mujeres porque se negaba a ser uno de ellos. Ya no.
No iba a aceptar abiertamente que alguien estaba cabreado con
ella porque no haría nada de lo que él quisiera.
Él sonrió.
—Tengo una hija. ¿No crees que debería estar en casa para
ver a mi hija?
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—Es más que eso y lo sabes.
—Sé que es más que querer estar cerca de mi hija, con una
familia.
—No.
Su boca se secó.
—Me... me gusta.
No pienses en ello.
Esperó.
Desesperada.
Hambrienta.
Esperando.
—Lo haré.
—¿Está muerta?
—No.
—Ah.
Winter.
¿Flores?
—Estás de vuelta.
—Sí, y estas son para ti. —Levantó las flores silvestres para
que ella las inspeccionara.
—Lo sé. Supongo que quería hacer algo bueno. —Le puso
las flores en la mano y se inclinó para besarla en la mejilla—.
Voy a ir a prepararme para la cena.
—¡Detente!
—Alto ahí.
No escucharon.
—¡Tres!
—¡Uno!
Otro grito.
¿Quería morir?
—Lo sé.
—Lo sé.
Él suspiró. 70
—La bebé no es mía, pero Winter no lo sabe. Hace unos
meses, cuando no tomábamos prisioneros y arrasamos el
campamento de los hombres, me topé con una mujer. Le
habían disparado y se estaba muriendo. No iba a sobrevivir,
pero había dado a luz. Me suplicó que la cuidara. No podía
alejarme y no había forma de que matara a una niña
inofensiva. Me la llevé. Tenía toda la intención de deshacerme
de ella, pero no sucedió. Nos enteramos del ataque, y luego
Winter estaba allí, y no era como ninguno de los suyos. Pensé
que sería la niñera que necesitaba.
—Sé que significa que tienes que callarte la puta boca. Ella
no sabe que el bebé no es mío. Quiero que siga siendo así.
—Ella lo va a averiguar.
—No me importa.
—Creo que podemos pasarlo por alto con todo esto. —Aún
no tenían noticias del médico. No le gustaba cuánto tiempo les
estaba tomando. 71
—Estaba muy preocupada. No pensé que fuera nada. No
comió en todo el día y lloró mucho, y luego su temperatura se
disparó y entré en pánico. No soy una experta en la salud del
bebé. —Se pasó los dedos por el cabello.
—Está bien.
—No.
Lucas resopló.
—Te tengo.
—No.
—Te tengo.
Lo quiero desnudo.
Ella agarró su cinturón y comenzó a abrirlo. Sus manos
bailaron por su piel, pero logró tomar el control, bajó sus
pantalones, seguido de sus calzoncillos bóxer y se detuvo.
Estaba desnudo.
—¿Sabor?
—Estoy lista.
El dolor se intensificó.
—Lo sé.
—Te limpiaré.
—No.
—Estoy en ello.
—Hazlo.
—Estaré allí.
—No.
—Ella ha comido.
—¿Qué?
La miró fijamente.
—Daphne no es mía.
—¿Qué? 92
—Daphne no es mi hija. Nunca he tenido una compañera.
Te mentí.
—¿Ella es humana?
—Sí.
—Y no la mataste.
—¿Ella no es tu hija?
—No.
—Así que tienes un mejor sentido del olfato. Bien por ti.
Todavía no está sucediendo.
—Creo que voy a querer que dejes de usar esto para mí.
—No va a pasar.
—Mierda.
Déjame.
No. 97
No te rindas.
Lucha.
De pie alto, luchó contra los efectos del gas. Era un alfa y
nada lo derribaba. Lo que les hubieran lanzado habían
derribado a la mayoría de sus hombres. Solo los más fuertes
pudieron luchar contra los efectos, pero fue suficiente para
liberar a la mayoría de los prisioneros.
—No crees en serio que tuvo algo que ver con esto.
Rocko se detuvo.
—¿Qué?
—¿Rocko?
Se detuvo y la miró.
—Necesito tenerla.
—Lo sé.
—No va a pasar.
—Lo haremos.
—Lo sé.
—Apestas al alfa.
—¿Duele?
—Un poco.
Él no dijo nada.
—Oh.
—Sí, oh.
Él sonrió.
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—Estás enojada.
—No —dijo.
—¿De verdad crees que puedo quedarme cerca de ti? Ellos 105
me encontrarán.
—Mejor me voy.
—Sí, hazlo.
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Regresando a su casa, Rocko ayudó donde pudo.
Ayudando a la fijación de cercas, estaba allí; reparando
ventanas, estaba allí. Con cada hora que pasaba, la ira dentro
de su manada aumentaba como la fiebre. Querían venganza,
justicia y, sobre todo, querían recompensas.
—Lo sé.
—Jódete.
—No te lo diré.
Él rio.
—No —dijo.
—Mátalo.
—No.
—¿Quieres derrocarme?
Él asintió.
—No te lo diré.
—Lo sé.
—Lo sé.
—No lo entiendo.
—Necesito pensar.
—No, no lo hiciste.
—Debería haberme dado cuenta de que era una trampa,
pero estaba más interesado en llegar a ti.
—No.
—No, no lo hago.
—No lo sé.
—No te detengas.
—Sí, muchas.
Una vez más, rompió con el beso y esta vez, chupó cada
uno de sus pezones, prestando especial atención a cada uno.
Se derritió contra él, sintiendo su necesidad por él en espiral.
Apretó los muslos, pero Rocko ya estaba allí. Presionó su mano
contra su núcleo. Sus dedos se deslizaron a través de su
abertura, tocando su clítoris, bajando para llenarla. Ella gimió
su nombre, arqueándose, queriendo más. 118
Sin embargo, no se lo dio. La hizo esperar, manteniéndola
equilibrada al borde del placer. No permitiéndole ir a su punto
máximo, la mantuvo allí.
—Te deseo.
—¿Fuertemente?
—Sí.
—Sí.
—Sí.
Presionó dos dedos dentro de ella y ella gritó pidiendo más,
que la llenara.
Consumada.
Tomada. 119
Él era todo lo que podía pensar y sentir. Era todo él. Todo
el tiempo.
¿Ella lo amaba?
—¿Cómo está?
—Está dormida.
Hazla nuestra.
Llénala de tu venida.
La quería embarazada de su hijo. Hinchada. Lista para
follar.
Ella rio.
—Lo sé.
—No.
—No. 124
—¿Qué pasa con la plata?
—Lo sé. No iré a ninguna parte, pero creo que debes hacer
esto por tu propia cordura. Todavía estaré aquí. Siempre.
Nada.
—Regresaste.
—¿Qué pasó?
—Los veo.
—¿Es tu compañera?
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—Sí. —Ni siquiera lo dudó—. Mi lobo hará lo que sea
necesario para protegerla a ella y a la niña. Si me dejan volver,
ella también vendrá. No hay nada que pueda hacer para
cambiar eso.
—Sí.
—Yo tampoco.
—Está bien.
Ella resopló.
—Necesitan un alfa.
Ella asintió.
Ella lo miró.
—¿Qué va a pasar?
—¿Me amas?
—Pero tu manada.
—Sí.
Él se apartó.
—¿Qué?
—Hola.
—Ni idea.
—¿Lo hice?
—Te he extrañado.
Fin
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