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ANTROPOLOGIA
Y FUENTES ORALES
28 Escenarios Migratorios
AÑO 2002
3ª ÉPOCA
HISTORIA, ANTROPOLOGÍA Y FUENTES ORALES
Revista Semestral del Seminario de Historia Oral del Departamento de Historia
Contemporánea de la Universidad de Barcelona, Arxiu Històric de la Ciutat y Centro
de Investigaciones Etnológicas «Ángel Ganivet». Su objetivo es ser un medio científi-
co, abierto y crítico a las aproximaciones de distintas disciplinas y a la diversidad de
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CORRESPONDENCIA Artículos (por duplicado y, preferentemente, bajo la forma de
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EDITA
Asociación Historia y Fuente Oral con la colaboración del Departamento de Publica-
ciones de la Universitat de Barcelona, Arxiu Històric de la Ciutat, Centro de Investi-
gaciones Etnológicas «Ángel Ganivet» e Instituto de Investigaciones Antropológicas,
UNAM (México).
«Historia, Antropología y Fuentes Orales» está referenciada en la base de datos ISOC,
Sociological Abstracts, Worldwide Political Science Abstracts, Historical Abstracts y
America: History and Life.
IO
A S O C I A C I Ó N
DE HISTORIA ORAL
A
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CE
Esta revista es miembro de
ARCE. Asociaci n de Revistas
Culturales de Espa a HA
HISTORIA
ANTROPOLOGIA
Y FUENTES ORALES
28 Escenarios Migratorios
Escenarios migratorios
Atravesando el Atlántico: Españolas en São Paulo.
Maria Antonieta Antonacci . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Migración e identidad multirracial. Elaine Bauer y Paul Thompson . . . . . . 33
Destruir la memoria: El trato a los emigrantes en la isla de Ellis,
Nueva York. Kate Moore y Diana Pardue . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Vivencias de la emigración en Escandinavia. Hanna Snellman . . . . . . . . . 59
La domesticación del mestizaje en México: Del toro al guajolote (pavo)
Frédéric Saumade . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
La entrevista-VII
El participante invisible: El papel del transcriptor. Shannon Page . . . . . . . 153
Pietermaritzburg 2002
XII Conferencia Internacional de Historia Oral: Conclusiones.
Mercedes Vilanova, Don Ritchie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Año 2002
Escenarios migratorios
5. Paulista: natural del –o referente al– Estado de São Paulo (N. de la T.).
6. AMARAL, Aracy. A Hispanidade em São Paulo, SP, Studio Nobel/EDUSP, 1981.
7. “Llega incluso a atribuirse la expresión ‘bandeira’ o ‘bandera’, ‘abanderar’, por ejemplo, a la pre-
sencia y actividad de los castellanos en São Paulo.” AMARAL, ídem, p. 6
8. Caboclo: mestizo de indio y blanco (N. de la T.).
9. Saint-Hilaire, Apud AMARAL, op. cit., ps. l5/l6.
10. Hasta los años 1930, según estadísticas oficiales, los españoles fueron sólo un poco númerica-
4 mente inferiores a los italianos, de forma que para el periodo 1905/1914, la inmigración espa-
ñola predominó sobre la italiana (cf. Boletim do Departamento Estadual do Trabalho, SP,
Typographia Brasil de Rothschild, 1915). Según el nuevo censo de 1920, São Paulo tendría
577.621 habitantes, siendo el 35.5% (205.245) inmigrantes dividos en 33 nacionalidades, entre
los cuales 24.902 eran españoles (ver Ministério da Agricultura, Indústria e Comércio.
Recenseamento Geral do Brasil, 1920, RJ, Imprensa Oficial, 1962).
11. Trabajamos con números de 3 periódicos españoles localizados en el IHGSP: La Ibéria (1895),
La Voz de España (1902) y Diario Español (1911-1920), que sucedió a La Voz de España, tenien-
do el mismo director-propietario, José Eiras García.
12. En una investigación inicial, listamos 27 periódicos en lengua española en el periodo 1890/1940
y 40 asociaciones españolas en São Paulo en el mismo periodo. Cf. ANTONACCI y MACIEL,
“Espanhóis em São Paulo: modos de vida e experiências de associação”, op. cit., ps. 189/191.
13. Tales como: A Terra Livre, fundado en 1905, por Manuel Moscoso; O Libertário; O Socialista, órga-
no del Centro Socialista de São Paulo; El Grito del Pueblo, fundado por Valentín Diego y Everardo
Dias; Na Barricada (1915/1916), El Progreso, editado por el Centro Republicano Español.
14. KLEIN, Herbert. A imigração espanhola em São Paulo, SP, Ed. Sumaré/FAPESP, 1994.
15. Sobre “la importancia del lenguaje publicitario en la conformación de los procesos culturales en
la actualidad”, ver CRUZ, Heloisa de Faria. “A cidade do reclama: propaganda e periodismo em
São Paulo – 1890-1915”, en Revista Projeto História, n. 13, SP, EDUC, 1996. Sobre sugeren-
cias de “algunas pistas para la investigación histórica de ese tipo de fuente”, ver SANT’ANNA,
Denise Bernuzzi, “Propaganda e História: antigos problemas, novas questões”, en Revista Projeto
História, n. 14, SP, EDUC, 1997.
5
16. Paulicéia: denominación dada a la ciudad de São Paulo (N de la T).
17. Sobre las intensas y complejas relaciones entre prensa y vivir urbano en São Paulo en el pasaje
de los siglos XIX/XX, ver CRUZ, Heloisa de Faria. São Paulo em papel e tinta: periodismo e vida
urbana – 1890/1915, SP, EDUC, FAPESP, Imprensa Oficial, Arquivo do Estado, 2000.
18. Los análisis con los anuncios y propagandas em los periódicos españoles localizados, así como
también en la sección “Personas Buscadas”, forman parte del Informe Parcial de Investigación
enviado a CNPq, en febrero/1999.
Para realizar este estudio fue fundamental el contacto establecido con la direc-
toría de la Sociedade Hispano Brasileira, fundada en 1898 con el nombre de
Sociedade Hispano Brasileira de Socorros Mútuos, Instrução e Recreio, que puso a
nuestra disposición su importante acervo documental, donde se encuentran pre-
cariamente reunidos, registros dispersos de otras asociaciones de españoles en São
Paulo que ya no funcionan, además de encaminarnos hacia la Sociedade
Beneficente Rosalia de Castro. Creada más recientemente para dar asistencia a
españoles ancianos y sin recursos, gracias a ella llegamos hasta participantes de las
primeras olas migratorias España/São Paulo en el periodo republicano. En la bús-
queda de documentos, encontramos protagonistas que vivieron, de diferentes
formas y con distintos significados, la experiencia de ser inmigrantes españoles en
São Paulo, en las décadas de 1920/1930.
A partir de la metodología de la historia oral, tuvimos la oportunidad de regis-
trar testimonios con integrantes de estos movimientos migratorios, pluralizando
los puntos de vista y las versiones, a partir de experiencias de mujeres inmigran-
tes españolas. Teniendo en cuenta las implicaciones de la investigación histórica
con testimonios orales, los acompañamos de discu-
Registramos testimonios siones sobre las formas de abordarlos, que vienen cre-
con integrantes de ciendo entre los investigadores brasileños de varios
campos del saber a través del intercambio con profe-
movimientos migratorios, sionales del exterior, interesados en el avance de los
19
pluralizando puntos de ejercicios y las reflexiones sobre20la historia oral.
Como ha afirmado Portelli, no podemos ignorar
vista y versiones, a partir 1/ las diferencias entre texto y performance al trans-
de experiencias de mujeres formar la segunda en el primero, fijando sobre una
base material algo que es dinámico e inmaterial,
inmigrantes españolas resultante de las relaciones presente/pasado; 2/ que
lidiamos con montajes, tanto en las preguntas como
en los recortes seleccionados de los testimonios, lo que implica que estos proce-
dimientos incluyen nuestro propio hacernos como historiadores, que investiga-
mos recurriendo a testimonios orales y a la oralidad; 3/ que tratamos con testi-
gos que tienen diferentes capacidades/habilidades de narración y que, además,
dialogamos con trabajos de la memoria. Un campo de luchas que sufre altera-
ciones en función de las experiencias a lo largo de los años, y que pasa por diver-
sos prismas y temporalidades en un continuo rehacerse de recuerdos y ubicacio-
nes, en un trabajo que se expresa a través de la subjetividad con la que los testigos
vivieron sus relaciones sociales.
6
19 Cf. AMADO, J. y FERREIRA, M.(orgs.) Usos e Abusos da História Oral, RJ,FGV, 1996; FERREIRA,
M. (org.) História Oral e Multidisciplinaridade RJ, Diadorim/FINEP, 1994 y Entre-vistas: abor-
dagens e usos da história oral, RJ, Editora da Fundação Getúlio Vargas, 1994; Projeto História, n.
15, “Ética e História Oral”, SP, EDUC, 1997; Projeto História, n. 17, “Trabalhos da Memória”,
SP, EDUC, l998; Projeto História, n. 22, “História e Oralidade”, SP, EDUC, 2001; VILANOVA,
Mercedes. Las mayorías invisibles. Barcelona, Icaria Editorial, 1996.
20. PORTELLI, Alessandro. “Bombardeio como metáfora e mito da memória”, conferencia realizada
en el Programa de Estudios Pos-Graduados en Historia de la PUC/SP, 25/04/2002.
Reconociendo los problemas a los que nos enfrentamos en los trabajos con la
memoria, así como su potencial para los análisis históricos, consideramos impor-
tante recurrir a la metodología de la historia oral, que cada vez conquista más espa-
cio dentro del contexto de una historia social volcada en el estudio de las experien-
cias y de los significados atribuidos por sujetos históricos a sus luchas y vivencias.
De ahí nuestro empeño en dialogar con los testimonios de seis inmigrantes espa-
ñolas, con el fin de aprehender ángulos de modos de vida y de trabajo de españo-
les en São Paulo, y entender las dramáticas y diferenciadas historias que llevaron a
hombres, mujeres y niños a emigrar y salir de sus espacios, tiempos, y relaciones,
para desarrollar nuevas formas de convivencia en sociedades de inmigración.
En estas relaciones emigración/inmigración, las reflexiones de Sayad21 sobre
las formas con prejuicios etnocentristas de los estudios centrados en las migra-
ciones, son fundamentales en la medida en que tratan y analizan a los migrantes
sólo a partir de la óptica de una sociedad de inmigrantes, e ignoran y descono-
cen las condiciones y presiones que impulsaron a estos individuos, familias y gru-
pos sociales a abandonar, temporal o definitivamente, sus países o regiones de
origen, sus pertenencias, sus costumbres, y sus lazos
de parentesco. Recurrir a sus recuerdos permite per- A través de voces y
cibir las correlaciones entre los problemas sociales que sensibilidades femeninas
marcaron históricamente los procesos inherentes a
sus condiciones de partida como emigrantes, y cono- vislumbramos diálogos con
cer las fuerzas que los llevaron a determinadas regio- representaciones de
nes, sin perder de vista los sentidos y las sensibilida-
des con los que vivieron sus relaciones de partida y las acontecimientos,
que fueron estableciendo en los lugares de llegada, actividades industriales, la
como inmigrantes.
Los testimonios de emigrantes aportan fragmentos cotidianidad en la ciudad.
de sus vivencias en el país o región de origen, contex-
tos históricos inherentes al proceso migratorio, formas de comprensión de la vida
socio-cultural, relaciones personales y de vecindad construidas en los nuevos des-
tinos, así como «extrañamientos», según sugiere Michael Hall.22
Como destacó Boris Fausto en un balance realizado sobre estudios referentes
a la inmigración en São Paulo: «Algunas de esas dimensiones vinculadas a la sen-
sibilidad no son mensurables, aunque pueden ser aprehendidas a través de fuen-
tes lamentablemente escasas, como la correspondencia entre inmigrantes y sus
familiares en el país de origen o el testimonio de los ancianos».23 En estas consi-
deraciones entre investigadores pioneros en los estudios sobre procesos subya-
centes a la inmigración en São Paulo, ya estaban siendo discutidas problemáticas
referentes a la delimitación de las fuentes disponibles que, en varios sentidos, 7
definían el contorno de la investigación.
24. Cf. BOURDIEU, Pierre. Prefacio a SAYAD, A. A Imigração, op. cit., p. 11.
había enfrentado desde que llegó al Brasil. Sus dificultades fueron decisivas: tra-
bajó desde temprano y no estudió. Su testimonio fue lento, sin mucha fluidez y,
en algunos momentos, fue preciso estimularla para que continuase hablando,
como si el fardo del trabajo aún le estuviese pesando y trabara su memoria.
Aprovechó una pausa en la grabación para decir que no tenía más nada que con-
tar, cerrando así sus recuerdos. (Duración de la entrevista: 14:30 a 15:55)
Encarnación Jerez Rodrigo, 90 años, nació en 1907 en Murcia y llegó a Brasil
en los años 1920. La entrevista con Doña Encarnación se realizó el 15/04/97, en
la sede de la Sociedade Beneficente Rosalia de Castro, donde residía, y aceptó dar
su testimonio sin ninguna restricción. Su narrativa fue muy conmovedora y difí-
cil, pues lloró durante buena parte de la larga entrevista, donde contó su trayec-
toria desde su infancia en España. Siempre destacó los pasajes más tristes, a veces
dramáticos, que vivió, especialmente después de la muerte de su madre. Sus pala-
bras estaban llenas de detalles y gestos, en un esfuerzo para ser lo más fiel posible
a sus dolorosos recuerdos. Al preguntarle si le gustaría detener la entrevista, dijo
que no, como si hablar fuese menos penoso que callar sus recuerdos. Uno de los
pocos momentos de desconcentración fue ya al final, cuando contó cómo las
mujeres separaban y vendían la plata encontrada en la chatarrería, sin que los
hombres lo supieran. (Duración de la entrevista: de las 14:30 a las 16:30)
María Marín, 89 años, nació en Linares en 1908, provincia de Jaén, y emigró
en 1920. Su entrevista se realizó en la sede de la Sociedade Beneficente Rosalia de
Castro, donde asistía a las reuniones semanales. Durante su testimonio, el
08/04/97, se preocupó por recordar los acontecimientos, describiendo el barrio
de Brás y la trayectoria de su familia inmigrante. Al final complementó sus pala-
bras con una gestualidad expresiva, en la tentativa de narrar mejor una escena que
deseaba recordar. (Su entrevista duró de las 14:30 a las 16 horas)
Isidora Guerrero Domínguez, 81 años, nació en La Línea, y la familia no emi-
gró pero ella fue a visitar a su hermana, alrededor de 1926/1927 y se quedó, a
causa de la muerte de sus padres. Su recomendación como posible testimonio
partió de la Sociedad Benéfica Rosalia de Castro, que la encontró a través de su lista
de asociados. El contacto se realizó a través de Brígida, hija de Doña Isidora,
quien aceptó en nombre de su madre, participar en el proyecto, definiendo que
la entrevista se realizaría en su residencia, el 05/09/97. Su testimonio fue breve,
con pocos detalles, contención de gestos, sin grandes diferencias en el tono de
voz. Los momentos más marcados fueron cuando mostró satisfacción por no
haber trabajado en el campo y cuando expresó tristeza por no haber estudiado.
María de los Ángeles Esparrel Sánchez, 90 años, nació en 1907 en Motril, pro-
vincia de Granada y emigró en 1926, cuando se trasladó con su familia para tra-
bajar en la hacienda de café en Serrana, región de Ribeirão Preto. Las hermanas 9
Esparrel, que viven en el mismo terreno, fueron sugeridas por la Sociedade
Beneficente Rosalia de Castro y las entrevistas se realizaron el 08/09/97. María de
los Ángeles contó que en España hablaban mucho del Brasil y que el padre resol-
vió ir a São Paulo antes de que los hijos tuvieran que servir en el Ejército, y se
emocionó mucho al recordar a la abuela materna despidiéndose de la madre, del
sufrimiento de ésta al tener que ir a Brasil, así como de su propia separación de
su primer novio. Recordó cuando vinieron a vivir a São Paulo, en Moóca, donde
trabajó en casa como costurera, razón por la cual conoció poco la ciudad. (Su
entrevista duró de las 13:30 hasta las 14:45)
María Angelita Esparrel López, (hermana de Doña María de los Ángeles) 74
años, emigró con apenas 4 años, no recuerda España. Su narración giró alrede-
dor de sus empleos, normalmente en fábricas de tejidos, insistiendo en recordar
que nunca quiso trabajar en casa, como sus hermanas, pues le parecía muy sufri-
do. Se limitó a responder lo que se le preguntaba y cuando le fue pedido que des-
cribiese el barrio de Moóca, dijo que tenía poco que decir pues, a pesar de ir a pie
de la casa hasta el lugar de trabajo, andaba cabizbaja, sin prestarle atención al
camino. Sonrió mucho al decir que en la juventud prácticamente no salía de casa,
pero que ahora solía ir a los bailes para la tercera edad. (Su entrevista duró de las
15:15 a las 16 horas).25
En las memorias de estas mujeres se han trabajado las dimensiones de la inmi-
gración española en São Paulo. En la forma en que rememoran y rehacen hoy sus
experiencias están inscritas impresiones de conflictos y frustraciones inherentes al
ser inmigrante en la ciudad de São Paulo. Llevando
En la forma en que vidas de intenso trabajo y conviviendo con prejuicios
y extrañamientos mutuos, cargan aún en sus recuer-
rememoran y rehacen hoy dos, la pesadilla de haber venido a São Paulo engaña-
sus experiencias están dos por propagandas y cartas de parientes. Doña Inés,
al finalizar la entrevista y como evaluando su trayec-
inscritas impresiones de toria, comentó desolada que su padre «[...] prefirió
conflictos y frustraciones venir para acá y tragarse la mentira que el hermano le
mandó en las cartas». Esta sensación de incomodidad
inherentes al ser aún le pesaba porque volver era imposible: «¿Cómo
inmigrante en la ciudad de iba a hacer? Si no daba ni para comer, ¡¿cómo?!». Pero
el dilema de los inmigrantes aparece con fuerza cuan-
São Paulo do Doña Inés, también al finalizar su testimonio,
rememorando cuando después de su partida de España, se concienció de por qué
no podía volver:
«Porque cuando nosotros vinimos de allá, la gente estaba pasando mucha
hambre; mucho inmigrante vino para acá, ¿no? Allá se pasaba mucha ham-
bre y ni se podía hablar, ¿entiende? No había libertad para quejarse de nada».
Hambre, trabajo, mucho trabajo, poca o ninguna libertad a ambos lados del
Atlántico, son evidencias inseparables de las nuevas diásporas, que marcan el ini-
cio de la travesía de millones de hombres, mujeres y niños que, desde mediados
del siglo XIX, bajo otras condiciones y opresiones, vinieron a hacer las Américas.
Llegaron con la ilusión aportada por parientes o difundida por propagandas de
10 agentes al servicio de los intereses de grandes propietarios rurales y empresarios
urbano-industriales de allá y de acá.
A través de los testimonios de estas inmigrantes, se trasluce cómo experimen-
taron ese violento proceso de expulsión e integración en tierras, relaciones, y acti-
25. Estas descripciones de los testimonios, así como las anotaciones de sus gestos y estados emocio-
nales, fueron realizadas por Laura Antunes Maciel y Florência Vaz do Ceu Pereira, que partici-
paron en todo el proceso de las entrevistas, siendo Florência la que transcribió las grabaciones.
26. Según GALLEGO, Avelina Martinez. “Os espanhóis em São Paulo: presença e invisibilidade”,
maestría en Ciencias Sociales, PUC/SP, 1993, ps. 65-8. El Estado español, opositor a la emi-
gración hacia otros lugares que no fuesen sus colonias (Cuba, Argentina, Puerto Rico), así como
también sus autoridades consulares en Brasil, consideraban a los emigrados unos “traidores” y
“ladrones de su Patria”, y no se involucraban en la creación de órganos de amparo a los españo-
les en Brasil.
tristezas que forman parte de sus recuerdos. Tales matices, susceptibles de cap-
tarse a través de la transfiguración de sus fisonomías, asociada a actuaciones y ges-
ticulaciones de su cuerpo, según referencias a sus performances, refuerzan la idea
de que los trabajos de la memoria oral salen a la superficie saturados de senti-
mientos y se materializan a través de la presencia del cuerpo, de la articulación de
la voz, de las expresiones y de los gestos.
Le cabe al historiador, situado en su tiempo, sus relaciones y compromisos,
hacerse sensible para oír e interpretar estas señales, que forman parte de las narra-
tivas y adquieren sentido en las experiencias de vida que están siendo rememora-
das y actualizadas. En el cruzamiento de estas evidencias podemos encontrar sen-
sibilidades y significados que, contextualizados e incorporados en el análisis de
sus memorias, adquieren densidad histórica. En la conjugación de estos frag-
mentos salieron a la superficie mucho más que semejanzas, disonancias y dife-
rencias con las que vivieron y trabajaron sus memorias sobre las experiencias
sociales en São Paulo.
Trabajando con las memorias de mujeres, sus testimonios también permiten
explicar cómo se enfrentaron a imposiciones y disciplinas familiares, a veces
esquivando el lugar secundario que ocuparon en la jerarquía doméstica, utilizan-
do originales formas de supervivencia material y emocional, y sacando provecho
frente a lo que les era destinado en los procedimientos de trabajo o transgre-
diendo prescripciones preestablecidas. Aprehender lo femenino como expresión
de relaciones sociales y culturales, vivenciadas históricamente, también implicó
acompañar, en estas memorias, reticencias, sometimientos, retraimientos, y adap-
taciones, tanto como sentimientos de pérdida y lamento por no haber podido ir
a la escuela o por haber sido obligadas a salir de ella.
Al dialogar con los testimonios se explicita cómo estamos aprendiendo a tra-
bajar históricamente con entrevistas orales y cómo percibimos las contribucio-
nes de este conjunto de memorias para reflexionar sobre los conflictos y signifi-
cados subyacentes a los procesos migratorios. Por el hecho de mantener una
continua relación entre presente y pasado, las narrativas están apoyadas en una
cronología fragmentaria, quebrada por interrupciones en los recuerdos, a partir
de la emergencia de acontecimientos que marcaron sus vidas. Como la muerte
de abuelos o padres, el viaje a São Paulo o la presión de tener que quedarse allí;
la huida de los campos de café en dirección a la ciudad de São Paulo; la pérdi-
da de todos los bienes acumulados, por causa de la Revolución de 1924 y la
retomada de los negocios familiares en Santo André, o inclusive el paso de
Washington Luíz –como presidente de la República– por São Paulo y por la casa
de sus parientes, cuando fue recibido con la exquisitez sofisticada de la gastro-
12 nomía española.
Es esa memoria a saltos, llena de regresiones y anticipaciones, constituyendo
una trama pluridimensional, la que permite encontrar la subjetividad con la que
las entrevistadas sistematizaron y narraron sus vivencias de mujeres españolas en
tierras extranjeras. Las experiencias que dejaron fuertes impresiones en sus vidas
y los significados que le atribuyeron a lo que vivieron, permea sus recuerdos y
puede encontrarse en su organización, en el aflorar de sus emociones e intole-
rancias, como así también en otras señales que apuntan las dificultades a las que
27. PORTELLI, Alessandro. “A filosofia e os fatos”, en Revista Tempo, n. 1, RJ, UFF, 1996.
no conozco todo São Paulo». Mientras Doña Isidora relató: «Todo en Brás, no sali-
mos de Brás. Tuve mis hijas en Brás, nacieron, se criaron, se casaron, todo en Brás».28
Pero fueron Doña María Angelita y Doña Encarnación las que mejor explici-
taron bajo qué condiciones vivieron y trabajaron en São Paulo. Doña Angelita,
que vivía en la Vila Clélia, en Moóca, contando sobre sus cuatro diarias largas
caminatas de casa al trabajo, a los doce años, en el taller de costura Empório
Toscana, al preguntarle sobre lo que veía en esos viajes, manifestó la vergüenza
que sentía cotidianamente: «yo no me acuerdo de nada, yo no vi nada porque cami-
naba cabizbaja», diciendo que tal vez recordase las piedras y las calzadas o los tro-
lebuses llenos, razón por la cual, ella iba y volvía caminando al trabajo, siendo
que «yo hacía cuatro viajes, venía a almorzar a casa y después volvía»:
«Yo tenía vergüenza de andar en ómnibus, iba a pie [...] y como el trolebús
iba siempre lleno, me daba vergüenza entrar, entonces iba a pie. ¡El trolebús
quedaba redondo de tanta gente! Era eso lo que me llamaba la atención, por-
que yo siempre anduve cabizbaja, nunca [...] le presté atención a las cosas que
me pasaban».
Doña Angelita verbalizó lo desagradable que era y el extrañamiento que sentía
al salir de Moóca y toparse con el movimiento en las calles con los trolebuses lle-
nos. Su vergüenza y el distanciamiento frente a lo que le llamaba la atención –la
cantidad de gente en los trolebuses–, afectó su postura corporal y su campo de
visión, ya que andaba cabizbaja. Esta niña-mujer, que fue a la escuela hasta el ter-
cer grado, momento en que salió para trabajar, a los doce años, en un taller de
costura, una fábrica de juguetes, Matarazzo, una fábrica de tejidos, Secco, la sec-
ción de embalaje de Matarazzo, y regresó a las fábricas de tejido en Bom Retiro,
al rememorar momentos vividos en su territorio, Moóca, espacio que compartía
con sus pares, narró:
«¡Yo jugaba mucho, porque tenía veinte años y todavía jugaba en la calle!. Yo
trabajaba, ¡pero jugaba! Como nunca tuve infancia, entonces estaba crecien-
do y ya siendo señorita, todavía jugaba en la calle. Saltaba la soga, jugaba a
la rueda, esas cosas [...]
Era un barrio muy bueno, nos gustaba, me gustaba mucho Moóca. Había
fiesta en la Iglesia, aquélla... como la que dan en Achiro Pita. ¡De San
Genaro! Para esas cosas, nos animábamos e íbamos [...]
Ahora, el resto... De diversión, mi única diversión fue el cine. En la calle
Piratininga, la del Cine Ideal, el Cine Piratininga allá, en la Avenida Celso
Garcia o Rangel Pestana [...] estaba el Cine Olimpia, entonces nos juntába-
mos las tres: una compañera, mi hermana y yo.
El Cine Ideal era de la Compañía Española. ¡Ah! ¡Cuántos españoles iban!».
14 En el contraste entre los recuerdos de lo que veía en los trayectos casa-trabajo y
en su comportamiento retraído en los espacios abiertos de la ciudad industrial, en
disonancia con el recuerdo minucioso y con las exclamaciones de satisfacción en
relación con el tiempo en que jugaba en Moóca, incluso con veinte años, o se
28. Moóca, Penha, Brás y más adelante, Bom Retiro, Cambuci y Belenzinho, son barrios antiguos y ya
distantes del centro de São Paulo (N. de la T.).
divertía en las fiestas y en las sesiones del cine de barrio, aprehendemos en sus
memorias matices del ser inmigrante en São Paulo. Las actitudes de intolerancia
física y psíquica frente al trayecto hacia el trabajo, en medio de «trolebuses redon-
dos de tanta gente», cuando con poca edad y desenvoltura, no sabía lidiar con situa-
ciones de exposición al universo urbano, marcan fronteras del vivir en la ciudad
en sus memorias, en relación con los agradables recuerdos de juegos y paseos,
donde convivía con amigas y disfrutaba lo que São Paulo le proporcionaba para y
por medio de españoles y otros inmigrantes, como eran el teatro y el cine.29
En su testimonio, además de que sea posible percibir con qué sensaciones vivió
sus experiencias como mujer inmigrante, se descubren visiones sobre la vida
urbano-industrial de São Paulo. Recuerdos que permiten captar, en los años
1920, tanto el barullo de personas y vehículos en las calles, en el ir y venir a dife-
rentes negocios y quehaceres, como la atracción por actividades cinematográficas,
ya en vigor en la ciudad que se expandía industrial y culturalmente con activida-
des de diversión asociadas a la constitución histórica de percepciones y sensibili-
dades, inherentes a los modos de vivir y trabajar en el universo de la moderniza-
ción capitalista.30 Las memorias de Doña Angelita, así como las de otras testigos,
contienen en sus diferentes miradas y sentimientos, tensiones subyacentes a la
metropolización de São Paulo, proyectando sobre varios ángulos, las arenas del
juego político en que su potencial industrial era construido.
En cuanto a Doña Encarnación, ésta narró una vida marcada por muchas pér-
didas y un continuo re-hacerse –desde la muerte de su madre en España, cuan-
29. Las “sociedades teatrales están en los orígenes del cine realizado en la ciudad de São Paulo, des-
arrollándose junto con la formación de artistas, directores y cinegrafistas. Uno de los pioneros y
más grande empresario en el área de cine de São Paulo, fue el español Francisco Serrador quien,
desde 1905, exhibía películas como ambulante y montó la primera sala fija de exhibición de
películas, denominada Eldorado [...] Este cine producido en São Paulo, nació en Brás, hecho en
buena parte por extranjeros, artistas de teatro, pero también, artesanos, barberos, torneros y
empleados públicos, de manera improvisada en los fondos de las casas, en pocas horas, ‘margi-
nal por definición’”. ANTONACCI y MACIEL. “Espanhóis em São Paulo: modos de vida e expe-
riências de associação”, op. cit., ps. 187/88. Las informaciones sobre teatro y cine en São Paulo
están en GALVÃO, Maria Rita. Crônica do cinema paulistano, SP, Ática, 1975, ps. 18/54.
30. Sobre el cine, producido y consumido bajo los parámetros de la modernización capitalista, en
concomitancia con estrategias de organización de la percepción humana, teniendo en cuenta
reflexiones de Walter Benjamin en el sentido de que “la forma de percepción de las colectivida-
des humanas se transforma al mismo tiempo que su modo de existencia”, ver ANTONACCI. “Do
cinema mudo ao falado: cenas da República de Weimar”, en HISTÓRIA, Revista UNESP/Assis,
n. 10, SP, UNESP, 1991, ps. 43/45.
Bajo la perspectiva de la historicidad de las percepciones, además de las reflexiones de Benjamin
en “A obra de arte na época de suas técnicas de reprodução”, Os pensadores, SP, Abril Cultural, 15
1983; son fundamentales las investigaciones y cuestiones formuladas por E.P.Thompson, sobre
la percepción del pasaje y medición del tiempo en la constitución de las relaciones fabriles en
“Tempo, disciplina do trabalho e o capitalismo industrial”, en Costumes em Comum, SP, Cia.
Das Letras, 1998. En el sentido de una historia de las sensibilidades, son de gran contribución
las investigaciones y abordajes de Alain Corbin, según la entrevista de Denise Sant’Anna, donde
apunta que “frente al desafío de reconstituír una cultura sensible, diferente de la nuestra, nece-
sitamos cuestiones precisas y estar atentos al vocabulario y al sentido de las palabras”. Cf.
SANT’ANNA. “Uma história quase impossível”, Projeto História, n. 19, SP, EDUC,1999, p. 209.
do su padre acababa de emigrar al Brasil–: el regreso del padre para llevarla junto
con la hermana a São Paulo; las mudanzas y los trastornos que formaron parte de
su trayectoria como inmigrante en el contexto de una familia que, inclusive con
éxitos temporales en los negocios, se enfrentó a problemas de afirmación social
de sus actividades en el proceso de industrialización paulistana. Cuando se le pre-
guntó sobre sus recuerdos de las regiones por donde pasó y de las calles donde
vivió, respondió:
«¡Ah, me acuerdo de todo! Recuerdo cuando el trolebús era en el Largo da Sé,
que doblaba así (gesticula para mostrar el camino del trolebús) venía aquél
que era del abrigo y el trolebús doblaba así para venir, el trolebús Fábrica-
Vila Prudente y el otro, el Cambuci, doblaba así donde está el supermercado
que era el cine del Cambuci. Nunca me dejaban ir al cine».
Recordando todos los lugares de la ciudad por donde pasó en su juventud, en
este fragmento de su testimonio ya percibimos que, en sus memorias, están con-
figuradas las imágenes de conjunto y de detalle de la São Paulo que conoció y de
la ciudad de hoy. Una vez más se habla de los trolebuses y de los cines antiguos,
reemplazados por los supermercados. Además de este cambio en el espacio físico,
mientras que en las memorias de Doña Angelita el
En sus recuerdos están las trolebús era señal de traumas y retracciones corpora-
les, y el cine representaba el disfrute de la vida en la
prohibiciones a su libre ir y ciudad; en las de Doña Encarnación, el trolebús for-
venir por la ciudad, a no maba parte de su cotidiano con tranquilidad, mien-
tras ubicaba controversias familiares en el cine, donde
ser que fuese justificado, nunca le permitieron entrar. Sus recuerdos están mar-
lo que está implícito en su cados con la luz de lo permitido, lo prohibido, y lo
transgredido:
«sin causa digna no podía» «No me daban permiso para salir. Ni tenía amigas; no
me dejaban tener amigas. Sólo con la familia, sólo con la familia; nadie de
afuera [...] A veces yo salía en Cambuci, en el Largo de Cambuci. Entonces
yo decía: ‘Oye, vamos al Largo de Cambuci’. Y mis primas venían a encon-
trarse conmigo. Mi hermana también, a veces, pero sin una causa digna no
podía, por causa de mis tíos».
Habiendo llegado directamente «a São Paulo porque mis abuelos ya estaban
viviendo aquí, mis tíos estaban trabajando, pintando como pintores de paredes» y su
padre, que por las condiciones de trabajo vividas en España podía decirle a los
hijos «Yo no los quiero empleados», las memorias de Doña Encarnación se dife-
rencian de las demás entrevistadas. Vivió bajo otros ángulos el ser mujer inmi-
grante en São Paulo, trabajando con chatarra en los lucrativos y ramificados
16 negocios de su familia. En sus recuerdos, aparecen imágenes abarcadoras de espa-
cios y vivencias en la ciudad de entonces, con percepciones de relaciones de sec-
tores de la élite paulistana a partir de repercusiones e interferencias en las activi-
dades de su familia. En contrapartida, debido a esta vinculación umbilical con el
cotidiano de los negocios familiares, en sus recuerdos están las prohibiciones a su
libre ir y venir por la ciudad, a no ser que fuese justificado, lo que está implícito
en su «sin causa digna no podía». Al estar más protegida, sin necesitar exponerse
para poder sobrevivir en las calles, trolebuses y fábricas de la ciudad, desarrolló
un perfil más impositivo, construido a partir de las relaciones con los españoles
empleados por sus parientes y en las intervenciones de sus tíos en su vida perso-
nal, que controlaban sus salidas, paseos y circulación en las programaciones que
la ciudad ofrecía.
A partir de su posición en el ámbito de familia española mejor ubicada y de
sus inserciones en circuitos de apoyo a la expansión fabril de São Paulo –«la idea
de mi padre era abrir un depósito de hierro, en España trabajaban con minas, siem-
pre fueron mineros, mi abuelo Diego en una mina de plomo y mi abuelo Valeriano
en una de hierro»–, sus memorias evidencian la diversidad de las experiencias de
los españoles en São Paulo. Por eso mismo, también permiten vislumbrar otras
sensibilidades y expresiones de intolerancia.
Por dónde andaban, qué veían o dejaban de ver, qué solían visitar y de qué
equipamientos de la vida urbana de São Paulo disfrutaban. Las posturas corpo-
rales registradas en sus memorias y narradas en sus testimonios, expresan sus
modos de vivir y trabajar en la ciudad. Expresiones
subjetivamente construidas a partir de sus sentimien- La vergüenza que le
tos, inseguridades, estímulos y coacciones experimen-
tados en las relaciones con las diversas ciudades que
causan las formas de
podía contener São Paulo. Sus memorias registran convivencia íntima y
referencias a esas diferentes ciudades, vistas desde sus
traslados diarios, desde los medios de transporte,
cotidiana, donde compartía
desde los talleres, las fábricas o los negocios, –es decir, cocina, baño, y lavado de
desde sus lugares donde vivían, trabajaban o juga-
ban–, de cómo vivieron y lo que consiguieron hacer,
ropas, con otros extranjeros
teniendo como límite las calles de los barrios que y trabajadores brasileños,
habitaron: Brás, Moóca, Cambuci, Belenzinho.
En estas ciudades, la primera preocupación y fuen-
con sus idiomas, hábitos
te de muchas aflicciones y problemas cotidianos fue alimenticios, y costumbres
el tema de la vivienda, casi siempre temporal e
improvisada, en la que compartían habitaciones con
distintos
otros inmigrantes y brasileños. En la medida de lo posible y de sus ahorros, se
mudaban a espacios mayores. Según sus recuerdos, en la narrativa de doña
Isadora:
«[...] había una época en que todas éramos pequeñas y no teníamos buenas
condiciones económicas ¿entiende? ¡Y tanto que vivíamos en un conventillo!
Ese conventillo parecía una familia pero ¡hoy se dice conventillo! Pero anti-
guamente era conventillo. [...] Eran trece habitaciones así con dos cocinas,
una al fondo y otra al frente, con dos baños, uno al fondo y otro al frente; o
sea que así, de 1 a 6, la cocina y el baño eran de aquí; de 6 a 13, la otra coci- 17
na y el otro baño, eran para aquellos».
Llama la atención la dificultad, el titubeo y la inhibición para contar que vivió
en un conventillo, yendo y viniendo entre lo que significa conventillo en el pre-
sente y en el pasado, explicando en seguida que «más parecía una familia, pero hoy
se dice conventillo». Su insistencia en aclarar los significados de vivir en un con-
ventillo ayer y hoy –para quien, recién llegado a São Paulo, cohabitó en conven-
tillos típicos de barrios obreros paulistanos–, seguramente proviene de la ver-
güenza que le causan las formas de convivencia íntima y cotidiana, donde com-
partía cocina, baño, y lavado de ropas, con otros extranjeros y trabajadores bra-
sileños, con sus idiomas, hábitos alimenticios, y costumbres distintos. Situación
semejante fue recordada por Doña Inés:
«Había un conocido nuestro que vivía en una calle de Moóca [...] que nos
consiguió una habitación; pagábamos 70 mil réis.31 Una habitación. Cocina
afuera, el baño afuera para un montón de gente: ¡y a dormir en el suelo, por-
que no podían comprarse muebles! No, porque ahora uno, si viene alguien de
afuera, uno si puede ayudar, ayuda, ¿no? Pero en aquel tiempo, nadie se ayu-
daba. No, en aquel tiempo no se ayudaba. El que tenía para comer, comía; si
no tenía para comer, no comía, ¿eh?».
«De 1930 hasta 1932, llegó a faltar comida. Nos las arreglábamos [...] tra-
bajábamos todo el día, llevábamos pan con banana [...] no se veía leche».
A través de conocimientos surgidos de lo imprevisto de las relaciones que se fue-
ron constituyendo en la vida urbana paulistana, se conseguían lugares para vivir, en
medio de «un montón de gente», expresión que denota
Expresada en la voz tanto cantidad como diversidad, parecida a la de Doña
Angelita cuando se refiere al «trolebús redondo de tanta
y en la gestualidad, gente». Además de la cohabitación, vivieron en gran
y a pesar de que pasaron penuria, ya que dormían en el suelo y comían lo que
tenían o conseguían en periodos de crisis. Llama la
muchos años, aún atención que «en aquel tiempo nadie se ayudaba», dán-
recuerda con indignación dole significados a los «encuentros/desencuentros»32
experimentados por extranjeros y brasileños de dife-
el comportamiento del rentes culturas, idiomas, etnias, situados en difícil con-
jefe que «maltrataba» vivencia por la metropolización de São Paulo. Según
Doña Inés, en otro pasaje de sus memorias:
a las obreras «Pero al italiano no le gustaba el español y al español
no le gustaba el italiano [...] ellos nos molestaban [...] tampoco podían ver a la gente
de color [...] eran prejuiciosos también, ¿vio?».
Recordando cuando, a los 16 años, comenzó a trabajar en los telares de la
Crespe, narró cómo sintió el prejuicio del jefe que «era hijo de italianos y orgullo-
so de serlo, ¿sabe? Entonces, él pensaba que la fábrica era de él [...] Íbamos a hablar-
le sobre trabajo, él iba andando y uno iba atrás ¿no? Porque cuando alguien va a
hablar con otro (con gestos explica que la persona precisa atención) ¿no?».
Expresada en la voz y en la gestualidad, y a pesar de que pasaron muchos años,
aún recuerda con indignación el comportamiento del jefe que «maltrataba» a las
obreras por ser un italiano en una fábrica de italianos.
18
31. Réis: moneda de la época. (N. de la T.).
32. Del horizonte del proceso de formación de las culturas en la ciudad de São Paulo en el pasaje
de los siglos XIX/XX, Heloisa Cruz apunta que “interesa indagar sobre los significados de esos
encuentros/desencuentros entre extranjeros recién llegados, negros recién liberados, hombres del
interior promovidos a la condición de caipiras*, doctores y hombres buenos con el recuerdo
reciente de sus señores.” En CRUZ, São Paulo em papel e tinta, op. cit. p. 63. Caipira: condición
social del habitante del interior cuando llega a la ciudad (N. de la T.).
34. Sobre la participación de españoles en trabajos en el interior del Estado de São Paulo y en las
haciendas de café, ver GONZÁLEZ MARTÍNEZ, Elda. “Españoles en Brasil: características genera-
les de un fenómeno emigratorio”. Ciência e Cultura, 42 (5/6): 343, mayo-junio/1990 y Brasil:
café e inmigración. Los españoles en San Pablo (1880/1930). Madrid, CEDEAL, 1990.
«recogíamos café [...] todo el mundo se reía de mí, porque yo nunca hice eso en España
y yo zarandaba el café, y cuando lo tiraba para arriba, ¡se me caía todo encima!». Más
que en las risas que provocó por no tener habilidad para recoger café, fue al decir
que nunca hizo «eso en España» lo que explicitó su extrañamiento y distancia-
miento frente a aquellos procedimientos de trabajo. Tanto que, con el dinero
recibido, «salimos de allí para venir a São Paulo», donde:
«[...] alquilamos una casa más pequeña porque el dinero no daba, hasta que
comenzamos a trabajar, yo comencé en una fábrica de ingleses, era trabajo de
hilos, hacer hilos, en Ipiranga [...] Era una máquina bien grande, para plan-
char, pero aquello hacía tanto ruido ¡que no aguanté! Y tuve que salir... Y de
allí, ya comencé a coser como yo sabía. En mi casa particular».
Una vez más aportamos registros de memorias que evidencian que fueron las
hijas las que consiguieron trabajo para sostener a la familia, entre sectores empre-
sariales que priorizaban el empleo de niños y mujeres para expandir mejor sus
intereses. También llama la atención la expresión «aquello hacía tanto ruido que
no aguanté», reforzando la intolerancia frente a las prácticas de trabajo y ruidos
desconocidos en su vivir rural en España, donde su
padre tenía el «oficio» de cuidador de las tierras. Doña
Sin aguantar el ritmo y el María de los Ángeles también recuerda «[...] otra her-
ruido de las máquinas, mana, que ya murió, entró en la fábrica de los ingleses
[...] después ella comenzó a decirle a mi padre ‘¡Ay, papá!
preferían ser costureras No puedo, María salió, yo quiero salir, ¡no aguanto el
en casa. El espacio ruido de esa máquina! Entonces mi padre dijo ‘sal’. Ella
salió y aprendió a coser conmigo».
doméstico se constituyó en Así como Doña Inés comenzó a trabajar junto con
un refugio para trabajar su padre, las hermanas Esparrel, sintiéndose inseguras
al trabajar solas en un país extranjero y sin haber des-
sin extrañamientos arrollado sensibilidades para vivir y trabajar en ciuda-
des –cabe recordar que su hermana María Angelita, no
tolerando el barullo de las calles agitadas y los trolebuses llenos, recorría el trayec-
to casa-trabajo-casa a pie– se emplearon en la misma fábrica. Sin aguantar el ritmo
y el ruido de las máquinas, preferían ser costureras en casa. El espacio doméstico
se constituyó en un refugio para trabajar sin extrañamientos, para «coser como yo
sabía», indicio de que su saber hacer había sido desconsiderado y debió sufrir las
intervenciones de las fábricas donde trabajó. Con este procedimiento, acabó trans-
formando su casa en taller de trabajo, confundiendo el espacio privado con el
público. Aunque esquivó las imposiciones del mundo fabril, se enredó en sus des-
doblamientos, quedando sin tiempo disponible para salir. «Nosotros no salíamos
22 mucho. Íbamos al cine. En Moóca estaba el Santo Antônio. Pocas veces iba».
Incluso los hijos de los españoles que no fueron a los campos de café y que,
por alguna artimaña, consiguieron huir de la Hospedaria de los Inmigrantes, no
escaparon del horizonte industrial, todavía chicos, como recordó Doña María
Marín, que llegó en 1920:
«Sí, bajamos del ómnibus en Santos –¡del ómnibus!– del barco. Sí, y vinimos
para la inmigración, me parece que nos quedamos tres días, tres días, sí.
Después, mi primo fue allá y le dijo a mi padre: ‘Tú tienes que salir ensegui-
da, ven a casa.’ Y así, así y listo, ¡vivíamos así! [...] Después, ya era más seño-
rita, fui a trabajar a la fábrica, porque antiguamente –no es de su tiempo–
antiguamente, ¡la juventud trabajaba sólo en la fábrica, sólo en la fábrica! Y
yo comencé, doce, trece, catorce, comencé a trabajar en la fábrica [...]».
«Penteado era estopa. ¡Aquello era enorme! Y aquello trabajaba por la maña-
na hasta las dos horas, de las dos a las diez horas. Yo y mi hermano, teníamos
de las dos a las diez, descargar hilado; los carreteles llenos, a cargar otros para
llevar. Como trabajábamos desde pequeños en la fábrica, ¡no fuimos a la
escuela! ¡Mi hermano y yo no fuimos a la escuela! Siempre trabajando en la
fábrica».
En la forma que recordó su trabajo y el del hermano, de once años en la fábri-
ca Penteado, con exclamaciones del tipo «¡Aquello era enorme!» –que evoca la ima-
gen de un desconocido monstruo–; «Y aquello trabajaba por la mañana hasta las
dos horas, de las dos hasta las diez horas» –que representa la imagen de algo que
debía ser alimentado continuamente–, aprehendemos en la construcción de su
narrativa un sentido sobre su actividad fabril, que debe haberse quedado en su
imaginario infantil de los doce años. Como en cuen-
tos y ficciones literarias, en su subjetividad se sintió La mayoría sólo tenía una
en la obligación de trabajar como quien alimenta un
extraño y «enorme» devorador de «carreteles».35
carreta, con la que
Y el trabajo fabril, que le consumió la «infancia» a recorrían la ciudad
Doña Angelita, le consumió la «juventud» a Doña
Isidora y a Doña María Marín, quien desde pequeña
juntando trastos para
y acompañada por su hermano, trabajó en la fábrica. venderle a los dueños de
Experimentando la trayectoria de otros españoles,
Doña María Marin fue primero a vivir y a trabajar
los depósitos o eran sus
con su familia, en una hacienda de café, en Baurú. empleados al servicio de la
Después de la muerte de sus padres vinieron a São
Paulo, donde trabajaron en la fábrica de tejidos
selección y clasificación
Penteado. Desde los doce años trabajó en el telar, mientras el cuñado, casado con
la hermana mayor, era feriante.
«Era feriante, después fue a trabajar a la calle Santa Rosa; él trabajaba allá
de cargador de bolsas, pobrecito, en la cabeza; descargaba camiones, ¿no?
Descargaba, cargaba; mis hermanos no, mis hermanos eran del negocio de la
chatarra. Pero no es que ellos tuviesen depósito. Ellos cargaban con una carre-
ta, juntando chatarra y vendían para el depósito».
Muchos españoles trabajaron y aún trabajan en São Paulo con chatarra, sólo
que mientras algunos tenían y tienen depósito y negocian con las fábricas, la
mayoría sólo tenía una carreta, con la que recorrían la ciudad juntando trastos 23
para venderle a los dueños de los depósitos o eran sus empleados al servicio de la
selección y clasificación de los trastos. En este sentido, vale la pena volver al tes-
35. En nuestro imaginario, la narración de Doña Maria Marín trae el recuerdo de Moloch, el mons-
truo proyectado por Fritz Lang em Metrópolis (1926), mientras que tal vez para Doña Maria
Marín, evocase los molinos de Don Quijote de la Mancha, probablemente narrado por su madre
que “era muy estudiada”, hija de mineros, que fue a la escuela entre los dos y los dieciocho años.
36. Santana y Osasco: barrio y municipio periféricos de la ciudad de São Paulo. Lança-perfume: espe-
cie de pomo con éter perfumado usado en los carnavales brasileños (N. de la T.).
Esta situación ambivalente, entre el poder que ejercía en los negocios y la falta
de libertad para tomar decisiones referentes a su vida, aún reaparece en sus
memorias, cuando recuerda cómo rehicieron sus actividades alrededor del curti-
do, después de haber perdido el depósito de chatarra:
«Porque después que acabó la chatarrería, ellos pusieron unos curtidos en São
Caetano;39 lo que hoy es el centro de São Caetano, en aquel tiempo era un
monte que era de... no recuerdo el dueño del terreno. La curtimbre era un
contrato de la municipalidad, los perros de la carreta, que juntaban y mata-
ban, tenían aquella carreta cerrada y todo, era para la curtimbre y le sacaban
el cuero, ¿no? Con el cuero hacían zapatos y el resto iba a la caldera. Cuando
estaba, por el grifo salía el sebo. El sebo iba por una canaleta así en tambo-
res, para hacer jabón. Y después continuaba y el resto quedaba hecho cenizas,
que era adobe. Se lo vendíamos a esa sociedad japonesa, esa sociedad grande
que está... en Pinheiros. No me acuerdo.
Vendíamos el adobe y los cueros y, cuando eran los caballos, cortaban las cri-
nes y se las vendíamos a fábricas de cepillos. Aquellos que eran así de largos se
lo vendíamos al tecelão, que ellos hacían aquél... para forro de saco masculi-
no...Yo le vendía a la Casa Franca Lança, que queda en la calle Piratininga,
y aquella más pequeñita para fábrica de pinceles. Nos iba bien, ¿no? Después,
a la noche, yo, mi hermana y mi tía, hacíamos fajos así o más grande o más
pequeño, ¿sabe? Entonces, cuando estaba así yo alquilaba un coche y los lle-
vaba a la calle General Flores. Pero todo eso era para las menudencias de las
mujeres. Las menudencias de las mujeres, decían».
En esta otra expresiva narrativa de Doña Encarnación, en la que su familia reto-
ma las actividades en el ámbito industrial de São Paulo y se dedica al que poste-
riormente sería el pujante ABC paulista, el reaprovechamiento de residuos orgá-
nicos de animales, reaparece en sus memorias el lugar ocupado por las mujeres. En
el ámbito doméstico, la reinserción de españoles en la industrialización de São
Paulo –que se ocupaban de las transformaciones de los restos de la vida urbana,
aunque necesarios, eran descalificados–, era vivida por las mujeres de forma pare-
cida. Aunque participaran en todos los procedimientos de trabajo, a las mujeres se
les reservaban los subproductos que, como segundo escalón de la familia, se encar-
gaban de preparar y comercializar. Los recuerdos de Doña Encarnación señalan
esta división entre lo de los otros y lo de las mujeres, al utilizar el pronombre yo.
Yo vendía, yo alquilaba, teniendo presente que estos «restos» para las «menudencias
de las mujeres», era sabido por todos, conforme la expresión «Para las menudencias
de las mujeres, decían». Recordando esta división entre lo que era de los hombres
y lo de las mujeres, también describió otra reutilización del curtido:
26 «El cuero, el sebo y los huesos –cuando el hueso era así de pequeño porque era
de la canilla y se lo vendíamos a la fábrica de botones– era la parte de los
hombres. Era la parte del negocio. Ahora, de la curtimbre, las crines sólo eran
para las mujeres».
39. São Caetano: municipio de la Gran São Paulo que, junto con Santo André y San Bernardo, cons-
tituyen el ABC paulista (N. de la T.).
41. NASCIMENTO, José Leonardo. “Trabalho e prestígio social: os espanhóis em São Paulo”, mimeo.
1993, ps. 11-20.
42. PENTEADO, Jacob. Belenzinho, 1910 (Retrato de uma época). SP, Martins, 1967, ps. 57 y 229.
43. La gran presencia de españoles en este comercio y en la red hotelera encuentra registros en los
anuncios publicitarios de la prensa española investigada.
44. Baianada: grupo de baianos, naturales del Estado de Bahia. El término está usado en uno de sus
sentidos posibles, el peyorativo, significando: vagabundos, fanfarrones, ordinarios (N de la T.).
45. Sobre la institución de nuevos espacios en la São Paulo de comienzos del siglo XX, ver CRUZ,
Heloisa de Faria. Op. cit., p. 63.
encontramos lugares y tiempos para los juegos, los paseos, las reuniones en aso-
ciaciones recreativas y culturales, idas a teatros y cines que también marcaron las
experiencias sociales de estas mujeres, y trajeron a la superficie cómo vivenciaron
y formaron parte de la constitución de las culturas urbanas de la nueva me-
trópoli.
Sus memorias en la ciudad de São Paulo, cargada de tensiones y voces diso-
nantes, permiten percibir que los españoles «negociaron» con las diferentes cul-
turas que convivían «[...] sin, simplemente, ser asimilados por ellas ni perder
completamente sus identidades». Siguiendo las reflexiones de Stuart Hall sobre
la dialéctica de las identidades en el mundo postcolonial, las narrativas de estas
inmigrantes españolas dejan ver que «cargan los rasgos de la cultura, de las tradi-
ciones, de los lenguajes y de las historias particulares por las cuales fueron mar-
cadas [...] dispersadas para siempre de su tierra natal [...] son, irreversiblemente,
el producto de varias historias y culturas interconectadas».46
31
46. HALL, Stuart. A Identidade cultural na pós-modernidade. RJ, DP&A, 5 edición, 2001, ps. 88-89.
Introducción
Establecer una relación íntima con una persona de otra raza y emigrar de un
país para instalarse en otro son viajes que nos insertan en otra cultura. Estos via-
jes, antiguos como la humanidad, aparecen ensalzados en el folklore occidental
en los relatos de los viajes de Marco Polo y en la pasión de Marco Antonio y
Cleopatra. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, la frecuencia de los viajes
ha aumentado de forma espectacular. Hoy, en nuestro mundo globalizado, tanto
la inmigración como la mezcla racial, sea ésta armoniosa o conflictiva, son un
aspecto cotidiano de la mayoría de las sociedades. Los autores de este artículo
tenemos la convicción de que alcanzar un cierto grado de integración a través de
la inmigración y la mezcla racial será un rasgo esencial del futuro, tanto desde
una perspectiva amplia, la de crear un nuevo orden mundial, como desde una
más específica, en el caso de los países que aspiren a convertirse en «sociedades
arco iris» de esencia multicultural.
La cultura del Caribe es tal vez el ejemplo más conocido de sociedad surgida de
la migración y la mezcla. En el Caribe la mezcla racial comenzó a principios del
siglo XVI con la introducción, por parte de una serie de potencias coloniales euro-
peas, de esclavos negros después de que la población autóctona hubiese sido des-
truida por los españoles y sus sucesores. Característica fue la mezcla entre los due-
ños de las plantaciones y sus esclavos. Posteriormente la mezcla racial recibió una
especie de sanción social, ya que el gobierno colonial apoyó deliberadamente al
grupo negro-mulato de piel menos oscura, del cual surgían los administradores
locales, otorgándoles una posición social prominente (Henriques, 1975). En la
actualidad la población caribeña es fundamentalmente heterogénea y, aunque pre-
dominen los individuos de ascendencia africana, es habitual que se formen pare-
jas entre blancos y personas de color, así como entre individuos de ascendencia
africana e hindúes y chinos. A partir del siglo XIX, al producirse los importantes
flujos migratorios que trasladaron a los habitantes del Caribe a América Central y
del Norte, así como a Europa, éstos llevaron consigo esta actitud de apertura cul-
tural, que recientemente se ha visto reforzada por el turismo que afluye a las
Antillas. De ahí que en la Gran Bretaña contemporánea la población antillana se
case con personas de raza distinta en mayor proporción que cualquier otro grupo
inmigrante no blanco; hoy, la mitad de las mujeres
Alcanzar un cierto grado que los varones antillanos eligen para formar pareja
son blancas (Berthoud, 2003, en prensa).
de integración a través de Incluso limitándonos a los continentes atlánticos
la inmigración y la mezcla es importante destacar que existen otras culturas que
se han desarrollado de forma paralela: nos referimos a
racial será un rasgo México y Brasil y algunas zonas de Africa, tales como
esencial del futuro Sierra Leona y Senegal e incluso, inicialmente, la pro-
pia Sudáfrica.
No obstante, a partir sobre todo del siglo XIX se desarrolló, en el sur de los
Estados Unidos y en Sudáfrica, una tendencia completamente opuesta, una tra-
yectoria que fomentaba deliberadamente la segregación racial. El caso sudafri-
cano, con la prohibición de las relaciones sexuales mixtas (1950-1986), resulta
particularmente interesante, puesto que constituyó una campaña política de
primera magnitud desde los años 1920 hasta la década de 1950, en especial con
las elecciones generales de 1938, en las que se exhibieron carteles hostiles de
mujeres blancas que aparecían con sus maridos negros y sus hijos mestizos. Y
sin embargo, los historiadores han mostrado poquísimo interés hacia esta cues-
tión, como si la aceptasen como un inevitable hecho social. El único recurso
que nos queda es obtener de abogados y novelistas indicios de los escasos hom-
34 bres y mujeres que a pesar de las dificultades unieron sus manos para superar
estas barreras sociales; y esas fuentes tienden a concentrarse bien en lo políti-
camente heroico, bien en un sexo violento e indecoroso (Lewin, 1963;
Gordimer, 1990, 2001; Coetzee, 1999). Es tal vez significativo que el insólito
relato autobiográfico de un matrimonio mixto ilegal escrito por Eddie Daniels
(1998), compañero de prisión de Nelson Mandela, resulte por contraste con-
movedoramente normal. Por otra parte, ciertas familias mixtas resultaron par-
ticularmente vulnerables cuando el apartheid impuso barrios raciales segrega-
dos, tal y como ilustra el pionero trabajo de historia oral realizado por Sean
Field en los barrios negros y mestizos de Ciudad del Cabo (Field, 1998-1999:
235-237).
Posteriormente, a pesar de la abolición de las leyes segregacionistas, tanto en
los Estados Unidos como en Sudáfrica perdura un elevado grado de segregación
racial en la vivienda, y los matrimonios interraciales son poco frecuentes. Como
investigadores nos ha impresionado profundamente el contaste entre la mezcla
que caracteriza Toronto o Londres y los barrios ciento por ciento negros en que
viven los jamaicanos en Nueva York, casi tan segregados como en las locations
sudafricanas durante el régimen del apartheid. La segregación voluntaria llevada
hasta ese extremo crea sociedades polvorín en las que pocos miembros de algún
grupo tienen conocimiento directo de los otros y en las que es fácil que estallen
conflictos, disturbios y violencia.
El propósito de este artículo es analizar hasta qué punto puede sostenerse un
enfoque distinto y más positivo del problema. Es probable que tanto la inmigra-
ción como el establecimiento de relaciones con parejas de distinta procedencia
étnica y racial creen dificultades para la identidad individual, rodeen los encuen-
tros de hostilidad y discriminación racial y cuestionen aspectos del patrimonio
que debe transmitirse a las generaciones jóvenes. Este artículo une los resultados
obtenidos en nuestras investigaciones, llevadas a cabo
por separado y centradas, en primer lugar, en las pare- La segregación voluntaria
jas mixtas de caribeños blancos (Bauer, 2001) y, en
segundo lugar, en familias jamaicanas transnacionales llevada hasta el extremo
residentes en Jamaica, Estados Unidos, Canadá y crea sociedades polvorín
Gran Bretaña (Thompson y Bauer, 2000 y 2002).
Comparamos el impacto de la emigración y de las relaciones mixtas en la identi-
dad, estudiamos los distintos tipos de hostilidad y prejuicios raciales que se sufren
y analizamos hasta qué punto los individuos hallan soluciones creativas tenden-
tes a alcanzar nuevas formas de identidad multiétnica y multirracial y se atreven
a soñar con sociedades más tolerantes para el futuro.
ción específicamente histórica con los distintos espacios que habitan a lo largo
del tiempo’» (James, 1999:23).
Se ha dicho que «los antillanos se sienten tan incómodos con respecto a su iden-
tidad nacional como con respecto a su identidad racial» (Lowenthal, 1972). El
origen de esta ambivalencia es el legado de la esclavitud, una historia de humilla-
ción que les dejó confusos con relación a su raza, a su cultura y al sentido de su
propio valor y dignidad. Por este motivo preferirían olvidar el pasado caribeño que
identificarse con él. Incluso después de la emancipación y de la independencia de
las potencias coloniales, la persistencia de una enseñanza impartida en escuelas e
iglesias, y basada en criterios europeos inculcó en los caribeños el deseo de guiar-
se por valores europeos. No es raro, incluso hoy, encontrar en la sala de estar de
numerosos jamaicanos de edad una fotografía enmarcada de la reina Isabel II de
Inglaterra al lado de una estampa de Cristo. Lowenthal señala que muchos anti-
llanos todavía se identifican parcialmente en función de una nacionalidad euro-
pea. Y cita una bella parodia de este sentido de la identidad nacional europea que
albergan algunos antillanos (Lowenthal, 1972:265, 280) presentando un frag-
mento de la novela de Naipaul A Flag on the Island:
La esclavitud les «De los jamaicanos que habían oído hablar de su
nuevo héroe nacional, Paul Bogle [el antiguo esclavo
dejó confusos con relación líder de la rebelión de Morant Bay], no pocos compar-
a su raza, a su cultura tían la consternación de aquella señora de clase media
de quien se dice que exclamó: “¡Cómo! ¿Aquel malva-
y al sentido de su do demonio negro?” Pero el taxista, molesto por la
propio valor y dignidad nueva bandera de su país, expresa la quintaesencia del
tono antillano: “Sinceramente, prefiero la vieja bande-
ra de Inglaterra... Nos mandan esa cosa y tratan de endulzárnosla hablando
de que si esto o que si aquello... pero yo prefiero la vieja bandera de
Inglaterra. Eso sí que es una bandera. Esta parece una cosa que se acaban
de inventar. Como dinero extranjero, ¿sabe?» (Naipaul, 1967: 156-157).
Aunque cada vez existe más una sensación de orgullo hacia su nación, sobre
todo en las generaciones de antillanos jóvenes, es posible que tales ambivalencias
hayan facilitado la tarea de adoptar, después de la emigración, una identidad
intercultural.
En cambio, estas identidades matizadas no existían entre los jamaicanos resi-
dentes en Estados Unidos que entrevistamos. Casi todos ellos afirmaban con
rotundidad: «¡Yo no soy americano!» aun cuando poseyesen la ciudadanía nortea-
mericana, y mantenían una firme identidad jamaicana (véase Waters, 1999: 65,
84-87). Muy en particular no quieren que se los agrupe y se los confunda con los
36 «afroamericanos». Como dijo Gene: «No sé de dónde ha salido de repente esa cosa
del afro. La verdad es que no lo sé. ¿Sabe? uno se puede identificar como africano-
africano o cualquier cosa con la que quiera identificarse, pero yo sé que en el fondo...
ya puedes añadirle un guión, un prefijo o lo que quieras, me parece muy bien, pero
¡yo lo que soy es jamaicano!». De todos los jamaicanos que entrevistamos en los
Estados Unidos tan sólo una mujer, una contable de éxito en su profesión, aun
enorgullenciéndose de su patrimonio jamaicano se considera también por medio
de su nacionalidad «una norteamericana muy orgullosa de serlo».
te la identidad jamaicana, con ello los inmigrantes jamaicanos expresan una cier-
ta vinculación con Canadá.
Estos contrastes se ven reforzados por las diferencias que existen entre los cri-
terios de asimilación en las políticas multiculturales de Estados Unidos y Canadá.
En los Estados Unidos para abordadr la diversidad cultural predomina el enfo-
que asimilacionista (el del crisol o ‘melting pot’), enfoque que presupone que las
nuevas minorías inmigrantes, con objeto de encajar, abandonarán su propia cul-
tura en favor de la de la sociedad de acogida, que es la norteamericana. Tal polí-
tica no sólo es etnocéntrica sino que implica una visión negativa y estereotipada
de las alternativas culturales. Con esta premisa no es de extrañar que los inmi-
grantes jamaicanos en los Estados Unidos tengan dificultades para identificarse
con ese país. Ejemplo ilustrativo es el resentimiento que muchos de ellos mani-
festaron ante el hecho de que hasta muy recientemente sólo podían participar
plenamente de la constitución norteamericana si se convertían en ciudadanos
norteamericanos, proceso que les obligaba a renunciar a su nacionalidad nativa.
En nítido contraste con los Estados Unidos, Canadá posee en su constitución
una Ley Multicultural que manifiesta:
«La Constitución de Canadá... reconoce la importancia de conservar y
destacar el patrimonio multicultural de los canadienses...; [y] el gobierno
de Canadá reconoce la diversidad de los cana-
dienses en lo que se refiere a la raza, el origen Los blancos como los
nacional o étnico, el color y la religión como
característica fundamental de la sociedad
negros se identificaron
canadiense y se compromete a aplicar una en función de la
política de multiculturalismo destinada a con-
servar y destacar el patrimonio multicultural
nacionalidad o la etnia
de los canadienses y al mismo tiempo a trabajar para alcanzar la igualdad
de todos los canadienses en la vida económica, social, cultural y política
de Canadá».
A pesar de que la multiculturalidad canadiense ha sido criticada por conside-
rársela en sus orígenes demasiado moldeada para alojar a una cultura francesa
dentro de un estado mayoritariamente británico, parece que básicamente esta
ideología resulta ser efectiva –teniendo en cuenta el hecho de que desde fecha
muy temprana permitió la doble nacionalidad–,dadas las afirmaciones de los
inmigrantes jamaicanos a los que entrevistamos en Canadá, quienes no tienen
ningún problema en considerar a ese país como parte de su identidad.
«Creo que básicamente formamos parte del mismo entorno. Somos hamilto-
nianos. Pero sé que parte de mi herencia es jamaicana e inglesa. De manera
que sé que hay muchas cosas que intervienen en lo que soy pero básicamente
soy canadiense y eso a causa de mi formación y lugar de residencia. No veo
color; tan sólo veo personas» (Norris, varón negro).
«Mi sentido de la identidad se basa mucho en la de ser humano. Soy cons-
ciente de que soy norteamericana. Soy consciente de que tengo una especie de
raíces ocultas que a causa del racismo del pasado están tan enterradas que no
queda nadie vivo que recuerde cuáles son realmente esas raíces... Soy muy
consciente de que soy un ejemplo de que la raza no es un hecho biológico... Si
pudiéramos ser todos ciegos para el color de la piel, a mí me parecería muy
bien» (Pat, mujer blanca).
Dada la complejidad asociada al sentido de la identidad de un individuo, no
es de extrañar que las relaciones interraciales conduzcan con frecuencia a un cues-
tionamiento de la identidad. La mayoría de los entrevistados se debatían con este
problema y al mismo tiempo se negaban a aceptar todo intento de que se les defi-
niese adscribiéndolos a la categoría de «blancos» o «negros».
«Racialmente me considero igual que cualquier persona
Para algunos blancos blanca. En el aspecto cultural, yo soy yo y voy a seguir
siendo yo. Y la pequeña parte a la que estoy dispuesto a
establecer relaciones con renunciar para abrir la puerta a la cultura de otra per-
negros les ha permitido sona haré lo posible para que se convierta en parte de esa
cultura, siempre y cuando ambos seamos felices en ella»
experimentar por primera (Rick, varón negro).
vez el impacto del racismo «Soy una chica negra atrapada en un cuerpo de blanca.
Soy blanca de piel y creo sencillamente que eso es todo...
La música que escucho, los sitios a los que voy, los hombres con los que salgo,
esas son las cosas que de las que disfruto» (Bula, mujer blanca).
La experiencia de la hostilidad y de los prejuicios raciales en parejas mixtas
blanco/a-negro/a
Al contrario de lo que ocurre con las parejas de la misma raza, las parejas for-
madas por relaciones interraciales son objetos visibles del racismo. El racismo
puede proceder de los propios miembros de la familia, de los amigos o de la
sociedad en general. En circunstancias normales el racismo reduce el contacto de
los blancos a las experiencias de la diversidad cultural, limitando así su conoci-
miento y comprensión del problema. Dada esta falta de contacto, a algunos blan-
cos las personas pertenecientes a otros grupos raciales les producen temor e
inquietud. Como señala la psicoanalista estadounidense Okun (1996), estos mie-
40 dos impregnan sus experiencias hasta tal punto de que evitan todo contacto
visual y físico con las personas de color, temiendo una agresión corporal. Pueden
incluso tener inconscientemente sentimientos de culpa por ser los opresores y en
consecuencia acaban percibiéndose a sí mismos como víctimas de esas «incivili-
zadas» gentes de color. La realidad es que los blancos no han sufrido el racismo
con la vileza con que lo han sufrido los negros y para algunos blancos establecer
relaciones con negros les ha permitido experimentar verdaderamente y por pri-
mera vez el impacto del racismo.
En general, las familias negras aceptaban con mayor facilidad las relaciones
interraciales que las familias blancas. Sentimientos del tipo «mis padres estaban
ilusionadísimos y fueron maravillosos» o «creo que tengo mucha suerte porque en mi
familia nadie rechazó a mi novia; a todos les encantó» eran frecuentes entre los
negros que habían formado una pareja interracial. Algunos blancos que habían
formado una pareja interracial también comunicaban la aceptación que habían
recibido de las familias de sus parejas negras. En el caso de algunos entrevistados,
incluso después de haberse roto la relación, la familia negra seguía manteniendo
el contacto con el miembro blanco de la pareja y los niños solían desempeñar un
papel fundamental para que la relación entre las familias no se rompiese. Una
mujer blanca que mantuvo una larga relación con un negro afirmó, después de
la separación, lo siguiente:
«Su familia fue muy cariñosa conmigo, me aceptó enseguida... Seguimos
teniendo mucha relación, nos hacemos regalos, nos felicitamos los cumpleaños
y las fiestas. Nos llamamos bastante por teléfono... Su madre siempre es muy
cariñosa conmigo. Celebramos las navidades juntos. A su familia le encanta-
ría que volviésemos a estar juntos» (Sally, mujer blanca).
De los miembros blancos de las parejas interraciales que entrevistamos una ter-
cera parte sufrió oposición por parte de su familia de origen, aunque dicha opo-
sición no siempre fue unánime entre los miembros de la familia. A menudo eran
pocos los miembros que se oponían. La oposición procedía principalmente del
padre y los hermanos varones de las mujeres blancas y aunque en algunos estas
objeciones eran consecuencia de las actitudes racistas que tenían esos miembros
de familias blancas, en otros se debían a las inseguridades producidas por las pro-
yecciones racistas de otras personas y por la vergüenza masculina que podía deri-
varse de la relación interracial que mantendrían unas mujeres blancas con hom-
bres negros (Hernton, 1965). Esta tendencia quedó claramente ilustrada por
algunos comentarios como los siguientes:
«Mi padre me llevó hacia un lado y se puso a hablarme de lo de la raza, y de
qué pensaba hacer yo con él, como tener hijos... Y luego se llevó a [mi pareja]
a dar una vuelta en coche a solas con él... Y le dijo: ‘¿Cuáles son tus intencio-
nes? No quiero que mi hija se case con un Joe cualquiera’; con Joe quería decir
‘negro’» (Jodi, mujer blanca).
No obstante, una vez que los miembros de esas familias que se oponen a la
relación conocen a la persona de la otra raza, suelen emitir sus juicios basándose
en sus propias experiencias.
«Una vez que nos casamos, no tuve la sensación de que mi familia se negase
a aceptar la situación. Mi madre me dijo años después de que [mi pareja] y
yo nos casáramos, me dijo: ‘¿Sabes? nos ha ayudado mucho ver que tu matri- 41
monio funcionaba’. Porque me dijo que temían mucho que no fuese a fun-
cionar... En cuanto vieron que todo iba bien, entonces estuvieron de lo más
normal» (Willa, mujer blanca).
El hecho de que la mayoría de las familias negras del estudio aceptase con
mayor facilidad que las blancas las relaciones interraciales puede explicarse en
función de tres factores distintos. En primer lugar, la mayoría de las personas
negras del estudio (63%) se encuentran ya mezcladas con otras razas, de manera
volvía a mirar». Otra mujer blanca recordaba la hostilidad que le mostraban las
mujeres negras en Estados Unidos, en los años 1960 y 1970, cuando salía con
su pareja:
«Aquellas mujeres negras de los años 60 y 70 eran físicamente hostiles.
Recuerdo una vez en la biblioteca en que una de ellas me arrojó ketchup, y
alguien nos echó barro en el buzón, y los comentarios... Negros que eran hos-
tiles conmigo porque estaba casada con un negro» (Sally, mujer blanca).
En cambio, un varón blanco que emigró de Escocia a Jamaica y de Jamaica a
distintas zonas del Caribe antes de llegar a Canadá descubrió que en esos lugares
ser una pareja mixta era una ventaja que también le reportaba beneficios en todos
los aspectos de su trabajo.
En general los individuos que formaban estas parejas mixtas no parecían
demasiado preocupados por el qué dirán. No negaban que habían tenido que
sufrir muestras de racismo ni tampoco el hecho de que se trata de una actitud
que impregna nuestra sociedad y que probablemente siempre estará presente en
algunos individuos. Y los más optimistas creían que la sociedad canadiense mues-
tra mayor tolerancia hacia las relaciones mixtas entre blancos y negros.
Pese a que algunos eran menos optimistas por ser plenamente conscientes de
lo implantada que está en nuestra sociedad la mentalidad y los estereotipos racis-
tas, otros entrevistados sí consideraban el aumento de la mezcla racial como
mecanismo de reducción de los problemas del racismo y de la discriminación en
el mundo. Los entrevistados más optimistas consideraban el aumento de la mez-
cla racial como un acontecimiento inevitable del futuro, dados los movimientos
de personas ocasionados por la globalización y los flujos migratorios, y la opor-
tunidad cada vez mayor de que personas de muchas razas distintas ocupen el
mismo territorio.
«Creo que son muchas las razas distintas que están decidiendo convivir entre
sí y creo que la sociedad tiene que darse cuenta de ello. Es el futuro y conside-
ro que es bueno contribuir a derribar las barreras que separan a las razas.
Creo que valdrá más que [la sociedad] se dedique a ello, porque es el futuro»
(Eddy).
Sólo el futuro dirá si la mezcla de razas fomenta o reduce el racismo.
Solamente nos queda esperar –como tantos de nuestros entrevistados– que los
hijos producto de la mezcla de razas desempeñen un
papel activo y actúen como agentes entre los distintos Sólo el futuro dirá si la
grupos de personas, facilitando la comunicación y la mezla de razas fomenta o
cooperación, y ello les permita extraer de sus distin-
tas experiencias su patrimonio, su identidad y su reduce el racismo
comprensión del mundo en que viven.
Bibliografía
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46
para una minoría y para los menos afortunados que quedaron retenidos o fueron
deportados –aproximadamente un 20% de los pasajeros desembarcados durante
los años de inmigración más intensa–, la isla fue una pesadilla, una barrera impe-
netrable que aniquilaba las esperanzas y condenaba a las personas a la deportación
y el desengaño (http://www.internationalchannel.com/education/ellis/detention.html).
El Proyecto de Historia Oral de la Isla de Ellis ha reunido testimonios orales de
las experiencias de los nuevos norteamericanos durante los trámites de inmigra-
ción. Sus relatos son tan variados como sus orígenes étnicos. Muchos cuentan que
en la isla de Ellis se realizaba fundamentalmente un proceso de control burocráti-
co benigno, que era necesario pasar para poder entrar en los Estados Unidos. No
obstante, para algunos, que en el momento de su llegada no entendían el inglés,
las instalaciones aparecen asociadas a veces a la incomprensión y al miedo, sobre
todo en el caso de los niños que recibieron abundantes tratamientos médicos.
Una fuente vinculada al Museo de la Isla de Ellis afirma que los inmigrantes
retenidos por razones médicas en general «se curaban rápidamente y se autoriza-
ba su entrada» (http://www.nbm.org/Exhibits/Ellis_Island.htm). Esta supuesta cele-
ridad tal vez sea cierta vista desde el lado burocrático de la barrera. Sin embargo,
vista desde el otro lado, donde se encontraban los
Para una minoría, extranjeros recién llegados, sabemos que «rápidamen-
te» a veces significaba esperas de días para las perso-
la isla fue una pesadilla, nas retenidas y ansiosas. Los defensores de los proce-
una barrera impenetrable dimientos llevados a cabo en la isla de Ellis también
recuerdan que el gobierno de los Estados Unidos tuvo
que aniquilaba las la generosidad de ofrecer a los inmigrantes atención
esperanzas y condenaba a médica gratuita de alta calidad. Como mostraremos
luego, quienes criticaban esta política médica podían
las personas a la argumentar que esta alta calidad no suponía forzosa-
deportación y el desengaño mente unas ventajas claras, sobre todo cuando inclu-
ía tratamientos obligatorios y dolorosos que podían
no respetar los derechos humanos. De hecho, algunos inmigrantes aceptaron
estos tratamientos porque tenían muy pocas posibilidades de elección: no recibir
tratamiento significaba no entrar en los Estados Unidos. Después de todo lo que
habían soportado esos pasajeros de bodega, ¿podían permitirse acaso rechazar
una oferta tan generosa?
La idea de este artículo surgió, en realidad, a partir del testimonio de un inmi-
grante polaco, que era un niño de ocho años cuando pasó por la isla de Ellis en
1921. El Sr. Capp llegó a los Estados Unidos con un defecto congénito del habla
y con un problema neuromotor que afectaba a su gruesa motricidad. Cuando fue
48 sometido a la inspección médica, dio la impresión de que hablaba de manera
ininteligible y «caminaba como un borracho», según su propia expresión. Sus
anomalías en el habla y motoras eran tan visibles que fueron detectadas en la fila
de inspección. Lamentablemente, Nick Capp no comprendía el inglés.
En cierto momento, mientras esperaba la autorización para entrar, sentado
junto a una mesa con su madre, Nick Capp oyó que una funcionaria gritaba su
nombre. Al oírlo, se levantó y ella se lo llevó. Así empezó la separación del niño
de su madre –que duraría ocho días– y un desconcertante suplicio en el hospital.
mayor número de recién llegados o éstos habrían tenido que permanecer deteni-
dos y recluidos durante un período indefinido hasta que el psicoanálisis hubiese
logrado resultados tangibles.
En contraste, los partidarios de la ECT, como el Dr. Baker en la isla de Ellis,
señalan que ésta conseguía excelentes resultados a corto plazo y ayudaba a los
inmigrantes afectados a recuperar una conducta funcional normal. Por consi-
guiente, la ECT contribuyó a agilizar el procedimiento de inmigración y ayudó
a algunos inmigrantes a obtener la admisión en los Estados Unidos.
Un defensor de la ECT, el Dr. Zigmund M. Lebensohn, profesor clínico de
Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Georgetown, señala
que la gran importancia que se concede a la formación psicoanalítica en las facul-
tades de medicina es otro factor que también contribuye a los prejuicios contra
la ECT. Lebensohn observa que la formación psicoanalítica fue la orientación
analítica dominante impartida en las facultades de medicina a partir de la
Segunda Guerra Mundial, una práctica que se mantuvo hasta mediados de la
década de 1990. Durante los últimos cincuenta años, muchos estudiantes de
medicina superaron, de hecho, sus exámenes de especialidad sin haber tenido
ningún contacto con la ECT y sin haber administrado ni presenciado nunca el
uso de los electrochoques para el tratamiento de las dolencias mentales. En otras
palabras, Lebensohn argumenta que se puede estable-
cer una relación entre esta falta de contacto y de for- «Jamás he tenido noticia
mación en el nivel de estudios de postgrado y la opo-
sición contra la ECT: de que nadie pidiera más
«La actitud hacia la ECT manifestada por sesiones de electrochoque»
muchos psiquiatras y psicoanalistas docentes
ha oscilado entre el antagonismo declarado y una altanera condescenden-
cia. A menudo se consideraba al psiquiatra que continuaba administran-
do la ECT con la misma mirada que los ginecólogos solían reservar para
sus colegas que practicaban abortos en los tiempos anteriores a la legali-
zación».
Al igual que Lebensohn, el Dr. Baker de la isla de Ellis también observaba que
algunos de sus colegas tenían algunas reticencias con respecto a la ECT: «Había
una cierta reticencia a usar la terapia de electrochoque. Bueno, debo decir que una
parte del personal era reacio a usar la terapia de choque, pero ésta se aplicó amplia-
mente a pesar de la opinión de algunos miembros del personal».
Al ser preguntado por los motivos de la reticencia del personal, el Dr. Baker
respondió: «[Se basaba] sobre todo en sus efectos punitivos. La consideraban un pro-
cedimiento punitivo», una posición que el doctor desdeñó, no obstante, como
«ridícula». En respuesta a la pregunta sobre si los pacientes también se mostraban 53
escépticos con respecto al tratamiento de choque, el Dr. Baker reconoció que, en
efecto, los pacientes también se mostraban reacios, pero añadió que esto era refle-
jo de una aprehensión general hacia la administración de cualquier tipo de trata-
miento. En un momento posterior de la entrevista, al preguntarle si el trata-
miento de choque continuado generaba algún efecto de dependencia, el doctor
se rió y respondió: «No, jamás he tenido noticia de que nadie pidiera más sesiones
de electrochoque».
Otro defensor de la ECT es el Dr. Rael Jean Isaac, coautor de Madness in the
Streets: the Psychiatry and the Law Abandoned the Mentally Ill [La locura en las
calles: la psiquiatría y la ley abandonaron a los enfermos mentales]. El Dr. Isaac
alega que un efecto secundario importante de la ECT es la posterior afectación
de la memoria del paciente. El Dr. Isaac describe este trauma como secuela del
tratamiento de ECT:
«Todas las personas sometidas a una serie de ECT pierden una parte de
los recuerdos de los sucesos ocurridos en los meses inmediatamente ante-
riores y posteriores al tratamiento; cuanto mayor es el número de trata-
mientos, mayor es también la pérdida de memoria. El mayor impacto
sobre la memoria afecta a los seis meses anteriores y los seis meses siguien-
tes, pero fuera de eso los efectos son sumamente variables».
El Dr. Isaac asocia este efecto secundario con la controversia en torno a la ECT.
No obstante, cita en defensa del tratamiento de electrochoque la declaración del
profesor del Instituto Psiquiátrico del estado de Nueva York, D.P. Devanand, M.
P., en el American Journal of Psychiatry: «En los estudios de casos no existe ningu-
na prueba de lesiones cerebrales estructurales como
La mayor parte de los resultado de la ECT». Isaac reconoce, no obstante, lo
siguiente en relación con los electrochoques: «Dado
problemas de salud mental que los recuerdos y la identidad personal son insepa-
se detectaban antes rables, incluso la pérdida de recuerdos relativos a un
período limitado de tiempo –el único efecto secunda-
de la partida e impedían rio grave de la ECT– resulta más angustiosa que otros
que los emigrantes efectos secundarios más perjudiciales, como los de
muchos fármacos». Estas afirmaciones también con-
potenciales llegasen a cuerdan con el testimonio del Dr. Baker en el sentido
obtener el visado de que los pacientes consideraban inquietantes los tra-
tamientos de electrochoque:
«La amnesia preocupaba bastante a los pacientes, el hecho de no poder recor-
dar y de sentirse un poco desorientados. En general, ésta desaparecía al cabo
de un tiempo. Cuantos más tratamientos de electrochoque se administraban,
más tardaba en disiparse y la reacción de los pacientes era más intensa».
Baker explica que cuando los pacientes no conseguían recordar ciertos aconte-
cimientos, a veces reaccionaban histéricamente ante la amnesia. Sylvia Plath
alude posiblemente a esta ausencia de recuerdos por efecto de la ECT en “Face
Lift”, donde describe así su propia experiencia de los electrochoques: «la oscuri-
dad me borra como la tiza de una pizarra».
En la isla de Ellis, los electrochoques se usaron sobre todo para tratar la esqui-
54 zofrenia, la excitación catatónica y las depresiones agudas con tendencias suici-
das. El Dr. Baker comenta que, en aquella época, la mayoría de los casos de inmi-
grantes con problemas psicológicos no alcanzaban a llegar a la isla de Ellis. En
otras palabras, la mayor parte de los problemas de salud mental se detectaban
antes de la partida e impedían que los emigrantes potenciales llegasen a obtener
el visado. En la isla de Ellis se trataban posteriormente los casos no detectados en
la fase de selección inicial en los países de origen de los solicitantes o los de quie-
nes habían desarrollado dolencias mentales durante el viaje hasta los Estados
Unidos. El Dr. Baker señala en este sentido: «La mayoría de los casos correspondía
a personas que, por algún motivo u otro, habían manifestado una enfermedad psi-
quiátrica durante el trayecto o habían sufrido una depresión nerviosa a bordo del
buque que les trajo hasta aquí. O que habían tenido una crisis convulsiva».
Si consideramos la posición de los inmigrantes en aquel momento, podemos
constatar que incluso los inmigrantes sanos se enfrentaban con dificultades insu-
perables para ser aceptados por el servicio de inmigración de los Estados Unidos.
Es un hecho bien probado que muchos viajaron en condiciones deplorables de
hacinamiento durante travesías de varias semanas en las bodegas de los buques.
Además, antes de llegar a los puertos de embarque en sus países de origen, la
mayoría ya habían tenido que pasar por la experiencia de cambios vitales de gran
trascendencia: separación de la familia, pérdida o venta de la mayor parte o la
totalidad de sus bienes materiales, y el paso de unas circunstancias familiares a
otras desconocidas e inciertas. Los psicólogos han observado que este tipo de
cambios vitales son sumamente estresantes y entrañan grandes riesgos para la
salud incluso en el caso de personas bien adaptadas. Por consiguiente, los inmi-
grantes constituían por definición un colectivo de alto riesgo desde el punto de
vista de la salud mental; cuando su salud era buena
antes de su partida, las condiciones inusitadamente Los inmigrantes
adversas durante la travesía podían provocar por sí
solas una depresión que podía acabar determinando constituían por definición
el rechazo por parte del servicio de inmigración. Las un colectivo de alto riesgo
cartas estaban marcadas en cierto modo en contra de
los inmigrantes, de manera que sólo los mentalmen- desde el punto de vista
te más fuertes pudiesen superar el procedimiento de de la salud mental
inmigración a los Estados Unidos. La confirmación
de un diagnóstico o la rehabilitación de las personas psicológicamente destroza-
das que llegaban a ese puerto de los Estados Unidos dependía del Dr. Baker y su
equipo.
Si existen «Los fantasmas de la isla de Ellis», como reza el título del editorial
antes citado (Ghosts of Ellis Island), éstos son los de los interrogantes éticos no
resueltos en relación con la selección de los inmigrantes. El hecho de que el pro-
ceso de acceso a los Estados Unidos fuese a veces arduo y angustioso sólo venía a
incrementar las tribulaciones de muchas personas ya desfavorecidas económica-
mente y, en algunos casos, política y religiosamente oprimidas. Este tipo de pre-
siones psicológicas pueden provocar ataques, desorientación y también paranoia.
Puesto que jamás se ha realizado un examen sistemático de la población de los
Estados Unidos para determinar con precisión la prevalencia de las dolencias
mentales, ¿cómo es posible saber si su incidencia era mayor entre los inmigran- 55
tes que entre quienes ya residían en los Estados Unidos? ¿O exigía acaso este país
de las oportunidades que las personas que llegaban fuesen más ejemplares que las
ya residentes en él?
La historia oral de Nick Capp nos condujo a considerar las complejas cuestio-
nes del proceso de selección de los inmigrantes, los derechos humanos y la suer-
te de los desfavorecidos con escasas posibilidades de elección. A modo de con-
clusión podemos decir, por lo tanto, que la imagen negativa de la isla de Ellis
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New York Times, 13 de agosto.
57
Hanna Snellman
espectadores la maquinaria pesada que desfilaba por sus campos, dejando a sus
familias y también a sus tractores en paro durante los meses invernales. Los
hijos sin trabajo suficiente en la explotación del padre podían emplearse como
trabajadores forestales a jornada completa o dejar la zona para buscar un
empleo en otra parte. Muchos agricultores vendieron sencillamente todas sus
fincas a las empresas forestales, llevaron su ganado vacuno y sus renos al mata-
dero, cerraron sus casas y se fueron. Una granja tras otra fueron quedando
abandonadas, mientras la población descendía bruscamente de casi 11.000
habitantes hasta poco más de 7.000 en el espacio de pocos años. Convencidos
de que la agricultura no tenía futuro, las personas en edad de trabajar, sobre
todo los miembros de la generación más joven, emigraron por millares para
ocupar empleos industriales bien remunerados en el sur de Suecia.3 En aquella
época, los que habían decidido quedarse en Laponia decían –bromeando, pero
también con amargura– que Gotemburgo acabaría siendo la aldea más grande
de Salla. Pero no sólo Salla, sino también muchas otras comunidades de la
Laponia finesa fueron quedando abandonadas. En el presente estudio, Salla
cumple casi el papel de metáfora, un símbolo de una
comunidad económicamente periférica y cultural- Salla cumple el papel
mente dependiente de sus bosques. de metáfora, un símbolo
Despoblación rural y migración de una comunidad
Suecia comenzó a reclutar mano de obra para su económicamente
industria en rápida expansión inmediatamente des-
pués de la guerra. En 1946, realizó un estudio sobre periférica y culturalmente
la mano de obra de otros países con el objetivo de dependiente
catalogar a sus trabajadores y contratarlos. Las auto-
ridades laborales recibieron órdenes de entablar de sus bosques
negociaciones para contratar trabajadores proceden-
tes de Italia, Hungría y Austria, y en 1947 se firmó un acuerdo con este objeto.
El censo de la población activa y las previsiones demográficas realizados dos
años después impulsaron a los políticos suecos a actuar y apresurarse a dar los
primeros pasos para adoptar una nueva Ley de extranjería. Hasta entonces, la
legislación tenía como finalidad limitar la inmigración, pero lo que se requería
en aquel momento era una ley que la facilitase. En 1954, se aprobó una nueva
Ley de extranjería; el mismo año en que se firmó un acuerdo por el que se cre-
aba un mercado laboral común escandinavo y los países nórdicos se convirtie-
ron en una zona de libre circulación en la que no se requería el uso de pasapor-
te. Tampoco se requería ya un permiso de residencia ni una invitación. Este
acuerdo mutuo entre los países nórdicos se complementó un año después con 61
un acuerdo en materia de seguridad social que reconocía los mismos derechos
en el país anfitrión. Cuando la nueva Ley de extranjería y el acuerdo laboral
entraron en vigor, los empleadores suecos iniciaron un proceso de contratación
masiva aún más intenso que antes. La oferta y la demanda coincidían: Suecia
La decisión de emigrar
Los estudios sobre los fineses en Suecia examinan casi sin excepción los moti-
vos de la emigración. Jouni Korkiasaari informa que encuestas realizadas entre
suecos-fineses en la década de 1970 revelaron que factores económicos, como el
paro, la mala situación en Finlandia en materia de empleo, las mejores oportu-
nidades de empleo existentes en Suecia y el nivel más alto de los salarios, figura-
ban entre los principales incentivos para la emigración. La mayoría de los encues-
tados citaron el factor económico como el motivo principal que les indujo a
emigrar. Algunos habían seguido el ejemplo de un amigo o se habían marchado
impulsados por un deseo de aventura o de cambio. Entre las razones circunstan-
ciales figuraba la carencia de un lugar donde vivir o
las malas condiciones de la vivienda en Finlandia.10 Ninguno tenía planeado
Jari Kuosmanen, que se doctoró en 2001 por la instalarse de manera
universidad de Gotemburgo con una tesis sobre el
tema de los suecos-fineses, adoptó un enfoque cuali- permanente en otro país
tativo para examinar los motivos de la emigración. En
un estudio inscrito en el campo de la política social, entrevistó a veintiocho hom-
bres nacidos en Finlandia entre 1920 y 1960 y residentes en Gotemburgo. La
mayoría habían emigrado a Suecia en las décadas de 1960 y 1970. Las entrevis-
tas indicaron las siguientes razones de la emigración: el desempleo, la suposición
de que la vida sería mejor o más fácil en Suecia, la necesidad de alejarse de la vida
que llevaban en Finlandia, un deseo de aventura o de cambio, una variación en
las oportunidades laborales –en el caso de los marinos–, los estudios y el amor.11
En las entrevistas que yo misma realicé en Gotemburgo se dan razones pareci-
das, pero la suposición de que la vida sería mejor en Suecia ocupa el primer lugar.
Muchos emigraron motivados por la esperanza de una vida mejor: mejores opor-
tunidades de empleo, mejores salarios o una vivienda mejor.12 A diferencia de los
que citaban claramente el desempleo en Finlandia como su motivo para emigrar,
su decisión puede no haber estado dictada por la necesidad. Las personas inclui-
das en la categoría que Kuosmanen titula «amor» probablemente habían seguido 63
9. DE GEER 1980, 3, 6.
10. KORKIASAARI 2000, 152.
11. KUOSMANEN 2001, 89-96.
12. Informantes nacidos en 1931, 1932, 1933, 1937, 1939, 1940, 1941, 1944, 1945, 1946, 1947,
1948, 1949, 1951, 1953, 1954, 1955, 1958, 1959.
Auno, el objeto simbólico era una sierra mecánica. Acababa de concluir la tala en
una parcela y no había perspectivas de más trabajo cuando Auno, inspirado por
sus compañeros, se puso en camino hacia Suecia. Dejó su sierra mecánica en el
galpón de su casa, con la idea de que ya no la necesitaría en su nuevo empleo:
«Vine en marzo de 1969, había estado talando árboles en el bosque. Había
un metro y medio de nieve y había una fiebre por irse a Suecia. Los chicos del
pueblo fueron a verme y les dije: “Yo me largo”. Colgué la sierra mecánica en
el galpón y seguramente todavía debe de estar allí a no ser que alguien la haya
retirado. Viajamos hasta Haparanda en autobús y allí compré un billete de
tren, todavía lo tengo, el billete. Ciento cuarenta y nueve coronas hasta
Landskrona y aquí sigo».22
Poco después de que Akseli se fuera a Suecia, sus cuatro hermanos y sus dos her-
manas fueron a reunirse con él.23 Para su hermana, 17 años menor, el hecho de
que sus hermanos y hermanas estuviesen allí fue una razón clave para emigrar a
Suecia. En su relato, el objeto significativo son los zapatos o más bien su ausencia:
«Vine aquí, a Suecia, cuando tenía 16 años, cuando acabé la escuela en
1970, y me quedé aproximadamente un año. Pero luego yo, no me gustaba y
me sentía fuera de lugar aquí, y nunca hice amigas porque había muchísimas
cosas que… Vaya, que mi hermana tenía cinco
hijos y mi hermano tenía tres. Cuidar a los niños En muchos relatos
era un trabajo inacabable. No tenía ninguna
libertad ni nada. Trabajaba un turno y luego
aparecen objetos con una
otro turno cuidando a los niños y no me queda- gran carga simbólica y
ba tiempo para nada más, o… La verdad es que
no me gustaba estar aquí y pensé que tenía que
emocional
irme, no podía soportar seguir aquí. Y en la pri-
mavera me marché. Creo que fue en mayo que me fui y… mejor dicho, regre-
sé a Finlandia. Hice el curso [un curso de administrativa en Tampere], me
lo pagué yo misma con el dinero que había ahorrado. Luego estuve un tiem-
po trabajando en Muonio, en la oficina de la estación de autobuses. Me gus-
taba de verdad estar allí. Y naturalmente me habría gustado seguir allí, pero
ocurrió que durante las vacaciones de verano … mi hermano vino de vaca-
ciones de Suecia. Y me dijo: “Vuélvete con nosotros”. Era perfectamente libre
de irme, no tenía nada que me retuviese. Estaba de vacaciones y me fui, y
recuerdo que no llevaba zapatos cuando me monté en el coche y me dije, “Qué
diantres, sólo voy de visita, no necesito zapatos en verano”. Llegué aquí, y
cuando se me empezó a terminar el dinero, pensé que no debía preocuparme
pues podía trabajar una semana o dos. Llamé a mi trabajo y les dije que vol-
vería al cabo de una semana. Estuve trabajando una semana y gané más de 67
lo que ganaba en todo un mes en la estación de autobuses. Nada podría hacer-
me volver a Finlandia».24
Suecia pertenecían a la misma categoría que las que les habían seguido luego. No
es de extrañar, por lo tanto, que muchos emigrasen a Suecia con un hermano o
una hermana mayores.35 A veces, toda una cuadrilla de parientes y amigos habí-
an emigrado a la vez.36
Pocas de las personas entrevistadas habían emigrado a Suecia solas e incluso
éstas habitualmente conocían a alguien con quien podían alojarse. Raili tenía 16
años cuando se fue a Suecia. También ella tenía una hermana que ya vivía allí,
pero tuvo que hacer el viaje sola, lo que no era tan sencillo en el caso de un tra-
yecto desde la orilla septentrional del lago Inari en Laponia hasta el mar del
Norte:
«Y sólo hice hasta el noveno curso [en el colegio], y luego, pues, me fui, me
marché y vine aquí. Es decir que cumplí 16 años en primavera y en otoño,
justo antes de Navidad, me vine aquí, a Suecia. Mi hermana necesitaba
ayuda, tenía un hijo pequeño, un niño de dos años. Necesitaba que alguien
la ayudara a cuidarlo y… Debo decir que a mí no me importó; verá, ella
había vuelto de visita de Suecia y llevaba unos vestidos bonitos y todo eso, ya
sabe, cosas como… mmm, de modo que lo hice [lo decidí] más bien por
curiosidad. Al menos en mi caso, en parte vine por curiosidad. No tenía un
verdadero empleo, sólo cuidar al niño de mi hermana. Papá no estaba en casa
y me crucé con mamá cuando ya me iba, con todos mis trastos. Me crucé con
mamá y ella me dijo … pobrecita, cómo vas a conseguir llegar hasta allí, ni
siquiera has visto nunca un tren. Y yo iba a hacer el viaje en tren. Tenía todos
los billetes, mi hermana me había mandado los billetes para que pudiera ir.
Mamá debía de estar en el trabajo, pues sino, ¿cómo fue que me topé con ella
en el camino?… simplemente nos cruzamos. De manera que no fue una gran
despedida. Simplemente me marché y siempre he vuelto. Es cierto que nunca
había visto un tren, per me las arreglé muy bien. Fui en el autobús de línea
hasta Rovaniemi, claro, y luego desde allí a Haparanda en tren y después
desde Boden en un tren que me trajo directamente hasta aquí, a
Gotemburgo».37
El relato característico sobre la emigración combina una descripción de las
condiciones en el país de origen con la migración en cadena o en grupo:
«Un primo mío había conseguido un trabajo allí, en Skövde, y le escribió a
mi hermano diciéndole que la situación era muy buena aquí. Verá, él era
mucho mayor, mi primo. Y se había ido a trabajar allí, en Skövde, con un
amigo. Así que nosotros [mi hermano y yo] nos dijimos, él estaba afuera cor-
tando leña, “¿Y si también nos fuéramos?”. Papá, bueno, digamos que llori-
queó un poco, porque nosotros lo hacíamos todo en casa. Entonces nos mar-
chamos y nos fuimos a Skövde. Y no conseguimos encontrar trabajo. De 69
manera que en el 69 regresamos a Finnspong, cerca de Norrköping. Allí...
estuvimos talando árboles, no había demasiado trabajo allí, en Laponia, así
que nos marchamos, nuestros dos primos y nosotros dos, los dos hermanos.
También fue con nosotros otro chico del mismo pueblo».38
Conclusión
En ningún otro lugar de Europa fueron tan rápidos los cambios estructurales
registrados después de la Segunda Guerra Mundial como en Finlandia. La tran-
sición de las ocupaciones agrícolas y rurales tuvo lugar mucho más tarde que en
otros sitios. La política agrícola finesa se reformó a mediados de la década de
1960 y cuando se suspendieron las subvenciones a las pequeñas explotaciones no
rentables, millares de personas en las regiones rurales se encontraron de repente
sin empleo. Las presiones para abandonar el campo se incrementaron todavía
más tras la reforma de los impuestos sobre la actividad agrícola de 1968 y la
introducción de incentivos a la retirada de tierras del uso productivo y el sacrifi-
cio de ganado en 1969-70. El número de explotaciones agrícolas había aumen-
tado entre 1941 y 1950 como resultado de las medidas gubernamentales de rea-
sentamiento de los evacuados y de los hombres que volvían del frente. Familias
numerosas vivían del producto de pequeñas explotaciones con un nivel de renta
bajo. Muchos agricultores tenían que intentar ganar-
En la sociedad rural finesa, se precariamente la vida realizando trabajos estacio-
nales esporádicos fuera de su granja y con la progre-
el trabajo duro constituye siva mecanización de la tala, ya tampoco fue posible
la base de la autoestima y obtener 39suficientes ingresos adicionales con el trabajo
forestal.
del lugar que ocupa cada La transformación estructural de las regiones rura-
uno en la comunidad les afectó con particular intensidad a las zonas del
norte y del este de Finlandia, donde la explotación
forestal tenía mayor influencia sobre el empleo. La actividad maderera fue una
ocupación estacional intensiva en trabajo hasta una fecha relativamente tardía. A
principios de la década de 1950, las herramientas utilizadas en la explotación
forestal habían quedado claramente obsoletas con respecto a las empleadas en
otros países silvícolas. La cadena de la explotación maderera seguía siendo inten-
siva en trabajo y se basaba en la fuerza física, y se habían introducido escasas
innovaciones a lo largo de un siglo. Se talaban los árboles con sierras manuales y
se transportaban mediante caballos, primero, y luego por vía fluvial. La mecani-
zación, cuando por fin se inició, fue rápida y dramática. Las primeras sierras
mecánicas llegaron al norte de Finlandia a principios de los años cincuenta, ya
eran de uso corriente a mediados de la década, y a principios de los años sesenta
todos los trabajadores forestales tenían una. Los tractores empezaron a sustituir a
70 los caballos en las granjas a principios de los años sesenta y en los bosques a
mediados de esa década. En 1970, los caballos ya eran raros y el uso de tractores,
habitual en los bosques. El transporte de madera sobre el agua no se mecanizó,
salvo la clasificación, pero el transporte de madera flotante que requería mucha
mano de obra se fue extinguiendo rápidamente, al igual que cualquier otro trans-
porte fluvial.40
Con la mecanización llegaron tiempos difíciles, tanto para los hombres que
trabajaban todo el año en la explotación forestal y el transporte de madera sobre
el agua, como para los pequeños agricultores. Dado que con la disminución del
número de trabajadores forestales también se redujeron otras formas de actividad
económica, el impacto indirecto de la mecanización fue considerable.41 Entre los
afectados estuvieron, por ejemplo, las tiendas, los taxis y los cafés cuyos clientes
eran sobre todo trabajadores forestales. Mientras que a principios de la década de
1960, la tala comercial todavía empleaba a más 160.000 hombres en enero, la
época de mayor actividad, en los diez años siguientes esta cifra se redujo a unos
30.000. La ruptura de la asociación entre la actividad agrícola y el trabajo fores-
tal determinó que muchas pequeñas explotaciones dejaran de ser viables. Muchos
pequeños agricultores se habían comprado un tractor con la idea de poder utili-
zarlo como solían hacer con sus caballos, para el trabajo forestal remunerado en
el bosque y para el trabajo en la granja. Luego el tractor agrícola quedó obsoleto
cuando salieron al mercado los tractores forestales más potentes y eficaces, y a
menudo quedó abandonado en el patio. Mientras en
1950 más de 250.000 personas se ganaban la vida La emigración a Suecia
con el producto de explotaciones agrícolas de menos
de cinco hectáreas, en 1980 su número se había redu- supuso para muchos una
cido a sólo 16.000. El transporte de madera sobre el oportunidad de justificar
agua continuó ofreciendo trabajo estacional, pero
con la interrupción del transporte fluvial de madera su existencia siendo unos
flotante y la reducción de esta modalidad de trans- buenos trabajadores
porte en general, en las regiones rurales remotas dis-
minuyeron las oportunidades de ganar dinero. Coincidiendo con la reducción
del trabajo disponible en las zonas rurales, alcanzó la edad laboral la población
nacida después de la guerra.42
En la sociedad rural finesa prevalece una intensa ética laboral austera.
Reforzada por una fuerte tradición de luteranismo evangélico, ésta subraya que
el único camino para vivir bien pasa por el esfuerzo físico y mental incesante,
cuya motivación ha de ser interna. El trabajo duro constituye la base de la auto-
estima y del lugar que ocupa cada uno en la comunidad.43 Hasta la década de
1950, los muchachos de la zona rural del norte de Finlandia sabían que cuando
completasen la enseñanza obligatoria podrían trabajar en el bosque igual que lo
habían hecho sus padres. Las chicas, a su vez, podían esperar encontrar trabajo
como cocineras en los campamentos madereros o como ayudantes en los cafés
hasta el momento de casarse, a partir del cual su trabajo –el cuidado de los hijos 71
y del ganado– se desarrollaría en el entorno familiar. Con la progresiva reducción
Bibliografía
Frédéric Saumade
*. El presente artículo es la versión reducida y traducida de F. Saumade, 2001, «Du taureau a din-
don. La domestication du métissage dans le Nouveau Monde Mexicain», Etudes rurales 157-158: 73
107-140.
1. El origen de este interés antropológico por la monta del toro en México tiene como anteceden-
te los trabajos de D. Fournier (1995).
2. Por ejemplo, el famoso torero español de los años 1960, El Cordobés, tuvo en una ocasión la ocu-
rrencia de montar al toro que acababa de torear. Treinta años más tarde fue imitado por otro
matador provocador, Jesulín de Ubrique. Invariablemente, este tipo de actuación suscita la irri-
tación escandalizada de los puristas de la corrida. Sobre la dialéctica de lo serio y de la burla en
el universo tauromáquico europeo, véase Saumade, 1998.
europeos relativos al uso del caballo y del toro a través de su concepción particu-
lar del deporte de la arena? ¿Qué les indujo a relativizar de este modo la distancia
que establece el español entre esos dos seres y que se complace en reafirmar con
soberbia en el rito tauromáquico, donde los enfrenta en un combate mortal?
Y, además, para empezar, ¿la monta del toro –al margen de la violencia que
puede caracterizarla en el tumultuoso jaripeo ranchero, como veremos luego–, es
siempre un combate? Esto no parece demasiado claro cuando se observan con
atención algunos detalles etnográficos. Así, por ejemplo, en el estado de Tlaxcala,
donde realizamos una encuesta –es decir, en una zona geográfica con un intenso
mestizaje, dominada por una burguesía criolla que se caracteriza por su afición a
la corrida–, vaqueros especializados doman toros-cebúes, que ensillan y bridan
para el trabajo con los rebaños, y se sienten lo suficientemente orgullosos de ellos
como para presentarlos en las grandes ferias agrícolas, donde ofrecen a los hijos
de los visitantes la posibilidad de montarlos. En este caso, el bovino se ha con-
vertido en un auténtico sustituto del caballo, igualmente dócil y, en palabras de
nuestro informante, más adecuado para la tarea de conducir a sus pares.
En el altiplano mexicano, montar el toro no es, por lo tanto, simplemente una
provocación indígena frente a un mandato espiritual y político, impuesto por la
fuerza hasta no hace mucho. Más bien se trataría de la
El mestizaje confunde las respuesta lógica de una sociedad constituida a la som-
bra de la caballería de los españoles frente a un men-
categorías de las especies saje recibido a través del contacto imperialista. A par-
y de las razas que la razón tir de esta respuesta se desarrolla un sistema semántico
que organiza la cultura original de un nuevo mundo
occidental separa donde la obsesión hispánica por la pureza –de la que
el caballo y el toro de lidia son un ejemplo– se ve
enfrentada con una realidad ineludible: la del mestizaje que confunde las catego-
rías de las especies y de las razas que la razón occidental separa. La etnografía de
los juegos taurino-ecuestres de origen mexicano y su prolongación paródica en
algunas fiestas aldeanas incorpora una jerarquía animal que tiene como vector la
monta del toro y sus diversas modalidades técnicas; como veremos, este «nuevo
orden zoológico» es homólogo a las distinciones sociales que tienen su origen en
la contradicción entre la ideología colonial y el mestizaje. Evidentemente, una
representación de este tipo sólo tiene sentido porque se inscribe en un contexto
más amplio que incluye a los animales conocidos por los indios antes de la llega-
da de los españoles y que, en el contexto del contacto, aparecen como mediado-
res, como «pasadores de frontera», gracias a los cuales la pareja europea caballo-
toro ha podido convertirse en una pareja mesoamericana de pleno derecho. Y es
74 por esta vía que la evocación del toro y del caballo acaba conduciendo a la apari-
ción de las figuras del ciervo y del pavo en un contexto totalmente inesperado...
como recompensa por la alianza establecida con Cortés para invadir a sus ene-
migos comunes, los aztecas. La teoría etnocéntrica resulta particularmente poco
convincente cuando se considera la extracción social de la mayoría de esos cha- 75
rros, burgueses de buena familia cuyo tipo físico europeo recuerda sólo muy raras
veces y de manera muy distante la ascendencia indígena que se proclama en este
contexto.
La charreada es la expresión intrínseca de esta paradoja; sus exégetas, impreg-
nados de nacionalismo, quieren ver en ella unos orígenes prehispánicos. Sin
embargo, el lugar que se asigna a la equitación de alto estilo y a los trajes lujosos
–caracterizados por las guarniciones de plata y el famoso sombrero de ala ancha,
que evocan el barroco español– indica la distancia que separa este deporte de las
poblaciones indígenas menesterosas. Por añadidura, la charreada margina la
monta del toro, que la leyenda asocia al talante autóctono, y la integra como un
interludio secundario con respecto a los ejercicios ecuestres.
Todo esto nos parece indicativo de una fascinación no confesada por el mode-
lo español, que se expresa a través de las estrechas relaciones entre el medio cha-
rro y el medio taurino mexicano. En sus orígenes, el propio término charro desig-
na a la persona nacida en la provincia de Salamanca y su traje tradicional
desbordante de colores; se ha asociado luego, por una extensión propiamente
mexicana, al mal gusto del que exagera sus tendencias en la ostentación en el ves-
tir.3 La arena charra, el lienzo, por su parte, presenta el aspecto de una deforma-
ción de la plaza de toros, cuyo modelo arquitectónico, concebido en el siglo XIX
en las haciendas de cría de vacunos, pasó a convertirse en un elemento del paisa-
je humano a partir de los años veinte. El equipamiento se compone de un ruedo
y de un largo pasillo, con unos corrales al fondo, que permite lanzar a los ani-
males al galope. Merece la pena señalar que no existe un lienzo charro de pueblo,
a diferencia de lo que sucede con las plazas de toros, que en España se encuen-
tran en versiones modestas en las zonas rurales más
Sumamente codificada, remotas.
Sumamente codificada, marcada por el aparato
marcada por el aparato patriótico y militar, la charreada sigue un esquema
patriótico y militar, dramático inamovible. Dos jueces diplomados por la
federación nacional, que aplican exclusivamente los
la charreada sigue criterios extremadamente técnicos y minuciosos defi-
un esquema dramático nidos en el reglamento, controlan su desarrollo. Más
allá de este rigor, un locutor comenta los diferentes
inamovible ejercicios de manera voluble, con el aditamento de
melodías populares interpretadas por una fanfarria o,
en una modalidad más clásica, por un grupo de mariachis. Estos últimos ofi-
ciantes, vestidos al estilo charro, han estado asociados tradicionalmente a la cele-
bración de las bodas.4
Cada equipo está formado por entre cinco y ocho charros a caballo. El primer
número, la cala de caballo, es una demostración de la doma del caballo por un cha-
rro consagrado, suficientemente acomodado desde el punto de vista económico
para poder disponer de un buen caballo de cala –que también puede ser una yegua,
este aspecto les es indiferente a los charros–, es decir, una montura de gran lujo y
hermoso porte, en un estado físico destacable y con un excelente adiestramiento.
Manteniendo la simetría –y la intención simbólica es evidente–, el espectáculo se
76 acaba con el paso de la muerte, el salto de un charro joven del lomo de un caballo
3. Diccionario básico del Español de México, México, El Colegio de México 1986. Curiosamente, el
término también se sigue utilizando todavía hoy para calificar a los sindicatos adulterados que
el antiguo partido político oficial convirtió en un hecho habitual para los mexicanos al cabo de
setenta años...
4. Etimológicamente, mariachi viene del francés «mariage» (matrimonio); una banda de mariachis
continúa animando actualmente las bodas burguesas en México.
5. Antes de la conquista, la fibra de ixtle era un artículo de trueque fundamental, sobre todo entre
los otomi que empleaban, entre otras armas, lazo y redes de ixtle (sâhi) para cazar conejos y cier-
vos (Soustelle, 1993: 30, 509).
6. El uso del término español jinete es espurio en este contexto. El jinete era en principio el caba-
llero aristócrata del siglo XVI que montaba a la jineta, según la técnica adoptada de los árabes
en la época de las guerras de reconquista. Considerada superior a la técnica tradicional de la
«brida», la monta a la jineta fue adoptada y exhibida en espectáculos lúdicos de los jóvenes aris-
tócratas en el marco de las fiestas reales oficiales y, en particular, en las lidias de toros en las pla-
zas mayores (véase Saumade, 1994 & 1998). D. Rubio (1925) precisa que el verbo significa
«montar los toros».
7. El folklore mexicano ha hecho de la «China de Puebla» un paradigma del mestizaje más desva-
lorizado. Según Humboldt (1953: 87), en el siglo XIX «se llamaba chinos a los descendientes
de negros y de indios». Aplicado inicialmente a las mujeres mestizas de los medios populares
(León, 1971: 66-67), el término china poblana ha acabado designando al traje tradicional que
visten las mujeres de la burguesía criolla con motivo de las fiestas charras.
ciones entre asociaciones. Sin embargo, la mujer madura deja de participar en las
escaramuzas a partir de una cierta edad, tradicionalmente después del matrimo-
nio y la maternidad, aunque esta tradición tiende a hacerse más flexible.
Finalmente, los niños y adolescentes tampoco permanecen al margen, ya que
existen categorías «infantiles» (a partir de los 8-10 años) y «juveniles» que les per-
miten iniciarse en la competición charra. Este medio asociativo representa, sin
duda, la integridad familiar tal como la idealizan las clases acomodadas de la
sociedad.
8. «Conocer» es sin duda una expresión exagerada ya que, a pesar de nuestras repetidas solicitudes,
nos fue imposible mantener una entrevista con ese caballero, casi tan bien protegido por sus
secretarios como si fuera un jefe de Estado.
9. Portadores del proyecto independentista en el siglo XVIII, los criollos muy pronto procuraron
forjar alianzas matrimoniales con los burgueses mestizos pero también con los europeos que acu-
dían a establecerse en México. Estas aportaciones se intensificaron a finales del siglo XIX con la
llegada de nuevos colonos, empresarios atraídos por la política de Porfirio Díaz, sumamente gene-
rosa con los capitales extranjeros. Las costumbres matrimoniales de la gran burguesía charra han
continuado estando marcadas desde entonces, por lo menos en Tlaxcala, por la dialéctica de la
consanguinidad y de la alianza con extranjeros «de valía», europeos y norteamericanos.
10. La raza equina llamada «azteca» –creada recientemente bajo la égida de la casa Domecq espa-
ñola por su adecuación para el ejercicio de la charreada–, aunque todavía no ha alcanzado la
importancia que querrían conferirle sus promotores en el medio charro, ofrece un ejemplo par-
ticularmente interesante de las proyecciones ideológicas de los criollos sobre la selección de los
caballos. Estas son las palabras de uno de sus panegiristas, don Rodolfo Garcia-Bravo (citado
por Chávez, 1993: 22-23): «... es cierto que el caballo cuarto de milla, con todas sus buenas
características, difería del antiguo caballo mexicano [...] Es justamente el antiguo caballo criollo
81
mexicano de indiscutible calidad y belleza el que se busca, y ya empieza a encontrarse, en el
caballo azteca de nuestros días».
Es preciso tener presente que para recuperar esa «pureza original» del caballo mexicano, los zoo-
técnicos y genetistas que participan en la empresa han decidido cruzar a purasangres andaluces
(los caballos de Cortés...) con yeguas «cuarto de milla» o criollas de características bien marca-
das (ibídem: 22). Esta combinación persigue el objetivo de recuperar una raza «azteca» eviden-
temente mítica (los aztecas no conocían el caballo), pero que tiene el mérito imaginario de situar
el ideal criollo bajo la égida de la gran civilización mexicana.
82 11. Debemos destacar, no obstante, la existencia de una competición charra interindividual, el cha-
rro completo, en la que un mismo ejecutante realiza todos los números antes descritos excepto la
terna. Esta forma, aunque muy apreciada, no deja de ser excepcional.
12. Se puede encontrar una magnífica descripción en la famosa novela de Malcolm Lowry, Au-des-
sous du volcan, París, Buchet-Chastel 1971, ps. 289-317 (traducción castellana: Bajo el volcán,
Barcelona, Tusquets, 1999).
13. Evidentemente, los recursos agrícolas no bastan por sí solos para financiar las fiestas. En este
aspecto, es de primordial importancia la aportación de los aldeanos emigrados a Puebla, en
México, o a los Estados Unidos.
Existe una comisión especializada para cada uno de estos apartados, que se encar-
ga de reunir los fondos necesarios. Un jaripeo puede costar, según los casos, entre
7000 y 16 000 pesos, o sea, entre 760 y 1980 euros, sin contar la música.
El terreno de juego, de superficie variable, es una arena desmontable de tubos
metálicos o a veces de vigas de madera, instalada en un campo yermo o en la
plaza del pueblo. Está equipada con un «cajón» parecido al que se utiliza en las
charreadas, pero más grande, y un corral que comunica con la pista. Los toros lle-
van un nombre de tipo metafórico (El Avión, El Tyson –por el nombre del boxe-
ador–, El Tigre, etc.) que evoca la fuerza combativa que les ha hecho famosos.
Pueden pesar hasta 800 kg. y ofrecen una apariencia de solidez que contrasta con
la de los novillos utilizados en el deporte charro. Mucho mayores que los ante-
riores (de cinco a diez años como media), comparten sin embargo dos rasgos
importantes con ellos: algunos carecen de cuernos, lo cual se considera irrelevan-
te también en este contexto, y todos son de origen bastardo, o sea, producto de
cruces entre las razas suiza, criolla y cebú. Dicen que el animal de pura raza no
es adecuado para esta práctica, ni siquiera el toro bravo de las corridas.
En general, los ganaderos no dedican su propio ganado a la reproducción, sino
que compran toros adultos a otros criadores que se dedican sobre todo al abaste-
cimiento de los mataderos, de los pequeños rancheros e incluso de campesinos
que poseen algunas cabezas de ganado de labor. Estos animales «cansados» se
prueban luego en el espectáculo. Si se muestran suficientemente agresivos, pue-
den hacer carrera y su valor económico pasa de los 5000 pesos (530 euros) para
el toro de engorde hasta los 70 000 pesos (7600 euros) para el toro de reparo.
A semejanza de lo que ocurre con el ganado, también los jinetes que se presen-
tan en la arena se caracterizan por su mestizaje, pero en su caso lo que destaca son
las connotaciones más desvalorizantes de éste, debido a una excesiva proximidad
con el indio «de verdad». Son jóvenes de origen social sumamente modesto, cam-
pesino, criados en los pueblos o en los barrios populares de ciudades como Atlixco
(Puebla), o también incluso en comunidades indígenas de cuya existencia preca-
ria intentan huir practicando un deporte sin duda peligroso, pero relativamente
bien pagado en comparación con los trabajos del campo. Según la categoría del
espectáculo y la fama del jinete, los que actúan como «profesionales» pueden per-
cibir entre 200 y 2000 pesos (entre 21 y 210 euros). De hecho, son raros los jine-
tes profesionales que se dediquen exclusivamente al jaripeo; la mayoría tiene un
trabajo más o menos estable o trabajan en el campo en la época de las cosechas.
Estos valerosos oficiantes carecen de un estatus reconocido y no cuentan con una
cobertura social ni una organización corporativa que les defienda. La única estruc-
tura colectiva que les engloba es efímera, puesto que apenas dura el tiempo de un
espectáculo; se trata de la palomilla, el equipo de jinetes, asociados así metafórica- 83
mente a los «parásitos» sociales. Esta palomilla está dirigida por un «jefe» o «capi-
tán» que es el encargado de contratar y pagar a los jinetes con cargo al montante
global que ha recibido del organizador. Una vez concluido el espectáculo, nada
une ya a los miembros de la palomilla como no sea la amistad.
Como los «vaqueros solitarios», a quienes admiran disimuladamente, la
mayoría de los jinetes son jóvenes solteros más bien aficionados a las aventuras
fáciles y a la sexualidad libre; cuando deciden casarse y fundar un hogar, aban-
donan la carrera de los ruedos. Su tipo físico está fuertemente marcado por la
ascendencia indígena y a veces incluso africana. En la arena, les gusta acentuar
su aspecto de outsiders luciendo sombreros de estilo tejano o chaparreras de vivos
colores, adornadas con estrellas y pintura fluorescente, que proclaman su nom-
bre artístico. El uso de espuelas en forma de espolones que, clavadas en los flan-
cos del toro, les permiten resistir mejor la prueba que deben sufrir, acentúa su
porte agresivo. Estos accesorios y vestimenta les distinguen claramente de los
charros, que no tolerarían estas fantasías tan poco compatibles con su ideología
purista.
Otro rasgo distintivo: los jinetes no han llegado a serlo por tradición familiar
sino claramente en virtud de una vocación individual fortalecida por lazos extra-
familiares. Instigados por sus compañeros y por el ambiente de las fiestas de pue-
blo, primero empezaron montando animales diversos: burros, corderos, mulas, y
a entrenarse con un «toro mecánico» fabricado por ellos mismos (un barril metá-
lico suspendido por cuerdas de las ramas de un árbol, que se hace «bailotear» imi-
tando a un toro furioso). Luego se lanzaron a esa breve y casi desesperante carre-
ra en la que viven en contacto con una muerte virtual, «por gusto» y para
conseguir algún dinero y lucirse ante las jóvenes, que evidentemente están exclui-
das del espectáculo y sólo forman parte del público.
El caballo no interviene aquí; presente en la forma original del jaripeo que
hemos recordado antes, el proceso de codificación lo eliminó, al igual, por otra
parte, que el uso de capas de torero o de sarapes por los peones (los caporales
que acompañan al ganadero), una técnica que obligaba al toro montado a bajar
la cabeza en detrimento del jinete. Se saca al animal, sujeto por delante con un
lazo de cáñamo prolongado por una cuerda de nailon (o al revés, según los
casos) y se le conduce a través de la pista. Ésta está ocupada por una diversidad
de ayudantes y aficionados más o menos ebrios a los que el comentarista reco-
mienda –sin ningún éxito, por cierto– que abandonen la zona. Conviene seña-
lar, dicho sea de paso, que los campesinos del altiplano utilizan de manera
habitual la técnica de sujeción con dos cuerdas bastas y de materiales distintos,
anudadas entre sí, para manejar sus burros o sus mulas. En el contexto de la
arena, ésta evoca la bastardía que caracteriza el jaripeo, en contraste con el esen-
cialismo de la charreada, representado, además de por el caballo, por el uso de
la reata, la cuerda de ixtle, vínculo simbólico con una ascendencia indígena ide-
alizada.
El toro de jaripeo, dirigido «como un mulo» por los caporales de a pie y por el
propio ganadero, se encierra en el cajón de monta. Una vez allí, se desliza un pre-
tal de sujeción bajo su pecho y un pretal beligero, adornado con campanillas que
84 cuelgan a la altura de sus testículos, alrededor de las ancas. Se supone que este
aparejo excita la combatividad del animal, puesto que le «hace cosquillas» en el
órgano genital a la vez que reproduce el sonido dulce y familiar de las vacas cuan-
do pacen en los prados. Finalmente, se recubren con fundas de cuero los cuernos
del toro, si los tiene.
El jinete, apostado sobre el cajón, con las piernas separadas, los brazos incli-
nados hacia abajo y las manos asidas al pretal, da la señal de comenzar. Todo el
acto se desarrolla entonces en un santiamén: el hombre se sienta y los caporales
abren simultáneamente la puerta del cajón. El toro, al sentir a la vez el peso del
jinete y el espolón de «castigo» de las espuelas –con un efecto comparable al de
una pica de corrida, según un ganadero–, se precipita furioso hacia la pista. Otros
caporales intentan atraer su atención haciendo girar lazos de cuerda de cáñamo o
de nailon sobre su cabeza. Para resistir los violentos reparos del toro, el jinete debe
acoplarse a su ritmo mediante un balanceo hacia atrás y hacia delante de las cade-
ras, que evoca de manera muy clara el acto sexual. El comentarista puntúa su dis-
curso con gritos de «¡Compadre!» dirigidos al hombre para animarlo. Es bien
conocida la importancia que tiene en México la institución del compadrazgo,
prolongación ritualizada del grupo familiar (Nutini & Bell, 1989), pero en este
caso no existe, de hecho, ninguna relación de este tipo entre el jinete y el comen-
tarista. Según un informador, los hombres no se tratan de compadre a menos que
en verdad lo sean, salvo en el caso de que hayan mantenido relaciones extracon-
yugales con la misma mujer. En el caso que aquí nos ocupa, es posible que el
comentarista pretenda indicar, simbólicamente, que el toro es esa amante común,
tal como sugieren las innumerables alusiones al apareamiento que, por otra parte,
también profiere.
Con los temibles animales de jaripeo, los acciden-
tes son, sin embargo, frecuentes y graves, mortales a El jaripeo es un avatar
veces, sobre todo cuando el jinete se ve arrojado de su
montura sin haber podido desprender las espuelas y
combinado de la cultura
es arrastrado cabeza abajo, suspendido por los pies. campesina mexicana,
Cuando esto sucede, la intervención de los caporales,
que se encargan de distraer al toro y capturarlo con el
la fiesta foránea y
lazo, es decisiva. Otro personaje, que sólo está pre- las costumbres
sente en los jaripeos «de gala» y es objeto de un res-
peto casi supersticioso, es el payaso. Con la cara pin-
noctámbulas urbanas
tada, vestido de harapos, éste si sitúa frente al toro, a
algunos metros de distancia, para provocarlo con la ayuda de un trapo rojo o
multicolor, una capa de torero grotesca. En caso de accidente, es el primero en
acudir a salvar al jinete y puede ser que reciba una malintencionada cabezada
como pago por su valor. Todos los jinetes lo dicen: «el payaso puede salvarte la
vida», aunque sólo intervenga en el espectáculo como un elemento adoptado del
rodeo norteamericano.
Para apaciguar la tensión provocada por la actuación de los jinetes, pero tam-
bién, desde un punto de vista más prosaico, para llenar los largos tiempos muer-
tos entre monta y monta, se proponen juegos burlescos en los que pueden par-
ticipar los niños y jóvenes presentes entre el público. Los participantes reciben
premios otorgados en función del aplaudímetro; este mismo procedimiento, 85
eminentemente popular, también se aplica, por otra parte, para designar al
mejor jinete al final de la competición. Mientras tanto, la comisión festiva
encargada de esta importante tarea reparte gratuitamente el tecuin, una especie
de ponche de aguardiente y fruta cocida. El público familiar lo agradece y tam-
bién los jinetes, que encuentran en el alcohol y más discretamente también en
la marihuana o la cocaína buenos estimulantes para enfrentarse con la violencia
del toro y las miradas de las jóvenes a las que desean. El jaripeo es un avatar
14. En México existen una gran diversidad de «toritos» y de formas ritualizadas de hacerlos bailar
86 (Galinier 1990; Reifler Bricker 1986; Soustelle 1941). El rasgo común es que el «torito» se
transporta alzado sobre la cabeza, de manera que parece montar al hombre.
En la época prehispánica, el transporte de mercancías y de personas se realizaba mediante
porteadores (tamemes) que los cargaban sobre la espalda. Si a ello se suma la importancia
ritual y mitológica de los teomama, los porteadores de los dioses de origen chichimeca que
también llevaban su carga sobre la espalda (Duverger, 1983: 188, 210), se puede proponer
una hipótesis estimulante: aunque el caballo y el toro eran desconocidos para los indios, el
procedimiento de la monta era absolutamente habitual entre ellos antes de la llegada de los
españoles.
15. Se trata de una endogamia no sólo a escala del pueblo sino también del barrio. En efecto, tra-
dicionalmente la gente se casa con personas del mismo «distrito» (el pueblo está dividido en cua- 87
tro distritos, a los que hace poco se añadieron dos «colonias»). No obstante, esta tendencia se ha
debilitado un poco desde hace treinta años, con el progresivo mestizaje de Tenancingo a través
de la integración de poblaciones exógenas.
16. Por ejemplo, en Santiago Xalizintla, una comunidad náhuatl emplazada en las laderas del vol-
cán Popocatepetl (en el estado de Puebla), las autoridades municipales entregan el bastón de
mando a charros enmascarados, que son los encargados de mantener el orden, justo antes del
inicio de un combate ritual entre los jóvenes de los dos barrios antagonistas del pueblo (comu-
nicación personal de Ricardo Romano Garrido).
Fig. 3. San Miguel Tenancingo, Tlaxcala. (Fotografía de F. Saumade). Toreros de carnaval preparan-
do la pelea.
bailar con los charros rodeando a los vasallos y vasallas. Ésta es la señal que marca
el fin del Carnaval y el comienzo de la Cuaresma.17 y 18
El final del carnaval, incorporado a la dramaturgia escatológica tradicional de
los nahuas, coincide con el momento ritualizado en el que los toreros, después de
quemar su «torito», se incorporan al grupo de los charros, esto es, el momento en
que el «mestizaje malo» –demasiado cercano al indio– anula los efectos del «mes-
tizaje bueno» y condena a la cultura local a hundirse en la insignificancia, supe-
rada por la inevitable modernización del pueblo. Esta representación constituye
una amenaza para la virginidad de las jóvenes «confirmadas», de unos quince
años de edad, y por lo tanto para su idoneidad para ser entregadas honorable-
mente en matrimonio.
En Tenancingo, esta amenaza se conjura por medio de un rito nupcial extrarre-
ligioso, que una vez más adopta la forma de una danza. Después de que los invita-
dos hayan compartido el mole de guajolote, el padrino de boda ofrece a los recién
casados una gran cesta que contiene una pierna de cerdo cruda y varias botellas de
aguardiente; el padre de la novia le entrega a cambio una cesta con dos pavos gui-
sados y un pavo crudo, que debe ser obligatoriamente macho. La orquesta inter-
89
17. Sin embargo, en casi todo el estado de Tlaxcala, las camadas vuelven a salir todos los fines de
semana siguientes hasta la Pascua, una manera evidentemente muy curiosa de respetar el perio-
do cuaresmal.
18. Muy significativamente, el principal organizador de la camada de charros más importante de
Tenancingo nos dijo que en el pueblo era tradicional casarse con personas de otro barrio. Es una
manera de «olvidar» la realidad endogámica de los barrios para elevar a la categoría de tradición
una tendencia exogámica acorde con el «buen mestizaje» que preconiza la ideología criolla
dominante.
21. En esta especie de gallináceas sólo el macho cacarea. Recordemos, no obstante, que el pavo que
se utiliza en la danza matrimonial debe ser necesariamente macho.
De todo ello quedó el uso del término náhuatl maçatl (ciervo) para designar a
los caballos24 y, sobre todo, la clasificación indígena del ganado bovino, que for-
maba junto con el caballo el núcleo central del sistema agrícola de los españoles,
en una categoría intermedia. El bovino tenía cuernos como el ciervo y estaba
domesticado como el caballo, y en el proceso de domesticación podía perder sus
defensas, como resultado de los cruces genéticos y de los despuntes practicados
por los ganaderos, como el ciervo macho pierde las suyas por obra de la natura-
leza. Al montarlo como pasatiempo, o sea, al emplearlo como un caballo, los
peones de las haciendas resolvían el problema creado por la confusión de sus
antepasados: lo transformaban en ciervo, ya que su instinto lo impulsaba enton-
ces a corcovear para expulsar violentamente a quien lo montaba.25
El toro montado como pasatiempo, con su agresividad, era la configuración
que permitía establecer la equivalencia entre el ciervo –súmmum del salvajismo,
indomesticable y evidentemente imposible de montar, recurso de los grupos de
cazadores recolectores del Altiplano considerados, análogamente a lo que ocurría
con los otomi, como seres «primitivos» por los cultivadores nahuas– y el caballo,
súmmum de la domesticación, signo de la domina-
ción de la civilización europea.26 Esta representación, El toro montado como
intolerable para los espíritus racionalistas coloniales,
se invertiría en las fiestas de las comunidades aldeanas pasatiempo era la
donde el torito «montaba» al hombre corriente para configuración que permitía
simbolizar el ideal del mestizaje bien modulado, ideal
que amenazan los toreros de Tenancingo que arreba- establecer la equivalencia
tan la figura animal a la población para reservarse su entre el ciervo y el caballo,
uso con fines transgresores. Rizando el rizo, el pavo,
animal doméstico prehispánico, al «montar» al hom- signo de la dominación de
bre garantiza, con su padrinazgo, la validez social del la civilización europea
matrimonio en el seno de una comunidad que se está
abriendo, ineluctablemente, al exterior.
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MUÑOZ CAMARGO, Diego, 1986, Historia de Tlaxcala, Edición de Germán
Vázquez, Madrid, Historia 16.
94
27. Lockhardt (1999: 405). Para rizar el rizo de la animalidad doméstica en México, podríamos
plantearnos como un enigma por resolver el hecho de que, a pesar del ejemplo de los gallos de
origen español, los nahuas poscortesianos no utilizasen al pavo, animal con un potencial agresi-
vo notable, como animador de combates lúdicos. Por lo que respecta al perro, la raza prehis-
pánica xoloitzcuintzli, dedicada a satisfacer las necesidades de la alimentación ritual-sacrificial,
entró obviamente en decadencia después de la Conquista y actualmente sólo subsiste como un
vestigio zoológico.
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95
4. Okihiro, Gary Y, “Oral History and the Writing of Ethnic History”, en Dunaway, David K &
Baum, Willa K (comps.) Oral History. An Interdisciplinary Anthology, Walnut Creek 1996, p.
209.
9. Alistair Ross señala cuán fructífero puede resultar el uso de la historia oral en las escuelas. Ross,
Alistair, “Children becoming historians. An Oral History Project in a Primary School”, en
Perks, Robert & Thomson, Alistair (comps.), The Oral History Reader, Londres 1998, ps. 432-
447.
lógicos –por ejemplo, cómo hacer una entrevista, la interpretación de las entre-
vistas y la crítica de las fuentes– y se examinan los problemas que plantean. Otro
tema de debate es la historia entendida como construcción y reconstrucción. Se
utilizan diversos manuales, entre otros La voz del pasado de Paul Thompson y
partes de The Oral History Reader, compilado por Robert Perks y Alistair
Thomson.
Los alumnos escogen muy pronto su campo de interés. Tras una breve super-
visión, se les pide que formulen un objetivo y un problema importante dentro de
ese campo.
A los alumnos les puede resultar difícil localizar informadores en el lapso de
un curso de cuatro semanas y esta tarea les ocuparía mucho tiempo. Por ello les
aconsejamos que escojan para su proyecto un campo de estudio en el cual pue-
dan entrevistar a personas de su entorno. Pueden ser familiares, vecinos, amigos
u otras personas que éstos les sugieran.
Mientras los alumnos están desarrollando el trabajo de campo, les ofrecemos
seminarios periódicos en los que se plantean y discuten cuestiones relacionadas
con sus interpretaciones y métodos. Esto permite llevar a cabo algo así como una
supervisión pública, que puede ser útil para todos los estudiantes, además de la
supervisión individual clásica.
Como examen de fin de curso, se pide a los alumnos que desarrollen un deba-
te metodológico en el que relacionen los manuales con sus propios resultados
empíricos e interpretaciones. Puesto que se trata de un curso básico, que se
imparte en el primer semestre, los resultados presentan a veces algunas deficien-
cias, sobre todo en relación con los aspectos teóricos y metodológicos. Aun así,
los resultados empíricos son a menudo interesantes y un número apreciable de
los textos presentados por los alumnos son de bastante calidad. Por lo tanto, con-
sideramos que este curso cumple su objetivo, que es sentar las bases para los estu-
dios posteriores y fomentar el interés por la historia oral.
Proyectos
Como ejemplo de la diversidad de proyectos desarrollados por los alumnos,
presentamos una lista de los realizados en la primavera de 2001:
• De Serbia a Suecia en la década de 1960
• La vida cotidiana de los jóvenes en Limhamn en la década de 1940
• La familia Andersson-Rundkvist
• Una vida de lucha durante el siglo XX
• “Homosexuales, lesbianas o lo que sea”. Cuatro mujeres lesbianas de dos
generaciones
• ¿Tenéis miedo? El miedo infantil en las distintas generaciones 101
• Historia de un pescador
• La escuela en los viejos tiempos
• Óscar y la comunidad
• La vida en la Polonia comunista
• Enfermedades comunes a lo largo del siglo XX
• Juegos infantiles de ayer y de hoy
• Las mujeres del pueblo de Söndraby
10. Ek, Katarina, Britta och Stina minns sin mor, trabajo no publicado, Universidad de Malmö,
enero de 2001.
11. Johansson, Susanna, Ung kvinna, gymnasist och student i 1930-talets Sverige, trabajo inédito,
Universidad de Malmö, enero de 2001, p. 3.
17. Jensen, Bernard Eric, “History and the Politics of identity: Reflections on a Contested and
Intricate Issue”, en Ahonen, Sirkka et al. (comps.), Historiedidaktikk i Norden 7, Trondheim
1999, p. 58.
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18. Kaye, Harvey J, “Why Do Ruling Classes Fear History?”and Other Questions, Nueva York 1997,
p. 134.
Historia
Un planteamiento universal en el contexto de Somos historia es el reconoci-
miento de que nos encontramos ante un tipo de historia olvidada. Desde la ata-
laya de la historiografía oficial parece una provocación que personas corrientes se
atrevan a afirmar «Somos historia». Normalmente, la escritura de la historia es un
dominio reservado a los historiadores profesionales. Sin embargo, si para las
naciones es beneficioso que se escriba su historia, ¿cuántos beneficios no podrá
reportar a la gente corriente actuar como escriba de su propia historia?
Los tutores del proyecto formularon esta pregunta durante la jornada de moti-
vación por medio de una cita de Bertold Brecht. Y los participantes aportaron la
respuesta hacia el final del curso. Uno de ellos lo expresó así en la jornada de
seguimiento: «Siempre me gustó escribir, pero nunca consideré que mi historia pudie-
ra tener ninguna clase de valor hasta que ustedes comenzaron esta actividad». Otro
participante hizo suya la idea con las siguientes palabras: «Ahora reflexionamos
más atentamente sobre lo que estamos haciendo».
Nuestro trabajo se desarrolla a contracorriente de las ideas predominantes que
equiparan la «historia» con el pasado y entienden éste como algo ya acabado,
muerto, diferenciado del presente y del futuro. La creencia popular nos dice que
es preferible volver la espalda al pasado y concentrar la mirada en lo que tenemos
delante. Un componente del esfuerzo intelectual de narrar o escribir los propios
recuerdos es desgajar, mediante la palabra, el pasado de las posiciones que han
quedado atrás y hacerlo dialogar con el presente. Esto puede servirnos para dar
sentido al presente y al futuro. Y a la inversa, el presente y los problemas que éste
conlleva pueden influir sobre los aspectos recuperados del mundo pasado distin-
to que conserva la memoria. Con ello se genera una tensión en la historia y ésta
adquiere el carácter de un proceso que rompe con la noción imperante compar-
timentada del tiempo.
ca que las personas se ven enfrentadas con las normas de la historiografía. «¿Se
puede escribir sobre los sueños?», puede que pregunte alguien. «¿Se puede escri-
bir en verso?». ¿Se puede escribir contraviniendo las normas imperantes del pre-
sente y del pasado y desafiando los controles sociales?
Si la respuesta, tras el debate y el diálogo interno, resulta positiva, oiremos el
relato de «cómo me maltrataba mi hermana mayor», veremos perfilarse el peso que
ha gravitado sobre las vidas de la abuela y la madre porque la abuela ocultó su
edad para evitar el estigma social de la época contra el matrimonio con un hom-
bre más joven. Y el relato infantil sobre un padre que fue simpatizante de los
nazis durante la Ocupación puede expresarse después de haber permanecido
reprimido durante tanto tiempo.
No obstante, también existe la posibilidad de que esos relatos continúen silen-
ciados. En efecto, el pasado puede contener la historia ignorada de dos maneras
esencialmente distintas: ésta puede servir de inspiración para los procesos narra-
tivos del presente, es decir, bajo la forma de los recuerdos narrados por genera-
ciones anteriores, pero también puede bloquear toda vía de acceso. Las rupturas
y los conflictos en el curso de la vida de las personas pueden estimular el relato o
frenarlo. Ambas opciones se tienen que formular en el contexto de la labor de
rememoración, pues si no se hace así, la historia no narrada se convierte en un
asunto exclusivamente individual.
Cuando se da forma a la historia ignorada y no La infancia es el mejor
narrada, porque se hace apremiante contarla o por-
que se ha superado el bloqueo, ello aparece asociado
tutor del narrador
a un sentimiento de exaltación, como de liberación.
Este efecto nunca se llega a conseguir si se mantiene el silencio o si «sólo se cuen-
tan los momentos buenos».
Además de la historia no narrada, tampoco hay que pasar por alto el concep-
to de la historia no narrable. La historia que la gente se guarda para sí. Y cada
individuo debe decidir soberanamente sobre su contenido. Es imposible predecir
de antemano dónde se trazará el límite.
La importancia de la infancia
La infancia es el mejor tutor del narrador. Si uno es capaz de establecer un diá-
logo con su infancia, podrá dar voz a los aspectos que son distintos, tanto en la
vida de cada individuo como, de manera recíproca, entre los diferentes partici-
pantes. Esto sienta las bases para un diálogo emergente con una historia igno-
rada.
En los relatos sobre la infancia quedan de manifiesto las estructuras sociales de
una sociedad y, puesto que cada individuo nace dentro de ellas, éstas afloran en 113
forma de experiencias y no como opiniones. Es de fundamental importancia para
la labor de narración que se renuncie, desde el principio, a todo intercambio de
opiniones para adentrarse en el terreno de lo vinculado a la experiencia. Las opi-
niones forman parte del campo del debate; la experiencia, en cambio, tiene su
lugar dentro del proceso de rememoración y narración.
Si dirigimos la mirada a la infancia, en vez de volverle la espalda, conseguire-
mos el máximo grado de proximidad mutua, como participantes en plano de
La vida laboral
Somos historia saca de la sombra la historia de cada individuo. En el proyecto
calibramos la dimensión social de las historias de vida, o sea, la vida laboral. Esa
parte de la vida que ocupa la mayor parte del tiempo a menudo tiene un peso
insignificante en la enseñanza de la historia y también, dicho sea de paso, en el
campo de interés de los medios de comunicación. En
Cuando se incluye el Somos historia se concede un papel central a la vida
trabajo como tema laboral; no a expensas de los tiempos de ocio ni de las
fases anteriores y posteriores a la vida activa, sino con
principal, el relato narrado un enfoque global. Cuando se incluye el trabajo
por el individuo adquiere como tema principal, el relato narrado por el indivi-
duo adquiere una finalidad colectiva, distinta de la
una finalidad colectiva estrictamente biográfica. Esto nos permite evitar que
se genere la situación pedagógicamente fútil en la que
una persona narra algo y todos los demás sólo pueden decir: «Sí, claro, tú lo vivis-
te así, pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?». El mero hecho de incluir el trabajo
puede resultar provocador para algunos; lo cual sólo demuestra que la opinión
pública habitualmente no suele prestar atención a la vida laboral como factor
generador de cultura.
A lo largo de todas las actividades organizadas, los temas relacionados con la
vida laboral se enfocaron desde dos puntos de vista: uno es la de la satisfacción
por el trabajo bien hecho y el otro el de la opresión, los abusos, los sufrimientos
y la resistencia frente a todo lo anterior. Esta perspectiva dicotómica es necesaria
si se quiere evitar que los relatos y las preguntas procedan exclusivamente del
camino real de la historia y que puedan recuperarse temas relegados por las per-
114 sonas y las ideas dirigentes. Esto permite abrir una brecha para el debate sobre la
historia ignorada de la sociedad y del individuo.
Reflexión
Los obreros y campesinos no suelen usar la palabra reflexión referida a ellos
mismos. Como dijo uno de ellos: «Si intentas discutir el sentido de las palabras, te
acusan de quisquilloso. Y si intentas hablar de ti mismo, te consideran raro».
Igualdad
Cuando se trabaja con personas mayores, a veces se habla de «la parte débil y
la parte fuerte». En el proyecto Somos historia, la igualdad es un aspecto esencial.
Cualquier tipo de demostración de poder por parte de los tutores o los partici-
pantes bloquearía el proceso de rememoración y dejaría silenciada la historia
ignorada. Si queremos avanzar en el mundo de la narración a través de la escu-
cha y la interrogación, debemos tener el valor de interrogarnos y hacer pregun-
tas… sin conocer las respuestas. La presión sólo servirá «para detener algo», como
dijo un participante. «Han puesto algo en movimiento y con ello nos han ayudado a
comprenderlo un poco más».
Narrar a otras personas la historia de la propia vida requiere un sentimiento de
comunidad y de confianza y lo promueve. Los relatos sobre la infancia pueden
servir para sentar las bases para ello. En efecto, en esa fase de la vida uno no es 117
«culpable» de las relaciones de poder. Si se consigue conjurar en el discurso al
niño que el adulto lleva dentro, se podrá exorcizar el lenguaje del poder.
Perspectivas
Una perspectiva pedagógica
El desarrollo del proyecto demuestra que cuando se aplica una faceta colecti-
va a la narración y a la escritura de recuerdos y se brinda a los participantes la
Necesidades futuras
Por otra parte, al finalizar el proyecto también había quedado claro para los
participantes que la rememoración es un proceso que en el futuro planteará nue-
vos problemas a los grupos individuales. Éstos preveían también una creciente
necesidad de adquirir conocimientos y expresaron el deseo de continuar reu-
niéndose e intercambiar experiencias en relación con la labor de rememoración.
Desearían poder reunirse con los tutores un par de veces al año. Se prevé que este
tipo de actividades de seguimiento cumplan un propósito informativo y sirvan
como fuente de inspiración. La actividad de seguimiento debería contrarrestar
118 asimismo una reducción previsible del grado de actividad. Se requiere un gran
esfuerzo para oponerse a la tendencia cultural dominante de la sociedad y hacer
hincapié en la propia historia. La red debe mantenerse vinculada y viva para que
los miembros de los distintos grupos puedan unir sus fuerzas con el fin de seguir
adelante con las actividades de narración y escritura.
A ello deben sumarse las necesidades todavía no identificadas de las personas
que tomaron la iniciativa de crear grupos de narración y escritura para otras per-
sonas mayores.
Un proceso dinámico
La persona que desee aprovechar la oportunidad que ofrece la labor narrativa
y de contemplación puede encontrarse ante una situación difícil si ha «estado
cuarenta años sentada frente a una máquina de coser y no de escribir». Ésta es,
no obstante, una diferencia superable si uno se empeña en lograrlo, fuera del
marco de las exigencias del trabajo asalariado. Sin embargo, con ello no basta. Es
necesario desbrozar el camino para el desarrollo de la narración oral y de la tra-
dición narrativa olvidada, y es preciso tejer redes como Somos historia. En el
transcurso del proyecto escuchamos varias veces el comentario: «Sin ustedes,
jamás habríamos comenzado». Para que los individuos puedan hacer hincapié en
la historia ignorada, necesitan encontrar respuesta y estímulo en la vida real. El
colectivo de grupos y la presencia de los tutores pueden tener una importancia
continuada al respecto.
En resumen, podemos extraer la siguiente lección del proyecto Somos histo-
ria. Cuando se brinda a las personas mayores la oportunidad de desplegar su
potencial cultural como narradoras de su experiencia vivida y se les ofrece el
apoyo pedagógico y financiero necesario, se pone en marcha un proceso diná-
mico que no se detendrá nunca; un proceso que sólo la muerte podrá inte-
rrumpir.
Bibliografía
121
1. Esta comunicación incluye algunos de los aspectos más relevantes de un trabajo de investigación
titulado “Historia oral del trabajo en Renfe. Los trabajadores de la Infraestructura” que ha realiza-
do el equipo formado por: Folguera, P. (Directora), Díaz, P, Domínguez, P, y Gago, J.M.
2. Excelentes trabajos los de COMÍN COMÍN, F., MARTÍN ACEÑA, P., MUÑOZ RUBIO, M.,
VIDAL OLIVARES, J.(1998): 150 Años de Historia de los Ferrocarriles Españoles. Fundación de
los Ferrocarriles Españoles y Anaya. Madrid. MUÑOZ RUBIO, M., SANZ FERNÁNDEZ, J.,
VIDAL OLIVARES, J.(1999): Siglo y medio de ferrocarril en España. Economía, Industria y
Sociedad. Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Madrid
las compañías concesionarias del siglo XIX y princi- La familia fue una escuela
pios del XX, con un bagaje de conocimientos y expe-
riencias muy beneficiosos para la compañía. Así, de formación sin coste
pues, no fue en absoluto un aspecto testimonial, sino adicional para la empresa
que la familia fue una verdadera escuela de formación
sin coste adicional para la empresa. Asimismo sirvió también de modelo de com-
portamiento personal, y mecanismo ideológico de cohesión social, en lo que ha
sido, sin duda alguna, una primera seña de identidad ferroviaria.
El acceder, por una parte, al centro de trabajo de los padres y/o abuelos, o al
material móvil sobre el que desempeñaban su trabajo suponía no sólo un ele-
mento de identificación con la empresa, sino también un mecanismo de apren-
dizaje. Por otro lado, esas enseñanzas se complementaban en la propia vivienda
familiar, con toda una panoplia de ejemplos, comportamientos y comentarios,
que los adultos dirigían deliberadamente o de manera involuntaria a su progenie;
muchos de los interlocutores que han prestado su testimonio para el estudio del
trabajo en la infraestructura del ferrocarril recuerdan que sus abuelos y sus padres
les hablaban de la RENFE y del oficio que ellos desempeñaban en la compañía.
Hoy estamos convencidos de que aquel mensaje, que iba acompañado de su pro-
pia experiencia y observación, iba calando en los futuros ferroviarios. El resulta-
do fue la continuidad generacional de miles de hijos de ferroviarios que llegaron 125
a ser también probos agentes del ferrocarril.
Sin duda la Compañía, inspirándose en la experiencia de años anteriores, favo-
reció la entrada de los hijos y familiares en la red mediante mecanismos de acce-
so privilegiado, consolidando derechos ventajosos para estas personas a la hora
del ingreso.
En el supuesto de que la entrada en la RENFE se produjera como consecuen-
cia de una decisión personal y deliberada del nuevo trabajador o trabajadora,
estas conductas siempre estuvieron respaldadas por la familia, que no sólo consi-
deraba la medida acertada, sino lógica y normal; como una proyección de la pro-
pia familia en la persona de los interesados. En muchos casos es lo que se espe-
raba de alguno o varios miembros de la familia, en particular de los varones. No
ha sido extraño, pues, que cuando esa decisión o circunstancia no se producía en
las generaciones más jóvenes, la familia se preguntase a qué se debía esa negativa
o imposibilidad de incorporarse a la compañía ferroviaria.
Si la identidad y el espíritu ferroviario se ha fraguado, en gran medida, en la
familia, no ha sido menos importante el papel socializador y de cohesión identi-
taria de los barrios creados por la empresa o surgidos por la acumulación de fami-
lias ferroviarias en un mismo entorno geográfico. Los barrios de los que procedí-
an y vivían muchos de los actuales agentes de la RENFE eran entornos sociales
bastante cerrados, y prácticamente el mundo de los empleados de la red era el
único que se conocía y se entendía. Esta circunstancia si bien facilitaba el que el
destino laboral y personal de muchas personas fuera el ferrocarril, suponía, tam-
bién, una concepción de la vida un tanto peculiar.
Los barrios de los actuales Las narraciones de algunos agentes ferroviarios, al
referirse a su infancia y juventud, sirven para resumir
agentes de la RENFE de manera clara ese ambiente que se percibía entre los
eran entornos sociales ferroviarios y sus familias, sobre todo cuando se trata-
ba de barrios enteramente o mayoritariamente habita-
bastante cerrados, dos por empleados del ferrocarril: «Nosotros vivíamos
y prácticamente el mundo en unas casas de RENFE, del servicio eléctrico, porque mi
padre trabaja en electrificación y entonces vivíamos allí,
de los empleados de la en Burgos, al lado de la estación, en unos bloques que
red era el único que se hicieron para la gente de electrificación y de subestacio-
nes, y lo recuerdo como una vida muy normal, viviendo
conocía y se entendía en las casas estas, claro, todo el vecindario eran ferrovia-
rios, era con la gente con la que teníamos más amistad y todo eso, y una vida muy nor-
mal lo que pasa que muy ligados al tren, pegados al tren, porque vivíamos allí mismo
y el barrio era de ferroviarios; bajamos allí a jugar, al patio de al lado de la estación»,
«...a mí siempre me chocaba, y eso lo observaba cuando hablaba con amigos o... con
niños, el que ellos vivieran en pueblos en los que no había tren; entonces a mí me lla-
maba mucho la atención que existieran pueblos en los que no había tren, yo lo tenía
tan asimilado que.... A todos los sitios donde yo iba había tren y, claro, me llamaba
mucho la atención que alguien me dijera que en su pueblo no había tren, no me lo
acaba de creer; pero, claro, es una cosa que la tienes muy asimilada....».4
Para los adultos la situación era muy similar, ya que familiares, compañeros y
126 amigos vivían en el barrio y se relacionaban permanentemente con ellos, tanto en
espacios públicos como privados, y tanto para hablar del trabajo como de otros
temas de la vida cotidiana.
En los últimos años los barrios ferroviarios se han ido desintegrando, la vida
comunitaria en ellos es muy poco intensa y aunque quedan estos barrios y los
Fig. 2. Agentes ferroviarios a mediados de los años sesenta en la estación de La Robla (Leon).
5. J. P. O. Oficial de comunicaciones.
a considerarla como algo suyo, algo que tiene que defender y conservar; algo
de lo que hay que obtener ciertas ventajas: «Bueno, para nosotros RENFE era
nuestra, era una cosa nuestra, porque viviendo al lado de la estación, en las casas
de la RENFE, siempre tratando con hijos de ferroviarios, vecinos ferroviarios y
todo. Pues prácticamente RENFE para nosotros es una familia, es parte de nues-
tra vida, es... no es decir... es donde ha trabajado mi padre, no, no, ni es donde
trabajo yo ahora, tampoco, sino que es una institución que la quieres, que has
vivió de ella, que has comida de ella, y que siempre te gusta y que te es difícil mar-
char de RENFE».6
Durante las cuatro primeras décadas de la historia de RENFE el espíritu
colectivo y la creencia de pertenecer a una empresa común estuvo permanente-
mente presente. La inmensa mayoría de los trabajadores se sentía plenamente
identificada con sus compañeros de trabajo a la vez o a través de la compañía
estuvo acompañada de la identificación con el resto de los trabajadores de la
compañía, a pesar de la dispersión geográfica esa identidad estaba siempre pre-
sente, entre los trabajadores de a pie. No importaba que un trabajador o traba-
jadora fuera de infraestructura y otro u otra de mate-
En muchos casos son ellas rial móvil, o de circulación, todos ellos eran de la
las que han mantenido ese RENFE y por tanto solidarios entre sí. Esto era par-
ticularmente visible a la hora de los desplazamientos
espíritu épico del grupo en el trabajo o en las averías y accidentes, pero tam-
ferroviario que va más allá bién funcionó fuera del trabajo: «Cuando hacíamos
esos viajes tan largos (mi padre) hablaba más amisto-
de la construcción samente con todo tipo de gente, con los de las estaciones,
o el mantenimiento con el jefe de estación; con el interventor..., me imagi-
no que es otra cosa diferente a si tú vas en el tren como
de la red ferroviaria un pasajero normal», «...que siempre me hace gracia,
porque en RENFE se les dice a los que han entrado
desde fuera (de entornos y familias no ferroviarias) ¡los de la calle!, los demás somos
los de RENFE, como de la familia, y los demás son de la calle».7
El que la red ferroviaria fuera un monopolio natural de transporte ferroviario
ayudó a que los trabajadores que participaban en ella tuvieran una mayor con-
ciencia de pertenecer a una empresa única y diferenciada, que prestaba unos ser-
vicios que nadie más podía prestar y que eran muy importantes para el conjun-
to de los ciudadanos de nuestro país.
No menos importante para la identidad ferroviaria fue el tipo de trabajo que
se llevaba a cabo en la vía y en los talleres, en ambos espacios se generó una cul-
tura del trabajo muy similar y propia del trabajo específico, el derivado de los ofi-
128 cios ferroviarios. Asimismo tuvo lugar un doble proceso que afectó por igual al
consentimiento de los trabajadores en la producción y al fenómeno de arreglár-
selas, y que podríamos resumir en el término resignación, resignación a la hora
de la dureza y condiciones de trabajo y resignación ante la escasez de material; en
8. A. R. Ayudante electricista.
9. F. P. G. Encargado de sector mecánico de instalaciones de seguridad.
10. Ver BABIANO, J., “Paternalismo industrial y disciplina fabril en España (1938-1958). Madrid,
CES, 1998 y también COMIN, F., MARTÍN ACEÑA, P. MUÑOZ, M., Y VIDAL, J., 150
Años de historia de los ferrocarriles españoles, Madrid Anaya y EFE, 1998. ARTOLA, M. Los ferro-
carriles en España 1844-1943, Madrid, Servicio de Estudios del Banco de España, 1978.
11. Ver FERNER, A., “El Estado y las relaciones laborales en la empresa pública. Un estudio com-
parado de Renfe y British Railways. Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1990.
132
14. Ver RIVAS, J.C., “Sólo el 7,88% son mujeres” en Vía Libre, enero de1989.
15. Historia y evolución del uniforme ferroviario. Imágenes para el recuerdo. Madrid, ed. Fundación de
los Ferrocarriles españoles, 1993. En este libro se puede observar el carácter casi militar del uni-
forme ferroviarios y como se adapta al momento histórico y coyuntura política.
Ver también DIAZ SÁNCHEZ, P., “El trabajo en Renfe: un análisis de género (a partir de
1960)”, ponencia presentada en AULA DEL MOVIMIENTO OBRERO: Mujer y trabajo en la
España Contemporánea, febrero de 2002, Facultad de C. Políticas y Sociología, Campus de
Somosaguas, UCM (en prensa).
16. Entrevista a C. LL. G. Jefe de distrito de vía y obras de RENFE. Prejubilado en abril del 2000.
17. GALVEZ, Lina (1997). “Breadwinning Patterns and Family Exogenous Factors: Workers at the
Tobacco Factory of Seville during the Industrialization Process, 1887-1945”, en International
Review of Social History, nº 42, ps. 87-128.
18. Por lo menos hasta la aplicación de la Ley de Igualdad de Derechos Políticos, Profesionales y de
Trabajo de la Mujer, de 22 de julio de 1961, dentro del Reglamento de RENFE de 1971.
19. Como han estudiado E.Ballesteros y T.Martínez Vara (2000) la estructura de empleo de las
grandes compañías privadas, la Compañía de Ferrocarriles del Norte y MZA, estaba caracteri-
zada por unos “mercados de trabajo internos muy heterogéneos y fuertemente segmentados”.
20. El Reglamento de RENFE de 1947 (p. 3) especificaba que el cargo de guardabarrera será con-
134 fiado en general, a mujeres de los capataces u obreros que vivan en las casillas de los pasos a nivel.
21. BALLESTEROS, E. Y MARTÍNEZ VARA, T. (2001). “El mosaico de las profesiones ferrovia-
rias. El caso de la Compañía de Madrid a Zaragoza y Alicante, 1857-1936”. En ARENAS, C.
FLORENCIO, A. PONS, G. Trabajo y relaciones laborales en la España Contemporánea, Sevilla,
ps. 53-64.
22. ESCARDELL, Leticia (1972). “La mujer en el trabajo, Renfe como muestra”. Vía Libre, año 8,
n.º 104, p. 36: “Sobre una plantilla de 83.000 empleados aproximadamente 3000 son mujeres.
De ellas 767 son limpiadoras, 785 oficiales de oficina, 794 guardabarrera, 40 tituladas superio-
res, 70 tituladas de grado medio y toda clase de oficios desde costurera a programadora”.
23. A veces el oficio se remonta a más de tres generaciones, como era el caso de las guardesas de la
línea de Ariza a Valladolid (Información proporcionada por Olga Macías). 135
24. Entrevista a E. B. Guardesa, realizada por Pilar Domínguez.
25. Rasgos de los analfabetos que señala VILANOVA, Mercedes (1996) Las mayorías invisibles.
Explotación fabril, revolución y represión. Ed. Icaria, Barcelona, p. 25.
26. Entrevista a R. M. Guardesa realizada por P. Domínguez.
27. CUESTA, Josefina (1995) “Memoria e historia”, en ALTED, Alicia (coord.) Entre el pasado y el
presente. Historia y memoria. UNED, Madrid, p. 69.
28. Entrevista a R.M. Guardesa.
nes recibían en su vida. Incluso era frecuente que madre e hija –en el caso de
R.M.– se turnaran en el horario de trabajo, tanto en casa como en el paso a nivel:
«Pues a la seis de la mañana, hasta las dos de la tarde, me parece que era mi madre
o yo, lo mismo nos daba, como estábamos juntas, lo mismo nos daba. A las dos. Y
luego otra hasta la diez de la… no, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y
diez, sí. A las dos de la tarde mi madre y entraba yo, pero como estábamos allí las
dos… o entraba ella, lo mismo nos daba. Y luego a las diez de la noche iba un señor,
un hombre».29
Los recuerdos de las guardesas se organizan en gran medida en torno a la vida
familiar y doméstica, como ocurre con frecuencia entre las mujeres. La cercanía
entre el paso a nivel y la vivienda, entre el trabajo remunerado y el doméstico,
refuerza su doble identidad como ferroviarias y como mujeres de familia. La
empresa propiciaba esta unión de lo privado y lo público, la familia y el traba-
jo al establecer de modo excepcional en sus normas sobre las guardesas que, «el
trabajo atribuido a esta categoría se estima compatible con las ocupaciones del
hogar».30
En la práctica esto era muy difícil, cuando las «ocupaciones del hogar» de las
mujeres ferroviarias no eran tareas sencillas, pues incluían trabajos como el cui-
dado de los animales y del huerto familiar. R.M. describía así la rutina diaria:
«Había que abrir la puerta lo primero, por la mañana, soltar las gallinas, luego
echarles de comer, barrerlo, porque se barría todos los días... Unos chozos que hizo mi
padre, de traviesas de eso de la RENFE, lo hizo muy bien. Y lo del cochino igual, lo
de los cerdos, había que limpiárselo, se le barría todos los días, echarlos de comer y
todo. Y luego los conejos que teníamos y las palomas... todos los días se limpiaba... A
lo mejor me metía yo pá dentro, sabes, lo limpiaba y ella se quedaba por allí fuera
sentada o barriendo toda la calle y ya tenía cuidao del paso a nivel».31
Además las ahora labores domésticas en los años cuarenta y cincuenta se reali-
zaban en condiciones muy duras; dice E.B: «Teníamos que ir a lavar al río –pre-
cisa– y a por agua a la estación pa beber y luego había allí unos manantiales cerca de
la casa y se cogía el agua. Pues al río a lavar, íbamos a lavar... y no nosotros, to’l pue-
blo».32
Poder hacer compatible –en teoría– la vigilancia del paso con las tareas domés-
ticas se traducía en una minusvaloración de su trabajo profesional. La escasa con-
sideración social y económica que merecía el trabajo doméstico se trasladaba aquí
a la actividad laboral, que era poco apreciada no sólo por parte de la empresa,
sino por parte de las mismas trabajadoras. En los testimonios, las guardesas con-
sideran su trabajo en la vía algo secundario respecto a sus labores domésticas, que
les correspondían en la división del trabajo por género dentro de la familia. Ello
136 es debido a que esta pequeña remuneración se consideraba como «una ayuda»
para el grupo familiar, más que el fruto de un verdadero trabajo, que era llevado
a cabo por el cabeza de familia. Así lo recuerda R.M.: «Yo me apañaba con eso.
Cuando me casé me apañaba con eso y lo del sueldo de mi marido, claro. Y mi madre
con eso se ha apañao toda la vida».33
Las guardesas aceptaban sin críticas sus ínfimos sueldos y valoran cuestiones tan
elementales como el hecho de tener un sueldo fijo a fin de mes, aunque fuera
pequeño. Éste es el sentido de las palabras de R.M.: «RENFE siempre ha pagao
bien. No es como otras empresas que si están de huelga por pagos, en la RENFE no, yo
nunca lo he oído, nunca jamás. Y fíjate tú que he nacido en casilla con mi madre y mi
padre y... eso, la RENFE siempre ha pagao bien, eso es lo que ha tenido siempre».34
En consonancia con este carácter secundario respecto a las tareas domésticas,
ellas no tomaban su jornal como algo propio, sino perteneciente al grupo fami-
liar, por lo que era el padre quien lo administraba. A menudo las mujeres e hijas
de ferroviarios ni siquiera lo recibían y no recordaban la cantidad que cobraban.
Al preguntarle por su salario E.B. contestaba: «¿Lo del sueldo? Mi padre se queda-
ba..., mi padre iba a cobrar a la estación, cobraba lo de él, lo de mi madre y lo mío
y a mí no me daba nada. Hombre, cuando yo les decía darme, me voy a comprar esto,
me voy a comprar lo otro, pues me daban dinero».35
Por estas mismas razones las mujeres entrevistadas
no valoraban apenas sus conocimientos del mundo Ellas no tomaban su
ferroviario, a diferencia de otros trabajadores que
hablan con orgullo de sus habilidades en el oficio
jornal como algo propio,
ferroviario. Para ellas se trataba de un trabajo sencillo, sino perteneciente al
aunque con mucha responsabilidad. E.B. afirma:
«Difícil no era el servicio. Porque cierro esta puerta,
grupo familiar, por lo que
abro esta puerta, ten cuidao de este disco, del otro disco; era el padre quien lo
una cosa que te tenías que estar pendiente de que no te
pasara nada».36
administraba
A pesar de no ser un trabajo duro el oficio de guar-
dabarrera tampoco estaba bien considerado entre los ferroviarios. Tenían mucha
responsabilidad, estaba mal remunerado y, «era muy aburrido, muy cansao, muy
monótono, estar ahí pendiente de cuando viene el tren».37 Por ello, a menudo los
obreros preferían realizar otras tareas en la vía. La guardesa de Alovera –entrevis-
tada en los años setenta por la periodista Leticia Escardell– venía a decir lo
mismo, con otras palabras: «¡Ocho horas sin salir de la garita, como un chucho, digo
yo, y que no puedo dejar de mirar!».38
Sin embargo, las guardesas entrevistadas mostraban una notable conformidad
con su trabajo y con el funcionamiento de la empresa. Este rasgo es más acusa-
137
33. Entrevista a R.M. Guardesa
34. Entrevista a R.M. Guardesa.
35. Entrevista a E.B. Guardesa.
36. Entrevista a E.B. Guardesa. A la pregunta de cómo había aprendido el oficio contestaba: “¡Andá!
Eso no se aprende.... Eso es viéndolo”.
37. Entrevista a A.A. Guardabarrera, realizada por P. Domínguez.
38. ESCARDELL, Leticia, “La mujer en el trabajo, Renfe como muestra” (op. cit).
A juzgar por los testimonios orales, puede decirse que a finales de los años
sesenta se interrumpe en RENFE el relevo generacional de sus trabajadores,
hombres y mujeres nacidos y criados en la vía, hijos y nietos de ferroviarios Las
nuevas generaciones ya no van a continuar en la profesión como guardabarreras
y la mayoría ni siquiera trabajarán en el ferrocarril.
En suma, los testimonios de las personas entrevistadas durante la realización
de este proyecto nos han permitido reconstruir diversos aspectos del trabajo en la
infraestructura en una empresa tan emblemática como es RENFE. Desde estas
páginas queremos recordar a todas aquellas personas que han colaborado con sus
testimonios, sus recuerdos, sus fotografías y sus documentos, que en la mayoría
de las ocasiones han ayudado de forma determinante a reconstruir la historia oral
de los trabajadores de RENFE.
139
1994). Por lo tanto, los historiadores profesionales debían rechazar los estudios
sobre el mundo contemporáneo, pues en ese terreno sería imposible alejar a los
aficionados.
El desprecio de los historiadores universitarios hacia la historia reciente explica,
asimismo, el porqué de la descalificación de los testimonios directos. Ese campo de
los estudios históricos terminó convirtiéndose en monopolio de los historiadores
aficionados. La situación se explica debido al hecho de que el periodo reciente no
exigía una amplia cultura clásica, ni el control de los procedimientos eruditos del
método histórico. Quienes se interesaban por lo contemporáneo concebían, en rea-
lidad, la investigación histórica como un medio de acción política.
Se tomaron algunas iniciativas con el propósito de romper esa barrera y
ampliar el espacio temporal de los estudios históricos. Pero, en gran medida, se
mantuvo la eliminación de los estudios de los periodos recientes.
La historia contemporánea pasó a tener un carácter esencialmente pedagógico,
pues su práctica escapaba a las reglas básicas del método histórico científico. Los
historiadores profesionales republicanos decían que la historia contemporánea
trataba de eventos muy próximos y no se la podía separar de la política.
¿Cómo justificar que historiadores profesionales como el propio Seignobos y
Lavisse escribiesen libros sobre el periodo reciente? La respuesta era de que se tra-
taba de obras de vulgarización elaboradas para la enseñanza secundaria, que tení-
an carácter pedagógico y debían formar ciudadanos. Su finalidad no era produ-
cir hechos nuevos, sino divulgar interpretaciones nuevas de hechos ya conocidos.
Los autores agregaban a ese argumento que la historia contemporánea, esencial-
mente política, se basaba en fuentes oficiales. Como esas fuentes eran considera-
das auténticas, la crítica de las fuentes, inherente al método histórico aplicado al
pasado, podría ser dispensable (Prost, 1994).
Esa forma de pensar la historia en general y lo contemporáneo en particular,
fue objeto de intensos debates a fines de siglo entre historiadores y sociólogos
(Reberioux, 1992). Los sociólogos vinculados a Durkheim, en particular
Simiand, formularon críticas vehementes a Seignobos y al método de investiga-
ción que él concibió para asegurar la objetividad. A su juicio, retroceder en el
tiempo no garantizaba la objetividad de la historia, pues todo historiador es tri-
butario de su época.
Los sucesores de Seignobos intentaron mostrar que era posible utilizar el méto-
do histórico para estudiar la época contemporánea. Dichas iniciativas de los his-
toriadores profesionales pretendían retirar la historia reciente de manos de los his-
toriadores aficionados. Pero permaneció la desconfianza sobre el tiempo reciente.
Después de haber disfrutado de amplio prestigio, la concepción de historia
basada en las conjeturas del méthode historique formuladas por los historiadores 143
en la segunda mitad del siglo XIX entró en un proceso de decadencia.
* * *
La creación, en Francia, de la revista Annales, en 1929, y de la École Pratique
des Hautes Études, en 1948, daría impulso a un profundo movimiento de trans-
formación en el campo de la historia. En nombre de una historia total, una nueva
generación de historiadores, conocida como École des Annales, pasó a cuestionar
La memoria a debate
La profundización de las discusiones sobre las relaciones entre pasado y pre-
sente en la historia, y la ruptura con la idea que iden-
tificaba objeto histórico y pasado, definido como algo La expansión de los
totalmente muerto e incapaz de ser reinterpretado en
función del presente, abrieron nuevos caminos para
debates sobre la memoria
el estudio de la historia del siglo XX. A su vez, la y sus relaciones con la
expansión de los debates sobre la memoria y sus rela-
ciones con la historia ofreció las llaves para una nueva
historia ofreció las llaves
inteligibilidad del pasado (Rousso, 1993). para una nueva
Según Patrick Hutton (1993), el interés de los his-
toriadores por la memoria fue, en gran medida, ins-
inteligibilidad del pasado
pirado en la historiografía francesa, sobre todo la his-
toria de las mentalidades colectivas que emergió en los años sesenta. En esos
estudios, que se centraban principalmente en la cultura popular, la vida familiar,
los hábitos locales, la religiosidad, etcétera, la cuestión de la memoria colectiva ya
estaba implícita, aunque no fuese directamente abordada.
Uno de los primeros autores que llamó la atención sobre el tema de la memo-
ria, según Hutton, fue Philippe Ariès, quien destacó el papel de los rituales con-
memorativos con el propósito de fortalecer los lazos familiares a fines del siglo
XVIII e inicio del siglo XIX. Ariès llamaba la atención sobre el papel de los
monumentos, de las conmemoraciones en torno de ilustres figuras políticas a lo
largo del siglo XIX, y de cómo ellos se relacionaban con la emergencia de los
Estados nacionales. Siguiendo el sendero abierto por Ariès, en los años ochenta 145
surgió un nuevo género de historiografía: la historia de las políticas de conme-
moración (history of the politics of commemoration). El pionero en ese género fue
Maurice Agulhon, quien analizó la imagen de la República en Francia (1789-
1879) en su obra Marianne au combat (1979).
El trabajo de Agulhon inspiró a mucha gente y, algunos años después, el tema
de la memoria política, principalmente los temas vinculados al proceso de cons-
trucción de imágenes en las prácticas conmemorativas, planteó una cuestión cen-
reconocimiento del uso de las fuentes orales. Sin embargo, para que se pueda ase-
gurar una mayor legitimidad para la historia oral en el universo de los historia-
dores, se plantean nuevos desafíos y dificultades.
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152
Shannon Page
154
1. http://back.acs.csulb.edu:8080/oralhistory/index.html.
2. Página inicial del web de Long Beach.
3. Web de Long Beach, página inicial de Suffragists.
4. Kate Moore, «Perversion of the Word: The Role of Transcripts in Oral History», Words and
Silences: Bulletin of the International Oral History Association. Istanbul: Bogazici University Press,
Vol.III, No. 1, Junio 1997, p. 14 [versión española en Palabras y Silencios, nº 1, junio 1997, p. 12].
5. Moore, p. 16.
6. Washington, D.C.: Oral History Program, George Washington University Library, 1976.
7. Deering y Pomeroy, p. 14.
8. Nashville: American Association for State and Local History.
9. Baum, p. 29.
chando... tan sólo sirven para estorbar al lector y hacer que el entrevistador parez-
ca un cabeza de chorlito».10 O The Handbook of Oral History: Recording Life
Stories11 de Stephen Humphries, que compara «la transcripción auténtica» con «la
transcripción corregida» y se inclina firmemente a favor de la segunda.
Humphries reconoce que «cuando se realiza una transcripción corregida es impo-
sible tener en cuenta los intereses de todo el mundo. Un extracto que un trans-
criptor omite por considerarlo irrelevante podría tener interés e importancia para
un futuro lector».12 No obstante, luego continúa imaginando al destinatario de
un proyecto de investigación –en su ejemplo escolares– y termina diciendo: «Es
absurdo transcribir literalmente todas las digresiones, repeticiones y errores gra-
maticales si lo que se pretende es estimular la imaginación de quienes no están
iniciados en las complejidades de las formas de habla narrativas. Sin duda algu-
na, este es un caso que requiere una transcripción corregida».13 Y con esto con-
cluye su análisis de la transcripción.
En estudios más recientes se reconocen con mayor seriedad las tensiones exis-
tentes entre el material oral y el texto escrito, así como las diversas necesidades de
los distintos usuarios del material que toman parte en un proyecto de investiga-
ción de historia oral. Ron Grele14 escribe sobre el uso de la transcripción como
instrumento de enseñanza, definiéndolo como «un ejercicio de traducción de la
sintaxis hablada a la sintaxis escrita [que] requiere tomar en consideración el
papel de la gramática y de la ortografía en la presentación del testimonio».15 Pero
su instrumento de enseñanza como tal está destinado a los alumnos de su semi-
nario de posgrado sobre investigación de historia oral: los estudiantes aprenden
a ser buenos historiadores orales transcribiendo, y por consiguiente revisando, sus
propias entrevistas.
J.A. Progler16 presenta un fascinante caso de estudio sobre los distintos modos
en que transcribió y utilizó sus entrevistas con el Dr. Lejaren Hiller, diferentes
según quién imaginaba que sería el destinatario de la entrevista: primero efectuó
una transcripción completa, literal, «la transcripción al pie de la letra en tanto
que registro escrito de todo cuanto fue auditivo durante la entrevista»,17 como si
se tratase de una transcripción judicial excepto que utilizó «un estilo de presen-
tación del tipo flujo de conciencia o monólogo interior caracterizado por un
escaso o nulo uso de las mayúsculas y de la puntuación»,18 con objeto de evitar
19. Progler, p. 4.
20. Progler, p. 3.
21. Moore, p. 16.
22. Moore, p. 22.
23. ps. 26-31 [versión española en Palabras y Silencios, ps. 23-28].
La distinta manera en que las cuatro transcriptoras vierten este breve pasaje es
realmente fascinante.
La transcriptora A, como hemos visto en la transcripción que acabo de utili-
zar, deja el vacilante falso inicio en el que Bob repite la palabra de Sara, «descri-
bir», y también su risa nerviosa. También conserva la repetición «Su mesa de tra-
bajo es... Su mesa de trabajo es otra cosa». Estas dos decisiones tomadas por A
reflejan el rechazo de Bob a criticar a Willa y, al mismo tiempo, muestran su
esfuerzo por contestar sinceramente a la pregunta.
La transcriptora B, la traductora perfeccionista, deja «describir» pero no indi-
ca que Bob se ríe. También decide eliminar la repetición de «su mesa», decisión
que da como resultado una frase más clara, más fácil de leer, pero que también
puede dar la impresión de que Bob facilita voluntariamente la información.
La transcriptora C, la profesional independiente que no pertenece al departa-
mento, elimina tanto el falso inicio de «describir» como la risa que lo acompaña
y simplifica también la frase relativa a la mesa de trabajo: «Su mesa de trabajo es
otra cosa». De nuevo tenemos una transcripción limpia, coherente y la que posi-
blemente se parecería más a un producto final, editado, pero que oculta la vaci-
lación de Bob. (Puede ser importante tener en cuenta que C es la única trans-
criptora de las cuatro que nunca había visto la mesa
de trabajo de Willa y por lo tanto carecía de una ima-
gen que se le presentase inmediatamente a la vista al
Quien leyera las cuatro
oir la pregunta de Sara). transcripciones se llevaría
La transcriptora D –la intérprete de música y nove-
lista– indica la vacilación pero como en sus transcrip-
cuatro impresiones
ciones prefiere construir frases, completa la primera distintas
frase con paréntesis: «Describir [su mesa de trabajo]».
Indica la risa y luego, en lugar de repetir «Su mesa está...», introduce la indica-
ción [pausa] después de esa frase: «Su mesa de trabajo[pausa] es otra cosa».
No es difícil darse cuenta de que estas pequeñas decisiones por parte de las
transcriptoras pueden dar como resultado importantes diferencias en la trans-
cripción.
Más tarde, en el mismo segmento, Sara le pregunta a Bob por una de sus tare-
as, que consiste en revisar el correo electrónico de Willa e imprimir solamente los
mensajes relevantes. Bob describe la curva de aprendizaje que supone determinar
qué significa «relevante»: «Diría que se tarda un poco en aprenderlo». Reconoce
que al principio seguramente imprimió demasiados mensajes de correo electró-
nico que Willa no tenía interés en leer y que ella pronto le corrigió: «Nada de
dudas, ella te lo dice». 161
Sara profundiza: «¿Y cómo lo hace? ¿Cómo suena cuando te...?».
Bob la interrumpe riéndose: «Pues es... Es muy sincera. No es de las que se
anda con rodeos. Te dice: “Éste no sirve para nada. Éste no necesito leerlo”».
Nuevamente no quiere dejar en mal lugar a su jefa. Escoge «sincera» para descri-
bir su actitud franca y directa.
Las transcriptoras A y B indican ambas la risa con la que Bob interrumpe la
pregunta de Sara y su esfuerzo por hallar la manera justa de contestar. La trans-
criptora B incluso oye a Bob decir: «Veamos», cosa que no escucha ninguna de
las otras tres.
La transcriptora C convierte la pregunta de Sara en una frase completa: en
lugar de «¿Cómo suena cuando te...?», escribe: «¿Qué te dice?». Elimina la risa de
Bob y el falso inicio de «Pues es...». Al reformular la pregunta de Sara hace que
la contestación de Bob tenga más sentido (porque él da un ejemplo de lo que
Willa dice) y crea una transcripción más limpia pero menos fiel al contenido de
la grabación.
La transcriptora D deja interrumpida la pregunta de Sara e indica la risa de
Bob, pero corrige la respuesta del segundo: «Sí, es muy sincera».
Nuevamente señalo que estas diferencias pueden parecer sutiles pero quien
leyera las cuatro transcripciones se llevaría cuatro impresiones distintas tanto de
la oficina como de Bob, el entrevistado.
¿Qué significado tiene todo esto para el historiador oral diligente, el historia-
dor comprometido con la tarea de producir el resultado final que más sentido
tenga? ¿Debe dedicarse a transcribir todas sus grabaciones porque tan sólo él
conoce la historia completa, así como el ambiente, los
Els transcriptor matices y la personalidad del entrevistado y sólo él
puede interpretar correctamente estos elementos y
desempeñará mucho mejor representarlos por escrito?
su trabajo si se le da Afortunadamente la respuesta es no. El historiador
oral no tiene por qué arrebatar horas a sus investiga-
alguna indicación relativa ciones y entrevistas de historia oral para convertirse
al contexto y al subtexto también en transcriptor, siempre y cuando dedique el
tiempo necesario a seleccionar y preparar bien a sus
de la entrevista transcriptores y siempre y cuando después de la trans-
cripción escuche las cintas alguien, sea el entrevistador, sea como mínimo una
tercera persona. En primer lugar, como ya he señalado anteriormente, es de suma
importancia utilizar a un transcriptor que posea una buena formación, un trans-
criptor que sepa qué es la historia oral y que tenga la inteligencia y la experien-
cia necesarias para trasladar la conversación grabada y convertirla en un docu-
mento escrito dotado de sentido. Pero esto es sólo el principio. El transcriptor
desempeñará mucho mejor su trabajo si se le da alguna indicación relativa al con-
texto y al subtexto de la entrevista. (Piénsese en la pobre transcriptora C, que des-
conocía por completo el aspecto que tenía la mesa de trabajo de Willa.) Cuando
un entrevistador entrega las grabaciones está invitando a una tercera persona a
penetrar en la entrevista.
162 Es de crucial importancia recordar cualquier cosa que pueda ayudar al trans-
criptor a dotar de sentido las palabras grabadas en la cinta magnetofónica. ¿Es el
entrevistado una persona mayor o joven, una persona que tiene que debatirse con
una memoria deficiente o por el contrario, alguien que arde en deseos de relatar
su vivencia? ¿Muestra hostilidad hacia el proyecto? ¿Es tímido? ¿Acaso en la
misma habitación se encuentra su esposa, que lo escucha con gesto de recrimi-
nación? ¿Hay galletas en la mesa, animales de compañía en la falda, niños jugan-
do en el jardín? ¿Hay una secretaria tratando de cortar al entrevistador para que
pueda entrar la siguiente visita? ¿Es la habitación espaciosa y aireada o está mal
ventilada y llena de cachivaches? ¿Funcionó correctamente y desde el principio el
material de grabación o tuvo el entrevistador que pelearse con un aparato defec-
tuoso, cambiar las pilas, pedir un bolígrafo o reparar una cinta rota? Toda esta
información ayudaría a comprender al transcriptor qué hay detrás de una risa
nerviosa, un falso inicio o una pausa.
A continuación, mientras revisa la transcripción, el entrevistador debe consi-
derar el enfoque específico del transcriptor. ¿Ha dejado acaso falsos inicios que
son verdaderamente falsos –simplemente reflejo de que al entrevistado se le traba
la lengua– o balbuceos que reflejan respuestas en las que el entrevistado vuelve a
pensar a medida que habla, indicios de que por algún motivo se está autocensu-
rando? (Naturalmente, en ese caso es preciso decidir cómo actuar respecto de esa
autocensura) ¿Ha influido el transcriptor correcta o involuntariamente en algún
aspecto por el hecho de crear un párrafo en un pasaje determinado? ¿Ha simpli-
ficado con objeto de crear frases armoniosas y completas pero omitido con ello
información significativa?
Por último, el elemento final y a mi juicio el más
importante que puede aportar un historiador oral El elemento final y a mi
para garantizar la calidad de una transcripción es
escuchar las cintas. Se trata de un proceso largo, por juicio el más importante
lo que los entrevistadores a veces se muestran reacios que puede aportar un
a ponerlo en práctica, en particular si la transcripción
parece buena y tiene un sentido lógico. Pero por muy historiador oral para
preparado y experto que sea un transcriptor, o por garantizar la calidad de
muy bien informado que esté, no se halló presente en
la entrevista. No miró al entrevistado a los ojos, no una transcripción es
pudo ver su lenguaje corporal, no contempló su cuar- escuchar las cintas
to de estar o su despacho, no vio sus gestos ni sus
expresiones. No pudo ver una sonrisa irónica, unos ojos en blanco, unos dedos
indicando «entre comillas». Dada la distancia inevitable entre el momento de
celebrar la entrevista y el de recibir la transcripción, es probable que el entrevis-
tador también haya olvidado estos matices. Escuchar las cintas mientras se revi-
sa la transcripción permite ayudar al transcriptor a añadir elementos importan-
tes que éste necesariamente desconoce.
164
Mercedes Vilanova
¡Amigos! Es para mí una gran alegría poder estar hoy aquí ante esta audiencia
de la IOHA. Las palabras de conclusión que se me han pedido, se desarrollarán
en torno a cuatro dichos españoles con una significación universal que dedico a
varios historiadores orales.
El primero es muy popular, se lo dedico a Alessandro Portelli: «Todos los cami-
nos llevan a Roma». El segundo surge de raíces milenarias y bíblicas que, sin
duda, Philippe Denis conoce bien: «No hay mal que por bien no venga». Este
dicho se lo dedico a Lluís Ubeda. El tercero en catalán reza así: «Roda el món i
torna al Born». Este dicho nos urge a viajar por todo el mundo, pero nos con-
mina a regresar a nuestras raíces, a nuestros orígenes, a volver con los nuestros a
nuestro hogar, a nuestro mercado. Este tercer refrán se lo dedico a Pilar Folguera
y a Pilar Domínguez y también a François Bédarida porque los tres representan
este origen al que me debo. El último refrán: «Dios escribe recto con renglones
torcidos», lo dedico a esta asamblea de la IOHA, es decir a todos nosotros.
No me cabe la menor duda, el primer punto de esta conclusión lo debe cons-
tituir Roma. Y es obligado dedicarle un canto de alabanza a la habilidad de mi
amigo Sandro. Es el más imaginativo de todos los historiadores orales, también
es un encantador de serpientes avispado y un magnífico contador de historias, un
vero story teller. En la próxima conferencia de Roma no hará falta que venga nin-
guna narradora de cuentos africana porque el mismo Sandro oficiará como tal.
Su imaginación y su arte son insuperables y ha conseguido ser el primero de nos-
otros que organizará una conferencia internacional sin pertenecer al Consejo de
la IOHA. Es como un pájaro que vuela demasiado alto para ser atrapado en una
red. Y, además, ha hecho un gesto extraordinariamente audaz, ha pedido ayuda
política a la IOHA para salvar a nuestra querida Italia de las garras de la derecha.
Sandro Portelli en su exposición de ayer sobre la memoria de los bombardeos
nos habló de los daños colaterales y del terrorismo. Mientras le escuchaba recor- 165
dé dos hechos cruciales para España. La Hispania romana fue la provincia más
romanizada del imperio, la más culta, de la que surgieron los mejores guerreros,
filósofos y emperadores y pronto fue el baluarte del cristianismo mundial. Y es,
precisamente, en el norte de la península ibérica, en el País Vasco, donde se ha
creado la guarida del terror. Allí no llegó la romanización, se habla, pues, el eus-
kera un idioma no latino. Esas circunstancias me han hecho pensar que si Sandro
pide a la IOHA ayuda para derrotar a la derecha italiana, sería lógico pedirle
ahora que nos mande a un lugarteniente suyo para acabar de romanizar España
y solucionarnos uno de los problemas más graves con el que nos enfrentamos...
Digo uno de los problemas más graves, porque sin duda, y me hago eco aquí de
las voces de las mujeres africanas que en esta conferencia han insistido en este
tema, el problema español de mayor calado es la matanza o asesinato de mujeres
a manos de sus cónyuges o compañeros que se ha cobrado muchas más víctimas
que las ocasionadas por el terror etarra.
Mi segundo refrán, ya os lo he dicho, es: «No hay mal que por bien no venga».
Voy a aclarar por primera vez ante esta asamblea mi posición respecto a la can-
didatura de Barcelona para organizar la próxima conferencia internacional. Y lo
primero que quiero hacer es felicitar a Lluís Ubeda públicamente por su tesón y
arrojo, por su firmeza, por su bien hacer. También quiero felicitarle porque ha
perdido pues en democracia lo decisivo es participar sin trampa alguna y no
ganar desvirtuando el proceso electoral. Quiero decirle a él y a todos vosotros, lo
que su derrota ha significado para mí y creo que también para él. La derrota de
la candidatura de Barcelona para Lluís sin ninguna duda y de forma asombrosa
le ha representado el abrazo de toda España. Desde aquí quiero darles las gracias
a Pilar Domínguez y a Pilar Folguera por su apoyo a la candidatura de Barcelona.
Para mí su derrota significa por fin la libertad para buscar otros horizontes y no
verme sujeta a los compromisos que asumí en Göteborg: básicamente impulsar
la IOHA democráticamente, abrirle las puertas más allá de Europa, y facilitar el
relevo generacional del que Ubeda es un claro exponente. Curiosamente mi tar-
jeta de identificación pone que pertenezco a Turquía y no a España. Creo que
Philippe Denis confundido por mi gran amistad con Günhan Danisman ha cre-
ído que después de Estambul me había hecho ciudadana turca... No me impor-
taría pues la cultura turca es extraordinaria. Günhan, por ejemplo, es el hombre
más versátil de esta asamblea, organizó nuestra última conferencia internacional
porque Estambul es una capital europea, pero en el consejo actual figura como
representante asiático...
Por primera vez desde la creación de la IOHA hablaré como española pues
quiero aclarar mi postura a los amigos de las Américas, del Norte, Centro y Sur.
A todos vosotros os he querido en la IOHA y he luchado para conseguir vuestra
presencia en la asamblea y en el consejo. Anne Ritchie lo sabe muy bien, como
lo saben muchas otras personas en esta audiencia. No obstante, mis raíces son
catalanas y catalán es la lengua materna de mis nietos. Pertenezco a las tierras que
en su día configuraron la Marca Hispánica del imperio carolingio y hace apenas
unos siglos mis paisanos lucharon para hacer de París su capital. Llevo a Francia
en el corazón y siento gran admiración por la historiografía francesa. No puedo
166 dejar de recordar a François Bédarida, por lo mucho que hizo por el desarrollo
de la historia oral en el mundo y porque, como explicaré después, si no hubiera
sido por él seguramente hoy no estaríamos reunidos aquí en Sudáfrica. Bédarida
conjuntamente con Danièle Voldman y Philippe Joutard organizó en 1983 en
Aix-en-Provence nuestra cuarta conferencia internacional de historia oral. El
pasado mes de septiembre nos dejó y quisiera ahora rendirle un homenaje.
Bédarida es uno de los más grandes de la historia oral europea que desaparece y
la IOHA debe guardarlo en su memoria. En la conferencia celebrada en el mes
* * *
Don Ritchie
Este congreso debe mucho a Philippe Denis y al resto de miembros del comi-
té organizador, que han sido siempre amables y hospitalarios e imperturbables en
la resolución de todas las contingencias que han ido surgiendo a lo largo del con-
greso. Los problemas de la economía internacional y otros imprevistos de la vida
cotidiana obligaron a que el comité rehiciera el programa de algunas sesiones, e
incluso estas sesiones reprogramadas mantenían un notable grado de coherencia.
Estos encuentros bianuales internacionales de historia oral son en gran medida
una reunión. Los participantes traban nuevas relaciones, esperan reencontrarse
con sus colegas en los próximos congresos y echan de menos a los que no están,
168 como por ejemplo ha ocurrido este año con la delegación argentina al completo,
cuya participación se vio frustrada por la terrible situación económica de su país.
Delegados de casi treinta países estuvieron representados en Pietermaritzburg,
incluyendo a los de ocho países africanos. El comité organizador reconoció inte-
ligentemente que, incluso a pesar de la sorprendente transformación de Sudáfrica
durante la última década, este país no representa la totalidad del continente afri-
cano. Era conveniente que este primer encuentro de la IOHA en África ofrecie-
ra una imagen diversa de la historia oral del continente africano, y proporciona-
se una idea de la gran variedad de identidades que hay en él. El éxito de este
encuentro debería animar a la IOHA a considerar la celebración de futuras reu-
niones en otros lugares de África.
Todos estamos agradecidos a Mercedes Vilanova, cuya concepción de futuro
ayudó a transformar la Asociación Internacional de Historia Oral en una organi-
zación auténticamente global. Tuvo la visión y la fuerza de llevar los tres últimos
encuentros a Brasil, Turquía y Sudáfrica. La migración global de la IOHA ha que-
dado reflejada en la rica diversidad de las ponencias de las sesiones de este año.
Individualmente, trabajamos en distintos países y en distintas disciplinas,
entrevistamos a gente distinta con propósitos distintos, y este encuentro nos
recuerda de nuevo los temas comunes de la historia oral. La inadecuación de la
documentación escrita y de los archivos tradicionales en tiempos de cambios
radicales, como ocurrió en la Sudáfrica del apartheid, han acelerado la necesidad
e incluso la demanda de historia oral. Los impulsos democráticos de la historia
oral han convencido a muchos especialistas, en palabras de un ponente, «es hora
de dar cancha a la gente». Distintos ponentes describieron proyectos que están
llevando a cabo para entrenar a la gente en sus comunidades, especialmente a la
gente joven, para que ellos mismos sean los que registren las entrevistas.
El continuo deseo de crear una nueva historia reflejó otro punto en común, en
especial las sesiones sobre religión, que tuvieron gran importancia en el progra-
ma, y trataban de un componente clave de los valores esenciales de la gente y de
las identidades, que muy a menudo no se tiene en cuenta en las reuniones pro-
fesionales. En el pasado, la historia religiosa se reflejaba generalmente a través de
la vida y la forma de pensar del clero, que normalmente era quien escribía esa his-
toria. Una sesión presentó escritos de distinta procedencia, desde los indios semi-
nolas en Florida, a los católicos africanos en Zimbabwe, al papel de las mujeres
en la religión en Sudáfrica, a los luteranos suecos. Y a pesar de su diversidad,
todos apoyaban la noción de que hay mucho más que aprender de las historias
orales sobre religión a partir de la experiencia cotidiana de la gente, que de los
líderes religiosos.
Hay otro punto común que es la habilidad de la historia oral de confundir,
más que de confirmar nuestras teorías. Aquellos a los que entrevistamos nos
exponen a perspectivas inesperadas. Nos miran a los ojos y nos dicen que esta-
mos equivocados. El valor de las entrevistas no proviene de la resistencia ante esa
información que nos confunde, sino de escucharla, aprender de ella, evaluarla e
interpretarla. Por ejemplo, un entrevistador, que asuma de forma natural que los
emigrantes que vuelven, aquellos que han emigrado a otro lugar, y vuelven a casa,
afrontan problemas más amargos, se opone a la serie de recuerdos positivos acer-
ca de las aventuras de juventud de estos emigrantes, sea cual sea su resultado 169
final, y que como conjunto de fenómenos representa claramente algo más que
pura nostalgia. Las entrevistas con inmigrantes jamaicanos en los Estados
Unidos, Canadá y Gran Bretaña de forma similar nos confrontan a asunciones
previas y estereotipos sobre la experiencia de los inmigrantes.
En concreto, nuestros colegas de Brasil están realizando algunos estudios fas-
cinantes sobre la migración portuguesa, mediante la comparación de las expe-
riencias de inmigrantes a Brasil, país de habla portuguesa, y a países de habla no
portuguesa como Alemania. Sus entrevistas han recogido las reacciones profun-
damente distintas de las segundas o terceras generaciones de inmigrantes portu-
gueses a sus hogares, y sus vínculos con el país de origen. Quizá los recuerdos más
vívidos que tengo de este congreso son los de un pase de diapositivas sobre un
monumento que un inmigrante, Manoel Giesteira, erigió en una colina cuando
volvió a Portugal, para conmemorar el recuerdo de su familia y de otros inmi-
grantes, que demostraba la fuerza de la añoranza de aquellos que se habían ido y
no querían que se olvidara su experiencia. Más que tratar los temas eruditos sobre
la inmigración y la emigración, estos estudios están construyendo de forma
mucho más compleja la narrativa histórica, a la vez que la hacen mucho más inte-
resante.
Una aspecto problemático que se discutió en el congreso fue la transposición
de datos de un soporte tecnológico a otro. Los historiadores orales se enfrentan a
una revolución digital que amenaza con convertir en obsoletos muchos sistemas
de trabajo útiles hasta ahora. El plan más audaz para la digitalización masiva de
los programas a gran escala ya existentes y en marcha fue el ofrecido por el
Cuerpo de Archivistas de los Marines de Estados Unidos. Me recuerda al dicho
«the Marines take the hill and then the Army holds the hill». En este caso, los
marines se han comprometido a atacar el problema de la digitalización. Tienen
tanto la fortaleza como los medios para hacerlo. Nosotros, un ejército mayor de
historiadores orales querríamos aprender más acerca de sus progresos antes de
ocupar esas alturas digitales, para poder afrontar los problemas que de forma
inevitable han comenzado a aparecer. Para todos estos problemas que la revolu-
ción digital plantea, Internet está uniendo a la comunidad global. Igual que la
IOHA depende del correo electrónico para su funcionamiento entre congreso y
congreso, el resto de nosotros tenemos acceso a una serie de webs donde pode-
mos beneficiarnos de la gran variedad de proyectos de historia oral en el mundo.
Las ponencias en esta reunión demuestran ampliamente el uso creativo de
Internet para el aprendizaje, la investigación y la difusión de archivos orales.
Una precaución que hay que tener con la globalización es la diferencia de
recursos entre las distintas regiones. Tenemos que tener cuidado en no definir los
métodos de la historia oral de tal forma que privilegiemos a los que pueden dis-
poner de los equipos más sofisticados en detrimento de los que no pueden hacer-
lo. Pero es esperanzador saber que los cincuenta y cuatro países de África tienen
acceso a la web que les ofrece la esperanza de perpetuar la relación que hemos
establecido aquí, aunque las reuniones de la IOHA se celebren en otros conti-
nentes.
También fue importante que los ponentes se asegurasen de recordar el acuer-
170 do en cuanto a metodología y nuestras principales preocupaciones sobre ésta. Fue
valioso, por ejemplo, tener la perspectiva de un transcriptor en historia oral, y fue
sorprendente constatar que cuatro transcriptores competentes pueden realizar
cuatro transcripciones distintas de una misma grabación. Una vez más Internet
puede fortalecer el proceso, ya que la habilidad de proporcionar tanto el registro
sonoro como las transcripciones online pueden forzar a los transcriptores a cons-
treñirse a la palabra hablada, mientras que deja de ser necesario duplicar el
mismo registro en forma oral y escrita.
171
Resumen
Recurriendo a la metodología de la historia oral, trabajamos con los testimo-
nios de seis inmigrantes españolas que llegaron a São Paulo en los años 1920. En
diálogo con la dinámica de sus memorias, tratamos de aprehender las dimensio-
nes y los significados de su cotidianidad en esta ciudad en expansión, sus modos
de vivir, trabajar y crear ambientes de convivencia y ocio en la vida urbano-indus-
trial paulistana, sin perder de vista extrañamientos, intolerancias, adaptaciones e
interacciones subyacentes a los procesos migratorios.
Palabras Clave: Subjetividades, sensibilidades, representaciones de lo vivido.
Resumen
Este artículo examina la atención médica obligatoria dada a los inmigrantes
retenidos en la isla de Ellis, el centro de inmigración en el puerto de Nueva York
desde 1892 hasta 1954. Los inmigrantes que llegaban a la isla de Ellis viajaron
en tercera clase y alguno de ellos tenía visibles problemas mentales y físicos y
Resumen
La importación del toro y del caballo en la Mesoamérica y la difusión corela-
tiva de la corrida como representación ostensible del poder español llevaron con-
sigo la transformación de la estructura original del juego taurino-ecuestre. El
Resumen
La Universidad de Malmö se fundó en 1998. Uno de sus propósitos fue
aumentar la participación de estudiantes pertenecientes a grupos sociales sin nin-
guna tradición establecida de estudios académicos. También se quería destacar el
hecho de que la Universidad fuera relevante en el desarrollo de la región, no sólo
en términos económicos. De acuerdo a estos principios, decidimos hacer de la
historia oral el principal método de investigación de la historia de Malmö. El 177
artículo trata sobre cómo dicho tema se ha creado en la Universidad de Malmö
y de las experienias hasta ahora.
Nuestro objetivo es hacer de la historia una fuerza emancipatoria para inmi-
grantes, trabajadores, mujeres y otros grupos marginados en la sociedad. A través
de la historia oral este objetivo se puede alcanzar, pero la historia oral también
reta y transforma con ilusión la conciencia histórica que los estudiantes traen de
la enseñanza secundaria.
Resumen
Los antecedentes para iniciar el proyecto Somos historia en Dinamarca se basan
en la percepción de que el potencial cultural que contiene la experiencia de vida
de las personas mayores es ignorado la mayoría de las veces, y sólo se revela en el
contacto directo con estas personas.
El objetivo del proyecto era crear contextos en los cuales las personas mayores
puedan intentar expresar su historia de vida. Además de realizar la labor creativa
que ello implica, los mayores también debían tener la oportunidad de desarrollar
una conciencia cognitiva. El propósito era organizar el trabajo de rememoración
de forma que desembocase en contextos colectivos y en la formación de redes. La
perspectiva cultural era la de la historia ignorada.
Ello dio lugar a que Somos historia constituyó un proceso de aprendizaje para
todas las personas implicadas.
Palabras Clave: Historia de vida, conciencia cognitiva, historia oral.
Resumen
La Compañía de los Ferrocarriles Españoles es, desde su creación en 1941, una
de las principales empresas españolas, y en determinados momentos de su histo-
ria, la que ha contado con mayor número de trabajadores de todo el país. No obs-
tante, hasta el momento, apenas se conocen aspectos sobre la vida y experiencia
de estos trabajadores, que en su mayoría muestran como su trayectoria vital y su
identidad personal se encuentran ineludiblemente vinculadas a RENFE. El artí-
culo muestra, a través de los testimonios recogidos en treinta entrevistas, las señas
identitarias que se nuclean en torno al concepto de «ser ferroviario» que consti-
tuye un hecho distintivo respecto de otras empresas. Acceder al trabajo a partir
de los mismos antecedentes familiares, realizar todo tipo de actividades sociales
con otros compañeros, vivir en barrios ferroviarios, definen la pertenencia al
grupo.
Palabras Clave: Identidad de clase, historia oral, España.
Resumen
Grandes transformaciones marcaron el debate historiográfico en los últimos
tiempos. Pero muy pocos historiadores han preservado la creencia en la capaci-
dad de la historia de producir un conocimiento totalmente objetivo y recuperar
el pasado. La objetividad de las fuentes escritas con que trabaja el historiador ha
sido definitivamente cuestionada.
La propuesta de este texto es discutir el porqué de esta situación. Para hacer-
lo, no hay nada mejor que enfocar la mirada sobre la historiografía y observar
cómo la historia reciente y las fuentes orales han sido encaradas por diferentes
concepciones de la historia, lo que condujo, en cada caso, a la desconfianza y a
la descalificación de ambas por los historiadores. Nuestra intención es destacar
cómo puede la historia oral ser un instrumento de crítica y renovación de la his-
toria como disciplina en el siglo XXI.
Palabras Clave: Historiografía, historia oral, historia contemporánea.
Resumen
180 En las historias biográficas orales que produce la Oficina Regional de Historia
Oral, tiende a olvidarse con demasiada frecuencia el papel del transcriptor.
Como es natural, al final de cada entrevista se mencionan los nombres de los
transcriptores y en cada proyecto se especifican las horas que le han dedicado,
pero ¿se tiene realmente idea del esfuerzo y las horas que se emplean en el pro-
ducto acabado? Porque puede que la entrevistadora/editora trabaje tan a menu-
do con un transcriptor determinado que no advierta el grado de inteligencia y
la labor de traducción que aporta el transcriptor a la tarea. Pero si la transcrip-
181
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Nº 28 Escenarios Migratorios
página
Atravesando el Atlántico
Maria Antonieta Antonacci . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Destruir la memoria
Kate Moore y Diana Pardue . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Vivencias de la emigración
Hanna Snellman . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Somos historia
Kirsten Folke Harrits y Ditte Scharnberg . . . . . . . . . . 109
HA
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