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EL PERJUICIO
Y EL IDEAL
Hacia una clínica social
del trauma
E L SUJETO D E L P E R JU IC IO :
T R A U M A ID E A LIZA D O
L a ecuación traumática
o la “pregunta de M ignon”
¿Por qué Goethe bautizó Mignon6 a este ser definido por su infelici
dad? Mignon, adjetivo nominalizado que evoca la ternura frente a
El perjuicio y su ideal
El “síndrome de excepcionalidad”
L a excepción
El “derecho de excepción”
o el perjuicio im prescriptible
13 G.W., X, p 365.
tructiva sangrienta: una vez que ha sido decretada la denegación de
j usticia, el “actuar” no se detendrá-. El dios vengador del Perjuicio es
(-1 Moloch que exige sin cesar nuevas víctimas: hasta los “hijos de
Eduardo”, esos corderos cuya inocencia inmolada simbolizará la
inocencia del crimen. Temible escalada que entrega a los niños,
víctimas puras, a Moloch suscitado para realizar la venganza del
perjuicio originario.
L a economía melancólica
o el reverso del ideal
L a economía anómica
o la lógica del perjuicio
Este camino por la temporalidad trágica del sujeto, que forja su ley
contra la Ley, nos lleva al tiempo del síntoma, es decir, de estos
“destinos de vida” organizados alrededor de la convicción de un
perjuicio originario o de un origen perjudicial. En efecto, este origen
funciona como un destino -referencia a una especie de catástrofe
fatídica prim itiva- pero que, por un efecto de retorno, instala una
creencia sustitutiva de un orden de reparación.
Por un lado, el sujeto perjudicado, que se basa en su perjuicio
pasado para negarse a anticiparse, se fija en el presente, punto en el
cual, en efecto, “se apoya”. Ya no se trata de “dialectalizar” su historia.
Por eso, como él cree que el punto actual es el punto-límite de las
concesiones, se niega a ir más allá. El “pasado” funesto funciona como
razón de “no-futurización”.
Pero, por otro lado, el sujeto, mezclado con la Necesidad, se libra a
un poder providencial. Si bien, en efecto, como excepción, él está en
disidencia con lo “universal” de la condición humana, obligada a la
Necesidad, válida para todo hijo de los hombres, invoca una relación
con cierto Otro y con un cierto futuro qué sólo podemos denominar
“providenciales”.
Más precisamente, basa su “convicción” de excepcionalidad en la
“creencia de que una providencia (Vorsehung) vela por él”. Oímos
sehen (ver) en Vorsehung'. un Otro benévolo lo cobija con la mirada,
vela por él, él, que por otra parte está tan “mal visto”, nadie lo
“considera” ni lo “tiene en cuenta” .
Para un ser que aspira a “ceñir su existencia” , sin que ninguna Ley
la fundamente, tenemos que suponer un poder que vele por él.
E l perjuicio a lo femenino,
lo femenino del perjuicio
■
Icnnino como una criatura (Geschópf): por un escaso margen “se da a
conocer como una muchacha” y como consecuencia de la perplejidad.
( loethe le atribuye a su propio personaje, Wilhelm, su duda en tanto
(•mador de Mignon: convertirla en una muchacha o en un varón. Para ver
culo, primero hay que ir al final de la historia: Mignon es enterrada
disfrazada de “ángel”: prueba de que, de alguna manera, tiene el sexo del
ángel, imposible de decidir, pero de un ángel desconsolado, golpeado por
la desgracia. Y entre ambos, se coloca esta extraña exclamación, en el
momento en que se le sugiera que use ropa femenina: “Mignon se apretó
contra Wilhelm y dijo con un tono apasionado: ‘Soy un varón, no quiero
h i t una muchacha’” (p. 161).
En este primer encuentro, ella aparece con un traje “andrógino” y una
cierta “mirada negra y de acero” “de costado” (p. 69). Pero enseguida,
Wilhelm, que corre a ayudar al niño maltratado por su raptor, siente que
se anuda su vocación de benefactor. Adivina, a través de un sentido
bastante seguro, que esta niña “fue raptada” (p. 77). Después de verla
bailar concibe la importancia que esta “interesante niña” tiene para él:
“Lo que ya había sentido confusamente por Mignon, lo experimentó en
ese instante de golpe: un ardiente deseo de hacer entrar en su corazón
a esa niña abandonada, de adoptarla, de tomarla en sus brazos y de
despertar en ella, por su amor paterno, la alegría de vivir” (libro II,
capítulo VIII, p. 88). Mignon tiene para ella el encanto oscuro de la
desgracia que lleva consigo. Y, al ejecutar un baile de equilibrista, al
“bailar” -literalmente- “sobre huevos”, conquista definitivamente a
Wilhelm.
De esta manera se forma esta comunidad, tan intensa como indefinible.
Como se considera un padre adoptivo, padre de amor, con un senti
miento “muy puro” por ese niño, enseguida quiere educarlo. Ahí aparece
el síntoma: primero, no hay que desconocerlo, una cierta dislexia.
Hermosa intuición del vínculo entre el trauma originario y el trastorno
de la letra.
Pero el síntoma más espectacular de Mignon aparece en el pasaje
capital del fin del segundo libro en el que él le anuncia su partida y en el
que el amor que creció en secreto, la fidelidad que se hizo más firme a
escondidas, aparecen a la luz del día y se revelan a los interesados (p.
110). Ahí estalla la crisis: “Sintió que ella se sacudía con una especie de
espasmo primero muy débil, pero que luego se fue acentuando y progre
sivamente, afectó todos sus miembros”. Ahí comienza el “espantoso
espectáculo” (p. 111) que constituye nada menos que una de las más
notables descripciones de la crisis de histeria traumática de la literatura.
En ella encontramos la anestesia de la atonía: “La atrajo contra él
y le dio un beso. No respondió con ninguna presión de la mano, con
ningún movimiento”. Luego viene la fase “hipertónica” y propiamen
te “espasmódica”.
Nos enfrentamos con una crisis de forma epiléptica, en su aspecto
tetánico: “Los espasmos continuaban y, desde el corazón, se comunica
ban a los miembros fofos; no tenía fuerza en los brazos... De pronto, sus
músculos parecían tensarse de nuevo, como si soportara el sufrimiento
físico m ás atroz y, enseguida, sus miembros se reanim aron con una
nueva violencia; como movida por un resorte, se lanzó al cuello de
W ilhelm , m ientras en lo m ás profundo de su ser se producía una especie
de violento desgarro y, en el mismo momento, un río de lágrim as su r
gió de sus ojos y regó el pecho de su am igo”.
Lo que dice querer en esta ocasión es un padre: “¡Padre mío, exclamó,
no quieres abandonarm e! ¡Quieres ser mi padre! ¡Yo soy tu hija!” H ija un
tanto incestuosa, si se ju z g a por esta explosión, que traduce en angustia
una exultación corporal, entre miedo por el abandono y emoción erótica,
de algún modo angustia erotizada, en una confusión de sentimientos
tiernos.
Pero, ¿qué busca este “padre” en M ignon, más allá de su sincera
oblatividad? U n a huella del “objeto perdido”, configurada por Italia.
Pensem os en la famosa balada. E n su comentario, W ilhelm se vuelve un
“buen entendedor”: “En el tercer verso, el canto se hacía más pesado y
triste.” “¿Conoces el país?” se decía con misterio, como si ella pesara las
palabras. E l grito “allí, allí sentía una irresistible nostalgia” (p. 113). Ese
país es Italia, pero frente a la pregunta “¿Ya estuviste allí, pequeña?”,
mutis: “L a n iña no respondió y le fue imposible sacarle nada m ás”. Por
lo tanto, quiere que su “padre” la lleve, pero nunca dirá si venía de allí.
M ignon es, por consiguiente, el “m arcador” p ara siempre mudo de este
objeto nostálgico, de este exilio de un placer ignorado. Italia es el lugar
al que el padre debe llevarla.
Por m ás enam orada que esté de su “m aestro”, M ignon seguirá siendo
ineducable. Goethe lo im agina a través de una intuición notable de la
debilidad de lo simbólico que la marca: “E ra infatigable y comprendía
bien lo que se le explicaba; sin em bargo sus letras seguían siendo
desiguales y las líneas no eran derechas” (p. 104). Lo que arranca este
comentario en form a de diagnóstico: “Tam bién en este caso su cuerpo
parecía en conflicto con su alm a”. De hecho, a M ignon no le faltan ni
sensibilidad ni inteligencia, pero en ella hay un trastorno m ayor de la
letra, una “dislexia” que confirma su carácter de “exiliada”.
E l homenaje fúnebre que le hacen a Mignon, a pesar de su carácter un
tanto edificante -p arece m uerta casi con “un olor de santidad”, el a b a d '
evoca su costumbre de besar “la imagen del crucifijo tatuado artística
mente en su endeble brazo”(p. 448), símbolo de la afinidad de su calvario
con el C a lv a rio - es el acto de un extraño anonimato: “N o podemos decir
más que pocas palabras del niño al que damos sepultura. Todavía
ignoramos su origen: no conocemos a sus padres y sólo podemos suponer
su edad” (p. 447). Especie de d a im ó n con una breve encarnación terres
tre, se llevó a la tum ba el secreto de su ser: “aquí yace el objeto del
perjuicio”...
LA “E X C L U S IÓ N ”.
PAR A U N A A R Q U E O L O G ÍA
DEL S IG N IF IC A N T E SO C IA L D E L P E R J U IC IO
Con este telón de fondo de la dinámica del vínculo social y del malestar
de la cultura puede releerse lo que se convirtió en una especie de
Schibboleth6o “contraseña” de los discursos sociales (un significante
director que ordena todo discurso sobre la crisis, como una “clave de
sol” musical destinada a hacer posible la escritura de las “disonan
cias”).
La exclusión es evidente: es un hecho patente que se convirtió en un
pliegue en los discursos. Se podría temer que esta “contraseña” se
haya convertido en un estereotipo en el que se confunde la “represen
tación de la palabra” con la “cosa” que se supone expresa.
La exclusión es evidente en un sentido más radical: está acompa
ñada por una especie de mutismo, estupefacción de la palabra de los
excluidos. En este punto es en el que se requiere el psicoanálisis, para
hacer oír este silencio -en contraste con los discursos demasiado
elocuentes y apurados por “decir la exclusión”, pero también en el
vacío de su propia experiencia de la “miseria simbólica” que aclara, en
cambio, el sujeto de la miseria real-.
La exclusión constituye una metáfora que se ha vuelto una verda
dera categoría de análisis socioeconómico. El psicoanálisis puede
intervenir para asignarle el reverso inconsciente (de acuerdo con su
vocación de desciframiento de lo social, tal como lo expusimos e
ilustramos en otro trabajo, es decir, lo social aprehendido en su
dimensión de “inconfesable)”.7
El saber del inconsciente consiste en reconocer que las palabras
tienen pleno alcance. ¿Quése dice cuando se dice “exclusión”?Y como,
también aquí, “decir es hacer”, ¿qué se hace cuando se logra que
suijan del registro de la exclusión estas formas de “anomia social”
(para emplear la fuerte expresión de la sociología durkheimiana)?8
6 Según la Biblia (Libro de los jueces) Schibboleth es la palabra que hay que
pronunciar para atravesar el Jordán.
7Véase, P.-L. Assoun, “Le déréglement passionnel ou la socialité inavouable”,
en P.-L. Assoun, M. Zafiropoulos, La régle sociale et son au-delá inconscient.
Psychanalyse et pratíques sociales, Anthropos/Economica, 1994, pp. 11-37.
8 Sobre la noción de anomia, véase nuestro Freud et les sciences sociales, op.
cit., pp. 102-103.
H1diccionario9-que tiene el mérito de atenerse a la letra de los signi
ficantes de manera tan limitada como lúcida- nos dice que es la acción
de excluir de un grupo, de una acción, de un lugar, por consiguiente,
(lo “expulsar, de separar”. Excluir es “poner a alguien fuera, expulsar-
l<>, echarlo de un lugar” .
El término es, por lo tanto, originariamente espacial: el excluido es
puesto “fuera de lugar”. Pero esta idea enseguida se enlazó con la idea
del rechazo: “excluir” es, entonces, “rechazar a alguien de un grupo, de
una organización” .
Del rechazo a la prohibición no hay más que un paso: excluir es,
entonces, “no permitir que alguien acceda a una acción, a una
función”.
La noción encuentra su forma más rigurosa en la lógica en la que
(lesigna “una relación de dos clases (faovacías’) tal que ningún elemento de
una pertenece a la otra, o a alguna otra recíprocamente”. Vemos que la
exclusión lleva a la segregación. Es una noción de lógica social.
Por lo tanto, es difícil transcribir el lenguaje de la exclusión en el
campo social, en la medida en que en él hay algo preinscripto: el hecho
de la exclusión hace converger el sentido propio y el figurado para
recapitular la secuencia: de la puesta fuera de lugar a la segregación,
pasando por el rechazo y la expoliación de los derechos, la exclusión
constituye el borde negativo de la norma social.
En búsqueda de la exclusión
P a ra una arqueología
del discurso de la exclusión
El espacio-tiempo de la exclusión
11La corte de los Milagros fue “disuelta” en 1673 por iniciativa del poder real.
12 Sobre el burro de Schilda, véase S. Freud, Sur la psychanalyse.
En consecuencia, es “lo que siempre puede ser cuestionado” y debe
ser, sin cesar, repreguntado. La exclusión está acompañada por un
sentimiento de algo potencialmente “revocable” ... irrevocable.
Vemos qué relación con el tiempo abre esto: como no hay conti-
nuum, sino sentimiento de una sucesión de días que siguen unos a
otros, el sujeto puede ver cómo se abre ante sí de un momento a otro
ese punto de ruptura en el que no puede “unir más las dos puntas”.
Dificultad para anticiparse como sujeto de una vida. Tiempo “intem-
porizable” de la “galera”, en la que el golpe de remo es un comienzo que
recomienza sin cesar.
En la relación con el espacio, encontramos el efecto de espejo.
De alguna manera, la noción de falta de domicilio cierra este
concepto que, con una fuente en una metáfora espacial, parece
encontrar en esta noción de deslocalización temporalizada la
marca m aterial de esta categoría que, en cierto modo, corre
después de sus marcas.
Como parte de una exigencia jurídica -puesto que todo sujeto debe
justificar una “vivienda, domicilio o residencia fija”- , 13la noción tomó
tal amplitud que el acrónimo SDF14 se convirtió en una calificación
subjetiva del ser-excluido. El excluido es el encerrado afuera.
Notemos que el acrónimo no es más que una comodidad para
abreviar una categoría: es la condensación significante la que instau
ra, de alguna manera, un verdadero “sujeto” suigeneris. U n ésdééf15
-para dar una transcripción fonética de una manera comprensible-
es otra cosa, es algún otro que no es un mendigo. El sujeto de la
exclusión “posmoderna” es literalmente acronímico, es el efecto del
acortamiento de un sujeto a la función de síntoma social que debe
encarnar -a l punto de identificarse con ella: “¿Qué dice usted que
soy?” “Entonces voy a llamarme como usted me llama”-. Ésta es la
forma de la lógica de servidumbre que contiene la moral de los
mejores sentimientos sociales.
El excluido se ve definido exteriormente en términos de falta —falta
de ganar, de alguna manera, que lo convierte en una persona despre
ciada-. Más aun: encama una especie de condición de “exilio interno”:
13Exigencia del Código penal (1804), actualizada por la ley del 3 de enero de
1969 que se ocupa de las “personas que carecen de domicilio o residencia fija”: este
artículo 10 contiene la noción jurídica que tuvo una espectacular difusión
sociológica y mediática.
14 Sin domicilio fijo. [N. de la TJ
15 Transcripción de la pronunciación francesa del acrónimo. [N. de la T.l
i>h el que acampa en la sociedad -fórmula que parafrasea la expresión
iUíl siglo xix para el proletariado que se instalaba en la nación, con esta
diferencia mayor de que esta “clase” de los “nuevos pobres” es
i'ininentemente lábil, en contraste con la categoría construida por los
discursos sociopolíticos del siglo pasado-.
Kl sujeto de la exclusión:
inconsciente del perjuicio
El “síndrome de excepcionalidad”
o la auto-exclusión legitim ada
De la falla narcisista
a la exclusión idealizada
1)e esta manera, enfocado por los discursos del Otro social, el “exclui
do” se encuentra definido por este estatus: encarna la falta de algo que
no debería haber faltado. Falla de la dosis de goce exigible -d el
“estándar” a la “calidad de vida-.
Vemos que se dibuja el juego jugado entre la norma y lo “desnor-
iii alizado”: se ve construido e instituido frente a una norma que queda
confirmada al desmentirla. De ahí su duda en hablar la lengua del
¡diolecto -jugando la carta de la disidencia, como lo muestran todas
las formas de verían, argot posmoderno- o el lenguaje de la norma.
“Bilingüismo” generador de una extraña cacofonía subjetiva. Sujetos
do este tipo se instalan a menudo en esa escisión entre un habla entre
(dios y un lenguaje destinado a dirigirse al Otro (social).
Pero con esto dan cuenta de que, contra los discursos sociales que
los ubican en el lugar de la Falta (colectiva), para seguir existiendo
como sujetos tienen que construir una falta propia.
Punto en el que tiene que meditar el Otro social: se trata de no
“robar” a los excluidos lo que detentan todavía en presencia de su
miseria, esa “falta” que es sólo de ellos. Aquel al que le falta (casi) todo,
sólo sigue siendo “ alguien” si le falta algo propio.
El acontecimiento y su trastorno:
la economía del traum a
Por lo tanto, esto coloca al trauma del lado del “choque frontal” con
algo “vivido” (Erlebnis) invivible -h ay que entender bien el “oxímo
ron”- que se inscribe por un refuerzo de la periferia o de la “para-
excitación”. Es el “agujero” que, a partir de este momento, se
inscribirá y encarnará el déficit económico. Pero, precisamente, el
trauma es, como el proceso y su efecto, la realidad misma, el mo
mento del “choque”, “la hora H ”. Para que el sujeto entre en el proceso
traumático es preciso que haya encontrado algo -lo que se escribe en
pretérito, tiempo del después (en el que se oye, más allá de su uso
trillado, el “sucio golpe” retroactivo)-. La “pepita” en el engranaje de
la máquina es el “encuentro” con esta “ocurrencia” de lo real (con
rostro humano, eventualmente) que viene a “herir” - “hacer polvo”-
al sujeto. Ser sujeto con un trauma es estar expuesto al “mal
encuentro”.
Este “encuentro -habría que redescubrir la vieja palabra “desven
tura”,2para especificarla- se distingue, justamente, porque no está
“personalizado”, ni identificado, ni localizado: con frecuencia, a partir
de sus efectos retroactivos, debemos inducir el trauma de sus efectos-.
como si, en este tema, hubiese debido de pasar algo... La escucha
clínica de las configuraciones traumáticas debe dar derecho a la
impresión que éste proporciona.
Por lo tanto, tenemos que orientarnos hacia una situación extraña,
que constituye la “sede” del trauma: encuentro ciego y mudo con un
cierto “otro” que no se inscribe necesariamente por medio de una
herida visible. El mismo Freud, hay que señalarlo, pone el trauma en
contradicción con su etimología al localizar el colmo del trauma en la
cfracción... sin herida.
Razón para buscar la “punta” del trauma en esta efracción inopinada,
que toma “desprevenido” al sujeto. Este estado de “falta de preparación”
característica del sujeto acosado por el trauma debe hacer eco a un
exceso de realidad. Esto nos abre una reflexión sobre la causalidad
propiamente traumática: la irrupción del trauma -propiamente “del
acontecimiento”- subraya su contingencia. Este encuentro - “malo”,
que habría podido ser “bueno”- parece lo que hubiese podido no suceder.
El trauma se da como una “anti-necesidad”: decir que es “inesperado” es
poco, es lo que sucede “contra toda expectativa”, especie de significación
“fuera de contexto”. En otras palabras, el sujeto parece haber caído en
algo que, al ponerle un obstáculo, lo hace “caer”.
Pero no nos equivoquemos: este mal encuentro -circunstancial-
toma su pleno efecto patógeno de repetir un mal encuentro “pre
histórico” que le proporciona su violencia retroactiva. La “deflagra
ción” no deja de tener su “efecto de soplo” de ese primer momento que
vuelve a escena con toda la intensidad del “presente” . Inclusive, es ese
aplastamiento en la escena del presente el que “signa” la temporali
dad traumática.
Lo traumático azaroso
Sólo existe síntoma porque hay algo que, en un cierto momento, anda
nial en la ejecución de una “función”. Quizás no sea inútil recordar
esta evidencia para denominar, en contraposición con una concepción
psicopatológica del proceso sintomático, la clínica real que señala el
síntoma como acontecimiento. El momento en que “no va más” no es
más que el efecto de un proceso, pero de una realidad “ineluctable” de
alguna manera. Esto se marca sin duda mejor en el síntoma somático,
acontecimiento físico* por el hecho de que todo síntoma “mental” es
tá acompañado por un marcador somático, como se observa si se
presta atención. Es preciso algo que “renguee” y que “deje de
renguear” -Freud habla del síntoma como de una “luxación del yo”-
Quiere decir que habría una falta que ganar. ¿En qué sentido el
malestar sería “bueno”?
Ksto nos lleva a enfrentar la cuestión del centro del goce inconsciente
<iue se encuentra en la base del sufrimiento mórbido más comproba
do y más irrecusable.
No se trata de retener ese movimiento de sorpresa escandalizada
<|ue provoca la afirmación -acreditada en el psicoanálisis- de que,
por cruel que ésta sea, en la enfermedad habría algo de goce. Pro
vocación para el enfermo que oiría decirse, en lo más profundo de su
dolor: “En el fondo -o: dentro del fondo- gozas”.
Para comprender bien el enfoque del psicoanálisis sobre esta
paradoja, conviene recordar dos puntos:
Una vez que llegamos a la paradoja de que la neurosis puede ser para
el interesado un “negocio jugoso”, llegó el momento de recordar con no
menor fuerza lo que toda esta economía de la rentabilidad no debería
perder de vista: que la “neurosis”, al final de cuentas -hay que
decirlo- es un “mal negocio”. Efectivamente, el sujeto se ha cargado
con un “síntoma de sufrimiento” (Leidensymptom), está en descubier
to, sus créditos en “ganancia” no alcanzan para cubrir sus débitos en
sufrimiento. El “yo” hizo un “mal negocio” a través de esta adquisi
ción. A l menos, puede crearse, como el trabajador que se enferma, una
ganancia secundaria, renta de invalidez ( Unfallsrente que, en ale
mán, designa, literalmente, la “renta por accidente” en la que el
accidente convierte al accidentado en rentista de su desastre). En este
sentido, el mal negocio puede no ser otra cosa, en la lógica del
inconsciente, que un “mal cálculo”.
Volvimos a la lógica de la “auto-conservación” . Enganche al que
Freud le otorga un rasgo social. Si el “pobre” -e l económicamente
débil—es dispensado con más frecuencia, por la necesidad de la vida,
de la prueba neurótica que... el rentista (en el sentido social), parece
que, una vez que ésta se instala, le resulta mucho más difícil desem
barazarse de ella... “¿Y por qué? Es que le rinde buenos servicios en
su lucha por la auto-conservación. En otras palabras: el beneficio de
la enfermedad secundaria que le aporta es demasiado importante”27
(para que renuncie a él). La neurosis puede ser un órgano de
adaptación a la miseria ambiente, una prótesis simbólica de la
discapacidad social.
l’or lo tanto, algo anda mal en el cuerpo. Este malestar que inscribe
la lesión y la disfunción del órgano se traduce de facto en una “li
mitación del yo”.
Tenemos los ojos puestos, de alguna manera, en el órgano lastima
do (lo que supone, con derecho, el paso por la mirada médica).
Pero, en el caso del síntoma somático -por poco que supongamos
que puede ser reducible a “lo orgánico”- sigamos la reflexión clínica
precedente.
Es legítimo preguntarse, aunque los perjuicios sean flagrantes, en
dónde se encuentra el “yo” implicado en el proceso de represión.
El cuerpo se vuelve el terreno del conflicto de maneras muy
diferentes (y aquí estamos en el campo del abigarramiento de la
“clínica del cuerpo”).31Digamos que, en este caso, el sujeto huye... en
ese adentro externo que es el cuerpo. Hay que darle sentido pleno a
la sugerencia de Ferenczi de una “acción interna”32 -esfuerzo para
transformar a través de lo interno aquello sobre lo cual no se puede
actuar a través de alguna transformación del mundo externo, especie
de “adaptación interna” . Quiere decir que no queda inerte: si parece
sufrir un mal -verdadera “pasión” del cuerpo- hay que suponer que
produjo una especie de pasaje al acto “sobre el órgano” ...
Notemos que, en este caso, de alguna manera, el beneficio se
radicalizó, pues el sujeto hace una economía considerable: la acción
¿De dónde surge que “una neurosis que desafió todos los esfuerzos
terapéuticos” pueda “desaparecer” pura y simplemente “cuando la
persona adquiere una enfermedad orgánica”?14“Mantener una cierta
cantidad” (constante) de “sufrimiento”, en esto reside el trabajo de la
máquina de calcular de la infelicidad y su paradójico axioma o “má
quina de calcular” masoquista. En esta matemática, el sufrimiento
(.Leiden) es la “constante” convertible en “grandezas” físicas y/o
morales. Lo esencial es que “la cuenta” esté allí.
La “necesidad de castigo”, otro nombre del “sentimiento de culpa
inconsciente” se vuelve un órgano de su enfermedad. El superyó está
bien implicado en este negocio.
Lo mismo sucede con esa paciente cuyo destino nos cuenta Freud
que, por el amargo goce de una operación ginécológica, encuentra loa
caminos de su histeria.
No podemos aplicarle lo que Freud dice sobre las neurosis traumá
ticas: “Se quejan de su enfermedad, pero la usan con todas sus fuerzas
y, si queremos quitársela, las defienden como, según el dicho, el león
defiende a su cachorro” .35Imagen atractiva que convierte el momento
6En este párrafo se presentan dos juegos de palabras intraducibies, por una
parte, entre “ciu dessus": desde arriba y “avoir le dessus"'. aventajar y, por otra
entre “destín”', destino y “d e s t in é e destino, suerte. [N. de la T.]
7 Carta a Stefan Zweig del 14 de abril de 1925, en Sigmund Freud, Stefan
Zweig, Correspondance, Bibliothéque Rivages, 1991, p. 39.
no crea la neurosis, sino que “juega un rol de destino (Schiksalrolle)”,
dice Freud.8 Dicho de otro modo: las palabras amenazadoras de la
madre le ponen un sello fatídico a la castración, le presta su voz al
destino que hace que, desde antes del nacimiento, hubiese estado
previsto que un pequeño Hans se daría contra la pared del enigma que
no se le ahorra a ningún ser que desea y que habla...
El destino, ese concepto fuertemente simbólico, ya que es el
enunciado fatídico del Otro anónimo, implica dos contrarios o antóni
mos, según que se lo tome a través de la imagen primaria—la libertad—
o a través de lo real -el azar-.
• El sujeto preso del destino se basa en él para deplorar el hecho de
no poder ejercer su libertad: el destino es la invocación imaginaria
de trabas a la libertad (un “non possumus”).
• El sujeto que invoca el destino no acepta, en el mismo movimien
to, que algo que hubiese podido no suceder pueda suceder; es decir,
que algo le haya sucedido en serio.
Presentimos que el Destino es una idea cómoda, y ya que, por una
parte, vuelve inocente al sujeto, más que de “la parte que le toca en
el desorden del mundo”, déla culpa de su deseo, ya que, por otra parte,
es la base de una prevención -hasta de un odio- de lo real como lo que
sucede (lo que implica que pueda o no suceder). “Cualquier cosa
siempre que dependa de mí, que yo tenga algo que ver”: ésta es la
“tendencia pesada” de la lectura del sujeto por sí mismo, que le da a
la tesis del destino un prestigio incomparable.
8Analyse de la phobie d’un enfant de cinq ans, cap. II, G.W., VII, p. 263.
9Au-delá du principe, de plaisir, cap. III, G.W., XIII, p. 20
Por lo tanto, ahí hay una “impresión”, es decir, una sensación, un
sentimiento del efecto de un agente externo sobre estos “destinos de
vida” : el destino surge de esta sensación de ciertas existencias, de la
acción sobre ellas de un “agente externo” —en ocasiones tan enigmá
ticamente desastroso que puede ser “impresionante”-.
Lo que signa el carácter “destinal” de estas existencias es la
repetición de un guión que las transforma en un relato reiterativo,
lista habilidad para forjar el término de Schicksalsneurose - “neuro
sis de destino”- es tanto más notable cuanto que Freud no muestra
una inclinación a la multiplicación de las neurosis -iniciativas falsa
mente innovadoras en el plano clínico o de utilidad muy relativa (del
tipo “neurosis de fracaso”, “neurosis de abandono”, etc.)-. ¿Qué
autoriza a proporcionar el perfil dé una neurosis que tiene al destino
como estilo distintivo? ¿Qué es lo que hace que en la clínica freudiana
tenga un lugar una neurosis con rostro destinal?
Hay que creer que estos sujetos se encuentran sin cesar en el
mismo camino (Bestimmung), sin que hayan decidido tomarlo a
sabiendas. Ciclo implacable de un mismo fin, funesto, luego de inicios
prometedores. Esta es la figura concreta del Destino: esa figura que
el sujeto vuelve a encontrar sin cesar, eso que lo espera “a la vuelta
de la esquina”, en la fase terminal de cada uno de sus ciclos de vida.
Que el sujeto sea agente del destino es algo que él no puede conside
rar. Lo propio del destino es que “la persona parece vivir pasivamente
algo sobre lo que no puede influir”. Y, sin embargo: “El psicoanálisis
sostuvo desde sus inicios que un destino de esta naturaleza estaba, en
gran parte, preparado por el mismo sujeto y determinado por las
influencias de la primera infancia” .
Lo repite en las Nuevas conferencias: “Hay gente que repite
siempre en su vida sin corregirse (ohne Korrektur) las mismas
reacciones en su propio detrimento (zu ihrem Schaden) o que incluso
parecen perseguidos por un destino implacable, mientras que una
investigación más precisa enseña que ellos mismos se prepararon ese
destino sin saberlo (unvissentlich)”,10
Lo que queda claro es que el sujeto experimenta -y hace experi
mentar a los espectadores de su vida, marcada por un sello trágico-
cómo el decreto de poderes externos e independientes de su voluntad
ha sido preparado, si no programado, por el sujeto ab origine (es decir,
desde la infancia): las condiciones están dadas por el sujeto y su
De la compulsión de repetición
a la clínica del destino
¿Cómo conciliar esta idea de alienación respecto del Otro con la parte,
oscura pero comprobada, que tiene en esto el sujeto?
El punto de articulación es la compulsión (Zwang): el destino se
inscribe en el sujeto y el sujeto suscribe el destino por compulsión que,
en este caso, recupera su sentido literal de obligación (repetición).
Como sujeto compulsivo toma figura el actor del destino. “Atribuimos
el carácter demoníaco a la compulsión de repetición”, enuncia Freud
con claridad.11
Hay que prestar atención a los ejemplos que proporciona Freud de
la “compulsión de destino”, pues contienen una clínica del destino,
que ayuda a anclar lo “demoníaco” en lo real y es la base del carácter
“impresionante” de estos cuadros de existencias.
Lo que surge de ellos es una compulsión de destino (Schicksal-
zwang).12El destino se manifiesta como una restricción de existencia.
Es decir que el Destino, lejos de estar “encima” de las existencias, es
lo que las “trama” (lo que exacerba lo que se puede considerar como
“pasión de repetición”).13
D estin o y azar: A n a n k é y T u jé
Este golpe fatal libera el paso de Freud a Lacan. ¿Qué es lo que hace
que Lacan busque, más allá de la tragi-mitología, por el lado de la
física, el desciframiento de este reverso del automatismo de repeti
ción, el “azar”? El hecho de que la Tujé -cuyo crédito Freud le otorga
a Empédocles-26 radicaliza la idea de Zufall.
La Tujé es la “fortuna” -buena (eutakia) o mala (dustukia)-,
“depende” . Es lo que, con el daimon, determina, según Freud, “el
destino de un hombre”.27 El destino del hombre está en esta “serie
complementaria” de su demonio personal, de lo que viene de él y lo que
le aporta el afuera, independientemente de su “constitución” y de su
deseo.
¿Qué tipo de necesidad se notifica en esta relectura, tan “libre”
como atenta, de la Física de Aristóteles, especialmente de esa parte
del libro II (capítulos IV-VI) que se ocupa de la cuestión del azar?28De
hecho, allí donde Aristóteles convierte al automaton y a la Tujé en dos
formas de azar —la que conlleva la finalidad y la que es pura “es
pontaneidad”-, Lacan radicaliza la Tujé para pensarla como “el
encuentro de lo real” -que toma la figura del traum a- y oponerla al
automaton, ubicado sin lugar a dudas del lado del significante.29
En el alemán de Freud encontramos la pareja “destino” (Schicksal)
y “azar” (Zufall).
Schicksal es “el conjunto de cosas de las que el hombre no es
responsable, el poder superior que (por decirlo así) rige la vida” .30
Zufall es “el acontecimiento inesperado, no previsible” .31En la prime
ra palabra oímos el verbo shicken, noción de desarrollo de las cosas
provistas por un poder y, en la segunda, el verbo fallen, la idea dp
caída.
La Tujé y su demonio
La existencia azarosa
Sin duda es por azar -¡hay que decirlo!- que las dos ocurrencias de la
Tujé se sitúan en dos escritos mayores de la “técnica psicoanalítica”,
uno sobre la transferencia como resorte de la cura, la otra sobre su
problemático fin.
l'Yuud encuentra formulado “el reconocimiento del rol del azar39
(Die Anerkennung der Rolle des Zuffals)” enEmpédocles de Agrigen-
!,<>. La mención figura en la enumeración de los elementos del “edificio
doctrinal” de este pensador presocrático, tan caro a Freud, que
postula una relación “criptomnémica” con sus teorías. En otro escrito
mostramos el alcance de empedocleísmo en el trabajo metapsicológi-
co.40 La idea principal que Freud toma de Empédocles es sobre la
dualidad entre Filia y Neikos, Amistad y Discordia, cuya resonancia
se aprehende en el segundo dualismo pulsional. Sin embargo, el
trabajo anterior atrajo nuestra atención sobre esta determinación
tíquica: no puede ser fortuito que Freud considere a Empédocles
también un pensador de la Tujé.
La Tujé interviene, según la lectura de Freud, a través de los
comentadores contemporáneos, como un elemento motor de la “evo
lución por estadios del ser vivo” (die stufenweise Entwicklung der
Lebewesen) -expresión con resonancias “transformistas”-. La Tujé
interviene, también, de alguna manera, como factor de “fortuna” que
completa la teoría de las “mezclas” de los “elementos” (tierra, agua,
fuego, aire). Las “mezclas” se producen por la Tujé.
Podemos ir más lejos: ¿no es la Tujé el “catalizador” de la dinámica
Amor/Muerte? Perspectiva un tanto vertiginosa que toma algún
crédito en la clínica psicoanalítica. En efecto, conocemos el impacto de
esos momentos de lo real -desimbolizantes- en los que se opera la des-
intricanción pulsional.
Se dibuja u/i esbozo metapsicológico de la Tujé: “detonador” de las
mezclas pulsionales en el plano económico, “catalizador” de los prin
cipios pulsionales en el plano dinámico, “intercambiador” de los
“sistemas” en el plano tópico.
¿No es lo que constituye un momento de verdad del “fin” del
análisis, cuando el sujeto, que experimentó el poder de su Ananké
inconsciente, asume su realidad? Aquí encontraríamos el sentido
originario: “toca” ... “la” meta, encuentra su propio deseo.
Quizás hayamos llegado al punto de apoyo de una teoría psicoana
lítica de lo real, de alguna manera, su roca metapsicológica.
En términos “mitológicos”, lo vimos esbozado por Freud como
ese entredós entre daimon y tujé; luego, en tanto Tujé, como entre
dós entre Filia y Neikos. Punto de densidad máxima -en ese lugar
en el que “ adentro” y “ afuera” , amor y destrucción “chocan” sin
Tujé y automaton:
Aristóteles revisado p o r el psicoanálisis
Entrevemos dónde se juegan los dos destinos del “Destino”. Juego con
las palabras que se legitima en el uso freudiano, cuando habla de los
“destinos de las pulsiones” (Triebschicksalen).
Hay que entender en todo su alcance la fórmula freudiana de
adhesión a la operación realizada por Multatuli: “haber reemplazado
L a transferencia y el destino
Metapsicología de la Schamhaftigkeit
L a vergüenza y la represión
L a Verpónung y su afecto
23 Sobre esta dimensión, véase nuestro Freud et les sciences sociales, op. cit.,
pp. 95-97.
La vergüenza “se mete allí”, es imparable y el sujeto la sufre como una
fatalidad íntima. Si pensamos en el enrojecimiento, esa pasión del
cuerpo, esta especie de fardo, mancha roja sobre la piel que vuelve
patente algo que pasa adentro y que el sujeto, por definición, no
controla -conocemos las ansias de la “ereutofobia”, ese temor obsesivo
a ponerse colorado, específicamente en público y, por lo tanto, en una
posición social-. Por supuesto que existe una cierta vergüenza que no
se percibe desde afuera, y que no es ni la menos vivaz ni la menos
cruel, vergüenza “tragada”, si no “bebida”.
¿Qué relación mantiene el sujeto con su vergüenza? No podría ser
más íntima -ya que se trata, justamente, de su vergüenza- pero
también es anónima -ya que es el encuentro con “la vergüenza”, cuyo
origen se oculta, y con los efectos que se despliegan-. Los discursos
moralistas toman la vergüenza como el imaginario y convierten en
espejo su propio fenómeno. La vergüenza aparece como la señal
infalible de que el sujeto está en falta, que falló, se rebajó, hizo o dijo
lo que no había que hacer ni decir, mancha que “signa” y que paga con
ese sentimiento, en efecto, “penoso”.
Sin duda, puede tomarse como lo real: la vergüenza manifiesta
primero una modalidad del “ser clavado” en sí mismo, que se siente
como un exceso de ser. Ser vergonzoso es sentirse identificado con
uno mismo hasta la náusea. El ser vergonzoso es el ser desnudo,
expuesto por su desnudez -física o moral- a darse a ver al otro sin
posibilidad de “evasión” -concepto al que Emmanuel Levinas le dio
todo su alcance en su primera filosofía- : “Lo que aparece en la
vergüenza es [...] el hecho de estar lim itado a uno mismo,
la imposibilidad radical de huir para ocultarse de uno mismo, la
presencia irremisible del yo en uno mismo”. Dicho de otro modo: “Es
nuestra intimidad, es decir, nuestra presencia en nosotros mismos la
que es vergonzosa”.24
La vergüenza es una especie de náusea: ésta, originariamente
“mareo”, se presenta como asco. Pero éste tiene como característica
volver el cuerpo del sujeto tan sensible a sí mismo que no puede
tomar la menor distancia respecto de lo que sucede. El acercamiento
extremo de uno como otro es el principio común de la náusea y de la
vergüenza. La vergüenza es náusea moral (la náusea puede ser una
especie de vergüenza física). En la náusea, el sujeto sabe y experi-
De la vergüenza al odio
Pero sabemos que el odio sigue siendo, más allá de esta posición
simple, un componente de la vida afectiva que la complejiza, en tanto
que, por una parte, un odio parcial se mezcla crónicamente con el
amor -en lo vivido ambivalente- y que, por otra parte, bajo el efecto
de un vínculo con la sexualidad, adquiere un tinte sádico.
Más allá, Freud convierte al odio, en su segundo dualismo pulsio-
nal, en un “indicador” ( Wegweiser) de la “pulsión de destrucción” que,
L a vergüenza odiosa
L a “puesta en exilio”
o el perjuicio de la pérdida
El “caso London”:
pasión de aprender como síntoma
El signo patente de este malestar, propio del excluido del “Reino del
Padre”, es la “manía de moverse” ( Wanderlust en el sentido freudia
no). El que no tiene “bajo los pies” la sede simbólica de la referencia
paterna buscará sin cesar otra escena, móvil como el mar -es el
sentido del episodio del Snark, ese equipo que falla9 del que, sin
embargo, salió su escrito autobiográfico mas importante-. En efecto,
sabemos que London escribió M artin Edén, carta de amor a la mujer
inaccesible pero, de hecho, más allá de la Carta al padre imposible,
más codificada que su homologa kafkiana y mucho más patética.10
En la otra punta, la necesidad de arraigo de London -materializa-
7Madre tan severa como depresiva: “acosada por la ambición de llegar a algo”,
“se quejaba con fuerza y pretendía que se estaba muriendo cada vez que un nuevo
sueño se deshacía. Casi siempre estaba de mal humor, melancólica y angustiada,
y sus crisis de histeria le daban miedo a toda la familia. Su hijo se escapaba ante
ataques de rabia que nunca olvidaría” (Sinclair, op. cit. p. 14). Hizo dos intentos
de suicido cuando su amante, el presunto padre de Jack, la abandonó. London
intentó “ganar la consideración” de esta madre (p. 30). Joan London, hija de Jack,
describió a Flora como una mujer “notablemente inteligente, testaruda y sin
humor, que se parecía física y moralmente mucho más a un hombre que a una
mujer” (p. 165).
8“La madre de Jack London le contó a Pauline Jacobson de dónde había sacado
su hijo su físico y su talento literario” en San Francisco Bulletin, 22 de julio de
1996. Esto provocó el asombro de la entrevistadora por el silencio en cuanto al
papel del padre. Esto da una idea del lugar del padre en el discurso de la madre
de Jack London.
9Se sabe que London hizo construir ese barco, a bordo del que tenía que dar
la vuelta al mundo en seis años: momento decisivo de su camino “ordálico” (véase
infra). El viaje, jalonado de incidentes y de problemas de salud, tuvo que
terminarse a los dos años (véase Sinclair, op. cit., pp. 167 y ss.).
10 Para la comparación con Kafka, véase nuestro análisis en Le pervers et la
femme, Anthropos/Economica, 1989.
da en su famoso ranch11- expresa el otro término de la alternativa:
afincarse en algún Heimat en donde pueda hacerse un poco el
“matamoros” y significar que se vive “en” y “de” sus “fondos”, en
realidad, “hijo de sus obras”. Heredero de sí mismo, usufructo de su
tesoro, caramente adquirido, de “saber” . Pero ésta es la miseria
secreta y obstinada del self made man que encuentra su propia
imagen abandonada a través de la de ese Otro. Drama de no haber
tenido que “pedirle nada a nadie” : a un hombre así, “no se Le hacen
regalos”. Pero cuanto más acumula “riquezas” , más peso tiene la
miseria de esa falta primitiva y pone en carne viva la herida interna.
Como sucede frecuentemente cuando la filiación simbólica está
cuestionada, el “desheredado” responde con una “ordalía” personal, a
través de la cual se pone a prueba, de la manera más arriesgada, como
para “volver a comprar” una identidad, buscando, en alguna divini
dad misteriosa (un Destino) o en signos (sociales) un reconocimiento.
La ordalía de London fue la del saber y la de la escritura.
En efecto, para el hijo ilegítimo, el único medio para elaborar este
problema de la filiación es el imperativo déla escritura. Y es la misma
escritura la que surge de este imperativo. Un detalle toma, en este
caso, todo su relieve; el primer libro que, según su propio testimonio,
leyó London -que, por casualidad, cayó en sus m anos y que recordaba
que le “pertenecía”- hablaba de esto: Signa, novela de Ouida, relata
la historia de un pequeño italiano, hijo ilegítimo -de una campesina
y de un pintor- que sale de su indignidad y de su pueblo natal
convirtiéndose en violinista y, luego, al ser reconocido como un gran
compositor. Como dice London al fin de su vida, no es casual que esa
fuera la estrella a la que se enganchara el carruaje de su infancia.12
A partir de ese momento, en cuanto el origen está marcado por esa
“vacilación” del nombre del padre, es imperativo hacerse de un
nombre, electivamente por la escritura. La firma al final del escrito
permite homologarse como nombre propio ante la mirada de la
Opinión, ersatz del Otro simbólico, exorcizando, al mismo tiempo, el
rechazo de que fue objeto por parte de un padre real. Hacerse re
conocer al caer bajo la mirada de la Opinión, encontrando allí el
“renombre” esperado, indemnización del “oprobio” -pero ordenada,
no dejemos de señalarlo, respecto de la misma “lógica imaginaria”-.
El drama que se produce entonces —ejemplar del Autodidacta tal
como lo entendemos nosotros- es que la acumulación de las “pruebas”
11Sobre este ranch en el que se instaló en California, véase Sinclair, op. cit.,
pp. 183 y ss.
12 Carta a Marión Humble del 11 de diciembre de 1914.
del “talento” , esa serie inaprensible de escritos fatalmente “desigua
les” que se supone tienen que valer como testimonia, no calman nunca
a ese Molochque exige siempre más “sudor”. En suma, nunca se sabe
lo suficiente, nunca se escribe lo suficiente, nunca se inscribe el
suficiente goce en el Otro, nunca se paga lo suficiente con la propia
persona. La herida primitiva, del ideal del yo, no deja de agrandarse,
de manera que la escisión entre “el hombre” y “la obra” se agrava “a
primera vista”. El stajnovismo - “¡Trabajen todo el tiempo!”- da
cuenta del sine die de la “nominación” del “autor” .
¡Cómo estar a la altura de la demanda materna primitiva, si no es
“pagando con su persona”, pago atestiguado en los estigmas físicos
crecientes en él, que decía que tenía “una salud de hierro”!
Cuando se dio cuenta, al final de su vida, el mismo London lo supo
y lo dijo: existe un saber de esta unión materna. Esta es la frase de
Freud -¡encontrada en un libro de Jung!- que subraya, como un lector
aplicado: “Freud afirma que existe un deseo de incesto con la madre,
inconsciente pero seguro” (sic).13¡Entonces recordaba que a menudo
llamaba alas mujeres queridas “mamá-mi madre” o “mi mamá” ! Pero
también este mensaje sólo puede ser entrevisto y eludido -última
evasión- por un equipo a través del “inconsciente colectivo”.14
El carácter de algún modo “bestial” de la búsqueda de saber y de
riqueza-que no logrará nunca un “sabio” o “un rico” así nomás- obtiene
su coloración apasionada del ímpetu por saber del pequeño Edipo -cuyo
talento de “investigador” y de “detective” fue señalado por Freud-.15Es
como si, en suma, el “saber” estuviera ubicado en el lugar mismo de la
pulsión -lo que lo pone en una situación de “competencia” con el objeto
del deseo (la mujer)-. Pero Justamente, todo sucede como si se hubiese
establecido una confusión entre la pulsión y el objeto-saber.
16Le Créateur littéraire et le fantasmer, G.W., VII. Sobre este tema, véase
nuestra obra Le Couple inconscient. Am our freudien et passion postcourtoise,
Anthropos/Eeonomica, 1992.
17En Bevkeley, en donde fue admitido en la universidad, London conoció a Ted
Appelgarth y a su hermana. El padre era ingeniero en minas. Relató esta pasión
unos doce años después.
18Véase la sugerencia lacaniana: “unidos-hacia-Citérea”, éste sería el Wunsch
de la comunidad “universitaria”.
saber- y de sus mujeres. Pero también es el lugar del que se vuelve
profundamente decepcionado: “Tuve éxito como comerciante de mate
ria gris. La sociedad me abrió todas sus grandes puertas. [...] Cenaba
con los dueños de la sociedad, con sus hijas y esposas”.19Participar del
goce del Otro, éste es el “hic”, pero “de esto no se vuelve”: en lo que
respecta a las “mujeres”, “descubrí que estaban hechas de la misma
pasta que todas las mujeres que había conocido en medios más bajos, en
los sótanos”, “tenían la misma piel bajo sus ropas”. ¿Y sus “propietarios”?
“Los dueños también me decepcionaron.[...] Frecuentaba a 1os hombres
que estaban en los lugares más altos -pastores, profesores, políticos,
hombres de negocios, editores-. Cuando no estaban completamente
podridos o eran deshonestos, no eran otra cosa que muertos vivos”.20El
momento de la decepción, por cruel que sea, permite medir la naturaleza
y la medida de la esperanza primitiva: el “dueño”, lugar del “ideal”,
“noble, santo y dinámico”, le muestra su verdadero rostro, horrible, el
de la canalla o de la “momia”; en cuanto a las “damas”, tendrían que
haber estado hechas con “otra pasta”, pero son simples “mujeres”,
vestidas con el mismo “tegumento” que todas las hijas de Eva.
En suma, el Dueño, el propietario, que se supone usufructúa el Saber,
no sabe: ¿cómo sacarle lo que no tiene? Y el objeto de que goza, que se
supone es de otra tela, porque es objeto-signo del goce del Dueño, ¿es en
el fondo distinto del que se alimenta el pobre, en los bajofondos? Aquí
hay que “declararse en quiebra” en esta empresa que muestra su
fracaso. La desgracia es que se trata también del suyo, porque se nutrió
de los relieves de ese (falso) festín21y de los desechos de un goce usurpado
dos veces. El Autodidacta es, entonces, denuncia de la mentira de los
“que tienen todo” y recuerdo de los derechos de una “verdad” que él no
puede articular por sí mismo ya que “le faltan las palabras” (inclusive
cuando llegó a descifrarlas y a jugar con ellas como un virtuoso).
23 Sobre este texto de 1914 (G.W., X, pp. 204-207), véase nuestro comentario
en Freud et les sciences sociales, op. cit.
24 Citado por Sinclair, op. cit., p. 99.
2dIbid.
26 London señala que “nunca tocó un centavo” de las concesiones de oro del
Klondike, pero que gracias a ese viaje “pudo ganarse la vida después”: signo de
esa relación “mágica” con el objeto que brilla.
iT Véase, sobre este punto, su novela John Barleycorn.
plantea un equívoco sobre las condiciones de su muerte, como si ésta
fuera simbólicamente indescifrable: de una decisión al suicidio o de
una “sobredosis”, balanceo del goce a la muerte.28
Quizás la avidez alimentaria de London, que creció con la edad, sea
la más reveladora: la inclinación a “engullir” cantidades considera
bles de carne o de pescado crudos evoca irresistiblemente la idea de
una relación de objeto caníbal.
En nuestra opinión, exceso ligado secretamente al desborde poli-
gráfico; como si, a la vez, la producción de escritura “por línea” y, de
alguna manera, “por metro”29materializara esa relación paliativa con
la falta que no debe dejar de escribirse, de convertirse en escritura, so
pena de volver como lo real con sede en la angustia y que luego debía ser
“amortiguado” por una absorción de energía calórica proporcional.
Pero hay más todavía: no hay que dudar en darle derecho a esta
impresión que asimila progresivamente el “escritor autodidacta” al
caníbal, que practica de manera transgresora, en esas orgías alimen
ticias, la relación con lo prohibido totémico: se trata en efecto “del
padre” al que hay que asimilar en una “economía” circular: tantos
escritos, tantas líneas escritas; tanta plata, tantas “codornices”30
-que, ingeridos, ayudarán a producir tantos escritos y, así de seguido,
hasta estar “demasiado lleno”, “indigestión” final que deja la obra en
suspenso-...
La prueba de esta relación totémica es la fascinación de London por
el “relato del origen”31 alimentado por una temática evolucionista,32
desde Antes de Adán hasta El llamado de la selva. Más precisamente,
sus biógrafos muestran como un hecho intrigante la identificación
progresiva con el lobo o con el perro, animal totémico por excelencia.
Lo que el autor de Colm illo Blanco llevaba a su mayor expresión era
esa identificación con un poder originario, el de la “bestia primitiva”,
mal matada. Éste es el Autodidacta en su forma salvaje: el “lobo de la
horda”.
Todo sucede como si el asesinato del Padre no se hubiese podido
1Robert Walser, Les enfants Tanner, 1907, Gallimard, 1985, pp. 25-26.
2Carta del 6 de diciembre de 1937, reproducida en Denis Hollier, Le Collége
de sociologie, Gallimard, Idees, 1979, p. 171.
La existencia sin trabajo
Sobre el trabajo
como modo de empleo libidinal
L a obligación de trabajar:
la A n a n k é laboriosa
L a inhibición en el trabajo
o los sinsabores del acto
Para comprenderlo hay que pasar por el superyó. El trabajo puede ser
la forma más corriente y más material de conminación superyoica.
Ese superyó, en tanto “paterno”, traduce una cierta pasión del
padre. En efecto, ¿por qué trabajar, si no es en nombre del padre -aun,
cuando más no fuera, para obedecerle, para trabajar, para hacerse un
nombre en su sepultura (según la violencia ambivalente de la que el
hijo obsesivo proporciona el modelo)-? Pero hay más (o “peor”).
La paradoja reside en que el trabajo puede volverse “vital” en el
sentido más literal, cuando es tomado como la conminación de esa
instancia que Freud designa como “cultura pura de la pulsión de
muerte” .32
En otras palabras, el superyó laborioso puede ser la forma más
común y más paradigmática de ese “masoquismo moral” que consti
tuye el aporte más importante, por ser el más específico, del ensayo
sobre el masoquismo.
Comprendemos la extremada “glotonería” del superyó, de la que
32Le M o i et le ga, G. W., XIII, p. 273.
habla Lacan, como buen entendedor de ese texto en el que Freud pone
al desnudo el trabajo del superyó. Pero esa “avidez” es la que
encontramos en el trabajo: es claro, en efecto, que no se agota en la
tarea puntual, sino que se convierte en un imperativo - “toda la gente
importante es una gran trabajadora”- , 33 puesto que al mezclarse el
superyó, siempre va a pedir más. Esta espectrografía metapsicológica
de los “grandes trabajadores” no da la medida de la voracidad en la
que se traiciona el origen pulsional, “ciego” y que no toma en cuenta
el tiempo.
El trabajo o la m ujer
El sujeto desocupado
L a “excepeionalidad” en grupo
o la idealización del perjuicio
168
V III
P E R J U IC IO Y D IS C U R S O SO CIAL:
E L ID E A L D E R E H A B IL IT A C IÓ N
L a existencia perjudicada
2Malaise dans la civilisation, véase el cap. VI. Sobre la concepción freudiana del
trabajo, véase, también, nuestra contribución “Freud, lecteur de Voltaire. Candide
inconscient”, en Voltaire, Furor, No 26, Ginebra, 1994, pp. 119-130.
3“Les exceptions”, enQuelques types de caracteres tires du travail analytique,
1915, en Essais de psychanalyse appliquée, Gallimard.
a una necesidad poco amigable, pues son excepciones y quieren
seguir siéndolo” .
¿Por qué esta “figura” es tan elocuente para nuestros propósitos?
Porque alude, en el habla de un sujeto, a un perjuicio, dolo, daño
originario, si no inmemorial que, a sus ojos, legitima una posición de
excepción. Manera de decir: “Y a di y de manera más que suficiente,
ya tuve más que mi dosis de dolor. Basta de seguir privándome” . Éste
es el sujeto perjudicado, que se muestra enquistado en un trauma de
origen cuyos efectos persisten, en la trama de su vida. Rechazo a la ley
de la Necesidad -la que vale para todos, la Ananké-,
¿Es decir que el psicoanálisis postula que hay que arrodillarse ante
la Necesidad e inclinarse ante la miseria, en nombre de algún tipo de
fatalismo mental? Para nada, se trata de la participación del sujeto en
el proceso y del hecho de que éste podría poner enjuego algo de su
“libertad”: el sujeto “no está bien” y, aunque sea el más marcado por
la miseria, la reduplica con una cierta “vida de placer” inconsciente, la
del goce oscuro de su malestar. Por lo tanto, no traemos a colación
la Ananké para incitarlo a renunciar a ella, sino para que se confronte
a la realidad como ley, frente a lo real de su deseo. El psicoanálisis, en
la medida en que quiere darle al sujeto una capacidad afectiva para
actuar y para gozar, lo lleva a romper con esa vida de placer
inconsciente que constituye el síntoma, atornillado al yo que no se
“adapta” a él demasiado bien.
Éste es un problema genérico del estado neurótico, siempre más o
menos adosado a un perj uicio. Pero ésta es una figura singular: ciertos
sujetos muestran una privación real -una desgracia familiar o una
enfermedad, adquirida o congénita- que les impuso un daño por el
cual exigen una indemnización. Por lo tanto, se niegan a avanzar
hacia la emancipación, como si el recorrido hubiese agotado su
capacidad de renunciamiento y exigen una indemnización, sin plazo
suplementario. Ya “sufrieron” lo suficiente y, de golpe, piensan que no
vale más la pena gastar la saliva en el espejismo de una “palabra
verdadera” que nunca tendrá respuesta. Entonces, el habla se con
vierte en ropaje del perjuicio.
Comprendamos bien esta “economía” : el adelanto o el anticipo
sobre el daño abre un crédito simbólico para el sujeto, que desde ese
momento plantea que todos los demás son sus deudores potenciales: “El
otro no tiene nada más que pedirme ni exigirme” . Es más, el otro es un
deudor: “Nunca sabrán todo lo que me hicieron”. Especie de “ruptura de
contrato” por una cláusula de excepción, que exige que los “daños e
intereses” sean una verdadera “renta por invalidez” simbólica.
A tal punto que vuelve a la mente del interlocutor la “divisa” que
Freud propone inscribir en el frontispicio del psicoanálisis: “Y a ti,
pobre niño, ¿qué te han hecho?” .
Lo que Freud consideraba una especie de “tipo de carácter”, nos
parece portador de una verdadera clínica de lo social, lo que llama
mos “síndrome de excepcionalidad”, correlativo de un complejo de
perjuicio.
Por otra parte, Freud nos dice que, por ejemplo, el largo despojo de
una enfermedad infantil produce, tanto en los individuos como en los
pueblos “con un pasado cargado de sufrimientos”, “una deformación
del carácter” (Charakterverbildung).6
Vemos cómo aquí aparece la idea de un cuerpo perjudicado que
metaforiza el cuerpo del perjuicio.
Entre las causas del duelo de uno mismo con frecuencia figura una
enfermedad infantil contraída accidentalmente o el efecto de una en
fermedad congénita (hereditaria o genética).
Pero, más allá de este caso específico, el cuerpo da cuenta regular
mente de esta “tajada” en el cuerpo, perjuicio corporal, en sentido
literal. Basta un “problema de salud” para que el sujeto realice el mal
encuentro, grano en la máquina que abre una clínica del trauma,
social y corporal.1
Hay que señalar la posición en el tiempo del deseo y de la demanda
que se desprende aquí: todo sucede como si el sujeto perjudicado se
basara en un déficit pasado para negarse a anticiparse, fijándose en
el estado presente y reclamando los intereses de un préstamo forzado
sobre su persona.
Un detalle permite que nos demos cuenta de esta evolución: volver
“jurídicos” los daños simbólicos; buscar reparación por las vías judi
ciales de un perjuicio imaginario o imaginarizado es el recurso de
alguna manera reflejo de la era del perjuicio.
Manera de ex-ceptuarse de la ley y de hacer reconocer, en cambio,
el exilio propio. A partir del momento en que la Ley no se sostiene
más, el sujeto inicia una escalada de pedidos de compensación que,
por otra parte, mientras dura el procedimiento, le asegura una
apariencia de relación con la ley. Modelo kafkiano de la modernidad.8
El perjuicio social de los sujetos, uno por uno y en masa, debe ser
tratado por la norma social y administrado por el dispositivo social
que lo recibe.
La institución terapéutica y la institución social se convierten en
espejos: por una parte, en tanto la función terapéutica se configura
respecto de una finalidad soci al; por otra, en tanto la institución social
toma, por propia voluntad, la forma de “remedio” inspirada en la
norma terapéutica: el perjuicio social llega a ser “tratado” como
enfermedad, en el movimiento mismo en el que la enfermedad se ve
evaluada en términos de “costo social” .
¿Qué sucede, desde la perspectiva de la escena inconsciente, en
estos lugares y prácticas, que se consideran “nuevas” -porque es
tán configuradas respecto de la actualidad del “malestar de la
civilización” y porque dan un “estilo de época”-? Más allá de la es
cisión de los dispositivos - “institucionales” y “analíticos”-, se
trata de delimitar qué form a de transferencia se instaura en la
institución, para sostenerla idea institucional, cuyo efecto esins
titu ir el perjuicio.
1 Sobre el papel operador de este concepto forjado por Freud, en la obra que
lleva este título (1930) para una clínica de lo social y de la modernidad, remitimos
a “Malaise de 1’idéal” (Pscyhologie clinique, No. 6), Klincksieck, especialmente
“Malaise de l’idéal et actualité du malaise”, pp. 7-23, y a nuestra obra Freud et
les sciences sociales, cap. 10, pp. 119-133.
Esta pregunta nos enfrenta con un problema relacionado, tanto
con su objeto cuanto con su “metodología”: ¿cómo comprender ese
“lugar” en el que se “practica” el síntoma, como lugar en el que se
fabrica, también, el síntoma? Por una parte, porque la institución
socializa el síntoma, al dotarlo de dispositivos (codificación institucio
nal) pero, por otra, y más aun, porque la propia institución como
función instituyente revela el “síntoma social”. Doble puesta en
escena solidaria.
De manera que de nada sirve “psicologizar” de entrada los proble
mas de la institución; hay que partir del hecho de que la institución
ya está ahí, requerida e instituida por su función social -en este caso:
“hacerse cargo” de lo terapéutico-. Pero esto no quita el derecho a
problematizar el síntoma institucional, es más, nos obliga a hacerlo,
desde el momento en que lo enfocamos en el contexto, en el sentido
más fuerte, del “Malestar de la Civilización”, en su cortejo de síntomas
sociales. En resumen, se trata de la condición moderna de lo social
que exhibe la institución.
En sus usos corrientes, la institución designa tanto una organiza
ción como su estructura, la “ acción de instituir algo” y la “norma o
práctica, socialmente sancionada” que, a la larga, crea un “hábito”
o una “costumbre” .2Por lo tanto, la institución es una “forma” dotada
de una cierta materialidad (social y jurídica) definida por finalidades
u “objetivos”. Toda institución es instituida (por la sociedad) e insti
tuye dispositivos y efectos, es decir “prácticas” interiorizadas y repro
ducidas por “agentes” o “actores”.
L a “transferencia velada”
o el eufemismo institucional
Lo que encontramos como caso particular del régimen social del afecto
es el registro del afecto en la institución. Si bien involucra el cuerpo, es
notable que, al pasar por vías que no son la “representación” ni el
lenguaje, como pura “descarga” ,22sea objeto de interés y de solicitud
particulares por parte de lo social. Las figuras del afecto son cuidado
samente reguladas por la norma social, lo que significa que los afectos
son, al mismo tiempo, refrenados y provocados (a los fines de una
“manipulación”). Pareciera como si la sociedad, alternativamente
(incluso simultáneamente), “soplara lo frío y lo caliente” sobre el
afecto. Lo que observamos en la institución son “erupciones” afectivas
que, luego, por otras consideraciones, son apagadas “como si fueran
una catástrofe”. En este caso, la institución es, al mismo tiempo,
“piromaníaca” y “bombera” , porque tiene que “sobre-erotizar” el
vínculo transferencial (para mantener el contacto con el paciente),
pero también “congelarlo”, de manera bastante brutal, en cuanto el
“objeto” de la institución - “el trono y el altar”- está en peligro. Por otra
parte, ésta es una contradicción que trabaj a en todas las instituciones
que se ocupan del deseo -d e “saber” o de “curarse”- .23
Ahora bien, esta situación efectiva -sobre-erotización de la rela
ción que llega a la “sujeción”, creación de un vínculo que produce un
De la transferencia ininstituible
a la “contratransferencia” instituida
La casuística reglamentaria
La pasión reglamentaria
El imperativo reglamentario
de la “razón administrativa"
Con esta base, tenemos que pensar una relación entre estos dos
participantes extraños -el administrado y la administración- com
pleja pero también más determinante de lo que habitualmente se
cree. Uno y otro definen las dos puntas de una cadena que instituye
el dispositivo “perverso” en el que tenemos que incluir al “reglamen
to”. Pues, justamente, por la letra del reglamento se mantienen
unidos el poder reglamentario y aquello a lo cual se “aplica” este
poder. ¿Para quién que no sea el “administrado” se habría producido
el reglamento de manera que sea él quien lo “finalice”? Y ésta es la
manera, muy especial, por supuesto, de “amar” el poder reglamenta
rio: asegurar a “sus” administrados un estatus que reglamenta una
parte de su existencia -a tal punto que el administrado tiene la
impresión (totalmente falsa) de que tiene un papel y otra existencia,
la del “administrado”, porque está incluido en los retos de esa
relación. En cuanto a la administración, ¿de dónde saca su justifica
ción si no es del “poder” que ejerce a través del reglamento?
Recordemos que no lo ejerce en nombre de la ley - y esto es
indudable-. Pero, justamente, el pasaje de la ley a la realidad -si
suponemos que es posible en tanto ta l- debe pasar por este dispositivo
reglamentario que le impone su propia semántica. Porque la ley
legisla, pero no reglamenta -si entendemos esto con el mismo tono con
que antes se decía que el rey reina pero no gobierna-, A través del
reglamento los sujetos son vigilados y encasillados, en alma y cuer
po,13por la ley. De esta manera, su estatura simbólica no dibuja más
13Michel Foucault dedicó toda una obra a detallar este trabajo “encasillante”
que un lejano referente, en tanto que los reglamentos piden cuentas
enseguida. Por eso el individuo moderno discierne mejor lo que quiere
decir “contravención” que “transgresión”.
A través de este camino podemos ver mejor cuál es el estatus del
sujeto en la modernidad, justamente a partir de considerar que el
reglamento se volvió la forma corriente de relacionarse con sus
“deseos” .
Cuando el punto de vista de la “ley” -en el sentido planteado más
arriba- dirige una dialéctica del deseo con lo prohibido -división entre
la vida y la muerte-, el punto de vista del “reglamento” la suspende,
en algún lado, junto con un “orden” que también es una “detención”:
la existencia está “reglamentada”, a tal punto que el reglamento debe
incluso apartar el pensamiento sobre la muerte. Lo que pertenece al
orden de la privación es apartado por lo que podemos denominar la
“cláusula resolutoria”. Término que tiene, es verdad, resonancias
inquietantes, incluso mortíferas, pero que se conforma con enunciar
que existe una disolución del efecto reglamentario. Pero mientras ese
efecto actúa, sólo puede considerarse “positivo”.
El peligro está en otra parte: en el hecho de que un pedazo de
realidad escape al poder reglamentario, que lo deje virgen -no regla
mentado- y, por eso mismo, temible para la propia existencia re
glamentada. Así sucede, por ejemplo, con el pánico en una organiza
ción cuando se presenta un “vacío jurídico”: es como si se hubiese
“desenchufado” de la máquina que le garantizaba su energía. Un
reglamento, en contraste con la ley que pretende proporcionar una
mediación, sólo aporta algo que sirve para “tapar agujeros”. Por eso
no hay nada que sea más indispensable y más insignificante al mismo
tiempo. También tenemos que pensar en esto: que lo insignificante se
haya vuelto indispensable. Por eso no hay contradicción entre decir
que el administrado no espera nada de la Administración y que espera
todo -lo que nos muestra el estatus de ese Otro al que se dirige una
“espera” de este tipo-.
Con seguridad que hay que temer a la instancia de la ley pero, al
menos, eso puede basar un deseo -ya que al enfrentarse con lo
prohibido el sujeto mide su propio deseo-. Del poder reglamentario
sólo podemos pensar un cierto efecto. Porque el reglamento no dice
nada sobre el sujeto del deseo: se conforma con regular los juegos de
del poder: en este sentido, se trata de una teoría de la perversión del poder
moderno.
efectos. Por lo tanto, nunca enuncia nada que no sea “positivo” y
“vacío”. Es verdad que un reglamento también es “prohibitivo”. Pero
no en el sentido en que basa y promulga una prohibición -prerroga
tiva de la ley- sino en el sentido en que dibuja un campo de exclusión
dentro del cual un fenómeno puede ejercerse “lícitamente”. Para
conocer las reglas basta con “consultar” el reglamento.
Finalmente, podemos comprender por qué, paradójicamente, un
reglamento provoca simultáneamente una prescripción y una prohi
bición. Dicho de otro modo, de alguna manera es una orden para gozar
de una prerrogativa dada, acompañada por una restricción. Así se de
fine la “situación”, muy específica, que le otorga un campo propio a un
reglamento. De este modo, cada reglamento crea una zona propia de
goce, en la que los usuarios están “seguros” siempre que “sigan las
flechas indicadoras”, es decir, que observen las cláusulas. Vemos que
el Otro convoca el goce: si se siguen las prescripciones y prohibiciones,
es decir, sus “órdenes”, “nada va a faltar” . Quizás el orden y el
reglamento supremo, en este sentido, sea no faltar. Donde la ley
dejaba un espacio entre la falta y la satisfacción, a partir de lo cual
podía iniciarse una dialéctica, el reglamento solo permite todo o nada,
balanza binaria que decide sobre la letra del reglamento, al mismo
tiempo frágil y apodíctica.
Ésta es la base de la “complicidad” entre los dos participantes.
Podríamos expresarla a través de la ironía dictada por la propia
realidad de la relación: no hay que esperar absolutamente nada de ese
Otro ya que no nos habla ni nos conoce como sujetos. En consecuencia,
se reduce, literalmente, a su modo de empleo.
Si reglamenta tan bien un goce hipotético, no queda más que una
cosa por hacer: adherir al goce que promete, identificarse con lo que
dice de “sí mismo” y tomarnos p or lo que la letra dice que somos,
exigiendo, en cambio,, que cumpla con su tarea reglamentaria. La
propaganda y la publicidad son eficaces a partir de esta lógica de
captación imaginaria -perversa en el sentido definido: obligar al
sujeto a identificarse con “él mismo”-. Por eso nadie cree más en la
“persona” que el publicitario, el propagandista... y el administrador:
¿sobre qué podría ejercerse ese trabajo al que le convienen estos
poderes, es decir, identificarse con su “rol”?
Del lado del sujeto identificado así con su “rol”, no queda nada,
porque no se espera nada de él, salvo que espere todo, como intercam
bio por el respeto de la letra. Éste es el administrado ideal, que exige
que se le acuerde, en virtud del reglamento, todo ló que nunca habría
pedido si el reglamento no hubiese existido. En sentido estricto, se
trata de un pedido totalitario. Pues, justamente, una vez que llega a
este punto puede volverse un fanático. Podemos denominar a esto
“dependencia” o “alienación”. Pero también es la forma extrema de un
deseo, que aspira a un “uno mismo” garantizado (reglamentariamen
te) para tapar la angustia de la propia división como sujeto.
La idealización de la Nada
Ahora bien, Freud nos dalos medios para crear la teoría de este Otro,
idealizado para encarnar el poder reglamentario. Lo hace en una obra
que no es Tótem y tabú. A llí nos habla de la ley paterna que se inmola
a sí misma, por interposición del hijo-del-padre, para acomodarse
mejor identificándose con el sujeto. Mito espléndido y fundante que,
sin embargo, deja en suspenso lo que precisamos: un vínculo social
pensado por hijos bien vivos -herederos sobrevivientes del asesinato
del Padre- y, al final de cuentas, relevos del padre muerto, lo
suficientemente fogosos como para agitar multitudes y par a permitir,
en las llamadas multitudes “convencionales”, que estos hijos se
identifiquen al proponerse a ellos mismos como objetos de idealiza
ción. Este modelo es el que presenta en Psicología colectiva y análisis
del yo (1921).
En otro trabajo intentamos mostrar que a través de esta idealiza
ción el sujeto practica socialmente su división denominada incons
ciente.14¿No es justamente en este eje que hay que buscar la referen
cia libidinal del deseo de reglamento?
El ideal del Yo colectivo, sugiere Freud, funciona como fetiche,
objeto contra-fóbico, para mantener el estado de goce de las masas,
como lo indica el “pánico” consecutivo a su desaparición. Pero, en
contradicción con el Padre de la horda primitiva, violento, frustrante
y sólo bueno para funcionar como Padre muerto en la identificación,
14 Entendida como división estructural del “saber” que un sujeto puede tener
de sí mismo y de la verdad que lo produce -lo que aparece desnudo en el
“síntoma”-. Estudiamos la socialización del síntoma en nuestro texto “Destins
sociaux del’idéalisation”, en Champ social et inconscient, CNRS, 1983, y en “Le
sujet de l’idéal”, en Aspects du malaise dans la civilisation, Navarin, 1987.
Véase, también, “La femme et le symptóme de l’organisation sociale” en W .
AA., Femmes et pouvoirs, ed. De l’Epi, 1985.
esta instancia del Padre posee una atracción sólida: garantiza al grupo
su goce, pero, es verdad, le agrega la condición de que lo reconozca como
ideal y que se atenga a él. Como contraparte, reglamenta el goce del
grupo... Si uno “está en regla” con él, tendrá derecho a gozar.
La función de la idealización se aclara en su función para el vínculo
social. Esto se lee en la definición de la constitución libidinal de la
masa primaria: “Una suma de individuos que pusieron un solo y único
objeto en el lugar de su ideal del yo y, en consecuencia, en su yo se
identificaron unos con otros” .15 Dicho de otro modo, cada energía
narcisista idealizante a través de la cual el sujeto se ama -herencia
del narcisismo perdido de la infancia- la deriva y la drena ese “objeto
externo” que, ubicado en esa posición de convergencia estratégica del
conjunto de los narcisismos individuales, puede ser erigido como ideal
del Yo colectivo, con lo que colectiviza el narcisismo. De manera
que debe ser provocado, casi “inventado” por el grupo, para volver
posible la identificación recíproca de los miembros entre sí. Lo que
Freud representa con el siguiente gráfico:
externo
La máquina reglamentaria
El “deber de salud”
E l objeto de la plusvalía
A l final del circuito está el perjuicio instituido, que forma parte del
imaginario. El Otro toma acto y hasta obtiene ganancias en la
economía social del ideal.
Retomemos los términos de la producción de plusvalía, tal como el
clínico de lo social, Karl Marx, lo había mostrado en el libro III de E l
Capital. Está el sujeto del síntoma perjudicado, está el Otro social y,
entre ambos, la producción de plusvalía.
Ahora bien - y aqui nos encontramos en el centro de nuestros
propósitos- el perjuicio de los individuos perjudicados se usa para
reproducir el goce social.
A estos “individuos” -que con esta condición reciben su tarjeta de
identificación- se les pide que pongan sus perjuicios en el mazo de la
seguridad social. Alos sujetos peijudicados se les pide que amontonen
sus faltas, de manera que este montón de faltas se una y sostenga,
como plus-de-gozar, al grupo-meta: cooperativa de los perjuicios,
compañía de seguros traumática.
Estrategia inaugural de la modernidad del poder, que mostró
Michel Foucault, el clínico del poder: la institución funciona, con su
ideal, como una máquina de reciclaje de los desechos sociales, a través
de ese “conversor” llamado ideal institucional. En este sentido, la
“ecología” es el modo de pensamiento dominante del Estado, de la mo
dernidad sociopolítica, adoptada por el que decide en su modo de goce.
El imaginario del estado es “ecológico” en este sentido.
Freud decía que la muerte es lo único que “no sirve para nada” :4no
había previsto su institución como cuidado paliativo en el que el Otro
social no abandona al sujeto hasta que haya dado el último suspiro.
El peijuicio refuerza el tejido asociativo, ella lo crea. El “biopoder”
acompaña al sujeto, desde el nacimiento hasta la muerte.
4S. Freud, Le clivage du moi dans le processus de défense, G.W., XVI, p. 60.
en sentido dudoso, su fraseología. Reverso inconfesable de la sociali-
dad. Éstas son, también, las “prácticas sociales de la salud” . “Prácti
cas inconfesables”, lo inconfesable puesto en práctica, esto es lo que
hay que demostrar: cómo eso goza en lo social, si se sabe qué lo social
funciona en base al doping. Es un espejo de la estrategia tóxica del
sujeto que busca en el “quebrantador de preocupaciones” (Sorgenbre■
cher) ese “pedazo tan deseado de independencia del mundo externo”
-manera de llevar a cabo la evasión por medio de “sensaciones de
placer inmediatas”- . 3
Metapsicología de lo social