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Y en Respuestas de 1992, Bourdieu prosigue explicando que "el espíritu humano está
socialmente limitado [..] encerrado en los límites del cerebro", es decir "en los límites
del sistema de categorías que se deben a su formación. El objeto propio de la ciencia
social [..] es la relación entre dos realizaciones de la acción histórica: el habitus,
sistemas durables y trasladables de esquemas de percepción, de apreciación y de acción
que resultan de la institución de lo social en los cuerpos [..] el habitus es una
subjetividad socializada [..], y los campos, sistemas de relaciones objetivas que son el
producto de la institución de lo social en las cosas o en los mecanismos que tienen la
cuasi-realidad de los objetos físicos" (R, p. 102).
Anotemos enseguida que Bourdieu utiliza dos términos que nos conciernen y no son
necesariamente intercambiables en sus escritos: el término cuerpo y el término cerebro.
Por cierto, no hay cerebro sin cuerpo, ni cuerpo sin cerebro. Si, para el sociólogo, la
interfaz crítica entre individuo y sociedad es en primer lugar el envase corporal,
debemos sin embargo admitir que tanto los aparatos sensoriales y propioceptivos como
los procesos de aprendizaje reemplazan en definitiva los estados cerebrales que, para
repetir los mismos términos de Bourdieu, tienen la "cuasi-realidad de los objetos
físicos". Las bases neuronales del habitus, que será el objetivo aquí, se aplicarán pues a
priori al cuerpo y al cerebro. Si bien la distinción cuerpo-cerebro en la obra de Bourdieu
podría merecer ella sola un debate.
Habitus y filogénesis
El hiperdesarrollo de la corteza cerebral fue, por cierto, una manera eficaz y rápida de
saltear esas antiguas estructuras y de "ganar" nuevos mecanismos sin trastornar los
antiguos o dominarlos. Ello permitió, por ejemplo, el aumento de la capacidad y el
desempeño del espacio consciente, la aptitud en el reconocimiento de los miembros del
grupo social, la capacidad de imitación y los recursos para comprender las interacciones
sociales. El territorio cerebral más directamente concernido por esta evolución fue la
corteza prefrontal, que célebre neuropsicólogo ruso Alexandre Luria (1978) calificaba
de "órgano de la civilización". Su expansión se acompaña de una contribución
aumentada en la conectividad de larga distancia -la sustancia blanca- que va asociada
al desarrollo de las funciones cognitivas, de la conciencia y de la vida social. Pero, por
eficaz que sea, no puede totalmente ocultar -a menudo pasa lo contrario- las funciones
de las estructuras subyacentes, más antiguas, a veces antagonistas. Podrá sin embargo
"inhibirlas" de manera selectiva (Jackson), permitiendo a la razón ganar sobre la
sinrazón!
Las conexiones sinápticas entre células nerviosas no se desarrollan como los circuitos
impresos de un ordenador, sino por procesos de ensayo-error que participan en la
selecciones. El modelo propuesto no supone tampoco un proceso de selección en una
etapa, sino un mecanismo local que se aplicaría a los múltiples circuitos que
progresivamente se interconectan desde el estadio embrionario del tubo neuronal
(donde las primeras conexiones se forman) hasta el adulto, en el que las neuronas y
sinapsis continúan desarrollándose. Circunscritas por el envoltorio genético de la
especie, las principales vías nerviosas se crean progresivamente en el espacio y en el
tiempo de manera "innata". Pero los primeros contactos no se establecen con la
precisión exacta de los contactos definitivos. Una vivacidad transitoria de las
conexiones tiene lugar, que crea una etapa del desarrollo donde la diversidad y por ende
las posibilidades comportamentales son máximas.
Bourdieu con su concepción del habitus no hace sin embargo del sujeto un autómata
simplemente programado por el "condicionamiento" de su entorno social y cultural. El
habitus "restituye al agente un poder generador y unificador, constructor y clasificador".
Por ejemplo, la creación de las trazas neuronales que determinan el uso de una lengua
particular, hablada o escrita, no significa que, si el carácter generativo del lenguaje se
encuentra allí inscrito, todos los productos de esa generatividad están a priori
programados. Por otro lado, la creación de mecanismos epigenéticos, por selección, no
implica una estabilización "al azar". Se sugirió (Dehaene y Changeux 1989, 1995, 2000;
Gisiger, Kerszberg y Changeux 2005) que los sistemas neuronales de recompensa
presentes en el cerebro del animal como también en el del hombre participaban de esta
selección. ¿Bourdieu lo había presentido? Él ya había, según pienso, considerado la
existencia de sistemas de evaluación cuando escribía que "los agentes sociales obedecen
la regla en la medida que su interés en obedecerla pesa más que el interés en
desobedecerla". La palabra "interés" es central. Bourdieu, seamos claro, no entiende la
palabra "interés" en el marco finalista de la teoría de la acción racional, "la acción que es
el producto de un cálculo de las posibilidades y de los beneficios", ni en el marco
mecanicista, que considera que "la acción es el efecto mecánico de la restricción por
causas externas". Él opone a uno y a otro la interpretación del "habitus, inscripto en los
cuerpos por las experiencias pasadas" (MP, p. 166). La neurobiología sugiere una
"incorporación" del interés bajo la forma de sistemas de evaluaciones inherentes a
nuestro cerebro, y cuyo conocimiento Bourdieu sin duda no tenía. Ella aporta un
componente esencial tanto a los procesos de adquisición de reglas como en los de
cumplimiento de ellas. Uno de los elementos críticos del proceso de selección de las
conexiones sinápticas podrían ser precisamente los sistemas de neuronas del
mesencéfalo que liberan sustancias moduladoras -por ejemplo dopamina, serotonina,
acetilcolina- que identifican el carácter positivo o negativo para la supervivencia del
organismo, como respuesta a una acción (incluso una anticipación de acciones) sobre el
mundo (ver Gisiger et al. 2005). En el curso del desarrollo, al igual que en los adultos,
estos sistemas de recompensa pueden contribuir no sólo a la "incorporación" de reglas
conformes a las prácticas del mundo social y cultural, sino también a aquellas
"representaciones" más elementales y sencillamente adecuadas al mundo físico y luego
al universo de sentido, que habita el mundo exterior del niño.
Las poblaciones de neuronas que "representan" los objetos del mundo exterior pueden
ser así estabilizadas por procesos de aprendizaje por recompensa. La estabilización
selectiva de pre-representaciones lábiles y fugaces conduciría a la selección de juegos
de "relaciones funcionales comunes" adecuadas a un objeto de sentido. Así, por ensayo
y error, en la continuación de incesantes "juegos cognitivos", el joven niño y luego el
adulto construirían progresivamente el universo semántico que les servirá en sus
comunicaciones sociales. El "interés", en el sentido que Bourdieu lo utiliza, asegurará
así primero la supervivencia del individuo confrontado a su ambiente físico: la del
organismo sometido al imperativo de sus "emociones primordiales", en el sentido
empleado por Denton (2005), que es satisfacer hambre, sed, reproducción sexuada...
Luego será la supervivencia en el seno del grupo social, donde el "poder simbólico" se
superpone al precedente sin excluirlo, aunque con intereses diferentes. Esos intereses
van a referirse en lo sucesivo a la “economía” de las relaciones entre individuos en el
grupo social y, por lo tanto, concernir a la estabilidad y la supervivencia del grupo social
mismo.
"El principio de la acción, escribe Bourdieu (MP, p. 179), reside en la complicidad entre
dos estados de lo social [..] entre la historia objetivada en las cosas, en forma de
estructuras y de mecanismos (los del espacio social o los campos) y la historia
encarnada en los cuerpos, bajo la forma de habitus". "El habitus engendra sin cálculo ni
proyecto" según las disposiciones del individuo, mientras que las "expectativas
colectivas, la vocación, la misión" se inscriben en la posición, las estructuras objetivas
del campo. Bourdieu opone la subjetividad del habitus a la objetividad de los campos. Si
bien su materialismo lo inclina poco a interesarse por las filosofías idealistas de la
consciencia, él utiliza sin embargo la palabra conciencia en un contexto que se llama,
hoy día, neurocognitivo.
Así es que él distingue, en relación al efecto de dominación simbólica (MP, p. 204), "la
lógica pura de las conciencias cognoscentes" y "la oscuridad de las disposiciones del
habitus, donde están inscriptos los esquemas de percepción, de apreciación y de
acción...". Esta distinción está en perfecto acuerdo con una definición de la consciencia
como un "fenómeno real, natural y biológico, literalmente localizado en el cerebro"
(Revonsuo, 2001): "un espacio de simulación de acciones naturales donde se evalúan
fines, intenciones, programas de acción [..] en referencia con el mundo exterior, las
disposiciones innatas, el yo y la historia individual, las normas y las convenciones
sociales internalizadas" (Changeux 2002; Dehaene & Changeux 2004), en una palabra
el habitus. También concuerda con la hipótesis neurocomputacional de Dehane,
Kersberg y Changeux (1998) del espacio de trabajo neuronal consciente. Esta hipótesis
postula una arquitectura neuronal que distingue: 1) un espacio de trabajo consciente,
que moviliza neuronas piramidales de largos axones, principalmente originadas en las
capas II y III del córtex (particularmente prefrontal, cingular y parietal), y que generan
las representaciones integradoras de zonas distantes de la corteza cerebral, y 2)
procesadores especializados en el procesamiento de una categoría particular de
información, como, por ejemplo, las señales sensoriales del mundo exterior (presente),
los programas motores (acción futura), la memoria a largo plazo (pasado), la evaluación
(emoción, valor, “interés”") y la atención (amplificación selectiva, inhibición)
El cerebro del hombre se distingue del resto de las especies vivas (no necesariamente de
sus antepasados desaparecidos) por el hecho de que posee predisposiciones innatas, a la
vez a la socialidad y a la racionalidad. Existen numerosas especies sociales en el mundo
animal, donde el altruismo social puede ser mucho más desarrollado que en el hombre
(por ejemplo, en las abejas). Pero ninguna de ellas posee un cerebro cuyo espacio de
trabajo "racional" sea tan importante como en el del hombre. El desarrollo "explosivo"
de la corteza prefrontal es, se sabe, ampliamente responsable, junto con el de las áreas
corticales y los procesadores no corticales destinados al lenguaje. Las disposiciones
innatas a una interacción social racional se han desarrollado en el curso de la historia
filogenética de mamíferos, como ellas se desarrollan en el curso de la historia
ontogenética y posnatal del niño. Barresi y Moore (1996) y Zelazo (1996) distinguieron
cuatro niveles de relaciones intencionales en la interacción social.
1. La conciencia mínima de los organismos simples, souris o rata, se caracteriza por la
capacidad de crear representaciones, de almacenarlas en la memoria a largo plazo y de
utilizarlas de “manera declarativa” en ausencia de capacidad de imitación; el bebé
prematuro de 25-30 semanas estaría en este estadio (Lagercrantz 2005).
2. La conciencia recursiva, por ejemplo entre ciertos monos, se manifiesta por la
utilización de objetos y la búsqueda de objetos escondidos, la imitación y la atención
partida; el recién nacido humano ya estaría en este estadio.
3. La conciencia de sí explícita se desarrolla en el niño de pecho (más de un mes y
menos de dos años) a finales del segundo año y se caracteriza por el reconocimiento en
el espejo y la utilización de reglas arbitrarias de conducta en la relación de sí a otro; los
chimpancés alcanzarían este nivel.
4. La conciencia reflexiva y la teoría del espíritu, con la capacidad de registro consciente
de una experiencia subjetiva, se desarrollan exclusivamente en el infante de 3-5 años.
Distinguimos en este estadio las disposiciones de empatía (el reconocimiento de los
estados mentales -intención, emoción...- del otro), y la simpatía (la disposición a
oponerse a la violencia hecha a otro o por otro, y a suprimir el sufrimiento que resulta de
ella).
"La ruptura es de hecho una conversión de la mirada" (p. 221) que la neurobiología
puede en lo sucesivo explorar (ver Changeux 2002; Berthoz 1997, 2003).
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