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idénticos en hogares que, por referirnos al caso de los dos hermanos, estimulasen a
los niños a entrar en el mar andando de espaldas). Los descubrimientos, ciertamente,
pueden ser mal interpretados de muchas maneras, como, al imaginar la existencia de
un gen que sea responsable de dejar notitas de amor por toda la casa o al concluir que
las personas no son afectadas por las experiencias que viven. Además, dado que el
ámbito de investigación de los gemelos sólo puede medir el modo en que las personas
difieren, es poco lo que puede decirnos acerca del diseño de la mente que todos
compartimos, aunque, al mostrar lo mucho que varía en su naturaleza innata, estos
descubrimientos nos fuerzan a abrir, los ojos al volumen estructural que debe de tener
la mente[21].
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nuevo artilugio. Al rebuscar en un viejo almacén, por ejemplo, damos con un ingenio
que resulta impenetrable hasta que averiguamos para qué fue diseñado. Cuando
caemos en la cuenta de que se trata de un deshuesador de aceitunas, de pronto
comprendemos que el anillo de metal estaba diseñado para ceñir la aceituna y que la
palanca baja una cuchilla en forma de X por un extremo, de modo que el hueso salga
por el otro. Las formas y la disposición de los resortes y los muelles, las bisagras y las
charnelas, las hojas y las cuchillas, las palancas y los anillos cobran sentido cuando se
produce una intuición satisfactoria y, entonces, llegamos a comprender además por
qué las aceitunas envasadas tienen una incisión en forma de X en uno de sus
extremos[22].
En el siglo XVII, William Harvey descubrió que las venas tenían válvulas, y de
ello dedujo que las válvulas debían de estar allí para permitir la circulación de la
sangre. Desde entonces hemos avanzado en la comprensión del cuerpo como una
máquina maravillosamente compleja, como un ensamblaje de muelles, resortes,
manguitos, tirantes, poleas, palancas, junturas, bisagras, enchufes, depósitos,
cañerías, válvulas, fundas, bombas, intercambiadores y filtros. Aun en nuestros días
nos deleitamos aprendiendo cuál es la función de todas aquellas partes misteriosas.
¿Por qué tenemos, por ejemplo, orejas asimétricas y llenas de pliegues cartilaginosos?
Para filtrar las ondas de sonido que provienen de direcciones diferentes y de modos
también distintos. Los matices de la zona de sombra del sonido permiten al cerebro
saber si la fuente emisora se halla arriba o abajo, delante o detrás de nosotros. La
estrategia de la ingeniería inversa del cuerpo humano ha proseguido, durante las
últimas cinco décadas del siglo XX, entregada a la exploración de la nanotecnología
de la célula y las moléculas de la vida. La materia de la vida, en este sentido, resultó
no ser ya un gel trémulo, fulgurante y maravilloso, sino un artilugio de diminutos
utillajes, resortes, bisagras, varillas, láminas, imanes, cremalleras y escotillas, todos
ensamblados por una cinta de datos cuya información es copiada, descargada y
explorada[23].
La justificación lógica de la ingeniería inversa la dio Charles Darwin al mostrar
cómo los «órganos de una perfección y complejidad extremas, que justamente exaltan
nuestra admiración» surgen no de la previsión divina, sino de la evolución de
replicantes durante un período de tiempo inmenso. A medida que éstos se replican, la
tasa de supervivencia y reproducción del replicante tiende a acumularse de una
generación a otra. Las plantas y los animales son replicantes, y su complejo
mecanismo parece responder a una ingeniería que les permite sobrevivir y
reproducirse.
Darwin hizo hincapié en que esta teoría explicaba no sólo la complejidad del
cuerpo de un animal, sino la complejidad de su mente. «La psicología debe basarse
en un nuevo fundamento», predijo, como es de todos conocido, al final de El origen
de las especies[24]. Con todo, la predicción de Darwin todavía no se ha cumplido
plenamente. Más de un siglo después de que escribiera aquellas palabras, el estudio
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de la mente carece en su mayor parte de una orientación darwinista, y a menudo hace
de ello una bandera asegurando que la evolución es irrelevante, una mera depravación
moral, o que sólo es adecuada para especulaciones de café mientras se bebe una
cerveza al final de la jornada. Esta alergia a la evolución en las ciencias sociales y
cognitivas ha sido, en mi opinión, un obstáculo para el conocimiento. La mente es un
sistema exquisitamente organizado, capaz de llevar a cabo proezas notables que
ningún ingeniero ha logrado aún copiar. ¿Cómo puede ser que las fuerzas que dieron
forma a este sistema, y los propósitos a los que responde su diseño, sean irrelevantes
para su comprensión? El pensamiento evolucionista es imprescindible, aunque no en
la forma que muchos piensan —cuando sueñan, por ejemplo, en eslabones perdidos o
cuentan historias sobre las etapas del Hombre—, sino en la forma de una meticulosa
ingeniería inversa. Sin ella somos como el cantante de «The Marvelous Toy» de Tom
Paxton, que recuerda viejas historias de su pasada infancia: «Cuando se movía se
convertía en zip y en pop, cuando se paraba, y en whirrr, cuando se mantenía de pie;
nunca supe qué era y creo que nunca lo sabré».
El desafío darwinista ha llegado a ser aceptado tan sólo en los últimos años,
dando lugar a un nuevo enfoque al cual el antropólogo John Tooby y la psicóloga
Leda Cosmides dieron el nombre de «psicología evolutiva»[25]. La psicología
evolutiva conjuga dos revoluciones científicas: la psicología cognitiva de las décadas
de 1950 y 1960, que explica los mecanismos del pensamiento y la emoción en
términos de información y computación, y la revolución propia de la biología
evolutiva de las décadas de 1960 y 1970, que explica el complejo diseño adaptativo
de los seres vivos en términos de selección entre replicantes[26]. Unir ambas ideas
constituye una combinación muy potente. La ciencia cognitiva nos ayuda a
comprender cómo es posible la mente y de qué clase es la que tenemos. La biología
evolutiva nos ayuda a comprender por qué tenemos la clase de mente que tenemos.
La psicología evolutiva de este libro es, en cierto sentido, un desarrollo directo de
la biología al centrarse en un órgano, la mente, de una especie, el Homo sapiens. Pero
en otro sentido es una teoría radical que descarta el modo en que se han formulado
durante más de un siglo las cuestiones relacionadas con la mente. Las premisas que
sustentan este libro tal vez no sean las que el lector cree. Pensar es computar, pero
ello no significa que el ordenador sea la metáfora más idónea para la mente. Es más
apropiado decir que es un conjunto de módulos, aunque no se trate de cajas
encapsuladas o especímenes circunscritos en la superficie del cerebro. La
organización de nuestros módulos mentales proviene de nuestro programa genético,
pero ello no significa que exista un gen responsable de cada rasgo o que el
aprendizaje sea menos importante de lo que solemos pensar. La mente es una
adaptación diseñada por la selección natural, aunque con ello no se quiere significar
que todo cuanto pensamos, sentimos y hacemos sea adapta-tivo desde un punto de
vista biológico. Evolucionamos a partir de los simios, pero ello no significa que
tengamos la misma mente que los monos. Además, la finalidad última de la selección
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natural es propagar los genes, aunque ello no significa que la meta final de los
humanos se limite a propagar genes. Si me permiten, les mostraré a continuación la
razón de por qué no es así.
Este libro trata del cerebro, pero no se hablará mucho de neuronas, hormonas y
neurotransmisores, porque la mente no es el cerebro, sino lo que el cerebro hace,
aunque tampoco es cualquiera de las cosas que hace, como por ejemplo, metabolizar
grasas y desprender calor. Si la década de 1990 ha sido denominada la Década del
Cerebro —y es preciso recordar que no hay una Década, por ejemplo del Páncreas—
es porque la condición especial del cerebro se debe a una cosa muy especial que el
cerebro hace y que nos permite ver, pensar, sentir, elegir y actuar. Este algo especial
es el procesar información o computación[27].
La información y la computación residen en modelos de datos y en relaciones
lógicas que son independientes del medio físico que las transporta. Cuando llamamos
por teléfono a nuestra madre que se halla en otra ciudad, el mensaje es el mismo que
si saliera directamente de nuestros labios a sus oídos, aunque cambie físicamente de
forma, pasando de ser vibración que reverbera en el aire a electricidad en un cable,
carga eléctrica en silicio, luz oscilante en un cable de fibra óptica, ondas
electromagnéticas y, luego, vuelve pasando por lo mismo aunque en orden inverso.
En un sentido similar, el mensaje continúa siendo el mismo cuando ella lo repite a
nuestro padre, que está sentado en el otro extremo del diván, después de que haya
cambiado nuevamente de forma en el interior de su cabeza transformándose en una
cascada de actividad neuronal y en productos químicos que se difunden por las
sinapsis. Así mismo, un programa dado puede funcionar en ordenadores hechos con
válvulas electrónicas, conmutadores electromagnéticos y circuitos integrados, o con
palomas mensajeras bien adiestradas, y lleva a cabo las mismas cosas por idénticas
razones.
Esta nueva perspectiva fue expresada en primer lugar por el matemático Alan
Turing, los cibernéticos Alan Newell, Herbert Simón y Marvin Minsky, así como por
los filósofos Hilary Putnam y Jerry Fodor, y, en la actualidad, recibe el nombre de
teoría computacional de la mente[28]. Se trata de una de las grandes ideas de la
historia intelectual, ya que resuelve uno de los enigmas que constituyen el «problema
mente-cuerpo»: ¿de qué modo unir el mundo etéreo del significado y la intención
(acción intencional), la materia de la que está hecha nuestra vida mental, con un
enorme trozo de materia física como es el cerebro? Si nos preguntamos por qué tomó
Bill el autobús, no hay otra respuesta que ésta: porque quería visitar a su abuela y
sabía que el autobús le llevaría hasta allí, porque si detestara visitarla o si supiera que
la ruta del autobús había variado, su cuerpo no viajaría en este autobús. A lo largo de
milenios la unión entre el cuerpo y la mente ha sido una paradoja. Entidades como
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cualquier aspecto de la mente sea adaptativo. Desde los rasgos distintivos inferiores
como la lentitud y el ruido de las neuronas, hasta las actividades superiores como el
arte, la música, la religión y los sueños, con todo ello esperamos encontrar
actividades de la mente que no son adaptaciones en el sentido en el que, de ellas,
hablan los biólogos. Pero, en cambio, sí significa que nuestra comprensión del modo
en que la mente funciona quedará lamentablemente incompleta o será
categóricamente falsa a menos que encaje en nuestra comprensión de cómo la mente
evolucionó. A este tema dedicaré el resto del presente capítulo.
El programador ciego
Para empezar, ¿por qué evolucionó el cerebro? La respuesta se halla en el valor
de la información, para cuyo procesamiento ha sido diseñado el cerebro.
Cada vez que compramos un periódico, pagamos por la información. Los teóricos
de la economía experimental han explicado la razón por la que posiblemente lo
hacemos: la información confiere un beneficio por el cual vale la pena pagar. La vida
es una elección entre distintas jugadas. Al escoger una, se desvía a la derecha o a la
izquierda en la bifurcación del camino que supone la elección: seguir con Rick o vivir
con Víctor, sabiendo que ni una ni otra opción garantizan la fortuna o la felicidad; lo
mejor que cabe hacer es apostar. En lo esencial, cada decisión en la vida equivale a
elegir qué billete de lotería se compra. Digamos que un billete vale 1 dólar y tiene 1
contra 4 posibilidades de ganar 10 dólares. Por término medio, el apostante ganará
1,5 dólares por apuesta (10 dólares dividido por 4 es igual a 2,50 dólares, menos 1
dólar en concepto del coste que tiene el billete). El otro billete cuesta 1 dólar y tiene 1
contra 5 posibilidades de ganar 12 dólares. Por término medio, en este caso, el
apostante ganará 1,4 dólares por apuesta. Los dos tipos de billetes se presentan,
además, en cantidades iguales, y ninguno de los billetes presenta marcadas las
probabilidades o las ganancias previstas. ¿Cuánto deberíamos pagar a una tercera
persona para que nos dijera cuál es cuál? Deberíamos pagar 0,4 dólares. Sin
información, el apostante tendría que escoger al azar, y cabría esperar obtener una
ganancia media de 1,45 dólares. Si supiéramos cuál tenía la mejor rentabilidad media,
sacaríamos un promedio de 1,5 dólares por apuesta, de modo que si pagásemos los
0,4 dólares ganaríamos 0,1 dólares en cada una.
La mayoría de los organismos no compran billetes de lotería, pero todos escogen
entre opciones cada vez que sus cuerpos pueden moverse en más de un sentido. Tal
vez quisieran «pagar» por la información —en tejido, energía y tiempo— si el coste
fuera menor que el beneficio esperado en nutrientes, seguridad, oportunidades de
apareamiento y otros recursos, todo ello, finalmente valorado en el número esperado
Instinto e inteligencia
En muchos animales, ha evolucionado la circuitería neuronal compleja, aunque la
imagen común de los animales que se escalonan en los peldaños de la escala de la
inteligencia es errónea. La opinión común es que los animales inferiores tienen unos
pocos reflejos fijos, y que, en los superiores, los reflejos pueden asociarse con nuevos
estímulos (siguiendo el esquema de los experimentos de Pavlov) y que las respuestas
pueden asociarse con recompensas (siguiendo el esquema de Skinner). Según esta
opinión, la aptitud para asociar funciona mejor en los organismos más superiores, y
finalmente se libera de los impulsos corporales y los estímulos y respuestas físicos, y
asocian ideas directamente entre sí, proceso que alcanzaría su culminación en el
hombre. Con todo, la distribución de la inteligencia en los animales reales no se
asemeja en nada a esta imagen.
En el desierto tunecino vive una hormiga que sale de su nido, recorre cierta
distancia y luego vaga por la tórrida arena en busca del exoesqueleto de un insecto
que ha muerto a causa del calor. Cuando encuentra uno, arranca un trozo, regresa
describiendo una línea recta hacia el hormiguero, un agujero de un milímetro de
diámetro situado a medio centenar de metros de distancia. ¿Cómo encuentra el
camino de regreso? La navegación depende de la información que se recoge durante
el desplazamiento de ida, y no de percibir el hormiguero como si fuera un faro guía.
Si una mano tomara la hormiga y la levantara del suelo justo cuando sale del nido y la
depositara a cierta distancia, la hormiga daría vueltas describiendo círculos al azar.
En cambio, si la misma mano desplazara la hormiga después de que ésta encontrara la
comida, la hormiga seguiría una línea con un margen de desviación de uno o dos
grados en la dirección donde se halla el hormiguero con respecto al lugar de
abducción, y al rebasar ligeramente el punto donde el agujero debiera hallarse, daría
una rápida vuelta en forma de U y buscaría el hormiguero inexistente allí. Este hecho
muestra que la hormiga ha medido y almacenado de algún modo la dirección y la
distancia de regreso al hormiguero, una forma de navegación denominada integración
de trayectoria o navegación a estima[37].