(Tomado del libro “Historia de las Ideas Políticas” de Jean Touchard)
RESÚMEN. Napoleón detesta a los ideólogos porque el
Imperio es una época de acción, no de doctrina. Sus ideas son pragmáticas y considera a la religión como un soporte del orden social. Se preocupa por lo maravilloso, el gusto por el fasto y el aparato escénico. El imperio es una época de acción, no de doctrina. Napoleón detesta a los “ideólogos” y atribuye la responsabilidad de todas las desgracias sufridas por Francia a la ideología, “esa tendencia metafísica que, al buscar con sutileza las causas primeras, quiere fundar sobre esas bases la legislación de los pueblos, en lugar de adecuar las leyes al conocimiento del corazón humano y a las lecciones de historia”.
Napoleón nada tiene de doctrinario. Se expresa de la forma más
contradictoria –pero siempre la más oportuna– según los interlocutores, los lugares y los momentos. Unas veces denuncia los falsos principios del 1789, otros se presta como el heredero de la Revolución (“Hemos terminado la novela de la Revolución, hay que comenzar su historia”). En 4 de mayo de 1802 afirma en el Consejo de Estado: “En todos los países la fuerza cede a las cualidades civiles… Predije a los militares que tenían escrúpulos que el Gobierno militar nunca prendería en Francia, a menos que la nación fuera embrutecida por cincuenta años de ignorancia…”. Pero más tarde declara a Gourgaud: “En último análisis, para gobernar es preciso ser militar; no se gobierna más que con espuelas y botas…”
Las ideas políticas de Napoleón son eminentemente pragmáticas. Lo
mismo ocurre con las ideas religiosas. La religión es para Napoleón el soporte del orden social: “No veo en la religión el misterio de la Encarnación, sino el misterio del orden social”. Añade que la religión satisface nuestro “amor por lo maravilloso”, garantizándonos de esta forma charlatanes y hechiceros: “los sacerdotes valen más que todos los Cagliostro, los Kant y todos los soñadores de Alemania…”
Napoleón tiene, por tanto, la preocupación por lo maravilloso, el gusto
por el fasto y aparato escénico. Piensa que la imaginación gobierna al mundo. “El vicio de nuestras instituciones consiste en no tener nada que hable a la imaginación. Sólo mediante ella puede gobernarse al hombre; sin la imaginación, éste es un bruto”. La poesía, el sentido de la epopeya se combina con el oportunismo. Y Napoleón, en Santa Elena, forja ya su leyenda.