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PROBLEMAS DE LA ANORMALIDAD INFANTIL

EN LA PSICOLOGÍA Y LA PSICOTERAPIA.[1]
Marcela Borinsky y Ana María Talak

Proyecto UBACyT: “La psicología y el psicoanálisis en la Argentina: disciplina, tramas


intelectuales, representaciones sociales y prácticas”, dirigido por Hugo M. Vezzetti,
Código P042. Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA.

Trabajo provisorio para su discusión en el Ateneo del 13 de septiembre de 2005.

En la Argentina la anormalidad infantil ha sido abordada desde diferentes disciplinas de


saber y prácticas profesionales. En el siglo XIX, la psiquiatría y la educación fueron las
primeras en ocuparse de niños con distintos tipos de anormalidades, y luego en el siglo
XX, se sumaron la criminología, la psicología y el psicoanálisis. En este trabajo, nos
interesa indagar más específicamente los planteos en torno a la anormalidad infantil
privilegiando los cruces disciplinares entre educación, psicología y clínica. Tomaremos
como base los problemas en torno a la anormalidad infantil planteados a partir de
dificultades de aprendizaje, que demandaron abordajes desde la psicología y la clínica
psicoterapéutica o psicoanalítica.

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX no estaba aún establecida una
especificidad en la patología psíquica de la infancia, diferente a la del adulto. Por un
lado, encontramos en la segunda mitad del siglo XIX las primeras instituciones que se
ocuparon de la educación de discapacitados sensoriales (visuales y auditivos). En 1857
se abrió la primera escuela para sordos, la “Sociedad Filantrópica Regeneración”, por
iniciativa del maestro alemán Carlos Keil. En la década de 1880, se creó el Instituto
Nacional de Sordomudos, y en 1887, el pedagogo español Juan Lorenzo y González
comenzó a educar a un grupo de niños ciegos del Asilo de Huérfanos. Por otro lado, las
tesis sobre anormalidad infantil presentadas en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires en este período fueron pocas y se referían a la locura en la
infancia utilizando las mismas categorías desde las que se pensaba la psicopatología de
los adultos[2].

En las primeras décadas del siglo XX en Argentina, comenzaron a abordarse más


explícitamente dos tipos de problemas en relación a la anormalidad infantil: los
problemas de aprendizaje y los problemas de indisciplina. Los problemas de
aprendizaje se vinculaban fundamentalmente a cuestiones de orden intelectual. Las
figuras de los niños idiotas, retardados y débiles se asociaban a los déficit intelectuales.
Comenzó a plantearse la necesidad de diseñar e implementar un diagnóstico adecuado
para decidir las condiciones diferenciales de “educabilidad”. El estudio de estas
intervenciones se relaciona con el desarrollo de la psicometría y la historia de los tests
mentales, por un lado, y con la historia de la educación, por el otro.

Los problemas de indisciplina, en cambio, se asociaron a patologías diferentes, que


afectaban el carácter y los afectos. La delincuencia infantil y juvenil eran vistas como
producto de este mismo tipo de patología. Así, el niño indisciplinado y el niño
delincuente eran vistos como portadores de patologías porque sus conductas se
desviaban de la norma de adaptación, en el ambiente escolar uno, y en el ámbito social y
de las leyes jurídicas el otro. El estudio histórico de estos problemas se vincula, como
veremos, tanto con la historia de la educación y la historia de la delincuencia y la
criminología, como con la historia de las psicoterapias y el psicoanálisis en la
Argentina.

Consideramos que en el cruce de ambos dominios, el de los problemas de aprendizaje y


el de la delincuencia, y en el cruce de dos disciplinas que se venían desarrollando
previamente, la neuropsiquiatría y la psicología, se conformó la psiquiatría infantil, la
cual definió un nuevo objeto de intervención, la enfermedad psíquica infantil.

Los problemas en torno a la anormalidad infantil se plantearon ante todo como


problemas de carácter práctico: requerían y promovían la producción de conocimiento
específico para la identificación de sus causas pero también, y fundamentalmente, para
intervenir adecuadamente, según los criterios de normalización presentes en la sociedad.
Consideramos que, durante la primera mitad del siglo XX, se desarrollaron dos grandes
líneas de abordaje de estos problemas: 1) una línea, que llamaremos "intervención
psicopedagógica", articuló los aportes de la psicología al campo educativo; 2) otra línea,
que llamaremos "intervención clínica", articuló la psicología con otras formas de
intervención "psi", tales como la psiquiatría, la psicoterapia y el psicoanálisis. Si bien
sus orientaciones fueron diferentes y suponen cruces disciplinares específicos, nos
interesa mostrar cómo se vincularon ambos abordajes.

En la primera mitad del siglo XX, hemos detectado, a grandes rasgos, dos
formas básicas de articulación de las conceptualizaciones y las intervenciones en los
problemas de anormalidad infantil.

1) Un primer modelo, que fue el más tempranamente desarrollado, tomó como punto de
partida, la lógica del déficit en base al supuesto de un “retardo del desarrollo”. Se
postulaba que había diferentes grados de retardo, y en función de esos grados se definía
el tipo de intervención que, en algunos casos, era psicopedagógica y se llevaba a cabo
en la escuela o instituciones educativas especiales, y en otros casos era médico-
pedagógica y se desarrollaba en el hospicio o en ámbitos específicos asociados al
dispositivo asilar.

2) Un segundo modelo, en el que el psicoanálisis llegó a ocupar un lugar decisivo, ponía


la noción de conflicto afectivo en primer lugar, estableciendo así un reordenamiento de
las variables en juego. Los problemas de aprendizaje y los de indisciplina dejaron de ser
problemas en sí mismos para convertirse en “síntomas” de un desorden que se ubicaba
en otro lugar, ya no en la esfera intelectual ni en el de la conducta sino en un terreno
más “profundo” que determinaba tanto el aprendizaje como el comportamiento.

Estos dos modelos, que involucraron tanto saberes como formas de intervención
sobre los niños, no se dieron necesariamente uno después del otro; hubo períodos de
convivencia de modelos, ya que la aparición de un nuevo modo de abordaje no fue
simultáneo a la desaparición del anterior. Sin embargo, veremos que históricamente,
surgieron en diferentes momentos.

Psicología y educación: la "intervención psicopedagógica".

El anormal leve, el idiota y el débil.


A fines del siglo XIX y en los comienzos del siglo XX, en Europa y en Estados Unidos,
comenzaron a implementarse diversos dispositivos para identificar niños que no podían
responder a las exigencias de las escuelas públicas, a la vez que se planteaba qué
intervenciones educativas alternativas podían idearse para educar a estos niños[3].
Dentro de estos dispositivos de examen y clasificación, los tests psicológicos y
psiquiátricos ocuparon el lugar principal. Esta tecnología de examen y clasificación
psicológica supuso una interrelación entre prácticas y saberes que se condicionaron
mutuamente, a la vez que contribuyó a la definición de un campo de especialización de
saberes y roles del "experto", que logró reconocimiento y legitimación dentro de la
división del trabajo intelectual académico, pero también en un público social más
amplio.

Los llamados "tests psicopedagógicos" y los "tests mentales" (especialmente los de


inteligencia), los tests psicofisiológicos (basados en los desarrollos de la psicología
experimental) y los tests psiquiátricos (exámenes clínicos fundados en teorías de la
psiquiatría infantil) conformaron tecnologías específicas que definieron niños normales
y anormales, niños débiles, falsos anormales, etc., a la vez que participaron en el
desarrollo de la subjetividad de estos mismos niños al fundar prácticas de intervención
preventivas, correctoras o regeneradoras, o bien anulando la posibilidad de prácticas
modificadoras.

En este contexto, el término “anormal” se refería fundamentalmente “a todo lo que se


separa manifiestamente de la cifra media para constituir una anomalía” [4]. La media
estadística definía la “normalidad”. Y la media estadística era determinada en la escuela.
Así el ambiente escolar aparecía como un ámbito natural, que se tomaba como
parámetro del desarrollo del ser humano.

... respecto de los niños anormales, dicen Binet y Simon, aquellos cuyo rasgo común es
la incapacidad, por razones de organización física e intelectual, para aprovechar los
métodos ordinarios de instrucción y educación usuales en las escuelas públicas”[5] ... “y
yo añadiré que son aquellos de los que ordinariamente se dice que “no son como los
demás”, aquellos cuya inteligencia es inferior a la de los niños de su edad...[6]

¿A qué se llama niño anormal? Antes debiéramos precisar cual es el tipo medio normal.
Aun esto es difícil: no podemos tomarle aislado, debemos considerarle en relación con
los de su edad, y haremos presente desde ahora que es la escuela la piedra de toque para
distinguirlos”. “El normal ocupará como la virtud el justo medio: no será el lujo que
ostentará un maestro poco pedagogo sin darse cuenta de la mayoría, pero sí será un niño
suficientemente despierto para su edad, asiduo en sus deberes, respetuoso y
disciplinado. Del punto de vista físico: bien desarrollado, sin tocar el gigantismo,
nutrido y sin estigmas notables. En cambio, el anormal es un demente, idiota, imbécil,
en sus grados mayores, o es simplemente un débil, un ciego o sordomudo, un
retardado[7].

En las primeras décadas del siglo XX, la búsqueda del parámetro del niño normal en la
escuela pública era acorde con la concepción de la misma como un “laboratorio de
psicología experimental”, para una psicología evolutiva y una psicopedagogía, que
veían como neutral el ambiente escolar, y por consiguiente, pasible de ser usado en el
control y modificación de variables[8].
En la escuela, una cuestión fundamental residía en diferenciar dentro de la categoría
misma de anormalidad, la anormalidad leve, pasible de educación, de la anormalidad
severa, "no mejorable". Por esta misma razón, los escritos sobre psicología de los niños
anormales se interesaban en general por la situación de los anormales leves, ya que los
anormales más graves sólo podían recibir un tratamiento médico.

El psiquiatra austríaco Leo Kanner[9], señala en la introducción de su clásico tratado de


Psiquiatría Infantil, cómo el siglo XIX colocó los cimientos de la pediatría y de la
naturalización de la psicología pero hubo que esperar hasta el siglo XX para que el
crecimiento del niño se convirtiera en uno de los campos más fructíferos del progreso
del conocimiento. “Al despuntar el siglo XX no había –ni podía haberlo- nadie que
pudiera ser considerado, en ningún sentido como psiquiatra de la niñez”.[10]

Kanner introduce una breve presentación histórica acerca de la psiquiatría infantil en la


que destaca cuatro momentos claramente diferenciados que se corresponden con las
primeras décadas del siglo XX con un proceso que iría desde la “preocupación teórica”
por los niños en el primer decenio hasta el trabajo “en unión con los niños” que se
llevaría a cabo en la década del ’40.

El psiquiatra español Julián de Ajuriaguerra en su Manual de Psiquiatría Infantil


coincide con las apreciaciones de Kanner y señala como los precursores de los
psiquiatras infantiles a los educadores y pedagogos, los cuales se ocuparon de la
reeducación de las deficiencias sensoriales y el atraso mental. Desde su perspectiva,
fueron el educador Seguin y el psiquiatra Esquirol quienes conformaron el “primer
equipo médico psicopedagógico” y ubica recién con Bourneville la creación del primer
centro médico-pedagógico reservado exclusivamente para retrasados mentales.[11].

En Argentina, encontramos el primer antecedente de estas características en El Asilo


Colonia Regional Mixto de Torres que fue inaugurado en 1915 y a partir de 1916
comenzó a darse un "tratamiento médico pedagógico" a casi el 30% de los asilados, que
eran los clasificados como "idiotas" que habían sido trasladados del Hospicio de las
Mercedes, en donde ya desde 1899 se había implementado también una forma de
intervención pedagógica con un grupo pequeño de los internados (menos del 10 %)[12].

Sin embargo, según las distintas fuentes consultadas, fue la llegada al país del psiquiatra
italiano Lanfranco Ciampi la que dio un fuerte impulso al desarrollo de la disciplina al
crear la “primera cátedra de Psiquiatría Infantil del mundo”[13] y al mismo tiempo, de
espacios para la internación y tratamiento de los “anormales graves”, para los cuales
hasta el momento no había un lugar específico ni en las instituciones académicas ni en
el ámbito asilar.

En 1922, Lanfranco Ciampi, discipulo de Sante de Santis, fue contratado por Agudo
Avila para crear y dirigir una escuela para niños “retardados” en la ciudad de Rosario

Lanfranco Ciampi organizó la cátedra de Neuropsiquiatría Infantil en la Facultad de


Ciencias Médicas de Rosario en 1922, la Escuela para Niños Retardados y la Clínica de
Neuropsiquiatría con un servicio de semi-internación o internación diurna. La Escuela
se trasladó en 1925 al Hospicio de Alienados, creado en Rosario el año anterior. En
1927 Ciampi fue nombrado director del Hospicio y en 1930 fundó la filial rosarina de la
Liga de Higiene Mental[14].
La propuesta de Ciampi se enmarcó por un lado, en la tradición clásica de la psiquiatría
infantil, organizada alrededor de la categoría de idiocia. Sobre esta base, estableció un
modelo de abordaje médico-pedagógico. Por otro lado, siguió la enseñanza de su
maestro Sante de Sanctis, quien había descripto un diagnóstico para la psicosis infantil,
la demencia precocísima, análoga a la demencia precoz de Kraepelin. Si bien fue una
categoría luego discutida y poco utilizada por sus contemporáneos, constituyó uno de
las primeros intentos de individualizar estados psicóticos específicos de la infancia[15].

Para Ciampi las enfermedades mentales que se desarrollan en la edad evolutiva tienen
su especifidad clínica diferente a la de los adultos. En este sentido, citando a De Santis
sostenía que “el niño no es un adulto pequeño y por consiguiente su psiquiatría no
puede ser una psiquiatría pequeña. El niño tiene su personalidad particular y por ende
una psiquiatría específica”[16]

Sin embargo, estas ideas no se vieron claramente en las prácticas, ya el modelo de


tratamiento aplicado por Ciampi fue notoriamente influido por el abordaje médico-
pedagógico establecido por la psiquiatría asilar francesa durante el siglo XIX. Se trató
más bien de un intento de articulación entre dos instituciones de saber con
características muy diferentes: el hospicio y la escuela. Por eso la Escuela para niños
retardados ocupó un lugar central en el dispositivo terapéutico organizado por Ciampi y
el personal que se ocupaba de la atención de estos niños eran médicos y maestras
especialmente preparados para tal fin[17]

La terapéutica implementada era pensada como una “ortopedia mental” o una


“psicopedagogía enmendativa” y los procedimientos utilizados iban desde la ortofonía o
reeducación del lenguaje hasta el logro de la templanza del carácter y de la voluntad por
medio del trabajo físico, actividades de laborterapia (encuadernación, cestería, tejido,
etc) sumados al influjo moral de la autoridad del médico sobre el “enfermito”.[18]

Ciampi se presentaba a sí mismo como un reformador de la “vieja psiquiatría asilar”


centrada en el individuo, y se identificaba con el rol del psiquiatra como agente de
intervención social, más preocupado por la prevención que por la enfermedad. En este
sentido, el elemento que definía, según su opinión, la nueva psiquiatría dinámica en
oposición a la psiquiatría del viejo manicomio era la higiene mental porque se “propone
luchar contra todos los factores exógenos de las enfermedades mentales”.[19]

Sin embargo, y a diferencia de lo que sucedía contemporáneamente en Estados Unidos


donde la higiene mental había asumido una posición crítica contra la institución asilar,
esta defensa de la “nueva psiquiatría” en Argentina se realizaba desde las mismas
prácticas de la psiquiatría asilar. Como prueban investigaciones sobre el movimiento de
la higiene mental en Argentina[20], Gonzalo Bosch en Buenos Aires compartía estas
ideas de Ciampi. Fundador y director de la Liga Argentina de Higiene Mental[21],
Gonzalo Bosch era al mismo tiempo Director del Hospicio Nacional (hoy “Hospital
José T. Borda”). La Liga abrió consultorios externos tanto en su sede social como en el
hospicio mismo.

Psicología, clínica y educación: la "intervención clínica".

Telma Reca y la higiene mental infantil


En la primeras décadas del siglo XX se desarrolló en Estados Unidos una nueva
modalidad de intervención institucional para niños con dificultades. En la búsqueda de
alternativas para tratar los problemas de la conducta antisocial en los niños, que en
muchos casos llevaban a la delincuencia, se crearon las Child Guidance Clinics, las
cuales rápidamente recibieron un apoyo económico importante por parte de fundaciones
privadas. El propósito que orientaba a estas clínicas era la convicción de que la
conducta antisocial podía ser abordada por medios psiquiátrico-psicológicos[22].

Aunque su surgimiento es anterior, consideramos que la historia de estas clínicas se


entronca con el tercer período descripto por Kanner en su historia de la psiquiatría
infantil (ubicado en la década de 1930), caracterizado por la novedad de que se
comenzó a trabajar con “los problemas cotidianos del niño común”, y ya no sólo con los
del niño enfermo.

A diferencia de los Servicios para Niños Idiotas en los Hospicios durante el siglo XIX,
estas clínicas privilegiaban la prevención y el abordaje de la delincuencia desde un
modelo de tratamiento que integraba de manera novedosa a la psiquiatría, la psicología
y la asistencia social.

Las clínicas de orientación infantil surgen en Estados Unidos en el contexto de los


debates sobre la psiquiatría asilar promovidos por el movimiento de la higiene mental.
El propósito que animó el desarrollo de estas clínicas –que se extendieron con rapidez a
lo largo de todo el país en la década del ’30- fue la detección temprana de signos de
inadaptación en los niños, basado en la creencia de que el diagnóstico precoz ayudaría a
resolver problemas sociales críticos como el de la delincuencia.

Este proyecto se sostenía en la confianza en que ciencia –y la medicina- contaban con


herramientas para intervenir positivamente sobre el curso de los problemas sociales así
como también, en la confianza en la capacidad de cambio de los niños apoyada en una
lectura ambientalista de la conducta infantil. De este modo, las clínicas nacen de una
alianza precaria entre la ideología reformista de quienes hacen posible su existencia y
una interpretación psicodinámica de la conducta que, como leit motiv general- anima la
tarea de quienes trabajan en ellas.[23]

Por esta vía, entonces, los “niños comunes” comienzan a ser objeto de intervención
psiquiátrica en el contexto de una especialización jurídica y social que buscaba
metodologías propias para intervenir sobre la criminalidad infantil.

Por eso en la historia contemporánea de la psiquiatría infantil norteamericana se


propone el comienzo de la disciplina en ese país con el establecimiento en 1899 de la
Primera Corte Juvenil en Chicago. Un grupo de mujeres comprometidas con el
problema y preocupadas por entender el origen, la prevención y el tratamiento de la
delincuencia crearon en 1909 el Instituto Psicopático Juvenil y contrataron al médico
neurólogo Willian Healy para que lo dirigiera..

De este modo, la psiquiatría infantil en Estados Unidos estableció sus raíces primero en
la comunidad antes que en las facultades de medicina y sus principales impulsores
fueron más bien maestros, jueces, trabajadores sociales y cientistas sociales más que
médicos.[24]
El proceso que se dio en la Argentina tuvo características diferentes porque,
más allá de la voluntad de algunos impulsores de las Clínicas de Orientación Infantil,
éstas no llegaron a establecerse al tiempo que, fueron los médicos y en particular, la
Dra. Telma Reca quienes apostaron al desarrollo de un modelo de abordaje de los
trastornos infantiles de niños que ponía el acento en la prevención y en el tratamiento de
los factores externos –familia, escuela y medio ambiente en general.

El interés original de la Dra. Telma Reca también fue la delincuencia infantil.


Su tesis de Doctorado en Medicina presentada en 1932 fue precisamente sobre este tema
y en ella expone los resultados de su viaje de estudios en el Vassar College de New
York, becada por el Instituto Cultural Argentino Norteamericano. Su padrino de tesis
fue el Dr. Nerio Rojas, en aquel entonces Prof. Titular de la Cátedra de Medicina Legal,
y en la tesis están presentes muchas de las ideas en aquel momento en boga en los
Estados Unidos sobre la delincuencia infantil, conjuntamente con una interpretación
crítica de estos temas y un esbozo de un plan de trabajo para el tratamiento y prevención
de la delincuencia en la Argentina.[25] En 1934 comenzó a trabajar en un consultorio
que se llamó de Higiene Mental en el Hospital de Clínicas dependiente de la Cátedra de
Pediatría del Prof. Mamerto Acuña.

Un análisis comparativo entre la Argentina y Estados Unidos revela


diferencias significativas En el año 1934 ya funcionaban en Norteamérica, Clínicas de
Orientación Infantil en más de quince estados coordinadas por una dirección
especializada que a su vez, promovía la fundación de clínicas en otros estados a través
de la transmisión de conocimiento experto y colaborando en la selección de los
profesionales más idóneos[26]. El apoyo económico y financiero de organizaciones
filantrópicas no gubernamentales –entre ellas la más importante fue la Commonwealth
Fund- jugó un rol crucial en la expansión y desarrollo de este programa.

Paralelamente en Buenos Aires, el proyecto de la Dra. Telma Reca no dejaba de ser una
iniciativa de carácter más bien personal que contaba con el apoyo de algunos colegas
médicos y una dependencia formal de la Cátedra de Pediatría. Vale la pena destacar
como este modesto consultorio, símbolo del proceso de modernización de la asistencia
psiquiátrica de la infancia en la Argentina, surge como una especialización de la
pediatría y no de la psiquiatría.

Según refiere, retrospectivamente, la Dra Reca para dar cuenta de este momento
fundador:

“Mal deslindados estaban todavía en nuestro ambiente los problemas de psicopatología


de la infancia, y no ampliamente difundidos los procedimientos propios de la clínica
psiquiátrica infantil y los alcances e indicaciones de la psicoterapia. La mayoría de los
enfermos dirigidos al consultorio en su comienzo fueron casos de neuropsiquiatría:
idiotas, imbéciles, graves enfermos neurológicos”[27]

Durante los primeros años de existencia del consultorio no se realizaba psicoterapia y,


en general el tratamiento, se limitaba a las indicaciones de orden médico, cuando esto
era necesario sobre todo en el caso de los niños “débiles”, y a los consejos relativos a la
educación y a la organización de la vida del niño.[28]
A principios de la década del ’40, el escenario se modificó y, con el apoyo del Dr.
Garraham –Profesor Titular de la Cátedra de Pediatría- se llevaron a cabo mejoras en el
espacio físico y se consiguieron nuevos recursos.. El consultorio cambió su nombre por
el de Centro de Psiquiatría y Psicología Infantil y, este pasaje de la higiene mental
infantil a la psicología y psiquiatría da cuenta también de un cambio de orientación en
los tratamientos que va de los “consejos a padres” a la psicoterapia. A su vez, en 1942 la
Dra. Reca volvió a viajar a Estados Unidos para retomar la vinculación con las Clínicas
de Orientación Infantil e interiorizarse en las modalidades de enseñanza de la psiquiatría
infantil en ese país.

El análisis de los casos clínicos descriptos por la Dra. Telma Reca desde la
fundación del Consultorio de Higiene Mental en 1934 hasta la década del ’50, nos
muestran con claridad el proceso de transición entre los dos modelos de abordaje de la
patología psíquica infantil descriptos anteriormente.

Por un lado, en la descripción de los casos, entre las variables utilizadas encontramos
junto a Condiciones Psíquicas y Ambiente Familiar, los Factores Hereditarios y el
Estado Físico. Si bien, el rubro Factores Hereditarios en general no se completa, las
intervenciones abarcaban desde “tratamiento físico” (por ej. Indicaciones sobre
alimentación, consulta a un especialista en garganta, odontólogo, etc), “tratamiento
escolar” (intervenciones en la escuela, propuestas de cambio, etc), “tratamientos
sociales” (propuestas de cambios en las condiciones de vida) consejos a los padres y en
algunos casos “tratamiento psiquiátrico directo”, es decir psicoterapia, que podía estar
dirigido al niño, a su madre o a ambos.

Telma Reca distinguía en 1944 tres tipos de niño “problema” en función de tres grupos
de síntomas: los trastornos y variaciones en el rendimiento escolar, los trastornos que
afectan la esfera de la conducta y de las relaciones sociales y los trastornos en el estado
de salud (física y psíquica)

Con respecto a las causas, diferenciaba entre condiciones del medio social y/o del medio
escolar y los factores individuales “intrínsecos” En este rubro incluía las nociones
clásicas de “debilidad” fisica, la “deficiencia mental” y el “retardo en la maduración
nerviosa”. De este modo, vemos como, la Dra Telma Reca fue una de las primeras
introductoras del tratamiento psicoterapéutico en niños basada en una lectura
norteamericana del freudismo, y al mismo tiempo, en su análisis de las dificultades
infantiles su perspectiva está todavía influida por las nociones clásicas de retardo y
deficit.

Sin embargo, en lo referido a la cuestión de la anormalidad infantil, ella cuestionaba la


idea de un criterio absoluto de normalidad al ponerlo en relación con los “estándares”
del grupo social en el que el niño está inserto haciendo depender la normalidad de las
normas y de las valoraciones sociales. La normalidad se transforma entonces en un
problema de adaptación del niño a su medio y las condiciones que definen esta
adaptación son variables.

Desde esta perspectiva, la Dra. Reca desarrollaba tres criterios de normalidad: el


escolástico (apreciación de la escuela y los maestros), el social y el “psicobiológico”.
Telma Reca discutía la noción de “anormalidad de carácter” porque presuponía una
causalidad “endógena” y por lo tanto inmodificable. Proponía, en cambio la noción de
“personalidad” y de “desviaciones de la personalidad” con el objeto de correr el eje de
análisis de los factores internos a los factores externos que determinan la patología
infantil y entendiendo a la conducta del niño como “reaccional” a su ambiente. . .

Volviendo a la distinción entre los tres criterios de normalidad, Telma Reca planteaba
una oposición entre el criterio escolar y el criterio psicobiológico. Si para la escuela y
los maestros, los trastornos en la esfera de la conducta y del rendimiento escolar eran
los más precoupantes, en cambio para los “psicólogos y psiquiatras”, los síntomas que
agrupaba en la esfera de los desórdenes de la relación físico-psíquica eran considerados
como los más graves.

Estos síntomas incluían “la tendencia al aislamiento, la falta de contacto con el grupo
infantil, el humor deprimido, la indiferencia, la ensoñación y ‘distracción’ excesivas”

Desde este punto de vista, “es normal el niño que, amén de tener una situación escolar y
social aceptables, goza en general de buena salud, es alegre y activo; hace fente a las
dificultades, no pretende eludirlas, no emplea subterfugios para evitarlas, ni padece
enfermedad cuando ellas se presentan o superan a su fuerza y aptitudes para vencerlas;
tiene iniciativa, pero es capaz de ajustarla a las condiciones y exigencias de la realidad;
no es total o excesivamente dependiente del cuidado o la atención de padres y maestros;
si sufre un contraste, se rehace y responde en forma constructiva a estímulos adecuados;
tiene afectos a compañeros y maestros, pero sabe repeler una agresión, si es víctima de
ella” [29]

Siguiendo este criterio de normalidad, se destaca la capacidad para responder autónoma


y positivamente a las “exigencias de la realidad”. Por lo tanto, el síntoma que se
revelaba como más preocupante en un niño era la ausencia de respuesta (retraimiento,
“distracción excesiva”, aislamiento, etc) o la respuesta interpretada como “huida” frente
a la realidad (síntomas del sistema nervioso vegetativo: diarreas, vómitos recurrentes,
entre otros)

De este modo, los trastornos de conducta o “antisociales” son leídos como un intento de
“solución positiva de los problemas del sujeto” y si bien, podían convertirse en un
obstáculo importante para el normal funcionamiento del aula darían cuenta de una
actividad por parte del niño que no se encontraría en las “desviaciones de la
personalidad” más profundas.

Podemos ver entonces, como en la década del ’40, la Dra. Telma Reca combinaba los
dos tipos de modelos de abordaje de la patología psíquica infantil que habíamos
mencionado, el modelo psicopedagógico y el modelo clínico.

Por un lado, promueve el desarrollo de estrategias que iban desde la creación de


establecimientos educativos especiales hasta la existencia de “clases diferenciales” en la
misma escuela para atender los requerimientos de “los niños con particularidades
anormales”, conjunto que abarcaba a los niños con deficit de la inteligencia, los que
padecían anormalidad sensoriales o de la palabra y aquellos niños que, por razones de
“origen exógeno”, se hallaban en “condiciones de inferioridad”[30] Al mismo tiempo,
sostiene la necesidad de contar con Consejeros Escolares en cada escuela para realizar
el diagnóstico y seguimiento de los niños que evidenciaban problemas de conducta y/o
aprendizaje y asesorar a los padres y educadores acerca del mejor abordaje de estos
niños.

Por otro lado, en la línea de una intervención de carácter “clínico” sostenía el modelo de
las Clínicas de Orientación Infantil norteamericanas donde trabajaban de manera
conjunta psiquiatras, psicológos y asistentes sociales. Desde su punto de vista, la tarea
de estas clínicas era psicológica en términos de diagnóstico y tratamiento (psicoterapia)
pero también era claramente educativa porque se proponía formar a padres y maestros
en pos de un mejoramiento de la salud mental de la población.

“Es su manifiesto propósito (de las Child Guidance Clinics) de atraer a sus pacientes lo
más temprano posible, cuando sus trastornos son muy leves, y, todavía más, de ejercer
en el medio social una acción educativa de tal tipo que aumente la capacidad de los
padres para comprender y educar a sus hijos, y haga conocer a autoridades e
instituciones las necesidades de desarrollo y salud del niño”[31]

Los psicoanalistas argentinos y los niños: de las intervenciones educativas


“ambientalistas” al conflicto neurótico.

Paralelamente al desarrollo del Centro de Psicología y Psiquiatría de la Dra. Telma


Reca, los primeros psicoanalistas argentinos que en la década del ’40 se ocuparon de la
infancia lo hicieron desde los Consultorios de La Liga de Higiene Mental pero
fundamentalmente en el ámbito hospitalario, lugar natural del trabajo del pediatra como
en el caso de Rascovsky y en el hospicio, para el caso del psiquiatra Pichón Riviére. Ya
veremos luego como esta temprana relación con la medicina y la inserción en la práctica
hospitalaria permiten delimitar un espacio diferente de trabajo, el de la medicina
psicosomática que funcionará como un terreno sumamente fértil para la implementación
y desarrollo futuro del psicoanálisis local.

Si hacemos un análisis de las primeras investigaciones clínicas que llevaron adelante los
fundadores de la APA con respecto a la infancia, nos encontramos con una convicción
similar a la que sostenía contemporáneamente Telma Reca. Ambos grupos partían del
supuesto común de que podían influir sobre la familia de los niños, modificar conductas
y actitudes para mejorar la vida de los pequeños y prevenir patologías futuras.

De un modo parecido al de Telma Reca, estos psicoanalistas estaban claramente


influenciados por el psicoanálisis norteamericano pero, en contraste con los objetivos
higienistas en sentido amplio que guiaban la acción de Reca porque para ella su ámbito
de acción no se circunscribía al consultorio, sino que se abría a la familia, la escuela y la
sociedad en su conjunto; los intereses de este grupo eran más modestos y se
concentraban en la familia de los pacientes -sobre todo en las madres- a partir de la
influencia de la Escuela de Chicago y su enfoque de las enfermedades psicosomáticas.

No disponemos de espacio aquí para entrar en el detalle de las investigaciones llevadas


a cabo por el Dr. Rascovsky –uno de los miembros fundadores de la Asociación
Psicoanalítica Argentina- y su equipo en el Hospital de Niños de la Ciudad de Buenos
Aires sobre niños epilépticos y adiposos genitales. Sin embargo, nos interesa destacar
como a partir de las emociones y los afectos comienza a definirse una nueva modalidad
de lectura de la patología infantil que se mostraría más permeable al abordaje
psicológico en contraposición al determinismo de la teorías constitucionales de la
enfermedad.

En esta misma línea de pensamiento, Pichón Riviére –otro de los fundadores de la


Asociación Psicoanalítica Argentina- proponía una nueva categoría diagnóstica para los
trastornos mentales en la infancia: la oligotomía. La preocupación de Pichón Riviére,
según él mismo lo relata, era el de iluminar una zona obscura que unificaba todos los
trastornos infantiles en un mismo grupo, el de los “sordomudos, mudos y
oligofrénicos”,

Siguiendo las teorizaciones del psiquiatra norteamericano Leo Kanner sobre el “autismo
precoz infantil” y las investigaciones del psicoanalista vienés radicado en Estados
Unidos, René Spitz, acerca de las privaciones afectivas y su impacto negativo sobre el
desarrollo normal del niño, Pichon Riviere discriminaba la oligotimia o pseudodebilidad
de la oligofrenia.

Definía a la oligotimia como una debilidad afectiva en oposición a la oligofrenia,


debilidad de carácter estructural y congénita. Este nuevo sindrome, que seguiría
genéticamente al autismo de Kanner, estaría motivado por trastornos del desarrollo a
diferencia de la debilidad que obedecía a causas estructurales y de este modo,
difícilmente modificables.

Vemos entonces como el problema que intentaban resolver, tanto Pichon Riviére en el
Hospicio como Telma Reca desde el Centro de Psiquiatría y Psicología Infantil, era el
mismo y que podríamos resumir en la siguiente pregunta: cómo redefinir el campo de la
patología infantil que se presenta indiferenciado y fuertemente concentrado alrededor de
la noción de deficit.

El problema que se planteaba era el de la intervención terapéutica con este tipo de


pacientes ya que la noción de deficit estaba asociada a la de irreversibilidad y, por lo
tanto, resultaba muy difícil desde un postulado que combinaba herencia,
consitucionalidad e incurabilidad, pensar una clínica específica que fuera más allá del
diagnóstico y la custodia de estos niños.

En los primeros trabajos de Arminda Aberastury, considerada como la fundadora del


psicoanálisis de niños en la Argentina, encontramos del mismo modo que en Telma
Reca la combinación de técnicas psicoterapéuticas –aunque en el caso de Aberastury
infuenciada por los aportes de la escuela inglesa de psicoanálisis- con intervenciones
terapéuticas “ambientalistas” en familias de niños “oligotímicos” atendidos por ella en
los Consultorios de la Liga de Higiene Mental.

Tal como aparece descripto en el primer artículo que publicó en la Revista de


Psicoanálisis, (estos niños) “estancados en su desarrollo psicosexual reaccionan
favorablemente a una psicoterapia de orientación analítica combinada con
modificaciones ambientales logradas en nuestras conversaciones con los padres”[32]

Sin embargo, en el relato que construyó Arminda Aberastury para dar cuenta de la
historia de su práctica, este tipo de intervenciones “ambientalistas” y educativas fueron
dejadas de lado. Fue el encuentro fortuito entre un niña diagnosticada como oligofrénica
y su propia intuición clínica, lo que le permitirá poner en juego una mirada
diametralmente diferente acerca del tratamiento de este tipo de niños, En el lugar del
deficit, Arminda Aberastury encontró la noción de conflicto y a partir de allí, las
prioridades se reorganizaban y el deficit comenzó a ser leído como una consecuencia
del conflicto.

“Corría el año 1937 y en los pasillos del Hospicio de las Mercedes, una niña esperaba a
su madre mientras ésta era atendida por el Dr. Enrique Pichón Rivière. Mientras la
acompaña y trata de enseñarle lengua y mtemáticas, Arminda Aberastury descubre que
la niña era capaz de aprender pero no lo hacía porque “su mente se había paralizado” a
partir del conflicto entre el deseo de saber y el dolor que le despertaba saber acerca de la
enfermedad de su madre”[33]. (Aberastury, 1962: 62).

Si bien este relato sobre los orígenes pone el acento, retrospectivamente, en el pasaje de
un enfoque pedagógico a otro psicoanalítico, desde una preocupación centrada en la
capacidad de aprendizaje a una interpretación del conflicto psíquico; es por la vía de las
enfermedades psicosomáticas que la psicoterapia puede ser planteada como un abordaje
que opera en un nivel diferente a los métodos hasta el momento conocidos.

Seguramente, cuando Telma Reca planteaba la necesidad de “invertir los criterios de


gravedad” en la interpretación de la patología psíquica debido a la oposición entre el
criterio de los maestros por un lado y el de los psicólogos y psiquiatras por el otro en
sus respectivas valoraciones de los problemas infantiles, estaba siguiendo una lógica
similar a la que proponía Arminda Aberastury cuando distinguía también en oposición,
el criterio de normalidad de los padres del de los psicoanalistas.

“Muchas veces un niño es aparentemente normal y el análisis revela una situación


neurótica profunda, que sólo con el tratamiento puede ser resuelta, evitando una
neurosis grave en el futuro...La ignorancia con respecto a la correlación entre los
factores psíquicos y la expresión somática, hacen que todavía sea raro que un padre
decida analizar a su hijo por un síntoma como el asma, el eczema, las crisis epilépticas,
laa predisposicón a los resfríos...”[34]

Por lo tanto podemos observar cómo, más allá de las causas concretas que motivarían
las consultas terapéuticas, el problema de los trastornos psicosomáticos podía funcionar
como un operador teórico que permitía desplazar el enfoque de la relación entre el niño
y su medio al interés por el mundo interno del niño, desde una perspectiva diferente a la
de los factores constitucionales y endógenos asociados al carácter.

Telma Reca ya había constatado este desplazamiento propuesto por el psicoanálisis


hacia el mundo interno del niño en uno de los primeros artículos en los que se refería
específicamente a la psicoterapia:

“Hoy el punto de vista freudiano ha trasladado de fuera a dentro el estudio de la


motivación de la conducta humana. La pregunta ¿qué influencias obran sobre el niño?
ha sido sustituida por, ¿cómo el niño elabora estas influencias?”[35]

Sin embargo, en el proceso de organización de un primer grupo de psicoanalistas de


niños alrededor del liderazgo de Aberastury que ella sitúa en 1948, es la lectura
kleiniana del psicoanálisis la que iría a tomar el relevo de la psicosomática para
entender el psiquismo infantil y proponer una modalidad clínica de intervención
centrada en el niño.

Podemos ver con claridad esta nueva aproximación en las palabras de otra de las figuras
destacadas de este movimiento, Betty Goode de Garma:

“¿Qué me dio Klein? Poco a poco me fue llevando a conocer que es un niño. Que el
niño es un ser valiente que desde el comienzo de la vida lucha por vivir. Tiene que
luchar para vivir porque dentro de él hay una pulsión muy fuerte en destruir...Podemos
pensar que el psiquismo de ese pequeño ser es un campo de batalla con tropas de vida y
tropas de muerte enfrentadas”[36]

En este nuevo terreno, al menos en el plano teórico, ya no hay lugar para intervenciones
de tipo ambientalistas o educativas, los padres quedan afuera del consultorio y el
problema a abordar no es la conducta del niño sino su mundo interno.

En esta dirección Arminda Aberastury sistematizó en la década del ’50 una técnica
psicoterapéutica focalizada en el niño y esta indicación fue casi un sello distintivo de su
obra. Con respecto a los padres, estos debían comprometerse a llevar al niño a la
consulta del psicoanalista y a pagar sus honorarios mientras durara el tratamiento, el
resto corría por cuenta del terapeuta y del niño. La intervención de los padres era
solicitada al principio, en una serie de entrevistas iniciales, claramente pautadas, para
investigar acerca de la vida del niño y confirmarles a los padres que el paciente era su
hijo y no ellos.

No obstante, Aberastury sostuvo desde el principio de su obra hasta el final, la


necesidad de trabajar en la orientación a los padres para favorecer el desarrollo de un
entorno más permeable a las necesidades del niño y como una herramienta poderosa
para la profilaxis de las neurosis de sus hijos. Esta idea estaba en la base de su propuesta
de los grupos de orientación a padres que introdujo a fines de la década del ’50.

Podemos ver entonces, cómo en el desarrollo del psicoanálisis infantil en la Argentina


se superpusieron y alternaron sin articularse dos propuestas terapéuticas diferentes en
las que podemos observar la presencia de una tradición de orientación a padres
sostenida en la ilusión de la prevención que no dejaba de tener también componentes
educativos.

Al mismo tiempo, de la mano de este desplazamiento de objetos que fomentó el


psicoanálisis argentino –influenciado fuertemente por las ideas de Melanie Klein- en la
década del ’50, desde la conducta al mundo interno del niño, se articularon de un modo
novedoso los problemas de aprendizaje y los de indisciplina infantil.

Si a comienzos del siglo XX, los problemas de aprendizaje eran pensados con
categorías conceptuales diferentes a la de los problemas de indisciplina y abordados con
técnicas y recursos también diferentes, podemos observar cómo hacia mediados del
siglo, el escenario de los problemas infantiles se había modificado y la línea que
demarcaba con claridad ambos territorios se desdibujaba paulatinamente.
El psicoanálisis de niños, al menos en su versión oficial en la Argentina, unificó estos
dos problemas proponiendo una única explicación causal para ambas dificultades. El
caso clínico elegido retrospectivamente por Arminda Aberastury para dar cuenta de los
comienzos de su práctica, ilustra con claridad el modo en que el psicoanálisis se apropió
de un objeto –en este caso el de los deficits de la inteligencia- y cómo al reinterpretarlo
lo transformó en algo distinto de lo que era.

Esta primer paciente de Aberastury – atendida de manera un poco sui géneris en la sala
de espera del hospicio y muchos años antes de que esta maestra se definiera a sí misma
como psicoanalista- había sido diagnosticada como oligofrénica. Si bien tal como
Aberatury lo relata, este primer acercamiento a su mente fue pedagógico, el resultado de
este encuentro fue claramente otro. Esta niña no podía aprender porque su mente se
había paralizado debido a conflictos internos. Las causas del problema se trasladaron
desde la superficie a las profundidades del psiquismo.y la dimensión del conflicto
adquirió un lugar central desplazando a las teorías del deficit. A partir de aquí toda una
serie de trabajos provenientes del psicoanálisis de niños intentaron demostrar de qué
modo los problemas de aprendizaje ya no pertenecían al dominio tradicional de la
pedagogía sino que pertenecían por derecho propio al terreno del psicoanálisis de niños.

Una primera versión de este trabajo ha sido discutida en el V Encuentro Argentino de


[1]

Historia de la Psiquiatría, de la Psicología y del Psicoanálisis. Buenos Aires, 27 y 28


de noviembre de 2004.
[2]
La primera tesis “Estudio sobre la locura en los niños” fue presentada por Leónidas
Carreño en 1888. La segunda, “Emociones depresivas en la infancia”, fue presentada
por Martín Torino en 1890. Véase un análisis de estas tesis, en relación a una historia de
las ideas psiquiátricas en este período, en Gustavo Rossi (2003), “La locura en los niños
hacia finales del siglo XIX en Buenos Aires”, Revista Temas de Historia de la
Psiquiatría Argentina, nª 17; y (2003), “Infancia y patología mental, en las tesis del
siglo XIX presentadas ante la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos
Aires”, Memorias de las X Jornadas de Investigación, Tomo III, Facultad de Psicología,
UBA, 2003, pp.70-74.
[3]
Véase Binet et Simon (1907), Les enfants anormaux, Paris. Véase también en el
Bulletin de la Société libre pour l´étude psychologique de l´enfant, juillet à sept., 1908,
p. 174, los procedimientos de educación de la atención y de la voluntad empleados en
las clases de anormales, en París (en las escuelas de la rue de Belzunce y de la rue des
Ecluses St. Martin) , conocidos como “Ortopedia mental”. Philippe et Paul Boncout
(1905), Les anomalies mentales chez les écoliers, Paris. En Suiza, cada dos años se
realizaba un pequeño congreso sobre los niños anormales (Konferenz für das
Idiotenwesen). En Italia, la Rivista di psicologia applicata alla Pedagogia ed alla
Psicopatologia, publicada en Bolonia, y dirigida por Ferrari, incluía artículos sobre los
anormales. También en Italia, se publicó del Dr. Montesano (1905), Awiamento all
´educazione e istruzione dei deficienti, Roma, 1905. Penazza, director del Instituto
médico pedagógico de Bolonia, publicó Piccolo mondo primitivo, (Bologna, 1905). Y
Sante de Santis publicó un trabajo sobre “los tipos y grados de la insuficiencia mental”
en L´année psychologique, Douzième année, Paris, 1906, p. 70. Ley (1904), L
´arrieration mentale, Bruxelles.
[4]
Eugenio Cuello Calón (1911), Los procedimientos experimentales para el estudio de
la psicología de los niños anormales, Anales de la Junta para la ampliación de estudios
e investigaciones científicas, tomo III, Memoria 6ta, s.l., s.n., p. 330.

Tomado de Binet et Simon (1907), Les enfants anormaux, Paris, p. 6, citado por
[5]

Eugenio Cuello Calón (1911), ob. cit., p. 330.


[6]
Eugenio Cuello Calón (1911), ob. cit., p. 330.
[7]
José S. Picado (197), “Educación de los niños retardados”, Archivos de psiquiatría,
criminología y ciencias afines, t. 6, p.514-515.
[8]
Véase de Ana María Talak (2000), "La psicología evolutiva en los primeros
desarrollos de la psicología en la Argentina". Ponencia presentada en las VII Jornadas
de Investigación en Psicología. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires. 1
al 24 y 25 de agosto de 2000; y (2001), "La recepción de corrientes de pensamiento
extranjero en los primeros desarrollos de psicología evolutiva en la Argentina (1900-
1920)". Ponencia presentada en las VIII Jornadas de Investigación en Psicología. Fac.
de Psicología. Universidad de Buenos Aires. Argentina. 30 y 31 de agosto de 2001.
[9]
Leo Kanner (1894- 1981), psiquiatra austríaco radicado en Estados Unidos en 1924,
fue seleccionado en 1930 para dirigir el primer Servicio de Psiquiatría establecido en un
Hospital Pediátrico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Johns Hopkins.
Fue reconocido por el descubrimiento de una nueva patología psiquiátrica en los niños:
el autismo infantil (Autistics Disturbances of Affective Contact, 1943) La primera
edición de su manual de psiquiatría infantil fue en 1935 y rápidamente se convirtió en
un clásico con sucesivas reediciones en distintos países.

Kanner, Leo (1972) Psiquiatría Infantil, Buenos Aires: Ediciones Siglo XX, cuarta
[10]

edición. (Primera edición 1935)

En 1879 organizó un servicio para niños “idiotas y epilépticos” en el Hospicio de


[11]

Bicétre. Jacques Postel y Claude Quétel (1987) Historia de la Psiquiatría, México,


Fondo de Cultura Económica, p. 662.

Arturo Ameghino (1924), "La educación de anormales en la República Argentina.


[12]

Reseña crítica", La Semana Médica 1924, p. 277-288.


[13]
Manasé Euredjian (1959) “La psiquiatría infantil en nuestro país” Acta
Neuropsiquiátrica Argentina, vol 5, n° 3., Hector Bonoli Cipolletti “Antecedentes
históricos de la Psiquiatría Infanto-Juvenil en la República Argetnina”,
http://www.aapi.com.ar
[14]
Antonio Gentile (1998), “La psiquiatría en Rosario”, Temas de Historia de la
Psiquiatra Argentinaa, 5, p. 3-12..
Jacques Postel y Claude Quétel (1987) Historia de la Psiquiatría, México, Fondo de
[15]

Cultura Económica, p.740.


[16]
Sante de Sanctis citado por Lanfranco Ciampi (1929) “La organización de la
enseñanza psiquiátrica en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario” Boletín del
Instituto Psiquiátrico, año 1, n° 1, abril-mayo-junio, p. 28.

Lanfranco Ciampi (1935) Desarrollo y Actividades del Instituto de Psiquiatría de


[17]

Rosario desde Octubre de 1927 hasta 1934, Rosario.

Gentile Antonio (1998): “La psiquiatría en Rosario” en Temas de Historia de la


[18]

Psiquiatría Argentina, 5, 3-12.

Lanfranco Ciampi (1935) Desarrollo y Actividades del Instituto de Psiquiatría de


[19]

Rosario desde Octubre de 1927 hasta 1934, Rosario.

Hugo Klappenbach ( 1989), “Higiene Mental en las primeras décadas del siglo”
[20]

Anuario de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA, I. El movimiento de la


Higiene Mental en Argentina, fue analizado y discutido a partir de ideas expuestas por
Vezzetti, como parte de un estudio más amplio, en el marco del proyecto de
investigación a su cargo, citado al comienzo del trabajo.

La Liga Argentina de Higiene Mental fue fundada en 1931 según la “Memoria” de la


[21]

Liga de 1940 y en 1929 según otras fuentes.


[22]
En 1909, William Healy, fundó en Chicago la primera de estas clínicas, The
Juvenile Psychopathic Institute y luego en 1917 creo en Boston, conjuntamente con
Augusta F. Bronner The Judge Baker Fundation que luego se transformará en Judge
Baker Guidance Center En 1914 ya había en Estados Unidos 20 Clínicas de Orientación
Infantil. Robert Watson (1953) “A Brief History of Clinical Psychology”,
Psychological Bulletin, vol. 50, n° 5, septiembre, p. 328-329.

Jones, Kathleen W. (2002) Taming the troublesome Child, American Families, Child
[23]

Guidance and the Limits of Psychiatric Authority, Cambridge Massachusetts: Harvard


University Press, Second printing, 2002, p. 6.

John E. Schowalter (2003) “A History of Child and Adolescent Psychiatry in the


[24]

United States” Psychiatric Times, September, Vol. XX, Issue 9.

Reca, Telma (1932) Tesis de Dcctorado: Delincuencia Infantil en los Estados


[25]

Unidos y en la Argentina, Facultad de Medicina: Talleres Gráficos de la Penitenciaría


Nacional

Horn, Margo (1989) Before It’s Too Late. The Child Guidance Movement in the
[26]

United States, 1922-1945, . Philadelphia: Temple University Press.


[27]
Telma Reca (1951) Psicoterapia en la Infancia, Buenos Aires: El Ateneo, p. 11.
[28]
Telma Reca, ibdem.
[29]
Telma Reca (1944) La inadaptación escolar, Buenos Aires: El Ateneo, p. 115.
[30]
Telma Reca, ibidem. p. 153.

[31]
Telma Reca, ibidem, p. 163.

[32]
Arminda Aberastury (1947) “Psicoanálisis de niños”, Revista Argentina de
Psicoanálisis, Tomo IV, nª2.

Arminda Aberastury (1962) Teoría y Técnica de Psicoanálisis de niños, Buenos


[33]

Aires: Paidós.

Arminda Aberastury (1947) “Indicaciones para el tratamiento analítico de niños. Un


[34]

caso práctico” Revista Argentina de Psicoanálisis, año IV, n° 3.


[35]
Telma Reca (1942) “Psicoterapia en la Infancia”, Revista de Psiquiatría y
Criminología, VII, p. 483.
[36]
Betty Garma (1992) Niños en análisis, Buenos Aires: Ediciones Kargieman.

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