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Boronsky y Talak - Problemas de La Ad Infantil
Boronsky y Talak - Problemas de La Ad Infantil
EN LA PSICOLOGÍA Y LA PSICOTERAPIA.[1]
Marcela Borinsky y Ana María Talak
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX no estaba aún establecida una
especificidad en la patología psíquica de la infancia, diferente a la del adulto. Por un
lado, encontramos en la segunda mitad del siglo XIX las primeras instituciones que se
ocuparon de la educación de discapacitados sensoriales (visuales y auditivos). En 1857
se abrió la primera escuela para sordos, la “Sociedad Filantrópica Regeneración”, por
iniciativa del maestro alemán Carlos Keil. En la década de 1880, se creó el Instituto
Nacional de Sordomudos, y en 1887, el pedagogo español Juan Lorenzo y González
comenzó a educar a un grupo de niños ciegos del Asilo de Huérfanos. Por otro lado, las
tesis sobre anormalidad infantil presentadas en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires en este período fueron pocas y se referían a la locura en la
infancia utilizando las mismas categorías desde las que se pensaba la psicopatología de
los adultos[2].
En la primera mitad del siglo XX, hemos detectado, a grandes rasgos, dos
formas básicas de articulación de las conceptualizaciones y las intervenciones en los
problemas de anormalidad infantil.
1) Un primer modelo, que fue el más tempranamente desarrollado, tomó como punto de
partida, la lógica del déficit en base al supuesto de un “retardo del desarrollo”. Se
postulaba que había diferentes grados de retardo, y en función de esos grados se definía
el tipo de intervención que, en algunos casos, era psicopedagógica y se llevaba a cabo
en la escuela o instituciones educativas especiales, y en otros casos era médico-
pedagógica y se desarrollaba en el hospicio o en ámbitos específicos asociados al
dispositivo asilar.
Estos dos modelos, que involucraron tanto saberes como formas de intervención
sobre los niños, no se dieron necesariamente uno después del otro; hubo períodos de
convivencia de modelos, ya que la aparición de un nuevo modo de abordaje no fue
simultáneo a la desaparición del anterior. Sin embargo, veremos que históricamente,
surgieron en diferentes momentos.
... respecto de los niños anormales, dicen Binet y Simon, aquellos cuyo rasgo común es
la incapacidad, por razones de organización física e intelectual, para aprovechar los
métodos ordinarios de instrucción y educación usuales en las escuelas públicas”[5] ... “y
yo añadiré que son aquellos de los que ordinariamente se dice que “no son como los
demás”, aquellos cuya inteligencia es inferior a la de los niños de su edad...[6]
¿A qué se llama niño anormal? Antes debiéramos precisar cual es el tipo medio normal.
Aun esto es difícil: no podemos tomarle aislado, debemos considerarle en relación con
los de su edad, y haremos presente desde ahora que es la escuela la piedra de toque para
distinguirlos”. “El normal ocupará como la virtud el justo medio: no será el lujo que
ostentará un maestro poco pedagogo sin darse cuenta de la mayoría, pero sí será un niño
suficientemente despierto para su edad, asiduo en sus deberes, respetuoso y
disciplinado. Del punto de vista físico: bien desarrollado, sin tocar el gigantismo,
nutrido y sin estigmas notables. En cambio, el anormal es un demente, idiota, imbécil,
en sus grados mayores, o es simplemente un débil, un ciego o sordomudo, un
retardado[7].
En las primeras décadas del siglo XX, la búsqueda del parámetro del niño normal en la
escuela pública era acorde con la concepción de la misma como un “laboratorio de
psicología experimental”, para una psicología evolutiva y una psicopedagogía, que
veían como neutral el ambiente escolar, y por consiguiente, pasible de ser usado en el
control y modificación de variables[8].
En la escuela, una cuestión fundamental residía en diferenciar dentro de la categoría
misma de anormalidad, la anormalidad leve, pasible de educación, de la anormalidad
severa, "no mejorable". Por esta misma razón, los escritos sobre psicología de los niños
anormales se interesaban en general por la situación de los anormales leves, ya que los
anormales más graves sólo podían recibir un tratamiento médico.
Sin embargo, según las distintas fuentes consultadas, fue la llegada al país del psiquiatra
italiano Lanfranco Ciampi la que dio un fuerte impulso al desarrollo de la disciplina al
crear la “primera cátedra de Psiquiatría Infantil del mundo”[13] y al mismo tiempo, de
espacios para la internación y tratamiento de los “anormales graves”, para los cuales
hasta el momento no había un lugar específico ni en las instituciones académicas ni en
el ámbito asilar.
En 1922, Lanfranco Ciampi, discipulo de Sante de Santis, fue contratado por Agudo
Avila para crear y dirigir una escuela para niños “retardados” en la ciudad de Rosario
Para Ciampi las enfermedades mentales que se desarrollan en la edad evolutiva tienen
su especifidad clínica diferente a la de los adultos. En este sentido, citando a De Santis
sostenía que “el niño no es un adulto pequeño y por consiguiente su psiquiatría no
puede ser una psiquiatría pequeña. El niño tiene su personalidad particular y por ende
una psiquiatría específica”[16]
A diferencia de los Servicios para Niños Idiotas en los Hospicios durante el siglo XIX,
estas clínicas privilegiaban la prevención y el abordaje de la delincuencia desde un
modelo de tratamiento que integraba de manera novedosa a la psiquiatría, la psicología
y la asistencia social.
Por esta vía, entonces, los “niños comunes” comienzan a ser objeto de intervención
psiquiátrica en el contexto de una especialización jurídica y social que buscaba
metodologías propias para intervenir sobre la criminalidad infantil.
De este modo, la psiquiatría infantil en Estados Unidos estableció sus raíces primero en
la comunidad antes que en las facultades de medicina y sus principales impulsores
fueron más bien maestros, jueces, trabajadores sociales y cientistas sociales más que
médicos.[24]
El proceso que se dio en la Argentina tuvo características diferentes porque,
más allá de la voluntad de algunos impulsores de las Clínicas de Orientación Infantil,
éstas no llegaron a establecerse al tiempo que, fueron los médicos y en particular, la
Dra. Telma Reca quienes apostaron al desarrollo de un modelo de abordaje de los
trastornos infantiles de niños que ponía el acento en la prevención y en el tratamiento de
los factores externos –familia, escuela y medio ambiente en general.
Paralelamente en Buenos Aires, el proyecto de la Dra. Telma Reca no dejaba de ser una
iniciativa de carácter más bien personal que contaba con el apoyo de algunos colegas
médicos y una dependencia formal de la Cátedra de Pediatría. Vale la pena destacar
como este modesto consultorio, símbolo del proceso de modernización de la asistencia
psiquiátrica de la infancia en la Argentina, surge como una especialización de la
pediatría y no de la psiquiatría.
Según refiere, retrospectivamente, la Dra Reca para dar cuenta de este momento
fundador:
El análisis de los casos clínicos descriptos por la Dra. Telma Reca desde la
fundación del Consultorio de Higiene Mental en 1934 hasta la década del ’50, nos
muestran con claridad el proceso de transición entre los dos modelos de abordaje de la
patología psíquica infantil descriptos anteriormente.
Por un lado, en la descripción de los casos, entre las variables utilizadas encontramos
junto a Condiciones Psíquicas y Ambiente Familiar, los Factores Hereditarios y el
Estado Físico. Si bien, el rubro Factores Hereditarios en general no se completa, las
intervenciones abarcaban desde “tratamiento físico” (por ej. Indicaciones sobre
alimentación, consulta a un especialista en garganta, odontólogo, etc), “tratamiento
escolar” (intervenciones en la escuela, propuestas de cambio, etc), “tratamientos
sociales” (propuestas de cambios en las condiciones de vida) consejos a los padres y en
algunos casos “tratamiento psiquiátrico directo”, es decir psicoterapia, que podía estar
dirigido al niño, a su madre o a ambos.
Telma Reca distinguía en 1944 tres tipos de niño “problema” en función de tres grupos
de síntomas: los trastornos y variaciones en el rendimiento escolar, los trastornos que
afectan la esfera de la conducta y de las relaciones sociales y los trastornos en el estado
de salud (física y psíquica)
Con respecto a las causas, diferenciaba entre condiciones del medio social y/o del medio
escolar y los factores individuales “intrínsecos” En este rubro incluía las nociones
clásicas de “debilidad” fisica, la “deficiencia mental” y el “retardo en la maduración
nerviosa”. De este modo, vemos como, la Dra Telma Reca fue una de las primeras
introductoras del tratamiento psicoterapéutico en niños basada en una lectura
norteamericana del freudismo, y al mismo tiempo, en su análisis de las dificultades
infantiles su perspectiva está todavía influida por las nociones clásicas de retardo y
deficit.
Volviendo a la distinción entre los tres criterios de normalidad, Telma Reca planteaba
una oposición entre el criterio escolar y el criterio psicobiológico. Si para la escuela y
los maestros, los trastornos en la esfera de la conducta y del rendimiento escolar eran
los más precoupantes, en cambio para los “psicólogos y psiquiatras”, los síntomas que
agrupaba en la esfera de los desórdenes de la relación físico-psíquica eran considerados
como los más graves.
Estos síntomas incluían “la tendencia al aislamiento, la falta de contacto con el grupo
infantil, el humor deprimido, la indiferencia, la ensoñación y ‘distracción’ excesivas”
Desde este punto de vista, “es normal el niño que, amén de tener una situación escolar y
social aceptables, goza en general de buena salud, es alegre y activo; hace fente a las
dificultades, no pretende eludirlas, no emplea subterfugios para evitarlas, ni padece
enfermedad cuando ellas se presentan o superan a su fuerza y aptitudes para vencerlas;
tiene iniciativa, pero es capaz de ajustarla a las condiciones y exigencias de la realidad;
no es total o excesivamente dependiente del cuidado o la atención de padres y maestros;
si sufre un contraste, se rehace y responde en forma constructiva a estímulos adecuados;
tiene afectos a compañeros y maestros, pero sabe repeler una agresión, si es víctima de
ella” [29]
De este modo, los trastornos de conducta o “antisociales” son leídos como un intento de
“solución positiva de los problemas del sujeto” y si bien, podían convertirse en un
obstáculo importante para el normal funcionamiento del aula darían cuenta de una
actividad por parte del niño que no se encontraría en las “desviaciones de la
personalidad” más profundas.
Podemos ver entonces, como en la década del ’40, la Dra. Telma Reca combinaba los
dos tipos de modelos de abordaje de la patología psíquica infantil que habíamos
mencionado, el modelo psicopedagógico y el modelo clínico.
Por otro lado, en la línea de una intervención de carácter “clínico” sostenía el modelo de
las Clínicas de Orientación Infantil norteamericanas donde trabajaban de manera
conjunta psiquiatras, psicológos y asistentes sociales. Desde su punto de vista, la tarea
de estas clínicas era psicológica en términos de diagnóstico y tratamiento (psicoterapia)
pero también era claramente educativa porque se proponía formar a padres y maestros
en pos de un mejoramiento de la salud mental de la población.
“Es su manifiesto propósito (de las Child Guidance Clinics) de atraer a sus pacientes lo
más temprano posible, cuando sus trastornos son muy leves, y, todavía más, de ejercer
en el medio social una acción educativa de tal tipo que aumente la capacidad de los
padres para comprender y educar a sus hijos, y haga conocer a autoridades e
instituciones las necesidades de desarrollo y salud del niño”[31]
Si hacemos un análisis de las primeras investigaciones clínicas que llevaron adelante los
fundadores de la APA con respecto a la infancia, nos encontramos con una convicción
similar a la que sostenía contemporáneamente Telma Reca. Ambos grupos partían del
supuesto común de que podían influir sobre la familia de los niños, modificar conductas
y actitudes para mejorar la vida de los pequeños y prevenir patologías futuras.
Siguiendo las teorizaciones del psiquiatra norteamericano Leo Kanner sobre el “autismo
precoz infantil” y las investigaciones del psicoanalista vienés radicado en Estados
Unidos, René Spitz, acerca de las privaciones afectivas y su impacto negativo sobre el
desarrollo normal del niño, Pichon Riviere discriminaba la oligotimia o pseudodebilidad
de la oligofrenia.
Vemos entonces como el problema que intentaban resolver, tanto Pichon Riviére en el
Hospicio como Telma Reca desde el Centro de Psiquiatría y Psicología Infantil, era el
mismo y que podríamos resumir en la siguiente pregunta: cómo redefinir el campo de la
patología infantil que se presenta indiferenciado y fuertemente concentrado alrededor de
la noción de deficit.
Sin embargo, en el relato que construyó Arminda Aberastury para dar cuenta de la
historia de su práctica, este tipo de intervenciones “ambientalistas” y educativas fueron
dejadas de lado. Fue el encuentro fortuito entre un niña diagnosticada como oligofrénica
y su propia intuición clínica, lo que le permitirá poner en juego una mirada
diametralmente diferente acerca del tratamiento de este tipo de niños, En el lugar del
deficit, Arminda Aberastury encontró la noción de conflicto y a partir de allí, las
prioridades se reorganizaban y el deficit comenzó a ser leído como una consecuencia
del conflicto.
“Corría el año 1937 y en los pasillos del Hospicio de las Mercedes, una niña esperaba a
su madre mientras ésta era atendida por el Dr. Enrique Pichón Rivière. Mientras la
acompaña y trata de enseñarle lengua y mtemáticas, Arminda Aberastury descubre que
la niña era capaz de aprender pero no lo hacía porque “su mente se había paralizado” a
partir del conflicto entre el deseo de saber y el dolor que le despertaba saber acerca de la
enfermedad de su madre”[33]. (Aberastury, 1962: 62).
Si bien este relato sobre los orígenes pone el acento, retrospectivamente, en el pasaje de
un enfoque pedagógico a otro psicoanalítico, desde una preocupación centrada en la
capacidad de aprendizaje a una interpretación del conflicto psíquico; es por la vía de las
enfermedades psicosomáticas que la psicoterapia puede ser planteada como un abordaje
que opera en un nivel diferente a los métodos hasta el momento conocidos.
Por lo tanto podemos observar cómo, más allá de las causas concretas que motivarían
las consultas terapéuticas, el problema de los trastornos psicosomáticos podía funcionar
como un operador teórico que permitía desplazar el enfoque de la relación entre el niño
y su medio al interés por el mundo interno del niño, desde una perspectiva diferente a la
de los factores constitucionales y endógenos asociados al carácter.
Podemos ver con claridad esta nueva aproximación en las palabras de otra de las figuras
destacadas de este movimiento, Betty Goode de Garma:
“¿Qué me dio Klein? Poco a poco me fue llevando a conocer que es un niño. Que el
niño es un ser valiente que desde el comienzo de la vida lucha por vivir. Tiene que
luchar para vivir porque dentro de él hay una pulsión muy fuerte en destruir...Podemos
pensar que el psiquismo de ese pequeño ser es un campo de batalla con tropas de vida y
tropas de muerte enfrentadas”[36]
En este nuevo terreno, al menos en el plano teórico, ya no hay lugar para intervenciones
de tipo ambientalistas o educativas, los padres quedan afuera del consultorio y el
problema a abordar no es la conducta del niño sino su mundo interno.
En esta dirección Arminda Aberastury sistematizó en la década del ’50 una técnica
psicoterapéutica focalizada en el niño y esta indicación fue casi un sello distintivo de su
obra. Con respecto a los padres, estos debían comprometerse a llevar al niño a la
consulta del psicoanalista y a pagar sus honorarios mientras durara el tratamiento, el
resto corría por cuenta del terapeuta y del niño. La intervención de los padres era
solicitada al principio, en una serie de entrevistas iniciales, claramente pautadas, para
investigar acerca de la vida del niño y confirmarles a los padres que el paciente era su
hijo y no ellos.
Si a comienzos del siglo XX, los problemas de aprendizaje eran pensados con
categorías conceptuales diferentes a la de los problemas de indisciplina y abordados con
técnicas y recursos también diferentes, podemos observar cómo hacia mediados del
siglo, el escenario de los problemas infantiles se había modificado y la línea que
demarcaba con claridad ambos territorios se desdibujaba paulatinamente.
El psicoanálisis de niños, al menos en su versión oficial en la Argentina, unificó estos
dos problemas proponiendo una única explicación causal para ambas dificultades. El
caso clínico elegido retrospectivamente por Arminda Aberastury para dar cuenta de los
comienzos de su práctica, ilustra con claridad el modo en que el psicoanálisis se apropió
de un objeto –en este caso el de los deficits de la inteligencia- y cómo al reinterpretarlo
lo transformó en algo distinto de lo que era.
Esta primer paciente de Aberastury – atendida de manera un poco sui géneris en la sala
de espera del hospicio y muchos años antes de que esta maestra se definiera a sí misma
como psicoanalista- había sido diagnosticada como oligofrénica. Si bien tal como
Aberatury lo relata, este primer acercamiento a su mente fue pedagógico, el resultado de
este encuentro fue claramente otro. Esta niña no podía aprender porque su mente se
había paralizado debido a conflictos internos. Las causas del problema se trasladaron
desde la superficie a las profundidades del psiquismo.y la dimensión del conflicto
adquirió un lugar central desplazando a las teorías del deficit. A partir de aquí toda una
serie de trabajos provenientes del psicoanálisis de niños intentaron demostrar de qué
modo los problemas de aprendizaje ya no pertenecían al dominio tradicional de la
pedagogía sino que pertenecían por derecho propio al terreno del psicoanálisis de niños.
Tomado de Binet et Simon (1907), Les enfants anormaux, Paris, p. 6, citado por
[5]
Kanner, Leo (1972) Psiquiatría Infantil, Buenos Aires: Ediciones Siglo XX, cuarta
[10]
Hugo Klappenbach ( 1989), “Higiene Mental en las primeras décadas del siglo”
[20]
Jones, Kathleen W. (2002) Taming the troublesome Child, American Families, Child
[23]
Horn, Margo (1989) Before It’s Too Late. The Child Guidance Movement in the
[26]
[31]
Telma Reca, ibidem, p. 163.
[32]
Arminda Aberastury (1947) “Psicoanálisis de niños”, Revista Argentina de
Psicoanálisis, Tomo IV, nª2.
Aires: Paidós.