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N° 38 | FICCIONES | 15 de noviembre de 2000

Los ancianos y las apuestas


por Javier Villafañe

Javier Villafañe nació en Buenos Aires el 24 de junio de 1909.


Fue poeta, escritor y, desde muy pequeño, titiritero. Con su
carreta La Andariega viajó por Argentina y varios países
americanos realizando funciones de títeres. En 1967, su libro Don
Juan el Zorro es objetado y retirado de circulación por la
dictadura militar imperante en Argentina. Villafañe decidió
entonces abandonar el país y radicarse en Venezuela donde, trabajando para la
Universidad de Los Andes, fundó un Taller de Títeres para formar artistas de esa
disciplina. En 1978, con el auspicio del gobierno venezolano, repitió su experiencia
trashumante en el Viejo Continente: con un teatro ambulante recorrió el camino de
Don Quijote a través de La Mancha, en España. En 1984 retornó a la Argentina. Fue
autor, entre muchos otros libros, de Los sueños del sapo (Hachette), Historias de
pájaros (Emecé), Circulen, caballeros, circulen (Hachette), Cuentos y títeres (Colihue),
El caballo celoso (Espasa-Calpe), El hombre que quería adivinarle la edad al diablo
(Sudamericana), El Gallo Pinto (Hachette) y Maese Trotamundos por el camino de
Don Quijote (Seix Barral). El primer día de abril 1996, a los 86 años, falleció en
Buenos Aires.

Comentó alguna vez el entrañable Javier: "Muchos de mis


colegas —los caballeros de la tercera edad— suelen decir: —Hay
viejos jóvenes y jóvenes viejos—. Y no es cierto. Los viejos son
viejos y los jóvenes, jóvenes. Esta perogrullada no tiene vuelta de
hoja. Abundan y sobran viejos insoportablemente viejos y jóvenes
que 'andan con la mufa a cuestas, tirando pálidas de melancolía'.
Huir, huir de ellos".

Y esta actitud frente a la vida, y frente a la vejez, se reflejó en su


obra. Las tres pequeñas perlas que reproducimos de su libro Los
ancianos y las apuestas nos lo confirman.

(Textos extraídos, con autorización de los editores, del libro Los ancianos y las
apuestas, de Javier Villafañe. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990)

La novia del anciano


Todas las noches el anciano les contaba cuentos a los nietos. El cuento que más les
gustaba era el de la novia del abuelo, cuando el abuelo tenía doce años y paseaba en
bicicleta con su novia. Comenzaba así: "Ella era suave y hermosa. La cabellera larga y
los ojos redondos y luminosos como los mirasoles. Andaba siempre en bicicleta."

Una noche lo interrumpió Luis, el menor de los nietos:


—Abuelo, no cuente cómo murió esa tarde porque hoy vino a buscarme en bicicleta
cuando salía de la escuela.

—Abuelo —dijo Irene—, esta mañana dejó la bicicleta apoyada en un árbol y jugó con
nosotros en el patio. Me escondí detrás de sus cabellos y nadie me vio.

—Abuelo —dijo Esteban—, tiene los ojos tan grandes que aprendí a nadar en sus ojos.

—Abuelo —dijo Claudia—, ella lo está esperando.

Y con una tijera le cortó la barba, la quemó con la llama de un fósforo y en el humo
apareció una bicicleta. El abuelo bajó las escaleras pedaleando y cuando llegó a la calle
se encontró con su novia.

Los nietos los vieron irse en bicicleta.

El viejo titiritero y la Muerte


Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el
camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo
como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha —su acostumbrado cuerpo, su
piel— y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:

—Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él —y señaló al titiritero— jamás


llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?

La Muerte dio un paso atrás.

El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un


teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:

—Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.

Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la
vereda de enfrente.

El anciano viajero
Toda mi vida fue buscar el lugar donde quería morir. Aún sigo viajando.

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