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Pluralidad de voces narrativas

AMOR DE CHILENO

“Papá”, pregunta Camilo, “¿cómo aman los chilenos?”. “¿A qué te refieres, hijo?”. El niño vuelve a
abrir el diario, busca con esmero los avisos clasificados, apunta algo con el dedo y lee despacito:
“Me llamo Ámbar. Piel tersa, menudita y cariñosa. Tengo un departamento propio en Metro Santa
Lucía con Católica, vereda sur. Acabo de llegar a tu país. Llama y enséñame cómo aman los
chilenos”.

Carlos Araya, 24 años, Santiago


Publicado en:
http://www.santiagoen100palabras.cl/2010/s100_docs/libro2007-8.pdf

ADIÓS

Apretando los dientes y haciendo esfuerzos por no llorar, la vio alejarse al lado de otro. Supo
inmediatamente que nunca más la vería. Nunca más se luciría con ella, despertando la envidia de
los muchachos del barrio. Primero la soñó y luego la tuvo, descargando a diario la excitante
energía de su juventud. Tenía el orgullo de haber sido su dueño por un par de dichosos meses.
Pero el destino quiso que, Sebastián, frente a un cortaplumas, tuviera que entregar su bicicleta.

María Cristina Jiménez, 47 años, Puente Alto. En Santiago en 100 palabras: Los 100 mejores
cuentos. Santiago: Plagio, 2003, p. 69.
http://www.santiagoen100palabras.cl/2010/s100_docs/libro2001-2.pdf

MI INCREÍBLE PAPÁ

Vivo con mi papá en un pequeño departamento de Portugal con Avenida Matta. Trabaja todo el día y
llega tarde a casa. Siempre anda con ojeras, pero sonríe cada vez que me ve. Me mete a la cama y
se queda a mi lado contándome cuentos hasta que me duermo. Una noche fingí dormir y me levanté
para ver qué hacía. Lo descubrí poniéndose su traje especial. Una peluca y maquillaje protegían su
identidad secreta y en una cartera llevaba sus aparatos y artefactos. Así, enfundado en mallas, salía
todas las noches. Mi papá es un superhéroe.

Diego Guzmán, 21 años, Providencia. Santiago en 100 palabras: Los 100 mejores cuentos IV.
Santiago: Plagio, 2009, p. 38.
http://www.santiagoen100palabras.cl/2010/s100_docs/libro2007-8.pdf

JUNIOR

El jefe lo llamaba Willy, su mujer Memo, su madre Guillermo. Casado, dos hijos lindos. Vivía en
Puente Alto. Hizo el Servicio Militar y su plato preferido eran las vienesas con puré picante.
Siempre lo elegían el mejor compañero de la oficina. No fumaba. No tomaba. Bailaba apretado
sólo con su mujer. Jugaba al Kino, al Loto, a la Pirámide y a veces a los caballos. Bueno para la
pichanga. Todas las noches veía a la Marlén. Una vez escribió un poema. Su actor favorito era
Schwarzenegger. Contaban que era feliz. Un día escuchó una voz. Le tiraron cadena perpetua.

Hugo Forno, 34 años, Providencia. En Santiago en 100 palabras: Los 100 mejores cuentos
III. Santiago: Plagio, 2007, p. 1.
http://www.santiagoen100palabras.cl/2010/s100_docs/libro2005-6.pdf
Clara, inmóvil sobre el cajón, no pudo dejar de mirar hasta el final. Se quedó atisbando por la rendija mucho
rato, helándose sin darse cuenta, hasta que los dos hombres terminaron de vaciar a Rosa, de inyectarle líquido
por las venas y bañarla por dentro y por fuera con vinagre aromático y esencia de espliego. Se quedó hasta que
la rellenaron con emplastos de embalsamador y la cosieron con una aguja curva de colchonero. Se quedó hasta
que el joven desconocido besó a Rosa en los labios, en el cuello, la lavó con una esponja, le puso su camisa
bordada y le acomodó el pelo, jadeando. Se quedó hasta que llegaron la Nana y el doctor Cuevas y hasta que la
vistieron con su traje blanco y le pusieron la corona de azahares que tenía guardados en papel de seda para el
día de su boda. Se quedó hasta que el ayudante la cargó en los brazos con la misma conmovedora ternura con
que la hubiera levantado, para cruzar por primera vez el umbral de su casa, como si hubiera sido su novia. Y no
pudo moverse hasta que aparecieron las primeras luces. Entonces se deslizó hasta su cama, sintiendo por dentro
todo el silencio del mundo (La casa de los espíritus. Isabel Allende).

Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún
animal. Treparon sobre las piedras, engarrañándose al sentir la inclinación de la subida; luego caminaron hacia
arriba, buscando el horizonte. “Pies planos -dijo el que lo seguía-. Y un dedo de menos. Le falta el dedo gordo
en el pie izquierdo. No abundan fulanos con estas señas. “Así que será fácil. “La vereda subía, entre yerbas,
llena de espinas y de malas mujeres. Parecía un camino de hormigas de tan angosta. Subía sin rodeos hacia el
cielo. Se perdía allí y luego volvía a aparecer más lejos, bajo un cielo más lejano. (Juan Rulfo, “El hombre”).

“Díaz Grey pensó en el sueño o el insomnio del boticario y concejal Barthé, con el dormitorio encima del
negocio, en aquella noche de mansa lluvia, justo en el principio de la realización de su viaje ideal civilizador,
gordo y horizontal, con blanduras femeninas que rodeaban y suavizaban la cabeza calva en reposo, próximo a la
respiración del muchacho empleado. La hora del triunfo, el sí que venía a quebrar doce años de negativas, a
cubrir el recuerdo de doce sesiones inaugurales de Consejo con sus monótonos, previstos seis votos en contra, le
llegó a Barthé en el sótano de la farmacia, meses atrás, mientras vestido con un largo guardapolvo recién lavado
aspiraba el olor de la bolsa de tilo que sostenía abierta el poncito.” (“Junta cadáveres”. Juan Carlos Oneti).

“Clara, inmóvil sobre el cajón, no pudo dejar de mirar hasta el final (…) Se quedó hasta que la rellenaron con
emplastos de embalsamador y la cosieron con una aguja curva de colchonero. Se quedó hasta que el doctor
Cuevas se lavó en el fregadero y se enjugó las lágrimas, mientras el otro limpiaba la sangre y las vísceras (…)
El silencio la ocupó enteramente y no volvió a hablar hasta nueve años después, cuando sacó la voz para
anunciar que se iba a casar.”(Isabel Allende, La casa de los espíritus).

Me lo pregunta así, como si fuera una gatica que no quiere hacer daño. Vieja cabrona, como si yo no tuviera con
lo que tengo para soportar, de yapa, que me vigilen. ¿Es que piensan que me voy a ir con un hombre? Ojalá.
Pero no sé quién va a cargar conmigo, si ya estoy que ni el amolador de tijeras me piropea; y antes, por cierto,
hasta me sacaba conversación y todo. Aunque primero muerta que casada con el amolador de tijeras. Pero, en
fin, el caso es que ya ni siquiera me mira. Y el vendedor de helados hace un siglo que ni pasa por aquí. Ése era
otro de mis pretendientes... (El palacio de las blanquísimas mofetas. Reinaldo Arenas).

“… yo le hice que se declarara sí primero le di el pedazo de galleta de anís sacándomelo de la boca y


era año bisiesto como ahora sí ahora hace 16 años Dios mío después de ese beso largo casi perdí el aliento sí dijo que yo
era una flor de la montaña sí eso somos todas…”

Me gustan las flores quisiera tener la casa entera nadando en rosas Dios del cielo no hay nada como la naturaleza las
montañas salvajes luego el mar y las olas precipitándose luego la hermosa campiña con campos de avena y trigo y todo
género de cosas y todo el lindo ganado andando por allí que haría bien al corazón ver los ríos y los lagos y las flores y
todo género de formas y olores y colores brotando hasta delas zanjas primaveras y violetas eso es la naturaleza.
(“Ulises” de James Joyce).
“Después, mientras se secaba, el forastero le suplicó con los ojos llenos de lágrimas que se casara con él. Ella le contestó
sinceramente que nunca se casaría con un hombre tan simple que perdía casi una hora, y hasta se quedaba sin almorzar,
sólo por ver bañarse a una mujer”. (Cien años de Soledad - Gabriel García Márquez).

Ellos iban con pantalón corto al colegio (narrador testigo), aún no fumábamos, ni bebíamos (narrador personaje), los
golpes de los maestros para disciplinarlos (narrador testigo), les causaban mucha angustia y sentimientos de violencia,
que descargaban trenzándose a golpes entre ellos (narrador omnisciente). Yo no supe en que desencadenó toda esta
escalada de violencia (narrador aquisciente).

…entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo
trampolín del «Terrazas» y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces.

Ya está la vieja llamándome. Ya está tratando de buscar la manera de incomodarme. Desgraciada. Qué madre me he
sacado. Para mí que me persigue. Sí, me persigue. Si voy a la cocina se me queda mirándome, como un perro mira a una
persona que está comiendo. Y enseguida me entra una incomodidad que me dan ganas de tirarle el caldero a la cabeza.
Si entro en el cuarto me pregunta qué quiero, que si se me ha perdido algo. El siguiente texto, corresponde a A Un
soliloquio B Un fluir de la consciencia C Una numeración caótica D Un monólogo interior

…para aquellos que dicen que no hay Dios no daría ni el blanco de una uña por toda su ciencia por qué no se ponen a
crear algo le preguntaba muchas veces al ateos o como se llamen que vayan primero a lavarse sus miserias luego van
pidiendo a gritos un sacerdote cuando se mueren y por qué por qué tienen miedo del infierno a causa de su mala
conciencia. El texto corresponde a A Un soliloquio B Un monólogo interior C Un fluir de la consciencia D Una
enumeración caótica

- Él le dijo que ya nada importaba, porque había creído en una persona que no era digna de confianza. Ella le respondió
que tenía razones para dudar de su honor, porque a ella también la había acosado, cuando llegó a trabajar a su empresa.
El estilo de narración que se presenta en el texto es A Directo B Directo libre C Indirecto D Indirecto libre

“Su voz sonaba tranquila, acorde con la serenidad de tiempo ido de los latines, y por dentro, jadeante, su pensamiento
corría desatentado: O podría dejar de lado el evangelio y la epístola y dirigirme a él sin subterfugios decirle llanamente
cordialmente has venido a vengarte a asesinarme a desquiciarte en mí de un daño que no te hice y que no te habría
hecho y tú lo sabes y además estás más que vengado de mi padre y en mis hermanos después sí ellos eran iguales a él
pero yo no soy distinto pero quieres que alguno de nosotros te implore perdón quiere que me arrastre a tus pies y que
lo haga delante de mis feligreses para mayor perfección.” Guillermo Blanco, Misa de Réquiem.

“Ya no tornó a tener conciencia de lo que hacía. Notaba de vaga manera el movimiento de sus manos. Y oía las fórmulas
latinas que a la distancia profería su boca, en la misma forma inerte que podía oír y ver un feligrés distraído, presente
sólo en lo físico. Por cumplir con la letra del precepto. Mientras, en su interior, las imágenes del miedo se sucedían otra
vez en galope de potros desbocados, potros desbocados en la noche, en el temporal-ruge el viento, llueve, y hay truenos
y relámpagos-, galopando, galopando, y era él galopando, y la noche era esa otra noche de hacía ocho, diez años,
cuando recibió la noticia y corrió a los establos y montó sin silla en un potro recién domado, para lanzarse al campo, al
temporal, sin impermeable, ni manta. A galopar empapado en medio de unas tinieblas wagnerianas”. Guillermo Blanco,
Misa de Réquiem.

Hoy vine a Pringles, por una semana. El capítulo anterior lo escribí por la mañana, en el café del Avenida, que estaba
enteramente vacío como suelen estar los cafés aquí, bajo la mirada atenta de la mesera. Es una chica joven, nueva en
este café, al menos nueva para mí, que vengo al pueblo dos o tres veces por año. Ya al atenderme me había preguntado
si yo era escritor, y manifestado su admiración por esa actividad; ella también escribía, dijo, siempre, en toda ocasión,
para escritor que conocía, y la entusiasmaba la idea de poder hablar, al fin, con alguien del oficio. César Aira,
Cumpleaños

Será una lástima que Bustrófedon no vino con nosotros, porque íbamos por el Malecón a sesenta, a ochenta, a cien por
hora, viniendo del Almendares, ese Ganges del indio occidental, como decía Cué, y a la izquierda estaba el doble
horizonte del muro y de la raya azul, plegada, que es la cicatriz de la división de las aguas. Era una lástima de
Bustrófedon no vendrá con nosotros para ver cuando lo permita el horizonte de hormigón y sol las divisiones del mar...
Guillermo Cabrera, Tres Tristes Tigres
“Él está esperando en la puerta de embarque cuando llega el vuelo de su madre. Lleva dos años sin verla. A su pesar, le
impresiona lo envejecida que está. Su pelo, que antes tenía mechones canos, ahora está del todo blanco. Camina
encorvada. La carne se le ha vuelto flácida.” J. M. Coetzee, Elizabeth Costello.

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