Isabel Sancho.
Las Rozas
Madrid
Desde que inicié mi vida profesional en
los años 60, a los 14 años, sabía que
quería trabajar con libros. Empecé en
una editorial de Barcelona, me trasladé
a Madrid con 17 años y seguí en dos
editoriales más, y acabé el recorrido
dirigiendo en México una cuarta.
El regreso a España en 1982 coincidió
con el nacimiento de mi hijo y tenía que
replantearme una vida profesional con
horarios imposibles de conciliar con mi
nueva situación de madre.
Ahí, me convertí en librera, primero en
Madrid por tres años, haciendo una
especialización en literatura infantil y,
luego, durante 22 años en un pueblo
entonces pequeño, Las Rozas, que ya se
nos ha hecho grande con una población
de 85.000 habitantes actualmente.
Algunas personas nos hemos hecho con
los libros, han sido y son el alimento
cotidiano del alma como lo es el pan
para el cuerpo: novela, cuentos, ensayo,
historia, poesía, filosofía, ciencia y
tantos temas que se convierten en
ventanas abiertas a otros universos.
Al acabar un libro ya se es una persona
distinta de la que lo empezó a leer,
identificarse con tantos personajes
imaginados por otras gentes es fuente de
una riqueza inagotable y ese
sentimiento es el que yo he intentado
trasladar durante tantos años a padres y
niños que diariamente han pasado por
mi librería.
He tenido que luchar con la gran
competencia que ha supuesto la cultura
audiovisual que se ha impuesto con la
facilidad de lo que requiere poco
esfuerzo, pero a fuerza de tesón,
entusiasmo y muchas ganas han sido
muchas las madres, los padres y otros
adultos que hoy vienen y me comentan
que gracias a mis sugerencias han sido
capaces de disfrutar de ese milagro que
es la lectura.
Significa encontrar el momento de
tranquilidad, el espacio recogido, la luz
adecuada y el tiempo, sobre todo el
tiempo, un tiempo que parecería que se
recoge junto a nosotros y se ralentiza al
ritmo de la lectura. Porque la lectura es
como el horizonte, que se acomoda a la
vista de cada uno, se acaban las prisas y
empieza un lugar sin exigencias que
abre puertas y donde el espacio del
conocimiento se amplía sin cesar.
Encontrar las raíces de la fascinación
que nos produce la ficción y la fantasía
sería como cartografiar el país de las
maravillas.
Los sueños y los libros me salvaron de
tantas dificultades porque encontré en
ellos secretos sólo destinados a ser
revelados por mí. Pasar la mayor parte
de mi vida en "compañía" de escritores,
descubrirles, hacer que otros los lean,
siempre con la espera de una
revelación... Disfrutar del placer sensual
de acariciar unas cubiertas con un bello
diseño, descubrir aquellas palabras que
parecen dirigirse a mí, música
silenciosa, personajes y lugares que me
regalaron otras vidas. Los libros me han
proporcionado tantas emociones, he
sido tantos personajes, princesa
otomana, reina medieval, monja
solidaria, médico rural, dama victoriana,
exploradora, científica, artista...

No sería lo que soy si no me hubieran

contado historias como la de "Por amor
a Judit" con su ironía y humor, o
"Primavera con una esquina rota" y la
ternura de Mario Benedetti, o "Seda" de
Baricco y aquella preciosa carta, la
exquisitez en la "Historia de la belleza"
de Umberto Eco, las vivencias europeas
de Stefan Zweig o aquella maravillosa
descripción de un beso en el capítulo
siete de "Rayuela" que nos regaló Julio
Cortázar y tantos, tantos relatos que me
han atrapado y me han aportado
emociones intensas ayudándome a ir
construyendo mi día a día.

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