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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol.

I
Todos los Derechos Reservados
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com

“Los Sapos Rojos”


Alfredo Milano
Santiago, 7 de Junio, 2008

Relato nostálgico con dejo cacofónico


Escrito en Santiago RD, con ocasión de la Ley Sapo en Venezuela

“Podrá el mirlo blanco silbar encima del mirto”.


Esto pensaba el misógino sabio, después de beber la mistela que su tía Adela le había
obsequiado después de su diario miserere.
El reía internamente del misticismo cordillerano de su tía, quien mezclaba alegremente a
Dios con aguardiente.
Indudablemente, el mismo Dr. Sutton cuando la viera, pensaría que no era Mal de
Alzheimer lo que le producía su inicial locura con temblura, sino el Delírium Tremens de
un organismo agotado e hinchado por el abuso alcohólico.
---“A Deogracias” suspiró el sabio y volvió a su postura pensativa.

Ya había olvidado al mirlo blanco y se aprestaba a tomar otro complejo dilema en su andar
matutino. Abrió un postigo de la gran ventana frontal y un rayo de luz inundó la sala. De
frente, a lo lejos, estaba la cordillera con sus picos nevados. El cielo azul pálido con pocas
nubes. A gran altura, un cóndor hacía cabriolas en busca de la carroña que le saciara el
hambre y la de su prole.

A nuestro sabio le costaba un mundo desandar lo pensado. Era como tejer una larga manta
de fina trama, bella y complicada, para después desbaratarla. No quería matar lo
terminado. Pero buscar un nuevo tema también era difícil, porque ya muchos los había
agotado.

De pronto, a los lejos, observó algo que volaba empujado por el viento. Giraba sobre si
mismo, dando tumbos de allá para acá, y finalmente penetró en la sala.
Era un volante propagandístico con una foto. Cuando lo tomó en sus manos, un temblor le
sacudió el alma. Era la imagen del presidente mitotero, quien anunciaba un mitin para el
domingo venidero.
Buscó con desespero la botella ámbar de la mistela. De un sólo tirón la descorchó y de un
largo trago casi le vació el licor. Frotó su boca suavemente, una y otra vez. Se sentó en el
piso, llevó sus manos a la cabeza y maldijo repetidas veces.
El sólo quería pasar la vida en sus meditaciones sumamente triviales, o simplemente
complejas. El quería huir de este usurpador de espacio y tiempo. Quería huir de este tirano
perverso, que con su figura feamente amorfa no dejaba lugar para la vida misma.

Se había refugiado en el pequeño pueblo, lejos de las modernidades. No había electricidad,


no había carreteras que le llegaran, no había medios de comunicación. Era sólo un villorrio

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apartado; insignificante, como las personas que en él vivían.

Nuestro misógino se preguntaba, por qué el demonio gobernante quería llegar al lugar con
su insoportable verborrea; por qué el gordiflón sátrapa quería ahora llegar a su escondida
villa.

Vio de nuevo la foto del horrible presidente y la misma fue adquiriendo vida de batracio;
de sus labios sobresalía una lengua filosa y larga...
Rechoncho y de piel arrugada, con una verruga enorme en la frente, cuando abrió su boca
un ronco y penetrante sonido sacudió el silencio del caserío; croaba incesantemente. De
vez en cuando saltaba de un lugar a otro, y jamás callaba.

El pobre sabio bebió el resto de la mistela y lloró. Releyó el pedazo de papel, y maldijo con
furia.
La revolución había llegado al pueblecito.
El batracio quería que todos fueran como él.
Se asomó a la ventana y descubrió que toda la gente del vecindario se había convertido en
sapos con boinas rojas que lo miraban a él, delatoramente.

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