NOTICIA PRELIMINAR SOBRE LOS EDDAS.
Los Eddas son la mitologia de los antiguos
Scandinavos (1), y son al mismo tiempo su Mada
y su Edad Media podtica. Pocas personas versa-
das en la literatura dejaran de tener noticia de
Odin y sus poemas, de Thor, el Hércules scan-
dinavo, de Freya, la diosa de la Hermosura,
la blanca hija del mar del Norte. Los Eddas con-
tienen no solo las proezas y fabulas (algo mas de-
centes que las griegas) relativas 4 estos y otros
dioses de su Olimpo, sino tambien el origen, las
creencias, las vicisitudes y costumbres, la vida en-
e
(4) Suele entenderse por Scandinavia todas las regiones veci-
nas al mar Baltico, pero mas particularmente la Suecia, Noruega
y Dinamarca,—s—
tera, por decirlo asi, de los hombres que han ha-
bitado aquellas regiones desde la mas remota an-
tigiiedad hasta una época no muy lejana de nos-
otros. El tedlogo halla una prueba mas de la uni-
dad del género humano y de la verdad de los sa-
grados libros, en las huellas apenas borradas que
unen al Norte con el Oriente; en esos hombres
que,.como todos los del globo, tienden los bra-
zos hacia el mismo punto para sefialar de dénde
han salido, refiriendo de igual manera , casi
con las mismas palabras que el Génesis, la crea-
cion, la caida del hombre, el orgullo de los gi-
gantes, etc., y anunciando el fin del mundo entér-
minos parecidos 4 los del Apocalipsi. El histo-
riador y el poeta hallan una guerra tan parecida
4 la de Troya, que ha hecho creer es la misma;
héroes que hablan como Aquiles y combaten me-
jor, porque no se retiran 4 su tienda mientras hay
enemigos delante; mujeres que mueren por amor
4 sus maridos 6 hermanos, en lugar de hacerlos
morir por amor 4 otro. El jurisconsulto, el sabio
aficionado 4 escudrifiar el origen de las leyes y
costumbres, encuentran el gérmen de nuestros
antiguos fueros, la redencion del homicidio en
metalico , la prueba del desafio y del agua hir-
viendo, los banquetes funebres, las armas y ca-
ballo de los guerreros siguiéndoles 4 la tumba, y
aun sus mujeres y esclavos abrasandose con ellos.*
Llegando 4 los tiempos histéricos, se cuentan los
pasos de Atila, el azote de Dios; se oyen los ge-—g—
midos de las viudas y huérfanos que hizo; se ve
aquella confusa horda de pueblos guerreros que
derribaron el imperio de Roma, aunque solo sa-
bian beber, combatir y espirar riéndose de su
contrario. Por ultimo, en la edad media , en esa
edad media tan calumniada, los skaldas del Nor-
te cantan las desdichas de una princesa espaiio-
la (1) que al mismo tiempo es cantada en el poe-
ma de los Nivelungs, llamado Ja Iliada de la Ale-
mania, mientras nuestro idioma da el primer va-
gido cantando las proezas del Cid. Y no solo apa-
rece unida entonces la Europa del uno al otro
cabo por la comunidad de sus héroes, sino hasta
por sus sentimientos y lenguaje. Sigurd, el Cid
del Norte, dice 4 Fafner:
«Mi padre fue Sigmund, y yo me llamo Sigurd; yo, que
te he muerto... Mi valor guid 4 mi brazo, y mi tajante es-
pada hizo lo demas. No suelen hallarse hombres valientes
entre los que empiezan por tener miedo y son pusilanimes
en su nifez.>»
Cualquiera creeria oir al adolescente matador
del Conde Lozano. Y, cierto, no faltan en el Edda
Jimenas que acepten la mano manchada en san-
gre de su familia, haciendo ver asi una costum-
bre histérica donde no se veia mas que la ima-
ginacion de un romancero:
«En lugar del muerto padre
cobrarés marido honrado. »
(1) Brinhilda 6 Brunechilda, hija de Atanagildo.