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Introducción
El giro discursivo en las ciencias sociales que ha reciclado
la metodología cualitativa, forma parte del cuestionamiento
al fundamentalismo positivista, el cual, al identificar su
postura normativa con la ciencia, hace aparecer la crítica en
su contra como un ataque a la ciencia misma. Ahora es
común aceptar, además, que la explicación científica es una
forma particular de darle sentido al mundo, pero que no
existe un método científico único o universal. La
metodología cualitativa se replantea hoy como una vía más
adecuada para el estudio de la complejidad social e,
implícitamente, como una vía crítica y como crítica de la
vía única.
Como nos recuerda Ibáñez (1985), desde Aristóteles el término información tiene dos
sentidos: informarse de algo y dar forma a algo, así como el término medida denota
medidas a la sociedad y medidas sobre la sociedad. Potter (1998) lo ejemplifica
mostrando cómo un dirigente de una institución dedicada a la lucha contra el cáncer
manipula los datos sobre la incidencia de los diversos tipos de esta enfermedad, y
maximiza o minimiza los datos estadísticos para respaldar sus argumentos; y
concluye que se tiende a considerar los cuadros estadísticos como formas evidentes
de captar la realidad, como si los datos fueran puramente descriptivos, y se pasa por
alto su carácter constructivo y retórico. La cuantificación se suele plantear como una
forma clara y precisa de descripción, que se considera el mejor argumento en contra
de las evaluaciones cualitativas, las que a su vez se toman como meros juicios de
valor de carácter ambiguo. Pero la flexibilidad que muestra la manipulación de datos
cuantitativos permite establecer una relación entre cuantificación y retórica. A este
propósito, Ibáñez (1985) dice, con mucho acierto, que la cuantificación suele ser una
mera figura retórica, que connota precisión, pero que no la denota: porque si los datos
no precisan la relación con la teoría, la figura retórica implícita es la sinécdoque.
Mientras que si la relación entre el lenguaje matemático y el teórico no va más allá de
la analogía, la figura retórica es la de una metáfora. Este tipo de situación constituye
ya un campo de estudios que se ha dedicado a analizar la construcción retórica de la
cantidad (Ashmore 1995; Porter 1992).
Aparte del debate tradicional entre lo cualitativo y lo cuantitativo que el mismo
Ibáñez ha llamado el debate entre la numerería y la palabrería, o entre los cuentos y
las cuentas, podemos diferenciarlos diciendo que los métodos cualitativos estudian
significados intersubjetivos situados y construidos más que supuestos hechos
objetivos. Se prioriza la observación y la entrevista frente al experimento y el
cuestionario estandarizado. Así como también la vida social en su complejidad
cotidiana sin reducirla o distorsionarla con el fin de obtener controles experimentales,
pues, como lo señalan Burman y Parker (1993), esta vía no es más que otro discurso,
el discurso experimental, hecho de términos, metáforas, turnos de frase y
declaraciones que incluyen términos rituales como sujetos, condiciones de control,
variables, resultados, un lenguaje que resulta inapropiado para recrear los procesos
psicológicos de la gente. Es lo que se ha denominado atomismo procedimental,
consistente en descomponer fenómenos complejos en elementos singulares para aislar
variables individuales (Billig 1984). En la psicología tradicional, la ilusión objetivista
lleva a que el uso del término sujetos encubra en realidad el hecho de que en las
investigaciones sean tratados como objetos; la experiencia humana es fraccionada (y
aislada de su contexto relacional) con la pretensión de medirla (Parker 1999), para
obtener como datos puras trivialidades sobre algo y alguien distorsionados
experimentalmente, pero eso sí, con altos grados de significación estadística (lo cual
no es equivalente de verdad).
Si retomamos uno de los estudios considerados hoy como un clásico, el realizado por
Whyte en 1943 y publicado con el título de Street Corner Society, tenemos un caso en
el que la investigación cualitativa, a través del uso de la técnica de observación
participante, evidencia su poder explicativo a pesar de las creencias cientificistas de la
época y del propio autor. El personaje central de este trabajo (Doc) se constituye en un
verdadero coinvestigador y en pieza clave para la convivencia exitosa de Whyte en el
North End de Boston, de tal forma que al final Whyte resumía esta colaboración
diciendo que lo que habló con la gente le había ayudado a explicar lo que allí sucedía,
y que lo que él había observado le ayudó a exponer lo que la gente le había dicho.
Este estudio, a pesar de centrarse en los grupos de jóvenes que se reunían en las
esquinas, ha servido por años para caracterizar un típico barrio de trabajadores
inmigrantes. Whyte
no tenía ninguna pretensión crítica o de compromiso barrial. Él dice en el apéndice
de su libro (Whyte 1993) que buscaba tan sólo contribuir a la construcción de una
ciencia de la sociedad, y que tenía muy claro la distinción entre lo objetivo (la
realidad obervada) y lo subjetivo (cómo el investigador interpreta lo observado),
aunque con posterioridad y reflexionando sobre los cuestionamientos posmodernos,
aceptó que esa relación no estaba tan clara; la nueva epistemología crítica lo hace
pensar, pero no lo convence del todo. En lo que sí continuó insistiendo fue en la
posibilidad de que sus observaciones fueran cuantificadas y generalizadas. Es decir,
creía en los criterios de validez y objetividad que hasta hoy siguen siendo
dominantes.
Whyte se declara en contra de la epistemología crítica con la que ha debatido, aunque
le reconoce un valor en la era poscolonial en lo que se refiere a los cuestionamientos
que hace sobre la posibilidad de conocer una cultura determinada etnográficamente,
pero advierte que "podemos estar de acuerdo en que ningún foráneo puede realmente
conocer una cultura en forma completa, pero hay que preguntarse si alguna persona
de la misma puede conocer su propia cultura" (p. 371). Whyte en respuesta a Jermier,
que lo considera positivista por no aceptar que la verdad radica en niveles más
profundos de reflexión subjetiva del puramente descriptivo de su obra, y a Denzin,
que plantea que estando ya a finales de siglo hay que ir más allá de su concepción de
ciencia social, aunque le reconozca el carácter de clásico a su obra, afirma que las
posturas de la epistemología crítica transforman lo que él llama "argumentos
científicos" en "crítica literaria". Para él, sin la normativa científica los hallazgos no
pueden ser generalizados, y tienen un valor sólo situacional. Whyte acepta que sus
estudios sobre los jóvenes de las esquinas no buscaban una interpretación
comprensiva de la cultura de Cornerville, sino centrarse sobre ciertos elementos que
pudieran ser directa o indirectamente medidos.
Estas ilusiones objetivistas de Whyte que han causado tanta polémica a pesar del
reconocimiento generalizado sobre el valor de su obra, nos muestran el contraste entre
la fidelidad de Whyte a la visión positivista dominante en su época y una
investigación cualitativa cuyas implicaciones, más allá del autor, la han convertido en
un caso ejemplar de investigación activa. Esa contradicción se evidencia con la
aceptación del propio Whyte (1991) de que su investigación se enmarca en el campo
de la investigación acción participativa, en el que se ubica parte de su obra posterior.
Hay que decir en contra de las pretensiones de Whyte que, como él mismo lo relata,
sus propios informantes y en especial Doc (verdadero coinvestigador, que por lo
mismo le reclamó no haber compartido ingresos y prestigio) se mostraron con el
tiempo en casi completo desacuerdo con Whyte, le restaron valor a su libro y
criticaron su actitud hacia ellos, por dar una visión que consideraron demasiado
parcial y negativa sobre los jóvenes de su barrio, que ellos sí consideraban puramente
situacional, tomando en cuenta el desarrollo posterior que tuvieron sus propias vidas,
en las que la investigación no les supuso ningún beneficio, sino más bien algunos
problemas no buscados de los que se quejaron ante él. Es decir, consideraban su libro
más literatura que ciencia.
Mientras que Whyte reafirma que lo que le importaba era su contribución científica a
la sociología y parece no entender el resentimiento de sus "sujetos" de los que
esperaba una cálida recepción, a pesar de que fueron más su "objeto" de estudio.
Aquí de nuevo
hay que ratificar, como lo hicimos al inicio, el carácter autónomo de la práctica y
situado de la investigación y el replanteamiento de los criterios psicosociales de
correlación con las personas estudiadas, así como el intrínsecamente provisional
del conocimiento social y la necesidad de deconstruirlo de manera permanente.