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Las dos guerras mundiales, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; las fobias racistas y las
desigualdades sociales por doquier, junto al fracaso de políticas socioeconómicas erráticas, fueron algunos
de los test que hicieron tambalear aquel proyecto en la sociedad occidental, y que a su vez autorizaron la
fragmentación cultural hacia distintos rumbos y con muy diferentes expresiones, algunas opuestas entre sí,
como la carrera espacial y la guerra de Vietnam; y otras rebeldes al orden anterior, como el “muro” de Berlín
y la contracultura Hippy.
El brote de nacionalismos de diversos signos
políticos surgió en numerosos países de bajo
desarrollo, acompañando a éstos una profusa
producción literaria e intelectual, en búsqueda de
conciencias e identidades dormidas o
postergadas.
La caída de los ideales modernos comenzó a reflejarse en producciones arquitectónicas
concretas a partir del 50 y hasta el 70, que fueron presentándose bajo expresiones muy
diversas, inexorables en la desobediencia hacia las topologías prismáticas del Funcionalismo, ya
instalado mundialmente como sinónimo de unidad formal, poder oficial y distinción (a pesar de
no concitar la comprensión popular, sino su asombro) y bautizado ahora como “International
Style”.
Tres factores cobraron a partir del año 70 un gigantesco protagonismo que ha teñido todas las demás
áreas de la cultura occidental, incluso del orbe todo: la economía capitalista de mercado, las
comunicaciones o “mass media” y la informática. Sin menoscabo del descomunal desarrollo de las
tecnociencias, la poderosa interrelación de los tres factores citados, unificados bajo el nombre
omnipresente de “globalización”, se constituyen en el cuño distintivo de la Postmodernidad, en
comparación con otras circunstancias históricas precedentes.
Nuevos paradigmas hacia el siglo XXI