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CAPITULO IV

LA INSPIRACIÓN DE LOS LIBROS BÍBLICOS


Dice DV 24: “Las Sagradas Escrituras
contienen la palabra de Dios y, por ser
inspiradas, en verdad son la palabra de Dios”.

Sobre esta base,


formulamos
algunos
enunciados.
1. La Escritura contiene
“todo y solo lo que Dios quería”
La fórmula “todo y solo”, entre los documentos
magisteriales, aparece por 1ª vez en la
Providentissimus Deus”, aunque es de origen
bíblico y es doctrina
profesada por los
Padres.

Jesús decía que no


dejará de cumplirse
ni una iota o tilde de
la ley (Mt 5,18)
Dice san Pablo en la segunda carta a Timoteo
(3,16): “Toda escritura es divinamente inspirada”.

Por ello se atribuye a


Dios, como autor
principal, cada una de
las partes de la
Escritura, cualquiera
que sea su contenido y
aparente importancia.

Esta fue la doctrina y


la praxis de los Padres.
El concilio de Trento propuso dogmáticamente la
extensión total de la inspiración: “Si alguno no
acepta como sagrados y canónicos estos libros (de
la Sagrada Escritura), en su integridad y con todas
sus partes...: sea anatema”. Todo
significa lo
estríctamente
religioso y lo
aparentemente
marginal.
Esa fórmula siguió
aceptando la Iglesia
en el CVI y II.
La Dei Verbum declaró que
“todo y solo lo que Dios quería”,
porque en los siglos XIX y XX
había opiniones teológicas
limitando la inspiración sólo a lo
estríctamente religioso, no a lo
circunstancial, como el decir san
Pablo que se había dejado la
capa en Tróade (2 Tim 4,13).
Las encíclicas sobre la Biblia, antes del Vaticano II,
afirman la totalidad de la inspiración, para
preservar a la Escritura de cualquier error, no
restringiendo la inspiración al elemento primario o
religioso.
La razón teológica:
Si la Escritura es el resultado de una acción de
Dios, que actuó “en” y “por medio” de los
hagiógrafos, todo lo que éstos escribieron lo
hicieron bajo el
influjo de la
inspiración divina.
Por eso la acción de
Dios alcanza plena y
totalmente los textos
inspirados, hasta en
sus menores
detalles.
2. Las palabras de la Escritura son
verdaderamente palabra de Dios.
DV 24: “Las Sagradas Escrituras contienen la
palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en
verdad palabra de Dios·
DV 11: “Todo lo que
los autores inspirados
afirman debe tenerse
como afirmado por
el Espíritu Santo”.
De ello se deduce que Dios
es también verdadero
“autor literario”.
a. Dios “autor literario” de la Sagrada Escritura”.
Por el siglo XVI hubo algunas desviaciones, pues
según algunos teólogos, la inspiración sería sobre
los conceptos, no sobre las palabras
concretas. Entre ellos el jesuita
Leonardo Lessio (+ l586)
Estas opiniones fueron
combatidas por la escuela
tomista. Especialmente por el
dominico D.Bañez casi rozando
la teoría del dictado verbal.
Su propuesta se llamó:
“inspiración verbal”.
En 1870 el cardenal J.B.Franzelin publicó un
célebre “Tratado sobre la divina Tradición e
Inspiración”. Explica el concepto de inspiración,
partiendo de que Dios es autor; pero hace una
distinción. Distingue el elemento
“formal”, que serían los
pensamientos y conceptos, y el
“material”, palabras, frases,
estructura literaria. Lo formal
sería de Dios y lo material del
solo autor humano, aunque
expresado de modo infalible, en
virtud de la inspiración.
A la teoría de
Franzelin, entre otros se
opuso el dominico M.J.
Lagrange, (+1938),
afirmando que no puede
hacerse escisión entre
pensamiento y lenguaje
en un escritor.

A partir de Lagrange, en vez de partir del concepto “Dios


autor”, como lo hacía Franzelin, se sigue camino contrario,
más acorde con los concilios de Florencia y Vaticano I.
Se insiste más en la doctrina tomista de “causalidad
principal y causalidad instrumental”, definiendo lo que es
“inspiración” para después definir el “Dios autor”.
La teología más reciente se basa en la Dei verbum
cuando afirma que Dios actuó “en y por medio” del
hagiógrafo.
Se quiere indicar que la
acción divina se inserta
(como la gracia en la
naturaleza) en las
facultades del hagiógrafo,
de modo que las fecunda
desde dentro.
Con esto no cae en el
“dictado divino”, ni
atribuye una parte a Dios
y otra solo al hagiógrafo.
b. Inspiración bíblica y enseñanza divina de la
Escritura.
Todo en la Biblia está inspirado, pero no quiere
decir que cada texto sea una enseñanza de Dios.
Así hay casos en que se
formula una opinión de un
impío: “no hay Dios” (sal 14)
También cuando alguno,
como san Pablo, duda o
ignora (si la revelación fue en
su cuerpo o fuera: 2 Cor
12,2). Quiere decir que Dios
atestigua que duda o ignora.
Tres reglas sobre lo anterior:
--”Todo lo que el hagiógrafo afirma, anuncia,
insinúa. se debe considerar como afirmado,
enunciado, insinuado por el Espíritu Santo”.
--Son afirmaciones divinas las
hechas directamente por Dios,
Cristo o quienes le representen,
como Simeón o aunque no sean
hombres justos, como Balaam (Num
22-24) o Caifás.
Otras afirmaciones son enseñanza
divina si el hagiógrafo las afirma o
no las rechaza. Habrá que ver la
hermenéutica bíblica.
3. La condescendencia divina
y la huella humana en la Escritura.
Dios habla en la Escritura “por hombres y a la
manera humana” (DV 12).
Este “abajamiento” divino, que es una
manifestación del modo amoroso y
amable con que Dios actúa entre los
hombres, se llama: “condescendencia”.
De ella habló san Juan Crisóstomo, y
así dice la DV 13:“para que
comprendamos la inefable bondad de
Dios y cuanto El, solícito y providente
con nuestra naturaleza, ha adaptado
su modo de hablar”.
Veamos tres aspectos:
Condescendencia y verdad divina.
El anonadamiento de Dios,
hasta asumir la debilidad del
lenguaje humano, no suprime ni
anula su santidad y bondad, que
no pueden disminuir.
La DV 13 dice que la
“condescendencia” de la sabiduría
eterna se manifiesta “salva siempre la
verdad y la santidad de Dios”.
Debe haber, por lo tanto, una plena
armonía entre la “verdad” y la
“manera humana” del hablar de Dios.
Significado de la condescendencia.
Dios se presenta con un lenguaje humano tanto
por el “modo” como por el “contenido”.
Por el “modo”: Dios se sirvió
del hagiógrafo de modo que el
escrito parece obra de éste,
quedando oculto el mismo Dios.

Por el “contenido”: Dios se


expresa no con lenguaje
incomprensible, sino que
entabla con los hombres un
diálogo auténtico y adecuado a
nuestra naturaleza.
Santo Tomás lo explicó diciendo que la revelación
divina “ha sido hecha en conformidad con la
naturaleza del hombre”.
Dios se acerca al hombre
para ofrecerle un camino
adecuado a su medida, y así
pueda alzarse hasta El y
alcanzar las verdades más
altas sobre Dios, el mundo y
la propia existencia.
Así el plan de Dios puede
ser correspondido por la
aceptación racional y libre,
ayudada por la gracia.
Condescendencia y Encarnación
El misterio de la condescendencia
divina en la Escritura recibe
nueva luz comparada con la
divina condescendencia de la
Encarnación.
Dice la DV 13: “las palabras de
Dios, expresadas en lenguas
humanas, se han hecho semejantes
al lenguaje de los hombres, como el
Verbo del eterno Padre, al asumir
las debilidades de la naturaleza
humana, se hizo semejante a los
hombres.
El lenguaje de Dios en la Sda. Escritura tomó forma
humana, pero no se transformó en mero lenguaje humano.

El lenguaje humano está


como envolviendo la palabra
divina, o es asumido como
expresión del lenguaje
divino.
Del mismo modo que la
Humanidad de Cristo no es
un velo para ocultar la
divinidad, sino un modo
conveniente para que el
hombre se acerque a Dios.
En la Encarnación no significa que Jesucristo sea
en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el
resultado de una mezcla confusa de lo divino y lo
humano.
Se ha hecho verdadero hombre
sin dejar de ser verdadero Dios.
Así también la Sagrada
Escritura no es en parte divina
y en parte humana, ni una
mezcla amorfa de lo divino y
lo humano, sino que es una
realidad verdaderamente
humana, que sigue siendo a la
vez verdaderamente divina.
Sin embargo, la analogía no es total.
En Cristo, la Humanidad y
Divinidad coexisten “sin
confusión, sin cambio, sin
división, sin separación”.
Las dos naturalezas
conservan sus propiedades
específicas.
En la Escritura, siendo
Dios el autor principal, no
hay doble lenguaje, sino
que el humano ha sido
asumido por el divino.
Por causa de esta analogía se pueden comparar las
diferentes teorías exegéticas a las antiguas herejías
cristológicas.
- “Docetismo gnóstico bíblico”, que niega la verdadera
realidad de lenguaje humano.
- “Arrianismo bíblico”: palabra altísima, pero no de Dios.
-”Adopcionismo bíblico”: Libro meramente humano, pero
hecho divino por apropiación de Dios o de la Iglesia.
-“Nestorianismo bíblico”:
Deja de existir la realidad
humana,
-”Gnosticismo bíblico”:
La única realidad es el
aspecto humano, aunque
es libro religioso.
4. La analogía del lenguaje bíblico.
La relación entre el lenguaje de Dios y el de los hagiógrafos
no es ni unívoco ni equívoco.
Afirmar la “univocidad” es sostener que el lenguaje divino
ha sido absorbido por el humano y por lo tanto Dios no
sería el autor principal.
Admitir la
“equivocidad” es
romper toda
posibilidad de diálogo
con Dios a través de la
Escritura. No habría
divina
condescendencia.
Ni univocidad ni equivocidad. Las palabras humanas, sin
perder el vínculo con el escritor y su ambiente,
adquirieron una riqueza de relieve insospechado, de
acuerdo con la intencionalidad divina.
El lenguaje de la Biblia es a la vez
divino y humano. Dios quiso
hablar de un modo humano para
que los hombres pudieran
comprender, al menos en parte,
las profundas verdades que se
refieren a su salvación.
Dios habla con términos
familiares, como “padre, hijo”,
para poder entrever algo de la
vida íntima de Dios.
5. En la Escritura todo está igualmente inspirado.
Quiere decir que Dios es igualmente autor principal de un
libro que de otro. La Iglesia los acoge con “la misma
piedad y veneración”. Esto no quiere decir que tengan el
mismo contenido teológico, sino que todo procede de Dios.

En la exégesis judía,
creían que la Torah
tenía más autoridad
por venir desde
Moisés. Otros libros
tenían un grado
medio y otros muy
inferior (ej. Esther).
Según la doctrina católica todos los textos se deben
considerar igualmente inspirados, ya que son fruto de
una acción divina “en y por medio” de los hagiógrafos.
Directamente inspirado solo es el
texto original en su forma
definitiva. Las copias,
transcripciones y traducciones se
pueden considerar inspiradas en la
medida en que reproducen con
fidelidad el contenido y la forma
literaria del texto original.
Una situación especial presenta la
versión griega de los Setenta
(LXX).
La versión de los Setenta fue compuesta prácticamente por
entero antes de terminarse la redacción de los libros del
Ant. Testamento y se constituyera el canon bíblico.
Algunos Padres la tenían por inspirada y hoy lo sostienen
algunos.
Las razones de éstos son:
a) Haber sido citado por
autores del N.Testamento,
como texto principal;
b) Haber alcanzado su
forma definitiva cuando no
estaba terminado el canon
del Ant. Testamento, y no se
había formado el Nuevo.
Quienes defienden la inspiración de la versión de
los Setenta afirman que sus traductores deben ser
considerados “autores verdaderos” o al menos
“redactores”, porque no fue sólo traducción
mecánica sino que
interpretaron y
actualizaron el Texto.
Quienes lo niegan creen
que los traductores
actuaron movidos sólo
por un esfuerzo humano,
aunque siempre guiados
por la Providencia
ordinaria de Dios.

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