Está en la página 1de 77

LAS ELEGÍAS DEL DUINO

Rainer María Rilke

Traducción: Otto Dörr Zegers


1
Rainer M. Rilke
(1875- 1926)
2
Primera Elegía
 
Quien, si yo gritase, me oiría desde los coros (1)
de los ángeles? Y aún suponiendo que alguno de ellos
me acogiera de pronto en su corazón, yo desaparecería
ante su existencia más poderosa. Porque lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos.
Todo ángel es terrible.
 
Y así me contengo, sofocando el llamado seductor
de oscuros sollozos. Ay, ¿a quién podemos
recurrir entonces? A los ángeles no, a los seres humanos tampoco
y los astutos animales advierten ya
que no estamos muy confiados y como en casa
en el mundo interpretado. Tal vez nos queda todavía
algún árbol en la ladera que podamos contemplar
de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se complació en nosotros y así permaneció y ya no se fue. 3
Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio sideral
nos muerde el rostro; ¿a quién no le queda al menos ella, la anhelada,
que nos decepciona suavemente y con esfuerzo aguarda
al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve para los enamorados?
Ay, ellos sólo se ocultan uno al otro su destino.
¿Aún no lo sabes? Arroja desde los brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos; quizá de modo que los pájaros
sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.

4
Si, al parecer las primaveras te necesitaban.
Algunas estrellas te exigían que las percibieras.
En el pasado se levantaba, acercándose, una ola
o cuando pasabas tú junto a la ventana abierta
se entregaba un violín. Todo eso era misión.
¿Pero pudiste con ello? ¿No estabas todavía
distraído por las expectativas como si todo
te anunciara una amada? (¿Dónde quieres albergarla,
cuando grandes y extraños pensamientos entran y salen de ti
y a menudo se quedan por la noche?) Pero,
si te abruma la nostalgia, canta a los amantes; mucho falta todavía
para que su célebre sentimiento sea lo bastante inmortal.

5
Y a esos abandonados que tú casi envidias y a quiénes encontraste
aún más capaces de amar (2) que a los satisfechos.
Una y otra vez recomienza la alabanza inalcanzable;
piensa: el héroe perdura y hasta su mismo ocaso
fue para él sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero la naturaleza, agotada, recoge de vuelta a los amantes
en su seno, como si le faltaran las fuerzas
para llevar a cabo dos veces la tarea. ¿Has pensado bastante
en Gaspara Stampa (3), para que así alguna muchacha
a quien dejó su amado, ante el ejemplo señero de esta amante,
sienta: y si yo llegase a ser como ella?
¿No deberían, al fin, hacérsenos más fecundos estos viejos dolores?
¿No es tiempo ya de liberarnos, amando, del amado
y de resistir estremecidos, como resiste la flecha a la cuerda,
para ser, concentrada en el salto, más que ella misma?
Porque no hay permanecer en parte alguna.
6
Voces, voces. Escucha, mi corazón, como antaño
sólo escuchaban los santos, de tal modo que el llamado gigantesco
los alzaba del suelo; pero ellos, los imposibles,
seguían ahí de rodillas, indiferentes:
Así estaban escuchando. No es que tú puedas soportar
la voz de Dios, ni mucho menos. Pero escucha el soplo,
el mensaje incesante que se forma del silencio.
Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes difuntos.
Dondequiera que entraste, ¿no te habló quedamente
su destino en iglesias de Nápoles y Roma?
¿O se te impuso, sublime, una inscripción en relieve,
como recientemente esa lápida en Santa María de Formosa?
¿Qué quieren ellos de mi? En voz baja debo deshacer
la apariencia de injusticia que limita un tanto a veces
el puro movimiento de sus espíritus.
 

7
Por cierto que es extraño no habitar más la tierra,
no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas,
no dar el significado de un porvenir humano a las rosas
y a tantas otras cosas llenas de promesas;
no seguir siendo lo que uno era
en unas manos infinitamente angustiadas
o incluso dejar de lado el propio nombre
como un juguete destrozado.
Es extraño el no seguir deseando los deseos. Es extraño
ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró.
Y el estar muerto es laborioso y tan lleno de recuperaciones
que sólo lentamente percibe uno algo de eternidad. Pero los vivos
cometen todos el error de distinguir con demasiada vehemencia.
Los Ángeles (se dice) no sabrían a menudo
si andan entre los vivos o los muertos.
A través de ambas regiones el eterno fluir
siempre arrastra consigo a todas las edades, acallándolas.

8
Por último, ya no nos necesitan ellos, los que se fueron temprano;
suavemente uno se va desacostumbrando de lo terrenal, así como
se emancipa con ternura de los pechos de la madre. Pero nosotros,
que tenemos necesidad de tan grandes misterios, de los cuales,
y desde la tristeza, surge a menudo una prosperidad bienaventurada:
¿podríamos existir sin ellos? ¿Es vana la leyenda de que antaño,
en el lamento funerario por Lino (4), la primera música, osada,
atravesó el árido estupor (5); y que recién en aquel espacio dominado
por el terror, del cual el joven semidiós se escapó de pronto y para
siempre, entró el vacío mismo en aquella vibración
que aún ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda? (6)

9
“La anunciación a los pastores”
(Del libro Periscope Book of Henry II, Pintado entre los años 1007 y
1012) 10
Segunda elegía
 
Todo ángel es terrible. Y, sin embargo, ay de mí,
sabiendo como sois, yo os canto, aves casi mortíferas del alma.
Adonde se han ido los días de Tobías (1),
cuando uno de los ángeles más deslumbrantes,
de pie junto a la sencilla puerta de la casa,
y algo disfrazado para el viaje, dejó de ser terrible;
(¡un joven para el joven que miró hacia afuera con curiosidad!).
Pero si en este momento el arcángel, el peligroso,
diese un solo paso hacia nosotros desde más allá de las estrellas,
el propio corazón, sobresaltado, nos destruiría. ¿Quiénes sois?

11
Vosotros, los primeros agraciados (2), mimados de la creación,
serranías, cumbres aurorales del acto creador (3),
polen de la divinidad floreciente,
refracciones de luz, pasillos, escaleras, tronos,
espacios de esencias, escudos de gozo, tumultos de sentimientos
en un arrebato tempestuoso y, de pronto, cada uno,
espejos que recrean la propia belleza irradiada
y la devuelven a su mismo rostro.

12
Pues nosotros, donde sentimos, nos evaporamos, ay,
y luego espiramos y nos desvanecemos; de brasa en brasa
se debilita nuestro olor. Entonces puede ser que uno nos diga:
"sí, tú penetras en mi sangre, este cuarto y la primavera
se llenan de ti...". Y de qué sirve; él no puede sujetarnos
al desaparecer nosotros en él y en torno a él.
Y a los que son bellos, ¿quién los retiene?
Incesantemente hay apariencia en su rostro que luego se va.
Y lo nuestro se desprende de nosotros, como el rocío de la hierba temprana
o el calor de una comida caliente. Oh sonrisa, ¿hacia dónde?
Oh mirada hacia lo alto. Nueva, cálida y esquiva onda del corazón;
ay de mí: eso sí somos nosotros. ¿Es que el espacio cósmico
en que nos diluimos tiene, entonces, sabor a nosotros?
¿Recogen los ángeles realmente sólo lo suyo, lo que de ellos emana,
o queda en ellos, a veces y como por descuido,
algo de nuestra esencia? ¿Estamos quizás fundidos en sus rasgos,
como esa vaguedad en el rostro de la mujer embarazada? (4).
Ellos no lo advierten en el torbellino de su retorno a sí mismos.
(¡Cómo habrían de notarlo!).
13
Los amantes podrían, si lo comprendiesen, hablar extrañamente
en el aire nocturno. Porque parece que todo nos encubre.
Mira, los árboles son; las casas que habitamos aún existen.
Sólo nosotros pasamos de largo como un intercambio de brisas.
Y todo concuerda en silenciarnos,
en parte quizás como vergüenza,
en parte como una indecible esperanza (5).

14
A vosotros, amantes, que os bastáis el uno al otro,
yo os pregunto por nosotros. Vosotros os tomáis.
¿Tenéis pruebas? Ved, sucede que mis manos
mutuamente se comprenden o que mi rostro gastado
busca en ellas su refugio. Esto me hace sentir un poco.
Pero, ¿quién se atrevería a ser sólo por eso?
Pero a vosotros, que crecéis embelesados en el otro,
hasta que él, subyugado, os suplica que no más;
a vosotros, amantes, que entre las manos os hacéis más abundantes,
como años de vendimia; que a veces dejáis de ser, sólo porque el otro
del todo prevalece: yo os pregunto por nosotros. Yo sé
que os tocáis dichosos, porque la caricia os retiene
y no desaparece el lugar que vosotros, tiernos, ocultáis;
porque debajo presentís la pura duración.
Es casi eternidad lo que os prometéis en cada abrazo.
Y, sin embargo, cuando resistís el terror
de las primeras miradas y la nostalgia en la ventana
y el primer paseo juntos, una vez, por el jardín;
amantes, ¿seguís siéndolo entonces todavía?
Cuando os alzáis el uno al otro hasta los labios, bebida a bebida:
oh cuán extrañamente se substrae entonces al acto el bebedor.
15
¿Y no os asombraba en las estelas áticas (6) la prudencia
del gesto humano? ¿No fueron puestos el amor y la despedida
tan suavemente encima de los hombros, como si estuviesen hechos
de otra materia que en nosotros? Acordaos de las manos,
cómo descansan sin presión, aunque en los torsos está toda la fuerza.
Esos señores de sí mismos lo sabían: hasta aquí llegamos,
esto es lo nuestro, el tocarnos así; con más fuerza
nos levantan los dioses. Pero esto es asunto de los dioses.

16
Si encontrásemos también nosotros algo humano que sea
puro, angosto, contenido, un pedazo de tierra fecundo y nuestro
entre el torrente y el pedregal. Porque el propio corazón
siempre nos trasciende, como a aquéllos, todavía.
Y ya no lo podemos seguir con la mirada hacia imágenes
que lo apacigüen, como tampoco hacia cuerpos divinos,
en los cuales él, aún más grandioso, se modere.

17
Réplica de un relieve griego que representa la escena de la última
despedida de Orfeo y Eurídice, mientras el dios Hermes la retiene con la
mano izquierda
18
Tercera elegía
 
Una cosa es cantar a la amada. Otra, ay,
a aquel escondido y culpable dios fluvial de la sangre.
Su adolescente, aquél que ella reconoce desde lejos,
¿qué sabe él mismo del Señor del Placer, ése que a menudo
desde la soledad, y antes que la muchacha lo alivie, a veces también
como si ella no existiera, empapado, ay, de algo irreconocible,
alza su cabeza divina, llamando a la noche a un tumulto sin fin?
¡Oh Neptuno de la sangre, oh su temible tridente!
¡Oh el oscuro viento de su pecho, como viniendo de una concha retorcida!
 
Escucha como la noche se excava y se ahonda.
Estrellas, ¿no emana de vosotras el gozo del que ama
hacia el semblante de su amada? ¿No posee él la íntima visión
de su rostro puro a partir de la pureza misma de los astros?

19
No fuiste tú, ay, ni fue su madre, quien tensó así
el arco de sus cejas para la espera.
No para ti, muchacha que lo sientes, no para ti
se plegaron sus labios en una expresión más fecunda.
¿Crees realmente que tu leve aparición lo habría estremecido
entonces, tú, la que vagas como la brisa mañanera?
Es cierto que atemorizaste su corazón; pero más antiguos terrores
se precipitaron sobre él ante el ímpetu del contacto.
Llámalo ... tú no sólo lo llamas desde oscuras galerías.
Por cierto que él quiere y brota; aliviado se acostumbra
en tu corazón secreto y se recoge y se inicia.
¿Pero se inició alguna vez?

20
Madre, tú lo hiciste pequeño, fuiste tú quien lo empezó;
él era nuevo para ti e inclinaste sobre sus ojos inocentes
el mundo amable y rechazaste al otro, al extraño.
¿Ay, adonde se han ido los años en que tú,
con tu esbelta figura, supliste simplemente al caos ondulante?
Así le ocultaste muchas cosas; tú hiciste inofensivo aquel cuarto
tan sospechoso por las noches; desde tu corazón pleno de refugio
agregaste un espacio más humano a su espacio nocturno.
No en las tinieblas, no; en tu más cercana existencia
colocaste la lámpara nocturna y ella alumbraba como por amistad.
Jamás un crujido que no explicases sonriendo,
como si de antemano supieras cuándo se comporta así el zaguán... (1).
Y él escuchaba y se calmaba. Tanto logró con ternura tu vigilia (2).
Su destino se colocó detrás del armario, en lo alto del abrigo,
mientras su futuro inquieto y ligeramente desplazado
se acomodaba en los pliegues de la cortina (3).

21
Y él mismo, cómo yacía, el aliviado, bajo sus párpados soñolientos y
disolviendo el dulzor de tu leve figura en esos saboreados momentos
previos al sueño; si parecía un protegido... Pero por dentro, ¿quién
rechazaba, quién impedía en su interior los torrentes del origen?
Ay, entonces no había ninguna precaución en el durmiente;
durmiendo, pero soñando, pero febril: cómo se entregaba.
Él, el nuevo, el receloso, cuan enredado estaba
en los zarcillos de su acontecer interno, entrelazados
ya en diseños, multiplicándose en un crecimiento sofocante,
en formas que acosaban como fieras. Y cómo se abandonaba.
Amaba. Amaba su interioridad, su naturaleza salvaje,
esa selva dentro de él, sobre cuyo mudo estar caído
se irguió su corazón en verde claro. Amaba. Y lo abandonó,
siguiendo las propias raíces hacia el origen poderoso,
donde su modesto nacimiento había sido ya sobrevivido.

22
Amando descendía hacia la sangre más antigua, hasta los barrancos
donde yacía lo temible, aún saturado de los padres. Y todo lo terrible
lo conocía, le hacía guiños, como si estuviese al tanto.
Más aún, lo espantoso sonreía... Rara vez
has sonreído tú tan tiernamente, madre. ¿Cómo podía él
no amarlo, si le sonreía? Antes de ti él ya lo amaba,
porque cuando lo llevabas en tu vientre
estaba disuelto en el agua, la que aliviana al que germina (4).

23
Mira, nosotros no amamos, como las flores, desde un
solo año; nos sube por los brazos, cuando amamos,
una savia inmemorial. Oh muchacha,
esto: amábamos en nosotros, no una cosa, algo venidero,
sino lo que fermenta incontablemente; no a un niño en particular,
sino a los padres, que como ruinas de montañas
reposan en el fondo de nosotros; sino el cauce seco
de madres remotas; sino también todo el
paisaje silencioso bajo la fatalidad nublada o clara:
todo esto, muchacha, se te anticipó.

24
Y tú misma, ¿qué sabes? Tú conjurabas
el pasado en el amante. Qué de sentimientos
ascendían desde los seres que se han ido.
Cuántas mujeres te odiaron entonces. ¡Qué machos sombríos
fuiste capaz de agitar en las venas del adolescente!
Niños muertos querían venir a ti... Oh suave, suavemente,
haz ante él un trabajo diario amoroso y confiable,
condúcelo hasta las proximidades del jardín,
dale el imperio de las noches......
Rétenlo......

25
“Mujer-Fauno de Rodillas”
de Auguste Rodin
(esculpida alrededor de 1884) 26
Cuarta elegía
 
Oh árboles de la vida, oh, ¿cuándo seréis invernales?
Nosotros no concordamos. Tampoco estamos comunicados
como las aves migratorias. Sobrepasados y tardíos,
nos imponemos de súbito a los vientos
y caemos sobre un estanque indiferente.
Tenemos conciencia a la vez del florecer y el marchitarse.
Y en alguna parte andan leones todavía, que no saben,
mientras son majestuosos, de ningún desmayo.

27
Pero cuando aludimos a una cosa, totalmente,
ya nos es perceptible el derroche de la otra. La enemistad
es lo más próximo a nosotros. Los amantes, ¿no tropiezan
constantemente, el uno en el otro, con sus límites,
ellos, que se prometieron amplitud, caza y patria?
Por el trazo de un instante,
y de modo que nosotros lo veamos,
se prepara ahí, con esfuerzo, un fondo de contraste;
porque se es muy claro con nosotros. No conocemos
el contorno del sentir: sólo aquello que lo forma desde fuera.
¿Quién no se sentó temeroso ante el telón de su propio corazón?
Éste se abrió: el escenario fue una despedida.
Fácil de comprender. El jardín conocido
oscilaba quedo; entonces primero llegó el bailarín.
No aquél. ¡Basta! Y por más que se haga el ligero,
está disfrazado y se convierte en un burgués
que entra a su casa por la cocina.
28
No quiero estas máscaras a medio llenar,
prefiero la muñeca. Ella está llena. Quiero
sostener su envoltura y el alambre y su
rostro de apariencias. Aquí. Estoy delante.
Aunque las lámparas se apaguen, aunque se me
diga: nada más; aunque el vacío provenga
del escenario con la corriente de aire gris,
aunque ya ninguno de mis antepasados quietos
esté sentado aquí conmigo, ninguna mujer, ni siquiera
el muchacho con el ojo bizco y pardo (1):
sin embargo, me quedo. Siempre existe el contemplar.

29
¿No tengo razón? Tú, a quien por mí tan amarga
te supo la vida, padre, saboreando la mía,
la primera infusión turbia de mi deber,
siempre volviendo a saborearla mientras yo crecía
y, ocupado con el resabio de tan extraño futuro,
ponías a prueba mi empañado mirar hacia lo alto;
tú, padre mío, desde que estás muerto, a menudo
tienes miedo dentro de mí, en mi propia esperanza (2),
y abandonas la serenidad, esos reinos de serenidad,
como los tienen los muertos, por mi menguado destino;
¿no tengo razón? Y vosotras, ¿no tengo razón?,
vosotras, que me amasteis por el pequeño comienzo
de amor hacia vosotras, del que siempre me desvié,
porque el espacio, al yo amarlo en vuestra presencia,
se derramaba hacia el espacio sideral
en el que ya no estabais... Cuando me dispongo a esperar
ante el escenario de marionetas, no, más bien a mirarlo plenamente.
un ángel tiene que aparecer allí como jugador
que levante de un golpe los cuerpos de los títeres
30
para poder al fin equilibrar mi mirada.
Ángel y muñeca; entonces, por fin hay espectáculo.
Luego se reúne lo que constantemente
dividimos por el hecho de existir. Y recién entonces surge,
desde nuestras estaciones del año, el contorno
de toda la transformación. Por encima y más allá
es el ángel el que juega. Mira,
¿no debían suponer los moribundos cuan lleno de pretextos
está todo lo que hacemos aquí abajo?
Ninguna cosa es ella misma. Oh, horas de la infancia,
cuando detrás de las figuras había más que
lo pasado y ante nosotros no estaba el futuro todavía.

31
Es cierto que crecimos y aún a veces presionamos
por llegar a ser mayores, en parte por cariño hacia aquéllos
que no tenían ya otra cosa que la edad.
Y sin embargo, en nuestra soledad
nos divertíamos con lo duradero y nos manteníamos ahí
en ese espacio intermedio entre el mundo y el juguete,
en un lugar que desde el principio
había sido fundado para un proceso puro.

¿Quién puede mostrar a un niño tal cual es? ¿Quién lo coloca


en el firmamento y pone en su mano la medida de la distancia?
¿Quién produce la muerte infantil
a partir de un pan gris que se endurece, o la deja
dentro, en la boca redonda, así como se deja el corazón
de una hermosa manzana?...... Los asesinos son
fáciles de reconocer. Pero esto:
contener la muerte suavemente, toda la muerte,
aun antes que la vida y esto sin enojo,
es indescriptible. 32
“El Actor”,
de Pablo Picasso.
Óleo sobre lienzo, 194x112cm. (Pintado en 1904)
33
Quinta elegía
(Dedicada a la Sra. Hertha König)
 
Pero, ¿quiénes son ellos, dime, esos errantes, algo más
fugaces que nosotros mismos, a los que desde temprano
estruja y apremia una voluntad jamás satisfecha?;
¿por quién, por amor a quién? Ella los retuerce, los dobla,
los entrelaza y los sacude, los arroja y los recoge;
como desde un aire aceitoso y más resbaladizo
descienden ellos
a la alfombra carcomida y desgastada
por su eterno rebotar,
a esa alfombra perdida en el universo.
Extendida como un parche, como si el cielo del suburbio
le hubiera hecho daño ahí a la tierra.
Y apenas allí,
erguida y señalada: la gran letra inicial del estar ahí delante... (1).
Pero también a los más fuertes de los hombres
los doblega otra vez y como en broma el zarpazo que siempre está llegando,
así como Augusto el Fuerte (2) lo hacía sobre la mesa
con un plato de estaño. 34
Ay, y en torno a este centro,
la rosa del mirar florece y se deshoja.
Alrededor de este lagar, el pistilo,
tocado por el propio polen floreciente,
es otra vez fecundado hacia el fruto aparente del desgano,
de su desgano nunca consciente,
que brillando con la más tenue superficie,
aparenta un leve sonreír.
 
Y ahí, el viejo levantador de pesas marchito y arrugado,
que ya sólo toca el tambor,
encogido en su poderosa piel, como si ella hubiera
contenido antes a dos hombres y uno yaciera ya
en el cementerio y el otro lo sobreviviera,
sordo y a veces un poco confuso,
en su piel viuda.

35
Pero el joven, el hombre, como si fuera el hijo de una cerviz
y de una monja: macizo y vigoroso,
lleno de músculos y de simpleza.
 
Oh, vosotros,
a quienes una vez recibió como juguete
un sufrimiento que todavía era pequeño,
en una de sus largas convalecencias ....

36
Tú, que con la caída,
como sólo la conocen las frutas, cien veces al día
te desprendes, inmaduro, desde el árbol del movimiento
construido en común (el que, más rápido que el agua
tiene en pocos minutos ya la primavera, el verano y el otoño)
y caes y rebotas en la tumba:
a veces, en mitad de la pausa, quiere surgir en ti
un semblante cariñoso hacia tu madre, raras veces tierna;
pero ese rostro tímido y apenas intentado
se pierde en tu cuerpo que lo desgasta y aplana....
Y de nuevo bate el hombre las manos para el salto y antes de
que alguna vez se te haga más patente un dolor
en las proximidades de ese corazón
que siempre está trotando, se le anticipa a su origen (3)
el ardor de las plantas de los pies
con un par de lágrimas del cuerpo que veloces afluyen a tus ojos.
Y sin embargo, y a ciegas,
la sonrisa.....

37
Ángel, oh tómala, recoge esa hierba medicinal de flor diminuta.
Construye un jarrón y ¡guárdala! Ponla entre aquellas alegrías
aún no abiertas a nosotros; en una hermosa urna alábala
con una inscripción florida y elocuente:
"Subrisio Saltat." (4)
Entonces tú, graciosa,
tú, que has sido calladamente postergada
por las más gratas alegrías.
Tal vez en tu lugar
son felices los flecos de tu ropa (5),
o la seda verde metálica se siente infinitamente mimada
y plena sobre tus pechos jóvenes y henchidos.
Tú,
impasible fruta de mercado, colocada siempre de distinta manera
sobre las oscilantes balanzas del equilibrio,
entre los hombros, ante el público.

38
Dónde, oh dónde está el lugar -lo llevo en el corazón-
en el cual ellos estaban lejos de poder,
donde aún se desprendían unos de otros,
como animales
que se cubren sin estar bien apareados;
donde los pesos todavía son pesados
y los discos tambalean en sus varas
que se agitan en vano.....

 Y, de pronto, en este fatigoso no estar en parte alguna,


el sitio inefable, donde la pura carencia
se transforma de modo incomprensible,
saltando de súbito hacia aquella abundancia vacía,
donde el cálculo de muchas cifras
se resuelve en cero.
 
39
Plazas, oh plaza de París, escenario infinito,
donde la modista, Madame Lamort (6),
anuda y retuerce los inquietos caminos de la tierra
y las cintas sin fin, inventando con ellas nuevos lazos,
volantes, flores, escarapelas, frutas artificiales
-todos teñidos falsamente- para los baratos
sombreros invernales del destino.
………………………………..

40
¡Ángel!: habría una plaza que no conocemos y allí,
sobre una alfombra inefable, los amantes, que aquí
nunca llegan a lograrlo, mostrarían las altas
y atrevidas figuras de su impetuoso corazón,
sus torres hechas de placer y sus escaleras vibrantes,
hace tiempo ya apoyadas, donde jamás hubo suelo alguno,
la una en la otra solamente -y lo lograrían sin embargo-
ante los espectadores en torno, incontables muertos silenciosos:
¿Arrojarían éstos, entonces, sus últimas monedas de la felicidad,
siempre ocultas, siempre ahorradas,
desconocidas para nosotros, pero eternamente válidas,
ante la pareja que, por fin, sonríe de verdad
sobre la alfombra tranquila? (7).

41
“La familia de Saltimbanquis” Pablo Picasso.
Óleo sobre lienzo, 212 x 229,6 cm. (Pintado en 1905) 42
Sexta elegía
 
Desde hace ya mucho tiempo, higuera, me importa
cómo omites casi del todo la flor (1)
y cómo introduces tu puro misterio, sin gloria,
al interior del fruto tempranamente decidido.
Así como el tubo del surtidor, así empuja tu ramaje encorvado a
la savia hacia arriba y hacia abajo; y ella, casi sin despertar,
salta desde el sueño a la felicidad de su logro más dulce.
Mira: así como el dios entró en el cisne (2).
...... Nosotros, en cambio, nos demoramos,
ay, nos vanagloria el florecer y, traicionados, penetramos
al interior tardío de nuestro fruto perecedero.
A pocos les surge con tanta fuerza el apremio por actuar,
de tal modo que ya se aprestan a arder en el crisol del corazón,
cuando la seducción a florecer, como calmado aire nocturno,
les acaricia los párpados y la juventud de su boca:
quizás a los héroes y a los destinados prematuramente al más allá,
a quienes la muerte jardinera tuerce de otro modo las arterias.
Éstos se abalanzan hacia ella, adelantándose
a la propia sonrisa, como la cuadriga al rey victorioso
en los suaves bajorrelieves de Karnak (3). 43
Pero extrañamente próximo está el héroe
a los que murieron jóvenes. A él no le inquieta el durar. Su ascensión
es existencia; persistentemente se aleja para entrar
en la cambiante constelación de su continuo peligro. Pocos
lo podrían seguir hasta allá. Pero el destino, ése que nos acalla sombrío,
entusiasmado de súbito se lo lleva cantando al interior de la tempestad
de su mundo estruendoso. Pero no oigo a nadie como a él.
Y de pronto, con el aire torrencial,
me atraviesa el sonido apagado de su canto.
Entonces, cómo me gustaría ocultarme de la nostalgia:
Oh, si yo fuera, si yo fuera un niño o pudiese aún llegar a serlo (4)
y me sentara apoyado en los brazos futuros y leyera sobre Sansón,
de cómo su madre dio a luz primero nada y luego todo (5).

44
¿No fue ya en ti un héroe, oh madre, no comenzó
ya ahí, en ti, su elección soberana?
Miles bullían en el regazo y querían ser él,
pero mira: él tomó y dejó, eligió y pudo.
Y si derribó columnas fue porque irrumpió saliendo
del mundo de tu cuerpo hacia el mundo más estrecho,
donde continuó eligiendo y pudiendo. ¡Oh madres de los héroes,
oh origen de corrientes impetuosas! Vosotros, abismos,
a los que, desde el alto borde del corazón ya se arrojaron
las muchachas, gimiendo, las víctimas para el hijo en el futuro.
Porque el héroe se precipitó a través de las estancias del amor
mientras (6) cada latido, cada latido de un corazón referido a él lo exaltaba

y, ya vuelto de espaldas, se irguió al final de las sonrisas: diferente.

45
“Cabeza de Apolo”
Atribuida a Fidias. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de
Atenas
46
Séptima elegía
 
Ruego no, no más ruego (1), sino una voz emancipada,
sea la naturaleza de tu grito; cierto es que tú gritaste
en forma tan pura como el pájaro, cuando la estación del año,
la ascendente, lo eleva, olvidando casi que él es un animal preocupado
y no sólo un corazón solitario que ella lanza a lo alegre,
a los cielos entrañables. Así como él, así y no menos, rogarías tú tal vez,
de modo que, aún invisible, te conociera la amiga, la callada, en la que
una respuesta despierta lentamente, ella, la que se entibia al escuchar
y se siente enardecida ante tu osado sentimiento.

47
Oh y la primavera entendería: no hay ningún lugar ahí
que no lleve el timbre de la anunciación. Primero aquel pequeño
rumor interrogante, que con calma creciente es rodeado
a lo lejos de silencio por un día afirmativo y puro.
Luego las gradas que suben, las gradas del llamado
hacia el templo soñado del futuro; luego el trino, el surtidor
que anticipa ya en el juego promisorio la caída
hacia el torrente impetuoso. Y delante suyo, el verano.
No sólo las mañanas todas del estío, no sólo cómo ellas
se transforman en día e irradian ya antes del comienzo.
No sólo los días, tan tiernos alrededor de las flores y
tan fuertes y poderosos, allá arriba, en torno a los árboles formados.
No sólo la devoción de estas fuerzas desplegadas,
no sólo los caminos, no sólo los prados por la tarde,
no sólo la claridad que respira después de una tormenta tardía,
no sólo el sueño que se acerca y un presentimiento, en el crepúsculo...
¡sino las noches!, las altas noches del verano,
sino las estrellas, las estrellas de la tierra.
Oh, estar muerto alguna vez y saber de ellas infinitamente,
de todas las estrellas: ¡porque cómo, cómo, cómo poder olvidarlas! 48
Mira, entonces yo llamé a la amante. Pero no sólo vendría ella...
Vendrían también muchachas desde frágiles tumbas
y estarían ahí de pie ... Porque, ¿cómo limitar,
cómo, ese grito ya exclamado? Los que se hundieron
buscan aún la tierra. Para vosotros, niños, una cosa terrena,
una vez tomada, puede valer por muchas.
No creáis, que el destino es más que la densidad de la infancia:
cómo sobrepasasteis a menudo a la persona amada, sólo respirando,
respirando después de una dichosa carrera hacia ningún lugar, hacia lo libre.

49
Estar aquí es soberbio. Vosotras, muchachas, también vosotras
lo sabíais, vosotras, las en apariencia desposeídas, que os hundisteis,
purulentas, en las más sórdidas callejas de las ciudades,
en ésas abiertas al muladar. Porque cada uno estuvo una hora,
tal vez no una hora entera, pero algo, entre dos momentos,
apenas mensurable con las medidas del tiempo, ya que éste
tenía una existencia (2). Todo. Las arterias colmadas de ser.
Sólo que nosotros olvidamos tan fácilmente lo que el vecino sonriente
no nos aprueba ni envidia. Queremos alzarla para que se vea,
cuando en realidad la felicidad más evidente
recién se nos revela si en el interior la transformamos.

50
En ningún sitio, amada, habrá mundo si no es dentro. Nuestra vida
transcurre con transformaciones. Y lo externo, siempre más insignificante,
se desvanece. Donde hubo una vez una casa duradera,
oblicua irrumpe una figura imaginada, algo que pertenece por entero
a lo pensable, como si estuviera aún del todo en el cerebro.
Vastas reservas de energía se crea el espíritu del tiempo,
pero amorfas, como ese impulso vigoroso (3) que él extrae de todo.
Él ya no conoce templos. Este derroche del corazón
lo atesoramos de modo más íntimo. Sí, y donde aún algo resiste,
una cosa a la que alguna vez se ha rezado, servido y reverenciado,
ésta ya se ofrece, tal como es, a lo invisible.
Muchos no lo advierten, sin la ventaja, entonces,
de poder construirla internamente, con pilastras y estatuas, ¡más grande!

51
Cada giro apagado del mundo deja tales desheredados,
a quienes no les pertenece lo anterior ni todavía lo próximo.
Porque también lo próximo es distante para los humanos.
Esto no debe confundirnos, sino fortalecer en nosotros
la conservación de la forma aún reconocida. Esto estuvo una vez
entre los hombres, estuvo en medio del destino destructor,
en medio del no saber hacia dónde, como simplemente siendo,
y atrajo las estrellas hacia sí desde los cielos protegidos.
Ángel, a ti te lo muestro todavía,
¡ahí! en tu mirar se yergue por fin ahora redimido.
Columnas, pórticos, la ambiciosa resistencia de la esfinge y
de la catedral gris que emerge de la ciudad transitoria o ajena.

52
¿No fue eso un milagro? Oh, ángel, asómbrate, porque somos eso,
nosotros; oh tú, grande, cuéntalo, cuenta que fuimos capaces de ello,
ya que mi aliento no alcanza para la alabanza. Y sin embargo,
no hemos omitido los espacios, estos espacios que otorgan,
estos espacios nuestros. (Cuan terriblemente grandes deben ser,
puesto que milenios de nuestro sentir no han podido colmarlos).
Pero una torre era grande, ¿no es cierto? Oh Ángel, ella lo era,
grande, ¿pero también a tu lado? Chartres era grande y la música
ascendía aún más lejos y nos sobrepasaba. Pero incluso
una amante, oh, solitaria en la ventana nocturna ....
¿no te llegaba hasta la rodilla?
No creas que te estoy rogando,
Ángel, y aunque lo hiciera, tú no llegarías. Porque mi
clamor está siempre ya plenamente encaminado (4);
tú no puedes avanzar contra tan fuerte corriente. Mi llamar es
como un brazo extendido. Y su mano, que para coger
se abre hacia lo alto, permanece abierta ante ti,
como defensa y advertencia,
tú, allá arriba, inasible (5).
53
“Mano Izquierda”
de Auguste Rodin; Detalle de “Los burgueses de Calais” (Esculpido
alrededor de 1885) 54
Octava elegía
 
Con todos sus ojos ve la criatura
lo abierto (1). Sólo nuestros ojos están
como invertidos y rodeándola a ella por completo
cual trampas en torno a su libre salida.
Lo que hay afuera lo sabemos sólo por el rostro
del animal; porque ya al niño tierno
lo hacemos darse vuelta y lo obligamos a mirar hacia atrás
lo ya formado y no lo abierto,
tan profundo en el rostro del animal. Libre de la muerte.
A ella sólo nosotros la vemos; el animal libre
tiene siempre tras de sí su ocaso
y ante sí a Dios y, cuando camina, entonces
lo hace hacia la eternidad, así como manan las fuentes.

55
Nosotros no tenemos jamás, ni un solo día,
el espacio puro ante nosotros, espacio en que las flores
se abren sin cesar. Siempre hay mundo
y nunca, en ninguna parte, sin nada:
lo puro, no vigilado, que uno respira y
sabe infinitamente y no desea. Cuando niño
uno se sumerge (2) en eso así en silencio y de pronto es sacudido (3).
O aquel otro muere y entonces lo es (4).
Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte
y mira hacia afuera fijamente, tal vez con amplia mirada de animal.
Los amantes, si no fuese que uno al otro
se obstruyen la visión, están cerca de aquello y se asombran...
Como por descuido se les entreabre tras el otro...
Pero ninguno pasa por encima de éste
y una vez más se constituye el mundo para él (5).
Siempre orientados hacia la creación, sólo vemos
sobre ésta el reflejo de lo libre,
oscurecido por nosotros. O que un animal,
uno mudo, alce la vista tranquilamente traspasándonos.
Esto se llama destino: estar frente a frente
56
y nada más (6), siempre frente a frente.
Si ese animal que seguro avanza hacia nosotros
en otra dirección tuviera una conciencia como la nuestra,
nos haría cambiar de rumbo con su transformación.
Pero para él su ser es infinito,
libre y sin visión de su propio estado,
puro, como su mirada.
Y donde nosotros vemos futuro, ahí él lo ve todo
y se ve en todo, sanado para siempre.

57
Y sin embargo, en ese animal cálido y alerta
está el peso y la inquietud de una gran melancolía.
Porque también a él se le adhiere lo que a nosotros
a menudo nos subyuga, el recuerdo,
como si aquello hacia lo que uno tiende
hubiera sido más cercano alguna vez, más fiel, y su contacto
infinitamente dulce. Aquí todo es distancia
y allí fue aliento. Después de la primera patria
la segunda es para él híbrida y de vientos llena.
Oh bienaventuranza de la pequeña criatura
que siempre permanece en el regazo que la portó (7);
Oh felicidad del mosquito que todavía salta dentro,
incluso cuando está de boda:
porque el regazo es todo. Y mira esa seguridad a medias del pájaro
que desde su origen casi sabe ambas cosas,
como si fuera un alma de los etruscos (8),
el alma de un muerto al que un espacio recibió,
pero con la figura en reposo como lápida.
Y qué consternado estará aquél que debe volar
y proviene de un regazo. Asustado de sí mismo,
cruza el aire cual un rayo, como cuando una trizadura
corre a través de una taza. Así rasga la huella
del murciélago la porcelana de la tarde. 58
Y nosotros: espectadores, siempre, en todas partes,
vueltos hacia el todo y ¡nunca hacia afuera!
El todo nos desborda. Lo ordenamos. Se desintegra.
Lo volvemos a ordenar y nos desintegramos nosotros mismos.
 
Ahora, ¿quién nos ha hecho girar, de modo que
hagamos lo que hagamos, tenemos la actitud
del que se marcha? Como quien, sobre la última colina,
que una vez más le muestra el valle entero,
se vuelve, se detiene y se demora:
así vivimos y sin cesar nos despedimos.

59
“Los alegres bromistas”(Detalle),
de Henri Rousseau.
Óleo sobre lienzo, 145,8 x 113,4 cm. (Pintado alrededor de 1906)
60
“Los alegres bromistas”
de Henri Rousseau.
Óleo sobre lienzo, 145,8 x 113,4 cm. (Pintado alrededor de 1906) 61
Novena elegía
 
¿Por qué cuando es posible cumplir el plazo de la existencia
como el laurel (1), algo más oscuro que todo otro verde,
con pequeñas ondulaciones en el borde de cada hoja
(como la sonrisa del viento): por qué entonces
forzar lo humano y, evitando el destino,
anhelar destino?...
 
Oh, no porque haya felicidad,
este privilegio anticipado de una pérdida cercana.
No por curiosidad, o para ejercitar el corazón
que estaría también en el laurel.....
 
Pero sí porque el estar aquí es mucho y porque en apariencia
todo lo aquende, eso que se desvanece, nos necesita y
extrañamente nos concierne. A nosotros, a los más fugitivos.
Una vez cada cosa, sólo una vez. Una vez y no más.
Y nosotros también una vez. Nunca más. Pero
haber sido esa una vez, aunque sólo sea una vez,
este haber sido terrenal: eso parece irrevocable. 62
Y así nos apremiamos y queremos lograrlo,
queremos contenerlo en nuestras manos sencillas,
en la más pletórica mirada y en el corazón sin palabras.
Queremos llegar a serlo. ¿Y a quién dárselo? Lo que más quisiéramos
es conservarlo todo para siempre... Ah, y con respecto a la otra relación (2),
ay, ¿qué se lleva uno hacia el más allá? No el mirar, aquí
lentamente aprendido, y nada de lo que aquí ocurrió. Nada.
Pero sí los dolores. Sobre todo la pesadumbre,
también la larga experiencia del amor: es decir,
todo lo inefable. Pero más tarde, bajo las estrellas,
¡qué sentido tiene!: ellas son indeciblemente mejores.
Tampoco desde la pendiente de la cima trae el caminante al valle
un puñado de tierra, para todos inefable,
sino una palabra adquirida, pura, la genciana amarilla y azul.

63
Estamos aquí tal vez para decir: casa,
puente, manantial, portón, cántaro, árbol frutal, ventana,
o a lo más: columna, torre... pero para decir, compréndelo,
oh, para decir de una manera tal, como las cosas mismas jamás
pensaron ser en su intimidad. ¿No es una secreta astucia
la de esta tierra callada, cuando ella urge a los amantes
para que a través de su sentimiento se encante toda y cada cosa?
Umbral: ¿no es acaso fácil para dos amantes
desgastar un poco el propio umbral más viejo de la puerta,
también ellos, después de los muchos que vinieron
y antes de los que están por venir....?

64
Aquí está el tiempo de lo decible, aquí su patria.
Habla y proclama. Más que nunca
decaen las cosas, las que podemos experimentar, porque
lo que las reemplaza, desplazándolas, es un hacer sin imagen.
Un hacer bajo cortezas que estallan dócilmente,
tan pronto como el actuar desborda el interior y
se limita de otro modo.

65
Nuestro corazón sale airoso entre los martillos
así como la lengua entre los dientes, la que, sin embargo,
permanece siendo, a pesar de todo, la que alaba.
Alábale el mundo al ángel, pero no lo indecible, pues (3) ante aquél
tú no puedes presumir del esplendor de lo sentido;
en el universo, allí donde él siente de modo más sensible,
tú eres un principiante. Por eso muéstrale lo simple,
lo que, formado de generación en generación, vive como algo nuestro,
junto a la mano y en la mirada. Dile las cosas. Él estará más sorprendido;
como tú lo estabas ante el tejedor de cuerdas en Roma,
o ante el alfarero junto al Nilo. Muéstrale cuan feliz puede ser una cosa,
cuan inocente y nuestra; cómo incluso el sufrimiento lastimero
se decide puramente por la forma, sirve como una cosa, o muere en una
cosa,
mientras en el más allá dichoso escapa del violín. Y estas cosas
que viven de la muerte comprenden que tú las elogies; ellas, las fugaces,
confían en que nosotros, los más efímeros, seamos capaces de salvarlas.
¡Ellas quieren que las transformemos del todo en un corazón invisible
-oh infinitamente- en nosotros!, quienquiera que seamos al final. 66
Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres: resurgir en nosotros
invisible? ¿No es tu sueño el ser invisible alguna vez?
-¡Tierra! ¡Invisible!
¿Cuál, si no metamorfosis, es tu apremiante misión?
Tierra, tú amada, yo quiero. Oh créeme, ya no son necesarias
tus primaveras para que me conquistes: una,
ay, una sola ya es demasiado para la sangre.
Estoy, sin nombre y desde lejos, decidido por ti.
Siempre tuviste la razón y tu más santa ocurrencia (4)
ha sido la muerte amistosa.
 
Mira, yo vivo. ¿De qué? Ni la niñez ni el futuro
menguan .....Abundancia de vida
brota desde mi corazón.

67
Óleo sin terminar que representa a Rilke cuando tenía 31 años, pintado por Paula
Modersohn-Becker poco antes de morir ella de parto (1906).
Misteriosamente se parece al Rilke de la plena madurez, al de las elegías, terminadas 20
años más tarde 68
Décima elegía
 
Que yo un día, al salir de esta visión sombría,
eleve mi canto de júbilo y gloria hacia los ángeles que nos son propicios.
Que el diáfano martillar del corazón
no falle ante cuerdas blandas, que se cortan, dudosas.
Que el fluir de mi semblante me haga más luminoso;
que florezca el llanto inaparente.
Oh, cómo me agradaréis entonces, noches de aflicción.
Que no os haya acogido de rodillas, hermanas inconsolables,
que yo, más aliviado, no me haya rendido
a vuestra cabellera suelta. Nosotros, pródigos en dolores,
cómo los vislumbramos por anticipado en la triste duración,
por si acaso terminan. Pero ellos son nuestro follaje
invernal y perenne, nuestro verdor oscuro del sentido,
una de las estaciones del año secreto, mas no sólo tiempo,
sino lugar, poblado, campamento, suelo, residencia.
69
Por cierto, ay, qué extrañas son las calles de la Ciudad de la Aflicción,
donde en el falso silencio, hecho de acallamiento (1),
se vanagloria, violento, lo vertido en el molde del vacío:
el ruido dorado, el monumento que estalla.
Oh, cómo un ángel, sin dejar rastros, les pisotearía el mercado
del consuelo que la iglesia delimita, su iglesia comprada hecha:
limpia, cerrada y sin ilusiones, como una oficina de correos en domingo.
Afuera, en cambio, siempre se encrespan los bordes de la feria.
¡Columpios de la libertad! ¡Buceadores y malabaristas del empeño!
Y el lugar para dispararle a las figuras de la suerte engalanada (2),
donde, cuando el más hábil acierta, se agitan los blancos
y se comportan como hojalata vacía. El sigue dando tumbos
entre el aplauso y el azar; porque tiendas de cualquier curiosidad
hacen propaganda, tocan el tambor y lloriquean.
Pero en especial para los adultos es visible cómo el dinero
se multiplica anatómicamente y no sólo para la diversión:
el órgano sexual del dinero, todo, el conjunto, el proceso;
esto enseña y fecunda.........
70
......Oh, pero justo más allá de eso,
tras el último tabique, empapelado con carteles de "La Sin Muerte",
aquella cerveza amarga que parece dulce a quienes la beben
cuando mastican además distracciones frescas...,
justo en el dorso del tabique, justo detrás, está lo real.
Los niños juegan y los amantes se toman el uno al otro, aparte y serios,
sobre la hierba modesta, mientras los perros siguen su naturaleza.
Aún más allá es arrastrado el adolescente; tal vez es que él ama
a una joven Lamentación..... (3). Él va tras ella hacia los prados.
Ella dice: lejos; nosotras habitamos allá afuera....
¿Dónde? Y el joven la sigue.
Lo conmueve su actitud. Los hombros, el cuello, quizás
ella pertenece a una elevada estirpe. Pero él gira,
se vuelve, hace señas y la deja... ¿Qué más da? Ella es una Lamentación.

71
Sólo los muertos jóvenes, en el primer estadio
de indiferencia intemporal, el del desacostumbramiento,
la siguen con gusto. La Lamentación espera a las muchachas
y traba amistad con ellas. Con delicadeza les muestra
lo que lleva consigo: perlas de sufrimiento y los finos
velos de la tolerancia. Con los jóvenes ella camina
en silencio.
 
Pero allá, donde ellas habitan, en el valle, una Lamentación
de las más viejas se encarga del joven, cuando él pregunta: Nosotras,
dice, éramos antaño un gran linaje, nosotras las Lamentaciones.
Los padres ejercían la minería allá en las grandes montañas; entre los
hombres tú encuentras a veces un trozo tallado de sufrimiento
originario o la ira de un viejo volcán petrificada en forma de escoria.
Sí, de allá provenía todo esto. En otro tiempo fuimos ricas.

72
Y ella lo conduce suavemente a través del amplio paisaje de las
Lamentaciones;
le muestra las columnas de los templos o los escombros
de aquellos castillos, desde donde antaño
los príncipes de las Lamentaciones dominaban el país con sabiduría.
Le muestra los altos árboles de las lágrimas y los campos de
floreciente nostalgia (los vivos los conocen sólo como suave follaje);
le muestra los animales de la tristeza, pastando, y a veces
un pájaro se asusta y volando rasante a través de la mirada
hacia lo alto, les traza a lo lejos la imagen escrita de su grito solitario.
En la tarde lo lleva a las tumbas de los ancianos
del linaje de las Lamentaciones, de las sibilas y agoreros.
Pero si se acerca la noche, entonces deambulan más quedo
y de pronto se levanta la luna, ese monumento funerario
que vela por encima de todo, hermano de aquél junto al Nilo,
de la augusta Esfinge:
el rostro de la cámara callada.
Y se asombran ante la cabeza coronada, la que en silencio
y para siempre ha puesto el rostro de los hombres
en la balanza de las estrellas. 73
En el vértigo de la muerte temprana su mirada no lo entiende.
Pero el mirar de la Lamentación (4),
asomando por detrás del borde del "pschent" (5), ahuyenta a la lechuza.
Y ésta, rozando con lento trazo la mejilla (6),
aquélla de la redondez más madura,
dibuja suave en el nuevo
oído del muerto, el contorno indescriptible
sobre una hoja doblemente abierta.
 
Y más arriba, las estrellas. Nuevas. Las estrellas del país del dolor.
Lento las nombra la Lamentación:
Aquí, mira: el jinete, la vara, y a la más plena constelación de estrellas
la llaman: corona de frutas. Luego, más lejos, hacia el polo:
cuna, camino, el libro ardiente, muñeca, ventana.
Mas en el cielo austral, pura como en el interior
de una mano bendita, la 'M' claramente resplandeciente,
que significa las madres......
74
Pero el muerto tiene que marcharse
y la más vieja de las Lamentaciones lo lleva en silencio
hasta la garganta del valle, donde algo brilla
a la luz de la luna: la fuente de la alegría.
Y la nombra con veneración, diciendo: Entre los hombres
ella es un torrente que arrastra y sostiene (7).
Están al pie de la montaña.
Y ella, ahí, lo abraza llorando.
 
Solitario asciende hacia las montañas del dolor originario.
Y ni siquiera resuenan sus pasos desde el mudo destino.
 
***

75
Pero si ellos, los infinitamente muertos, evocaran en nosotros
una imagen, un símbolo (8), mira, ellos señalarían quizás las candelillas
del desnudo avellano, las colgantes, o
aludirían tal vez a la lluvia que cae en primavera
sobre la tierra oscura (9).
 
Y nosotros, que pensamos en una felicidad ascendente,
sentiríamos la misma conmoción
que casi nos consterna
cuando algo jubiloso se derrumba.

76
Fotografía de la gran esfinge de Gizeh,
construida alrededor de 2500 a.C., durante la Cuarta Dinastía 77

También podría gustarte