Está en la página 1de 35

Aproximación al Quijote

MARTÍN DE RIQUER
PRIMERA SALIDA DE DON QUIJOTE
CAPÍTULOS 1 A 6

- Imprecisión y vaguedad en el nombre y patria del protagonista


- Los libros de caballerías hacen enloquecer a don Quijote
- Aspecto físico del hidalgo “ingenioso”
- La armadura de don Quijote
- Rocinante
- El nombre “Quijote”
- Dulcinea del Toboso
PRIMERA SALIDA DE DON QUIJOTE
CAPÍTULOS 1 A 6

- Don Quijote en el campo y el “rubicundo Apolo”


- Don Quijote es armado caballero
- Aventura de Andrés y Juan Haldudo: un error aritmético
- Aventura de los mercaderes
- Nuevo sesgo de la locura de don Quijote: los desdoblamientos
- El “entremés de los romances”
- El escrutinio de los libros y final de la primera salida de don Quijote
SEGUNDA SALIDA DE DON QUIJOTE
CAPÍTULOS 7 a 52

- Sancho Panza -
- Los molinos de viento -
- El vizcaíno -
- Cide Hamete Benengeli -
- Final de la aventura del vizcaíno -
- Los cabreros y el discurso sobre la Edad de Oro -
- La historia de Grisóstomo y Marcela (novela pastoril) -
- Los yangüeses o gallegos -
- Los sucesos de la venta: Maritornes y el bálsamo de Fierabrás -
- Los rebaños -
- El cuerpo muerto o de los encamisados -
SEGUNDA SALIDA DE DON QUIJOTE
CAPÍTULOS 7 a 52
El caballero de la Triste Figura
Los batanes
El yelmo de Mambrino
Los galeotes: Ginés de Pasamonte (novela picaresca)
En Sierra Morena. La historia de Cardenio (novela bizantina)
La penitencia de don Quijote y la carta a Dulcinea
El cura y el barbero en busca de don Quijote
La Dulcinea de Sancho
La novela del curioso impertinente y los cueros de vino
La historia del cautivo
El discurso de las armas y las letras
SEGUNDA SALIDA DE DON QUIJOTE
CAPÍTULOS 7 a 52

Don Quijote atado y el pleito del yelmo y la alabarda


Los cuadrilleros de la Santa Hermandad
Don Quijote enjaulado
Regreso de don Quijote a su aldea
Final del Quijote de 1605
Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita
por Cide Hamete Benengeli, historiador
arábigo
“Si a esta se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor
arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos aunque por ser tan nuestros enemigos, antes
se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado: y así me parece a mí, pues cuando pudiera y
debiera extender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio;
cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada
apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les haga torcer del camino de la verdad,
cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo
presente, advertencia de lo porvenir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más
apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta
del sujeto”. (Quijote I, cap. IX)
Discurso de la Edad de Oro

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron


nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra
edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin
fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban
estas dos palabras de tuyo y mío”. (Quijote I, cap. XI)
Dulcinea del Toboso
“Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé
decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea, su
patria el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y
señora mía; su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los
imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son
oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios
corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve;
y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que
sola la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas”. (Quijote I, cap. XIII)
Maritornes
“Servía a la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana
de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta, y del otro no muy sana:
verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas; no tenía
siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto
le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera”.
(Quijote I, cap. XVI)
Quijote y Maritornes
“Tendió los brazos para recibir a su fermosa doncella la asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos
adelante buscando a su querido. Topó con los brazos de Don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca, y
tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama, tentóle la camisa y ella era de
arpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidrio; pero a él le
dieron vislumbres de preciosas piedras orientales; los cabellos que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó
por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol oscurecía; y el aliento que, sin duda
alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y
finalmente, él la pintó en su imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra
princesa que vino a ver al mal ferido caballero vencido de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos;
y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella,
no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía en
sus brazos a la diosa de la hermosura”. (Quijote I, cap. XVI)
Historia de Sancho
¿De modo, dijo Don Quijote, que ya la historia es acabada? Tan acabada es como mi madre, dijo

Sancho.

Dígote de verdad, respondió Don Quijote, que tú has contado una de las más nuevas consejas,

cuento o historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla, ni dejarla,

jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen

discurso”. (Quijote I, cap. XX)


Carta de Quijote a Dulcinea
Soberana y alta señora:

El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la
salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi
afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte
es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del
modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que
con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El caballero de la triste figura


Reescritura de Sancho
Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras
al cielo, y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de
grandísimo rato:

—Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora».

—No diría —dijo el barbero— sobajada, sino sobrehumana o soberana señora.

—Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía, si mal no me acuerdo: «el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced
las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que
acababa en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para
que ellos ansimesmo la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros
tres mil disparates. (Quijote I, cap. XXVI)
Galeotes
“Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don
Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio
que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las
manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así
como Sancho Panza los vido, dijo:

–Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.

–¿Cómo gente forzada? –preguntó don Quijote–. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?

–No digo eso –respondió Sancho–, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.

–En resolución –replicó don Quijote–, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.

–Así es –dijo Sancho.

–Pues desa manera –dijo su amo–, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables”. (Quijote I, cap. XXII)
Discurso anarquista del Quijote
”De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no
os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la
falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia
que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que
muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de
favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se
haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en
mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que
estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de
premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y
sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo
hagáis por fuerza” (Quijote I, Cap. XXII)
DON QUIJOTE,
¿PRIMERA NOVELA MODERNA?
- Narradores múltiples y deficientes
- Ambigüedad e indeterminación
- Perspectivismo
- Pastiche e intercalación
- Expansión / Condensación temporal
- Espacio infinito: trompe l’oeil
- Metaliteratura y disolución genérica
- Barroco y mise en abyme
Michel Foucault
(1926 – 1984)
Las palabras y las cosas: “Don Quijote”
Largo grafismo flaco como una letra, acaba de escapar directamente del bostezo de los libros. Todo su
ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita. Está hecho de palabras
entrecruzadas; pertenece a la escritura errante por el mundo entre la semejanza de las cosas. (…)

Pero si quiere ser semejante a ellos, tiene que probarlos, porque los signos (legibles) no se asemejan ya a
los seres (visibles). Todos estos textos escritos, todas estas novelas extravagantes carecen justamente de
igual: nada en el mundo se les ha asemejado jamás: su lenguaje infinito queda en suspenso, sin que
ninguna similitud venga nunca a llenarlo; podrían arder por completo, la figura del mundo no cambiaría.
Las palabras y las cosas: “Don Quijote”
Es asunto suyo el cumplir la promesa de los libros. Tiene que rehacer la epopeya, pero en sentido inverso:
ésta relataba (pretendía relatar) hazañas reales, prometidas a la memoria; Don Quijote, en cambio, debe
colmar de realidad los signos sin contenido del relato. Su aventura será un desciframiento del mundo: un
recorrido minucioso para destacar, sobre toda la superficie de la tierra, las figuras que muestran que los
libros dicen la verdad. La hazaña tiene que ser comprobada: no consiste en un triunfo real—y por ello la
victoria carece, en el fondo, de importancia—, sino en transformar la realidad en signo. Don Quijote lee el
mundo para demostrar los libros.
Las palabras y las cosas: “Don Quijote”
Don Quijote esboza lo negativo del mundo renacentista; la escritura ha dejado de ser la prosa del
mundo; las semejanzas y los signos han roto su viejo compromiso; las similitudes engañan, llevan a la
visión y al delirio; las cosas permanecen obstinadamente en su identidad irónica: no son más que lo que
son; las palabras vagan a la aventura, sin contenido, sin semejanza que las llene; ya no marcan las cosas;
duermen entre las hojas de los libros en medio del polvo.
Las palabras y las cosas: “Don Quijote”
La erudición que leía como un texto único la naturaleza y los libros es devuelta a sus quimeras:
depositados sobre las páginas amarillentas de los volúmenes, los signos del lenguaje no tienen
ya más valor que la mínima ficción de lo que representan. La escritura y las cosas ya no se
asemejan. Entre ellas, Don Quijote vaga a la aventura. (…)

Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón cruel de las
identidades y de las diferencias juguetear al infinito con los signos y las similitudes; porque en
ella el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberanía solitaria
de la que ya no saldrá, en su ser abrupto, sino convertido en literatura.
Erich Auerbach
(1892 – 1957)
Mímesis: “La Dulcinea encantada”
Poco amantes de la literatura habrá que no asocien a la figura de Don Quijote la idea de una
grandeza idealista. (…) La dificultad estriba en la circunstancia de que, en la idea fija de Don
Quijote, las intenciones nobles, puras y redentoras aparecen indisolublemente mezcladas con al
insensatez. (…) Las aventuras de Quijote no ponen en evidencia ningún problema radical de la
sociedad de aquel tiempo. En esta materia, su actividad no destaca nada. Sirve de pretexto para
hacer desfilar, en abigarrado cortejo, la vida española de entonces. (…) Ella, la realidad, tiene
siempre razón contra él, y sigue discurriendo, impertérrita e incólume, tras algunos divertidos
momentos de desconcierto.
Mímesis: “La Dulcinea encantada”
La idea fija preserva a Don Quijote del peligro de sentirse responsable de todos los males que
acarrea, lo que hace que también en el mundo de su consciencia quede descartado todo
conflicto trágico y todo serio ensombrecimiento. (…) La locura de Don Quijote no despliega ante
nosotros la tragedia: todo el libro es desde el comienzo hasta el fin, una obra humorística, en
que la locura resulta risible al proyectarla sobre el fondo de una realidad bien fundada.
Mímesis: “La Dulcinea encantada”
La sabiduría de Don Quijote no es la sabiduría de un loco; es la inteligencia, la nobleza, el decoro y la
dignidad de un hombre juicioso y equilibrado: no de un ser demoníaco o paradójico, devorado por las
dudas, los conflictos interiores y el desarraigo del mundo, sino de un ser ponderado, razonable, sensible,
que aun en medio de la ironía se mantiene amable y mesurado; de un hombre, además, de mentalidad
más bien conservadora o que se halla, por lo menos, acorde con las condiciones de su tiempo.
Mímesis: “La Dulcinea encantada”
La función de la locura en el Quijote: a medida que el tema va encendiendo a Cervantes la chispa de
la inspiración, se despliega ante él el panorama de la realidad de su tiempo, tal como había que
presentarla en contraste con semejante locura. (…) No podía ocultársele a él, ciertamente, que no era
ésta una locura heroica e idealista, una locura perfectamente compaginable con la sabiduría y la
humanidad. (…) Será violentar su pensamiento interpretar la locura de Don Quijote como algo
simbólico y trágico.

Nunca, desde Cervantes hasta hoy, ha vuelto a intentarse, en Europa, una exposición de la realidad
cotidiana envuelta en una alegría tan universal, tan ramificada y, al mismo tiempo, tan exenta de
crítica y de problemática.
- ROMÁNTICA
- PSICOANALÍTICA
- MARXISTA
- ESTRUCTURAL / SEMIÓTICA
- POSMODERNA
Jorge Luis Borges
(1899 – 1986)
En la literatura posmoderna la crítica literaria se transforma en narración, y esta se caracteriza
por la parodia. Para que la literatura sea la literatura verdadera, solo le queda el camino de
parodiarse a sí misma. Pero precisamente la parodia de sí misma es la literatura. Borges
entiende que la literatura lleva en sí el germen que conduce necesaria y lógicamente a la
autoparodia. Borges observa la autoparodia de don Quijote y la aplica a su obra.

Lo que Borges quiere probar es la fuerza de esas diferencias, allí donde precisamente resulta
mas difícil su comprobación, en el mundo de lo repetido, en la prolongación ejemplar de aquella
universal Biblioteca.
Magias parciales del Quijote
La forma del Quijote le hizo contraponer a un mundo imaginario poético, un mundo real prosaico. (…) para Cervantes son

antinomias lo real y lo poético. A las vastas y vagas geografías del Amadís opone los polvorientos caminos y los sórdidos

mesones de Castilla. (…) ni aquel siglo ni aquella España eran poéticas para él; hombres como Unamuno o Azorín o Antonio

Machado, enternecidos ante la evocación de la Mancha, le hubieran sido incomprensibles. El plan de su obra le vedaba lo

maravilloso; éste, sin embargo, tenía que figurar, siquiera de manera indirecta. Cervantes no podía recurrir a talismanes o a

sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y, por ello mismo, más eficaz.

Cada novela es un plano ideal; Cervantes se complace en confundir lo objetivo y lo subjetivo, el mundo del lector y el mundo

del libro. (…) ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Tales inversiones

sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores,

podemos ser ficticios.

También podría gustarte