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Paul Ricoeur

El sí y la identidad narrativa
I. La identidad narrativa y la dialéctica de la ipseidad y de la mismodad

La identidad entendida narrativamente puede llamarse por convención del lenguaje identidad del
personaje. La identidad del personaje se construye en unión con la de la trama.

Por concordancia entiendo el principio de orden que vela por la disposición de los hechos. Por
discordancia entiendo los trastrocamientos de fortuna que hacen de la trama una transformación
regulada, desde una situación inicial hasta otra terminal. Aplico el término de configuración a este
arte que media entre concordancia y discordancia. Propongo definir la concordancia discordante
mediante la noción de síntesis de lo heterogéneo.

La diferencia esencial que distingue el modelo narrativo de cualquier otro modelo de conexión
reside en el estatuto del acontecimiento. El acontecimiento narrativo es definido por su relación
con la operación misma de configuración, participa de la estructura inestable de concordancia
discordante característica de la propia trama.

El paso decisivo hacia una concepción narrativa de la identidad personal se realiza cuando
pasamos de la acción al personaje.

Se trata de saber lo que la categoría narrativa del personaje aporta a la discusión de la identidad
personal.

La identidad del personaje se comprende trasladando sobre el la operación de construcción de la


trama aplicada primero a la acción narrada, el personaje mismo es puesto en trama.

Es en la historia narrada con sus caracteres de unidad, de articulación interna y de totalidad


conferidos por la operación de construcción de la trama, donde el personaje conserva a lo largo de
toda la historia una identidad correlativa a la de la historia misma.

La lista de los personajes no es independiente de la de las funciones, se entrecruzan en vario


puntos, las esferas de acción: numerosas funciones se agrupan lógicamente según determinadas
esferas. Estas esferas corresponden a los personajes que realizan las funciones.

La primera gran dicotomía, la de los pacientes afectados por los procesos modificadores o
conservadores y por correlación de los agentes iniciadores de estos procesos. Se tiene en cuenta la
pre comprensión que tenemos de que los relatos son de agentes y de pacientes.

El problema moral se inserta en el reconocimiento de esta disimetría esencial entre el que hace y
el que sufre que culmina en la violencia del agente poderoso.

Con el modelo actancial de Greimas la correlación entre trama y persona es llevado a su nivel más
alto de radicalidad. No hablamos aquí de personaje sino de actante.
La radicalización prosigue en dos direcciones: del lado del actante y del lado del recorrido
narrativo. En la primera dirección, tres categorías: de deseo (principio de la búsqueda de un
objeto, de una persona, de un valor), de comunicación (principio de cualquier relación de
remitente a destinatario), de acción propiamente dicha (principio de toda oposición entre
adyuvantes y oponentes).

En la segunda dirección, la de los recorridos, me gustaría insistir en el lugar que ocupan en un


plano medio entre estructuras profundas y plano figurativo una serie de nociones que solo tienen
lugar en una concepción narrativa de la cohesión intima de la vida en primer lugar, la del programa
narrativo, luego la de la relación polémica entre dos programas de la que resulta la oposición entre
sujeto y antisujeto.

La acción es interacción y la interacción competición entre proyectos alternativamente rivales y


convergentes.

La articulación entre trama y personaje permite desarrollar al mismo tiempo una investigación
virtualmente infinita en el plano de la búsqueda de los motivos y otra en principio finita en el
plano de la atribución a alguien.

La dialéctica consiste en que según la línea de concordancia el personaje saca su singularidad de la


unidad de su vida considerada como la totalidad temporal, singular que lo distingue de cualquier
otro. Según la línea de discordancia esta totalidad temporal está amenazada por el efecto de
ruptura de los acontecimientos imprevisibles que la van señalando. La síntesis concordante-
discordante hace que la contingencia del acontecimiento contribuya a la necesidad en cierto
sentido retroactiva de la historia de una vida con la que se iguala la identidad del personaje.

La persona entendida como personaje de relato no es una identidad distinta de sus experiencias.
El relato construye la identidad del personaje que podemos llamar su identidad narrativa.

Es esta dialéctica de concordancia discordante del personaje la que debemos inscribir ahora en la
dialéctica de la mismidad y de la ipseidad. Se impone la necesidad de esta reinscripción puesto que
enfrentamos la concordancia discordante del personaje a la búsqueda de permanencia en el
tiempo vinculada a la noción de identidad, y cuya equivocidad ya hemos visto en el estudio
anterior: por un lado, decíamos, la mismidad de un carácter; por otro, la ipseidad del
mantenimiento de sí. Ahora se trata de mostrar cómo la dialéctica del personaje viene a inscribirse
en el intervalo entre estos dos polos de la permanencia en el tiempo para mediar entre ellos.

Esta función mediadora que la identidad narrativa del personaje ejerce entre los polos de la
mismidad y de la ipseidad es atestiguada esencialmente por las variaciones imaginativas a las que
el relato somete a esta identidad.

En la ficción literaria, es inmenso el espacio de variaciones abierto a las relaciones entre las dos
modalidades de identidad. En un extremo, el personaje es un carácter identificable y re-
identificable como mismo.
En cuanto a la novela clásica podemos decir que ha explorado el espacio intermedio de variaciones
en las que atreves de las transformaciones del personaje la identificación del mismo decrece sin
desaparecer. Nos acercamos al polo inverso con la novela llamada educativa, la trama se pone al
servicio del personaje. Se alcanza el polo extremo de variación, el personaje ha dejado de ser un
carácter. Culmina el conflicto entre una versión narrativista y otra no narrativista de la identidad
personal.

A la pérdida de identidad del personaje corresponde así la pérdida de configuración del relato y,
en particular, una crisis de la clausura del relato. Así tiene lugar una re percusión del personaje
sobre la trama.

Situados de nuevo en el ámbito de la dialéctica del idem y del ipse, estos casos desconcertantes de
la narratividad se dejan reinterpretar como una puesta al desnudo de la ipseidad por la pérdida del
soporte de la mismidad. Y, en este sentido, constituyen el polo opuesto al del héroe identificable
por superposición de la ipseidad y de la mismidad. Lo que ahora se pierde, bajo el término de
"atributo", es lo que permitía igualar el personaje con su carácter.

En la medida en que el cuerpo propio es una dimensión del sí, las variaciones imaginativas en
torno a la condición corporal son variaciones sobre el sí y su ipseidad. El rasgo de ipseidad de la
corporeidad se extiende a la del mundo en cuanto ha bitado corporalmente.

II. Entre describir y prescribir: Narrar

Aristóteles definición de la tragedia como imitación de acción, entienda por acción una
disposición en sistema de incidentes, de hechos, de naturaleza tal que puedan plegarse a la
configuración narrativa. Precisa: “Lo más importante de estos elementos (de la tragedia) es la
disposición de los hechos en sistema; pues la tragedia es representación (mímesis) no de hombres
sino de acción, de vida y de felicidad (la desgracia reside también en la acción) y el objetivo
buscado es una acción, no una cualidad; ahora bien, los hombres tienen tal o cual cualidad en
función de su carácter; pero es en función de sus acciones como son felices o infortunados”.

1. Las primeras unidades compuestas son las que merecen el nombre de prácticas.

Recordamos que Danto define ésta sustrayendo de las acciones ordinarias la relación “con vistas
a”. Quedan las acciones de base, a saber, esas acciones que sabemos hacer y que hacemos real
mente, sin tener que hacer otra cosa con vistas a hacer lo que hacemos; éstas son, en líneas
generales, las posturas, las acciones corporales elementales, que aprendemos, ciertamente, a
coordinar y a dominar, pero cuyos rudimentos no aprendemos verdaderamente. Por contraste,
todo el resto del campo práctico se construye sobre la relación “con vistas a”: para hacer Y, hay
que hacer antes X. Hacemos que Y acontezca, procurándonos X.

Un segundo tipo de conexión contribuye a la delimitación de las prácticas en cuanto unidades de


segundo orden; se trata de relaciones de engarce.
La unidad de configuración constitutiva de una práctica descansa en una relación particular de
sentido, la expresada por la noción de regla constitutiva, la cual se ha tomado precisamente de la
teoría de los juegos. La regla por sí misma reviste el gesto de la significación: mover un peón; la
significación procede de la regla puesto que la regla es constitutiva: constitutiva precisamente de
la significación, del “valer como”.

Las reglas constitutivas no son reglas morales. Deciden sólo sobre la significación de gestos
particulares y hacen, como hemos dicho antes, que tal gesto de la mano “valga como”, por
ejemplo, saludar, votar, llamar a un taxi, etc.

La introducción de la noción de regla constitutiva en este estadio del análisis tiene otra virtud que
la de introducir en la estructura de las prácticas relaciones específicas de significación; tiene,
además, la de subrayar el carácter de interacción que se vincula a la mayoría de las prácticas.

La interlocución constituye sólo la dimensión verbal de la acción. Las prácticas des cansan en
acciones en las que un agente tiene en cuenta por principio la acción de otro.

Weber: “Entendemos por "actividad" un comportamiento humano (poco importa que se trate de
un acto exterior o íntimo, de una omisión o de una tolerancia), cuando y en la medida en que el
agente o los agentes le comuniquen un sentido subjetivo. Y, por actividad "social", la actividad
que, según su sentido buscado por el agente o los agentes, se refiere al comportamiento de otro,
respecto al cual se orienta su desarrollo”.

La interacción se convierte en una relación interna, interiorizada.

2. La misma relación entre praxis y relato se repite en un grado más elevado de organización.

Llamaremos planes de vida a estas vastas unidades prácticas que designamos como vida
profesional, vida de familia, vida de tiempo libre, etc.; estos planes de vida toman forma gracias a
un movimiento de vaivén entre los ideales más o menos lejanos, que se deberán precisar
enseguida, y el peso de las ventajas y de los inconvenientes de la elección de tal plan de vida en el
plano de las prácticas.

El campo práctico no se constituye de abajo arriba, por composición de lo más simple a lo más
elaborado, sino según un doble movimiento de "complejificación" ascendente a partir de las
acciones de base y de las prácticas, y de especificación descendente a partir del horizonte vago y
móvil de los ideales y de, los proyectos a cuya luz una vida humana se aprehende en su unidad.
Unidad narrativa de una vida no resulta sólo de la suma de las prácticas en una forma
englobadora, sino que es regido, con igual razón, por un proyecto de vida, y por prácticas
fragmentarias, que poseen su propia unidad, de forma que los planes de vida constituyen la zona
media de intercambio entre la indeterminación de los ideales rectores y la determinación de las
prácticas.

3. Es el momento de decir dos palabras sobre la noción de “unidad narrativa de una vida”, que
Maclntyre coloca por encima de las de prácticas y de planes de vida.
La ficción literaria donde la unión entre la acción y su agente se deja aprehender mejor, de modo
que la literatura aparece como un vasto laboratorio para experiencias de pensamiento donde esta
unión se somete a in numerables variaciones imaginativas.

En el plano mismo de la forma narrativa, que querríamos semejante en la ficción y en la vida,


serias diferencias afectan a las nociones de comienzo y de fin.

Nada en la vida real tiene valor de comienzo narrativo.

A esta dificultad se añade todavía otra sobre el recorrido conocido de mi vida, puedo trazar varios
itinerarios, urdir varias tramas, en una palabra, narrar varias historias, en la medida en que, a cada
una, le falta el criterio de la conclusión.

Mientras que cada novela despliega un mundo del texto que le es propio. Las historias vividas de
unos se imbrican en las historias vividas de los demás.

Hay que situar las objeciones anteriores dentro del ámbito de la lucha evocada precedentemente.

En cuanto a la noción de unidad narrativa de la vida, debe verse en ella también un conjunto
inestable de fabulación y de experiencia viva.

Mediante la ayuda de los comienzos narrativos con los que la lectura nos ha familiarizado
estabilizamos los comienzos reales constituidos por las iniciativas que tomamos.

El pasado de narración no es más que el cuasi-presente de la voz narrativa. Y entre los hechos
narrados en un tiempo pasado, existen proyectos, esperas, anticipaciones, mediante los cuales los
protagonistas del relato son orientados hacia su futuro mortal.

Relatos literarios e historias de vida, lejos de excluirse, se complementan, gracias a su contraste.

III. Las implicaciones éticas del relato

La noción de identidad narrativa ayuda a enunciar formalmente las relaciones entre narratividad y
ética.

El arraigo del relato literario en el terreno del relato oral en el plano de la prefiguración del relato
da a entender, ya que la función narrativa tiene implicaciones éticas.

Es cierto que el placer que experimentamos en seguir el destino de los personajes implica que
suspendamos cualquier juicio moral real. Pero, en el recinto irreal de la ficción, no dejamos de
explorar nuevos modos de evaluar acciones y personajes. Las experiencias de pensamiento que
realizamos en el gran laboratorio de lo imaginario son también exploraciones he chas en el reino
del bien y del mal. El juicio moral no es abolido; más bien es sometido a las variaciones
imaginativas propias de la ficción. Gracias a estos ejercicios de evaluación en la dimensión de la
ficción, el relato puede finalmente ejercer su función de descubrimiento y también de
transformación respecto al sentir y al obrar del lector.
En la sección consagrada a la problemática de la identidad, hemos admitido que la identidad-
ipseidad cubría un espectro de significaciones desde un polo extremo en el que encubre la
identidad del mismo hasta el otro polo extremo en el que se disocia de ella totalmente. Nos ha
parecido que este primer polo está simbolizado por el fenómeno del carácter, por el que la
persona se hace identificable y reidentificable. El segundo polo nos ha parecido representado por
la noción, esencialmente ética, del mantenimiento de sí. El mantenimiento de sí es, para la
persona, la manera de comportarse de modo que otro puede contar con ella.

Al oponer polarmente el mantenimiento de sí al carácter, hemos querido delimitar la dimensión


propiamente ética de la ipseidad, sin tener en cuenta la perpetuación del carácter. Hemos seña
lado así la distancia entre dos modalidades de la permanencia en el tiempo, perfectamente
expresada por el término de mantenimiento de sí, opuesto al de perpetuación del mismo.

La identidad narrativa se mantiene entre los dos extremos; al narrativizar el carácter, el relato le
devuelve su movimiento, abolido en las disposiciones adquiridas, en las identificaciones-con
sedimentadas. Al narrativizar el objetivo de la verdadera vida, le da los rasgos reconocibles de
personajes amados o respetados. La identidad narrativa hace mantener juntos los dos extremos
de la cadena: la permanencia en el tiempo del carácter y la del mantenimiento de sí.

Los relatos que narran la disolución del sí pueden considerarse como relatos interpretativos
respecto a lo que podríamos llamar una aprehensión apofántica del sí36. La apófansis del sí
consiste en que el paso del “¿Quién” soy? al “¿Qué” soy? ha perdido toda pertinencia. Ahora bien,
el “qué” del “quién” es el carácter, es decir, el conjunto de las disposiciones adquiridas y de las
identificaciones-con sedimentadas. La imposibilidad absoluta de reconocer a alguien en su manera
dura dera de pensar, de sentir, de obrar, quizá no es practicable; al me nos, es pensable en último
término. Sólo es, sin duda, practicable el hacer fracasar una serie indefinida de intentos de
identificación, que son la materia de estos relatos de valor interpretativo respecto a la retirada del
sí.

En una filosofía de la ipseidad como la nuestra, debemos poder decir: la posesión no es lo que
importa. Lo que los casos límites engendrados por la imaginación narrativa sugieren, es una
dialéctica de la posesión y del desposeimiento, del cuidado y de la despreocupación, de la
afirmación de sí y del oscurecimiento de sí. Así, la nada imaginada del sí se transforma en «crisis»
existencial del sí.

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