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Bitácora de un duelo
(Juego de culpas)

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Supongo que la peor parte no fue perderlo, fue perderme.
I knew you were trouble, Taylor Swift.

Sé que mi amor debería ser celebrado, pero tú lo toleras.


Tolerate it, Taylor Swift.

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Dedicado a todas las personas que están atravesando o que hayan atravesado un desamor, que arman
y desarman un rompecabezas para comprender la pieza que faltó o cuál no encajó. Dedicado a los que están
pensando, repensando, analizando, volviendo sobre sus pasos e intentando salir adelante mientras que, a veces
con nostalgia, otras con rencor y otras con enojo, siguen mirando hacia atrás.
Es decir, dedicado a los que amaron.

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A Carolina Carranza, porque me escuchó con una paciencia incondicional que solo puede derivar
del amor.
A Ariel Turri. A Laura Solá. Por todo lo que me ayudaron.
A Alvin Garat por ser el mejor corrector que existe.
A los que con delicadeza y ternura me hicieron entender que la felicidad nos espera en donde nos
potenciamos y no en donde nos apagamos. Ellos saben quienes son y yo sé quiénes son ellos.
A mí, por supuesto, que siempre hice algo con mi dolor.

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PLAYLIST

(Recomiendo escucharla en aleatorio).

¡Escaneame!

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Ecuación de Dirac

(∂ + m) ψ = 0

Se describe el fenómeno de entrelazamiento cuántico, dice que: "Si dos sistemas


interactúan uno con el otro durante un cierto periodo de tiempo y luego se separan, los
podemos describir como dos sistemas separados, pero de alguna manera sutil están
convertidos en un solo sistema. Uno de ellos sigue influyendo en el otro, a pesar de
kilómetros de distancia o año luz".

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PRÓLOGO

Esta es la historia de una separación. Van a notar que lo empiezo desde el primer día
de separación y llego al día cuarenta. Mi duelo no fue así. Se suele decir que las mujeres
hacemos el duelo durante la relación. Cuando vamos construyendo nuestra fortaleza para
marcharnos a través de las pequeñas decepciones esporádicas que cada vez son menos
pequeñas y que paulatinamente se vuelven diarias. Cuando lloramos y lloramos y lloramos,
a veces enfrente del otro y a veces sin nadie cerca, pero siempre solas. Cuando nos cansamos
de actitudes que no cesan ni mejoran y decimos un millón de veces ‘‘basta’’ en voz alta, pero
seguimos intentando, hasta que llega el ‘‘basta’’ que no hace tanto ruido. Un día nos
despertamos livianas y comprendemos que dimos todo lo que pudimos dar.

Al conseguir esa tranquilidad, nos vamos. Ya hicimos gran parte de nuestro duelo. Ya
procesamos tanto el desamor que es como si nos devolvieran la felicidad. Suena cruel decir
que somos más felices sin ese alguien. Que suene cruel no significa que no sea cierto. No es
porque no quisimos al otro. En realidad es todo lo contrario: es porque lo seguimos
queriendo aún cuando era evidente que se resquebrajaban los límites de lo que era sensato
tolerar. Es porque quisimos mucho más de lo que deberíamos haber querido y nos fuimos
dejando de lado a nosotras mismas en ese proceso de querer y aguantar. No es fácil
despertarse un día y notar que te habías perdido para complacer un vínculo o mantener
cerca a una persona. Nadie puede lidiar con tanta desilusión sin atragantarse.

Dicen que el duelo tiene cinco etapas: la negación, la ira, la negociación, la


depresión, y la aceptación. Yo creo que, si bien es cierto, cada etapa está compuesta por un
millón de emociones. Todas válidas. Todas merecen ser transitadas.

Cuando convivimos con una persona, y nos aprendimos de memoria sus gustos, sus
secretos, sus miedos, y lo vimos reír, dormir, soñar; nos memorizamos sus horarios y
sabemos cómo le gusta el café y cuáles películas son sus preferidas, cuando podríamos
reproducir con exactitud el ritmo de sus latidos, cuando lo estudiamos con la atención que
solo puede derivar del amor, la primera pregunta que nos hacemos al distanciarnos, al
atravesar el desarraigo, es evidente: ¿qué hacemos con toda esa información? ¿Dejamos que
el tiempo arrase como una ola y la cubra de olvido? ¿Todas esas horas que invertimos en
estudiar a ese otro fueron malgastadas? Hasta que nos pasa: nos encontramos repitiendo
chistes, anécdotas, aprendizajes, muecas. Lo que el otro hace o deja de hacer, en la distancia,
sigue repercutiendo en nuestras emociones. Todo lo que vivimos nos alteró de alguna forma
y ya no somos las mismas que antes de ese alguien. Al principio nos entristece, después nos

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enoja, pero luego nos resulta un alivio. Nos convertimos en alguien diferente a quien
solíamos ser. Y es nuestro trabajo tomar lo bueno como recuerdo y lo malo como
aprendizaje, para que esa nueva versión nuestra sea alguien mejor.

Esta bitácora es un collage de emociones. La idea, la semilla de todo esto, surgió de


una carta de siete carillas que escribí y nunca envié. Cuando le puse el punto final a esa
carta, supe que todavía tenía muchas cosas que decir, mucho enojo, muchos pensamientos,
y que no quería quedarme con todo eso adentro, porque al dolor hay que transformarlo en
algo mejor. Tomé esa semilla y sembré esta bitácora. Tal vez ya no servía de nada imprimirla
y dársela, pero sí servía de algo sentarme a escribir más que siete hojas para muchos más ojos
que solo los suyos. Como carta era infinitamente larga y tediosa, pero como bitácora podía
seguir y seguir explayándome y ayudar a alguien en su propio proceso. Esta bitácora fue lo
que hice en vez de llamarlo y en el proceso de escribirla entendí algo: es cierto que el dolor es
parte inevitable de las relaciones humanas, entonces decir que el amor no tiene que doler es
demasiado fantasioso. Pero si apenas el dolor se presenta el otro no se preocupa y se ocupa
de manera inmediata de extinguir ese dolor, si no lo ve, si no lo entiende, si lo ignora o si
simplemente el dolor no cesa, ese es el final. En el amor vivimos usando una balanza, para
ver si pesa más lo bueno o lo malo, porque es inevitable que haya cosas buenas y cosas malas.
El problema es que cuando no tenemos a alguien al lado que busque apagar el dolor, que
nos quiera sobre todo cuando no es tan fácil, sobre todo cuando existen discusiones, sobre
todo cuando sufrimos, ya ni deberíamos preocuparnos en balancear. El dolor es
innegociable. El dolor hace que nada bueno sea lo suficientemente bueno como para
quedarse. Escuchate, siempre. Tu cuerpo es sabio y naturalmente va a sentirse bien cuando
te rodees de gente que te haga bien. Tus percepciones son válidas. Recordá que nadie jamás
puede discutirte tus sentimientos.

Todo lo que cuento en estas páginas es lo que sentí y eso no es debatible. Solo yo
estoy en mi piel y estoy más que segura de que para mí fue así. No lo culpo a él ni me culpo
a mí. Solo sé que así no me quiero sentir nunca más.

Sé que el amor, cuando llegue, me va a hacer sentir diferente, sé que me va a querer


en todas mis fases ☽, y también sé que va a hacer lo imposible para que casi siempre en mi
cielo haya luna llena ❍.

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Día 1
Tristeza.
Te abro la puerta de calle
me preguntás si estoy segura
y después te vas
con tus cosas en tres bolsas.
Me quedo ahí
mientras te alejás
podría gritarte
que no estoy segura
para dormir a tu lado
como hice las demás veces,
pero esta vez es diferente.

Es mi primera noche sola


y tengo frío.
Mis manos temblorosas
se deslizan entre las sábanas,
buscan la almohada que era tuya
que ahora no es de nadie
que sigue siendo tuya
que pienso en quemar o embalsamar
y dejar exhibida como un trofeo,
como una prueba
de que hay vida sin tu amor.

¿Habrá vida, me pregunto,


sin tu amor?
Todavía no lo sé.

Le sacaría todas las plumas


las esparcería por lo que fue
nuestro hogar
y después las recogería, a todas
intentaría rearmar la almohada

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como intenté rearmar nuestro amor
cuando empezó a dilatarse, oxidarse
a desplumarse,
cuando empezó a terminar.

Antónimos que coexistieron


por un largo tiempo,
tiempo que no viste
y que me dolió aún más que el final.

Apoyaría mi cabeza
en la almohada
para sentirte una vez más
porque fui tuya
porque ahora no soy de nadie
o sigo siendo tuya,
porque érase una vez un somos
que ahora es un sos y un soy.
Caminos separados. Eso es todo.

¿Qué culpa tiene la almohada,


qué culpa tiene tu cepillo,
qué culpa tengo yo?
¿Qué culpa habita en las cosas
que quedan atrás?

Esta casa llena de tu ausencia


grita que fui amada.
Todo lo que olvidaste me susurra
que el verbo ser puede conjugarse
de distintas maneras,
y que debería indicarme algo
que ya solo pueda hacerlo en pasado,
y que debería decírmelo todo
que ya solo pueda hacerlo
en singular.

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Día 2

Arrepentimiento.
Me volví chiquita, ínfima, diminuta, pequeñita, me volví insignificante. Hice de tu
rutina mi calendario, de tus preferencias y requisitos mi biblia, de complacerte mi ritual y de
tu cuerpo mi altar. Les hablé a los demás de vos maravillada. Te miraba con ojos de cariño,
con ojos de embobada, con ojos de admiración. Te miraba como si estuviera contemplando
una vela, encandilada con el fuego, asombrada frente al brillo, tan absorta que no noté el
calor de la cera derretida quemándome la piel, penetrando en mis huesos, dejando llagas en
mi cuerpo. ¿Alguna vez te habían mirado así, con tanto deseo, desde tan abajo?

Yo, al lado tuyo, no valía nada. Era lo que creía y te lo hacía notar. Me deslumbré
ante tus mínimos gestos de respeto y cariño como si mi amor estuviera en rebaja por estar
roto o ser de temporada pasada. Amoldé mis horarios a vos, nunca a vos a mis horarios. Me
prestabas tus huecos libres y te regalaba mi agenda. Intenté por todos los medios que me
eligieras durante todos los meses en los que yo sola no te alcanzaba. Me pegué a tus planes y
los llamé nuestros. Te conté de mi miedo de que tengas mejores opciones. Te confesé que te
estaba esperando hace planetas, galaxias, universos. Tus respuestas eran un silencio tajante,
una especie de incomodidad.

Me convertí en tu sombra, siempre detrás tuyo pero nunca al lado. Te subí a un


escenario y me senté en las gradas a aplaudirte. Te esperé con la mesa servida. Te pregunté
¿me querés? o ¿estás seguro de mí? varias veces al día. Me acostumbré a que no me contestaras
e hice las paces con el constante temor de que te dieras cuenta de lo evidente: Eras mucho
para mí. Tu amor me preocupaba mientras yo esquivaba esa sensación de peligro como si
estuviera esquivando baches por la calle para no dañar el auto. Tu amor me quedaba chico
mientras yo perdía y perdía peso para no quedarte grande. Me decía que sos un buen
hombre, que un buen hombre no puede causar daño. Vos un día me pediste un escenario
más alto. Y yo te lo dí.

Así que otro día me dijiste que querías un micrófono y el mazo que usan los jueces
para establecer una sentencia como cosa juzgada. También querías que la balanza se
equilibrara hacia tu lado y que la justicia dejase de ser justa. Fui parte de tu corrupción sin
denunciarla y vos me creíste cuando insinué que el amor que te tenía era incondicional. Así
actuaste. Creyéndome incondicional. Y cuando te decía que estaba triste no te preocupabas

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porque me descreías. Para vos yo era tan fuerte como el acero, inquebrantable, inmune a tus
disparos, dispuesta a seguir amándote con las partes que quedaban de mí.

Dejé de lado mi propia vida y todas las demás cosas e hice de más para que me
quieras, todo lo que estuvo a mi alcance. Pero un día me miré en el espejo y yo no era yo: Era
dos nubes negras debajo de mis ojos que se pintaban en las noches que pasaba desvelada o
teniendo pesadillas sobre vos, era dos párpados inflamados por los temporales que dibujabas
en mis mejillas durante cada discusión, era un par de labios carcomidos porque me
arrancaba la piel para distraerme de la preocupación que me generabas, era dos pupilas
dilatadas por las horas que malgastaba analizándote con detenimiento para descubrir si me
querías, era las pestañas que me despegaba de un tirón para así poder desear que te quedes,
era una sonrisa tatuada para que no te enojaras como solías enojarte cuando en mi rostro se
notaba todo el malestar que me tragaba para no espantarte. Y cuando mis amigas me dijeron
que me veían apagada, yo creí que vivir en un mundo sin luz era un costo bajo si la
recompensa era saber que por ese rato iba a ser yo quien te viera despertar. ¡Qué estúpida
fui!

Leí en un libro que el amor se trata de encontrar a alguien que te quiera por ser. Sin
desvivirte para que te respeten. Sin endeudarte para saldar la deuda del amor que el otro no
da. Sin reducirte a carbón para que el otro sea fuego. Conservando un lugar de
protagonista. Siendo consciente de que uno merece ser conquistado y no necesita
promocionarse ni dar descuentos. ¿Qué clase de amor es esa? Suena más fácil. Sin dudas no
creí que eso era amar. En un momento la sensación de peligro ocupó todo el espacio y quise
cambiar mi rol. Me arrodillé a rogarte que vieras mi valía hasta que me sangraron las
rodillas, te reclamé que no parecías orgulloso de haberme encontrado al hablar de mí. Mis
ojos vidriosos se convirtieron en un río en tu mar. Te dije que jamás hablabas a futuro en
plural. Te rogué que el esfuerzo fuese equitativo. Te pedí que mostraras que era parte de tu
vida, que me presumieras de alguna forma, ¿sentiste alguna vez que tenías algo que
presumir? Y vos sentenciaste que ya era tarde. Que vos eras el sol, yo giraba alrededor tuyo, y
sino ahí estaba la puerta. Cada vez que caminaba hacia ella corría de nuevo a fundirme en
tus brazos con temor de necesitar tu mano para cruzar la calle. Aterrorizada de enfrentarme
sola al mundo siendo tan pequeña. Con miedo de irme y no poder convencer a nadie más de
que me ame, ni siquiera así de poco.

Todo lo que me quedó es esta humillación por el lugar en el que yo misma me puse,
¿cómo pude hacerme eso? Tal vez ahora solo reste admitir que nunca voy a perdonarme.
¿Voy a pasar el resto de mi vida culpándome?

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Día 3
Odio.
Reconstruyo la discusión así como otros,
los dichosos,
reconstruyen besos y sonrisas
me dijiste que era todo mi culpa
y te creí,
cargué con esa valija
con la esperanza ciega, inerte,
de que cambiar fuese suficiente
para repararnos.

Y ahora te odio
como nunca odié a nadie,
te odio por darme esa valija
y me odio por haberla aceptado.

¿No es lo que hice


desde que te conocí?
Soportar pesos en todos lados:
en las espaldas, en el pecho,
en la cabeza y en el corazón.

Describiría tu amor
como un peso intolerable
que toleré por 600 días
con la esperanza,
ilusa, frágil,
de que eso nos llevase
hacia alguna parte.

Ahora sé que siempre


anduve errática y sin rumbo.
No nos espera la dicha en ningún destino
cuyo camino nos desangre al caminar
¡Qué obstinada fui al creerme invencible!

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No me di cuenta de que si estás tragando dolor
con la esperanza infundada, débil
de que el amor te aguarde
en dos manos que te asfixian
estás posponiendo tu bienestar.

Y quizás la vida fue creada


para ser vivida.
No soportada.

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Día 4

Amor..
Sin embargo, te amo. Varada en el medio del puente que representa tu ausencia. No
puedo volver hacia atrás, hacia la que era, porque la que era no te había amado: El puente a
mis espaldas está destrozado. No puedo ir hacia adelante porque todavía no junté fuerzas
para dar pasos que me alejen: El puente hacia adelante no está construido.

Sé que del otro lado me espera la mujer que voy a ser después de vos, pero hay
mucha niebla y me atemoriza caminar, pisar en falso y quedarme estancada en este
sentimiento de falta de identidad, en esta mitad de persona que soy hoy.

A veces me pregunto si vivirnos valió de algo o si fue todo pérdida ahora que sé que
no vamos a tener un final feliz. Aunque en realidad mi final feliz hubiera sido poder
quedarme y no tener que desgarrar partes de mi piel para despegarme solo porque me
desgarraba el alma seguir apegada. Pero acá estamos, o acá estoy; vos no sé dónde estás.
¿Estarás pensándome o seré un capítulo cerrado? ¡Quizás de tu lado del duelo no hay
puentes rotos, ni dolor, ni tanto miedo! Yo, en cambio, estoy temblando.

Llueve y no tengo a nadie que me abrigue como hiciste durante los dos inviernos
que pasé a tu lado. Me cubrías con las frazadas y yo me sentía a salvo, pequeña, cuidada. Me
abrazabas y el calor de tu cuerpo me protegía, pero a la mañana siguiente la frialdad de tu
personalidad me dejaba expuesta, indefensa y vulnerable, porque fuiste el lugar más cálido y
más helado que alguna vez habité.

No tengo idea de quién soy sin vos ni tengo idea de qué debería hacer para
descubrirlo. Me invade, también, la sensación de que no voy a averiguarlo si sigo yendo
hacia atrás, si sigo recordando todo con una precisión clínica y pensando y repensando en
cómo podría habernos salvado o en cómo podría haberte hecho entender a tiempo lo
mucho que me estabas lastimando. Es probable que si hubieses comprendido que lo que me
dolía también me ahuyentaba te hubieras detenido pero... ¿no te lo dije cientos de veces? Ya
no lo sé. Todo se vuelve difuso. Pienso que tal vez nunca me amaste. Que es probable que ni
siquiera me hayas querido. Pero ese pensamiento me destroza. Entonces intento distraerme
y funciona, por unos segundos, pero después me encuentro de nuevo pensandote.

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Es que con todo lo que sé sobre vos podría hacer una tésis, qué espanto. ¿No es
gracioso que todo ese aprendizaje se diluya como un hielo en un trago ahora que ni siquiera
te puedo hablar para preguntarte cómo estás? Me parece una injusticia que el desamor
implique cortar de cuajo todos los canales de comunicación y aún así sé que es la única
forma sana de sobrellevarlo. Antes te llenaba de mensajes para que te despertaras y sonrieras.
Ahora no puedo ponerte un me gusta porque siento que te estorbo. Qué espanto ser una
molestia.

Antes abría tu heladera descalza cuando estabas en el trabajo, me preparaba el


desayuno en tu cocina, usaba tu ropa de pijama, acariciaba a tu perra, me bañaba en tu
ducha, tenía un juego de tus llaves. Ahora cada día que pase voy a desconocerte un poco más
hasta que llegue el día en el que no sepa casi nada sobre vos. Pasé de saber lo que faltaba en
tu alacena a esto de ahora que no sé ni qué es; qué espanto. Cuando ya no esté al tanto de
nada de tu día a día voy a seguir recordando tus gustos, tus gestos, tus anécdotas y todas esas
cosas que prevalecen estáticas por más tiempo, y aunque modifiques ciertos aspectos con el
correr de los años, un poco, al menos la esencia, te voy a conocer. Un poco más que casi
todas las demás personas del mundo. ¿Ahora tengo que explicarle a alguien nuevo quién
soy? Vos ya lo sabías todo. Me resulta inconcebible empezar otra vez. Además, ¿Quién soy?,
¿no es justo eso lo que todavía no descubro?, ¿cómo podría pensar en conocer a alguien más
si no sé ni qué decir cuando me presento?, ¿hoy soy algo más que una persona que terminó
una relación?

Es una pena que haya tenido que llegar el final de forma tan prematura. Espantoso.
Perdimos un pasado y perdimos un futuro. Tu mamá me mostró tus fotos de chico. Tu
sobrina va a extrañarme. Tus amigos me caían tan bien. Pero esta distancia fue necesaria
porque estaba sufriendo. Y aunque en tu ausencia también sufro, no puedo permitirme
volver a vos. De los dos lados hay sufrimiento. ¿Hay sufrimiento en todas partes? Qué
espanto.

En nuestra última conversación me dijiste lo que se suele decir. Que si necesitaba


algo, lo que sea, ibas a estar siempre para ayudarme. Y ahora te hablaría para preguntarte si
ese siempre era honesto. Y si ese lo que sea incluía o no lo que ahora necesito.

Te necesito a vos
y no puedo pedirte
que me ayudes con eso.

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Día 5

Furia..
Te lo prometo, intenté salvarnos. Me hice cargo de apagar el fuego y sacrifiqué mis
manos para intentar sofocarlo. ¿Sabías que esas cicatrices ahora van a acompañarme a donde
sea que vaya y que van a hacer que me duelan hasta las caricias por tener tanto miedo? Vos
negabas el incendio, pero yo me quemé partes de la piel para poder rescatarnos de nuestros
problemas a tiempo. Quizás pasen años hasta que olvide el disgusto que me dió ver que en
tu rostro se dibujaba una sonrisa maliciosa frente a mi desesperación por auxiliarnos. Me
exasperaba verte ahí, ciego ante mi angustia, inmune a las cenizas. En cambio yo respiré todo
el humo y ahora cada vez que inhalo recuerdo mi única certeza: Intenté salvarnos, pero no
pude hacerlo. No sin vos a mi lado ayudándome.

No te pedí mucho. Me hiciste creer que era mucho, que no es lo mismo. Paz,
seguridad, calma... ¿Era tan difícil? Ahora la sensación es de enojo. Me obligaste a irme de
donde quería quedarme. Me dejaste sin opciones y tuve que escapar por mi propia vida.
Asesinaste, incineraste, envenenaste el amor más puro que alguna vez sentí y era tan grande
y tan sincero que habría sido sencillo mantenerlo con vida: quiso entenderte y se hizo un
sitio en el lugar pequeñito que le cedías. Solo tenías que asegurarte de que al menos tuviera
oxígeno. Solo tenías que evitar que fueran tus manos las que lo ahorcaran.

Sostuviste en tus brazos lo más hermoso que sentí y, en vez de mecerlo con dulzura,
apretaste y apretaste hasta convertirlo en mi mayor trauma. Me robabas el aliento hasta que
empezaste a robarme el aire. Me hacías sonreír hasta que empezaste a humedecerme el
corazón y dejarme el rostro empañado.

Todavía, si me palpo el cuello, recuerdo cómo te rogué, mientras me desangraba a


lágrimas, que tus dedos dejaran de ejercer tanta presión. ¿Estabas probando mi resistencia?
¿Cuánto más creíste que podía soportar?

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Día 6
Recaída.
Estoy bien.
Hoy limpié la casa,
colgué la ropa,
tiré tu cepillo de dientes.

Hoy me reí tres veces con un capítulo de mi serie preferida


esa que me decías que no era graciosa
(cada vez que me invalidabas algún gusto
mi cuerpo se preparaba para la guerra)

Cociné, escuché música,


me solté el pelo
(solo me lo ataba porque a vos te gustaba,
tus gustos me definían)

Sobreviví al día, me acosté temprano,


y entonces tu nombre en mi pantalla,
cuatro días de duelo,
y ahora, después de una conversación
agridulce,
tengo que volver a empezar.

¿Por qué hacés esto?


¿Por qué volvés, y te vas,
y volvés, y te vas?

Me siento en el piso frío,


lo cubro de agua.
Mi cadáver todavía estaba caliente.

Tu nombre en mis notificaciones


lo resucitó, un momento,
solo para volverlo a enterrar.

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Día 7
Despecho.
Cuando seguía a tu lado mi prima me dijo algo sobre mi trabajo y yo, por ese
impulso que hacía que de algún modo siempre terminara con vos en mi mente, pensé que
era aplicable a vos: no querés dejar la zona de confort, que a su vez ya ni es confort ni te
conforta.
Y ahora la diferencia entre vos y yo va a ser que vos te vas a desvivir para
demostrarme que estás mejor que antes, para llamar mi atención de todos los modos
equivocados, y yo voy a quedarme tranquila porque tengo la verdad. Y la verdad no necesita
que le crean. Veo tus fotos por las noches, lo que hacés, a dónde vas, con quiénes estás.
Nunca usaste tanto las redes sociales. Antes me decías que no te gustaban, que no te
interesaba que los demás sepan sobre tu vida. Antes, cuando jamás en toda nuestra relación
subiste una foto conmigo... Parecés feliz, es cierto. Pero lo que no vas a compartirle a nadie
es que en las noches silenciosas, cuando no tenés planes, cuando te sentís solitario, cuando
nadie te abraza, pensás en mí. En que te hago falta. En el calor que te di.

Y ahora
la diferencia
entre vos y yo
va a ser que vos
vas a ir
de persona en persona
intentando encontrar
a la que se me parezca.
y yo me voy a quedar quieta
a esperar, sin apuros,
que me encuentre
quien marque la diferencia.

¿Pensaste que el amor


que ahora estás buscando
es el amor
que tuviste
y dejaste morir?

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Día 8

Cansancio.
Hago cuentas, aunque no soy idónea en matemáticas. Nos faltaron ver 10 capítulos
de la serie, viajar a 9 destinos en donde soñábamos vacacionar, ir a 8 cumpleaños de
familiares a los que estábamos invitados, comer en 7 restaurantes que nos mandamos por
Instagram, ver 6 recitales de artistas que van a venir a Argentina, solucionar 5 problemas
que me dijiste mejor lo charlamos en persona, por Whatsapp, 4 meses para los dos años,
adoptar 3 gatos, tener 2 hijos, 1 motivo para quedarnos mientras nos lastimabamos que no
fuese el amor.
El amor no es motivo suficiente.

Rememoro la última vez que te vi. Te dije que quería separarme, me preguntaste por
qué.
Porque me arruinaste momentos importantes. Porque minaste el campo de "peros" en
donde yo tenía todo claro. Porque dolés.

Porque me dijeron que el amor no duele. Porque hice el cálculo de las veces que le pedí a
Dios que no te fueras y me di mucha pena. Porque ahora solo rezo para que todo esto termine.
Porque mi mamá me dijo que no sos para mí. Porque mi psicóloga se va a quedar sin
pañuelitos para sus otros pacientes si sigo a tu lado. Porque me hiciste llorar más que nadie en
mis veinticinco años de vida. ¿Tenés idea de lo que eso significa?

Porque me convencí de que mi problema era ser demasiado cálida para no caer en la
cuenta de que me dabas mucho frío. Porque no quisiste regalarme ninguna certeza. Porque te
presenté a mis amigos la noche de mi cumpleaños y esa misma noche me hiciste llorar.

Porque mi abuela me dijo que me ve decaída. Porque quiero más que esto. Porque esto
no lo quiero. Porque siempre quise más que esto pero me insinuaste que lo que quiero no existe.
Porque sé que existe porque vos lo tuviste a mi lado. Porque prefiero esperarlo aunque nunca
llegue y la decisión ya está tomada. Porque son peligrosas las elecciones que hacemos solo por
pensar que lo que deseamos es inalcanzable. Porque me alejé unos días y me sentí bien.

Porque alguien en algún lugar me va a querer en serio. Y me va a tratar bien. Y va a


proyectar un futuro a mi lado. Y va a luchar por mí como yo luché por vos. Porque tus
condiciones son egoístas. Sobre todo, porque intenté hacerte una carta con la explicación de mi

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decisión y cuando llegué a las siete carillas me di cuenta de que iba a gastar demasiadas hojas
imprimiéndola solo para que al final no la comprendas.

Porque cuando me dijiste que me amabas seguro me guiñaste el ojo. Porque no te


entiendo y yo necesito entender. Porque damos vueltas y estoy cansada de los mareos. Porque ya
fui la nena que persigue una sortija en la calesita; pero el amor no se persigue. Porque no puedo
seguirte permitiendo que me tengas entera, y me quieras con solo una partecita de vos, pensé.

Porque no soy feliz, te dije. Y no ahondé en ninguna explicación, ya estaba muy


cansada. Como si hubiera subido varios pisos por escalera. Sin reserva de aire para hablar en
demasía. Ya te lo había dicho todo, en realidad. Mientras buscaba una forma decorada y
sutil de poder expresar mis emociones sin que eso te ofendiera o cansara y fracasaba todas las
veces. Mientras estaba con vos. Mientras creía que era un problema de comunicación
sencillo, solucionable y que si yo encontraba la manera de darme a entender de una manera
que no te ahuyentara, vos ibas a notar mi dolor.

Porque ahora sé que siempre lo notaste.

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Día 9
Ansiedad.
Google dice que según investigaciones científicas el desamor dura de seis meses a dos
años. Pienso que la brecha entre seis meses y dos años es demasiado larga. Los científicos
mienten. La ciencia quiere meterse en donde no le incumbe y lo hace de forma vaga y
amplia, para que nadie descubra que nos está mintiendo. Aunque en realidad dos años en
otras situaciones no es nada. No fueron nada cuando te amé. Las horas pasan volando para
todos, excepto para los que vivimos un duelo. Para nosotros se estiran. Recién van nueve
días. Necesito saber cuánto falta. Siempre me decías que no se me daba bien esperar, que era
demasiado ansiosa, y yo me mordía la lengua antes de contestarte que era demasiado ansiosa
porque, mientras te regalaba mis horas, mi corazón estaba seguro de que nuestro destino era
terminar.

Los científicos me dicen que para que el desamor cese faltan cinco meses y veintiún
días o un año y once meses y veintiún días. ¿Ves la brecha?, ¿notás lo que digo? Solías
decirme que soy muy emocional y vos muy racional. Y que por eso yo sufría tanto. Y que
por eso vos no me podías escupir un cumplido o un te extraño o al menos un qué linda que
estás. Si estuvieses acá me dirías que el amor es una ciencia, como todo lo demás.

Si estuvieras acá me dolería la boca del estómago, las tripas, la garganta, y lo que fuese
que hace que nos duela el pecho, y me diría a mí misma cuando logre que me ame más, va a
entender lo que es el amor. ¿Por qué hice de tu amor mi mayor meta?

Una vez me preguntaste ¿Cómo sabés que el amor no es una ciencia? La respuesta no
la encontré en ese momento pero la encuentro ahora.

Si el amor pudiese pasar por un proceso de racionalización,


creo que nunca te hubiera amado.
Y definitivamente, ya no te amaría.

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Día 10

Culpa.
Se recomienda salir, así que salgo. Un bar oscuro y repleto de personas que no
parecen estar sufriendo ninguna ruptura. De pronto un pensamiento invasivo. Me imagino
tus labios en algún cuello con otro perfume. Eso no me irrita como pensé que lo haría, ¡no
me molesta! Pienso que estoy saliendo, socializando, tachando ítems de la lista de cosas que
se recomienda hacer para superar a alguien, así que estoy mejor. Nos sentamos las cuatro en
la barra, el único lugar que hay. El barullo, la música demasiado alta, las personas
empujándome cuando pasan caminando. Esto es un error enorme, me digo. Aunque ya
estoy acá. (¿Estoy acá cuando mi mente está en otra parte?). Marina habla de su trabajo,
escucho la mitad y la otra mitad la dejo como voz en off, me distraigo pensando si habrás
salido o si estarás por dormirte. Me distraigo intentando recordar cómo era la letra de esa
canción que desearía poder mandarte. Me distraigo preguntándome si ya habrás estado con
otra mujer. ¿Cuántas veces, durante la relación, me invadió ese miedo, y lo despojé de mi
cuerpo como si hubiese visto una araña o una hormiga caminando por mi brazo? Me
convencía de que me amabas, de que estabas conmigo porque estabas seguro de mí y listo, a
otra cosa mariposa. Ahora no encuentro modo de deshacerme del miedo. Ahora, que ya no
estás conmigo, que ya no me amás.

Te imagino obsesionándote con los detalles de alguien, yendo a buscarla hasta la


parada de un colectivo que no llega para que no tome frío. De pronto es invierno. La odio y
no existe. O la odio y no la conozco. O la odio y no tengo por qué odiarla. O te odio a vos
por no estar. O a mí por haberme ido. O a mis amigas por traerme a este bar horrible y
obligarme a ignorarlas. Ahora deseo, de modo caprichoso y malicioso, que tu equipo pierda
todos los partidos. Que el cansancio del trabajo te detenga de salir a besar otros labios. Que
los regalos que te di se rompan, se incendien. Que el mismo fuego derrita también tu
corazón, a ver si así se descongela. Y que esta frustración inmensa que siento rebote de algún
modo en vos.

Marina sigue hablando, no sé de qué, y me invade una sensación de culpa. Por no


estar presente para nadie, por estar inmersa en mi duelo que comenzó mucho antes de la
separación. Empezó cuando me empecé a cansar de ciertas cosas que no cambiaban.
Cuando noté que nuestro vínculo se sostenía de mi energía y que esa era la razón por la cual
me solían notar tan apagada. Entonces, solté, dejé de poner esfuerzo de mi parte. Asumí por
un rato tu lugar y me senté a ver qué pasaba. La relación entró en un periodo muerto.

29
Cuando yo actuaba como vos nos quedábamos sin nada. ¿Y si una parte importante,
esencial del duelo, la viví mientras todavía estaba a tu lado haciendo todos estos trucos y
experimentos?

Vuelvo al bar. Estoy ausente. No voy hacia donde se traslada mi cuerpo y no puedo
empatizar con el resto por estar distraída pensándote. Yendo y viniendo sobre recuerdos que
empiezan a aguarse en una taza de té, que se convierten en imágenes poco nítidas, sacadas
con una cámara antigua y desde un mal ángulo.

Me pongo a reflexionar sobre nuestras últimas peleas. Pienso en lo que dijiste. En lo


que te dije. ¿Habrá sido mi responsabilidad? Esa duda crece, escala, toma terreno. Y ya no
estoy en el bar con mis amigas, sino acostada en mi sillón, con vos de pie enfrente mío.
Vuelvo a nuestra última discusión. Me acuerdo de cómo lloré. Me acuerdo de advertir que
no te afectaba mi llanto. Me pediste que bajara a abrirte y te contesté que si alguna vez me
habías querido me dejaras en paz, que estaba muy triste. Esperé tus brazos. Esperé que
dejaras de lado el ego y recordaras que me amabas, o que me habías amado, y que eso hacía
que mi tristeza no te fuera indiferente. Me acuerdo de lo que recibí a cambio. Una frase.
‘‘Fue todo culpa tuya’’. Trago saliva. Pienso que durante estos días te escribí cartas que
decían que te perdonaba y después lo recordé, no viste tu error.
Yo vi todos los míos, los grandes, los chicos...
Los enumeré, dupliqué, y llegué a creer que si el problema era mío, bastaba con cambiar
para que te quedaras.

30
Día 11

Recaída.
Hago lo impensado, lo que proclamé que no haría. Te mando un mensaje que no
dice nada. Te hablo de cosas que gritan que es mi modo de acercarme. De recibir una
respuesta que sé que está escrita con los mismos dedos que me acariciaron por casi dos años.
Te pregunto cómo estás sin saber qué espero. Hay dos respuestas posibles y las dos me
dolerían. Al rato, respondés. El abismo entre nosotros. No hay, en tus palabras, ni un
indicio de la ternura que solía abundar. De la calidez con la que me hablabas cuando era
tuya. Te molesta que te haya hablado. No te lo esperabas ni lo esperabas, que es casi lo
mismo pero es diferente. Yo tampoco me esperaba que me hablaras, siendo racional.
Aunque igual lo esperaba. Lo esperaba a cada minuto, a cada segundo. Lo esperaba en
silencio, sin que nadie, ni siquiera yo, pudiera sospechar que lo estaba esperando.

Trago saliva. Un golpe de frío me llega hasta el alma y se instala ahí como un nuevo
descubrimiento. Te pido perdón por molestarte. Me empiezo a enredar con mis propias
palabras y quedo torpe, desesperada, enamorada. Vos, cada vez más distante. Mi torpeza te
aleja, así que elijo mandar un audio para que mis palabras no se malinterpreten. Después lo
elimino. Y después te pido perdón por eliminar un mensaje. Vos en todo ese proceso no
abriste el whatsapp y tu última conexión sigue ahí, hace cuarenta minutos. No me tratás
mal, no hay rencor en tus palabras. Hay algo peor: hay indiferencia. Te escribo perdón por
molestarte. Desecho de mi mente todos los indicios, los pensamientos a los que me aferraba,
la débil ilusión utópica que me mantenía de pie de que este pesar que siento no fuese por
completo mío.

A veces te imaginaba escribiéndome y borrando, como hice todos estos días,


volviendo sobre tus pasos para descubrir en cuál te equivocaste, hablando con tus amigos de
mí como yo hablo de vos, varado en nuestro duelo como si el tiempo no hubiese seguido
pasando, y eso aliviaba la carga, alivianaba mi dolor. Te imaginaba abriendo mi Whatsapp
como quien abre la heladera varias veces sin saber qué espera encontrar, emocionándote si
me veías en línea, llorándole, aunque nunca te vi llorar, a un chat cuya última conversación
había sido el 10 de agosto a las 3:53.

Todas esas ilusiones se desvanecen. Se esfuman. Ya no existen. Estoy mal y estoy mal
sola. Tus respuestas son tajantes, cortas, me tratás como si me odiaras, o peor, como si no
hubiese existido entre nosotros la complicidad que solía unirnos, o peor, como si fuese una

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desconocida, o peor, como si nunca me hubieses querido, o peor, como si hubieran pasado
años desde el día en el que me senté a despedirme sabiendo que alguien tenía que dar el paso
y que, a veces, el que tiene que irse es el que más ama, el que más pone de sí. Es mentira que
el que se va se va liviano. A veces el que se va lo hace desarmándose en el camino porque sabe
que si se queda sufre solo, enferma solo.

Me arrepiento de haberte hablado. Me castigo a mí misma por el retroceso que


implica esto en mi duelo que ahora es más mío que antes. Es como si tus respuestas me
hubieran retraído varios pasos. Como si ahora empezase un duelo nuevo que es más grande,
imposible de abarcar por un único cuerpo. Dice Abel Pintos que todo por igual debería ser
repartido en dos, o algo así, y esa frase ahora se convierte en mi lema. Me comunican por
alta voz que ya no me amás y de fondo suena una canción de Abel Pintos. ¿Qué hago
pensando en Abel Pintos? Extrañas las cosas en las que una piensa cuando se siente
humillada o cuando daría lo que sea por volver al pasado y no haber apretado enviar. Y
cuando mis amigas me decían que ya era tiempo de salir con otras personas me ofendía y les
decía ‘‘solo pasaron once días’’. ¿Y si el tiempo transcurre distinto para mí que para vos y
para el resto de las personas del mundo? ¿Y si mis amigas tienen razón?

Cuando me fui lo hice creyendo que aún nos amábamos, que la decisión tenía vuelta
atrás si así lo queríamos, que para ambos la vida se iba a pausar. ¿Eso significa que ahora es
como si me fuera de nuevo de un lugar diferente?, ¿o significa que en realidad yo me quedé
en algún lugar sola?, ¿o significa que yo estuve en un lugar y vos en otro?, ¿o significa que
me creé un lugar que no existía y que, mientras yo hacía esfuerzos sobrehumanos por
permanecer, vos te quedabas porque estabas cómodo y quedarte o irte, tenerme o perderme,
te era indistinto? Sé que sí, el apego era mío. Vos estabas bien sin mí y estabas cómodo
conmigo. ¿Por eso cada vez que nos peleábamos mi actitud era la de intentar que nos
reconciliemos y tu actitud era la de tomar distancia, no hablarme ni contactarte de ninguna
manera conmigo por unos días, y después de castigarme con tu ausencia reaparecer para
proponer una tregua?, ¿no coexistimos en ningún lugar?, ¿siempre tuvimos fecha de
caducidad?, ¿alguna vez hubo un tiempo para nosotros, alguna vez existió un momento?

No me enorgullece pero me gustaría que estés mal. Y yo, que proclamé que quería
verte feliz, hoy tengo que ser sincera, como siempre te fui, y escribir que me desgarra de
maneras indecibles que estés bien,

porque eso también significa que estás listo para amar otra vez.

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Día 12

Comprensión.
Lo notaba en la mirada
de mis amigas
cuando te nombraba
por décima vez.

Lo notaba en el suspiro
de mi mamá
cuando buscaba
en tus historias
indicios de que me estuvieran
destinadas.

Algo evidente para todas


excepto para mí
que en silencio rezaba
que estuvieran equivocadas.

Hoy abrí los ojos empañados


como las ventanas del auto
cuando llueve
con el pecho cerrado
como si me hubiese
atorado con la noticia
de que ya no estás.

De pronto me arrancan de cuajo


la esperanza que tenía
cada vez que miraba hacia atrás:
no puedo sentirme
esperanzada
si mis pulmones
no se llenan de aire.

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Solo pienso
que me estoy aferrando
a algo muerto
y que antes no quise verlo
para no sufrir,
como un recién operado
que se proclama perfecto
mientras los efectos de la anestesia se ríen
porque saben
que se están yendo.

Solo me resta admitir


que el tiempo está pasando
y que se suele recomendar
que para atravesar un duelo
nos animemos a ver el cuerpo
porque así
nuestro corazón
va a dejar de esperar:
un llamado, una caricia, una señal.

Y es que para irse


hace falta valentía
pero para
salir adelante
hace falta asistir al velorio
y entender que detrás no queda nada
vivo
ni nada
a lo que regresar.

Entonces
bloqueo tu número
te borro de mis redes
y no lo hago
porque te odie.

34
Lo hago
por la misma razón
por la que voy a los funerales
aunque implica dejar
una parte de mi alma
en ellos:
para asumir la pérdida
de lo irrecuperable
y mirar hacia adelante
con esperanza
porque sigo viva
y porque no solo
se trata de despedirme.

También merezco
cerrar el libro
y aferrarme a las partes
de mi alma
que quedaron,
usarlas como tinta,
reescribir mi historia,
y volver
a empezar.

-Una cosa es irse


otra cosa es dejar atrás-.

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Día 13
Desamparo.

Hicimos un viaje en avión, el trece de junio. Los días trece los vuelos son más
baratos. La gente es supersticiosa, me decías. La gente tonta tiene miedo de que un número
les arranque la suerte y que se caiga el avión. Me contaste que hay edificios sin piso trece. No
lo sabía y eso te generaba una especie de satisfacción. Te encantaba explicarme cosas. Era una
lástima que también te encantase explicarme cosas que sí sabía. Hubo turbulencias en el
vuelo. Las peores que alguna vez experimenté. A nuestro alrededor había gente rezando,
gente llorando. También hubo discusiones. Peleas que empezaban cuando vos, con
soberbia, me explicabas o discutías todo lo que decía, opinaba, pensaba, creía. Y yo creía que
me insultabas la inteligencia. En ese vuelo noté algo: Las peleas seguían siendo por tonterías
pero cada vez duraban más, cada vez era más difícil lograr una conciliación. Te enojabas en
demasía y yo no sabía cómo hacer que se te pasara ni cómo calmarte. Siempre mi rol era el
de un mediador. Siempre el tuyo era el de un abogado litigante. Durante esas discusiones
algo dentro mío no paraba de preguntarse si la gente tonta tenía razón.

Era algo raro lo que me pasaba. No estaba pensando en las turbulencias, ni en nada,
excepto en que las discusiones tontas estaban convirtiéndose, escalando, y que podían ir
dinamitando todo lo que teníamos, ir carcomiendo nuestros sueños y cansándote de mí, de
a poco, como un enfermo terminal que sabe que su salud es irrecuperable y que solo le resta
esperar el final encerrado entre cuatro paredes blancas, siendo testigo de cómo los días le
roban vitalidad.

Me parece injusto que la eutanasia no esté permitida. Cortar con todo si perder la
vida de a plazos se torna insoportable debería ser una elección que tengamos. Cuando
sabemos que el objeto ya no va a volver a verse como antes de que se rompa, ¿volver a
pegarlo pedazo a pedazo tiene sentido?, ¿y si hay trozos que se perdieron debajo de los
muebles?, ¿aconsejarías a alguien tomar agua de un vaso de vidrio que se cayó, rompió y está
reconstruido?, ¿y si en el afán de reconstruirlo te cortás?

No pensaba que podía morirme si el avión se caía. Pensaba que podía morirme si te
perdía por esas peleas tontas, rutinarias, cada vez más frecuentes, cada vez más violentas que,
aún poniendo todo de mí, no sabía cómo evitar.

Empequeñeciste tanto mi mundo, que me costaba más imaginarme sin vos


que imaginarme sin nada.

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Día 14
Sorpresa.
Fue extraño ver que en tu rostro se dibujaba una mueca de sorpresa cuando te
comuniqué mi decisión. Te sé de memoria, supe que era una reacción genuina que me dejó
en jaque. Esperaba cualquier cosa, creo. Esperaba algo calculador. Algo que me manipule de
alguna manera, porque sabías cómo hacerlo de todas. En mi mente ya había labrado todos
los escenarios posibles de lo que podía pasar y le había buscado escapatorias a cada uno. Si
hace A, yo hago B. Si dice B, yo digo C.

Pero tu sorpresa sí que no la esperaba y se replicó en mi rostro, hizo eco en mis


muecas, mis ojos también se ensancharon, mis cejas también se alzaron, mis labios también
se separaron dibujando una expresión boquiabierta, mi respiración también se detuvo por
unos segundos y yo también me quedé muda, mirándote. Y ahí estábamos los dos, frente a
frente por última vez, mirándonos sin rencor, sin tristeza, mirándonos sorprendidos.

Claro que las sorpresas eran por distintos motivos. Mi silencio para mí tenía un
mensaje fácil de decodificar por cualquiera que prestara atención. En cambio a vos te
llenaba el pecho de orgullo. Creías que me había hecho un sitio en el recoveco que me
dabas, que me había acomodado abrazándome a mis piernas para ocupar menos espacio y
que por fin habías conseguido que dejara de implorarte más lugar.

Nos miramos por un rato. Los dos sorprendidos. Vos por mi decisión. Yo por tu
reacción. Es que fueron tantas las noches que temí que te fueras que me maravilla que vos
jamás, ni cuando dejé de decirte que te amaba, hayas temido por mí. ¿Y si para vos yo era
una especie de árbol, sujeto al suelo, sin piernas para caminar en dirección opuesta, sin
capacidad de imaginar que quizás merezca otros brazos que me sostengan más fuerte? El
esfuerzo que ponías en la relación era solo una consecuencia del problema que tuvimos
siempre, y que por primera vez durante esa última tarde pude ver. No creíste que tenías que
cuidarme. Nadie se esmera en cuidar lo que no es posible perder.

Y ese fue el final de esta historia. Dos personas que se miran sorprendidas y
entienden que se desconocen, que juzgaron al otro, que no lo conocen tanto. Yo te creí más
perceptivo, más atento, más observador.

Y vos
me creíste tuya.

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Día 15

Soledad.
Entro al departamento (decir ‘‘mí’’ es inapropiado, decir ‘‘nuestro’’ es demasiado
tormentoso y, además, falso). No comprendo cómo, aunque no vivíamos juntos, ahora
hasta en las paredes se impregnó tu nombre. Una mancha de humedad que crece y crece.
Tenías un juego de llaves. A veces venías y yo no estaba. Tenía dos casas y ahora no tengo
ninguna. No sé a dónde ir y no puedo quedarme acá. Decir ya llegué es inútil, a nadie le
interesa porque no hay nadie. Trago las dos palabras que gritaba apenas mis borcegos
traspasaban el marco de la puerta cuando sabía que vos me estabas esperando.
Apoyo las bolsas del supermercado en la alfombra, como acostumbraba a hacer cuando
teníamos el acuerdo de que yo iba a comprar y vos ordenabas lo comprado. Aguardo un
segundo, no sé qué. Lo que tuvimos no me pertenecía. Lo que construí al lado tuyo no
tenía nada que ver con la constante soledad que habitó siempre en mí vida. Y una parte mía
temía que era cuestión de esperar que las cosas retornen a su órden normal. Supongo que
retornaron. Levanto las bolsas otra vez. Otra vez sola.

Llegó el final.

¿Cuántas veces había creído, después de una discusión, que ese era el final, y resulta
que eran finales de mentira que hasta parecían fortalecer nuestro vínculo? Me digo que este
final es de verdad.

38
Día 16

Apatía.
Las plantas no sienten dolor
pero sí perciben las agresiones,
saben si un insecto camina sobre ellas
notan si alguien las arranca, las corta,
o si algo las muerde.

Existen días, como hoy,


en donde no me duele.
Noto que no te tengo
comprendo que la casa está
demasiado silenciosa
veo que te llevaste al gato
me acuerdo de ella,
de su nombre en tu celular,
de cómo la negaste
mirándome a los ojos
sin saber que yo ya sabía,
pero no puedo gritar
ni moverme.

Como una planta, quieta,


con la vista fija en el celular
sin ganas de nada,
sin energía para entristecerme
como si me hubiese deshumanizado
como si todo hubiese perdido la gracia
y solo restara sentarme
a ver los días pasar.

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Día 17

Angustia.
Todos los días sin vos duelen a su manera.
Los lunes, el comienzo de la semana sin tu buen día. Los martes, preparar comida
para mí sola, regar las plantas cuando me acuerdo. Vos no te olvidabas de nada. Bueno, no te
olvidás de nada. Seguís existiendo en este mundo. Seguís llenándolo de brillo. Esa era, es una
de tus virtudes. El no olvidarte de nada. A todo le ponías, le ponés, el mismo esmero, la
misma dedicación. Yo me olvidaba, olvido, los turnos médicos, las entregas de la facultad y
las llaves en el gimnasio. En cambio vos todos los días, como si de una alarma se tratase,
regás, bueno, regabas las plantas, y todos los martes regás, es decir regabas, nuestro bambú
de la suerte. No necesita tanta agua como las demás plantas, así que los martes está bien, me
explicás. ¿Explicaste? ¡EXPLICABAS! (¿¿De ahora en más va a ser así de difícil conjugar los
verbos??) Una tarde me pediste que por favor lo regara y me encontré hablándole al bambú.
Me miraste con cara rara y te conté que mi abuela decía que así las plantas crecían con más
fuerza. Te lo confié emocionada porque a mí esas pequeñeces, esas tonterías me
emocionaban, es decir emocionan, porque sigo existiendo acá, aunque sin vos. En fin,
revoleaste los ojos y seguiste trabajando desde la notebook, ajeno a que tu crueldad ante las
nimiedades que me hacían o me hacen sonreír era un disparo en el estómago, en el corazón.

Ahora me acerco al bambú, lo observo con detenimiento. Me siento a su lado, en el


piso. Le cuento que no vas a volver. Le digo que no te espere, que hasta yo dejé de hacerlo.
Le digo que me perdone, que lo traje a mi departamento por la idea, demasiado
supersticiosa, de que dejar que te lo quedaras era condenarme a un mundo sin suerte,
además de sin vos. Y el bambú está ahí, algo marchito, y yo acá, riéndome sola. Cuidabas a
las plantas porque entendías que la premisa básica es regar a diario. Es una pena que no
hayas sabido que era la misma premisa básica que tiene el amor.

La misma premisa básica que nos hubiese salvado.

Los miércoles solíamos ver juntos los partidos de fútbol. Los jueves íbamos a cenar.
Los viernes brindábamos dos veces por haber sobrevivido a la semana. Los sábados, aunque
a vos no te gustara, salíamos a pasear. Y entonces, los domingos. Los domingos que habían
dejado de ser tristes. Los domingos que ya no estaban embrujados. Los domingos que
habían hecho una costumbre el despertarme a tu lado, abrir los ojos en un mundo en el que
me sabía amada. Eras lo primero que veía y estabas ya despierto, en silencio, formando con

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la comisura de tus labios una medialuna preciosa, admirándome con los ojos. Todas mis
estructuras se derretían pensando en lo mucho que te amaba, o amo, o amaba, y me
preguntabas si mate o café. Los domingos no hacíamos nada excepto tenernos. Se habían
convertido en mi día preferido de la semana. Lo esperaba con ansias cuando el trabajo me
absorbía. Cuando me desgarraba la rutina. Esa era la única rutina que yo disfrutaba. Y creía
que nadie era más feliz que yo en ese momento. Que nadie lo sería nunca jamás.

Hoy abro los ojos, miro hacia los costados y no hay nada. Agarro el celular y
tampoco hay nada. Pienso qué planes tengo y no se me ocurre nada. Dejé a tanta gente de
lado en el proceso de quererte. Me encerré en mi mundo que te incluía solo a vos y dejé de
estar presente en otros sitios. Te defendí tan envalentonada de los que ahora me limpian las
lágrimas. No puedo creer que te haya elegido por sobre mis mejores amigos. ¿Qué hice?

Es domingo, ya no te tengo y todo lo que me resta son recuerdos frágiles que


comienzan a cubrirse de polvo. Todos los días sin vos duelen, a su manera, pero los
domingos duele toda la semana, todo el cuerpo, todos los errores, todas las peleas, todos los
malos entendidos, todas las noches que me acosté dándote la espalda, todas las tardes que te
susurré o grité lo que me estaba doliendo para evitar este presente, todas las noches que me
dormí triste porque no me escuchabas, todo, todo, todo,

todo lo que hizo que hoy me despierte sin vos.

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Día 18

Melancolía.
Desparramo nuestras fotos en la mesada
sin ningún orden específico
ni por fecha, ni por año, ni por lugar.
Te conozco tanto que reconozco
tus sonrisas forzadas cuando las veo.

Son todas las que nos sacamos


las que nos saqué, en realidad
pocas, es cierto,
no eras tanto de las fotos
no conmigo,
al menos.

Al mirarlas me duelen partes del cuerpo


a las que sospecho
que aún nadie les puso nombre
pero me digo que esto es necesario.

Las ordeno.
Este día fui feliz, este día no,
este día fui feliz, este día no...
Cuando por fin termino es un empate
y ya no podemos ir a penales,
y esto que hice no sirvió para nada,
y es mentira eso de que
cuando uno es feliz
se olvida de fotografiar.

Estoy buscando en nuestro pasado


algún indicio de nuestro presente
alguna señal, algún cartel luminoso
que no vi
porque soy tonta.

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Y quizás haya algo que decir
en todas esas cosas que disfrutabas
con otros
y que conmigo te resultaban superfluas,
como publicar fotos
como crear recuerdos
como sonreír
de verdad.

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Día 19

Vergüenza.
Me miro en el espejo. Se me notan huesos que antes no se veían. El número en la
balanza no llega a cincuenta. Es como si mi cuerpo hubiese sido el campo de batalla y
nuestro amor la guerra. Cuando nos peleábamos bajaba mis defensas y permitía que mi
ejército cayera en tu emboscada, bombardeabas mi ciudad y yo no ordenaba ningún
contraataque. Al día siguiente del combate seguía paralizada, tirada en la cama, sin energía
para moverme. No podía comer ni dormir. Me costaba respirar.

Era extraño el vínculo que había generado entre nuestra pareja y mis necesidades
básicas. Apenas funcionaba como persona cuando temía que te alejes. Las horas siguientes a
alguna discusión las pasaba en modo avión, sobreviviendo, con las pupilas fijas al celular,
rezando que tu nombre apareciera en mis notificaciones, hablándoles a todos de vos. El
apego que tenía te había convertido en mi mundo entero, era lógico que temiera perderte.
¿Si te perdía con qué me quedaba?

Aunque sabía que mi manera de relacionarme era insana no podía modificarla. Y


ahora sé que en tu ausencia el problema persiste. Está dentro mío. Por eso vi amor en donde
ahora veo una guerra, supongo... Cuando amo desarmo mi ejército en un intento de armar
a un otro. Y después cuento los soldados que me quedaron, agradeciendo no haberlos
perdidos a todos, mientras por dentro sé que el problema no se soluciona por no haberme
vaciado por completo.

El problema es que creo que te hubiera permitido que lo hagas.


-amar mucho no es sinónimo de saber amar-.

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Día 20

Vacilación.
Encuentro un tweet que te haría reír y el primer impulso es inevitable, hasta que me
acuerdo, ya no te lo puedo mostrar. Mi sobrina dice su primera palabra y sé que, aunque
querrías saberlo, no sería correcto hablarte por eso. Se me escapa una frase, algún chiste
interno que teníamos y nadie más entiende, pero me digo que existe un diccionario
completo que creamos con esmero y paciencia que ahora tengo que dejar atrás, porque
todas las obras creadas durante el amor mueren a la par de sus autores. Encuentro en mí
gestos que adoraba en vos, ciertas enseñanzas que me dejaste, y lejos de entristecerme me
alivio, todos somos un collage de quienes amamos y ahora dentro de ese collage estás vos.
Me consuela que después de amarte yo sea alguien distinta y que haya ciertas manías que
adquirí que ahora son mías por derecho propio.

Miro la serie que mirábamos juntos, ahora sola. La había abandonado creyendo que
era nuestra, pero no fue nuestra, es de su director. Y revisando mi armario aparece la única
carta que me escribiste. No la releo, no hace falta, la recuerdo con una precisión clínica. La
estudié. Eso hacía cuando me escribías algo, analizaba hasta los puntos, hasta las comas. Así
que la quemo. ¿Será extremo quemarla? Mientras observo cómo el fuego consume el papel
no pienso en nada más. El fuego tiene una cualidad magnética. Después quedan solo
cenizas. Me río. No la quemé porque te odie. No te odio. La quemé porque, porque... ¿por
qué la quemé? ¡Si vieras las cosas que estoy haciendo para sobrellevar mejor tu ausencia
pensarías que estoy loca, pero al menos te daría pena, y ya no me odiarías! ¿Me odiarás?,
¿quiero darte pena?, ¿la pena es mejor o peor que el odio?

Creo que, ahora que el pesar va disminuyendo, queda lo más difícil.

Ir quitándote,
uno a uno,
de todos los recovecos que compartimos
y de todos los sitios que te cedí.

Y entender cuáles eran nuestros y con nosotros mueren,


y cuáles pueden seguir siendo míos, aunque no estés.

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Día 21

Decepción.
Pasaron veintiún días. La mejoría es evidente, pero a veces pasa algo. Alguna
nimiedad que no debería de alterarme más que un poco. Algo rutinario y normal. Pierdo un
colectivo en la cara o llego tarde a la oficina. Algo se resbala, algo se ensucia, y de pronto
estrés y llanto. Un llanto exagerado para la situación que lo provoca. Un llanto ahogado,
histérico, desubicado, que interrumpe una situación de supuesto bienestar y que no es
atribuible a lo que acaba de pasar. Las lágrimas se pelean entre ellas por salir de mis ojos,
comienzan una carrera y la pista es en mis mejillas. Brotan como sangre de un corte
profundo o de una lesión que, por mucho que desinfecte, ya se llenó de bacterias. ¿Algún
día me voy a reir, y voy a amar, y voy a tener sexo, y voy a vivir la vida sin presentir que dejé
algo en pausa? No lo sé con certeza. Es que el problema que acarrea el llanto está adentro,
tan adentro que necesita de una situación de estrés para brotar a la superficie. El problema
es el nudo en la garganta que siento cuando trago. El problema es la decepción.

Es que por las noches lo sigo soñando enfrente mío, observándome con la ternura
que nos supimos tener. Me mira a los ojos. Lo miro también. En ese sueño no hay reclamos.
No hay disputas. En el sueño no siento rencor ni enojo. Solo un poco de tristeza. Somos dos
personas que se amaron y que se miran, que se quieren con la mirada. Entonces dice lo que
mi alma necesita que diga. Pronuncia una palabra que hace que todo se alivie y el nudo se
desate.

En mis sueños lo escucho pronunciar el perdón que nunca recibí de sus labios. Ahí
lo dice. "Perdón", y me mira arrepentido. Lo puedo ver en sus pupilas. Comprende el mal
que causó y acepta la culpa. No pretende justificarse. Es un soldado desarmado que busca
hacer la paz y me regala un perdón. Y yo lo miro y no lo quiero de nuevo en mi vida, pero sé
que es sueño y no pesadilla, porque algo deja de doler. De pronto despierto, abro los ojos,
noto que todo fue irreal, trago saliva y me arde la garganta y el corazón.
Me gustaría confesar que sigo esperando esa disculpa. Yo sé que la necesito, como
una curita en una herida de bala. En vano, a destiempo, desproporcionado, e ineficaz. Pero
necesario.
Lo necesito
con todo mi corazón
aunque ya no vaya
a cambiar nada.

46
Día 22

Validación.
Todo fue arrollador pero nada fue impredecible. ¿Cuántas veces ahuyenté el final
inminente, retrasé la despedida, por temor a tener que desacostumbrarme a su presencia?
Fueron tantas las noches que seguí por no atreverme a tomar una decisión irreversible en
dirección opuesta a sus brazos. Así que me quedaba. Recordaba los buenos momentos y
sentía destellos de felicidad, como una brisa de verano que no te refresca pero te alivia. Y
hubo momentos en los que quedarme fue casi irrespetuoso conmigo misma, sobre todo
cuando le pedía alguna palabra que me generara calma o le preguntaba si me seguía
queriendo y él, trabajoso y dedicado, elaboraba respuestas que, de alguna manera, no me
respondían. ¿Que no te digan que te quedes es parecido o diferente a que te echen?

Pero yo no me iba. Decía que ya iba a hacerlo. Pensaba que mi caudal de dolor podría
ampliarse si eso significaba que su cuerpo siguiera cabiendo en mi mundo. Le encontraba
justificaciones a sus actitudes (él es así, me quiere a su manera...). Si hubiera hecho cálculos,
habría detectado que por cada sonrisa que me generaba eran infinitamente largas las horas
de tristeza y desconsuelo, pero cuando uno ama no calcula. Hice de su corazón mi hogar:
Estaba asustada de ser nómade y tener que encontrar otro. Toleraba destratos
convenciéndome de que no eran maltratos, como si ese gris fuese mejor que cualquier
tonalidad de negro. Lo que pasa es que un corazón sobrio puede discutir sobre los grises y
entender las diferencias...

Pero para un corazón enamorado


maltrato y destrato
son sinónimos.

Y ahora estoy esperando a mis amigas. Las mismas que hace meses me dan los
mismos consejos. Me impresiona que sigan escuchandome, siendo un refugio para mi
corazón. Lo pongo en contraste. ¿Cuántas veces creí que lo abrumaba si le decía cómo me
sentía?, ¿en cuantas oportunidades oculté mi tristeza para que no lo asustara? Y así, a paso
lento pero seguro, me fui convirtiendo en lo que no soy para que mi amor no lo cansara. Y
ahora que mis amigas me abrazan con el mismo cariño que la primera vez que les hablé de él,
pienso que quise tanto que me quiera, que invalidé partes de mí para que no lo dejara de
hacer. Partes de mí que mis amigas aceptan, solo porque son mías.

47
Día 23

Discernimiento.
Camila dice que no todo lo que yo le comento que siento es sinónimo de corazón
roto. Y le pido que me explique lo que me está queriendo decir. Claro, me contesta.
Cuando me decís que te duele pensar que él no estuvo mal, que toda la tristeza que
transitaste no resonó en él, eso es el ego lastimado. Revoleo los ojos. ¿Cómo puede ser una
preocupación tan profunda puro ego? Ella sigue con los ejemplos. Cuando decís que no
podés creer todo lo que permitiste, todas las veces que, aún sabiendo que no era tu error,
pediste perdón para calmar la tormenta, ahí lo que te duele es el amor propio. Crece en mí
un resentimiento, está equivocada. Antes de que pueda expresarlo me lanza otro ejemplo.
Cuando me contás que imaginarlo siendo feliz y haciendo feliz a otra persona te afecta, eso
es tu orgullo herido. Suspiro. Ella, lejos de detenerse, continúa. Cuando recordás los buenos
momentos con melancolía, en realidad me estás mencionando las cosas que podría darte
cualquier pareja, como dormir con alguien y no las cosas que lo individualizan a él como él.
Esas cosas son justo las que te habían dejado de gustar o de hacer bien. Además de que los
buenos momentos eran los menos, o al menos no alcanzaban para seguir sosteniendo una
relación ya enferma, entubada, que dependía de respiración artificial y cables y
medicamentos. Lo que te duele es el fracaso en el que creés que derivó tu esfuerzo.

Es que creíste que ibas a poder cambiarlo, que ibas a poder construir desde el
hombre que él era el que vos necesitabas. Te aferrabas a esos momentos felices para pensar
que había alguna chance, y ahora son la prueba de que no la había. Te duele la frustración
en la que derivó tu esfuerzo. Una parte tuya prefiere seguir intentando antes de asumir la
derrota porque pensás ¿Y si estaba a punto de cambiar? Como cuando te quedás en la
parada del colectivo por miedo de irte y que justo aparezca. Cuando pensás en lo que va a
opinar su familia, o lo que van a decir sus amigos, o en que ahora tuviste que admitirles a
todos que el amor otra vez te falló, ahí lo que te duele es la obstinación. La misma que
prolongó una relación que tendría que haber terminado hace bastante. Y la terminaste justo
cuando caíste en la cuenta de que tu corazón no se sentía en paz. ¿No pensaste que quizás
no te duela el corazón?

¿Y cuándo me duele el corazón? Indago con soberbia. El corazón te dolía cuando


estabas con él. Seis días a la semana. Seis días de siete. Seis de siete, dice. Pienso que es un
cálculo acertado. Comienzo a diferenciar todos mis dolores del dolor de corazón.

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Día 24

Tolerancia.
Hablo con Agostina. Le cuento que fui muy insegura con él. Y que eso carcomía
nuestro vínculo. Me recuerda la vez que le vi un mensaje con otra persona. Me recuerda, ella
a mí, que solía decir que no podía prometerme fidelidad y que sostenía y defendía su tésis
como un estudiante que intentaba conseguir su título, aún cuando yo le decía que esa
puerta abierta en un vínculo monogámico me destruía el corazón.

Pienso que una relación es como una mesa. Y los pilares fundamentales son las
cuatro patas. Nuestra mesa tambaleó porque no coincidimos ni éramos compatibles con
nuestra manera de armarla. Él quería usar un material y yo otro. Donde yo pensaba en
clavos, él pretendía pegar con la gotita. Cuando yo compraba una pintura roja él aparecía
con un triste y cobarde gris. Él quería que ocupara un 10% de su casa y yo quería que
ocupara un 70% de nuestro hogar. Yo quería que fuese la única de nuestro mundo y él no
podía prometerme que otras mesas no iban a generarle tentación si lo que se ofrecía como
plato principal era mejor de lo que yo servía en la nuestra. Yo quería usarla para sentarnos a
hablar de cómo nos sentíamos y él me decía que no le gustaba hablar de sus sentimientos o
que le molestaba que yo expresara los míos. Vivía, además, con el terror constante de que se
fuera porque no se sentaba. Apoyaba sus cosas sin dejarme en claro si había elegido nuestra
mesa o si se había conformado. Cuando comprendía que las patas de la relación, o de la
mesa, eran frágiles y estaban mal acopladas temía que todo lo que apoyara en ella pudiera
caerse, resbalarse, romperse, que no estuviera seguro. Y si le proponía hacer el amor arriba
siempre estaba demasiado cansado. Así que me adapté a todo, a sus condiciones, a sus
formas, a sus reglas, como un ave en cautiverio dentro de una jaula, que aunque ya no sabe
si puede volar sueña con huir, con recorrer otros cielos, hasta que vuelve a la realidad del
metal que la distancia del universo que desea. Le fui diciendo que sí para poder decir que en
mi casa había una mesa.

Pero cuando me sentaba sola a comer, o cuando me esmeraba y desvivía para que
nuestra mesa dejara de temblar y él, cómodo, recostado en el sillón, no era capaz de
levantarse a darme una mano, me preguntaba si vale la pena tener una mesa que no cumple
su función solo por tener una mesa. O un amor que no me hace sentir cuidada ni elegida,
solo por tener un amor.

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Día 25

Desesperación.
Hice tonterías
para apresurar mi duelo,
como descargar y desinstalar tinder,
besar otros labios que no deseaba
exitándome con la idea
de que era mi venganza,
aunque ya no te debía fidelidad
hacerlo para que ya no fueses el último,
sino el anteultimo
porque nadie nunca los recuerda
más allá de que no te enteraras
jamás.

Escribirte y borrarlo
empezar deportes y dejarlos
salir a bailar y volver llorando
quedarme en mi casa cuando noté
que nada más funcionaba
y dormirme mirando tu chat.

Frecuenté lugares a los que no volvería.


Tomé de más, empecé a fumar,
revisé tus redes varias veces al día.
Y después dejé de seguirte,
y después borré tu número y lo volví a agendar.

Dije cosas que no pienso y fui cosas que no soy


para olvidarte
porque la que fui era
la misma que te eligió.

Pensé en tu duelo

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en qué estarías haciendo,
en cómo lo estarías viviendo
si pensabas o no en mí...

Y me enojé
con tu ausencia
porque te imaginé feliz
Ajeno a lo que tuvimos,
a lo que perdimos,
a lo que destruímos
y a años luz de entender
que todo lo que yo hacía
-absolutamente todo-
cada paso que daba,
cada palabra que decía,
cada lugar que frecuentaba
todo era una manera inútil,
insuficiente, y estúpida
de despojarme más rápido
del amor que todavía,
aunque ya cansado,
latía por vos.

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Día 26

Vergüenza.
Es tan laborioso construir el amor y es tan simple cansarlo. Entre nosotros todo fue
construcción y avance hasta que, de pronto, un soplido. No sé si suyo, mío, o de los dos.
(¿Importa, a esta altura, quién sopló?). El resto del tiempo lo pasamos observando el
derrumbe. Sospechando, en el fondo de nuestra alma, que era tarde, pero convenciéndonos
de que aún no éramos ruinas. Él me gritaba que los soplidos eran míos y yo dejaba de
inhalar y exhalar para que lo que teníamos no se cayera. Empecé la psicóloga. Cambié cada
actitud que lo alejaba para no perderlo. Me siento tan avergonzada de haberme privado del
oxígeno de esa forma sin nadie a mi lado que equipare mi esfuerzo. Estuve mareada. Y ahora
que el viento nos derribó, una parte mía no sabe qué hacer con tanto aire.

Supongo que respirar.

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Día 27

Liberación.
Te encuentro justificativos
como si este fuese mi primer caso
como abogada
y como si yo estuviera
defendiendo a un inocente
o queriendo creer
que es inocente,
para no sentirme tan mal.

Digo que no tuviste intención


de causar daño,
que la pena debería ser mínima
que en realidad, en el momento del hecho
estabas fuera del país
así que vos no fuiste.

Y los demás, los que me quieren


los testigos
me muestran la escena del crimen,
me dejan a mano todas las pruebas,
me la hacen fácil,
me acercan hasta fotos,
capturas, evidencia empírica
y me miran con esa mirada
que ya conozco;
y que es una mezcla de pena
con lástima
con incomodidad
(conozco esa mirada
porque cuando te decía te amo
la veía clara en vos).

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Declaran que
asesinaste lo que tuvimos
y después huiste
dejando rastros.

¿Para qué te ibas a molestar


en no dejar rastros
en limpiar las huellas
en usar guantes
si sabías que yo iba a planear tu coartada
y que si era necesario
me iba a culpar?

Te encuentro justificativos
que te exculpan por completo
de lo que hiciste,
de lo que doliste
y de haber desaparecido, cobarde,
mientras alguien se desangraba en el piso
alguien que alegaste amar.

¿Para qué te ibas a molestar


en hacerme RCP
si sabías que no ibas a ir preso
por abandono de persona?
¿y qué si me curaba solita
y después volvías?
¿te iba a recibir? ¿una vez más?

Vos me ibas a decir


fue tu culpa
y yo te iba a creer,
aunque estuvieras lleno de sangre,
aunque tuvieras el cuchillo
en la mano
y la respiración agitada.

Te iba a decir tenes razón

54
porque esa era la frase
que me aseguraba
no perderte
ese era el comodín
que yo tenía
para prolongar nuestra cercanía
y en mi cabeza iba a encontrar
la retorcida forma
de cargar con todo el problema
hasta creerme tu versión.

Pero un día me cansé


porque la gente me trataba
como se lo trata a un loco
cuando les hablaba de vos.

Un día me cansé
porque me empequeñecía tanto
ser el victimario
que comencé a dudar de mí.

Un día me cansé
porque me miré en el espejo
y yo no era yo,
era un depósito de culpas
era una valija de responsabilidades
era un reflejo de mi miedo a que te vayas.

Y ese día te dije no tenés razón


te dije ya no firmo contratos
donde mi papel como actriz
es el del villano.

Tu castigo fue un silencio


que duró algunos días
como un fantasma
que se desvanece,

55
porque ¿quién era yo
si no te daba la razón?,
¿quién era yo para criticar
a un Dios omnipotente
a un juez que toma la decisión
de sentenciarme ante cada conflicto
y de absolverse a sí mismo
en su veredicto, que es el final?

Así que durante tu silencio


lloré mares
océanos, ríos
Y después de días me miré en el espejo,
me sentí más liviana.

Entonces volviste
y te volví a buscar justificativos
pero esta vez no
para no perderte,
ahora prefería echarme la culpa
antes que asumir
que amé a alguien
que solo me quería
en las buenas.

Ahora prefería echarme la culpa


porque dolía demasiado admitir
que siempre supe
que tu amor me pesaba
y que aún así seguí a tu lado
endeudándome
apostando a un número
que no era parte del sorteo
sosteniendo un vínculo
con mi energía
solo para advertir

56
que cuando dejaba de
suplicarte que nos arreglemos
de intentar conciliarnos
de pedir perdón sin estar equivocada
mi celular no se iluminaba
por días.

Pero también noté algo más,


mi reflejo pesaba menos
el daño era menos punzante que el de antes
y los miedos cesaban
entonces me despedí.

Porque tuve tanto miedo


de perderte,
hasta que decidí perderte.

Y ahora tengo
una angustia incesante
un corazón roto
y una profunda decepción
por comprender que te desconozco
que no sé quién sos
ni a quién amé
ni si esa persona existió
ni si me quisiste
ni si alguna vez fui feliz.

Pero también tengo


un miedo
menos.

57
Día 28

Orgullo.
No me cuidó. No como al principio. El contraste entre el primer periodo y el último
me distrae de la lluvia y de mi entorno y de lo que sea que se supone que debería estar
haciendo ahora. Debería estar haciendo cualquier cosa menos sostenerme de pie gracias a
una frase que defiendo con uñas y dientes, una sentencia, una afirmación que no admite
debates, tres palabras en las que me apoyo para convencerme de que esta distancia fue
necesaria. No me cuidó. Su amor no me alcanzaba, como una sábana que no te cubre la
espalda o no te cubre los pies. Los hombres como él creen que después de conseguir un
amor terminó su trabajo, sin sospechar que el amor se conserva todos los días, que se
construye y se mantiene. Los gestos que solía adorar se desvanecieron con el paso de los
meses, ya no me escribía buenos días porque sabía que me vería a la noche, ya no me
contestaba las fotos que le mandaba, ni me decía que era linda, sensual... ¿Es lógico que me
haya dejado de creer atractiva porque la persona que elegí para que esté a mi lado ya no me
miraba con deseo ni con pasión cuando me desnudaba?, ¿es sensato que ahora haya
recuperado mi sensualidad?

Así que recurrí a los malabares. Me paré en el medio de su calle y lo vi sentado en el


auto desde la comodidad del asiento, sabiendo que bastaba que el semáforo se pusiera en
verde para perderme de vista. Agarré cuatro pelotas del piso e hice monerías para recibir a
cambio al menos alguna moneda, alguna limosna, alguna muestra gratuita de lo que mi
corazón anhelaba. Traté de llamar su atención. Mientras tanto él seguía mirando el celular,
aprovechando ese ratito para distraerse con otros mundos.

El vínculo se sostenía por mi cariño. Lo que me enamoró en el comienzo era lo que


me mantenía enamorada porque me obsesionaba con la idea de que si yo había sido capaz de
generar eso en él, era cuestión de esmerarme para volver a lograrlo. Y justo cuando perdía la
fe y armaba las valijas, los gestos volvían, por un rato y yo guardaba otra vez la ropa en mi
lado del armario. Los detalles con los que me abrumaba de pronto se convirtieron en
premios que existían cuando yo le insistía, cuando le decía que algo había cambiado, por no
decirle todo, por no admitir que seguía enamorada de la idea de lo que éramos, y no de lo
que éramos en realidad. Volvían cuando me quería ir.

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No me cuidó. Tres palabras que adquieren peso. Nueve letras en las que creo, como
si fueran un mantra, una oración que rezo todos los días. Sabía que su amor me quedaba
chico pero no me creía en el derecho de negociar más espacio. A veces iba por la calle, salía a
un bar, o recibía un mensaje de alguien más que me hacía sonreír, que me ruborizaba, que
me volvía a hacer sentir valorada, admirada, valiosa, y me preguntaba lo evidente... ¿Hace
cuánto que con él no sonrío de esta manera?, ¿hace cuánto él no genera nada de esto en mí?

Invertí tanto de mí en intentar que funcionemos, que a veces sospechaba que ya no


me estaba quedando por amor sino para hacer valer lo ya invertido. Pagué cuotas con
intereses altos para que la relación funcione, y después seguí pagando solo para no admitir
que aposté a un mal negocio y que todo fue pérdida.

¿Habrá sido todo pérdida?

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Día 29

Triunfo.
Mi mamá me dijo lo que las mamás dicen. Que se va a arrepentir. Pero yo no sé si el
arrepentimiento es posible cuando se trata de un hombre con tanto orgullo. Nunca lo
encontré lamentándose. Jamás lo escuché hablar del pasado con nostalgia. Los hombres con
su orgullo no conocen de remordimientos ni rememoran sus pasos, mientras que las
mujeres como yo vivimos en una escalera, subiendo, bajando, agachándonos para apreciar
los escalones de cerca, para mirarlos con detenimiento. Diciéndonos que podríamos haber
hecho de más, o de menos, que podríamos haber subido más rápido si era necesario o, por el
contrario, apreciar aún más cada escalón. Podríamos haber lustrado la escalera todos los
días. Las mujeres como yo tenemos que hacernos de hierro para no pensar que en algún
paso nos equivocamos y, por consiguiente, también en todos los demás.

Los hombres como él no se preguntan cómo podrían ser un mejor hombre, o una
mejor pareja, o un mejor amigo. Ya están establecidos. El hombre que yo tenía enfrente ya
era todo lo bueno que podía llegar a ser. En cambio las mujeres como yo vivimos la vida con
una caja de herramientas debajo del brazo. Tratando de decorar las partes de nosotras
mismas que pueden causar asperezas con el resto. Intentando solucionar cualquier falla que
pueda provocar daño en los demás. Ajustando lo que está flojo, pegando lo que se suelta,
cambiando las pilas para tener más energía de ser necesario, y poder, con esa energía,
soportar más de lo que nos corresponde. Arreglarnos es todo lo que sabemos hacer, todo lo
que creemos que necesitamos hacer sin indagar si el problema de que no funcionemos es del
entorno. Si se cortó la luz, si nos dejaron en algún sitio demasiado húmedo o demasiado
seco, si en una de esas alguien provocó un cortocircuito.

Todos mis conocidos estaban en contra suyo, todos por un motivo diferente. Es que
a todos les conté algún conflicto. Pero no fui subjetiva, ¡al contrario! Lo confesé con lujo de
detalles. O fui subjetiva, beneficiándolo. Ahora noto que disfracé partes de las historias para
que no lo juzgaran. Interrumpía mi propio relato para encontrarle excusas. Ellos, con
delicadeza, insinuaban que mi perspectiva estaba obnubilada por mi amor y cariño, y yo
saltaba en su defensa. Les decía que no lo entendían como yo lo hacía. Les decía que yo
también había hecho tal o tal cosa. Fracasaba estrepitosamente. No existía modo alguno de
convencerlos de que era la persona correcta para mí. Al final, por más que me esmeraba por
eximirlo, ganaba yo. Y eso, para mí, era perder.

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Día 30

Reflexión.
Me quiso, sé que me quiso. Pero también quiero que me quieran cuando no sea tan
fácil, cuando mi cielo no sea celeste, cuando las tormentas tiñan la ciudad de negro, cuando
el viento arrase con los árboles, cuando los relámpagos sean luminosos y los truenos
estruendosos. Cuando mis gritos sean ensordecedores y las noches se conviertan en una
seguidilla de pesadillas, cuando el insomnio dibuje nubes en los ojos de nuestra relación y
todo indique que lo más fácil sea esconderse debajo de un paraguas, debajo de un techo,
buscar protección. También quiero que me quieran como para no dejarme sola mojándome.

Me quiso, sé que me quiso. Cuando yo sonreía sus ojos se encendían y elogiaba


como nadie la blancura de mis dientes. Cuando todo en mí rebosaba juventud y vitalidad él
era mi primer espectador y compraba las entradas para verme dar autógrafos en primera fila.
Pero si mis lágrimas trazaban el camino hacia mis preocupaciones él estaba muy cansado
como para caminarlo, y si mis temores me envejecían él no se quedaba a contar mis arrugas
así como alguna vez contó mis lunares, entonces empecé a dilucidar que entre nosotros
existía algo indestructible: una fecha límite, un destino final.

Me quiso, ¡cómo me quiso! Tenerme al lado lo hacía sentir radiante, la belleza que
suelen admirarme rebotaba en él. Era grandioso entrar conmigo por la puerta y que todos
destacaran el encanto de su acompañante, y sé que mi risa en esas reuniones era su mejor
canción. Tal vez por eso hacía tantos chistes sobre mi trabajo, sobre mi personalidad, sobre
mi inteligencia. Quizás no eran burlas que me dejaban expuestas sino recursos erráticos para
hacerme reir. ¿No vio que no dibujaba constelaciones en mi rostro sino meteoritos repletos
de lágrimas? ¿No le expresé lo mucho que me dolía? ¿Acaso le importó?

Me quiso. Era adicto a mi cuerpo, a todos sus laberintos. Mi cintura era su curva
preferida porque le fascinaba saber que solo él podía recorrerla. Pero cuando me abrazaba a
mis piernas y me hacía un bollito en el piso me volvía incorpórea, y agacharse o arrodillarse
para rodearme con sus brazos le resultaba demasiado trabajoso. Pero cuando me arrimaba
con dulzura a intentar expresar alguna preocupación él me sometía, como castigo, a un
silencio ruidoso e intolerable, como un tenedor arañando un plato, como unas uñas
rasgando un pizarrón, que me hacía tan mal como el sonido de cadenas oxidadas en un
columpio del que siempre me resbalaba, y por mucho que buscara su mano mientras estaba
en caída libre, él no estaba para sujetarme. Me quiso... pero merezco que me sujeten.

61
Día 31

Mareo.
Los últimos meses lo vi claro, el ciclo era el mismo. No hacía más que repetirse,
como si de una rueda se tratase y constaba de las mismas etapas. Duele abrir los ojos y notar
que hasta ese momento estuviste ocupado cosiéndote y cosiéndote los párpados, jugando a
ignorarte mientras con el mismo hilo y con la misma aguja cosías, también, los baches y
agujeros que la relación tenía, para que, al menos al tacto, no sintieses defectos, y te pudieses
engañar.

Y cuando mi abuela me preguntaba


si estaba feliz
yo le contestaba que sí
y miraba hacia la cocina,
hacia mis costados,
hacia el mantel
o hacia mis piernas,
para evitar mirarla a los ojos
porque los ojos son el reflejo
del alma, y mi alma, dubitativa
no descubría
si al proclamarme feliz
le estaba mintiendo a ella
o me estaba mintiendo a mí
o nos estaba mintiendo a ambas
pero sí sabía
que si miraba a mi abuela
ella iba a saber
que indudablemente
a alguien
le mentía.
¡Qué impostora fui!

Las fases eran dos, cíclicas, diferenciables entre sí, la etapa de dolor, y la etapa de
amor. En el dolor el sufrimiento era una constante y podía ver, como si me sacaran los hilos
de los párpados, que algo entre ambos era ficción. Entonces, la etapa del amor. Y le juraba a

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mis amigas que ya había cambiado, que ahora era todo diferente, todo mejor. Después de
una pelea se aproximaban las mejores semanas de mi vida y yo agarraba los hilos y cosía y
cosía durante toda la noche, hasta que después de tragar un dolor infinito y de sangrar por
los ojos mis párpados se cerraban casi por completo, pero siempre quedaba un recoveco de
luz y mi alma veía, a través de las grietas, la verdad.

La ceguera era un precio bajo a pagar si lo que compraba era una forma de estirar el
tiempo a su lado. Como un adicto que jura que tiene que volver a consumir para sobrevivir
a los espasmos, necesitaba de los momentos malos para que los buenos me generaran éxtasis,
y en esa vorágine de regalos, cartas y promesas de pronto me convencía de que él era mi
mejor, mi única opción. Me empecé a acomodar a esa realidad, una realidad de altibajos
donde los altos eran muy altos, donde los bajos eran demasiado bajos. Porque en los bajos
rompía en llanto enfrente suyo y él me traspasaba con ojos apáticos, ajeno por completo a
mi vulnerabilidad. En los bajos le suplicaba que no se enojara tanto, que me intentara
entender, que se pusiera un segundo en mi lugar.

Y después, el amor. Me abrazaba proponiendo una tregua y yo le devolvía el abrazo


sin poder cerrar los ojos, traumada por los extremos en los que vivíamos pero sabiendo que
ya me había acostumbrado a nuestra cuerda floja. Me daba la paz que mi corazón anhelaba y
yo aprovechaba para salir a tomar aire, como un soldado agotado después de la guerra, que
por fin baja sus defensas y apoya las armas, que camina por el campo de batalla lleno de
escombros y destrozos y cuerpos aglomerados en el suelo, advirtiendo el caos con un
culposo orgullo por haber sobrevivido, por ser más fuerte que los demás, que se proclama
victorioso solo porque creé que esa victoria es suya, mientras una voz por dentro me
susurraba:

Sos más inteligente


de lo que ahora te conviene.
Dale, ché, no te hagas,
que vos y yo sabemos
que ni la solución es ganar
ni el problema es perder.
El problema es jugarte la vida
en una guerra.

63
Día 32
Esperanza.
Soy jóven,
Voy a encontrar otro oficio para mis brazos
que no sea sostenerte
y las piernas que por dos años
usé para seguirte los pasos
ahora van a llevarme a lugares nuevos
de los que no te voy a contar.
Mis labios sabían de memoria
el recorrido por tu espalda
pero después me sirvieron para desenmarañar
lo que sentía
cada vez que me ahogaba y desahogaba
al hablar sobre vos.

Soy jóven,
observo a mi gata jugar con un ovillo de lana
desenredándolo se enreda a sí misma
y algo parecido hice yo
inmersa en tanto embrollo,
cada vez que lograba desentrañar algo
otra cosa se entretejía,
y no pude huir del duelo
porque no se trataba de huir,
sino de atravesarlo.

Soy jóven,
con las mismas manos
que limpié mis ojos
algún día voy a saludarte
y te voy a decir gracias,
porque yo era una persona antes de vos
fui una persona con vos
me quedé con la mitad de una persona sin vos

64
y ahora estoy descubriendo a una persona
después de vos

que va a volver a amar con el mismo corazón


que latió y se rompió en tu nombre
y que va a encontrarle un trabajo a los ojos
que te admiraban solo a vos
y hoy no se atreven a mirarte
para que descubran que hay felicidad
lejos tuyo
así como la hubo
con vos.

Todavía existe un universo de posibilidades


todavía me restan muchos paisajes que mirar
todavía me enredo y desenredo
como mi gata con su ovillo
que hace un rato se cansó y se acostó a dormir,
despreocupada,
llena de hilos en todo el cuerpo.

Porque ella intuye que es jóven


y que tiene algo
que convierte a cada enredo en un juego
y a su juventud en un milagro,
en un regalo,
en su solución:

Todavía
tiene
tiempo.

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Día 33

Fortaleza.
Como persona emocional me seducen todos esos recovecos del universo a los que la
ciencia no llega. Es que existen sitios en donde los científicos no lograron clavar sus garras.
No es que tenga algo en contra de la ciencia ni pienso que la tierra es plana o que las vacunas
son nocivas para la salud. Lo mío es una cuestión casi filosófica, quiero que la ciencia exista
y que ella misma se detenga cuando reconoce un terreno al que no necesita aspirar.

Me encuentro con un suceso que los científicos no entienden, algo que sigue siendo
incierto. La fuerza histérica. Es que existieron personas que, ante situaciones de vida o
muerte, ante la desesperación de morir o de perder a algún ser querido, en un instante de
adrenalina, de exaltación, en algún segundo definitorio, lograron levantar un auto con el
peso de su cuerpo, ¡Personas normales, como yo! Un científico dijo que no descubren cómo
es posible porque no puede realizarse ningún experimento de laboratorio haciéndole creer a
una persona que su vida corre peligro. Y otro científico dijo algo que, de tan simple, fue
descartado: Somos más fuertes de lo que creemos que somos.

Cuando estaba a punto de terminar la relación pensé que, de cierto modo, era una
forma de salvarme. Suena exagerado, ya lo sé, pero le rogué tantas veces que se quedara, me
dormí angustiada tantas noches frente a la idea de que se fuera, sufrí en silencio tantas
madrugadas por temor a necesitarlo, que solo cuando comprendí que lo que estaba en juego
era mi salud, mi bienestar, fue que una frase resonó en mi mente, fuerza histérica.

Una vez que me alejé supe que el trabajo no terminaba ahí: el trabajo seguía, todos
los días. Elegirse no es algo de una vez. Después tenés que levantarte y seguirte eligiendo
cuando lo extrañes, cuando mires con ternura hacia el pasado, cuando estés débil, cuando te
atemorice el cambio o cuando sea más reconfortante volver hacia atrás. Me seguí eligiendo,
de forma histérica, aún cuando mis dedos me suplicaban escribirle un mensaje, aún cuando
mi cuerpo me rogaba fundirse en un abrazo con el suyo, aún cuando por las noches me
faltaba su calor.

No levanté un auto, ya lo sé. Pero sí fui más fuerte de lo que por años creí que podía
llegar a ser.

66
Día 34

Miedo.
La discusión sobre cuál es el verdadero antónimo de amor existe hace bastante
tiempo. ¿Es el odio o es la indiferencia? Yo, como todos, lo debatí también. Pero ahora sé
que existe una tercera opción. Y que es la única válida.

Es como si mi cuerpo tuviera un chaleco antibalas. Es como si sus disparos me


rozaran, me pasaran cerca, rebotaran en mi chaleco y no me llegasen a dañar. Escucho sus
insultos. Lo veo actuar por desesperación, por ego herido. Conozco una persona nueva que
no creí que era. Una persona diferente a quien yo amé. Una persona que estuvo escondida
dentro de él, en realidad, y salió a la luz cuando le lastimé el orgullo al alejarme, porque
¿cómo yo, que era una extensión suya, un miembro de su cuerpo, algo sin vida propia,
sujeto a su rutina, parte de él, de pronto y sin advertencias me iba a desprender? Recuerdo
las discusiones que teníamos cuando todavía estábamos juntos. En esas discusiones siempre
me disparaba en el alma cada vez que sentenciaba que se estaba cansando de mí, y yo
terminaba sintiéndome parecido a ahora: terminaba sintiendo miedo. Terror de que lo que
tuviéramos fuera así de frágil. Asustada de seguir amando incondicionalmente a alguien que
me amenazaba con su ausencia varias veces a la semana.

Me sentía atemorizada, asustada, intranquila. ¿No es el miedo lo que nos aleja?

El temor
fue, es,
y va a ser siempre,
el antónimo
del amor.

67
Día 35

Duda.
Me encuentro enfrente suyo por primera vez, de nuevo. Me estudio las manos con
detenimiento. Mi abuela solía decir que en las manos se veía el paso del tiempo. Tal vez por
eso me obsesiono con las manos de mis papás cada vez que gesticulan al hablar y yo, en vez
de mirarlos a los ojos, persigo sus manos por doquier así como los gatos persiguen su propia
cola. Por eso cada vez que visitaba a mi abuela le sostenía las manos con un pesar que era
indecible y que solo significaba que mi corazón sospechaba que se estaba yendo. Las manos
hablan por sí solas, nos deslumbran un nuevo lenguaje solo accesible a quien les preste
atención. En nuestras manos el reloj labra un camino, minuto a minuto, a paso lento pero
firme, así como las hormigas cargan las hojas que recogen en sus espaldas diminutas y las
llevan hacia su hormiguero. Así, a trabajo de hormiga, las manos se llenan de momentos que
ya no vamos a recuperar.

Ella no se equivocaba. En las manos uno ve cuánto envejeció alguien. Así que
estudio las mías para asegurarme de lo que ya sabía, estoy de nuevo en el pasado. Son manos
más jóvenes. Hasta podría jurar que se me notan menos las venas. Son manos que no están
tan cansadas, aunque él no haya estado tanto en mi vida. Tal vez porque hasta ese momento
no me había aferrado tan fuerte a nadie. Ejercí una fuerza que va a dejar huella en mi
cuerpo, una fuerza que solo logró que lo perdiera en cuotas, que prolongara un sufrimiento
que podría haberse evitado en este mismo momento en el que ahora estoy por segunda vez.

Me mira y lanza la misma pregunta que dos años atrás. Es un actor comprometido
con su guión o una persona que está viviendo esta escena por única vez. Pero yo ya sé lo que
va a pasar si contesto las tres letras que conforman mi nombre. Yo ya sé la tristeza que me
aguarda si pruebo sus labios, porque de tristeza conozco. Ahora que estoy en el pasado,
ahora que lo conozco y sé que al final de todo esto no me aguarda nada excepto
desconocerlo, ahora que me pregunta mi nombre y las manos de nuestro amor son jóvenes
pero pronto van a llenarse de cicatrices, ¿sería mejor no haberlo intentado? Recuerdo una
frase de mi serie preferida: ‘‘Algunas veces pienso que si pudiera volver atrás, sabiendo lo
que sé ahora, haría todo distinto. Pero otras veces pienso, no, no lo haría.’’

Miro mis manos jóvenes, suaves, mientras me debato entre decir o no decir... Sol.

68
Día 36
Perdón.
Sostuve un enojo para no aceptar una verdad que mi mamá me deslizó con sutileza:
Nunca te mintió. Y eso es cierto. Se presentó ante mí con sus virtudes y sus defectos. Todo lo
que sufrí en el vínculo fue lo que supe que él era desde un principio. Pero mis ojos lo veían
como su versión mejorada, como lo que podía llegar a ser. Es que en otra vida debo haber
sido decoradora de ambientes. Tengo esta manía de ver el potencial de las personas y
descreerles cuando me dicen lo que son, y no escucharlos cuando me juran que no tienen
intención de cambiar. Como si yo fuese arquitecta lo construí en mi mente, detalle a detalle.
Le di una voz más suave, una imagen más cálida, una personalidad más empática, y me dije
que si lograba que me ame más él iba a cambiar por amor. Lo disfracé de virtudes que no me
son ajenas, que siempre fueron mías, como la amabilidad o la bondad. Me reflejé en él y
puse tanta energía en nuestro vínculo que después me maravillé del fuego siendo yo la que,
todavía, olía a humo y tenía las manos negras llenas de carbón.

Como una nena que juega con su papá y dice que es el más divertido del mundo solo
porque ella con su imaginación se sienta a fantasear historias, a imaginar platos de comida
en donde no hay nada, y le da de probar lo inexistente, y su papá deja el celular un segundo
para sostener el plato vacío y decir lo único que tiene sentido decir: mmmm, que rico. Sabe
que con eso la conforma. Que con eso la mantiene inmersa en su felicidad ficticia, en el
juego que juega sola, aunque ella cree que juegan dos. Cuando entendí que no iba a cambiar
seguí insistiendo, casi por impulso. Como cuando tu cerebro se despierta y aunque sabés
que estás soñando no podés irte porque tu cuerpo sigue dormido. En un momento mi
corazón supo que estaba soñando pero mi mente seguía adormecida, incapaz de admitir la
derrota, y yo no me podía ir.

Él fue mi mayor creación, mi obra de arte más grande. Lo hice a mi medida. Me


inventé una persona que podría llegar a ser, algún día, con mucho esfuerzo, pero que hoy no
es, y me olvidé que el resto puede cambiar, pero si quiere y cuando quiere. Y que él no
quería. Entonces lo perdono por no haber podido cubrir mis expectativas y me pido perdón
a mí misma por haber roto sola mi corazón. Sé que la próxima vez que conozca a alguien voy
a ver únicamente lo que tengo enfrente. Y sé que algún día, en algún lugar, va a aparecer
alguien a quien no tenga que cambiar, alguien que exista, alguien de carne y hueso. Y ese día
esa persona va a ser mi musa, mi fuente de inspiración. Y quizás ese día yo escriba un libro o
una bitácora hablando sobre alguien que me da paz y que siga en mi vida cuando yo la
publique.

69
Día 37

Exigencias.
Siempre creí que la palabra exigir era demasiado fuerte. Varias veces me desdije al
decirla con un perdón, no, no voy a exigirle, voy a pedirle, voy a insinuar, voy a preguntarle.
Exigir es una palabra cargada de significado que nos parece irrespetuosa. Que creemos que
no tenemos el derecho de usar. Con esa creencia errática comencé, hasta ahora, todas mis
relaciones. Sin decir, sin pelos en la lengua, yo necesito esto, esto, esto, y si no podés dármelo, no
podés ser vos. Está bien exigir. Está bien exigirle a las personas que pretenden formar parte de
nuestro círculo más íntimo de confianza que puedan cubrir ciertos requisitos sin los cuales
no podemos tenerlos cerca. Este año comprendí lo cautelosa que tengo que ser al dejar que
las personas entren a mi vida, porque la gente que nos rodea genera un impacto en nosotros,
en nuestra autoestima, en nuestro bienestar, y ese impacto puede potenciarnos o
hundirnos. Entonces, si al dejar que alguien entre le cedo un poder que el otro puede usar
para destruirme, ¿cómo no voy a poder exigir lo que sea necesario para cuidarme?

Si hoy conociera a alguien, pondría todas mis exigencias encima de la mesa. Si no me


vas a dar paz, no te quiero cerca. Si no vas a ser capaz de hablar sobre tus emociones y
escuchar las mías, no te quiero al lado. Si los problemas de la relación no van a solucionarse
con charlas sanas, no sos para mí. Si tengo que invalidar mis necesidades porque mis
necesidades te molestan, ahí está la puerta. Si no sos capaz de detenerte en el instante en el
que me pongo a llorar, gracias, pero no. Si no sos demostrativo, mi corazón va a sufrirte, así
que no somos compatibles. Si mejorar por un otro para vos es irrisorio y tu premisa es yo soy
así, la evolución que quiero en mi vida y en mis vínculos no te incluye. Hoy sé que quiero
un amor que se de natural. Sin esfuerzo. Sin forjarlo. Porque ahora lo veo, lo forzado nunca
se deja de sentir forzado, y el rol del que se esfuerza después, dentro de ese vínculo, nos
pertenece para siempre.

No exigir nada vino de mi creencia de que lo que yo merecía era nada. ¿Qué puede
exigir una persona que no se quiere a sí misma? Ahora veo la verdad. Exigir está bien. Está
muy bien. Después de todo, voy a ceder un poder. Y solo quien busque cubrir todas mis
exigencias, va a ser quien, aún sabiendo que lo tiene, renuncie a usarlo.

70
Día 38

Paz.
Me siento bien y eso me abruma,
me desconcierta;
no sé quién soy cuando no estoy triste,
no sé quién soy si no soy sufrimiento.

Me siento bien y eso me incomoda


porque no sé qué hacer con un corazón
que no está roto,
porque aprendí a vivir
reparándolo pedazo a pedazo,
respirando a través de sus grietas.

Me siento bien
y no sé cómo funcionar
sin preocupaciones,
porque mi corazón me suplica
firmar tratados de paz;
y para eso necesito darle guerras.

Me siento bien
y eso me hace mal
porque pienso en la tranquilidad
como la trinchera en donde
los soldados se refugian
un rato
para recuperar fuerzas
y salir de nuevo al ataque,
y no como un hogar en el que podría
quedarme a vivir.

Me siento bien y me perturba


porque considero que ya me gané
todo lo malo que puede pasarme,
porque cuando me siento bien
habita en mí el deseo
de que llegue una tragedia
que lo compense.

71
Porque vuelvo al dolor
como un adicto a su droga
como una carta rechazada a su remitente
como un animal a su manada
como una abeja hambrienta a la flor.

Me siento bien y pienso en su nombre


en su dirección, en lo cerca que estoy
de revivirlo
en que puedo llamarlo,
y mi corazón podría volver
a hacerme funcionar de a ratos
podría volver a rogarle una tregua
a mi mayor enemigo
podría volver a sonreír victorioso
a través de las llamas
cuando nota que el fuego no lo quemó
y aguardar ansioso, exaltado
la recompensa de haber sobrevivido
a otra batalla de una guerra perdida.

Me siento bien y busco


estar infeliz, de nuevo,
porque me dijeron que no valgo
ni sosiego, ni quietud, ni calma
y cuando me encuentro
inmersa en bienestar
mi corazón quiere ir corriendo
a la comodidad que solo encuentro
en quienes no estoy cómoda.

Me siento bien
y transito la paz
como si fuera empalagosa
tacho a la gente sana de aburrida
voy acercándome
a todos los lugares
de los que ya huí
y cuando alguien me lo insinúa
me enojo,
¿cómo voy a elegirlo?

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Me siento bien
y se me cae el pelo
y me como las uñas
porque
¿para qué cambiar ahora?
Si nadie rompe
mi corazón como él.
Pero merezco encontrar
placer
en lo saludable de un corazón
que no se quiebra
que no se desangra
que no late desesperado.
En lo saludable
de un corazón que está de mi lado
y no me mira con rencor
ni me creé su enemiga.

Me siento bien
y quizás la diversión pueda ser
encontrar sitios sanos
en donde mi corazón y yo
podamos apoyar las maletas sin miedo;
para amigarnos, para coexistir,
para ser parte del mismo bando
para ya no tener que pedirme perdón:

Porque merezco saber quién soy


cuando no necesito
pedirme perdón.

73
Día 39
Autoestima.
Fue mi error, ya lo sé.
Pero me convertí en Mercurio,
y mi única pulsión
fue realizar una órbita completa
a tu alrededor.

Mercurio es el planeta
más pequeño de todos,
pero, ¿eso qué importaba?
Si también es el que está más cerca del Sol.

Así que me empequeñecí para ser Mercurio


y para poder seguirte los pasos
amoldarme a tu rutina
y girar a tu alrededor.

Como Mercurio respeté mis limitaciones


me apagué por completo
porque los planetas no tienen
luz propia
porque brillar era tu rol
Pero un día noté que podía
construir una piscina y nadar en mis lágrimas
y que si en una de esas me ahogaba
no te ibas a preocupar.

Entonces recordé mi nombre, y mis sueños


y me pregunté algo, por primera vez,
aunque era casi como traicionarte o faltarte el respeto...
¿Y si en realidad todo este tiempo yo fui el Sol?

¿Y si la luz que te veía no era nada


excepto mi propio brillo
haciendo eco en vos?

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No vas a acordarte, pero la única carta que me escribiste decía algo que quedó
grabado en mi mente como si fuera de acero inoxidable: Algún día vas a ver tu valor,
y ese va a ser nuestro último día.

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5/9/22
Las cosas empezaron a mejorar. Dejé de contar los días, por ejemplo. Antes estaba
tan ansiosa. Necesitaba con tanta vehemencia que el tiempo pasara. Todas las mañanas me
despertaba y pensaba ‘’ya pasaron tantos días’’. Era una forma extraña de vivir. Estirando un
duelo como si fuera un chicle. Creyendo que no iba a superarlo. Sintiéndome humillada y
con temor de admitir en voz alta que seguía estancada, o dolida, o pensativa, o queriéndolo.

La relación que tenemos con el dolor es la más íntima que existe. Con el dolor nos
conocemos en profundidad. Si alguien nos hiere genera un vínculo con nosotros. Es fácil
recordar lo que dolió y experimentar de nuevo la misma sensación. La tristeza se impregna
en los tejidos de nuestra memoria como un perfume se impregna en nuestra nariz. Pueden
pasar años sin respirarlo y de pronto alguien por la calle lo lleva puesto, y comprendemos
que el olfato tiene su memoria, una memoria precisa, finita, que trabaja con el inconsciente,
la misma memoria del dolor. El dolor es como el olfato. Y este paralelismo que creé podría
defenderlo como si fuera mi tésis.

Generamos un vínculo, él y yo. Pero eso ya no me atemoriza y eso no debería de


atemorizar a quien llegue a mi vida. Porque cuando esa persona me acaricie, no va a haber
trauma en sus manos. Y quiero creer que la ternura también tiene su memoria. Y que las
personas que solo nos hacen bien también crean un vínculo indestructible. Es que a medida
que pasan los años noto que el dolor, que tiene memoria, también tiene un talón de aquiles,
y es que abunda por doquier. El dolor es moneda corriente, es la figurita que toca y no nos
ayuda a completar el álbum, es el capítulo de la serie que repiten y repiten por televisión, es
el hit que si lo escuchamos nuestro primer instinto es tararearlo, aunque en el fondo
sabemos que perdió todo su atractivo como canción.

El dolor tiene su talón de aquiles y la ternura tiene su memoria.

Si es cierto que aprendí algo de todo lo que viví y si hoy me encontrara enfrente suyo
por primera vez, lo miraría a los ojos y le diría que mi nombre es Sol. El problema es que
alguna vez leí una frase que decía que si el dolor por ley enseñara algo, el mundo entero
estaría lleno de sabios. El dolor no le enseña nada a los que repiten y repiten los mismos
errores y yo podría ser de esas personas y de hecho, hasta ahora, lo fui. No es la primera vez
que me encuentro inmersa en una relación en donde dejarme de lado es mi primer impulso.

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¿Debería castigarme por no aprender o tomar este final como un nuevo comienzo?
Castigarme sería seguir inmersa en el juego de culpas. Quizás sea hora de tratarme con más
cuidado.

Desde que no está en mi vida que mi relación conmigo misma mejoró de forma
exponencial. Todos los días un poco más. Recuperé mis vínculos. El cariño por mi cuerpo.
Mi sensación de valía. Dejé de sentirme tan insignificante. Me pedí perdón por haberme
dado ese lugar. Y aprendí que lo que hice ya está hecho y que ahora que él se fue, y que yo
me quedo, solo me resta perdonarme. Él me causó daño, es cierto. Yo me causé daño. Es
cierto también. Pero se me ocurre una solución:

Voy a pasar el resto de mi vida


compensándomelo.

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8/9/22
-llamalo asesinato-.

Y ahora que por fin te olvido


me tocás la puerta,
todo está igual pero todo es distinto;
te parecés a la persona que amé
me cuesta entender cómo yo,
que tanto te quise,
estoy conjugando ciertos verbos en pasado
de fondo suena When I was your man
porque a veces el mundo hace sus propios chistes.

Y ahora que algo en mí cambió


algo en vos mejoró:
un hombre dispuesto a recuperarme
que vuelve a mí como un ave herida a su nido
como un perro fiel a quien más lo cuidó.

Admitís el daño que causaste


alegás no poder estar sin mí
asumís todas las culpas
que me habías delegado
y me prometés que una chance más
va a ser suficiente para probar un cambio
mientras que sostengo
las flores que me regalás
para recuperarme
flores que nunca me regalaste
para cuidarme
y hago el cálculo
de cuántas oportunidades,
sin que te enteres, te dí.

Y ahora que nos desencontramos

81
mis desconsuelo rebota en vos
y por primera vez
te veo llorar.
Pienso que si te hubiera visto así antes
habría besado tus mejillas
hasta secar tu rostro
habría comprado acuarelas
y pinceles
para pintarte una sonrisa
la más brillante que exista
pero antes no es ahora.

En tu mirada
hay arrepentimiento
y entiendo que mi mamá tenía razón.
¿Cómo es posible que esto
no me conmueva
si antes con un pestañeo
podías hacer temblar
mi mundo entero?
¿Cómo te estoy mirando
con tanta apatía
si antes el sentido de mis días
era poderte mirar?
¿Cómo puede ser que me ofrezcas
el universo que siempre te pedí
y que yo lo rechace porque no entro?
¿Tu universo cambió de tamaño
o la que cambié de tamaño fui yo?

Fui tuya, me tuviste entera,


me tenías idiotizada, enloquecida,
con ojos solo para vos
que te apreciaban con dulzura,
enternecidos

82
hasta que los obligaste
a desconocerte
con decepción.

Fui tuya, te miraba con ojos de admiración


absolutamente encandilada por tu fuego
me empujabas con violencia
y yo volvía a acercarme,
sin sospechar que después de cada empujón
te quería menos,
sin sospechar que después de cada acercamiento
me querías más.

Jamás creí posible que los roles se invirtieran


ni imaginé que para mi corazón
algún día
iba a ser demasiado tarde
y fue Bukowski quien escribió
que nada peor
que demasiado tarde.

Mi amor murió,
pero si hubiera podido elegir una muerte
habría preferido causa natural.

‘‘Cuéntales que fui el lugar más cálido que alguna vez conociste, y que me dejaste helada’’.
Rupi Kaur.

83
1/10/22

Hoy quise escribir sobre mi rencor pero no encontré palabras. La lapicera se deslizó
entre las hojas de la libreta que me regaló mi ex pareja para mi cumpleaños, y escribió sin
pedirme permiso una lista de todas las cosas que me hacen feliz. No sabía qué estaba
haciendo pero no podía detenerme. Un recordatorio de toda la felicidad de la que me rodeo.
La sonrisa de mi mamá que es sin lugar a dudas la más preciosa que alguna vez vi. Los
chistes de mi papá, la única persona en la tierra capaz de arrancarme el enojo de cuajo cada
vez que hace una broma. Mis hermanos, sus ojos verdes y la belleza a la que solo podría
aspirar. Mi sobrina, no supe lo que era ser feliz hasta que me regaló el título de tía. Mis
libros, mis lectores, que comparten conmigo mi clase de corazón. Mi corazón, enorme,
inquieto, torpe, que brinca por todos lados y es lo peor y lo mejor de mí y que me condena a
ser muy empática, muy humana, muy sensible, pero también a llorar de alegría, a sentir
como nadie la dicha, a bailar sola en mi cuarto cuando me siento feliz. Mi gata y la ternura
inmensa que me produce. Los logros que ya guardo en mis bolsillos. Los sueños que aún no
cumplí y que hacen que la vida se vuelva emocionante. Los proyectos que tengo. Mis
amigas, las veces que me secaron las lágrimas, y las veces que me hicieron reír hasta llorar.

Mi color preferido. Mi artista preferida. Lo mucho que me emociona tomar mate o


café. Las tonterías que me emocionan. Lo dulce que es que, a pesar de todo lo que viví,
existan infinitas tonterías que me sigan emocionando. Lo linda que soy emocionada, con la
sonrisa como bandera, con los ojos achinados. Lo mucho que me preocupo por la gente que
amo, y de nuevo, mi corazón. Mi corazón insensato, inmaduro, imprudente. Que cree en
los finales felices y en la felicidad sin fin. Que adora a la gente que adora, que sufre las
injusticias, que llora con las películas, con las noticias, que siente en carne propia el dolor
ajeno y el propio, que me hace sufrir como nadie pero también amar como nadie: porque
cuando amo no negocio. Cuando amo pongo todo lo que tengo y doy todo lo que soy.
Cuando amo desconozco de límites. Y pongo el cuerpo. Y pongo el alma. Tal vez tenga que
aprender a amar de modo más restringido. Es probable que me ahorre muchas heridas. O
quizás solo tenga que volverme más cautelosa, más selectiva, y entregarle a algunos pocos
todo lo que soy.

Yo sé que soy un poco bicho raro. Que este planeta está repleto de apatía y destrato.
Que vengo de algún otro universo y que, tal vez por error, llegué a este lugar adverso, pero
también sé que tengo que protegerme, porque las personas como yo importan. Porque las
personas como yo pueden hacer una diferencia en una vida. Pueden alterar algún destino
para siempre. Pueden ayudar, y llegar a otros corazones tan imprudentes como el mío, y

84
acariciarlos con la dulzura que mis caricias tienen. Entonces lo llevo con orgullo, me
desprendo de la furia que siento hacia mi corazón y lo veo como lo que es: Mi mayor virtud.

Dijo Billie Eilish que nada debería terminar con una carta de enojo. Entonces acá
estoy, son las 11:06 y en 50 minutos publico la bitácora. Estoy un poco ebria, tomé mucho
vino. Esa es la magia de publicar algo sola. Nadie puede decirme que no. Ahora debería estar
haciendo un vivo en instagram pero lo pospuse para poder escribir esto así de ebria como
estoy: Nada debería terminar con una carta de enojo. Pienso en los buenos momentos pero
ya no los miro a través de los lentes oscuros del rencor, sino desde el amor. Los recolecto
como si estuviesen dispersos en una expendedora de peluches, y con la garra los elijo, y
abandono detrás todo lo demás sin olvidarlo. El que olvida corre el riesgo de que lo olvidado
se repita. Recuerdo las sonrisas, los días en los que me hizo sentir especial, las noches que fui
suya, las madrugadas que nos desvelamos charlando sobre nuestros sueños, sobre nuestros
miedos, me acuerdo cuando le confié mi mayor trauma y el abrazo que me dió. El más
sincero que alguna vez recibí.

Mi corazón es grande y torpe. Tan grande y tan torpe que al asumir la derrota se
llena de enojo. Pero el tiempo pasa, y el tiempo cura, y no sé permanecer con rencor, porque
el rencor no es lo que soy. Sé que me amó a su manera. Sé que lo amé con todo mi corazón.
Y ese amor no se desperdició. Todo lo que damos encuentra la manera de volver hacia
nosotros. En algún momento. En algún lugar.

Todo lo que damos es lo que somos, y por lo tanto, nos pertenece para siempre.

Este mundo es viejo y grande y esta ciudad es chica. Y algún día en algún sitio me van a
amar como lo amé. Y algún día en algún sitio me voy a amar como lo amé.

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86
EPÍLOGO

Heráclito dio en el clavo y dijo que nadie se baña en el mismo río dos veces porque ni
uno es el mismo ni el río es el mismo. Estamos en contínuo cambio. Y las emociones son, sin
lugar a dudas, lo más susceptible a cambiar. Entonces, si hoy creés que nunca vas a superar
un duelo, yo te prometo que esto también pasará.

Si algo de todo lo que escribo acá te resuena en una relación que viviste o que estás
viviendo hablá con las personas que te quieren, expresá tus emociones y sé receptivo con las
opiniones de los demás, quizás las necesites. Es muy tedioso y largo el proceso de
comprender que una situación o una persona que idealizamos nos daña y que, aunque sea
buena, eso no significa que sea buena para nosotros. Es muy difícil aceptar una derrota y
retirarse cuando hicimos todo lo que pudimos para que un vínculo funcione, cuando
dimos todo lo que podíamos dar. No es sencillo dejar de conformarse con muestras gratis y
esporádicas ni es fácil entender, cuando no tenemos la autoestima alta, que merecemos más
que un destrato constante y un buen trato intermitente. Es mentira que si no te querés el
resto no va a quererte, pero es cierto que no vas a elegir a quien te quiera de modo sano. Vas
a elegir a quien puedas probarle que tenés valor porque, en realidad, te lo estás intentando
probar a vos mismo. El otro es solo una consecuencia. Todo lo que querés demostrarle a ese
alguien te lo estás queriendo demostrar a vos.

Cuando por fin tomé la decisión de alejarme, la culpa se quedó conmigo. Era una
culpa diferente a la que había asumido durante la relación. Esa había sido una culpa
fabricada. La culpa de después no tenía nada que ver con los errores que había asumido
como míos en el vínculo. Mi nueva culpa era simple. No podía creer haber permitido las
cosas que permití. Los recuerdos venían hacia mí como ráfagas de un viento fuerte que
arrasa con todo en su camino. Me acordaba de las veces que había creído que tolerar o pasar
por alto ciertas frases, condiciones o agresiones era consentirlas y consentirlas era cruzar el
extremo de mi propia tolerancia, abandonar mis propios límites, y aún así lo había hecho.
Había cerrado los ojos y pasado por alto ciento de cosas que de pronto volvían a mí en
forma de espectros, de fantasmas en sábanas blancas que no me dejaban dormir.

No entendía cómo había sido tan mala conmigo misma. Recordé con una claridad
lastimosa las madrugadas que pasé llorando enfrente suyo o sola en mi habitación y no pude
entender cómo aún así al día siguiente me secaba las lágrimas y me quedaba. Porque yo
estuve ahí, presente. Y cuando estamos presentes en cuerpo y alma se vuelve demasiado
notorio y doloroso cuando el otro no está realmente ahí. Jamás en lo que me reste de vida

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me quiero volver a sentir tan insignificante. No pretendo ser yo quien vuelva a maravillarse
por haberse encontrado con alguien que nunca me hizo creer que sentía suerte, orgullo o
alegría de haberme encontrado a mí.

La pregunta se formuló en mi corazón: ¿Por qué permanecemos en los lugares en


donde nos dañan, nos lastiman, nos hieren? El libro The perks of being a wallflower dice que
aceptamos el amor que creemos merecer. En su momento, mientras estaba inmersa en la
relación, no confiaba en mis propias percepciones. Creía que era muy emocional, muy
pensativa, muy temerosa. Que donde quería ver intuición solo había un dolor que provenía
de mis inseguridades o del miedo. Ya no quiero descreerle a mi corazón cuando me palpita
que algo lo daña. Ahora sé que el dolor es el cartel de salida y que la única cosa que tiene
sentido hacer es seguirlo e irse. Cuando soportás dolor solo crece más dolor. Crece como
espinas. Se regenera. Se retroalimenta. El dolor solo aumenta. La única manera de que no
me vuelva a suceder nada parecido es resignificar mi concepto de amor. Y quererme más. Y
quererme mejor.

Ahora mismo sé lo que valgo y sé que cualquiera tendría suerte de tenerme en su


vida, ahora mismo sé la clase de persona que soy, lo mucho que amo a la gente que amo, y
mi clase de corazón, pero también sé que con saberlo no alcanza: Dentro mío hay una
pequeña yo lastimada que no lo sabe. Tiene seis años y piensa que nadie la quiere. Va al colegio
y vuelve llorando porque la cargan, porque la excluyen, y cuando entra a su casa y se encierra
en su habitación para suavizar los gritos de su familia a través de la puerta, también se siente
sola. Va al psicólogo porque su papá no la abraza. Trata de conseguir amor y fracasa. No tiene
a nadie. Se acercaría a quién sea para dejar de estar consigo misma, para llenar su carencia.

Es a ella a quien tengo que contarle lo que vale. Es ella la que de vez en cuando aflora a la
superficie y, todavía lastimada, elige no desde el amor, ni desde la conveniencia, ni desde el
sentido común, sino partiendo desde la necesidad. No busca estar en paz, busca estar
cómoda. Y está cómoda en los lugares en los que puede representar el rol que más conoce, el
de su batalla perdida, el rol de quien se desvive para merecer el amor de un otro. Y sigue, casi
por inercia, intentando ganar.

para compensarme
lo que permití
tengo que ir atrás, muy atrás
y encontrarla
y sanar.

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LECTURAS RECOMENDADAS

Las mujeres que aman demasiado - Robin Norwood.

Sin tu amor no soy nada - Patricia Faur.

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‘‘Si algo he aprendido es que debes cuidarte.
Si te duele, vete y ve a buscar ayuda.’’
Flowers - Lauren Spencer.

‘’Más vale un final doloroso


que un dolor sin fin’’.

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