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El día domingo 3 de noviembre del año 2013 fue el día más desgarrador de mi vida.
Fue como que la vida hubiese metido su mano dentro de mi cuerpo y me hubiese robado lo
último que quedaba de esperanza dentro de mi.
No tengo muy claro si se puede explicar la intensidad de las emociones que uno siente,
la pena que parece infinita, la sensación de desamparo y la soledad profunda que viene de
la muerte de una madre.
Sentía rabia. Ese día se había llevado a mi más gran soporte en la vida y a mi fan número
uno de mi lado. Quería rendirme. Las palabras no alcanzan para articular la dolorosa
separación entre una madre y una hija… o el tener que escribir el discurso funerario
para tu madre a los 24 años… o el darse cuenta de que nunca, nunca más volverás a
escuchar su voz.
Perder a alguien tan significativo, inspirador e influyente es una experiencia que ningún
libro ni novela puede hacer que comprenda. Ahora que se acerca un año desde ese día, he
dejado de contar los momentos en base a mis respiraciones y he vuelto a contarlos
primero por minutos, luego por horas y ya cada vez es más fácil hacerlo por días.
Hay muchos días en los que aún me siento vencida, pero la vida no es una película. No
puedes poner pausa cuando quieras y no puedes rebobinar para revivir alguna escena. Y
claramente no tienes un infinito número de vidas. Se te ha dado una vida, y el mundo
continuará siempre sin parar, a pesar de que tu sientas que todo tu mundo se detuvo.
La única manera de sanar es seguir hacia adelante.
Es a través de esta experiencia que aprendí que las personas por lo general superan las
cosas más rápido que uno. La simpatía es temporal cuando no eres tú quien tiene un ala
rota – pero eso está bien. Así uno también aprende a avanzar, por algo vivimos en
sociedad, quizás de quedarse sólo uno se quedaría congelado en la emoción del
dolor… Gracias a Dios no es así.
Antes temía que alejarme de aquellas personas que amaba dificultaría mis relaciones y que
el amor se iría difuminando con la distancia física. Luego, cuando murió mi mamá,
empecé a temer que la comunicación que tenía con la persona que más he amado en
este mundo se difuminaría como humo, junto con nuestros recuerdos, en su ausencia…
Buscarle una explicación a la muerte te embarca en un viaje donde sólo hay una
puerta giratoria. Es infinito y nunca para de dar vueltas. No importa cuanto implores,
llores y grites, nada vuelve en bien lo mal que te sientes. Es por eso que decidí dejar de
buscar explicaciones y comencé a buscar paz. El camino hacia la paz no es inalcanzable
y no tiene puertas giratorias, va hacia adelante y sana todo lo que va tocando en su camino.
La vida nunca me engañó en decirme que mi madre estaría ahí por siempre, de hecho,
siempre supe que algún día ella partiría, como lo harán todas las personas que conozco,
como lo haré yo misma algún día… El día que logré aceptar eso, fue el día que di mi
primer paso en el camino hacia la paz.
Podrías pasar años preguntándote por qué la vida decidió plagarte de miseria y mala fortuna
o podrías levantar la cabeza y ver que el mundo está lleno de personas como tú, y que
todos sufren en algún grado. Y tal como tú darías mucho por tener la fortuna de otro,
muchas personas darían mucho por tener la fortuna que tu pasas por alto en tu vida.
Darse cuenta de eso realmente ensancha la mirada y cambia tu perspectiva de manera muy
potente.
Entender que uno tiene control y voluntad sobre sus emociones y acciones es el primer
paso para superar cualquier obstáculo. Quizás no puedas cambiar muchas de las cosas
que suceden en tu vida, pero puedes cambiar cómo te tomas cada una de esas cosas y
puedes elegir hacia donde quieres ir con ellas.
Tengo una certeza tan clara en mi corazón que es inexplicable, mi madre nunca se habrá
realmente ido, incluso cuando yo sea vieja y esté cerca de mi propio fin. Es la única
persona que es verdaderamente irremplazable en mi vida y siempre la traigo dentro de
mí, aunque no me de cuenta. Ella sigue viviendo dentro mío, y con eso me basta para
sonreír. Entonces, no es un adiós mamá, es un hasta siempre…