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UNIDAD 3

Prost - Cap 8 -Imaginación e imputación causal

La comprensión concede a la imaginación un lugar esencial en la construcción


de la historia. Transferir a una situación histórica esquemas explicativos probados
en el presente, ponerse en el lugar de aquellos a los que se estudia, es imaginar las
situaciones y a los hombres.
Seignobos
Estamos obligados a imaginar...
Realmente, en Ciencia social se trabaja, no con cosas verdaderas, sino con las
representaciones que de ellas nos formamos. No se ven los hombres, los animales,
las casas que se consignan en el censo, no se ven las instituciones que se describen.
Hay que imaginarse los hombres, las cosas, los actos, los motivos que se estudian.
Estas imágenes son la materia práctica de la Ciencia social, estas imágenes es lo
que se analiza.
Causas y condiciones
Podemos discutir sobre la importancia que en el ámbito de la historia deba
tener la búsqueda de las causas. Pero no adoptaremos una perspectiva normativa.
Más que decir lo que deba ser la historia, ambicionamos analizar cómo se practica
habitualmente. Ahora bien, si existen en historia otras formas de inteligibilidad
además de la reconstitución de causalidades, hay que reconocer que los
historiadores ocupan gran parte de su tiempo buscando las causas de los
acontecimientos que estudian y determinando cuáles son las más importantes.
¿Cuáles son las causas del nazismo?, ¿y de la guerra de 1914?, ¿y del Terror? ¿Y de
la caída del Imperio romano? Es en torno a cuestiones como éstas sobre las que se
organiza el debate histórico.

Para comprender lo que dicen los historiadores cuando hablan de esto, es


necesario realizar algunas distinciones, pues hay causas y causas

A menudo, se acostumbra a oponer causas superficiales a causas profundas, lo


cual nos devuelve al ajuste de las temporalidades: las profundas son más difíciles de
percibir, más generales, más globales, más importantes, tienen un mayor peso
sobre los acontecimientos, hasta cierto punto son más «causas» que las
superficiales. Esto nos remite a una jerarquía causal que no tiene cabida en el
universo de las ciencias: dentro de la lógica determinista, una causa lo es o no lo es,
pero no lo puede ser ni mucho ni poco. Evidentemente, la palabra no tiene el
mismo sentido en ambos universos.
Quizá sea más clarificadora la distinción entre causas finales, materiales y
accidentales. Las primeras se refieren a la intención, a la conducta juzgada en
términos de racionalidad, es decir, a la comprensión, distinguiendo con Weber entre
racionalidad objetiva con relación a lo regular y racionalidad subjetiva con relación
a fines. Pero, junto a las causas finales, están las causas materia les, es decir, los
datos objetivos que explican el acontecimiento o la situación histórica: la mala
cosecha, la subida del precio del pan, etcétera. Más que de causas, convendría que
habláramos de condiciones: éstas no determinan, en sentido estricto, el
acontecimiento o la situación, no lo hacen ineludible y, sin embargo, podemos
pensar que sin ellas no se habría producido

A la idea del antecedente necesario otra idea se une en una suerte de polaridad,
la idea de la consecuencia más o menos obligada.
Segundo; después de la causa consideramos el efecto, pero no con la misma
certeza que tenemos cuando se trata de la precedencia de la causa.
En efecto, la experiencia nos enseña que la consecuencia no es siempre
ordenada imperiosamente. En esta especie de violencia que el antecedente ejerce
sobre el consecuente, observamos una infinidad de grados; eso es debido en forma
absolutamente inevitable a lo probable y a lo posible.
Escribir la historia con los si
No se escribe la historia con los «si», se repite a menudo. Ahora bien, ¿y
si...?
Cierto es que sólo hay una historia: la que pasó, y no sirve de nada —o al
menos eso se cree— soñar con que las cosas hubiesen podido ser de un modo
distinto al que fueron1. Resulta inútil, a primera vista, imaginar que la Revolución
no hubiera tenido lugar o que Francia no hubiera sido derrotada en 1940, que los
ferrocarriles no se hubieran in ventado o que la vid no se hubiera cultivado en el
Imperio romano. Al recordar que la historia no se escribe con los «si», devolvemos

1
Si Alberto expropiaba Vicentin hoy Milei no nos gobernaría.
a la realidad a aquellos que intentan evadirse. Es ésta una función reguladora
indispensable, y conviene dejar constancia de ella inmediatamente.

Pero el carácter recurrente de la advertencia nos obliga a interrogar nos sobre


si no habría en ello, en la formulación del si, una permanente tentación, inherente al
procedimiento histórico. ¿Podemos comprender por qué las cosas pasadas
sucedieron como lo han hecho sin interrogamos sobre si podrían haber ocurrido de
otra manera? En verdad, imaginar otra historia es el único camino para hallar las
causas de la historia real.
La experiencia imaginaria
En efecto, toda historia es contrafactual.
Aquí debo decir algunas palabras sobre una clase de experiencia que es
también la única posible en historia: la experiencia imaginaria. Suponed
mentalmente un giro distinto del que tuvieron una serie de acontecimientos, rehaced
por ejemplo la Revolución Francesa.
Sopesar las causas...
Si digo que la decisión de Bismarck ha sido causa de la guerra de 1866 ,
entonces entiendo que, sin la decisión del canciller, la guerra no habría estallado , la
causalidad efectiva no se define más que por una confrontación con lo posible.
Todo historiador, para explicar lo que ha sido, se pregunta por lo que habría podido
ser. La teoría se limita a formalizar lógicamente esa práctica espontánea del hombre
de la calle.

Si buscamos la causa de un fenómeno, no nos limitamos a adicionar o a cotejar


los antecedentes. Nos esforzamos en sopesar la influencia de cada uno.
Pasado, presente y futuro del pasado
Ya hemos analizado en profundidad la forma de temporalidad propia de la
historia, subrayando el hecho de que ese pasado que llega hasta el presente es
percibido por el historiador en los dos sentidos, de arriba abajo y de abajo arriba. Es
con ese vaivén continuo entre el presente y el pasado, y entre los distintos momentos
del pasado, con el que se construye la historia.

Incluso podemos decir que este conocimiento de la evolución ulterior es el que


otorga a los hechos su carácter histórico. Como muy bien saben los estudiantes, los
acontecimientos «históricos», en el sentido de «memorables», «dignos de ser
relatados», son aquellos que acarrean consecuencias. Ir a comprar una lata de
conservas a una tienda no es un hecho histórico. ”Para serlo es necesario que tenga
la capacidad de provocar un cambio'".

Puede diagnosticar desde luego sobre lo que ocurrirá, puesto que ya ha


ocurrido. "¡Inmenso privilegio! ¿Quién sabrá, en los mezclados hechos de la vida
actual, distinguir con esa seguridad lo durable de lo efímero?". En efecto, esta
suerte no se puede separar del gran riesgo que comporta. Con el conocimiento
retrospectivo de lo que, para los hombres del pasado, era el futuro corremos el
riesgo de pervertir la reconstitución del horizonte de expectativa y de estrecharlo, o
incluso de permanecer ciegos ante las posibilidades que ocultaba la situación.
La historia de la campaña militar que se desarrolla en Francia en 1940 nos
proporciona un buen ejemplo. La derrota es un acontecimiento tan rápido y tan
masivo que los historiadores franceses, atrapados por las imágenes del desastre y,
quizá también, traumatizados por el hundimiento de su país, han tendido a escribir
la historia de las cinco semanas que van de la invasión alemana en las Ardenas a la
solicitud de armisticio, como si se tratase de una tragedia.

Ha sido necesario esperar medio siglo para que una historia bien documentada,
y que por añadidura le debemos a un resistente, nos señale que las pérdidas del
ejército francés entre mayo y junio de 1940, alrededor de 100.000 hombres, fueron
proporcionalmente más importantes que las de la batalla de Verdún y que, a finales
del mes de mayo, bajo la perspectiva de una recuperación en el Somme, la moral de
las tropas se había restablecido momentáneamente. Es decir, en aquel punto es
importante que el historiador no se reprima en exceso y que no reduzca sus
hipótesis sólo a la evolución que tiene la oportunidad de conocer porque es
posterior al acontecimiento. " Construir evoluciones irreales es «el único medio
de escapar a la ilusión retrospectiva de fatalidad»"'. En efecto, esta construcción
imaginaria, probabilística, es la que permite al historiador conciliar la libertad de
los protagonistas y el futuro imprevisible, con la puesta en evidencia y la
jerarquización de las causas que condicionan su acción.

Marc Bloch - Historia Social


El fenómeno de Annals no puede ser estudiado como un fenómeno único, este
nació en 1929, tiene una praxis y una sensibilidad histórica que escapa a las
abstracciones y definiciones teóricas con un marco teórico amplio y heterogéneo.
Sin embargo podemos rastrear sus raices en obras anteirores de sus fundadores
como Bloc y Febvre.
Para Bloc esta Los reyes Taumaturgos, aquí analizaremos la obra y los
siguientes elementos: La identificación del problema, el aparato erudito, marco
metodológico y conceptual, las fuentes, la concepción de la Historia, discuciónes y
diálogos con otros historiadores y la importancia del oficio del Historiador.
1: “Hacer historia con lo que hasta entonces era una anécdota”.
Con los Reyes Taumaturgos se marca una ruptura con la forma de hacer
historia , este busca el rito de la curación de las escrúfulas por parte de los reyes
franceses e ingleses en tanto representaciones de la conciencia colectiva y
reflexionar sobre el funcionamiento de esas monarquías. De este modo analiza las
tendencias generales de las mentalidades colectivas que legitiman a esas
monarquías y expresan el poder político.
Lo que antes era un rito anecdotico ahora es un problema histórico
2 - “El hecho social global: la realidad histórica es menos simple y mas
rica” Este elemento aparece en Bloc y permite pensar en una realidad histórica más
compleja y más rica. Esto porque, en primer lugar, evidencia un diálogo dentro de
la disciplina con el historicismo rankeano y con la escuela metódica. Discute contra
una escuela política y de las instituciones y manifiesta su descontento desde su
lugar y desde los Annals acerca de la historia meramente descriptiva.
Carece de significado estudiar los hechos de manera aislada. La nueva forma
de hacer historia en la que aparecen nuevos objetos de estudio y nuevos sujetos
desemboca en una gran apertura de fuentes a analizar. Por otro lado la noción de
“hecho social global” va en el sentido de lo interdisciplinario y se opone a una
excesiva fragmentación y especialización de las ciencias humanas, pero por
supuesto con la Historia en el centro.
3 “El oficio del historiador” A partir de todo lo expuesto es interesante la
postura de Annals con respecto al historiador y su oficio. La cientificidad no se
encuentra en duda y esta al mismo nivel de otra disciplina de las ciencias exactas y
su conocimiento esta guiado por los documentos. Otra característica interesante es
que el campo de trabajo es inagotable y el conocimiento histórico es incompleto y
por lo tanto esta siempre en construcción. Esto se relaciona con el rol del
historiador y la falta de pretensión de objetividad, lo que no pone en juego la
cientificidad de la disciplina.
En el historicismo clásico la tarea del historiador es exponer objetivamente los
hechos y entonces la ausencia de fuentes significa una pérdida del pasado o una
parte de este, pero con Annals el pasado deja de estar garantizado y no tiene una
lógica o dinámica que el historiador debe revelar, en cambio las preguntas de los
historiadores son las que articulan y estructuran los relatos, como en el libro de
Bloc. Esto implica un campo inagotable, en contraste de la escuela metódica.
Para Annals los historiadores son sujetos situados en el presente que toman
decisiones y que enfrentan problemas a lo largo de su investigación, así es mas
difícil pensar en una historia sin preguntas e hipótesis que en una historia sin
fuentes.
Los reyes taumaturgos de Bloc constituye un claro ejemplo de la evidencia de
la praxis y sensibilidad histórica que propone Annals, esta corriente histórica
plantea una continuidad con sus antecesoras pero a su vez genera una ruptura en
cuanto al rol del historiador, ya no se basan en describir cual notero el pasado sino
que reflexiona y analiza a este. Gracias a esto la historia se pasa a concebir como un
campo inagotable de problemas históricos permeados por la subjetividad de los
historiadores y en permanente construcción.
JULIAN CASANOVA (1991)
LA HISTORIA SOCIAL Y LOS HISTORIADORES. ¿CENICIENTA O
PRÍNCESA?
1. LAS REACCIONES FRENTE AL IMPULSO HISTORICISTA: LOS
ORÍGENES DE LA HISTORIA SOCIAL
Sociedad, economía y cultura han cautivado recientemente la atención de los
historiadores. En las últimas décadas, la historia política se ha convertido en un
cadáver, al que muy pocos parecen respetar. La identificación entre el reino de la
política y el de las elites dirigentes no fue un invento de la escuela histórica
alemana del siglo XIX. La historia, desde los tiempos de Tucidides fue concebida
como una forma de literatura, concebida como una forma de literatura, regida por
ciertos criterios retóricos e interesada, frente a la fábula, en la reconstrucción del
pasado a través del examen crítico de la evidencia. Lo que aportó el siglo XIX fue
un rápido proceso de profesionalización que condujo a los historiadores a
considerar su disciplina como una ciencia, distinta a las ciencias naturales, pero
capaz de proporcionar un conocimiento fidedigno de los hechos. Por historicismo
debe entenderse un paradigma de pensamiento y práctica histórica que ha puesto un
especial énfasis en la singularidad e individualidad de los fenómenos históricos. En
la medida en que les fuera posible, los historiadores deberían comprender esos
fenómenos de acuerdo a los criterios de su propio tiempo, en lugar de analizarlos a
partir de leyes generales o de los principios morales presentes. La conexión entre la
evolución de la sociedad alemana en el siglo XIX y el propio historicismo es muy
compleja. En el desarrollo de éste puede distinguirse dos grandes momentos. En el
primero, el historicismo legitima el estancamiento alemán que inaugura la época de
la Restauración y se establece como contraposición a las tendencias revolucionarias
presentes en Europa occidental. Más tarde, esos historiadores exaltarán con su
metodología individualizadora, un fracaso, el de la revolución burguesa en
Alemania y, por consiguiente, el de un auténtico sistema parlamentario y
constitucional. Con Leopold von Ranke comienza el primero de esos dos grandes
momentos del historicismo y con él se supone que estamos ante el inicio de la era
científica de la historiografía moderna. El carácter científico de la historia reside en
la “imparcial” inmersión en las fuentes, en la reconstrucción de las intenciones de
los actores y del curso de los acontecimientos, y en la percepción intuitiva de un
contexto histórico más amplio. Y para transmitir todo eso, el historiador encuentra
en la narración la forma más precisa y correcta de elaborar su discurso. Esa teoría
del conocimiento histórico iba en Ranke unida al relato de los hechos militares y
políticos. Si la individualidad es el fenómeno clave para entender el historicismo,
el individuo por antonomasia para Ranke será el Estado y sus servidores. Y como
individuo, el Estado se relacionaba con otros individuos, con otros Estados. El
énfasis constante en los documentos escritos como base de la historia condujo a un
abandono –alejamiento– de las perspectivas sociales y cosmopolitas que habían
caracterizado a los historiadores de la Ilustración. El interés por comprender y
explicar los hechos derivó en la creencia de que la historia era una mera
reconstrucción de acontecimientos. Y fue esa versión mutilada y deformada de los
métodos críticos de la historia alemana la que se extendió a los países europeos
donde imitaron el modelo de historia profesionalizada. La confusión entre
historicismo e historia positivista estaba servida. Los historiadores con esa nueva
orientación “científica” libraron una dura batalla con esa doctrina de la filosofía de
la ciencia llamada positivismo e introducida en la sociología por Auguste Comte.
Donde los sociólogos positivistas buscaban la explicación histórica en términos de
generalizaciones y leyes de desarrollo los historiadores historicistas insistían en que
la historia versaba sobre intenciones y objetivos humanos que no podían ser
reducidos a fórmulas abstractas.
Con esos supuestos tan limitados, parece comprensible que se produjera una
reacción en favor de una nueva historia. Habrá que prestar la debida atención a esas
reacciones por las consecuencias que tuvieron para lo que con el tiempo llegó a
denominarse historia social. Pero antes se debe atender a la recepción de ese
modelo histórico alemán en los restantes países y el uso que se hizo de la historia
para promover la integración política de la sociedad en un contexto de formación y
consolidación de los Estados nacionales. Los conceptos básicos e ideas que
sostenían esa profesionalización de la historia en el siglo XIX estaban
estrechamente conectados al desarrollo general del pensamiento durante el período
peros sobre todo a los cambios en las estructuras institucionales y políticas de los
países europeos desde la era de la revolución francesa y de Napoleón. Las reformas
efectuadas en las universidades tras esa revolución crearon las bases para liberar a
la historia de ser una ciencia auxiliar y dotarla de una posición independiente.
Primero se crearon institutos de investigación que muy pronto fueron incorporados
a las universidades. Así, pronto se adoptaron algunas divisiones cronológicas –
historia antigua, medieval, moderna–. La profesionalización presidía así un proceso
en el que se generó una variedad notable de actividades para las que el aprendizaje
de la historia era útil y necesario. Sólo Estados Unidos se escapó a ese movimiento
de imitación institucionalizada de los métodos críticos. En Europa, el surgimiento
de la conciencia y ciencia históricas acompañó al ascenso y despliegue del Estado
nacional. La educación resultó un excelente mecanismo de integración en el orden
existente para aquellos grupos que habían siso oprimidos por las elites dominantes
tradicionales. En los programas educativos, la historia llegó a ser la piedra angular;
al demostrar el destino común de todos los que vivían en la misma nación. Frente a
esta apología del poder, ya desde mediados del siglo XIX hubo formas alternativas
de escribir la historia, pero estas permanecieron fuera de la principal corriente de
erudición ya especializada.
Esos son los años en que Karl Marx comenzó a divulgar una nueva teoría que
pretendía ser una ciencia general de la sociedad y estaba orientada a comprender los
cambios resultantes del desarrollo del capitalismo industrial y de las revoluciones
políticas del siglo XVIII. Marx defendió una concepción de la sociedad más
estructural que orgánica, con un espacio más amplio para la acción humana, una
concepción menos determinista de las fases de evolución social y unos mecanismos
dialécticos e internos de cambio. El marxismo se convirtió muy pronto en la teoría
social o doctrina preeminente de la clase obrera organizada. No obstante, la teoría
marxista inició también un duradero impacto en las ciencias sociales, especialmente
en la economía y la sociología. Antes de la primera guerra mundial el marxismo se
había consolidado como una teoría social ampliamente debatida en el movimiento
socialista y en algunos círculos académicos.
En Francia, la deuda de los historiadores marxistas con sus predecesores
republicanos y demócratas resulta ineludible y existe una línea de continuidad muy
clara en la historiografía de la revolución francesa desde Jules Michelet, el primer
historiador que a mediados del siglo XIX puso al pueblo llano en el centro del
escenario revolucionario a Georges Lefebvre. Ese hilo conductor constituye la raíz
de la historia popular que floreció tras la segunda guerra mundial y al que
contribuirán los historiadores marxistas británicos de la segunda mitad del siglo
XX. Esta historiografía también fue precedida en Gran Bretaña por una historia
popular, en versión radical y democrática más que socialista. No eran sólo
marxistas o demócratas radicales, sin embargo, los que oponían resistencia a la
historiografía dominante. También entre los historiadores académicos se desarrolló
una rica literatura de historia económica y social. Esa insatisfacción no se plasmó
en una ruptura con el método individualizador del historicismo, pero algunos de
esos planteamientos adquirieron una notable popularidad. El más influyente de
todos ellos fue Karl Lamprecht. Su enfoque difería del de sus colegas en dos
importantes aspectos. Por un lado, combinaba el examen del desarrollo político de
Alemania con un interés en la economía, las condiciones sociales y la cultura.
Desde el punto de vista metodológico añadía, a un planteamiento cronológico y
narrativo, el intento de formular leyes de desarrollo histórico. Fuera de Alemania, la
puesta en escena de esas preocupaciones demostró que Lamprecht no estaba solo. Y
con el cambio de siglo comenzaron a surgir voces entre los historiadores
profesionales que cuestionaban parcelas importantes del hasta entonces bien
guardado territorio historicista. La historia, argumentaban, debería ser más
comprehensiva en su campo de acción, incluyendo diversos aspectos de la vida
económica, social y cultural. Por consiguiente la narración pura era insuficiente y
debía ser completada por el análisis de las estructuras sociales en que esos
acontecimientos ocurrían y esas personalidades ejercían su poder.
En Estados Unidos aparecía mucho más atractiva la opinión de que la historia
era una ciencia social más y debía, por lo tanto, contribuir al descubrimiento de las
leyes del desarrollo humano. Creyeron en la posibilidad de hacer compatibles el
concepto de individualidad de cada período histórico de Ranke con el de las leyes
de causalidad de Lamprecht, algo que ningún historiador europeo, y menos aún
alemán, hubiera aceptado. Al concebir la historia como una rama de las ciencias
sociales, los historiadores americanos intentaron interpretar el pasado con las
mismas herramientas que estas utilizaban. El resultado fue una revisión de las
tradicionales concepciones de la historia estadounidense. Y a eso se le comenzó a
llamar muy pronto New History. Fue James Harvey Robinson quien en 1912
proclamó, en un manifiesto, la llegada de esa nueva ortodoxia. Tanto Robinson
como sus colegas F. J. Turner y Charles Beard rechazaban las premisas básicas de
la historia tradicional.
Pese a que ese desafío de algunos historiadores norteamericanos al modelo
imperante no carece de valor, casi todos los estudiosos apuntan a Francia cuando se
trata de mostrar los orígenes de la historia social. En 1900 apareció el primer
volumen de la Revue de synthèse historique. Henry Berr, su fundador y editor,
estaba convencido de que si los historiadores utilizaban en sus investigaciones los
resultados aportados por los otros campos científicos del conocimiento, serían
capaces de mostrar el modelo de evolución de los humanos desde el comienzo de la
civilización. Eso significaba que la historia política debía sucumbir ante la
embestida de una nueva clase de historia apoyada por las nuevas ciencias sociales –
la geografía, la economía y la sociología–, desde las que Vidal de la Blache,
François Simiand y Emile Durkheim ya habían tendido un puente a los
historiadores. De las energias gastadas por Berr se beneficiaron muy pronto otros
historiadores que siguieron sus pasos. Los que adquirieron más fama fueron Marc
Bloch y Lucien Febvre, que en 1929 fundaron la revista Annales d’histoire
économique et sociale. En sus orígenes la protesta iba dirigida contra el trío
formado por la historia política, la historia narrativa y la historia episódica. Para
Bloch y Febvre eso era “historia superficial”. Lo que había que poner en su lugar
era “historia en profundidad”, una historia económica, social y mental que estudiara
la interrelación del individuo y la sociedad. Algunos rasgos de esta nueva corriente:
1) La historia debía ser una ciencia, diferente y opuesta a esa “historia historizante”
que presenta como única exigencia la narración de los acontecimientos; 2) frente a
la historia policía, “la historia que es, por definición, absolutamente social”; 3) Una
tarea de esa magnitud requiere una organización sistemática de los hechos.
Organizar es darle sentido al pasado, pero también proporcionar a la historia una
función social. Fevbre afirma que “sin teoría previa, sin teoría preconcebida, no hay
trabajo científico posible”. Todo lo que el historiador necesita es pensar, huir de la
sumisión pura y simple a los hechos. La historia como problema. Al superar el
documento, el historiador debe explorar todo signo o huella de la actividad humana,
debe acoger los métodos y resultados de las otras ciencias sociales, aunque
insertando los trabajos parciales en un contexto social global. Ocurrió, además, que
en esas primeras formulaciones la historia de lo “social” fue utilizada en
combinación con la historia de lo “económico” y formó la historia económica y
social. Cierto es que la mitad económica de esa combinación era abrumadoramente
preponderante. Pero eso significaba que para esos historiadores la historia
económica incluía también lo social. Tal matrimonio surgía de la marginación
revelaba el deseo a favor de un enfoque diferente del clásico de la historia política.
El dominio de lo económico sobre lo social se debía a dos razones. A una visión de
la teoría económica que rechazaba asilar lo económico de lo social, lo institucional
y de otros elementos y, por otra parte, a una clara ventaja inicial de la economía
sobre las otras ciencias sociales. Tres significados de historia social. El primero se
refería a la historia de los pobres o de las clases bajas, y más específicamente a la
historia de los movimientos de los pobres (“movimientos sociales”). En segundo
lugar, el término fue utilizado para designar un conjunto de actividades sociales que
quedaban fuera del núcleo central de la explicación, el político-militar. Actividades
humanas difíciles de clasificar y que aparecen en el mundo angloamericano bajo
términos como maneras, costumbres, ocio y vida cotidiana. Sobre el tercer
significado del término, el más común y el más relevante, se lo ha ya mencionado:
la historia de lo social se fundió con la historia de lo económico para formar un
campo especializado y marginado por la historia general. Hasta después de 1945
ninguna de estas tres versiones de la historia social produjo un campo de
especialización académica. Antes de la gran Guerra el escenario académico fue
dominado por los historiadores que siguieron las sendas de la historia política
tradicional.
2.4. LA HISTORIA “DESDE ABAJO”: LA VERSIÓN RADICAL DE LA
HISTORIA SOCIAL

La historia de origen popular, vista “desde abajo”, sólo pudo iniciar su


desarrollo cuando la naturaleza de la política y las motivaciones de los historiadores
comenzaron a cambiar como consecuencia de las grandes revoluciones de finales
del siglo XIII. Desde ese momento, “el pueblo” se convirtió en un factor constante
en la construcción de las decisiones y los acontecimientos políticos. Los
historiadores que ya en el siglo XIX captaron la importancia de ese proceso son
considerados los precursores de la historia “desde abajo”. Como campo de estudio
específico sólo comenzó a florecer a mediados de los años cincuenta del siglo XX,
cuando la historiografía marxista pudo liberarse de los enfoques estrechos que hasta
entonces habían orientado la historia política e ideológica del movimiento obrero.
La historia “desde abajo” no consiste únicamente en desplazar el foco de interés
desde las elites o clases dirigentes a las vidas, actividades y experiencias de la
mayoría de la población. En la perspectiva de historia “desde abajo” de los
marxistas británicos, un análisis de las relaciones y luchas de clases en amplios
contextos históricos, nunca se pierde de vista que esas relaciones de clase son
siempre políticas. Además insisten en que esas clases desposeídas han sido
ingredientes activos y significativos para la totalidad del desarrollo histórico y, por
lo tanto, sus luchas y movimientos han contribuido notablemente a las experiencias
y luchas de las generaciones posteriores. Por último, lejos de pintar un cuadro
triunfal de la oposición y rebelión de los campesinos y trabajadores, descubren los
límites de sus luchas y no olvidan las formas de acomodación e incorporación de
esas clases al orden establecido. George Rudé es uno de los mejores representantes
de esa generación de historiadores marxistas británicos y el más brillante estudioso
contemporáneo de la protesta social en Europa. Rudé rechazó considerar los
elementos populares de la protesta “desde arriba”, como una “incorpórea
abstracción y personificación del bien y el mal” y, por el contrario, intentó
reconstruir la multitud revolucionaria “desde abajo”, como “una criatura de carne y
hueso”, con su propia identidad, intereses y aspiraciones. Rudé situa como punto
de partida la creencia de que la actividad de la multitud incluye claros objetivos
sociales y no, como afirmaban las imágenes convencionales, la búsqueda de un
insensato desorden patológico. Por consiguiente, al considerarla como una parte
integral del proceso social, la tarea primordial consistiría en establecer tanto la
composición social de la multitud como sus intenciones y objetivos. Pocos dudan
de los logros de su historia “desde abajo”, caracterizada por el uso cuidadoso y
hábil de nuevas fuentes para desentrañar la cara oculta de los movimientos
populares en Francia e Inglaterra en los comienzos de sus revoluciones política e
industrial. Otra cosa es el trato que en su obra establece con la teoría social. Las
críticas en este terreno arrecían. Los sociólogos han calificado la parte teórica de su
trabajo de débil y anticuada. En realidad, la supuesta indiferencia de Rudé hacia la
teoría encaja perfectamente en la distintiva tradición del marxismo británico que
nunca han entrado en demasiados debates conceptuales sobre cuestiones
fundamentales como las clases, la ideología o el estado y a quienes por eso se les ha
denominado “culturalistas”, “humanistas” o “anglo-marxistas” al empirical mode.
Presentar la obra de Rudé –y la de la historiografía marxista británica en general–
como meramente pragmática, detallada y de escaso interés teórico, puede conducir
a engaño. La teoría va siempre acompañada de la tarea permanente de descubrir,
comprender y valorar aquellos hechos y tendencias que el autor considera más
importante para interpretación del desarrollo histórico. Frente a la “ilusión
empirista”, los historiadores marxistas británicos han demostrado que el análisis
detallado de los hechos no está reñido con la teoría y que además de construir
modelos, el historiador necesita imaginación y conocer la materia; un conocimiento
que le permita eliminar hipótesis de partida inservibles, escapar a la ignorancia o
evitar la comisión de importantes anacronismos.
Thompson - Marxismo Británico
Para estos la conciencia tenían un papel decisivo, los ejes de discusión pasaba
pro trascender la noción económica basada en el determinismo económico,
incorporando la perspectiva cultural y las subjetividades.
Se busco cambiar los paradigmas de la historia, buscando a la “Historia desde
Abajo”, analizando a las clases oprimidas, el marxismo británico busca una
interrelación entre las dos esferas con una visión mas abarcativa. Por ejemplo
poniendo en relación al campesino con el señor.
El libro “La formación de la clase obrera inglesa” de Thompson fue publicada
en 1963 en plena Guerra Fría. El objetivo era la redefinición de la noción de clase y
decía que esta es un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y
aparentemente desconectados tanto por lo que refiere a la materia prima de la
experiencia como a la conciencia. No hay que verla como estructura sino como algo
que tiene lugar de hecho en las relaciones humanas y añade que la noción de clase
entraña la noción de relación histórica.
Introduce el concepto de conciencia de clase para referirse a la forma en la que
se expresan estas experiencias en términos culturales, encargadas en tradiciones y
etc en este sentido se planteo desarrollar el concepto desde el plano objetivo y las
subjetividades que adquieren en diferentes tiempos de la historia.
Para el la “clase” no existe si detenemos el tiempo, son solo una
muchedumbre, pero si observamos a los hombres a lo largo del período suficiente
en el cual se desarrolla el cambio social observamos cambios en todos sus aspectos,
la clase la definen sus hombres mientras viven su propia historia. La historia no
pude ser una foto sino una colección de eslabones.
Discute al estructuralismo que en su visión no podía desandar el proceso
histórico que hacia la formación de una clase social sino que era la estructura social
de producción que terminaba determinando a la clase.
En el prólogo de su libro demuestra contra quien discute y dice que esta la
ortodoxa fabiana donde la gran mayoría de los obreros son víctimas pasivas, los
empíricos donde los obreros son fuerza de trabajo o como datos estadísticos, entre
otros. Menciona que las 2 primeras ortodoxias lo que hacen es oscurecer la acción
de los obreros y con la 3era que estos ven la historia con las preocupaciones de los
posteriores y no como de hecho ocurrieron, solo recuerdan a los victoriosos y se
olvidan de los perdedores.
Sus fuentes: diarios personales, estadísticas, informes oficiales, ademas se
sirvió de trabajos de tradiciones historiográficas, se nutrió por otro lado de otras
disciplinas.
Su aporte: Doto a los hombres históricos de subjetividad propia, la creación
de un hombre razonable no determinado por la estructura social de producción. Si
atravesado y si influenciado pero con conciencia propia. Al mismo tiempo rechaza
que la historia este predeterminada hacia el progreso social, en este sentido no era
un “etapista” como el resto de los marxistas. El objetivo de la obra era visibilizar
estos procesos subjetivos de principios de siglo XIX para instalar la idea de que el
cambio social no venía por la crisis económica sino que debía ser acompañado por
la evolución de los procesos subjetivos, de conciencia de clase hacia las tendencias
revolucionarias.
Harvey Kaye - Historiadores marxistas
Hacia finales de los años 50 la historia que se enseñaba en las universidades
era básicamente la de las instituciones y de los acontecimientos políticos, por su
parte la Historia Social era todavía una categoría residual donde los grandes
historiadores como Carr, Cobb, entre otros, tenían grandes dificultades para ser
reconocidos por los “académicos”.
¿Que sostenía ese tipo de idea en ese momento? Pues bien, se trataba de un
fervoroso liberalismo sostenido por el empirismo y el individualismo metodológico.
La tarea del historiador era la de ser un mero notero de la historia ya que debía
contar “lo que realmente sucedió”, pero ¿cual fue la consecuencia de esto? Es fácil
de ver que bajo estos supuestos y entendiendo que los documentos se trataban
solamente de documentos “oficiales”, la historia se tratara de personajes que
destacaban por sobre el resto, una historia centrada en el individualismo y sobre
todo en las clases de élite pertenecientes a la sociedad.
Con el pasar del tiempo la Historia Social comenzó a tener mayor relevancia y
la historiografía tradicional demostraba su incapacidad de explicar sucesos como
por ejemplo guerras, revoluciones, descolonización y la caída de la élite social.
Aquí es donde los trabajos de Carr donde ataca al empirismo y a la falsa objetividad
hacen presencia, sumado a esto destruía la dicotomía de “Historiador y los hechos”
o “hechos e interpretación”.
En el año 1953 se crea la revista “Past and Present” de origen británico que
tenía a varios historiadores de renombre en ella, estos tenían un gran vínculo que
era su afiliación al PC en la década posterior a la 2da GM. Fue con la invasión de la
URSS a Hungría que se realizó un éxodo importante de los intelectuales en el
partido, esto resultó de manera positiva para la disciplina ya que dio lugar a una
mayor reflexión sobre temas que estaban marginados.

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