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APÉNDICE

El concepto «ideas del futuro»

¿Qué son y para qué sirven, en la ciencia de la historia, las


ideas que nos hacemos del futuro? Las ideas o representaciones
que nos hacemos del futuro son, como sabe cada cual por propia
experiencia, productos de la imaginación sobremanera etéreos.
Son inconstantes, a menudo se disuelven con la misma instanta-
neidad con la que surgieron. Es frecuente que las diseñemos úni-
camente para señalar un peligro posible, para evitar una decisión
errónea, y que mañana, cuando el peligro ha pasado, no quera-
mos saber más de ellas. Muchas veces, al mirar al futuro, no nos
comprometemos con una determinada idea, sino que considera-
mos posible tan pronto un desarrollo como otro. Hay, por últi-
mo, un sinfín de procesos sobre los que no nos hacemos ninguna
idea, o solo nos la hacemos a partir de un determinado momento.
Y al final nos cuesta a veces trabajo seguirnos explicando cómo
no hemos reparado antes en la anterior «falta» de una idea al
respecto, o cómo es que no nos perturbara no tenerla. Es decir,
las representaciones del futuro son cualquier cosa menos magni-
tudes estables y firmes.
Las ideas sobre el futuro son, además, híbridos de realidad y
ficción. No pueden considerarse meras invenciones ni realidades
históricas en sentido simple. Por una parte son ambas cosas a la
vez, es decir, son hechos mentales, y en cuanto tales hay que tomar-
las, desde el punto de vista historiográfico, con tanta seriedad
como se toman otros hechos históricos. Pero, por otra parte, se
diferencian también de unas y otras: de las meras invenciones,
como las que contienen las novelas, por la sencilla razón de que el
objeto de su imaginación, en retrospectiva, puede resultar ser un
acontecimiento o situación real, a saber: cuando la expectativa o
predicción es acertada. Bertrand de Jouvenel describe en conse-
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cuencia este tipo anticipaciones como «futuribles», es decir, como
posibles acontecimientos futuros1. Por otra parte, de los aconteci-
mientos y situaciones pasados las separa no solo el momento con-
creto, sino toda la concepción lógica de la historia, es decir, el he-
cho de que en el pasado es válida la alternativa inequívoca de que
algo ha ocurrido o no. El mundo pretérito puede subdividirse en
acontecimientos fácticos o ficticios. Sería sin embargo absurdo di-
vidir el mundo futuro de esta manera, pues en él, precisamente, no
podemos decir con certeza si un acontecimiento debe clasificarse
en el ámbito de lo fáctico o en el de lo ficticio2.
Y esto no es contingente, sino que es una característica esen-
cial de tales acontecimientos, pues, si lo supiéramos, el mundo
del presente se nos presentaría de forma radicalmente distinta.
¿Quién emprendería por ejemplo un viaje si supiera de antemano
que en él iba a sufrir un accidente? ¿Quién seguiría especulando
en bolsa si las pérdidas y las ganancias estuvieran determinadas
por anticipado? Y, no obstante, los historiadores proceden la ma-
yoría de las veces con las pasadas ideas sobre el futuro como si, a
posteriori, pudieran caracterizarse suficientemente como «realis-
tas» o «ilusorias». Bismarck se les antoja un hombre sabio por-
que, a diferencia de sus sucesores, previó acertadamente los peli-
gros de una guerra de dos frentes con Rusia y Francia; Hitler y
Napoleón les parecen por el contrario estrategas poco inteligen-
tes porque calibraron mal las posibilidades de conquistar Rusia
militarmente, etcétera.
En realidad, esta suerte de balance retrospectivo de las ideas
del futuro que se han tenido en el pasado, comparándolas con los
acontecimientos y la evolución que posteriormente se han produ-

1
 B. de Jouvenel, Die Kunst der Vorausschau, cit., p. 20.
2
 Los acontecimientos «ficticios» son acontecimientos no reales. Existen única-
mente como construcciones literarias, sin exterioridad a su representación lingüísti-
ca. «Ficcional» es, en cambio, todo acontecimiento en la medida en la que existe
como representación (como idea), con independencia de si hay o no algo fuera de ella
misma que corresponda a esta representación en una realidad que se da como su-
puesto previo. Con respecto a esta distinción y a la descripción teórica de las repre-
sentaciones del futuro, véase, más in extenso, L. Hölscher, Neue Annalistik, cit., p.
326; asimismo, del mismo autor, Weltgeschichte oder Revolution, cit., Introducción.

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cido, no hace verdadera justicia a su importancia histórica real.
Forma parte, es cierto, de la manera crítica de ocuparse de las
ideas pasadas sobre el futuro. Pero su importancia actual, incluso
para los contemporáneos, va mucho más allá.

1. Se localiza, por una parte, en el terreno de la formación del


horizonte histórico. Al hacernos una concepción histórica del
presente proyectamos horizontes de futuro que colocan el pre-
sente en una determinada perspectiva histórica. Cómo ocurre
esto lo muestra la experiencia contemporánea. Solo hace falta
pensar en el conflicto entre israelíes y árabes, en los divergentes
escenarios de futuro (tanto optimistas como pesimistas) que se
han levantado desde hace muchos años para tratar de prever su
desenlace, y compararlos por ejemplo –la mayoría de nosotros
todavía nos acordaremos– con los escenarios de futuro que bro-
taron en 1989-1990 con motivo de la unificación alemana. En-
tonces se verá cómo posibilidades reales se convierten en ilusio-
nes, y cómo de meras esperanzas salen expectativas realistas.
En estos ejemplos puede comprenderse la manera en que va
cambiando el carácter de las ideas que tenemos sobre el futuro
con la distancia temporal respecto al acontecimiento del que sur-
gieron: cuanto más se aleja de nosotros el acontecimiento históri-
co, tanto más desaparece la conciencia de la indeterminación de
la situación de entonces, y en consecuencia tanto más fuertemen-
te se tiñen en nuestra conciencia las representaciones del futuro
de entonces con la denominación de «realistas» o de «ilusorias».
Hace falta una elevada capacidad de abstracción frente a los
cambios del contexto histórico para seguir manteniendo el carác-
ter históricamente abierto del futuro en un momento pasado.

2. La importancia de las pasadas ideas sobre el futuro reside,


por otra parte, en el terreno de la configuración del futuro. Mucho
más fácil resulta en cambio reconocer la importancia de las pre-
téritas ideas del futuro como factores de la configuración del mis-
mo. Pues hoy, al igual que en el pasado, políticos, partidos y elec-
tores, al adoptar sus decisiones políticas, se orientan por regla
general por las ideas que tienen sobre el posible discurrir del
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acontecer futuro. Esas ideas se reflejan de diversas maneras en los
programas de los partidos, las declaraciones de los gobiernos, las
encuestas y los documentos; ocupan amplio espacio en los dis-
cursos electorales y en los escritos sobre la política del día, pero,
de manera más invisible, determinan en el fondo el juicio político
de las personas. Con frecuencia no se trata únicamente de objeti-
vos positivos, sino también de la expectativa de acontecimientos
o procesos que se valoran negativamente y que habría que recha-
zar o que evitar. Por supuesto, el sentido histórico de los aconte-
cimientos pasados no se explora únicamente por esta vía. Tam-
bién cuenta siempre el conocimiento de las consecuencias que se
han producido entre tanto. Sin embargo, sin el conocimiento de
las expectativas de futuro del momento tampoco podrían expli-
carse los acontecimientos, al igual que si quisiéramos explicarlos
basándonos exclusivamente en ellas.
Puede así constatarse, en resumen, que las ideas acerca del fu-
turo estructuran el horizonte de expectativas de una sociedad.
Estrechan el carácter infinitamente abierto de lo que en principio
es posible reduciendo las posibilidades pertinentes a un escaso
número (a veces solo a dos) de decisiones políticamente relevan-
tes. Esto no significa que luego una de estas posibilidades se pro-
duzca: es frecuente que lo que de verdad ocurre sea una tercera
posibilidad que quizá nadie haya esperado. Pero la formación del
horizonte ayuda a los actores que participan, y a sus observadores,
a juzgar la situación y llegar a una decisión. En última instancia,
las decisiones políticas colectivas, sobre todo las que se adoptan
en las sociedades democráticas, necesitan ese estrechamiento del
horizonte de expectativas histórico para poder llegar a adoptarse.

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