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Unidad 2

Cronología

1452 – 1519 Leonardo.


1469 – 1527 Maquiavelo.
1463 – 1543 Nicolás Copérnico.
1475 – 1564 Miguel Ángel.
1476 – 1536 Erasmo de Rótterdam.
1483 – 1520 Rafael.
1483 – 1546 Martín Lutero.
1485 – 1509 Enrique VII Tudor rey de Inglaterra
1486 Bartolomé Díaz circunnavega África.
1491 Nace I. Loyola.
1492 Colón “descubre” América.
Conquista de Granada.
1493 – 1525 Tomás Münzer.
1494 Invasión francesa a Italia.
1494 – 1559 Guerras por el dominio de Italia.
1498 Vasco da Gama llega a la India.
1503 – 1513 Julio II papa.
1509 – 1564 Juan Calvino.
1509 – 1547 Enrique VIII rey de Inglaterra.
1513 – 1521 León X papa.
1515 – 1547 Francisco I, rey de Francia.
1516 Paz de Noyon.
1517 Predicación de Lutero contra la venta de indulgencias.
1519 – 1521 Cortes conquista México. Viaje de Magallanes.
1519 Carlos V emperador.
1520 – 1566 Solimán II, el Magnifico.
1522 Magallanes – el Cano, primer viaje alrededor del mundo.

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1524 Gran guerra campesina en Germania.


1526 Batalla de Mohacz, dominio turco en Hungría.
1527 – 1598 Felipe II.
1529 Paz de Cambrai.
1530 El papa Clemente VII, corona a Carlos V.
1532 Pizarro conquista Perú.
1533 Enrique VIII, jefe de la Iglesia anglicana.
1534 Comuna de Münster.
1540 Compañía de Jesús, confirmación del papa.
1545 – 1563 Concilio de Trento.
1547 – 1535 Eduardo VI rey de Inglaterra.
1547 – 1559 Enrique II rey de Francia.
1548 – 1600 Giordano Bruno.
1549 Kett’s Rebelión.
1555 Paz religiosa de Augsburgo.
1558 – 1603 Isabel II, reina de Inglaterra.
1558 Muerte de Carlos I de España, V de Germania.
1561 – 1626 Francis Bacon.
1564 – 1642 Galileo Galiledi.
1565 Revolución en los Países Bajos.
1571 Batalla de Lepanto.
1571 – 1630 Kepler.
1572 Noche de San Bartolomé.
1588 La “Armada Invencible”.
1589 – 1610 Enrique IV de Navarra, rey de Francia.
1593 – 1595 Rebelión campesina en Francia.
1598 Edicto de Nantes.
1599 Paz de Cateau-Cambréss.
1600 Fundación de la Oest-India.

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Introducción

A partir de 1500, la civilización de Europa Occidental se expandió, prácticamente por todo el


mundo.

Las principales características de este proceso fueron:

a. El desarrollo del humanismo.


b. El crecimiento de la ciencia como método optimo de adquisición de
conocimientos.
c. El movimiento protestante.
d. Progresos en el nacionalismo y el nacimiento de los Estados nacionales.
e. Los descubrimientos geográficos.
f. La expansión en las nuevas tierras descubiertas.
g. El desarrollo del comercio a larga distancia, obteniendo Europa la
hegemonía mundial.

El humanismo fue un movimiento intelectual que centró el interés en los


estudios clásicos y se ocupó de las cosas de “este mundo”. Se apartó de la
teología, dirigiéndose hacia temas físicos, sociales y políticos.

Lo religioso, lo espiritual, fue cediendo lugar a las preocupaciones por la vida


“real”, a un marcado interés por el bienestar material, un mayor deseo de
riqueza para procurarse aquellas cosas que se tenían en alta estima.

Durante mucho tiempo se habían aceptado como verdades indiscutibles las de los “Padres de
la Iglesia”. Y los resultados muchas veces chocaban con lo que se observaba en la naturaleza,
y servían muy poco a los ingenieros, matemáticos, astrónomos, arquitectos, etcétera. Es
decir, hombres que se ocupaban de las “cosas de este mundo”.

Estos necesitaban “ciencia”, que proviene de la palabra latina scire (saber). Un conocimiento
basado en observaciones reales, en reglas derivadas de experimentos controlados.
Necesitaban identificar sucesos, interrelacionarlos, descubrir causa y efecto.

El hombre necesitaba dominar el ambiente físico. El crecimiento económico era


causa y consecuencia, a la vez, de este dominio del hombre sobre el ambiente
físico.

El movimiento protestante, rompió la autoridad universal de la Iglesia católica romana. Se


atacaron los preceptos de la Iglesia contra el cobro de intereses y la acumulación de riquezas
(calvinistas), se impugno la virtud de la pobreza. Los calvinistas proclamaron la conveniencia

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de ahorrar con el objeto de invertir para incrementar el bienestar.

Se comenzó a entender a los Estados nacionales, como una entidad política que abarcaba a
todas las personas de una nacionalidad, que hablaban una misma lengua o dialectos muy
emparentados, y ligados mutuamente por tradiciones históricas comunes, y tradiciones
artístico culturales. Contra los príncipes laicos y clericales que dividían según sus intereses a
los pueblos, surgía el deseo de estar ligados entre sí por lazos comunes.

Los intereses económicos, como el deseo de una mejor protección, una ley mercantil
unificada, la abolición de barreras locales al comercio, la estandarización de pesos, medidas y
monedas, desempeñó un gran papel en la formación de las nacionalidades. La legislación
económica trató de unir en especies de unidades económicas, Estados nacionales,
frecuentemente a expensas de otros Estados.

Afines del siglo XV y comienzos del XVI, los europeos iniciaron una serie de descubrimientos
geográficos de fundamental importancia y comenzaron la expansión de su civilización en
ultramar. De conquistados se convirtieron en conquistadores. Descubrieron una extensión de
tierras nunca soñadas, que podían ser colonizadas y explotadas.

La expansión en las nuevas tierras, hizo que gran cantidad de productos,


algunos conocidos, otros absolutamente nuevos, afluyeran a Europa. E
iniciando un movimiento migratorio, expandieron su cultura.
La cultura europea occidental acrecentó de tal modo su comercio, que produjo
una verdadera revolución en la vida económica del hombre.

Se concentró la demanda de bienes en zonas portuarias y en industrias


específicas, como la textil, la de la construcción y de las armas de fuego,
estimulando la producción de más bienes y el aprovechamiento de los
adelantos técnicos para hacerlos.

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Los Grandes Descubrimientos

Los grandes descubrimientos geográficos del siglo XV y XVI, fueron básicamente un proceso
de adquisición de conocimientos geográficos y de desarrollo de las técnicas náuticas.

En la antigüedad y en la Edad Media, los marinos no se aventuraban a navega


en alta mar. Los marinos europeos conocían solamente los mares que
bañaban Europa. Lentamente, sin embargo, la técnica de la navegación fue
perfeccionándose.

Con la ayuda de la brújula, del astrolabio (para establecer la latitud), de


las tablas astronómicas, buenos mapas, técnicas cartográficas, se dejaron de
lado los temores de perderse en el mar.

Comenzaron a construirse embarcaciones con remos y a vela, livianas y


fácilmente manejables: como las carabelas y el galeón. Provistas de un
compás, estas embarcaciones podían aventurarse a emprender viajes largos y
continuados.

Sin embargo, fue necesario el estímulo de algunos conocimientos geográficos, y las teorías
sobre la forma de la tierra, para lanzarlos al Océano. Ya en el siglo XIII, se difundieron por
Europa, las ideas de los griegos, particularmente las de Ptolomeo, de Platón, de Aristóteles,
sobre la redondez de la tierra. Los relatos de Marco Polo (1271 – 1295), sobre sus viajes a
China. Teorías y narraciones más o menos fantásticas, extravagantes que estimularon la
curiosidad. Lugares donde se podía adquirir fácilmente la riqueza, productos orientales que
proporcionaban beneficios al comercio,
como las especias.

Por Dios, por el oro, o por la gloria o curiosidad, los europeos comenzaron a aventurarse en el
desconocido Atlántico.

Desde el siglo XIII, navegantes genoveses, catalanes, mallorquines, junto con los
portugueses se lanzaron a explorar las costas de África.
En el siglo XIV, los marineros italianos ya dibujaban mapas bastante exactos del mar
Mediterráneo. El astrónomo y geógrafo florentino Toscanelli creía que, yendo siempre hacia el
oeste, se podía llegar hasta el Asia. Dibujó un mapa del mundo en el que la India estaba
ubicada sobre la orilla del océano Atlántico, opuesta a Europa.

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La Interrupcion Del Comercio Terrestre Con Oriente

El comercio europeo con Oriente se hacía por intermedio de las caravanas árabes, a
través de las grandes rutas que unían el litoral oriental de los mares Mediterráneo y
Negro con la India y otros lejanos países de continente asiático. Los árabes, por su
mediación, obtenían grandes utilidades, y vendían las mercaderías ocho y hasta diez
veces más caro de lo que habían pagado por ellas.

La conquista de los turcos, que se habían apoderado del litoral oriental del mar
Mediterráneo, interrumpían continuamente esta actividad comercial. El prejuicio que
ello les ocasionaba, determinó a los europeos a buscar la manera de no tener que
depender de las mediaciones de los árabes y hallar un nuevo camino a la India. Ya
entre los años 1467 y 1472, el mercader de Tver, Atanasio Nikitin, hizo un viaje a la
India a través de Irán. Compuso una detallada descripción de su viaje que contiene
muchos datos sobre el comercio, la religión, el arte militar y la naturaleza de la India.
Pero ese camino resultaba muy difícil y peligroso. Más cómoda era una ruta marítima.

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Las Expediciones De Los Portugueses

Los primeros que osaron emprender viajes lejanos por los mares fueron los
portugueses. Se destacaron en esta actividad reyes como Enrique de Portugal (1394
– 1460), llamado el Navegante, el rey Juan II. En 1487 Bartolomé Díaz, viajando
hacia el sur, a lo largo de las costas de África, llegó hasta un cabo en el África
meridional, que llamó Cabo de la Buena Esperanza.

Vasco da Gama, en 1498, doblando el África, atravesó el océano Indico y llegó hasta
Calicut en las costas de la India, volviendo a Portugal, cargado de especies, que le
permitieron obtener un beneficio sesenta veces superior al costo del viaje. A partir de
entonces los portugueses comenzaron el saqueo de la India, exportando de ella las
preciadas mercaderías orientales: especias, pepitas de oro, marfil, piedras preciosas y
tejidos de seda. Los portugueses desalojaron a los mercaderes árabes de la India y
fundaron en ella sus colonias.

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Descubrimiento De America

El 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón, salió del puerto de Palos con tres
carabelas, y el 12 de octubre llegó a una pequeña isla del grupo de las
Bahamas, la Guanahani, a la que llamó San Salvador.

Posteriormente descubrió las islas de Cuba y la Española, y en los tres viajes


consecutivos visitó Jamaica, y la costa septentrional de América del Sur, en la
desembocadura del Orinoco. Todas las tierras descubiertas fueron declaradas
posesiones del rey de España.

Hasta el fin de sus días, Colón estuvo convencido de que las tierras por él
descubiertas se hallaban inmediatamente al lado de la costa oriental de Asia, y
por eso a los habitantes los llamó indios. El florentino Américo Vespucio, aclaró
que Colón había llegado a una parte desconocida del mundo. Vespucio exploró y
describió la parte septentrional de América del Sur y llegó a la conclusión de que
esas tierras formaban un continente nuevo. Por su nombre, precisamente, fue
llamado América.

En 1519, Fernando de Magallanes, por encargo del rey de España, emprendió


una nueva expedición alrededor del mundo, con la goleta Victoria. Navegó hacia
el oeste, descubrió el estrecho que separa la parte meridional del continente
americano de la isla que llamó Tierra del Fuego (denominado luego estrecho de
Magallanes). A su muerte, siguió el viaje Sebastián el Cano, quien atravesó el
océano Pacífico y llego hasta las islas que, en homenaje al rey español fueron
llamadas Filipinas. De 234 hombres que habían salido con Magallanes, sólo 16
regresaron a España en septiembre de 1522, al puerto de San Lúcar.

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La Conquista De America Y El Comienzo De La Politica


Colonial Europea

Las potencias coloniales europeas se dedicaron a extraer todos los beneficios


económicos posibles. Se compitió por el dominio de los mares y por la rápida
instalación de bases terrestres en las zonas en las que se operaba.

Los portugueses no pensaron en establecer a gente de su nacionalidad ni en desarrollar


una economía basada en el principio de la productividad y el crecimiento económico. Su
objetivo era comprar barato y vender caro. Esto resultó a la larga un grave error, a los
nativos les daba lo mismo vender a una nación u a otra. Los portugueses fueron poco
a poco expulsados por otros europeos de sus centros de comercio. Lo más grave fue
que ni siquiera intentaron distribuir sus productos por Europa. Dejaron este negocio a
italianos y holandeses. Cuando Portugal pasó a formar parte de España (1540 – 1640),
esta explotó en beneficio propio los recursos económicos de los portugueses, y Holanda
fue directamente a Oriente a buscar las especias y no a Lisboa.

Recién acababa de ser descubierta América, cuando se precipitaron sobre ella


multitudes de aventureros y conquistadores, en busca de fáciles beneficios. Eran,
principalmente, caballeros castellanos empobrecidos, quienes al principio penetraron en
América Central y meridional. Allí, en México y Perú, vivían pueblos de una antigua
cultura.

Las tierras descubiertas por españoles y portugueses en América, carecían de un


comercio que pudiera ser dirigido a Europa y eran extensiones completamente
desconocidas. La primera tarea era explorarlas, lo que para aquella época fue una
tarea formidable. La segunda tarea era conquistarlas, y después apropiarse de las
reservas de metales preciosos.

Entre los pueblos que poblaban México, los más poderosos eran los aztecas. Habiendo
sometido a los otros pueblos y forzándolos a pagar un tributo en productos, objetos
preciosos y esclavos, los mantenían en un estado de temor y sumisión. Los aztecas
habitaban la ciudad de Tenochtitlan, en una isla inaccesible en medio del lago Texcoco.

En Perú el poder pertenecía a los incas, a cuyo frente estaba el rey y el sacerdote
supremo, para ellos trabajaba una numerosa población sometida.
Los españoles sometieron con cierta facilidad a los aztecas y los incas. Las armas de
fuego y los caballos sembraban entre estos pueblos un terror pánico.

El conquistador Hernán Cortés, con un destacamento de 400 hombres, se


apoderó en pocos años, 1519 a 1521, de todo México. Francisco Pizarro,
con un destacamento todavía menor, se apoderó y saqueó a Perú, en 1532.

Los pueblos sometidos por los aztecas y los incas, ayudaron a los españoles a

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llevar a cabo estas conquistas. Luego los hispanos dieron cuenta cruelmente
no sólo de los aztecas y los incas, sino también de sus aliados.

Se apoderaron de todo el oro y la plata acumulados, se repartieron sus tierras


y los obligaron a trabajar para ellos en las minas de plata.
En 1580, la ciudad de Potosí, tenía 120.000 habitantes, siendo la mayor
ciudad de América.

Robo de tesoros y minería fueron las principales actividades económicas de los


españoles en el siglo XVI. Pero también demostraron interés en la agricultura y la
ganadería, introduciendo en América el caballo, el ganado bovino, la oveja, la cabra, la
gallina y el cerdo. Además de la caña de azúcar, el trigo, la cebada, el arroz, el
centeno, el café, el algodón, frutas y hortalizas. Llevaron a Europa productos
desconocidos como tabaco, chocolate, patata, maíz, quinina, tomate, cacahuete y el
pavo. Sien embargo, en 1600 los metales preciosos constituían el 90% de las
importaciones que el Viejo Mundo efectuaba del Nuevo. La población comenzó a
extinguirse rápidamente, entonces los españoles comenzaron a llevar a América nuevos
pobladores.

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Las Consecuencias Economicas De Los Descubrimientos


Geograficos

Ingleses, franceses y holandeses buscando nuevas rutas hacia Oriente, llegaron al


Norte de América. Al principio se sintieron decepcionados, sufrieron el frío y obtuvieron
muy poco de Canadá, pescado y pieles. Sin embargo no se declararon vencidos.
Envidiando la riqueza colonial de España y Portugal, buscaron apoderarse de ella. La
respuesta fue atacar y saquear a los españoles, es decir, la piratería. Francis Drake,
en 1580, regreso a Inglaterra cargado de abundante botín, y la reina Isabel, solicitó
una participación en las ganancias, a cambio lo nombró sir.

Los españoles y los portugueses no eran pueblos comercialmente ricos.


Ni España ni Portugal tenían una industria desarrollada y una población adinerada que
pudiera comprar el precioso botín de los conquistadores españoles o de los
mercaderes-saqueadores portugueses. Para organizar los viajes, obtenían dinero de las
ricas firmas bancarias del sur de Alemania o de Italia. Ellos compraban asimismo una
parte considerable de la carga, traída por mar desde América o la India, y después la
revendían en partidas menores a los mercaderes europeos. A mediados del siglo XVI,
Amberes se convirtió, en los Países Bajos, en el centro de este comercio. Allí acudían
mercaderes de todos los países de Europa. Las transacciones tenían lugar en un edificio
especial donde se exponían muestras de las mercaderías a venderse, al que se llamaba
Bolsa, en su fachada estaba escrito: “En provecho de los mercaderes de todas las
naciones y dialectos”.

En la bolsa, asimismo, podían obtenerse los préstamos. Las grandes monarquías europeas,
por sus constantes guerras, necesitaban siempre dinero. Lo pedían prestado en las grandes
casas comerciales o bancarias, pero a menudo no podían pagar sus deudas y se declaraban
en banca rota. Los mercaderes y banqueros, para compensar estos riesgos, percibían de los
soberanos deudores enormes porcentajes. Crecían las deudas del Estado, y, conjuntamente
con ellas, las ganancias de los banqueros.
De este modo, las primeras consecuencias de los descubrimientos geográficos fueron el
rápido desarrollo del comercio y de la industria y la nueva organización del crédito.

En 1579, los holandeses se independizaron de España, y esta les impidió ir a Lisboa,


por lo tanto, decidieron ir directamente a las fuentes de abastecimiento de especies de
los portugueses, apoderándose de algunas de ellas. El comercio holandés fue tan
fructífero que en el siglo XVII, Holanda era el Estado más rico por habitante en toda
Europa.

Entre 1500 y 1650, la importación de metales preciosos y el aumento de los precios,


influyeron notablemente sobre muchos cambios económicos, sociales y políticos. A
mediados del siglo XV, la población europea comenzó a recuperarse, entre los años
1450 y 1650, la población aumento en dos tercios. Comenzó una expansión de los

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cultivos, pero, a pesar de ello, el precio de los cereales aumentó constantemente. El


aumento de la actividad económica, produjo un aumento de la necesidad de dinero en
circulación.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la llegada de metales preciosos de América,
alcanzó volúmenes enormes. A lo cual debe añadirse el 10% que entró por
contrabando, y las reservas de oro y plata de Europa. Entre 1500 y 1650, la reserva de
estos metales se multiplicó, prácticamente, por cuatro. Estos metales preciosos en
barra, que entraban por España, se expandían por Europa para saldar los déficits
españoles en su comercio exterior.
El stock de metales preciosos aumentó mucho más rápido que el de bienes.

La velocidad de circulación del dinero fue mayor al aumentar las transacciones


comerciales. Los comerciantes temiendo una escasez de bienes o un aumento
desmedido de precios, utilizaron sus saldos disponibles para compras
inmediatas.

La llamada revolución de los precios, el oro y la plata, extraídos en América


con la ayuda del trabajo mal remunerado de la población aborigen, determinó
su abaratamiento y un alza en el precio de las mercaderías.

Los precios del pan y otros productos de primera necesidad sufrieron una
elevación de tres y cuatro veces su valor.
Más que nadie sufrieron a causa de la revolución de los precios todos aquellos
que percibían un salario: obreros, aprendices y peones.

Los precios aumentaron con índices distintos en los diferentes países, algunos bienes
aumentaron con mayor rapidez que otros, en general, los precios de bienes
aumentaron más rápidamente que el de servicios.

ORO Y PLATA DE AMERICA

(En gramos)

AÑOS PLATA ORO

1510 – 1520 148.739.- 9.153.220.-

1550 – 1560 303.121.174.- 42.620.080.-

1590 - 1600 2.707.626.528.- 19.451.420.-

1640 – 1650 1.056.430.966.- 1.549.390.-

1650 - 1660 443.256.546.- 469.430.-

Al penetrar el metal en barra, su efecto sobre el aumento de precios se hizo notar


primero en España, luego en el resto de Europa. Y lógicamente los precios expresados

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en oro y plata, dejaron de subir primero en España, como reacción a la baja en la


afluencia de metales.

Por otra parte, el aumento de salarios fue lento, quedando muy retrasados con relación
a los precios. Esto reforzaría la idea de que la inflación fue causada por un aumento de
la demanda. Los alimentos se volvían más caros a medida que aumentaban los niveles
demográficos. El aumento de la mano de obra, resultado del crecimiento demográfico,
frenó el aumento de los salarios.

INDICE DE PRECIOS Y SALARIOS EN ESPAÑA

AÑOS PRECIOS SALARIOS

1510 – 1520 46,48 122,19

1570 – 1580 103,95 100,49

1590 – 1600 143,55 101,02

1640 – 1650 116,53 100,81

Jean Bodin, filósofo y político francés, (1529 – 1596), explicó el fenómeno del alza de
precios, enunciando la “Teoría cuantitativa del dinero”, en la que dice: “Si aumenta la
cantidad de dinero en circulación sin un aumento comparable del suministro de
mercancías, los precios reaccionan en alza”. Con posterioridad se supo que lo mismo
ocurría si aumentaba la velocidad de circulación del dinero. Por otra parte el curso de
los precios esta condicionado, también, por la proporción en que la gente usa sus
saldos disponibles, es decir sus ahorros.

La inflación se dio en los primeros años del siglo XVI, mucho antes de que aumentara
el stock europeo de metales preciosos. Lo que hace suponer, a muchos historiadores,
que la extracción de oro y plata de América, fue más la consecuencia que la causa de
la inflación. El crecimiento de la economía Europea, la expansión de su mercado,
requería cada vez mayor dinero en circulación.

La inflación benefició a los deudores y perjudicó a los acreedores. Los


primeros tenían que producir menos para pagar sus deudas, los segundos
recibían una cantidad de dinero por sus acreencias, que les permitía
comprar menos.

Esto produjo durante todo el siglo XVI, conflictos entre señores y campesinos,
entre artesanos y jornaleros, entre empresarios y trabajadores.

En Inglaterra se aumentaron las cargas feudales, pero esto no fue suficiente para los
señores. Expulsaron a los campesinos de sus tierras, para dedicarlas a la cría de
ovejas. Cercaron los campos comunales, y elevaron a niveles prohibitivos los arriendos.
El vagabundeo y la mendicidad fueron prohibidos.

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Los cercados de tierras provocaron tantos problemas, que el gobierno se vio obligado a
establecer leyes que prohibían transformar en pastos las tierras de cultivo, y a limitar
el número de cabezas de ganado. La práctica del cercado de tierras provocó
insurrecciones y revueltas como la Kett’s Rebelión (1549), y las agitaciones de los
Diggers y Levellers del siglo XVII. En la industria se produjeron huelgas y motines, y el
gobierno, estableció salarios máximos.

El aumento de precios a un ritmo más rápido que el de los salarios, los franceses lo
llamaron “profit inflation” (inflación de beneficio). Según esta teoría, se inflaban los
precios, sobre todo, en aquellas empresas en las que los salarios eran parte importante
en el coste de producción. La teoría suponía que los empresarios al obtener mayor
beneficio, incrementaban su capital y lo invertían para realizar un mayor beneficio. De
este modo, la inflación de beneficio favorecía el crecimiento económico.

En España, la inflación de beneficio tuvo muy poco efecto, excepto en inversiones en


empresas coloniales y en la cría de ovejas. En la industria no hubo inversiones, los
nobles españoles consideraban la actividad industrial degradante, además de ser poco
afectos al ahorro.

También en los Países Bajos, la inversión fue en empresas coloniales y en nuevas


técnicas agrícolas. En Francia la diferencia entre los precios y salarios, tuvo un efecto
muy débil. Su economía se desarrolló, más que por esto, por el comercio de esclavos,
la refinería de caña de azúcar, y el perfeccionamiento de determinados artículos de lujo
como: la seda y el cristal.

La llamada inflación de beneficio tuvo su mayor y más claro impacto en Inglaterra. En


este país se realizaron nuevas inversiones en la agricultura, el comercio, en empresas
de todo tipo que incluían la piratería. El instigador de estas inversiones era Lord
Burghley, cerebro económico de la reina Isabel. En este país, apareció mucho capital
nuevo en la explotación de la minería, en construcciones navales, extracción de carbón.

En el siglo XVI, la actividad comercial se desarrolló fundamentalmente en el litoral


Atlántico. Allí se encontraba las naciones colonizadoras que invirtieron el tesoro real y
los ingresos procedentes de los impuestos en las exploraciones ultramarinas y en
expansión colonial. En algunos casos también lo hicieron a fuerza de empréstitos. En
las costas atlánticas europeas, estaban los comerciantes que equipaban expediciones y
comerciaban con los nativos de todo el mundo. Estaban los centros de comercio de
bienes coloniales, los mejores puertos de Europa, que aprovechaban las nuevas rutas
alrededor de África y a través de la mar Océana (Atlántico).

En el siglo XVI, el centro internacional del comercio se desplazó del Mediterráneo al


Atlántico y el Mar del Norte. Venecia perdió su dominio sobre el comercio turco al no
querer rebajar los precios y la calidad de sus mercancías, para salir al paso de la nueva
competencia. El ocaso de Barcelona, Génova, Marsella y Venecia, fue gradual y lento, y
las regiones que a través de estas ciudades basaban su comercio con el Mediterráneo,
se estancaron. Tal fue el caso de las ciudades de Alemania meridional como:
Augsburgo, Munich, Nuremberg, hasta Ginebra, en Suiza.

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Italia en el Siglo XVI

LA DECADENCIA ECONOMICA

A fines del siglo XV, comienza a decaer la industria italiana. En Inglaterra, Francia y otros
países se va desarrollando una producción propia, y sus mercaderías a rivalizar con las
italianas.

Los paños florentinos, otrora famosos en toda Europa, son reemplazados por los ingleses. Una
pérdida aún mayor sufre Italia como resultado del descubrimiento de América y de la ruta
marítima a la India; las rutas comerciales más importantes se desplazaron hacia el océano
Atlántico, y esto fue provechoso para los países situados cobre el litoral occidental de Europa:
España, Portugal, Países Bajos, Inglaterra y Francia. En cambio, las rutas antiguas marítimas
– al note por los mares Báltico y del Norte, al sur por el Mediterráneo – fueron relegadas a un
segundo término.

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LA BURGUESIA

En el siglo XVI la burguesía italiana era rica aún. Desalojada del comercio y la industria,
acentuó su dedicación a la usura y a los negocios bancarios. Disponía de mucho tiempo libre,
quería usufructuar la vida, gastaba mucho dinero en la construcción de lujosos palacios, en
magníficos cuadros y estatuas, obligaba a los poetas y a los escritores a divertirla, a exaltar
su cultura y su generosidad.

En cambio, para las clases inferiores de la población la vida se volvía cada vez más difícil. Los
artesanos, y sobre todo los trabajadores, a medida que decaía el comercio y la industria, iban
quedando sin trabajo. Se comenzó a abandonar las ciudades rumbo al campo, donde
arrendaban pequeñas parcelas de tierra y llevaban una existencia miserable.

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EL CAMPESINADO

El campesinado era, por lo general, pobre, y estaba oprimido por tres poderes parásitos: los
nobles, que no participaban de ninguna manera en la vida económica y vivían con lo que
percibían de los campesinos en forma de censo; los burgueses, usureros y terratenientes, que
sacaban a los campesinos hasta el último centavo, y, finalmente, él más grande de todos los
señores, el papa romano y el numeroso, voraz y perezoso clero, los curas y monjes que
despojaban al pueblo indigente e ignorante.

En ningún otro lugar de Europa existía semejante contradicción entre la riqueza y la pobreza,
entre el lujo y la miseria, como en Italia.

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EL REGIMEN POLITICO – EL DESMEMBRAMIENTO POLITICO DE ITALIA

Italia no formaba un Estado unificado, sino que estaba dividida en numerosos Estados

independientes. En el litoral del Mediterráneo, los más importantes eran dos repúblicas
regidas por los mercaderes: Génova y Venecia. En el centro de la llanura lombarda, sobre la
gran ruta mercantil de Europa Central e Italia, se hallaba la opulenta ciudad comercial de
Milán. En el siglo XV, Milán se convirtió en un fuerte Estado, y hasta Génova se le sometió por
un tiempo. En Italia central, los más fuertes eran Florencia y el Estado papal. Todo el sur
estaba ocupado por el gran reino de Nápoles, gobernado por el rey español. También a
España pertenecían Sicilia y Cerdeña.

Las ricas ciudades del norte y centro de Italia se ocupaban principalmente del comercio y

la industria para el mercado externo; la masa del pueblo era demasiado pobre para comprar
las mercaderías. Por tal causa los mercaderes italianos se interesaban poco por el mercado
interno, y en consecuencia de ello, también se interesaban poco por la unidad política del
país. Las ciudades comerciales rivalizaban entre sí en el extranjero, donde desenvolvían sus
negocios; trataban por todos los medios de debilitarse mutuamente y temían más que nada,
que cualquiera de ellas sometiera a las restantes. Ni uno solo de tales Estados era
suficientemente fuerte como para tomar sobre sí la tarea de unificar al país. Italia seguía
políticamente desmembrada.

Los pequeños Estados de Italia, muy débiles, no podían, separadamente, enfrentarse a

las potencias europeas, que habían dirigido su atención hacia ellas. Por otra parte, sus
recíprocas rivalidades le impedían ponerse de acuerdo para una defensa común. A todo esto,
debemos agregar la disconformidad popular con los distintos gobernantes, puesto que la
oligarquía cortesana y financiera, nada había hecho para ganarse la adhesión popular. Los
burgueses y campesinos italianos no se identificaban con los príncipes, quienes, por otra
parte, siempre utilizaban tropas mercenarias, de dudosa lealtad y eficacia.

En Nápoles, la decadencia económica impidió el desarrollo de una poderosa burguesía

capaz de apoyar a la corona y defenderla de los enemigos externos.


En el centro mismo de Italia se hallaba el Estado papal. Los papas, en aquel entonces, eran
soberanos temporales, distinguiéndose sólo de los restantes en que no podían hacer su trono
hereditario. Si bien, la situación del Estado pontificio no era mejor que en el resto de Italia,
sin embargo, el peligro de un ataque por parte de las potencias, por su especial característica
era, por lo menos, más remoto. Pero la turbulencia interna no era inferior. Los alrededores de
Roma, estaban dominados por pequeños tiranos locales, continuamente en lucha entre ellos.
Además, las iniciativas militares y políticas de los pontífices, producían malestar y
preocupación en el resto de los Estados italianos, pues, temían una expansión de los dominios
papales a expensas de ellos.

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Cada uno de los papas trataba por todos los medios de enriquecer a sus parientes; en

esto no se detenían ante nada. Se hizo sobre todo famoso por su desvergüenza y sus
crímenes el español Rodrigo Borgia, que subió al trono, en 1492, como Alejandro VI. Su
hijo Cesar quiso aprovechar el poder paterno para convertirse en el soberano de toda Italia,
para lo cual desechó todo escrúpulo: el engaño, el perjurio, la espada o el veneno, eran sus
métodos habituales. Cesar logró hacerse con el dominio en un basto territorio en Italia
central, provocando el rechazo de los propios cardenales del Sacro Colegio, encabezados por
Giuliano Della Rovere, futuro papa Julio II, amigo del rey Carlos VIII de Francia.

La lucha de los pequeños Estados entre sí, y la de los ambiciosos asentados en cada uno

de ellos, no cesaba. El soborno y la perfidia, el asesinato y el envenenamiento con la ayuda


de bribones mercenarios, se convirtieron en los Estados italianos en el medio más común de
dar cuenta del enemigo.

Venecia y la Federación Helvética, acosaban al ducado de Milán, debilitado por la grave

situación por la que pasaba su dinastía. El heredero, Juan Galeazzo Sforza (1476 – 1494),
esposo de la hija del rey Alfonso II de Nápoles, Isabel de Aragón, estaba tutelado por
Ludovico el Moro, su tío, quien apoyándose en el rey de Francia, buscaba deshacerse de su
sobrino y evitar la reacción de la dinastía aragonesa de Nápoles.

En Florencia, los Médicis, controlaban uno de los centros económicos más importantes de

Europa. Pero debían enfrentarse constantemente con otras ciudades menores como Pisa y
Siena, que no toleraban el centralismo de la capital toscana.
En 1492, murió Lorenzo el Magnífico, quien había contribuido en gran medida al equilibro
entre los Estados italianos. Entonces estallo el malestar que había provocado la dominación de
los Médicis. Aparecieron tendencias separatistas, inclusive en la propia Florencia, se pretendía
el retorno a las tradiciones republicanas. Las predicas del fraile Jerónimo Savonarola,
propugnaba una radical renovación religiosa y política, y pretendía el apoyo de Carlos VIII de
Francia, para derrocar la señoría florentina y al corrompido papa Alejandro VI.

El único Estado italiano, bien organizado y prospero, era la república de Venecia.

Asegurado su dominio sobre el mar Adriático y el Mediterráneo oriental, esta república


comenzaba a expandirse por Lombardia y Romaña. Aliada a los duques de Urbino y los
marqueses de Mantua, Venecia era, prácticamente el único Estado en condiciones de unificar
Italia. Pero la política expansionista, atrajo contra los venecianos la enemistad de los señores
de Nápoles y Milán, además del papa. Por otra parte, el poder turco en el mar y la amenaza
constante de los Habsburgo, en el norte, hacían que la república véneta no estuviera muy
segura.

Eran muy numerosas otras pequeñas formaciones políticas que dividían a Italia, como el

ducado de Saboya, las repúblicas de Lucca y Génova, completamente enemistadas, y


dispuestas a realizar alianzas con las potencias europeas, para obtener ventajas o, en todo
caso, la supervivencia.

Es en este contexto en que España y Francia trataron de dominar la


península Itálica, en una sucesión de guerras que se prolongaron desde
1494 a 1559, hasta que los españoles lograron afirmarse como potencia
vencedora.
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LAS GUERRAS DE ITALIA. CARLOS I DE ESPAÑA, V DE GERMANIA

La opulencia de la burguesía italiana hacía tiempo que atraía la codicia de las


potencias europeas. Hacia fines del siglo XV, Francia, la monarquía más rica y
poblada, en la que había triunfado el absolutismo de Luis XI, y la
centralización del poder, y España, donde la unión de las coronas de Castilla y
Aragón, proporcionaba la fuerza necesaria para continuar la política
antifrancesa de Cataluña, se convirtieron en las potencias aspirantes a
dominar toda Italia.

Las guerras feudales y los saqueos no eran ya posibles en ellas, como antes
cuando el poder real era aún débil. La nobleza servía ahora en los grandes
ejércitos reales y exigía de su jefe, el rey, la realización de expediciones para
conquistar otros países.

Los primeros en invadir Italia fueron los franceses. En 1494, el rey Carlos VIII (1483
– 1498), joven ambicioso pero de escaso talento, atravesó los Alpes con un ejército de
30.000 hombres, después de asegurarse la neutralidad de Maximiliano de Habsburgo,
cediéndole el Franco Condado y Artois, y la de Frenando el Católico, devolviéndole el
Rosellón y la Cerdaña, ocupados durante la guerra civil en Cataluña. Fue recibido en
Milán con grandes honores por Ludovico, quien se aseguró el poder después de la
muerte de su sobrino en circunstancias
poco claras.

El rey francés, continuó en dirección a Florencia, el señor de esta ciudad, Pedro de


Médicis, no ofreció ningún tipo de resistencia, y su conducta provocó tal indignación en
los sectores populares, que lo depusieron e instauraron la república. Pero Carlos VIII,
exigió grandes tributos financieros, amenazando con restablecer a los Médicis en el
poder.
Con el papa romano realizó un acuerdo que le liberó el camino hacia Nápoles,
abandonado por el rey Fernando II, ante la proximidad de los franceses. En pocos
meses el joven rey de Francia, se apoderó de la mayor parte de Italia, prácticamente
sin derramar sangre, y emprendiendo un saqueo despiadado
de la población.

Las otras potencias europeas se alarmaron tanto por el rápido éxito francés,
que decidieron apoyar a Venecia, y al papa Alejandro VI, que había decidido
cambiar de bando.

Contra los franceses, unieron entonces sus esfuerzos varios Estados italianos,
y Carlos VIII, temiendo ver cortadas las comunicaciones con Francia, se
apresuró a retirarse, en 1495. Fernando II, con fuerzas españolas, al mando

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de Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado “El Gran Capitán”, regresó a


Nápoles.

Las tentativas de conquista las continuaron los sucesores de Carlos VIII. En 1498, Luis
XII, alegó sus derechos sobre la corona de Nápoles y el ducado de Milán, como
heredero de Valentina Visconti, hija de Juan Galeazzo y esposa de un Orleans. Realizó
una serie de concesiones para obtener un tratado con Venecia, con los suizos y con el
papa Alejandro VI, al cual le cedió un ducado para su hijo Cesar Borgia. En pocos
meses se apoderó de Milán, y preparó el ataque sobre el reino de Nápoles. Pero
temiendo una alianza entre Fernando el Católico y Maximiliano de Habsburgo, negoció
con el primero la división del reino de Nápoles. Realizados los acuerdos diplomáticos,
Luis XII, en 1501, conquistó la ciudad fácilmente. Pero muy pronto, estallaron las
hostilidades con España.

El “Gran Capitán”, logró derrotar a los franceses en 1503, en las batallas de Ceriñola y
Garellano, imponiendo la superioridad de la infantería. El tratado de Lyon, de 1504,
estableció el dominio español en todo el reino de Nápoles, dejando a Luis XII, el
ducado de Milán.

Entre tanto Venecia, reinició su expansión por Romaña, para recuperar los territorios
ocupados por los Venecianos, el papa Julio II, (1503 –1513) organizó en 1508, con los
señores de Mantua, Ferrara y Saboya, y con los reyes de España y Francia, la liga de
Cambrai. Los venecianos fueron derrotados por Luis XII, en la batalla de Agnadello, en
1509. El rey francés se apoderó de los territorios lombardos, el papa de Romaña, y
Fernando el Católico de los puertos de Apulia. Venecia, utilizando su hábil diplomacia,
realizó tratados de paz por separado y logró aislar a Maximiliano de Habsburgo,
obligándolo a retirarse de su territorio. Venecia logró salvarse, pero la desarticulación
de su poderío por parte del papa Julio II, debilitó definitivamente al único Estado
italiano capaz de frenar las aspiraciones extranjeras y unir a los italianos.

Julio II, intentó realizar la misma maniobra con el rey de Francia, constituyendo una
santa alianza con España, Venecia, la Confederación helvética y, posteriormente, con
Enrique VIII de Inglaterra. Mientras Luis XII, reunía un concilio en Pisa, con el fin de
deponer al papa, Gastón de Fox, lograba derrotar a las fuerzas española y papales.
Pero el hijo de Ludovico el Moro, Maximiliano Sforza (1512 – 1515), con la ayuda de
los suizos, expulsó a los franceses del ducado de Milán y de Génova. Mientras los
españoles ocupaban Toscana y restauraban a la familia Médicis
en el poder.

Julio II, sucedió como papa Juan de Médicis, con el nombre de León X (1513 –
1521), quien mantuvo los enfrentamientos con los franceses. Los franceses fueron
derrotados en Novara (1513) por los suizos, y también, en el mismo año, en
Guinegatte, por los ingleses que habían penetrado en Francia. Francisco I (1515 –
1547), sucesor de Luis XII en el trono de Francia, adopto una política de conciliación

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con León X, y luego penetró en Italia, con 30.000 hombres, derrotando a los suizos en
Marignano (1515). En 1516, concertó la paz de Noyon, con Carlos I rey de España,
quien ante los problemas internos, además de los existentes en los Países Bajos, y su
ambición de ser elegido emperador, aceptó de buen grado.

Durante el transcurso de esta lucha, Italia era el campo de las invasiones extranjeras y
estaba continuamente saqueada y devastada. Los hombres más perspicaces y los más
hábiles políticos italianos se daban cuenta de que la causa de ello residía en el
desmembramiento político del país, en su falta de unidad.

El célebre historiador y político florentino, Nicolás Maquiavelo (1469 –


1527), trataba de demostrar a sus conciudadanos, con perseverancia, que
Italia seguiría siendo saqueada por los rapaces extranjeros hasta que no se
convirtiera en un Estado Unificado. Estaba pronto a admitir el régimen
monárquico, siempre que, conjuntamente con él, tuviera lugar la unificación
de Italia.

En 1519, muere Maximiliano de Austria, Carlos, su nieto, heredó sus dominios,


fundamentalmente, Austria, algunos otros territorios imperiales, además parte del
ducado de Milán. De sus abuelos españoles, Isabel la Católica y Fernando de Aragón,
había recibido en herencia, España y sus posesiones, y de su abuela paterna, María de
Borgoña: los Países Bajos, Flandes, Artois, el Franco-Condado y Luxemburgo, además
de los derechos a Borgoña. Esta enorme concentración de territorios en manos de
Carlos, profundizó la rivalidad con el rey francés, rodeado por territorios dominados por
los Habsburgo. El ducado de Milán, era el puente de comunicación entre España y
Germania, rodeando el territorio francés. Por lo tanto, por su posesión, muy pronto
estallaron las hostilidades entre Carlos V y Francisco I, quien había aspirado sin éxito a
la corona imperial. León X, validó las pretensiones de Carlos V sobre Milán, quien le
prometió unir el norte y el sur de Italia bajo su corona, respetando la autonomía de los
estados papales. En 1522, llegó al pontificado Adriano VI (1522 – 1523), quien había
sido preceptor de Carlos, y un evidente partidario de este. Adriano trato de negociar
con los dos monarcas, para unirlos en contra de los turcos que amenazaban a la
cristiandad. Tras el corto pontificado de Adriano VI, los Médicis volvieron a ocupar el
papado con Clemente VII (1523 – 1534).

Francisco I, se enfrentó, en 1525, en Pavía, a los ejércitos españoles y alemanes


coligados, siendo derrotado y apresado. En el tratado de Madrid, el rey francés debió
entregar Borgoña y Milán. Pero liberado, repudió el tratado madrileño y comenzó a
organizar una alianza contra Carlos, conocida como la liga de Coñac (1526). Carlos V,
atacó Roma en 1527 y obligó al papa a retirarse de la alianza
con los franceses.

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Francisco I, trató de concertar una alianza con Enrique VIII rey de Inglaterra y con
Solimán II el Magnífico, sultán del Imperio turco, produciendo un gran rechazo entre
los cristianos de Europa. El vizconde de Lautrec, mariscal del rey, con el apoyo de la
flota de Génova, comandada por Andrea Doria, avanzó sobre Nápoles. Los
enfrentamientos con los franceses hicieron que el comandante genovés cambiara de
bando. Los franceses, rodeados se rindieron, pero, Carlos V, ante el avance turco en
Hungría, y los problemas causados por los luteranos en Germania, tuvo que negociar.

La llamada “paz de las damas”, se firmó en Cambrai, en 1529, concertada por


Luisa de Saboya, madre de Francisco I, y la tía de Carlos V, Margarita. En ella
el emperador, se comprometía a liberar a los hijos del rey francés prisioneros
en España, y renunciaba a las pretensiones españolas sobre Borgoña,
mientras que el francés renunciaba a las suyas sobre toda Italia. A esta paz
adhirió Enrique VIII de Inglaterra.

El papa Clemente VII, en 1530, coronó en Bolonia, a Carlos I de España,


como emperador con el nombre de Carlos V.

Los turcos atacaban simultáneamente en la península de los Balcanes, amenazando al


imperio, y en el norte de África, amenazando España. Carlos V, en 1535, organizó una
expedición contra Khayr-al-Din (Barbarroja), señor de Argel. Al año siguiente se
reanudó la guerra con Francia, que con altibajos, duró hasta el reinado del sucesor de
Francisco I, Enrique II. Debido a las nuevas rutas Atlánticas, Italia había perdido su
importancia, y los enfrentamientos internos en Francia, hicieron que esta nueva fase de
la guerra terminara sin pena ni gloria para los contendientes. La tregua de Niza,
organizada por el papa Pablo III, le permitió al emperador ocuparse de la situación
religiosa en Germania y de la presión turca en los límites de su Imperio.

En la dieta de Ratisbona de 1541, fracasa una nueva tentativa de paz entre


protestantes y católicos. En el mismo año, los ejércitos de Carlos V, sufrieron una gran
derrota en Argel.

En 1547, morían los grandes enemigos del emperador, Francisco I y Enrique VIII, los
sucedían Eduardo VI (1547 – 1553), en Inglaterra, y Enrique II
(1547 – 1559), en Francia.

La paz de Augsburgo (1555) y la tregua de Vaucelles (1556) con Enrique II, fueron,
prácticamente los últimos actos del emperador. Carlos V, enfermo, abdicó, otorgándole
a su hijo Felipe II el trono español, y a su hermano Fernando I, la herencia de la casa
de Austria.
Terminaba así la “época de Carlos V”, con el emperador retirado al monasterio
extremeño de Yuste, donde murió en 21.09.1558.

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Alemania a Comienzos Del Siglo XVI

EL DESMEMBRAMIENTO POLITICO DEL PAIS

Alemania en el siglo XVI, al igual que Italia, no formaba un Estado unificado. Cierto es
que en Alemania había un emperador y existía el Reichstag, pero ni uno ni otro tenía
fuerza alguna. Alemania se componía de una multitud de pequeños principados, de
ciudades libres y de una cantidad aún mayor (más de mil) de posesiones imperiales de
caballeros, subordinados directamente al emperador, pero, en realidad, casi
absolutamente independientes.

La región más rica y progresista, en el aspecto económico y cultural, era la


sudoccidental. Allí, sobre las grandes rutas fluviales, en los extremos de los pasos
alpinos que unían Germanía con Italia, había ciudades ricas, un comercio animado, y
se desarrollaba la industria. En ciudades tales como Ausburgo, Nuremberg, Ulm y
Estrasburgo vivían ricos comerciantes, como los Fugger, banqueros y comerciantes de
Ausburgo y, a la vez, dueños de minas. En sus manos estaban las minas del Tirol y de
Hungría; también las arrendaban en la lejana España. Los Fugger dieron en préstamo
grandes sumas de dinero al rey de España, Carlos I de Ausburgo, gracias al cual, éste
pudo sobornar a los príncipes electores y asegurar su elección como emperador de
Germanía, en 1519, con el nombre de Carlos V.

En las manos de Carlos V se encontró un enorme Estado que incluía a España con sus
posesiones italianas y las colonias americanas, el Imperio Germánico y los Países
Bajos. Pero los asuntos del enorme Estado, y, sobre todo, la guerra con los reyes
franceses por la posesión de Italia, distraían continuamente a Carlos V, y, por eso, no
lograba levantar la autoridad imperial en Alemania.

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LAS LUCHAS EN VISPERAS DE LA REFORMA

A comienzos del siglo XVI, la lucha social y política se intensificó en Alemania.


El emperador quería debilitar a los príncipes, por su parte estos pretendían
minar el poder del emperador.

Cada uno de los nobles soñaba con ser independiente, al igual que los
príncipes. Los de menor cuantía – los caballeros -, después de haber sido
introducidas en los ejércitos las armas de fuego, perdieron su anterior
importancia militar, se fueron empobreciendo gradualmente y miraban con
envidia a los príncipes, la vida cómoda de los ciudadanos y mercaderes
enriquecidos, y las enormes posesiones de la Iglesia católica.

Una lucha despiadada tenía lugar en las ciudades. Sus gobiernos estaban en manos de la

clase acomodada, los patricios, quienes trataban de descargar todo el peso de los impuestos
sobre los hombros de los sectores medios y pobres de la población. Las familias de
comerciantes ricos, como los Fugger, buscaban apoderarse de todo el comercio, arruinando
así a todos los mercaderes de regular o menor importancia. Por eso, los grupos medios de la
población urbana (los burger), luchaban contra el patriciado por el predominio en las
ciudades.

Más pesada era la situación de los grupos más bajos de la población: los artesanos y los

trabajadores en general. Los maestros artesanos, en ese entonces, ya no dejaban entrar a los
operarios en sus corporaciones: éstos se iban transformando cada vez más en obreros
asalariados, a los que explotaba el maestro. Los operarios creaban alianzas secretas y
organizaban huelgas con el fin de obtener mejoras salariales. Conjuntamente con los
aprendices y jornaleros, como asimismo, los ciudadanos arruinados, los mendigos y los
vagabundos, los operarios formaban en las ciudades la clase de los plebeyos. Descontentos de
su situación, los plebeyos estaban prontos para apoyar cualquier movimiento dirigido contra
las clases dominantes.

Pero la más pesada de todas era la situación de los campesinos, víctimas del
saqueo de la Iglesia, de los señores y de las ciudades. El campesino debía
pagar a la Iglesia el diezmo.

Además, muy a menudo, el obispo o el monasterio eran los señores de los


campesinos, y, éstos, además del diezmo, cumplían en provecho de la Iglesia
todos los cargos feudales, es decir, el censo, las jornadas de trabajo
obligatorio, etcétera. Los nobles arruinados trataban de sacar al campesino
hasta el último centavo.

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Los hidalgos se adueñaban de las posesiones comunales; bosques, prados y aguas, que

anteriormente habían utilizado conjuntamente con los campesinos. Las ciudades compraban
las fincas de los nobles y gracias a eso se convertían ellas mismas en señores y exigían de los
campesinos el censo y la jornada de trabajo obligatorio. Los campesinos, forzados a pagar a
sus señores, tenían con frecuencia que endeudarse, y entonces resultaban víctimas del
usurero. La ciudad, de este modo, explotaba a los campesinos como señor y como
prestamista.

En el año 1476, cerca de la ciudad de Würtzberg, el pastor y músico de aldea Hans

Beheim comenzó a predicar que todos los hombres eran hermanos, que no debían existir
ricos ni pobres, que había que quitar la tierra a los señores y al clero y repartirla entre los
campesinos. El obispo mandó arrestar a Beheim como a un hereje. Lo condenaron y
quemaron en la hoguera. Entre los campesinos se difundieron las organizaciones secretas.
Sobre su estandarte había una imagen del zapato campesino, como emblema de la
sublevación contra la bota de los nobles.

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La Reforma

LA SITUACIÓN DE LA IGLESIA CATOLICA

Si bien la necesidad de reformar la Iglesia católica, era algo de larga data, esto se
hacía más evidente durante las épocas de crisis y de rápidas transformaciones
económico sociales.

El modo en que las jerarquías eclesiásticas difundían el mensaje evangélico, era


inadecuado a los nuevos tiempos, y contradictorios con el modo de vida de
quienes debían dar el ejemplo.

Hasta el siglo XVI, la Iglesia, de un modo u otro, pudo asimilar y frenar los intentos
reformistas. Acontecimientos como las llamadas “herejías de los pobres”, después del
año 1000, o la husíta, que conmovió a Bohemia a comienzos del siglo XV, pudieron ser
controlados. Sin embargo, el descontento que generaba la Iglesia católica en Alemania,
durante el siglo XVI, no era superado por ninguna
otra institución.

En aquellos Estados donde era fuerte el poder real, como en Inglaterra y


Francia, los soberanos habían limitado ya los apetitos papales y privados al
pontífice de la mayor parte de sus beneficios anteriores. Pero en Alemania no
existía tal poder, y la avidez papal no encontraba ninguna oposición.

El papa Julio II, decía que si Alemania dejaba de sostener el trono papal,
Roma caería en la pobreza y la miseria. Pero el problema no estaba sólo en
las exacciones del papa; una enorme cantidad de tierras y toda clase de
posesiones pertenecían a los monasterios, las iglesias y otras instituciones
eclesiásticas, y los obispos y abades, los numerosos curas y una multitud de
monjes ociosos y saciados, vivían a costa de los ciudadanos y los campesinos.

Los príncipes, los nobles y los ciudadanos miraban con envidia las enormes
riquezas de la Iglesia; los trabajadores de la ciudad y del campo odiaban a los
curas, que los despojaban.

Todas las clases sociales estaban descontentas de la Iglesia.

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LOS HUMANISTAS ALEMANES

El descontento hacia la Iglesia se mostró, en primer lugar, entre las personas


instruidas. Con el crecimiento de la burguesía en Alemania, lo mismo que en Italia,
comenzó la difusión del Humanismo. En muchas Universidades se formaron círculos
de humanistas organizados por profesores y estudiantes. Se burlaban de la “falsa”
doctrina de la Iglesia medieval y se permitían ásperas observaciones dirigidas contra la
Iglesia católica y sus instituciones.

De una influencia enorme gozaba el célebre humanista holandés Erasmo de


Rótterdam (1476 –1536). Su obra más importante es la sátira
Elogio de la locura.

En éste libro, ridiculiza sarcásticamente los vicios de la sociedad de sus


contemporáneos, señala que muchas normas existen sólo porque están
patrocinadas por la “reina Estupidez”, y más que nadie fustiga al disoluto
clero católico y sobre todo al papa romano, el cual, gracias a la estupidez
humana, vive cómodamente en el mundo.

Uno de los círculos humanísticos publicó una sátira que se llamaba Cartas de gente
oscura. En ella, bajo el aspecto de un epistolario entre monjes ignorantes, se narran
las artimañas de los monjes y se ridiculiza la erudición eclesiástica, ocupada con
aparente seriedad del análisis de cuestiones fútiles.
La sátira obtuvo un éxito enorme, y desde aquel entonces se comenzó a llamar a todos
los adversarios de la erudición “oscurantistas” (de viri obscuri: “los
hombres oscuros”).

En la composición de la Cartas, participó uno de los humanistas más célebres de


Alemania, el caballero y poeta Ulrico von Gutten (1488 – 1523). Recordaba siempre
que calamidad eran la Iglesia católica y el papa para su patria, y toda la fuerza de su
talento la empeñó en la lucha contra ellos. Soñaba con una Alemania unificada en la
lucha contra su enemigo principal, el papa, y convertida en un Estado único y fuerte.

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COMIENZO DE LA PREDICA DE LUTERO

El sacerdote Martín Lutero (1483- 1546), comenzó su predica en una Alemania

mayoritariamente anticlerical. Sirvió de pretexto para ella el negocio de las indulgencias por
parte del papa.

En el año 1517, el ignorante y grosero monje Tetzel fue enviado a Alemania con una

pila de indulgencias; visitaba ciudades y aldeas, ofreciendo a todos venderles las mismas y
asegurando que, en cuanto el dinero correspondiente tintinease en su alcancía, el alma del
pecador pasaría inmediatamente al paraíso.

Esta idea, según la cual el pago de cierta cantidad de dinero (para la


construcción de la basílica de San Pedro en Roma), permitía que el alma no
pasara por el Purgatorio, era rechazada radicalmente por Lutero, quien
sostenía que sólo la fe (sola fide) podía proporcionar la salvación.

Para él, el hombre era pecador y justo a la vez (simul peccator et iustus), lo
primero por su naturaleza humana corrompida por el pecado original, lo
segundo por la libre elección de Cristo.

La especulación con la venta de indulgencias era colosal, los banqueros Fugger, tenían

la exclusividad de la percepción de los pagos.

Indignado por este tráfico, Lutero, en 1517, expuso su posición al obispo de Maguncia,
Alberto de Bradeburgo, pero ante la indiferencia de este, decidió tomar otra medida.

En 1517, clavó a las puertas de la iglesia catedral de Whitenberg, donde era profesor y

predicador, sus objeciones, expuestas en forma de noventa y cinco tesis, las cuales
reprobaban la venta de las indulgencias e invitaba a polemizar a todos aquéllos que no
estaban de acuerdo con él. A favor de sus tesis, se manifestaron los filósofos humanistas
Erasmo y Melanchthon, además de un gran número de profesores y alumnos de las
universidades germanas.

La intervención de Lutero se hizo inmediatamente conocida en toda Alemania.

El propio Lutero era muy moderado y, al principio, nada tenía en contra de un


arreglo con el papa. Pero la indignidad de la Iglesia y sus servidores era en
Alemania tan grande, que Lutero decidió romper con el catolicismo.

El papa lo amenazó con la excomunión, mediante la bula Exsurge Domine,


pero en 1520, Lutero arrojó el edicto papal al fuego en la plaza de
Whitenberg.

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El reformista Lutero, publicó escritos polémicos y doctrinales como: A la nobleza

cristiana de la nación alemana, La Libertad del Cristiano y La cautividad babilónica de la


Iglesia. En ellos establecía los nuevos principios de lo que dio en llamarse luteranismo, entre
ellos el derecho a leer directamente la Bibliay el reconocimiento de tan sólo tres
sacramentos: el bautismo, la penitenciay la comunión (cena).
Por otra parte, se ganó a los poderosos al afirmar, que el poder civil estaba por encima de
cualquier otro, incluso la autoridad espiritual, dándole a los príncipes la misión de defender la
“verdadera fe”.

En 1521, el emperador Carlos V, lo convocó ante la dieta de Worms, y como Lutero no

se retractó fue expulsado de imperio. Sin embargo, protegido por Federico de Sajonia, se
ocultó en el castillo de Wartburg, donde se dedicó a traducir la Biblia al alemán.

El movimiento reformista abarcó rápidamente a gran parte de Alemania. Los príncipes,

las ciudades y hasta poblados aislados comenzaron a llevar a la práctica sus principios. Cada
clase los interpretaba a su manera. Los príncipes, los nobles y los ciudadanos ricos deseaban
sólo la reforma de la Iglesia, es decir, querían liberarla de su sumisión al papa y apoderarse
de sus bienes y sus tierras. Pero ni aun entre ellos había acuerdo.

Por su parte, los campesinos y los pobres miraban a la Reforma no sólo como una

transformación de la Iglesia, sino además como una reorganización de todo el régimen social.
Pero estos anhelos sociales, temidos tanto por los señores como por los ciudadanos ricos,
también los temía el propio Lutero.

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La Reforma - LOS ANABAPTISTAS

Tomás Münzer (1493 – 1525), se convirtió el jefe del movimiento


revolucionario. Münzer proponía un régimen social igualitario y que los bienes
pertenecieran a toda la comunidad.

Admitía que el estado de cosas era poco propicio para la aplicación de sus
ideas, pero, sin embargo, utilizó su talento organizador para dirigir la lucha
contra el régimen feudal.

En 1521, era sacerdote en la ciudad de Zwickau, donde había muchos aprendices de


pañeros, entre los cuales comenzó a difundirse la enseñanza de los anabaptistas o
rebautizados, que sostenía que el hombre debe recibir el bautismo conscientemente,
siendo ya un adulto. Münzer se unió a los predicadores anabaptistas y dirigía sus
presentaciones públicas porque éstos, con su ardiente exhortación a la lucha,
levantaban el ánimo rebelde de los campesinos y de los pobres de la ciudad. En 1521,
los aprendices se alzaron en rebelión, la que fue rápidamente aplastada.

Lutero, atemorizado por el movimiento, confió todas sus esperanzas en los príncipes, la
nobleza y los ciudadanos ricos. Se puso a la cabeza de la Reforma moderada, en tanto
que las prédicas de Münzer se hacían cada vez más extremas, atacando en sus
discursos a los príncipes, nobles y ciudadanos ricos. Las ciudades y las aldeas se
agitaban, la población clausuraba las iglesias y expulsaba a los sacerdotes católicos.

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LA GUERRA CAMPESINA

En 1524, comenzó una gran rebelión, conocida por los historiadores como la
“Gran Guerra Campesina”.

Las principales regiones sublevadas fueron las de Suabia, Franconia,


Turingia y Sajonia.

También abarcó el sudeste de Alemania: las tierras del arzobispado de


Salzburgo y la parte sur de Austria.

Los campesinos de Suabia, comenzaron a negarse a servir a sus señores y tomaron las
armas. A principios de 1525, los insurrectos formaron varios grandes destacamentos y
presentaron a los señores sus exigencias, expuestas en los “Doce capítulos”. Los
campesinos reclamaban que les fueran devueltos los prados, bosques y campos de
pastoreo, usurpados por los señores; que les fuera permitido pescar en los ríos y lagos
y cazar en los bosques; que fueran disminuidas las jornadas de trabajo obligatorio y los
censos y liberados de la dependencia de servidumbre; que se les permitiera elegir a
sus sacerdotes, y que fuera suprimida una parte del diezmo y la otra empleada en el
sostenimiento de los sacerdotes y los pobres.

Los señores trataban de ganar tiempo por medio de concesiones de poca importancia a
fin de reunir fuerzas para atacar a los campesinos. Entre tanto, los campesinos se
apoderaban de los conventos y quemaban las propiedades señoriales. Algunas ciudades
comenzaron a pasarse al bando de los insurrectos. En la ciudad de Heilbronn, los
rebeldes redactaron un nuevo programa, conocido como “Programa de Heilbronn”.
Pero en este programa, como fue confeccionado por los burgueses, las exigencias de
los campesinos quedaron relegadas al segundo plano.

En él se expresaba el deseo de unificar toda Alemania bajo el mando del emperador,


establecer un sistema único de pesas y medidas, una moneda común, en una palabra, todo
aquello que le hacía falta a los ciudadanos para su desarrollo y fortalecimiento.

El movimiento campesino en Alemania central, en la región industrial y minera de


Turingia y Sajonia, fue apoyado por los medio oficiales artesanos, los mineros y los
pobres. El líder era Münzer, y la ciudad de Mulhouse, se convirtió en el centro de la
rebelión. En ésta ciudad, los ciudadanos derrocaron el poder de los patricios y crearon
un Consejo Permanente que actuaba de acuerdo a las indicaciones de Münzer.

En los meses de abril y mayo de 1525, casi todo Alemania meridional estaba abrasada
por la rebelión campesina. Pero sus fuerzas estaban desunidas, la organización y la
disciplina de sus destacamentos era débil, los lazos de unión entre las distintas
regiones insurreccionadas no existían, los jefes eran inexpertos. Los señores se unieron

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rápidamente y aplastaron la rebelión. Reunieron un gran ejército, bien provisto y


armado, y colocaron a su frente al experto y cruel comandante Truchsses, quien
derrotó uno a uno a los desunidos destacamentos campesinos, castigando
despiadadamente a los prisioneros y torturando y quemando a los jefes campesinos
que caían en sus manos.

Violando una tregua, el ejército de los príncipes, atacó inesperadamente a los


campesinos en Franzenhausen, derrotándolos y tomando prisionero a Münzer, quien
después de crueles torturas, fue decapitado. Sólo resistían los destacamentos
campesinos del territorio del arzobispado de Salzburgo.
Su jefe Geismeir, fiel seguidor de Münzer, infligió una seria derrota a los mercenarios
del arzobispo y al ejército de los príncipes, pero rodeado de fuerzas superiores se vio
forzado a retirarse a regiones vecinas donde fue asesinado.

La rebelión campesina fue ahogada en un mar de sangre, fueron quemadas


miles de aldeas, y algunos cálculos sostienen que murieron más de
cien mil campesinos.

Lutero que al principio proponía a los príncipes y los nobles hacer pequeñas
concesiones en provecho de los campesinos, se pasó definitivamente al bando
de aquéllos e invitaba a tratar a los campesinos como a “perros rabiosos”.

El aplastamiento de la rebelión tuvo enormes consecuencias para la historia ulterior de


Alemania. Resultaron vencedoras las clases más reaccionarias de la sociedad alemana:
príncipes, nobles, patricios de las ciudades. La situación de los campesinos se hizo más
pesada que antes. La victoria de los señores debilitó la idea de una Alemania unida, la
convirtió en un conjunto de pequeños Estados, aceleró su decadencia económica que
había comenzado con el descubrimiento de América y el desplazamiento de las rutas
comerciales hacia el Oeste. Al mismo tiempo que los otros Estados se consolidaban en
grandes y poderosos reinos, Alemania se debilitaba cada vez más y se convertía en
botín propicio para sus fuertes vecinos.

El último eco de la guerra campesina fue la revuelta de los artesanos y los pobres de
Munster, ciudad de Westfalia, en los años 1534 y 1535. En esta ciudad los insurrectos
anabaptistas, expulsaron a los obispos, se adueñaron del poder, y establecieron una
comuna a la que afluyeron numerosos anabaptistas de los Países Bajos. A la cabeza
del gobierno comunal se colocó el sastre Juan von Leyden. Cuando las tropas del
obispo y de los príncipes sitiaron la ciudad, Leyden organizó la defensa. Hizo que todos
renunciaran al oro y la plata y lo aportaran a un tesoro común, todas las posesiones de
los ciudadanos fueron repartidas igualitariamente. Se organizó la alimentación gratuita
de la comunidad. Todos los habitantes tenían que trabajar para suplir las necesidades
comunes.
Pero la propiedad privada de casas, tierras e instrumentos se mantuvo. Durante
dieciséis meses la ciudad opuso una resistencia heroica. Finalmente Munster fue
asolada, y los jefes, entre ellos, Leyden, fueron torturados y ajusticiados.

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LA REFORMA DE LOS PRINCIPES

El aplastamiento de la rebelión campesina fue aprovechado en primer


término, por los príncipes, quienes practicaron la Reforma a su modo.
Las tierras del clero comenzaron a pasar a sus manos. Algunos dignatarios de
la Iglesia abandonaron sus cargos clericales y se declararon señores de sus
anteriores principados eclesiásticos.

Así actuó, por ejemplo, el gran maestro de la Orden Teutónica, quien adoptó el título
de duque de Prusia en 1525. Pero algunos príncipes estaban atemorizados por la
tremenda rebelión de los campesinos, atribuyéndola a la influencia de la Reforma, y
decidieron conservar la antigua religión. La Iglesia católica deseando fortalecer esta
decisión, permitió que usurparan parte de sus propias riquezas. De esta manera, la
Reforma hizo más poderosos aún a aquellos príncipes que se mantuvieron en el
catolicismo.

Los partidarios de la Reforma comenzaron a ser llamados “protestantes”.


Entre los años 1530 y 1540, el protestantismo hizo muchos progresos,
Carlos V, tan ocupado en la guerra con los franceses y los turcos, que casi
no paraba en Alemania, comenzó a temer que la mayoría de los electores
pasase al bando de los reformistas y la corona imperial se perdiera para la
católica dinastía de los Habsburgo.

Entonces se apresuró a firmar la paz con el rey de Francia, Francisco I,


marchó a Alemania, y derrotó a los príncipes protestantes.

Todos los príncipes alemanes, conmovidos, se dieron cuenta que perderían su poder, y
se levantaron contra el emperador, no sólo los protestantes sino también algunos
príncipes católicos; Carlos fue derrotado, y por poco escapó de ser tomado prisionero.
Cansado de las incesantes guerras y desastres, resolvió renunciar al trono. Entregó la
corona de Alemania a su hermano Fernando I, quien firmó la paz con los príncipes en
Augsburgo, en 1555. De acuerdo al tratado conocido como: La paz religiosa de
Augsburgo, al catolicismo y al protestantismo se les reconoció igualdad de derechos,
pero la facultad de fijar la religión de los súbditos fue otorgada sólo a los príncipes. Se
decía: “La religión es la del señor del país”.

El aplastamiento de la rebelión campesina fue aprovechado en primer


término, por los príncipes, quienes practicaron la Reforma a su modo.
Las tierras del clero comenzaron a pasar a sus manos. Algunos dignatarios de
la Iglesia abandonaron sus cargos clericales y se declararon señores de sus
anteriores principados eclesiásticos.

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LA IGLESIA CALVINISTA

El movimiento de la Reforma se divulgó no sólo por Alemania, sino que se extendió

también por Inglaterra, los Estados septentrionales (Suecia, Dinamarca y Noruega), los Países
Bajos y Suiza. En este último país, algunos humanistas consideraban insuficientes las
reformas de Lutero. Pretendían un culto más simple, que eliminase los sacramentos, e
incluso, la misa luterana. Para ellos, los sacramentos tenían solamente valor simbólico y
negaban la presencia real de Cristo en la eucaristía.

El principal defensor de esta tesis era Huldreich Zwinglio (1484 – 1531). Este

predicador de la ciudad de Zurich, logró en 1524 que el Consejo ciudadano aprobara las
nuevas doctrinas. Junto a Zwinglio, otros importantes reformadores suizos fueron Juan
Ecolampadio (1482 – 1531), reformador en Basilea, y Martín Bucero (1491 – 1551), quien
organizó la Iglesia reformada en Estrasburgo. Pero los reformadores no lograban ponerse de
acuerdo. En 1531, en la batalla de Kappel, contra los cantones que se mantenían fieles a la
Iglesia católica, murió Zwinglio, los reformadores suizos tuvieron un nuevo director, Calvino.

En las repúblicas urbanas suizas, el poder estaba en manos de la burguesía, lo cual

contribuyó a que en ellas se diera un tipo particular de protestantismo, adaptado al modo de


vida y actividades de esta clase social, cuyo fundador fue el francés Juan Calvino (1509 –
1564), que vivió y predicó en Ginebra.

Conocedor de las posturas de Lutero y Zwinglio, Calvino enseñaba que la


vocación de cada persona, está definida de antemano por Dios, y que por
eso, el hombre, cualquiera sea su profesión, debe mostrar, por medio de los
éxitos alcanzados en su oficio, que es un elegido de Dios.

Enseñaba que el comerciante y el contratista deben, por todos los medios,


multiplicar sus riquezas, ya que éstas les son confiadas por Dios.

Calvino dio a la Iglesia una nueva organización, muy cómoda para el dominio
de la burguesía.

A diferencia de la Reforma en Alemania, Calvino exigía la subordinación de los

magistrados a los religiosos. En 1541, estableció un nuevo orden religioso para la ciudad de
Ginebra, basado en tres elementos: unidad religiosa, todos debían jurar fidelidad al
calvinismo; un gobierno eclesiástico, confiado a los “pastores” de los fieles, y el
Consistorio, encargado de la disciplina eclesiástica.

Apoderándose del gobierno del Consistorio, Calvino dicto uno serie de edictos entre los

cuales sobresalen: obligatoriedad de asistir al sermón y a la escuela, prohibición de los juegos

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de cartas y dados, de las canciones deshonestas y del teatro, etcétera. Estas medidas
provocaron la oposición de los llamados “libertinos”.

A la cabeza de cada comuna eclesiástica se colocaba el Consistorio formado por los

predicadores y por los superiores o presbíteros, (presbiterio era la asamblea de laicos y


eclesiásticos encargada del gobierno religioso) causa por la cual se llamó presbiteriana, ésta
Iglesia, en Escocia, donde, organizada por John Knox, en 1560, fue reconocida como Iglesia
del Estado. Por lo general, los presbíteros, que poseían el mayor poder, eran elegidos entre
personajes ricos e influyentes.
La Iglesia calvinista, por esta razón, cayó desde su mismo principio en manos de los
burgueses más acomodados. Para la discusión de los asuntos generales, los representantes de
las comunas eclesiásticas se reunían en sínodos.

El calvinismo se convirtió en la organización del protestantismo, y se volvió tan

intolerante como la Iglesia católica con relación a todos aquellos que no compartían
sus creencias.

Calvino introdujo en Ginebra normas rígidas: excomulgaba, como el papa, a


aquellos que no pensaban como él, encarcelaba, condenaba a los “herejes” al
destierro o la ejecución.

En 1553, ordenó arrestar al sabio español Miguel Servet, quien rechazaba la


doctrina cristiana de la “trinidad de Dios”, por ser contraria a los principios
más elementales de la lógica.

Servet fue juzgado y condenado a la hoguera por impío en 1553. Los


“libertinos”, en 1555, fueron vencidos por los calvinistas, quienes decapitaron
a sus jefes y obligaron a huir a sus partidarios.

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La Contra Reforma

LA REACCION CATOLICA

El Protestantismo causó muchos perjuicios a la Iglesia católica, que perdió el


dominio de países enteros.

La mayor parte de Alemania, Suiza, Inglaterra, los estados Escandinavos, los


Países Bajos y Escocia, se separaron de la religión romana, suprimieron el
culto católico, echaron a los sacerdotes y los monjes, se apoderaron de las
tierras de la Iglesia y de sus bienes.

Pero la Iglesia católica era fuerte aún. De su lado estaba el emperador y muchos
príncipes alemanes y las clases dominantes en estados de la importancia de España y
Francia, que veían en el catolicismo el mejor remedio para gobernar al campesinado
ignorante.

Los bienes de la Iglesia y sus ricos latifundios se hallaban, en esos países, a disposición de los
nobles, quienes generalmente ocupaban las dignidades más encumbradas y provechosas del
clero. La Iglesia romana comenzó a luchar encarnizadamente contra el protestantismo, dando
comienzo a la reacción católica o Contrarreforma.

Los principios que planteaban la necesidad de un cambio espiritual, en la disciplina y la


teología, de la Iglesia católica, son anteriores a la Reforma luterana, Pero, hasta el
siglo XVI, permanecieron en estado latente. Por lo tanto, la Contrarreforma no fue una
simple reacción de la Iglesia romana ante la Reforma, sino que también fue una
autorreforma.

La reacción de la Iglesia romana en su lucha “antiprotestante”, se caracterizó por su


belicosidad, el extraordinario uso de elementos coercitivos, como la Inquisición y el llamado
“brazo secular de los Estados”. La actitud defensiva y coercitiva que asumió la Iglesia,
marcharon juntas y es muy difícil separarlas.

Algunas órdenes eclesiásticas como: carmelitas, dominicos y franciscanos, se


opusieron fuertemente a la corrupción y la decadencia de las costumbres en
las jerarquías de la Iglesia católica, durante el siglo XVI.

La orden de los carmelitas descalzos, fundada a fines de siglo por Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz, en España, se comprometía en actividades como la
caridad, asistencia y enseñanza. Los capuchinos se atenían al rigor de las primeras
reglas franciscanas. Los teatinos, fundada por Cayetano de Thiene y Juan Pedro

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Carafa (papa Pablo IV), en 1524, los barnabitas, fundada por Antonio M. Zaccaria
en 1530, los oratorianos de Felipe Neri fundada en 1575, eran congregaciones de
clérigos que se sometían a votos especiales y reglas muy estrictas.

Los humanistas cristianos como Contarini, Morone, Pole, Sadoleto, llamados por el papa
Pablo III, en 1535, cumplieron en la renovación del Sacro Colegio Cardenalicio, un
papel importantísimo, junto con los papas Marcelo II, Pablo IV y Pío V.

La Reforma de la Iglesia católica romana, tuvo su momento culminante con la aprobación de


la Compañía de Jesús, en 1540 y el concilio de Trento (1545 – 1563).

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LOS JESUITAS

El arma principal de la reacción católica en al década del 40 del siglo XVI, fue
la Orden de los Jesuitas o Compañía de Jesús, fundada por el noble vasco
Ignacio de Loyola, nacido en 1491.

Este noble militar, herido, se vio obligado a dejar el servicio. Pero, fiel al catolicismo
decidió consagrar su vida a la lucha contra los herejes y convertirse en el “soldado de
Cristo”. Se dedicó a predicar por las calles llevando una vida miserable. En esa época
existía un grupo de místicos, los iluminados, en busca de una nueva espiritualidad, que
la Inquisición sospechaba que era una “herejía”. Pensando que Loyola pertenecía a
este grupo, el Santo Oficio le prohibió la predicación. Loyola partió para París, donde en
1534, en la iglesia de Montmartre, junto a un grupo de seguidores y amigos, hizo votos
de pobreza y castidad, además de comprometerse a convertir a los infieles.

La nueva orden se convirtió rápidamente en la más importante de todas las


organizaciones militantes con que contaba el papado en su lucha contra la Reforma. La
Orden recibió la confirmación del papa en 1540.

La de los jesuitas no se parecía a las antiguas órdenes monacales. Sus miembros no


estaban obligados a salir de la sociedad. Al contrario, debían permanecer en ella y
dirigir sus esfuerzos a conseguir la buena disposición de los personajes influyentes,
atraer hacia su bando a los soberanos y sus dignatarios, utilizar su poder para afianzar
la Iglesia católica.

La Orden estaba organizada militarmente; la virtud suprema de cada


miembro era su obediencia incondicional al superior, y la observancia de una
disciplina rígida.

A la cabeza de la Orden había un “general”, con poderes ilimitados, debajo de


él una jerarquía de autoridades intermedias. Los jesuitas se dividían en cuatro
grados, y alcanzaban el más elevado sólo unos pocos.

Al llamado de un superior debían abandonar cualquier actividad. Una de sus


actividades principales era la enseñanza, ellos mismos pretendían una gran
preparación para ser hábiles diplomáticos e imponerse.

En sus colegios estudiaban fundamentalmente los hijos de


las clases dirigentes.

Su moral, en oposición al rigorismo de los protestantes, era bastante permisiva. Como


confesores, se ganaron el nombre de “confesores de los reyes”.

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En la segunda mitad del siglo XVI, los jesuitas penetraron en los países protestantes y
consiguieron que algunos soberanos retornaran a la antigua religión y obligaran a
volver a ella a sus súbditos. En la lucha contra sus enemigos, no se detenían en nada.
Hábiles intrigantes, sabían penetrar diestramente en la corte, envolver a los personajes
influyentes en las redes de su adulonería o sus amenazas y obligarlos a actuar de
acuerdo a sus indicaciones. En el último de los casos no despreciaban el soborno, el
puñal y el veneno. Si el soberano estaba del lado del catolicismo, utilizaban su poder
en la lucha contra los “herejes”. En cambio si él mismo comenzaba a inclinarse hacia la
“herejía”, lo acusaban de tirano y su asesinato era visto como una hazaña.

Los jesuitas trataban de apoderarse de las escuelas, para educar a las nuevas
generaciones en el espíritu del catolicismo.

Su disciplina y organización comenzaron a utilizarlas en su propio


enriquecimiento, obtenían, por medio de la astucia el dinero de los ricos, se
dedicaban a la especulación y a la usura, y así llegó la Orden a poseer
enormes latifundios, manufacturas, bancos y hasta colonias propias en el
Nuevo Mundo.

Finalmente los jesuitas se enredaron tanto en sus turbias especulaciones y


sus intrigas, que atrajeron sobre ellos tal indignación que fueron expulsados
de muchos países europeos, y hasta el papa decidió clausurar la Orden
(1773).
Pero pasado cierto tiempo fue nuevamente instituida (1814).

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CONCILIO DE TRENTO

Las llamadas tesis “conciliaristas”, a las que en su comienzo adhirió Lutero,


sostenían la superioridad de la autoridad de los concilios sobre la de los
papas.
Esto hacía que a pesar de la necesidad de convocar a un concilio ecuménico
los papas no se mostraran muy decididos a hacerlo.

Por otra parte, algunos grandes personajes de los gobiernos “católicos”,


temían que en un concilio podía restringirse la autonomía que habían logrado
algunas Iglesias nacionales. Pero el emperador Carlos V, era un partidario
decidido de la convocación de un concilio para unificar la Iglesia romana.

Por fin el papa Pablo III, en 1545, decidió convocar el concilio de Trento.

Después de una serie de obstáculos, discusiones, enfrentamientos, de interrupciones y

traslados, finalmente durante el papado de Pío IV, en 1562 – 1563, se llegó a un acuerdo
sobre una serie de aspectos como: establecer que libros estaban inspirados por Dios (“canon”
de la Biblia), se decidió hacer una edición definitiva de la Biblia traducida por San Jerónimo
(la Vulgata), se acepto como fuente de Revelación la Tradición junto
a la Escritura.

Contra la idea de algunos protestantes de que sólo se alcanza la


salvación por la fe, se ratificó la necesidad de las “buenas obras” y, en
oposición a la predestinación calvinista, se ratificó el “libre albedrío”.
Además la idea de la transustanciación del pan y el vino, en el cuerpo
y la sangre de Jesucristo, en la eucaristía, fue ratificada.
Junto a esto se dispuso que los obispos debían fijar su residencia en
sus diócesis, realizar visitas de inspección y control a las parroquias
(visitas pastorales), se vetó la acumulación de beneficios, se reguló su
nombramiento junto con el de los cardenales, la organización de los
sínodos diocesanos y provincianos (los primeros anuales, los segundos
cada tres años), la concesión de parroquias y la predicación.
Varios decretos más se referían a las indulgencias, el purgatorio, el
culto a las imágenes, a los santos y sus reliquias, y se confirmó la
obligación del celibato para los sacerdotes.

Con relación a la Reforma y Contrarreforma, este concilio, el 19º de la historia


de la Iglesia católica romana, confirmó que la reconciliación era imposible.

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España en el Siglo XVI

En la segunda mitad del siglo XVI, España formaba parte del enorme Estado de Carlos
V (para los españoles Carlos I). Trató, éste monarca de convertir a España en una
monarquía ilimitada o absoluta. Para ello era necesario acabar con la insubordinación
de los grandes señores y la libertad de las ciudades españolas, y debilitar las Cortes.
Pero la política de Carlos V chocó con la resistencia de las ciudades. Ya en el principio
mismo de su reinado tuvo lugar una sublevación, provocada por las exigencias
financieras del monarca y las extorsiones de sus consejeros. Se alzaron las ciudades
con Toledo a la cabeza, formando la Sagrada Junta (es decir, la unión santa). Pero las
tropas reales infligieron una derrota decisiva al ejército de la Junta en 1521. La
sublevación fue sofocada, sus cabecillas ejecutados, las tropas dispersadas.

El golpe recibido por las ciudades trajo la decadencia de las Cortes y el triunfo del
absolutismo. Entre los diputados por las ciudades comenzaron a aparecer nobles, que
de buena gana permitían al rey crear nuevos impuestos con tal que no infringieran sus
privilegios de ser libres de cualquier gravamen. El rey comenzó a conceder a los
diputados “regalos”, es decir, comenzó a sobornarlos para que fueran obedientes a su
voluntad. Las Cortes, paulatinamente, se convirtieron en un arma sumisa de la
arbitrariedad real.

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FELIPE II Y EL COMIENZO DE LA DECADENCIA DE ESPAÑA

Después de renunciar al trono Carlos V, en 1555, su reino se dividió. Se convirtió en


emperador alemán su hermano Fernando. Le toco asimismo el dominio hereditario de
los Habsburgo, Austria.

El hijo de Carlos, Felipe II lo sucedió como rey de España (1555 – 1598). Recibió
España con las colonias americanas, las posesiones italianas y los Países Bajos. Felipe
gobernaba en sus Estados como un monarca absoluto, era un católico fanático,
convencido de la procedencia divina de su poder, y no admitía objeciones por parte de
sus súbditos. Encerrado en sí mismo y poco afable, casi no se dejaba ver fuera de su
palacio y se relacionaba con el mundo exterior por medio de una interminable
correspondencia de Cancillería.

Un apoyo importantísimo del rey era la Santa Inquisición. Los inquisidores se


transformaron en funcionarios, nombrados y destituidos por el rey. Bajo el nombre de
hereje comenzaron a englobar cualquier enemigo del absolutismo real. El que caía en
las manos de la Inquisición, rara vez salía de ella vivo: sus bienes eran confiscados, él
mismo sometido a crueles torturas y castigos que con frecuencia incluían la condena a
muerte por la hoguera. Dos tercios de sus bienes ingresaban al tesoro real; el otro
tercio, al de la Iglesia. La Inquisición arruinaba y aniquilaba a los enemigos del rey,
convirtiéndose de este modo en un arma terrible del absolutismo español.

Bajo Felipe II comenzó la decadencia económica de España, tras la cual no tardó en


llegar también su derrumbe como Estado de primera magnitud. La afluencia del oro y
la plata de las colonias no desarrollaba la industria española, sino que sumía al país en
la decadencia. La abundancia de metales preciosos trajo como consecuencia una rápida
alza de los precios en todas las mercaderías. Los precios subían en España antes y más
que en cualquier otro lugar de Europa. Los mercaderes que exportaban productos a las
colonias, comenzaron por esta razón a preferir las mercancías extranjeras más baratas.

En las colonias y en España misma progresó hasta adquirir proporciones inauditas el


contrabando de mercancía más baratas, importadas de Francia, Inglaterra y otros
países de Europa. Los raros productos españoles no hallaban mercado, y la industria
local, ya de por sí débil, fue mermando notoriamente. Hacia fines del siglo XVI, era
lastimoso el estado económico de España.

La persecución y expulsión de los moriscos, por Felipe III, completó su ruina. Los
moriscos, que vivían al sudeste de España, eran descendientes de los moros
musulmanes que se habían convertido al cristianismo; se dedicaban diligentemente a
la industria de la seda y a la agricultura. Pero la Inquisición desconfiaba de ellos y los
perseguía despiadadamente. En el año 1609, entre trescientos mil y medio millón de

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estas gentes utilísimas para España, fue expulsada y sus bienes confiscados. La
industria de la seda casi dejó de existir. De este modo, en España fue detenido por
mucho tiempo el progreso de la burguesía.

Dominaba al país la parasitaria nobleza feudal, el clero católico y los


funcionarios reales, que vivían de la explotación rapaz de las colonias, de los
países sometidos y de su propio campesinado semiarruinado.

El campesino español llevaba una existencia miserable bajo el peso de los


impuestos del gobierno y de las exacciones señoriales.

Los hidalgos, eran una multitud de nobles semi-mendigos, que despreciaban toda clase
de trabajo y consideraban sólo digno de ellos, el servicio prestado al rey en calidad de
oficiales y funcionarios. El gobierno se veía forzado a tomarlos a su servicio, creando al
efecto nuevas dignidades que multiplicaban la burocracia, procreando a funcionarios
ociosos y sobornables. La tardanza en los trámites y las coimas burocráticas se
convirtieron en un hecho corriente de la vida social española.

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LA REVOLUCION EN LOS PAISES BAJOS

El rey, la nobleza y el clero de España vivían a expensas de los campesinos


y de los países ricos que habían sometido. Más beneficios que de ningún
otro lado recibía el tesoro español del más rico de estos países: los Países
Bajos.

Los mercaderes de los Países Bajos y sus industriales comenzaron a temer


que, de continuar tal situación, quedarían tan arruinados como habían
quedado los mercaderes e industriales de España.

Este peligro aumentó particularmente después de haber ocupado el trono español


Felipe II. Este rey decidió avasallar definitivamente los Países Bajos y convertirlos en
una simple provincia de España, para percibir de ella los impuestos que se le
antojaran. Pero el rey falló en su cálculo: la burguesía holandesa y todo el pueblo se
sublevaron contra el absolutismo del rey español. Esta sublevación fue la primera
revolución burguesa en Europa coronada por el éxito; la misma liberó a los Países
Bajos del yugo de la nobleza española.

Componían los Países Bajos en el siglo XVI, diecisiete provincias, que abarcaban el
territorio de la actual Bélgica, una parte de Francia, Luxemburgo y Holanda. Estaban
situados en la desembocadura de los grandes ríos Rin, Mosa y Escala, que unían entre
sí los Países Bajos con Francia y Alemania. Una laboriosa población industrial habitaba
densamente el pequeño país.
El centro económico era la rica ciudad comercial de Amberes, en la desembocadura del
Escala, sobre la ruta que unía a los Países Bajos con Alemania y Francia por medio de
los ríos, y con Inglaterra por medio del mar. Comenzaron a enriquecerse rápidamente
después de haber descubierto los portugueses la ruta marítima a la India.

En el siglo XVI, Amberes era una de las más importantes ciudades de Europa y los
Países Bajos estaban económicamente desarrollados. Existía en ellos una burguesía rica
y fuerte por su influencia, y comenzó a desarrollarse una importante industria
capitalista, en la que trabajaban obreros asalariados junto a los artesanos que
trabajaban a destajo en las aldeas. Cada vez más fuertemente se hacía sentir la
contradicción entre la progresista burguesía holandesa y la atrasada monarquía feudal
española.

Cada una de las dieciséis provincias se gobernaba a su modo. En cada una existía su
propio Estado provincial, y las grandes ciudades tenían su propio gobierno. Para
resolver los asuntos comunes, los representantes de las diferentes provincias acudían a
los Estados Generales. A la cabeza del gobierno total estaba el Stadthalter (virrey),

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asistido por un Consejo del Estado.

Felipe II, para someter plenamente a los Países Bajos, intentó aplicar el
remedio que ya había aplicado con éxito en España: la Inquisición y la
persecución rigurosa de los “herejes”.

En los Países Bajos se había difundido la doctrina protestante, y la rica burguesía de las
ciudades se convirtió de buen grado al calvinismo, creando consistorios a la manera de
los ginebrinos. Eran sus superiores los personajes más ricos e influyentes, los
mercaderes y los contratistas, y la Iglesia, de este modo, se convertía en un arma de
señorío burgués. Entre los artesanos, los aprendices y los obreros estaba más difundido
el anabaptismo.

Para extirpar la “herejía”, Felipe II comenzó a designar españoles para las dignidades
eclesiásticas más elevadas, que preparaban la situación para introducir la Inquisición.
Los jueces eclesiásticos emprendieron viajes por el país, prendieron a todos aquellos
que no se reconocieran católicos o no acudieran a los templos católicos, comenzando
las persecuciones en masa, las ejecuciones y las hogueras. Los calvinistas y los
anabaptistas se convirtieron por esta razón en los defensores más ardientes de la
libertad nacional. Para ellos, el catolicismo significaba la Inquisición española, el
grosero militarismo español, el saqueo de los Países Bajos por la monarquía española.

Con su política fanática, Felipe II, forzó a tomar el lado de la revolución hasta a los
nobles holandeses, que habían estado prontos a servir al rey y a la religión católica. El
rey apartó de sí a la nobleza holandesa excluyéndola de la administración, y a la
nobleza de menor cuantía porque cesó de admitirla en su ejército como oficialidad. Y
hasta el propio clero católico de los Países Bajos se alarmó, temeroso que el
nombramiento de los nuevos obispos españoles y la concesión de las ganancias
provenientes de los conventos holandeses, privase al clero local de sus entradas,
enriqueciendo a los españoles.

La aristocracia descontenta envió a Madrid, una embajada encargada de convencerlo


que la introducción de la Inquisición en los Países Bajos podía desencadenar un motín
general. No consiguió ningún resultado.

A fines de 1565 se formó una organización secreta que juró defender al país de la
Inquisición, y expulsar a los españoles. Este año es considerado como el punto de
partida de la revolución en los Países Bajos.

El alzamiento de los nobles tuvo eco en todo el país.


En otoño de 1566, en las grandes ciudades industriales se desarrolló un
amplio movimiento popular, dirigido contra el catolicismo y el dominio
español.

Las multitudes, excitadas por los predicadores calvinistas, irrumpían en las

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iglesias, destruían sus adornos, y rompían las imágenes sagradas.

El movimiento de las clases bajas atemorizó a los nobles holandeses. Los españoles
aprovecharon este miedo de la nobleza ante el levantamiento popular, y atrajeron
hacia su bando una parte de ella, y conjuntamente aplastaron el movimiento popular.

Felipe II decidió acabar con la insurrección de un solo golpe, y en 1567, envió a los
Países Bajos al duque de Alba, que los consideraba como una colonia y estaba pronto a
tratar a sus habitantes como se trataba a los indios en América. Inmediatamente
después de su llegada, el duque de Alba instituyó un Consejo sobre el asunto de los
motines, es decir, un tribunal extraordinario para los asuntos de las “herejías” y la alta
traición, apodado por su crueldad el “Consejo sangriento”. El número de las víctimas
de este tribunal, durante la permanencia del duque de Alba en el poder, algunos
historiadores sostienen que excedió las 8.000 personas.

El terror llevado por el duque de Alba a los Países Bajos, tenía como finalidad, no
solamente la extirpación de la “herejía”, sino además el saqueo directo de la nobleza
holandesa y de su burguesía, para volver a llenar el tesoro español y pagar el salario a
las tropas españolas y sus funcionarios.

Comenzó la huida en masa al extranjero. Salvándose del terror, escapó a Alemania uno
de los terratenientes más grandes e influyentes, Guillermo de Orange, que estaba a
la cabeza de la nobleza holandesa descontenta de la dominación española. Los más
pobres, llevados a la desesperación, organizaron pequeños destacamentos y,
escondiéndose en los bosques, atacaba a los españoles. Estos güsen (andrajosos)
silvestres, fueron pronto aniquilados por las tropas del duque de Alba.

Alba introdujo en los Países Bajos el sistema de impuestos llamado alcabalas. Quería
que cada habitante pagase, al vender su mercadería, el diez por ciento en forma de
impuesto. Este impuesto era una verdadera ruina para el país. La huida al extranjero
se hizo mayor, el comercio y la industria fueron languideciendo, comenzó la
desocupación y el hambre. Al Norte, mucha gente trabajadora servía como marineros
en la gran flota mercante de Holanda y de Zelandia. Cuando el comercio cesó, se
apoderaron de las naves y comenzaron la guerra marítima contra España, atacando a
sus naves. Estos llamados güsen marinos, en 1572, se apoderaron de la ciudad de Bril,
sobre una de las islas de Zelandia.

Bril se convirtió en la base de la sublevación del Norte, la cual abarcó las provincias de
Holanda y Zelandia. Aquí acudían todos aquellos decididos a enfrenar a los españoles.
Guillermo de Orange, fue reconocido como el Stadthalter, equipó destacamentos de
tropas mercenarias, para luchar contra los españoles.

Entre tanto el duque de Alba se encontraba en una difícil situación. La manutención del

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ejército era muy cara, las riquezas confiscadas habían sido totalmente gastadas y,
mientras tanto, la resistencia en el país crecía día a día. El sitio de Harlem, que se
prolongó durante ocho meses, le costó al duque de Alba doce mil hombres, entre
muertos y heridos.

Dos veces los españoles sitiaron la estratégica ciudad de Leyden. En ella comenzaron a
escasear los alimentos; los Estados de Holanda dieron orden de romper los diques y
abrir las esclusas que defendían al país de las inundaciones. La flota de los
“andrajosos” trajo productos alimenticios a los sitiados, y las tropas españolas se
vieron forzadas a replegarse huyendo de la inundación. Irritado por el desastre Felipe
II, retiró en 1573, al duque de Alba de los Países Bajos.

Los virreyes sucesores del duque de Alba indicaron al rey la necesidad de hacer
concesiones, pero Felipe II se mantuvo en su trance y poco faltó para que perdiera
todo el país. El tesoro estaba exhausto, las tropas dejaron de percibir su estipendio, y
los soldados españoles comenzaron a saquear. En el año 1576, fue atacada la opulenta
ciudad de Amberes, degollaron a gran parte de sus habitantes y la devastaron de tal
modo que nunca más volvió a reponerse del golpe.

La violencia y los saqueos de los soldados españoles, provocaron la unión de


las provincias meridionales con las septentrionales.

En 1576, en Genta, se produjo la alianza de todos los Países Bajos. En los


acuerdos que se suscribieron, se exigía la abolición de los edictos contra los
herejes, el derecho de las provincias septentrionales a conservar el
protestantismo, la amnistía general para todos los insurrectos, el alejamiento
de las tropas españolas de los Países Bajos, la convocatoria regular de los
Estados Generales.

Esta alianza fue boicoteada por el clero católico de las provincias


septentrionales, y los nobles que temían que con la difusión del calvinismo
pudieran perder sus tierras y sus privilegios.

Al mismo tiempo, y desde el año 1577, en las ciudades meridionales de los Países
Bajos comenzó un movimiento democrático: en Bruselas, Genta, Arras y otras, donde
los artesanos y los obreros se adueñaron del poder, y exigieron a la rica burguesía
impuestos elevados para solventar la guerra y otras necesidades. Atemorizada por el
movimiento popular, la burguesía se unió con el alto clero y la nobleza. Las milicias
hidalgas comenzaron a expulsar a los comités democráticos y restaurar en las ciudades
el poder de los nobles y mercaderes. El clero, la nobleza y la burguesía de las
provincias meridionales mostraron su buena disposición de someterse al rey de España,
con tal de librarse del riego de una sublevación popular.

En respuesta a esto, en el año 1579, siete provincias septentrionales sellaron una


alianza, luego de firmar la unión de Utrecht. Se prometieron “unirse para siempre”, y

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luchar todos juntos contra los españoles. Poco tiempo después declararon que Felipe II
quedaba destituido. La opulenta burguesía del Norte nada tenía en contra de que otro
rey figurase a la cabeza del nuevo Estado, y creía que el candidato más apropiado era
Guillermo de Orange. Pero en 1584, Guillermo apareció asesinado. A la cabeza del
gobierno fue colocado el Consejo Nacional, compuesto por los representantes de los
ricos burgueses y la nobleza.

El nuevo Estado, denominado Provincias Unidas, o simplemente República Holandesa,


por el nombre de la más poblada y rica de las provincias que formaban la unión. La
República tuvo que luchar contra España durante mucho tiempo todavía para conseguir
su independencia.

En 1581, España se anexó Portugal con todas sus colonias. Fueron a parar a manos del
rey de España no sólo las posesiones americanas, sino también las que tenía Portugal
en la India.

Inglaterra, inquieta por el poderío español, comenzó a ayudar abiertamente a las


Provincia Unidas. Felipe II, decidió arruinar a su principal enemigo, que saqueaba sus
colonias y sus naves. Con el objeto de atacar a Inglaterra, en Cádiz fue equipada una
enorme flota, conocida como la “Armada Invencible”. Estaba formada por ciento
treinta grandes buques, torpe y pesadamente armada, y por treinta naves de
transporte. Pero una tempestad destruyó la flota española, parte de la cual había sido
aniquilada por las naves inglesas: sólo restos insignificantes de la “Armada Invencible”,
regresaron a España. Felipe II fue obligado a renunciar a sus orgullosos designios.

En el año 1609, entre España y las Provincias Unidas fue firmado un acuerdo
de armisticio, por el cual España reconoció la independencia del nuevo Estado.

Así terminó la revolución en los Países Bajos, la primera revolución burguesa


en Europa coronada con el éxito.
Acabó con la derrota del absolutismo de España y con la victoria de la
burguesía holandesa.

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Inglaterra en el Siglo XVI

EL COMIENZO DEL DESARROLLO CAPITALISTA EN INGLATERRA

En el siglo XVI, Inglaterra era un pequeño Estado con una población de cerca de tres
millones de habitantes. Por el número de sus habitantes era tres veces menor que
España y cinco veces menor que Francia. Pero precisamente este siglo señaló el
comienzo del incremento de la economía inglesa, gracias al cual, tres siglos después,
Inglaterra se convirtió en la fábrica del mundo y en la monarquía colonial más
poderosa.

Desde tiempo atrás, en Inglaterra florecía la ganadería ovina, y la lana inglesa era
exportada en gran cantidad, principalmente a Flandes. Desde el siglo XIV, la industria
de los paños comenzó a desarrollarse en Inglaterra. Los ingleses dejaron de exportar
su lana y comenzaron a trabajar la ellos mismos.
Producían paños no solamente los gremios de maestros artesanos de las ciudades; esta
industria se difundió por las aldeas, y los artesanos del lugar se ocupaban
simultáneamente de las faenas agrícolas y del hilado o tejido. Y puesto que en la
mayoría de los casos era gente pobre, tanto la lana, como los telares, eran facilitados
por los acaparadores de paños, quienes exigían que todo el producto fabricado por el
artesano les fuera vendido a ellos. Desde el siglo XVI, acaparadores de esta clase
comenzaron a organizar personalmente talleres, en los cuales hacían trabajar a una
parte de los artesanos dependientes de ellos para vigilar mejor la marcha del trabajo.
De este modo surgieron numerosas manufacturas de paños y comenzó a tener difusión
el método capitalista de la producción.

Estos cambios en la industria inglesa se tradujeron en consecuencias de importante


gravitación tanto para la economía como para la sociedad.
La floreciente industria capitalista comenzó a trabajar para la exportación; por eso,
necesitaba más lana y mayor cantidad de mano de obra que la antigua “industria”
gremial que trabajaba para el limitado mercado local. La cría de ovejas se convirtió en
un negocio muy lucrativo, y para los grandes rebaños hacía falta mucha tierra, pero la
mayor parte de los campos buenos para el pastoreo estaban ocupados por las
pequeñas haciendas campesinas. Los grandes lores-terratenientes comenzaron
entonces a despojar as los campesinos de sus haciendas.

Los campesinos expulsados de su propia tierra, que habían perdido todos sus bienes y
sus medios de vida, se veían forzados a emplearse y trabajar para los capitalistas. La
expulsión de los campesinos de la tierra resultaba ventajosa tanto para los lores que
obtenían campos para pastoreo, como para los capitalistas que obtenían mano de obra

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barata. Se despoblaron aldeas enteras, y los campesinos eran arrojados en masa de


sus heredades. Entre los campesinos, había grupos más acomodados a quienes
también convenían las usurpaciones de tierra practicadas por los lores. Estos,
arrendaban las tierras a los grandes terratenientes, dedicándose también ellos a la cría
de ovejas, o bien organizando grandes economías agrarias donde sembraban trigo,
cultivando la tierra por medio de peones de campo que percibían un salario miserable.
Tanto los grandes lores, como los farmer (arrendatarios), eran también capitalistas,
puesto que utilizaban el trabajo de los obreros asalariados.

La tierra usurpada era cercada por los lores y los farmer y de este modo quedaba
separada de la tierra campesina. Los campesinos y trabajadores de Inglaterra se
enfrentaron con una dura situación, y carecían de fuerzas para luchar contra los
“cercados”, contra los nobles y los burgueses. Muchos de ellos, arrojados de sus
tierras, no podían encontrar trabajo.

Por los caminos de Inglaterra vagaban multitudes de mendigos y desocupados. La


despoblación de la aldea y la cantidad de mendigos se hizo tan grande que comenzó a
inquietar al propio gobierno Ingles, el cual temía asimismo que con la ruina del
campesinado nadie pagase las contribuciones, ni diera soldados al ejército. Se dictaron
leyes con el fin de detener los cercados, pero como la clase dominante, la nobleza,
estaba interesada en los cercados, las tentativas del gobierno no dieron resultados.
Pero en cambio, nadie impedía al gobierno descargar su peso sobre los desdichados
privados de medios de subsistencia.

El gobierno calificó a los desocupados de vagabundo que intencionalmente se


alejaban del trabajo, y comenzó a dictar crueles leyes contra ellos.

Los vagabundos eran condenados al castigo del látigo, a su venta como


esclavos y hasta la pena de muerte.

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LA INSURRECCIÓN DE ROBERT KATE

Los campesinos procuraron resistir los cercados, en diferentes lugares comenzaron las
insurrecciones, en particular en el Este, que era donde más cercados había.

La insurrección más importante fue la que estalló en el condado de Norfolk, en 1549, bajo el
mando de Robert Kate. Los campesinos exigían que fueran quitados los cercos, devueltas las
tierras comunales, prohibida la cría de grandes rebaños de ganado vacuno y ovino.

Los insurrectos se adueñaron de Norwick, la ciudad más importante del condado, ante lo cual,
el gobierno envió contra ellos un gran destacamento de tropas mercenarias. Kate fue
derrotado, más de tres mil campesinos degollados, una cantidad aún mayor de apresados. El
propio Kate fue ahorcado en la plaza de Norwick.

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EL ABSOLUTISMO DE LOS TUDOR. LA REFORMA INGLESA

Los nobles y la burguesía, en Inglaterra, necesitaban un gobierno fuerte que les


permitiese explotar tranquilamente a los campesinos y obreros, y que defendiese el
comercio inglés de rivales como España, Francia y los Países Bajos. Eran adversarios
peligrosos del máximo poder real los grandes señores feudales, pero la mayoría de
ellos habían perecido durante la guerra de las Dos Rosas. De esta manera, la nueva
dinastía de los Tudor (1485 – 1603), con el apoyo total del Parlamente, obtuvo un
poder casi absoluto. Por tal motivo la época de los Tudor se conoce como el período del
absolutismo inglés.

El primer rey de la dinastía Tudor, Enrique VII, (1485 – 1509), logró


solidificar la monarquía y preparó a Inglaterra para el absolutismo, utilizando
la diplomacia y su habilidad de intrigante. Con él, el país vivió un período de
paz y de crecimiento económico.

Lana, industria, textil y metalúrgica, pesca, comercio, le permitieron ubicarse


entre los países más desarrollados del mundo. Paralelamente, se producía una
profunda transformación en la sociedad, nuevos grupos sociales, de distintas
procedencias entre los cuales se mezclaba la nobleza, dieron lugar a la
gentry, burgueses, terratenientes y nobles.
De ellos se iban separando, los yoemen, medianos y pequeños propietarios,
listos para satisfacer las demandas del mercado y atentos a las novedades
técnicas.

Por otra parte, tanto unos como otros, podían cumplir funciones públicas en las
administraciones locales. Relacionados con la monarquía, por interés y prestigio, como
la situación económica era buena, no pusieron trabas al absolutismo, siempre y cuando
no se sobrepasaran ciertos límites.

El consejo privado de Enrique VII, crecía en autoridad en la medida en que el


Parlamento la iba perdiendo, pero nunca renunció completamente a sus prerrogativas
como, la facultad de acusar a los ministros y aprobar o rechazar impuestos nuevos.

Enrique VIII (1509 – 1547), fue un rey violento, orgulloso y ávido de gloria.

Ejerció su mando con un gran despotismo, y en forma caprichosa.


Sus consejeros preferidos fueron Thomas More (Moro) y Thomas
Cromwell, quienes terminaron ajusticiados: Moro por oponerse a la ruptura
de relaciones con la Santa Sede, y Cromwell por ser sospechoso de intrigar
contra el rey.

Enrique VIII, repudió, de sus seis esposas, a Catalina de Aragón y Ana de

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Cléves, decapitó a otras dos: Ana Bolena y Catalina Howard. Como el papa
Clemente VII, se negó a disolver el matrimonio con Catalina de Aragón, el
rey decidió romper con la Iglesia católica.

La nueva Iglesia era un término medio entre el protestantismo y el catolicismo. Igual


que en la Iglesia luterana, su jefe era el soberano, pero en cambio, la Iglesia anglicana
conservó el culto solemne, los obispos y sacerdotes, como los católicos. Las órdenes
monacales fueron abolidas, y confiscados los bienes y las tierras de los monasterios y,
puesto que el rey necesitaba dinero, vendió esas tierras.

En Inglaterra había una especulación inaudita con las tierras, y una parte considerable
de ellas cayó en manos de los mercaderes e industriales, quienes luego de adquirir las
tierras se convertían en nobles; expulsaban a los campesinos de sus predios o los
explotaban de la manera más despiadada, como sus señores anteriores. Pero las tierras
de las iglesias y de los obispos no fueron confiscadas, la Iglesia anglicana siguió siendo
un gran terrateniente; como antes, percibía el diezmo de los creyentes, igual que la
Iglesia católica.
La Iglesia anglicana se convirtió en la Iglesia del Estado inglés. Todos los ingleses
estaban obligados a pertenecer a esta religión, bajo la pena de verse perseguidos como
criminales de lesa majestad.

Sin embargo, la Iglesia anglicana no satisfacía plenamente a la burguesía y a la nueva


nobleza. La burguesía quería un culto más sencillo, más barato, con menos feriados y
más jornadas de trabajo, y aspiraba a purificar a la Iglesia de los restos del
catolicismo. Los partidarios de tales propósitos comenzaron a ser llamados puritanos
(del latín purus, es decir, limpios).

Los puritanos preferían los reglamentos de la Iglesia calvinista, pero entre el pueblo
tuvieron mayor difusión otras doctrinas religiosas, las que se manifestaban contra
cualquier clase de Iglesia del Estado y querían la independencia absoluta de las
comunidades religiosas, cuyos partidarios fueron llamados independientes.

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EL COMERCIO Y LA POLITICA EXTERIOR

El desarrollo del comercio y la industria colocó frente a nuevos problemas a la política exterior
de Inglaterra. El país se encontró frente a un rival importante en el mar: la soberanía
española.

Durante el reinado de los Tudor, las relaciones con España fueron uno de los puntos más
importantes de la política exterior inglesa. Los círculos feudales del país buscaban el apoyo de
la España feudal, trataban de acercar a los dos países. Los círculos comerciales e industriales,
y la nueva nobleza, insistían en cambio en una lucha decisiva contra España, alimentando un
gran odio hacia los católicos españoles.

Los grandes señores, al morir Enrique VIII, lograron arreglar el casamiento de su hija María,
que subió al trono en 1553, con el heredero del trono español, el futuro rey Felipe II. María
Tudor, volvió a implantar el catolicismo en Inglaterra; persiguió de modo feroz a los
“herejes”, los hacía condenar a la hoguera con tanta crueldad, que la apodaron “la
Sangrienta”.

Pero los éxitos económicos de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVI reforzaron la
situación de la burguesía y la nueva nobleza, permitiéndoles triunfar sobre los
señores feudales.

Durante el reinado de Isabel II (1558 – 1603), el gobierno inglés tomó


decididamente el camino de la protección al comercio y la industria del país y
de la lucha frontal contra España y los católicos.
En este período se comenzó a liquidar despiadadamente a los católicos.

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LAS COMPAÑIAS COMERCIALES

Durante el gobierno de Isabel II, se estimuló con diversas medidas el comercio y la industria.
Favorecía a las compañías comerciales y les acordaba derechos al monopolio con diferentes
países.

Así fueron creadas las compañías Turca, Levantina y Africana.

Todavía en 1552, desde Inglaterra salieron tres naves en busca de un camino a la India a
través de los mares septentrionales. Dos de las naves naufragaron entre los hielos; la tercera,
bajo el mando de Chansler, alcanzó a llegar a la desembocadura del río Duina del Norte, en
Rusia. Desde allí Chansler llegó a Moscú, y obtuvo el permiso del zar Iván el Terrible para
comerciar con el Estado de Rusia.

En 1554 fue fundada en Inglaterra la Compañía Moscovita, para comerciar con Moscú, Persia
y los países septentrionales.

Pero la más importante y rica de esta clase de empresas fue la famosa compañía Ost-India.
Fundada en 1600, que obtuvo el monopolio del comercio con todos los países al este del cabo
de Buena Esperanza.

Un exponente de la ampliación del comercio y la industria de Inglaterra fue la fundación de la


Bolsa de Londres, construida por el banquero Gresham. La reina Isabel II, presente en la
inauguración, elevó a Gresham a la dignidad de caballero del reino.

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LA POLITICA EXTERIOR

A medida que aumentaba el éxito del comercio inglés, más inevitable se hacía el choque con
España.

Las naves militares y mercantes inglesas saqueaban el litoral de España, atacaban a las
naves españolas, devastaban las costas de las colonias hispanas en América.

En Inglaterra existían compañías que se ocupaban especialmente de equipar a los corsarios,


con quienes se repartían el botín.

La misma reina participaba secretamente en estas compañías, y ayudaba abiertamente a los


Países Bajos sublevados contra los españoles. Felipe II, por medio de su embajador y espía
en Inglaterra, ayudaba a su vez a los conspiradores contra la reina.

En 1588, Felipe II equipó la llamada “Armada Invencible”, para la conquista de Inglaterra,


pero la derrota española fue un golpe tremendo que permitió que, desde entonces, Inglaterra
se transformara en la gran potencia marítima.

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Francia en la Primera Mitad Del Siglo XVI

LA SITUACION ECONOMICA DE FRANCIA

A fines del siglo XV, se llevó a cabo la unificación de Francia, con una extensión

territorial un poco menor que la actual y con alrededor de quince millones de habitantes. Por
el número de habitantes, era el Estado más grande de Europa.

En el siglo XVI, se desarrolló la industria y el comercio, crecía la producción de tejidos

de lino, lana y seda, como asimismo de encajes, alfombras, tapices, vidrio y porcelana. Desde
fines del siglo XV, tomó incremento la imprenta, particularmente en Lyon y París.

Paralelamente con los oficios gremiales, iban apareciendo los productores individuales

de aldea, dependientes de mayoristas monopolistas. En algunas partes comenzaron a surgir


las manufacturas. Sin embargo, el desarrollo de la industria y del comercio se producía en
Francia más lentamente que en Inglaterra. Fundamentalmente Francia seguía siendo un país
agrícola, más de las nueve décimas partes de su población vivía en
las aldeas.

En el siglo XVI, la mayoría de los campesinos franceses eran personalmente libres y

podían trabajar donde mejor les pareciese. Pero, si bien en los siglos anteriores compraron su
libertad no podían comprar su tierra. Continuaban pagando a los señores por su usufructo,
debían cumplir en sus haciendas las jornadas de trabajo obligatorio y una serie más de
cargas, debían apelar a los juzgados señoriales. A ello, se sumaban los impuestos del Estado,
que crecían incesantemente. La situación del campesino francés era extremadamente dura.

La nobleza seguía siendo la clase dominante, que reclamaba un fuerte poder real, para

proteger su situación de predominio y aplastar las insurrecciones campesinas. También la


burguesía reclamaba un fuerte poder real, para mantener en estado de sumisión a los
trabajadores y los productores individuales y para defender los intereses comerciales de los
mercaderes franceses. Así fue estructurándose, poco a poco, en Francia, la monarquía
ilimitada o absoluta.

El rey Francisco I (1515 – 1547) no convocó ni una vez a los Estados Generales. Sobre

sus edictos escribía: “Tal es mi buena voluntad”, y consideraba que ello era suficiente para la
sanción de una nueva ley.

Como la monarquía absoluta necesitaba numerosos funcionarios, el gobierno comenzó a


vender los cargos administrativos. Eran sus compradores, sobre todo, los burgueses, que

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cambiaban de buena gana su situación de mercaderes e industriales por la carrera de


funcionario.

A medida que se afianzaba el poder real, aumentaban los impuestos, y el gobierno

comenzó a arrendarlos. Los arrendatarios eran ricos burgueses; también eran ellos quienes, a
menudo, daban al gobierno dinero en préstamo, cobrando por la operación grandes intereses.
De tal manera, la burguesía francesa, a diferencia de la emprendedora burguesía inglesa, era
rentista, prefería ocuparse de la compra de cargos administrativos, del arrendamiento y la
usura, antes que del comercio y la industria.

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LAS EXPEDICIONES ITALIANAS

Los nobles franceses no se dedicaban ni a la cría del ganado ovino, ni a la agricultura, como
los ingleses, y vivían sólo con lo que obtenían de sus campesinos.

Muchas importantes familias feudales perecieron en la guerra y las sediciones del siglo XV, y
los reyes trataban paulatinamente de convertir a los restantes en cortesanos.

La “nobleza cortesana”, recibía del rey sueldo (pensiones), regalos, y llevaba una vida de lujo
y ocio en la corte real en París. Los nobles menos ricos vivían en el campo, “nobleza de
campo”, pero consideraban el trabajo personal degradante y trataban de ingresar en el
ejército real en calidad de oficiales. La guerra era considerada por ellos como la única
ocupación digna de su honor, allí podían distinguirse, recibir un alto grado y enriquecerse con
el saqueo. Por eso la monarquía francesa constituía un Estado muy agresivo.

Apenas Francia puso término a su unificación durante el reinado de Luis XI,


los monarcas franceses emprendieron grandes expediciones de conquista,
para proporcionar ocupación y lucro a la belicosa nobleza francesa.

En el sur de su territorio, sobre la rica, pero desunida y débil Italia, descargó el primer golpe
la unificada Francia, continuando la guerra iniciado por los predecesores de Francisco I.

Al principio sus expediciones fueron exitosas, pero luego chocó con un poderoso rival: Carlos
V de Habsburgo, emperador de Germania, y rey de España como Carlos I.
En 1525, en la batalla de Pavía, Francisco I fue completamente derrotado por las tropas del
emperador y hecho prisionero.

Los franceses perdieron cuanto habían conquistado en Italia septentrional. No tuvieron éxito
tampoco las guerras ulteriores de Francisco I contra Carlos V; más de una vez, las tropas del
emperador irrumpieron por los confines de Francia y en dos ocasiones llegaron a las puertas
de Paría. El rey francés buscaba aliados por doquier: trabó relaciones con el sultán turco,
apoyó contra Carlos V a los príncipes protestantes de Germania.

La guerra continuó bajo el sucesor de Francisco I, su hijo Enrique II. En 1599,


después de sesenta años de incesantes guerras, en Cateau-Cambréss se
firmó la paz.
Ambos bandos se devolvieron las conquistas realizadas, pero los franceses
perdieron Italia para siempre.

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EL PROTESTANTISMO FRANCES

El protestantismo comenzó a introducirse en Francia desde la segunda década del siglo XVI.
Francisco I, amigo de los príncipes protestantes alemanes en su lucha con Carlos V, toleró la
difusión del protestantismo en su país.

Pero, en 1534, los “herejes” se mostraron tan atrevidos que pegaron por
todas partes, hasta en el propio palacio real, proclamas conteniendo un
llamamiento a aniquilar la “idolatría católica”.

El rey vio en ello un perjuicio para su poder y comenzó a perseguir


a los protestantes.

Enrique II, acrecentó las persecuciones, siendo creada la llamada “Cámara del
fuego”, donde se quemaba en hogueras, diligentemente, a los “herejes”.

Pese a las severas medidas que se tomaron, el número de protestantes seguía en aumento.
Desde fines de la cuarta década del siglo XVI, comenzó a difundirse el calvinismo, que tuvo
acogida en el ambiente burgués y el de los artesanos y obreros. Pero bajo Enrique II,
comenzó a difundirse rápidamente también entre la nobleza, particularmente en el sur de
Francia.

Enrique II, déspota autoritario y grosero, trataba a la nobleza con rigor, y ésta sintió por
primera vez la pesada mano del monarca absoluto. Los resultados de la Reforma en Alemania
– el enriquecimiento y aumento del poderío de los príncipes germanos - era un ejemplo
tentador.

Los grandes señores del sur de Francia, no habían olvidado su anterior independencia,
deseaban convertirse en soberanos tan independientes como lo eran los príncipes alemanes.

El número de nobles de menor cuantía que se iban arruinando y empobreciendo, miraba con
envidia la riqueza de la Iglesia católica y nada objetaban a la usurpación y reparto de los
bienes de la misma. Comenzaron a convertirse al calvinismo, que no sólo exigía la
confiscación de la tierra de la Iglesia católica, sino que les otorgaba una organización ya lista
y unía sus filas para luchar contra el absolutismo real.
Los calvinistas de Francia comenzaron a llamarse Hugonotes (Termino de origen incierto).

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LAS GUERRAS RELIGIOSAS EN FRANCIA

El trono de Francia después de la muerte de Enrique II, fue ocupado sucesivamente por
sus débiles e incapaces hijos. La autoridad del poder real comenzó a decaer. Durante el
reinado del hijo mayor Francisco II, se adueñaron del poder los duques de Guisa,
propietarios de enormes riquezas en tierras, particularmente de señorías eclesiásticas,
y por esta razón, se convirtieron en diligentes defensores del catolicismo.

El despotismo de los Guisa y su despiadada persecución de los protestantes provocaron


la irritación de la nobleza hugonote. El partido de los hugonotes estaba encabezado por
los Borbones, los parientes más cercanos a la dinastía real de los Valois. El mayor de
los Borbones era el rey de Navarra, pequeño reino ubicado en los montes Pirineos, en
la frontera hispana - francesa.

Después de la muerte de Francisco II, subió al trono el segundo hijo de Enrique,


Carlos IX, de diez años de edad. Era regente su madre, la astuta e intrigante
Catalina de Médicis, que al comienzo temió perseguir a los hugonotes, pues estos se
habían hecho muy fuertes y podían representar un peligro. Quiso maniobrar entre
católicos y hugonotes, entre los Guisa y los Borbones.

Pero pronto, entre los católicos y los hugonotes se sucedieron hechos sangrientos. En
1562, al pasar el duque de Guisa con su cortejo por la población de Vassy, atacó a los
hugonotes reunidos para una ceremonia religiosa. Los “asesinatos de Vassy”, desataron
una guerra abierta entre los dos bandos. En el transcurso de treinta años hubo diez
guerras, con triunfos alternativos para unos y otros. Pero tanto la nobleza hugonote
como la católica aprovecharon esta prolongada contienda para saquear a los
campesinos y a los ciudadanos.

Inglaterra y los príncipes alemanes protestantes ayudaban a los hugonotes. Los


católicos estaban apoyados por España. Los Guisa estaba aliados con Felipe II de
España y continuamente recibieron ayuda monetaria de él.

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LA NOCHE DE SAN BARTOLOME

Los católicos decidieron acabar con los hugonotes de un solo golpe. En 1572, en
ocasión del casamiento del jefe de los hugonotes, Enrique de Navarra, y de la
hermana del rey, Margarita, se reunieron en París muchos nobles hugonotes. Los jefes
católicos decidieron degollarlos. Catalina de Médicis estaba al tanto de la conspiración,
pero decidió no obstaculizarla, en la esperanza de que durante la lucha muriesen los
jefes hugonotes y poder entonces someter a sus partidarios bajo
su poder.

En la noche del 23 al 24 de agosto, en vísperas del día de San Bartolomé,


las campanas de París tocaron a rebato. Esta fue la señal para comenzar el
exterminio de hugonotes, que fueron sorprendidos durmiendo.

El episodio se conoce como la “Noche de San Bartolomé”, pero la matanza


continuó también durante los días siguientes, extendiéndose luego a las
provincias. Algunos cálculos establecen alrededor de 30.000 muertos.

Catalina creyó que los acontecimientos de San Bartolomé atemorizarían a los


hugonotes y se someterían, pero sucedió lo contrario; los hugonotes se sublevaron
contra el rey. La nobleza y las ciudades meridionales francesas comenzaron la guerra.
El fuerte marítimo de La Rochele, principal baluarte de los protestantes del Sur, resistió
estoicamente diez asaltos del ejército real.

En 1574 murió Carlos IX, y subió al trono su hermano, el atolondrado y corrompido


Enrique III. Durante su reinado, el poder real perdió toda autoridad. Francia se dividía
en pedazos. Los gobernantes se comportaban en sus provincias como soberanos
independientes y recaudaban los impuestos en su provecho. Los señores, a su turno,
no se sometían a los gobernadores, se atacaban los unos a los otras, saqueaban y
arruinaban a los campesinos y los ciudadanos.

Los nobles y las ciudades hugonotes sellaron una alianza y crearon un conglomerado
semejante a una república independiente, dentro del Estado francés. Se iba
constituyendo un Estado hugonote, con su propia administración, su ejército, sus
finanzas, tribunales y religión.

Con el ejemplo de los hugonotes, comenzaron a organizarse también los católicos,


formando la Liga Católica, con el duque de Guisa a la cabeza. A Enrique III, que no
tenía descendencia, debía sucederle en el tono Enrique de Borbón (de Navarra). Pero la
Liga Católica se negó a reconocer como heredero a este jefe hugonote y presentó la

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candidatura de su propio jefe, Enrique de Guisa. Pero París tampoco confiaba de los
feudales católicos, y de ahí que, en definitiva, actuara con independencia,
constituyendo el Consejo de los Dieciséis, así llamado por el número de sus distritos.
Fue reunida y armada una milicia ciudadana, integrada por artesanos, pequeños
comerciantes y marineros.

De este modo, en Francia, además del rey Enrique III, hubo otros tres gobiernos: el de
Enrique de Borbón, al frente de los hugonotes; el de Enrique de Guisa, al frente de la
Liga Católica, y el Consejo de los Dieciséis, al frente de París.

Enrique III decidió deshacerse de sus rivales.


Al principio probó luchar contra el gobierno parisiense.
Pero cuando llamó al ejército a París, los ciudadanos se sublevaron (1588);
las calles se cubrieron de barricadas y a duras penas logró el rey huir a
caballo de la ciudad.

Entonces decidió deshacerse del duque de Guisa, quien fue asesinado por
orden del monarca, pero, con este acto, aumentó la irritación de la Liga
Católica, cuyos predicadores comenzaron a incitar al pueblo al asesinato
de Enrique III.

Rodeado de enemigos, el rey resolvió hacer las paces con Enrique de Navarra, y
combinando sus ejércitos ambos Enrique marcharon sobre París. Cuando, en 1589, la
capital se preparaba para el ataque, el rey fue asesinado por el monje Jacques
Clément, y la situación sufrió un brusco cambio. Cesó de ocupar el trono francés la
dinastía Valois; y aquel pasó al jefe de los hugonotes Enrique IV de Borbón, quien
inauguró la dinastía de los Borbones.

El nuevo rey tenía que conquistar todavía su Estado. El país estaba agotado por la larga
sedición civil, y se manifestaban notorias inquietudes entre los campesinos y los
pobres de las ciudades. Esto constituía un peligro tan terrible para las clases
privilegiadas, que ante él se acallaron las querellas entre los Guisa y los Borbón, entre
los católicos y los protestantes.

A los grandes señores católicos los compró Enrique IV con pensiones y dignidades
provechosas. Pero no logró tomar París. Allí se atrincheraron los católicos irreductibles,
a quienes ayudaban los españoles. Entonces el rey decidió: “París bien vale una misa”,
y se convirtió al catolicismo, y la burguesía parisiense le abrió las puertas de la ciudad.

Francia se hallaba al borde de la ruina. Sus arcas estaban vacías y sus


deudas eran enormes, la industria había decaído y el comercio languidecía.
Por los caminos vagabundeaban bandas de salteadores que robaban a
campesinos, ciudadanos y mercaderes.
llevados hasta la desesperación por la miseria y la violencia de los nobles.
Entre los años 1593 y 1595, se alzaron los campesinos, los croguants (1)
Se organizaron en destacamentos armados y atacaron a los señores y a los
odiados recaudadores de impuestos.

Sin embargo, la sublevación fue aplastada y los señores dieron cruel cuenta
de los vencidos, exterminando a una gran cantidad de ellos.

(1) El grito de guerra de los insurrectos era ¡Sur croguants! (¡Sobre los roedores!), es decir, sobre los
nobles y los recaudadores de impuestos. Por extensión, a los insurrectos se los llamó croguants.
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El Imperio Otomano en el Siglo XVI

Después de apoderarse de Constantinopla en 1453, los turcos pusieron en


marcha una vasta política conquistadora.

Sojuzgaron una serie de dominios independientes en la península Balcánica y


el Asia Menor; avasallaron el Khanato de Crimea y conjuntamente con los
tártaros devastaron las colonias genovesas allí existentes, vendiendo a sus
habitantes como esclavos.

Conquistaron Siria, Palestina y Egipto, y sometieron a Arabia y las ciudades


sagradas de los musulmanes: La Meca y Medina.
Las conquistas turcas en el este llegaron hasta los montes Cáucaso y la
Mesopotamia.

El sultán turco, adoptó el título de califa, jefe religioso de todos los musulmanes. El

Imperio Otomano alcanzó su punto máximo bajo el sultán Solimán II (1520 – 1566), a
quien los europeos dieron el apodo de “el Magnífico”.

Solimán II, contaba con un enorme ejército, según algunos historiadores, de más de

doscientos cincuenta mil hombres. Su artillería era la mejor del mundo, y disponía de una
gran flota. En 1526, en la batalla de Mohacz, Solimán infligió una severa derrota al ejército
unido de bohemios y húngaros, adueñándose de una parte considerable de Hungría. Poco
después el ejército del sultán devastó Austria, poniendo sitio a Viena. No menos exitosas eran
sus correrías marítimas: los barcos turcos mantenían en estado de constante alarma a las
costas de Italia y España.

En el transcurso del siglo XVI, casi todo el norte de África fue conquistado por los turcos.

Luego de imponer su dominio sobre las rutas comerciales más importantes, gravaron el
comercio con grandes impuestos que enriquecían las arcas del sultán.
Los rápidos progresos turcos se explican no sólo por su superioridad militar sino también por
la rivalidad mutua entre los Estados Europeos, que indirectamente los ayudaban de manera
eficaz en sus conquistas. En el mejor momento de las expediciones europeas de Solimán el
Magnifico, el rey francés, Francisco I, que llevaba al igual que todos los reyes franceses el
título de “cristianísimo”, concluyó con el jefe de los musulmanes, una alianza contra el
emperador Carlos V (1535). Los turcos obtuvieron del rey de los franceses, el derecho a usar
el puerto de Tolón; la escuadra francesa combatía contra las fuerzas marítimas de Carlos V,
conjuntamente con los barcos turcos.

La mayoría de los pueblos conquistados no se sometían de buen grado a la soberanía

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turca. Para obligarlos a ello, la nobleza otomana adoptaba las más crueles medidas. Cada una
de las expediciones turcas era acompañada por destrucciones de ciudades y aldeas,
aniquilamiento o esclavitud de los habitantes.

A pesar de su grandeza, el enorme y poderoso Imperio Otomano, llevaba dentro de sí el

germen de la decadencia. Las conquistas producían incalculables riquezas al sultán y a los


nobles turcos, pero la mayoría de la población, junto con las poblaciones de los países
avasallados, constituyó un campesinado miserable y explotado.
La sencilla vida anterior, desapareció entre los nobles turcos, quienes rivalizaban ahora en
ostentación, en el esplendor de sus palacios, y en la suntuosidad de su cortejo.
La corte del sultán contaba con quince mil criados personales. Este lujo exigía gastos
enormes, que se pagaban con el producido de los impuestos cada vez más pesados que se
imponían a los trabajadores. Durante el gobierno de Solimán II, comenzaron los primeros
disturbios protagonizados por los campesinos y los pobres de las ciudades.

En Turquía reinaba el despotismo militar. A la cabeza del Estado turco estaba


el sultán-califa y su poder era absoluto.
Todos, comenzando por los cortesanos más importantes y terminando por los
mendigos más menesterosos, eran considerados “esclavos del sultán”.

La vida y los bienes de cada súbdito dependían del capricho del monarca. Ni
siquiera los cortesanos más ilustres estaban libres del peligro cotidiano de
provocar el odio del sultán y ser empalados. Pero, con el tiempo, los propios
sultanes cayeron en dependencia de su guardia: los jenízaros.

Los jenízaros recibían ricos presentes de los sultanes, y sus jefes se


enriquecían con gran rapidez. Fueron constituyendo familias y se convirtieron
en guardia hereditaria del sultán; a menudo, de acuerdo con su propio
parecer, desterraban a los monarcas y elevaban al trono uno nuevo.

La fuerza militar del Imperio Turco estaba formada, principalmente, por los señores

“feudales”, quienes recibían tierras a cambio de la obligación de presentarse al llamado del


sultán para la guerra y llevar consigo una determinada cantidad de soldados. Estos señores
se convertían en dueños hereditarios de las tierras recibidas, en las que explotaban
cruelmente a los campesinos. Cada vez con menor buena voluntad se presentaban al llamado
del sultán, declinando por todos los medios el servicio.

Los excesivos impuestos minaban el comercio de Turquía, el que además decayó porque

el descubrimiento de América y de la vía marítima a la India, trasladó las principales rutas


comerciales desde el mar Mediterráneo al océano Atlántico. Decaía igualmente la “industria”:
el rápido crecimiento de las manufacturas en Europa Occidental en el curso de los siglos XVI y
XVII, determinó que las mercaderías europeas, más baratas, comenzaran a desalojar en
Turquía a las de procedencia local. Ramas enteras de la producción artesanal fueron

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declinando notoriamente.

En 1571, en Lepanto, la flota turca recibió una terrible derrota en el combate contra la

flota aliada de los españoles y los venecianos. Esta derrota fue el primer gran desastre de los
turcos que desvaneció la fama de su invencibilidad.

A fines del siglo XVI, las conquistas de los turcos cesaron. Conjuntamente con ello cesa

la afluencia de botín. El sultán y la nobleza turca, para poder continuar con su espléndido
modo de vida, recurrieron al aumento de los impuestos y a una mayor explotación de los
trabajadores. La administración despótica y el recaudo de los impuestos exigían todo un
ejército de funcionarios, los cuales con sus coimas y exacciones, aumentaban más aún la
opresión que soportaba la población. Esto minaba gradualmente la base del poderío del
Imperio Otomano.

Al mismo tiempo que Turquía se debilitaba gradualmente, en la frontera septentrional

crecían poderosos Estados europeos: Austria y el Estado ruso, que se convirtió durante el
reinado de Pedro I en el Imperio Ruso.

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Polonia en el Siglo XVI

En los siglos XII y XIII, Polonia estaba desmembrada en gran número de dominios feudales
independientes. Los grandes magnates gozaban de los derechos de príncipes en sus dominios.
La nobleza de menor cuantía (siliajta), dependía de los magnates, y formaba un cortejo
militar, recibía de ellos tierra y obtenía en sus cortes los medios de vida. En ningún otro lugar
de Europa existía otra nobleza tan turbulenta e insubordinada como en Polonia. Guerras,
festines, caza, incursiones contra los vecinos: esto constituía la razón de vivir de los señores.
Los magnates y la shliajta sometían gradualmente a los campesinos, convirtiéndolos en
siervos de la gleba.

Había pocas ciudades y no desempeñaron en su historia un papel tan importante como en los
países de Europa Occidental. En el siglo XIV, los dominios polacos se unieron en un Estado
único, con Casimiro III (1333 – 1370), como rey. Pero la unificación de Polonia era sólo
aparente; todo el poder pertenecía, como antes, a los grandes señores. Bajo Casimiro III,
Polonia se apoderó de las tierras ucranianas: el principado de Galitzia. Las tierras de estos
enormes dominios fueron donadas a los señores polacos.

Polonia debió sostener una lucha peligrosa con los tártaros que irrumpían en
sus dominios desde el sudeste, y con la Orden Teutónica que la atacaba
desde el norte. Contra ambos luchaba también Lituania, lo cual determinó la
unión entre ambos países.

En 1386, los grandes señores polacos obligaron a la reina Eduvigis a casarse


con el príncipe lituano Yagaila o Jagella, conocido como Vladislao IV. Polonia
y Lituania se unieron bajo la llamada dinastía de los Jagellones. Pero esta
unión era solamente personal, sólo tenían un rey común.

En lo restante, cada una conservó su administración independiente.

El Estado lituano incluía en aquel entonces no sólo las tierras pobladas por
lituanos, sino también una serie de regiones rusas, ucranianas y bielorrusas.
Las fuerzas unidas de polacos y lituanos, con la ayuda de regimientos rusos
de Smolensk, lograron derrotar a las fuerzas de la Orden Teutónica en
Grunwald (1410).

Este fue un golpe terrible para la Orden, que fue obligada a reconocer su dependencia de
vasallaje de Polonia y cederle una parte de sus tierras, en Danzing y Prusia Occidental.
Polonia obtuvo la salida al mar Báltico.
Entonces los señores polacos iniciaron un comercio importante de productos rurales, que
hacían mucha falta en Europa Occidental. Desde los países occidentales comenzaron a llegar
mercaderes para la compra de grano, lino, ganado, cueros y maderas. Se le permitió a la

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nobleza una exportación sin impuestos de sus productos por el puerto de Danzing, que
aumento durante el siglo XVI, en diez veces.

Todo esto ejerció gran influencia sobre la situación del campesinado polaco. Deseando
obtener la mayor cantidad de productos para la venta, los señores polacos comenzaron a
ampliar su economía rural a expensas de la tierra campesina, aumentaron la explotación de la
servidumbre de los campesinos, y extendieron las jornadas de trabajo obligatorio gratuito. La
situación de los campesinos fue empeorando en el transcurso del siglo XVI.

El régimen político de Polonia estaba controlado por los magnates, dueños de decenas de
ciudades y centenares de aldeas. Cada uno de ellos podía pertrechar a todo un ejército y
mantenía una corte no menos ostentosa que la real. A los grandes señores les convenía el
debilitamiento del poder central; a ello apuntaba la “dorada libertad de la nobleza”. Solo los
grandes señores eran designados para las altas dignidades, entre ellos se repartían los
dominios de la corona.

El rey no podía sancionar ninguna nueva ley sin la aprobación de la Dieta; esta se componía
del Senado, donde deliberaban los señores más importantes y los clérigos, y de la Cámara de
los Nuncios, donde se reunían los diputados de las Dietinas, las asambleas locales de la
pequeña nobleza. Para adoptar una resolución en la Dieta se requería la unanimidad. Desde
mediados del siglo XVII se estableció una regla según la cual bastaba que un solo diputado
gritase “no permito”, y abandonase la reunión, para que todas las resoluciones se
consideraran nulas y la Dieta disuelta.

Era frecuente que en medio de una expedición, como la pequeña nobleza no obedecía a los
reyes, los nobles manifestasen al rey su decisión de no continuar la guerra.
Cuando terminó la dinastía de los Jagellones (1572), la dignidad real en Polonia se convirtió
en delegada. El rey era elegido con un congreso general de la nobleza, al que se presentaban
miles de magnates y nobles de menor cuantía. El rey electo debía firmar el compromiso de no
violar los privilegios de la nobleza; en caso de no cumplir dicha obligación, la nobleza quedaba
libre de su juramento de obediencia y tenía derecho de iniciar contra el rey una sublevación.
De este modo, los señores no permitían el fortalecimiento de un poder central, temerosos que
este pudiese limitar su libertad de acción.

Polonia continuó siendo un Estado desmembrado en numerosos feudos, en el cual era dueña
la arbitrariedad de la nobleza. De facto, todo el poder se hallaba en manos de un pequeño
grupo de magnates, de quienes dependía la numerosa pequeña nobleza.

En 1569, en la Dieta de Lublin, los señores polacos resolvieron la unificación total de Polonia y
Lituania. Ambos estados debían tener en adelante no sólo un rey común, sino también una
sola Dieta y un solo sistema monetario. Simultáneamente, las regiones ucranianas de
Lituania, pasaron a depender de Polonia. Los grandes señores polacos pasaron a usurpar las
tierras ucranianas, a convertir a los campesinos en siervos de la gleba, a destruir las ciudades
de este país.

En Ucrania se formaron enormes dominios de los Potocky, los Vishenevecky y otros señores

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feudales. Bajo el férreo dominio de los nobles vivían los polacos, ucranianos, bielorrusos,
lituanos, hebreos, alemanes y tártaros. La Riecz Pospolita(República), como llamaba la
nobleza polaca a su Estado, se componía de tierras débilmente unidas entre sí con una
población multinacional.

En la Riecz Pospolita imperaba la opresión nacional y religiosa. Para transformar en polacos a


los ucranianos y a los bielorrusos, la nobleza polaca los quería convertir al catolicismo.

En el año 1596, en Brest, fue proclamada la unión, es decir, la sumisión al papa romano de la
Iglesia ortodoxa de los dominios polacos. Los ortodoxos ucranianos y bielorrusos resistieron
enérgicamente la pretendida unión y la lucha en defensa de la Iglesia ortodoxos se convirtió
para ellos en el símbolo de la lucha nacional contra la opresión polaca. La política de
polonización e implantación de la unión, era llevada a cabo tenazmente por los jesuitas, que
gozaban en Polonia de una enorme influencia.

En la segunda mitad del siglo XVI, Polonia chocó con el Estado de Rusia, que
buscaba una salida al mar Báltico.
No atreviéndose a atacar al Estado ruso directamente, los señores polacos
tomaron partido por el falso Demetrio, un impostor a quien apoyaban
también el papa y los jesuitas, quien había prometido a los nobles ceder
Smolensk y las tierras del Norte, y cooperar con la implantación del
catolicismo en el Estado ruso.

Consiguió ocupar el trono de los zares rusos, pero el predominio polaco en


Moscú provocó la sublevación, en la que el impostor fue muerto. Con otro
fracaso terminó la tentativa de los polacos de hacer triunfar a un
nuevo impostor.

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Rusia en el Siglo XVI

Con el fin de poder luchar contra los tártaros y los polaco-lituanos, los príncipes de
Moscú se esforzaban por extender sus territorios y en consolidar su poder sobre todas
las tierras rusas, cosa que Iván III, consiguió, al fin, convirtiéndose en gran príncipe
en 1462. Sin embargo, estaba todavía bajo el poder del kan de la Horda de Oro, ya
entonces muy debilitada.

Iván III engañaba al kan, persuadiéndolo de su lealtad, pero cautelosamente trataba


de acumular fuerzas para sacudirse el yugo tártaro. Logró unir bajo su poder los
territorios limítrofes al principado de Moscú, pero todos los principados rusos se
oponían a su unificación bajo el poder de un príncipe único y se coligaban con los
tártaros y lituanos contra Moscú; a pesar de lo cual, Iván III logró que el Estado de
Moscú, bajo su poder, formara un fuerte Estado nacional ruso único. Sólo quedaba
separada Nóvgorod.

A fines del siglo XV, Iván III emprendió la guerra contra Nóvgorod, y los boyardos de
este territorio se coligaron con Lituania para luchar contra él, pero fueron vencidos, y
Nóvgorod pasó a formar parte también del Estado ruso unificado.

En esta misma época la Horda de Oro se dividió en tres kanatos: Kasan, Astrakan y
Crimea, y de ella se separó el reino de Siberia. Esta escisión de Horda de Oro sirvió
solamente de provecho a los príncipes de Moscú. La Horda ya no amenazaba al Estado
Ruso que consiguió consolidarse.

Iván III pudo manifestar al kan de la Horda de Oro que ya no reconocía su dominio
sobre el principado de Moscú. Esta contestó declarándole la guerra, y los ejércitos se
enfrentaron a orillas del río Ugra, pero ninguno de los dos se atrevió a emprender el
combate decisivo y quedaron así enfrentados por algunos meses. Al llegar el invierno, y
ante la falta de forraje para la caballería; y como recibió noticias alarmantes sobre
desórdenes en la Horda, el kan se retiro sin presentar combate. Iván III quedaba
como vencedor, terminándose de este modo en el año 1480 el yugo tártaro-mongólico,
que había durado más de dos siglos. Muy pronto la Horda de Oro acabó por hundirse
definitivamente.

En el año 1500 se desencadeno la guerra entre los rusos y los lituano-polacos, el la


cual estos últimos sufrieron una gran derrota y los rusos hicieron prisionero al
generalísimo enemigo. El rey de Polonia se unió con los caballeros cruzados alemanes
del Mar Báltico quienes vencieron, en principio, al ejército ruso, pero en una rápida
ofensiva, el ejército de Iván III derrotó a los alemanes y devasto sus tierras. Se acordó
una tregua de seis años y, después de esta guerra, los rusos quedaban en posesión de
todos sus territorios y de los de los bielorrusos que habían conquistado los polacos.

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Después de la toma de Bizancio por los turcos en 1453, Iván III se caso con la
emperatriz Sofía Paleólogo, declarándose heredero de los emperadores de Bizancio,
instituyendo el antiguo escudo de este imperio, el águila bicéfala, como el del Estado
de Moscú, y comenzó a intitularse zar y soberano de toda la Rus. También se dedicó a
embellecer Moscú, para lo cual hizo ir a italianos, técnicos y pintores. Del pequeño
Kremlin que existía, hicieron un gran palacio de piedra, con murallas y torres. Iván III
dispuso que su castillo se decorara con tanto lujo como los palacios de los emperadores
griegos de Bizancio.

Pero mientras se fortalecía el poder de los príncipes de Moscú, se acrecentaba también


el poder de los boyardos sobre los campesinos rusos. Estos debían realizar prestaciones
personales (bárshchina) a los señores, y entregarles tributos en especie (el obrok). En
todo el territorio del principado de Moscú había posesiones señoriales de príncipes,
boyardos y monasterios. Los terratenientes vivían en casas señoriales con su familia,
con criados y guardianes, separándolos de la masa de los campesinos con una gran
valla que rodeaba el recinto. Al rededor de las casas señoriales se extendían las aldeas,
en las cuales vivían los campesinos en chozas (isbas) pequeñas, sin pavimento, ni
ventanas, ni chimeneas, y labraban la tierra con arados de madera.

Las parcelas de tierra que los campesinos labraban para ellos, pasaron a ser propiedad
de los príncipes, boyardos y monasterios y, para poder usufructuarlas, se tenían que
someter a todas las exigencias de los terratenientes. También, los campesinos,
labraban gratuitamente la tierra de los señores, trillaban y molían el grano, segaban y
arrancaban el heno del recinto señorial, además de otros trabajos, como construir
puentes, canales, defensas, etcétera. Todo esto no bastaba a los príncipes, boyardos y
monjes, les parecía que los labradores cultivaban demasiado para ellos mismos y poco
para ellos, y empezaron a quitarles parte de la tierra.
Los campesinos podían dejar o abandonar a sus señores a condición de dejarles su
isba, pagarles todas las deudas, que no eran pocas.
El campesino debía tratar de encontrar un nuevo señor que quisiera tomarlo a su
servicio, pero éste exigía de él lo mismo que el anterior señor, le era prácticamente
imposible dejar la servidumbre; lo único que podía darle la libertad era huir a las
tierras donde no hubiera señores. Estas eran libres, pero cada vez escaseaban más. No
le convenía a los señores que los campesinos los abandonasen cuando les viniera en
gana. Con el tiempo, sólo les permitieron irse al terminar la recolección.

En 1497, por ley de Iván III, los campesinos podían cambiar de amo a mediados de
otoño, o, más exactamente el día de San Jorge. Así, pues, cada día era mayor la
relación de dependencia que ligaba a los campesinos a las tierras señoriales. Los
señores tenían el derecho de juzgarlos y azotarlos en caso de insubordinación.

Bajo el reinado de Iván III, junto a las propiedades de los boyardos y los monasterios,
fueron creadas las haciendas de los pomiéshchiki (terratenientes nobles), que se
destacaban entre los jefes militares, y gente dependiente de príncipes y boyardos. A la

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vuelta de sus expediciones militares y como recompensa por la defensa de las


fronteras, recibían de los príncipes tierras con campesinos que vivían en ellas. Con el
producto que sacaban de estas tierras sometidas a su poder, debía el terrateniente
mantenerse, él y su familia, abastecerse de armas y caballos y recoger una cantidad
determinada de guerreros para las expediciones militares. Los príncipes repartían a sus
servidores por las tierras conquistadas, las cuales se llamaban pomestía (dominio) y
sus dueños, pomiéshchikis. En cambio los grandes boyardos eran poseedores de tierras
por herencia y estas propiedades recibían el nombre de dominios patrimoniales.

El nieto de Iván III, futuro Iván IV el Terrible, perdió siendo muy joven a su padre,
su madre fue envenenada por los boyardos, quienes durante más de diez años tuvieron
el poder en sus manos. Iván creció entre los boyardos que lo maltrataban. A los 16
años, en 1547, se declaró soberano autocrático y comenzó a gobernar de esta forma,
prescindiendo incluso de los boyardos.

Para afianzar su poder Iván IV consideraba muy importante que sus súbditos se
instruyeran leyendo libros que glorificaban el poder zarista. Para ello, utilizó el reciente
descubrimiento de la imprenta de tipos móviles, y abrió la primer tipografía en Moscú,
donde se imprimían los libros bajo su censura personal.

Después de haber fortalecido su poder y sus fuerzas, Iván IV prosiguió la política de


conquistas de su abuelo, y de su padre Vasilii III, el cual había reconquistado la ciudad
de Smolensk, que estaba en poder de Lituania. Iván IV decidió conquistar primero el
kanato del Volga, y en 1552, sitió a Kasán su capital, que después de una resistencia
feroz por parte de los tártaros, fue saqueada e incendiada. Muchos servidores del zar y
mercaderes de Moscú, fueron trasladados a Kazán, donde los tártaros podían solo vivir
en los arrabales. Las tierras conquistadas fueron repartidas entre los terratenientes
rusos, y en todo el territorio del kanato de Kasán se construyeron fortalezas
defendidas por los ejércitos de Moscú.

En 1556, Iván IV tomó la ciudad de Astrakán, capital de los tártaros nogays, situada en
la desembocadura del Volga. Con esto, toda la vía fluvial del río Volga se hallaba en sus
manos. Más tarde ocupó los territorios del nordeste del Cáucaso, y los príncipes
circasianos y cabardinos comenzaron a pasarse a su servicio. El Estado ruso se
transformaba poco a poco de nacional en un Estado multinacional.

Después de haberse apoderado de los territorios tártaros, Iván IV emprendió la guerra


contra los alemanes del Báltico, Polonia, Lituania y Suecia. Quería abrirse caminos
hacia las costas del mar Báltico y establecer relaciones con los pueblos de Europa
Occidental. Los suecos y los alemanes prohibían a los artífices extranjeros ir a Moscú y
trababan por todos los medios posibles el comercio ruso.

Después de haber sufrido algunas derrotas, Iván IV descubrió la traición de la mayoría


de los boyardos y los grandes señores, que se habían puesto al servicio de los polacos
y lituanos. Iván odiaba a los boyardos que eran dentro de sus señoríos pequeños zares

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y trataban de limitar el poder autocrático. El zar comenzó a ejecutar y desterrar a


algunos de ellos, ricos e influyentes, condición necesaria para poder dominarlos
definitivamente y fortalecer el poder unificado. Los esbirros (cuerpo de guardia) que él
formó con este objetivo se llamó opríchnina, compuesto por algunos miles de
terratenientes. Los opríchnina vestían un uniforme especial y llevaban, en la montura
de sus caballos los distintivos de su oficio: una cabeza de perro y una escoba, es decir,
olfatear y seguir la pista de los enemigos, y, una vez descubiertos, barrerlos. Las
tierras de los boyardos sentenciados eran distribuidas entre los oprishniki y otros
terratenientes leales. Iván el Terrible, suprimiendo los privilegios de los boyardos,
fortaleció el poder autocrático del zarismo. Se puede afirmar que Iván IV, terminaba la
obra iniciada por Iván el Kalitá: reunir en un fuerte Estado todos los principados rusos.

Durante el reinado de Iván IV, la situación de los campesinos se agravó mucho y aún
más hacia el final, en que les prohibió cambiar de señor, incluso en el día de San Jorge.
Para evitar las violencias y los saqueos de los terratenientes y los opríshniki, los
campesinos huían de las partes centrales del reino, hacia las estepas situadas en las
fronteras del Sur, donde formaban colonias. Muchos de estos “evadidos”, se
establecían en las orillas del los ríos Don y Dniéper. Al poco tiempo surgieron aldeas
cuyos habitantes se llamaron cosacos.

Iván IV combatió durante veinticuatro años seguidos para conquistar los territorios
bálticos; y no lo consiguió, los polacos y los lituanos ocuparon estos territorios; además
arrebataron a Iván los territorios bielorrusos que este había conquistado al principio de
la guerra. Los suecos le arrebataron también la orilla del golfo de Finlandia, y de este
modo el intento de conseguir una vía marítima propicia para el comercio con
Occidente, fracasó. Para poder comerciar, tuvo que utilizar la vía del mar Blanco,
descubierta por los ingleses (Chansler), pero impracticable durante los meses de
invierno.

A fines del siglo XVI, fueron incorporados al dominio de Moscú los territorios de Siberia
Occidental. En estos territorios vivían tártaros y otros pueblos siberianos que se
hallaban bajo el gobierno del kan Kuchum. La familia Strógonov, de ricos terratenientes
y mercaderes al mismo tiempo, de la región de los Urales, organizó en 1581, una
banda de mercenarios compuesta de cosacos bien provistos de armas de fuego, que,
bajo el mando de Yermak, derrotó a los ejércitos del kan, superiores en número pero
armados solamente con arcos y flechas. Iván IV premió a Yermak con armaduras y
vistiéndole con su propio ropón, y todos los cosacos recibieron recompensas valiosas.
Más tarde, el kan Kuchum, logró vencer a los mercenarios de Yermak, quien fue
muerto por el propio kan, que restableció su pode en Siberia, pero duró poco tiempo.
Se organizó en Moscú una nueva expedición militar mandada por voyevodas (jefes
superiores), que definitivamente lograron conquistar el reino de Siberia. Los dominios
de Iván IV, el Terrible llegaron a ser de los más extensos del mundo.

En el año 1584, murió Iván IV, el Terrible, que había matado poco antes a su hijo Iván,
en un ataque de cólera. Le quedaban todavía dos hijos: Fiódor, que era idiota, y el
pequeño Dimitri. Fiódor sucedió a su padre con el nombre de zar Fiódor Ivánovich,
pero quien gobernaba era el hermano de su esposa, Borís Godunov, que había
pertenecido a la opríchnina de Iván el Terrible. El pequeño Dimitri, murió o fue
asesinado por los partidarios de Godunov. En 1598, después de la muerte de Fiódor,
Borís Godunov se convirtió en zar.
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Mercantilismo

La práctica económica dominante desde 1500, recibe el nombre de Mercantilismo.

En su desarrollo podemos enumerar varias etapas:

a) antes del descubrimiento de América, una época caracterizada por la escasez


monetaria

b) después del descubrimiento, ingreso de abundante cantidad de metales


preciosos en Europa

c) prohibición de exportar moneda, oro y plata

d) desarrollo del intercambio mercantil

e) intentos para mantener una balanza comercial favorable, o, por lo menos,


equilibrada

f) obligar a los comerciantes a recibir y saldar en moneda parte del valor


exportado, o, en caso contrario, emplear el importe de lo importado en bienes de
exportación

g) multiplicidad de los intercambios internacionales.

El equilibrio de la balanza comercial, se lograba facilitando la importación de materias primas


y obstaculizando, o recargando el resto de las mercancías. Se estimularon las industrias
nacionales, se apoyaron las exportaciones, los negocios de fletes marítimos, y se favoreció la
constitución y el establecimiento de compañías de colonización, tributarias de la metrópolis.

El naciente “patriotismo”, en el siglo XVI, le daba al Estado, cohesión, capacidad de defensa y


ofensiva. Durante el Mercantilismo, el Estado desempeñó un fuerte papel en la economía,
debía intervenir para crear, impulsar, ordenar y expandir, la actividad económica de la
nación, para mejorar su potencialidad interna y externa.

La intervención estatal llegaba hasta la creación de industrias del Estado. El Estado


mercantilista fue vigilante y promotor, puso en marcha los medios, internos y externos, de
seguridad y enriquecimiento, y la creación de un tesoro que sirviera para la paz y la guerra.

De allí, el llamado Cameralismo, que aparentemente tuvo su origen en Alemania, donde la


actividad mercantilista aparece ligada al tesoro del príncipe.

La Camera, era la amalgama de economía, política, hacienda, administración

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y tecnología, esto es, las cosas económicas del príncipe, la administración del
su hacienda y la del Estado eran lo mismo, estaban mezcladas, confundidas.

Durante el Mercantilismo se trató de lograr liquidez, no acumular mercancías,


sino venderlas, exportar.
El saldo entre importación y exportación se recibía en metálico, que se
atesoraba, o, alimentaba nuevas exportaciones, aumentando la potencialidad
comercial y bélica del Estado.

La explotación de minas, la prohibición, o, por lo menos, poner trabas a la exportación de


monedas y metales preciosos, el estímulo a su incorporación por una balanza comercial
favorable, eran características del Mercantilismo. La balanza comercial favorable parecía el
deseo máximo del Mercantilismo.

El Mercantilismo fue influenciado por cinco hechos fundamentales:

1) el gran crecimiento económico

2) el enorme aumento de la utilización del dinero

3) la expansión del comercio a grandes distancias

4) la adquisición de colonias de ultramar, y finalmente, el nacimiento de los


Estados nacionales.

La teoría mercantilista trató de explicar los medios por los cuales se alcanzaba el crecimiento
y que funciones desempeñaban en él, el comercio, el dinero, las colonias y la producción. Sin
embargo, el Mercantilismo no procuró el bienestar de todos los hombres, sino el interés del
sector ligado al poder económico del Estado, con el objetivo de acrecentar el poder militar y
extender el poder central. Por lo tanto, el Mercantilismo fue la construcción económica del
Estado, y el uso de este en favor de los intereses de los príncipes o empresarios privados. El
Estado planificó y controló la actividad económica, limitó la iniciativa privada.

Posiblemente, el primer Estado mercantilista fue Portugal. En este país, la Casa Real reclamó
el derecho exclusivo sobre el comercio colonial, basándose en que había financiado las
exportaciones.

Por otra parte, la corona, se consideraba la única entidad capaz de explotar las riquezas
coloniales. Los monarcas dictaron una serie de disposiciones con la clara intención de
cosechar los beneficios del comercio colonial. Los beneficios se medían en la cantidad de
lingotes de oro y plata acumulados por el Estado.

Portugal estableció tres principios del Mercantilismo:

a. las colonias debían ser explotadas en provecho exclusivo de la metrópolis


b. el comercio debía ser regulado por el Estado, porque las exportaciones de

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la metrópolis debían superar sus importaciones


c. c) la riqueza de una nación se medía por la cantidad de oro y plata que un
Estado acumulaba dentro de sus fronteras. Los metales preciosos debían
ser acumulados a toda costa.

España aplicó los tres principios portugueses. Trató de conseguir todos los beneficios posibles
de sus colonias, ricas en oro y plata. Monopolizó el comercio con sus colonias. La Casa de
Contratación de Sevilla, controlaba el comercio, que se producía por determinados puertos, en
España: Cádiz y Sevilla, en América: Puerto Bello y Veracruz. Trasladarse al Nuevo Mundo,
requería una licencia, que no se otorgaba a moros, judíos, conversos y a los extranjeros en
general.

Los barcos españoles hacia y de América, eran organizados en flotas como protección y para
evitar la presencia de intrusos. Los metales preciosos obtenidos en América, le dieron a
España un gran poder de compra, pero que no lo utilizó para adquirir bienes productivos. Se
utilizaron para mantener el dominio de los Habsburgo en su imperio, y para mantener una
enorme nobleza holgazana. El poderío económico de España no impidió los desastres de su
política exterior. El Mercantilismo español, no produjo ni desarrollo económico, ni bienestar
material a su población. Pocos teóricos españoles se dieron cuenta que lo esencial, para el
poder económico y la defensa nacional, era la producción de mercaderías y no la
acumulación de metales preciosos.

Al declinar España, Holanda ocupó la posición económica preponderante en Europa. Su


Mercantilismo es diferente del portugués y del español. El gran crecimiento económico de los
holandeses se basó en el comercio intermediario. Al impedirle España, cuando ocupó Portugal,
a los mercaderes holandeses ir a Lisboa, en busca de las materias primas que los portugueses
obtenían en sus colonias, Holanda decidió crear su propio imperio colonial. Este país, muy
pequeño, de escasa actividad industrial, fundó sus esperanzas en el comercio, y basándose
en esto, reclamó “mar libre”, contra la teoría inglesa de aguas territoriales. Holanda no ponía
aranceles a las importaciones, pues las relaciones multilaterales la beneficiaban. No aceptó el
habitual proteccionismo mercantilista, no atesoraba oro y plata, la exportación de metales era
necesaria para adquirir artículos, para venderlos a mayor precio, y obtener más oro y plata.
Por lo tanto, Holanda permitía un virtual libre trafico de metales preciosos. Con el fin de
monopolizar el comercio con sus colonias, el Estado holandés creó, entre otras, la Compañía
Holandesa de las Indias Orientales. Sin embargo, fue la insuficiencia en el plano militar la que
produjo la declinación de Holanda. Los holandeses no querían mantener, como España, una
costosisima flota de guerra, y de sus naves, a diferencia de las españolas que iban cargadas
con pólvora, municiones y cañones, los holandeses dedicaban toda la capacidad de carga para
las mercancías. Les resultaba menos costoso perder algún barco de vez en cuando, que
mantener una flota de guerra, o, la mitad de la capacidad de carga de sus naves, con
material bélico.

Francia, en el siglo XVI, carecía de colonias. Los franceses deseaban oro y plata y una balanza

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comercial favorable. Por lo tanto, Francia comenzó por proteger lo que tenía. Por una
ordenanza real de 1540, se prohibió la exportación de metálico y se suprimió la importación
de artículos de lujo. El gobierno francés subsidió, eximió de impuestos, otorgó monopolios,
prestamos, patentes para desarrollar algunas industrias como la del vidrio, azúcar, tapicería,
manufacturas textiles de lana, seda y lino. Para los mercantilistas franceses, todo dependía de
la producción.

El ministro de Luis XIV, Jean Baptiste Colbert (1619 – 1683), fue el principal mentor del
Mercantilismo francés. Para obtener metálico, trató de organizar la totalidad de la capacidad
productiva del Estado. Sostenía que los extranjeros compran si los artículos ofrecidos son de
buena calidad. Creó industrias nuevas e impulsó la creación de manufacturas reales. Para
asegurarse mano de obra, abundante y barata, prohibió la emigración de trabajadores
especializados, alentó los casamientos antes de los 20 años, eximió de impuestos a las
familias con diez o más hijos (siempre que ninguno fuera cura o monja, porque los
consideraba improductivos), persiguió la mendicidad, la vagancia y prohibió la caridad. Dictó
detalladas especificaciones sobre que mercaderías debían producirse y conque métodos.

Construyó caminos, puentes, canales, con el objetivo de mejorar el sistema de transportes.


Consideraba que había una cantidad determinada de comercio exterior, por lo tanto, para
aumentar el propio era necesario quitarle a los otros, por la fuerza. Según él, en el mundo
existían unos veinticinco mil barcos mercantes, de los cuales, alrededor de dieciséis mil eran
holandeses, tres mil ingleses, quinientos franceses, el resto de otros países. Si Francia quería
más comercio, debía destruir los barcos de otros países y reemplazarlos por barcos franceses.
Incitó a la guerra contra Holanda. Fundó compañías comerciales como la Compañía Francesa
de las Indias Orientales. Trató de obtener colonias, y les ordenó a los soldados que obtenían
colonias para Francia que se casaran con las nativas, si no habían o no les gustaban, le
enviaba mujeres. Trató de eliminar las “aduanas” internas, lo cual lo enemistó con los nobles
y el clero. Dio demasiada importancia al comercio de artículos de lujo, lo cual fue un grave
error, pues estos artículos tienen un alto valor agregado, pero solamente los compran
quienes tienen mucha capacidad adquisitiva, que no eran la mayoría. Las guerras de
conquista, y los lujos de la corte de Luis XIV, deterioraron la política económica de Colbert. El
tesoro no soportó el presupuesto burocrático y militar.

Algunos historiadores dicen que cuando Colbert le dijo a Luis XIV que no podía gastar los
dineros del Estado, el rey le habría contestado: “El Estado soy yo”, ante lo cual el ministro le
informó que Francia no podría aguantar semejante despilfarro, Luis le habría preguntado
cuantos años restaban, y a la respuesta dada por Colbert, habría dicho: “Después de mí, el
diluvio”. Si esto no es cierto, por lo menos parece verosímil.

Los ingleses hicieron hincapié en la producción y el comercio. El Estado privilegiaba la


producción de bienes agrícolas e industriales. Sin las colonias de España y Portugal, sin el
comercio de Holanda, sin el oro y la plata, Inglaterra se concentró en la producción. Lord
Burghley, permitió toda clase de experiencias para fomentar la industria, alentó la fabricación
de armas y municiones, otorgó monopolios para la extracción de azufre y sal, contrató
trabajadores extranjeros para que le enseñaran el oficio a los ingleses, preservó los bosques
costeros para tener provisión de madera para los barcos, alentó el cultivo de lino, cáñamo y
la fabricación de lonas para los cargueros ingleses. Hizo que el trabajo fuera casi obligatorio
por medio del Estatuto de los Artífices de 1563.

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El Desarrollo Científico en el Siglo XVI

El desarrollo de la industria y del transporte en el siglo XVI, estaba relacionado con el rápido
avance de la técnica, que hasta entonces se había desenvuelto muy lentamente. Grandes
adelantos fueron hechos en la extracción y el modo de trabajar los metales. Ya desde fines
del siglo XV comenzó a producirse hierro fundido (con el carbón vegetal) en altos hornos. Pero
las máquinas casi no tenían aplicación, las únicas existentes eran los molinos, movidos por
agua o viento. Los relojes los conocieron los europeos de los árabes en el siglo XI, y eran
toscos relojes de torre con una sola aguja. Los de bolsillo fueron inventados a principios del
siglo XVI.

Las innumerables guerras estimularon el rápido crecimiento de la técnica


militar.
La pólvora y los cañones aparecieron en Europa en el siglo XIV, en el siglo XV
los arcabuces, arma que disparaba colocándola sobre soportes especiales.
Al comienzo, se prendía la pólvora de estos fusiles por medio de una mecha;
más tarde aparecieron los fusiles de chispa.
El arma era ya más liviana y cómoda.

La economía rural hizo grandes progresos, sobre todo en Holanda e Inglaterra. Ya en el siglo
XVI, los terratenientes y los capitalistas granjeros que cercaban sus tierras, comenzaron a
pasar de la antigua economía de tres amelgas a la de muchas amelgas.
El descubrimiento de nuevas rutas comerciales y las usurpaciones coloniales impulsaron el
perfeccionamiento de la ingeniería naval. Comenzaron a construirse buques más grandes y
veloces, y fue mejorado el sistema de velas.

Los inventos y descubrimientos en el terreno de la técnica estaban unidos a las demandas y


las necesidades del progreso social. El incremento de las relaciones capitalistas posibilitó una
larga serie de valiosos hallazgos. Asimismo, los inventos y descubrimientos fueron
inseparables del desarrollo del conocimiento científico. Las exigencias de la técnica
empujaron a la ciencia y cooperaron con ella. A su vez, el progreso técnico era imposible sin
la acumulación y explotación de nuevos conocimientos. Si la industria era deudora de la
ciencia, esta adeudaba más a la industria.

Para el desarrollo de la Industria, la burguesía necesitaba una ciencia que investigara las
fuerzas de la naturaleza. Hasta entonces, la ciencia había sido una sierva humilde de la
Iglesia, a la que no se le permitía superar los límites instituidos por la fe. Ahora, la ciencia
burguesa se declaraba en rebelión abierta contra la Iglesia.

Este siglo XVI, de los grandes descubrimientos geográficos, amplió


inusitadamente el horizonte geográfico de los europeos. El hallazgo de

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“nuevas” tierras e islas se sucedían sin solución de continuidad. Los viajes de


Colón y Magallanes demostraron en la práctica la redondez de la tierra.
La cuestión más importante que debía resolver la ciencia era la de las
relaciones mutuas entre la Tierra, el Sol, la Luna y los planetas. Hasta este
siglo, predominaba el sistema de Tolomeo, de acuerdo al cual la tierra era un
centro inmóvil alrededor del cual giraban el Sol, la Luna, las estrellas y los
planetas.

En 1543 fue editado el libro La rotación de los cuerpos celestes. Su autor, el


sabio polaco Nicolás Copérnico (1473 – 1543), demostraba en él que la
Tierra giraba alrededor de su eje y conjuntamente con los restantes planetas
giraba alrededor del Sol. La teoría de Copérnico demostraba asimismo que la
Tierra no es más que uno de los cuerpos celeste.

Esta teoría, naturalmente, desmentía la doctrina de la Iglesia según la cual la Tierra


era el centro del universo. Como reacción de la Iglesia el libro de Copérnico fue
prohibido por la Santa Sede, y hostilizados todos los trabajos tendientes a demostrar el
movimiento de la Tierra.

Con el transcurso del tiempo, el sistema de Copérnico fue haciéndose más preciso y
profundo. Sus consecuencias filosóficas fueron deducidas por el pensador italiano
Giordano Bruno (1548- 1600), y eran diametralmente opuestas a la doctrina de la
Iglesia.

Bruno enseñaba que el espacio universal es infinito; que el Sol no es el centro del
universo, sino solamente el centro de nuestro sistema planetario, uno de los
incalculables sistemas del Universo. Según él, todo el Universo esta supeditados a las
mismas leyes eternas. Durante toda su vida, Bruno fue perseguido por la Iglesia,
apresado por la Inquisición, fue encarcelado durante siete años en las prisiones de
Venecia y Roma. A pesar de esto, no abjuró de sus puntos de vista. En 1600, Giordano
Bruno fue quemado vivo en la hoguera y sus cenizas arrojadas al río Tiber.

Cópernico sostenía que el movimiento de la Tierra y de los otros planetas era uniforme,
haciéndose por órbitas circulares. Esta inexactitud fue corregida por el astrónomo
Kepler (1571 – 1630), quien descubrió que el movimiento de los planetas no es
uniforme, es tanto más veloz cuanto más cerca esta el planeta del Sol, y se produce en
elipses y no en círculos.

Un significado muy grande para la ciencia tuvo la actividad del sabio italiano Galileo
Galilei (1564 – 1642), Investigando las leyes de los movimientos de los cuerpos,
Galileo dio los primeros fundamentos de la mecánica científica.

El clero trataba con todas sus fuerzas de ahogar los brotes de la joven ciencia, de sus
consecuencias filosóficas. Pero el crecimiento de la burguesía, que minaba las
relaciones feudales, abría camino a un nuevo concepto del mundo. Un representante

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característico de estas ideas renovadoras fue el filósofo inglés Francis Bacon (1561 –
1626), verdadero fundador del materialismo, enseñó que toda la ciencia debía fundarse
sobre el estudio del mundo material, de la naturaleza.

En el siglo XVI, hizo grandes progresos la anatomía y la fisiología humana. Andrés


Vasilio (1514 – 1564), originario de los Países Bajos, fue el fundador de la anatomía
científica.

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