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Unidad 2
Cronología
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Introducción
Durante mucho tiempo se habían aceptado como verdades indiscutibles las de los “Padres de
la Iglesia”. Y los resultados muchas veces chocaban con lo que se observaba en la naturaleza,
y servían muy poco a los ingenieros, matemáticos, astrónomos, arquitectos, etcétera. Es
decir, hombres que se ocupaban de las “cosas de este mundo”.
Estos necesitaban “ciencia”, que proviene de la palabra latina scire (saber). Un conocimiento
basado en observaciones reales, en reglas derivadas de experimentos controlados.
Necesitaban identificar sucesos, interrelacionarlos, descubrir causa y efecto.
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Se comenzó a entender a los Estados nacionales, como una entidad política que abarcaba a
todas las personas de una nacionalidad, que hablaban una misma lengua o dialectos muy
emparentados, y ligados mutuamente por tradiciones históricas comunes, y tradiciones
artístico culturales. Contra los príncipes laicos y clericales que dividían según sus intereses a
los pueblos, surgía el deseo de estar ligados entre sí por lazos comunes.
Los intereses económicos, como el deseo de una mejor protección, una ley mercantil
unificada, la abolición de barreras locales al comercio, la estandarización de pesos, medidas y
monedas, desempeñó un gran papel en la formación de las nacionalidades. La legislación
económica trató de unir en especies de unidades económicas, Estados nacionales,
frecuentemente a expensas de otros Estados.
Afines del siglo XV y comienzos del XVI, los europeos iniciaron una serie de descubrimientos
geográficos de fundamental importancia y comenzaron la expansión de su civilización en
ultramar. De conquistados se convirtieron en conquistadores. Descubrieron una extensión de
tierras nunca soñadas, que podían ser colonizadas y explotadas.
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Los grandes descubrimientos geográficos del siglo XV y XVI, fueron básicamente un proceso
de adquisición de conocimientos geográficos y de desarrollo de las técnicas náuticas.
Sin embargo, fue necesario el estímulo de algunos conocimientos geográficos, y las teorías
sobre la forma de la tierra, para lanzarlos al Océano. Ya en el siglo XIII, se difundieron por
Europa, las ideas de los griegos, particularmente las de Ptolomeo, de Platón, de Aristóteles,
sobre la redondez de la tierra. Los relatos de Marco Polo (1271 – 1295), sobre sus viajes a
China. Teorías y narraciones más o menos fantásticas, extravagantes que estimularon la
curiosidad. Lugares donde se podía adquirir fácilmente la riqueza, productos orientales que
proporcionaban beneficios al comercio,
como las especias.
Por Dios, por el oro, o por la gloria o curiosidad, los europeos comenzaron a aventurarse en el
desconocido Atlántico.
Desde el siglo XIII, navegantes genoveses, catalanes, mallorquines, junto con los
portugueses se lanzaron a explorar las costas de África.
En el siglo XIV, los marineros italianos ya dibujaban mapas bastante exactos del mar
Mediterráneo. El astrónomo y geógrafo florentino Toscanelli creía que, yendo siempre hacia el
oeste, se podía llegar hasta el Asia. Dibujó un mapa del mundo en el que la India estaba
ubicada sobre la orilla del océano Atlántico, opuesta a Europa.
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El comercio europeo con Oriente se hacía por intermedio de las caravanas árabes, a
través de las grandes rutas que unían el litoral oriental de los mares Mediterráneo y
Negro con la India y otros lejanos países de continente asiático. Los árabes, por su
mediación, obtenían grandes utilidades, y vendían las mercaderías ocho y hasta diez
veces más caro de lo que habían pagado por ellas.
La conquista de los turcos, que se habían apoderado del litoral oriental del mar
Mediterráneo, interrumpían continuamente esta actividad comercial. El prejuicio que
ello les ocasionaba, determinó a los europeos a buscar la manera de no tener que
depender de las mediaciones de los árabes y hallar un nuevo camino a la India. Ya
entre los años 1467 y 1472, el mercader de Tver, Atanasio Nikitin, hizo un viaje a la
India a través de Irán. Compuso una detallada descripción de su viaje que contiene
muchos datos sobre el comercio, la religión, el arte militar y la naturaleza de la India.
Pero ese camino resultaba muy difícil y peligroso. Más cómoda era una ruta marítima.
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Los primeros que osaron emprender viajes lejanos por los mares fueron los
portugueses. Se destacaron en esta actividad reyes como Enrique de Portugal (1394
– 1460), llamado el Navegante, el rey Juan II. En 1487 Bartolomé Díaz, viajando
hacia el sur, a lo largo de las costas de África, llegó hasta un cabo en el África
meridional, que llamó Cabo de la Buena Esperanza.
Vasco da Gama, en 1498, doblando el África, atravesó el océano Indico y llegó hasta
Calicut en las costas de la India, volviendo a Portugal, cargado de especies, que le
permitieron obtener un beneficio sesenta veces superior al costo del viaje. A partir de
entonces los portugueses comenzaron el saqueo de la India, exportando de ella las
preciadas mercaderías orientales: especias, pepitas de oro, marfil, piedras preciosas y
tejidos de seda. Los portugueses desalojaron a los mercaderes árabes de la India y
fundaron en ella sus colonias.
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Descubrimiento De America
El 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón, salió del puerto de Palos con tres
carabelas, y el 12 de octubre llegó a una pequeña isla del grupo de las
Bahamas, la Guanahani, a la que llamó San Salvador.
Hasta el fin de sus días, Colón estuvo convencido de que las tierras por él
descubiertas se hallaban inmediatamente al lado de la costa oriental de Asia, y
por eso a los habitantes los llamó indios. El florentino Américo Vespucio, aclaró
que Colón había llegado a una parte desconocida del mundo. Vespucio exploró y
describió la parte septentrional de América del Sur y llegó a la conclusión de que
esas tierras formaban un continente nuevo. Por su nombre, precisamente, fue
llamado América.
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Entre los pueblos que poblaban México, los más poderosos eran los aztecas. Habiendo
sometido a los otros pueblos y forzándolos a pagar un tributo en productos, objetos
preciosos y esclavos, los mantenían en un estado de temor y sumisión. Los aztecas
habitaban la ciudad de Tenochtitlan, en una isla inaccesible en medio del lago Texcoco.
En Perú el poder pertenecía a los incas, a cuyo frente estaba el rey y el sacerdote
supremo, para ellos trabajaba una numerosa población sometida.
Los españoles sometieron con cierta facilidad a los aztecas y los incas. Las armas de
fuego y los caballos sembraban entre estos pueblos un terror pánico.
Los pueblos sometidos por los aztecas y los incas, ayudaron a los españoles a
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llevar a cabo estas conquistas. Luego los hispanos dieron cuenta cruelmente
no sólo de los aztecas y los incas, sino también de sus aliados.
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En la bolsa, asimismo, podían obtenerse los préstamos. Las grandes monarquías europeas,
por sus constantes guerras, necesitaban siempre dinero. Lo pedían prestado en las grandes
casas comerciales o bancarias, pero a menudo no podían pagar sus deudas y se declaraban
en banca rota. Los mercaderes y banqueros, para compensar estos riesgos, percibían de los
soberanos deudores enormes porcentajes. Crecían las deudas del Estado, y, conjuntamente
con ellas, las ganancias de los banqueros.
De este modo, las primeras consecuencias de los descubrimientos geográficos fueron el
rápido desarrollo del comercio y de la industria y la nueva organización del crédito.
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A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la llegada de metales preciosos de América,
alcanzó volúmenes enormes. A lo cual debe añadirse el 10% que entró por
contrabando, y las reservas de oro y plata de Europa. Entre 1500 y 1650, la reserva de
estos metales se multiplicó, prácticamente, por cuatro. Estos metales preciosos en
barra, que entraban por España, se expandían por Europa para saldar los déficits
españoles en su comercio exterior.
El stock de metales preciosos aumentó mucho más rápido que el de bienes.
Los precios del pan y otros productos de primera necesidad sufrieron una
elevación de tres y cuatro veces su valor.
Más que nadie sufrieron a causa de la revolución de los precios todos aquellos
que percibían un salario: obreros, aprendices y peones.
Los precios aumentaron con índices distintos en los diferentes países, algunos bienes
aumentaron con mayor rapidez que otros, en general, los precios de bienes
aumentaron más rápidamente que el de servicios.
(En gramos)
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Por otra parte, el aumento de salarios fue lento, quedando muy retrasados con relación
a los precios. Esto reforzaría la idea de que la inflación fue causada por un aumento de
la demanda. Los alimentos se volvían más caros a medida que aumentaban los niveles
demográficos. El aumento de la mano de obra, resultado del crecimiento demográfico,
frenó el aumento de los salarios.
Jean Bodin, filósofo y político francés, (1529 – 1596), explicó el fenómeno del alza de
precios, enunciando la “Teoría cuantitativa del dinero”, en la que dice: “Si aumenta la
cantidad de dinero en circulación sin un aumento comparable del suministro de
mercancías, los precios reaccionan en alza”. Con posterioridad se supo que lo mismo
ocurría si aumentaba la velocidad de circulación del dinero. Por otra parte el curso de
los precios esta condicionado, también, por la proporción en que la gente usa sus
saldos disponibles, es decir sus ahorros.
La inflación se dio en los primeros años del siglo XVI, mucho antes de que aumentara
el stock europeo de metales preciosos. Lo que hace suponer, a muchos historiadores,
que la extracción de oro y plata de América, fue más la consecuencia que la causa de
la inflación. El crecimiento de la economía Europea, la expansión de su mercado,
requería cada vez mayor dinero en circulación.
Esto produjo durante todo el siglo XVI, conflictos entre señores y campesinos,
entre artesanos y jornaleros, entre empresarios y trabajadores.
En Inglaterra se aumentaron las cargas feudales, pero esto no fue suficiente para los
señores. Expulsaron a los campesinos de sus tierras, para dedicarlas a la cría de
ovejas. Cercaron los campos comunales, y elevaron a niveles prohibitivos los arriendos.
El vagabundeo y la mendicidad fueron prohibidos.
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Los cercados de tierras provocaron tantos problemas, que el gobierno se vio obligado a
establecer leyes que prohibían transformar en pastos las tierras de cultivo, y a limitar
el número de cabezas de ganado. La práctica del cercado de tierras provocó
insurrecciones y revueltas como la Kett’s Rebelión (1549), y las agitaciones de los
Diggers y Levellers del siglo XVII. En la industria se produjeron huelgas y motines, y el
gobierno, estableció salarios máximos.
El aumento de precios a un ritmo más rápido que el de los salarios, los franceses lo
llamaron “profit inflation” (inflación de beneficio). Según esta teoría, se inflaban los
precios, sobre todo, en aquellas empresas en las que los salarios eran parte importante
en el coste de producción. La teoría suponía que los empresarios al obtener mayor
beneficio, incrementaban su capital y lo invertían para realizar un mayor beneficio. De
este modo, la inflación de beneficio favorecía el crecimiento económico.
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LA DECADENCIA ECONOMICA
A fines del siglo XV, comienza a decaer la industria italiana. En Inglaterra, Francia y otros
países se va desarrollando una producción propia, y sus mercaderías a rivalizar con las
italianas.
Los paños florentinos, otrora famosos en toda Europa, son reemplazados por los ingleses. Una
pérdida aún mayor sufre Italia como resultado del descubrimiento de América y de la ruta
marítima a la India; las rutas comerciales más importantes se desplazaron hacia el océano
Atlántico, y esto fue provechoso para los países situados cobre el litoral occidental de Europa:
España, Portugal, Países Bajos, Inglaterra y Francia. En cambio, las rutas antiguas marítimas
– al note por los mares Báltico y del Norte, al sur por el Mediterráneo – fueron relegadas a un
segundo término.
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LA BURGUESIA
En el siglo XVI la burguesía italiana era rica aún. Desalojada del comercio y la industria,
acentuó su dedicación a la usura y a los negocios bancarios. Disponía de mucho tiempo libre,
quería usufructuar la vida, gastaba mucho dinero en la construcción de lujosos palacios, en
magníficos cuadros y estatuas, obligaba a los poetas y a los escritores a divertirla, a exaltar
su cultura y su generosidad.
En cambio, para las clases inferiores de la población la vida se volvía cada vez más difícil. Los
artesanos, y sobre todo los trabajadores, a medida que decaía el comercio y la industria, iban
quedando sin trabajo. Se comenzó a abandonar las ciudades rumbo al campo, donde
arrendaban pequeñas parcelas de tierra y llevaban una existencia miserable.
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EL CAMPESINADO
El campesinado era, por lo general, pobre, y estaba oprimido por tres poderes parásitos: los
nobles, que no participaban de ninguna manera en la vida económica y vivían con lo que
percibían de los campesinos en forma de censo; los burgueses, usureros y terratenientes, que
sacaban a los campesinos hasta el último centavo, y, finalmente, él más grande de todos los
señores, el papa romano y el numeroso, voraz y perezoso clero, los curas y monjes que
despojaban al pueblo indigente e ignorante.
En ningún otro lugar de Europa existía semejante contradicción entre la riqueza y la pobreza,
entre el lujo y la miseria, como en Italia.
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Italia no formaba un Estado unificado, sino que estaba dividida en numerosos Estados
independientes. En el litoral del Mediterráneo, los más importantes eran dos repúblicas
regidas por los mercaderes: Génova y Venecia. En el centro de la llanura lombarda, sobre la
gran ruta mercantil de Europa Central e Italia, se hallaba la opulenta ciudad comercial de
Milán. En el siglo XV, Milán se convirtió en un fuerte Estado, y hasta Génova se le sometió por
un tiempo. En Italia central, los más fuertes eran Florencia y el Estado papal. Todo el sur
estaba ocupado por el gran reino de Nápoles, gobernado por el rey español. También a
España pertenecían Sicilia y Cerdeña.
Las ricas ciudades del norte y centro de Italia se ocupaban principalmente del comercio y
la industria para el mercado externo; la masa del pueblo era demasiado pobre para comprar
las mercaderías. Por tal causa los mercaderes italianos se interesaban poco por el mercado
interno, y en consecuencia de ello, también se interesaban poco por la unidad política del
país. Las ciudades comerciales rivalizaban entre sí en el extranjero, donde desenvolvían sus
negocios; trataban por todos los medios de debilitarse mutuamente y temían más que nada,
que cualquiera de ellas sometiera a las restantes. Ni uno solo de tales Estados era
suficientemente fuerte como para tomar sobre sí la tarea de unificar al país. Italia seguía
políticamente desmembrada.
las potencias europeas, que habían dirigido su atención hacia ellas. Por otra parte, sus
recíprocas rivalidades le impedían ponerse de acuerdo para una defensa común. A todo esto,
debemos agregar la disconformidad popular con los distintos gobernantes, puesto que la
oligarquía cortesana y financiera, nada había hecho para ganarse la adhesión popular. Los
burgueses y campesinos italianos no se identificaban con los príncipes, quienes, por otra
parte, siempre utilizaban tropas mercenarias, de dudosa lealtad y eficacia.
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Cada uno de los papas trataba por todos los medios de enriquecer a sus parientes; en
esto no se detenían ante nada. Se hizo sobre todo famoso por su desvergüenza y sus
crímenes el español Rodrigo Borgia, que subió al trono, en 1492, como Alejandro VI. Su
hijo Cesar quiso aprovechar el poder paterno para convertirse en el soberano de toda Italia,
para lo cual desechó todo escrúpulo: el engaño, el perjurio, la espada o el veneno, eran sus
métodos habituales. Cesar logró hacerse con el dominio en un basto territorio en Italia
central, provocando el rechazo de los propios cardenales del Sacro Colegio, encabezados por
Giuliano Della Rovere, futuro papa Julio II, amigo del rey Carlos VIII de Francia.
La lucha de los pequeños Estados entre sí, y la de los ambiciosos asentados en cada uno
situación por la que pasaba su dinastía. El heredero, Juan Galeazzo Sforza (1476 – 1494),
esposo de la hija del rey Alfonso II de Nápoles, Isabel de Aragón, estaba tutelado por
Ludovico el Moro, su tío, quien apoyándose en el rey de Francia, buscaba deshacerse de su
sobrino y evitar la reacción de la dinastía aragonesa de Nápoles.
En Florencia, los Médicis, controlaban uno de los centros económicos más importantes de
Europa. Pero debían enfrentarse constantemente con otras ciudades menores como Pisa y
Siena, que no toleraban el centralismo de la capital toscana.
En 1492, murió Lorenzo el Magnífico, quien había contribuido en gran medida al equilibro
entre los Estados italianos. Entonces estallo el malestar que había provocado la dominación de
los Médicis. Aparecieron tendencias separatistas, inclusive en la propia Florencia, se pretendía
el retorno a las tradiciones republicanas. Las predicas del fraile Jerónimo Savonarola,
propugnaba una radical renovación religiosa y política, y pretendía el apoyo de Carlos VIII de
Francia, para derrocar la señoría florentina y al corrompido papa Alejandro VI.
Eran muy numerosas otras pequeñas formaciones políticas que dividían a Italia, como el
Las guerras feudales y los saqueos no eran ya posibles en ellas, como antes
cuando el poder real era aún débil. La nobleza servía ahora en los grandes
ejércitos reales y exigía de su jefe, el rey, la realización de expediciones para
conquistar otros países.
Los primeros en invadir Italia fueron los franceses. En 1494, el rey Carlos VIII (1483
– 1498), joven ambicioso pero de escaso talento, atravesó los Alpes con un ejército de
30.000 hombres, después de asegurarse la neutralidad de Maximiliano de Habsburgo,
cediéndole el Franco Condado y Artois, y la de Frenando el Católico, devolviéndole el
Rosellón y la Cerdaña, ocupados durante la guerra civil en Cataluña. Fue recibido en
Milán con grandes honores por Ludovico, quien se aseguró el poder después de la
muerte de su sobrino en circunstancias
poco claras.
Las otras potencias europeas se alarmaron tanto por el rápido éxito francés,
que decidieron apoyar a Venecia, y al papa Alejandro VI, que había decidido
cambiar de bando.
Contra los franceses, unieron entonces sus esfuerzos varios Estados italianos,
y Carlos VIII, temiendo ver cortadas las comunicaciones con Francia, se
apresuró a retirarse, en 1495. Fernando II, con fuerzas españolas, al mando
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Las tentativas de conquista las continuaron los sucesores de Carlos VIII. En 1498, Luis
XII, alegó sus derechos sobre la corona de Nápoles y el ducado de Milán, como
heredero de Valentina Visconti, hija de Juan Galeazzo y esposa de un Orleans. Realizó
una serie de concesiones para obtener un tratado con Venecia, con los suizos y con el
papa Alejandro VI, al cual le cedió un ducado para su hijo Cesar Borgia. En pocos
meses se apoderó de Milán, y preparó el ataque sobre el reino de Nápoles. Pero
temiendo una alianza entre Fernando el Católico y Maximiliano de Habsburgo, negoció
con el primero la división del reino de Nápoles. Realizados los acuerdos diplomáticos,
Luis XII, en 1501, conquistó la ciudad fácilmente. Pero muy pronto, estallaron las
hostilidades con España.
El “Gran Capitán”, logró derrotar a los franceses en 1503, en las batallas de Ceriñola y
Garellano, imponiendo la superioridad de la infantería. El tratado de Lyon, de 1504,
estableció el dominio español en todo el reino de Nápoles, dejando a Luis XII, el
ducado de Milán.
Entre tanto Venecia, reinició su expansión por Romaña, para recuperar los territorios
ocupados por los Venecianos, el papa Julio II, (1503 –1513) organizó en 1508, con los
señores de Mantua, Ferrara y Saboya, y con los reyes de España y Francia, la liga de
Cambrai. Los venecianos fueron derrotados por Luis XII, en la batalla de Agnadello, en
1509. El rey francés se apoderó de los territorios lombardos, el papa de Romaña, y
Fernando el Católico de los puertos de Apulia. Venecia, utilizando su hábil diplomacia,
realizó tratados de paz por separado y logró aislar a Maximiliano de Habsburgo,
obligándolo a retirarse de su territorio. Venecia logró salvarse, pero la desarticulación
de su poderío por parte del papa Julio II, debilitó definitivamente al único Estado
italiano capaz de frenar las aspiraciones extranjeras y unir a los italianos.
Julio II, intentó realizar la misma maniobra con el rey de Francia, constituyendo una
santa alianza con España, Venecia, la Confederación helvética y, posteriormente, con
Enrique VIII de Inglaterra. Mientras Luis XII, reunía un concilio en Pisa, con el fin de
deponer al papa, Gastón de Fox, lograba derrotar a las fuerzas española y papales.
Pero el hijo de Ludovico el Moro, Maximiliano Sforza (1512 – 1515), con la ayuda de
los suizos, expulsó a los franceses del ducado de Milán y de Génova. Mientras los
españoles ocupaban Toscana y restauraban a la familia Médicis
en el poder.
Julio II, sucedió como papa Juan de Médicis, con el nombre de León X (1513 –
1521), quien mantuvo los enfrentamientos con los franceses. Los franceses fueron
derrotados en Novara (1513) por los suizos, y también, en el mismo año, en
Guinegatte, por los ingleses que habían penetrado en Francia. Francisco I (1515 –
1547), sucesor de Luis XII en el trono de Francia, adopto una política de conciliación
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con León X, y luego penetró en Italia, con 30.000 hombres, derrotando a los suizos en
Marignano (1515). En 1516, concertó la paz de Noyon, con Carlos I rey de España,
quien ante los problemas internos, además de los existentes en los Países Bajos, y su
ambición de ser elegido emperador, aceptó de buen grado.
Durante el transcurso de esta lucha, Italia era el campo de las invasiones extranjeras y
estaba continuamente saqueada y devastada. Los hombres más perspicaces y los más
hábiles políticos italianos se daban cuenta de que la causa de ello residía en el
desmembramiento político del país, en su falta de unidad.
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Francisco I, trató de concertar una alianza con Enrique VIII rey de Inglaterra y con
Solimán II el Magnífico, sultán del Imperio turco, produciendo un gran rechazo entre
los cristianos de Europa. El vizconde de Lautrec, mariscal del rey, con el apoyo de la
flota de Génova, comandada por Andrea Doria, avanzó sobre Nápoles. Los
enfrentamientos con los franceses hicieron que el comandante genovés cambiara de
bando. Los franceses, rodeados se rindieron, pero, Carlos V, ante el avance turco en
Hungría, y los problemas causados por los luteranos en Germania, tuvo que negociar.
En 1547, morían los grandes enemigos del emperador, Francisco I y Enrique VIII, los
sucedían Eduardo VI (1547 – 1553), en Inglaterra, y Enrique II
(1547 – 1559), en Francia.
La paz de Augsburgo (1555) y la tregua de Vaucelles (1556) con Enrique II, fueron,
prácticamente los últimos actos del emperador. Carlos V, enfermo, abdicó, otorgándole
a su hijo Felipe II el trono español, y a su hermano Fernando I, la herencia de la casa
de Austria.
Terminaba así la “época de Carlos V”, con el emperador retirado al monasterio
extremeño de Yuste, donde murió en 21.09.1558.
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Alemania en el siglo XVI, al igual que Italia, no formaba un Estado unificado. Cierto es
que en Alemania había un emperador y existía el Reichstag, pero ni uno ni otro tenía
fuerza alguna. Alemania se componía de una multitud de pequeños principados, de
ciudades libres y de una cantidad aún mayor (más de mil) de posesiones imperiales de
caballeros, subordinados directamente al emperador, pero, en realidad, casi
absolutamente independientes.
En las manos de Carlos V se encontró un enorme Estado que incluía a España con sus
posesiones italianas y las colonias americanas, el Imperio Germánico y los Países
Bajos. Pero los asuntos del enorme Estado, y, sobre todo, la guerra con los reyes
franceses por la posesión de Italia, distraían continuamente a Carlos V, y, por eso, no
lograba levantar la autoridad imperial en Alemania.
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Cada uno de los nobles soñaba con ser independiente, al igual que los
príncipes. Los de menor cuantía – los caballeros -, después de haber sido
introducidas en los ejércitos las armas de fuego, perdieron su anterior
importancia militar, se fueron empobreciendo gradualmente y miraban con
envidia a los príncipes, la vida cómoda de los ciudadanos y mercaderes
enriquecidos, y las enormes posesiones de la Iglesia católica.
Una lucha despiadada tenía lugar en las ciudades. Sus gobiernos estaban en manos de la
clase acomodada, los patricios, quienes trataban de descargar todo el peso de los impuestos
sobre los hombros de los sectores medios y pobres de la población. Las familias de
comerciantes ricos, como los Fugger, buscaban apoderarse de todo el comercio, arruinando
así a todos los mercaderes de regular o menor importancia. Por eso, los grupos medios de la
población urbana (los burger), luchaban contra el patriciado por el predominio en las
ciudades.
Más pesada era la situación de los grupos más bajos de la población: los artesanos y los
trabajadores en general. Los maestros artesanos, en ese entonces, ya no dejaban entrar a los
operarios en sus corporaciones: éstos se iban transformando cada vez más en obreros
asalariados, a los que explotaba el maestro. Los operarios creaban alianzas secretas y
organizaban huelgas con el fin de obtener mejoras salariales. Conjuntamente con los
aprendices y jornaleros, como asimismo, los ciudadanos arruinados, los mendigos y los
vagabundos, los operarios formaban en las ciudades la clase de los plebeyos. Descontentos de
su situación, los plebeyos estaban prontos para apoyar cualquier movimiento dirigido contra
las clases dominantes.
Pero la más pesada de todas era la situación de los campesinos, víctimas del
saqueo de la Iglesia, de los señores y de las ciudades. El campesino debía
pagar a la Iglesia el diezmo.
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Los hidalgos se adueñaban de las posesiones comunales; bosques, prados y aguas, que
anteriormente habían utilizado conjuntamente con los campesinos. Las ciudades compraban
las fincas de los nobles y gracias a eso se convertían ellas mismas en señores y exigían de los
campesinos el censo y la jornada de trabajo obligatorio. Los campesinos, forzados a pagar a
sus señores, tenían con frecuencia que endeudarse, y entonces resultaban víctimas del
usurero. La ciudad, de este modo, explotaba a los campesinos como señor y como
prestamista.
Beheim comenzó a predicar que todos los hombres eran hermanos, que no debían existir
ricos ni pobres, que había que quitar la tierra a los señores y al clero y repartirla entre los
campesinos. El obispo mandó arrestar a Beheim como a un hereje. Lo condenaron y
quemaron en la hoguera. Entre los campesinos se difundieron las organizaciones secretas.
Sobre su estandarte había una imagen del zapato campesino, como emblema de la
sublevación contra la bota de los nobles.
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La Reforma
Si bien la necesidad de reformar la Iglesia católica, era algo de larga data, esto se
hacía más evidente durante las épocas de crisis y de rápidas transformaciones
económico sociales.
Hasta el siglo XVI, la Iglesia, de un modo u otro, pudo asimilar y frenar los intentos
reformistas. Acontecimientos como las llamadas “herejías de los pobres”, después del
año 1000, o la husíta, que conmovió a Bohemia a comienzos del siglo XV, pudieron ser
controlados. Sin embargo, el descontento que generaba la Iglesia católica en Alemania,
durante el siglo XVI, no era superado por ninguna
otra institución.
El papa Julio II, decía que si Alemania dejaba de sostener el trono papal,
Roma caería en la pobreza y la miseria. Pero el problema no estaba sólo en
las exacciones del papa; una enorme cantidad de tierras y toda clase de
posesiones pertenecían a los monasterios, las iglesias y otras instituciones
eclesiásticas, y los obispos y abades, los numerosos curas y una multitud de
monjes ociosos y saciados, vivían a costa de los ciudadanos y los campesinos.
Los príncipes, los nobles y los ciudadanos miraban con envidia las enormes
riquezas de la Iglesia; los trabajadores de la ciudad y del campo odiaban a los
curas, que los despojaban.
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Uno de los círculos humanísticos publicó una sátira que se llamaba Cartas de gente
oscura. En ella, bajo el aspecto de un epistolario entre monjes ignorantes, se narran
las artimañas de los monjes y se ridiculiza la erudición eclesiástica, ocupada con
aparente seriedad del análisis de cuestiones fútiles.
La sátira obtuvo un éxito enorme, y desde aquel entonces se comenzó a llamar a todos
los adversarios de la erudición “oscurantistas” (de viri obscuri: “los
hombres oscuros”).
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mayoritariamente anticlerical. Sirvió de pretexto para ella el negocio de las indulgencias por
parte del papa.
En el año 1517, el ignorante y grosero monje Tetzel fue enviado a Alemania con una
pila de indulgencias; visitaba ciudades y aldeas, ofreciendo a todos venderles las mismas y
asegurando que, en cuanto el dinero correspondiente tintinease en su alcancía, el alma del
pecador pasaría inmediatamente al paraíso.
Para él, el hombre era pecador y justo a la vez (simul peccator et iustus), lo
primero por su naturaleza humana corrompida por el pecado original, lo
segundo por la libre elección de Cristo.
La especulación con la venta de indulgencias era colosal, los banqueros Fugger, tenían
Indignado por este tráfico, Lutero, en 1517, expuso su posición al obispo de Maguncia,
Alberto de Bradeburgo, pero ante la indiferencia de este, decidió tomar otra medida.
En 1517, clavó a las puertas de la iglesia catedral de Whitenberg, donde era profesor y
predicador, sus objeciones, expuestas en forma de noventa y cinco tesis, las cuales
reprobaban la venta de las indulgencias e invitaba a polemizar a todos aquéllos que no
estaban de acuerdo con él. A favor de sus tesis, se manifestaron los filósofos humanistas
Erasmo y Melanchthon, además de un gran número de profesores y alumnos de las
universidades germanas.
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se retractó fue expulsado de imperio. Sin embargo, protegido por Federico de Sajonia, se
ocultó en el castillo de Wartburg, donde se dedicó a traducir la Biblia al alemán.
las ciudades y hasta poblados aislados comenzaron a llevar a la práctica sus principios. Cada
clase los interpretaba a su manera. Los príncipes, los nobles y los ciudadanos ricos deseaban
sólo la reforma de la Iglesia, es decir, querían liberarla de su sumisión al papa y apoderarse
de sus bienes y sus tierras. Pero ni aun entre ellos había acuerdo.
Por su parte, los campesinos y los pobres miraban a la Reforma no sólo como una
transformación de la Iglesia, sino además como una reorganización de todo el régimen social.
Pero estos anhelos sociales, temidos tanto por los señores como por los ciudadanos ricos,
también los temía el propio Lutero.
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Admitía que el estado de cosas era poco propicio para la aplicación de sus
ideas, pero, sin embargo, utilizó su talento organizador para dirigir la lucha
contra el régimen feudal.
Lutero, atemorizado por el movimiento, confió todas sus esperanzas en los príncipes, la
nobleza y los ciudadanos ricos. Se puso a la cabeza de la Reforma moderada, en tanto
que las prédicas de Münzer se hacían cada vez más extremas, atacando en sus
discursos a los príncipes, nobles y ciudadanos ricos. Las ciudades y las aldeas se
agitaban, la población clausuraba las iglesias y expulsaba a los sacerdotes católicos.
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LA GUERRA CAMPESINA
En 1524, comenzó una gran rebelión, conocida por los historiadores como la
“Gran Guerra Campesina”.
Los campesinos de Suabia, comenzaron a negarse a servir a sus señores y tomaron las
armas. A principios de 1525, los insurrectos formaron varios grandes destacamentos y
presentaron a los señores sus exigencias, expuestas en los “Doce capítulos”. Los
campesinos reclamaban que les fueran devueltos los prados, bosques y campos de
pastoreo, usurpados por los señores; que les fuera permitido pescar en los ríos y lagos
y cazar en los bosques; que fueran disminuidas las jornadas de trabajo obligatorio y los
censos y liberados de la dependencia de servidumbre; que se les permitiera elegir a
sus sacerdotes, y que fuera suprimida una parte del diezmo y la otra empleada en el
sostenimiento de los sacerdotes y los pobres.
Los señores trataban de ganar tiempo por medio de concesiones de poca importancia a
fin de reunir fuerzas para atacar a los campesinos. Entre tanto, los campesinos se
apoderaban de los conventos y quemaban las propiedades señoriales. Algunas ciudades
comenzaron a pasarse al bando de los insurrectos. En la ciudad de Heilbronn, los
rebeldes redactaron un nuevo programa, conocido como “Programa de Heilbronn”.
Pero en este programa, como fue confeccionado por los burgueses, las exigencias de
los campesinos quedaron relegadas al segundo plano.
En los meses de abril y mayo de 1525, casi todo Alemania meridional estaba abrasada
por la rebelión campesina. Pero sus fuerzas estaban desunidas, la organización y la
disciplina de sus destacamentos era débil, los lazos de unión entre las distintas
regiones insurreccionadas no existían, los jefes eran inexpertos. Los señores se unieron
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Lutero que al principio proponía a los príncipes y los nobles hacer pequeñas
concesiones en provecho de los campesinos, se pasó definitivamente al bando
de aquéllos e invitaba a tratar a los campesinos como a “perros rabiosos”.
El último eco de la guerra campesina fue la revuelta de los artesanos y los pobres de
Munster, ciudad de Westfalia, en los años 1534 y 1535. En esta ciudad los insurrectos
anabaptistas, expulsaron a los obispos, se adueñaron del poder, y establecieron una
comuna a la que afluyeron numerosos anabaptistas de los Países Bajos. A la cabeza
del gobierno comunal se colocó el sastre Juan von Leyden. Cuando las tropas del
obispo y de los príncipes sitiaron la ciudad, Leyden organizó la defensa. Hizo que todos
renunciaran al oro y la plata y lo aportaran a un tesoro común, todas las posesiones de
los ciudadanos fueron repartidas igualitariamente. Se organizó la alimentación gratuita
de la comunidad. Todos los habitantes tenían que trabajar para suplir las necesidades
comunes.
Pero la propiedad privada de casas, tierras e instrumentos se mantuvo. Durante
dieciséis meses la ciudad opuso una resistencia heroica. Finalmente Munster fue
asolada, y los jefes, entre ellos, Leyden, fueron torturados y ajusticiados.
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Así actuó, por ejemplo, el gran maestro de la Orden Teutónica, quien adoptó el título
de duque de Prusia en 1525. Pero algunos príncipes estaban atemorizados por la
tremenda rebelión de los campesinos, atribuyéndola a la influencia de la Reforma, y
decidieron conservar la antigua religión. La Iglesia católica deseando fortalecer esta
decisión, permitió que usurparan parte de sus propias riquezas. De esta manera, la
Reforma hizo más poderosos aún a aquellos príncipes que se mantuvieron en el
catolicismo.
Todos los príncipes alemanes, conmovidos, se dieron cuenta que perderían su poder, y
se levantaron contra el emperador, no sólo los protestantes sino también algunos
príncipes católicos; Carlos fue derrotado, y por poco escapó de ser tomado prisionero.
Cansado de las incesantes guerras y desastres, resolvió renunciar al trono. Entregó la
corona de Alemania a su hermano Fernando I, quien firmó la paz con los príncipes en
Augsburgo, en 1555. De acuerdo al tratado conocido como: La paz religiosa de
Augsburgo, al catolicismo y al protestantismo se les reconoció igualdad de derechos,
pero la facultad de fijar la religión de los súbditos fue otorgada sólo a los príncipes. Se
decía: “La religión es la del señor del país”.
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LA IGLESIA CALVINISTA
también por Inglaterra, los Estados septentrionales (Suecia, Dinamarca y Noruega), los Países
Bajos y Suiza. En este último país, algunos humanistas consideraban insuficientes las
reformas de Lutero. Pretendían un culto más simple, que eliminase los sacramentos, e
incluso, la misa luterana. Para ellos, los sacramentos tenían solamente valor simbólico y
negaban la presencia real de Cristo en la eucaristía.
El principal defensor de esta tesis era Huldreich Zwinglio (1484 – 1531). Este
predicador de la ciudad de Zurich, logró en 1524 que el Consejo ciudadano aprobara las
nuevas doctrinas. Junto a Zwinglio, otros importantes reformadores suizos fueron Juan
Ecolampadio (1482 – 1531), reformador en Basilea, y Martín Bucero (1491 – 1551), quien
organizó la Iglesia reformada en Estrasburgo. Pero los reformadores no lograban ponerse de
acuerdo. En 1531, en la batalla de Kappel, contra los cantones que se mantenían fieles a la
Iglesia católica, murió Zwinglio, los reformadores suizos tuvieron un nuevo director, Calvino.
Calvino dio a la Iglesia una nueva organización, muy cómoda para el dominio
de la burguesía.
magistrados a los religiosos. En 1541, estableció un nuevo orden religioso para la ciudad de
Ginebra, basado en tres elementos: unidad religiosa, todos debían jurar fidelidad al
calvinismo; un gobierno eclesiástico, confiado a los “pastores” de los fieles, y el
Consistorio, encargado de la disciplina eclesiástica.
Apoderándose del gobierno del Consistorio, Calvino dicto uno serie de edictos entre los
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de cartas y dados, de las canciones deshonestas y del teatro, etcétera. Estas medidas
provocaron la oposición de los llamados “libertinos”.
intolerante como la Iglesia católica con relación a todos aquellos que no compartían
sus creencias.
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La Contra Reforma
LA REACCION CATOLICA
Pero la Iglesia católica era fuerte aún. De su lado estaba el emperador y muchos
príncipes alemanes y las clases dominantes en estados de la importancia de España y
Francia, que veían en el catolicismo el mejor remedio para gobernar al campesinado
ignorante.
Los bienes de la Iglesia y sus ricos latifundios se hallaban, en esos países, a disposición de los
nobles, quienes generalmente ocupaban las dignidades más encumbradas y provechosas del
clero. La Iglesia romana comenzó a luchar encarnizadamente contra el protestantismo, dando
comienzo a la reacción católica o Contrarreforma.
La orden de los carmelitas descalzos, fundada a fines de siglo por Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz, en España, se comprometía en actividades como la
caridad, asistencia y enseñanza. Los capuchinos se atenían al rigor de las primeras
reglas franciscanas. Los teatinos, fundada por Cayetano de Thiene y Juan Pedro
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Carafa (papa Pablo IV), en 1524, los barnabitas, fundada por Antonio M. Zaccaria
en 1530, los oratorianos de Felipe Neri fundada en 1575, eran congregaciones de
clérigos que se sometían a votos especiales y reglas muy estrictas.
Los humanistas cristianos como Contarini, Morone, Pole, Sadoleto, llamados por el papa
Pablo III, en 1535, cumplieron en la renovación del Sacro Colegio Cardenalicio, un
papel importantísimo, junto con los papas Marcelo II, Pablo IV y Pío V.
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LOS JESUITAS
El arma principal de la reacción católica en al década del 40 del siglo XVI, fue
la Orden de los Jesuitas o Compañía de Jesús, fundada por el noble vasco
Ignacio de Loyola, nacido en 1491.
Este noble militar, herido, se vio obligado a dejar el servicio. Pero, fiel al catolicismo
decidió consagrar su vida a la lucha contra los herejes y convertirse en el “soldado de
Cristo”. Se dedicó a predicar por las calles llevando una vida miserable. En esa época
existía un grupo de místicos, los iluminados, en busca de una nueva espiritualidad, que
la Inquisición sospechaba que era una “herejía”. Pensando que Loyola pertenecía a
este grupo, el Santo Oficio le prohibió la predicación. Loyola partió para París, donde en
1534, en la iglesia de Montmartre, junto a un grupo de seguidores y amigos, hizo votos
de pobreza y castidad, además de comprometerse a convertir a los infieles.
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En la segunda mitad del siglo XVI, los jesuitas penetraron en los países protestantes y
consiguieron que algunos soberanos retornaran a la antigua religión y obligaran a
volver a ella a sus súbditos. En la lucha contra sus enemigos, no se detenían en nada.
Hábiles intrigantes, sabían penetrar diestramente en la corte, envolver a los personajes
influyentes en las redes de su adulonería o sus amenazas y obligarlos a actuar de
acuerdo a sus indicaciones. En el último de los casos no despreciaban el soborno, el
puñal y el veneno. Si el soberano estaba del lado del catolicismo, utilizaban su poder
en la lucha contra los “herejes”. En cambio si él mismo comenzaba a inclinarse hacia la
“herejía”, lo acusaban de tirano y su asesinato era visto como una hazaña.
Los jesuitas trataban de apoderarse de las escuelas, para educar a las nuevas
generaciones en el espíritu del catolicismo.
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CONCILIO DE TRENTO
Por fin el papa Pablo III, en 1545, decidió convocar el concilio de Trento.
traslados, finalmente durante el papado de Pío IV, en 1562 – 1563, se llegó a un acuerdo
sobre una serie de aspectos como: establecer que libros estaban inspirados por Dios (“canon”
de la Biblia), se decidió hacer una edición definitiva de la Biblia traducida por San Jerónimo
(la Vulgata), se acepto como fuente de Revelación la Tradición junto
a la Escritura.
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En la segunda mitad del siglo XVI, España formaba parte del enorme Estado de Carlos
V (para los españoles Carlos I). Trató, éste monarca de convertir a España en una
monarquía ilimitada o absoluta. Para ello era necesario acabar con la insubordinación
de los grandes señores y la libertad de las ciudades españolas, y debilitar las Cortes.
Pero la política de Carlos V chocó con la resistencia de las ciudades. Ya en el principio
mismo de su reinado tuvo lugar una sublevación, provocada por las exigencias
financieras del monarca y las extorsiones de sus consejeros. Se alzaron las ciudades
con Toledo a la cabeza, formando la Sagrada Junta (es decir, la unión santa). Pero las
tropas reales infligieron una derrota decisiva al ejército de la Junta en 1521. La
sublevación fue sofocada, sus cabecillas ejecutados, las tropas dispersadas.
El golpe recibido por las ciudades trajo la decadencia de las Cortes y el triunfo del
absolutismo. Entre los diputados por las ciudades comenzaron a aparecer nobles, que
de buena gana permitían al rey crear nuevos impuestos con tal que no infringieran sus
privilegios de ser libres de cualquier gravamen. El rey comenzó a conceder a los
diputados “regalos”, es decir, comenzó a sobornarlos para que fueran obedientes a su
voluntad. Las Cortes, paulatinamente, se convirtieron en un arma sumisa de la
arbitrariedad real.
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El hijo de Carlos, Felipe II lo sucedió como rey de España (1555 – 1598). Recibió
España con las colonias americanas, las posesiones italianas y los Países Bajos. Felipe
gobernaba en sus Estados como un monarca absoluto, era un católico fanático,
convencido de la procedencia divina de su poder, y no admitía objeciones por parte de
sus súbditos. Encerrado en sí mismo y poco afable, casi no se dejaba ver fuera de su
palacio y se relacionaba con el mundo exterior por medio de una interminable
correspondencia de Cancillería.
La persecución y expulsión de los moriscos, por Felipe III, completó su ruina. Los
moriscos, que vivían al sudeste de España, eran descendientes de los moros
musulmanes que se habían convertido al cristianismo; se dedicaban diligentemente a
la industria de la seda y a la agricultura. Pero la Inquisición desconfiaba de ellos y los
perseguía despiadadamente. En el año 1609, entre trescientos mil y medio millón de
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estas gentes utilísimas para España, fue expulsada y sus bienes confiscados. La
industria de la seda casi dejó de existir. De este modo, en España fue detenido por
mucho tiempo el progreso de la burguesía.
Los hidalgos, eran una multitud de nobles semi-mendigos, que despreciaban toda clase
de trabajo y consideraban sólo digno de ellos, el servicio prestado al rey en calidad de
oficiales y funcionarios. El gobierno se veía forzado a tomarlos a su servicio, creando al
efecto nuevas dignidades que multiplicaban la burocracia, procreando a funcionarios
ociosos y sobornables. La tardanza en los trámites y las coimas burocráticas se
convirtieron en un hecho corriente de la vida social española.
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Componían los Países Bajos en el siglo XVI, diecisiete provincias, que abarcaban el
territorio de la actual Bélgica, una parte de Francia, Luxemburgo y Holanda. Estaban
situados en la desembocadura de los grandes ríos Rin, Mosa y Escala, que unían entre
sí los Países Bajos con Francia y Alemania. Una laboriosa población industrial habitaba
densamente el pequeño país.
El centro económico era la rica ciudad comercial de Amberes, en la desembocadura del
Escala, sobre la ruta que unía a los Países Bajos con Alemania y Francia por medio de
los ríos, y con Inglaterra por medio del mar. Comenzaron a enriquecerse rápidamente
después de haber descubierto los portugueses la ruta marítima a la India.
En el siglo XVI, Amberes era una de las más importantes ciudades de Europa y los
Países Bajos estaban económicamente desarrollados. Existía en ellos una burguesía rica
y fuerte por su influencia, y comenzó a desarrollarse una importante industria
capitalista, en la que trabajaban obreros asalariados junto a los artesanos que
trabajaban a destajo en las aldeas. Cada vez más fuertemente se hacía sentir la
contradicción entre la progresista burguesía holandesa y la atrasada monarquía feudal
española.
Cada una de las dieciséis provincias se gobernaba a su modo. En cada una existía su
propio Estado provincial, y las grandes ciudades tenían su propio gobierno. Para
resolver los asuntos comunes, los representantes de las diferentes provincias acudían a
los Estados Generales. A la cabeza del gobierno total estaba el Stadthalter (virrey),
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Felipe II, para someter plenamente a los Países Bajos, intentó aplicar el
remedio que ya había aplicado con éxito en España: la Inquisición y la
persecución rigurosa de los “herejes”.
En los Países Bajos se había difundido la doctrina protestante, y la rica burguesía de las
ciudades se convirtió de buen grado al calvinismo, creando consistorios a la manera de
los ginebrinos. Eran sus superiores los personajes más ricos e influyentes, los
mercaderes y los contratistas, y la Iglesia, de este modo, se convertía en un arma de
señorío burgués. Entre los artesanos, los aprendices y los obreros estaba más difundido
el anabaptismo.
Para extirpar la “herejía”, Felipe II comenzó a designar españoles para las dignidades
eclesiásticas más elevadas, que preparaban la situación para introducir la Inquisición.
Los jueces eclesiásticos emprendieron viajes por el país, prendieron a todos aquellos
que no se reconocieran católicos o no acudieran a los templos católicos, comenzando
las persecuciones en masa, las ejecuciones y las hogueras. Los calvinistas y los
anabaptistas se convirtieron por esta razón en los defensores más ardientes de la
libertad nacional. Para ellos, el catolicismo significaba la Inquisición española, el
grosero militarismo español, el saqueo de los Países Bajos por la monarquía española.
Con su política fanática, Felipe II, forzó a tomar el lado de la revolución hasta a los
nobles holandeses, que habían estado prontos a servir al rey y a la religión católica. El
rey apartó de sí a la nobleza holandesa excluyéndola de la administración, y a la
nobleza de menor cuantía porque cesó de admitirla en su ejército como oficialidad. Y
hasta el propio clero católico de los Países Bajos se alarmó, temeroso que el
nombramiento de los nuevos obispos españoles y la concesión de las ganancias
provenientes de los conventos holandeses, privase al clero local de sus entradas,
enriqueciendo a los españoles.
A fines de 1565 se formó una organización secreta que juró defender al país de la
Inquisición, y expulsar a los españoles. Este año es considerado como el punto de
partida de la revolución en los Países Bajos.
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El movimiento de las clases bajas atemorizó a los nobles holandeses. Los españoles
aprovecharon este miedo de la nobleza ante el levantamiento popular, y atrajeron
hacia su bando una parte de ella, y conjuntamente aplastaron el movimiento popular.
Felipe II decidió acabar con la insurrección de un solo golpe, y en 1567, envió a los
Países Bajos al duque de Alba, que los consideraba como una colonia y estaba pronto a
tratar a sus habitantes como se trataba a los indios en América. Inmediatamente
después de su llegada, el duque de Alba instituyó un Consejo sobre el asunto de los
motines, es decir, un tribunal extraordinario para los asuntos de las “herejías” y la alta
traición, apodado por su crueldad el “Consejo sangriento”. El número de las víctimas
de este tribunal, durante la permanencia del duque de Alba en el poder, algunos
historiadores sostienen que excedió las 8.000 personas.
El terror llevado por el duque de Alba a los Países Bajos, tenía como finalidad, no
solamente la extirpación de la “herejía”, sino además el saqueo directo de la nobleza
holandesa y de su burguesía, para volver a llenar el tesoro español y pagar el salario a
las tropas españolas y sus funcionarios.
Comenzó la huida en masa al extranjero. Salvándose del terror, escapó a Alemania uno
de los terratenientes más grandes e influyentes, Guillermo de Orange, que estaba a
la cabeza de la nobleza holandesa descontenta de la dominación española. Los más
pobres, llevados a la desesperación, organizaron pequeños destacamentos y,
escondiéndose en los bosques, atacaba a los españoles. Estos güsen (andrajosos)
silvestres, fueron pronto aniquilados por las tropas del duque de Alba.
Alba introdujo en los Países Bajos el sistema de impuestos llamado alcabalas. Quería
que cada habitante pagase, al vender su mercadería, el diez por ciento en forma de
impuesto. Este impuesto era una verdadera ruina para el país. La huida al extranjero
se hizo mayor, el comercio y la industria fueron languideciendo, comenzó la
desocupación y el hambre. Al Norte, mucha gente trabajadora servía como marineros
en la gran flota mercante de Holanda y de Zelandia. Cuando el comercio cesó, se
apoderaron de las naves y comenzaron la guerra marítima contra España, atacando a
sus naves. Estos llamados güsen marinos, en 1572, se apoderaron de la ciudad de Bril,
sobre una de las islas de Zelandia.
Bril se convirtió en la base de la sublevación del Norte, la cual abarcó las provincias de
Holanda y Zelandia. Aquí acudían todos aquellos decididos a enfrenar a los españoles.
Guillermo de Orange, fue reconocido como el Stadthalter, equipó destacamentos de
tropas mercenarias, para luchar contra los españoles.
Entre tanto el duque de Alba se encontraba en una difícil situación. La manutención del
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ejército era muy cara, las riquezas confiscadas habían sido totalmente gastadas y,
mientras tanto, la resistencia en el país crecía día a día. El sitio de Harlem, que se
prolongó durante ocho meses, le costó al duque de Alba doce mil hombres, entre
muertos y heridos.
Dos veces los españoles sitiaron la estratégica ciudad de Leyden. En ella comenzaron a
escasear los alimentos; los Estados de Holanda dieron orden de romper los diques y
abrir las esclusas que defendían al país de las inundaciones. La flota de los
“andrajosos” trajo productos alimenticios a los sitiados, y las tropas españolas se
vieron forzadas a replegarse huyendo de la inundación. Irritado por el desastre Felipe
II, retiró en 1573, al duque de Alba de los Países Bajos.
Los virreyes sucesores del duque de Alba indicaron al rey la necesidad de hacer
concesiones, pero Felipe II se mantuvo en su trance y poco faltó para que perdiera
todo el país. El tesoro estaba exhausto, las tropas dejaron de percibir su estipendio, y
los soldados españoles comenzaron a saquear. En el año 1576, fue atacada la opulenta
ciudad de Amberes, degollaron a gran parte de sus habitantes y la devastaron de tal
modo que nunca más volvió a reponerse del golpe.
Al mismo tiempo, y desde el año 1577, en las ciudades meridionales de los Países
Bajos comenzó un movimiento democrático: en Bruselas, Genta, Arras y otras, donde
los artesanos y los obreros se adueñaron del poder, y exigieron a la rica burguesía
impuestos elevados para solventar la guerra y otras necesidades. Atemorizada por el
movimiento popular, la burguesía se unió con el alto clero y la nobleza. Las milicias
hidalgas comenzaron a expulsar a los comités democráticos y restaurar en las ciudades
el poder de los nobles y mercaderes. El clero, la nobleza y la burguesía de las
provincias meridionales mostraron su buena disposición de someterse al rey de España,
con tal de librarse del riego de una sublevación popular.
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luchar todos juntos contra los españoles. Poco tiempo después declararon que Felipe II
quedaba destituido. La opulenta burguesía del Norte nada tenía en contra de que otro
rey figurase a la cabeza del nuevo Estado, y creía que el candidato más apropiado era
Guillermo de Orange. Pero en 1584, Guillermo apareció asesinado. A la cabeza del
gobierno fue colocado el Consejo Nacional, compuesto por los representantes de los
ricos burgueses y la nobleza.
En 1581, España se anexó Portugal con todas sus colonias. Fueron a parar a manos del
rey de España no sólo las posesiones americanas, sino también las que tenía Portugal
en la India.
En el año 1609, entre España y las Provincias Unidas fue firmado un acuerdo
de armisticio, por el cual España reconoció la independencia del nuevo Estado.
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En el siglo XVI, Inglaterra era un pequeño Estado con una población de cerca de tres
millones de habitantes. Por el número de sus habitantes era tres veces menor que
España y cinco veces menor que Francia. Pero precisamente este siglo señaló el
comienzo del incremento de la economía inglesa, gracias al cual, tres siglos después,
Inglaterra se convirtió en la fábrica del mundo y en la monarquía colonial más
poderosa.
Desde tiempo atrás, en Inglaterra florecía la ganadería ovina, y la lana inglesa era
exportada en gran cantidad, principalmente a Flandes. Desde el siglo XIV, la industria
de los paños comenzó a desarrollarse en Inglaterra. Los ingleses dejaron de exportar
su lana y comenzaron a trabajar la ellos mismos.
Producían paños no solamente los gremios de maestros artesanos de las ciudades; esta
industria se difundió por las aldeas, y los artesanos del lugar se ocupaban
simultáneamente de las faenas agrícolas y del hilado o tejido. Y puesto que en la
mayoría de los casos era gente pobre, tanto la lana, como los telares, eran facilitados
por los acaparadores de paños, quienes exigían que todo el producto fabricado por el
artesano les fuera vendido a ellos. Desde el siglo XVI, acaparadores de esta clase
comenzaron a organizar personalmente talleres, en los cuales hacían trabajar a una
parte de los artesanos dependientes de ellos para vigilar mejor la marcha del trabajo.
De este modo surgieron numerosas manufacturas de paños y comenzó a tener difusión
el método capitalista de la producción.
Los campesinos expulsados de su propia tierra, que habían perdido todos sus bienes y
sus medios de vida, se veían forzados a emplearse y trabajar para los capitalistas. La
expulsión de los campesinos de la tierra resultaba ventajosa tanto para los lores que
obtenían campos para pastoreo, como para los capitalistas que obtenían mano de obra
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La tierra usurpada era cercada por los lores y los farmer y de este modo quedaba
separada de la tierra campesina. Los campesinos y trabajadores de Inglaterra se
enfrentaron con una dura situación, y carecían de fuerzas para luchar contra los
“cercados”, contra los nobles y los burgueses. Muchos de ellos, arrojados de sus
tierras, no podían encontrar trabajo.
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Los campesinos procuraron resistir los cercados, en diferentes lugares comenzaron las
insurrecciones, en particular en el Este, que era donde más cercados había.
La insurrección más importante fue la que estalló en el condado de Norfolk, en 1549, bajo el
mando de Robert Kate. Los campesinos exigían que fueran quitados los cercos, devueltas las
tierras comunales, prohibida la cría de grandes rebaños de ganado vacuno y ovino.
Los insurrectos se adueñaron de Norwick, la ciudad más importante del condado, ante lo cual,
el gobierno envió contra ellos un gran destacamento de tropas mercenarias. Kate fue
derrotado, más de tres mil campesinos degollados, una cantidad aún mayor de apresados. El
propio Kate fue ahorcado en la plaza de Norwick.
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Por otra parte, tanto unos como otros, podían cumplir funciones públicas en las
administraciones locales. Relacionados con la monarquía, por interés y prestigio, como
la situación económica era buena, no pusieron trabas al absolutismo, siempre y cuando
no se sobrepasaran ciertos límites.
Enrique VIII (1509 – 1547), fue un rey violento, orgulloso y ávido de gloria.
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Cléves, decapitó a otras dos: Ana Bolena y Catalina Howard. Como el papa
Clemente VII, se negó a disolver el matrimonio con Catalina de Aragón, el
rey decidió romper con la Iglesia católica.
En Inglaterra había una especulación inaudita con las tierras, y una parte considerable
de ellas cayó en manos de los mercaderes e industriales, quienes luego de adquirir las
tierras se convertían en nobles; expulsaban a los campesinos de sus predios o los
explotaban de la manera más despiadada, como sus señores anteriores. Pero las tierras
de las iglesias y de los obispos no fueron confiscadas, la Iglesia anglicana siguió siendo
un gran terrateniente; como antes, percibía el diezmo de los creyentes, igual que la
Iglesia católica.
La Iglesia anglicana se convirtió en la Iglesia del Estado inglés. Todos los ingleses
estaban obligados a pertenecer a esta religión, bajo la pena de verse perseguidos como
criminales de lesa majestad.
Los puritanos preferían los reglamentos de la Iglesia calvinista, pero entre el pueblo
tuvieron mayor difusión otras doctrinas religiosas, las que se manifestaban contra
cualquier clase de Iglesia del Estado y querían la independencia absoluta de las
comunidades religiosas, cuyos partidarios fueron llamados independientes.
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El desarrollo del comercio y la industria colocó frente a nuevos problemas a la política exterior
de Inglaterra. El país se encontró frente a un rival importante en el mar: la soberanía
española.
Durante el reinado de los Tudor, las relaciones con España fueron uno de los puntos más
importantes de la política exterior inglesa. Los círculos feudales del país buscaban el apoyo de
la España feudal, trataban de acercar a los dos países. Los círculos comerciales e industriales,
y la nueva nobleza, insistían en cambio en una lucha decisiva contra España, alimentando un
gran odio hacia los católicos españoles.
Los grandes señores, al morir Enrique VIII, lograron arreglar el casamiento de su hija María,
que subió al trono en 1553, con el heredero del trono español, el futuro rey Felipe II. María
Tudor, volvió a implantar el catolicismo en Inglaterra; persiguió de modo feroz a los
“herejes”, los hacía condenar a la hoguera con tanta crueldad, que la apodaron “la
Sangrienta”.
Pero los éxitos económicos de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVI reforzaron la
situación de la burguesía y la nueva nobleza, permitiéndoles triunfar sobre los
señores feudales.
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Durante el gobierno de Isabel II, se estimuló con diversas medidas el comercio y la industria.
Favorecía a las compañías comerciales y les acordaba derechos al monopolio con diferentes
países.
Todavía en 1552, desde Inglaterra salieron tres naves en busca de un camino a la India a
través de los mares septentrionales. Dos de las naves naufragaron entre los hielos; la tercera,
bajo el mando de Chansler, alcanzó a llegar a la desembocadura del río Duina del Norte, en
Rusia. Desde allí Chansler llegó a Moscú, y obtuvo el permiso del zar Iván el Terrible para
comerciar con el Estado de Rusia.
En 1554 fue fundada en Inglaterra la Compañía Moscovita, para comerciar con Moscú, Persia
y los países septentrionales.
Pero la más importante y rica de esta clase de empresas fue la famosa compañía Ost-India.
Fundada en 1600, que obtuvo el monopolio del comercio con todos los países al este del cabo
de Buena Esperanza.
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LA POLITICA EXTERIOR
A medida que aumentaba el éxito del comercio inglés, más inevitable se hacía el choque con
España.
Las naves militares y mercantes inglesas saqueaban el litoral de España, atacaban a las
naves españolas, devastaban las costas de las colonias hispanas en América.
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A fines del siglo XV, se llevó a cabo la unificación de Francia, con una extensión
territorial un poco menor que la actual y con alrededor de quince millones de habitantes. Por
el número de habitantes, era el Estado más grande de Europa.
de lino, lana y seda, como asimismo de encajes, alfombras, tapices, vidrio y porcelana. Desde
fines del siglo XV, tomó incremento la imprenta, particularmente en Lyon y París.
Paralelamente con los oficios gremiales, iban apareciendo los productores individuales
podían trabajar donde mejor les pareciese. Pero, si bien en los siglos anteriores compraron su
libertad no podían comprar su tierra. Continuaban pagando a los señores por su usufructo,
debían cumplir en sus haciendas las jornadas de trabajo obligatorio y una serie más de
cargas, debían apelar a los juzgados señoriales. A ello, se sumaban los impuestos del Estado,
que crecían incesantemente. La situación del campesino francés era extremadamente dura.
La nobleza seguía siendo la clase dominante, que reclamaba un fuerte poder real, para
El rey Francisco I (1515 – 1547) no convocó ni una vez a los Estados Generales. Sobre
sus edictos escribía: “Tal es mi buena voluntad”, y consideraba que ello era suficiente para la
sanción de una nueva ley.
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comenzó a arrendarlos. Los arrendatarios eran ricos burgueses; también eran ellos quienes, a
menudo, daban al gobierno dinero en préstamo, cobrando por la operación grandes intereses.
De tal manera, la burguesía francesa, a diferencia de la emprendedora burguesía inglesa, era
rentista, prefería ocuparse de la compra de cargos administrativos, del arrendamiento y la
usura, antes que del comercio y la industria.
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Los nobles franceses no se dedicaban ni a la cría del ganado ovino, ni a la agricultura, como
los ingleses, y vivían sólo con lo que obtenían de sus campesinos.
Muchas importantes familias feudales perecieron en la guerra y las sediciones del siglo XV, y
los reyes trataban paulatinamente de convertir a los restantes en cortesanos.
La “nobleza cortesana”, recibía del rey sueldo (pensiones), regalos, y llevaba una vida de lujo
y ocio en la corte real en París. Los nobles menos ricos vivían en el campo, “nobleza de
campo”, pero consideraban el trabajo personal degradante y trataban de ingresar en el
ejército real en calidad de oficiales. La guerra era considerada por ellos como la única
ocupación digna de su honor, allí podían distinguirse, recibir un alto grado y enriquecerse con
el saqueo. Por eso la monarquía francesa constituía un Estado muy agresivo.
En el sur de su territorio, sobre la rica, pero desunida y débil Italia, descargó el primer golpe
la unificada Francia, continuando la guerra iniciado por los predecesores de Francisco I.
Al principio sus expediciones fueron exitosas, pero luego chocó con un poderoso rival: Carlos
V de Habsburgo, emperador de Germania, y rey de España como Carlos I.
En 1525, en la batalla de Pavía, Francisco I fue completamente derrotado por las tropas del
emperador y hecho prisionero.
Los franceses perdieron cuanto habían conquistado en Italia septentrional. No tuvieron éxito
tampoco las guerras ulteriores de Francisco I contra Carlos V; más de una vez, las tropas del
emperador irrumpieron por los confines de Francia y en dos ocasiones llegaron a las puertas
de Paría. El rey francés buscaba aliados por doquier: trabó relaciones con el sultán turco,
apoyó contra Carlos V a los príncipes protestantes de Germania.
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EL PROTESTANTISMO FRANCES
El protestantismo comenzó a introducirse en Francia desde la segunda década del siglo XVI.
Francisco I, amigo de los príncipes protestantes alemanes en su lucha con Carlos V, toleró la
difusión del protestantismo en su país.
Pero, en 1534, los “herejes” se mostraron tan atrevidos que pegaron por
todas partes, hasta en el propio palacio real, proclamas conteniendo un
llamamiento a aniquilar la “idolatría católica”.
Enrique II, acrecentó las persecuciones, siendo creada la llamada “Cámara del
fuego”, donde se quemaba en hogueras, diligentemente, a los “herejes”.
Pese a las severas medidas que se tomaron, el número de protestantes seguía en aumento.
Desde fines de la cuarta década del siglo XVI, comenzó a difundirse el calvinismo, que tuvo
acogida en el ambiente burgués y el de los artesanos y obreros. Pero bajo Enrique II,
comenzó a difundirse rápidamente también entre la nobleza, particularmente en el sur de
Francia.
Enrique II, déspota autoritario y grosero, trataba a la nobleza con rigor, y ésta sintió por
primera vez la pesada mano del monarca absoluto. Los resultados de la Reforma en Alemania
– el enriquecimiento y aumento del poderío de los príncipes germanos - era un ejemplo
tentador.
Los grandes señores del sur de Francia, no habían olvidado su anterior independencia,
deseaban convertirse en soberanos tan independientes como lo eran los príncipes alemanes.
El número de nobles de menor cuantía que se iban arruinando y empobreciendo, miraba con
envidia la riqueza de la Iglesia católica y nada objetaban a la usurpación y reparto de los
bienes de la misma. Comenzaron a convertirse al calvinismo, que no sólo exigía la
confiscación de la tierra de la Iglesia católica, sino que les otorgaba una organización ya lista
y unía sus filas para luchar contra el absolutismo real.
Los calvinistas de Francia comenzaron a llamarse Hugonotes (Termino de origen incierto).
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El trono de Francia después de la muerte de Enrique II, fue ocupado sucesivamente por
sus débiles e incapaces hijos. La autoridad del poder real comenzó a decaer. Durante el
reinado del hijo mayor Francisco II, se adueñaron del poder los duques de Guisa,
propietarios de enormes riquezas en tierras, particularmente de señorías eclesiásticas,
y por esta razón, se convirtieron en diligentes defensores del catolicismo.
Pero pronto, entre los católicos y los hugonotes se sucedieron hechos sangrientos. En
1562, al pasar el duque de Guisa con su cortejo por la población de Vassy, atacó a los
hugonotes reunidos para una ceremonia religiosa. Los “asesinatos de Vassy”, desataron
una guerra abierta entre los dos bandos. En el transcurso de treinta años hubo diez
guerras, con triunfos alternativos para unos y otros. Pero tanto la nobleza hugonote
como la católica aprovecharon esta prolongada contienda para saquear a los
campesinos y a los ciudadanos.
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Los católicos decidieron acabar con los hugonotes de un solo golpe. En 1572, en
ocasión del casamiento del jefe de los hugonotes, Enrique de Navarra, y de la
hermana del rey, Margarita, se reunieron en París muchos nobles hugonotes. Los jefes
católicos decidieron degollarlos. Catalina de Médicis estaba al tanto de la conspiración,
pero decidió no obstaculizarla, en la esperanza de que durante la lucha muriesen los
jefes hugonotes y poder entonces someter a sus partidarios bajo
su poder.
Los nobles y las ciudades hugonotes sellaron una alianza y crearon un conglomerado
semejante a una república independiente, dentro del Estado francés. Se iba
constituyendo un Estado hugonote, con su propia administración, su ejército, sus
finanzas, tribunales y religión.
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candidatura de su propio jefe, Enrique de Guisa. Pero París tampoco confiaba de los
feudales católicos, y de ahí que, en definitiva, actuara con independencia,
constituyendo el Consejo de los Dieciséis, así llamado por el número de sus distritos.
Fue reunida y armada una milicia ciudadana, integrada por artesanos, pequeños
comerciantes y marineros.
De este modo, en Francia, además del rey Enrique III, hubo otros tres gobiernos: el de
Enrique de Borbón, al frente de los hugonotes; el de Enrique de Guisa, al frente de la
Liga Católica, y el Consejo de los Dieciséis, al frente de París.
Entonces decidió deshacerse del duque de Guisa, quien fue asesinado por
orden del monarca, pero, con este acto, aumentó la irritación de la Liga
Católica, cuyos predicadores comenzaron a incitar al pueblo al asesinato
de Enrique III.
Rodeado de enemigos, el rey resolvió hacer las paces con Enrique de Navarra, y
combinando sus ejércitos ambos Enrique marcharon sobre París. Cuando, en 1589, la
capital se preparaba para el ataque, el rey fue asesinado por el monje Jacques
Clément, y la situación sufrió un brusco cambio. Cesó de ocupar el trono francés la
dinastía Valois; y aquel pasó al jefe de los hugonotes Enrique IV de Borbón, quien
inauguró la dinastía de los Borbones.
El nuevo rey tenía que conquistar todavía su Estado. El país estaba agotado por la larga
sedición civil, y se manifestaban notorias inquietudes entre los campesinos y los
pobres de las ciudades. Esto constituía un peligro tan terrible para las clases
privilegiadas, que ante él se acallaron las querellas entre los Guisa y los Borbón, entre
los católicos y los protestantes.
A los grandes señores católicos los compró Enrique IV con pensiones y dignidades
provechosas. Pero no logró tomar París. Allí se atrincheraron los católicos irreductibles,
a quienes ayudaban los españoles. Entonces el rey decidió: “París bien vale una misa”,
y se convirtió al catolicismo, y la burguesía parisiense le abrió las puertas de la ciudad.
Sin embargo, la sublevación fue aplastada y los señores dieron cruel cuenta
de los vencidos, exterminando a una gran cantidad de ellos.
(1) El grito de guerra de los insurrectos era ¡Sur croguants! (¡Sobre los roedores!), es decir, sobre los
nobles y los recaudadores de impuestos. Por extensión, a los insurrectos se los llamó croguants.
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El sultán turco, adoptó el título de califa, jefe religioso de todos los musulmanes. El
Imperio Otomano alcanzó su punto máximo bajo el sultán Solimán II (1520 – 1566), a
quien los europeos dieron el apodo de “el Magnífico”.
Solimán II, contaba con un enorme ejército, según algunos historiadores, de más de
doscientos cincuenta mil hombres. Su artillería era la mejor del mundo, y disponía de una
gran flota. En 1526, en la batalla de Mohacz, Solimán infligió una severa derrota al ejército
unido de bohemios y húngaros, adueñándose de una parte considerable de Hungría. Poco
después el ejército del sultán devastó Austria, poniendo sitio a Viena. No menos exitosas eran
sus correrías marítimas: los barcos turcos mantenían en estado de constante alarma a las
costas de Italia y España.
En el transcurso del siglo XVI, casi todo el norte de África fue conquistado por los turcos.
Luego de imponer su dominio sobre las rutas comerciales más importantes, gravaron el
comercio con grandes impuestos que enriquecían las arcas del sultán.
Los rápidos progresos turcos se explican no sólo por su superioridad militar sino también por
la rivalidad mutua entre los Estados Europeos, que indirectamente los ayudaban de manera
eficaz en sus conquistas. En el mejor momento de las expediciones europeas de Solimán el
Magnifico, el rey francés, Francisco I, que llevaba al igual que todos los reyes franceses el
título de “cristianísimo”, concluyó con el jefe de los musulmanes, una alianza contra el
emperador Carlos V (1535). Los turcos obtuvieron del rey de los franceses, el derecho a usar
el puerto de Tolón; la escuadra francesa combatía contra las fuerzas marítimas de Carlos V,
conjuntamente con los barcos turcos.
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turca. Para obligarlos a ello, la nobleza otomana adoptaba las más crueles medidas. Cada una
de las expediciones turcas era acompañada por destrucciones de ciudades y aldeas,
aniquilamiento o esclavitud de los habitantes.
La vida y los bienes de cada súbdito dependían del capricho del monarca. Ni
siquiera los cortesanos más ilustres estaban libres del peligro cotidiano de
provocar el odio del sultán y ser empalados. Pero, con el tiempo, los propios
sultanes cayeron en dependencia de su guardia: los jenízaros.
La fuerza militar del Imperio Turco estaba formada, principalmente, por los señores
Los excesivos impuestos minaban el comercio de Turquía, el que además decayó porque
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declinando notoriamente.
En 1571, en Lepanto, la flota turca recibió una terrible derrota en el combate contra la
flota aliada de los españoles y los venecianos. Esta derrota fue el primer gran desastre de los
turcos que desvaneció la fama de su invencibilidad.
A fines del siglo XVI, las conquistas de los turcos cesaron. Conjuntamente con ello cesa
la afluencia de botín. El sultán y la nobleza turca, para poder continuar con su espléndido
modo de vida, recurrieron al aumento de los impuestos y a una mayor explotación de los
trabajadores. La administración despótica y el recaudo de los impuestos exigían todo un
ejército de funcionarios, los cuales con sus coimas y exacciones, aumentaban más aún la
opresión que soportaba la población. Esto minaba gradualmente la base del poderío del
Imperio Otomano.
crecían poderosos Estados europeos: Austria y el Estado ruso, que se convirtió durante el
reinado de Pedro I en el Imperio Ruso.
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En los siglos XII y XIII, Polonia estaba desmembrada en gran número de dominios feudales
independientes. Los grandes magnates gozaban de los derechos de príncipes en sus dominios.
La nobleza de menor cuantía (siliajta), dependía de los magnates, y formaba un cortejo
militar, recibía de ellos tierra y obtenía en sus cortes los medios de vida. En ningún otro lugar
de Europa existía otra nobleza tan turbulenta e insubordinada como en Polonia. Guerras,
festines, caza, incursiones contra los vecinos: esto constituía la razón de vivir de los señores.
Los magnates y la shliajta sometían gradualmente a los campesinos, convirtiéndolos en
siervos de la gleba.
Había pocas ciudades y no desempeñaron en su historia un papel tan importante como en los
países de Europa Occidental. En el siglo XIV, los dominios polacos se unieron en un Estado
único, con Casimiro III (1333 – 1370), como rey. Pero la unificación de Polonia era sólo
aparente; todo el poder pertenecía, como antes, a los grandes señores. Bajo Casimiro III,
Polonia se apoderó de las tierras ucranianas: el principado de Galitzia. Las tierras de estos
enormes dominios fueron donadas a los señores polacos.
Polonia debió sostener una lucha peligrosa con los tártaros que irrumpían en
sus dominios desde el sudeste, y con la Orden Teutónica que la atacaba
desde el norte. Contra ambos luchaba también Lituania, lo cual determinó la
unión entre ambos países.
El Estado lituano incluía en aquel entonces no sólo las tierras pobladas por
lituanos, sino también una serie de regiones rusas, ucranianas y bielorrusas.
Las fuerzas unidas de polacos y lituanos, con la ayuda de regimientos rusos
de Smolensk, lograron derrotar a las fuerzas de la Orden Teutónica en
Grunwald (1410).
Este fue un golpe terrible para la Orden, que fue obligada a reconocer su dependencia de
vasallaje de Polonia y cederle una parte de sus tierras, en Danzing y Prusia Occidental.
Polonia obtuvo la salida al mar Báltico.
Entonces los señores polacos iniciaron un comercio importante de productos rurales, que
hacían mucha falta en Europa Occidental. Desde los países occidentales comenzaron a llegar
mercaderes para la compra de grano, lino, ganado, cueros y maderas. Se le permitió a la
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nobleza una exportación sin impuestos de sus productos por el puerto de Danzing, que
aumento durante el siglo XVI, en diez veces.
Todo esto ejerció gran influencia sobre la situación del campesinado polaco. Deseando
obtener la mayor cantidad de productos para la venta, los señores polacos comenzaron a
ampliar su economía rural a expensas de la tierra campesina, aumentaron la explotación de la
servidumbre de los campesinos, y extendieron las jornadas de trabajo obligatorio gratuito. La
situación de los campesinos fue empeorando en el transcurso del siglo XVI.
El régimen político de Polonia estaba controlado por los magnates, dueños de decenas de
ciudades y centenares de aldeas. Cada uno de ellos podía pertrechar a todo un ejército y
mantenía una corte no menos ostentosa que la real. A los grandes señores les convenía el
debilitamiento del poder central; a ello apuntaba la “dorada libertad de la nobleza”. Solo los
grandes señores eran designados para las altas dignidades, entre ellos se repartían los
dominios de la corona.
El rey no podía sancionar ninguna nueva ley sin la aprobación de la Dieta; esta se componía
del Senado, donde deliberaban los señores más importantes y los clérigos, y de la Cámara de
los Nuncios, donde se reunían los diputados de las Dietinas, las asambleas locales de la
pequeña nobleza. Para adoptar una resolución en la Dieta se requería la unanimidad. Desde
mediados del siglo XVII se estableció una regla según la cual bastaba que un solo diputado
gritase “no permito”, y abandonase la reunión, para que todas las resoluciones se
consideraran nulas y la Dieta disuelta.
Era frecuente que en medio de una expedición, como la pequeña nobleza no obedecía a los
reyes, los nobles manifestasen al rey su decisión de no continuar la guerra.
Cuando terminó la dinastía de los Jagellones (1572), la dignidad real en Polonia se convirtió
en delegada. El rey era elegido con un congreso general de la nobleza, al que se presentaban
miles de magnates y nobles de menor cuantía. El rey electo debía firmar el compromiso de no
violar los privilegios de la nobleza; en caso de no cumplir dicha obligación, la nobleza quedaba
libre de su juramento de obediencia y tenía derecho de iniciar contra el rey una sublevación.
De este modo, los señores no permitían el fortalecimiento de un poder central, temerosos que
este pudiese limitar su libertad de acción.
Polonia continuó siendo un Estado desmembrado en numerosos feudos, en el cual era dueña
la arbitrariedad de la nobleza. De facto, todo el poder se hallaba en manos de un pequeño
grupo de magnates, de quienes dependía la numerosa pequeña nobleza.
En 1569, en la Dieta de Lublin, los señores polacos resolvieron la unificación total de Polonia y
Lituania. Ambos estados debían tener en adelante no sólo un rey común, sino también una
sola Dieta y un solo sistema monetario. Simultáneamente, las regiones ucranianas de
Lituania, pasaron a depender de Polonia. Los grandes señores polacos pasaron a usurpar las
tierras ucranianas, a convertir a los campesinos en siervos de la gleba, a destruir las ciudades
de este país.
En Ucrania se formaron enormes dominios de los Potocky, los Vishenevecky y otros señores
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feudales. Bajo el férreo dominio de los nobles vivían los polacos, ucranianos, bielorrusos,
lituanos, hebreos, alemanes y tártaros. La Riecz Pospolita(República), como llamaba la
nobleza polaca a su Estado, se componía de tierras débilmente unidas entre sí con una
población multinacional.
En el año 1596, en Brest, fue proclamada la unión, es decir, la sumisión al papa romano de la
Iglesia ortodoxa de los dominios polacos. Los ortodoxos ucranianos y bielorrusos resistieron
enérgicamente la pretendida unión y la lucha en defensa de la Iglesia ortodoxos se convirtió
para ellos en el símbolo de la lucha nacional contra la opresión polaca. La política de
polonización e implantación de la unión, era llevada a cabo tenazmente por los jesuitas, que
gozaban en Polonia de una enorme influencia.
En la segunda mitad del siglo XVI, Polonia chocó con el Estado de Rusia, que
buscaba una salida al mar Báltico.
No atreviéndose a atacar al Estado ruso directamente, los señores polacos
tomaron partido por el falso Demetrio, un impostor a quien apoyaban
también el papa y los jesuitas, quien había prometido a los nobles ceder
Smolensk y las tierras del Norte, y cooperar con la implantación del
catolicismo en el Estado ruso.
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Con el fin de poder luchar contra los tártaros y los polaco-lituanos, los príncipes de
Moscú se esforzaban por extender sus territorios y en consolidar su poder sobre todas
las tierras rusas, cosa que Iván III, consiguió, al fin, convirtiéndose en gran príncipe
en 1462. Sin embargo, estaba todavía bajo el poder del kan de la Horda de Oro, ya
entonces muy debilitada.
A fines del siglo XV, Iván III emprendió la guerra contra Nóvgorod, y los boyardos de
este territorio se coligaron con Lituania para luchar contra él, pero fueron vencidos, y
Nóvgorod pasó a formar parte también del Estado ruso unificado.
En esta misma época la Horda de Oro se dividió en tres kanatos: Kasan, Astrakan y
Crimea, y de ella se separó el reino de Siberia. Esta escisión de Horda de Oro sirvió
solamente de provecho a los príncipes de Moscú. La Horda ya no amenazaba al Estado
Ruso que consiguió consolidarse.
Iván III pudo manifestar al kan de la Horda de Oro que ya no reconocía su dominio
sobre el principado de Moscú. Esta contestó declarándole la guerra, y los ejércitos se
enfrentaron a orillas del río Ugra, pero ninguno de los dos se atrevió a emprender el
combate decisivo y quedaron así enfrentados por algunos meses. Al llegar el invierno, y
ante la falta de forraje para la caballería; y como recibió noticias alarmantes sobre
desórdenes en la Horda, el kan se retiro sin presentar combate. Iván III quedaba
como vencedor, terminándose de este modo en el año 1480 el yugo tártaro-mongólico,
que había durado más de dos siglos. Muy pronto la Horda de Oro acabó por hundirse
definitivamente.
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Después de la toma de Bizancio por los turcos en 1453, Iván III se caso con la
emperatriz Sofía Paleólogo, declarándose heredero de los emperadores de Bizancio,
instituyendo el antiguo escudo de este imperio, el águila bicéfala, como el del Estado
de Moscú, y comenzó a intitularse zar y soberano de toda la Rus. También se dedicó a
embellecer Moscú, para lo cual hizo ir a italianos, técnicos y pintores. Del pequeño
Kremlin que existía, hicieron un gran palacio de piedra, con murallas y torres. Iván III
dispuso que su castillo se decorara con tanto lujo como los palacios de los emperadores
griegos de Bizancio.
Las parcelas de tierra que los campesinos labraban para ellos, pasaron a ser propiedad
de los príncipes, boyardos y monasterios y, para poder usufructuarlas, se tenían que
someter a todas las exigencias de los terratenientes. También, los campesinos,
labraban gratuitamente la tierra de los señores, trillaban y molían el grano, segaban y
arrancaban el heno del recinto señorial, además de otros trabajos, como construir
puentes, canales, defensas, etcétera. Todo esto no bastaba a los príncipes, boyardos y
monjes, les parecía que los labradores cultivaban demasiado para ellos mismos y poco
para ellos, y empezaron a quitarles parte de la tierra.
Los campesinos podían dejar o abandonar a sus señores a condición de dejarles su
isba, pagarles todas las deudas, que no eran pocas.
El campesino debía tratar de encontrar un nuevo señor que quisiera tomarlo a su
servicio, pero éste exigía de él lo mismo que el anterior señor, le era prácticamente
imposible dejar la servidumbre; lo único que podía darle la libertad era huir a las
tierras donde no hubiera señores. Estas eran libres, pero cada vez escaseaban más. No
le convenía a los señores que los campesinos los abandonasen cuando les viniera en
gana. Con el tiempo, sólo les permitieron irse al terminar la recolección.
En 1497, por ley de Iván III, los campesinos podían cambiar de amo a mediados de
otoño, o, más exactamente el día de San Jorge. Así, pues, cada día era mayor la
relación de dependencia que ligaba a los campesinos a las tierras señoriales. Los
señores tenían el derecho de juzgarlos y azotarlos en caso de insubordinación.
Bajo el reinado de Iván III, junto a las propiedades de los boyardos y los monasterios,
fueron creadas las haciendas de los pomiéshchiki (terratenientes nobles), que se
destacaban entre los jefes militares, y gente dependiente de príncipes y boyardos. A la
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El nieto de Iván III, futuro Iván IV el Terrible, perdió siendo muy joven a su padre,
su madre fue envenenada por los boyardos, quienes durante más de diez años tuvieron
el poder en sus manos. Iván creció entre los boyardos que lo maltrataban. A los 16
años, en 1547, se declaró soberano autocrático y comenzó a gobernar de esta forma,
prescindiendo incluso de los boyardos.
Para afianzar su poder Iván IV consideraba muy importante que sus súbditos se
instruyeran leyendo libros que glorificaban el poder zarista. Para ello, utilizó el reciente
descubrimiento de la imprenta de tipos móviles, y abrió la primer tipografía en Moscú,
donde se imprimían los libros bajo su censura personal.
En 1556, Iván IV tomó la ciudad de Astrakán, capital de los tártaros nogays, situada en
la desembocadura del Volga. Con esto, toda la vía fluvial del río Volga se hallaba en sus
manos. Más tarde ocupó los territorios del nordeste del Cáucaso, y los príncipes
circasianos y cabardinos comenzaron a pasarse a su servicio. El Estado ruso se
transformaba poco a poco de nacional en un Estado multinacional.
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Durante el reinado de Iván IV, la situación de los campesinos se agravó mucho y aún
más hacia el final, en que les prohibió cambiar de señor, incluso en el día de San Jorge.
Para evitar las violencias y los saqueos de los terratenientes y los opríshniki, los
campesinos huían de las partes centrales del reino, hacia las estepas situadas en las
fronteras del Sur, donde formaban colonias. Muchos de estos “evadidos”, se
establecían en las orillas del los ríos Don y Dniéper. Al poco tiempo surgieron aldeas
cuyos habitantes se llamaron cosacos.
Iván IV combatió durante veinticuatro años seguidos para conquistar los territorios
bálticos; y no lo consiguió, los polacos y los lituanos ocuparon estos territorios; además
arrebataron a Iván los territorios bielorrusos que este había conquistado al principio de
la guerra. Los suecos le arrebataron también la orilla del golfo de Finlandia, y de este
modo el intento de conseguir una vía marítima propicia para el comercio con
Occidente, fracasó. Para poder comerciar, tuvo que utilizar la vía del mar Blanco,
descubierta por los ingleses (Chansler), pero impracticable durante los meses de
invierno.
A fines del siglo XVI, fueron incorporados al dominio de Moscú los territorios de Siberia
Occidental. En estos territorios vivían tártaros y otros pueblos siberianos que se
hallaban bajo el gobierno del kan Kuchum. La familia Strógonov, de ricos terratenientes
y mercaderes al mismo tiempo, de la región de los Urales, organizó en 1581, una
banda de mercenarios compuesta de cosacos bien provistos de armas de fuego, que,
bajo el mando de Yermak, derrotó a los ejércitos del kan, superiores en número pero
armados solamente con arcos y flechas. Iván IV premió a Yermak con armaduras y
vistiéndole con su propio ropón, y todos los cosacos recibieron recompensas valiosas.
Más tarde, el kan Kuchum, logró vencer a los mercenarios de Yermak, quien fue
muerto por el propio kan, que restableció su pode en Siberia, pero duró poco tiempo.
Se organizó en Moscú una nueva expedición militar mandada por voyevodas (jefes
superiores), que definitivamente lograron conquistar el reino de Siberia. Los dominios
de Iván IV, el Terrible llegaron a ser de los más extensos del mundo.
En el año 1584, murió Iván IV, el Terrible, que había matado poco antes a su hijo Iván,
en un ataque de cólera. Le quedaban todavía dos hijos: Fiódor, que era idiota, y el
pequeño Dimitri. Fiódor sucedió a su padre con el nombre de zar Fiódor Ivánovich,
pero quien gobernaba era el hermano de su esposa, Borís Godunov, que había
pertenecido a la opríchnina de Iván el Terrible. El pequeño Dimitri, murió o fue
asesinado por los partidarios de Godunov. En 1598, después de la muerte de Fiódor,
Borís Godunov se convirtió en zar.
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Mercantilismo
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y tecnología, esto es, las cosas económicas del príncipe, la administración del
su hacienda y la del Estado eran lo mismo, estaban mezcladas, confundidas.
La teoría mercantilista trató de explicar los medios por los cuales se alcanzaba el crecimiento
y que funciones desempeñaban en él, el comercio, el dinero, las colonias y la producción. Sin
embargo, el Mercantilismo no procuró el bienestar de todos los hombres, sino el interés del
sector ligado al poder económico del Estado, con el objetivo de acrecentar el poder militar y
extender el poder central. Por lo tanto, el Mercantilismo fue la construcción económica del
Estado, y el uso de este en favor de los intereses de los príncipes o empresarios privados. El
Estado planificó y controló la actividad económica, limitó la iniciativa privada.
Posiblemente, el primer Estado mercantilista fue Portugal. En este país, la Casa Real reclamó
el derecho exclusivo sobre el comercio colonial, basándose en que había financiado las
exportaciones.
Por otra parte, la corona, se consideraba la única entidad capaz de explotar las riquezas
coloniales. Los monarcas dictaron una serie de disposiciones con la clara intención de
cosechar los beneficios del comercio colonial. Los beneficios se medían en la cantidad de
lingotes de oro y plata acumulados por el Estado.
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España aplicó los tres principios portugueses. Trató de conseguir todos los beneficios posibles
de sus colonias, ricas en oro y plata. Monopolizó el comercio con sus colonias. La Casa de
Contratación de Sevilla, controlaba el comercio, que se producía por determinados puertos, en
España: Cádiz y Sevilla, en América: Puerto Bello y Veracruz. Trasladarse al Nuevo Mundo,
requería una licencia, que no se otorgaba a moros, judíos, conversos y a los extranjeros en
general.
Los barcos españoles hacia y de América, eran organizados en flotas como protección y para
evitar la presencia de intrusos. Los metales preciosos obtenidos en América, le dieron a
España un gran poder de compra, pero que no lo utilizó para adquirir bienes productivos. Se
utilizaron para mantener el dominio de los Habsburgo en su imperio, y para mantener una
enorme nobleza holgazana. El poderío económico de España no impidió los desastres de su
política exterior. El Mercantilismo español, no produjo ni desarrollo económico, ni bienestar
material a su población. Pocos teóricos españoles se dieron cuenta que lo esencial, para el
poder económico y la defensa nacional, era la producción de mercaderías y no la
acumulación de metales preciosos.
Francia, en el siglo XVI, carecía de colonias. Los franceses deseaban oro y plata y una balanza
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comercial favorable. Por lo tanto, Francia comenzó por proteger lo que tenía. Por una
ordenanza real de 1540, se prohibió la exportación de metálico y se suprimió la importación
de artículos de lujo. El gobierno francés subsidió, eximió de impuestos, otorgó monopolios,
prestamos, patentes para desarrollar algunas industrias como la del vidrio, azúcar, tapicería,
manufacturas textiles de lana, seda y lino. Para los mercantilistas franceses, todo dependía de
la producción.
El ministro de Luis XIV, Jean Baptiste Colbert (1619 – 1683), fue el principal mentor del
Mercantilismo francés. Para obtener metálico, trató de organizar la totalidad de la capacidad
productiva del Estado. Sostenía que los extranjeros compran si los artículos ofrecidos son de
buena calidad. Creó industrias nuevas e impulsó la creación de manufacturas reales. Para
asegurarse mano de obra, abundante y barata, prohibió la emigración de trabajadores
especializados, alentó los casamientos antes de los 20 años, eximió de impuestos a las
familias con diez o más hijos (siempre que ninguno fuera cura o monja, porque los
consideraba improductivos), persiguió la mendicidad, la vagancia y prohibió la caridad. Dictó
detalladas especificaciones sobre que mercaderías debían producirse y conque métodos.
Algunos historiadores dicen que cuando Colbert le dijo a Luis XIV que no podía gastar los
dineros del Estado, el rey le habría contestado: “El Estado soy yo”, ante lo cual el ministro le
informó que Francia no podría aguantar semejante despilfarro, Luis le habría preguntado
cuantos años restaban, y a la respuesta dada por Colbert, habría dicho: “Después de mí, el
diluvio”. Si esto no es cierto, por lo menos parece verosímil.
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El desarrollo de la industria y del transporte en el siglo XVI, estaba relacionado con el rápido
avance de la técnica, que hasta entonces se había desenvuelto muy lentamente. Grandes
adelantos fueron hechos en la extracción y el modo de trabajar los metales. Ya desde fines
del siglo XV comenzó a producirse hierro fundido (con el carbón vegetal) en altos hornos. Pero
las máquinas casi no tenían aplicación, las únicas existentes eran los molinos, movidos por
agua o viento. Los relojes los conocieron los europeos de los árabes en el siglo XI, y eran
toscos relojes de torre con una sola aguja. Los de bolsillo fueron inventados a principios del
siglo XVI.
La economía rural hizo grandes progresos, sobre todo en Holanda e Inglaterra. Ya en el siglo
XVI, los terratenientes y los capitalistas granjeros que cercaban sus tierras, comenzaron a
pasar de la antigua economía de tres amelgas a la de muchas amelgas.
El descubrimiento de nuevas rutas comerciales y las usurpaciones coloniales impulsaron el
perfeccionamiento de la ingeniería naval. Comenzaron a construirse buques más grandes y
veloces, y fue mejorado el sistema de velas.
Para el desarrollo de la Industria, la burguesía necesitaba una ciencia que investigara las
fuerzas de la naturaleza. Hasta entonces, la ciencia había sido una sierva humilde de la
Iglesia, a la que no se le permitía superar los límites instituidos por la fe. Ahora, la ciencia
burguesa se declaraba en rebelión abierta contra la Iglesia.
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Con el transcurso del tiempo, el sistema de Copérnico fue haciéndose más preciso y
profundo. Sus consecuencias filosóficas fueron deducidas por el pensador italiano
Giordano Bruno (1548- 1600), y eran diametralmente opuestas a la doctrina de la
Iglesia.
Bruno enseñaba que el espacio universal es infinito; que el Sol no es el centro del
universo, sino solamente el centro de nuestro sistema planetario, uno de los
incalculables sistemas del Universo. Según él, todo el Universo esta supeditados a las
mismas leyes eternas. Durante toda su vida, Bruno fue perseguido por la Iglesia,
apresado por la Inquisición, fue encarcelado durante siete años en las prisiones de
Venecia y Roma. A pesar de esto, no abjuró de sus puntos de vista. En 1600, Giordano
Bruno fue quemado vivo en la hoguera y sus cenizas arrojadas al río Tiber.
Cópernico sostenía que el movimiento de la Tierra y de los otros planetas era uniforme,
haciéndose por órbitas circulares. Esta inexactitud fue corregida por el astrónomo
Kepler (1571 – 1630), quien descubrió que el movimiento de los planetas no es
uniforme, es tanto más veloz cuanto más cerca esta el planeta del Sol, y se produce en
elipses y no en círculos.
Un significado muy grande para la ciencia tuvo la actividad del sabio italiano Galileo
Galilei (1564 – 1642), Investigando las leyes de los movimientos de los cuerpos,
Galileo dio los primeros fundamentos de la mecánica científica.
El clero trataba con todas sus fuerzas de ahogar los brotes de la joven ciencia, de sus
consecuencias filosóficas. Pero el crecimiento de la burguesía, que minaba las
relaciones feudales, abría camino a un nuevo concepto del mundo. Un representante
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característico de estas ideas renovadoras fue el filósofo inglés Francis Bacon (1561 –
1626), verdadero fundador del materialismo, enseñó que toda la ciencia debía fundarse
sobre el estudio del mundo material, de la naturaleza.
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