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Crimen organizado

y seguridad
multidimensional
FREDY RIVERA VÉLEZ
DANIEL SANSÓ-RUBERT PASCUAL

“E
tirant
lo blanch

INTeLIGencia
Y SEGURIDAD
CRIMEN ORGANIZADO Y SEGURIDAD
MULTIDIMENSIONAL
COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH

María JosÉ AÑÓN RoIG JAVIER DE Lucas MARTÍNDD


Catedrática de Filosofía del Derecho de la Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía
Universidad de Valencia Política de la Universidad de Valencia

ANA CAÑIZARES Laso VícrToR MORENO CATENA


Catedrática de Derecho Civil Catedrático de Derecho Procesal
de la Universidad de Málaga de la Universidad Carlos UI de Madrid

JORGE A. CERDIO HERRÁN FRANCISCO MUÑOZ CONDE


Catedrático de Teoría y Filosofía de Derecho Catedrático de Derecho Penal
Instituto Tecnológico Autónomo de México de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

José Ramón Cossío Díaz ANGELIKA NUSSBERGER


Ministro en retiro de la Suprema Corte Catedrática de Derecho Constitucional e Internacional
de Justicia de la Nación y miembro de en la Universidad de Colonia (Alemania)
El Colegio Nacional Miembro de la Comisión de Venecia

EDUARDO FERRER MaAc-GREGOR Po1soT HÉCTOR OLASOLO ALONSO


Juez de la Corte Interamericana Catedrático de Derecho Internacional de la
de Derechos Humanos Universidad del Rosario (Colombia) y
Investigador del Instituto de Investigaciones Presidente del Instituto Ibero-Americano de
Jurídicas de la UNAM La Haya (Holanda)

Owen Fiss Luciano PAREJO ÁLFONSO


Catedrático emérito de Teoría del Derecho de la Catedrático de Derecho Administrativo de la
Universidad de Yale (EEUU) Universidad Carlos HI de Madrid
José ANTONIO GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ Tomás SaLa FRANCO
Catedrático de Derecho Mercantil Catedrático de Derecho del Trabajo y de la
de la UNED Seguridad Social de la Universidad de Valencia
Luis LópPEz GUERRA IGNACIO SANCHO GARGALLO
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Magistrado de la Sala Primera (Civil) del
Carlos UI de Madrid Tribunal Supremo de España

ÁNGEL M. Lórez Y LórEz Tomás S. VIVES ANTÓN


Catedrático de Derecho Civil de la Catedrático de Derecho Penal de la
Universidad de Sevilla Universidad de Valencia

MARTA LORENTE SARIÑENA RuTH ZIMMERLING


Catedrática de Historia del Derecho de la Catedrática de Ciencia Política de la
Universidad Autónoma de Madrid Universidad de Mainz (Alemania)

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

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CRIMEN ORGANIZADO
Y SEGURIDAD
MULTIDIMENSIONAL

Autores

FREDY RIVERA VÉLEZ


DANIEL SANSÓ-RUBERT PASCUAL

tirant lo blanch
Valencia, 2021
Copyright * 2021

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse
otransmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia,
grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recupe-
ración sin permiso escrito de los autores y del editor.
En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant lo Blanch publicará la pertinente
corrección en la página web www.tirant.com.

Director de la colección:
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ CUSSAC
Universidad de Valencia

O Fredy Rivera Vélez


Daniel Sansó-Rubert Pascual

O TIRANTLO BLANCH
EDITA: TIRANT LO BLANCH
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TELFS.: 96/361 00 48 - 50
FAX: 96/369 41 51
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Dedicatorias

Daniel

Á mis padres, con profundo cariño y admiración.

Á Susana, anima mea. Gracias por ayudarme a cultivar


mi propio jardín intelectual para enriquecer mi alma,
en vez de esperar a que alguien me regale flores.

Fredy
A Cintia, por ser el sendero luminoso de nuestro común trayecto.
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS conooonnonononnnnnonononononnnnnnnnonononannnnno
nono nonnnnn cnn cnn nc ccannnno 13

PRÓLOGO conococononononnnnnnononnonnnnnnononononnnnnnnnnn
nono nrnnnnnnnn nn n ono rrnnnnnnn nr rn rnoncnnnnns 15

INTRODUCCIÓN cooooonnnnnnnnnnnonononononnnnnnnonononnonononannnnnn
nono nro nono nonononnanannnns 19

1. LA CRIMINALIDAD ORGANIZADA COMO OBJETO DE ESTUDIO

1.1. La criminalidad organizada


8 como “actor armado no estatal”.
Rasgos definitoriOS.....oooocccononcnonancnonncnonancnnnanonnnncnananonananonnnncnannnos 30

2. LA NECESIDAD DE SABER: CONEXIONES


INTERDISCIPLINARIAS DE LA CRIMINOLOGÍA

2.1. Los enlaces con la Economía Política Internacional.................... 43


2.2. Las limitaciones doctrinarias de la seguridad nacional................ 50

3. EL RECONOCIMIENTO MULTILATERAL DE
LA CRIMINALIDAD ORGANIZADA

3.1. Las mediciones sobre el crimen organizado: debates cuantitativos 66


3.2. El problema criminal y los enfoques cualitativos ...........oooomo....... 77
3.3. Los datos: ¿dónde buscar y cómo gestionar los obstáculos meto-
dOLÓBICOS? c.cooocccnonocnoncccnoncccnnnoncnnrnncnncnonnrocnnnnnncnnonornnannnnncncananannnes 83

4. LA CRIMINALIDAD ORGANIZADA COMO AMENAZA


ESTRATÉGICA: MIRADAS DESDE LA SEGURIDAD INTERNACIONAL

4.1. La importancia de la interdependencia y las amenazas híbridas .. 90


4.2. La insurgencia criminal.......ooononcccnnnnocononcnoncnnnonnnnnnonononanononcnnononos 95
4.3. La geopolítica criminal ....oonnnoccnnncccnnononcnonncnonancnnnonrnnononccnonancnnons 101
4.4. La militarización de la seguridad y el declive policial.................. 109

5. ESTADO, DEMOCRACIA Y CRIMEN ORGANIZADO

5.1. La faz antidemocrática de la criminalidad organizada y su bús-


queda de pOdeT coccconococnnoccncnoncncnnonanononnnonnonononnnnnncnnnnncnonnananannnnnnns 115
10 Índice

5.2. Estados débiles y criminalmente CautivoS......moococononcnnnnonnncnonononos 117


5.3. El negocio de la protección ......ooocconcccnooccnooannnonaconnnncnonanonncanonnnnos 126
5.4. Estados fallidos y crimen organizado: distancias y aproximacio-
nes CONCeptuales ...ooococnnoccccnoncccnonccononnanononnnnonnnnno
nono nnononnnncnnnnncnons 131
5.5. La deriva de la COrrupción ....cooococconcccononnnnocnnnnrncnnnnnnnanancnncncnnnanos 137

6. INTELIGENCIA CRIMINAL

6.1. Inteligencia estratégica y crimen organizado.....ooooooccnoncnnnncncnnnnnos 149


6.2. Criminología e inteligencia: avances COgNitiVOS....ooooooocccnnccnnonnnos 154
6.3. Inteligencia criminal: una elección en clave de seguridad ........... 158
6.4. Los despliegues virtuosos de la inteligencia criminal................... 171
6.5. Aportes de la inteligencia criminal .......oooooocnnncccnnocananancnonaconnnnnos» 176
6.6. Inercias del pasado y futuro de la inteligencia criminal............... 183

RARA Ene AR RO Ren nn e nnnennnnennnnnnronnononanenecnninanes 187


ÍNDICE DE MATERIAL GRÁFICO

Tabla 1. Tipos de criminalidad...........ooocccccnnccononnnnnnnnnononononnnnnnonocnnnononnns


Tabla 2. Herramientas cuantitativas y SUS VENTAJAS ..oocoocccocnnoncnccnononocon.
Tabla 3. Herramientas cualitativas y SUS VENTAjaS.....ooooocrcnonnocnonenaconons.
Tabla 4. Índice de percepción de la corrupción en países con alta infil-
tración del COT ...ooooocncnccnccncnonncnccnonocnononncconnonnroncnonncnonanncnnnonos
Tabla $. Índice de percepción de la corrupción en países con alta infil-
tración del COT ...oonoonncnccncnnonocnonocnonacnncncnocnc
nono nan nonacnccncnncncnnos 144
Tabla 5.1. Índice de percepción de la corrupción en países con alta infil-
tración del COT ..cooooconconauaanonooooooconononnononcnnoncnnononononcononoonononoo: 144
Gráfico 1. Diferencias entre inteligencia criminal e investigación criminal 151
Gráfico 2. Ciclo de inteligencia criminal y su relación estratégica ........... 152
Gráfico 3. Subcomunidad de inteligencia crimial .........occconommsssrrrmmmommos*>*... 178
AGRADECIMIENTOS

Los trabajos de investigación y sus desenlaces publicables son producto


de la conjunción de muchos factores. Agradezco a FLACSO Ecuador por
permitirme desarrollar proyectos académicos iberoamericanos en el perío-
do sabático. A la Fundación Carolina, por otorgarme una beca postdoc-
toral realizada en el Centro de Estudios de Seguridad de la Universidad
de Santiago de Compostela. A Renato Rivera por su permanente apoyo,
lectura crítica y comentarios a esta obra. El texto que tienen ahora en su
poder no hubiese sido posible sin el minucioso y detallado trabajo editorial
de Liudmila Morales Alfonso.

FREDY RIVERA VÉLEZ


PRÓLOGO

Una obra científica es aquella que amplía el conocimiento humano. La


ciencia acota una parte de lo que denominamos “realidad” y la disecciona
y analiza en función de una adecuada pregunta de investigación, una me-
todología apropiada y un objetivo a cumplir. De ahí que prologar adecua-
damente una obra científica sea, en mi opinión, lograr entender todo ello
y comentarla, con mayor o menor fortuna, con la decidida intencionalidad
de ser lo más fiel posible a la esencia de la voluntad y motivación de sus
autores.
Mis compañeros académicos Fredy Rivera (FLACSO Ecuador) y Da-
niel Sansó-Rubert (Universidad Europea de Madrid) han logrado en esta
obra de síntesis sumar sus conocimientos e investigaciones de largo reco-
rrido en materia de crimen organizado, teoría de la inteligencia, análisis
estratégico y Relaciones Internacionales. La presente obra plantea y logra
plenamente:
e Clarificar el concepto y exponer qué debemos entender por crimen
organizado transnacional (COD);
e Analizar epistemológicamente las bases científicas para enfocar de
forma adecuada el estudio del COT,;
e Aportar un estado de la cuestión completo y riguroso de nuestro
nivel de conocimiento científico sobre el COT:;
e Describir en profundidad aquellos factores de todo tipo capaces de
ayudar a la comprensión del objeto de estudio y
e Desvelar las interconexiones entre el COT y los factores sociales,
políticos y económicos del contexto histórico y social en el que se
producen y manifiestan.
Por otra parte, y no menos importante, los autores exponen los erro-
res conceptuales, teóricos, epistemológicos y prácticos que las sociedades
democráticas han venido padeciendo en torno a la criminalidad organi-
zada, las posibles causas de dichos errores, sus motivaciones profundas y
sus posibles soluciones. Lo hacen utilizando herramientas conceptuales y
teóricas de diferentes disciplinas de las ciencias sociales, de forma ecléctica
16 Joan Antón-Mellón

e interdisciplinaria. Así, demuestran una vez más que hoy día las ciencias
sociales avanzan, al haberse abandonado el autismo académico de épocas
pasadas. Los enfoques de la Criminología Crítica, la Sociología, la Ciencia
Política, las Relaciones Internacionales y cualquier elemento epistemológi-
co, conceptual o metodológico que pudiera ser útil ha sido usado de modo
instrumental por los autores.
De forma ideológicamente muy reveladora, parten de la concepción
genérica democrática de que la seguridad de una sociedad no es la au-
sencia (aparente en ocasiones) de conflictos, sino la salvaguardia de los
derechos y las libertades de los ciudadanos a escala local, regional, estatal
y mundial.
Para remarcar la extrema relevancia de su objeto de estudio, nos expo-
nen una cifra aterradora: según el estudio mundial sobre homicidios de
Naciones Unidas, de 2019, las organizaciones criminales han asesinado
a tanta gente como todos los conflictos armados combinados. El COT
supone una de las más graves amenazas a la libre convivencia democrática
mundial, por su enorme capacidad de infiltrarse en los aparatos del Estado,
la política, la economía y la sociedad en su conjunto. Esto multiplica de
manera exponencial la corrupción y daña mortalmente al estado de dere-
cho, en detrimento de la gobernanza democrática, los derechos humanos,
el medio ambiente y la calidad de vida de los ciudadanos. Es una metástasis
social; el camino inverso a lograr una sociedad democrática avanzada. De
ahí que la presente obra constituya un aviso para navegantes, un excelente
estado de la cuestión y una guía para posibles reformas y políticas públicas
desde una óptica democrática.
El crimen organizado transnacional es una poderosa amenaza mundial
y sistémica. Junto con las multinacionales, son los actores internacionales
que mejor están aprovechando las ventanas de oportunidad de la globaliza-
ción. Manifiesta además una gran capacidad de innovación, de resiliencia e
incluso de adopción de formas muy eficaces de inteligencia táctica y estra-
tégica. Incorpora constantemente las formas más avanzadas y sofisticadas
de las nuevas tecnologías y el conocimiento técnico de expertos. Al mezclar
de forma muy eficaz actividades lícitas e ilícitas (según una misma lógica
empresarial de maximización capitalista de beneficios), genera una gran
opacidad en sus actividades. Ello dificulta sobremanera la capacidad de
Prólogo 17

contrarrestrarlas. En demasiadas ocasiones los Estados-nación solo ganan


batallas parciales ante estrategias supranacionales del COT.
El problema resulta muy complejo, por su carácter multicausal y su-
pranacional. Afrontarlo desde un enfoque nacional, exclusivamente penal
y securitario traza el camino del fracaso, como explican y subrayan los
autores. El COT representa un problema social de enorme relevancia; la
prueba es que la miseria/pobreza extrema, las desigualdades y las injusti-
cias sociales devienen terrenos abonados para la proliferación delictiva. En
ausencia del Estado, rige la ley de la selva.
Los autores abogan por un cambio radical de paradigma respecto a la
forma de minimizar los riesgos y amenazas del COT: pasar de una acti-
tud reactiva a una actitud y comportamientos preventivos y proactivos.
Eso incluye diseñar sistemas de alerta temprana y crear protocolos sociales
de actuación que engloben factores educacionales, familiares, laborales,
sociales y securitarios; analizar tendencias; imaginar posibles escenarios;
estudiar, crear e implementar políticas públicas adecuadas; construir indi-
cadores operativos, así como aumentar la cultura cívica y la hegemonía de
los valores y los comportamientos democráticos. Solo con el incremento
gradual de todo ese conjunto de factores se podrá combatir con éxito a
unas organizaciones criminales que utilizan en su servicio la globalización
asimétrica, los conflictos híbridos y su amoral ausencia de frenos éticos.
Son canallas deshumanizados, enemigos de la Humanidad.

Por último, quisiera destacar unos cuantos logros que, a mi juicio, ex-
plicitan la calidad intelectual y la relevancia científica de la presente obra.
En primer lugar, destaco su claridad expositiva. Conjuga rigor, profun-
didad e incremento del conocimiento, sin caer en muestras gratuitas de
erudición. Va al grano de los problemas y tiene un hilo argumentativo tan
explícito como reflexionado. Son evidentes los años de estudio e investiga-
ción de ambos autores. Así lo atestiguan el amplio bagaje conceptual uti-
lizado (globalización asimétrica, seguridad multidimensional, escenarios
transnacionales, colonización legal e insurgencia criminal) y la solidez de
las conclusiones planteadas.
En segundo lugar, la obra llega al fondo de los problemas planteados.
Los autores abogan por una profunda reforma epistemológica de la Crimi-
nología clásica, denunciando la ceguera de sus pobres planteamientos indi-
18 Joan Antón-Mellón

viduales, penales y securitarios. Defienden que problemas sistémicos socia-


les transnacionales requieren respuestas sistémicas transnacionales. Como
afirman los clásicos, no hay una buena práctica sin una buena teoría.
En tercer lugar, proponen y argumentan de forma muy extensa la ne-
cesidad de incorporar decididamente las potencialidades teóricas, prácti-
cas, Operativas y políticas de la inteligencia y el análisis estratégico como
complemento imprescindible de la inteligencia operativa criminal que
efectúan, en grado mayor o menor, las fuerzas y cuerpos de seguridad de
los Estados democráticos. Transformar una selección de datos sobre un
problema grave en materia criminal (que supone un riesgo o una amena-
za sistémica) en información, conocimiento e inteligencia permite dar un
eran salto cuantitativo y cualitativo. Es la vía para que los decisores polí-
ticos elijan las opciones adecuadas, para que se diseñen políticas públicas
eficaces y se constaten oportunidades. Todo ello en las fases iniciales de un
problema, cuando existen múltiples opciones y capacidades de respuesta.
Opciones que, si no se ha detectado y no se ha hecho nada, van disminu-
yendo en paralelo al agravamiento del problema, habiéndose así actuado
de forma equivocada, inoperante y reactiva.
Estado de derecho o ley de la selva; derechos humanos o supervivencia
de los más fuertes; convivencia democrática o malestar social; seguridad
democrática o reinado del crimen organizado transnacional... tertium non
datur (no hay una tercera vía).

JOAN ANTÓN-MELLÓN
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración
Universidad de Barcelona, mayo de 2020.
INTRODUCCIÓN

A priori, puede parecer que la disciplina de la Criminología resulta ajena


a los estudios tradicionales sobre seguridad, defensa, política exterior y re-
laciones internacionales. Sin embargo, esta ciencia multidisciplinar puede
aportar elementos en extremo valiosos para entender la compleja relación
que existe entre la criminalidad o delincuencia organizada y la seguridad
multidimensional, que son nuestros campos específicos de reflexión.
En los últimos años, el crimen organizado transnacional (CO'T) o de-
lincuencia organizada transnacional (DO'T) —términos que en este libro
utilizaremos como sinónimos— se ha erigido como uno de los problemas
sociales, económicos y políticos de mayor impacto en las agendas de se-
guridad pública a escala mundial. También como factor permanente de
riesgo para la vida cotidiana de la población. Su rápida dinámica de difu-
sión, su capacidad de penetrar en las economías e instituciones nacionales
y su función envolvente, manejada bajo lógicas de corrupción, infiltración
camuflada y cooptación de segmentos de los sectores públicos y privados,
ubican a este fenómeno como una seria amenaza para la seguridad interna-
cional, en general, y de los Estados nacionales, en particular.

Grosso modo, la Criminología, además de sus relaciones interdisciplina-


rias, constituye una herramienta empírica que sirve para profundizar en el
conocimiento de su objeto de estudio: el delincuente, el delito, la víctima
y el control social o estatal. Lo hace tanto desde una óptica micro, que
ubica al delincuente como sujeto individualizado, como de una perspecti-
va macro, que observa las manifestaciones vinculantes de la criminalidad
organizada en sus distintas expresiones complejas como el narcotráfico, el
lavado de activos, la corrupción, el terrorismo y otros fenómenos crimina-
les complejos.
La delincuencia organizada transnacional opera de igual forma con res-
pecto al conjunto de factores estructurales, internos o externos, que favo-
recen la ruptura de la norma y el quiebre institucional, entendido como
factor de amenaza para los Estados, para las personas o para el medio am-
biente, dentro de escenarios nacionales e internacionales. A su vez, el cam-
po de conocimiento de la seguridad intersecta también, en sus diferentes
20 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

variantes nacionales, los objetos de estudio provenientes de las Relaciones


Internacionales, la Geopolítica, la Economía, la Sociología y la Ciencia
Política, entro otras.

Ese conocimiento requiere afrontar exigencias sobre la utilidad y la va-


lidez de sus aportaciones, más allá del incremento del saber criminológico
que suele quedarse en los tradicionales niveles jurídicos o instituicionalistas
del Derecho y sus aplicaciones normativas. Desde una perspectiva pragmá-
tica, los conocimientos compartidos constituyen un aporte a la inteligencia
estratégica porque en contextos globalizados, llenos de complejidades e
incertidumbres, la inteligencia criminal se presenta a sí misma como una
valiosa herramienta para garantizar la seguridad del Estado, las institu-
ciones y las personas. Constituye además un valioso instrumento para las
reflexiones multidisciplinarias y la toma de decisiones en política pública.
No hay que olvidar la pretensión de la Criminología de ser una ciencia
aplicada, que puede tener vinculaciones con las Relaciones Internaciona-
les, la Sociología, la Antropología, la Etnografía y la Psicología, por citar
solo algunas disciplinas. Dicha pretensión no implica que abandone sus
métodos, indispensables para la evolución de sus análisis, porque no existe
una teoría integral de la criminalidad organizada per se, sino que acudimos
a la doctrina criminológica para explicar determinadas situaciones y así
obtener categorías o vertientes teóricas de otras disciplinas, para generar un
panorama interdisciplinario o transversal.
La integración o transversalidad requiere aceptar que el objeto básico
de las teorías criminológicas consiste en establecer factores correlacionados
con la producción de la delincuencia, la persistencia en la delincuencia
o la radicalización, en caso de que se trate de analizar, por ejemplo, el
terrorismo y sus vinculaciones. Explicar el proceso de mediación entre los
factores que intervienen en la fenomenología delincuencial y los escenarios
nacionales e internacionales donde opera dicho proceso implica también
incorporar los aportes conceptuales de varias teorías sociales. Á todas luces,
un reto epistemológico y de método que no tiene fácil resolución y que
podría caer en la dispersión caótica del análisis sobre la fenomenología
criminal organizada.
Considerando esa perspectiva, el espacio académico relacionado con
los estudios del crimen o la delincuencia organizada vinculados a la se-
Introducción 21

guridad internacional tiene carencias explicativas y vacíos programáticos.


Los intentos analíticos han provenido generalmente de la Criminología
clásica y positivista, del Derecho en sus distintas variantes, de la Psicología
conductista y otras entradas criminológicas. Sin embargo, los análisis que
tienen origen en los estudios internacionales y la seguridad multidimensio-
nal aparecen minimizados en el debate sobre la problemática delincuencial
transnacional porque estas disciplinas concentraron de forma excesiva sus
objetos de estudio en la discusión sobre las amenazas tradicionales de tipo
militar a los Estados nacionales, sus territorios y la política exterior. Así,
la complejidad del crimen organizado internacional y sus aristas discipli-
narias quedaron encapsuladas bajo los parámetros teóricos de las escuelas
realistas de las Relaciones Internacionales, definidos a breves rasgos como
amenazas al Estado que provienen de otros Estados, por lo que el objetivo
es maximizar el poder en relación con estos.
Las reflexiones planteadas en este libro no tienen pretensiones holísti-
cas, aunque sí proponen construir puentes interpretativos de la delincuen-
cia o crimen transnacional desde la trama conceptual establecida entre la
Criminología crítica y las Relaciones Internacionales, en la que el campo
reflexivo de la seguridad multidimensional ocupa un lugar preponderante.
A este tejido de categorías vinculantes se incorpora también el debatido
tema de la interdependencia compleja, que proviene de las teorías de tipo
racional de las Relaciones Internacionales. De hecho, sería equívoco pensar
que los países actúan de forma solitaria o solipsista, sin afectaciones recí-
procas y asimétricas producidas por actores no estatales que tienen violenta
relevancia estratégica e intervienen en diferentes escenarios regionales y
mundiales.
A ese tejido conceptual se incorporan la inteligencia estratégica y la in-
teligencia criminal porque constituyen factores de aplicación permanente
por parte de los Estados contemporáneos. No es para menos, dado que las
instituciones de seguridad pública y privada deben actuar ante el veloz des-
pliegue de las amenazas criminales que operan bajo contextos globalizados
y con tendencia a reducir la cooperación multilateral.
Toda esta amalgama de temas, problemas y debates puede ser inclui-
da como una preocupación adicional para las comunidades epistémicas
29 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

que dinamizan el ejercicio interdisciplinario?. En efecto, las novedosas for-


mas de estudiar el crimen organizado transnacional pueden provenir de
colectivos de investigación que generan un proceso de construcción de
identidades académicas o denominadores comunes de análisis y, por tan-
to, ideas o supuestos compartidos en distintas instituciones, organismos
supranacionales, redes de trabajo y grupos de reflexión docente. También
de funcionarios públicos o privados con injerencia política, que se auto-
convocan para difundir, aplicar e influir con determinadas concepciones
del orden mundial en actores sociales y económicos, Estados nacionales,
oficinas multilaterales y corporaciones transnacionales.
Con tales antecedentes, el libro pretende consolidarse como una guía
para estudiar el crimen organizado transnacional incorporando tramas
conceptuales que dialogan entre la Criminología crítica y las Relaciones
Internacionales.
¿Cuáles son las principales áreas o espacios de discusión que se incor-
poran en el análisis? El primer capítulo hace referencia al debate sobre las
intersecciones conceptuales del objeto de estudio y los componentes disci-
plinarios que se articulan, sin excluir detalles metodológicos respecto a los
enfoques cuantitativos y cualitativos sobre crimen organizado y seguridad.
El segundo capítulo aborda las discusiones de carácter teórico y epis-
temológico sobre las conexiones interdisciplinarias que existirían entre la
Criminología y la Economía Política, dentro de un marco conceptual de
las Relaciones Internacionales. Este diálogo académico se produce ante la
necesidad de acercar saberes y campos de conocimiento que generalmente
no desarrollan proximidades profesionales o reproducen teorías derivadas
del realismo seguritario. De ahí que se vuelva necesario tomar distancia,
con una crítica a las nociones de doctrina de seguridad nacional impuestas
por décadas en los estudios relacionados con la seguridad.
El tercer capítulo incluye reflexiones sobre las formas estadísticas o me-
diciones del crimen organizado. Entendido como un campo donde conflu-
yen distintas disciplinas, el debate metodológico es de suma importancia

Para extender el estudio sobre el papel que desempeñan las comunidades epistémicas
en la investigación social, revisar Adler Emanuel (1992).
Introducción 23

para tener una lectura con pretensiones holísticas. De hecho, el trabajo


basado en datos estadísticos se combina con los enfoques cualitativos. Se
incoprora un segmento de utilidad pragmática, al exponer dónde buscar
y cómo gestionar los obstáculos metodológicos. Esto ayudará a despejar
inquietudes de tipo profesional.
El cuarto capítulo hace referencia a la importancia política y a la nece-
sidad de considerar el crimen organizado como una amenaza estratégica de
tipo sistémico. Para entender de mejor manera las conexiones interdisci-
plinarias, se incorporan áreas temáticas de las Relaciones Internacionales a
través del concepto de interdependencia, para vincularlo con las amenazas
híbridas que hacen parte de la delincuencia organizada a escala global.
Esta es asumida como reto de análisis para los estudios de seguridad mul-
tidimensional. Se incluyen discusiones sobre la insurgencia criminal, la
geopolítica criminal y la tendencia contemporánea de los gobiernos de
implementar acciones militares para combatir el crimen transnacional.
El quinto capítulo analiza el papel del Estado, las esferas democráti-
cas vulneradas por la delincuencia organizada y los mecanismos criminales
que se desarrollan para transgredir las instituciones de control. Se destina
un espacio significativo de análisis a comprender la corrupción como fe-
nómeno vinculado a los Estado débiles y fallidos donde operan lógicas
criminales mediante el negocio de la protección y otros mecanismos que
afectan la estabilidad de los gobiernos.
El sexto capítulo entra de lleno en el estudio de la inteligencia criminal,
asociándola con la inteligencia estratégica, sin dejar de ubicar el lugar que
ocupan los avances cognitivos brindados por la Criminología en esa diná-
mica científica. Resulta importante señalar los aportes de la inteligencia
criminal a los estudios de seguridad y a los límites institucionales, en el
pasado reciente.
1. LA CRIMINALIDAD ORGANIZADA
COMO OBJETO DE ESTUDIO

El fenómeno delictivo, como cualquier otro hecho social, está estrecha-


mente relacionado con las realidades que lo circundan. La delincuencia no
se genera en abstracto, sino en contextos y temporalidades concretas. Tiene
lugar en determinadas condiciones sociales, de desarrollo tecnológico, po-
lítico y humano que influyen decisivamente en la forma como se produce,
en sus modos y maneras de manifestarse, en su cantidad, intensidad y en
todas sus connotaciones y peculiaridades (Sansó-Rubert, 2005; 2008, p.
223.

La idea motriz que sustancia la peligrosidad intrínseca de la asociación


criminal reside en la construcción de estructuras racionalmente orientadas
a la planificación y comisión exitosa del delito, así como al encubrimiento
y la protección de sus miembros para evitar la persecución institucional.
La organización criminal adquiere, por tanto, cierta autonomía en relación
con las personas individuales que aportan a conseguir su objeto. En conse-
cuencia, “organización” equivale a “estructura organizativa”, denominador
común de toda actividad desarrollada en el contexto de un ente colectivo.
Todo grupo u organización humana depende, entre otros elementos, de la
creación, consolidación, ampliación, renovación y reconfiguración de un
conjunto de vínculos sociales. Son vínculos compartidos entre los indivi-
duos, que generan una identidad. Por otro lado, también implican a per-
sonas que, a pesar de no estar formal o explícitamente afiliadas, mantienen
relaciones frecuentes o significativas con la organización, bien con alguno
de sus integrantes en concreto, bien con la totalidad del conjunto.

Desde ese prisma, los grupos criminales son concebidos como redes
sociales o entramados de relaciones interpersonales, familiares, de amistad,
profesionales y comunitarias. Tal visión resulta de gran ayuda para lograr
comprender el funcionamiento real de la delincuencia organizada. No en

Como señala Durkheim (1997, pp. 93), “el delito es normal, ya que una sociedad
exenta de delitos es del todo imposible, y es parte integrante de toda sociedad sana”.
26 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

vano los contactos que mantienen y promueven los delincuentes organi-


zados con otros individuos y colectivos son el medio a través del cual las
organizaciones criminales afrontan toda oportunidad de negocio, a la par
que amplían el número de colaboradores, afiliados y clientes (Kleemans y
De Poot, 2008).
A pesar de la dificultad inherente que representa una amenaza poliédri-
ca de difícil aprehensión, en virtud de su naturaleza difusa y esquiva, pre-
tendemos esbozar un perfil actual de la criminalidad organizada transna-
cional y sus repercusiones en la seguridad multidimensional, especialmen-
te en los conflictos, haciendo hincapié en sus elementos más significativos.
La comunidad académica se ha preguntado sobre el significado profundo
del concepto de seguridad en un mundo en constante cambio, porque la
crisis de los grandes paradigmas ideológicos ha producido escenarios de
incertidumbre, contingencia, fragmentación y pérdida de sentido para los
Estados y las personas. De ahí que los análisis sobre seguridad nacional o
seguridad ciudadana estén dejando de ser un terreno exclusivo para esta-
mentos militares, policiales, judiciales o entidades gubernamentales, para
convertirse cada vez en más en un campo deliberativo en el que participan
múltiples actores sociales e institucionales (Rivera, 2008).
La globalización puso en jaque las interpretaciones neorrealistas de se-
guridad nacional y extendió el campo analítico a la presencia de nuevas
amenazas provenientes de actores no estatales, entre ellos, el crimen or-
ganizado o delincuencia transfronteriza o transnacional. Se cuestionó el
principio decimonónico de soberanía nacional y se interpeló la tautológica
fórmula Ya más seguridad, más desarrollo” por el simple hecho de que
existen países desarrollados con presencia de grupos criminales con alcance
regional y mundial. De manera paralela, se introdujeron nociones y decla-
raciones multilaterales que contribuyeron a delimitar el crimen organizado
como objeto de estudio.
Tanto en el continente europeo como en el americano se hicieron es-
fuerzos por modificar el concepto estadocéntrico de seguridad nacional.
Corría el año 2003 cuando la Organización de Estados Americanos (OEA)
adoptó el concepto de seguridad multidimensional, al extender la natu-
raleza y el alcance de la seguridad para abarcar, además de las amenazas
tradicionales, otras de carácter económico, ambiental, social y de salud que
Crimen organizado y seguridad multidimensional 27

forman parte de problemas interdependientes y que afectan a los Estados


y a las sociedades.
A ello se suma una lógica de intersectorialidad del problema, al reco-
nocer la necesidad de generar respuestas entre varios actores del Estado
y las organizaciones civiles. Entre las nuevas amenazas, preocupaciones y
otros desafíos a la seguridad que deben afrontar los países hemisféricos
se encuentran la delincuencia organizada, el terrorismo, la corrupción, el
lavado de activos, el tráfico de armas, la trata de personas, los ataques a la
seguridad cibernética, la posesión de armas de destrucción masiva, la po-
breza extrema y la exclusión. Estas afectan la estabilidad y la democracia,
entre otras más que se adicionan a la Declaración sobre seguridad en las
Américas (OEA, 2003).
Desde otro ámbito geográfico, la Estrategia Global para la Política Ex-
terior y de Seguridad de la Unión Europea (2016) incluye diversos aspec-
tos parecidos a la declaración americana. No obstante, las peculiaridades
europeas relacionadas con el terrorismo y la radicalización la vuelven es-
pecífica, sin por ello abandonar el tema relativo al crimen organizado”.
Esa estrategia constituye el marco global rector y trasversal que incorpora
al crimen organizado como una de las amenazas que, junto a otras como
el terrorismo, los conflictos armados y el espionaje, configuran uno de
los principales riesgos para los Estados y las personas. Existen instrumen-
tos adicionales como la Estrategia de Seguridad Interior (Unión Europea
2010)*; la de Ciberseguridad Nacional (Unión Europea 2013a) y la de Se-
guridad Marítima Nacional (Unión Europea 2013b). Varias de ellas hacen
mención directa a las distintas amenazas que afectan la seguridad nacional,
entre ellas, el crimen organizado y sus vinculaciones con el terrorismo y el
radicalismo.

Para una comprensión detallada de los conceptos sobre terrorismo, radicalización,


islamismo, yihaidismo y similares, ver Antón (2015).
En esa estrategia se introducen los temas de tráfico de personas, ciberdelitos, narcotrá-
fico, falsificaciones y delitos financieros. También aparecen instituciones específicas
como Europol, Eurojust y la Agencia Europea para la Formación Policial (Unión
Europea, 2010).
Hacemos notar que, de forma temprana, el Consejo de Europa (2005, p. 19) se
pronunció sobre el crimen organizado, al mencionar que *se trata de un concepto de
28 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Para los fines de este análisis, consideramos que la seguridad multidi-


mensional debe ser asumida más allá de los interminables debates políticos.
Al fin y al cabo, las realidades delincuenciales, los problemas convergentes
y los conflictos derivados se desarrollan a tal velocidad que se transforman
constantemente y ralentizan los enfoques explicativos. Por ende, adoptar la
noción multidimensional como ingrediente de método y análisis implica
pensar que se ha promovido un cambio de paradigma que articula los ám-
bitos locales, regionales, nacionales e internacionales. Ello conduce a admi-
tir que los factores de inseguridad son de naturaleza transfronteriza y que la
única forma de actuar para eliminarlos o mitigarlos viene de la mano con la
necesidad de la cooperación interagencial (Maldonado, 2015, pp. 79-81).
Definir el crimen organizado no es un asunto superficial. Una mayor
o menor rigurosidad en la delimitación de los requisitos influye necesaria-
mente en la cantidad de grupos registrados, en el número y las característi-
cas de los delitos atribuidos a ellos y, por consiguiente, en la percepción de
su peligrosidad (Sansó-Rubert, 2009).

Bajo el rubro de “actores criminales internacionales” se aglutina un


conjunto diverso de amenazas. Si bien muchas de ellas ya eran motivo de
preocupación en el orden interno de los Estados, han evolucionado hasta
adquirir aristas transnacionales, con los riesgos que entrañan tal dimensión
y capacidad de actuación. Su estudio fenomenológico ha atraído un interés
progresivo, lo que las convierte en un tema frecuente en buena parte de
la literatura dedicada a los asuntos de seguridad y de Economía Política
Internacional. De hecho, la transnacionalización del delito conlleva una
enorme complejidad analítica porque sus formas de presentación y difu-
sión fenomenológica tienen diversas expresiones, así como su delimitación
teórica y metodológica. Esta todavía permanece difusa y ambigua; el con-
cepto de criminalidad organizada presenta, en sí mismo, dimensiones y
acepciones diversas debido a la dificultad de explicarlo de manera integral
(Rivera, 2017, p. 74).

naturaleza histórica que cambia con el tiempo. Es una construcción social que refleja
una serie de tipologías criminales que son percibidas por la sociedad como especial-
mente peligrosas en un momento determinado y cuya definición está influida por
diferentes intereses políticos e institucionales”.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 29

Son múltiples los términos empleados para designar la criminalidad


organizada transnacional: “delincuencia organizada transnacional”, “de-
lincuencia internacional organizada”, “delincuencia mundial organizada”,
“delincuencia multinacional”... Todos expresan la naturaleza organizada
de los grupos que la componen, así como el contexto internacional de sus
actividades (Lampe, 2016). De todas maneras, existe consenso en que es
uno de los principales riesgos para la paz y la estabilidad mundiales, para
los derechos humanos, para la economía de los Estados, el desarrollo y el
ambiente, para el estado de derecho y la democracia. En cuestión de años,
un problema que por tradición había sido interno o nacional se transformó
en una amenaza que puede poner en peligro la viabilidad de las sociedades,
la independencia de los gobiernos, la integridad de las instituciones f-
nancieras y los equilibrios en las relaciones internacionales (Sansó-Rubert,
2005).
El progresivo aumento del riesgo que trae aparejado el fenómeno cri-
minal, la extensión internacional de sus redes y la capacidad perturbadora
que ejerce sobre las sociedades y los poderes públicos han elevado la con-
cepción actual de la criminalidad organizada como un tema relevante a
ser incorporado en los análisis de la seguridad multidimensional. No es
casual que muchos países, al momento de elaborar sus libros blancos de
la defensa”, incluyan al crimen organizado transnacional como un factor
substancial, que debe ser tratado en sus planes y programas nacionales. Los
escenarios tradicionales de seguridad se han modificado, reconfigurando
las formas clásicas de comprender la geopolítica desde una percepción de
soberanía por medio del ámbito militar.
Coexistiendo con los enfoques clásicos, que se concentran en matrices
estatales y políticas de poder, las lecturas críticas y aperturistas están vin-
culadas en mayor o menor medida a las agendas de seguridad contempo-
ráneas y a una perspectiva multidisciplinaria que reconoce la presencia de
actores no estatales donde hay espacios para la cooperación (Bartolomé,
2013). A pesar de que existen divisiones analíticas en los diferentes es-

Los libros blancos de la defensa nacional son documentos públicos que exponen los
criterios estratégicos y las concepciones de un determinado país frente a las amenazas
de seguridad y defensa. Por lo general, contienen programas y planes que incluyen
prácticas transparentes y metodologías compartidas en contextos multilaterales.
30 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

tudios de seguridad, esos enfoques comparten en buena medida interro-


gantes similares. A saber: ¿cómo los grupos criminales compiten territo-
rialmente entre sí?; ¿de qué forma infiltran a los gobiernos para obtener
preponderancia y control sobre los mercados?; ¿cúales son las lógicas que
subyacen en la convergencia entre los poderes político, militar, empresarial
y criminal?; ¿cómo las mafias despliegan estrategias delincuenciales para
influir en los procesos electorales?; en los casos donde existe terrorismo,
¿cúales son y cómo se producen las vinculaciones entre crimen organizado,
terrorismo y economías ilícitas? Esos cuestionamientos elementales no eli-
minan la preocupación por entender la relación entre los partidos políticos
que mantienen un camuflaje democrático, pero que en realidad esconden
objetivos criminales para su sustentabilidad, como ha sido sustentando en
el contexto italiano (De Feo y De Luca, 2013).
En ese sentido, es necesario advertir que el pluralismo metodológico
constituye un elemento central para analizar la conjunción entre Crimi-
nología y seguridad multidimensional. Los enfoques aglutinadores seña-
lan que las propuestas inclusivas de investigación amplían las agendas de
las Relaciones Internacionales y tributan a un análisis teórico y metodo-
lógico más profundo de los fenómenos estudiados (Krause y Williams,
1996).

1.1. La criminalidad organizada como “actor armado no esta-


tal”. Rasgos definitorios

“Actores armados no estatales” es una categoría empleada para agluti-


nar un variado conjunto de amenazas previamente diagnosticadas por las
doctrinas de seguridad nacional, cuya evolución les ha permitido conver-
tirse en entidades transnacionales bajo distintos escenarios globalizados.
Su presencia fenomenológica ha ganado relevancia en la literatura sobre
seguridad multidimensional.
Sin ánimo de realizar un repaso retrospectivo en profundidad, resulta
imprescindible efectuar un breve recorrido por el desarrollo de estudios
precedentes y modelos articulados, con la finalidad de lograr mayor com-
prensión sobre la criminalidad organizada. Á efectos puramente explicati-
vos, resulta de interés seleccionar un número mínimo de variables carac-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 31

terísticas, que nos permita aprehender conocimientos sobre el objeto de


estudio y su esquematización.
La esquematización facilitará la posibilidad de establecer compara-
ciones entre los diversos actores armados no estatales identificados, así
como presentar una panorámica lo más exacta posible de la fenomeno-
logía de la criminalidad organizada transnacional, con sus principales
manifestaciones. Es así que partimos de una explicación abarcativa que
va más allá del derecho internacional humanitario, al concebir que los
actores armados no estatales son organizaciones contendientes que no es-
tán dentro de las fuerzas de seguridad formales (estatales) que mantienen
una lucha armada, con capacidad de control, de mando y de disciplina
sobre ese colectivo (Laborie, 2011). La característica principal de estos
actores es el uso de las armas y la violencia para alcanzar una serie de
objetivos políticos, ideológicos o económicos. Los objetivos pueden estar
delimitados de forma estable o cambiar en el tiempo. De forma sucinta,
las principales variables que permiten definir los rasgos destacados de
los actores armados no estatales, además del recurso a la violencia y la
corrupción, elemento básico de su constitución, son las que exponemos
a continuación.
e Circunscripción territorial. Estos grupos pueden operar a escala in-
ternacional, regional, nacional y subnacional (entendido el “sub”
como un espacio que integra el territorio de determinado Estado o
conjunto de Estados, pero no constituye su totalidad). La opción
resultante entre las combinaciones posibles dependerá de su vincu-
lación con el territorio y de sus intereses geoestratégicos y geopolíti-
cos. En consecuencia, hay actores armados no estatales que apuestan
por el pleno control y el ejercicio de una influencia significativa
dentro de un territorio y de ese modo, directamente en la vida de
miles de individuos. Podemos citar los casos del Estado Islámico en
Oriente Medio, los Tigres de Liberación Tamil Eelam en Sri Lanka,
así como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en ese país. De he-
cho, el nivel de control territorial constituye un indicador del éxito
de un actor armado no estatal, suponiendo que dicho control forme
parte de su estrategia y objetivos.
32 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

e Identidad. ¿En función de qué factores se establece la identidad del


grupo? Con base en una ideología, una religión, un vínculo étni-
co, familiar y social. La identidad es entendida como la forma en
que los miembros de una organización criminal mantienen vínculos
de naturaleza simbólica, ritual o carcelaria (por ejemplo, las maras
centroamericanas). El denominador común es haber compartido
estancias en el mismo centro penitenciario, o estar participando en
redes criminales articuladas que se organizan para lograr un objeti-
vo compartido. La construcción de identidades colectivas favorece
el desarrollo de la lealtad de grupo, el sentido de pertenencia y los
estatus relacionales y de poder dentro y fuera de la organización,
dotándola de mayor cohesión. Asimismo, define las motivaciones
de los grupos armados y la capacidad de interrelación entre grupos
de distinta índole que comparten intereses peculiares, tales como la
compra de armas.
Disponibilidad de medios, recursos y financiación. Hace referencia a
la cantidad y variedad de recursos humanos, organizacionales, eco-
nómicos, logísticos y relacionales que es capaz de movilizar una or-
ganización. Incluso el territorio puede llegar a entenderse como un
tipo de recurso por el que combatir y que, a su vez, permite el acceso
a otros recursos complementarios. La financiación y obtención de
fondos resulta esencial para la supervivencia y el dinamismo opera-
tivo. Existen multitud de fuentes de ingresos. Entre las más comu-
nes están: actividades comerciales legítimas, benefactores públicos
(Estados) y privados (simpatizantes), aportadores no conscientes,
pagos por la prestación de servicios ilegales, beneficios de activida-
des ilícitas como el cobro del impuesto revolucionario, extorsiones,
secuestro y tráficos ilícitos. La financiación soporta la actividad del
grupo, el enriquecimiento de sus integrantes, el mantenimiento de
colaboradores y allegados y, en el supuesto de que se sustituya a la
autoridad estatal, mantener la prestación de los correspondientes
servicios, que favorece al conjunto de personas bajo su control.
e Morfología de la estructura y relaciones de cooperación entre grupos.
La variedad morfológica estrucutural es ingente. Abarca desde la
apuesta por las estructuras jerárquicas tradicionales centralizadas
hasta las organizaciones descentralizadas en red. No cabe identifi-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 33

car estructuras tipo, sino tendencias tipológicas. En todo caso, las


estructuras organizativas no son estáticas porque se adaptan y cam-
bian progresivamente, en respuesta a las oportunidades y limitacio-
nes del ambiente en el que operan y en función de las acciones de
sus adversarios.
La gama de tipologías de cooperación es muy variada. Las organiza-
ciones pueden adoptar multiplicidad de formas a lo largo de un espectro
que abarca desde alianzas estratégicas, en un extremo, hasta relaciones de
proveedor a corto plazo (Williams, 2003). Los incentivos para la coopera-
ción entre organizaciones criminales están al alza. La violencia, desde una
perspectiva racional economicista, perjudica los negocios. No solo desgasta
a las organizaciones por las pérdidas fruto del enfrentamiento, sino que las
distrae de su objetivo principal, entendido como lucro cesante. Á pesar
de la suma de inconvenientes, llegado el caso, el recurso a la violencia re-
presenta uno de los principales instrumentos de acción de la delincuencia
organizada.
e Apoyo de la población. Establecida la causa u objetivo que motiva
toda actuación, el apoyo de la población es indispensable. Ningún
actor armado no estatal tendrá posibilidades reales de éxito sin el
apoyo (voluntario o forzado, consciente o inconsciente) de una par-
te de la población. Para lograrlo, se ejecutan diversas estrategias,
que pueden presentar una gama enorme de posibilidades, desde la
cooptación hasta la amenaza, sin desestimar la participación política
y la infiltración a las instituciones democráticas.
e Unidad de dirección. Este principio, no por lógico y evidente, deja
de ser vital. Es posible que existan en el seno de una organización
diversos subgrupos y liderazgos, que deben agruparse en torno al
objetivo común. La idea tradicional de una estructura centralizada
del “capo” es poco usual en contextos globalizados. La especializa-
ción del conocimiento criminal requiere redes y lógicas centrípetas
para favorecer el accionar clandestino o encubierto.
e Flexibilidad, adaptación y resiliencia. La capacidad de adaptación al
medio en el que se pretende desarrollar el conjunto de actividades
resulta vital para el éxito y la supervivencia de la organización. La
adaptación rápida y eficiente a los cambios —especialmente a las
34 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

contramedidas empleadas por los adversarios para neutralizar a la


organización— requiere un trabajo previo de análisis y previsión
estratégica. Resulta crucial desarrollar capacidades de inteligencia
y contrainteligencia, a fin de que aquellos que ejercen el lideraz-
go puedan adoptar decisiones con el menor nivel de incertidumbre
posible. Al igual que la racionalidad empleada por las empresas, la
minimización del riesgo es una variable permanente en las lógicas
criminales transnacionales.
Para finalizar, otras variables a considerar son el número de integrantes
de un grupo; su capacitación y adiestramiento (perfeccionamiento técni-
co y logístico) y las formas tradicionales y nuevas de reclutamiento (por
ejemplo, el empleo de la internet con fines de captación se ha converti-
do en un mecanismo revulsivo para el yihadismo internacional, que ha
sabido explotarla convenientemente (Sansó-Rubert, 2004; 2009). Es im-
portante la diferenciación correcta entre actividades principales, secunda-
rias y accesorias, en los supuestos de organizaciones caracterizadas por la
multiactividad. La gestión de la información, el control de los medios de
comunicación y de la opinión pública, el empleo de nuevas capacidades
tecnológicas y logísticas avanzadas, así como el desarrollo y la implementa-
ción de dispositivos de autoprotección y seguridad corporativa son algunas
de las más relevantes.
2. LA NECESIDAD DE
SABER: CONEXIONES
INTERDISCIPLINARIAS DE LA
CRIMINOLOGÍA

La criminalidad organizada transnacional se ha desarrollado a lo largo


de la modernidad, de manera concomitante a los controles establecidos
por los imperios, reinados o Estados nacionales territorialmente diferen-
ciados. Analizar la situación actual del crimen organizado requiere, previa-
mente, una reflexión mínima sobre la imprecisión y el “uso inflacionario”
del propio concepto (Kinzig, 2004; Zúñiga, 2019).
A raíz de su configuración nimia, esto es, los requisitos que han de
confluir en una organización para que obtenga la consideración de crimi-
nalidad organizada, tres o más delincuentes (grandes, pequeños o insig-
nificantes) agrupados, con la determinación de prevalecer en el tiempo y
que intenten acumular ganancias se convierten en criminales organizados
potenciales (Fernández Steinko, 2008, p. 24). El resultado de un estira-
miento conceptual tan forzado es un concepto inoperante, académica-
mente pobre, que adolece de un alto grado de relativismo. Una suerte de
perro-gato criminológico, apenas útil para denominar de forma genérica a
todas aquellas estructuras con capacidad de desestabilizar el orden político
y socioeconómico existente, así como casi cualquier manifestación de de-
lincuencia no convencional”.
Hasta la década de los años noventa del siglo pasado, no existía una
concepción ampliamente aceptada de criminalidad organizada transna-
cional ni se había consolidado un ámbito académico de investigación
y estudio diferenciado, especialmente en el ámbito de la Criminología
(Van Duyne y Nelemans, 2012). Mucho menos en el terreno disciplina-

Para profundizar en el concepto de criminalidad organizada, consultar Sansó-Rubert


(2009). De igual forma, la diversidad de definiciones puede apreciarse de manera
comparada en los trabajos de Klaus von Lampe (2020), donde recoge más de 180.
36 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

rio de los estudios internacionales o en el campo analítico de la seguridad


multidimensional, que comenzaba a despegar como concepto aglutinan-
te, superando a las tradicionales doctrinas realistas de seguridad nacional.
El tema también resultaba completamente extraño para las reflexiones
de la Economía Política, que habían puesto escasa atención al desem-
peño de actores criminales que desestabilizan a los Estados nacionales
aprovechando las asimetrías estructurales generadas en los procesos de
globalización e inserción financiera, a los que optaron distintos países en
una determinada coyuntura. En esa dinámica y mediante la aplicación
de políticas públicas que redujeron la capacidad de control estatal sobre
diversas áreas —entre ellas, la seguridad nacional e inteligencia—, por
considerarlas erróneamente un gasto y no una inversión, se abrieron po-
sibilidades para la penetración del crimen organizado internacional y sus
conexiones locales.
Esa última situación es importante mencionarla porque el proceso de
elobalización o mundialización no es uniforme y simétrico. Genera dis-
torsiones económicas, financieras, sociales y culturales, y consolida nuevas
percepciones de incertidumbre, a la par que intensifica la interdependen-
cia de los Estados. La globalización no representa la panacea de libertad
comercial que se pretende, sino que encierra la pérdida de diversidad pro-
ductiva agropecuaria en los países exportadores; restringe la migración
de personas, penaliza en muchos sitios la movilidad humana y promueve
la presencia de capitales especulativos. Todo esto va acompañado de un
discurso que minimiza las capacidades de control de los Estados bajo el
supuesto intervencionista de que vulnerarían las potencialidades de los ac-
tores económicos y su libre intercambio.
En ese sentido, la seguridad estatal es afectada porque se reduce la in-
versión pública en infraestructura, tecnología, inteligencia estratégica y
demás instituciones vinculadas al sector, cuya capacidad de prevención y
respuesta frente a posibles amenazas y presiones del mercado disminuye.
La interdependencia, cuando es asimétrica, genera desbalances y desigual-
dad de oportunidades, por su intrínseca condición política vinculada al
poder. En el juego de inserción global que asume un país o Estado, unas
regiones o zonas son beneficiadas, mientras otras resultan perjudicadas por
los efectos negativos de la globalización. Ahí interviene el crimen organi-
zado porque el Estado nacional, sin desearlo expresamente, abre ventanas
Crimen organizado y seguridad multidimensional 37

u oportunidades debido a la desatención o inacción institucional. De esa


manera, el mismo Estado atenta contra la noción de “integridad estructu-
ral”, que se define como la sostenibilidad de la economía interna durante
las interacciones interdependientes con la economía global (Keohane y
Nye, 1998).
Desde esa perspectiva, cabe destacar las capacidades de resistencia y re-
siliencia de los actores criminales porque amplifican el acceso al poder eco-
nómico, político o social. A su vez, la diversificación del portafolio de las
actividades lícitas e ilícitas desarrolladas por las organizaciones criminales
es variada y fructífera. Cualquier actividad imaginable que resulte lucrativa
será objeto de práctica y generará nuevos escenarios delictivos.
Resumiendo, sus actividades principales son aquellas que proveen bie-
nes y servicios ilegales: la producción y el tráfico de drogas, el tráfico de
armas, menores de edad, órganos, inmigrantes ilegales y materiales nuclea-
res, el juego, la usura, la falsificación, la prostitución, la comercialización
de bienes lícitos obtenidos subrepticiamente, sobre todo vehículos de lujo,
animales y obras de arte, y la utilización de redes legales para actividades
ilícitas como el lavado de capitales.
Resulta necesario aclarar que, con carácter general, no toda delincuen-
cia organizada es internacional ni toda la internacional es organizada. Múl-
tiples grupos de delincuentes manifiestan notas características de organiza-
ción, pero a pesar de ello, no tienen cabida bajo el título de delincuencia
organizada. Nos referimos a la mera asociación temporal con fines delic-
tivos (coautoría). Mientras tanto, otros grupos que sí están categorizados
como delincuencia organizada no operan en la esfera internacional.
El hecho de que la delincuencia organizada haya alcanzado el estatus
internacional no es un fenómeno nuevo. Supone la adaptación de figuras
delictivas antiguas a las condiciones científicas, técnicas y sociales contem-
poráneas. Esa evolución se observa en cualquier época, pero parece que
ha cobrado renovado brío en un siglo en el que el progreso técnico se ha
convertido en uno de los principales pilares de la civilización. La adap-
tación de la criminalidad a las nuevas condiciones de la vida globalizada
ha propiciado de forma paralela el salto a la internacionalización (Sansó-
Rubert, 2008).
38 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

A breves rasgos podemos definir dos tipos de criminalidad basadas en


las experiencias de América Latina y Europa: microcriminalidad y macro-
criminalidad (tabla 1). La macrocriminalidad es una organización comple-
ja cuya afectación territorial es local, nacional e internacional. Su impacto
social y económico es muy alto debido al tipo de actividades ilícitas que
realizan, por ejemplo: narcotráfico, sicariato, trata de personas, tráfico de
patrimonio cultural y natural, delitos cibernéticos, hidrocarburos, entre
otros. La microcriminalidad, por su parte, corresponde a una organización
simple, de pequeño impacto social y económico, con afectación territorial
local y regional. Los delitos más comunes de este tipo de organizaciones
son robos simples, robos agravados, asaltos y robos a domicilio, robo de
automotores, entre otros (Rivera, 2017).

Tabla 1. Tipos de criminalidad


0: . Estratégias de .
o Afectación Impacto: social eres q : Nivel de
Tipo Organización boa eno control más l'ipos de delitos e.
territorial y economico Intervención
adecuadas

Cnuien organizado
Comunidades de cre
' (narcotrafico, sicanato. trata
Internacional mteligencia
Macro , de personas, de patrimonio Nacional
ce Compleja Nacional Alto unpacto intemacional :
Criminalidad o culmtal y nanural. delitos Internacional
Local uestigación del e .
o j cibernéticos, tráficos de
delito “ prevención
hidrocarburos, etc.)

Robos simples, robos


Preventina : P
Micro Sunvle Regional Pequeño 1mpacto investigación del agravados Asalto y robo, Local :
Crimunalidad P Local A pa delito E robos a donucilio, robo regional
de automotares. etc

Fuente: Rivera, 2017.

Estratégicamente, el principal elemento de preocupación radica en de-


terminar las organizaciones criminales que logran su inserción en niveles
estructurales, sobre todo políticos y económicos, con la aspiración de pre-
valecer como males sociales crónicos (Sansó-Rubert, 2011b). A efectos de
alcanzar científicamente su aprehensión material, pocos conceptos son tan
elusivos como el de delincuencia organizada”. Pese a ello, son múltiples

En ese sentido, destaca la idea recogida en el informe de 2005 del Consejo de Europa
sobre la delincuencia organizada. El documento sostiene que el crimen organizado es
“un concepto de naturaleza histórica que cambia con el tiempo. Es una construcción
social que refleja una serie de tipologías criminales que son percibidas por la socie-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 39

los planteamientos teóricos que han sido adoptados por los investigado-
res, tanto desde la perspectiva criminológica como desde otras disciplinas
como Historia, Sociología, Psicología, Economía, Derecho Internacional,
Ciencia Política y Antropología. Mediante esos planteamientos, se ha in-
corporado el complejo concepto al acervo discursivo e investigador de las
correspondientes disciplinas. Este epígrafe presenta un breve repaso de las
principales contribuciones teóricas que han pretendido explicar el fenóme-
no de la delincuencia o crimen organizado.
El primer escollo a abordar deriva de la inexistencia de una noción aca-
démica consensuada del concepto de criminalidad organizada, más allá del
concepto recogido en la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra
la Delincuencia Organizada Transnacional (2000). Ello implica lidiar con
una doctrina en desacuerdo respecto de cuáles son las causas y los factores
explicativos del fenómeno criminal organizado. Pese a que existen algunos
rasgos y elementos comunes dentro de las diversas definiciones aporta-
das, su naturaleza, motivación, procedencia y características varían de un
planteamiento teórico a otro. En consecuencia, los intentos de explicar
la delincuencia organizada desde una perspectiva concreta presentan un
alcance limitado. Todas las teorías aportadas a la doctrina tienen, a la vez,
defensores y detractores.
A pesar del panorama de desacuerdos, un sector minoritario de la doc-
trina ha empezado a hacerse un hueco con fuerza, defendiendo la impor-
tancia de aglutinar todos los aportes teóricos bajo una única teoría de la
criminalidad organizada, que aún no termina por fructificar. Ese plantea-
miento teórico es eminentemente ecléctico: cualquier aproximación a su
estudio debe ser necesariamente transversal y holística, atendiendo a la
naturaleza multicausal y plurifactorial del objeto de estudio. Representa,
por tanto, uno de los mayores retos para la Criminología actual y futura.
Comenzando el repaso atemporal por el conjunto de las teorías clásicas,
con repercusiones explicativas aún en la actualidad, destaca la teoría de la
anomia, propuesta por Robert Merton (2002). A través de ella se identifica

dad como especialmente peligrosas en un momento determinado y cuya definición


está influida por diferentes intereses políticos e institucionales” (Consejo de Europa,
2005,
p. 19).
40 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

el crimen organizado como una respuesta normal a las presiones que ejerce
la estructura social sobre ciertas personas. La persecución de objetivos so-
cialmente deseables, como el éxito profesional y la prosperidad económica,
favorece la fMexibilización e incluso la eliminación de los controles sobre
los medios empleados para alcanzarlos (inhibición de las normas). La ads-
cripción de los individuos a la delincuencia organizada o su conformidad
para constituir una organización y delinquir se explica al priorizar los fines
a conseguir, empleando medios socialmente rechazados para su acceso, por
ser ilegales (Abadinsky, 2007).

De igual forma, a través de la teoría de los contactos diferenciales, Ed-


win Sutherland (1974) planteó que todos los comportamientos sociales,
tanto legales como criminales, son aprendidos. Se aprende y se interioriza
en dependencia de la intensidad, frecuencia y duración de la asociación
con otras personas, en el curso de un proceso de comunicación. De ahí
que la posibilidad de que un individuo adopte como propio un comport-
tamiento delictivo dependerá de sus contactos y el modo en que estos se
produzcan con personas pertenecientes a organizaciones criminales.
De igual forma, las teorías de la subcultura y la desorganización social
de Sykes y Matza (1957) interpretan el comportamiento delictivo como
aprendido. Es el resultado de la pertenencia a una subcultura delictiva,
que implica la existencia de valores y pautas de comportamiento que se
apartan y contraponen a los valores sociales dominantes. Esa circunstan-
cia lleva aparejada una neutralización de las normas, que son reflejo de
los valores en cuestión. Por ende, los individuos adecuan su conducta de
acuerdo con el grupo criminal al que pertenecen y con el cual se sienten
identificados. Desarrollan así una actitud social y normativa propia. Muy
relacionada con esta postura argumental, la teoría de la sucesión étnica o
de identidades grupales de Daniel Bell (1963) sostiene, en líneas generales,
que la delincuencia organizada ha sido un instrumento utilizado por los
inmigrantes como medio para mejorar su posición en la escala social.
La teoría del control social se aparta de las anteriores. Señala que el mo-
tivo por el que unas personas se introducen en el ámbito de la delincuencia
organizada y otras no depende de un factor determinante: la solidez de sus
vínculos sociales, tanto internos como externos. Los internos hacen parte
de la esfera íntima de la persona y resultan de su proceso de formación
Crimen organizado y seguridad multidimensional 41

en edad temprana, incluida la influencia de valores familiares y relaciones


parentales saludables. Los externos se traducen en el temor de las personas
hacia el castigo o la vergilenza de la desaprobación social frente a la con-
ducta desviada. Es un análisis de coste-beneficio: si nada se tiene, nada hay
que perder. Las personas delinquen cuando los vínculos son débiles o se
han quebrado.
Otra de las perspectivas teóricas más ligadas a la sociología criminal la
aportan las denominadas teorías del conflicto. Entre ellas se identifican
concepciones de génesis marxista, de género y de pluralidad cultural. No se
centran en el individuo que quebranta la ley, sino en la criminalización de
conductas diversas, utilizada como mecanismo de control social por parte
de los grupos sociales privilegiados. Ese sistema posibilita a las élites socia-
les instrumentalizar las instituciones para proteger sus intereses o estatus de
poder, criminalizando el comportamiento de los grupos no privilegiados,
en un ambiente caracterizado por las contradicciones sociales y la inequi-
dad en la distribución de recursos.
En la misma línea de la desigualdad o inequidad social se ubican las
teorías que privilegian la descomposición social como origen de la conduc-
ta criminal organizada. La teoría de la carencia relativa, desarrollada por
Peter y Judith Blau (1982), expone que la coexistencia cercana de estra-
tos sociales diferenciados por una amplia desigualdad constituye un factor
determinante para la generación de criminalidad violenta. Evidencia que
la desigualdad económica (relative deprivation), más que la pobreza en sí
misma (absolute deprivation), potencia el desarrollo de la delincuencia vio-
lenta.
Otra forma de concebir la delincuencia organizada es a través de los
vínculos familiares o étnicos y las relaciones sociales. Asimilar las organi-
zaciones criminales como redes sociales o entramados de relaciones per-
sonales facilita la comprensión de su funcionamiento. No en vano, los
contactos que mantienen y promueven los delincuentes organizados con
otros individuos y colectivos son el medio a través del cual las organizacio-
nes criminales afrontan toda oportunidad de negocio y amplían el número
de colaboradores, afiliados y clientes (Kleemans y De Poot, 2008). Como
en cualquier otro sector de negocios, el capital relacional cobra vital im-
portancia.
49 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

En consecuencia, la evolución del análisis de redes (Arquilla y Ron-


feldt, 2003) ha relegado a un segundo plano los postulados de la teoría de
la organización, aplicados hasta la fecha para comprender unas organiza-
ciones criminales jerarquizadas que reestructuran de modo progresivo sus
organigramas, y los aproximan a la concepción de redes. El concepto de
redes permite una mejor representación y, por tanto, comprensión de las
relaciones interpersonales reproducidas en el seno de las organizaciones
criminales, así como entre sus integrantes (Bruinsma y Bernasco, 2004).
Toine Spapens hace un interesante aporte con el concepto de macro-
rredes criminales (criminal macro network). Las define como “el conjunto
de individuos que tienen la motivación, las habilidades y el acceso a los
recursos necesarios para participar con éxito en la actividad criminal orga-
nizada. Estas personas requieren estar directa o indirectamente conectadas
por relaciones consideradas como criminales” (Spapens, 2010, p. 191).
Es necesario asumir que no todos los miembros de la macrorred están
involucrados en las actividades criminales en todo momento. La red está
presente antes de que la actividad criminal ocurra, durante su desarrollo
y permanece luego de que haya finalizado. Además, hay que tomar en
consideración que las relaciones delictivas se construyen sobre la base de
relaciones existentes, las cuales incluyen vínculos familiares y étnicos, así
como relaciones políticas y económicas.
En ese contexto, el concepto de capital social vincula el campo crimi-
nológico con la Economía Política. Alude a las redes sociales y a las nor-
mas de reciprocidad y confiabilidad que surgen en su seno, que afectan la
productividad de los individuos y de los grupos (Putnam, 2001). En ese
terreno interdisciplinario se gana trascendencia explicativa sobre la crimi-
nalidad organizada, en especial en lo que respecta a la medición del propio
capital social, que, a su vez, abriría la posibilidad de perfeccionar el cálculo
de las capacidades de los sujetos y grupos delictivos para cometer delitos
(Morselli, 2005; 2009).
De igual forma, las teorías volcadas al estudio de las carreras criminales
experimentaron un fuerte despegue en la última década del siglo XX, al
analizar la secuencia de actos ilícitos que comete un solo sujeto durante
cierto periodo de tiempo. Por ejemplo, delincuentes profesionales que in-
tegran O cooperan con organizaciones criminales. El objetivo de los estu-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 43

dios sobre carreras criminales es identificar las variables que suelen estimu-
lar la continuidad y progresión en la actividad delictiva (Requena, 2014).

2.1. Los enlaces con la Economía Política Internacional

Llama la atención la despreocupación o los vacíos disciplinarios que


existen en las Relaciones Internacionales sobre los temas criminales. La
tradición realista e institucionalista ha prevalecido, mediante enfoques
geopolíticos clásicos, de preeminencia militarista y de política exterior para
entender la seguridad nacional e internacional desde una perspectiva neta-
mente estatal. Si bien los debates actuales de las Relaciones Internacionales
incluyen la importancia de los individuos y las sociedades, en esas diná-
micas, no se considera el carácter interdependiente del fenómeno crimi-
nal transnacional. Este posee notable importancia para el análisis integral
porque el concepto de interdependencia compleja incorpora las decisiones
que toman los actores —de preferencia estatales o corporativos, pero tam-
bién criminales—, las cuales afectan a sus pares debido a los múltiples
factores de vinculación preexistentes en el plano económico, social, políti-
co, cultural, etcétera. Las externalidades relativas a la seguridad se suman
como un elemento más de interdependencia y pasan a formar parte de los
indicadores de sensibilidad y vulnerabilidad que condicionan la interac-
ción en el contexto internacional (Keohane y Nye, 1998, p. 26).
El concepto de interdependencia, grosso modo, significa dependencia
mutua. Existen diversos ámbitos y redes que permiten la vinculación de
Estados o actores de diferentes latitudes en un mundo interconectado. La
interdependencia surge de la necesidad de cooperación, medio ideal para
alcanzar los intereses propuestos por los actores de cualquier índole. En ese
sentido, se aboga por aproximar al lector al fenómeno de la criminalidad
organizada entendiendo sus motivaciones y sus alcances. Desde una pers-
pectiva de Economía Política, la interdependencia se presenta como una
herramienta fundamental de las organizaciones criminales para lograr sus
objetivos económicos.
La interdependencia compleja presenta tres características fundamentales:
a) la existencia de múltiples canales tecnológicos, que posibilitan una mayor
vinculación entre las sociedades; b) la participación de diversas organizaciones
44 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

que no se encuentran completamente controladas por el Estado, lo que propi-


cia intensas coordinaciones comunicativas y tecnológicas, internas y externas
y Cc) la existencia de agendas de política exterior distintas o modificadas que, si
bien pueden desarrollar jerarquías en las relaciones internacionales, requieren
tomar en cuenta temas en los que se vuelve necesaria la colaboración global
para la solución de problemas compartidos. Por su parte, la sensibilidad está
ligada al nivel y la velocidad de respuesta que existe dentro de las instituciones
políticas que afrontan cambios, producto de la acción de otros actores estatales
y no estatales. La noción de vulnerabilidad gira alrededor de las alternativas
que los actores deben enfrentar cuando un hecho internacional (como por
ejemplo el crimen organizado) los afecta en distintos planos estatales y no esta-
tales (Martínez, 2014, p. 3; Keohane, 1998).
Asociados con la categoría interdependencia, utilizamos en este libro
los conceptos de complejidad y contingencia, que son parte de la teoría de
sistemas sociales de N. Luhmann. La complejidad es un rasgo esencial de
las sociedades, que expresa la dinámica diferenciada del sistema y la pre-
existencia de actores con la consecuente probabilidad de generar un espec-
tro de resultados diversos. Ejecutar las decisiones de política pública dentro
del sistema puede ser entendido como un acto comunicativo que reduce
esa complejidad. No obstante, la contingencia, vinculada de manera in-
separable a ella, constituye uno de los principales conceptos en la teoría
sociológica sobre sistemas sociales que se conectan con los estudios inter-
nacionales. La contingencia altera la expectativa política de las soluciones
concertadas, como la cooperación y el intercambio, porque de la comple-
jidad se deriva la probabilidad de que los resultados del funcionamiento
del sistema puedan ser distintos a los esperados (Luhmann, 1998, p. 48).
En ese sentido, nuestra principal crítica a las corrientes de interpretación
normativa, institucional o jurídica radica en que no toman en cuenta las
opciones racionales del actor (delincuencial en este caso) y desconocen las
realidades complejas y contingentes que se vinculan al crimen organizado.
Dentro del campo de las relaciones internacionales, varias han sido las
transformaciones sufridas en los procesos de mundialización. En particu-
lar, cabe destacar la reconsideración del papel de los Estados, su permeabi-
lidad territorial a través de sus fronteras y la difuminación de las barreras
entre los ámbitos de política exterior e interior. Dichas circunstancias han
posibilitado que aumente el radio de acción de grupos no estatales que,
Crimen organizado y seguridad multidimensional 45

cada vez en mayor medida, representan un nocivo papel en los asuntos


interdependientes, lo cual incluye a la economía. Asimismo, varias de las
respuestas generadas para combatir el crimen organizado surgen de pers-
pectivas punitivas, desde el ámbito policial o militar. De esa forma, se de-
jan de lado respuestas desde diversos frentes, como aquellos enfocados en
fortalecer el sistema judicial o el control de transacciones económicas.
Las formulaciones teóricas más recientes de la Economía Política Cri-
minal parten del supuesto de que la delincuencia organizada mantiene una
íntima relación con los mercados legítimos. La línea que separa la legalidad
de la ilicitud se difumina según los contextos particulares o nacionales
donde opera. En efecto, la delincuencia organizada se transforma en la
respuesta adaptable a un mercado, y no a la necesidad de su creación, como
originariamente se pensaba (Gómez, 2003).

Por consiguiente, contribuciones realizadas desde la Economía Políti-


ca del Crimen Organizado asumen la relación de sus actividades entre el
sector lícito e ilícito de la economía. De acuerdo con lo establecido por
Andreas (2004), cada sector de la economía lícita cuenta con su contra-
parte ilícita, en el cual la globalización se enmarca como un contexto de
oportunidad para el crecimiento de sus posibilidades de negocio y de sus
capacidades potenciales.
Al igual que los procesos de globalización y liberalización del
comercio mundial, las dimensiones clandestinas de la globalización
involucran una mayor facilidad de flujos ilícitos transfronterizos de
personas, dinero e información. A partir de la relación entre la glo-
balización y el crimen organizado, partimos de que
el alcance del crimen organizado es integral: ha adquirido dimensiones globales (en lo
geográfico), transnacionales (en lo étnico y cultural), multiformes (en su estructura y en
los acuerdos que forja con sectores políticos y sociales) y pluriproductivas (en cuanto a
la abundancia de bienes y servicios lícitos e ilícitos que transacciona) (Flores, 2009 en
Riquelme, Salinas y Franco, 2019, p. 17).

Sin embargo, una diferencia destacable entre las relaciones económicas


formales y los flujos ilícitos de mercados ilegales es la expansión silenciosa,
caracterizada por “una presencia en nuevos territorios y adoptando un per-
fil bajo” (Sansó-Rubert, 2016, p. 187).
46 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Las organizaciones criminales aprovechan estas circunstancias para ac-


tuar como proveedores alternativos de los bienes y servicios ilegales o esca-
sos, y también de empleos. Entran a competir con las empresas legales y las
instituciones estatales e incluso aspiran a controlar actividades económicas
lucrativas en régimen de monopolio. En esa línea de trabajo se inscriben las
aportaciones de Arlacchi (1998); Wilton Park (2000); Von Lampe (2004)
y Hobbs (2001). También puede estudiarse el crimen organizado desde la
perspectiva teórica de la logística de las organizaciones: logística de adqui-
sición, de producción, de marketing y de inversión, así como el flujo de
información empleado para sostener la actividad delictiva o proteger a la
organización, que es un elemento estratégico para el encubrimiento de las
actividades criminales.
La globalización no puede ser comprendida solo desde un enfoque en el
que intervienen lógicas comerciales e intereses financieros porque presenta
escenarios repletos de incertidumbres e inseguridades, que afectan a los
distintos actores sociales y políticos. Es necesario asumirla también como
una dinámica que vincula dimensiones tecnológicas, culturales y geopolíti-
cas, que influyen en la toma de decisiones económicas y estratégicas de los
Estados (Mahrenbach y Shaw 2019). Si bien los Estados no incorporan ese
análisis dentro de sus políticas de seguridad, las organizaciones criminales
evalúan desde una lógica empresarial las vulnerabilidades de control y la
limitada cooperación interestatal para cometer los actos ilícitos.
En ese esquema, resulta necesario incorporar una ópica interpretativa
que ayude a comprender la dispersión de factores, al tiempo que pueda
articular las relaciones entre el Estado y el mercado. La Economía Política
brinda un marco disciplinario óptimo, con una amplitud incluyente al
momento de analizar diferentes fenómenos (Tussie 2015). Posee una serie
de corrientes analíticas que van desde concepciones clásicas que miran al
Estado como un actor sujeto a las lógicas del mercado, pasando por otras
que, desde perspectivas críticas, cuestionan los modelos capitalistas a es-
cala regional y mundial (Gill, 2016). Lo cierto es que los Estados y las
corporaciones, independientemente de sus formatos ideológicos, toman
en cuenta a la inteligencia económica como un recurso necesario para re-
ducir los riesgos ante la acción del crimen organizado y obtener un mejor
posicionamiento en los mercados internacionales, que les permita logros y
ventajas para su desarrollo.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 47

El análisis y las recomendaciones de inteligencia que se derivan del


proceso de incorporación de categorías de la Economía Política no inter-
pretarán a los Estados como unidades aisladas, ni tampoco priorizarán al
mercado como una noción abstracta y omnipresente en el plano económi-
co-comercial. Las categorías analíticas derivadas de la Economía Política
minimizan los enfoques realistas y positivistas provenientes de las Rela-
ciones Internacionales, así como de las corrientes ancladas en doctrinas de
la seguridad nacional. La Economía Política permite observar diferencia-
ciones de otros actores, en este caso criminales nacionales, regionales o in-
ternacionales que intervienen en los procesos complejos de globalización.
Otro de los enfoques derivados de ópticas económicas se vale de las pre-
misas de la teoría de la elección racional. Desde ese punto de vista, la deci-
sión de un individuo de involucrarse en actividades criminales es tomada
de manera racional, tras sopesar sus beneficios y consecuencias, es decir,
tras calcular las posibilidades de triunfar en contra de las probabilidades
de ser capturado, así como los beneficios que reporta cada opción. Por
ende, a partir del estudio realizado por North (1993), el análisis racional
emprendido por las organizaciones criminales incorpora desde la Econo-
mía Política la minimización del riesgo en sus operaciones. Á partir de ello,
— Existe una racionalidad de las empresas criminales en las que el ré-
dito económico es mayor a las sanciones;
— Las organizaciones estructuran su poder en áreas donde existen va-
cíos estatales o en sectores donde los gobiernos no pueden desplegar
sus capacidades técnicas y de control normativo;
— Utilizan la violencia y la corrupción como instrumentos de protec-
ción de las actividades ilícitas.
Existen también otros modelos orientados a analizar las circunstancias
medioambientales que pueden repercutir, y de hecho repercuten, en el sur-
gimiento, la expansión y la consolidación de la criminalidad organizada. No
solo tienen un carácter explicativo de las causas de la criminalidad organiza-
da u otras vulnerabilidades que podrían ser objeto de explotación por parte
de las organizaciones delictivas, sino que se engloban dentro de los deno-
minados Organized Crime Impact Study (OCIS). Esto es, informes de las
actividades delictivas y su repercusión multinivel, entre los que cabe destacar
aquellos cuya articulación gira en torno al estudio y la evaluación del riesgo.
48 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Ese riesgo puede ser objeto de seguimiento o monitorización, consideran-


do la presencia de factores ambientales propicios y el nivel de oportunidad
para su aprovechamiento por parte de la criminalidad organizada, como se
desprende de la metodología Pestel. Dicha metodología implica el análisis
de determinados escenarios, por lo general políticos, económicos, sociales
o coyunturales. Estos últimos son entendidos como eventos o tendencias
—ventanas de oportunidad (Sansó-Rubert, 2008)— como los saltos o ade-
lantos tecnológicos o en los transportes, que posibilitan transformaciones
evolutivas y la consiguiente expansión de la criminalidad organizada, incre-
mentando su potencial lesivo (Williams y Godson, 2002).
Entre los trabajos analizados destaca el método de Albanese (2000)
para la evaluación del riesgo: Organized Crime Risk Assessment Tool. Este
autor centra sus indicadores en determinar las causas de la criminalidad
organizada. Trata de responder las interrogantes de su génesis: factores que
favorecen su eclosión, crecimiento y expansión, alejándose de la evaluación
que implica su peligrosidad.
La Antropología Cultural y la Geografía Humana despuntan en re-
lación con la trascendencia que han cobrado los factores medioambien-
tales en el estudio de la delincuencia organizada. Esta es un fenómeno
muy extendido en el mundo, pero no se distribuye geográficamente al
azar. Determinados enclaves territoriales o zonas ecológicamente diversas,
con valiosos recursos naturales, resultan mucho más apropiados que otros.
Influyen rasgos propios a través de factores de tipo cultural, geográfico o
geopolítico, como la existencia de una historia delictiva previa en el terri-
torio, por medio de organizaciones criminales asentadas, o que se trate de
sociedades muy permisivas con la comisión de determinados delitos, como
el contrabando. La localización de recursos naturales escasos, condicio-
nes climáticas y terrenos fértiles para la producción de drogas o, incluso,
la mera ubicación de ciertos países, regiones o ciudades tienen un grado
de importancia suficiente para constituir plazas geoestratégicas del crimen
organizado.
De igual forma, todas aquellas metodologías para evaluar el daño cau-
sado por la criminalidad organizada han sido objeto de revisión, porque la
situación se contabiliza en términos de coste económico y costes sociales
(Porteous, 1998; Brantingham y Easton, 1998; Brand y Price, 2000).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 49

Dentro de las aportaciones teóricas sobre las relaciones entre poder y


crimen organizado (Lupsha, 1996) destaca la teoría de los aparatos orga-
nizados de poder, elaborada por Roxin (2000). Esta permite fundamentar
la capacidad de las jerarquías criminales, al determinar la responsabilidad
como autores mediatos de los sujetos que actúan como órganos de re-
presentación y administración de una empresa, en los hechos delictivos
cometidos por quienes se encuentran ubicados en los niveles jerárquicos
inferiores. El supuesto se encuadra en la limitación del dominio de la orga-
nización a los aparatos al margen de la legalidad.
En la misma línea de interpretación, en aquellas sociedades donde pre-
valecen las relaciones de tipo clientelar resulta común que las organizacio-
nes criminales busquen la protección de las estructuras públicas a cambio
de dinero o favores diversos. Esa idea se vincula de manera directa con
las teorías que estudian la corrupción como factor determinante de la de-
lincuencia organizada, al igual que con aquellas que estudian la violencia
asociada con la criminalidad para su desarrollo.
Existe un novedoso y reciente interés por analizar el vínculo entre las
profesiones legítimas y la delincuencia organizada. Un miembro de una
organización criminal puede ejercer una profesión inconexa con su acti-
vidad delictiva, a modo de encubrimiento personal, para autoprotegerse
frente a la actividad investigadora de las fuerzas y cuerpos de seguridad.
Despiertan especial atención todas aquellas profesiones y perfiles profesio-
nales relacionados con los sistemas financieros y tributarios, económicos,
la banca, las fuerzas y cuerpos de seguridad, los servicios de inteligencia y
la administración pública. Estos pueden propiciar a la organización crimi-
nal información y conocimiento sobre las debilidades institucionales, para
explotarlas a conveniencia. En ese panorama, la infiltración camuflada de
profesionalismo legal desempeña una importante función conectora entre
el crimen organizado y el entorno social legal. De ahí la importancia de
avanzar en la investigación sobre las condiciones de esa implicación (Bunt,
Huisman y Wingerde, 2009).

Cabe recordar la relación de la delincuencia organizada con las condi-


ciones sociales en que se produce. El conocimiento de esos factores etio-
lógicos proveerá insumos analíticos a los estudios criminológicos, porque
observa la forma en que funcionan y se estructuran las organizaciones cri-
50 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

minales. También mira cómo utilizan los recursos y medios de los que se
sirven para operar, incluidas las actividades ilegales y lícitas en las que se
implican, los escenarios en los que se desenvuelven, su nivel de expansión
geográfica y otras muchas circunstancias (De la Corte y Giménez-Salinas,
2010).
El crimen o delincuencia organizada ha sido asumido tradicionalmente
como un comportamiento o fenómeno masculino, que incorporaba a mu-
jeres con fines de explotación, o como un soporte secundario y silencioso
para la actividad de sus compañeros. En la actualidad, esa interpretación
ha dado paso al análisis del rol de las mujeres en la actividad criminal. En
la fenomenología del delito se ha encontrado a mujeres que lideran grupos
criminales organizados, ejecutan operativos de asistencia y apoyo logístico
y sirven de agentes de inteligencia informal para recabar valiosa informa-
ción estratégica. En algunas ocasiones, sus tareas incluyen el cuidado de las
finanzas del grupo. En situaciones como la trata de personas, realizan fun-
ciones de intermediación entre los perpetradores y las víctimas (Arsovska y
Allum, 2014; Pizzini-Gambetta, 2014).

2.2. Las limitaciones doctrinarias de la seguridad nacional


El papel protagónico conferido al Estado es crucial en la teoría realista
de las Relaciones Internacionales. Esa afimación parte del supuesto de que
los Estados son los únicos actores importantes dentro de la escena inter-
nacional, usan sus recursos para fines políticos y, a su vez, los objetivos
políticos y militares son empleados para obtener poder y desarrollo. El
realismo sostiene que el sistema internacional es anárquico y los equilibrios
de poder son espacios donde se plasma la noción de interés nacional, defi-
nida en términos estratégicos de seguridad. La definición de los intereses es
crucial para comprender aquellos Estados que buscan generar mayor segu-
ridad para sus territorios mediante maniobras políticas y militares. Por otro
lado, existen Estados que implementan políticas defensivas o moderadas
para reducir la conflictividad y generar un balance de poder en el sistema
internacional. La diferenciación entre el realismo defensivo (Waltz, 1979)
y el realismo ofensivo (Mearsheimer, 1995) es muy importante porque
se relaciona con el tratamiento, las estrategias políticas y el uso legal de la
violencia interna y externa.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 531

El realismo sostiene que las unidades estatales deben obtener su segu-


ridad por medios propios. Esta debe ejecutarse, aunque haya que limitar
la libertad y minimizar los riesgos en la cooperación. De esa manera, la
política nacional constituye el dominio de la autoridad, la administración
y la ley, mientras que la política internacional es el dominio del poder, la
lucha y la conciliación. La primera tiene carácter jerárquico, vertical, cen-
tralizado, heterogéneo y dirigido. La segunda, anárquico, horizontal, des-
centralizado, homogéneo y mutuamente adaptable (Rivera, 2012, p. 31).

Se puede afirmar entonces que el realismo ha equiparado las nociones


de seguridad con el interés o poder nacional. La supervivencia del Estado y
la defensa de sus territorios ante amenazas de distinto tipo están asociadas
con el incremento de sus capacidades militares para precautelar sus inte-
reses. En el cambiante espectro de seguridad nacional, se incluye a actores
armados no estatales que décadas atrás fueron considerados de escasa rele-
vancia para la seguridad nacional. En la actualidad, han sido incorporados
en las agendas estatales como amenazas asimétricas, una ampliación opor-
tunista y elástica del mismo principio rector de la doctrina de seguridad
nacional. De hecho, las doctrinas de seguridad nacional acompañaron la
visión de fortalecer la política exterior de los Estados como herramienta
para incrementar el poder político y promover una visión de entidades
“poderosas”, reduciendo la incertidumbre de un limitado poder y promo-
viendo un mayor dilema de seguridad.
Las teorías realistas y neorrealistas de las Relaciones Internaciona-
les presentan, sin embargo, una importante limitación para comprender
las amenazas a la soberanía y la integridad territorial por parte de otras
unidades, que no sean Estados. Ahí es donde contribuyen las teorías del
neoliberalismo institucional, que asumen a las amenazas de carácter asi-
métrico como parte del complejo campo de definiciones sobre seguridad
multidimensional, al integrar las políticas de defensa en muchos países que
han recurrido al fortalecimiento de convenios de cooperación interestatal
o han propiciado la formación de instituciones regionales, como respuesta
ante esos desafíos. Por lo general, la calificación de una amenaza como asi-
métrica suele implicar que, mientras su objeto es el Estado, su ejecutor es
una entidad u organización diferente, normalmente de jerarquía no estatal
(Rivera, 2012, p. 34).
52 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

De todas maneras, existe un consenso respecto a las restricciones con-


ceptuales y metodológicas del concepto de seguridad nacional para tra-
tar de explicar situaciones emergentes, complejas y contingentes (Rivera,
2008; Sanahuja, 2015). Ningún país es invulnerable ante las redes trans-
nacionales de delincuencia organizada, y tampoco puede desarrollar por
sí mismo respuestas integrales a problemáticas sistémicas. Vivimos en un
mundo cambiante, en el que comienzan a tambalearse paradigmas y presu-
puestos tradicionales sobre los que no cabían, hasta ahora, modificaciones
sustanciales. La concepción hobbesiana de Estado y la configuración de
políticas estratégicas (tanto de unidades estatales como de organizaciones
internacionales) en los ámbitos preventivos y reactivos de la seguridad
adeudan una revisión y reestructuración para su acomodación a los desa-
fíos futuros (Pulido y Sansó-Rubert, 2016a, p. 101).

En páginas anteriores mencionábamos algunas bondades teóricas de


emplear el concepto de seguridad multidimensional para el tratamiento
del crimen organizado. Mucho se ha discutido también sobre las vincula-
ciones de la seguridad humana a la multidimensional. Sin embargo, esta-
mos plenamente conscientes de las limitaciones teóricas y metodológicas
del concepto de seguridad humana para entender las nociones multilatera-
les de la “responsabilidad de proteger” y la “construcción de paz” ligada al
desarrollo (Rivera, 2008; Sanahuja, 2015).

En ese plano, consideramos que la extrapolación y el encapsulamiento


del concepto de seguridad multidimensional, en su asociación con el de
seguridad humana, coincidieron con su uso político e ideológico como
parte de la expansión de los discursos basados en la guerra global contra
el terrorismo. La seguridad multidimensional, que tenía otros propósitos
iniciales (por ejemplo, incorporar al estudio fenómenos procedentes de la
Economía Política, la Antropología, la Criminología y otras disciplinas),
quedó subsumida en las últimas dos décadas al retorno triunfante y tau-
tológico del paradigma militarista y realista estadocéntrico, sobre todo en
América Latina y el Caribe.
Reinterpretado en clave antiterrorista, el tratamiento del fenómeno
delincuencial transnacional pierde horizonte analítico y constriñe la ope-
ración comprensiva de la seguridad multidimensional. No solo polariza la
reflexión desde el punto de vista ideológico (una especie de macroseguri-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 53

zación), sino que minimiza una problemática criminal, no necesariamente


terrorista, que pone en juego la estabilidad estatal y de las sociedades en
todos sus ámbitos de reproducción.
En la actualidad, resultaría impensable considerar que la seguridad na-
cional no está vinculada con la inteligencia económica, al analizar, por
ejemplo, las consecuencias negativas que acarrearía para un país ser infil-
trado por lógicas y grupos del crimen organizado. Llama la atención que
ese tipo de vinculaciones, proveniente de la economía internacional, no
haya recibido la suficiente atención por parte de sectores académicos que
trabajan sobre Relaciones Internacionales y Economía Política.
En definitiva, el estudio criminológico multidisciplinar sobre la delin-
cuencia organizada está inmerso en un ciclo constante de evolución. Se
abren nuevos espacios de investigación, para alcanzar un conocimiento
empírico que contraste fehacientemente realidades del fenómeno criminal.
Las nuevas contribuciones académicas a la doctrina resultan fundamen-
tales para construir un estatus teórico de mejor calidad epistemológica y
lograr un adecuado desarrollo metodológico, que aporte a la teoría de la
criminalidad organizada y a los estudios internacionales.
3. EL RECONOCIMIENTO
MULTILATERAL DE LA
CRIMINALIDAD ORGANIZADA

Distintas perspectivas han propiciado múltiples definiciones del fenó-


meno asociativo criminal”. Si bien es cierta la utilidad de las aportaciones
pluridisciplinares, existe la tendencia de cada estudio a privilegiar determi-
nados aspectos a partir de su enfoque y del objetivo prefijado.
Un recorrido histórico por los antecedentes y la evolución de las ma-
nifestaciones de criminalidad organizada, cuyo desarrollo pormenorizado
excede con mucho el propósito de este libro, permite identificar en dife-
rentes localizaciones geográficas, espacios temporales, socioeconómicos y
culturales, un conjunto de rasgos organizativos semejantes. Esto puede ob-
servarse con independencia de que se trate de las Tríadas chinas, la Yakuza
japonesa, las mafias italianas (Camorra napolitana, “Ndrangheta calabresa,
Cosa Nostra siciliana, Sacra Corona Unita de Apulia), la Mafiya turca o
cualquiera de los grupos organizados de reciente eclosión, como los cárte-
les de la droga colombianos y mexicanos, las maras centroamericanas, las
organizaciones rusas, magrebíes y albanesas. Sucede incluso con las menos
conocidas, como las cuadrillas viernamitas y jamaicanas, los Mungiki de
Kenia y el Primeiro Comando da Capital (PCC) de Brasil. Todas, con in-
dependencia de sus peculiaridades diferenciadoras, manifiestan elementos
constitutivos comunes, formas de actuar semejantes, similares factores co-
adyuvantes a su expansión y algunos objetivos coincidentes. En suma, toda
una serie de indicadores que criminológicamente nos permiten identificar
el fenómeno de la criminalidad organizada”.

Véase la recopilación de conceptos efectuada por Ferracuti y Bruno (1988).


Pese a que algunos autores insisten en afirmar que la criminalidad organizada como
tal no se desarrolló hasta el advenimiento de la sociedad capitalista, una realidad
incuestionable es que los grupos de delincuencia organizada han surgido en Ásia,
América Latina, África, Europa y Estados Unidos. Ninguna región del mundo está
exenta de ellos y ningún sistema político ha impedido su eclosión o logrado un éxito
rotundo en su eliminación. Las organizaciones delictivas con mayor raigambre inter-
56 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Podemos afirmar que los fenómenos organizativos de la actividad delic-


tual han seguido la tendencia progresiva de la agregación, organización e
integración (Aleo, 1999, p. 6). Así como en todas las tareas humanas se ha
tendido a colectivizar el trabajo y a la unión de personas para lograr fines
comunes, también en el ámbito de la criminalidad se ha experimentado
una colectivización de la actividad delictiva (Zúñiga, 2005, p. 125-129).

Apostar por una definición global no está exento de déficits. En todos


los trabajos internacionales se percibe la dificultad de encontrar un equi-
librio entre la abstracción pertinente para una armonización conceptual y
las peculiaridades delictivas nacionales (Militello, 2001, p. 212). Sin em-
bargo, la armonización de categorías es importante, por cuanto se correría
el riesgo de encontrarnos ante imposiciones conceptuales por parte de los
países con mayor influencia en la escena política internacional, a través de
varios mecanismos políticos como la certificación unilateral para la coo-
peración o el denominado poder blando'*. Fernández Steinko (2008) de-
nuncia la difusión e imposición del actual concepto de crimen organizado,
que ha conseguido colonizar las legislaciones nacionales e internacionales
y las correspondientes políticas de múltiples gobiernos y organismos inter-
nacionales.
Para este autor, el concepto de crimen organizado de la Organización
de Naciones Unidas es una imposición de los Estados Unidos, que susti-
tuye a la amenaza comunista para justificar la intromisión de ese país en
terceros Estados y en la esfera internacional, por medio de estrategias como
la “guerra al narcotráfico”. El objetivo está acompañado de altas ventas
del complejo militar industrial y las corporaciones de seguridad privada.
Esa cuestionada definición, que reemplazaría a las tradicionales acepciones

nacional, con independencia de su localización geográfica, han perdurado pese a la


acción represiva de los gobiernos fascistas en Italia y totalitarios en la Unión Soviética,
del sistema comunista chino y de las democracias europeas y anglosajonas (Pezzino,
1990).
En la década de los años noventa, Joseph S. Nye Jr. (1990) publicó el artículo “Soft
power”, en el que argumentaba que existen formas de presión política no militarista,
O la capacidad de un actor político estatal o no estatal de incidir en las acciones o
intereses de otros actores. Por lo general, se concentran en factores culturales, valores
políticos democráticos y una política exterior convincente con recursos.
Crimen organizado y seguridad multidimensional S7

de banda, hampa, pandilla, bandolerismo, etcétera, obedece a un conta-


gio conceptual del mundo anglosajón, concretamente de Estados Unidos.
Producido en la segunda mitad de los años ochenta, trató de implementar
una “colonización legal”, entendida como el proceso según el cual un país
tiene la capacidad de imponerle al sistema legal de otro o al conjunto de la
comunidad internacional su particular forma de definir y de diagnosticar
un fenómeno, y de conseguir que esta forma quede plasmada en leyes y
documentos vinculantes (Fernández Steinko, 2008, pp. 61-63).

En ese campo existen abundantes ejemplos históricos en América Lati-


na. Durante la década de los años ochenta se inició la guerra estadouniden-
se contra las drogas mediante una serie de planes, ayuda económica y asis-
tencia militar, policial y judicial que tuvo por objeto modificar los códigos
penales en relación con el narcotráfico. Mediante consensos restringidos
en el plano legislativo y político, se aprobaron leyes que, so pretexto de
combatir el narcotráfico, violaron los derechos humanos de las personas en
países andinos como Bolivia, Perú y Ecuador (Rivera, 2005).

El crimen organizado no constituye un concepto monolítico a esca-


la internacional. Más bien, presenta un panorama poliédrico, complejo y
multidimensional, que hemos expuesto en páginas precedentes. Las trans-
formaciones operadas por la criminalidad organizada en las últimas déca-
das son tan profundas que su objeto de estudio escapa a la velocidad con
la cual puede ser aprehendido y absorbido por las ciencias sociales. Nos
encontramos inmersos en un fenómeno que trasciende la frontera con-
ceptual de una sola disciplina, con una faz difusa y esquiva. No obstante,
pretendemos completar el perfil de la criminalidad organizada esbozado a
lo largo de estas líneas, a la par que reflexionar sobre su posible evolución.
Quizá haciendo hincapié en sus elementos más significativos podrá plan-
tearse una definición más aproximada a la realidad empírica coetánea, y
más ambiciosa hacia el futuro.
El elemento fundamental de la criminalidad organizada, y quizá el más
polémico también, lo conforma el requisito organizacional. La organiza-
ción es entendida como “ordenación formal de actividades consecutivas y
sistematizadas, con mayor o menor flexibilidad, encaminadas a la realiza-
ción de objetivos específicos y comunes” (Mouzelis, 1991, p. 66). Lo esen-
cial dentro de una organización, sea legal o ilegal, es la designación de los
58 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

objetivos comunes!” porque confieren racionalidad, en tanto determinan


en gran medida sus características y orientan sus actuaciones: estructuras?”,
fines intermedios, división del trabajo!*, relaciones entre los miembros, sis-
tema de toma de decisiones, vinculaciones con el mundo exterior y códigos
de conducta que son vistos como subcultura criminal.
El afianzamiento del término crimen organizado tuvo lugar con la fina-
lización de la Segunda Guerra Mundial, cuando comisiones constituidas
para llevar a cabo investigaciones oficiales lo recogieron como tal en sus
conclusiones (Anarte Borrallo, 1999, p. 16). Desde entonces, la delincuen-
cia o crimen organizado ha despertado un inusitado y progresivo interés en
la esfera pública y en el ámbito académico.
Ciertamente crimen organizado aún es un término con mayor carga
sugestiva que significado semántico efectivo (Foffani, 2001, p. 55). En ese
sentido, expresaría la dificultad que le sugiere la vigencia de “organiza-
ciones que producen crímenes como máquinas construidas racionalmente
para tal comisión segura, eficiente y lucrativa de delitos, aun cuando al-
gunas organizaciones se aproximen a este modelo más que otras” (Cohen,
1977, p. 104).

Cabe destacar que, en toda organización, aunque los miembros estén interesados en
el objetivo común, tienen fines propios, que no siempre son coincidentes. Ello puede
llevar a la creación de subsistemas dentro de la organización, a la tensión entre esta y
algún miembro, o a los conflictos de grupos o intereses.
En la teoría de las organizaciones se concibe la estructura como el conjunto de reglas
generales y duraderas que sirven para ordenar la distribución de funciones y coordi-
nar las actividades comunes, encaminadas a la realización del objetivo final (Mayntz,
1990, p. 112).
La división del trabajo se subsume dentro del concepto de organización. No en vano
una organización implica per se una distribución de roles, funciones, derechos y debe-
res coordinados en un sistema organizacional y dirigidos al objetivo final o funcional.
La división del trabajo, a su vez, se realiza usualmente por la especialización de sus
miembros, la cual conduce sin más a la profesionalización. Por ello, al igual que la
profesionalización y la especialización, características propias e identificatorias de la
criminalidad organizada, dejaría de tener sentido como indicador independiente para
determinar la existencia de una organización criminal. Cuestión bien distinta sería
valorar su peligrosidad.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 59

Otros investigadores, como Peter Reuter (1983) y Paoli (2002), apun-


tan que la interacción entre sujetos delincuentes funciona de forma “des-
organizada”. En la misma línea argumental, se afirma también que el “eje
alrededor del cual pilota la delincuencia no convencional no es el de las
estructuras o las organizaciones, sino individuos unidos temporalmente a
otros individuos” (Fernández Steinko, 2008, p. 43).
De forma análoga, el criminólogo A. K. Cohen resta importancia al
aspecto de la organización, aduciendo que casi todos los delitos, y no solo
los cometidos por criminales organizados, reúnen esa característica. Insiste
en que ningún crimen “es concebido y consumado normalmente por per-
sonas que actúan individualmente, sino que es mucho más frecuente que
implique interacciones complejas entre varias personas”. Por lo tanto, con-
cluye que la organización en sí misma no aporta nada sobre la peligrosidad
de un determinado grupo de delincuentes (Cohen, 1977, p. 110).
Sin embargo, en abierta oposición a los planteamientos descritos, por
mucho que se niegue la realidad, esta no va a desaparecer (Dahrendorf,
2005, p. 100). Que la criminalidad o delincuencia organizada sea un fe-
nómeno intrínsecamente opaco y que cueste ahondar en él no elimina su
existencia ni reduce la peligrosidad que despliega en sus intervenciones.
De hecho, el abordaje empírico del fenómeno es muy complicado desde el
quehacer académico.
A pesar de ello, existen autores que se obcecan en negar lo evidente adu-
ciendo que esos postulados se construyen a partir de “una cadena de aven-
turadas presunciones. Las afirmaciones y planteamientos que argumentan
la existencia y peligrosidad real, y no sólo potencial de la criminalidad or-
ganizada, estarían pues soportadas por una gran coalición de criminólogos
poco conocedores del fenómeno de la organización” (Fernández Steinko,
2008, pp. 29-42). Ese tipo de manifestaciones recalca la imperiosa nece-
sidad de profundizar en el conocimiento científico del fenómeno, con la
finalidad de conferirle el máximo rigor a los estudios multidimensionales
que abordan la criminalidad organizada.
A pesar de las buenas intenciones académicas, el panorama investiga-
tivo reciente sobre el crimen organizado refleja una incipiente producción
bibliográfica multidisciplinar. Las perspectivas jurídicas ocupan la mayor
parte y las de naturaleza criminológica comienzan a ganar la preponderan-
60 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

cia que les ha sido negada hasta la fecha por la vis atractiva ejercida sobre
la temática por parte de otras disciplinas conexas. Una aproximación a
la variopinta literatura permite vislumbrar la inexistencia de un consenso
doctrinal en torno al concepto y todo aquello que engloba la delincuencia
o criminalidad organizada!”?. A todo ello nos proponemos sumar los rele-
vantes aportes de las Relaciones Internacionales.
De ahí el interés por alcanzar una noción consensuada. Nombrar co-
rrectamente un objeto no es un capricho teórico, sino una etapa previa, ne-
cesaria e indispensable de toda acción eficaz sobre la realidad. Es un hecho
fundamental sin el cual sería imposible desarrollar cualquier pensamiento
o acción posterior. La denominación justa de las cosas posibilita compren-
der mejor la naturaleza del objeto (Gayraud, 2007, p. 69).
Sin lugar a duda, la controversia más beligerante y perniciosa gira en
torno a la inclusión o no del terrorismo como manifestación de criminali-
dad organizada. Esto porque la finalidad de uno y otro fenómeno consti-
tuye la clave sobre la que versa dicha discusión, ya que el resto de caracte-
rísticas definitorias prácticamente son compartidas (Zúñiga, 2009, p. 60).
Avanzar en el conocimiento de la naturaleza de la criminalidad organi-
zada y profundizar en sus repercusiones internacionales obliga a identificar
en primer término sus notas esenciales, y a articular un concepto lo más
aproximado a la realidad. Las instancias de persecución del delito, cuales-
quiera que sean, necesitan disponer de una definición, toda vez que con-
viene saber con precisión qué se está buscando, ante qué y cómo hay que
reaccionar, y qué es lo que se quiere y puede investigar. Un reto nada fácil

La criminalidad organizada recibe múltiples consideraciones, en función de la pers-


pectiva académica desde la que se aborde. Entre las más recurrentes, algunos autores
la identifican con un método (Caciagli, 1996), una subcultura criminal, una mani-
festación de reacción social, una organización empresarial, grupos de poder y una
peculiar forma de organización, dedicada a cometer delitos con fines lucrativos, que
goza de know how en el ámbito criminal, lo cual le permite maximizar sus beneficios
(Cantazaro, 1992). Lo cierto es que el fenómeno recoge manifestaciones de todas
estas aportaciones, lo que redunda en la dificultad de su aprehensión. Caracterizar la
criminalidad organizada por los delitos que comete o por sus rasgos y forma de actuar
no es una discusión baladí. Como sostiene Medina Ariza (1999, p. 111), “el crimen
organizado no puede ser definido exclusivamente por unos actos, sino también debe
referirse a las personas que trabajan juntas como grupos para cometer dichos actos”.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 61

de conseguir, porque requiere identificar de manera unitaria e internacio-


nalmente aceptada las características que dotan de sentido y contenido al
término criminalidad organizada.
Los Estados están abocados a cooperar en la prevención, represión y
persecución del crimen organizado. La delimitación se efectúa de una ma-
nera u otra, en dependencia de la fortaleza del sistema o de sus contingen-
cias. Desde ese punto de vista, y haciendo un poco de historia sobre los
organismos multilaterales, la Conferencia Ministerial Mundial celebrada
en Nápoles entre el 21 y el 23 de noviembre de 1994 supuso un primer
avance en la materia porque adoptó por unanimidad de los 142 Estados
participantes la Declaración Política y el Plan de Acción Mundial. En ese
documento se subraya la necesidad de la comunidad internacional de al-
canzar un concepto generalmente admitido de organización criminal, con
el fin de establecer un pilar sólido sobre el que erigir una cooperación
internacional más efectiva!*.

A pesar del pertinente avance multilateral, no puede ocultarse el hecho


de que el concepto de criminalidad organizada se caracteriza por presen-
tar unos contornos muy imprecisos y alto contenido de relativismo?*”. Esa
imprecisión acarrea abundantes controversias que favorecen, en último tér-
mino, al propio fenómeno criminal.

Asumiendo el debate, en un plano funcional, la delincuencia organiza-


da es la que se realiza a través de un grupo o asociación criminal, revestido
de las siguientes características: carácter estructurado, permanente, auto-
rrenovable, jerarquizado, destinado a lucrar con bienes y servicios ilegales
o a efectuar hechos antijurídicos con intención sociopolítica. Sus objetivos
conjugan escenarios locales e internacionales, con la finalidad de sustentar-
se a partir de una consolidada estructura organizativa. En cualquier caso, es
el carácter transnacional el que preocupa en lo concerniente a la seguridad
multidimensional internacional (Herrero Herrero, 1997).

16 Ulteriormente aprobada por la Asamblea General de la ONU, A/RES/49/159.


Esas y otras circunstancias explican la insuficiente información sobre la realidad cri-
minal que se puede extraer de los datos oficiales y el ostensible distanciamiento entre
sus respectivos valores reales y los efectivamente registrados (García-Pablos, 2003).
62 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

El concepto de organización no puede ser equiparado al de coautoría,


esto es, a la mera participación en el hecho de una pluralidad de personas
que se distribuyen funcionalmente los respectivos cometidos. Debe apre-
ciarse un plus en relación con el tipo básico de acción realizada por una
pluralidad de personas.
Criminológicamente, los principales elementos aceptados para consi-
derar a un grupo como organización criminal no distan demasiado de lo
hasta ahora expuesto:
e Existencia de un centro de poder donde se toman las decisiones, lo
que introduce problemas específicos a la teoría de la autoría, dado
el distanciamiento espacio-temporal entre la toma de decisión y la
ejecución material del delito;
e Actuación a distintos niveles jerárquicos, de modo tal que los ór-
ganos ejecutivos, en su individualidad, desconocen el plan global y
ejecutan solo la parte asumida;
e Aplicación de tecnología y logística;
e Actuación de sus componentes con estricta profesionalidad;
e Fungibilidad o intercambiabilidad de los miembros de la empresa
criminal que actúan en los niveles inferiores;
e Sometimiento a las decisiones que emanan del centro de poder y
férrea disciplina;
e Movilidad internacional;
e Apariencia de legalidad y presencia en los mercados como medio de
transformación de los beneficios ilícitos (Choclán Montalvo, 2000).
Las últimas dos décadas se han caracterizado por un intenso debate
doctrinal sobre la definición de crimen organizado, zanjada insatisfactoria-
mente por la normativa internacional, a favor del reconocimiento de una
entidad y fenomenología propias (Abadinsky, 2004; Albanese, 2000; Mor-
selli, 1997; Sansó-Rubert, 2008). En concreto, a través de la Convención
de Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, del
año 2000.

Al no existir una definición de delincuencia organizada con indiscuti-


ble validez internacional, para evitar conflictos doctrinales, se ha optado
Crimen organizado y seguridad multidimensional 63

por adoptar como referencia la definición pragmática de la Convención


Internacional de Palermo, Italia, celebrada del 12 al 15 de diciembre del
año 2000. Esa definición ha sido completada posteriormente con rasgos
aceptados por la doctrina criminológica, tanto acerca del grupo criminal
organizado como de las actividades delictivas implicadas.
El artículo segundo de la citada Convención define:
Por grupo delictivo organizado se entenderá un grupo estructurado de tres o más per-
sonas, que exista durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito
de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con arreglo a la presente Con-
vención, con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro
beneficio de orden material (UNODC, 2004).

Conforme al apartado 2 a) y b), son delitos graves los tipificados con


pena superior a 4 años.
Con anterioridad a la Convención Internacional de Palermo, no exis-
tieron referencias determinantes hasta el año 1998, cuando se elaboró
una definición del fenómeno en el entorno de la Unión Europea: la Ac-
ción Común, de 21 de diciembre, relativa a la tipificación penal de la
participación en una organización delictiva en los Estados miembros de
la UE.

En su artículo 1, configura la organización delictiva como


una asociación estructurada de dos o más personas, establecida durante un cierto
periodo de tiempo, y que actúe de manera concertada con el fin de cometer delitos
sancionables con una pena privativa de libertad o una medida de seguridad privativa
de libertad de un máximo de al menos cuatro años como mínimo o con una pena
aún más severa, con independencia de que esos delitos constituyan un fin en sí mismos
o un medio de obtener beneficios patrimoniales y, en su caso, de influir de manera
indebida en el funcionamiento de la autoridad pública (DOCE L 351, del 29 de
diciembre de 1998).

Añade a continuación que


los delitos a que se refiere el párrafo primero incluyen los mencionados en el artículo 2
del Convenio de EUROPOL y en su Anexo y que pueden ser sancionados con una pena
al menos equivalente a la mencionada en el párrafo primero (DOCE L 351, del 29 de
diciembre de 1998).
64 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Con posterioridad, la Unión Europea ha mostrado su adhesión'* a la


definición procurada por Naciones Unidas en la Convención contra la
Delincuencia Organizada Transnacional*”, firmada tras la Conferencia Po-
lítica de alto nivel que tuvo lugar en Palermo.
A su vez, en los informes de EUROPOL (2017) se establecen los
siguientes criterios o indicadores definitorios de crimen organizado, que
igualmente gozan de un amplio consenso fuera del ámbito europeo: (1)
colaboración de dos o más personas; (2) especialización (reparto de tareas);
(3) pervivencia indefinida en el tiempo; (4) recurso a alguna forma de
disciplina y control; (5) comisión de delitos graves; (6) proyección inter-
nacional; (7) empleo de la violencia u otras formas de intimidación; (8) es-
tructura empresarial para el desempeño de sus actividades; (9) implicación
en el lavado de dinero; (10) búsqueda de influencia en la esfera política,
los medios de comunicación, la administración pública y el poder judicial
y finalmente, (11) afán de lucro y obtención de poder. Es necesario que se
cumplan al menos 6 de las características citadas, de las cuales 4 deben ser
las recogidas en los puntos 1, 3, 5 y 11.

Ese concepto trasluce una riqueza tipológica multinacional, pluriét-


nica, multiorganizacional y una multiactividad que nos acerca al con-
cepto de seguridad multidimensional citado en páginas precedentes. La
delincuencia organizada no conforma un grupo monolítico; más bien
presenta un panorama poliédrico, complejo y multidimensional. Su di-
versidad constituye el principal impedimento para perfilar una defini-

Recommandation de la Comisión au Conseil concernant le mandat á donner á la


Comisión pour participer, au nom de la Communauté européenne, á la négociation
de la proposition de Convention des Nations Unies contre la criminalité organiseé
transnationale. Doc. 6612/3/00 CRIMORG 37, rev. 3. Posición común 99/235 del
29 de marzo de 1999, relativa a la propuesta de la Convención de Naciones Unidas
contra la Delincuencia Organizada (DOCE L 87, del 31 de marzo de 1999).
Anexo I del Informe del Comité Especial sobre la labor de sus periodos de sesiones,
Doc. A/55/383. Instrumento de ratificación del 21 de febrero de 2002 (BOE, no
233, de 29 septiembre de 2003. RCL 2003/2326).
20
En ese sentido, destaca la labor del Grupo de Trabajo y Drogas del III Pilar de la
Unión Europea, el cual elaboró los indicadores adoptados posteriormente por las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad Europeos, en cuanto a identificar desde el plano
estrictamente policial al crimen organizado (ENFOPOL 35, rev. 2).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 65

ción universal, que consiga captar la esencia y las variables comunes de


la totalidad de las manifestaciones criminales (Sansó-Rubert y Giménez-
Salinas, 2014). De hecho, para hacer un examen exhaustivo, habría que
acudir al caso concreto.
Sin pretender entrar en adicionales y complejas disquisiciones doctri-
nales acerca de qué es la criminalidad organizada, asumiremos que repre-
senta un conglomerado de organizaciones cada vez más complejas, especia-
lizadas, flexibles, capaces de asociarse unas con otras y de operar cómoda
y eficazmente en un escenario internacional, con vinculaciones locales o
nacionales. Representa un peligroso ejemplo de privatización de la violen-
cia y constituye una amenaza para la estabilidad de los países democráticos,
al ser capaz de evadir el principio de control territorial de los Estados. No
cabe hablar de organizaciones tipo, sino de tendencias tipológicas, habida
cuenta de la gran diversidad de formas organizacionales que se pueden
identificar bajo el rubro.
No en vano, al tratar de analizar las organizaciones criminales, aparece
una amplísima variedad de tipos y formas. En los extremos se encuentran
pequeñas asociaciones ligeramente organizadas a través de vínculos débiles
e inestables, y también estructuras consolidadas con notoria tradición cri-
minógena. La escena conforma un variopinto conjunto de organizaciones
cuya estructura, disciplina, normas internas, división de roles, actividades
ilegales y, por ende, su peligrosidad, permiten una pluralidad de combina-
ciones (De La Corte y Giménez-Salinas, 2010).
En conclusión, actualmente el concepto de crimen organizado adolece
de una imprecisión epistemológica integral. Sin embargo, sus diferentes fe-
nomenologías, las articulaciones sistémicas que desarrolla y el incremento
de su potencialidad nociva, que desestabiliza a los Estados nacionales, nos
permiten ingresarlo al análisis multidimensional de la seguridad.
Para este ejercicio, tomamos en cuenta que podríamos estar ante un
estiramiento conceptual, advertido hace algunos años como un juego de
“perro-gato” criminológico (Sartori y Morlino, 1999). Sin embargo, la
advertencia se produjo a fines del siglo XX, época en la que el sistema in-
ternacional no presentaba las características complejas y contingentes que
tiene hoy.
66 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

3.1. Las mediciones sobre el crimen organizado: debates cuanti-


tativos

¿Se pueden establecer mediciones sobre las innumerables y complejas


manifestaciones criminales, al igual que los delitos convencionales? ¿Cabe
utilizar los mismos instrumentos de exploración? ¿Qué problemas teóricos
y metodológicos se presentan para poder determinar su magnitud y cono-
cer sus dimensiones?
Esas preguntas son recurrentes en la doctrina criminológica que, en
términos contemporáneos, está impulsando estudios sobre delincuencia
organizada con enfoques interpretativos que van más allá del horizonte
cualitativo (Buscaglia y Van Dijk, 2003; Giménez-Salinas, Requena Es-
pada y De la Corte, 2009; Sansó-Rubert, 2017a). No se puede negar que
existe un creciente interés académico en potenciar el escaso desarrollo de
los métodos científicos cuantitativos aplicados al estudio del crimen orga-
nizado.
El número de estudios, libros, artículos en revistas científicas e informes
sobre la delincuencia organizada ha aumentado en los últimos años. Sin
embargo, la balanza del conocimiento manifiesta un acentuado desequili-
brio a favor de las investigaciones cualitativas y descriptivas, en detrimento
de las puramente cuantitativas. Por ello, el interés y los esfuerzos recientes
de la Criminología se han concentrado en desarrollar nuevas formas de
medición y evaluación (Von Lampe, 2004; Vander Beken, 2004; Albane-
se, 2000; Giménez-Salinas, Requena Espada y De la Corte, 2009; Sansó-
Rubert, 2017a). El objeto de estudio y la metodología adolecen, 46 initio,
de un importante lastre: la opacidad inherente a las investigaciones sobre
delincuencia o crimen organizado, además de la inflación del concepto y la
supuesta, pero equívoca preeminencia de los enfoques normativos e insti-
tucionalistas sobre una problemática compleja y contingente.
El debate sobre las formas de medición y evaluación constituye, sin
duda, uno de los retos a enfrentar en el conocimiento de la criminalidad
organizada. Esto se traduce en la búsqueda de formas de medición, indi-
cadores e índices más precisos, de métodos de evaluación más rigurosos y
de modos de fomentar la transferencia de la información relacionada con
dicha criminalidad. Lo anterior permitiría, por una parte, contrastar em-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 67

píricamente la gravedad y el impacto de la delincuencia organizada y por


otra, desarrollar estrategias y políticas adecuadas a las dimensiones y carac-
terísticas específicas de cada caso en concreto (Giménez-Salinas, Requena
Espada y De la Corte, 2009).

Iniciar la senda del estudio cuantitativo de la criminalidad organizada


supone abrir una suerte de caja de Pandora, reconociendo las dificultades
en el acceso a las fuentes y las carencias metodológicas. La medida de un
determinado concepto está íntimamente ligada a la naturaleza del proble-
ma y a su composición. Cuanto mayor sea la complejidad del problema,
mayor será la complejidad de la medida. Se han reiterado hasta la saciedad
las complicaciones inherentes a cualquier investigación empírica sobre cri-
minalidad organizada.
Por lo general, en sociología criminal se utiliza el concepto de atrición
para designar el distanciamiento entre los datos construidos y los valores
reales-fácticos, dado que los primeros son más reducidos y escasos. El tér-
mino cifra negra, desde la perspectiva matemática, alude a un cociente que
expresa la relación entre el número de delitos efectivamente cometidos y
el de delitos estadísticamente reflejados. Mientras tanto, campo oscuro o
zona oculta comprende el conjunto genérico de acciones delictivas que no
encuentran reflejo en las estadísticas oficiales. Estos conceptos tratan de
expresar la disfunción que impide un análisis integral de la problemática
delincuencial (García-Pablos, 2003).
En este libro desarrollamos un ejercicio exploratorio que busca esti-
mular la investigación y el debate. Por tanto, no pretende ser concluyente
ni convertirse en un manual de procedimientos estadísticos. En su lugar,
exponemos una agenda de investigación y de discusión orientada a la bús-
queda del saber científico, que permita atajar las lagunas de conocimiento
que existen actualmente en torno a la delincuencia o crimen organizado.
Sobre este tema, existen múltiples áreas de estudio que van más allá de
los grupos, las actividades delictivas y los mercados. Sería muy interesante
desarrollar inestigaciones centradas en la figura de los delincuentes, partí-
cipes de una organización de forma individualizada, así como en sus carre-
ras delictivas profesionales, como una metodología para descubrir nuevos
aspectos de las propias organizaciones y de las relaciones que se generan en
su seno (Requena, 2014).
68 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

En la misma línea de investigación, resulta de interés el conjunto de f-


guras y profesiones identificadas como facilitadoras. También, la tipología
de relaciones generadas dentro de las organizaciones delictivas y los lazos
entre estas (Morselli, 2009). Otros temas a profundizar son: la logística que
requieren las organizaciones criminales para desarrollar sus actividades, el
impacto de las subculturas delictivas en la socialización de la juventud, su
prevalencia con respecto a los valores sociales comúnmente aceptados, así
como la cooptación o inmersión de los menores en la delincuencia orga-
nizada. A ello se añade cualquier otro factor coadyuvante a la eclosión, el
florecimiento y la expansión de la criminalidad organizada.
Algunos frentes abiertos en la investigación criminológica versan sobre
la identificación y la distribución de las organizaciones criminales en un
determinado territorio, para construir un índice de densidad criminal; la
detección de la capacidad de infiltración institucional de la delincuencia
organizada y su tipología, mediante análisis de regresión multinivel; nue-
vas perspectivas del análisis de género, a través de etnografías que determi-
nen el rol de las mujeres en la criminalidad organizada; la identificación
del contagio criminal (¿cómo y por qué se da?); el análisis de espacios
geográficos y escenarios políticos proclives al surgimiento de la crimina-
lidad, incorporando herramientas de las geopolítica crítica?*; el desarro-
llo de mecanismos de alerta temprana y la evaluación de la peligrosidad
de la criminalidad organizada (Sansó-Rubert, 2012b); la tipología de las
organizaciones criminales detectadas y sus tendencias organizativas, meto-
dologías de acción o modus operandi; las pautas delictivas del modelo de
negocio y el estudio de las relaciones cooperativas que se producen en la
esfera del delito organizado (Williams, 2005). Todas constituyen áreas de
interés para la articulación de estrategias de seguridad.
Pese a la creciente preocupación académica sobre las víctimas de la cri-
minalidad organizada (Spalek, 2006; Walklate, 2007; Giménez-Salinas,
2013), queda mucho por investigar. Por medio de investigaciones crimi-
nológicas, ha quedado sobradamente demostrado que la delincuencia or-
ganizada ostenta una capacidad de impactar en lo social, lo político y lo

Para una mejor comprensión de las diferencias conceptuales entre la geopolítica clási-
ca y crítica, ver Cabrera (2017).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 69

económico que va más allá de las víctimas individuales. Por ende, la hipó-
tesis de la ausencia de víctimas en este tipo de delincuencia ha sido refutada
(Giménez-Salinas, 2013). Existen herramientas de suma utilidad como la
realización de entrevistas de victimización y el desarrollo de índices de-
lictuales complejos en ciudades o zonas en las cuales existe una mayor
penetración de la delincuencia organizada transnacional, como ocurre en
los poblados fronterizos de los Estados latinoamericanos.
Ahora bien, el principal problema radica en determinar qué criterios se
adoptan para valorar el daño directo o indirecto que causa el crimen orga-
nizado, cómo identificar a sus víctimas y cómo catalogar sus necesidades,
para otorgarles la debida protección. Todo ello, en aras de plantear como
un objetivo prioritario la articulación de estrategias preventivas que eviten
y, en su caso, reduzcan los daños (Sparrow, 2008).

Otro de los grandes retos que plantea la criminalidad organizada obe-


dece a la obtención de cifras fidedignas. Partiendo de la premisa de que
no todo delito se conoce, ni todo delito conocido se denuncia, lo habitual es
toparse con cifras estimativas, abrumadoras, dispersas, de difícil contex-
tualización metodológica, que pasan de una publicación a otra sin más.
Resulta harto complejo contabilizar el alcance y el volumen de la activi-
dad criminal organizada, mediante la incorporación de costes directos e
indirectos, el volumen de ingresos generado por las actividades criminales
legales e ilegales, así como los gastos del mantenimiento operativo de las
organizaciones delictivas.
En la mayoría de los supuestos analizados, los resultados reflejan meras
estimaciones que, independientemente de las discusiones y los enfoques
jurídicos, sí tienen un rango operativo para el desempeño de los órganos
de seguridad y justicia. Aunque constituyen cifras orientadoras de utilidad,
no dejan de ser aproximaciones estadísticas sobre realidades complejas, que
requieren ser vinculadas a trabajos de inteligencia criminal. Esto último
cobra vital importancia, porque la inteligencia se concibe como un proceso
colectivo que describe el resultado del análisis producido en dos dimen-
siones. Por un lado, a partir del manejo de fuentes cerradas y reservadas,
como aquellas obtenidas de la vigilancia, las entrevistas y los informantes.
Por otro lado, del estudio de patrones criminales, datos policiales, informa-
ción social y demográfica, entre otros recursos que son procesados con el
70 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

objetivo de ayudar al producto final y mejorar la calidad de las decisiones


de los órganos estatales relacionados con la problemática criminal (Ratcli-
ffe, 2009a,
p. 7).

Von Hofer (2000), sobre la base de las estadísticas criminológicas na-


cionales, describe las comparaciones transnacionales de la delincuencia
como arriesgadas, dada la aplicación de “reglas de construcción” diferen-
tes en los distintos países. En particular, este autor ha identificado tres ti-
pos principales de factores que inciden en el resultado de las estadísticas:
sustantivos, jurídicos y estadísticos. Los factores sustantivos dependen
de las probabilidades de que los ciudadanos denuncien los delitos a la
Policía, del grado de eficiencia del sistema de justicia en el registro de los
delitos y del nivel real de delincuencia en cada país. Los factores jurídicos
guardan relación con las distintas formas de definir el delito y con las
características de sus procedimientos jurídicos. Los factores estadísticos
se refieren a los diversos métodos de elaboración de las estadísticas, es
decir, las reglas de cálculo matemático utilizadas para reunir los datos
sobre la delincuencia organizada. Esas reglas entrañan una extraordinaria
dificultad, considerando que estipulan la forma en que se registran los
datos; la unidad de cómputo utilizada en las estadísticas; la manera en
que se cuenta un delito cometido por más de una persona y la aplicación
de la regla del delito principal. Algunos países tratan los delitos simultá-
neos contando únicamente el más grave —regla del delito principal—,
mientras que otros cuentan cada delito de forma independiente, lo que
eleva su tasa de delitos registrados.
Existen otras situaciones relacionadas con la manera en que se cuentan
los delitos múltiples. Por ejemplo, cuando una víctima denuncia el mismo
delito más de una vez. Esto se contaría como un solo delito en algunos paí-
ses, mientras que otros lo registrarían como delitos múltiples. Ello incide
en las metodologías que reúnen datos para el trabajo estadístico y dificulta
el estudio de casos comparados sobre crimen organizado transnacional.
Ante ese panorama, muchos autores han señalado la necesidad de generar
definiciones uniformes y homologar los sistemas de recolección de datos,
para facilitar las comparaciones transnacionales, absolutamente impres-
cindibles para el avance de las investigaciones criminológicas (Savona y
Stefanizzi, 2007).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 71

Una particularidad relevante es la transnacionalización del crimen or-


ganizado. Esta dificulta su medición desde la óptica local, porque si un
grupo actúa en diversos países a la vez, como ocurre frecuentemente en
la actualidad, el hecho de que identifiquemos una ramificación en un de-
terminado lugar nos aportará información segmentada sobre el volumen
correspondiente de una parte del grupo criminal, pero no respecto a su
totalidad. Así se introduce un importante sesgo en la medición.
Otra forma de efectuar mediciones consiste en emplear como refe-
rencia indirecta de la presencia y actividad de la delincuencia organizada,
el conjunto de indicadores de delincuencia común, explotando la po-
sibilidad de establecer cierta interrelación entre ambas. En ese sentido,
teóricamente podríamos tener países con índices elevados de delitos con-
vencionales, a la par que índices no tan elevados de delitos no convencio-
nales como el crimen organizado. Sin embargo, la realidad más plausible
sería que un elevado índice de delincuencia convencional indique una
elevada presencia de delincuencia organizada (Van Dijk y Nevala, 2002).
De hecho, cuando se obtienen índices elevados de delincuencia conven-
cional y, a la vez, índices bajos de delincuencia organizada registrados por
la Policía, se puede predecir una mayor presencia real de delincuencia
organizada. Tal y como apunta Van Dijk (2008), cabe esperar que el
número de casos relacionados con el crimen organizado registrados por
la Policía correlacione inversamente con la seriedad del problema en un
determinado país.
Esa afirmación tiene una explicación relativamente sencilla, a partir de
dos de los factores facilitadores más importantes de la delincuencia orga-
nizada en cualquier escenario. El primero es la ausencia de mecanismos de
control específicos para luchar contra la criminalidad organizada, debido a
la carencia de unidades especializadas de la Policía, fiscalías especializadas y
normativa especializada. El segundo son los elevados niveles de corrupción
e impunidad (Albanese, 2001). Si en un determinado espacio geográfico
confluyen dichos factores, lo lógico será tener índices bajos de delincuen-
cia organizada registrados, por el escaso nivel de detección policial —por
ejemplo, homicidios no resueltos, número relativamente bajo de organiza-
ciones criminales detectadas, etcétera— (Giménez-Salinas, Requena Espa-
da y De la Corte, 2009).
72 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Las encuestas de victimización se han utilizado con cierto éxito para


medir la delincuencia organizada, empleando muestras selectivas extraídas
del sector empresarial y comercial, dado que representan colectivos victi-
mizados por la extorsión y la corrupción, entre muchas de las actividades
criminales. En el campo internacional destaca la International Criminal
Bussines Survey (ICBS), que utiliza la misma metodología de la /nterna-
tional Criminial Victimization Survey (ICVS) y en 1995 aplicó muestras a
ejecutivos en 10 países desarrollados (Van Dijk y Terlouw, 1996). Algo más
tarde, en el año 2000, se utilizó una versión del cuestionario ICBS amplia-
da con preguntas concretas sobre crimen organizado y corrupción”.
A escala nacional, cabe señalar la Encuesta Nacional de Victimización
de Empresas (ENVE), elaborada en 2012 por el Instituto Nacional de Es-
tadísticas y Geografía (INEGI) de México. Vale resaltar el esfuerzo llevado
a cabo en ese país, atendiendo las dificultades que existen desde hace varios
años con la presencia de una delincuencia organizada poderosa y muy ac-
tiva, que en algunos territorios ha generado una confrontación abierta con
el Estado, entre los grupos criminales, y entre estos y sectores organizados
de la sociedad y el gobierno. La encuesta resultó exitosa para la medición
de crimen organizado, a pesar de registrar cifras negras en su recopilación.
Ello, debido a la amenaza de las organizaciones criminales a investigadores
y colaboradores, para preservar la desinformación respecto de sus estructu-
ras, actividades y miembros. De todas maneras, en 2018 México articuló
la encuesta ENVE con la ENVIPE (Encuesta Nacional de Victimización y
Percepción sobre Seguridad Pública), para brindar datos más integrales so-
bre el crimen organizado. Se detectó que en el año 2017 el 35,6 % de ho-
gares mexicanos fue víctima de algún tipo de delito (INEGI, 2018, p. 6).
En lo relativo al grupo organizado como indicador, debemos resaltar
una obviedad como punto de partida: la criminalidad organizada se ca-
racteriza por la existencia de una organización que realiza directamente las
actividades ilegales. Desde esta perspectiva, la unidad de referencia para

22 En Europa se han desarrollado varias encuestas basadas en la metodología ICVS


(UNICRI, 2020). En la región latinoamericana se implementaron instrumentos si-
milares en 2016, a través de grupos de trabajo de organismos multilaterales, dentro de
la “Iniciativa para la encuesta de victimización delictiva en Latinoamérica y el Caribe”
(UNODGC, 2016).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 73

medir el crimen organizado será el conjunto de personas que configura una


organización o grupo. Por tanto, una primera aproximación a la evaluación
de la delincuencia organizada consiste en conocer el número de grupos ac-
tivos en las áreas geográficas sometidas a estudio, así como sus principales
notas definitorias. Entre las más destacadas se encuentran: extensión terri-
torial; tipo de estructura operativa; actividades principales y secundarias,
en caso de que exista multiactividad; qué tipo de asociación mantienen con
otras organizaciones, si se da el supuesto; antigiiedad conocida; nivel de
sofisticación; capacidad para ejercer la violencia y la corrupción; permea-
bilidad frente a los aparatos de seguridad estatales; presencia en la esfera
industrial y financiera y alianzas con empresas legales.
Dichas dimensiones incorporan indicadores relevantes para conocer de
forma integral la capacidad de acción de una organización, los recursos de
que dispone, la potencialidad, en términos de expansión territorial, y la
capacidad de penetración social, económica e institucional. Deben con-
siderarse de forma simultánea para evaluar las características de los gru-
pos criminales en su conjunto. De igual forma, los factores de naturaleza
económica, política y social que coadyuvan el desarrollo de la crimina-
lidad organizada son utilizados como indicadores para valorar el riesgo
de emergencia criminal, asumido como alerta temprana (Albanese, 2001;
Vander Beken, 2004; Williams y Godson, 2002). Ello, sin obviar que las
estadísticas específicas sobre grupos criminales en las que se basan muchos
gobiernos para evaluar los riesgos derivados de la delincuencia organizada
se nutren de cálculos particularmente difíciles, aunque no imposibles de
verificar y objetivar (Carson, 1984; Greenfield, 1993; Blades y Roberts,
2002; Van Duyne y Levi, 2005).
Por otro lado, adoptar la existencia de grupos criminales como indica-
dor no está exento de controversia, pues supone incluir unidades equiva-
lentes dentro de la categoría. En el caso de los grupos de criminalidad orga-
nizada, en ningún momento las unidades son equivalentes. El número de
grupos, como criterio único, no informa en su totalidad sobre la extensión
media de estos, su tipología, peligrosidad, nivel de penetración institucio-
nal, capacidades y recursos, por nombrar solo algunos aspectos relevantes.
En segundo lugar, un grupo de delincuencia organizada puede desa-
rrollar manifestaciones delictivas diversas. Lógicamente, no todas resultan
74 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

igual de importantes a la hora de evaluar su potencialidad en términos de


peligrosidad y de nivel de consolidación. No debemos conceder la mis-
ma importancia a las actividades principales, que constituyen el negocio
o mercado ilícito propio del grupo, que a las actividades ilegales instru-
mentales que realiza para su desarrollo, mantenimiento y supervivencia
(Abadinsky, 2007).
Los obstáculos mencionados tornan la medición del crimen organiza-
do en un trabajo extremadamente difícil, y obligan a los investigadores a
encontrar formas alternativas. Para ello, se emplean indicadores indirectos
o de contexto (proxys) y mediciones fundadas en la percepción del cri-
men organizado. Los indicadores indirectos ofrecen una buena alternativa
para medir lo inmedible: el crimen oculto, la delincuencia organizada y las
nuevas formas de delincuencia. Dependiendo de los datos que se utilicen,
pueden ser bastante fiables. Por ejemplo, el número de vehículos de lujo
robados que no han sido recuperados puede ser visto como indicador in-
directo de la presencia activa de criminalidad organizada, debido a que el
seguro de automóvil habitualmente cubre ese supuesto, por lo que la tasa
de denuncia es muy elevada. Sin embargo, los indicadores que se basan en
percepciones dependen inevitablemente de la validez de esa percepción y
de cómo las personas en cuestión definen el fenómeno.
Otros modelos se orientan hacia el análisis de las circunstancias
medioambientales que pueden repercutir, y de hecho lo hacen, en el surgi-
miento, la expansión y la consolidación de la criminalidad organizada y el
terrorismo. No sólo tienen un carácter explicativo de cuáles son las causas
u otras vulnerabilidades que podrían ser objeto de conveniente explotación
por parte de delincuentes y terroristas, sino que se engloban dentro de los
denominados OrganizedCrime and Terrorism ImpactStudy (OCTIS). Esto
es, informes de las actividades delictivas y su repercusión multinivel cuya
articulación gira en torno al estudio y evaluación del riesgo. Éste puede ser
objeto de seguimiento o monitorización teniendo en consideración la pre-
sencia de factores ambientales propicios y el nivel de oportunidad para su
aprovechamiento por parte de las organizaciones criminales y terroristas,
como se desprende de la metodología PEST'EL. Esta metodología implica
el análisis de determinados escenarios, generalmente políticos, económi-
cos, sociales o coyunturales, entendiendo éstos últimos como eventos o
tendencias —ventanas de oportunidad (Sansó-Rubert, 2008)—, como
Crimen organizado y seguridad multidimensional 75

los saltos o adelantos tecnológicos que posibilitan transformaciones evo-


lutivas y la expansión de diversas manifestaciones criminales organizadas,
incrementando su potencial lesivo (Williams y Godson, 2002). De entre
todos los trabajos analizados destaca el método de Albanese, en relación a
la criminalidad organizada, Organized Crime Risk Assessment Tool (Albane-
se, 2007), para la evaluación del riesgo. Este autor centra sus indicadores
en determinar sus causas, emitir respuestas a la existencia de su génesis y
determina la presencia de la criminalidad organizada a través de factores
que favorecen su eclosión, crecimiento y expansión.
En relación con la trascendencia que han cobrado los factores medioam-
bientales en el estudio de la delincuencia organizada y el terrorismo, la an-
tropología cultural y la geografía humana despuntan en este aspecto. Cier-
tamente, ambos fenómenos están muy extendidos a nivel mundial, pero
no se distribuyen geográficamente al azar porque determinados enclaves
territoriales y urbanos resultan mucho más apropiados que otros. Influyen
rasgos propios como factores de tipo cultural, geográfico o geopolítico, así
como la existencia de una historia delictiva previa en dicho espacio territo-
rial o sociedades excesivamente permisivas con la comisión de determina-
dos delitos como el contrabando.
A su vez, la localización de recursos naturales escasos, condiciones cli-
máticas y de terrenos fértiles para la producción de drogas o incluso, la
mera ubicación de ciertos países, regiones o ciudades por su relevancia
política o religiosa, son suficientemente importantes geográficamente para
constituir plazas geoestratégicas para el crimen organizado y los grupos
terroristas.
Dentro del análisis multidimensional de la penetración del crimen or-
ganizado y su vinculación con delitos ambientales es importante conside-
rar indicadores como la tasa de deforestación, que guarda una importante
correlación con terrenos propicios al tráfico de madera y especies, así como
la tala de árboles y los sembríos de hoja de coca, sobre todo en zonas tro-
picales y andinas colombianas y peruanas. Otro indicador relevante es la
importación y exportación de insumos químicos utilizados para el cometi-
miento de delitos complejos de carácter ambiental, como el mercurio, que
se emplea para actividades de minería ilegal.
76 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Si bien en el pasado las organizaciones terroristas recibían el apoyo de


determinados Estados, simpatizantes de su causa, actualmente la presión
internacional y la legislación que persigue y castiga la Ainanciación de acti-
vidades terroristas han difuminado esa realidad. Las relaciones entre las or-
ganizaciones terroristas y el poder político son más complejas que las de la
delincuencia organizada, en tanto la violencia terrorista trata de subvertir
el orden establecido, frente a una criminalidad organizada por lo general
apolítica, centrada en la connivencia fructífera con el poder político domi-
nante (Sansó-Rubert, 2013).

Es necesario que los estudios sobre la delincuencia organizada ahon-


den en su vinculación con indicadores socioeconómicos como la pobreza
multidimensional y las necesidades básicas insatisfechas de sociedades ru-
rales. Esos factores resultan fundamentales para entender la permeabilidad
del Estado frente al crimen organizado en sociedades en vías de desarrollo
como las africanas o, en menor medida, las latinoamericanas.

Como último punto de este recuento, nos referimos al modelo crimi-


nológico de la elección racional, según el cual la delincuencia organizada y
el terrorismo global son fenómenos donde prima la racionalidad, cuestión
esta que no sería del todo cierta”? A pesar de ello, la información disponi-
ble contrastada permite presumir que, de ordinario, los líderes de las orga-
nizaciones terroristas y de la delincuencia organizada son actores racionales
autointeresados (Shelley y Picarelli, 2005). Las organizaciones pueden ser
consideradas actores racionales, si nos centramos exclusivamente en los
grupos en su conjunto y en las decisiones tomadas solo por su dirección,
excluyendo la racionalidad de los restantes miembros. Se supone que las
decisiones que se adopten para interactuar con otros grupos, participar en

23 Ha habido numerosos debates acerca de la racionalidad de los terroristas miembros


de organizaciones que cometen atentados suicidas. Los argumentos sobre el funda-
mentalismo religioso y el problema de la acción colectiva no impiden que los líderes
de estas organizaciones terroristas racionalicen las estrategias a desarrollar, en aras de
maximizar los recursos disponibles y los objetivos trazados (Gupta, 2004). Tamara
Makarenko (2002) sostiene que los terroristas han utilizado la “chapa del islam” para
asegurar sus medios (en particular a través de la capacidad de ganar “operativos”) con
el fin de lograr metas que, a menudo, obedecen más a estrategias políticas que religio-
sas.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 77

ciertas actividades o, en términos generales, aquellas que afectan a la orga-


nización en su conjunto, se tomarán al más alto nivel de liderazgo.
Para finalizar este acápite, en la tabla 2 recogemos las principales herra-
mientas cuantitativas que permitirían mediciones del crimen organizado.

Tabla 2. Herramientas cuantitativas y sus ventajas

Herramientas Ventajas

Pernuten conocer con mayor detalle las


Encuestas de victimización cifras “negras” o no oficiales respecto al
(organizaciones privadas y ciudadanía) crimen organizado. También la percepción
ciudadana sobre inscgunidad.

Establecen el número de grupos activos en


las areas geograficas sometidas al estudio,
Indices dehicinales complejos en
su extensión territorial, tipo de estructura
ciudades o sonas conflictivas
operativa, actividades principales, tipo de
asociaciones y redes, etc.

Correlación entre presencia de Permite predecir una mayor presencia


delincuencia organizada y real del cnimen organizado e identificar
delincuencia común las falencias de investigaciones policiales.

Análisis multinivel cnizado con Permite medir la penetración del COT


indicadores sociocconómicos, en ciertos territorios o ciudades y su
ambientales, culturales y politicos. vinculación con otros delitos.

Fuente: elaboración propia.

3.2. El problema criminal y los enfoques cualitativos


Hay que tomar muy en cuenta que en el análisis seguritario y crimino-
lógico existen restricciones sobre el uso y la obtención de la información
porque se pone en juego la vida de personas o se atenta contra bienes de
mucha cuantía. A diferencia de la etnografía y de los métodos antropoló-
gicos o sociológicos, que mantienen un riguroso protocolo de actuación
instrumental sobre la identidad y la pertenencia de las personas u organiza-
ciones, en los análisis criminológicos, de seguridad nacional o inteligencia,
dichos protocolos o actuaciones procedimentales requieren cumplir otro
tipo de reserva y custodia de la información. Esta es seleccionada, compar-
timentada y depurada en diferentes instancias, pues no se trata de realizar
una validación epistemológica y académica del objeto a ser investigado.
78 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Un concepto multidimensional como el crimen organizado transna-


cional, mirado desde ópticas cualitativas, genera dificultades de medición
porque su complejidad y contingencia constituyen un escollo para estable-
cer fórmulas comúnmente empleadas para analizar delitos convencionales.
Los enfoques preventivos, epidemideológicos y de riesgo, derivados de la
seguridad ciudadana, aportan algunos elementos para entender situacio-
nes y coyunturas de carácter fenomenológico. Sin embargo, no alcanzan a
plantear causalidades, expresiones sistémicas y relaciones epistémicas con
disciplinas más comprensivas o hermeneúticas, que se emplean para enten-
der mejor el problema criminal.
La posibilidad de trabajar con información cualitativa originada desde
los medios de comunicación es un caso especial. Debe advertirse del pe-
ligro que supone tomar por fiables las informaciones obtenidas de repor-
tajes e investigaciones periodísticas que, salvando honrosas excepciones,
con trabajos serios de investigación, se caracterizan por ser superficiales,
inconsistentes y presentar recurrentes falacias de composición.
Otra dificultad metodológica cualitativa proviene de la categorización
penal del hecho criminal. La actividad delictiva, desde la óptica penal, se
identifica con determinado tipo de delitos, denominado complejo, cuyas
formas de medición difieren de las comúnmente empleadas para los delitos
convencionales (Van Dijk, 2008). Una primera aproximación permite esti-
pular, con cierta lógica, que las manifestaciones de delincuencia organizada
constituyen categorías diferenciadas de la tipología delictiva convencional,
por lo que su medición requiere variables diferenciadas. De hecho, indi-
cadores como la tasa de homicidios violentos y otros muchos basados en
conductas tipificadas como delitos en los códigos penales no permiten di-
ferenciar si tienen su origen y fundamento en la delincuencia organizada o
si, por el contrario, son meras manifestaciones del deterioro de la seguridad
en algunos escenarios regionales como el denominado Triángulo Norte de
Centro América (Honduras, Guatemala y El Salvador). En este, el acceso
a armas de fuego y su empleo cotidiano por la delincuencia común no
permiten disgregar cuáles homicidios guardan relación con la criminalidad
organizada y cuáles no. Se pueden citar decenas de ejemplos.
Además, codificar la criminalidad organizada en clave penal conlleva
limitarla, a efectos de comparar niveles regionales e internacionales. Los
Crimen organizado y seguridad multidimensional 79

tipos penales recogidos en cada uno de los ordenamientos jurídicos na-


cionales difieren, en mayor o menor medida, en la definición conceptual
del hecho delictivo, así como en las circunstancias que deben acompañar
a la comisión del delito. Esa circunstancia, sumada a que su aplicabilidad
y vigencia está circunscrita al territorio nacional, introduce otra limitación
metodológica. La cooperación internacional en materia criminal aparece
como un discurso recurrente en los distintos foros y espacios multilaterales
donde intervienen los países. No obstante, la aplicación de los instrumen-
tos acordados encuentra serios escollos al momento de ser operativos en
términos locales y reales, lo que pone en duda el principio demostrativo de
los efectos interdependientes del crimen organizado internacional?*,
Vale la pena mencionar que existen técnicas descartadas a priori por
su carácter extraordinario y en virtud de las consecuencias que entrañan:
la observación directa o participante y la entrevista en profundidad”. La
entrevista en profundidad no permite, en la mayoría de los casos, llegar al
conocimiento de los elementos estructurales de las organizaciones crimi-
nales, por las dificultades obvias de acceso a los estratos superiores de los
grupos, donde la ocultación de actividades es más intensa. No obstante,
sí permite tener una percepción de los niveles funcionales de decisión, en
cuanto a la trazabilidad de los efectos que, al ser comparados con otras
fuentes, pueden delimitar espacios y actores en un período determinado.
La observación participante o participación de investigadores en la diná-
mica interna de los grupos criminales es imposible sin que el observador
adquiera, como mínimo, la condición de encubridor o testigo de hechos
delictivos, salvo si fuera a la vez un agente legalmente infiltrado. Por otro
lado, si es que se consigue, plantea problemas éticos sobre la legitimidad
de anteponer la finalidad científica a la colaboración en hechos delictivos.

24 Por ejemplo, durante la VII Reunión de Ministros en Seguridad de las Américas


(MISPA VID, los países miembros de la Organización de Estados Americanos evi-
denciaron la dificultad técnica y normativa para consolidar y comparar indicadores
relacionados con la delincuencia organizada transnacional.
23 Muy excepcionalmente aparecen investigadores que se decantan por alguna de estas
técnicas, como hizo el Dr. Wolfgang Herbert, un eminente sociólogo y nipólogo de
Austria, cuando decidió infiltrarse en la esfera de la criminalidad organizada de la
ciudad de Osaka (Japón) para documentar su tesis doctoral (Glenny, 2008, p. 411).
80 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Esto por no hablar del peligro físico que corren los investigadores o la
eventual responsabilidad penal en la que pueden incurrir.
Un instrumento importante que ayuda al análisis es el autoinforme.
De manera sucinta, consiste en una encuesta anónima o sondeo de libre
participación orientado a autores o potenciales autores, sobre la comisión
de conductas ilegales. La utilidad potencial de este tipo de instrumentos
para medir el crimen organizado es muy prometedora. No obstante, su de-
bilidad estriba tanto en la colaboración de los participantes como en la fia-
bilidad de sus respuestas. Realidades como la coacción y las amenazas que
una organización ejerce sobre sus miembros para preservar su seguridad a
través de la violencia intragrupal, sumadas a la alta probabilidad de que los
delitos susceptibles de reflejarse en el autoinforme no hayan prescrito en
función de su gravedad, dificultarían seriamente la participación en este
tipo de encuestas (Kleemans y De Poot, 2008).
Llegados a este punto, la realidad del análisis y la observación de la
delincuencia organizada pasa por el reconocimiento, por parte de la co-
munidad académica, de las limitaciones que presenta cada una de las
metodologías empleadas para medir el fenómeno de la criminalidad. En
consecuencia, la complementariedad metodológica es posiblemente la for-
ma más acertada y exitosa de aproximación al estudio de la delincuencia
organizada (Fernández Villazala, 2008).
Varias medidas inicialmente insatisfactorias, combinadas entre sí, cons-
tituyen una medida más fuerte y, a menudo, más válida del fenómeno que
se investiga (Aromaa y Heiskanen, 2008). En la actualidad se considera
que la integración de distintas fuentes de datos, tanto institucionales como
procedentes de estudios y de variables contextuales que no se relacionan
de manera directa con el delito, representa una de las opciones más pro-
metedoras de las investigaciones en materia criminológica y de seguridad
multidimensional.
El investigador Jan Van Dijk ha desarrollado interesantes instrumen-
tos alternativos, al proponer la medición a través de un índice compuesto
sobre crimen organizado, que junta varios índices individuales: índice de
percepción de crimen organizado; índice de economía informal (que pue-
de obtenerse de las encuestas anuales o periódicas de los organismos encar-
gados de tal propósito); evaluaciones de riesgo de inversión del Merchant
Crimen organizado y seguridad multidimensional 81

International Group; estudios del Instituto del Banco Mundial; distintos


tipos de estadísticas oficiales; índice de blanqueo de capitales; índice de
corrupción y, por último, índice de homicidios no resueltos (Van Dijk,
2007; Albanese, 2007). Destaca este último, al tratar de medir la violencia
instrumental utilizada por los grupos criminales.
Esta forma indirecta de medición permite acercarnos a la presencia de
criminalidad organizada en una zona, a través de la violencia que proyecta
de forma colateral e instrumental. La esencia del indicador es que la tasa de
homicidio correlaciona negativamente con la presencia de crimen organi-
zado en un determinado lugar. Esto es, si en una zona específica existe un
volumen importante de delincuencia organizada, lo normal es que no se
detecte un volumen importante de homicidio o violencia denunciada por
dichos motivos, ya que la corrupción y la impunidad de las organizaciones
criminales promoverá la inacción por parte de las autoridades y, por lo
tanto, la no persecución de los delitos.

Otros posibles indicadores de aproximación podrían ser la actividad


criminal indirecta de las organizaciones y la complejidad estructural de
estas (Moreno, 2013). Pueden incluirse en esta gama de datos el número
de desapariciones forzadas relacionadas con la criminalidad organizada;
el número de miembros de fuerzas y cuerpos de seguridad fallecidos en
enfrentamientos armados con miembros de grupos criminales; el número
de jueces y fiscales asesinados por organizaciones criminales; el número
de periodistas asesinados o amenazados por organizaciones criminales; el
número de reos fugados de prisiones que son integrantes de organizaciones
criminales; el número de centros penitenciarios controlados y gestionados
por organizaciones criminales; el número de miembros de las organiza-
ciones criminales egresados de fuerzas y cuerpos de seguridad; el número
de plataformas móviles terrestres, aéreas y marítimas de que dispone una
organización para el transporte de drogas; la extensión territorial contro-
lada fácticamente por una organización criminal, medida en kilómetros
cuadrados; el número de instituciones públicas intervenidas estatalmente
por detección de infiltración criminal (por ejemplo, ayuntamientos, alcal-
días, municipios, zonas territoriales específicas); el número de entidades
bancarias igualmente intervenidas; el número de ocasiones en que una
organización que sigue activa ha sido objeto de una operación policial y,
especialmente, los indicadores de blanqueo de capitales.
82 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

A esa larga lista puede añadirse el número de pistas clandestinas de


aterrizaje destruidas por las autoridades aeronáuticas y el nivel estratégico
de su ubicación geográfica; el número de botes sumergibles, aeronaves o
submarinos destruidos o decomisados en las operaciones policiales y mili-
tares, así como el tipo, la calidad y la potencia de equipos de alta tecnología
inhabilitados con los que operan los grupos criminales. “Todas estas repre-
sentan, en su conjunto, facetas de la criminalidad organizada que requie-
ren una profundización en su etiología. Se trata del empleo de la violencia,
la peligrosidad, la impunidad, las capacidades logísticas, la capacidad de
infiltración criminal, la capacidad de resiliencia, el impacto de los negocios
ilícitos en los negocios lícitos y viceversa, el volumen de actividad criminal
y el control territorial.
Para finalizar el acápite, la tabla 3 resume las principales herramientas
abordadas para establecer un análisis en profundidad del COT.

Tabla 3. Herramientas cualitativas y sus ventajas

Herramientas Ventajas

Si bien existe información no verificada, presenta


una oportunidad para conocer aquellos casos que
Análisis de medios de comunicación
son ignorados o que no generan rasgos interpretativos
para quienes levantan la información.

Permite tener una percepción profunda de los niveles


Entrevista en profundidad. Uso de funcionales de decisión, en cuanto a la trazabilidad de
metodologias hermenéuticas de las los efectos que. al ser comparados con otras fuentes.
Ciencias Sociales. pueden delimitar espacios y actores en un periodo
determinado.

Podria generar formación sesgada, pero la encuesta


anouuna o sondeo de libre participación orientado a
Automfonne autores o potenciales autores. sobre la comisión de
conductas ilegales, permitiría conocer datos de primera
mano y generar causalidades con otros delitos.

Fuente: elaboración propia.


Crimen organizado y seguridad multidimensional 83

3.3. Los datos: ¿dónde buscar y cómo gestionar los obstáculos me-
todológicos?
Las investigaciones sobre delincuencia organizada generalmente co-
mienzan con una introducción, en muchos casos autojustificatoria de los
resultados y problemas de acceso a fuentes fiables (Resa, 1993). Esto suce-
de porque existe el factor clandestinidad de la subcultura criminal, que ha
limitado históricamente el tratamiento de las fuentes directas, es decir, las
personas integradas en organizaciones involucradas en actividades ilícitas.
Si bien la inteligencia policial o criminal tiene sus propias herramientas de
análisis y procesamiento de información, estas asumen formas tácticas, que
brindan datos empríricos para un análisis mayor en el plano estratégico.
Establecer formas viables de obtener información acerca de la crimina-
lidad organizada constituye, sin duda, un desafío adicional que enfrenta la
investigación criminológica y de seguridad. Bajo el paraguas conceptual de
la delincuencia transnacional organizada o crimen organizado es factible
analizar los grupos u organizaciones, las principales actividades o mercados
legales e ilegales, y el conjunto de acciones necesarias para la supervivencia
de las organizaciones.
La obtención de datos a través de fuentes “comprometidas” o clan-
destinas trasluce toda una variedad de inconvenientes que deben ser su-
perados para construir indicadores útiles en los ejercicios de medición,
intervención y posterior recomendación de política pública, si fuese el caso
necesario. En primer lugar, el número de fuentes accesibles es limitado.
Mucha de la información se halla en manos de diversos organismos, ser-
vicios, cuerpos e instituciones pertenecientes a los aparatos de seguridad
de los Estados. Mucha de la información está catalogada bajo normativa
que protege y preserva la confidencialidad y el secreto. La documentación
policial representa una referencia muy útil, pero la investigación académica
generalmente solo puede acceder a versiones restringidas. La reserva es aún
mayor en el caso de información obtenida y generada por los servicios de
inteligencia, por obvias razones de seguridad nacional o estratégica. Buena
parte de la inteligencia generada por la Policía proviene de la compra de
fuentes o de informantes poco verificados, lo cual obvia el proceso de eva-
luación y dificulta la veracidad del nivel de riesgo y amenaza.
84 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Importantes fuentes de datos empíricos pueden llegar a ser accesibles


para los investigadores sobre crimen organizado con las debidas reservas y
validación institucional, aspecto que no sucede con demasiada frecuencia.
La circunstancia es criticable por sí misma, en tanto y en cuanto limita las
posibilidades de generar conocimiento sobre el fenómeno y, en consecuen-
cia, las aportaciones que se pueden realizar al mundo académico y cien-
tífico (Moreno, 2009). Puede agravarse cuando, tras la negativa al acceso
y/o la publicación de los datos, se deducen intenciones espúreas de ocultar
malas gestiones institucionales o realidades incómodas. En otras ocasiones,
los datos son objeto de manipulación, para mostrar una realidad falseada a
conveniencia. La perversión de las estadísticas e informaciones sobre delin-
cuencia organizada deberá considerarse para no errar el análisis. En rigor,
todas las fuentes tienen limitantes e imprecisiones, por lo que el desafío
metodológico reside en comprender cuáles son estas y tratar de avizorar el
sesgo que pueden tener por las prácticas informales de las instituciones que
producen información pública.
En segundo lugar, el investigador debe asumir la dispersión de la infor-
mación que fluye y se almacena por todo el entramado público y privado
que, de forma directa o indirecta, interacciona con la delincuencia organi-
zada a través de Policía, Fuerzas Armadas, servicios de inteligencia, adua-
nas, universidad, administración de justicia, administración penitenciaria,
tejido empresarial, sistema económico y financiero, etc. Esa dispersión re-
fleja la carencia de una base de datos centralizada sobre organizaciones y
actividades. Solo en años recientes se han creado bases de datos confiables
e instituciones vinculadas a la sociedad y a la academia. No obstante, al
estar fragmentadas, se generan restricciones a cierto tipo de información
sobre actividades delictivas o datos muy concretos de balística, matrículas
de vehículos, objetos robados, homicidios, entre otros. En pocos países
existe una coordinación central de las actividades de acopio de datos, que
pueda proporcionar directrices, definiciones y formatos comunes para in-
vestigar temas complejos relacionados con el crimen organizado nacional
y transnacional.
En tercer lugar, se ha detectado una ausencia de cultura organizacional
para minar y seleccionar datos, lo que provoca la pérdida sistemática de in-
formaciones de máxima utilidad para el desarrollo de mediciones y análisis
criminológico. No solo hay que hacer hincapié en la forma en que debe
Crimen organizado y seguridad multidimensional 85

recogerse y registrarse dicha información, sino en la relevancia de contar


con series de tiempos completas, así como información homologada. De lo
contrario, nos encontraremos ante la imposibilidad material de efectuar es-
tudios por carecer de suficientes insumos para ello. La falta de sensibilidad
en el levantamiento de información es notoria. Se refleja en la carencia de
formularios y metodologías institucionales homogenizados, en la falta de
capacitación profesional de los operarios encargados de recoger los datos
y en la escasa motivación, traducida en desidia rutinaria que alimenta el
ciclo burocrático.
En países con baja institucionalidad burocrática, carentes de coopera-
ción internacional y con evidente subdesarrollo tecnológico, la tarea de
obtener datos se vuelve en extremo irrealizable. La escasa coordinación
entre los organismos de administración de justicia, las fuerzas de seguri-
dad del Estado y los ministerios encargados de la rectoría de las políticas
públicas hacen de la construcción de estadísticas nacionales un objetivo
inalcanzable. Por otro lado, hay que afrontar también la realidad de mu-
chas administraciones estatales, que carecen de los recursos necesarios,
mínimos e indispensables para una adecuada reunión de información y
su tratamiento.
En cuarto lugar, aparecen en la palestra problemas metodológicos y de
gestión de la información. Tales dificultades tienen nombre propio, como
la cifra negra de la criminalidad. Cabe recordar que las fuentes sobre cri-
minalidad con las que habitualmente se opera (por ejemplo, denuncias o
informes policiales) hacen referencia a la actividad detectada por la ins-
titucionalidad, por lo que no reflejan el volumen de actividad criminal
existente, sino aquella de la que tenemos constancia. Como ya analizamos,
las organizaciones criminales destinan ingentes esfuerzos para soterrar sus
actividades y pasar desapercibidas.
Las estadísticas y los informes policiales, penitenciarios y provenientes
de la administración de justicia no son las únicas herramientas de medi-
ción existentes en la paleta metodológica del estudio sobre criminalidad
organizada. Por un lado, están las encuestas de victimización, que nos
proporcionan información sobre los delitos sufridos por determinados
segmentos poblacionales escogidos mediante muestra, generalmente en
atención a su elevada exposición frente a la delincuencia organizada, que
86 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

denota el riesgo de victimización. Por otro lado, está el nivel de confianza


que tiene la población en las instancias de control estatal o privadas. Am-
bas tipologías se han mostrado útiles para medir el delito convencional
en países o sociedades que tienen programas y políticas locales, muchas
de ellas denominadas de seguridad ciudadana. Sin embargo, su empleo
en el ámbito de los delitos complejos plantea dificultades de diverso tipo
(Medina Ariza, 1999).
En quinto lugar, asistimos al incremento de la corrupción, muy exten-
dida en numerosos países. Ese fenómeno mundial constituye un verdade-
ro azote para la gobernabilidad de los Estados y las democracias, por su
carácter invasivo y por desplegar redes vinculadas al COT, que se infiltra
en distintas instituciones estatales y privadas, sobre todo de control judi-
cial, seguridad e inteligencia. Así como se presenta el fenómeno, también
existen propuestas de análisis. Por ejemplo, las bajas tasas de procedimien-
tos judiciales relacionados con el crimen organizado pueden deberse a la
corrupción policial y a la interferencia política en el procesamiento y la
condena?”*. Por ello, pueden apuntar en realidad a una alta prevalencia de
ese tipo de delitos (Van Dijk, 2007).
A partir de estas conclusiones observamos que, en aquellos países en los
que existe una mayor infiltración del COT, la percepción de la corrupción
tiende a ser alta. El Índice de Percepción de la Corrupción de Transparen-
cia Internacional clasifica a 180 países y territorios según los niveles que
adquiere el problema en el sector público, donde 0 (cero) significa alta-
mente corrupto y 100 (cien) altamente transparente. Si comparamos las
cifras de 2012 y 2019 de Rusia, México, Italia, Colombia y Yemen (tabla
4) observamos que, por lo general, no varían o se modifican levemente
respecto a otros países.

26 En este campo, son importantes los aportes y avances del Instituto Europeo de Pre-
vención del Delito y Lucha contra la Delincuencia de Helsinki (HEUND, afiliado
a las Naciones Unidas, sobre el desarrollo de índices de criminalidad organizada.
También, las variadas iniciativas de la Secretaría de las Naciones Unidas en relación
con las nuevas formas de delincuencia.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 87

Tabla 4. Índice de percepción de la corrupción en países con alta


infiltración del COT

País Año
2012 2019
Rusia 28 28

México 34 29
Italia 43 52
Colombia 36 37
Yemen 23 15

Fuente: Transparencia Internacional, 2019.

Al hilo de párrafos anteriores, cabe resaltar que existe cierta falta de


transparencia dentro de la comunidad científica y las instituciones públi-
cas, en cuanto a la publicación de evaluaciones sobre delincuencia orga-
nizada. En algunos trabajos no resulta posible identificar la fuente de los
datos ni la metodología empleada, lo que impide su difusión. La seriedad
y el valor que aporta el método científico a cualquier análisis criminoló-
gico se ven reflejados en la metodología y su perspectiva empírica, ya que
todo ese aporte debe permitir replicar los estudios y compararlos. Á pesar
de las suspicacias sobre la fiabilidad de la investigación cuantitativa de la
delincuencia organizada, hay que asumir que resulta indispensable porque
el Estado y sus fuerzas de seguridad requieren dar respuestas a la sociedad
nacional e internacional. Constituye también un reto para la práctica in-
terdisciplinaria, porque incorpora la necesidad de apostar por la comple-
mentariedad metodológica, habida cuenta de las limitaciones reconocidas
de los diferentes métodos criminológicos existentes, en términos de validez
y fiabilidad, como la forma más acertada de analizar las diversas facetas del
fenómeno criminal organizado (Fernández Villazala, 2008).
Existe la imperiosa necesidad de avanzar en estudios comparados, por-
que puede desarrollarse una agenda compartida de investigación crimino-
lógica. Ello favorecerá el empleo de una terminología común; posibilitará
determinar en qué medida las estructuras y culturas nacionales afectan el
grado, los tipos, la distribución y las características de la delincuencia y los
esfuerzos por combatirla, dentro de los distintos países y entre estos (Ne-
lIken, 1994); auspiciará el desarrollo teórico de la disciplina, más allá de las
38 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

respectivas fronteras nacionales (Mueller y Adler, 1996); permitirá evaluar


la eficiencia y eficacia de las políticas nacionales, regionales e internacio-
nales de seguridad y prevención, así como la comparación entre distintos
países y ayudará a identificar las ventajas y las deficiencias de los sistemas
de lucha contra la delincuencia, a fin de formular estrategias oportunas
(Moore y Fields, 1996). En resumen, los estudios transnacionales sobre la
delincuencia organizada desempeñan un papel relevante en la formulación
de terminologías e iniciativas políticas comunes, cuestión especialmente
trascendente en el actual mundo globalizado y ante una criminalidad cada
vez más transnacionalizada.
4. LA CRIMINALIDAD ORGANIZADA
COMO AMENAZA ESTRATÉGICA:
MIRADAS DESDE LA SEGURIDAD
INTERNACIONAL

Desde que las doctrinas clásicas de seguridad nacional se vieron limi-


tadas para incorporar en sus análisis las denominadas “nuevas amenazas”
(entre ellas, el crimen organizado y el terrorismo), las líneas de investiga-
ción sobre la problemática se han multiplicado exponencialmente, porque
involucran una diversidad de situaciones que afectan de manera directa a
los Estados y a las personas.
Ambos conceptos encierran una riqueza de matices y contenidos que
deben ser analizados de manera detallada. La aproximación criminológica
a las realidades contenidas en ellos permite observar una riqueza tipológica
multinacional, multiorganizacional y multiactividad, que plantea diver-
sas interrogantes. Responderlas demanda un nuevo paradigma de estudio,
holístico y pluridisciplinar, en aras de obtener un conocimiento no solo
científico y empírico propio de la Criminología, sino además transversal.
Así lo requiere la génesis multidimensional de los objetos de estudio que
nos ocupan.
Esa aproximación ha supuesto la apertura de nuevos frentes de análisis,
con la finalidad de profundizar en los campos de interés existentes, al tiem-
po de satisfacer las lagunas de conocimiento que persisten. Los estudios
correspondientes se centran no solo en los posibles vínculos entre el terro-
rismo y la criminalidad organizada, sino en los supuestos de confrontación
entre ambos, las tipologías de estructuras de las organizaciones, el modus
operandi y la logística disponible, la idiosincrasia organizacional, asumida
como modelo de imposición de la disciplina, el liderazgo, los vínculos en-
tre miembros, la división del trabajo, la especialización en el ejercicio de
funciones y la diversidad de actividades criminales. Se incluyen también el
impacto social, político y económico, la peligrosidad e incluso la cuestión
de género y etnicidad (Sansó-Rubert, 20104).
90 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Una radiografía de la conflictividad actual refleja un incremento de la


participación activa de estructuras criminales, bien compitiendo o coo-
perando entre sí, bien desafiando la supremacía del modelo de Estado-
nación, cuestionando el actual paradigma sobre la distribución del poder,
la soberanía y la independencia o, en ocasiones, estableciendo alianzas con
el poder gubernamental formalmente establecido (Mandel, 2002).

La situación requiere que los diferentes gobiernos e instancias interna-


cionales fortalezcan la cooperación, porque las amenazas criminales tam-
bién generan interdependencia. Más allá de las controversias, el objetivo
básico es evitar que los actores criminales se hagan cada vez más robustos
frente a las fuerzas de seguridad estatales y de la comunidad internacional.
Por lo tanto, enfocamos el concepto de interdependencia como el resulta-
do de la dependencia mutua entre Estados, sociedades y actores no estata-
les. Dicho concepto parte de la necesidad de entender que existen sucesos
o situaciones específicas en el sistema internacional que afectan positiva
o negativamente a los países o a los actores que interactúan en diversos
lugares o regiones.

4.1. La importancia de la interdependencia y las amenazas hí-


bridas

El concepto de interdependencia refleja la asimetría de las relaciones


entre diversos actores. Fue usado inicialmente por Keohane y Nye (1979)
para comprender la relación económica y política mundial fuera de la esfe-
ra militar. Sin embargo, la relación entre globalización y seguridad interna-
cional lleva a pensar en la necesidad de comprender la dinámica del crimen
organizado desde una lógica de dependencias mutuas, y cómo a partir de
esa vinculación los Estados evalúan la vulnerabilidad de las políticas em-
prendidas para mitigarla.
Por ende, el concepto de interdependencia ayuda a explicar que
todos los Estados del sistema internacional tienen una labor frente
al accionar del crimen organizado transnacional. El fenómeno afecta
a todos los actores del sistema cuando a) se comete en más de un
Estado; b) se desarrolla en un Estado, pero una parte sustancial de su
preparación, planeación, dirección o control tiene lugar en otro; c)
Crimen organizado y seguridad multidimensional 91

se concreta en un Estado, pero involucra a un grupo de delincuencia


organizada comprometido con actividades criminales en más de un
Estado y d) se materializa en un Estado, pero tiene repercusiones
sustanciales en otro (Convención de las Naciones Unidas contra la
Delincuencia Organizada, artículo 3.2).

Una de las recetas a emplear por los Estados es fortalecer la coo-


peración para reducir las asimetrías, por medio de la ampliación de
acciones multilaterales en espacios regionales o globales, sin descui-
dar el desarrollo de las comunidades de inteligencia criminal. Este
último punto tiene especial interés en la interdependencia compleja
porque genera y promueve el intercambio de información sensible,
que ayuda a los organismos de seguridad.
El informe de Naciones Unidas (2004) A More Secure World afirma que
la delincuencia organizada transnacional deteriora la seguridad humana y degrada
la capacidad de los Estados para garantizar la ley y el orden, al tiempo que contribuye
a la perduración de los conflictos internos, a la proliferación de los armamentos y al
terrorismo.

El estudio mundial sobre homicidios de Naciones Unidas afirma que


las organizaciones delictivas han matado a tanta gente como todos los con-
flictos armados combinados. Advierte que el COT desestabiliza a los paí-
ses, socava el desarrollo económico y erosiona el estado de derecho (United
Nations, 2019).
El National Intelligence Council (2004) de los Estados Unidos, en un
informe dedicado al análisis de las grandes tendencias que previsiblemente
dominarán la geopolítica mundial en las próximas décadas, incluye a la de-
lincuencia organizada transnacional como un factor principal de desestabi-
lización. Posteriormente, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
(Declaración de la Presidencia del Consejo de Seguridad, S/PRST/2010/4,
2010) ha ratificado su preocupación por “las graves amenazas que el tráfico
de drogas y la delincuencia organizada transnacional plantean en algunos
casos para la seguridad internacional en diferentes regiones del mundo”.
El informe de Naciones Unidas The Globalization of Crime. A Transna-
tional Organized Crime Threat Assessment (UNODC, 2010) ahonda en la
92 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

cuestión, especialmente en su décimo primer capítulo, titulado “Regions


under Stress, When Transnational Organized Crime Threatens Governance
and Stability”.
Con independencia de los argumentos expuestos, que pueden recabar
un mayor o menor predicamento, las principales manifestaciones de los
perjuicios ocasionados por la criminalidad organizada y su potencial lesivo
se resumen a continuación.
e Atenta contra los principios básicos de la vida comunitaria y la esen-
cia estatal. Genera descomposición social, inestabilidad política y
debilitamiento del estado de derecho, desacreditando y deslegiti-
mando las instituciones democráticas. Amenaza la soberanía e inde-
pendencia del Estado.
e Debilita la economía formal del Estado y menoscaba la competen-
cia, estabilidad y solidez del mercado financiero, al hacerlo vulne-
rable a la comisión de delitos económicos, ahuyentar la inversión y
la cooperación internacional y lastrar el crecimiento económico. In-
cluso, impacta nocivamente en sectores estratégicos vitales para los
intereses de seguridad nacional: tejido industrial, energías, recursos
naturales, materiales estratégicos y desarrollo tecnológico.
e Quebranta la salud pública, repercute en el consumo de drogas e
incide en la calidad de vida de los ciudadanos, interfiriendo en el
libre ejercicio de derechos y libertades públicas.
e Incrementa los niveles de violencia y cuestiona el monopolio sobre
esta porque fortalece espacios delictivos, incluido el ciberespacio.
e Produce nefastos efectos ambientales: deforestación, desertificación,
contaminación ambiental y pérdida de diversidad biológica en flora
y fauna.
e Atenta contra la seguridad humana.
e Favorece espacios de impunidad para autoprotegerse, al desarrollar
procesos espacializados de corrupción pública y privada.
e Mediatiza los intereses nacionales geopolíticos a su favor y vulnera
sistemáticamente las fronteras, promoviendo pluralidad de tráficos
ilícitos.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 93

En suma, deteriora la legitimidad democrática y provoca desafección


entre la ciudadanía en relación con la institucionalidad. Daña profunda-
mente el funcionamiento del estado de derecho y genera corrupción po-
lítica, que menoscaba la calidad de la gobernanza (Van Dijk, 2007) y la
fortaleza institucional.

Pretender entender las modalidades delictivas organizadas contempo-


ráneas con esquemas de seguridad del siglo XX resulta inoperante. Ante
los nuevos retos, cabe reclamar nuevas respuestas porque la emergencia de
complejos fenómenos delincuenciales intersecta amenazas clásicas con las
modernas. Por ello, se hace indispensable una reflexión en torno a los de-
safíos abiertos para la política criminal en particular, y para las políticas de
seguridad y defensa, en general. Adaptar los estudios a las nuevas realidades
criminógenas implica desarrollar diversos mecanismos de análisis para no
perder capacidad operativa sobre el objeto de estudio.
La adaptabilidad criminal demanda, al menos, la misma capacidad de
adaptación de los instrumentos disponibles para garantizar la seguridad y
evitar su obsolescencia, con el fin de proveer a los organismos de seguridad
respuestas inteligentes, preventivas y proactivas, al objeto de atajar la mo-
vilización de la delincuencia organizada y sus capacidades de proyección
estratégica (López-Muñoz, 2019). Sin embargo, las burocracias estatales
permanecen constreñidas en esquemas funcionales anquilosados. Ese las-
tre, sumado a las barreras territoriales y jurídicas propias del Estado, limita
en demasía la respuesta institucional (Sansó-Rubert, 2011a).
El debate gira en torno a qué enfoque debe primar o qué estrategias de-
ben establecerse para abordar una realidad compleja y poliédrica, caracte-
rizada por la convergencia de escenarios en los que conviven amenazas tra-
dicionales con otras de naturaleza híbrida (Pulido y Sansó-Rubert, 2014,
p. 115-116). Desde que Hoffman (2007) acuñara la expresión guerra hí-
brida, la catalogación de los fenómenos complejos ha ido acompañada por
el adjetivo en todas sus variantes: conflictos híbridos, amenazas híbridas y
espacios híbridos están entre los más destacados.
Ante el aparecimiento de escenarios cambiantes y multidimensionales,
que contienen fenómenos delincuenciales complejos o amenazas híbridas,
evolucionan las políticas preventivas de los Estados, así como de las organi-
zaciones internacionales o supraestatales con competencias en seguridad y
94 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

defensa. Están obligados a actuar porque en esa rápida dinámica convergen


sistemas y estructuras tradicionales con espacios subgobernados por gru-
pos de naturaleza criminal (Keister, 2014).
Desde el fenómeno del crimen organizado, el debate sobre espacios
de subgobierno no solo se enfoca a los grupos caracterizados por actuar
a través de acciones terroristas, sino que lo podemos trasladar a espacios
intraurbanos como los surgidos en capitales como Río de Janeiro, Caracas,
Medellín, etc., en donde la delincuencia común y los grupos de crimina-
lidad organizada se reproducen y actúan prolíficamente en las favelas y
suburbios (North, Wallis y Weingast, 2009). Por lo tanto, se modifican
sustancialmente la concepción tradicional del Estado y la idea de la na-
turaleza de los grupos terroristas y de las organizaciones de criminalidad
organizada. Así, surgen entes de difícil catalogación por analogía, debido
a la indeterminación de su génesis híbrida. Se incorporan nuevas figuras al
elenco de riesgos y amenazas a la seguridad multidimensional, a los que la
comunidad internacional deberá hacer frente.
En un momento en que las amenazas se consideran híbridas por su
naturaleza, y transnacionales, regionales y locales por su delimitación espa-
cial, el ámbito de acción del Estado nacional queda superado y convertido
en semiobsoleto. Ya no solo juega un papel preponderante la cooperación
internacional entre sistemas de inteligencia, sino que se requiere tener en
cuenta una visión multifactorial de la amenaza, desde las instituciones de
seguridad e inteligencia. Á esa situación hay que añadir la pérdida del mo-
nopolio del uso de la fuerza por parte del Estado, al tiempo que los deno-
minados actores armados no estatales recrudecen su uso (Keister, 2014).
En la categoría de actores armados no estatales tienen cabida figuras tan
dispares entre sí como estructuras de criminalidad organizada en torno a la
piratería, bandas criminales, pandillas juveniles y maras; organizaciones te-
rroristas y movimientos de liberación nacional; insurgencias y grupos opo-
sitores rebeldes; guerrillas; paramilitares y grupos de autodefensa; señores
de la guerra, jefes de clan y grupos armados locales, milicias; mercenarios
e, incluso, contratistas privados de seguridad. Estos además de sus reinter-
pretaciones híbridas como neoinsurgencias, insurgencia criminal, protoin-
surgencias, narcoterrorismo, narcoguerrillas, ejércitos privados criminales
y paramilitarización criminal, utilizados por grupos políticos que encubren
Crimen organizado y seguridad multidimensional 95

sus proyectos de poder bajo ropaje delincuencial (García Guindo, 2014;


Byman, 2008; Krause y Milliken, 2009).

4.2. La insurgencia criminal


La intensidad de la violencia instrumental para lograr objetivos priva-
dos ha provocado la redefinición del concepto weberiano y hobbesiano
de autoridad legítima y capacidad coercitiva de los Estados. La discusión
acerca de cómo hacer frente a semejante tesitura, por ejemplo, en América
Latina, se ha reducido a cómo articular el empleo de la fuerza y, sobre todo,
cómo obtener la legitimidad para ello (Moloeznik, 2004; Keister, 2014).
La complejidad alcanzada por las manifestaciones de criminalidad organi-
zada en la región, especialmente en México, Colombia, Brasil y los países
integrantes del Triángulo Norte centroamericano (Guatemala, Honduras y
El Salvador), ha fomentado la aparición de una corriente de pensamiento
que, en busca de una mayor clarividencia explicativa sobre el fenómeno
criminal organizado, ha desarrollado el concepto de insurgencia criminal
(Arratia, 2015; Pulido, 2017).

Si bien la categoría insurgencia se aplicó en el siglo XX como parte


de las doctrinas de seguridad nacional, para categorizar a los grupos gue-
rrilleros o subversivos que combatían a un determinado orden jurídico
establecido por parte de los Estados, la interpretación contemporánea hace
hincapié en un nuevo enfoque, que fusiona las metas económicas naciona-
les e internacionales de la criminalidad organizada con las formas políticas,
abiertas o encubiertas que despliegan los actores delincuenciales para infil-
trar al Estado y sus estructuras institucionales. De esa manera, el concepto
de insurgencia adquiere un significado diferente, al contener características
definitorias que condensan formas contemporáneas de conflicto, en las
que el crimen y la política convergen (Sullivan y Bunker, 2011).
Las primeras voces en favor de esa nueva aproximación conceptual co-
rresponden a Killebrew y Bernal (e.g. Killebrew y Bernal, 2010; Killebrew,
2011). En su trabajo CrimeWars: Gangs, Cartels and U.S. National Security
sostienen que el crimen organizado ha hecho “metástasis en forma de una
nueva insurgencia, que amenaza a los gobiernos del hemisferio occidental
y cada vez más a los Estados Unidos” (Killebrew y Bernal, 2010, p. 5).
96 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

En la misma línea argumentativa y corriente doctrinal, Jhon Sullivan


defiende que la insurgencia criminal difiere de la concepción convencional
de insurgencia política, dado que la única motivación de los insurgentes
criminales es ganar autonomía y control sobre el espacio geográfico don-
de operan, en detrimento del Estado, pero sin aspirar a controlar todo el
territorio nacional para preservar el statu quo criminal. Solo les interesa la
proporción de territorio donde se ubica su nicho de negocio, el espacio
limítrofe donde establecer un cordón de seguridad para proteger sus activi-
dades e infraestructuras (área de influencia) y las correspondientes vías de
transporte, en el supuesto de los tráficos ilícitos, para asegurar la recepción
de insumos y la distribución de productos y servicios.
La creación y el control de enclaves criminales (plazas) busca asegurar
la libertad de movimiento y la capacidad de maniobra para desarrollar sin
interferencias sus actividades lícitas e ilícitas. Convierte a estos grupos en
una amenaza directa a la integridad territorial, política y social del Estado,
constriñendo su legitimidad y anulando, de facto, su control territorial y
capacidad de respuesta, en la procura de mantener el orden y la seguridad
nacional (Sullivan, 2012, p. 4).

La insurgencia criminal se caracteriza por su naturaleza apolítica y prag-


mática. A través de la corrupción, busca influir en diversos estamentos y
niveles del Estado, como el poder judicial, los gobiernos locales, regionales.
A escala nacional, infiltra organismos de seguridad e inteligencia, penetra
la economía y la sociedad, sin descartar los medios de comunicación, las
agencias de desarrollo y el encubrimiento de relaciones clientelares. En esa
dinámica criminal, está implícito establecer una estrategia para obtener
protección y construir un entorno que favorezca la impunidad de sus es-
tructuras, con independencia de su naturaleza ilícita o no.
La convergencia motivacional se explica como un nexo crimen-rebe-
lión, que adopta la forma de un continuo, con la criminalidad organizada
en un extremo del espectro y la insurgencia en el otro, entendidas como
fenómenos diferentes. La clave reside en asumir que las organizaciones
criminales han ido evolucionando progresivamente en determinados esce-
narios, como los latinoamericanos, hacia la asimilación con el fenómeno
insurgente, o a la inversa, situándose hacia un término medio del espectro,
perdiendo uno de sus rasgos definitorios tradicionales (las connotaciones
Crimen organizado y seguridad multidimensional 97

políticas). Por el contrario, primarían el control territorial y la neutraliza-


ción de las funciones gubernamentales, a favor del enriquecimiento ilícito
(Makarenko, 2002).
Las organizaciones criminales han incluido en su acervo operacional
tácticas guerrilleras, contrainsurgentes y terroristas para lograr sus obje-
tivos y proteger sus estructuras, actividades e intereses. Han tratado de
imponer su hegemonía mediante el uso exacerbado de la violencia frente
al Estado y al resto de estructuras criminales competidoras, en aquellos
escenarios caracterizados por múltiples protagonistas, como es el caso de
México. Ese país, junto con Colombia, devienen ejemplo por antonomasia
del empleo desmedido de acciones violentas y del recurso a la explotación
criminal de los dividendos del terror originado.
Otro elemento definitorio de la progresiva paramilitarización criminal
es la cooptación de miembros de las Fuerzas Armadas, preferentemente
provenientes de unidades de élite y, en su defecto, la capacitación militar
de los cuadros integrantes de la organización. Se recurre a miembros con
elevada formación militar, y se les proveen campos de entrenamiento y ar-
mamento bélico. En ese sentido, las organizaciones criminales juegan con
la ventaja que les proporciona el marco del conflicto asimétrico y la caren-
cia de restricciones éticas y morales, mientras que los servicios estatales, 4
priori, tienen constreñidas su capacidad de maniobra, siempre sujeta a los
respectivos marcos legales (Sansó-Rubert, 2017b).
El desafío al Estado solo se produce, llegado el caso y si fuese explícita-
mente necesario para preservar la estructura de la organización y sus inte-
reses, en la medida en que este presente una fuerte capacidad regulatoria e
institucional en la preservación de la seguridad y el orden. La clave reside
en evitar la confrontación directa con el Estado, favoreciendo la coopta-
ción política en beneficio de los intereses de la estructura criminal. En
consecuencia, la base definitoria de la insurgencia criminal es económica.

El enriquecimiento ilícito ocupa el lugar que, en el concepto tradicio-


nal, le hubiese pertenecido a la ideología, la religión o la etnia (Murillo,
2014). Por lo tanto, el concepto de insurgencia criminal se opone diame-
tralmente a la noción convencional de insurgencia política o subversión,
cuyo fin último consiste en arrebatar el poder político al gobierno (Olson,
2011, p. 26).
98 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

El citado J. Sullivan va más allá en su argumentación, al plantear que


los motivos comerciales ilícitos de las organizaciones criminales están, de
hecho, convirtiéndose en una agenda política (Sullivan, 2012, p. 3). Añade
que, a partir del control sobre el territorio, las instituciones delincuenciales
producen una confrontación de valores propios de la democracia liberal y
del orden criminal. Con ello viene el desgaste de la soberanía del Estado y
su fracaso institucional en la plena provisión de seguridad, bienes y servi-
cios a través del control territorial íntegro. Esas tensiones, características de
los Estados disfuncionales, repercuten de forma directa en la pugna por la
legitimidad entre los valores democráticos y aquellos que son de naturaleza
criminal””.

Ligado a lo anterior, Felbab-Brown sostiene que, si bien la principal


motivación de la insurgencia criminal es el dinero y su objetivo podría no
ser derrocar al Estado, sin duda trata de influenciar favorablemente la per-
cepción que tiene la ciudadanía sobre la estructura criminal, favoreciendo
relaciones clientelares de dominación y protección. En consecuencia, la
participación estratégica de estos actores no estatales afecta la legitimidad y
el propósito fundamental del Estado. Ello tiene, a la postre, implicaciones
políticas: los insurgentes criminales pueden convertirse en constructores
competitivos del Estado. Por ende, es necesario entender las políticas con-
tra la criminalidad organizada como una competencia de creación y ejer-
cicio estatal entre los organismos públicos y las organizaciones delictivas
con capacidad de suplantar al Estado, compitiendo con él en la prestación
de servicios y la construcción de Estado (Felbab-Brown, 2010; 2013, pp.
152-153).

7 Bunker, Campbell y Bunker (2010, pp. 145-178) definen “la modificación del ámbi-
to social” como un elemento de guerra no estatal. Sostiene que “esta guerrilla —que
se manifiesta como insurgencias criminales derivadas de grupos de bandas, cárteles
y redes mercenarias— promueve nuevas formas de organización estatal derivadas de
comportamientos y normas políticas y sociales basadas en la criminalidad”. Los ele-
mentos clave de la modificación social y del medio incluyen veneración de narcosan-
tos, violencia simbólica (por ejemplo, decapitaciones y cadáveres con mensajes), uso
de narcomúsica (por ejemplo, narcocorridos) y empleo del medio social para difundir
mensajes y otorgar legitimidad al cártel.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 99

Otro rasgo central de la insurgencia criminal está vinculado al fenóme-


no paramilitar. Tomando como caso paradigmático el de América Latina,
podemos observar que las estructuras criminales en la región se han provis-
to de auténticos ejércitos privados, especializados y con un equipamiento
superior al de las fuerzas policiales, a las que han rebasado. Incluso, son
capaces de operar en condiciones de igualdad, si no con superioridad, a las
propias Fuerzas Armadas de algunos países (Bunker, 2014).
Un caso empírico concreto ayuda a entender la problemática. En 2004,
el Gobierno Federal mexicano reconocía la capacidad del crimen organi-
zado de reclutar a la élite de las Fuerzas Armadas”, revelando el origen
militar de la organización criminal Los Zetas, desertores del Ejército que
optaron por engrosar las filas de la delincuencia organizada”. Aunado a la
afrenta que significó la aparición de esta organización para el prestigio de
las Fuerzas Armadas, el grupo delictivo impuso otro nuevo desafío para
el Estado mismo. Además de contar con una formación de alta especiali-
zación, sus miembros tienen conocimientos en el manejo de armamento,
tácticas de contrainsurgencia y de combate. Ese fenómeno se ha extrapo-
lado a otros países como Guatemala. Integrantes del grupo de operaciones
especiales del Ejército guatemalteco, Los Kaibiles han pasado a engrosar
las filas de diversas organizaciones criminales transnacionales que operan
en Latinoamérica.
Asumir la transformación de la criminalidad organizada transnacio-
nal en manifestaciones de insurgencia criminal con iguales connotaciones
transnacionales conlleva, a su vez, una necesaria reinterpretación y reorien-
tación de las estrategias pergeñadas en la lucha contra esta. De igual forma,
la criminalidad organizada puede fusionarse con los movimientos guerri-
lleros y con manifestaciones de terrorismo, lo cual genera fenómenos de-
lincuenciales complejos como el narcoterrorismo (Pulido y Sansó-Ruberrt,

28
Desertores de los Grupos Aeromóvil y Anfibio de las Fuerzas Especiales (GAFE) y
de la Brigada de Fusileros Paracaidistas del Ejército mexicano fueron contratados
inicialmente como ejecutores por el cártel del Golfo, liderado por Osiel Cárdenas, en
la década de 1990 (Moloeznik, 2008, p. 167).
29
A modo de ejemplo, entre 2000 y 2006, el número de desertores de las Fuerzas Arma-
das mexicanas ascendió a 123 218, incluidos 1388 oficiales y un coronel (Moloeznik,
2008, pp. 156-169).
100 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

2016b). Es aquí donde los planteamientos favorables a la inmersión de las


Fuerzas Armadas en esa lucha encuentran un argumento sólido, en virtud
del nuevo perfil adquirido por la amenaza a enfrentar, caracterizada por la
proliferación de escenarios híbridos, donde la respuesta netamente policial
no parece terminar de encajar.
La insurgencia criminal parece entonces bascular hacia el terreno de la
seguridad nacional (Bartolomé, 2013b), ante la gravedad de la amenaza
que plantea al Estado, no solo en términos de seguridad, sino políticos, de
dominio social, de legitimidad institucional, de defensa de la nación, de su
sistema y valores democráticos y constitucionales, de la preservación y el
respeto de derechos y libertades fundamentales, así como de la pervivencia
del Estado de derecho (Sullivan y Elkus, 2011).
La lógica de la seguridad pública vigente hasta ahora se ve rebasada por
unas estructuras criminales con capacidad para ejercer el pleno dominio
político y social, que implica el uso indiscriminado de la fuerza en los
territorios que controlan. Representan la antítesis de la democracia y del
desarrollo social planificado por los Estados nacionales.
Desde inicios del siglo XXI, la resiliencia y solidez de las organizaciones
criminales en el escenario internacional es evidente. Tanto es así que los
principales ejercicios de prospectiva coincidían en apuntar que el fenóme-
no criminal, en su vertiente transnacional, continuaría con su vis expansiva
mundial durante las primeras décadas del presente siglo (Forgione, 2010).
Más aún cuando las fronteras nacionales aparecen porosas y con dificulta-
des para presentarse de forma cohesionada en un mismo espacio físico y
geopolítico.
En conclusión, la delincuencia organizada constituye un problema de
seguridad nacional, regional e internacional, habida cuenta de su creciente
transnacionalidad, que puede llegar a sobrepasar los esquemas ordinarios
de respuesta y requiere medidas excepcionales. En dependencia de cómo
se gestionen dicha excepcionalidad, la democracia y el estado de derecho
resultarán fortalecidos o, por el contrario, se abrirán espacios de incerti-
dumbre que el Estado deberá afrontar, no ya en el plano de la lucha contra
la delincuencia organizada, sino en la esfera de los derechos, las libertades y
garantías que imprimen el carácter constitucional a las democracias.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 101

Todo ese proceso transcurre inmerso en un período de acelerados e


importantes cambios regionales y mundiales, en el que las transformacio-
nes económicas, políticas y sociales inciden en la forma en que se definen
y abordan los desafíos a la seguridad multidimensional y se combaten las
amenazas criminales que han surgido en tiempos de contingencia y com-
plejidad.

4.3. La geopolítica criminal


Varias han sido las transformaciones sufridas en los recientes procesos
de globalización. La tecnología, los flujos migratorios, las políticas socioe-
conómicas y el incremento de factores de riesgo como los climáticos y de
salud pública han propiciado un entorno internacional complejo y contin-
gente. Á esa dinámica se ha sumado la permanente adaptabilidad evolutiva
del fenómeno criminal organizado, hasta adquirir carácter transnacional,
con los consiguientes retos que ello entraña para la seguridad nacional e
internacional.
Como sosteníamos antes, no toda delincuencia organizada opera inter-
nacionalmente ni toda manifestación de delincuencia transnacional está
necesariamente organizada. Por tanto, el carácter transnacional no es re-
quisito de la organización, aunque su presencia resulta un factor indicativo
de la estructura organizativa consolidada de un grupo.
A tenor de las circunstancias descritas, sumadas a la reconsideración del
papel de los Estados y su permeabilidad territorial a través de sus fronteras,
una aproximación geopolítica a la delincuencia organizada transnacional
permite identificarla como una amenaza estratégica, capaz de cuestionar la
soberanía e independencia de los Estados. Sirvan de ejemplo de tal preocu-
pación algunos pronunciamientos como el del National Intelligence Coun-
cil (2004) de los Estados Unidos. En un informe dedicado al análisis de las
grandes tendencias que previsiblemente dominarán la geopolítica mundial
en las próximas décadas, incluye la delincuencia organizada transnacional
como un factor principal de desestabilización.
En el documento final de la Cumbre del Milenio, del año 2005, se
dedicó una sección a la grave preocupación originada por los efectos ne-
gativos que la delincuencia transnacional acarrea para el desarrollo, la paz,
102 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

la seguridad y los derechos humanos. En febrero de 2010, el Consejo de


Seguridad de las Naciones Unidas observó “con preocupación las graves
amenazas que el tráfico de drogas y la delincuencia organizada transnacio-
nal plantean en algunos casos para la seguridad internacional en diferentes
regiones del mundo” (Declaración de la Presidencia del Consejo de Segu-
ridad, S/PRST/2010/4).
La diversificación del portafolio de las actividades lícitas e ilícitas desa-
rrolladas por las organizaciones criminales es tan variada como fructífera.
Cualquier actividad imaginable que resulte lucrativa será objeto de prác-
tica. Así, se producen nuevos escenarios delictivos, que han favorecido lo
que Naciones Unidas denomina “regiones bajo estrés”.
La gran criminalidad organizada puede ser entendida como 1) aquellas
manifestaciones criminales con capacidad de disputar al Estado el control
territorial y social, así como el monopolio de la violencia y 2) sujeto geopo-
lítico, en su carácter de actor armado no estatal. Ese tratamiento obedece a
la necesidad de entender qué sucede en el escenario internacional vigente
y cuál podría ser su evolución en clave estratégica. Desentrañar la geopo-
lítica criminal persigue comprender la lógica y las ambiciones de aquellas
personas responsables de dirigir las organizaciones criminales o cúpulas.
También exige identificar las motivaciones y estrategias que determinan
cómo y por qué se produce la expansión territorial de las organizaciones
criminales, los factores coadyuvantes al respecto, los criterios para estable-
cer relaciones entre las organizaciones y la naturaleza de estas, o la justifi-
cación en la confrontación directa.
La geopolítica pretende ser un método, una clave de lectura de aconte-
cimientos; una herramienta de comprensión e interpretación de las relacio-
nes internacionales. Francois Thual expone con claridad los tres principios
fundamentales de la geopolítica moderna: todo fenómeno internacional es
expresión de determinadas intenciones; la geopolítica investiga las inten-
ciones reales de los actores internacionales, más allá de las apariencias y de
los falsos pretextos y es una búsqueda de sus motivaciones ocultas. No exis-
ten leyes generales, sino factores que pueden combinarse (Thual, 1996).

Cada postura geopolítica responde o bien a una voluntad de materia-


lizar ciertas ambiciones, o bien a una necesidad de defenderse de alguna
amenaza (Thual, 1996). De igual forma, la geopolítica investiga las cons-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 103

tantes y la continuidad de los comportamientos e intenciones, bajo una


perspectiva temporal. Finalmente, los comportamientos se inscriben en un
espacio concreto. La función de esa disciplina consiste en captar las causas
estructurales y permanentes de los fenómenos internacionales, e identifi-
car las constantes y las repeticiones de la historia, en sus relaciones con la
geografía. Esto, con el fin de esclarecer los conflictos internacionales y las
posturas de los actores implicados, atendiendo a la continuidad y trascen-
diendo las apariencias y lo inmediatamente visible, a favor de identificar la
causa última. En su caso, la geopolítica criminal consistirá en aplicar a la
criminalidad organizada los conocimientos de la disciplina, para profun-
dizar en su conocimiento y entender sus facetas concretas de actor armado
no estatal,
La criminalidad organizada, en su expansión territorial, tergiversa de
facto los mapas oficiales, imponiendo su interpretación espacial e intereses
sobre una realidad geopolítica. Esa nueva geografía no estatal condiciona
la política pública y la escena internacional porque conlleva un reparto
geográfico de áreas de dominio e influencia, al igual que el establecimiento
de fronteras invisibles, pero muy reales, emulando el concepto de “impe-
rio invisible” de Pierre George en su obra La géographie á la poursuite de
l histoire (George, 1992). Cada organización tiene su propia demarcación
territorial, de carácter infra y supranacional, al margen de los límites con-
vencionales físicos y jurídicos establecidos oficialmente. Ese orden territo-
rial desafía las soberanías locales, estatales e internacionales.
Dicha versión de la geopolítica abandona parcialmente la influencia
del pensamiento militar para abonar criterios a la teoría del conflicto y las
estrategias de seguridad, porque incorpora algunos planteamientos teóri-
cos de geoeconomía y de geopolítica crítica. La combinación sirve para
analizar el conflicto que presentan las organizaciones criminales dentro de
los países, así como también en contextos regionales e internacionales (De
Paula, 2016).

Desde esa perspectiva, aparecen y desaparecen constantemente reali-


dades geopolíticas criminales, cuyo modelo de expansión se fundamenta
en el control territorial. Es posible identificar un núcleo territorial base
como punto de partida, donde surge y germina la organización delictiva.
El espacio territorial representa un enclave vital para su supervivencia,
104 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

ya que han sido las características particulares de este las que han favo-
recido la eclosión y el fortalecimiento de la estructura criminal, hasta el
extremo de que esta se haya expandido lo suficiente como para mono-
polizar el control del territorio y promover sus progresivas actividades.
Podemos citar algunos ejemplos históricos, como la región de Nápoles
y la Camorra; Calabria, si hablamos de la N “drangheta; Medellín y Cali
en Colombia, y determinadas áreas geográficas de México, si hablamos
de los principales grupos criminales articulados por el tráfico y la pro-
ducción de drogas. Son territorios que se consolidan como baluarte de la
organización criminal dominante y que, a su vez, le sirven de plataforma
para su expansión sucesiva, atendiendo a una diversidad de elementos
económicos y sociales.
La movilización de las organizaciones criminales obedecería a una es-
trategia de mercado y de acción expansionista, planificada y diseñada con
antelación, que se apoya en el correspondiente análisis de riesgo (Morselli,
2005). El objetivo primordial es aprovechar una serie de circunstancias
identificadas como oportunidades para el lucro, ubicadas en diversos lu-
gares por todo el mundo. Los riesgos incluyen la confrontación con otras
organizaciones por el control del territorio y de las actividades lícitas e
ilícitas desarrolladas en él, cuando el pacto no es posible, o no interesa.
El uso de la violencia es residual porque no favorece los negocios y podría
interpretarse como síntoma de inestabilidad territorial. Claro que existen
situaciones como la mexicana, en la que el comportamiento criminal suele
darse en relación con un territorio controvertido y en disputa entre varias
organizaciones, para establecer el dominio de la plaza.
A pesar de su relevancia, el arraigo territorial no supone una limitación.
No implica inmovilidad. Por ello, resulta igualmente factible identificar
contextos emergentes que originan el desplazamiento no intencional de las
organizaciones criminales, motivado por factores de empuje (pull factors).
En ese supuesto, se trata de una adaptación forzada a las circunstancias
ambientales.
Dentro del conjunto de posibles factores (Williams, 2003; Gayraud,
2007; Morselli, 2009; Varese, 2013; Garzón, Rico, Olinger y Santama-
ría, 2013) válidos para explicar tanto desplazamientos dentro del territorio
nacional de un país como de carácter transnacional, cabría destacar por
Crimen organizado y seguridad multidimensional 105

su relevancia los que resumimos a continuación (Forgione, 2010; Varese,


2010; 2011).
La identificación de oportunidades de lucro (nichos de negocio fun-
dados con base en el cálculo de costos, riesgos y beneficios). Implica
tener disposición a explotarlos y contar con la infraestructura, las
capacidades y la logística para ello.
El acceso a nuevos mercados, en cooperación con otras organiza-
ciones locales o en competencia, o la reorganización de las rutas de
tránsito de los tráficos ilícitos. Requiere la presencia de la organi-
zación en determinadas áreas geográficas, para su aseguramiento y
apoyo logístico.
La reinversión del producto obtenido ilícitamente en otros nego-
cios. Decisión motivada por la existencia de sistemas impositivos
más favorables, el acceso a incentivos de desempeño proporcionados
por los gobiernos, o por el deseo de operar en sistemas financieros
más eficientes. "También opera como mecanismo de blanqueo de
capitales, para salvaguardar el patrimonio adquirido ilegalmente,
lejos del alcance de cualquier jurisdicción que pudiera ponerlo en
peligro.
El aprovechamiento de los flujos migratorios y de las políticas de
deportación masiva. La expansión criminal está estrechamente liga-
da a la historia y la geografía de las oleadas migratorias. El despla-
zamiento de una comunidad y su asentamiento en otro conforman
el sustrato mínimo indispensable para el desarrollo de la actividad
criminal. Existe constancia de que las organizaciones criminales se
benefician de las comunidades asentadas en los países de acogida,
solapándose con ellas en busca de protección y zonas de influencia,
explotando relaciones étnicas, familiares y clientelares (Savona, Ni-
cola y Col, 1997).
El vacío represivo, que obedece a diferentes causas: a una voluntad
política corrupta, en convivencia con la criminalidad, lo que cons-
tituye el denominado nexo político criminal (Godson, 2004); a una
situación de impotencia, generada por la debilidad institucional en
Estados débiles o criminalmente cautivos, o simplemente por dis-
tracción ante otros desafíos de seguridad como el terrorismo, que
106 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

desplazan al resto de fenómenos y monopolizan todo el esfuerzo


y los recursos, siempre limitados, de los organismos y agencias de
seguridad. En los supuestos más drásticos de espacios ingobernados,
los grupos que controlan estos “santuarios criminales” se convierten
en socios estratégicos para las organizaciones de delincuencia orga-
nizada transnacional (Naím, 2006).
e El exilio, fruto de la presión política y policial o de la confrontación
entre organizaciones por áreas de influencia geográficas y mercados,
corredores y rutas para tráficos ilícitos, pasos fronterizos, nudos de
comunicaciones, puertos, etc. Puede deberse a dos causas. Por una
parte, la puesta en práctica de políticas gubernamentales de repre-
sión. Por otra, la competencia criminal, que puede degenerar en en-
frentamientos violentos con facciones u organizaciones vencedoras
y vencidas. La reubicación en otros países obedece a una necesidad
de supervivencia. Puede servir de escapatoria a la prisión o la muer-
te.
En cuanto a la repercusión de la presión política y policial que adop-
tan los gobiernos dentro de sus fronteras, la delincuencia, en aras de una
mayor y más eficiente autoprotección, ha optado por asentarse en aquellos
países que presentan características más favorables, en contraposición a
sus naciones de origen. Son candidatos predilectos los Estados dotados de
ordenamientos jurídicos laxos, excesivamente garantistas si se prefiere, con
leyes de extranjería permeables y políticas criminales infradesarrolladas o
desfasadas, que les permiten a estos grupos operar al amparo de los benefi-
cios reportados por el marco de legalidad descrito.
Los efectos de la dispersión forzada son de naturaleza traslativa: una
propagación involuntaria, debido a que la problemática no se resuelve,
sino que se desplaza hacia otra ubicación geográfica. A ello se le denomina
“efecto globo”. Las organizaciones desplazadas, lejos de abandonar sus prác-
ticas criminales, las exportan. La presión institucional las ha fragmentado,
favoreciendo la emergencia de una nueva generación de organizaciones
más reducidas y dinámicas, que compiten ferozmente por el dominio del
territorio que, con anterioridad, dominaba una única estructura criminal.
Eso dispara los índices de violencia e inseguridad. Un ejemplo visible suce-
de en Colombia, donde la eclosión de las denominadas bandas criminales
ha sustituido a los antiguos cárteles y a las organizaciones paramilitares.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 107

Otro factor a considerar es la existencia de una cultura materialista y


consumista. La delincuencia organizada representa una modalidad crimi-
nal que se inserta en una matriz en la que la sociedad es, al mismo tiem-
po, víctima y beneficiaria de los bienes y servicios de los que la provee
(Rotman, 2000; Naylor, 2000). En consecuencia, el escenario en el que
se desarrolla el crimen organizado hoy es el de una cultura funcional a su
expansión. El afán consumista al que la sociedad contribuye, en mayor o
menor medida, alimenta la fenomenología criminal organizada. Siempre
que exista una demanda rentable de artículos falsificados, drogas, sexo,
vehículos de lujo, autopartes, piratería informática o audiovisual..., habrá
alguien dispuesto a satisfacerla, con independencia de que los medios sean
lícitos o no.
La liberalización económica ha procurado novedosas expectativas para
los que están involucrados en mercados penalizados. Algunas de las mis-
mas iniciativas diseñadas para estimular y facilitar el intercambio económi-
co legal, a través de la liberalización comercial y financiera, la privatización
y la desregularización del transporte benefician el intercambio económico
ilegal. En muchas regiones del mundo, esta constituye una fuente decisiva
tanto de ingresos como de empleo, por medio de economías criminales
altamente competitivas. Así acontece en China con la falsificación de mar-
cas. La globalización, en su vertiente económica y con fuertes matrices
culturales consumistas y frugales, representa una variable trascendental
para explicar la proliferación de territorios criminales especializados e in-
terconectados.
En cuanto a los desplazamientos de las organizaciones criminales se re-
fiere, algunos autores establecen diferentes categorías en función del modo
en que se producen (Varese, 2013). Identifican como expansión aquel
desplazamiento caracterizado por su presencia en nuevos territorios, pero
adoptando un perfil bajo y autolimitando las capacidades de actuación,
con la finalidad de permanecer desapercibidas. La trasplantación, por el
contrario, corresponde a un desplazamiento parcial, por lo general en paí-
ses con interés estratégico para la criminalidad organizada, como por ejem-
plo España o los países del istmo centroamericano, que son importantes
para el tráfico de cocaína.
108 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Una tercera categoría sería la representación criminal, que consiste en


el desplazamiento temporal de miembros de la organización al territorio
de otra, con la que se mantiene algún tipo de relación comercial. Ese me-
canismo opera como garantía de cumplimiento y de no confrontación en
las transacciones ilegales en las que predomina la desconfianza. A su vez,
los miembros desplazados actuarían como supervisores de los desempeños
de la contraparte para la que sirven de garantía, asegurándose del correcto
desempeño de los parámetros acordados. Finalmente, el asentamiento de-
signa aquellas situaciones de conquista territorial, cuando la expansión es
definitiva y plena para la organización criminal.
Esas categorías explicativas, que no son únicas ni excluyentes, resul-
tan de utilidad para comprender la movilización del crimen organizado.
Su distribución geográfica mundial es muy desigual, y depende tanto de
las condiciones regionales o locales como del tipo de actividad criminal.
Adoptará diversas formas de propagación acordes a sus objetivos, capaci-
dad de respuesta institucional en los territorios o ciudades en donde incur-
siona y a las relaciones que se establezcan con las organizaciones delictivas
locales (Varese, 2013).
La criminalidad organizada fructifica explotando las ventanas de opor-
tunidad abiertas. Estas no solo se encuentran en los países más desfavoreci-
dos del planeta, donde prospera en un estado de caos y conflicto constante,
que expresa los agujeros negros geopolíticos (Naím, 2006). Accede por
igual al primer mundo, en busca de escenarios y mercados estables en los
que implantarse y desarrollar sus actividades lucrativas.
Cualquier intento de explicar la situación, ya sea en una zona inestable
o estable del mundo, exige entender el papel de las redes criminales en
la región, su organización, sus estrategias, sus vínculos internacionales e
intereses económicos. En congruencia, habría que prestar especial aten-
ción a los espacios geográficos favorables al surgimiento de manifestaciones
ventajosas para la criminalidad organizada, cuyo seguimiento permitiría
identificar con antelación las posibles incursiones oportunistas de redes
criminales.
Llegados a este punto, se abre para la geopolítica un interesante ámbito
de estudio. Esta aporta explicaciones sobre la existencia del fenómeno y
establece posibles evoluciones o tendencias, definiendo escenarios posibles
Crimen organizado y seguridad multidimensional 109

y probables. De la misma forma, permite observar alternativas estratégicas


viables para reorientar la situación en el sentido más favorable para su erra-
dicación y control. Posibilita conocer y analizar la distribución geográfica
de la actividad delictiva, la concentración territorial de las organizaciones
criminales, la densidad criminal, el surgimiento de nuevos nichos ilícitos
de mercado, la identificación de las estrategias puestas en práctica por las
estructuras delictivas, así como la detección de su ascenso y caída, en virtud
de sus fortalezas y debilidades.

4.4. La militarización de la seguridad y el declive policial


El incremento de los niveles de inseguridad?” y violencia ha contribuido
a establecer un clima social de miedo e incertidumbre generalizada entre la
población”. Si observamos los indicadores desorbitados de percepción de
32
la inseguridad reflejados en la encuesta de Latinobarómetro””, sumados a

2 Según el Informe Regional de Desarrollo Humano de Naciones Unidas de 2016,


la aspiración de contar con seguridad y de tener una vida tranquila representan un
denominador común en la región. Por lo tanto, la seguridad deviene uno de los
principales mecanismos para definir la consecución del progreso humano, clave para
mantener los logros recientes (PNUD, 2016).
31 La encuesta 2019 del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP)
muestra que la percepción de inseguridad está en aumento en Latinoamérica desde el
año 2012. El informe de LAPOB, que recoge los resultados de las encuestas realizadas
sobre seguridad ciudadana en las Américas, refleja que en 2019 el 76 % de las perso-
nas reportó haber sido víctima de algún delito en los últimos 12 meses. Asimismo, la
percepción de inseguridad pasó de 8,2 % en 2012 a 19,2 % en 2019. El incremento
fue notable en Suramérica, donde una nueva dinámica de tráfico de drogas puede ser
responsable de la situación (Zechmeister y Lupu, 2019). En Brasil, Ecuador, Colom-
bia, Bolivia, Argentina y Paraguay la percepción promedio de inseguridad aumentó
en al menos 18 puntos. Perú experimentó el mayor cambio entre 2017 y 2019, con
un pico de 24,8 %.
32
Latinobarómetro es un estudio de opinión pública que aplica anualmente alrededor
de 20 000 entrevistas en 18 países de América Latina, lo cual representa más de 600
millones de habitantes. La corporación del mismo nombre es una ONG sin fines de
lucro con sede en Santiago de Chile, única responsable de la producción y publica-
ción de los datos. Investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad
en su conjunto, usando indicadores de opinión pública que miden actitudes (Lagos y
Dammert, 2012).
110 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

las condiciones sistémicas de impunidad”, sobre todo las relacionadas con


la criminalidad organizada, tenemos una conjunción de factores que han
desembocado en un corolario de reinvidicaciones y exigencias de políticas
públicas reactivas, con el objetivo de acabar con la amenaza criminal.
Los gobiernos y partidos políticos, cualquiera que sea su inclinación ideo-
lógica, se ven obligados con frecuencia a adoptar soluciones de emergencia
seguritaria, mediante discursos de mano dura y acciones contundentes con-
tra la inseguridad. En muchos países, luego de haberlas adoptado como re-
ceta, los gobiernos se han convertido en rehenes políticos de esas decisiones,
concebidas y acordadas en consensos restringidos de la clase dirigencial por-
que son fruto de la improvisación, la presión política y el apremio electoral.

Las medidas de emergencia suelen producir nuevas y mayores contingen-


cias y urgencias, debido a la inmediatez de su promulgación y a que se alejan
de toda reflexión mínimamente seria sobre la cuestión a resolver. En el caso
de Latinoamérica, la salvaguarda de la seguridad ha redescubierto los tradi-
cionales postulados de la razón de Estado y del estado de necesidad como
argumentos que justifican la introducción de políticas coercitivas, maleando
un Estado de derecho que se manifiesta impotente a los efectos perversos de
las decisiones acordadas. En ese sentido, la responsabilidad de proteger a la
ciudadanía por parte de los Estados y los gobiernos de turno se convierte en
un deber ser que pierde legitimidad porque termina en un eufemismo y en
un acto declarativo en muchos países de América Latina. Si bien numerosos
Estados han firmado compromisos y declaraciones ante las Naciones Unidas,
la obligación de proteger está ausente cuando se trata de preservar la integri-
dad de la vida y la propiedad en circunstancias donde se juntan amenazas
híbridas articuladas al crimen organizado internacional.

33 Latinobarómetro analiza los rezagos y desafíos sociales en América Latina y el Caribe,


su relación con la corrupción y cómo enfrentarla desde un enfoque de derechos y a
partir de las convenciones respectivas del sistema de Naciones Unidas. Expone las
relaciones entre crimen organizado, exclusión social e ingobernabilidad. Por otra par-
te, analiza la desconfianza social con motivo de la crisis de legitimidad que sufren las
democracias en la región, debido a la falta de transparencia pública y la corrupción,
en circunstancias en que los derechos sociales, económicos y culturales, consagrados
jurídica y legislativamente, distan de ser exigibles y realizables (Wielandt y Artigas,
2007; Clercq y Rodríguez Sánchez Lara, 2017).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 111

Abogar por una protección inmediata al Estado y la ciudadanía ha im-


pulsado a los gobiernos a promover la utilización de las Fuerzas Armadas
en la lucha contra el crimen organizado, tratando de suplir la inoperancia
policial y confiando en que la intervenión militar minimice el impacto
negativo de la criminalidad interdependiente y evite su expansión incon-
trolada (Zaitch, 2012).
La necesidad de catalogar amenazas criminales complejas, en las que
la consideración tradicional de actores internacionales no se distingue y
sobre las que, en una primera instancia, no existen elementos preventivos
y reactivos ha provocado en algunas situaciones un retardo y, en otras, una
identificación errónea en las respuestas de las autoridades gubernamen-
tales. En varios países latinoamericanos se presenta la “tormenta perfec-
ta” de la inseguridad, que propicia la intervención militar. A las razones
estructurales de pobreza, inequidad, exclusión, discriminación e injustica
se añaden factores de baja institucionalidad, corrupción y pérdida de legi-
timidad de los cuerpos de seguridad policial, fuertes condicionantes de la
militarización en el enfoque de la lucha contra la delincuencia organizada.
La institución policial debería ser un cuerpo profesional capaz de de-
sarrollar iniciativas de prevención, control e investigación criminal, eficaz
y eficiente. Sin embargo, la realidad en no pocos países latinoamericanos
dista y mucho de esa imagen positiva. Al contrario, es percibida por la
ciudadanía como un instrumento corrupto de represión, al servicio de de-
terminados regímenes políticos o grupos de presión vinculados a intereses
oligárquicos o incluso criminales. La desconfianza está basada en la pérdida
de credibilidad en las fuerzas policiales debido a sus elevados niveles de
corrupción e ineficacia (Deare, 2008).
La literatura especializada sobre los cuerpos de Policía de la región es
unánime en señalar las graves carencias del sector en todos los niveles.
Destaca principalmente la baja efectividad de los cuadros policiales y su
limitada profesionalidad (Bailey, Dammert y Martínez Passarge, 2005;
Dammert, 2007; Fabián Saín, 2010; Arias, Rosada-Granados y Fabián
Saín, 2012). Los requisitos de ingreso a muchos cuerpos policiales no son
explícitos, a lo cual se suma que la capacitación que reciben los policías es
nimia en ciertos países. Su preparación y entrenamiento resultan escasos
en el tiempo y paupérrimos en los contenidos. En algunas instituciones
112 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

policiales solo se exige un mínimo nivel educacional para ingresar a sus fi-
las, yy una estatura mínima. Los Pp procesos de selección del p personal también
pueden ser poco transparentes (López-Portillo, 2003).
A la crisis institucional de la Policía se añade el auge exacerbado de la
violencia por parte de la delincuencia común y organizada. El acceso a una
amplia gama de armamento —desde revólveres y pistolas hasta armas de
alto poder de fuego— confluye con lo que los expertos han bautizado como
“el ascenso de la paramilitarización criminal” (Sansó-Rubert, 2012a).
La cooptación de miembros de las Fuerzas Armadas por organizaciones
criminales representa un problema cuyo alcance resulta difícil de preci-
sar, por la carencia de datos empíricos fidedignos. El modus operandi que
describíamos en los ejemplos de Los Zetas en México y los desertores de
Los Kaibiles en Guatemala perfectamente puede estar reproduciéndose por
toda América Latina sin que, hasta la fecha, se tenga evidencia al respec-
to. El problema se complejiza por la falta de transparencia de las Fuerzas
Armadas en proporcionar información sobre el número de deserciones y
abandonos vinculados al crimen organizado.
La reforma del sector policial es una tarea en ciernes, que tendría la
capacidad de intervenir en dos ejes fundamentales: la capacidad operativa,
asumida como eficiencia y eficacia y la responsabilidad institucional de-
mocrática, entendida como sus respuestas al control político y su respeto
por los derechos humanos. Con ello se aumentarían los mecanismos de
fiscalización y control institucionales, no solo en cuanto a la actuación en
el marco de la ley, sino también respecto de la eficacia y eficiencia de las
iniciativas desarrolladas. Únicamente con esas medidas básicas y con la
dotación de medios materiales y recursos tecnológicos, las instituciones
policiales estarán en condiciones reales de enfrentar, con garantías mínimas
de éxito, el control y la neutralización de la criminalidad organizada.
En suma, el proceso de adaptación policial requiere abordar la profesio-
nalización y dignificación de la institución. Esto, en última instancia, haría
innecesario el recurso a las Fuerzas Armadas para proveer a la sociedad de
seguridad en lo cotidiano. Por el momento, ante la falta de confianza en la
Policía, las políticas de defensa nacional y las Fuerzas Armadas han acudido
al rescate de la seguridad multidimensional.
5. ESTADO, DEMOCRACIAY
CRIMEN ORGANIZADO

El crimen organizado representa una suerte de “género”, que engloba


toda una pluralidad de especies diferentes en función del contexto geopo-
lítico e histórico. Analizar su situación actual requiere reflexionar sobre la
imprecisión y el “uso inflacionario” del propio concepto (Kinzig, 2004),
que ya hemos tratado desde diferentes Ópticas en páginas anteriores.
Llamábamos la atención sobre el incorrecto estiramiento conceptual de
la denominación “crimen organizado” para categorizar de forma genérica
todas aquellas estructuras con capacidad de desestabilizar el orden político
y socioeconómico existente, así como a casi cualquier manifestación de
delincuencia no convencional (Sansó-Rubert, 2009). No obstante, a efec-
tos de este análisis, entendemos por delincuencia organizada solo aquellas
organizaciones con la suficiente identidad y calado como para constituir
una amenaza para el Estado y sus formas de representación democrática.
La criminalidad o delincuencia organizada adopta un proceso de pro-
yección esquematizado en dos fases principales: el afianzamiento y la ex-
pansión. La fase de afianzamiento consiste en la conquista o cooptación de
un territorio, en el cual se ejerce dominio en distintas variantes frente al
Estado, o frente a cualquier otro poder que pueda hacerle competencia o
confrontación. Ese dominio no hay que entenderlo de forma tradicional,
mediante formas visibles de intervención, sino como mecanismos camu-
flados de inserción en la esfera política y gubernamental. Solo después
de haber adquirido una posición fuerte, afianzando el control territorial,
económico y social, resulta factible emprender la expansión hacia nuevas
áreas geográficas, desplegando una serie de mecanismos de infiltración,
amedrentamiento y protección.
El grado de amenaza de las organizaciones criminales dependerá de su
fortaleza y medios frente a los de las instituciones estatales, así como de la
existencia o ausencia de incentivos socioeconómicos para que los represen-
tantes del Estado se involucren en actividades delictivas. En ese sentido, no
resulta extraño que, en los países que cuentan con sistemas de seguridad y
114 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

justicia eficientes, el desarrollo y la capacidad de amenaza de la criminali-


dad organizada sean inferiores a los de aquellas naciones caracterizadas por
mantener instituciones débiles y autoridades gubernamentales que toleran
las actividades delictivas.
El crimen organizado puede manipular también los afectos de pobla-
ciones enteras, generalmente caracterizadas por el retraso económico y las
desigualdades sociales, posicionándolas frente al gobierno central o frente
a las instituciones supranacionales. Valiéndose de ardides populistas, pre-
senta las actuaciones gubernamentales contra las organizaciones delictivas
como un ataque a tradiciones culturales ancestrales o intereses sociales le-
egítimos, fomentando el rechazo bajo el paraguas de sentimientos naciona-
listas o étnicos (Sansó-Rubert, 2008).
La actividad criminal organizada genera inestabilidad financiera, a la
par que distorsiones e ineficacias en los mercados. Provoca disfunciones
estructurales en la economía, que afectan negativamente a los ciudadanos y
a la estabilidad del sistema democrático. En conjunto, las repercusiones de
la inmersión del crimen organizado en el ámbito de la economía incluyen
inflación, distribución ineficiente de rentas, disolución del libre mercado y
la regulación económica estatal, pérdidas substanciales de productividad,
una visión utilitarista de la inversión, contraproducente con el crecimiento
económico prolongado y, en ocasiones, sobrevaluación monetaria. En lo
que se refiere al sistema financiero en particular, la volatilidad de los capi-
tales en manos de los grupos criminales dificulta las acciones correctas en
materia de política económica y provoca inestabilidad en las instituciones
bancarias y en el mercado del dinero en general, lo cual puede desembocar
en una crisis económica profunda.
El crimen organizado induce a desequilibrios económicos y largos pe-
riodos de recesión, al perjudicar la competitividad internacional. En países
con economías muy dependientes del sistema productivo criminal, cual-
quier esfuerzo para su erradicación y para el retorno a un funcionamiento
eficiente de los mercados, de la política y de la sociedad en general provo-
cará efectos recesivos en la economía y la consecuente contestación social.
Huelga señalar que, en esas circunstancias, el funcionamiento del Es-
tado se encuentra cada vez más alejado de los preceptos que, en teoría,
deberían regirlo. Por tanto, la vigencia del Estado se encuentra en entredi-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 115

cho, no por una “conspiración criminal” contra las instituciones, sino por
la descomposición política del aparato gubernamental, consumido por la
corrupción, la baja credibilidad pública de las autoridades constituidas, la
inexistencia o la falta de aplicación de normas regulativas actualizadas de la
vida común, la rampante ilegalidad, extendida a las más diversas activida-
des sociales y el creciente clima de inseguridad y violencia que enmarca la
vida cotidiana de la sociedad.

5.1. La faz antidemocrática de la criminalidad organizada y su


búsqueda de poder
La existencia de conexiones criminales con el aparato gubernamental
incide perniciosamente en la cultura política y en el sistema democrático
de los países. Pervierte el conjunto de valores y actitudes que hacen parte
de la acción política de los ciudadanos porque afecta de forma sensible el
entorno social de las reglas de juego y control. Distorsiona las líneas que
separan lo legal de lo ilegal, generando lealtades alternativas al Estado y
provocando cambios en la opinión pública, que afectan el funcionamiento
de las democracias.
La tendencia contemporánea apunta a que los dirigentes de esas orga-
nizaciones criminales traducen la riqueza acumulada en demandas políti-
cas, sociales y económicas. Aspiran a convertirse en miembros de la “élite
social y política” de las sociedades donde despliegan cuantiosos recursos,
destinando parte de su poder económico a obtener legitimidad social y
presencia con poder político. De esa manera, se termina produciendo una
asimilación social de los dirigentes criminales, entremezclados con las es-
feras de poder y reconocimiento socioeconómico (Sansó-Rubert, 2008).
No en vano el acceso al poder deviene una salvaguarda de su estatus.
Este se cristaliza en el carácter inmovilista de la criminalidad organizada,
en su mayoría de corte conservador y talante reaccionario ante los cambios,
sobre todo si estos pueden privarla de su situación privilegiada en los estra-
tos del poder (Sánchez, 2005). Ello explica que, a priori, las organizaciones
criminales estén esencialmente a favor del statu quo, siempre que las bene-
ficie, y sean agnósticas en asuntos de política, excepto cuando se trata de
apoyar a aquellos grupos que les permitan llevar a cabo sus programas. De
116 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

ahí se deduce la “inestabilidad” de sus lealtades políticas, ya que en último


término no son más que una instrumentalización pragmática a favor de sus
propios intereses (Sansó-Rubert, 2008).
En la búsqueda de acceder al poder, el sistema electoral tampoco escapa
a su esfera de influencia. En no pocas ocasiones recurren a la manipulación
del proceso electoral, mediante la postulación de candidatos propios, hacia
los que canalizan ingentes recursos económicos e informativos, proceden-
tes de sus negocios ilícitos. En regiones donde el clientelismo es una ca-
racterística endémica, pueden poner al servicio del candidato “predilecto”
contingentes electores indispensables para la victoria. Su poder económico
les permite, llegado el caso, subordinar a partidos políticos preexistentes o
crear los suyos propios, para así tener un mejor control sobre toda la es-
tructura de decisiones en las instituciones de representación política. Con
ello contribuyen a deformar y desacreditar la democracia, reemplazando la
auténtica representatividad electa por la mercantilización instrumental de
candidatos y electores (Sansó-Rubert, 2008).
Los despliegues del crimen organizado en lo que transcurre del siglo
XXI se caracterizan por mantener relaciones de naturaleza simbiótica en-
tre organizaciones delictivas y autoridades gubernamentales que actúan de
forma interdependiente y perduran en la escena internacional. Ese tipo de
vinculaciones sigue sin estudiarse a fondo, para poder entender los órdenes
políticos y la inestabilidad que puede tener un determinado país a pesar
de que sus indicadores de desarrollo cumplan las metas o programas pre-
establecidos.
Una aproximación novedosa al problema puede venir del uso del con-
cepto “crimilegalidad”, que explica cómo los patrones regulares de inter-
cambio e interacción social entre actores privados y públicos, estatales y
no-estatales, se extienden sobre el lindero que divide al ámbito de la lega-
lidad del espacio criminal e influyen en el carácter, la forma y la evolución
del orden político. En ese tipo de órdenes crimilegales, la delincuencia
organizada adquiere mayor poder político porque la violencia y la coerción
se convierten en factores centrales de la construcción simbiótica (Schultze-
Kraft, 2016).
La viabilidad democrática y la sustentabilidad orgánica de los Estados
dependerá de la fortaleza institucional que cada país mantenga en sus capa-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 117

cidades preventivas y en su racionalidad económica, para destinar recursos


a potenciar los organismos de control, y articular medios preventivos y
reactivos frente a las amenazas locales e internacionales. Por supuesto, to-
dos los Estados son vulnerables a la infiltración criminal, pero existe una
diferencia cualitativa entre Estados autónomos, relativamente efectivos y
Estados débiles o impotentes (Casanovas, 2008).
Los Estados con una falta de consolidación en el sistema democrático y
un deficiente desarrollo de sus instituciones públicas configuran un terreno
propicio para la actividad de los grupos criminales (Kinzig, 2004). Puede
llegarse a situaciones de “pillaje estable” y de toma estatal o de Estados cri-
minalmente secuestrados (Buzan, 1991; Allum y Siebert, 2005). El ezhos
del crimen organizado es profundamente pragmático: no aspira, 4 priori,
a subvertir el orden establecido, siempre que pueda ponerlo a su servicio.

5.2. Estados débiles y criminalmente cautivos

Existe la preocupación fundada acerca de la peligrosidad que entraña


la criminalidad organizada, sobre todo a medida que se profundiza en su
conocimiento y destrezas, así como en las formas en las que burla e infiltra
los mecanismos de control de la democracia, erosiona el estado de derecho,
lesiona la urdimbre social y compromete la seguridad pública y el buen
gobierno.
A este respecto, resulta esencial reflexionar sobre los impactos de la
delincuencia organizada en las sociedades y gobiernos, así como discutir
en qué forma y de qué manera resulta factible neutralizarla. Para ello, es
necesario conocer los vínculos potenciales o reales que existen o podrían
establecerse entre las autoridades estatales e instituciones gubernamentales
y el crimen organizado nacional y global.
No debemos olvidar que el crimen organizado tiene como rasgo par-
ticular su carácter transnacional, por las flexibilidades políticas, jurídicas
y laborales que abrió la globalización a la circulación de capitales, la posi-
bilidad de ocultar sus operadores bursátiles, la tolerancia hacia el funcio-
namiento de los llamados “paraísos fiscales” y la apertura de los países al
movimiento de dinero especulativo. Esos aspectos constituyen escenarios
privilegiados para el desarrollo de estrategias criminales internacionales
118 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

con conexiones locales. Las organizaciones delincuenciales establecen par-


tes de sí mismas en otros países con facilidad, y mantienen relaciones con
autoridades oficiales y con miembros de otras organizaciones en el exterior,
expansiones que aceleran el tráfico ilícito de armas, personas y narcóticos,
entre otras actividades.
Existen dos perspectivas diferenciadas del fenómeno. Por un lado, se
encuentran quienes identifican al crimen organizado como una modalidad
de comercio ilegal, típico de países con altas tasas de informalidad laboral.
Interpretan el uso de la violencia y la corrupción como un mecanismo
propicio para la obtención de favores o beneficios ilícitos. Observan toda
esa trama como manifestación propia de sociedades caracterizadas por una
débil institucionalidad y altos grados de inestabilidad política. Por otro
lado, se posicionan aquellos que interpretan que los grupos de delincuen-
cia organizada corrompen el sector público como medio efectivo para en-
frentar con impunidad a los Estados y quebrantar el estado de derecho,
lastrando cualquier intento de alcanzar un desarrollo político y económico
sostenido.
Siguiendo esa línea argumentativa, la abdicación del poder estatal (ya
sea de forma parcial o total) es una condición sine qua non de la exito-
sa empresa criminal. La ausencia de monopolio estatal sobre los recursos
coercitivos y políticos abona la semilla para el florecimiento, el fortaleci-
miento y la expansión de la criminalidad organizada. Un contexto nefasto
lo conforman las alianzas entre políticos, organizaciones delictivas y el apa-
rato de seguridad estatal, responsable de la persecución del delito y de la
administración judicial. Dicha connivencia genera en la práctica respuestas
lentas y vacilantes de los gobiernos o constituye parte directa de la omisión
de respuestas públicas. Su manifestación más dañina se plasma cuando se
fomentan obstáculos para la cooperación internacional destinada a erradi-
car el problema. El resultado: Estados que deben enfrentar regiones al bor-
de del colapso, transformadas en refugio para la delincuencia organizada
(Sansó-Rubert, 2008).
En la actualidad, en muchas partes del mundo, el mal gobierno, la
corrupción y los conflictos civiles de diferente naturaleza han llevado a
un progresivo debilitamiento del poder del Estado y al resquebrajamiento
de las estructuras de control social. Los casos dramáticos de colapso de las
Crimen organizado y seguridad multidimensional 119

instituciones del Estado acarrean su sustitución efectiva en la provisión de


bienes y servicios públicos primarios. Cuando los Estados se descompo-
nen, la delincuencia organizada toma la iniciativa. La búsqueda manifiesta
del poder ha llevado a concebir la delincuencia organizada como una nue-
va forma de autoritarismo político no estatal (Shelley, 1999), imperante en
aquellos espacios geográficos en los que ha logrado reemplazar al gobierno
legítimo y desplegar un control social alternativo al oficial.
Existen tres concepciones diferentes sobre la naturaleza de las relacio-
nes entre el crimen organizado y el Estado. Una de ellas tiene que ver
con la “condescendencia”, que significa la representación voluntaria o la
protección de los individuos e intereses del crimen organizado por parte
de autoridades públicas. La segunda concepción hace referencia a la “inca-
pacidad”, es decir, la debilidad estatal para desalentar, detener o castigar las
actividades del crimen organizado. La tercera alude a la “incompetencia”,
en el sentido de que el Estado es incapaz de neutralizar la actividad cri-
minal organizada, en razón de la ausencia de destrezas, recursos e ideas, o
bien de incentivos suficientes para ello. Se produce, por consiguiente, una
infiltración criminal progresiva del aparato del Estado.
Esas tres situaciones no encierran la misma peligrosidad. La condescen-
dencia revela una relación simbiótica entre el Estado y el crimen organiza-
do, con beneficios que no son recíprocos, pero al menos sí proporcionados
a favor de los partícipes. El desarrollo de una interacción delincuencial con
los sectores legítimos de poder permite amasar recursos, capitales, informa-
ción y conocimiento empresarial hasta alcanzar la etapa simbiótica. En ese
preciso momento, los sectores políticos y económicos se hacen dependien-
tes de los monopolios y redes delictuales.
En la cúspide evolutiva del poder criminal, es ilusorio buscar disimi-
litudes entre Estado y crimen organizado. Lupsha (1996) identifica tres
etapas en la evolución global de las organizaciones criminales. La primera
son los grupos de influjo emergentes, que bien surgieron de la ausencia de
la sociedad civil, como en la antigua Unión Soviética, o de la insurgencia
y el conflicto. La segunda son organizaciones transnacionales o de víncu-
lo, alimentadas por conexiones simbióticas con sectores específicos de los
Estados. La tercera son las organizaciones consolidadas o corporativizadas.
Estas últimas están profundamente incrustadas en los sistemas políticos
120 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

y económicos, y sus vastos recursos las habilitan para atenazar al Estado


siempre y cuando lo deseen.
En situaciones de imperiosa necesidad, algunos Estados se han presta-
do a establecer alianzas inconfesables con organizaciones criminales. Así
aconteció con las democracias que se enfrentaron a los totalitarismos y
autoritarismos del siglo XX, al comunismo y al nazismo. De igual forma,
en la historia reciente (de Kosovo, Albania, Afganistán, Italia, China, el
Caribe y América Central) existen una pluralidad de episodios cuyas con-
secuencias no han tardado en dejar sentir sus efectos duraderos (Gayraud,
2007, pp. 168-186).
Siguiendo esa línea argumentativa, cabe plantearnos la siguiente pre-
gunta: ¿está el crimen organizado involucrándose en el gobierno, o más
bien está el gobierno involucrándose en el crimen organizado? De ahí se
deriva la segunda tipología, que tiene que ver con el proceso en el que el
Estado o partes de él se transforman en manifestaciones de delincuencia
organizada.
Dentro de esa tipología se puede encontrar, grosso modo, a políticos y/o
funcionarios actuando como organizaciones criminales. Se trata de la crea-
ción de estructuras delictivas a partir del propio Estado. Ocurre bien por la
transformación o reconversión del aparato del Estado en organizaciones de
delincuencia organizada, muy recurrente en países que han tenido cambios
políticos profundos o en democracias caracterizadas por su juventud, o
bien por procesos de contagio criminógeno, cuando elementos de los cuer-
pos de seguridad se incorporan a las filas de la delincuencia organizada.
Las razones de la transformación total o parcial residen en que los
miembros de la función pública y de la €clase política” constituyen un
staff altamente cualificado y capacitado, que cuenta con gran capacidad de
información y contactos. Además, conocen en profundidad el funciona-
miento de la esfera pública, la administración de justicia, los límites cons-
titucionales y las carencias legales del aparato burocrático que repercute en
el funcionamiento del sistema democrático.
La existencia del crimen organizado implica necesariamente algún gra-
do de protección de la autoridad (Geffray, 2002). La perduración de las
actividades de un grupo criminal, a lo largo de un período de tiempo con-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 121

siderable, suele suponer la existencia de un vínculo de cooperación entre


funcionarios públicos a escala local, nacional o supranacional. Esto ocurre
con independencia del tipo específico de régimen político del Estado en
que el grupo criminal se asienta para sus operaciones (Godson, 2003).
La forma más adecuada de analizar el fenómeno consiste en tratar a las
organizaciones delincuenciales como si fueran sistemas, con sus propias
autoridades, regímenes y estructuras (Armao, 2000). Cada uno de esos
sistemas, como tal, interactúa con su entorno por medio de otros subsiste-
mas como la política, el ámbito jurídico, el económico o el social (Allum,
2000). Desde esta perspectiva, resulta importante la interacción entre los
sistemas porque la fuerza de una organización criminal depende de su ca-
pacidad para desarrollar una red de relaciones con los miembros de otros
sistemas (empresarios, políticos y funcionarios). Como habíamos adverti-
do en páginas precedentes, esas características también forman parte del
problema de la interdependencia criminal.
Un contexto nefasto lo conforman las alianzas entre los políticos, las
organizaciones delictivas y el aparato de seguridad estatal, responsable de
la persecución del delito y de la administración judicial (Waller y Yasmann,
1995). Dicha connivencia genera en la práctica la omisión de respuesta
pública, porque están en juego relaciones vinculantes que generan muchos
recursos a distribuir en todo el mundo. Los vínculos que existieron entre
las mafias italianas y el Partido Demócrata Cristiano, y los existentes entre
el Partido Demócrata Liberal de Japón y las organizaciones Yakuza cons-
tituyen claros casos de observación (Gambetta, 1993; Milhaupt y West,
2000). Ejemplos más recientes los tenemos en la ex Yugoslavia de Slobo-
dan Milosevic, en Irak durante el gobierno de Saddam Hussein y en Mé-
xico (Kóppel y Székely, 2005; Rivera, 2017). Su manifestación más dañina
se plasma cuando lo que impera, más allá de la catarsis institucional, es el
fomento de obstáculos a la cooperación internacional destinada a erradi-
car el problema. De ahí que sus resultados sean nocivos para la seguridad
internacional, porque existen Estados que se transforman en refugio de la
delincuencia organizada transnacional (Berdal y Serrano, 2005).
Flores Pérez (2009) presenta una magnífica compilación de modelos
explicativos para evidenciar la relación entre la delincuencia organizada y
la esfera política. El primero en abordarla es el modelo evolutivo desarro-
122 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

llado por Peter Lupsha (1996), que presenta una tipología de las relaciones
entre criminales y el mundo político a partir de una concepción evolutiva
de la organización criminal. En sus principios, esta se encontraría en una
etapa identificada como predatoria. Sería una organización asentada en un
área determinada y podría estar integrada indistintamente por un reducido
número de individuos, o por una gran cantidad de ellos. En todo caso, su
rasgo distintivo es la creciente capacidad para monopolizar el uso ilícito de
la fuerza en las zonas donde se asienta.
En una segunda etapa, denominada parasitaria, el grupo ha desarrolla-
do diversas capacidades logísticas e interacciones de cooptación o corrup-
ción con los sectores de poder legítimos y la administración pública. A
su control sobre las actividades delictivas realizadas en un área delimitada
se añade su capacidad de intermediar y satisfacer distintas necesidades de
grupos sociales que esperan recibir bienes y servicios ilícitos. La corrup-
ción política permite que las actividades del grupo criminal se consoliden
y este se barniza de legitimidad, al interactuar con los grupos privilegia-
dos. Incursiona en los sectores económicos legales, se fortalece con nue-
vos recursos a través de capital, información y habilidades organizativas,
y extiende su influencia hacia nuevas áreas geográficas. Según establece
Lupsha (1996), en ese momento, la organización criminal se encuentra en
una situación de igualdad frente a los funcionarios públicos y deja de ser
dependiente de ellos.
La tercera etapa, denominada simbiótica, se caracteriza por la trans-
formación de las relaciones parasitarias de los grupos criminales frente al
mundo lícito, en vínculos mutualistas. Los sectores económicos y políticos
legítimos dependen ahora de los grupos criminales. Según el autor, las
herramientas tradicionales para hacer valer la ley y combatir la criminali-
dad han dejado de operar, pues el crimen organizado se ha convertido en
una parte fundamental de la estructura de decisiones del Estado en que se
asienta (Lupsha, 1996).

Tomando distancia con esos postulados, podemos apreciar algunos


problemas de enfoque en la tipología propuesta por Lupsha. En primer
lugar, como el propio autor observa, una variable clave para la existencia y
propagación del crimen organizado es la forma en que operan las estruc-
turas políticas del Estado (Lupsha, 1996). Una variable fundamental, el
Crimen organizado y seguridad multidimensional 123

efecto de las características específicas del régimen político del Estado en


que se asienta el grupo criminal, aparece poco diferenciada en el esquema
evolutivo propuesto. En cambio, se da por descontado que toda organiza-
ción criminal, inicialmente subsidiaria de los intereses de grupos privile-
giados del statu quo, logrará emanciparse de estos, con independencia de la
capacidad de control social y político que esos intereses ejerzan mediante
las instituciones constituidas (Flores, 2009).
En segundo lugar, la atención del autor se centra exclusivamente en
los delincuentes y su organización, como si el papel de las autoridades
gubernamentales en el desarrollo de toda la actividad delictiva se redujera,
en todos los casos, a ser meras espectadoras, susceptibles de ser corrompi-
das. Todo ello, a pesar de que en las tres etapas de la evolución del crimen
organizado aparecen estrechamente involucrados integrantes del mundo
político, sea como destinatarios principales o subsidiarios (Flores, 2009).
Más aún, cuando en la etapa predatoria es el mundo lícito quien se vale de
la organización criminal para beneficiar sus intereses.
En tercer lugar y directamente relacionado con el último razonamien-
to, la evolución de la otra parte del binomio que requiere el desarrollo de
la actividad ilícita, el mundo político, aparece indeterminada y sin caracte-
rísticas definidas. Es decir, resulta poco claro por qué y de qué manera las
autoridades gubernamentales y los funcionarios públicos, que inicialmente
constituían el elemento principal de la relación, pierden poder ante los
delincuentes y terminan siendo subsidiarios de estos, si a lo largo de la evo-
lución de la estructura delictiva, también recibieron beneficios. Es difícil
suponer que grupos políticos que al comienzo recibían considerables be-
neficios de la relación criminal se conformen con obtener cada vez menos
incentivos, si no existe de por medio ninguna modificación estructural en
el contexto del vínculo (Flores, 2009).
Otro modelo explicativo sobre el entorno político en el que se desa-
rrolla la actividad criminal es el de Williams y Godson (2002). En este
caso, los aspectos fundamentales del esquema son la fortaleza del Estado,
el carácter democrático o autoritario del régimen y el grado en que se en-
cuentra institucionalizado el cumplimiento de la ley. El modelo propuesto
por estos autores identifica cinco categorías de entornos políticos: Estado
débil, Estado fuerte en proceso de debilitamiento, Estados caracterizados
124 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

por la existencia de conflictos étnicos o actividad terrorista y Estados de-


mocráticos fuertes, con altos niveles de legitimidad, transparencia y cum-
plimiento de la ley.
De conformidad con esa tipología, los Estados débiles han sido identi-
ficados como terrenos propicios para el florecimiento del crimen organiza-
do. Desafortunadamente, los autores no abundan sobre las características
que permitirían entender empírica o conceptualmente la debilidad de un
Estado. Consideran también que los regímenes autoritarios tienen un ca-
rácter que favorece la incubación de organizaciones criminales. Los bajos
niveles de legitimidad y capacidad de operación del Estado permiten que
las organizaciones criminales funcionen con amplia impunidad, ya que
esa misma debilidad institucional facilita las relaciones clientelares entre
una clase política poco sólida y organizaciones criminales con alta capaci-
dad de financiamiento. En tales condiciones, el crimen organizado puede
asentarse con facilidad en los Estados y utilizarlos como base de múltiples
Operaciones.
Desde el punto de vista de estos autores, los Estados fuertes en proceso
de debilitamiento también favorecen el desarrollo de vínculos entre el cri-
men organizado y el mundo político, pero en este caso, se considera que
los delincuentes están subordinados originalmente al poder. Ejemplifican
sus razonamientos con los casos de México —no precisan el período— y la
ex Unión Soviética, donde consideran que los grupos criminales limitaban
sus actividades de acuerdo con los designios de los intereses políticos (Flo-
res, 2009). La transición política habría erosionado los aparatos estatales,
de modo que el predominio de los funcionarios públicos en la relación
criminal se habría ido tornando más incierto con el tiempo.
Las condiciones para el desarrollo del vínculo entre criminales y polí-
ticos se enmarcan en características específicas del entorno político, favo-
rables a la corrupción y la impunidad: monopolio del poder político por
medio de esquemas unipartidistas, nula supervisión de las acciones de la
clase política, falta de contrapesos en el ejercicio del poder y virtual inexis-
tencia de mecanismos de rendición de cuentas, debilidad de la sociedad
civil y predominio de relaciones clientelares en la sociedad (Flores, 2009).
La última categoría contemplada en la tipología son los Estados demo-
cráticos fuertes, identificados por poseer amplia legitimidad, transparencia
Crimen organizado y seguridad multidimensional 125

en el ejercicio del gobierno y efectivo cumplimiento de la ley. Según los


autores, estos factores inhiben el surgimiento y el desarrollo de un nexo de
colaboración entre el crimen organizado y las élites políticas y administra-
tivas, e impiden que se convierta en una influencia básica en las decisiones
políticas nacionales.
Desde una perspectiva sistémica, los modelos contemplarían dos for-
matos. El primero, denominado centralizado, supondría la articulación de
una organización coherente y nuclear, que vincularía el mundo político
con el crimen organizado, de manera que los líderes políticos controlan a
la delincuencia de manera vertical y descendente (Bailey y Godson, 2000).
En la lógica de ese modelo, las altas jerarquías políticas controlan las activi-
dades criminales organizadas y les brindan protección frente a los organis-
mos de procuración de justicia, internos y extranjeros. Los intereses políti-
cos y criminales se entremezclan, con el claro predominio de los primeros.
El propósito del control que se ejerce sobre la criminalidad es el enrique-
cimiento individual de los miembros de la clase política y la conservación
del poder hegemónico que ejerce en la sociedad (Bailey y Godson, 2000).
El segundo formato disecciona el fenómeno desde una perspectiva frag-
mentada y competitiva, es decir, considera que existe un conjunto fluido
de relaciones entre el liderazgo político y las organizaciones criminales, de
manera que dichas alianzas son dinámicas y se modifican por múltiples
circunstancias. Desde ese enfoque, el liderazgo y las condiciones de subor-
dinación dentro de las relaciones entre políticos y delincuentes no están es-
tablecidos de manera inexorable. A diferencia de la perspectiva anterior, los
delincuentes pueden incluso tomar la iniciativa y asumir el control respec-
to a la relación. El fenómeno es percibido como la existencia de diversos
subsistemas político-criminales, en los que las relaciones entre líderes polí-
ticos y delincuentes pueden operar a escala subnacional, esto es, a partir de
la connivencia de estos con autoridades locales (Bailey y Godson, 2000).
En esa lógica no existe un *jefe de capos” en ninguno de los dos mundos,
el delictivo y el político, sino que diversos políticos se benefician de manera
personal al establecer alianzas con diferentes organizaciones criminales.
Como hemos dicho, el liderazgo que se establece en cada una de esas
relaciones fluctúa. En algunas ocasiones, los delincuentes controlan a las
autoridades gubernamentales y los funcionarios públicos. En otras, son
126 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

estos últimos quienes extorsionan a los delincuentes. Se trata de acuerdos


fuidos, más que de un control vertical sobre los delincuentes, establecido
desde la cumbre del poder político. El interés de enriquecimiento indivi-
dual de los funcionarios perdura, sin embargo, el objetivo de conservar el
poder de la clase política, como estructura unitaria, se difumina (Flores,
2009).
Esa interpretación es significativa, porque diferencia implícitamente
entre formas de articular los vínculos entre la política y el crimen orga-
nizado, a partir de las características del régimen político que enmarca las
redes de cooperación entre los actores pertenecientes a los dos ámbitos. Sin
embargo, no desarrolla a fondo sus propias implicaciones respecto a la in-
Ñuencia que en tales relaciones ejerce la manera de estructurar y distribuir
el poder.

5.3. El negocio de la protección


Los estudios sobre el crimen organizado han tenido otra referencia in-
eludible en la obra de Gambetta (1993). Según este sociólogo, este está
asociado con la producción de dos tipos de bienes: la protección y la venta
de bienes y servicios ilegales. El mayor reto para lograr su neutralización
surge cuando la criminalidad organizada establece lazos estables con el
poder político o con el económico, operando desde el encubrimiento y
la salvaguarda institucional (Napoleoni, 2008). Aparece aquí una doble
perspectiva de la protección: organizaciones criminales como proveedoras
de esta, pero también como demandantes.
El papel de los Estados en la esfera de la actividad criminal es un cam-
po de investigación aún por desgranar. La investigación criminológica ha
demostrado que, en determinados momentos de la historia (e incluso en
el presente, bajo circunstancias concretas), los gobiernos han operado den-
tro y fuera de sus respectivos territorios como auténticas organizaciones
criminales transnacionales. En África, Asia y América Latina no resulta
complicado encontrar casos de estudio, al igual que en Europa del Este y la
región balcánica, con el supuesto de Serbia bajo el mandato de Milosevic.
La fórmula para obtener la protección práctica de los políticos y altos
funcionarios consiste en hacer un uso generoso de la cooptación, las ame-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 127

nazas encubiertas y la corrupción, asumiendo la inversión monetaria como


costes ineludibles para el éxito de la actividad delictiva, así como para la
supervivencia de la organización. Hay que entender la protección brinda-
da a la delincuencia organizada desde el aparato gubernamental como la
conjugación de conductas extorsivas, sumadas a la adopción de posicio-
namientos de sumisión interesada frente al poder del Estado, como una
forma inteligente de eludir la violencia represiva estatal.
Podemos tomar como referencia a las organizaciones dedicadas a pro-
ducir, traficar y distribuir drogas, por ser esta modalidad de tráfico ilícito
la de mayor impacto internacional y la más común. Al desarrollar su ac-
tividad principal en un mercado ilícito, estas no tienen garantías legales
ni judiciales, en caso de impago o estafa. Además, su mayor enemigo es
la expropiación de mercancía y medios logísticos por parte del Estado,
cuando decide aplicar la ley. De ahí que, para estas, resulte fundamental
la intervención proteccionista estatal en aras de asegurarse garantías que
favorezcan su viabilidad a largo plazo. Sin duda, el mejor agente protector
es el propio Estado, que a través de sus redes corruptas puede garantizar la
represión de comportamientos inadecuados, tanto de subordinados como
de clientes y proveedores de bienes y servicios legales e ilegales.
El mecanismo de regulación del tráfico de drogas en algunos momentos
de la historia de México, por citar un ejemplo ampliamente estudiado y
documentado (Bailey y Godson, 2000), ha operado a través del otorga-
miento de franquicias por parte del gobierno, controlado a través de sus
agencias de Policía Federal y de los militares (Poppa, 2000). Ese sistema se
ha caracterizado por un diseño muy centralizado y de naturaleza coercitiva,
dado que los traficantes no pueden eludir los pagos si quieren participar
en el mercado.
El conjunto del sistema se articula alrededor del arquetipo o modelo
de “la plaza”, aunque en los últimos años esa tipología haya ido perdiendo
preeminencia por diversas causas. Entre ellas destaca la acumulación, por
parte de los traficantes, de varias plazas a un tiempo y la progresiva difu-
minación de las tareas que ejercen los vendedores de la plaza (agentes de
seguridad pública), y quienes ostentan temporalmente la hegemonía sobre
ella, porque han comprado su protección, es decir, los traficantes propia-
mente dichos.
128 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Siguiendo los excelentes trabajos de Resa Nestares (1999), la noción


del funcionamiento de la plaza supone que los poderes públicos venden al
mejor postor la licencia para ejercer el monopolio del tráfico de drogas, al
igual que otros actos ilícitos, a un traficante o grupo de traficantes coali-
gados en un espacio geográfico delimitado. La licencia tiene, en principio,
una duración temporal ilimitada, pero está sujeta a la capacidad de los
agentes públicos de revocarla en cualquier momento, a su libre albedrío.
Hacia abajo, el traficante puede vender partes más pequeñas y también
menos lucrativas del monopolio, como es la distribución al por menor
dentro del ámbito de acción de la plaza, a organizaciones de menor tama-
ño, a cambio de retribuciones específicas, que pueden ser monetarias o en
especie. Ese es el derecho que los traficantes protegidos se arrogan y que
conceden con el objetivo de maximizar los beneficios en una determinada
plaza, a través de una división flexible del trabajo.
Los traficantes, mientras dura la licencia, deben enviar una cuota fija de
dinero a las autoridades pertinentes. Aunque el mantenimiento del flujo
de capitales es una condición necesaria, no basta para conservar la licencia.
Junto al efectivo, los traficantes deben colaborar con la misión principal
encomendada por las autoridades a los organismos de seguridad: mini-
mizar los niveles de conflicto social y político. Esa exigencia implica, en
primer lugar, que deben mantener bajo control, y sobre todo alejada del
ojo público, la violencia dentro de las organizaciones y la que ejercen con-
tra elementos que pueden poner en peligro su posición de privilegio. La
reciprocidad, implica, además, que no debe afectarse la integridad personal
de las autoridades, ni de personajes de fuerte presencia pública, con la ex-
cepción de los miembros de la oposición (Resa, 1999).
La intencionalidad de ese sistema radica en no despertar suspicacias
públicas con respecto a la connivencia entre el poder político y la crimina-
lidad organizada. Incluso, en aras de mantener una apariencia de pax social,
es habitual que las organizaciones criminales cooperen con sus protectores
en la resolución de casos muy relevantes y en el mantenimiento de la segu-
ridad pública para, de ese modo, afianzar la posición pública de estos frente
a un electorado potencial.
También para salvaguardar las actividades delictivas del escrutinio pú-
blico, es factible encontrar supuestos en los que la autoridad estatal crimi-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 129

nalizada encargue a las organizaciones delictivas, como brazo ejecutor, el


amedrentamiento bajo amenaza o, incluso, la eliminación física de miem-
bros incómodos de la comunidad informativa. Llegado el caso, la elimina-
ción puede extenderse a representantes de la oposición política.
En un estadio inferior, también es posible identificar situaciones en las
que se corrompe el sector de la información a través de la cooptación de
miembros de los medios de comunicación, e incluso de los propios me-
dios, para que dediquen sus esfuerzos a alabar los “logros” de los gobiernos
que les pagan, de una parte, y de otra, a distorsionar la realidad delictiva
imperante, minimizando su intensidad. En el supuesto de que periodistas
u otros sujetos asimilados (como defensores de los derechos humanos y
miembros de Organizaciones no Gubernamentales) insistan en cumplir
con su labor informativa, serían objeto de interés de gobiernos y organiza-
ciones criminales. Sobre estas últimas recaería el cometido de reorientar las
inquietudes informativas aplicando todo tipo de métodos habituales, que
servirán a modo de violencia pedagógica para aleccionar a los colectivos
implicados.
Pimentel (1999) afirma que ese sistema de control permite a las auto-
ridades públicas, aparte de su enriquecimiento personal, dedicar recursos
para el desarrollo, la inversión y la financiación de campañas electorales,
para perpetuarse en el poder el máximo tiempo posible. La utilización de
los dividendos provenientes de las actividades delictivas como medio de
financiación de iniciativas políticas no ha sido inusual en la historia del
tráfico de drogas (McCoy, 1991).
De igual forma, dentro de las posibles variables que habilita el esque-
ma extorsivo de protección criminal, existe constancia de cómo algunos
Estados (como el mexicano y el guatemalteco) han interferido en la esfera
política y social a través de las organizaciones criminales objeto de su pro-
tección. La fórmula empleada consiste en conferirles el estatus policial o,
inclusive, el de personal adscrito a los servicios de inteligencia nacional. El
compromiso estatal de protección llega a tal nivel que es el propio Estado
el que dota de protección personal a los líderes de las organizaciones crimi-
nales, destinando esta encomienda a funcionarios de Policía o militares en
activo. Son ellos los encargados de proteger los lugares de producción, el
tránsito de la mercadería ilícita y su almacenamiento (Resa, 1999).
130 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

La alta institucionalización de la cooptación y corrupción policial en


los organismos de seguridad pública de algunos países se traduce, con algu-
na excepción de las Fuerzas Armadas, en un bajo grado de burocratización
y altos componentes de informalidad. La sistematización de los objetivos
y las fuentes permite que, aunque en apariencia dependan de individuos
concretos, se adapten con facilidad a las cambiantes circunstancias y a las
transiciones en los puestos de mando. La sucesión en el esquema de co-
rrupción es casi inmediata. Las agencias de seguridad, como institución
jerarquizada, han quedado vaciadas de contenido. Las únicas líneas de
mando existentes las marcan la circulación del dinero y la solidaridad in-
tergrupal ante acciones de terceros (Martínez de Murguía, 1998).

La lealtad, por lo tanto, no es hacia el organismo y la institución, sino


hacia los compañeros y jefes, que son quienes participan y deciden en los
mecanismos lucrativos de corrupción, y con los cuales se comparte una
voluntad de solapamiento común. Ese modelo de organización, que cons-
truye mecanismos paralelos a través de los cuales circulan la información
y las órdenes, más allá del propio organismo, no supone ninguna novedad
en buena parte de los Estados menos desarrollados.
La progresiva militarización de las agencias de seguridad pública y del
combate al tráfico de drogas, como ha acontecido en México y en otros
países de América Latina, y la creciente asunción de tareas antinarcóticos
por parte de las Fuerzas Armadas, han generado desencuentros debido a
que la presencia de militares ha tendido a distorsionar las redes verticales
de corrupción dentro de las policías. Ello se ha traducido en enconados
conflictos por ver quién ejerce la protección sobre las organizaciones cri-
minales. También se han generado conflictos operativos de gran calado
entre los delincuentes protegidos por militares y por policías. El escenario
ejemplarizante más evidente de esa discordancia fue el asesinato de siete
agentes federales a manos de militares en el estado caribeño de Veracruz,
México. Los militares estaban protegiendo un envío de cocaína desde Co-
lombia cuando aparecieron los policías federales, que habían sido alertados
del vuelo por agencias estadounidenses (Washington Post, 29 de noviembre
de 1991, citado en Resa, 1999).

Llegados a este punto y una vez analizada la opción de la criminali-


zación estatal, resulta de vital importancia delimitar la distinción entre
Crimen organizado y seguridad multidimensional 131

políticas institucionales ilegales o abiertamente criminales y la captura del


Estado o Estado cautivo por poderes clandestinos, favorecida por su de-
bilidad institucional. Ejemplos de lo anterior pueden ser encontrados en
el amplio espectro de Estados que, a lo largo de la historia, explotaron su
autoridad para perpetuar el poder y la riqueza de una élite dominante, a
menudo en tándem con operarios criminales. Las estratagemas adoptadas
para alcanzar estos fines pueden ser sofisticadas y revestidas con adornos
de procedimientos democráticos y gestión pública ortodoxa. No obstante,
debemos recalcar que el objetivo fundamental de la política estatal en su-
puestos de criminalización es el afianzamiento del régimen neopatrimonial
y la maximización del lucro obtenible para beneficio y disfrute personales.

5.4. Estados fallidos y crimen organizado: distancias y aproxi-


maciones conceptuales
Ante el malestar social, político y económico que ocasionan las activi-
dades relacionadas con el crimen organizado, la actitud normal de toda so-
ciedad consistiría en neutralizarlo a través de marcos legales e instituciones
de seguridad, sistemas de justicia, servicios de inteligencia y toda actividad
estatal que contribuya a ese objetivo.
Ello supone que los países con mayor capacidad y fortaleza legal e ins-
titucional son lugares con menor afectación del crimen organizado. La
variable del control juega un rol importante, como ambiente favorable o
desfavorable, y explica la infiltración del crimen organizado en espacios
nacionales e internacionales. Como mencionamos, los Estados débiles son
el contexto ideal para la convivencia entre crimen organizado y adminis-
tración pública.
Años atrás, el concepto de Estado fallido constituyó una nueva manera
de comprender las complejas amenazas que afectan a la seguridad mundial.
Si bien la noción fue usada en un principio por los Estados Unidos, para
legitimar su estrategia de seguridad nacional luego de los atentados terro-
ristas del 11 de septiembre de 2001, la expansión conceptual en política
exterior determinó que la ausencia de Estado y gobernabilidad en países en
conflicto ameritaba su intervención militar, como por ejemplo en Somalia,
Liberia y Sudán. En esa dinámica, se promovió un uso amplificado del
132 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

concepto, que incluía las facilidades y las estructuras que daban soporte y
facilitaban el terrorismo internacional.
La amplificación abarcaba los procesos fracasados de gobernanza, la
persistencia de guerras internas, la existencia de redes de crimen organiza-
do y la represión doméstica en países con renta baja, que paulatinamente se
convirtieron en preocupaciones centrales de la estrategia de seguridad in-
ternacional de los Estados Unidos (Santos, 2009, p. 5). El agrandamiento
conceptual asume que el Estado fallido es el espacio propicio o “rampa de
lanzamiento” que usa el terrorismo internacional para preparar, organizar
y entrenar operaciones que atentan contra la seguridad nacional e interna-
cional de los Estados Unidos (Kraxberger, 2007).
Entre las definiciones de Estado fallido, la que más se acerca a una vi-
sión tradicional es proporcionada por Robert Rotberg (2002), para quien
los Estados fallidos son “meras expresiones geográficas” convulsionadas por
violencias internas, provocadas por enfrentamientos armados de facciones
en conflicto, tales como grupos armados antiestatales, bandas criminales y
milicias. La provisión de bienes públicos a los habitantes es escasa o nula,
y los gobiernos han perdido legitimidad en una creciente pluralidad de
ciudadanos.
Para Santos (2009), el fracaso del Estado se refiere a la incapacidad de
proveer bienes políticos fundamentales, asociados con la estabilidad, la se-
guridad física, el funcionamiento de las instituciones políticas legítimas, la
administración de la economía y el bienestar social. Las deficiencias en esas
áreas son signos de fracaso, y hacen que el Estado sea incapaz de establecer
el monopolio legítimo de la fuerza para proteger a sus habitantes, porque
ocasionan además la pérdida del control soberano sobre su territorio.
Se trata de una nueva visión geoestratégica, que justifica la intervención
internacional en países que, por su incapacidad de autocontrol y de gobier-
no sobre el territorio, generarían alteraciones a la paz mundial. No obstan-
te, el concepto tiene pocas dimensiones analíticas para ser aplicado, por
no definir una metodología clara de intervención para el control y la pre-
vención del conflicto por parte de los países interesados en su aplicación.
Mucho más, cuando se presentan situaciones extremas como las sucedidas
en Afganistán, Iraq, Haití, Somalia, Yemen, Timor Oriental, Paquistán y
las Islas Salomón (Santos, 2009, p. 10).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 133

La noción tampoco hace una correcta diferenciación entre los Estados


fallidos y la escala del riesgo que presentan los diferentes países a la seguri-
dad internacional, porque muchos Estados se mueven entre la inestabilidad
y el colapso, la predictibilidad y la estabilidad como norma deseable. Por lo
tanto, la nueva geopolítica internacional parece centrar su metodología en
categorizar los Estados en función de su lejanía o cercanía del fallo estatal.
Según Rotberg (2002), los Estados deben clasificarse en fuertes, dé-
biles, fallidos y colapsados. La finalidad de la categorización es entender
por qué los Estados débiles pasan a ser Estados colapsados o fallidos en
el tiempo, y así ayudar a los gobernantes a diseñar métodos para prevenir
colapsos o fallos, revivirlos y asistirlos en un proceso de reconstrucción. Sin
embargo, el paso de un tipo de Estado a otro no es inevitable, porque un
Estado débil puede continuar siéndolo por mucho tiempo, sin ser destrui-
do. A continuación, ofrecemos una caracterización de cada uno de ellos.
e Estados fuertes: son los deseables para la comunidad internacional por-
que proveen adecuados niveles de seguridad pública a sus habitantes y
mantienen un control irrestricto de fronteras y territorios. Poseen una
alta calidad de bienes públicos, medidos en educación, salud, servicios
básicos, conocimientos, infraestructura y seguridad ciudadana.
e Estados débiles: cumplen las funciones de Estados fuertes de ma-
nera mixta, ya que realizan expectativas de adminsitación pública
fuerte en unas áreas, mientras que en otras lo hacen mal o de manera
escasa. Se consideran débiles debido a tensiones y conflictos que no
son abiertamente violentos, pero que podrían derivar en esos esce-
narios a futuro.
e Estados fallidos: son los que se encuentran afectados por conflictos
internos violentos, ocasionados por el combate del Estado contra
una o más facciones subversivas, y por presentar conflictos étnicos,
religiosos o lingiísticos. El Estado pierde legitimidad entre la pobla-
ción y las facciones insurgentes pasan a controlar grandes sectores de
territorio y población. El control de fronteras estatales es limitado o
precario””,

34 Desde el punto de vista de unidades estatales, no es nuevo el reconocimiento de la


existencia de los Estados fallidos. En 1994, la CIA estableció la Failed State Task Force
134 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

e Estados colapsados: se presentan como una rara versión de los Esta-


dos fallidos, en la que los bienes públicos son conseguidos por me-
dios privados. El Estado no brinda servicios mínimos de seguridad
y prima la ley del más fuerte, el desorden, la mentalidad anómica,
anárquica y, con ello, el tráfico de drogas, armas, personas y bienes
naturales. No son Estados reconocidos por la comunidad interna-
cional, sino que constituyen una mera expresión geográfica, domi-
nada por señores de la guerra, en contubernio con las “autoridades
estatales”.
En años recientes, ha empezado a desarrollarse una lista de indicadores
de paz global, construida a partir de variables sociales, económicas, políti-
cas y de derechos humanos, para clasificar a los países tomando en cuenta
los grados de peligrosidad que representarían para la comunidad interna-
cional”. En el caso de América Latina, el índice pone a varios países en
números rojos, o en el límite de convertirse en Estados fallidos. El tema
se complica porque algunas variables de análisis son inexistentes, como la
tasa de asesinatos con armas de fuego no registradas, el tráfico y la trata de
personas, el femicidio, las conexiones del crimen organizado con el sistema
financiero y el control territorial, que facilitarían ubicar las lógicas para el
lavado de dinero, entre otras dimensiones ligadas al crimen organizado
internacional y sus vinculaciones locales.
Desde una perspectiva más amplia, el concepto de Estado fallido ha
recibido diversas críticas políticas y metodológicas. Entre las críticas políti-
cas, se pueden mencionar las que recogemos a continuación.

para predecir casos de esa naturaleza. El Departamento de Defensa de Estados Unidos


contemplaba en 7he National Military Strategy, los espacios “desgobernados” como
una amenaza (United States Department of Defense, 2018, pp. 5, 10 y 11).
35 El Índice de Paz Global mide el nivel de paz y la ausencia de violencia de un país
o región. Es elaborado y publicado desde el año 2007 por el Institute for Economics
and Peace, junto a varios expertos de institutos para la paz, think tanks y el Centre for
Peace and Conflict Studies de la Universidad de Sydney. Los reportes incluyen variables
internas como violencia y criminalidad y externas, como el gasto militar y las guerras
en las que participa el país. El desglose de las variables puede mirarse en Vision of
Humanity (2019).
Crimen organizado y seguridad multidimensional 135

e Presenta una descripción superflua y ahistórica de los Estados criti-


cados, sin tener en cuenta las causas históricas de sus debilidades y
de sus instituciones públicas.
e Es muy expansivo, pues involucra realidades muy distintas entre los
países.
e Proviene de países con intereses hegemónicos, como los Estados
Unidos luego del fracaso de sus cuestionadas acciones de combate
al “eje del mal”, que pretendieron aglutinar a la opinión pública y
concentrar esfuerzos contra países no alineados con sus preceptos y
doctrinas.
e Constituye una nueva herramienta de la geopolítica mundial, que
vislumbra una nueva hegemonía extrahemisférica, sin capacidad au-
tocrítica.
e Se encuentra ligado estrechamente a la visión estadocéntrica, que no
admite explicaciones culturales y sociales del terrorismo y el crimen
organizado.
e No explica las relaciones de poder en el manejo de la política inter-
nacional y tampoco analiza las situaciones de interdependencia que
podrían intervenir en la construcción de Estado fallido.
e El control total del espacio geográfico y el debate en torno al prin-
cipio westfaliano de soberanía no quedan muy claros dentro del
concepto de Estado fallido, cuando se trata de Estados y gobiernos
dictatoriales (Santos, 2009).
Considerando esos factores, bien vale preguntarnos ¿qué aporte gene-
ra la visión estadocéntrica del “Estado fallido”, que se presenta como un
producto individual y nacionalista, con pocas conexiones interdependien-
tes? ¿Es capaz esa noción política de entender el crimen organizado trans-
nacional, incorporando dimensiones de seguridad multidimensional y de
Economía Política?
En primer lugar, debemos entender que el uso de la variable estadocén-
trica para analizar el comportamiento del crimen organizado transnacional
implica tener una mirada geopolítica diferenciada entre Estados emisores
y Estados receptores de las amenazas contra la seguridad internacional.
De hecho, existe la impresión de que estamos en un campo discursivo
136 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

que categoriza a los países entre buenos y malos Estados, y que no admite
causalidades del crimen organizado, porque lo concibe como el producto
de la amenaza externa que es ajena a la realidad interna de los países re-
ceptores. Esa concepción daría lugar a la justificación de política exterior
para la intervención de los países o potencias hegemónicas en los “Estados
emisores”.
En segundo lugar, la mirada centrada en el concepto de Estados na-
cionales fallidos sitúa las causas del crimen organizado según la variable
identidad, nacionalidad, grupo ético o regional. Ese criterio carece de fun-
damento teórico y empírico porque, además de constituir una clasificación
o tipología arbitraria, de origen unilateral, no existe evidencia de que los
Estados fallidos se constituyan en emisores de criminalidad específica en
función de la procedencia nacional de los criminales.
En tercer lugar, se desconocen las asimetrías del proceso de globaliza-
ción e interpendencia, pues los principales grupos o redes de criminales no
se expanden como creación absoluta de los Estados fallidos. Los múltiples
formatos de operación del crimen organizado conectan distintos espacios
locales y mundiales, independientemente de si existen o no Estados fuertes
o débiles. Ese tipo de criminalidad requiere logística y estrategias en red
transnacional, para perpetrar actividades delincuenciales.
En cuarto lugar, se desconoce el carácter analítico de la Economía Polí-
tica Internacional porque se reduce o encubre la participación de los países
o Estados fuertes y ricos en la corresponsabilidad del crimen organizado.
En un mercado criminal de oferta y demanda, no pueden existir Estados
emisores autocentrados sin que haya de por medio países receptores, que
demanden bienes criminales. Esa realidad no implica negar que existen
Estados vulnerables, con presencia de lógicas criminales transnacionales en
sus territorios, que infiltran la administración pública y la sociedad.
Por último, la dificultad metodológica se acrecienta al asumir que la
delincuencia organizada no es una realidad empírica que puede ser medi-
da mediante criterios positivistas (Fernández Steinko, 2013). Como cons-
tructo social, cambia y evoluciona a tenor de los intereses y percepciones
de la sociedad, en un momento determinado de su coyuntura social y po-
lítica (Christie, 2004; Aas, 2007; Bauman, 2002). Esa cuestión, además de
dificultar las posibles comparaciones en un período temporal prolongado
Crimen organizado y seguridad multidimensional 137

(porque un comportamiento criminal relevante ahora podría no serlo ma-


ñana), dificulta la posibilidad de establecer estudios comparados por áreas
geográficas, sobre todo si se atiende a las nuevas formas de manifestación
criminal organizada. Como botón de muestra, sirva la delincuencia orga-
nizada vinculada a la explotación fraudulenta y al tráfico de recursos mine-
rales y naturales, que goza de singular relevancia y seguimiento en Europa
Occidental. Sin embargo, ni siquiera está tipificada como ilícito penal en
otras partes del mundo.

5.5. La deriva de la corrupción


El concepto de corrupción es confuso y amplio. En su sentido físico,
es aplicable a cualquier objeto. En sus aspectos intelectual, sentimental,
político, social y económico, al ser humano en general. Aunque no todo
individuo claudica ante el dinero, las motivaciones de quienes caen en la
corrupción a menudo van más allá de lo meramente económico. La con-
vicción, el odio o la venganza, pasando por intereses de cualquier orden
(incluido el de favorecer a los suyos), pueden corromper a una persona
(Brioschi, 2010, p. 6).
Tampoco existe una sola clase de corrupción, ya que esta puede ser
tanto pública como privada, clásica o moderna, y afectar a instituciones
o sectores del Estado o de la Justicia, en sistemas democráticos o en dic-
taduras. Se trata esencialmente de un fenómeno que genera injusticia y
desigualdad entre los ciudadanos y, por ende, desconfianza, ante la falta
de respuestas adecuadas de quienes tendrían la obligación de perseguir las
prácticas corruptas.
En consecuencia, aumenta el desinterés por la defensa de lo público y la
apatía hacia un rearme ético, que tenga como base la educación y el apren-
dizaje. Sin embargo, ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros
no mantienen una actitud ética. Ningún país podrá sobreponerse a una
crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos, reflejo del quehacer de
sus políticos, siguen proliferando con total impunidad (Cortina, 2013).
La corrupción política, de la mano de la económica, se traduce en una
especie de privatización del Estado. Los servidores públicos patrimoniali-
zan sus puestos y el desempeño de los servicios públicos, olvidando que
138 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

son meros gestores de estos. Cobra paulatina fuerza el concepto de pa-


trimonialización de lo público, en detrimento de la idea democrática de
atención al ciudadano. Este es inducido a creer en la inocuidad o, incluso,
en la bondad del fenómeno.
La corrupción acompaña al poder. Ninguna forma de gobierno es in-
demne a las prácticas corruptas porque dicha actividad sobrevive en cual-
quier tiempo y bajo cualquier régimen. Ningún sistema legal es capaz de
erradicar y menos de disuadir de la búsqueda de enriquecimientos ilícitos.
Ningún sistema económico o financiero está seguro frente a la tentación de
obtener pingiles beneficios a través de prácticas corruptas.
Es una realidad incuestionable el hecho de que la corrupción ha per-
meado los Estados, desde el ámbito local al nacional, pasando por el fe-
deral, en su caso, aprovechando su capacidad de infiltración multinivel.
Cuando alcanza cierto nivel, la corrupción pública desnaturaliza a la pro-
pia democracia hasta el punto de que, si esta se corrompe, deja de ser de-
mocracia, al igual que el vino deja de serlo cuando se convierte en vinagre
(Nieto, 2012, p. 176).

Existen múltiples evidencias empíricas de las relaciones entre la delin-


cuencia organizada y las administraciones públicas. Como ya hemos visto,
no existe ningún sistema político libre de corrupción. Por ello, esta resulta
letal para la administración. “Toma forma o carácter sistémico, es decir, se
difumina en el tejido institucional de tal manera que los organismos pú-
blicos trabajan habitualmente con ella e, incluso, no pueden funcionar sin
ella. Ese fenómeno, sumado a la inexistencia operativa de mecanismos de
autodefensa, control e inteligencia policial mínimamente eficaces —sean
estos preventivos o represivos— termina garantizando la impunidad y el
desgobierno.
La corrupción, entendida de forma simplista como el uso abusivo del
poder público en beneficio privado, además de representar una de las
señas de identidad más características del crimen organizado, constituye
el mecanismo imprescindible para que las organizaciones delincuenciales
preserven su estatus y capacidad de acción. Conservar incólume el nexo
político-criminal no favorece la estabilidad política y la gobernanza de
los países.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 139

Identificada como un síntoma y no como una causa de la delincuencia


organizada, la corrupción ha sido catalogada en diversos estudios como un
factor dañino para el desarrollo económico (Lambsdorff, 1998; Rose-Ac-
kerman, 2001; Tanzi y Davoodi, 2001), el funcionamiento del estado de
derecho (Inglehart y Wenzel, 2005), la gobernabilidad (Kauffman, 2005) y
la confianza depositada en las instituciones (Pharr y Putnam, 2000; Norris,
1999; Della Porta y Vanucci, 1997).
El incremento en los niveles y la extensión de las actividades delictivas
organizadas, dentro o a través de varios países, han dependido del apoyo
implícito o explícito de funcionarios públicos corruptos. En algunos casos,
la corrupción pública ha sido otro de los requisitos centrales para la for-
mación de la delincuencia organizada, como ocurrió en varios países de la
extinta Unión Soviética (Buscaglia y Van Dijk, 2003).

Cada tipo de corrupción tiende a canalizarse a través de una forma


propia de gestión. Podemos identificar tanto comportamientos corruptos
motivados por organizaciones criminales, para obtener provecho de los
aparatos del Estado, como una segunda tipología, caracterizada por el pro-
ceso en el que el Estado o parte de este se convierten en o actúan para la
delincuencia organizada.
En el primer supuesto, los favores públicos sencillos, decididos por una
única persona o por unos pocos, y de precios no cuantiosos, se despachan
en negociaciones directas bilaterales, que carecen de formalidad alguna y
que se cierran con simples entregas de dinero u otros objetos de valor.
Cuando se trata de operaciones repetitivas, en las que los favores solicita-
dos deben tramitarse por imperativo legal, de acuerdo con procedimientos
complejos —en los que intervienen varios funcionarios y Órganos asesores
y deciden diferentes instancias políticas—, la negociación directa resulta
insuficiente. Entonces, se hace preciso montar organizaciones estables, es-
pecializadas en la gestión de tales procedimientos.
Dentro del elenco de conductas asociadas con comportamientos co-
rruptos, tipificadas como actos ilícitos, encontramos principalmente el
tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, la malversación
de caudales públicos y el desempeño de actividades incompatibles por per-
sonas que ostentan la condición de funcionario público. De ese modo, las
variantes de la corrupción son numerosas. Unas se realizan en beneficio ex-
140 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

clusivo de particulares y otras con participación de organizaciones públicas


o en provecho de organizaciones criminales.
En las últimas décadas, el conocimiento sobre el fenómeno de la co-
rrupción ha aumentado de forma exponencial. Actualmente existe infor-
mación exhaustiva sobre sus devastadoras consecuencias en todos los ám-
bitos (económicos, sociales y políticos) y sobre los principales factores que
causan el fenómeno. Desde la óptica de la gestión pública, se han impul-
sado iniciativas e innovaciones institucionales de políticas anticorrupción
a escala nacional y multilateral. Sin embargo, en aquellos sistemas en
los que las políticas gubernamentales son ineficientes, parciales, corruptas
y persiguen el beneficio de determinados grupos sociales, se imposibili-
ta desarrollar un sentido de solidaridad social y se estimula la confianza
particularizada en diferentes grupos sociales, por encima de la confianza
generalizada en toda la sociedad.
Cuando ocurre esto, cuando la confianza que prevalece es la que se
deposita en la familia, el clan, la etnia o el partido político, la política pú-
blica en esa sociedad se convierte en “un juego de suma cero entre grupos
en conflicto” (Rothstein y Uslaner, 2005, p. 45-46). En lugar de surgir las
normas formales que favorecen la producción de bienes públicos, se ins-
tala una práctica social depredadora, que imposibilita que las autoridades
gubernamentales cuenten con los recursos y los incentivos necesarios para
desarrollar políticas que combatan el crimen organizado.
La confluencia de tales factores y su influencia recíproca incentivan
comportamientos corruptos en elevados niveles. Dentro del funciona-
miento de las instituciones, destaca la existencia de redes clientelares que
reproducen prácticas políticas informales y benefician a determinados gru-
pos sociales. "Todo ello alimenta un sentimiento de anomia social y de des-

36 Cabe resaltar la Convención de Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada.


En el ámbito europeo, destacan las Convenciones Civil y Penal del Consejo de Euro-
pa, con la creación del GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción). También,
el grupo de trabajo sobre la integridad de los cargos públicos en la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Todas esas iniciativas buscan
estimular una mayor concienciación, en todos los niveles, sobre la necesidad de luchar
contra la corrupción y la delincuencia organizada, al tiempo que fomentan la puesta
en común de innovaciones ensayadas con éxito en algunos países.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 141

confianza generalizada entre los ciudadanos, y entre estos y las institucio-


nes de gobierno. Así, las sociedades son incapaces de construir el consenso
social necesario para abogar por políticas públicas que contengan controles
democráticos y rendición de cuentas de los representantes gubernamenta-
les encargados de combatir el crimen organizado.
Algunos trabajos sobre la corrupción, enmarcados en la teoría de la
agencia (Rose-Ackerman, 1999; Klitgaard, 1998), analizan cuáles son las
condiciones que generan incentivos para los comportamientos corruptos
de los individuos, obviando los factores de naturaleza social. Así, destaca la
famosa ecuación de la corrupción formulada por Klitgaard: C= M+D-A,
donde la corrupción (C) equivale al monopolio de la decisión (M), más
discrecionalidad (D), menos rendición de cuentas (A).
Cuanto más reducido sea el grupo de actores de quienes depende la
decisión sobre un asunto (monopolio); cuanto mayor sea el margen de
discrecionalidad del que disponen y cuanto menos y más ineficientes sean
los controles sobre ellos, mayor será la probabilidad de que surja la corrup-
ción. Klitgaard (1998) la entiende como un “crimen de cálculo”. Es cierto
que gran parte del funcionariado es íntegro, pero cuando el tamaño del so-
borno resulta considerable y el castigo, en caso de ser descubierto, ínfimo,
se está generando un riesgo. El combate contra la corrupción comienza
con el desarrollo y la implantación de mejores sistemas de seguimiento y
control en el seno de la administración pública.
Destaca la reciente aportación de Charron y Lapuente (2011), que pue-
de servir para arrojar algo de luz a la cuestión, pues entre los analistas de
Ciencia Política existen diversas corrientes, que identifican la corrupción y
teorizan sobre ella desde una diversidad de prismas. Por ejemplo, las teorías
institucionalistas (Tabellini, 2005; Kitschelt y Wilkinson, 2007); el análi-
sis de factores culturales y valores morales (Licht, Goldsmith y Schwartz,
2005) o sobre factores de naturaleza económica, como las diferencias en
los niveles de desarrollo que presenta un país en términos de su estructura
productiva, inequidad y distribución de ingreso (Krishna, 2007).

Charron y Lapuente (2011) han estudiado las diferencias en el nivel de


calidad del gobierno que presentan diversas regiones europeas, con el afán
de recuperar la validez de las tesis institucionalistas y superar las debilida-
des e insuficiencias teóricas existentes hasta la fecha. Para ello, siguiendo
142 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

el trabajo pionero de Douglas North (1990), adoptan un concepto más


amplio de institución que engloba tanto a las instituciones formales como
a las informales. De este modo, pese a que sea frecuente que diversas re-
giones europeas compartan las mismas instituciones formales de gobierno,
las diferencias de calidad observadas entre ellas se deberían más bien a la
cantidad de instituciones informales que influyen determinantemente en
la práctica cotidiana de aquellas. Dentro del elenco de instituciones infor-
males, los autores identifican por su relevancia a las redes de patronazgo
y clientelismo, precisamente en aquellas regiones donde se han consolida-
do históricamente este tipo de instituciones informales; ahí es cuando se
presenta una calidad de gobierno mucho más deficitaria en relación a las
que no dieron lugar a la construcción de estas pautas de comportamiento
político, y pese a que en unas y otras se compartió las mismas instituciones
políticas formales.
Las redes clientelares surgen como un conjunto de incentivos de forma
que, con independencia de los valores morales que puedan compartir los
individuos, afectan a las expectativas y al comportamiento de éstos, y em-
pujan hacia un funcionamiento particularista y parcial de las instituciones
de gobierno.
En los sistemas políticos sometidos a este tipo de incentivos e inde-
pendientemente de cuáles sean los arreglos institucionales formales de sus
procesos de toma de decisiones públicas, lo cierto es que a los individuos
les resulta mucho más rentable invertir en el cultivo de los contactos so-
ciales adecuados, que en el esfuerzo personal y la apuesta por satisfacer las
aspiraciones meritocráticas.
De acuerdo con el trabajo de Charron y Lapuente (2011), la clave para
la prevención o reducción exitosa de la corrupción estaría en un plano
institucional. No obstante, el éxito no es tan fácil de materializar, debido al
fuerte efecto de dependencia de senda o inercia (path dependency) que tiene
la consolidación de las redes de patronazgo o clientelismo. No es nada fácil
conseguir la mejora de la calidad de las instituciones de gobierno y con
ella, el control de la corrupción.

Otro de los grandes problemas es la percepción social de que las insti-


tuciones, especialmente la administración de justicia o la administración
tributaria, no tratan por igual a todos los ciudadanos, así como la identi-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 143

ficación de un profundo sesgo de parcialidad en el funcionamiento de los


gobiernos.
En definitiva, las prácticas clientelares conducen hacia una suerte de
“cinismo” hacia la política, los políticos y las administraciones democráti-
cas. Por ello, la reacción ciudadana ante un escándalo mediático de corrup-
ción es asumido como “normal” porque los hechos confirmarían las expec-
tativas de la opinión pública sobre los verdaderos motivos de los actores
políticos y el verdadero funcionamiento de las instituciones políticas; por
tanto, no son excepciones ante las que haya que reaccionar para que todo
vuelva a la “normalidad democrática” (Jiménez, 2012, p. 13).
Los grupos de delincuencia organizada se han desarrollado en todo el
mundo. Sin embargo, las características concretas de un Estado y de su
estructura política sí determinan la forma en que se articulan los nexos
entre estos actores y, fundamentalmente, el grado de riesgo que implican
para la estabilidad de un país y para el funcionamiento general de sus insti-
tuciones. El legado de esas circunstancias suele ser un amplio margen para
la ilegalidad, la corrupción gubernamental y la desconfianza social hacia la
autoridad.
El mapa de la corrupción es extenso, tanto a escala nacional como in-
ternacional. Aparece en cualquier rincón del globo (Transparencia Inter-
nacional, 2019) y en cualquier época. La corrupción constituye un instru-
mento idóneo para la expansión y el funcionamiento de la criminalidad
organizada, sobre todo para el desarrollo y la implantación de sus métodos
en sistemas políticos, económicos e instituciones financieras, policiales o
judiciales, con el fin de conseguir mayores espacios de impunidad y obte-
ner el mayor lucro posible.
En 2019, el Índice de Percepción de la Corrupción muestra que está
más generalizada en países donde circulan y fluyen grandes cantidades de
dinero, con poco control estatal, donde existen conexiones informales en-
tre el sector político y el empresarial y una débil institucionalidad guber-
namental. De 180 países evaluados, se toma la muestra de 28 de América
Latina y el Caribe (tablas 5 y 5.1).
144 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Tabla 5. Índice de percepción de la corrupción en países con alta


infiltración del COT

N". País 2012 | 2013 | 2014 | 2015 | 2016 | 2017 | 2018 | 2019 | Promedio
1 Barbados 16 75 74 68 68 62 69.14

¿jsjsljajsa|a
2 | Chile 72 71 73 70 67 67 67 69.13
3 | Bahamas 71 71 71 6S 65$ 64 67,57
4 Santa Lucia | 71 71 71 S$ SS 35 62.5?
$ San Vicente | 62 62 62 58 $8 59 60.14
6 | Dominica $8 $8 $8 $7 Ss 55 $7.43
? | Granada 42 43 43 S6 $2 $2 53 48.71
8 | Cuba 48 46 46 47 47 41 41 48 47 00
9 Jamaica 38 33 38 41 39 4 M4 43 40.63
10 | Suriname 37 36 36 36 45 41 43 Y 39,75
12 | Brasil 43 42 43 38 40 37 35 35 39.13

12 Trinidad
Tobago * 39 38 38 39 35 41 41 30 38.88
13 | Panamá 38 37 35 39 38 37 37 36 37,13
14 | Argentina 35 34 4 32 36 39 40 45 36.838

Tabla 5.1. Índice de percepción de la corrupción en países con alta


infiltración del COT

N". País 2012 | 2013 | 2014 | 2015 | 2016 | 2017 | 2018 | 2019 | Promedio
15 | Colombia 36 36 37 37 37 37 36 37 36,63
16 | Perú 38 38 38 36 35 37 35 36 36,63
17 | ElSalvador | 38 38 39 39 36 33 35 34 36,5
18 ¡| Ecuador 32 35 33 32 31 32 34 38 33,38
19 | Guyana 28 27 30 29 34 38 37 40 32,88
20 | Bolivia 34 Y 35 34 33 33 29 31 32,88
21 | México 34 34 35 31 30 29 28 29 31.25
2 Rep.
orroicana | 32 | 29 | 32 | 33 | 31 | 29 | 30 | 28 | 30,50
23 | Guatemala 33 29 32 28 28 28 27 26 28,88
24 | Honduras 28 26 29 31 30 29 29 26 28.50
25 | Paraguay 25 24 24 27 30 29 29 28 27,00
26 | Nicaragua 29 28 28 27 26 26 25 22 26,38
27 | Haití 19 19 19 17 20 22 18 20 19,25
28 | Vemezuela 19 20 19 17 17 18 18 16 18,00

Fuente: Transparencia Internacional 2019.


Crimen organizado y seguridad multidimensional 145

En 2019, América Latina está por debajo de 5 puntos (38) en compa-


ración al 43 mundial. Ocho de 30 países están por encima de la media. De
2012 a 2019, América Latina y el Caribe registraron un promedio de 37,2
de índice de la corrupción; es decir, que 7 de cada 10 personas encuestadas
creen que la región es más proclive a tener Estados altamente corruptos.
En ese mismo período temporal, los países en los que se percibe mayor
corrupción son: Venezuela, Haití, Nicaragua y Paraguay. Mientras que los
países con mayor percepción de transparencia son: Barbados, Chile, Baha-
mas y Santa Lucía.
Desde el año 2016 se observaron en la mayoría de los países menores
cifras de percepción de la corrupción, en comparación con años anteriores.
Esto responde en gran parte a la estabilidad y el crecimiento económico
de muchos Estados latinoamericanos durante el boom de los commodi-
ties. Llama la atención el denominado Triángulo del Norte, que incluye a
Honduras, El Salvador y Guatemala, países en los que desde el año 2015
se registra una mayor percepción de la corrupción. En el área andina, que
comprende a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, la percepción de la co-
rrupción no registra cambios entre 2012 y 2019.
6. INTELIGENCIA CRIMINAL

Desde la perspectiva criminológica, se han analizado la génesis y los


principales rasgos de la criminalidad organizada. Se trata de una fenome-
nología compleja, que engloba una variada constelación de comporta-
mientos delincuenciales organizados, los cuales no pueden ser abordados
de la misma manera, porque denotan diferencias identitarias suficiente-
mente marcadas. Esa criminalidad se caracteriza por su elevada peligrosi-
dad, vinculada al ejercicio sostenido de la violencia extrema, al igual que
a la intimidación con amenaza de violencia. Todo ello está enmarcado en
lo que se ha denominado “método mafioso”, que designa una forma de
actuación, de comunicación y de injerencia económica y política.
El elemento diferencial clave de esa forma de criminalidad, como he-
mos visto, reside en la existencia de una organización que tiene por finali-
dad obtener lucro y poder, mediante la combinación de actividades lícitas
e ilícitas. La existencia de un aparato preparado para delinquir facilita la
comisión de los delitos, en la medida en que proporciona los medios ma-
teriales y personales para llevarlos a cabo, así como asesoramiento técnico
y cooperación. Asimismo, contribuye a disminuir las opciones de defensa
del objetivo (Zúñiga, 2016).
Es importante tener en cuenta que estamos ante un fenómeno comple-
jo, que no puede enfrentarse solo con la represión penal (Zúñiga, 2016),
dado que el amparo otorgado por la estructura de la organización dificulta
la investigación y la atribución de responsabilidad penal. Á esto se suma la
capacidad de penetración criminal, a través de la corrupción de la admi-
nistración del Estado, conjugada con la contundencia efectiva del método
mafioso o criminal. Frente a tal situación, las actuales estrategias de res-
puesta resultan insuficientes.
El dominio de la información y la capacidad de generar con rapidez
conocimiento estratégico sobre la criminalidad organizada, que coadyu-
ve a lograr su control y neutralización, se han convertido en necesidades
prioritarias. En ese contexto, aparece el recurso de la inteligencia como
herramienta que permite revertir la capacidad de resistencia y resiliencia
criminal.
148 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

La implementación de esa filosofía de trabajo entorpece de forma ex-


trema el acceso al conocimiento y las actividades, estructuras y capacidades
organizativas delincuenciales. La inteligencia también trata de desfigurar
la cultura criminal enquistada en las instituciones judiciales, porque no
solo está atenta a la profilaxis forense —intentos de neutralizar pruebas y
evidencias óptimas para su investigación criminalística—, sino que analiza
el posible ocultamiento proactivo de todo el ciclo criminal (Sansó-Ruberrt,
2010b). El análisis pormenorizado de las aplicaciones prácticas de dicha
cultura delincuencial permite inferir un conjunto de medidas de muy di-
versa naturaleza, tanto preventivas como reactivas, para frenar la actuación
criminal destinada a anular la eficacia de las acciones “hostiles” de investi-
gación e inteligencia.
En ningún momento debemos olvidar que la instrumentalización de
la violencia y la corrupción, además de constituir rasgos definitorios de la
delincuencia organizada, cobran especial relevancia cuando tienen como
objetivo eliminar, mediante la intimidación o el aniquilamiento, a aquellas
personas que puedan perjudicar o interferir en sus lucrativas actividades
criminales.
La delincuencia transnacional, en aras de una mayor y más eficiente
autoprotección, ha optado por reubicarse en aquellos países que presentan
características más favorables. Los Estados dotados de ordenamientos jurí-
dicos laxos, con leyes permeables y políticas criminales infradesarrolladas o
desfasadas han sido los candidatos predilectos para desarrollar sus lógicas e
infiltración criminal (Caparrós, 1997, p. 175). En tal sentido, la globaliza-
ción asimétrica y la interdependencia permiten a las organizaciones crimi-
nales aprovecharse de la difuminación del rastro de las actividades ilícitas
por diferentes territorios y explotar para sus intereses la difícil imbricación
entre los diversos ordenamientos jurídicos estatales, que no logran coope-
rar con la misma velocidad que las estrategias delincuenciales.
Cobran vital importancia los núcleos de subcultura criminal surgidos
al amparo de los epicentros geográficos vinculados al control territorial de
las organizaciones criminales (Gayraud, 2007). Esas comunidades, además
de operar como un “manto proctector” bajo el que pasar desapercibidas, al
amparo de una sociedad clientelar, fidelizada mediante la explotación de
Crimen organizado y seguridad multidimensional 149

relaciones étnicas, familiares y laborales, nutren de apoyo social y constitu-


yen una fuente de reclutamiento.
La elevada complejidad de las acciones criminales requiere, a su vez, in-
corporar capacidades de inteligencia en niveles sistémicos vinculados con
esferas de la política estatal, en distintos planos sociales y económicos, lo
que incluye el servicio exterior. Los crecientes desafíos del crimen organi-
zado suponen hablar de inteligencia estratégica, planificación y dirección,
identificación, determinación de necesidades y requerimientos de conoci-
miento complejo por parte de los órganos decisores de los Estados y países.

6.1. Inteligencia estratégica y crimen organizado


Una premisa imprescindible de partida es que la seguridad desgajada de
la inteligencia es una respuesta obsoleta. Por ello, identificar indicadores de
delincuencia organizada e incluirlos como insumos óptimos para el desa-
rrollo de inteligencia criminal de corte estratégico permitirá delimitar con
mayor precisión las principales dimensiones del fenómeno criminal orga-
nizado. Así, se posibilitará una evaluación más acertada de sus capacidades,
peligrosidad y vulnerabilidades, porque muchos de los campos analíticos y
operativos de las distintas disciplinas convergen en la inteligencia estratégica.
Considerada el nivel más alto de la inteligencia, por su capacidad in-
cluyente, por definir intereses y objetivos nacionales e internacionales, por
planificar en función de ellos, protegerlos, proyectarlos y generar estudios
prospectivos, la inteligencia estratégica constituye un paraguas discipli-
nario abarcativo (McDowell, 2009). El concepto clásico, formulado por
Sherman Kent a mediados de los sesentas (Kent, 1966), ha sufrido algunos
cambios, al incorporar diversos aspectos metodológicos, teorías y tecnolo-
egías en un contexto multidisciplinario, que incluye la inteligencia militar,
policial y criminal.
La inteligencia estratégica no se distingue únicamente por su jerarquía o
uso instrumental, sino también por su proactividad en la búsqueda y realiza-
ción de los objetivos mencionados. De hecho, el desarrollo conceptual sobre
los alcances multidisciplinarios ha sido advertido en distintos trabajos que
dejan de lado la tradición conservadora del realismo, el institucionalismo y
los enfoques estáticos sobre inteligencia (Rivera y Barreiro, 2011).
150 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

El objetivo de construir inteligencia estratégica con énfasis analítico


criminal radica en la capacidad de aportar un conocimiento empírico con-
trastado sobre la realidad “delincuencia organizada”, que, incorporado a
través del ciclo de inteligencia, facilite al analista una visión ajustada de
esta. Visión que, a la postre, se traduzca en productos potentes de inteli-
gencia o conocimiento informado y verificado, útil para apoyar el diseño
de estrategias contra las actividades ilícitas. Un buen producto de inteli-
gencia estratégica no solo establece cuál es la situación actual relativa al
fenómeno, sino que aporta explicaciones sobre su existencia y establece po-
sibles evoluciones o tendencias, definiendo escenarios factibles y probables.
Permite, a su vez, definir los objetivos en la lucha contra la delincuencia
organizada y establecer la política y los planes para implementar y alcanzar
las metas fijadas.
Tradicionalmente, los sistemas institucionales de inteligencia contra el
delito se han fundamentado en la reacción y no en la anticipación. El
modelo reactivo vincula de manera funcional eficacia y disuasión, desde
la perspectiva de a mayor actividad represiva, mayor capacidad disuasoria.
Como consecuencia de ese enfoque, el objetivo prioritario de su funcio-
namiento ha sido el conjunto de actividades delictivas constatadas efecti-
vamente, y no su existencia potencial, al tiempo que garantiza la imposi-
ción de las leyes penales mediante la represión de sus infractores (Moreno,
2009).
Dada la naturaleza de la criminalidad organizada, las respuestas no pue-
den limitarse a la represión reactiva del delito. La realidad imperante obliga
a superar esa limitada visión, que genera tensiones en las estructuras y
procedimientos policiales y judiciales, porque tanto el sistema penal como
el aparato policial fueron concebidos como instrumentos de actuación re-
activa ante el daño criminal consumado.
En el statu quo tradicional, la proactividad y la anticipación, dirigidas
a impedir la materialización del acto criminal (esto es, que no ocurra), se
conciben y se perciben equívocamente como estrategias secundarias. Sin
embargo, la evolución de la fenomenología criminal requiere cada vez más
cambios en el análisis estratégico. Este necesita centrarse no solo en las
conductas y el apresamiento de sus autores, sino en la valoración de las
lógicas de operación de las redes delictivas que puedan constituirse en ame-
Crimen organizado y seguridad multidimensional 151

nazas serias para la seguridad del Estado y sus habitantes. La afirmación


requiere, en primer término, superar la visión anacrónica del imperativo
penal y la razón del delito (gráfico 1).

Gráfico 1. Diferencias entre inteligencia criminal e investigación criminal

. | INVESTIGACIÓN
INTELIGENCTA CRIMINAL CRIMINAL / POLICIAL

Actividad Proactiva Actividad Reactiva

Genenca (distintos blancos de interes: hecho Especifica (ligada a conductas punibles:dehto)


cniminal)

Mision: Recoger información y producir Mision: Recolectar prucbas y evidencias


inteligencia para la toma de decisiones judiciales para la avenguación del delito
(delicuente'victima)

Intervención judicial'fiscal amplia (policia


Intervención judicial limitada Judicial)
Averguaciones Previas

Suspiscious Activity Report

Funciona como tn continuum a lo largo del Se micia con la noticia criminis


tiempo
El investigador policial participa en todo el
Analista no participa en la recolección de la proceso
mformacion
Proceso: recoleccion de pruebas y su analisis
Analisis de inteligencia
Analisis cominal

Fuente: elaboración propia.

Dada la necesidad de realizar una evaluación permanente y de obtener


conocimientos sobre los motivos que propician el surgimiento, el fortale-
cimiento y la expansión de la criminalidad organizada, de diagnosticar su
comportamiento y evolución, así como identificar los elementos que posi-
bilitan su subsistencia, resulta esencial ir más allá de la mera obtención de
indicios y pruebas para abordar su prevención y posible solución. Por con-
siguiente, ante la delincuencia organizada internacional, las iniciativas de
políticas criminales y de seguridad desgajadas de la inteligencia estratégica
representan una respuesta poco aconsejable. De ahí que la prevención del
fenómeno interdependiente del crimen organizado cobre relevancia frente
a la represión penal y sus limitaciones normativas, que en muchas ocasio-
nes quedan supeditadas a los linderos del territorio nacional.
152 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

El procedimiento en cuestión debe sumarse al análisis y la evaluación


del impacto o la validación de la respuesta que permita identificar las ca-
denas de valor generadas por la acción innovadora del crimen organizado.
Implica también hablar de los medios de obtención de información en
bruto, y de los métodos de procesamiento que posibilitan su valoración,
antes de entregar los nuevos conocimientos sobre la criminalidad organi-
zada a las autoridades u organismos de control especializados de los que
disponga el Estado o gobierno de turno.
La inteligencia, que se articula a través de un conjunto de fases (gráfico 2),
reflejará la aplicación de una variedad de técnicas y metodologías para el análi-
sis de la información, así como la retroalimentación, difusión y contrastación.
Utilizará razonamientos deductivos e inductivos, insertará complejos mecanis-
mos telemáticos y elaborará mapas conceptuales para acreditar o negar hipóte-
sis, sin dejar de considerar el empleo de modelos de simulación matemática y
el análisis con escenarios que inserten regresiones multivariable.

Gráfico 2. Ciclo de inteligencia criminal y su relación estratégica

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producción de unteliaencia uteligencis

Fuente: elaboración propia.


Crimen organizado y seguridad multidimensional 153

Asistimos, por tanto, a un cambio de mentalidad sobre el rol de la


seguridad pública, que abre paso a un modelo prospectivo de estrategia,
en el que se focaliza el esfuerzo de las instituciones, no tanto en resti-
tuir derechos como en impedir que se produzcan conductas criminales. El
modelo anticipatorio supone interiorizar una nueva visión, centrada en la
valoración y gestión específica de la amenaza criminal. Esta, por sí misma,
está constituida por elementos, factores o conductas que pueden derivar en
daño y responsabilidad penal, mediante la combinación de actividades líci-
tas e ilícitas vinculadas al desempeño, el funcionamiento y los objetivos de
la estructura criminal. Por ello, parece más acertado en este ámbito apuntar
a una redefinición del modelo de seguridad y de lucha contra el delito, para
que el resultante sea una combinación efectiva y útil de las iniciativas reac-
tivas y preventivas, como defienden algunos autores: un cambio absoluto
de paradigma (Antón Mellón, Miratvillas y Serra del Pino, 2012).
La idea general consistiría en que los integrantes de la estructura de se-
guridad gubernamental abandonen los ataques aleatorios reactivos y adop-
ten una perspectiva de planificación estratégica, para potenciar el impacto
de cada operación en la lucha contra el entramado delictivo organizado
(Felbab-Brown, 2013). Ese enfoque de actuación se verá reforzado con el
conocimiento criminológico cuantitativo, debidamente procesado y trans-
formado en inteligencia criminal, para prevenir de alguna forma la crimi-
nalidad organizada (Garzón, 2014).
Recapitulando, la constatación de la resistencia e incluso resiliencia de
la criminalidad organizada, traducidas en la incoporación de importan-
tes cambios tanto en la forma de ejecución del delito como en su ocul-
tamiento, invita a una reflexión sobre los desafíos abiertos en la esfera de
la inteligencia y la seguridad, protagonizados por una cada vez más per-
feccionada y mejor organizada forma de delincuencia transnacional. Ello
ha terminado por incentivar la especialización de los instrumentos contra
el crimen organizado. Esta, a su vez, demanda superar los instrumentos
tradicionales, eminentemente represivos, que han perdido en muchos as-
pectos eficacia operativa y, a todas luces, resultan insuficientes. En su lugar,
se Optaría por respuestas innovadoras, transversales e integradoras como la
inteligencia estratégica.
154 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

6.2. Criminología e inteligencia: avances cognitivos

A priori, puede parecer que la Criminología resulta ajena a los estu-


dios tradicionales sobre inteligencia. No obstante, esta ciencia empírica
e interdisciplinaria puede aportar elementos cognitivos y metodologías
valiosas para analizar la criminalidad organizada, en tanto representa
uno de sus objetos de estudio, como advertíamos en páginas preceden-
tes. La Criminología, por tanto, ayuda a dilucidar aspectos y variables
que pueden permanecer ocultos en una aproximación lineal, cuya falta
de apreciación contribuye a introducir sesgos en los esfuerzos de expli-
cación, análisis e interpretación de la realidad (Pulido y Sansó-Rubert,
2014).
La criminalidad organizada transnacional es un fenómeno interdepen-
diente en muchos contextos. Sin embargo, no todos los ambientes y cir-
cunstancias la hacen posible o la potencian en la misma medida, porque
cada entorno y momento pueden modular su desarrollo, generando pautas
y expresiones específicas y variadas (De La Corte, 2013). Por ello, la inclu-
sión de la Criminología en el estudio de esta amenaza híbrida, bajo el halo
de la inteligencia, empieza a cobrar relevancia.

La Criminología facilita a la inteligencia estratégica y criminal el co-


nocimiento científico indispensable para los análisis destinados a que los
consumidores —sean estos decisores políticos o responsables de los orga-
nismos estatales encargados de la persecución de la delincuencia— tengan
suficientes elementos de juicio y criterios para adoptar respuestas adecua-
das, de carácer preventivo o reactivo. Así, se reducen los riesgos y la con-
tingencia inherentes a toda acción o decisión para implementar políticas
criminales y de seguridad eficientes, al tiempo que se pueden contrastar las
medidas adoptadas respecto a los programas o planes tomados con ante-
rioridad.
Mediante el ejercicio analítico y comparativo sobre la gestión guber-
namental del Estado, podemos vislumbrar cómo determinadas decisiones
sobre el manejo de lo público (recursos, bienes y servicios) permiten, fa-
cilitan o limitan las operaciones y el funcionamiento de organizaciones al
margen de la ley, de tal forma que se pueden establecer las implicaciones de
las decisiones y de los esquemas preventivos para evitar el fortalecimiento
Crimen organizado y seguridad multidimensional 155

involuntario del crimen organizado. En definitiva, es necesario conocer


qué ha sucedido en el escenario criminal, qué está sucediendo y por qué, y
qué es lo más probable que suceda en el futuro, mediante ejercicios pros-
pectivos que son utilizados con frecuencia en el proceso o ciclo de inteli-
gencia.
La aportación criminológica, pilar fundamental en la elaboración de
inteligencia criminal, obedece a que la Criminología comparte parcial-
mente su objeto de estudio (el delito, el delincuente y el control social)
con los ejes fundamentales de esa disciplina. Ello permite adquirir un pro-
fundo conocimiento sobre la etiología de la delincuencia organizada, así
como su fenomenología, lógicas y estrategias. Los estudios criminológicos,
en general, y sobre el crimen organizado, en particular, constituyen un
cuerpo de conocimiento de notable valor para la elaboración de inteligen-
cia estratégica y criminal. Resultan aplicables a tres tipos de inteligencia: la
básica, caracterizada por su generalidad y relativa permanencia; la actual,
que trata de mantener al día a la básica, con nuevos datos, y responder de
modo rápido y preciso a una petición de información sobre una cuestión
de actualidad o hechos concretos y la estimativa, destinada a determinar,
ante una situación concreta y a petición del consumidor, la posible evolu-
ción y las variables de actuación de los elementos involucrados en ella, a
partir de los datos de que se disponga (Navarro, 2004).
El análisis criminológico, por tanto, enriquece el desarrollo de la in-
teligencia en todos los niveles e, incluso, en atención al desarrollo de la
prognosis criminal, al formular diagnósticos y pronósticos sobre el com-
portamiento futuro y la peligrosidad del autor del delito. Suministra per
se un conocimiento especializado y estructurado sobre el hecho criminal.
Constituye un importante multiplicador de conocimiento y, en última ins-
tancia, su carácter multidisciplinar confiere a los productos académicos un
valor añadido, además de contribuir decididamente a la configuración de
una doctrina de inteligencia.
La doctrina puede ser entendida como un conjunto de normas, proce-
dimientos y un lenguaje común que posibiliten la producción y el análisis
profundo de documentos de inteligencia estandarizados. Se trata de un
cuerpo doctrinario en materia de inteligencia, común a todas las institu-
ciones que participan en la lucha contra la criminalidad organizada y que
156 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

recurren a la inteligencia como herramienta habilitante e integradora de un


verdadero sistema de inteligencia estratégica.
El debate sobre el desarrollo de la inteligencia aplicada al análisis de la
fenomenología criminal, más allá de las disquisiciones conceptuales que
deberán ser superadas para avanzar en el desarrollo teórico-práctico de la
materia, comienza paulatinamente a abrirse hacia nuevas inquietudes epis-
temológicas y prácticas. ¿Quién, cómo, cuándo, para qué, con qué y qué
límites? son interrogantes que permitirán trazar los lineamientos maestros
de una futura doctrina sólida, que posibilite articular modelos. La Crimi-
nología tiene mucho que aportar a ese proceso, como disciplina avezada en
la investigación de temas sensibles de seguridad (Díaz, 2019).
En la construcción epistémica, resulta indispensable establecer una me-
todología común, prácticas y procedimientos estandarizados de elabora-
ción de productos, un glosario de términos técnicos compartidos a través
del lenguaje común, equipos multidisciplinares e interagencias y enseñan-
za académica como parte de la institucionalización de la inteligencia. En
ese sentido, resultan fundamentales para los avances cognitivos de la in-
teligencia la regulación de los diversos aspectos que engloban el proceso
de su elaboración (el planeamiento, la obtención, evaluación, análisis y
difusión) así como la creación de controles y límites compartidos, a través
de un órgano directivo nacional que asuma responsabilidades de control y
buenas prácticas éticas en los distintos niveles (Ugarte, 2011; Rivera, 2011;
Sansó-Rubert, 2012b).

A su vez, entre todos los factores que condicionan la evolución presente


y futura de la fenomenología delictiva, destaca el componente tecnológico.
Tal y como plantean Schmidt y Cohen (2014), nos dirigimos hacia un
futuro digital, que afectará diametralmente las áreas clave de la seguridad.
Condicionará el futuro de la aplicación práctica de las capacidades de in-
teligencia criminal, por su creciente informatización y el empleo de soft-
wares sofisticados, técnicas de minería de datos, explotación de la Internet
profunda y configuración de una nueva privacidad, que planteará multitud
de cuestiones legales y éticas, y la consiguiente respuesta institucional.
En consecuencia, la adaptabilidad criminal tiene como requisito míni-
mo la adaptación de los instrumentos disponibles para garantizar la segu-
ridad, implementando medios y capacidades en inteligencia estratégica y
Crimen organizado y seguridad multidimensional 157

criminal. En esa transformación, la Criminología participa activamente,


debido a su interés y capacidad para estudiar todo tipo de fenomenolo-
gías y escenarios proclives a la manifestación delictiva, como atestiguan
estudios criminológicos cada vez más sólidos sobre la delincuencia en el
ciberespacio (Miró Llinares, 2012).
Desde una aproximación crítica, la Criminología, como ciencia inter-
disciplinar, persigue incidir en las causas previamente identificadas que
favorecen la delincuencia organizada transnacional. Una Criminología
aplicada aspira a dar respuestas útiles, que sirvan para contrarrestar las ma-
nifestaciones criminógenas organizadas. Se presenta como una disciplina
central e importante para formular explicaciones, posibles soluciones de
inteligencia y recomendaciones eficaces a la hora de prevenir o reducir la
criminalidad.
Las formas en que la investigación criminológica sirve a las necesidades
de la inteligencia estratégica incluyen la función de investigar todo lo re-
lacionado con la criminalidad, para desarrollar políticas de prevención de
la delincuencia, ahorrando así fondos públicos y privados que se gastan en
vigilar, detener, procesar y encarcelar (Sherman et al., 1998). Prevenir la
delincuencia no solo significa ahorrar, sino también reducir los efectos no-
civos aparejados. En años recientes, la prevención ha cobrado cada vez más
importancia en los estudios de Criminología, influenciada por el desarrollo
de modelos teóricos de prevención situacional, la aplicabilidad de modelos
epidemiológicos y el desarrollo de la geopolítica criminal. De igual forma,
la Criminología facilita metodologías para evaluar el impacto de las me-
didas y estrategias, adoptadas a través de la formulación de indicadores de
calidad (Barberet, 1999).
La Criminología, junto a los análisis de inteligencia, enmarcan investi-
gaciones sobre cómo minimizar los daños y reducir las pérdidas inherentes
a la lucha contra la criminalidad organizada. Aunque, en algunos casos, la
investigación criminológica no dispone aún de teorías avaladas por la co-
munidad académica para ciertas circunstancias o manifestaciones crimina-
les, es cuestión de tiempo y practicidad apoyar con medios y capacidades a
una disciplina ¿vida de conocimiento. En ese sentido, resulta indispensable
avanzar en los nexos y contribuciones metodológicas entre la Criminología
y la esfera de la inteligencia criminal.
158 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

La teoría criminológica estimula y refleja la investigación empírica so-


bre el crimen organizado. De ahí que la pregunta clave sea cómo facilitar la
conexión entre investigación criminológica e inteligencia criminal porque
los criminólogos están insatisfechos con el grado de influencia consegui-
do. La conexión entre investigación empírica e implementación de inte-
ligencia criminal sigue siendo insuficiente. Necesita ser fomentada desde
todos los ámbitos: el de los criminólogos, el de los responsables políticos
y el de los operadores de inteligencia (Blumstein, 1998; Goldstein, 1990;
Petersilia, 1991). La apuesta decidida por la inteligencia criminal, apoyada
por la Criminología, no puede quedar relegada a una mera declaración de
intenciones, recogida en una suerte de documentos estratégicos.
El desarrollo y la implementación de una inteligencia criminal, en el si-
glo XXI, transita por cuestiones criminológicamente relevantes, tales como
su papel en la aplicación de la ley; cuestiones en torno a su explotación;
el desarrollo y la aplicación de nuevas metodologías, técnicas y modelos;
la articulación de redes y flexibilización de estructuras; la creación de una
comunidad o subcomunidad de operadores de inteligencia criminal, así
como la ampliación de los posibles escenarios de explotación de esa herra-
mienta de análisis y conocimiento: prisiones, apoyo a la adopción y plani-
ficación de acciones focalizadas y de interrupción selectiva, comprensión
de las subculturas delictivas y estudios de antropología criminal social y
cultural (Sansó-Rubert, 2015).
En definitiva, cabe destacar la capacidad potencial de aportación de la
Criminología como disciplina científica intelectualmente seria y no solo
profesionalmente respetable (Taylor, Walton y Young, 2007). Resulta útil
para satisfacer las crecientes necesidades analíticas de una rama de la inte-
ligencia, la criminal, poco valorada e implementada.

6.3. Inteligencia criminal: una elección en clave de seguridad


Una breve revisión histórica nos dice que, a partir de los años 60 y 70
del siglo XX, la paulatina superación del conflicto Este-Oeste supuso el
abandono, por parte de las Policías estatales, de los objetivos y adversa-
rios políticos e ideológicos. En ese proceso, los esfuerzos policiales en la
transición política y económica centraron sus intereses institucionales en
Crimen organizado y seguridad multidimensional 159

el aparecimiento de nuevos actores, nucleados en redes de delincuencia


organizada y organizaciones terroristas.
Ambas amenazas fueron objeto de atención paulatina de la inteligencia
policial, en virtud del tradicional deber policial de salvaguardar la segu-
ridad interior de los Estados. En esa precisa coyuntura, debemos ubicar
el surgimiento de la inteligencia criminal, tal y como la entendemos a
principios del siglo XXI. Durante el largo proceso de constitución y espe-
cialización en el ámbito de la seguridad, la inteligencia criminal irá creando
subespecializaciones en función de áreas geográficas, actividades delictivas,
modalidades comisivas u otras circunstancias de interés geopolítico y geo-
económico. Se ampliará disciplinariamente mediante el análisis de subcul-
turas delictivas, incorporará nuevas tecnologías, estudiará el ámbito peni-
tenciario, elaborará tipologías de nexos, vínculos y redes con la política, y
delimitará metodologías, habida cuenta de la complejidad del fenómeno
delincuencial.
El proceso de desarrollo profesional de la inteligencia criminal no ha
estado exento de problemas teóricos y metodológicos, sumados a su con-
dición de objeto opaco y esquivo de estudio, que requiere ser diseccionado
en áreas del saber multidisciplinario, para abarcarlo adecuadamente. De
esa manera, se abre la posibilidad de obtener conocimiento empíricamente
contrastado, que luego pueda ser analizado en conjunto y auspicie la apre-
hensión de la panorámica criminal con pretensiones holísticas.
En el trancurso de su desarrollo disciplinario, existen diferentes docu-
mentos relevantes, que contribuyen a categorizar la inteligencia criminal,
al menos en parte. En el Glosario de Inteligencia editado por el Ministerio
de Defensa Español (Esteban Navarro, 2007) aparece una definición que
no favorece su adecuada comprensión. Por el contrario, genera confusión,
al definir la inteligencia criminal como un “tipo de inteligencia llevada
a cabo por los servicios de información policiales para resolver delitos y
luchar contra el crimen organizado”. A lo que añade, “la inteligencia cri-
minal se caracteriza, al mismo tiempo, por tener un carácter preventivo
de actividades delictivas y por complementar la acción judicial represiva
mediante la aportación de pruebas en la puesta del delincuente ante la
justicia” (Esteban Navarro, 2007, p. 85). Es una aproximación errática,
pues ofrece una visión con tintes marcadamente penalistas, en los que pre-
160 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

domina la figura del delito y su persecución. De hecho, la inteligencia


criminal se caracteriza por estar abstraída de la esfera penal y punitiva. No
se conduce ni establece sus prioridades y objetivos en virtud de la tipología
o volumen de los hechos delictivos. Responde a los intereses y fines estipu-
lados previamente por el decisor, sea quien sea.
A su vez, el Diccionario LID de Inteligencia y Seguridad (Díaz Fernán-
dez, 2013, p. 164), la define como
el tipo de inteligencia que realizan los servicios de información policiales y cuyo fin es
analizar e investigar tanto la criminalidad organizada, como aquellas otras formas
delictivas cuya complejidad y gravedad impiden su eficaz prevención mediante una
investigación policial, fiscal o judicial del caso concreto. También se ocupa del análisis
estratégico de tendencias y amenazas en materia delictiva, con el propósito de producir
conocimiento, que fundamente la adopción de políticas de seguridad pública dirigidas
a la resolución de problemas criminales [...] En el plano estratégico, se dirige a la defi-
nición de los objetivos de la organización policial, y al establecimiento de la política y
planes generales para lograr el desmantelamiento de las organizaciones criminales y la
prevención de formas delictivas complejas. En el plano táctico, su propósito último es
ayudar a la planificación y el diseño de las acciones concretas necesarias para enfrentar
las amenazas criminales.

Esa acepción tampoco ayuda a su esclarecimiento. Sin lugar a duda, la


inteligencia criminal es un instrumento útil para ayudar a definir los obje-
tivos en la lucha contra la delincuencia organizada y establecer la política
y los planes para ello. Permite identificar y comprender los elementos y
factores favorecedores de la eclosión y expansión de la criminalidad or-
ganizada, al prestar atención a la aparición de indicios y a la evolución de
indicadores de riesgo, con el fin de lograr la detección temprana, antes de
su materialización en amenazas. También favorece el descubrimiento y la
identificación de todo aquello que pueda significar una oportunidad de
éxito, entendida como ventanas de oportunidad y brechas sistémicas para
la delincuencia organizada.
La materia objeto de la inteligencia criminal se enfoca sobre el *“pro-
blema criminal” o “ambiente criminal”, definido como una realidad per-
manente, dinámica y cambiante en cuanto a su forma, composición y ta-
maño, sobre la cual es posible actuar e influir. Abarca una pluralidad de
dimensiones, que incluye el análisis tanto de grupos u organizaciones del
crimen organizado como de un mercado legal o ilegal, un área geográfica
Crimen organizado y seguridad multidimensional 161

determinada y las relaciones entre organizaciones criminales y entre estas


y los aparatos de gobierno. Se extiende a cualquier otro medio o actividad
de interés para la criminalidad organizada, incluyendo sus procesos evolu-
tivos de adaptación al entorno, para mantener la competitividad y la efica-
cia (Sansó-Rubert, 2008). Por consiguiente, permite no solo una mayor y
mejor aprehensión del fenómeno delictivo organizado, en todo su espec-
tro, sino que, a su vez, proporciona un conocimiento “informado” indis-
pensable para articular todos aquellos recursos imaginables (control social
formal: política criminal, de seguridad y defensa, penitenciaria, medidas
legislativas, policiales...) en los ámbitos operativo, táctico y estratégico.

El Manual de Inteligencia Criminal de Naciones Unidas señala que este


tipo de análisis permite a las autoridades establecer una respuesta proac-
tiva al crimen. Posibilita identificar y entender los grupos criminales que
operan en determinadas áreas, determinar tendencias y establecer predic-
ciones, permitiendo manejar recursos y presupuestos para la prevención
del crimen. Es una herramienta para el diseño estratégico de políticas pú-
blicas omnicomprensivas, destinadas a generar respuestas multinivel que
favorezcan la creación de un espacio hostil frente a cualquier tipo de ma-
nifestación de criminalidad. Con ello se alcanzan los mayores niveles de
seguridad integral posibles.
Otro rasgo identificativo de la inteligencia criminal es su carácter de
“multinteligencia”. Su confección involucra diversos tipos, además de la in-
teligencia de fuentes abiertas (OSINT, por sus siglas en inglés). Entre todas
ellas, destaca por su utilidad la inteligencia de fuentes humanas, porque se
elabora a partir de información recogida o suministrada directamente por
personas. El concepto de fuente humana alude a proveedores (personas)
de muy variada naturaleza; de ahí que la inteligencia criminal cobre espe-
cial relevancia sobre los individuos que se dedican a recabar información
mediante medios clandestinos (infiltrados), los informantes o contactos y
colaboradores de diversa naturaleza, y los detenidos y arrepentidos (estos
últimos, convenientemente interrogados).
De igual forma, permite analizar la gestión pública del Estado, con el
fin de vislumbrar con la debida anterioridad cómo determinadas decisio-
nes sobre el manejo de lo público, sus recursos, bienes y servicios facilitan
las operaciones y el funcionamiento de organizaciones delictivas, evitando
162 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

con ello su fortalecimiento involuntario. La inteligencia criminal per se, a


diferencia de la investigación criminal, no realiza penetraciones, vigilan-
cias, seguimientos e infiltraciones, porque su eje central es el análisis del
fenómeno criminal organizado en general.
Durante el despliegue de sus virtudes analíticas, la inteligencia criminal
distingue el trabajo de campo del colector de información, con respecto a
la labor del analista, que permanece distanciado del ámbito operacional,
en menor o mayor medida. La información que se recolecta a través de
diversos procedimientos (vigilancias, infiltraciones, seguimientos, etcétera)
puede tener una doble finalidad. Por un lado, constituir indicios y prue-
bas para descubrir los elementos integrantes del hecho criminal, para su
enjuiciamiento (esto es, investigación criminal o investigación del delito,
también identificadas como labores de la Policía Judicial). Por otro, pro-
veer informaciones sobre el fenómeno criminal, que empleará el analista de
inteligencia en la elaboración del producto.
A diferencia del analista de inteligencia, el investigador policial parti-
cipa personalmente en todo el proceso. Se involucra de manera directa en
la recolección de informaciones empleando las técnicas pertinentes y, a su
vez, las analiza con la finalidad de determinar su carga indiciaria o proba-
toria. Recogerá todo ello en su análisis, el cual tendrá como destinatarios
a los jueces y fiscales encargados de impartir justicia en el debido proceso.
Reúne o asegura los elementos de convicción y evita la fuga u el oculta-
miento de los sospechosos, en el tiempo y según las formalidades previstas
en los respectivos códigos penales y procesales. Aplica todos los medios y
técnicas de investigación que se requieran para recoger evidencias respecto
de los actos presuntamente delictivos y de los posibles responsables, con-
forme a lo dispuesto en los códigos procesales oportunos.
En palabras de Berkowitz (2003), pese a aparentes similitudes, el traba-
jo policial y el de inteligencia tienen grandes diferencias. Una de ellas es su
objetivo: el primero se apega a un fin legal probatorio del delito, mientras
que el segundo se dirige a informar a los oficiales y líderes militares. Otra
diferencia es el momento en que cada uno tiene lugar. El trabajo policial se
desarrolla luego de que se comete un crimen y el de inteligencia, se espera
que antes de una crisis como labor preventiva. Por tanto, el trabajo de in-
teligencia corre contra el reloj y, en momentos críticos, los oficiales deben
Crimen organizado y seguridad multidimensional 163

tomar decisiones con la información de que dispongan, así sea ambigua.


Añade el autor que
la mayor diferencia, importante en todas las controversias actuales, es que las agencias
de inteligencia tienen que lidiar con oponentes que toman contramedidas. De hecho,
por lo general, cuanto más tiempo se recopila información contra un objetivo, mejor se
hace ese objetivo en la evasión. Lo mismo sucede con otros objetivos potenciales, que son
libres de observar (Berkowitz, 2003P?.

Por otra parte, la naturaleza preventiva de la inteligencia criminal hace


que su actividad sea permanente. No reacciona ante la comisión de un
delito (notitia criminis), como acontece con la investigación criminal, sino
que opera en un continuum sobre toda persona, actividad u organización
que pueda parecer sospechosa de constituirse en una amenaza o implique
un riesgo para la seguridad. Por consiguiente, la inteligencia no persigue
la resolución de un hecho delictivo y no opera en el ámbito de los tipos
penales, sino en la esfera de las situaciones predelictuales. Intenta aportar
conocimientos para anticiparse y permitir a las autoridades neutralizar o
disuadir las amenazas, riesgos y conflictos, para potenciar el carácter pre-
ventivo.
La investigación criminal o policial actúa de forma reactiva, ya que
interviene después de un hecho delictivo específico, para identificar a sus
autores y aportar las pruebas legales que posibiliten su procesamiento pe-
nal. Esto no impide que, llegado el caso, al análisis de inteligencia y sus
técnicas les resulten de utilidad para la consecución de objetivos o que el
producto del análisis de inteligencia sea objeto de empleo probatorio en el
contexto judicial. Surge en esos casos la dicotomía sobre los pros y contras
de su judicialización: la prueba pericial de inteligencia. Esa opción des-
pierta una ardua polémica doctrinal y conceptual, irresuelta al menos por
el momento (Guerrero Palomares, 2011; Sansó-Rubert, 2006; Rodríguez-
Magariños, 2008; Sáez-Valcárcel, 2008; Castillejo, 2011).

27 Traducción del original en inglés. “But the biggest difference —important in all the
current controversies— is that intelligence agencies have to deal with opponents who
take countermeasures. Indeed, usually the longer one collects information against a
target, the better the target becomes at evasion. So do other potential targets, who are
free to watch” (Berkowitz, 2003).
164 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

La motivación de emplear la inteligencia como una prueba procesal


debe entenderse en términos de excepcionalidad o ultima ratio. El fin úl-
timo de la inteligencia, en general, y de la inteligencia criminal, en parti-
cular, no es su judicialización porque se fundamenta en las dificultades de
aprehensión inherentes al fenómeno de la criminalidad organizada. Estas
conducen en ocasiones a la búsqueda de pruebas de cargo suficientes para
dictar una sentencia condenatoria sobre hechos delictivos cuya demostra-
ción probatoria presenta un importante grado de dificultad y diferentes
razones de peso para el empleo, en el ámbito jurisdiccional, del producto
de inteligencia criminal, transformado al efecto en la prueba pericial de
inteligencia (Guerrero Palomares, 2011).

En ese proceso se da una relación bidireccional entre ambas herra-


mientas de lucha contra la criminalidad: las averiguaciones obtenidas en
el contexto de la investigación policial o criminal, y los productos del aná-
lisis criminal, que pueden incorporarse como insumos en el análisis de
inteligencia. De hecho, la inteligencia criminal como producto y sus me-
todologías de obtención pueden emplearse como recursos de apoyo a la
investigación policial.
Es importante señalar que ciertos procedimientos o técnicas de análi-
sis pueden responder a diferentes objetivos: consecución de inteligencia o
investigación del delito. Esto se produce porque la fase de recolección de
información para elaborar inteligencia criminal y la fase de recolección de
información, indicios y pruebas de la investigación policial o criminal, en
no pocas ocasiones, discurren de forma simultánea y con los mismos obje-
tivos, pero con utilidades y fines bien diferenciados.

En la práctica diaria, las fases del ciclo de inteligencia no son estancas


ni se agotan en sí mismas. Entre un paso y otro del proceso, hay vasos
comunicantes. Sus acciones se repiten, su dirección no es tan lineal como
podría parecer inicialmente, sus actividades se producen de forma interre-
lacionada e incluso de forma simultánea. Rompen el orden convencional
prefijado, yendo constante e indistintamente hacia adelante y hacia atrás,
describiendo un movimiento pendular y de retroalimentación continua.
Esto es así porque lo habitual es que la entrada de datos se produzca de
modo incesante, que el usuario cambie a mitad del proceso sus demandas o
solicite más inteligencia, que el análisis de la información demande nuevas
Crimen organizado y seguridad multidimensional 165

búsquedas, que la aparición de un dato nuevo replantee un análisis provi-


sional e incluso uno definitivo, que la urgencia de un nuevo asunto exija
que información en bruto de gran interés se difunda a los responsables sin
tener apenas tiempo ni datos para realizar un análisis definitivo (Carvalho
y Esteban, 2012, pp. 161-168).
Por eso, cabe replantarse si este modelo de obtención de inteligencia es
el más apropiado o si, por el contrario, otros como el modelo de la inteli-
gencia centrada en el objetivo (Clark, 2013) resultan de mejor aplicación
para el desarrollo de inteligencia sobre la criminalidad organizada. Esto,
porque la retroalimentación continua de la inteligencia criminal aplicando
el ciclo de inteligencia genera confusión sobre el momento exacto del ciclo;
si estamos en la fase de elaboración de inteligencia o si, por el contrario,
nos encontramos atrapados en una perpetua fase de recolección de infor-
mación, simultánea a consecutivas investigaciones criminales. La afluencia
continua de nuevos datos fruto de la comisión de delitos genera la imagen
errónea de que siempre se llega tarde, lo que convierte en infructuoso cual.
quier esfuerzo por elaborar inteligencia criminal.
Ese modelo de análisis centrado en el objetivo entiende la producción
de inteligencia como un proceso cooperativo en red, en el que se construye
colectivamente un repositorio y en el que todos los participantes pueden
obtener los insumos necesarios para sus trabajos, así como contribuir con
sus propios recursos y conocimientos (Clark, 2013). Recordando la di-
versidad de organismos productores de inteligencia criminal de diferente
naturaleza, esa metodología enriquecería el producto de inteligencia cri-
minal, desde una perspectiva holística y multidisciplinar. La interpretación
holística simboliza el reconocimiento de que los objetivos de inteligencia
son tan complejos y multidimensionales como la misma realidad (Carval-
ho y Esteban, 2012, p. 92).

El proceso de inteligencia centrado en el objetivo se describe de la si-


guiente forma. Los usuarios que tienen problemas operacionales consultan
en el repositorio el estado actual del conocimiento sobre un objetivo (por
ejemplo, una organización criminal dedicada al narcotráfico transnacional)
e identifican sus necesidades de información. Los analistas de inteligencia,
trabajando junto a los colectores de información, traducen las necesidades
en lagunas de conocimiento y requerimientos de información. Los colec-
166 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

tores obtienen la información demandada y la incorporan al repositorio


compartido sobre el objetivo. Los analistas extraen la inteligencia utilizable
y la proveen a los usuarios. Estos últimos pueden sumar sus propias apor-
taciones sobre el objetivo al repositorio, o bien insertar nuevas necesidades
de información (Clark, 2013).
Esa perspectiva de análisis enfatiza el intercambio de información y
de experiencia, requisito sine qua non para enfrentar con éxito el crimen
organizado, guste o no entre los diversos actores involucrados en la gene-
ración de inteligencia. Por tanto, ayuda a superar las barreras existentes y a
estimular la interacción entre ellos. Por ser más interactiva, la perspectiva
centrada en el objetivo de inteligencia permite manejar mejor problemas
complejos como la criminalidad organizada, entendiendo por objetivo la
multitud de aspectos que abarca dicho fenómeno.
La complejidad de los objetivos de inteligencia criminal, principalmen-
te las organizaciones criminales, los mercados ilegales y las actividades ilí-
citas, amplía la interdependencia entre los organismos de seguridad y su
necesidad de colaboración fluida. La producción de inteligencia criminal
debe entenderse como un proceso productivo en red, en términos coope-
rativos, en el cual participan activamente los diversos actores involucrados,
incluidos los usuarios. Como todos los participantes intercambian cono-
cimiento, desarrollan conjuntamente una mayor capacidad de identificar
posibles lagunas, además de obtener una mayor y más profunda compren-
sión del objetivo de inteligencia y de los temas relacionados. Dado que
el usuario participa en el proceso, existe una mayor probabilidad de que
utilice los resultados.
La clave del éxito reside en avanzar en dos líneas complementarias y
simultáneas: la comprensión de un fenómeno, al mismo tiempo que se
interactúa con él, mediante intervenciones que lo afectan directamente
o que modifican su entorno. Esto es, la combinación de la inteligencia
criminal con operaciones de neutralización de naturaleza policial (investi-
gación criminal) o militar, bajo el prisma del modelo de inteligencia por
objetivos. Una compleja articulación difícilmente delimitable, al menos
por el momento.
En todo caso, simplificando, la inteligencia criminal puede ser con-
siderada como el complejo proceso de comprender el significado de la
Crimen organizado y seguridad multidimensional 167

información disponible. Se trata de determinar unos hechos, compren-


derlos y luego desarrollar inferencias mediante hipótesis, estimaciones,
conclusiones o predicciones precisas, fiables y válidas, para su empleo en
un proceso de toma de decisiones o de planeamiento. El proceso se ca-
racteriza por un corpus teórico, estándares metodológicos, herramientas
de recolección y procesamiento de datos, con base en razonamientos y
apreciaciones lógicas para la construcción de hipótesis, la búsqueda de
evidencias, la fundamentación de inferencias —afirmaciones que antes
han tenido el carácter de presunciones o hipótesis— y el establecimiento
de unas conclusiones.
Así, cuando el analista cumple bien su tarea, se transforma en un ge-
nerador de conocimiento fundado o “informado”. A través de su pericia y
del proceso técnico de gestión del conocimiento, añade un valor agregado
o producto de inteligencia criminal, clave para informar los procesos de
elaboración de política criminal y de seguridad (Tudela, 2014).
El proceso descrito implicaría las siguientes fases:
e Identificación del problema (diagnóstico);
e Recopilación y gestión de los datos (búsqueda de información, que
permita identificar y caracterizar un problema en un área determi-
nada);
e Identificación de asociaciones o vínculos y patrones, examen de los
datos para comprobar la o las hipótesis planteadas (análisis de la
situación, orientado a la elaboración de un plan de acción);
e Inferencias y conclusiones (diseño y elaboración de una respuesta-
solución);
e Diseminación de la información (publicitación de las iniciativas de
política criminal);
e Desarrollo e implementación de la estrategia (aplicación de la polí-
tica criminal);
e Evaluación de las acciones materializadas y retroalimentación con
base en los resultados y efectos derivados (revisión de los resultados);
e Transformación de la evaluación en información útil y conocimien-
to aplicado (reorientación para el logro de buenos resultados) y
168 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

e Validación de la respuesta (análisis del impacto-evaluación), que


permita identificar el valor agregado añadido, tras la acción innova-
dora de reorientación o su fracaso, para que no se replique.
Cabe matizar el carácter híbrido la inteligencia criminal (preventivo-
reactivo) porque, si bien es indiscutible su naturaleza preventiva (antes
de que el delito suceda), también lo es su dependencia informativa de los
hechos delictivos efectivamente producidos y de los que la Policía obtiene
datos. Desde ese enfoque, la inteligencia policial criminal está supeditada
mediante una vinculación estrecha con las estadísticas policiales, los aná-
lisis criminales, los mapas del delito, así como otros instrumentos de me-
dición. Para su articulación, deberá absorber toda esa nutrida información
que, a la postre, le aporta en gran medida la investigación policial.
Desde la perspectiva táctica y operacional, la inteligencia híbrida tiene
una base de racionalización de medios, capacidades y esfuerzos, a través de
un nuevo planteamiento o construcción metodológica de las operaciones,
basado en el origen de la inteligencia criminal (Sansó-Rubert, 2014). En
ese sentido, se modifica la óptica en el planeamiento operativo que impera
en la actualidad, basado en operaciones individuales. Á este le sucede un
planteamiento de construcción de operaciones más grandes, que se retroa-
limentan entre sí, en función del surgimiento de indicios en cada una de
ellas.
La modificación en el planeamiento operativo de inteligencia repercute
en la coordinación interna de cada agencia, puesto que no se consideraría
una delimitación funcional, competencial y estructural de cada una de
ellas, sino que el escenario de actuación se convertiría en conjunto, com-
binado y multiespacial (Sullivan, 2016). En la actualidad, las operaciones
contra amenazas transnacionales con componentes híbridos implican una
mayor complejidad en cuanto al establecimiento de políticas cooperativas
y de coordinación entre servicios de inteligencia y, en líneas generales, en-
tre las instituciones de seguridad de los Estados.
Es importante hacer hincapié en que el proceso proactivo y continuo
de producción de inteligencia favorece la adaptación de las estructuras de
seguridad a los cambios del entorno en el que deben operar. Facilita así
anticipar la aparición de fenómenos delictivos, reduciendo riesgos e in-
certidumbres. Estar bien informado significa mucho más que tener una
Crimen organizado y seguridad multidimensional 169

cantidad significativa de informaciones. La ventaja proporcionada por la


inteligencia no debe cimentarse solo en la cantidad de información obteni-
ble, sino en su calidad de cara al análisis, la discriminación y la evaluación,
con la finalidad de elaborar el mejor producto posible, en función de la
accesibilidad de medios.
Se trata de mantener el éxito en la dialéctica entre sobreabundancia
de información y su pertinencia, garantizando siempre el concepto de
actualidad informativa, para no caer en la denominada OBE (Overtaken
by Events) o desfase de la información (Lang, 2004), en el marco de una
seguridad preventiva ante delictum (Montero, 2006). Por ello, la inteli-
gencia criminal no consiste en la elaboración de ingentes bases de datos
de utilidad policial, aunque pueda nutrirse de estas para la elaboración del
producto.
La inteligencia criminal ostenta suficiente entidad para defender su
plena autonomía conceptual. Por definición, no está sujeta a un ente en
particular, sino que, en función de circunstancias de diversa índole (admi-
nistrativas y políticas o coyunturales) puede residenciarse bien en servicios
de inteligencia, bien en unidades policiales e, incluso, en organismos mili-
tares. Es necesario recalcar que la propia naturaleza transversal del crimen
organizado hace que las competencias orgánicas de los servicios de inteli-
gencia y seguridad, divididos en interior y exterior, carezca absolutamente
de sentido. Esto se refleja en la creciente creación o adaptación de agencias,
servicios, unidades y estructuras de elaboración, gestión e intercambio de
inteligencia criminal, nacionales y supranacionales, formales e informales.

Ejemplos de lo dicho los tenemos en el Centro de Inteligencia contra el


Crimen Organizado español (CICO), transformado en 2014 en el Centro
de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO); la
Serious Organised Crime Agency (SOCA), transformada en 2013 en la Va-
tional Criminal Agency (NCA) británica; el Criminal Intelligence Service of
Canada (CISC); la Dirección de Inteligencia de la Policía (DIPOL) colom-
biana; las norteamericanas International Organized Crime Intelligence and
Operations Center (1OC-2), The Organized Crime Drug Enforcement Task
Force Fusion Center, El Paso Intelligence Center, the Bulk Cash Smugeling
Center, the National Export Enforcement Coordination Center, the EPIC Bor-
der Intelligence Fusion Section y The Cyber Crimes Center; la Oficina Euro-
170 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

pea de Policía (FEUROPOL), la Comunidad Latinoamericana y del Caribe


de Inteligencia Policial (CLACIP), la Comunidad de Policías de América
(AMERIPOL) y la Organización Internacional de Policía Criminal (IN-
TERPOL), citando las siglas más reconocidas.
Resulta obligado diferenciar la inteligencia criminal de la aplicación de
las capacidades de inteligencia a la gestión policial: el Intelligence Led Poli-
cing. Ese modelo de gestión, reconocido internacionalmente, consiste en
una filosofía de trabajo articulada a través de un modelo de gestión policial
basado en la inteligencia, ideado no solo para optimizar la organización,
la comunicación y los procesos internos en la prestación del servicio, sino,
además, para alcanzar las mayores cuotas de eficiencia y eficacia posibles
en la práctica de la función policial, a la par de maximizar el empleo de
los recursos y las capacidades disponibles (Baker, 2009; Ratcliffe, 2009b).
Se fundamenta en la recopilación de información de interés policial, sobre
todo delitos, para su posterior análisis con los mismos parámetros emplea-
dos para la elaboración de inteligencia. El análisis criminal comprende téc-
nicas y procedimientos empleados para estudiar el crimen, con la finalidad
de proveer a las instancias policiales información útil, destinada a favorecer
el conocimiento sobre el medio criminal: ordenar la información dispersa
sobre el delito, identificar zonas de riesgo delictivo, modus operandi, nue-
vas manifestaciones delictivas, vulnerabilidades del sistema ante el delito,
obtención de patrones delictivos, evolución de la fenomenología delictiva,
etc. (Ratcliffe, 2009b).
Todo ello a partir del estudio simultáneo del delito de forma indivi-
dualizada, de la casuística criminal y de las comparaciones de diferente
naturaleza: geográfica, temporal, estadística, etc. En definitiva, se trata de
conocer el delito y el medio en el que este se reproduce, sus principales
características, manifestaciones y efectos. Con ese objetivo, se sirve de dife-
rentes técnicas y procedimientos, como la integración de datos, el análisis
cualitativo, la investigación en la resolución de problemas, la creación e in-
terpretación de estadísticas, el análisis temporal, los análisis demográficos,
la elaboración de mapas del delito, la minería de datos y diversas metodo-
logías de medición (Baker, 2009). Su finalidad radica en facilitar al decisor
(sea este un mando policial o un político) un conocimiento informado útil
para mejorar la gestión y planificación estratégica.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 171

Se incluye también en el análisis criminal la detección de carencias in-


formativas, la valoración del impacto de las operaciones de seguridad efec-
tuadas, la identificación de tendencias, sujetos y áreas críticas o emergentes
en la perpetración del delito o en la manifestación de desorden público,
así como otras necesidades logísticas para adaptar las estructuras policiales
a las continuas transformaciones operadas en el entorno en el que deben
desarrollar su actividad, reduciendo riesgos e incertidumbres, que lastren
la capacidad de respuesta institucional.

6.4. Los despliegues virtuosos de la inteligencia criminal


La revisión bibliográfica y doctrinal sobre la inteligencia y sus utilidades
muestra un elevado estado de confusión conceptual e imprecisión termi-
nológica. Se da no solo entre las acepciones de inteligencia policial, crimi-
nal e incluso inteligencia de seguridad pública, sino en otras disciplinas
versadas en el estudio del hecho criminal, como la investigación criminal,
la Criminología, la Criminalística, la estadística criminal, la fenomeno-
logía delictiva y toda suerte de metodologías e instrumentos válidos para
generar conocimiento empírico sobre el fenómeno delictivo, el medio en
el que este se reproduce, sus principales características, manifestaciones y
efectos. El conocimiento generado mediante estas técnicas y disciplinas no
debe confundirse con inteligencia. No se ha obtenido mediante la aplica-
ción de procesos de elaboración de inteligencia y su objetivo último no va
más allá de profundizar el entendimiento del hecho criminal, por lo que
carece del resto de interrelaciones que cabría esperar de un producto de
inteligencia, sin perjuicio de su empleo como insumo.
Con la intención de clarificar el galimatías conceptual imperante, ha-
bida cuenta de la imprecisión de las definiciones existentes, la inteligencia
criminal estratégica debe entenderse, en último término, como el proceso
sistemático de elaboración y difusión del conocimiento útil para el diseño
de políticas públicas criminales y de seguridad, así como para la adopción
de estrategias de acción contra cualquier tipo de manifestación de crimina-
lidad organizada. Su finalidad es contribuir a optimizar el proceso de toma
de decisiones, para favorecer la articulación de respuestas inteligentes, pre-
ventivas y proactivas, con el fin de atajar la creciente expansión de la activi-
dad criminal organizada. No solo proporciona conocimiento especializado
172 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

al usuario, sino también un ¿insight específico, que le permite reducir los


niveles de incertidumbre (Bartolomé, 2015). Cuando la inteligencia llega
tarde, el delito ya se ha cometido, el trabajo ha resultado infructuoso y el
hecho delictivo efectivamente materializado pasa a ser objeto de la inves-
tigación criminal.
Las afirmaciones previas, para su mejor entendimiento, requieren un
análisis pormenorizado. La relevancia de la aspiración estratégica de la
actividad de inteligencia criminal obedece a tres criterios diferentes, que
no son mutuamente excluyentes y, además, suelen presentarse de mane-
ra combinada. En primer lugar, cuando su producto se basa en insumos
(por lo general, análisis) proporcionados por otros organismos o agencias
diferentes a la organización productora de inteligencia criminal, son estos
organismos, y no el que produce la inteligencia, los que efectúan las tareas
de recolección o reunión, como el primer procesamiento de la información
reunida. Existen cada vez más organimos y agencias de fusión de inteli-
gencia criminal, cuya finalidad es producir inteligencia estratégica con la
información proporcionada por terceros, dada su carencia de capacidades
de obtención. Por ejemplo, EVUROPOL y AMERIPOL.

En segundo lugar, el producto de la inteligencia criminal estratégica


pretende apuntar al mediano y largo plazos, vinculados con el desarrollo
institucional de los Estados y sus planes sociales y económicos. En tercer
lugar, la denominación “estratégica” va más allá de los ejercicios de plani-
ficación que realizan los gobiernos, al implementar sus planes de política
pública, porque la inteligencia criminal apunta a la prevención de posibles
convulsiones y amenazas que puedan generarse de forma sistémica en un
entorno interdependiente y complejo.
La clave radica en las ventajas que otorga la anticipación estratégica
como medio para ejecutar iniciativas orientadas a afrontar con éxito los
derroteros por los que podría transitar el futuro próximo. Esta no solo
proporciona capacidades de alerta temprana frente a las aspiraciones crimi-
nales, sino también mecanismos para detectar tendencias y determinar in-
dicadores que propician, a su vez, la identificación de señales que adviertan
las transformaciones en los patrones criminales o la aparición de nuevos
riesgos y amenazas. Adicionalmente, el estudio del futuro aporta una for-
ma diferente de pensar, basada en la creatividad y el pensamiento crítico,
Crimen organizado y seguridad multidimensional 173

desde una visión no anclada ni al presente ni al pasado (Sansó-Rubert y


Blanco Navarro, 2015).
En ese plano, es pertinente favorecer la adopción de decisiones estraté-
gicas en entornos cambiantes, veloces, complejos y llenos de incertidum-
bre. Aportar una visión holística permite precisar una concepción multi-
disciplinar del fenómeno criminal organizado y configurar un sistema con-
tinuo de seguimiento y evaluación, que permita realizar correcciones sobre
las realidades que se plantean (Blanco Navarro y Jaime, 2014). Por tanto,
la anticipación estratégica en clave de inteligencia criminal y prospectiva,
definida como el estudio del futuro para poder influir en él, ofrece posi-
bilidades de aplicación a diferentes áreas de conocimiento que, en último
término, conducen a eliminar o minimizar los riesgos y las contingencias.
Todo diseño estratégico precisa contar con una visión de futuro, porque
es un input para la elaboración de programas y planes de acción y para la
toma de decisiones (Sansó-Rubert y Blanco Navarro, 2015).
Apuntadas estas notas definitorias, una primera aproximación directa
al concepto de inteligencia criminal abarcaría el conjunto de capacidades y
metodologías de la inteligencia, aplicadas al análisis de las manifestaciones
más peligrosas de la fenomenología criminal organizada. La adjetivación
criminal no hay que entenderla peyorativamente, sino como un préstamo
lingúístico, de criminal intelligence, cuyo acrónimo es CRIMINT, dado que
es la doctrina anglosajona, canadiense y británica (especialmente) la que ha
desarrollado en profundidad el concepto.
El empleo acotado de las tipologías criminales de especial peligrosidad,
alejándose de la delincuencia común, aunque discutible y discutido por la
doctrina, deviene de su progresiva evolución y escisión de la inteligencia
policial. En su favor, aduciremos que, debido a la imprecisión inheren-
te al propio concepto de delincuencia organizada (Sansó-Rubert, 2009;
Zúñiga, 2009), la inteligencia criminal toma solo como objeto propio de
análisis a aquellas acciones que revisten una mayor peligrosidad o son es-
pecialmente violentas. Estas configuran no solo una amenaza contra la se-
guridad pública, sino contra la seguridad nacional, la independencia de los
Estados, la integridad de las instituciones, el funcionamiento de la demo-
cracia y los equilibrios en las relaciones internacionales. Además, las capa-
cidades de inteligencia son costosas, requieren cada vez más especialización
174 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

y subespecialización, en función de sus contenidos, y no se improvisan. Su


dedicación a manifestaciones delictivas ordinarias representa al día de hoy
una dilapidación de medios y recursos.
La inteligencia criminal constituye un recurso crítico, atendiendo a su
carestía de costes y escasez de personal con destrezas analíticas cualificadas.
Esto conecta directamente con la ausencia o insuficiencia, en la mayoría de
los países, de planes sostenidos de formación y carrera profesional orienta-
da a la especialización de centros y personal de análisis. Cuanto menos, en
su plantilla y dotación de fondos, siempre escasos para atender la demanda
de seguridad frente a una amplia y variada casuística criminal.
Esas limitaciones son críticas porque la criminalidad organizada trans-
nacional dispone de abundantes medios para la perpetración de actos ilí-
citos. Cuenta con un entramado de difícil acceso para proteger los centros
de decisión y tiene material técnico sofisticado, propiciado por su elevado
poder adquisitivo y, sujetos integrantes de comprobada eficacia delictiva,
mediante una selección de perfiles profesionalizados. Recurre sistemática-
mente a la ingeniería financiera para ocultar el resultado económico de sus
actuaciones y salvaguardar el lucro obtenido.
La utilización de facilitadores o estructuras que no pertenecen estricta-
mente a la organización, en determinadas fases del ciclo criminal, obedece
a la especialización del servicio ofrecido, porque proveen servicios finan-
cieros, económicos, técnicos, logísticos, contables, mercantiles y jurídicos,
así como una dilatada experiencia en el control del riesgo. Eso les permite
aumentar tanto la seguridad de sus operaciones como sus beneficios. In-
cluso, existen organizaciones especializadas en la provisión de cobertura a
la actividad ilícita: seguridad de las operaciones, apoyo y soporte logístico,
ocultación, transporte y almacenamiento. Operan como un eslabón más
de la cadena delictiva organizada (Gambetta, 2007). En los años venideros,
los incentivos para la cooperación entre organizaciones criminales estarán
al alza, lo cual generará una “cadena global de redes criminales, que serán
tan difíciles de combatir como lo son de rastrear” (Williams, 2005, p. 128).
Atendiendo a esa prospectiva, resulta imprescindible preguntarnos so-
bre la capacidad de las organizaciones criminales para ejecutar actividades
de infiltración y manejo de la información, parecidas a las desplegadas por
la inteligencia estatal. La respuesta es afirmativa. El crimen organizado,
Crimen organizado y seguridad multidimensional 175

en su afán de interferir en la captación de datos sensibles respecto de su


estructura y actividades, lleva a cabo labores de intoxicación informativa o
desinformación e, incluso, la puesta en práctica de señuelos (honney pots)
para testar y medir la respuesta de las agencias de seguridad gubernamen-
tales y de los servicios de inteligencia. Mediante tales estratagemas, las or-
ganizaciones pueden detectar el grado de vigilancia y seguimiento al que
están sometidas, lo cual les permite sopesar las acciones más adecuadas
para eludir o bien neutralizar las capacidades estatales de lucha contra la
criminalidad organizada.
Cabe reseñar también el exitoso aprovechamiento criminal de las
transformaciones operadas en el campo de las nuevas tecnologías. La
incorporación a sus actividades delincuenciales de recursos cibernéticos
y telemáticos avanzados conlleva la apertura de nuevos resquicios de vul-
nerabilidad de la seguridad nacional e internacional. Las organizaciones
criminales, con una enorme capacidad de infiltración multinivel (inclu-
sive en los propios servicios de inteligencia estatal) tienen la posibilidad
de acceder a información sensible y secreta, útil para obtener ventajas
competitivas, expandir sus negocios y poder neutralizar en origen los
dispositivos contra el crimen que desarrollan los Estados, a través de sus
planes de contrainteligencia.
Desde la óptica de autoprotección criminal, interesa obsevar los me-
canismos defensivos que poseen para resguardar las instalaciones, evitar
la intrusión de elementos ajenos, proteger al personal contra la acción de
posibles amenazas y precaurelar el desarrollo de las operaciones en cur-
so, sin descuidar la información sensible y la ejecución de mecanismos de
vigilancia. Las medidas ofensivas consisten en el cotejo de información
acerca de la organización sometida a escrutinio, sus procedimientos de tra-
bajo, el posible reclutamiento de miembros y colaboradores a través de la
corrupción, la articulación de operaciones de penetración en puestos de
relevancia o utilidad y el despliegue de acciones de perturbación, engaño,
decepción y manipulación. Todas ellas, estratagemas hábiles para obtener
informaciones sobre los ámbitos político, económico o de seguridad, que
les permitan explotarlas para permear instituciones públicas y privadas.
Las repuestas estatales incluyen el uso de la contrainteligencia para
proteger y preservar la seguridad pública mediante la identificación y
176 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

desactivación de las acciones hostiles. También se ocupan de proteger


y resguardar la estructura institucional que da soporte a la actividad so-
cioeconómica y productiva de un país. En ese sentido, la inteligencia cri-
minal puede ser asociada con la contrainteligencia estatal, porque consti-
tuye simultáneamente una actividad de análisis de información sobre sus
objetos de atención y una actividad operacional con varias dimensiones:
la obtención de información sobre las operaciones en curso del adversa-
rio, para su posterior análisis; la planificación y ejecución de acciones de-
fensivas; la protección contra la amenaza; la anulación de sus operaciones
y acciones defensivas, así como el resultado del análisis previo (Esteban
Navarro, 2012, p. 172).

6.5. Aportes de la inteligencia criminal


Las aportaciones actuales de la inteligencia criminal son múltiples y
variadas. Por una parte, los productos de inteligencia criminal son el re-
sultado de la elaboración de conocimiento sobre la delincuencia en sus
diversas facetas y dentro de los contextos sociales en que se produce. Un
buen producto de inteligencia criminal no solo describe cuál es la situación
actual del fenómeno, sino que aporta explicaciones sobre su existencia y
establece posibles evoluciones o tendencias, en diversos escenarios viables.
Además, define las alternativas factibles para reorientar la seguridad mul-
tidimensional y poder lograr su erradicación y control. Establece los even-
tuales costes económicos y sociales de la aplicación de dichas medidas en
diversos contextos políticos a escala nacional y regional.
Por otra parte, la inteligencia criminal posibilita el análisis de la distri-
bución geográfica de las organizaciones criminales; sus estrategias, fortale-
zas y debilidades, concentración territorial, distribución, tipo y densidad;
los nuevos nichos ilícitos de mercado, metodologías, modus operandi, pro-
ductos y servicios; la familiarización con la subcultura delictiva; las ca-
racterísticas sociodemográficas relevantes de sus miembros, que pueden
explotarse (nacionalidad, región de procedencia, etnia, familia, profesión,
condición de expolicías o excombatientes, tipología de actividad ilícita en
la que está especializado). Por tanto, permite detectar el surgimiento, el
desarrollo y la caída de las organizaciones criminales.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 177

De igual forma, se emplea para analizar las políticas públicas y decisio-


nes adoptadas en la confrontación con la criminalidad organizada. Opera
como un sensor de los procesos de cambio que se producen en todos los
ámbitos (políticos, sociales, tecnológicos, económicos, legales, medioam-
bientales, de comunicación y transportes), que afectan de manera positiva
o negativa al fenómeno criminal organizado. En términos prospectivos,
detecta tendencias y determina indicadores que advierten las transforma-
ciones en los patrones criminales o la aparición de nuevos riesgos y amena-
zas para la sociedad y el Estado.
Por lo tanto, su desarrollo confiere ventajas nada desdeñables. Permite
minimizar el impacto de la criminalidad, sobre todo cuando el coste de
oportunidad a la hora de tomar una decisión (y no otra) puede resultar
cualitativamente mucho más gravoso, o generar daños irreparables. A su
vez, puede ser de gran utilidad en la tarea de encauzar y asignar prioridades
a los recursos destinados a la prevención, reducción y detección de todas
las formas de actividad criminal, la asignación de recursos a diferentes áreas
delictivas, el incremento en el adiestramiento en una técnica particular
de lucha contra un tipo específico de criminalidad, y la toma de medidas
necesarias para cubrir o cerrar algún vacío concerniente a las políticas cri-
minales y de seguridad, proporcionando dirección estratégica.

La inteligencia criminal destaca como herramienta óptima para la


elaboración de estrategias de seguridad que permitan reorganizar los
instrumentos y procedimientos de los que disponen los gobiernos para
afrontar el delito y para ayudar a redefinir los objetivos en la lucha
contra la delincuencia organizada (Sansó-Rubert, 2012c). Pero no
solo basta con su formulación teórica en un documento estratégico;
la realidad es mucho más compleja. Representa un abanico de retos y
oportunidades porque incorpora distintos actores institucionales en la
subcomunidad de inteligencia multidisciplinar como puede observarse
en el gráfico 3.
178 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

Gráfico 3. Subcomunidad de inteligencia crimial

Fuerzas
Armadas

Servicios Admén
Inteligencia Público

dl
d A

Servicios ÉS INTELIGENCIA 4 Sistema


Aduanas CRIMINAL Penitenciario

E w

ae

Cuerpos Unidades
inteligencia
Policia Financiera / Banqueo

Seguridad
Privada

Fuente: elaboración propia.

Desde otra perspectiva, puede constituir la base para la acción, ajena al


proceso penal y, por tanto, sin necesidad de su judicialización, con impor-
tantes repercusiones en la neutralización de la actividad criminal organiza-
da. Ello, sin perder de vista que la acción directa sobre blancos específicos
para la neutralización coercitiva de la actividad criminal configura un aña-
dido —para algunos autores, una deformación— de la naturaleza esencial
de la herramienta inteligencia, asumida como búsqueda y procesamiento
de información destinada a apoyar la decisión.
La inteligencia también requiere ser mirada como fundamento de la
acción para desarticular las estratagemas delictivas. Esa visión entronca
directamente con uno de los principios esgrimidos por Taplin (1989, p.
488): “La inteligencia es una actividad inútil y costosa, si no tiene una
aplicación que justifique su valor e inversión”. Así, por ejemplo, modificar
una ley electoral para limitar los donativos monetarios a partidos políticos
Crimen organizado y seguridad multidimensional 179

y candidaturas, o prohibir las donaciones de carácter anónimo, ha sido


suficiente para desarticular la infiltración criminal del sistema político, evi-
tando la compra de candidaturas, al menos por esa vía. De igual forma, en
el mundo empresarial, conocer la procedencia delictiva de la financiación
de una empresa (bussiness angels), incluso cuando se trata de financiación
previamente blanqueada, ha permitido abortar fusiones, compra de accio-
nes o alianzas estratégicas, especialmente en sectores de máxima relevancia
para el Estado, como los recursos energéticos. Ni qué decir, en la esfera
bancaria y financiera, de negar la introducción en el mercado nacional a
determinadas entidades y firmas bajo el dominio criminal.
La perspectiva económica de la inteligencia criminal es relevante de-
bido, en gran medida, a la creciente integración e interdependencia de
los asuntos económicos en el concepto de seguridad, que da lugar a la
necesidad de elaborar inteligencia sobre ellos. Sin que exista unanimidad,
la inteligencia económica puede entenderse como aquella que se ocupa de
la obtención y el procesamiento de la información financiera, económica
y empresarial de las actividades criminales, en general, y de las estructuras
y organizaciones delictivas, en particular, para permitir una eficaz salva-
guarda de los intereses nacionales, tanto en el interior como en el exterior.
En sintonía con esa línea de pensamiento, que pone el acento en la
acción y no solo en el apoyo a la decisión, su utilidad ha sido reconocida
en no pocos foros internacionales. El Consejo de Europa, a través de la
Recomendación Rec (2001) 11 del Comité de Ministros sobre principios
directrices en la lucha contra el crimen organizado, asume que deben de-
sarrollarse nuevos métodos de trabajo, que muden su foco de atención de
una práctica reactiva a otra proactiva, incluyendo el uso de inteligencia
estratégica criminal. Propone la práctica de operaciones encubiertas y el
uso de informantes.
La Convención de Naciones Unidas contra el Crimen Organizado, del
año 2000, insta al reconocimiento de técnicas de investigación especial
como las operaciones encubiertas, siempre que lo posibiliten los principios
fundamentales del ordenamiento jurídico de cada Estado (artículo 20.1).
En esa misma línea, la Convención contra la Corrupción, de 2003 (artí-
culo 50.1), añade que los Estados adoptarán las medidas necesarias para
permitir la admisibilidad de las pruebas derivadas de esa técnica. El Conve-
180 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

nio entre los Estados miembros de la Unión Europea de Asistencia Judicial


Penal de 2000 (Acto del Consejo (CE) 2000/C 197/01, de 29 mayo de
2000. DO C 197, de 12 de julio de 2000, p. 1.), regula las operaciones
encubiertas internacionales (artículo 14).
Sin embargo, el empleo de operaciones y agentes encubiertos no está
exento de una ardua conflictividad legal, en virtud de la propia naturaleza
de ambos instrumentos y del uso que se les ha conferido a lo largo de la
historia de la inteligencia. No en vano se han caracterizado sobre todo
porque, hasta la fecha, el país que las lleva a cabo evita que se conozca su
responsabilidad. Son operaciones sistemáticamente negadas en caso de ser
descubiertas, dado que en la mayoría de supuestos constituyen una opción
especial de los gobiernos a la hora de implementar ciertas políticas de se-
guridad. Dado que suelen plantear graves problemas legales, lo habitual es
recurrir a su empleo en casos extremos, previo examen de los posibles ries-
gos que entrañan. A pesar de que una de las competencias de las agencias
de seguridad comprende la faceta correspondiente a la acción, el Derecho,
en muchas legislaciones estatales, guarda silencio sobre este extremo.

Desde esa perspectiva, no hay que perder de vista que existen diferentes
tipos de acciones encubiertas y una gradación entre ellas, en función de si
comprenden un ilícito penal o no. En caso afirmativo, entra en juego su
gravedad y el objetivo a conseguir con su práctica. Por ello, cabe hacer una
defensa razonable de estas, circunscribiendo su empleo al enfrentamiento
con las redes de delincuencia organizada y ciñendo el alcance de sus activi-
dades al marco de los condicionamientos impuestos por el ordenamiento
constitucional, por lo que podrían desarrollarse con eficacia en el seno de
los regímenes democráticos.
Una cuestión clave es cómo se articula la figura del agente encubierto,
diferenciando la visión policial de los servicios de inteligencia y la capaci-
dad operativa que se le confiera. Si este solo se limita a realizar tareas de
información legalmente reguladas, sobre la actividad de la organización
criminal, facilitando el descubrimiento y la prueba de las actividades delic-
tivas, es decir, la perspectiva policial, poca utilidad práctica podrá aportar
al producto global.
La reflexión circula en torno a la capacidad de maniobra que se le con-
fiere a este agente, con mayores o menores limitaciones y prerrogativas, en
Crimen organizado y seguridad multidimensional 181

función del carácter garantista o no del ordenamiento jurídico de que se


trate. Esa capacidad goza de expreso reconocimiento en muchos ordena-
mientos, en ocasiones de modo específico, para la investigación de delitos
relativos al crimen organizado. Lo cierto es que, en virtud de una regu-
lación legal desacorde con la realidad criminal organizada imperante, se
desperdician agentes y tapaderas, a tenor de la aplicación de la normativa
procesal penal. Esto, dado que, tras cada operación, se agota frecuente-
mente la fuente operativa y el método de investigación empleado para el
cumplimiento de los principios procesales que obligan al agente encubier-
to a comparecer en juicio, descubriendo su identidad. Múltiples legisla-
ciones procesales inadmiten que la defensa desconozca la identidad de la
persona a la que intenta interrogar, ya que puede verse privada de datos
que le permitan probar que es parcial, enemiga o indigna de crédito. Esto
no puede demostrarlo si carece de información que le posibilite fiscalizar el
crédito que merece el autor o ponerlo en duda.
Por ello, en función de la inoperancia generalizada de esa figura, a pesar
del mayor o menor reconocimiento de su irresponsabilidad penal por las
eventuales conductas penalmente típicas en las que pudiera incurrir en
el desarrollo de sus funciones, han cobrado notoria relevancia las figuras
del informador policial y del confidente. Esto es, aquellas personas o ciu-
dadanos particulares que, por diversas razones o motivaciones, colaboran
con datos relevantes, ya sea por pertenecer al entorno en que se indaga, o
porque se infiltran en la organización criminal investigada. Se echan en
falta políticas estructuradas, destinadas a la desmovilización de miembros
activos de organizaciones criminales, cuyas informaciones y colaboración
con el aparato del Estado, convenientemente transformadas en éxitos en
la lucha contra la delincuencia organizada, representarían la rúbrica de su
verdadero arrepentimiento.
En consecuencia, las operaciones encubiertas deberían tender hacia
objetivos más ambiciosos: la implementación de acciones propias de con-
trainteligencia, para dificultar la realización de operaciones del entorno
criminal; la obtención proactiva de información al más alto nivel; la crea-
ción de relaciones disfuncionales, que descompongan gravemente las capa-
cidades del grupo criminal; las acciones destinadas a destruir la confianza,
mediante información tendenciosa; la creación de suspicacias y recelos in-
ternos; la intoxicación informativa y los ataques más directos a la propia
182 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

organización, con el fin de interrumpir sus actividades, dislocar o degradar


sus capacidades o incluso destruirla completamente. Esto no solo podría
tener un efecto corrosivo, sino además forzar a los delincuentes a efectuar
movimientos que aumenten su vulnerabilidad. Aunque todos los objetivos
resulten legítimos, resulta esencial que exista claridad sobre la delimitación
legal del marco de actuación aplicable.
La otra gran afección que padecen las operaciones encubiertas es el uso
fraudulento de los fondos reservados y demás dotaciones económicas aca-
paradas por el secreto. En lo tocante a la financiación y el uso de los fondos
reservados, los órganos de inteligencia implicados en acciones encubiertas
que utilizan elevados recursos monetarios pueden generar situaciones de
dudosa justificación legal, y un peligro añadido, que podría quebrantar la
integridad profesional de los agentes encargados de las operaciones.
A tenor de lo expuesto, las figuras sometidas a análisis (operaciones
y agentes encubiertos) plantean no pocas incertidumbres y conflictos ju-
rídicos de solución dilemática. Si la balanza se inclina a favor de ajustar
estrictamente la obtención de información a los principios fundamentales
acordes con el estado de derecho, el resultado serán unos instrumentos
muy limitados en su capacidad real de actuación. Si, por el contrario, se
decanta por potenciar sus capacidades funcionales y operativas, se han de
asumir riesgos y restricciones justificables, en mayor o menor medida, en el
ejercicio de las libertades. No hay que perder de vista que los límites legales
de las técnicas propuestas para enfrentar a las organizaciones delincuen-
ciales han de encontrar su acomodo en el sistema de derechos y libertades
propio del estado de derecho. Por más abyectas que sean las formas de
delincuencia que se trata de erradicar, no está justificada la utilización de
medios que puedan violentar garantías constitucionales. Si bien es cierto
que el Estado está legitimado para utilizar todos sus recursos en la lucha
contra el crimen organizado, esa posibilidad no justifica en modo alguno
el empleo de medios contradictorios con la normativa legal imperante.
Resulta indispensable compatibilizar las restricciones que conlleva la segu-
ridad con el respeto a los derechos y las libertades de los ciudadanos.
El paradigma actual en el que se desenvuelve la lucha contra la delin-
cuencia organizada resulta insatisfactorio por el momento, desde la pers-
pectiva de que pretende alcanzar equilibrios entre eficacia y legalidad. Los
Crimen organizado y seguridad multidimensional 183

nuevos esquemas de operación y análisis requieren trazar con nitidez los


parámetros legales de actuación y una clara delimitación de los objetivos.
El dilema de la actividad de los servicios de inteligencia se debate entre
obtener, analizar y proporcionar información para elaborar productos de
impacto en los decisores estatales, y la trama de obstáculos del ámbito le-
gislativo que, en ocasiones, es restrictiva más allá de lo razonable.

Recurrir a la inteligencia criminal como apoyo a las decisiones estra-


tégicas de interdicción selectiva y acción focalizada constituye una nece-
sidad, a efectos de lograr intervenciones exitosas, que alcancen el máximo
grado de neutralización de los objetivos.

6.6. Inercias del pasado y futuro de la inteligencia criminal


Perdida a priori la iniciativa para atajar la proliferación de la crimina-
lidad organizada en sus fases incipientes, ahora que se quiere reaccionar
ante su consolidación y expansión resulta que, frente a un escenario de
inseguridad, poliédrico y en continua transformación, las burocracias es-
tatales permanecen en gran medida constreñidas en esquemas funcionales
anquilosados. Las agencias de seguridad pública se manifiestan escleroti-
zadas frente a una criminalidad que explota la ventaja que le proporciona
el marco de la globalización asimétrica, el conflicto híbrido y la carencia
de restricciones éticas y morales. Ese lastre funcional, sumado a las limita-
ciones competenciales, territoriales y jurídicas propias del Estado nacional,
ha mermado hasta la fecha la respuesta institucional de los gobiernos, en
desmedro de la cooperación internacional.
En consonancia con este marco descriptivo, la necesidad de afrontar
una cada vez más perfeccionada forma de delincuencia debe estimular una
apuesta decidida por la especialización y la diversificación de los instru-
mentos aplicables contra el crimen organizado. Especialización que, a su
vez, exige superar los paradigmas clásicos anclados en la seguridad reactiva,
a todas luces insuficientes, y optar por respuestas innovadoras, transversa-
les e integradoras, inscritas en la seguridad multidimensional.

Como señaló Colin S. Gray (1999, p. 320), “no podemos predecir


amenazas asimétricas específicas a menos que tengamos inteligencia ex-
celente, y por tanto no podemos proteger todo aquello que se encuentre
184 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

bajo riesgo”. Es cierto que el futuro de la delincuencia organizada no se


puede predecir, pero el empleo de modelos teóricos y las extrapolaciones
de las experiencias pasadas posibilitan la identificación de ciertos elemen-
tos a partir de indicadores, factores, proxies, inteligencia artificial y diseños
prospectivos que permitan determinar la presencia de ciertas condiciones o
probabilidades sobre las formas en que evolucionan los riesgos y las opor-
tunidades.
En resumen, el análisis de escenarios posibles incluye un diagnóstico de
la situación estudiada, un examen de las tendencias esperadas en la evolu-
ción de los principales factores o variables que caracterizan a esa situación
(incluyendo sus causas y consecuencias), así como un conjunto de escena-
rios posibles y relativamente probables a corto y mediano plazo. El desafío:
ex notitia victoria; articular estrategias que nos permitan anticiparnos a las
iniciativas criminales, neutralizándolas en origen, mediante la interven-
ción sobre sus elementos facilitadores. Hablamos de una solución global,
preventiva, ágil y eficaz, adaptada a la naturaleza flexible, difusa, pero tre-
mendamente resistente, de la amenaza representada por la criminalidad
organizada vigente en nuestros días.
Todo ello sin olvidar que, si bien es cierto que el futuro anticipa un
sostenido incremento de la importancia de la actividad de inteligencia, esta
es solo uno más de los ingredientes que intervienen en la lucha contra la
delincuencia organizada. Por ello, no se debe olvidar que el éxito realmente
se alcanzará con la imbricación adecuada de todos los instrumentos dispo-
nibles y la cooperación de todos los actores implicados. Prevención, acción
y reacción, al servicio de la erradicación de la criminalidad organizada.
Conviene recalcar que la inteligencia criminal, en su sentido más es-
tricto, no es más que un tipo de inteligencia útil para obtener, evaluar e
interpretar amplia información, difundirla contrastadamente y entregar a
inteligencia estratégica los productos necesarios para proteger y promover
los intereses nacionales de cualquier naturaleza (sean políticos, comercia-
les o empresariales) frente al crimen organizado. Nunca pierde de vista
la misión de prevenir, detectar y posibilitar la neutralización de aquellas
actividades delictivas, grupos o personas que, por su naturaleza, magnitud,
consecuencias previsibles, peligrosidad o modalidades pongan en riesgo,
amenacen o atenten contra el ordenamiento constitucional, los derechos,
Crimen organizado y seguridad multidimensional 185

el medioambiente y las libertades fundamentales que conforman la estabi-


lidad de las sociedades y los Estados.
Ante la magnitud de la amenaza representada por la criminalidad or-
ganizada y sus escenarios interdependientes, el desarrollo de estrategias e
instrumentos más efectivos para su desarticulación, especialmente en su
vertiente transnacional, así como la cooperación y la coordinación a esca-
las nacional e internacional, deben constituir prioridades gubernamentales
para este siglo XXI.
Por lo tanto, la inteligencia criminal debe aspirar a algo más que a
producir informes descriptivos. El análisis estratégico, sumado a la pros-
pectiva, articula el escrutinio de la realidad criminal, orientado hacia el
futuro. Adoptar el diagnóstico no constituye un objetivo en sí mismo, sino
un medio para pronosticar escenarios futuros, adscribirles probabilidad y
deseabilidad, y poder así diseñar planes convenientes, en virtud de objeti-
vos prefijados. Ello permitirá adquirir un profundo conocimiento sobre la
etiología de la criminalidad, así como de su fenomenología. Su desarrollo
confiere ventajas aún por explotar, porque permitirá minimizar el impacto
de la criminalidad organizada y mantener un control mínimo para evitar
su expansión incontrolada, que supone un deterioro de la seguridad, tanto
objetiva como subjetiva.
El tiempo determinará si la lucha contra la delincuencia organizada
avanza hacia donde se quiere o simplemente desde donde se puede. La
clave ya no reside en plantear qué queremos que sea la inteligencia crimi-
nal, sino hasta dónde queremos explotar sus utilidades, y en determinar
seriamente sus usos futuros. La necesidad de entender qué sucede en el es-
cenario internacional vigente, identificar las interdependencias existentes,
los posibles derroteros por los que transite su evolución y cuál es el papel de
la criminalidad organizada al respecto —a efectos de articular estrategias
para su prevención, contención y erradicación— suscita una pluralidad de
interrogantes que, lógicamente, requieren respuestas.
FINALE

La criminalidad organizada requiere un abordaje multidimensional y


diferenciado, que vaya más allá del hecho delincuencial como dato feno-
menológico. Ese acto comprensivo implica, necesariamente, el estudio de
las condiciones sociales, los aspectos ligados al desarrollo humano y las
políticas públicas que ejecuta cada Estado y sociedad, porque en su inte-
racción se gestan, reproducen y obtienen poder las prácticas y métodos de
asociación criminal. Esas características influyen decisivamente en la forma
en que la delincuencia organizada concibe sus manifestaciones, en su can-
tidad, intensidad y en todas sus peculiaridades y tipologías.
La asociación criminal reside en la construcción de estructuras racio-
nalmente autointeresadas, orientadas a la planificación y comisión exitosa
del delito, así como al encubrimiento y la protección de los miembros
para evitar la persecución institucional. De ahí que dichas organizaciones
dependan de toda actividad tendiente a la creación, consolidación, amplia-
ción, renovación y reconfiguración de un conjunto corrupto de vínculos
sociales y políticos.
Dentro de una organización criminal organizada, se designan objeti-
vos comunes porque confieren racionalidad, en tanto determinan en gran
medida sus características y orientan las acciones sobre estructuras, fines
intermedios, división del trabajo, relaciones entre los miembros, sistema
de toma de decisiones, vinculaciones con el mundo exterior y códigos de
conducta que son vistos como subcultura criminal. En un plano funcional,
la delincuencia organizada se realiza a través de grupos o asociaciones con
las siguientes características: carácter estructurado, permanente, autorre-
novable, jerarquizado y destinado a lucrarse con bienes y servicios ilegales
o efectuar hechos antijurídicos con intención sociopolítica. Sus objetivos
conjugan escenarios locales e internacionales, con la finalidad de susten-
tarse a través de estructuras organizativas consolidadas, que se expanden y
camuflan en potentes redes criminales. Ese factor, de extrema importancia,
es precisamente el objeto de interés para la seguridad multidimensional.
En este libro son múltiples los términos recogidos: “delincuencia or-
8 anizada transnacional”, “delincuencia internacional organizada”,
8 “de-
188 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

lincuencia mundial organizada”, “delincuencia multinacional” y “crimen


organizado”. Todos expresan la naturaleza organizada de los grupos que
la componen, así como el contexto internacional de sus actividades y sus
diversas conexiones. Sus actividades principales son aquellas que generan
la provisión de bienes y servicios ilegales, ya sea la producción y el tráfico
de drogas o el tráfico de armas, menores de edad, órganos, inmigrantes
ilegales y materiales nucleares. También incluyen el juego, la usura, la fal-
sificación, la prostitución, la comercialización de bienes lícitos obtenidos
subrepticiamente, sobre todo vehículos de lujo, animales y obras de arte,
así como el uso de redes legales para actividades ilícitas como el lavado de
capitales.
La criminalidad organizada transnacional tiene graves repercusiones en
la seguridad multidimensional, sobre todo las que se convierten en ame-
nazas híbridas porque articulan factores de riesgo interdependientes que
conviven con escenarios transnacionales donde prevalecen altos niveles de
pobreza, grave inequidad, corrupción, baja presencia institucional y con-
flictos armados no estatales. En esa dinámica, la polarización ideológica
del contexto mundial y la globalización asimétrica generan profundos en-
tornos de incertidumbre, contingencia y fragmentación de sentido para las
personas y los Estado. Con ello, la aplicación de políticas y definiciones
conceptuales sobre el crimen organizado transnacional se sumerge en un
difuso péndulo entre los estudios clásicos de seguridad nacional y los aná-
lisis limitados sobre seguridad ciudadana.
En la actualidad, se ha evidenciado la imperiosa necesidad de construir
un campo interpretativo multifacético, donde participen diversas discipli-
nas y conocimientos científicos, más allá de las visiones realistas de la se-
guridad y del campo positivista del derecho. Ello obedece a la urgencia de
pensar el crimen organizado transnacional como un peligro latente, que
conjuga la privatización de la violencia con los despliegues de la corrup-
ción, y así se convierte en una amenaza para la estabilidad de los países de-
mocráticos, trascendiendo y evadiendo el principio del control territorial
de los Estados.

Si bien los Estados han realizado importantes esfuerzos por modificar


el concepto estadocéntrico de seguridad nacional, las prácticas políticas y
discursivas de diversos países, sumadas a una mayor interdependencia de
Crimen organizado y seguridad multidimensional 189

la economía mundial, llevan a pensar que las respuestas generadas por los
estamentos jurídicos y policiales están lejos de responder a la velocidad de
la problemática. Ergo, adoptar la noción multidimensional como ingre-
diente de método y análisis implica pensar que se ha promovido un cam-
bio de paradigma, que articula los ámbitos locales, regionales, nacionales e
internacionales. Este nos conduce a admitir que los factores de inseguridad
son de naturaleza transfronteriza y que la única forma de actuar para elimi-
narlos o mitigarlos viene de la mano con la necesidad de la cooperación en
todos sus frentes: interagencial, regional e internacional.

Como sosteníamos antes, no toda delincuencia organizada es interna-


cional ni toda la internacional es organizada. Múltiples grupos de delin-
cuentes manifiestan características identitarias de organización y coautoría;
otros, que sí están categorizados como tal, no operan en la esfera interna-
cional y asumen más roles locales. En breves rasgos, podemos definir que
la internacionalidad del crimen organizado está delimitada por la fungi-
bilidad o intercambiabilidad de los miembros de la empresa criminal que
actúan en los niveles inferiores; el sometimiento a las decisiones que ema-
nan del centro de poder; la férrea disciplina; la movilidad internacional;
la apariencia de legalidad y la presencia en los mercados como medio de
transformación de los beneficios ilícitos.
La relación entre el crimen organizado transnacional y los grupos ar-
mados no estatales es crucial en el análisis multidisciplinario, sobre todo
en aquellos espacios territoriales donde los actores armados recurren al
financiamiento de sus acciones por medio de actividades y venta de com-
moditties ilícitos. Esa relación híbrida entre actores armados no estatales
y delincuencia organizada presenta rasgos específicos: poseer o estar en
control de una parte del territorio de un Estado, es decir, aprovechar la
pérdida de soberanía; mantener rasgos de identidad y fidelidad a un grupo;
contar con una vasta disponibilidad de medios, recursos y financiación;
poseer una morfología definida y generar cooperación entre grupos; tener
apoyo o consentimiento de la población; expresar una unidad de dirección
y, por último, presentar flexibilidad, adaptación y resiliencia en sus lógicas
organizativas.
Comprender al crimen organizado transnacional en un mundo glo-
balizado es clave, a razón de que ambos procesos son interdependientes,
190 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

poco uniformes y asimétricos. Ambos fenómenos generan distorsiones


económicas, financieras, sociales y culturales, y consolidan nuevas percep-
ciones de incertidumbre, a la par que intensifican la interdependencia de
los mercados y los Estados. En ese juego de inserción global que asume
un Estado, unas regiones o zonas son beneficiadas, mientras otras resultan
perjudicadas por los efectos negativos de la globalización. La relación entre
la globalización asimétrica y el crimen organizado resulta fundamental,
porque el Estado nacional, sin desearlo expresamente, abre ventanas de
oportunidad criminal debido a la desatención o inacción institucional en
distintas áreas de la economía, el desarrollo y sus territorios.

Sobre este último tema, es importante mencionar que los primeros de-
bates de las teorías de las Relaciones Internacionales han dedicado espe-
cial atención a entender el rol del Estado como proveedor de seguridad,
mientras que, al mismo tiempo, protege la soberanía y las finanzas nacio-
nales. Es aquí donde las doctrinas tradicionales de seguridad nacional han
mostrado definiciones insuficientes para explicar las transformaciones de
un mundo globalizado, en el cual las amenazas interestatales pasan a un
segundo plano y las provenientes del crimen organizado y las híbridas ocu-
pan mayor relevancia en las agendas de seguridad de los Estados. Resultan
notorias las restricciones conceptuales y metodológicas del concepto de
seguridad nacional para explicar situaciones emergentes, complejas y con-
tingentes, que provienen de escenarios interdependientes, donde opera el
crimen organizado transnacional.
La seguridad multidimensional, si bien fue construida inicialmente
como un campo multidisciplinario, que aportaría elementos para enten-
der escenarios complejos, al pasar el tiempo sufrió el acoso de intereses
políticos y de gobiernos que presionaron para que sus agendas de seguri-
dad nacional se extendieran en los distintos organismos multilaterales y
regionales”, Es por ese motivo que la nueva faceta teórica de la seguridad

38 Este es el caso de la Secretaría de Seguridad Multidimensional de la Organización


de Estados Americanos (OEA). Pensada desde el inicio como una entidad con la
misión de concretar políticas de seguridad humana, no tardó en convertirse en una
dependencia complaciente con los intereses estadounidenses, e influenciada por los
enfoques realistas, militaristas y tautológicos de la tradicional concepción de seguri-
dad nacional que todavía circula entre varios Estados latinoamericanos y del Caribe.
Crimen organizado y seguridad multidimensional 191

multidimensional incluye disciplinas científicas que van desde la Antropo-


logía, la Economía Política Internacional, las Relaciones Internacionales,
la Criminología, la Sociología y las Políticas Públicas. Estas son fundamen-
tales para construir un estatus teórico de mejor calidad epistemológica, y
para lograr un adecuado desarrollo metodológico, que aporte a la teoría de
la criminalidad organizada, a la seguridad internacional y a las relaciones
internacionales.
Actualmente, no existe una noción académica consensuada sobre el
concepto de criminalidad organizada, más allá de la reduccionista defi-
nición emanada de la Convención de Palermo. Ya sea por la generación
diversa de comunidades epistémicas del campo científico, o por la varie-
dad empírica del fenómeno criminal, los conceptos desarrollados en este
libro presentan algunas limitaciones teóricas para poder establecer una
teoría holística sobre criminalidad organizada. En ese ejercicio reflexivo,
quedan claras las limitaciones positivistas de las ramas más interpretati-
vas del derecho penal, al igual que las ventajas analíticas de las categorías
provenientes de la Sociología moderna, la perspectiva de la Economía
Política y los enfoques de estudio provenientes de las Relaciones Inter-
nacionales.
Para estudiar el crimen organizado transnacional, es necesario evaluar
el fenómeno desde una asimetría entre los actores criminales y los Estados.
Las organizaciones criminales han incluido en su acervo operacional tácti-
cas guerrilleras, insurgentes y terroristas, tratando de imponer su hegemo-
nía mediante el uso exacerbado de la violencia contra el Estado y contra
otras estructuras criminales competidoras. Esto, sin contar la constante
cooptación de miembros de Fuerzas Armadas, Policía y agentes de inteli-
gencia que se integran a las tácticas de corrupción, en todos los niveles de
institucionalidad de los Estados.
La capacidad estatal de dar una respuesta estratégica a la criminalidad
organizada, por tanto, requiere herramientas independientes, buenos re-
cursos y escenarios propicios para su control y neutralización. Una de las
bondades de incorporar la multidimensionalidad del estudio sobre crimi-
nalidad organizada parte del uso de la inteligencia estratégica y de la cri-
minal como herramientas idóneas para revertir la capacidad y la resistencia
delincuencial a las políticas de seguridad de los Estados.
192 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

En otro nivel se encuentra la interdependencia, porque convierte el


problema criminal en un fenómeno que afecta en mayor o menor medi-
da a todos los Estados. Como analizamos en el capítulo 4, la geopolíti-
ca posibilita conocer y analizar la distribución geográfica de la actividad
delictiva, la concentración territorial de las organizaciones criminales, la
densidad criminal, el surgimiento de nuevos nichos ilícitos de mercado, las
estrategias de las estructuras delictivas, su ascenso y caída, a partir de sus
fortalezas y debilidades.
En el ámbito internacional, habría que prestar especial atención a los
espacios territoriales favorables al surgimiento de manifestaciones venta-
josas para la criminalidad organizada, cuyo seguimiento identificará con
antelación las posibles incursiones oportunistas de redes criminales. Adi-
cionalmente, surge la imperiosa necesidad de plantear estudios sobre cri-
minalidad organizada que relacionen los mercados internacionales, la ofer-
ta y demanda de bienes y servicios, y los grados de penetración criminal en
diversos Estados y sociedades.
Los crecientes desafíos constituidos por el crimen organizado suponen
hablar de inteligencia estratégica, planificación y dirección, identificación,
determinación de necesidades y requerimientos de conocimiento complejo
por parte de los órganos decisores de los Estados. Por tanto, resulta fun-
damental la incorporación de los estudios de inteligencia en el análisis cri-
minológico internacional. Esa herramienta establece objetivos, estrategias
y propuestas de política pública y, a su vez, aporta explicaciones sobre la
existencia del fenómeno, sus evoluciones o tendencias, definiendo escena-
rios factibles y probables en entornos contingentes.
Cabe diferenciar que la inteligencia criminal se caracteriza por estar
abstraida de la esfera penal y punitiva. En relación con el crimen organi-
zado, no establece sus prioridades y objetivos en virtud de la tipología o el
volumen de los hechos delictivos. Se convierte en un área innovadora de
estudio del crimen organizado y tiene por objetivo cubrir todo el espectro
de la acción policial, desde la planificación y el análisis de tendencias de-
lictivas, hasta la promoción y definición de objetivos de política pública.
Como vimos en páginas anteriores, la inteligencia criminal abarca una plu-
ralidad de dimensiones analíticas, que van desde grupos u organizaciones
del crimen organizado hasta un mercado legal o ilegal o una determinada
Crimen organizado y seguridad multidimensional 193

área geográfica. Abarca también las relaciones entre organizaciones crimi-


nales y aparatos de gobierno, así como cualquier otro medio o actividad
de interés para la criminalidad organizada. Eso incluye sus procesos evo-
lutivos, destinados a lograr la adaptación al entorno en el que la organiza-
ción pretende llevar a cabo sus actividades ilícitas, para evitar la pérdida de
competitividad y eficacia.
Incorporar la inteligencia criminal establece la necesidad de enfocar un
objetivo criminal de manera constante y de diseñar mecanismos preven-
tivos. Esto resulta clave para generar políticas de mediano y largo plazo,
y para advertir sobre las esferas predelictuales. Resulta importante hacer
hincapié en que, como parte del proceso proactivo de producción de in-
teligencia, se recomienda favorecer la adaptación de las estructuras de se-
guridad a los cambios del entorno, con la finalidad de reducir riesgos e
incertidumbres.
Si bien no existe un concepto universal de crimen organizado, la con-
ceptualización que presentamos evidencia que todas las organizaciones
manifiestan elementos constitutivos comunes, formas de actuar seme-
jantes, similares factores coadyuvantes a su expansión y algunos objetivos
coincidentes. En suma, toda una serie de indicadores que criminológica-
mente nos permiten identificar el fenómeno “criminalidad organizada”.
De ahí que el crimen organizado no constituya un concepto monolítico,
sino un fenómeno poliédrico, complejo y multidimensional.
La brecha para generar criterios o indicadores definitorios del crimen
organizado es cuantiosa. Sin embargo, cabe destacar los esfuerzos realiza-
dos en Europa para establecer un punto de partida en la comprensión de
las organizaciones criminales mediante estos puntos básicos:
e Colaboración de dos o más personas;
e Especialización y reparto de tareas;
e Pervivencia indefinida en el tiempo;
e Recurso a alguna forma de disciplina y control;
e Comisión de delitos graves;
e Proyección internacional;
e Empleo de la violencia u otras formas de intimidación;
194 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

e Estructura empresarial para el desempeño de sus actividades;


e Implicación en el lavado de dinero;
e Búsqueda de influencia en la esfera política, los medios de comuni-
cación, la administración pública y el poder judicial y
e Afán de lucro permanente y de obtención de poder en las esferas
públicas y privadas.
Las características expuestas traslucen una riqueza tipológica multina-
cional, pluriétnica, multiorganizativa y de pluriactividad, coherente con el
concepto de multidimensional. La diversidad constituye el principal im-
pedimento para perfilar una definición universal, que consiga captar la
esencia y las variables comunes de todas estas manifestaciones criminales.
En otras palabras, si bien el concepto de crimen organizado adolece de
una imprecisión epistemológica integral, sus diferentes fenomenologías,
las articulaciones sistémicas que desarrolla y el incremento de su poten-
cialidad nociva, que desestabiliza a los Estados nacionales, constituye un
fenómeno que requiere especial atención dentro del análisis multidimen-
sional de la seguridad. De esa manera, asistimos a una dinámica perversa
de velocidades de adaptación y respuesta, porque el crimen organizado se
vuelve velozmente y las respuestas seguritarias de los Estados no transitan
a la par de esa peligrosa expansión poliforme.
Los diversos debates metodológicos promovidos desde el derecho posi-
tivo y los estudios de seguridad nacional evidencian dificultades analíticas
para generar consensos en torno a una teoría universal sobre el crimen
organizado. La discusión denota un acentuado desequilibrio a favor de las
investigaciones cualitativas y descriptivas, en detrimento de las cuantitati-
vas, que no logran superar los modelos econométricos y los provenientes
de las reflexiones fenomenológicas. En todo caso, el debate sobre las for-
mas de medición y evaluación constituye uno de los retos a enfrentar en el
conocimiento complejo de la criminalidad organizada.
Ahora bien, este libro no busca generar un manual de procedimientos
metodológicos estandarizados contra la delincuencia organizada. Si bien
introducimos una serie de herramientas para estudiarla y medirla, también
sostenemos que las aproximaciones epistemológicas de otras disciplinas
distintas a la Criminología se vuelven una necesidad imperativa, porque
Crimen organizado y seguridad multidimensional 195

contribuyen al enfoque multidimensional de la seguridad. No será posible


entender la delincuencia organizada transnacional sin incluir metodologías
provenientes de otras ramas científicas, como la Antropología Cultural y
la Psicología Criminal, para entender los patrones de conducta de los de-
lincuentes, sus trayectorias individuales y sus carreras delictivas profesio-
nales como un despliegue de racionalidades dentro de las organizaciones
delictivas.
De igual forma, será importante explorar la logística de las organiza-
ciones criminales, para medir el desempeño de sus actividades o estudiar
el impacto de las subculturas delictivas a través de su socialización entre la
juventud. Un tema central es la capacidad de cooptación o inmersión de
los menores de edad en la delincuencia organizada y cualquier otro factor
identificado como coadyuvante de la eclosión, el florecimiento y la expan-
sión de la criminalidad organizada.
Uno de los grandes desafíos cuantitativos para medir la delincuencia
organizada está relacionado con la obtención de cifras fidedignas. La expe-
riencia de varios países nos lleva a pensar que muchas cifras tienden a ser
estimativas, abrumadoras, dispersas, de difícil contextualización metodo-
lógica y que pasan de una publicación a otra, sin contrastación rigurosa.
A esto se suma que los resultados locales difícilmente son comparables a
escala transnacional o global, porque las métricas no son homogéneas para
identificar problemas interdependientes. Ahí es precisamente cuando se
producen graves sesgos de interpretación y medición, que complejizan el
escenario interpretativo sobre el crimen organizado transnacional.
Por otro lado, los enfoques cualitativos parten de una particularidad.
En los análisis criminológicos, de seguridad nacional o de inteligencia, los
protocolos requieren niveles adicionales de reserva y custodia de la infor-
mación, en comparación con los métodos antropológicos y sociológicos.
Esa información es seleccionada, compartimentada y depurada en diferen-
tes instancias, dado que el objetivo no es realizar una validación epistemo-
lógica y académica del objeto de investigación.
La escasez de información calificada lleva a recolectar datos mediante
investigaciones periodísticas, lo cual presupone un riesgo para el inves-
tigador, debido a la superficialidad, la inconsistencia y, en ciertos casos,
la falta de contraste con otras fuentes. Asimismo, comparar información
196 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

estadística levantada por los Estados implica diferencias conceptuales sobre


los hechos delictivos que presentan altos riesgos para el proceso de investi-
gación científica y académica.
La entrevista en profundidad, las encuestas de percepción de insegu-
ridad o victimización, las encuestas sobre la confianza en instituciones de
control u otras herramientas que permitan acercarse a esclarecer las “cifras
negras” del fenómeno han mostrado su utilidad para medir el delito con-
vencional en países o sociedades que tienen programas y políticas locales
denominadas, en muchos casos, de seguridad ciudadana. Sin embargo, aún
queda un importante camino por recorrer para relacionar dicha percepción
con el despliegue y el alcance de la delincuencia organizada internacional,
sobre todo en aquellos casos relacionados con el lavado de activos y la co-
rrupción en la esfera pública y privada.
Establecer formas viables de obtener información acerca de la crimina-
lidad organizada constituye, sin duda, un desafío adicional que enfrenta
la investigación criminológica y de seguridad. Los datos provenientes de
fuentes “comprometidas” o clandestinas conllevan una serie de inconve-
nientes que el investigador debe superar, en aras de generar indicadores
para los ejercicios de medición, intervención y posible recomendación de
política pública.
De la mano de lo anterior, existe un importante desafío para los Esta-
dos: aportar información descriptiva sobre hechos criminales, que permita
tanto a la academia como a analistas de inteligencia generar datos en fuen-
tes abiertas, con la mayor exactitud posible. Se debe agregar la dificultad
de aquellos Estados con limitada institucionalidad y un bajo despliegue
cooperativo internacional, que no logran construir bases de datos centra-
lizadas en niveles operacionales, policiales, financieros y de justicia. Por
tanto, la socialización de la información proveniente de los Estados resulta
una herramienta indispensable para responder a los cuestionamientos del
alcance del crimen organizado en la sociedad nacional e internacional.
Parecería que la integración de distintas fuentes de datos, tanto insti-
tucionales como procedentes de estudios y de variables contextuales que
no están directamente relacionadas con el delito, representa una de las op-
ciones más prometedoras de las investigaciones en materia criminológica
y de seguridad multidimensional. Así, un sendero prometedor dentro del
Crimen organizado y seguridad multidimensional 197

análisis de la criminalidad organizada es la obtención de datos en fuentes


oficiales, que puedan ser contrastados con herramientas de carácter cuali-
tativo y con experiencias previas registradas en los estudios de seguridad
multidimensional.
La relación entre Estado, democracia y crimen organizado demanda
una amplia reflexión, especialmente en aquellos espacios en los cuales
el crimen organizado incide perniciosamente en la cultura política y el
sistema democrático de los países. La tendencia contemporánea apunta
a que los dirigentes de las organizaciones criminales traducen la riqueza
acumulada en demandas políticas, sociales y económicas. Asimismo, exis-
ten ocasiones en las cuales las autoridades gubernamentales extorsionan a
los delincuentes, con el objetivo de lograr su enriquecimiento particular o
conservar el poder de la clase política dominante.
A ese fenómeno se suma el vínculo entre el crimen organizado y las au-
toridades políticas, que les permite a estas últimas perpetuarse en el poder
el máximo tiempo posible, mediante los recursos y el financiamiento de
campañas electorales por parte del primero. Por tanto, surge la necesidad
de enriquecer el debate de la multidimensionalidad del crimen organizado
en la esfera política y gubernamental de cada Estado, así como identificar,
desde una lógica geográfica, su nivel de cooptación y penetración en todos
los niveles.
En ciertos momentos de la historia e incluso en el presente, los go-
biernos han operado y operan como organizaciones criminales transna-
cionales, dentro y fuera de sus territorios. Esos casos son demostrables en
América Latina, África y Asia. Por otro lado, merece especial atención la
protección estatal mediante la autoridad ejercida, el poder político y la
debilidad institucional, especialmente en fuerzas públicas como la Poli-
cía y las Fuerzas Armadas. Diversos casos identificados en América Latina
evidencian desorden institucional, excesiva burocratización y altos compo-
nentes de informalidad en sus sistemas gubernamentales, que se relacionan
directamente con el cometimiento de actividades ilícitas.
Como hemos expresado a lo largo de este análisis, no existe ningún sis-
tema político libre de corrupción. Por ello, esta es letal para la administra-
ción. Al adquirir carácter sistémico, se difumina en el tejido institucional
al punto de que los organismos públicos trabajan habitualmente con ella
198 Fredy Rivera Vélez y Daniel Sansó-Rubert Pascual

e, incluso, no pueden funcionar sin ella. Ese fenómeno, junto a la inexis-


tencia operativa de mecanismos de autodefensa, control e inteligencia po-
licial, terminan garantizando la impunidad y el desgobierno. Por ende,
recalcamos que las características concretas de un Estado y de su estructura
política sí determinan la forma en que se articulan los nexos entre actores
estatales y criminales y, sobre todo, el riesgo que implican para la estabili-
dad de un país y para el funcionamiento general de sus instituciones.
En conclusión, el texto se inserta en el debate sobre el crimen orga-
nizado a partir de una visión que pretende ser sistémica y relativamente
holística, desde enfoques de seguridad multidimensional, Criminología,
Relaciones Internacionales y Economía Política. De esa forma, ofrece posi-
bilidades de aplicación a diferentes áreas del conocimiento, y de minimizar
riesgos y contingencias en un mundo interpretativo complejo. El estudio
de la delincuencia organizada transnacional está inmerso en un constan-
te ciclo de evolución, que lleva a promover nuevos debates académicos y
prácticas multidisciplinarias. Este constituye nuestro aporte a la consolida-
ción de una teoría de la criminalidad organizada.
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