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INSTITUCIÓN EDUCATIVA Connie Philipps del Castillo

JUAN MIGUEL PÉREZ RENGIFO COMUNICACIÓN

LITERATURA DE LA CONQUISTA

La literatura de la conquista narra principalmente los hechos y acontecimientos que se dieron durante todo el proceso de
arribo de los españoles a los nuevos territorios. Hubo dos grandes vertientes:
 Vertiente popular. Se manifestó a través de coplas y romances.
 Vertiente culta. Se manifestó a través de crónicas.

Las coplas y los romances

 Las coplas son composiciones muy breves de la tradición española. Fueron recitadas por primera vez por los soldados
que llegaron a nuestro continente. Las coplas solían ser cantadas y servían para ridiculizar a sus jefes. Durante la
conquista se compusieron muchas coplas en el Perú. Luego, se crearon otras referidas a las guerras civiles entre los
conquistadores. Ej.:

Ah, señor gobernador, Almagro pide la paz,


miradlo bien por entero, los Pizarro, guerra, guerra;
que allá va el recogedor ellos todos morirán
y aquí queda el carnicero y otro mandará la tierra.

 Los romances también tienen su origen en la tradición popular española. Constituyen una hermosa mezcla de literatura
épica (narran sucesos) y lírica expresan sentimientos íntimos o puntos de vista). Ej.:

Tiempo es, el caballero,


tiempo es de andar de aquí,
que me crece la barriga
y se me acorta el vestir.

Las crónicas de la conquista del Perú


La literatura hispanoamericana nació en las crónicas de indias. Estos cronistas: conquistadores,
soldados, historiadores, evangelizadores y demás, escribieron bajo la influencia de la cultura
española, implantando las formas literarias que estaban en moda en su país. El historiador Augusto
Tamayo Vargas la define como «Un interesante género literario que linda con la historia, con el
ensayo y con la novela». Efectivamente, la crónica narra sucesos históricos, pero también expone el
pensamiento de los cronistas sobre lo que veían; y otras crónicas recogen los mitos y las leyendas
de los antiguos peruanos.
Las crónicas están redactadas en prosa y en ella se describen detalladamente los hechos. A
diferencia de la historiografía, en la que el historiador pretende ser objetivo, en la crónica el autor es
participe de los hechos que narra y manifiesta, por tanto, sus experiencias y emociones. Según el
origen de los cronistas, las crónicas se clasifican en tres grupos:

 Las Crónicas Españolas. Fueron escritas por los conquistadores, testigos de los acontecimientos excepcionales en la
conquista de un mundo distinto al que conocían. Algunos de los más importantes cronistas españoles fueron: Pedro
Cieza de León, es considerado el cronista mejor informado y más observador. En su obra El señorío de los Incas, relata
todo el pasado histórico de los incas, asombrándose de su magnífica organización, de sus grandes edificios, de la
rapidez de sus comunicaciones. Juan de Betanzos, Al casarse con la hija de Atahualpa, se
vinculó estrechamente con la nobleza incaica y aprendió la lengua quechua. A través de su
obra Suma y narración de los Incas , han llegado hasta nosotros muchos mitos en hermosas y
expresivas versiones.

 Las Crónicas Indígenas. Escritas por cronistas cuya lengua materna era el quechua. Las
crónicas indígenas son a veces muy difíciles de entender, porque sus autores aún no
dominaban el español. Sin embargo, su importancia es fundamental, pues, por medio de ellas
conocemos la perspectiva de los pueblos vencidos, una visión trágica y amarga, pero también
con un propósito de denuncia. Los principales cronistas indígenas fueron: Juan de Santa Cruz
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Pachacuti, Era descendiente de los antiguos pobladores del Perú, anteriores a los incas. Su obra Relación de las
antigüedades de este reino del Perú es muy importante, pues recoge canciones, poesías e himnos, que han servido para
conocer nuestra literatura prehispánica. Titu Cusi Yupanqui, penúltimo inca de Vilcabamba, nació y vivió en medio del
fragor de la conquista. Su obra Instrucción al licenciado Lope García de Castro fue creada en el refugio de Vilcabamba y
es testimonio de la resistencia incaica. En ella se relata especialmente el sitio de Cusco por Manco Inca y la etapa de los
incas de Vilcabamba. Felipe Guamán Poma de Ayala, Considerado el más importante cronista indígena. Su obra Nueva
crónica y buen gobierno, además de presentar aspectos de la historia y rasgos particulares del imperio incaico, propone
un punto de vista crítico respecto a la situación del indígena de su tiempo.

 Las Crónicas Mestizas. Fueron escritas por autores nacidos en el Perú que hablaban quechua y español. El principal
cronista mestizo fue el Inca Garcilaso de la Vega.

LIBRO VI. CAPÍTULO V. CÓMO ENTERRABAN LOS REYES: DURABAN LAS OBSEQUIAS UN AÑO

Las obsequias que hacían a los reyes Incas eran muy solemnes, aunque prolijas. El cuerpo
difunto embalsamaban, que no se sabe cómo quedaban tan enteros que parecían estar
vivos, como atrás dijimos de cinco cuerpos de los Incas que se hallaron año de mil y
quinientos y cincuenta y nueve. Todo lo interior dellos enterraban en el templo que tenían en
el pueblo que llamaron Tampu, que está el río abajo de Yucay, menos de cinco leguas de la
ciudad del Cozco, donde hubo edificios muy grandes y soberbios de cantería, de los cuales
Pedro de Cieza, capítulo noventa y cuatro, dice que le dijeron por muy cierto que se halló en
cierta parte del palacio real o del Templo del Sol oro derretido en lugar de mezcla, con que
juntamente con el betún que ellos ponen quedaban las piedras asentadas unas con otras;
palabras son suyas sacadas a la letra.
Cuando moría el Inca o algún curaca de los principales, se mataban y se dejaban enterrar
vivos los criados más favorecidos y las mujeres más queridas, diciendo que querían ir a
servir a sus reyes y señores a la otra vida; porque como ya lo hemos dicho, tuvieron en su gentilidad que después desta
vida había otra semejante a ella corporal, y no espiritual. Ofreciánse ellos mismos a la muerte, o se la tomaban por sus
manos, por el amor que a sus señores tenían. Y lo que dicen algunos historiadores que los mataban para enterrarlos con
sus amos o maridos, es falso; porque fuera gran inhumanidad, tiranía y escándalo que dijera que, en achaque de enviarlo
con sus señores, mataban a los que tenían por odiosos. Lo cierto es que ellos mismos se ofrecían a la muerte, y muchas
veces eran tantos, que los atajaban los superiores, diciéndoles que de presente bastaban los que iban, que en adelante
poco a poco, como fuesen muriendo, irían a servir a sus señores.
Los cuerpos de los reyes, después de embalsamados, ponían delante de la figura del Sol en el Templo del Cozco, donde les
ofrecían muchos sacrificios, como a hombres divinos que decían ser hijos de ese Sol. El primer mes de la muerte del rey le
lloraban cada día con gran sentimiento y muchos alaridos todos los de la ciudad; salía a los campos cada barrio de por sí,
llevaban las insignias del Inca, sus banderas, sus armas y ropa de su vestir, la que dejaban de enterrar para hacer las
obsequias. En sus llantos, a grandes voces recitaban sus hazañas hechas en la guerra, y las mercedes y beneficios que
había hecho a las provincias de donde eran naturales los que vivían en aquel tal barrio. Pasado el primer mes, hacían lo
mismo, de quince a quince días, a cada llena y conjunción de luna; y esto duraba todo el año; al fin dél hacían su cabo de
año con toda la mayor solemnidad que podían, y con los mismos llantos, para los cuales había hombres y mujeres
señaladas y aventajadas en habilidad, como endechaderas, que cantando en tonos tristes y funerales decían las grandezas
y virtudes del rey muerto. Lo que hemos dicho hacía la gente común de aquella ciudad, lo mismo hacían los Incas de la
parentela real, pero con mucha más solemnidad y ventajas, como de príncipes a plebeyos. Lo mismo se hacía en cada
provincia de las del imperio, procurando cada señor della que por la muerte de su Inca se hiciese el mayor sentimiento que
fuese posible. Con estos llantos iban a visitar los lugares donde aquel rey había parado en aquella tal provincia, en el
campo, caminando, o en el pueblo para hacerles alguna merced; los cuales puestos, como se ha dicho, tenían en gran
veneración; allí eran mayores sus llantos y alaridos, y en particular recitaban la gracia, merced o beneficio que en aquel tal
lugar les había hecho. Y esto baste de las obsequias reales, a cuya semejanza hacían parte dellas en las provincias por sus
caciques; que yo me acuerdo haber visto en mis niñeces algo dello. En una provincia de las que llaman Quechua, vi que
salía gran cuadrilla al campo a llorar sus curaca; llevaban sus vestidos hechos pendones. Y los gritos que daban me
despertaron a que preguntase qué era aquello, y me dijeron que eran las obsequias del cacique Huamampallpa, que así se
llamaba el difunto.
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