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JOSÉ ISAACSON
Pablo Subieta
MARTÍN FIERRO (3er. artículo)............................................... 35
MARTÍN FIERRO (4to. artículo)........ ...................................... 39
EL POETA A R G EN TIN O ........................................... ............... 42
M iguel de Unam uno
“EL GAUCHO MARTÍN FIERRO”........................................... 47
M arcelino M enéndez y Pelayo
MARTÍN F IE R R O ........................................................................... 57
Una en cu esta de “N osotros”
¿CUÁL ES EL VALOR DEL M AR TÍN F IE R R O !.......... .. 61
M artiniano L egu izam ón .......................................................... 63
Rodolfo R iv a ro la ...................................................................... 65
M anuel G á lv e z .......................................................................... 66
Alejandro K o r n ........................................................................ 67
Leopoldo L u gones
MARTÍN FIERRO ES UN POEMA É P IC O ........ .................. 71
p ág.
Ricardo Rojas
JOSÉ HERNÁNDEZ, ÚLTIMO PAYADOR........................... 91
VALOR ESTÉTICO DEL M ARTÍN F I E R R O ....................... 98
Federico de Onís
EL “MARTÍN FIERRO” Y LA POESÍA TRADICIONAL. . . . 105
Américo Castro
EN TO R N O A M ARTÍN F IE R R O ............................................. 123
Rodolfo S en et
RESUMEN Y CONCLUSIONES............................................... 137
Karl V ossler
M A R TÍN F I E R R O .......................................................................... 145
E leuterio F. Tiseoraia
“LA VIDA DE HERNÁNDEZ Y LA ELABORACIÓN DEL
M ARTÍN FIERRO” .................................................................... 151
Azorín
CERVANTES Y HERNÁNDEZ.................................................. 163
Vicente R ossi
DE LA PULPERÍA AL OLIMPO................................................ 167
Carlos Alberto Leumann
LA CREACIÓN IDIOMÁTICA EN EL
M ARTÍN F IE R R O ...................................................................... 175
Amaro Villanueva
PLANA DE H ER N Á N D E Z ...................................................... 183
LOS D O S ....................................................................................... 183
PRELUDIOS DE MARTÍN F I E R R O ................................... 193
E zequiel M artínez Estrada
MORFOLOGÍA DEL POEMA...................................................... 201
LA E ST R O FA ............................................................................... 201
LAS IN JU ST IC IA S.................................................................... 220
Pedro de P aoli
LOS MOTIVOS DEL MARTÍN FIERRO EN LA VIDA DE
JOSÉ HERNÁNDEZ.................................................................. 231
Antonio P agés Larraya Pág
POLÍTICA DE LA TIERRA: MORENO, ALBERDI,
HERNÁNDEZ.............................................................................. 249
Jorge Luis B orges
MARTÍN FIERRO Y LOS CRÍTICOS..................................... 261
JUICIO G E N E R A L ......................................................... .......... 265
y
Alvaro Yunque
LITERATURA GAUCHESCA..................................................... 271
A __
Angel J. B attistessa
JOSÉ HERNÁNDEZ...................................................................... 281
J o sé Edmundo Clemente
EL TEMA DE JOSÉ H E R N Á N D E Z ....................................... 299
John B. H ughes
M ARTÍN FIERRO Y M O B Y D I C K ........................................... 307
Julio Mafud
LAS INSTITUCIONES.................................................................. 319
B eatriz Bosch
JOSÉ HERNÁNDEZ EN PARANÁ........................................... 327
HERNÁNDEZ Y EL NACIONAL A R GE N TIN O .................. 330
Angel H éctor A zeves
EL TEMA DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE..................... 341
Guillermo Ara
LAPOESÍAGAUCHESCAHASTA JOSÉ HERNÁNDEZ . . . 351
Rodolfo B o r e llo .............................................................................. 359
Horacio Zorraquín Becú
ALBERDI Y H E R N Á N D E Z ....................................................... 367
Bernardo Canal Feijoo
EL ENIGMA DE LA GENIALIDAD EN EL P O E M A ........ 385
J o sé Isaacson
ACOTACIONES FINALES 393
José Isaacson
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verdad y su texto es un ejemplo irrebatible de que cada contenido
impone su propia forma, pues la forma no es más que el límite del ser.
Varias y muy distintas son las interpretaciones y valoraciones
que se han hecho de la obra, pero, en definitiva, fue el pueblo, el
gauchaje de la campaña, ese que leía o, mejor, oía las desventuradas
aventuras del héroe que los representaba, el que, en forma insólita en
nuestro país —y no sólo en nuestro p a ís—, impuso su difusión. Más
tarde, dos figuras esenciales de la cultura española, Miguel de
Unamuno y Marcelino Menéndez y Pelayo, advirtieron algunas de las
virtudes del libro excepcional, y le dieron ciudadanía en el mundo de
habla hispana.
En M uerte y transfiguración de M artín Fierro, Ezequiel M artí
nez E strad a señala como antecedentes de lo gauchesco la novela
picaresca y los romances viejos. “ Iban —dice refiriéndose a los poetas
gauchescos—■ a lo anónimo, a lo del pueblo, al que pertenecían
tam bién las coplas; iban a lo español puro, fuera de sus dogmas
literarios” , afirmación que explica y justifica sobradamente que el
poema haya sido reconocido por escritores peninsulares antes que
por muchos argentinos. Claro está que la limpieza de la óptica estaba
enturbiada por factores extraliterarios que distorsionaban las imáge
nes y que im pedían a algunos cultos nacionales percibir lo que el
pueblo había ya incorporado a su íntima esencia. Al aparecer en 1879
la segunda parte del poema, once eran ya las ediciones de la primera.
Rojas acota: “ Frente a la unanimidad de tanto elogio, asoma
tím idam ente la protesta de tres o cuatro académicos contemporá
neos... Clerus vulgaria tem nit” .
Serían Leopoldo Lugones y el mismo Rojas quienes ubicarían
la obra en el adecuado plano que le corresponde como poema
nacional. Porque, si bien es cierto que, en algún sentido, Juan Sin
Ropa fue el vencedor de Santos Vega, no menos cierto es que el
espíritu gaucho habría de adueñarse de la tierra y de sus nuevos
pobladores, al punto que los valores del criollismo se imponían a
quienes de muy lejos llegaban a la pam pa bárbara con muy distintas
pautas culturales. Este fenómeno es el que explica la permanente
vigencia del M artín Fierro e incluso que algunos de sus exegetas más
aplicados ostenten apellidos que significan el triunfo de la ley de la
tierra sojire la ley de la sangre.
Se ha señalado que los grandes méritos de una obra literaria
suelen residir en la organización de sus elementos extraliterarios. Es
que lo literario en sí se relaciona con aspectos técnicos que no le
interesan al lector ni —o apenas— al autor, mientras que lo extralite-
rario es, justam ente, la sustancia de nuestros sueños, como quien
dice, nuestro tema.
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El destino del M artín Fierro tampoco tiene que ver, en lo
esencial, con lo literario y sí con la sociedad que lo hizo posible,
Menéndez y Pelayo lo tiene en cuenta cuando escribe: “ El soplo de la
pam pa argentina corre por sus desgreñados, bravios y pujantes versos
en que estallan todas las energías de la pasión indómita y primitiva, en
lucha con el mecanismo social que inútilmente comprime los ímpetus
del protagonista, y acaba por lanzarlo a la vía libre del desierto, no sin
que sienta alguna nostalgia del mundo civilizado que lo arroja de su
seno” . Aunque —como apunta Augusto Raúl Cortazar en su libro
Folklore y literatura— “ Hernández, con el M artín Fierro, irrumpió en
la tradición gauchesca con una extraordinaria y colosal variante que
relegó a segundo plano todo lo existente” , no puede dejar de tenerse
en cuenta que lo existente fue el punto de apoyo sin el cual el poema no
hubiese sido posible.
Martínez Estrada, con esos relámpagos de lucidez que suelen
proyectarse sobre un trasfondo desgarrado y sombrío, dijo: “ El peso
de la máquina, como el peso de la civilización debe hallar soportes
sólidos en la sociedad: ninguna máquina se asienta en la tierra, sino
sobre los hombros de un estado de civilización” . El autor de
Radiografía de la pam pa señala aquí la imprescindible necesidad de
un proceso cultural sin el cual podrá hablarse de injertos pero nunca
de auténticos desarrollos. Este proceso originó, precisamente, el
M artín Fierro. Ninguna fracción ni facción puede reclamarlo para sí y
su amplitud, en extensión e intensidad, excede asfixiantes límites: se
lo ha calificado de epopeya, de dilatado poema lírico, se ha documen
tado la influencia que sobre él ejerció el romanticismo y hasta se lo ha
querido asimilar al género novelístico. También se ha querido ver en
él tan sólo una de las vertientes de nuestro pasado. Todo esto quizá
sea aisladamente cierto, pero en conjunto el poema desborda a sus
exegetas y a sus detractores. Su texto es demasiado rico y tan
íntegramente argentino que nadie puede decir es mío, y porque sólo
cabe y corresponde decir es nuestro, M artín Fiert'O es el poema
nacional de los argentinos.
Más allá de las retóricas vigentes en la poesía culta del siglo XIK,
en todo el ámbito hispanoamericano, del cual la “ Oda a la agricultura
de la zona tórrida” puede ser un significativo ejemplo (“ ¡Oh jóvenes
naciones, que ceñida / alzáis sobre el atónito occidente / de tem
pranos laureles la cabeza!”), un poderoso viento pampeano arrasó con
los abalorios y fueron los poetas que supieron mirar hacia lo más
hondo de la tierra quienes barrieron los laureles de papel —no se
conocía entonces el material plástico— para elaborar una cultura
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nacional, base de sustentación para todo proyecto de alcances
universales.
La cultura es, como lo planteó Ralph Linton, la herencia social de
la humanidad, sin dejar de ser, en la propuesta ontológica de Max
Scheler, una categoría del ser. Las características de la cultura, en
tanto que proceso, resultan de una sucesión de operaciones persona
les que al cabo de sucesivas etapas van engrosando la herencia social.
La poesía gauchesca, aun cuando históricamente-preceda en más de
un siglo a la sociedad de consumo, ejemplifica brillantemente acerca
de la diferencia entre “ cultura popular” y “ cultura de m asas” . Ésta,
según Theodor W. Adorno, sólo tiene que ver con la industria cultural;
porque, conviene subrayarlo, ella es la que fabrica esas seudo-
culturas de agregación que —en las palabras de Eric Gilí— son como
salsas que se añaden “para hacer tolerable un manjar rancio” . Lo que
entronca con las palabras de Martínez E strada citadas más arriba,
pues todo proceso cultural se asemeja a un crecimiento biológico; lo
contrario significaría un? mera y adventicia agregación de capas que
se superponen pero no se integran. Esto explica que los productos
culturales alejados de nuestra realidad, como, por ejemplo, los que
conocimos con el nombre de neoclasicismo, sólo existen en la historia
de nuestra literatura, mientras que el autodidacto Bartolomé Hidalgo
logra superar su humilde condición y por ser fiel intérprete de su
tiempo trasciende su circunstancia, verdadera musa, como quería
Goethe.
“ Su obra indiscutiblemente creadora —dice Rojas— consiste en
haber trasfundido los elementos de la poesía oral a la poesía escrita.”
M ientras la mitología clásica seguía poblando con acartonadas
imágenes las páginas de la llamada poesía culta, la poesía popular
rescataba para sí los poemas anónimos que se trasm itían por
tradición oral y aproximaba a la palabra impresa la imagen de nuestro
cielo y de nuestra gente. Los cielos y los diálogos de Hidalgo
fructificarían y se desarrollarían en la poesía gauchesca hasta confluir
en el definitivo colofón del M artín Fierro.
Los versos hemandianos se entroncaron con la sabiduría popular
y el M artín Fierro, para decirlo con las palabras de Martínez Estrada,
“ ocupa el territorio entero del folklore rioplatense” hasta el punto que
“ya es indiscernible lo que tomó Hernández y lo que se ha tomado de
él” . El M artín Fierro es imposible sin el folklore y éste le debe aportes
cuya economía expresiva pocas veces fue formulada con mayor rigor,
con una síntesis más elaborada, con mayor elocuencia y, a pesar de
Verlaine, con mayor belleza.
Antes y después del M artín Fierro la literatura argentina ha dado
importantes frutos; pero el M artín Fierro es lo que en geometría se
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designa como punto singular. A pesar que —ya lo hemos señalado
someramente—■está históricamente justificado como culminación de
un proceso literario y sólo puede nacer en un entorno definido y
preciso, es decir, en su aquí y entonces, nada puede, en cambio,
explicar la aparición del genio capaz de consubstanciarse a tal punto
con la voz de su pueblo que su propia voz desaparece. No es casual
que en la hora de su tránsito se dijera: “ Ha muerto el senador Martín
Fierro” . Ningún otro libro, salvo Facundo, su hermano en la prosa,
puede aspirar a ser, tan acabadamente, el ritmo respiratorio, el estilo,
la viva carne, el profundo modo de ser, la sabiduría popular, la
situación de nuestro pueblo en una etapa de su historia. Más que un
escritor, José Hernández fue el médium a través del cual el pueblo se
expresó a sí mismo. Por eso, el fenómeno de la aparición del M artín
Fierro excede las fronteras de lo literario. Su voz y su ritmo se
confunden con los nuestros y con ese mar de tierra que es la pampa,
esa ilimitada planicie que otros poetas poblarían de pájaros, pero en
la que, como el ombú, la figura del hombre se yergue sobre las
adversidades (o alversidades)', el hombre capaz de sobrevivir a todas
las desesperanzas y capaz de recom enzar su historia, aun a partir de
un cuadro coincidente con el descrito por los primeros versículos del
Génesis, cuando la tierra estaba desierta y vacía.
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ACLARACIÓN PERTINENTE
ACLARACIÓN PERTINENTE
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ciertos libros, esta muestra no pretende ser exhaustiva; tampoco,
pienso, tiene sentido que lo fuera,
Aunque la mayoría de los autores incluidos son argentinos, los
testimonios españoles de Unamuno, Menéndez y Pelayo, Azorín,
Federico de Onís y, muy en especial, el de Américo Castro, declaran
con lucidez el alcance universal del poema.
Cuando un personaje crece tan desmesuradamente, su autor
suele quedar en la sombra; por eso he querido iniciar el libro con las
páginas que Rafael Hernández dedica a su hermano José, tan citadas
como poco conocidas, aunque para ello debí apartarme de la pauta
cronológica anotada más arriba.
Miguel Ángel, poco antes de morir —según narra uno de sus
biógrafos—■destruyó los esbozos de sus creaciones. Cuando la obra
está construida deben desaparecer los andamios, vino a decirnos el
maestro de la Sixtina. A modo de andamios, precisamente, son las
bibliografías que permiten, o por lo menos facilitan, la elaboración de
posteriores trabajos. Por lo que les soy deudor, y por lo mucho que les
pueden ser útiles a los lectores deseosos de profundizar el tema,
quiero citar aquí el “ Itinerario bibliográfico y hemerográfico del
M artín Fierro de José Hernández”, editado por José Carlos Maubé,
en 1943, y “ José Hernández, Martín Fierro y su crítica. Aportes para
una bibliografía” , publicada por Augusto Raúl Cortazar, en 1960.
Y, po-r último, lo que debió haber ido en primer término:
manifestar mi reconocimiento a J. A, de Diego y a Gregorio Weinberg,
tanto por la consecución de algunos textos como por sus valiosas
sugerencias.
A Amalia Sánchez Sívori, por indagaciones efectuadas en la
hemeroteca de la Biblioteca Nacional, y a Anselmo Leoz, por su
sabiduría léxica puesta al servicio de la corrección de pruebas,
expreso mi especial gratitud.
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TESTIMONIOS
RAFAEL HERNÁNDEZ
Rafael Hernández *
JOSE HERNANDEZ
^ (*) En éste, así como en los demás trabajos transcriptos, se han respetado las
grafías origínales.
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emigrado Irlandés O’Doggan nacida en el país, unida en matrimonio
con el Francés Pueyrredon.
Esta es la familia de patricios de donde salió don Juan Martin
Pueyrredon, el primero que acaudilló la caballería gaucha iniciándola
en la pelea, en el “ Caserío de Pedriel” (hoy chacra Pueyrredon, en el
partido San Martin) contra el general inglés Berresford y llegó á
General y Director Supremo de las Provincias Unidas, compartiendo
con San Martin la empresa colosal de la campaña de Chile. Tres
hermanos mas de D. Juan Martin llamados José Cipriano (abuelo de
Hernández), Diego, y Juan Andrés Pueyrredon, actuaron con él y se
distinguieron en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires en 1806 y
1807.
Fueron sus tios (por línea materna) el coronel de la Independen
cia, oficial de Granaderos á caballo, Manuel Alejandro Pueyrredon,
que tenía diez y siete cicatrices en el cuerpo, escribió sus memorias
militares, y murió en el Rosario; D. Diego Pueyrredon que murió joven
en la batalla de Ciudadela, y D. Fortunato Pueyrredon que cayó
prisionero de loa españoles en la misma y cargado de. grillos y cadenas
murió á los seis años en las horribles crugías de Casas M atas en el
Callao; aquellos ántros más horrendos que Los Plomos de Venecia,
donde la “amorosa madre patria” arrullaba á sus altivos hijos de la
América.
De la misma familia derivan tam bién las de Itoirte, Leloir,
Albarellos, Saenz Valiente, Dr. Eduardo Costa, poetisa Josefina
Pelliza, Dr. Liliedal, Dr. Larroque, D. Goyo Torres, Coronel Emilio
Castro, y mas de 300 productos existentes, de aquel robusto árbol, en
distinguidos apellidos del país.
Por la línea paterna era sobrino de los coroneles de la Indepen
dencia Eugenio, y Juan José Hernández, que el año 1831 plantó t*
primer campamento cristiano en Choele-Choel, ostentaba los cordo
nes de Ituzaingó y murió mandando las infanterías de Rosas en
Caseros.
Su bis-abuelo, del tronco femenino, y sus tío -abuelos, Caamaño,
y San Martin, no tenían rivales como los mas ostentosos y genuinos
hombres de campo, fuertes hacendados del Baradero, donde aun
existen restos que mantienen ambos apellidos.
Educóse Hernández en el colegio del señor Pedro Sánchez (qup
vive aún), muy acreditado en su época, distinguiéndose por su
percepción rápida y prodigiosa memoria. Desde niño fué inclinado á la
poesía, mas sus afanes escolares le produjeron una afección pectoral
que le obligó á salir al campo, donde en alta escala trabajaba su señor
padre, gozando de renombre en el paisanage Surero, por sus grandes
empresas en volteadas de haciendas alzadas de los campos de D.
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Felipe Piñeyro, Calixto Moujan, Pedro Vela, Escribano, Casares,
Alzaga, Llavallol, etc., de donde enviaba decenas de miles para los
saladeros de Cambaceres, de Panthou y otros.
Allá, en “ Camarones” y en “ Laguna de los P ad res” se hizo
gaucho, aprendió á jinetear, tomó parte en varios entreveros, recha
zando malones de los indios Pampas, asistió á las volteadas y
presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba, y de que
hoy no se tiene idea.1 E sta es la base de los profundos conocimientos
de la vida gaucha y su amor al paisano, que desplegó en todos sus
actos. Ved ahí, por ambas lineas, el génesis patriótico y gauchesco
fundido en M artín Fierro.
Hallóse en la acción de San Gregorio con Don Prudencio Rosas,
que trajo la gente del Sud en 1853, y también en la del Tala; fué
teniente en el Regimiento del coronel rengo Sotelo, y en 1858, á causa
de un duelo en el campamento, y habiéndose hecho Reformista, con
Calvo, emigró á Entre Ríos y fué empleado en el comercio y oficial 2o
en Contaduría Nacional en Paraná.
Aprendió por referencias casi, el arte de la Taquigrafía, y sin
maestro, en siete meses de ensayo, estuvo apto para ocupar el cargo
en el H. Senado de la Confederación, que desempeñó varios años,
bastando su solo lápiz para tomar y traducir las sesiones allí, donde
había oradores de fuste, como Zavalía, Campillo, Severo González,
Calvo, Angel Elía, General Guido, Zuviría, etc.; y ademas en las
sesiones solemnes de la Cámara de Diputados, y en la convención de
Nogoyá.
Ejercitando sus excelentes dotes de observación, se hizo estu
diante de derecho constitucional al tomar los importantes debates de
aquellos ilustrados patriotas, que tenían á su cargo la gran tarea de
constituir la República bajo la forma federal en que hoy se halla.
Veinte años despues, esas observaciones ampliadas con sus
lecturas, fueron el caudal de conocimientos en materia de derecho
constitucional que manifestó en el periodismo y en la Legislatura de
Buenos Aires, en varios períodos de representación.
—-“ A mi lápiz de taquígrafo, solía decir, debo mis estudios
constitucionales.” — Lo cierto es que sus maestros no fueron simples
teorizadores, sino constituyentes de verdad.
En la campaña de Cepeda perteneció al batallón Palma (N° I o de
1 Con decir que solo las 2 Estancias de Vela que adm inistraba el Señor Don
Felipe Vela en el Tandil, tenían 64 leguas cuadradas y estaban cubiertas de ganados
cimarrones, se comprenderá el dicho de Fierro:
T endiendo al cam po la vista
S olo via hacienda y cielo.
25
línea), en clase de ayudante, y se distinguió en la batalla por su valor y
resistencia infatigable en las tareas de todo el dia y la noche del 23 de
Octubre.
Durante la presidencia interina del General Juan E. Pedernera
fué su secretario privado y esto formó un vínculo de cariño entre
ambos que solo se turbó con la muerte; despues de Pavón y “ Cañada
de Gómez”, donde se halló, ascendió á Sargento mayor efectivo del
Ejército Nacional, título que no reclamó jamas de los gobiernos
posteriores que combatió. Poseía abundantes apuntes para la biogra
fía del benemérito guerrero puntano y habia escrito la del General
Angel Vicente Peñaloza, bajo el título Vida del Chacho, que se
reimprimió en Buenos Aires en 1875 con motivo de un discurso
sensacional del Dr. Rawson en el Congreso recordando con elogio al
patriarca de la Rioja, que fué asesinado por jefes nacionales en Olta el
2 de Noviembre de 1863, con aprobación y aplauso oficial de
Sarmiento, que era gobernador de San Juan. Esto conmovió bastante
á la juventud ingénua que se habia educado bajo la influencia de una
historia ficticia elaborada por la pasión intransigente de los partidos,
que desfigura los hombres, falsea los hechos y desnaturaliza las cosas!
Fué Fiscal y luego Ministro de Hacienda en Corrientes; hizo la
campaña con el Gobernador derrocado por fuerzas nacionales don
Evaristo López; participó en todas las campañas mantenidas por la
resistencia armada de Entre Ríos, con el general López Jordán hasta
Ñaembé, de donde á causa de la derrota final, emigró por tierra al
Brasil.
Esgrimiendo siempre la espada y la pluma, guerrero, revolucio
nario, periodista, orador popular y muy prestigioso en el pueblo,
trabajó mucho y no disfrutó nada. Redactó muchos periódicos, “ El
Argentino” en Entre Ríos; como corresponsal político de la “ Reforma
Pacífica”; y en varios del Rosario. Redactó con Soto “ La Patria” en
Montevideo y fundó en Buenos Aires, el “ Río de la P lata”, cuya
propaganda era: Autonomía de las localidades, Municipalidades
e l e c t i v a s — abolicion del contingente de frontera, elegibilidad popular-
de jueces de paz, comandantes militares y consejos escolares.
De formas atléticas, poseía una fuerza colosal comparable á
Rafetto, el hércules de nuestros circos, y una bondad de alma
comparable á su fuerza.- Decidor chispeante, oportuno, rápido y
original, se conservan entre sus amigos interesantes anécdotas; pero
jamás hiriente en sus chistes epigramáticos. La nota bulliciosa
vibraba siempre á su alrededor, no por cuentos que refiriese, sino por
sus ocurrencias felices y siempre criollas.
Perteneció constante al partido federal, hoy nacionalista; fué
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Diputado y Senador; afrontó las cuestiones mas transcendentales,
prestigiando con su palabra como Diputado, en imperecedero debate,
la cesión de Buenos Aires para capital de la República; presidió la
comision popular en la gran fiesta de la piedra fundamental de La
Plata, como presidió también la sección de las provincias en la
Exposición Continental y la Cruz Roja en la revolución de Tejedor.
Cuando se dispuso reformar’ la constitución en 1869, formóse una
coalicion de los directores de diarios influyentes para llevar á las
bancas de la Convención los hombres mas preparados del país. El
partido político restos de unitarismo, que había dominado 25 años,
empezaba á dividirse en dos bandos. La figura de Alsina acentuaba
sus perfiles federalistas y trazaba su propio rumbo.
Las fuerzas estaban equilibradas: “ La T ribuna” “ La V erdad” ,
“ La Nación Argentina” “ El Nacional” y “La República” representa
ban los dos bandos; “ El Río de la P lata” era la tercera fuerza que
actuaba en función determinante y Hernández la hizo valer en las
distintas reuniones que tenían lugar en la imprenta de “ La V erdad” ,
presididas por el señor Cantilo, para dar alternativamente el triunfo á
candidatos de uno y otro bando, á cambio de los suyos pertenecientes
al partido Federal que llevaba 20 años de ostracismo ó abandono en la
oscuridad y el olvido. Por esta evolucion que él solo llevó á cabo, con
persistente labor, y aunque le fué privadamente reconocida, no se le
manifestó públicamente jamás, volvieron á la vida pública los señores
Vicente F. López, Bernardo de Irigoyen, Luis Saenz Peña, Alvear,
Lahitte, Gutierrez, Vicente G. Quesada, Navarro Viola y Tomás
Guido. Estos tres últimos se conservaron siempre finísimos amigos y
muy consecuentes y cariñosos con Hernández.
Amas de los nombrados entraron á la Convención otros federales
que, como Gorostiaga, se m antenían mas ó menos a flote en sociedad,
pero alejados de la política, y una vez en aquel teatro, fueron una
revelación para el pueblo, que no tenía idea de su existencia y
valimiento; pero que una vez conociéndolos, marcharon rápidamente
en la opinion, porque tenían merecimientos propios, que el p artidis
mo intransigente había ocultado á toda una generación.
Hernández no fué entonces convencional, lo que retardó mucho
su presentación en la escena pública de su provincia, porque á
indicación suya se había convenido en eliminar la candidatura de
todos los diaristas del acuerdo, compromiso que algunos cumplieron
hasta el fin.
En este diario, de complexión robusta, que la administración
Sarmiento mató de un golpe, escapando á la cárcel su redactor
propietario gracias á sus numerosos amigos, fué co-redactor el
ilustrado Agustín de Vedia y colaboraron los señores Navarro Viola,
27
José Tomás Guido, Vicente G. Quesada, C. Guido y Spano, J. Sienra
Carranza, M. A. Pelliza, Tomás Moncayo Avellan, Simón Bolívar
Camacho, y algunos otros escritores de nota, en tanto que se iniciaron
esgrimiendo sus primeras armas literarias Estanislao Zeballos, Aure
lio Herrera (a) Teseo, Cosme Marino, Oscar Liliedad, Ocampo
(Salvador Mario), Mariano Espina, Gerónimo Montero, Samuel
Alberú, Nicasio Dibur, Rómulo Gazcon, Enrique Serantes, Vicente
Hernández, Horacio Mendizabal, Sixto Rodríguez, y otros que no
recuerdo, pero cuya nómina dem uestra la perspicacia de Hernández
para penetrar’ en el corazon de los jóvenes, apreciar sus cualidades y
fomentar’ aquellos que poseían los elementos de superioridad para
distinguirse en el país. Los tres primeros pasaron en seguida con el
señor José C. Paz á fundar “ La P re n sa ” , que ya cuenta 27 años.
Como político de largas vistas, se mostró particularmente en
notables conferencias, que dió en los altos del teatro Variedades, á
que asistan muchos hombres públicos, cuando el entusiasmo por la
apertura del Istmo de Panamá exaltaba todos los ánimos. Logró
entibiar ese entusiasmo demostrando los trascendentales perjuicios
que nos ocasionaba, y apuntando lo que era preciso hacer para
contrarrestarlos, aunque fundando á grandes rasgos su opinion que
preveía el fracaso.
Con esto ampliaba lo que habia dicho en el famoso debate con el
doctor Alem en 1880, sobre la cesión de Buenos Aires para capital de
la República, á cuya sanción llamaba “forjar el acero para hacer
invencible la Nación”, y “poner el sello á la obra iniciada en 1810” . En
ese discurso, que ocupó tres sesiones sin salir un punto de las
cuestiones internas, recordaba que el señor Lessepps tenía ya
reunidos 300 millones de francos para principiarla obra y exclamaba:
“ No nos descuidemos, no nos quedemos atrás del movimiento
científico, comercial y económico del mundo... la apertura del Istmo
de Panam á va á servir de puerta para el comercio de Europa
dejándonos relegados al extremo meridional de la América del Sud.”
En las actividades de su vida y merced á su poderosa organiza
ción intelectual, guiaba su mente por distintos rumbos, sin distracción
ni confusiones y así fué sucesiva y á veces juntamente: Contador
-taquígrafo- -guerrero -revolucionario—legislador- -miembro del
Concejo Nacional de E ducación- Consejero del Monte de Piedad -
del Banco Hipotecario — protector de las industrias — estanciero ----
periodista — orador, y poeta — Hombre de espada y de pluma—del
bosque y del salón—de tribuna y de espuela—-En el campamento como
en el gabinete sirvió á su país en el orden Nacional y Provincial; de su
poema Martin Fierro dijo el doctor Navarro Viola: “ es una lección de
lo que debe ser la poesía, es decir: Una moral y un arte”
28
La autoridad incontestable que tenia en asuntos campestres, fué
causa que el gobierno del doctor Rocha le confiara la misión de
estudiar las razas preferibles y los métodos pecuarios de Europa y
Australia, para lo cual debía dar la vuelta al mundo, siendo costeados
por la Provincia todos los gastos de viaje y estadías y rentado con
sueldo de 17 mil pesos moneda corriente mensuales durante un año,
sin mas obligación que presentar al regreso un informe que el
Gobierno se comprometía á publicar.
Tan halagadora se suponía esta misión, que el decreto fué
promulgado sin consultar al favorecido, quien al conocerlo por los
diarios se presentó en el acto al despacho de Gobierno rehusando el
honor.
Como el gobernador insistiera en que se necesitaba un libro que
enseñase á formar las nuevas estancias, fomentar las existentes, le
contestó que para eso era inútil el gasto enorme de tal comision; que
las formas y prácticas europeas no eran aplicables todavía á nuestro
país, por las distintas condiciones naturales é industriales; que la
selección de razas no puede fijarse con exclusiones, por depender del
clima y de la localidad donde se crían y las variaciones del mercado, y
en fin que en pocos días, sin salir de su casa, ni gravar al Erario,
escribiría el libro que se necesitaba. Con efecto, escribió su “ Instruc
ción del Estanciero” que editó Casavalle y cuyos datos, informaciones
y métodos bastan para formar un perfecto mayordomo ó director de
estancias, y enseñarle al propietario á controlar sus administradores.
Excusado es decir que el Gobierno ni siquiera suscribió un
ejemplar del importante libro, pero insistiendo en la idea de la famosa
misión, rodeando el mundo, se sirvió ofrecérmela á mí por conducto
de su ministro el doctor D ’Amico; pero también la rehusé á pesar de
las animadas reflecciones de aquel amigo, fundado en iguales razones
y en que no tratándose de elegir y m andar los ejemplares, lo demás me
parecía escolástica pura. Alas tres fué la vencida y dicha comisión fué
confiada al señor Ricardo Newton, llevando por secretario al ilustrado
doctor don Juan Llerena, “ el hombre que más sabe en la República
Argentina” , según le escuché decir en conversación al doctor Nicolás
Avellaneda.
El viaje se hizo, el informe se imprimió en 5,000 ejemplares de 10
tomos, los gastos fueron fastuosos y puntualmente pagados... mas el
resultado, predicho por Hernández, está lejos de competir con el de
su libro criollo.
Si el doctor Rocha en vez de esforzarse por alejar á Hernández de
su patria, enviándolo primero á Europa y despues á Salta, donde
adquirió los gérmenes de su enfermedad mortal, se hubiera apoyado
29
en su prestigio incontrastable en la Provincia, otra hubiera sido su
situación actual. ,
Era su retentiva tan firme y poderosa, que repetia fácilmente
páginas enteras, de memoria, y admiraba la precisión de fechas y de
números en la historia antigua, de que era gran conocedor.
Se le dictaban hasta 100 palabras, arbitrarias, que se escribian
fuera de su vista, é inmediatamente las repetía al reves, al derecho,
salteadas y hasta improvisando versos y discursos, sobre temas
propuestos, haciéndolas entrar en el orden que habian sido dictadas.
Este era uno de sus entretenimientos favoritos en sociedad.
En las asambleas tumultuosas sirvió muchas veces para apaci
guarlas por su figura culminante, por su palabra de fuego, por el cariño
con que el pueblo lo recibia y hasta por su potente voz dé ORGANO
DE CATEDRAL, como le llamó el escritor Benjamin Posse.
Al fin, este coloso inclinó la robusta cabeza, con la debilidad de
un niño, en su quinta de Belgrano, el 21 de Octubre de 1886, á menos
de 52 años de edad, minado de una afección cardiaca, quizá; en el
pleno goce de sus facultades hasta cinco minutos antes de expirar,
conociendo su estado y diciéndome:—Hermano, esto está concluido.
Sus últimas palabras fueron: BUENOS AIRES, BUüiNOS AIRES y
cesó! ,
Numerosa y selecta fué la concurrencia á la inhumación de sus
restos, y entre los discursos pronunciados, sobresalieron los del
Coronel José Tomás Guido y el doctor Luis V. Varela. En cuanto al del
General Lucio V. Mansilla, dominó la opinion de ser la mejor pieza
oratoria que habia pronunciado aquel fecundo y original orador. En
esta sentida oración inició la idea de conservar por la estatuaria las
lineas de su figura colosal. ^
El Senado, de que era miembro, decretó una placa para su
sepulcro. _
Su libro, bien conocido, es como la fotografía de una raza
legendaria que se extingue.
Al desaparecer el gaucho, la Providencia trajo ai pintor: Conclui
da su misión, también acabó!- Escudriñando escrupulosamente no
se hallará una sola impropiedad ó error en cuanto allí describe,
porque no procede de oidas, ni por imitación, sino que pinta escenas
en que ha sido á menudo actor ó espectador.
Tomó al gaucho en la frontera, se internó con él en el desierto,
luchó en el Pajonal con el Pampa y trazó en su poema, no solamente
usos y costumbres de los salvajes, entonces completamente descono
cidas del cristiano civilizado, que no han sido rectificadas, sino
cuadros conmovedores que produjeron una revolución en las ideas
sociales y en la política, pues suprimieron el contingente de frontera y
30
operaron la emancipación del criollo como lo había sostenido en su
diario “ El Río de la Plata.”
Por eso autoridades como Avellaneda, E strada y muchos otros
han dicho que ese libro era libro de misión, que condensaba en coplas
de cadencia y lenguaje popular, sabiduría profunda, y moral exquisi
ta. Entre los numerosos escritores Nacionales y extranjeros, que de él
se han ocupado, por mas de 20 ediciones, tan sólo el señor Juan
Antonio Argerich ha pretendido singularizarse diciendo que Ascasubi
y Hernández eran simplemente dos prosistas insoportables. El crítico
ha perdido su tiempo, pues sin embargo del tono olímpico con que
fulmina sus fallos literarios, no ha modificado el concepto nadional
acerca de estos poetas populares.
Se le escuchó con la misma sonrisa que cuando dijo que los versos
de Carlos Guido y Spano, nuestro gran poeta lírico, eran flores de
trapo.
El 21 de Octubre del corriente año tuvo lugar en el Cementerio de
la Recoleta la ceremonia oficial de colocar en su panteón la corona y
placa de bronce que como homenaje á su memoria decretó el Senado
por iniciativa del doctor Julio Fonrouge, cuya inscripción dice: E l
Honorable Senado de la provincia de Buenos Aires a José H ernández,
autor de MARTIN FIERRO.
Asistió numeroso y escogido público y se pronunciaron elocuen
tes discursos, pero el del doctor Mariano Orzábal, que hizo el
panegírico en nombre y representación del Honorable Senado, fué
una pieza magistral en la que nos recordó que era el iniciador de la
Escuela y Haras de Santa Catalina y el que habia dado el nombre á la
ciudad de La Plata.
Prestigió el acto la prensa de todos los matices, asociándose á él,
así como el Ateneo, el poeta Guido y Spano y numerosos personajes
del país.
La reputación del M artin Fierro se ha extendido por todos los
países y centros del habla latina en Europa, en las repúblicas
Americanas y en Nueva York,
El “ Correo de U ltram ar” de París fué el primero que lo reprodujo
íntegro en sus columnas, luego en Méjico y siguió en las demas
repúblicas.
Hace poco tiempo, el reputado crítico español Marcelino Me-
néndez y Pelayo, en su “Antología de poetas H ispano-Am ericanos”, le
consagra altos elogios y hace propios los del ilustrado poeta Unamu-
no, ferviente encomiador de Hernández, que entre otras cosas, dice:
“ Su canto está impregnado de españolismo; es española su lengua,
“ españoles sus modismos, españolas sus máximas y su sabiduría,
“ española su alma.
31
‘‘M artín Fierro, es el canto del luchador Español, que despues de
“haber plantado la Cruz en Granada se fué á América á servir de
“ avanzada á la civilización y á abrir el camino del desierto.”
No se extinguirá en el corazón del criollo, la imágen de este poeta.
El, supo bien lo que hacia, conocía á fondo el corazón y los
sentimientos del paisano, confiaba en su gratitud eterna, y por eso,
como un presentimiento, en la última página de su libro dice:
Y si la vida m e falta,
T énganlo todos por ciérto,
Que el gaucho, h asta en el d esierto
Sentirá en tal o ca sió n —
T risteza en el corazón
Al saber que yo esto y m uerto.
^ 9.
PABLO SUBIETA
Pablo Subieta
MARTÍN FIERRO
(3 er. artículo)
35
tas, sin que hayan hecho siquiera contraer los lábios del más alegre
lector.
Páginas sencillas, lacónicas, inspiraciones súbitas, doctrinas
vulgares, pero mal comprendidas, no estudiadas, ligeramente despre
ciadas, han cambiado la ley de las sociedades, las costumbres
tradicionales, los principios científicos y los dogmas de la fé.
Ya lo hemos dicho: pocas, muy pocas son esas obras de cualquier
carácter que sean, que hayan conseguido remover esas piedras, que
entorpecen eL camino que recorre trabajosam ente la peregrina
humanidad.
Y ya que no es posible operar una revolución cada día, es
necesario que cada palpitación del cerebro de los grandes pensadores,
cada palabra de sus lábios píticos enjugue una lágrima, evite un
suspiro, destile una gota de bálsamo sobre las heridas del alma, que
sea una ráfaga de luz que alumbre, un soplo de brisa que perfume, una
gota de rocío que refresque, una nota melodiosa que deleite.
Cada época de la historia, cada región del globo, ha tenido sus
redentores, sus profetas, revolucionarios, que se han servido de la
letra para consumar sus grandes propósitos, las obras de esos génios
son las verdaderas obras clásicas de la literatura.
Si Italia tiene su Divina Comedia, E spaña su Quijote, Alemania
su Fausto, la República Argentina tiene su Martin Fierro.
Martin Fierro, mas que una coleccion de cantos populares, mas
que un cuadro de costumbres, mas que una obra literaria, es un
estudio profundo de filosofía moral y social.
Martin Fierro no es un hombre, es una clase, una raza, casi un
pueblo; es una época de nuestra vida; es la encarnación de nuestras
costumbres, instituciones, creencias, vicios y virtudes; es el gaucho
luchando contra las capas superiores de lá sociedad que lo oprimen;
es la protesta contra la injusticia; es el reto satírico contra los que
pretendem os legislar y gobernar, sin conocer las necesidades del
pueblo; es el cuadro vivo, palpitante, natural, estereotípico de la vida
de la campaña, desde los suburbios de una gran Capital, hasta las
tolderías del salvaje.
Todos los hechos de la vida se encadenan, todas las esferas de
acción son círculos concéntricos que parten de un centro y se
estienden hasta lo infinito. Dante llevó su imaginación hasta el cielo y
el infierno, partiendo de un latido de su corazon, hizo un poema
universal de una afección subjetiva, y en Beatrice de Portinary
encontró el objeto de su infinita peregrinación.
José Hernández ha tomado como el épico italiano, un hecho
familiar, como la causa y el punto inicial de su espléndida concepción,
para plantear problemas sociales de la mayor trascendencia, profeti
36
zar revoluciones futuras que han de operarse fatalmente; ha encon
trado el pretesto para rasgar con mano airada los encajes diáfanos de
nuestro traje democrático, con que encubrimos llagas terribles, que
corroen nuestro organismo; para enseñar máximas de moral purísima;
para justificar todos los sistemas filosóficos, desde el estático
misticismo, hasta la amarga decepción, desde la credulidad del niño,
hasta esa ciencia tristísim a de la ancianidad desencantada de la
sociedad que desprecia,
Martin Fierro es el tipo ingénuo, noble, valeroso; victima de los
defectos de nuestras instituciones políticas, judiciales y municipales,
guarda en su alma el depósito sagrado de la intuición del bien, al través
de todas las peripecias de su vida fatalmente aventurera.
El viejo Viscacha es el Mefistófeles de ese Fausto mas natural,
mas filosófico, mas moral que el de Goethe.
Anciano consumido económicamente por los vicios, hasta dormir
entre los perros, físicamente, hasta no poder hablar y moralmente,
hasta profesar las ideas mas egoístas, antisociales y eminentemente
sensuales; espíritu descreído, práctico en la vida material, enemigo de
las clases urbanas, pero profundamente sabio en los resortes secretos
de la vida real.
Ambos tipos son naturales, de importancia suprema en la acción
y desarrollo del drama sencillo, pero interesante de la vida del gaucho.
A las magníficas descripciones de la campaña, de la frontera, de
los ataques del salvaje y cien otras, que forman el fondo del paisage, el
cuadro etnográfico, es necesario sobreponer la magistral descripción
de la Penitenciaria; lección sublime de moral, razgo de inimitable
poesía, de efecto extraordinario y de aplicación tan práctica en las
costumbres, que solo ese canto equivale en efecto á todos los
sermones, á todas las conferencias y á todos los castigos.
La Penitenciaria tiene, en efecto, por destino, no solo servir de
lugar de castigo y de seguridad, sino también de ejemplo.
Esa casa aislada en los confines de la ciudad, que tantos dolores
guarda, bajo cuyas fatídicas bóvedas tantos M acbeth se estremecen
entre las torturas del remordimiento, no habría cumplido su alta
misión moral, si Hernández no la hubiese hecho conocer en el ritmo de
sus versos, en las cuerdas de la guitarra de la pulpería, en la leyenda
familiar del rancho.
Nadie sabe lo que es la terrible cárcel, mientras no entra en ella,
pero el lúgubre edificio tiene una voz solemne, cuyo éco elocuente es
Martin Fierro.
Las últimas máximas de M artín Fierro, son máximas tan magní
ficas como las del Evangelio; es por eso que el libro de Hernández
suple a la Biblia y a la doctrina sacerdotal en los ranchos, estancias y
aldeas, y no exageramos al asegurar que también desempeña ese
noble papel en las ciudades.
No podemos acabar de definir á Hernández como filósofo; pero
aquí nos detenemos por respeto á la atención del lector.
Mañana nos ocuparemos de Hernández político y literato.
38
MARTÍN FIERRO
(4o artículo)
Sué y Hugo son los primeros en nuestro siglo, que bajo la forma
amena y vulgar del romance ó el verso, han planteado los grandes
problemas sociales, y han llevado á la conciencia del pueblo las graves
cuestiones que comprometen su destino.
La mayor parte de los novelistas y poetas, son simplemente
descriptivos, estrechamente estéticos y egoistamente subjetivos.
Creen sin duda que la humanidad entera está comprometida á
contar los latidos de su corazón angustiado, y á seguir las ráfagas
caprichosas de su imaginación delirante.
La poesía tiene, sin duda, una misión mas elevada, mas amplia,
mas social, mas eficaz.
No ha de ser el sueño loco de una noche de delirio, como la
creación insensata de San Juan ó Dante, ni la máxima sensualista de
Anacreonte, de Ovidio, de Pirron; el amargo escepticismo, el canto
elegiaco de Young, de Byron, Leopardi y Pestel no son tampoco su
última y más elevada espresion.
No son la risa, ni las lágrimas, los atributos mas sublimes del
hombre, como el sensualismo, ó la utilidad no son la última esfera de
su indefinida actividad.
No es el poeta la hoja del árbol que arrastra el viento y se queja en
su rose con el polvo, no es la arista que devora el fuego y gime en el
suplicio de la calcinación; no es la poesía el polen de la flor que alhaga
los sentidos de la coqueta, la nota armoniosa que deleita el oído del
soñador fantástico.
39
Dios no ha encendido la chispa de la inspiración en el fondo del
cerebro, para que alumbre sin calor como el fósforo; el génio ha de ser
fecundo, su nombre dice que ha de ser productor, creador, revolucio
nario; por eso ha dicho muy bien Isaias, que se sintió herido por el rayo
de Dios, para irradiar su luz y su fuego sobre el pueblo ciego y
entumecido, que se había sentado sobre la piedra helada del error.
Andrade, el ilustre lírico argentino, ha hecho la semblanza más
digna del poeta, haciéndolo precursor, profeta, sacerdote, maestro y
tribuno.
Así es José Hernández. No ha templado su lira sonora para
deleitar un momento, para recrear las horas largas de una velada
campestre.
Martin Fierro es mas que un payador de pulpería, es el filósofo, el
revolucionario, el gran político, el moralista, el Prometeo de la
campaña; la encamación palpitante del gran problema social.
En el fondo de ese poema sencillo, lacónico y armonioso se
encuentra la verdad desnuda, clara, elocuente; al través de las
diafanas y elegantes vestiduras de nuestro toilette social, se descubre
la llaga cancerosa que corroe las entrañas del organismo.
Es necesario tener toda la sagacidad de espíritu, toda la paciente
observación, todo el sentimiento de justicia, todo el aplomo de
convicciones de Hernández, para haber penetrado y arrostrado tan
decididamente la grave cuestión social, que agita nuestro seno, casi
con tanta vehemencia como el nihilismo, el internacionalismo, el
fenianismo, el comunismo ó el carbonarismo.
Martin Fierro ha iluminado la conciencia del gaucho, ha escitado
las fibras de su sensibilidad, le ha dado la noción de ciudadanía, la
intención de su dignidad personal y ha iniciado en su espíritu el deseo
del progreso, para llegar al ideal de la nivelación social.
En verdad, estamos muy lejos de ser una democracia, de goza:’
del beneficio práctico de nuestras instituciones, muy liberales en la
letra, pero sin efecto en la vida real; la Constitución es un astro muy
raquítico, porque no irradia su calor y su luz, sino hasta los muros de la
ciudad. El gaucho, como los condenados de Klopstok, vive en las
tinieblas y en la frigidez extra solares.
La Policía Rural, la Administración de Justicia, el sistema
orgánico del Ejército, la educación popular, todo ha sido herido con el
puñal afilado de la sátira, con la masa poderosa de la máxima
evidente, con la luz refulgente del ejemplo.
José Hernández ha asimilado con la delicadeza del arte sintético
de Seuxis, la sátira de Juvenal, el excepticismo de Montaigne, la dulce
elocuencia de Fenelon y la lección magistral de Montesquieu, todo
40
bajo la forma amena, graciosa, pero gravemente sentenciosa de
Cervantes.
¿Qué libro se ha escrito hasta hoy que haya instruido, distraido,
deleitado y conmovido al pueblo con mas verdad, arte, elocuencia y
magistral autoridad?
¡Biblia, catecismo político, teoría filosófica, consejo moral,
incitación entusiasta, proclama revolucionaria! ¿Que no hay en esas
noventa páginas rimadas sin esfuerzo, eufónicamente acondicionadas
á los arpegios de la guitarra y á la entonación del campesino?
Martin Fierro encierra estas grandes verdades políticas arranca
das natural y lógicamente de nuestra vida ordinaria; falta de educa
ción, pésima organización judicial y militar, deficiencia en la Policía
Rural, y sobretodo profundo resentimiento en el pueblo de la
campaña contra las clases urbanas, por abuso de fortuna, de autori
dad é ilustración.
Tal es el carácter político ó sociológico del libro que nos ocupa y
tal es la enseñanza filosófica y poética que puede servir de esplicacion
á la ley de nuestra historia y de objetivo á nuestros legisladores y
Gobiernos.
41
EL POETA ARGENTINO1
42
herida cancerosa que Lamartine ha curado con el bálsamo de la
piedad.
Sin embargo, Byron morirá en la memoria de las generaciones
futuras y Shakespeare no morirá, no morirán: LTsle, Riego, López
Blanes, Andrade, y Hernández; porque aquellos son poetas subjeti
vos, de influencia efímera en la imaginación; mientras estos son
poetas heroicos, socialistas y filósofos que afectan necesidades
perm anentes del espíritu, proyectan revoluciones súbitas ó lentas,
que han de transformar la faz de la sociedad, hieren la cuerda esencial
del sonoro instrumento, eternamente templado para las grandes y
elevadas armonías.
En poesía, pasa lo que en la música, los wals de Askery Ketterer
morirán en la memoria, como las melodías de Gounod, y las fantasías
de Wagner; pero no morirán las concepciones gigantescas de Meyer-
beer y Bethowen; por que aquellos son individualistas y simplemente
estéticos y estos son creadores interpretes de la armonía universal y
absoluta.
La República Argentina cuenta con centenares de inteligencias
en tres generaciones que han ensayado y aun hecho profesión de la
poesía en sus diversos géneros, pero que ninguno de ellos, ni todos en
conjunto han constituido ni podido formar lo que propiamente podría
llamarse: literatura argentina.
Es a los dos poetas que hemos citado, que cabe la gloria de haber
fundado la poesía clásica argentina.
El libro del Sr. Hernández del que nos venimos ocupando bajo
sus diversas faces, tiene sobre todo, tres cualidades: verdad, utilidad
y armonía.
43
sencillo de política y filosofía, el aliciente mas poderoso para
aprender á leer y la revelación mas elocuente de la revolución, que
principia á incubarse en el espíritu del campesino y que á ella se lanzó
inconscientemente y como instrumento de pasiones de caudillos
ambiciosos; es el libro que suple á la Biblia, á la novela, á la
Constitución y a los volúmenes de ciencia; es la leyenda mas popular
que aprende de- memoria el niño, que la canta el payador, que la
m urmura el carrero y la lee con deleite la cándida doncella.
Es la poesía mas armoniosa, porque en el lirismo debe imperar la
sinfonía.
Los versos de Martin Fierro son los mas perfectamente conta
bles, porque están espresamente escritos para esa música popular,
medio recitativa medio cantada, al compás de la guitarra; poemas
sencillos, espirituales, descriptivos llenos de ese sabor criollo, que
hace estrem ecer con fruiciones tan especiales el corazon argentino.
El octosilavo como m etro es sin duda el mas armonioso, pues
aunque carece de la magestad del endecasilavo y alejandrino, es mas
flexible y se presta como ninguno á la sentencia, á la máxima y á la
satira.
Las estrofas en seis versos se prestan igualmente al canto
rítmico, á la rotundez de los pensamientos y á la variedad de tonos;
por eso el gaucho canta esas rapsodias argentinas con interés,
entusiasmo, deleite y compunsion, como la espresion legitima de sus
creencias, de sus necesidades, esperanzas é ilusiones.
Martin Fierro vive en la memoria de todos, y vivirá en las-futuras
generaciones, por que es el poema mas argentino.
44
MIGUEL DE UNAMUNO
Miguel de Unamuno
47
eos americanos,1en París, en el Correo de Ultramar; en uno español y
otro antillano y se preparaba en Nueva York por entonces una edición
de lujo. Poseo la duodécima, de 1883, precedida de varios estudios
críticos,2
He de confesar que los desmesurados encomios que dirigen a la
obra los apologistas que a su cabeza la recomiendan, más bien me
predispusieron en contra que en favor de ella. Escritor argentino dijo
que si Italia tiene su Divina Comedia, España su Quijote y Alemania
el Fausto, la República Argentina tiene su M artín Fierro; otro llegó a
asegurar que las máximas de este poema son tan magníficas como las
del Evangelio y que el poema argentino suple a la Biblia, a la novela, a
la Constitución y a los volúmenes de ciencia; le han llamado proclama
revolucionaria, catecismo, curso de moral administrativa para uso de
los comandantes militares y comisarios pagadores, y a su autor,
Hernández, Prometeo de la campaña, comparándole con B uday con
Leopardi, a los que se parece lo menos que pueden parecerse dos
hombres. A ver si después de tan graciosos disparates hay quien se
forme idea buena de M artín Fierro.
Y, sin embargo, es una hermosura, una soberana hermosura, lo
más fresco y más hondamente poético que conozco de la América
española, y aun apurando m ucho... pero no hagamos causa común con
los indiscretos encomiadores del poem a gauchesco.
El amor con que el pueblo argentino le ha acogido, es su mayor
consagración. Le llaman el Quijote nacional; corre de pulpería en
pulpería y de rancho en rancho, congregándose los pamperos en tom o
al lector para oír los infortunios de M artín Fierro, acorralado por la
civilización argentina, y no hay allí quien no le tenga en sus labios y
sobre su corazón. Cuenta D. Nicolás Avellaneda que un almacenero le
enseñó en sus libros de encargos de pulperos de la campaña la
siguiente partida: “ doce gruesas de fósforos, una barrica de cerveza,
doce vueltas de M artín Fierro, cien cajas de sardinas” . Helo aquí
entre los artículos de necesidad y uso diario.
Hemos trazado toda esta noticia para que no parezca capricho la
48
importancia que concedemos al M artín Fierro, para que se vea cómo
una obra de extraordinario éxito en la Argentina, y sobre todo entre el
pueblo, para el cual es y del cual procede, no ha entrado aquí donde se
nos cuelan tantos neogongoristas, culteranos, coloristas, decadentis
tas, parnasianos, victorhuguistas y otras especies de estufa venidas de
Ultramar con su cargamento de terminachos quichuas, guaranís,
araucanos, aztecas, totlecas o chichimecas.
¿Cómo libro de tan extraordinario éxito en la Argentina, que lleva
más de veinte años de vida, apenas se habla de él en España?
n
Conviene, ante todo, advertir que M artín Fien'O es un poema
gauchesco, escrito en lenguaje y estilo gauchescos, y que para
propagarse en E spaña tendría que ir acompañado de un brevísimo
glosario y notas explicativas, farragoso aditamento para un libro de
amena literatura.
Digo brevísimo, porque, como indicaré más adelante, los más de
sus modismos y términos dialectales son españoles de pura raza,
usados aquí por el pueblo, aun cuando no se escriban.
El autor de M artín Fierro ha hecho de intento, aunque con mal
acuerdo, versos incorrectos, cojos por pie de más o pie de menos,
cuando “ es posible conservar la originalidad de un tipo sin herir el
oído con desafinaciones del verso incorrecto”, como le decía La
América del Sur (9 de marzo de 1879).
M artín Fierro es la flor de la literatura gauchesca, de esa
literatura aquí casi desconocida, en que brillan tras de Hidalgo, que es
el que los precedió, su Homero le llama Mitre, Lavardén, Anastasio el
Pollo, Ascasubi, Del Campo; literatura creada para hacer reír al hijo
de la ciudad con las rusticidades del gaucho, aunque a las veces se
revelara potente el alma de éste; literatura que pasa entre muchos
argentinos por algo indígena, algo privativo de ellos, algo que les
divide y separa de la madre España, la consagración de su indepen
dencia, la flor del espíritu criollo,
49
combate de Martín Fierro con un indio en defensa de una pobre
esclava cristiana, que pueden competir con los de la primera, pero en
general se denuncia más en ella el poeta letrado, está llena de
sentencias tomadas de todos los grandes libros de la literatura eterna,
y su sentido es sobradamente didáctico. Le falta mucho de la briosa
frescura, de la ruda espontaneidad, del aliento vivífico de la primera, y
denuncia demasiado fines nobilísimos, sí, pero ajenos al puramente
estético.
En Martín Fierro se com penetran y como que se funden
íntimamente el elemento épico y el lírico; diríase que el alma briosa
del gaucho es como una emanación del alma de la Pampa, inmensa,
escueta, tendida al sol, bajo el cielo infinito, abierta al aire libre de
Dios. ¡...Pobre' gaucho! Él es bueno y parece malo, jura al volver a su
pago y hallar su cueva vacía, ser más malo que una fiera, y cuando se
halla a punto de caer en manos de la policía, promete a la Virgen, si le
saca salvo, “ser más güeno que una malva” ; mata con toda tranquili
dad, alzando en su cuchillo a los que se le ponen delante y largándolos
como un saco de huesos, y le rem uerde luego el no haberlos echado en
campo santo y que ande el alma en pena pidiendo sagrada sepultura;
es bueno con los buenos, y con los malos malo. El pobre, desheredado,
despreciado, maltratado y explotado por los puebleros, “ gasta la vida
en huir de la autoridad” y hace su cama en el trébol, bajo el inmenso
toldo estrellado, donde aquélla no le sorprenderá dormido,
¿Qué les importan sus desgracias a los rebuscadores de rimas y
ebanistas del lenguaje poético? Es cierto que los cultos se com pade
cen alguna vez del pobrecito gaucho, pero como dice M artín Fierro
con una profundidad que recomendamos a cuantos se preocupan de la
llamada cuestión social:
50
m
4 T endría verdadero interés un estudio lingüístico del habla de los gauchos, pero
hecho, no sólo con fin de corregirles de sus supuestos dislates cuando se establezcan
entre ellos escuelas, según el voto de José Hernández, sino ante todo con fin
especulativo, como trabajo científico. En general, el fonetismo popular gauchesco, tal
como se revela en Martín Kierro, es el mismo dominante en España. Por otra parte, si
es de esperar tal trabajo respecto al habla gauchesca, no lo es menos con relación a los
giros, modismos y al fonetismo popular en España, estudio abandonado entre nosotros,
porque nuestros lingüistas prefieren a esta labor en vivo buscar en librotes viejos, y
nuestra Academia antes se decide por resucitar un terminacho muerto, pescado con
caña de cualquier venerable reliquia del pasado, que llevar a su Diccionario voces
populares que corren de boca en boca chorreando vida, frescas y rozagantes.
51
españoles! Algo así como lo que les pasa a los portugueses, los cuales
hoy escriben mythología con y griega y th, y es casi seguro que dejarían
de escribir así para hacerlo como nosotros si nuestra Academia
decretara que nosotros lo hagamos como ellos y lo consiguiera.
IV
53
especie, empeñados en desafinar para hacerse oír sobre los demás, ya
que no lo lograrían acaso cantando a coro en el himno nacional.
Volvamos ya a M artín Fierro. En la Pam pa alienta un pueblo
acorralado, es cierto, por la civilización argentina, pero un pueblo
total, íntegro, verdadero trasunto de nuestro pueblo español, cuando
en éste brotaron los romances populares, y por esto ha podido allí
brotar por ministerio de un hombre más culto que los gauchos, José
Hernández, un poema popular gauchesco, M artín Fierro. Hoy que se
concede atención a tantos artefactos literarios, ¿sería mucho pedir de
los cultos que volvieran sus ojos a un poema popular, rudo, incorrecto,
tosco y español hasta los tuétanos?
54
MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO
Marcelino Menéndez y Pelayo
MARTIN FIERRO
Pero la obra m aestra del género, es, por confesión unánime de los
argentinos, el poema de José Hernández, M artín Fierro, obra
popularísima en todo el territorio de la República, y no sólo en las
ciudades, sino en las pulperías y ranchos del campo; obra de la cual,
en diez años (de 1872, en que apareció, a 1882), se agotaron cerca de
sesenta mil ejemplares, y de la cual existen más de doce ediciones en
forma de libro, ya plebeyas, ya lujosas, y no sé cuántas más en las
columnas de los periódicos. Entre nosotros ha tenido por ferviente
encomiador a uno de los jóvenes de mayores esperanzas y de más
vigoroso pensar con que hoy cuenta el profesorado español.
Quizá habría que rebajar algo de su entusiasmo; quizá el poema
no sea tan genuinamente popular como él supone, aunque sea sin
duda de lo más popular que hoy puede hacerse; quizá el pensamiento
de reforma social resulte en el poema de Hernández más visible de lo
que convendría a la pureza de la impresión estética, defecto que crece
sobrem anera en la segunda parte titulada La vuelta de M artín Fierro;
pero en general, el juicio del señor Unamuno,1que es el crítico a quien
aludimos, nos parece penetrante y certero. Lo que pálidamente
intento Echeverría en L a Cautiva, lo realiza con viril y sana rudeza el
autor de M artín Fierro. El soplo de la pampa argentina corre por sus
desgreñados, bravios y pujantes versos, en que estallan todas las
57
energías de la pasión indómita y primitiva, en lucha con el mecanismo
social que inútilmente comprime los ímpetus del protagonista, y
acaba por lanzarle a la vida libre del desierto, no sin que sienta alguna
nostalgia del mundo civilizado que le arroja de su seno:
58
UNA ENCUESTA DE “NOSOTROS”
Una encuesta de “Nosotros”
61
La opinión a este respecto de todos los escritores argentinos es
valiosísima, y puede contribuir grandemente a determinarlas verdade
ras proporciones del Martín Fierro.
Teniendo esto en cuenta, “Nosotros5’ ha resuelto abrir una
encuesta, en la cual puedan aparecer todas las form as de esa opinión,
que, es de suponerlo, será varia y contradictoria. A tal objeto una
circular igual a la presente ha sido pasada a un distinguido núcleo de
hombres de letras, con la seguridad de que ninguno de ellos ha de negar
su palabra sobre el tema en debate. Las respuestas, que podrán tenerla
amplitud que sus autores juzguen oportuna, irán apareciendo sucesi
vamente en “Nosotros” , a medida que vayan recibiéndose.
La dirección de la revista se perm ite solicitar de usted, quiera
contribuir con su autorizado juicio, a la solución de esta importante
cuestión literaria.
62
Martiniano Leguizamón*
He aquí mi breve respuesta:
No sin alguna satisfacción, lo confieso, seguí las recientes
lecturas de Leopoldo Lugones en el Odeón sobre el M artín Fierro, y
he visto complacido el aplauso unánime de la selecta concurrencia
ante sus perentorias afirmaciones.
Para muchos de los oyentes sería aquello tal vez un triunfo de la
prestigiosa palabra del brillante escritor, pero para los más era, sin
duda, la revelación de un tesoro de belleza ignorada que tenían, sin
embargo, al alcance de la mano; en cuanto a mí fué ratificación de muy
hondos y arraigados sentires.
Cabalmente en las páginas de esta revista, estudiando nuestros
orígenes literarios hace dos años, dije sintetizando el juicio vertido en
varios trabajos anteriores, especialmente en el consagrado a la poesía
gauchesca en De cepa criolla’, que Hernández había creado con su
admirable M artín Fierro el primer y único poema nacional surgido en
nuestra tierra.
Semejante opinión que pudiera ser sospechada de parcialidad,
dada mi irreductible pasión por las cosas genuinamente argentinas, es
compartida por el crítico Marcelino Menéndez y Pelayo, al afirmar:
•‘que los diálogos de Hidalgo y de sus imitadores, fueron el germen de
esa peculiar poesía gauchesca, que libre luego de la intención del
momento, ha producido las obras más originales de la literatura
sudamericana” .1
Mis estudios sobre el tipo moral del gaucho, durante largos años,
a través de una copiosa literatura y lo que reputo más valioso aún
como documento auténtico, la observación directa del atrayente
sujeto en su medio ambiente, han formado en mi espíritu la convicción
profunda de que el poema de Hernández —con todos sus defectos de
forma en que el autor incurre a sabiendas para identificarse con el
alma popular y expresar el sentimiento colectivo en las hablas
pintorescas de los rústicos protagonistas — supera como creación
original con su fuerte sabor de poesía virgen, a todos los ensayos del
género que le precedieron como los Cielitos y Diálogos patrióticos de
Hidalgo, los Trovos de Ascasubi y el Fausto de Del Campo.
63
Creo que es obra duradera de las que desafían los tiempos,
porque ninguno de sus predecesores descendió más hondo, en un
sondazo genial, a las recónditas intimidades de ese enigma humano
encarnado en la noble figura del gaucho.
La profecía con que el rústico trovero remata aquel “tela:’ de
desdichas” , ha sido cumplida al decir:
64
Desgraciadamente la mayoría de los lectores no se solaza en sus
estrofas más que con el pasaje burlesco, la ocurrencia picaresca y el
retruécano vivaz, pero rústico, del decir campesino, que suele
escandalizar a ciertos lectores pudibundos; sin reparar en la pintura
honda, verídica y punzante de la vida de aquellos héroes, los más
auténticos de nuestro suelo, curtidos de desgracia y desventura, que
se extinguieron luchando en la soledad y el desamparo sin una mirada
de compasión...
Con su fuerte y áspera tosquedad de cantar de gesta, el hermoso
poema gauchesco acendra su valor en los años vividos, y hoy retorna
desde el fondo de la pampa misteriosa, para iluminar el grave perfil
del gaucho que se aleja y se pierde en los tristes silencios del desierto
en que fué señor.
Tal es mi personal convicción sobre el asunto que motiva la
encuesta por Nosotros abierta.
Rodolfo Rivarola
Señores: Mi respuesta es breve porque sólo expresa una convic
ción personal, sujeta a rectificación, y no el resultado de mi estudio
definitivo del tema en cuestión.
Creo que el M artín Fierro habría tenido el valor que se le supone
de poema nacional, y con las palabras de ustedes, “ en cuyas estrofas
resuena la voz de la raza” , si la raza criolla para la cual fué escrito y de
la cual surgió, se hubiera desenvuelto en crecimiento vegetativo, y no
hubiera, por lo contrario, sido absorbida y reemplazada por otra, que
sólo puede apreciar’ al héroe en lo que tenga de humano, y por ello le
interese, como nos interesan hoy Aquiles, Rolando o el Cid, y no por lo
tenga de “nacional” .
Si Hernández escribió el poema de la raza, lo que puede faltai-
hoy que todavía está el poema, es la raza, que no está más.
La idea de haberse producido una sustitución de la sociabilidad
argentina, y no una evolución, la adquirí al estudiar el Censo de 1895,
Por primera vez publiqué mis apuntes en la revista Athenas del 20 de
octubre de 1901; los reproduje en apéndice Del Régimen federativo al
unitario, p. 453, en 1908; he repetido la observación, en mi Derecho
penal argentino, de 1910; y es el motivo o fundamento de muchas
opiniones que tengo hoy y que no tenía antes del análisis del censo,
sobre nacionalidad, nacionalismo e ideas afines, de todo lo cual se
65
puede encontrar muchos vestigios en mi Fem ando en el Colegio> que
ustedes han apreciado tan amablemente.
Con mi aplauso por su iniciativa de estudio, les saludo muy
atentamente.
Manuel Gálvez
M artín Fierro representa, a mí entender, el más alto momento
poético de las letras castellanas. Es un poema épico, aún en el
concepto más estrictamente retórico. Ningún poeta de nuestra lengua
ha sido tan humano, tan profundo, tan realista como Hernández. Su
libro sintetiza el espíritu de la raza americana, en lo que ésta tiene de
hondo y permanente.
La pintura de los caracteres es admirable en el M artín Fierro.
Hay un sentimiento de la naturaleza tan íntimo, tan moderno, que
sorprende. Hernández tenía la sensibilidad de un hombre de este
siglo. ¿Y qué decir de su estupenda habilidad para describir, de su
sencillez realmente épica, de sus innumerables imágenes, todas tan
nuevas, tan verdaderas y por alguna de las cuales parece pasar el alma
de Esquilo?
Lo más bello del M artín Fierro es su dolor. Ciertas páginas no
pueden leerse sin lágrimas. Cuando describe las desgracias del
gaucho llega al máximum de lo patético. Y todo este dolor tan enorme
aparece libre de elemento melodramático, es decir, de arte inferior. El
Destino actúa en nuestro poema como en las tragedias griegas.
He creído siempre que Hernández era no sólo el mayor poeta
argentino, sino el m ayor'poeta de lengua castellana. He hecho leer
M artín Fierro a más de un escritor español; el año pasado envié un
ejemplar a la Condesa de Pardo Bazán. En mi entusiasmo por este
libro no hay novelería ninguna. Conviene demostrar esto porque
después de las conferencias de Lugones todo el mundo admira al
M artín Fierro. He aquí lo que escribí en mi libro E l Diario de Gabriel
Quiroga, publicado en Julio de 1910:... . .el caso de José Hernández
es peor aún. Ese espíritu genial que ha escrito el libro más representa
tivo de la raza, ese poeta inmenso que tiene imágenes dignas de
Esquilo, un sentido profundo .de la realidad, una emoción que nos
conmueve hasta las lágrimas, un desenfado estupendo y admirable,
una cantidad de sentencias morales que pudiera firmarlas el propio
Epicteto y un hondo sentimiento del alma nacional, —ese poeta, el
autor del M artín Fierro, tampoco tiene estatua, ni calle que lleve su
66
nombre, ni ha adquirido el derecho de mención en la literatura
militante, ni es juzgado según sus méritos en los vacíos y estúpidos
textos literarios donde aprende la juventud” .
Lugones afirmó que el M artín Fierro no había sido comprendido
en su tiempo y recuerda los juicios críticos que encabezan las
ediciones del poema. Sin embargo, tales juicios son muy elogiosos y si
no revelan la misma opinión que del poema tenemos nosotros, se le
acercan mucho. Don Juan María Torres, cuyas palabras citó Lugones,
dijo, en efecto, en una carta dirigida al propio Hernández, que como
M artín Fierro no era una obra de arte, no le podía aplicar las reglas
literarias. Pero él tomaba las palabras “ obra de arte” en un sentido
limitado, en el sentido de obra arreglada, pulida, perfecta, Para él
M artín Fierro era más que una obra de arte, pues en su juicio crítico
dice, después de transcribir algunas estrofas del poema: “ Esta.es la
verdadera poesía, la poesía del dolor y del alma. ¡Cuántos volúmenes
de necedades brillantes contienen las bibliotecas, cuyo jugo exprimi
do no vale el pensamiento y la ternura de estos pocos versos!” Y los
juicios de Cañé, del doctor Morne y de otros son elogiosísimos. Junto
a estas opiniones entusiastas hubo, es claro, la crítica adversa de los
retóricos. Esto era inevitable. Aún hoy hay quien considera al gran
libro solo como un poema pintoresco, real a veces y con cierta gracia y
habilidad descriptiva. Desde que Lugones habló, la jauría de los
retóricos está ladrando de rabia “ a campo y cielo”
Tampoco creo que Hernández ignorase el valor de su libro.
“ Mucho tiene que rum iar” —dice— “ el que me quiera entender” , lo
cual induce a pensar que veía en sus versos algo más que meras
descripciones. Y al final de la primera parte, tiene un rasgo admirable
que revela en Hernández la plena conciencia del valor de su libro. Me
refiero a cuando Fierro rompe la guitarra, diciendo que “ naides ha de
cantai* cuando este gaucho cantó” . Podría multiplicar las citas.
No me detengo a demostrar mis afirmaciones sobre el mérito del
M artín Fierro porque ya lo ha hecho Lugones bellamente. Lo esencial
él lo ha dicho. En todo caso agregaré algunas observaciones propias
c u a n d o Lugones publique bu esperado libro,
Alejandro Korn
Estimado Giusti: ¡Alabado sea Dios, conque algo bueno vino do
Galilea! Dejaremos de fijar los ojos en todos los rumbos del horizonte
intelectual para saber cuál es la última moda literaria, la orientación
mental que hemos de simular y el autor que se recomienda a nuestras
aptitudes imitativas, según Tarde el atavismo más arraigado de la
especie, por ser de origen algo remoto, quizás prehumano.
¿Conque este hombre que obedeció a los impulsos más espontá
neos de su alma, que clavó los ojos en la vida real de su pueblo, que
hablaba el idioma de los humildes y de los ignorantes, que no tuvo
ningún modelo y desconocía las regías de la métrica castellana, ha
escrito —por cierto sin sospecharlo— la epopeya nacional?
No; no puede ser, eso no es argentino. ¿Acaso hemos de tener el
valor de nuestros propios sentimientos y afecciones, hemos de pedir a
nuestro propio ambiente la inspiración artística, hemos de descubrir
una veta en nuestro genio nacional y un paisaje en nuestra llanura?
Jamás; nosotros nos vestimos correctamente y pensamos m oderna
mente y escribimos convencionalmente; nunca incurrimos en nada
que sea agreste, individual o sincero. Celebramos puestas de sol tras
de las pirámides, describimos los almenados muros de un villorrio
medioeval, cantamos erotismos faunescos y sentimientos que nunca
fueron una emoción y hacemos literatura argentina.
Pues bien, conviene que no nos molesten en tan plácida tarea,
que al fin es inofensiva. Lugones no ha hecho obra buena al evocar el
poema anacrónico de M artín Fierro, que hasta la fecha erá el secreto
de unos pocos y ahora corre el riesgo de ser la última novedad. Todo el
gremio es capaz de acriollarse y abrum am os con un desborde de
poesía gauchesca! Su afmo. Alejandro K om .
{Nosotros, N° 51; ju lio de 1913.)
68
LEOPOLDO LUGONES
Leopoldo Lugones
71
aldeana o arrabalera; y su éxito no consistió sino en un pasajero
aplauso político. Su gaucho resultó, así, corrompido, vil, y sobre todo,
ridículo: es decir, enteramente distinto del tipo verdadero. Las
salidas oportunas que le atribuyó, fueron remoques de comadre
bachillera.'Las descripciones que le puso en boca, ineptas mimesis, en
las cuales no escasea la literatura presuntuosa cuyo anacronismo
caracteriza la impotencia. El gaucho es, así, un pobre diablo, mezcla
de filosofastro y de zumbón, como en las caricaturas del rapabarbas
modelo. Mas este último, tenía, al menos, la facilidad de su verso flojo.
La estrofa de Ascasubi es indócil y torpe. Revela con afligente
pertinacia su adaptación al precepto; y en su afán operoso de expresar
lo que no puede, causa una impresión de grima y de fastidio.
Véase, por ejemplo, cómo describen la mañana campestre, el
poeta verdadero y el falso. Hernández lo hará fácilmente en media
estrofa de las suyas: treinta y dos sílabas por todo:
A penas la m adrugada
E m pezaba a coloriar,
Los pájaros a cantar
Y las gallin as a a p ia rse...
dice; y allá donde el otro empleó cuatro palabras, él necesita tres ver
sos, un ripio y un pleonasmo:
Y las gallinas, “ al v u e lo ” ,
Se dejaban cair al suelo
“D e encim a” de la ram ada.
72
mentó es un poema filosófico. Nada más disparatado, efectivamente,
como invención. Ni el gaucho habría entendido una palabra, ni habría
aguantado sin dormirse o sin salir, aquella música para él atroz; ni
siquiera es concebible que se le antojara a un gaucho meterse por su
cuenta a un teatro lírico. El pobre Hidalgo, más lógico, porque estaba
más cerca del pueblo, da por guía a sus protagonistas, tal cual amigo
de la ciudad.
Por lo demás, todas esas cosas ofrecen un cariz aldeano bien
perceptible en su manera burlesca. Fueron, por decirlo así, jácaras
familiares, análogas a las coplas de los juegos de prendas; y es insigne
fruslería empeñarse en darle importancia clásica como literatura
nacional. El pasquín en verso y los romances de circunstancias, fueron
en todo tiempo el regocijo de las tertulias lugareñas; pero su
importancia no pasó de aquí.
Ahora, por lo que respecta a la poesía misma, ella es trivial
Limítase a versificar los lugares comunes de la literatura al menudeo.
Las descripciones más celebradas, como aquella del río, p erte
necen a este género y son inadecuadas en boca de gaucho. El
barquichuelo a vela, resulta “una paloma blanca” . La espuma refleja
“ los colores de la aurora’’. El mar “ duerme” en “ ancha cama de
arena” . El rocío es “un bautismo del cielo”. Los gauchos no hablan
con esa literatura.
Después, si el vocabulario del famoso Fausto, está formado
regularmente por palabras gauchas, no lo son sus conceptos. Así
puede observarse desde el primer verso. Ningún criollo jinete y
rumboso como el protagonista, monta en caballo overo rosado: animal
siempre despreciable cuyo destino es tirar el balde en las estancias, o
servir de cabalgadura a los muchachos mandaderos; ni menos lo hará
en bestia destinada a silla de mujer, como está dicho en la segunda
décima, por alabanza absurda, al enumerarse entre las excelencias del
overo, la de que podía “ ser el recao de alguna moza —y, para peor,—
pueblera” . Además, en la misma estrofa habíalo declarado “ medio
bagual” ; lo cual no obsta para que inmediatamente pueda .creerlo
arrocinado, es decir, manso y pasivo. Por último, para no salir de las
dos primeras décimas, que ciertamente caracterizan toda la composi
ción, ningún gaucho sujeta su caballo sofrenándolo, aunque lo lleve
hasta la luna. Esta es una criollada falsa de gringo fanfarrón, que anda
jineteando la yegua de su jardinera.
Ya veremos cómo expresa la poesía de la pampa el gaucho
M artín Fierro, pues no tengo la intención de comparar. Lo que quiero
decir es que el poema no tuvo esa procedencia. Precisamente, cada
vez que Hernández quiere hacer literatura, empequeñece su mérito.
Así, cuando en la payada con el protagonista, el negro canta:
73
Bajo la frente m ás n egra
Hay pensam iento y hay vida.
La gente escu ch e tranquila
No me h aga ningún reproche,
Tam bién es negra la noche
Y tiene estrella s que brillan.
9
Era la tarde y la hora
En que el sol la cresta dora
D e los A ndes. El D esierto
Inconm ensurable, abierto
Y m isterioso, a sus p ies
Se extiende, etc.
Imposible decir peor las cosas. En esa sola estrofa, el desierto esta calificado por
seis adjetivos igualmente pobres: inconmensurable, abierto, misterioso, triste, solitario
74
ta los nombres de sus respectivos protagonistas, Lázaro y Brián,
pertenecen al romanticismo...
Como todo poema épico, el nuestro expresa la vida heroica de la
raza: su lucha por la libertad, contra las adversidades y la injusticia.
Martín Fierro es un campeón del derecho que le han arrebatado:
el campeador del ciclo heroico que las leyendas españolas inmortali
zaron siete u ocho siglos antes: un paladín al cual no falta ni el bello
episodio de la mujer afligida cuya salvación efectúa peleando con el
indio bravo y haciendo gala del más noble desinterés. Su emigración a
las tierras del enemigo, cuando en la suya le persiguen, es otro rasgo
fundamental. Y esto no por imitación, siquiera lejana; sino porque así
sucedía en efecto, siendo muchos los gauchos que iban a buscar el
amparo de las tribus, contra la iniquidad de las autoridades campesi
nas.
De ahí procede por inclinación de raza, por índole de idioma y por
estructura mental. Su mismo lenguaje representa para el futuro
castellano de los argentinos, lo que el del Romancero para el actual
idioma de España. Es la corrupción fecunda de una lengua clásica, la
germinación que empieza desorganizando la simiente.
Ese es uno de sus orígenes. El otro, está en la novela picaresca,
aquella creación española que constituye, junto con los romances de
caballería, la doble fuente genuina de la lengua. El viejo Vizcacha y
Picardía caracterizan las mañas y la filosofía del picaro. Son el
Sancho y el Pablillos de nuestra campaña, bien que su originalidad
resulte tan grande; y así como el Quijote refundió los dos gérmenes,
hasta convertirse en la expresión sintética de idealismo y de realidad
que define todo el proceso de la vida humana, nuestro M artín Fierro
hizo lo propio con sus tipos, ganando todavía en naturalidad puesto
que suprimió el recurso literario de la oposición simétrica. Como no se
propuso sino describir la vida con sujección a la sola norma de la
verdad y del bien, aquélla dióle su fórmula sin esfuerzo. Tomando el
y taciturno. La siguiente empieza con cuatro versos tan -mal dispuestos, que
cambiándolos de posición, resultan mucho más soportables:
Habría que hacer del tercer verso el primero, del primero el segundo y del
segundo el tercero, para que resultara menos malo. Y todo el poema adolece de igual
miseria. Es sencillamente lamentable.
75
camino de belleza, tales éxitos fueron episodios naturales de su
marcha. Saliéronle al paso, como la aurora y la noche, la alimaña y el
árbol al pasajero de la llanura. Y allá donde los otros habían hecho
gracejo falso, situando arbitraria o aisladamente su gaucho en un
medio discordante, que es decir, produciendo con artificio la come
dia, él encontró la fuente espontánea de la risa, a título de expansión
sana y natural, no de cosquilla forzada, y con aquella utilidad
magistral de la sátira que corrige riendo.
Por otra parte, esa reunión de elementos que hasta entonces
formaban dos miembros distintos de la épica, tipificados bajo la faz
burlesca por la Batm com iom aquia y el Orlando Furioso, dió a su
creación una originalidad sin precedentes. La malicia y el entusiasmo,
el llanto y la risa mezclados en ella, constitúyenla el más acabado
modelo de vida integral. También bajo este concepto, resulta una
cosa definitiva. Y es que ese juego despreciativo con la suerte
infausta, ese comentario irónico de los propios dolores, forman el
pudor de la pena viril. El rictus del llanto, transfórmase en sonrisa, el
sollozo prefiere estallar en carcajada. E sto es de suyo una obra de
arte, puesto que convierte en filosofía amable y placentera el
elemento deprimente y vil. Así es como el fuerte ahorra a sus
semejantes la mortificación del dolor que le roe, y en tal procedimien
to consiste aquel arte de la vida practicado por los griegos antiguos y
por los japoneses modernos. Precepto fundamental de esa filosofía
estoica que instituyó el heroísmo en deber cotidiano, es la fibra
excelente, revelada por el pulimento artístico en la madera del héroe.
Todavía este mismo personaje, resulta enteramente peculiar en
nuestro poema. No es el caballero insigne, ni el jefe de alta alcurnia
que figuran en el Romancero o en la Ilíada; sino un valiente obscuro,
exaltado a la vida superior por su resistencia heroica contra la
injusticia. Con ello, tóm ase más simpático y más influyente sobre e]
alma popular a la cual lleva el estímulo de la acción viril en el bien de la
esperanza.
La originalidad de la ejecución, es, asimismo, completa dentro
del lenguaje habitual de la épica; pues aquella cualidad, como ya lo
tengo dicho, no consiste en la invención exnihilo, absurda de suyo
como pretensión discorde con toda ley de vida, sino en la creación de
nuevas formas vitales que resultan de un orden, nuevo también,
impuesto por la inteligencia a los elementos preexistentes. El júbilo
de los tiempos futuros, proviene según el famoso concepto virgiliano,
del nuevo orden que va a nacer: novum nascitur ordo.
Por esto, son precisamente los grandes épicos quienes han
señalado con mayor franqueza su filiación.
76
Homero empezó su Ilía d a con un verso de Orfeo (“ Canta oh
Musa, la cólera de Ceres”) apenas modificado. Nevio y Enio, los
padres de la poesía latina, inspiráronse casi exclusivamente en los
escritores alejandrinos. Virgilio imitó a Homero en la Eneida, y de tal
modo, que dicho poema es en muchas partes una rapsodia. Las
Metamorfosis de Ovidio, que constituyen, quizá, el mejor poema
épico de la poesía latina, son imitaciones de los sendos poemas
epónimos de Partenio y de Nicandro. Contienen muchas leyendas de
poetas más antiguos, hasta en detalles característicos como el cabello
purpúreo del rey Niso. Suidas lo atribuye a un griego más antiguo
cuyos versos transcribe. El Dante, a su vez, es un hijo espiritual de
Virgilio:
Tu s e ’ lo mío maestro e il mió autore:
Tu se' solo colui da cui io tolse
Lo bello stilo che m ’ha fatto onore:
(Inf. I. 85-87.)
Y el otro:
D esterraism e de mi tierra,
D esto non m e finca saña,
Ca el hom bre bueno fidalgo
D e tierra ajena hace patria.
78
paz romana, la supresión del militarismo, la abolición de la esclavitud,
la absoluta tolerancia religiosa y las instituciones socialistas de la
pensión a los ancianos, de la adopción de los huérfanos por el estado,
de la enfiteusis, de las aguas y los graneros públicos y gratuitos...
El auto-gobierno de cada uno, que ha de suprimir la obediencia al
poder autoritario, tenía por corifeos a los emperadores filósofos. Y
entonces, cuando uno. de esos héroes de la épica personifica aquel
supremo ideal humano de la libertad por cuenta propia, reivindicando
con esto el imperio de la razón que no tiene límites como el progreso
por ella encaminado, su caso viene a constituir el prototipo de vida
superior cuya construcción es el objeto de la obra de arte.
Llevamos en nuestro ser el germen de ese prototipo, como el de
todas las bellezas que aquélla sensibiliza en nosotros mejorándonos
con tal operación, puesto que así nos hace vivir una vida más amable.
Cuando el artista consigue realizarlo, su obra ha alcanzado el ápiceya
divino, donde la verdad, la belleza y el bien confunden su triple rayo
en una sola luz que es la vida eterna.
Fué una obra benéfica lo que el poeta de M artín Fierro
propúsose realizar. Paladín él también, quiso que su poema empezara
la redención de la raza perseguida. Y este móvil, que es el inspirador
de toda grandeza humana, abrióle, a pesar suyo, la vía de perfección.
A pesar suyo, porque en ninguna obra es más perceptible el fenómeno
de la creación inconsciente.
El ignoró siempre su importancia, y no tuvo genio sino en aquella
ocasión. Sus escritos anteriores y sucesivos, son páginas sensatas e
incoloras de fábulas baladíes, o artículos de economía rural. El poema
compone toda su vida; y fuera de él, no queda sino el hombre
enteramente común, con las ideas medianas de su época: aquel criollo
de cabeza serena y fuerte, de barba abierta sobre el tórax formidable,
de andar básculo y de estar despacio con el peso de su vasto
corpachón,
Hay que ver sus respuestas a los críticos de lance que comenta
ron el poema. Ignora tanto como ellos la trascendencia de su obra.
Pídeles disculpa,, el infeliz, para su deficiente literatura. Y fuera cosa
de sublevarse con toda el alma ante aquella miseria, si la misma
ignorancia del autor no justificara la extrema inopia de sus protec
tores.
Porque se dieron a protegerlo, los menguados, desde su cátedra
magistral. Todo lo que le elogiaban, era lo efectista y lo cursi, como las
estrofas antes mencionadas sobre la frente del negro y sobre la
maternidad; o la filosofía de cargazón que inspira los consejos finales
de M artín Fierro; o el aburrido y pobre cuadro de la Penintenciaria,
donde, por moralizar, descuidaba sencillamente su empresa.
79
Quien tenga la paciencia de leer esos juicios, coleccionados a
guisa de prólogo para mengua de nuestra literatura, hallará citadas
como bellezas todas las trivialidades de la composición. No falta una,
Hay quien vé en ella, y por esto la elogia, “un pequeño curso de moral
administrativa para los comandantes militares y comisarios pagado
res’^!). Otro se extasía ante la igualdad de la ley, como un borrico
electoral. Otro encuentra que M artín Fierro es “ el Prometeo de la
campaña”(ü). Otro le descubre “ primo hermano (no se atreve a decir
hermano) de Celiar”, aquella luenga pamplina romántica con que el
doctor Magariños Cervantes, poeta del Uruguay, dió pareja a nuestra
gemebunda Cautiva. Otro aún, y este es el más delicioso, encuentra
imposible hacer el juicio crítico de M artín Fierro, porque no siendo,
dice, una obra de arte, no podrá aplicarle las reglas literarias. He aquí
el Finibusterre de la crítica, diremos así, nacional. Y el pobre hombre,
amilanado sin duda con su propio genio, que éste no es carga de flores,
sino tronco potísimo al hombro de Hércules laborioso, dejábase
prologar así, todavía agradecido, y que le colgaran sus editores
indoctos tamaño fárrago; y hasta explicaba contrito su buena inten
ción, su inferioridad para él indiscutible ante tamaños literatos, en
una carta infeliz, dedicada casi por entero al estímulo de la ganadería.
Sólo por un momento, la conciencia profunda de su genio se le
impone, magüer ellos los sabios, y entonces, humilde, hace decir con
sus editores: “El señor Hernández persiste en no hacer alteraciones a
su trabajo”. La crítica habíalo tachado de versificador incorrecto,
aunque él dijera con toda verdad y razón, que así construye el gaucho
sus coplas, demostrando, por lo demás, gran desembarazo en su
idioma poético.
Existe, sobre este p a r t i c u l a r , un documento interesante: en el
autógrafo de la segunda paite del poema, la primera estrofa dice como
sigue, sin ninguna enmienda:
Atención pido al silen cio
Y silencio a la atención,
Que voy en esta ocasión.
Si me ayuda la mem oria,
A contarles de mi h istoria
La triste continuación.
80
Y esto demuestra, una vez por todas, que la incorrección
criticada era voluntaria, cuando así lo pedían la precisión del
concepto y la verdad de la expresión. Los versos imperfectos, son,
efectivamente, más vigorosos que los otros, por su construcción más
directa y natural, así como por su mayor conformidad con la índole del
lenguaje gaucho. Pero la crítica no entenderá nunca, que en la vida,
como en el arroyo inquieto, la belleza resulta de la irregularidad,
engendrada por el ejercicio de la libertad en el sentido de la índole o
de la pendiente. La preceptiva de los retóricos y las leyes de los
políticos, han suprimido aquel bien, pretendiendo reglamentarlo. Y
de eso andan padeciendo los hombres, fealdad, iniquidad, necedad,
miseria.
¡La crítica! ¿Cómo dijo la muy estulta, y trafalmeja, y amiga del
bien ajeno? ¿Que eso no era obra de arte? ¿Pero, ignoraba, entonces,
su preceptiva, y no sabía lo que era un verso octosílabo, o en qué, si no
en descripciones y pintura de caracteres, consiste la poesía épica?
No, pues. Lo que extrañaba eran sus habituales perendengues,
sus “ licencias” ineptas, su dialecto académico, su policía de las
buenas costumbres literarias. Aquella creación arrancada a las
entrañas vivas del idioma, aquella poesía nueva, y sin embargo
habitual como el alba de cada día, aquellos caracteres tan vigorosos y
exactos, aquel sentimiento tan profundo de la naturaleza y del alma
humana, resultaban incomprensibles a esos contadores de sílabas y
acomodadores de clichés preceptuados: Procustos de la cuarteta
—para devolverles su mitología cursi— no habían de entender a buen
seguro aquella libertad del gran jinete pampeano, rimada en octosíla
bos naturales como el trote dos veces cuádruple del corcel.
En la modestia de los grandes, finca el entono de los necios; y
cuando aquéllos se disimulan en la afabilidad o en llaneza, padecien
do el pudor de sentirse demasiado evidentes con la luz qué llevan,
cuando su bondad se aflige de ver desiguales a los demás en la
irradiación de la propia gloria, cuando las alas replegadas manifiestan
la timidez de la tierra, pues para abandonarla ha nacido, los
mentecatos se engríen haciendo favor con la miseria que les disimulan
y pretendiendo que el astro brilla porque ellos lo ven con sus ojos
importantes.
Hay que decirlo sin contemplaciones, no solamente por ser esto
un acto de justicia, sino para sacar la obra magnífica de la penumbra
vergonzante donde permanece a pesar de su inmensa popularidad;
porque de creerla, así, deficiente o inferior, los mismos que se
regocijan con ella aparentan desdeñarla, y ahogan el impulso de sus
almas en el respeto de la literatura convencional Tanto valdría
81
hacerlo con el Romancero congénere, porque su castellano es torpe y
se halla mal versificado.
En nuestro poema, ello proviene especialmente de la contracción
silábica peculiar al gaucho, así como de la mezcla de asonantes y
consonantes que él empleaba en sus coplas y que era necesario
reproducir, al ser un gaucho quien narraba.
¿Pero, acaso el mismo poema español no nos presenta versos
como éste en la versión de Sepúlveda en el II romance de la 2a parte:
R uy D ía z volveos en P az?
3 Los trovadores, maestros y antecesores inm ediatos del Dante, habían usadc
con gran desem barazo de esta libertad, que provenía, a su vez, de la poesía clásica. He
aquí un verso que contiene doce palabras en once sílabas:
(Premiére Vision).
82
Por causante de la peste.
T enía los ojos celestes
Como potríllito zarco.
83
Y ahi no m ás me le afirm é
D ieien d olé —D ios te asista,
Y de un revés lo voltié.
84
resultado eficaz, como en la hebra de seda el zumo de la flor y la baba
del gusano. El capullo es mortaja donde la adipocira de la oruga
tórnase ala de colores; y así nosotros mismos somos, según el símil
inmortal del poeta, larvas y mariposas:
O bien:
K mangia e bee e dorme e veste panni,
85
... .. . si che giustám ente
Ci si risponde dalVannello al dito.
(Inf. X X I- 113.)
(Par. V I- 138.)
(Par. X XV I- 119.)
86
excrementos en el XVIII; el famoso verso final del XXI; el verso 129
del canto XVII del Paraíso...
O las frases sin sentido:
(M . XXXI - 67.)
(Par. X V I- 124.)
87
RICARDO ROJAS
Ricardo Rojas
91
gloria, en cambio el poema elévase hasta las puertas de la gloria y del
arte por la verdad psicológica de la sociedad que retrata y por el
colorido pictórico de la pampa que describe. Por eso el M artín Fierro
eleva la poesía de léxico gauchesco hasta donde no había llegado
ninguno de sus predecesores. Es claro que el acierto de su visión
artística fué para Hernández un don gratuito de la vida; debióla a su
condición de poeta verdadero, a su sensibilidad de payador genuino, a
sus experiencias rurales, a su ingénita simpatía argentina por los
asuntos que cantaba; pero es indudable que no hubiera llegado a
cantarlas como las cantó, si todos los predecesores que él aventaja no
hubieran perfeccionado desde 1777, o sea un siglo antes, la técnica de
la poesía gauchesca vivificada y glorificada en su poema admirable. El
M artín Fierro asimila y ensambla todas las formas fragmentarias de la
tradición payadoresca que vengo analizando. Por su técnica nada ha
creado o introducido en el género que no estuviese ya empleado en
alguno de los poemas anteriores. Si a todos los supera es por el
contenido psicológico y el auténtico acento gaucho de la expresión;
todo ello dentro de una composición que ensambla en poema cíclico
las anteriores formas fragmentarias.
El M artín Fierro es, por eso mismo, en su tipo de composición
acabado espécimen de lírica popular. Cantó Hernández por boca de
su criatura literaria, haciendo de su gaucho aventurero y payador, no
sólo el héroe, sino el rapsoda de su propia vida. Así resultó M artín
Fierro el gaucho objeto del relato y sujeto del canto. Fué payador, en
una palabra, desde el primer verso, que dice: “ Aquí me pongo a
cantar” , hasta ios siguientes en que, vuelta a vuelta, pondera su
facilidad:
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
Y después:
93
de la poesía épica y todas las formas “líricas” de la poesía popular.
Hernández no es un retórico que remeda, sino un payador que
canta. Estamos con él tan lejos del imitador literario, como estamos
cerca del más genuino aeda popular. De ahí que la obra sea más
grande que su autor, pues como siempre ocurre con estos poemas que
resumen una com ente estética o un sentimiento social, el M artin
Fierro asume los caracteres de una obra colectiva.
94
privado del gobernador Pedernera en Entre Ríos, fiscal de los
Tribunales correntinos, ministro de Hacienda del gobernador Evaris
to López, diputado a la legislatura de Buenos Aires, sirviendo desde
allí y desde la prensa a la creación de la capital federal. Esta faz de su
vida no fué inútil, sin duda, en el conocimiento de nuestra incipiente
organización democrática, aquella que tanto criticó en su poema,
dándole con ello el contenido patriótico, de carácter civil, que algunos
creen ausente porque M artín Fierro no habla de guerras internacio
nales.
Quédanos, por fin, decir que Hernández escribió en E l Argentino,
de E ntre Ríos; en L a Patria, de Montevideo, y E l R ío de la Plata, que
fundó en Buenos Aires. Cuando lo eligieron diputado, solía aludir a
sus debates en la legislatura porteña, diciendo que debía su ciencia de
constitucionalista a su lápiz de taquígrafo, con el cual fijó luminosos
debates en el Senado de Paraná. Hubiera podido decir, igualmente,
que a su pluma de periodista debía su destreza de escritor, pues todo
lo aprendió en el ejercicio práctico de la vida, ese hombre sin escuelas.
Pudiera parecer, a los ojos de biógrafos superficiales, q\ie era un
gaucho cerril quien füe criado en la pam pa y no cursó las cátedras de
ninguna universidad. Pero esa agilidad de su ingenio para plegarse a
todas las funciones y esa capacidad de aprender intuitivamente las
palabras y las ideas, prueba la calidad excepcional de su tem peram en
to. Viéndolo a través de una biografía tan pintoresca, sabremos
aquilatar mejor la sorprendente sabiduría del vivir que los versos de
M artín Fierro destilan como un zumo precioso.
Después de la derrota de López Jordán en Ñaembé, emigró al
Brasil, dicen que a pie, por el interior del continente. En la legislatura
de Buenos Aires, debatió con hombres como Leandro Alem y
Bernardo de Irigoyen. En la política y la prensa porteñas, alternó con
Navarro Viola y Alsma. Combatió a Mitre y Sarmiento; apoyó a
Urquiza y Avellaneda. Sirvió a la federalización de Buenos Aires y a la
fundación de La Plata. Desempeñó cargos directivos en el Banco
Hipotecario y en el Consejo de Educación. Conferenció sobre política
en el teatro Variedades, con una poderosa voz de órgano que sus
amigos elogiaban. ¡Caso admirable de inteligencia natural, propia de
un gaucho que fue un genio, pues fue de gaucho su actitud frente a la
vida, aun cuando el vaquero de Camarones se transforme en el
ciudadano de Paraná y de La Plata!
Su simpatía humana y patriótica por los gauchos, late en todas
sus páginas. Cuando fundó “ El Río de la Plata” , formuló así su
programa: “ Autonomía de las localidades; municipalidades electivas;
abolición del contingente de frontera; elegibilidad de los jueces de
paz, de los comandantes militares y de los consejos escolares” .
Reléase el M artín Fierro, y dígase si cuanto aduce el gaucho contra el
régimen social que lo sacrificaba, no se halla comprendido en ese lema
de propaganda periodística y de acción civil. Su discurso de 1880 en la
legislatura de Buenos Aires, deshilvanado en la forma, es también un
documento admirable de previsión patriótica y de amor al progreso.
Después de 1880 don Dardo Rocha, gobernador de Buenos
Aires, quiere enviarlo a Australia para estudiar sistemas agropecua
rios, y Hernández prefiere escribir su notable libro Instrucción del
estanciero, que editó Casavalle, donde propone con experiencia
criolla e ingenio nativo, los modos de transformar la vieja estancia
argentina, salvando dentro de ella, como insustituible elemento de
trabajo rural, a ese gaucho de las domas y las pulperías, que su poema
había cantado. Cualquiera que sea el mérito de ese libro en prosa,
desgraciadamente olvidado por nuestros estancieros, es sin embargo
por sus versos que Hernández vive para nosotros, y por sus versos
gauchescos, debemos agregar, pues ha de saberse que también
compuso una que otra estrofa en lenguaje culto, merecidamente
olvidadas. En efecto, quién reconocería al autor de M artín Fierro en
aquel romance titulado E l viejo y la niña:
Cruza un arroyo in ocen te
sobre un cam po de esm eralda
y a su orilla crece un sau ce
reflejándose en su s aguas, etc.
m
El éxito de M artín Fierro, desde la aparición de su primera y
segunda parte, es el más extraordinario que haya ocurrido hasta hoy
en el Río de la Plata, así por la difusión popular de sus repetidas
ediciones, como por el aplauso de la crítica selecta, entre las clases
urbanas de la sociedad. De 1872 a 1875 se habían publicado ocho
ediciones en Buenos Aires, sin contar la novena que apareció en el
Rosario. Llegaban a once las que habían aparecido cuando se publicó
la segunda parte. Las primeras, impresas en vida del autor, se
agotaron rápidamente, y es lástima que hoy sea casi imposible
conseguir ejemplares de aquellas ediciones que se realizaron bajo la
vigilancia de Hernández. Yo he buscado una siquiera, pero sin éxito,
así en las librerías de lance como en los archivos de la primera casa
editora. La importancia de tales ejemplares estriba en que por
96
medio de ellos se ha de establecer la verdadera forma del texto
auténtico, adulterada después por editores sórdidos o clandestinos.
En efecto, la crítica descubre hoy en las ediciones ulteriores —tanto
peores cuanto más recientes— una lamentable confusión de los
vulgarismos deliberados en el autor y de las erratas involuntarias en el
tipógrafo, de suerte que sería arbitrario o m eramente conjetural fijar
por ella el texto primitivo y el valor filológico del interesante documen
to.1Tan grande fué aquel éxito comercial, que las ediciones clandesti
nas, en las cuales se copiaba el pie de im prenta de las legítimas, dieron
lugar a pleitos del autor contra los falsificadores. En 1894 se calculaba
que el número de ejemplares impresos del M artín Fierro pasaba de
62.000.2 De estas ediciones se hicieron unas en folletos y otras en
algunas de las hojas periódicas de aquel tiempo. En 1873, M artín
97
Fierro se publicó íntegro en Correo de Ultramar; de París. En la calle
Bolívar, 147, de Buenos Aires, fundóse una librería que llevaba por
nombre el del poema afortunado, y que negoció principalmente con él.
El prólogo de la edición de 1894 nos suministra datos interesantes
sobre aquel hecho inusitado: “ Cuarenta mil ejemplares —dice—
desparramados por todos los distritos de la campaña, han constituido
la lectura favorita del hogar, de la pulpería, del soldado, y de todos los
que tenían a la mano un ejemplar del M artín Fierro. Más aún: en
algunos lugares de reunión, se creó el tipo del lector, en torno del cual
se congregaban gentes de ambos sexos, para escuchar con oído atentó
la genuina relación de la vida gauchesca” . Y luego agrega este otro
dato más significativo aún: un almacenero por mayor mostraba en sus
libros los encargos de las pulperías de campaña a su abogado don
Nicolás Avellaneda, y éste leía: “ doce gruesas de fósforos —una
barrica de cerveza —doce vueltas de M artín Fierro —cien cajas de
sardinas” . Esto quiere decir que el poema había pasado del ramo de
librería al comercio general de los pulperos; de esparcimiento del
espíritu a artículo de primera necesidad, como los alimentos y la luz.
Y esto ocurrió no en la zona más típicam ente gauchesca de ambas
riberas del Plata y el Paraná, sino en las provincias del interior, donde
hoy son proverbiales el poema, los protagonistas y algunos de sus
versos más expresivos. En solitarios ranchos de la selva santiagueña,
a la ribera del Salado, he oído yo quien recitaba algunas estrofas
conocidas por tradición, aunque se ignoraba que pertenecieran al
poema de Hernández. Todo esto constituye la prueba de su índole
popular, y es su mayor elogio. Sin haber nacido directamente del
pueblo, el pueblo lo reconocía y lo ahijaba por suyo, sin que tal éxito
popular hubiera excluido, ni entonces ni después, el elogio de los más
eximios hombres de letras con que nuestro país ha contado desde los
años en que el poema apareciera. Las obras maestras del espíritu
realizan esa peregrina armonía de la admiración. Dijérase que por
encima de las diferencias sociales o intelectuales hay una zona íntima
donde todas las almas se conciban por la intuición de la belleza.
n
Sobre la pampa ilimitada, el hombre de la ciudad civilizadora
escrutaba el horizonte profundo, tras la palizada del fortín o el foso de
98
la estancia, como recelando inconcretos peligros. El pampero soplaba
a ratos como un eolo gruñón, sobre la verde inmensidad, desgreñando
el mechón de los pajonales, tostados de sol, semejantes a bárbaras
crenchas rubias. De pronto, las alimañas del campo empezaban a
llegar, como perseguidas, desde el fondo remoto de aquel desierto.
Eran desaforados avestruces, azoradas liebres, tímidos coyes y
perdices que se deslizaban entre la paja despeinada por esas fugas.
Más tarde, sobre la línea del matorral distante, aparecía un punto
negro: la cabeza enhiesta de un caballo salvaje, la recelosa testa de un
toro bravio, y tras de los señuelos se precipitaban en tropel los
ganados del campo, y pasaban golpeando el suelo con su galope,
relinchando y bramando, crespo tropel de ese turbión, sonoro dentro
del polvo nebuloso de su propia carrera, como un trueno en su nube.
Ya no cabían dudas a aquel cristiano del fortín o la estancia, perdido
en el desierto como un vigía en el mar. Ese movimiento de alarmas en
la pampa, indicaba que los indios andaban cerca. Eran los aucas que
volvían con un nuevo malón, acosados ellos también por la seca en sus
mapús o guaridas, o estimulados por el fácil y abundante botín de un
asalto anterior. Entonces aquel hombre, y todos los del lugar,
requerían sus armas de fuego, o m ontaban sus fuertes caballos, como
guerreros antiguos, y salían estoicos para la algara salvaje.
La vida, en semejante frontera, fue miserable por su teatro y por
su hombre. La tierra circundante, monótona de inmensidad y de
color, era vacía como el mar. No había árboles, ni ríos, ni montes, en
dilatadas leguas de aquella pampa. El hombre, solitario en ella, debía
llenarla con lo infinito de su alma; es decir con su coraje o su tristeza.
Ese nuevo colonizador se enrustecía él mismo, al contacto de aquel
enorme desierto. Así tomó su indumentaria las prendas del gaucho y
su vivir no pocos usos del indio, el mismo aborigen a quien combatía.
Las estancias reducían su actividad a ejercicios de equitación,
pruebas civiles que por sí solas constituían una milicia. Los ganados
se multiplicaban en libertad, al azar de los campos abiertos. Cuando
llegaba la época de las yerras, los peones salían con el patrón a
“ campearlos” hasta parar el rodeo y marcar las reses o inmolarlas, en
vibrantes juegos de la brida, de la jineta, del puñal y del lazo; toda esa
vida que nuestra poesía gauchesca ha descrito y cantado. Aquella
misma expresión —campear—, todavía usada en nuestras viejas
estancias, tiene un sabor épico que recuerda a los campeadores de las
100
Araucana dista mucho, retóricamente, del M artín Fierro, no dista
menos de la Comedia, de la Eneida y de la Ilíada, poemas también
diversos entre sí por su espíritu o por su forma, y que suele agrupar en
un solo género la docencia magistral de los retóricos. Lo que en el
poema gaucho hay de dureza primordial en actos y palabras, lo
encontramos también, y a pesar dé todo, en el poema homérico;
modelo de epopeyas este último a partir del canon aristotélico.3
Pero valga o no este razonamiento para la historia de las
literaturas comparadas, es lo cierto que el secreto vital de una
epopeya reside en su identidad con el espíritu de una raza; su
radicación en la tierra que ha de servir de asiento a una progenie
histórica; su modelación sobre el arquetipo fundador de una determi
nada nacionalidad. De aquí proviene también la individualidad de
cada poema dentro del género, pues cada uno reflej a su propia raza, es
decir, un ambiente peculiar con su prototipo humano y una prototípi-
ca concepción de la vida. Así reducido el M artin Fierro a los
caracteres de nuestra propia nacionalidad, su valor representativo es
evidente, no explicándose de otro modo el éxito popular de la obra,
fuera de toda sugestión literaria y antes de que en el país se hubiera
difundido la escuela pública.
No niego, pues, la dificultad que se presenta si queremos
clasificar el M artín Fierro por su género literario, definiendo con ello
su valor estético y su valor político en la evolución de la cultura
argentina. Las categorías de la retórica tradicional resultan, desde
luego, insuficientes para clasificar este poema; acaso porque nuestro
cantar gauchesco es cualquier otra cosa menos una obra de retórica.
He ahí, por de pronto, un rasgo evidente de su originalidad; pero no se
ha de concluir de ahí que la obra es falsa o fea porque no sigue el
recetario de los géneros clásicos. Tanto valiera repudiar el arrullo de
101
la paloma porque no es un “madrigal” , o la canción del viento porque
no es una “ oda” . Así esta pintoresca payada se ha de considerar en la
rusticidad de su forma y en la ingenuidad de su fondo como una voz
elemental de la naturaleza. El M artín Fierro es el espíritu de la tierra
natal contándonos, bajo el emblema de una leyenda primitiva, la
génesis de la civilización en la pampa y las angustias del hombre en la
bravia inmensidad del desierto, a la vez que el anhelo del héroe por la
justicia, frente a la dura organización social del pueblo al cual
pertenece. Si esto es ser una epopeya, séalo en buena hora el poema
de José Hernández; si no lo es, allá se queden en paz los retóricos y sus
bártulos,
102
FEDERICO DE ONÍS
Federico de Onís
107
resume: “It is not an anonymous work but very successfully populari-
zed, with stiiTing epic characteristics, in a lyric dress” ; y Salaverría
dice: “ El poema del M artín Fierro no es popular a la manera anónima
de los antiguos poemas europeos; tiene un autor conocido y reciente,
que se llama José Hernández. Pero es profunda y particularmente
popular, porque está escrito en el habla de las calles y los campos, sin
aliño alguno, sin intención de producir efectos desaliñados, ingenua
mente, espontáneamente, como un resultado asombroso de la inspi
ración del pueblo... Causa asombro considerar que haya podido
escribirse en época bien moderna, en el año 1872, un poema popular
que contiene todas las particularidades de las obras míticas y de los
libros anónimos, p o p u la re s/’
Muchas de las afirmaciones contenidas en las citas precedentes
serían al punto denunciadas por los modernos filólogos como perte
necientes a una concepción de lo épico y lo popular, que parece
arrinconada para siempre. Cierto es que las obras a que nos venimos
refiriendo no pretenden o no logran ser obras de gran rigor científico,
Pero sus autores, entre los que se cuentan algunos de los hombres de
más talento y gusto literario de E spaña y de la Argentina, han
coincidido en clasificar el poema argentino en ese género de poesía
que llamamos épica, popular y tradicional, sobre cuyo carácter y
naturaleza tanto se ha discutido. Muchas veces se ha intentado
iluminar los problemas oscuros del origen y formación de los antiguos
monumentos de esa poesía acudiendo a las formas vivas de ella. Sin
pretender tocar siquiera problema de tal magnitud, ni extender a
otras obras lo que puede ser peculiar y exclusivo en ésta, creo que será
útil examinar cómo se ha formado este poema americano casi de
nuestros días, que es probablemente la obra de inspiración popular
más notable y valiosa que se ha producido en nuestro tiempo.
2 .— O R ÍG E N E S L IT E R A R IO S
108
matrero Luciano Santos..., dióle, a lo que parece, el oportuno es
tímulo. La obra del Sr. Lussich apareció editada en Buenos Aires... el
14 de junio de 1872. La carta con que Hernández felicitó a Lussich...
es del 20 del mismo mes y año. M artín Fierro apareció en diciem bre...
El Sr. Lussich, testigo presencial de la producción, refiere que aquélla
salió-de un tirón, sin enmiendas y sin esfuerzo.”
Cada dato, cada palabra parece venir a probarnos, sin dejar lugar
a duda, que la composición del M artín Fierro es del orden más
puramente individual que pueda imaginarse. El M artín Fierro fué
concebido y escrito por un solo autor, de cuya cabeza salió íntegro,
desde la primera palabra a la última, de un tirón. Y tal como salió es el
poema que todos los críticos citados han mirado como dechado de
poesía popular. Un juez de mayor excepción que todos los críticos, el
pueblo argentino, se apropió el poema tan rápida y espontáneamente,
que no cabe duda de que Hernández había logrado, en su improvisa
ción de ocho días, escribir una obra que respondía completamente al
espíritu colectivo del pueblo argentino. La popularización del M artín
Fierro es un fenómeno extraordinario; la obra se difundió entre las
clases campesinas más incultas, no sólo a través de sus innumerables
ediciones populares, sino por medio de la tranmisión oral. Baste este
dato de Lugones, pág. 80: “ H abía en la entonces remota comarca de
Sum am pa... un mozo llamado Serapio Suárez que se ganaba la vida
recitando el M artín Fierro en los ranchos y las aldeas. Vivía feliz y no
tenía otro oficio.” El M artín Fierro adquirió en el pueblo argentino un
grado y calidad de popularidad a todas luces extraordinarios. Los
efectos que esta popularización ejerciera sobre el texto del M artín
Fierro me son desconocidos; seguramente, a través de estas recitacio
nes, el poema sufrirá cambios y transformaciones semejantes a los
que se observan en toda poesía popularizada. Las ediciones ofrecen
variantes que pueden ser debidas: unas, a correcciones del autor
mismo; otras, a modificaciones introducidas por los impresores y
recogidas, quizá, de labios de los recitadores. Pero esto no nos
importa, porque esas variantes son de escasa importancia, y no es a
ellas ni a la elaboración colectiva de los recitadores a lo que debe el
poema su carácter popular, sino que lo tenía ya en sí mismo al ser
escrito por primera vez de un tirón por su autor.
Hernández no era un poeta popular, o sea un genuino payador.
Era un poeta culto, aunque no lo fuera mucho, que tenía sus clásicos,
que eran los clásicos españoles y los literatos argentinos. Su poema
está lleno de reminiscencias literarias y de otras complicaciones
incomprensibles en un cantor gaucho, conocedor exclusivamente de
la poesía popular gauchesca. Holmes, pág. 170, señala, entre otras, la
influencia del primer monólogo de L a vida es sueño en uno de los
109
pasajes de Hernández. Muy a menudo se encuentran en el poema
palabras y frases que denuncian al poeta “ literario” , mejor o peor, que
era Hernández. Filológicamente, m uestra el poema inconsecuencias
de lenguaje, que le quitan el valor de documento genuino del dialecto
gauchesco, lo mismo que el lenguaje rústico de Juan de la Encina no es
la lengua que hablaban los rústicos salmantinos, ledesminos o
sayagueses. Hernández, como Encina, como todas las personas cultas
que han escrito poesía rústica, escriben una lengua que no es la suya y
nunca logran la imitación perfecta.
Precisamente el poema de Hernández es el término de toda una
serie de poemas gauchescos escritos desde un siglo antes por autores
que están tan lejos, como Hernández o más, de ser payadores o poetas
populares. Cuando se habla de poesía gauchesca se hace referencia a
dos cosas que hay que separar muy claramente, aunque tengan
grandes relaciones entre sí: una, la poesía de los payadores o cantores
populares, que no escribían, sino cantaban o recitaban sus propias
obras o las ajenas; otra, la de los poetas cultos, de la ciudad, que
escribieron sus obras en lenguaje gauchesco. Esta última poesía
“ artística” , a la que han contribuido diversos autores más o menos
cultos, es la única que en rigor se conserva y se conoce. Su proceso de
evolución y sus momentos principales están estudiados en la obra de
Rojas. El M artín Fierro es la obra en que culmina la serie, y aunque
supera a todas las demás en valor literario y en popularidad, muestra
la influencia de sus predecesores y es obra del mismo tipo literario.
El género gauchesco a que todas estas obras pertenecen es, co
mo ya indicó Menéndez Pelayo, la forma peculiar argentina de un
género universal que existe desde la Edad Media, desde el momen
to en que se estableció, al acercarnos a la E dad Moderna, la dis
tinción y diferencia entre el hombre de la ciudad y el del campo,
mtre el hombre educado y el rústico. El literato de la ciudad escribió
:>bras rústicas, haciendo hablar a los rústicos en su lenguaje, y
;omando, generalmente, como tema la contraposición entre la ciudad
y el campo, una veces con intención meramente cómica, pero las más,
desde la Edad Media, con una intención política y social. Los autores
argentinos del siglo XVIII que iniciaron la poesía gauchesca “ culta” ,
lo hicieron, sin duda, influidos por los escritores que en España
cultivaron en aquel mismo siglo la poesía rústica y dialectal. Los
romances charros de D. Diego Torres y la poesía de diversos autores
que escribieron en bable y en gallego ofrecen gran semejanza con
muchas de las obras gauchescas, no sólo en el hecho de usar la lengua
rústica, sino en los asuntos y en el carácter; muy a menudo el esquema
de todas estas obras consiste en que un campesino que vuelve de la
ciudad, después de haber presenciado en ella alguna fiesta o algún
110
hecho importante, le cuenta a otro sus impresiones; esquema que
culmina en la amplia obra de Estanislao del Campo —en la que un
gaucho interpreta a su manera una representación del Fausto, a que
ha asistido en Buenos Aires—, la obra gauchesca que seguramente
vale más como obra de arte individual, y la que vale menos como obra
de inspiración popular, Muy a menudo las obras regionales españolas,
como las gauchescas, tienen una intención de sátira política y social.
No hay nada menos popular que esta poesía de los diletantes de
lo. popular. Además, la poesía regional española del siglo XVIII no
pasa de ser una mera curiosidad literaria, mientras que la Argentina
adquirió muy pronto una vitalidad, abundancia y originalidad ente
ramente propias, llegando a producir una serie de obras de innegable
valor literario y a culminar en una obra como el M artín Fierro. Aunque
exista un parentesco entre esta poesía rústica argentina y la poesía
rústica española, la verdadera fuerza y valor de aquélla tiene que
radicar en otra parte. Y radica, sin duda, en condiciones puramente
argentinas, que habían desarrollado en los siglos de aislamiento
colonial el tipo del gaucho y la poesía popular de los payadores, una
poesía genuinamente popular que, en mayor o menor grado, influyó
en la poesía de los poetas cultos. Las condiciones sociales que crearon
la guerra de Independencia y las guerras civiles produjeron la fusión
de clases, pusieron en contacto a los hombres del campo y de la
ciudad, y ambas poesías, la popular y la literaria, se fecundaron
mutuamente. Se produjo entonces una floración literaria, de poesía
política y social, muy semejante a la poesía popular o semipopular
que ha brotado en todas partes en épocas de guerra y revolución. Pero
esta poesía de la Argentina, como fué fecundada por la poesía popular
preexistente, es muy peculiar, y su gran difusión contribuyó a
desarrollar la “tradicionalidad” de la poesía popular anterior. Esta
nueva fase de la poesía gauchesca y el proceso histórico que le dió
vida, han sido bien estudiados por los autores argentinos.
Ahora bien: las obras de esta poesía “política” , aunque muchas
de ellas, como los “ cielitos” , están calcadas en tipos de poesía
popular, y el sabor popular en algunas sea muy fuerte, por su forma y
por su carácter están sumamente alejadas del tipo de obra que es el
M artín Fierro. May en el M artín Fierro reminiscencias de la poesía
anterior a él, que se conserva escrita —Holmes señala algunas --;
pero por mucho que deba M artín Fierro a sus predecesores, y es
bastante, si no hubiera habido en la Argentina más poesía gauchesca
que la que se conserva, habría que considerar el M artín Fierro como
una. genial invención de Hernández, que debía a la individualidad de
su autor lo que realmente constituye su originalidad, entre todas las
otras poesías de inspiración gauchesca. La obra de Hernández es
111
incomparablemente superior a todo lo gauchesco que la precedió, y lo
es, sobre todo, en el profundo e inconfundible carácter popular y
épico que tantos críticos han señalado como su valor esencial. Es
decir, que nos encontraríamos ante el hecho de la creación de una
obra popular sin antecedentes tradicionales ni elaboración colectiva,
sin nada de lo que se ha considerado por los mismos críticos a que nos
referimos y por la concepción romántica de lo popular como condición
y precedente necesario de toda obra popular. Tendrían en el M artín
Fierro un brillante argumento los defensores de la creación individual
de toda obra popular.
112
tradición oral, que pudiera considerarse como ejemplo del tipo de
poesía popular que Hernández tuvo presente al escribir su poema, y
que preparase el advenimiento de éste. Entre la materia informe-
folklórica y la unidad profunda del gran poema de Hernández parece
no haber nada, y que, por lo tanto, Hernández es el creador total de su
obra sin intervención alguna del pueblo argentino.
Sin embargo, es indudable que esto no es lo cierto y que tenemos
derecho a hablar de los orígenes antiguos y populares del M artín
Fierro, aunque al hacerlo nos encontremos, tratándose de una obra
tan moderna y cuya composición parecía tan clara, con dificultades
parecidas a las que encontraron los medievalistas al tratar de
determinarlos supuestos orígenes populares délos cantares de gesta.
Nos encontramos con que los poemas populares que suponemos
precedentes del M artín Fierro se han perdido, y que tenemos que
acudir al testimonio de los que los oyeron para dem ostrar su
existencia y conocer algo de su estructura y carácter.
Sarmiento, en un pasaje muy conocido de su célebre obra
Facundo, en la que describe al gaucho cantor o payador, nos da
algunas indicaciones preciosas relativas a nuestro problema: “ El
cantor —dice— anda de pago en pago, «de tapera en galpón»,
cantando sus héroes de la pam pa perseguidos por la justicia, los
llantos de la viuda a quien los indios robaron sus hijos en un malón
reciente, la derrota y la muerte del valiente Rauch, la catástrofe de
Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez.” “ El cantor
mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias hazañas.”
He aquí, en estas breves palabras de Sarmiento, la prueba de que el
tema preferido por los payadores populares es el mismo tema central
del M artín Fierro: el héroe de la pam pa perseguido por la justicia, y de
que el héroe solía ser el mismo payador que, como M artín Fierro,
relataba sus propias hazañas. En la vida simple de la pam pa las
hazañas de estos gauchos, perseguidos por la justicia, eran forzosa
mente limitadas y uniformes, y de ahí el que, muchos años antes de
que .Hernández escribiera su poema, las escenas y episodios que en él
aparecen se hubiesen repetido infinidad de veces en los relatos
autobiográficos de los payadores. Así, Sarmiento, al describir una
escena de un gaucho cantor, se refiere a las escenas y episodios que
formaban su relato como a algo habitual y general en los poemas de
esa clase. Dice así: “En 1840, entre un grupo de gauchos, y a orillas
del majestuoso Paraná, estaba sentado en el suelo y con las piernas
cruzadas un cantor que tenía azorado y divertido a su auditorio con la
larga y animada historia de sus trabajos y aventuras. H abía ya
contado lo del rapto de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la
113
desgracia y la disputa que ia motivó; estaba refiriendo su encuentro
con la partida y las puñaladas que en su defensa dio. . La desgracia, el
encuentro con la partida, son escenas culminantes del M artín Fierro;
no hay en él el rapto de la querida, pero sí el rapto de una mujer
prisionera de los indios, y la huida con ella a través de la pampa.
Sarmiento interrumpe su descripción del canto del payador, porque
éste fué de hecho interrumpido por la presencia de la partida; pero lo
apuntado por él basta para cerciorarse de que los payadores relataban
sus propios trabajos y aventuras, y que éstos eran los mismos que
Martín Fierro nos cuenta. Sarmiento hace una admirable descripción
del tipo mismo del gaucho malo tal como era en la realidad, y al hablar
de sus encuentros con las partidas de policía, dice: “Los poetas de los
alrededores agregan esta nueva hazaña a la biografía del héroe del
desierto y su nombradía vuela por la vasta campaña.” ¿No prueba
todo esto, no sólo la existencia de poemas del tipo del M artín Fierro,
sino que éstos tuvieron una larga y oscura vida anterior, en la que los
innumerables cantores populares contribuyeron día tras día a un-a
elaboración de dichos poemas, que en su totalidad no podemos menos
de considerar como tradicional y colectiva?
Respecto al carácter y estilo de estos poemas, dice Sarmiento:
“La poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, cuando
se abandona a la inspiración del momento. Más narrativa que
sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del
caballo y de las escenas del desierto, que la hacen metafórica y
pomposa. Cuando refiere sus proezas o las de algún afamado malévolo,
parécese al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de
ordinario, elevándose a la altura poética por momentos, para caer de
nuevo al recitado insípido y casi sin versificación. Fuera de esto, el
cantor posee su repertorio de poesías populares, quintillas, décimas y
octavas, diversos géneros de versos octosílabos.” Hernández es tan
fiel a sus modelos populares, que hasta en los defectos que Sarmiento
señala se les asemeja su poema; como poeta culto que es, no puede
caer en la versificación irregular, pero hay en su obra defectos de rima,
prosaísmos y los demás defectos que Sarmiento señala, usados con
deliberada conciencia artística, lo mismo que las bellezas peculiares
de este género de poesía, tales como las imágenes tomadas de la vida
campestre a que Sarmiento alude, y que llenan con riqueza y
abundancia tal que no podría atribuirse a la invención individual el
poema de Hernández,
Sarmiento había nacido en 18 l í y su Facundo fue publicado en
1845, es decir, veintisiete años antes de escribirse el M artín Fierro.
Por los mismos tiempos de la tiranía de Rozas se criaba en las pampas
argentinas un niño que había de llegar a ser más tarde un notable
114
naturalista y uno de los escritores más leídos de Inglaterra, W, H,
Hudson. Cuenta Hudson en sus obras autobiográficas, escritas en su
vejez, los recuerdos de su infancia y juventud pasadas en las tierras
del Plata, y en ellas se encuentran algunas noticias interesantes acerca
de los gauchos y su poesía. La memoria de Hudson puede no serle
siempre fiel, y así parece colegirse de algunOvS pormenores; pero es
indudable que sus relatos, tan espontáneos y agradables, reflejan el
fondo verdadero de sus recuerdos. En F araw ay and long ago cuenta
un episodio de la vida gauchesca presenciado por é l En una reunión
de gauchos un cantor propular se dispone a cantar y empieza así:
Hudson cita en español estos dos versos que, como se ve, son
bastante irregulares; quizá Hudson no los recordaba bien o son
ejemplo de la versificación irregular a que aludía Sarmiento. El caso
es que esos dos versos, principio del cantar, provocaron la protesta
airada de uno de los presentes, que se negaba a consentir q.ue se
siguiese cantando acerca de aquel año maldito. Surge una cuestión y
todos los gauchos presentes están de acuerdo en maldecir aquella
fecha en que el hecho de la leva militar trajo a todos ellos innumera
bles desgracias.1 Quien haya leído el M artín Fierro sabrá que el
1 Véase todo el pasaje: El cantor, que se llamaba Bar boza, era “ a big man aged
about forty with fierce eagle-like eyes under bushy black eyebrows that looked lipe tufts
of íeathers. But his chief glory was an immense crow-black beard; of which he appeared
to be excessively proud and was usually seen 'stroking it in a slow deliberate manner,
now with one hand, then with both, pulling it out, dividing it, then spreading it over his
chest to díspiay its fuli magnificence. He wore at his waist, in front, a knife orfacón, with
a sw ord-shaped hilt iind a long curved blade about two-thirds the length of a sword.
“ He was a greai fighter: at all events he carne to our neighborhood with that
reputation, and L at that time, at the age of nrne, like my eider brothers, had come to
take a keen interest in tht fighting gaucho. A duel between two men with knives, their
ponchas (sic) wrapped round their left anns and used as shields, was a thrilling
spectaele to us; I had already witnessed several encounters of this kipd; but these were
fights of ordmary or small men and were very small affairs compared with the
encounters of the famous fighters, about which we had news from time to tim e... The
first occasion was at a big gathering of gauchos when Barboza was asked and graciousiy
consented to sing a décima ~ a song or bailad consisting of four ten-line stanzas. Now
Barboza was a singer but not a player on the guitar, so that an accompanist had to be
called for. A stranger at the meeting quickly responded to the cali. Yes, he could play to
any m an’s singing — any tune he liked to cali. He was a big, loud-voiced, talkative man,
not known to any person present; he was a passer-by, and seeing a crowd at a rancho
had ridden up and joined them, ready to take a hand in whatever work or games might
115
origen de todas las desventuras del gaucho está en haber sido llevado
a servir en el ejército. Sigue, por lo tanto, Hernández un tema
tradicional en la poesía popular gauchesca. La definición que Hudson
da del poema gauchesco cuadra perfectamente al M artín Fierro:
“The interesting point was that his songs were his own composition
and were recitáis of his strange adventures, mixed with his thoughts
be going on. Taking the guitar he settled down by B arboza’s side and begun tuning the
instrument and discussing the question of the air to be played. And this was soon
settled.
“Here I must pause to rem ark th at Barboza, although almost as famous for his
décimas as for his sanguinary duels, was not what one would cali a musical person. His
singing voice was inexpressibly harsh... The interesting point was that his songs were
his own composition and were recitáis of his strange adventures, mixed with his
thoughts and feelings about things in general, his philosophy of life. Probably if I had
these compositions before me now in m anuscript they would strike me as dreadfully
crude stuff; nevertheless I am sorry I did not write some of them down and th at I can
only recall a few lines.
“The décima he now started to sing related to his early experiences, and swaying
his body from side to side and bending forward until his beard was all over his knees he
began in his raucous voice:
“Thus far he had got when the guitarist, smiting angrily on the strings with his
palm, leaped to his feet, shouting: «No, no — no more of that! What! do you sing to me of
1840 —that cursed year! I refuse to play to you! Ñor will I listen to you, ñor will I allow
any person to sing of th at year and that event in my presence». —Naturally every one
was astonished, and the first thought was: What will happen now, Blood would
assuredly flow... Barboza rose scowling from his seat, and dropping his hand on the hilt
of his facón said: «Who is this who forbids me, Basilio Barzoa, to sing of 1840?» — «I
forbid you! shouted the stranger in a rage and smiting his breast.» Do you know what it
is to me to hear th at date — th at fatal year? It is like the stab of a knife. I, a boy, was of
that year; and when the fifteen years of my slavery and miser were over there was no
longer a roof to shelter me, ñor father ñor mother ñor land, ñor cattle,
“Every one instantly understood the case of this poor man, half crazed at the
sudden recollection of this wasted and ruined life, and it did not seem ed right that he
should bleed and perhaps die for 3uch a cause, and all at once there was a rush and the
crowd thrust itself between him and his antagonist and hustled him a dozen yards away.
The one in the crowd, an oíd man shouted: «Do you think, friend, th at you are the only
one in this gathering who lost his liberty and all he possesed on earth in that fatal year? I,
too, suffered, as you have suffered.» «And...» «And I» shouted others, and while this
noisy demonstration was going on some of those who were pressing cióse to the stranger
began to ask him if he knew who the man was he had forbidden to singof 1840? Had he
never heard of Barboza, the celebrated fighter who had killed so many men in fights?
Perhaps he had heard and did not wish to die just yet; at all events a change carne over
his spirit; he became more rational and even apologetic, and Barboza graciously
accepted then assurance th at he had no desire to provoke a quarrel.”
116
and feelings about things in geistrsl* hla philosophy of life.” En otro
pasaje define los poemas fia rra th m gauchescos con estos dos
adjetivos: “ autobiographical and phikssophical” .
En Thepurple land dice hablando de otro gaucho cantor: “ When I
entered he was holding forth on the pretty well wom-out theme of fate
versus free will. His arguments were not however the usual dry
philosophical ones, but took the form of illustration, chiefly personal
reminiscences and strange incidents in the lives of people he had
known, while so vivid and minute were his descriptions — sparkling
with passion, satire, humour, pathos, and so dramatic his action while
wonderful story followed story th at I was fairly astonished and
ponounced his oíd pulpería orator a b om genius.” Esta descripción
no se refiere a una composición poética, sino a la conversación del
gaucho, que tenía los mismos caracteres y asuntos que sus improvisa
ciones versificadas. La “ filosofía, de la vida” que llena las estrofas del
M artín Fierro era sin duda la misma que Hudson señala como
característica de los gauchos. De otro cantor dice más adelante: “ He
gave a preference to ballads or compositions of a thoughtful, not to say
methaphysical character.”
4 . - CONCLUSIÓN
117
niño.” Y otro autor, R. Hernández, citado por Quesada, dice: “ Allá, en
Camarones y en Laguna de los Padres, se hizo gaucho, aprendió a
jinetear, tomó parte en varios entreveros rechazando malones de
indios pampas, asistió a las volteadas y presenció aquellos grandes
trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy no se tiene idea... Ésta
es la base de los profundos conocimientos de la vida gaucha y su amor
al paisano, que despliega en todos sus actos.”
Hernández, a pesar de su cultura literaria y de la huella que ésta
dejó en su obra, como hemos visto, pudo ponerse, y sin duda se pusos
al componer su M artín Fierro, en la actitud creadora de un payador
popular, que consistía en improvisar de nuevo los circunscritos temas
tradicionales. Por eso el hecho de que él improvisase su poema no está
en contradicción con el hecho no menos real de la elaboración
tradicional y colectiva, de la cual él era el último y genial agente. Su
genio — que brilla por su ausencia en las pocas otras obras “lite
rarias” que escribió — consistió en saber ser intérprete de la poesía
popular que tradicionalmente se había formado por la colabora
ción anónima de los innumerables payadores gauchos. Hernández
no inventó ni el tema, ni la estructura, ni la forma, ni los episodios del
poema; cuando componía tenía su alma llena de los cantos de los
payadores que había oído desde su infancia y realizó algo así como
una síntesis perfecta de toda la poesía popular, más perfecta cuanto
más pudiera abstraerse de poner algo de su parte, de su originalidad
individual. Su originalidad profunda coincidía exactamente con el
alma del pueblo argentino.
Probablem ente las más de las formas de expresión de su obra, las
imágenes y sentencias, proceden de la poesía popular lo mismo que
los temas, tipos, formas y episodios. Habiéndose perdido casi por
completo aquella poesía no es posible determinar exactamente esta
filiación en cada uno de los casos. Pero algunos datos de auténtica
poesía tradicional que se han publicado bastan a probar esta filiación.
Sirvan de ejemplo dos versos que Mitre pone como epígrafe en su
Santos Vega, atribuyéndolos a este payador, y que, según Rojas, eran
de tradición oral:
C an tan d o me han de enterrar*
can tan d o me he de ir al cíelo.
118
E sta comparación hace creer que no sólo estos versos, sino las
diez primeras estrofas del M artín Fierro, formadas por la acumula
ción de diversas expresiones, todas referentes a su canto, tienen
igualmente su origen en la manera tradicional que tenían los payado
res de empezar sus poemas. De hecho, el primer verso del poema:
“ Aquí me pongo a cantal’” , es, según Rojas (pág. 241), un lugar común
de la poesía popular. Y el principio de la Vuelta, o segunda parte del
M artín Fierro, que es así:
A tencionta m añaiquiehin
utula silenci fcuta.
Pido atención
y un silencio le s pido.
119
base, a una teoría que comprenda y armonice las teorías y los hechos
que hoy se nos antojan contradictorios.
120
AMÉRICO CASTRO
Américo Castro
123
bien orientadas como las de cualquier otro país, no parece aventurado
afirmar que en fecha próxima habrá una filología en la Argentina digna
de incorporarse a las restantes y valiosas manifestaciones de su
técnica, Se piensa por muchos qüe entre nosotros no puede fructificar
la filología, ciencia de abolengo germánico; mas yo no pienso que haya
ningún serio obstáculo que impida a un pueblo hacer lo que hace otro,
y que ningún país o raza puede alzarse con la exclusiva de determina
dos menesteres científicos. Se dice y se piensa que los pueblos de
habla castellana son incapaces de producir ciencia histórica, privile
gio de que gozan gentes más meditabundas y dadas al cultivo de la
ciencia por el mero placer de cultivarla. Pero el único escollo reside en
el hecho de no decidirse a cultivar la ciencia en el plano del desinterés
y de la alta diversión: vencida esa remolonería inicial, el resto viene
por propio peso. Que el joven argentino se ponga a ello, con calma
(¡esa prisa de los hispano-americanos!), y verá que hace lo que
cualquier otro habitante del planeta. Ya dice Cajal que cuando un
aragonés se entrega al trabajo pensante no hay alemán que le gane a
ello. La idea creo que se va imponiendo, aunque lentamente, en la
ciencia de Hispano-América; queda aún mucha superstición materia
lista, y demasiada fe en el peso por el peso mismo, pero se va ganando
terreno año por año. He leído a este propósito un excelente trabajo de
Juan Álvarez en “ La Prensa” del 28 de marzo: “ No basta con
acumular población y riqueza material. La difusión del castellano por
los países donde no se lo utiliza es, ante todo, una cuestión de cultura.
El francés y el alemán no se estudian porque sean tantos o cuantos los
habitantes de Francia o Alemania o se necesite aprenderlo para
comerciar con esas naciones; se estudian porque en tales idiomas hay
una copiosísima producción intelectual desparramada en libros y
revistas. He aquí el problema: conseguir que la producción intelectual
de los países de habla hispánica alcance un grado tal, que resulte
necesario a los estudiosos de otras partes seguir de cerca, y al día,
nuestras investigaciones científicas o nuestros libros” , He ahí, en
efecto, una idea que habría de grabar a fuego en la mente de todos los
jóvenes argentinos que pisen un centro de cultura superior; y con ella
la fe en las posibilidades de hacer un trabajo tan original y fecundo
como pueda realizarlo el mejor europeo.
Perdonad que me haya situado al margen de lo que pensaba
decir, y tornemos a Martín Fierro. La edición del señor Tiscornia
ofrece múltiple interés. Ante todo, nunca se había estudiado de esa
suerte a un escritor moderno de lengua española. Verdad es que
acontece rara vez que se aúnen en un texto la forma rústica y local, con
el amplio interés artístico, que excede en mucho el área reducida a
que en principio debiera estar limitada una obra de esa índole. Y era
124
urgente hacer comprensible el M artín Fierro en sus menores detalles
para el lector culto de lengua castellana, en América y en España, el
cual fácilmente percibe el encanto y el brío poéticos del poema
gauchesco. Hacía falta hacer accesible a todos ios de “ a uno le da con
el clavo y a otro con la cantramilia”, y cien pasajes más. Los mismos
argentinos, de no estar muy familiarizados con el ambiente campesino
de ciertas provincias, van encontrando ya difíciles de entender
muchos giros y palabras que hace cincuenta-años eran usuales incluso
en la C apital Lo que necesitamos ahora es que el señor Tiscornia nos
dé una reducción de ese volumen, para que el Martín Fierro anotado
circule por España; me parece que nuestra colección de “ Clásicos
Castellanos” sería el lugar indicado.
Por otra parte, el poema nacional de los argentinos guarda
íntimas relaciones con la tradición literaria de que es fruto, la cual no
se agota en los inmediatos precursores que cultivaron el tema
gauchesco, en forma parecida a como había de hacerlo Hernández. Ha
sido excelente idea recoger las posibles reminiscencias de la literatura
clásica española (base natural de toda producción artística en los
países de nuestra lengua), así como las analogías con la poesía
folklórica de la península, a fin de que viéramos en la debida
perspectiva los más íntimos y delicados aspectos del poema. El editor
ha acumulado preciosos materiales, ha recorrido aquellas obras cuyos
temas y cuya forma expresiva guardaban alguna conexión con su
texto, ha discutido sus interpretaciones en vista de lo ya investigado
por la lexicografía argentina y extranjera; tal vez se descuida la cita del
diccionario de Lenz al hablar de “ malón” y en algún otro caso. En fin,
este magno esfuerzo presenta un valor metódico y ejemplar. El
trabajo sobre los textos de nuestros mayores escritores no puede ser
fecundo si el estudioso de ellos no emplea con soltura los métodos
usuales desde hace muchas décadas en Europa. La ocurrencia
personal, valiosa siempre en el terreno del arte o tal vez de la pura
idea, no tiene valor dentro de la técnica cuando contradice lo ya
logrado definitivamente o responde a ingenuidades candorosas, o
ridiculas dentro del ámbito de la ciencia. La reflexión acerca de los
objetos históricos demanda escrúpulo y método no menores que ios
empleados por el naturalista o el físico en sus respectivos oficios. En
nuestros países, algo atrasados en las ciencias que tienen por tema la
cultura humana, suele respetarse más al profesional de laboratorio y
aparatos espectaculares, que al investigador de las realidades de la
civilización (arte, literatura, lenguaje, etcétera), como si las corrientes
electromagnéticas fuesen objetos de dignidad superior a la corriente
emotiva, ideal y expresiva que se manifiesta en la obra estética.
Cuando un artista nos hace ver en el mundo exterior o en el íntimo
125
ío que antes no veíamos, cuando el científico de la historia toma una
manifestación de la cultura y le da nuevo sentido mediante interpreta
ciones originales y objetivamente exactas, no tiene su esfuerzo menor
alcance que el del físico que enseña a leer a través de los cuerpos
opacos o el del biólogo que nos pasea por el mundo de lo infinitamente
pequeño. Unos y otros desplazan el horizonte de lo cognoscible. Lo
que acontece es que en los campos de ambas direcciones científicas se
da el charlatán, el fantaseador, el alquimista, o el cuadrador del
círculo. A esta categoría pertenecen, por ejemplo, quienes pretenden
derivar el español del vascuence, quienes consideran la obra artística
como simple traslado de la realidad. De ahí que aplauda frases de
Tiscornia como ésta: “ Es inadmisible, históricamente, que una voz
griega recibida y transformada por el latín medioeval, no produzca
ninguna forma romance en español, y dé un fruto popular en la
P am p a” . Cien años de técnica filológica obligan a tener en cuenta ese
y otros muchos principios elementales, si no queremos incidir en
inútiles extravagancias.
Bienvenido sea este Martín Fierro, tratado con honores que sólo
merecen los textos importantes de nuestra literatura. Mucho y de
primer orden se había hecho por hombres como R. Rojas y L. Lugones
para zahondar en el fondo artístico del gran poema. Existían trabajos
especiales sobre algunos aspectos de su lenguaje; pero faltaba la
edición escrupulosa, el comento, el análisis finamente minucioso.
Comparado con sus fuentes, relacionado con las costumbres gauches
cas y campesinas, el poema aparece ahora más español y más
argentino. Cuanto más densas resulten sus fuentes tradicionales,
tanto más independiente será el valor de la ' ‘recreación” artística de
Hernández; y si logramos ampliar más allá del estricto dominio de la
Pampa, la zona de las influencias y sugestiones que se hicieron
presentes en el ánimo del autor, tanto más habremos ganado para que
q\M artín Fierro no pertenezca tan sólo a la literatura del país de habla
castellana, sino a la de todos ios restantes.
126
norteamericano Holmes y el español Salaverría, coinciden en admitir
ese carácter épico, popular y tradicional. Este último escribe: “ Causa
a s o m b r o considerar que haya podido escribirse en época bien
moderna, en el año 1872, un poema popular que contiene todas las
particularidades de las obras míticas y de los libros anónimos
populares” , Hernández, de ser esto cierto, habría sumido mística»
¡nentte su personalidad en el alma de su pueblo, y habría cantado
como el vate de la leyenda. Ésta es la teoría romántica de la formación
de la poesía popular en el primer tercio del siglo pasado. Frente a ella,
el positivismo (yo diría mejor el objetivismo científico, para evitar
confusiones peligrosas de palabras) admite que la llamada poesía
popular es debida a un autor concreto, con espíritu individual,
imbuido de cultura. La exageración de esta tendencia lleva, en último
término, a la enojosa consecuencia de borrar los límites entre la
poesía erudita y la popular. Onís adopta una postura, creo que muy
comprensiva de ambos extremos, y me parece que sus observaciones
sobre una obra como el M artín Fierro pueden tener consecuencias
para la teo ría de la poesía popular.
H ernández no era un poeta inculto, un genuino payador. Ju sta
mente la edición de Tiscornia pone de relieve más reminiscencias de
las hasta ahora conocidas. Holmes señala la imitación de un monólogo
de “ La vida es sueño” . En cuanto al lenguaje, compara Onís a
Hernández con Ju an de la Encina, que allá a principios del siglo XVI
nos dió una imitación del habla rústica de los charros, con inconse
cuencias parecidas a las que observamos en Martín Fierro, al ponerlo
en parangón con el dialecto genuinamente gauchesco.
P erd id a en general la poesía de los primitivos payadores, el
pooma de H ernández no aparece precedido de ninguna obra popular
que ni rem o tam ente pueda ser modelo o preparación suyo. Onís, sin
embargo, cita dos hechos importantes. Sarmiento nos habla de aquel
gaucho cantor, a orillas del majestuoso Paraná, que refiere “lo del
rapto de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la ‘desgracia’ y la
■disputa que la motivó; estaba refiriendo su encuentro con la partida y
las puñaladas que en su defensa dio,, Temas como éstos se hallan en.
Hernández; es decir, el M artín Fierro ha sido precedido por poemas
de tipo parecido al suyo que “ tuvieron larga y obscura vida anterior,
en la que los innum erables cantores populares contribuyeron día tras
día a la elaboración de dichos poem as” , Se trata, pues, de una poesía
tradicional y colectiva.
Otro dato muy curioso es el suministrado por eí inglés Hudson,
que hacia 1840 se criaba en las pampas argentinas, y que llegó a ser
escritor muy leído en su país. Pues bien, en “ Far away and long ago”
1 97
JL C
j 9
relata un episodio de ia vida gauchesca que él presenció. Un gaucho
comienza a cantar:
128
vista la disposición formal del poema, no como género poético, sino
como eco y reflejo de estímulos literarios. Es tan singular y exquisita
la creación artística, que fácilmente la desplazamos de su ambiente
(que no es el medio material en que el autor se movía) o la arrancamos
alas conexiones con aquellos objetos que le son más afines. Aveces se
dice que la poesía es una mística y misteriosa iluminación; a no ser
que se incida en el otro escollo: en resolver el arte literario en meros y
materiales reflejos de las realidades visibles y tangibles. La tendencia
m ística ha solido prevalecer en el caso del M artín Fierro. La estética
romántica ha influido en la crítica más de lo esperable, sin duda
porque a su sombra propicia se desarrollaban fácilmente ciertos
justos anhelos de nacionalidad literaria. Fue considerado el poema
“ una voz elemental de la naturaleza” , como “ el espíritu de la tierra
natal contándonos, bajo el emblema de una leyenda primitiva, la
génesis de la civilización en la P am p a” . Aunque esto último sea cierto,
conviene reducir lo más posible la zona imprecisa en tom o a esta
vigorosa producción de la poesía argentina, cuyo encanto será cada
vez más perceptible para cualquier lector de nuestra lengua dotado de
un mínimo de cultura literaria.
ROMANTICISMO
129
similares constituyen el ambiente artístico de mediados del siglo
XIX, al cual no escapa por definición ningún escritor, a poco dibujada
que parezca su fisonomía (llámese Ascasubi, del Campo o H ernán
dez). Esta es la causa de que habiendo otros expuesto y estudiado,
mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, el contenido, las fuentes y el
alcance artístico que para argentinos y españoles ofrece el Martín
Fierro, intente yo ahora decir algo sobre los supuestos literarios que
pueblan el espíritu de Hernández cuando, aburrido en un hotel de
Buenos Aires, toma la pluma un buen día del año 1872.
Leemos en la introducción a “ La vuelta de Martín Fierro”: “El
gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida
naturaleza, que en variados y majestuosísimos panoramas se extien
de delante de sus ojos” . Bastarían estas palabras para alejar toda idea
de primitivismo y de espontaneidad ingenua en el autor. Un siglo
llevaba la literatura europea valorando la naturaleza y el “panorama”
en función de la sensibilidad del observador. Desde “ La nueva
E loísa” de Rousseau al “ Obermann” de Senancour hay multitud de
manifestaciones de esa interpretación del paisaje poniendo enjuego
lo más íntimo de la sensibilidad. Abolidos los principios generales del
racionalismo neoclásico (preceptos, normas, regulaciones), la vida se
ordena en torno a la singularidad de los corazones. En otro lugar1 he
definido el romanticismo como una metafísica sentimental, en esen
cia panteísta. El gran corifeo de la escuela nos lo dice en su poema
“P a n ” (1831):
130
En Europa ese vuelo metafísico tiene por ambiente los Alpes, el
Pirineo, la montaña leonesa o la estepa castellana, el mar ondulante e
infinito; en la Argentina, la pampa —misteriosa a fuerza de estar
p a ten te — será un marco ideal para el héroe romántico.
En Europa el romanticismo dio existencia artística al pirata, al
bandolero generoso, al proscripto, al mendigo, al verdugo, a los jarifas
cuyas almas se rompían en la ficción del placer y a quién sabe cuántos
más seres de pareja laya, cuya norma de existencia era justam ente
carecer de ella. Junto al Río de la Plata esa apetencia de singularidad
psicológica, de misterio, de pintoresco y de torturada vitalidad se
proyecta sobre la figura del gaucho, que venía desde hacía tiempo
impresionando la fantasía popular, pero que a la luz del romanticismo
recibe interpretaciones y sentidos completamente nuevos. El hecho
en sí nada tiene de extraño, ya que lo mismo acontece entre nosotros
con el Romancero y en general con las leyendas y los temas populares.
La filosofía romántica se posa también sobre el gaucho: “ Espíritu
indómito y audaz lleno de ignorancia y preocupaciones pero valiente
hasta el heroísmo, carácter excéntrico y original, que no conoce más
leyes que su capricho ni anhela más felicidad que su independencia,
que desprecia al hombre de las ciudades y cifra su ventura en los
azares'’.
E sto lo dice en “ Caramurú” el escritor rioplatense Alejandro
Magariños Cervantes, que tanto podría ser argentino como uruguayo,
si el localismo de Hispano-América no se opusiera a estas armonías.
Veinte años antes de aparecer el Martín Fierro se imprime en Madrid
el poema “ Celiar” (leyenda americana), idealización ultra romántica
del gaucho payador:
Porque su m aestro es
la n aturaleza sola,
a quien ellos sin saberlo,
a oscuras y a tientas copian.
131
Este es Celiar. En la pluma un tanto ingenua de Magariños, el
gaucho se convierte francamente en personje de folletín sentimental;
en el M artín Fierro, aunque a veces hay asomos de ese grave peligro,
están reprimidos por la recia textura del personaje, por su misma
brava rudeza. Pero ahora no me preocupan las valoraciones relativas,
sino la orientación inicial que guía al mayor poeta argentino al
contemplar los temas que le brinda la tradición popular.
Ya observa Ricardo Rojas en el excelente estudio que consagra a
este poema en su “ Historia de la literatura argentina” que la huida de
Fierro y Cruz para convivir con la indiada recuerda “ el retorno a la
naturaleza con que soñara el propio Juan Jacobo’’. Sólo que habría si
do preciso considerar esa actitud, inicialmente rousseauniana, desen
vuelta en la progresada floración del romanticismo dentro de la cual
laten los gérmenes de Rousseau pero que en rigor es cosa diversa
histórica y literariamente. Aunque Fierro sea hoy para nosotros un ser
con propia existencia, de tal manera objetivado en la fantasía popular
que parece hubiera surgido como emanación del alma colectiva, no
debemos olvidar en ningún caso que el autor de sus días lo forjó, casi
ante nosotros, con substancias literarias que suponen muy elevada
cultura.
M artín Fierro realiza la más cabal representación del gaucho, o
más exactamente, no concebimos al gaucho sino así, como él es. Silos
gauchos hubiesen continuado cabalgando por la pampa, su ideal de
vida hubiera sido Fierro. En M adrid hemos asistido a un fenómeno
curioso, de escasa significación literaria, pero altamente instructivo
para quienes se preocupan de las conexiones entre el arte y la
realidad. El malogrado López Silva comenzó a descubrir las costum
bres de los barrios bajos, de la chulería madrileña, y no tardó mucho
en producirse este curioso hecho: el chulo madrileño hablaba como
quería López Silva, con los giros, con los ademanes, usando los temas
que diariamente creaba en la prensa aquel gran profeta de las clases
plebeyas. ¿Sale el arte del pueblo o el pueblo del arte?
Hernández proyecta a su héroe sobre la pampa envuelto en el
halo prestigioso que el romanticismo ideó para sus criaturas preferí
das: la audacia, la bravia independencia. El estudiante de Salamanca
no conoce otros fueros que sus bríos ni más premáticas que su
voluntad. Para nuestro magnífico gaucho:
Su esp eran za es el coraje,
su guardia es la precaución,
su pingo es la sa lv a ció n ...
sin m ás amparo que el cielo
ni otro am igo que el facón.
132
Al leer estos versos ágiles vibran en el recuerdo otros pasajes
poéticos muy popularizados, y que en la época romántica estaban en
todos los oídos. Observando el movimiento de la frase y la expresión
de esa fiera y arrogante independencia, surge simultáneamente el eco
del viejo romance:
M is arreos son laá arm as,
mi d escan so es el pelear,
mi cam a las duras peñas,
mi dormir siem pre velar.
133
El anda siem pre juyendo,
siem pre pobre y perseguido;
110 tien e cueva ni nido,
como si juera maldito;
porque el ser gaucho.,.¡barajo!
el ser gaucho es un delito.
134
RODOLFO SENET
Rodolfo Senet
RESUMEN Y CONCLUSIONES
137
sentimiento: su mundo moral se reducía a lo elemental y básico; sus
sentimientos éticos encuadraban en los primeros estadios de la
evolución de estos sentimientos en el tipo caucasoide, pues sólo en
contadas excepciones iban más allá del límite de la moral instintiva
surgida de su acentuada inclinación a la independencia y libertad sin
freno, y estas excepciones se encontraban especialmente en la
madurez y en la vejez.
En los sentimientos de amor se observaba algo análogo: en este
género el gaucho no se hacía notar por la intensidad de sus afectos y
emociones. Consideraba al amor apasionado y avasallador, o como
una desgracia, enfermedad o daño, o como una chifladura sencilla
mente despreciable. El romanticismo resultaba ajeno a su manera de
obrar y de sentir.
Sus sentimientos estéticos se encontraban particularmente en la
esfera motriz; es decir, el gaucho reaccionaba con especialidad a la
belleza surgida de los movimientos con sus nociones de velocidad,
dirección, agilidad, precisión, etc., y es por eso por lo que el poema es,
ante todo, eminentemente motor. Para ellos, los demás géneros de
belleza eran, o poco accesibles o del todo inaccesibles, y es también
por ese motivo por el que tales géneros resultan tan raros en el curso
de la obra.
Otro tanto ocurría en los sentimientos religiosos. Más aún, en
virtud de su mayor complejidad, se puede sostener que éstos no se
habían aún constituido en los gauchos, porque las supersticiones no
les perm itían definirse. Religión y supersticiones formaban un
conglomerado. De los elementos constitutivos de toda religión
organizada, dogmas, mitos y ritos, los gauchos no poseían, en verdad,
ninguno, y toda su religión consistía en no ser ateos. En el terreno de
los hechos, el gaucho religioso era, en realidad, rara avis.
Los que para elevar el valor del “Martín Fierro” creen necesario
exaltar los atributos psíquicos de sus personajes, están en un error.
Su belleza no depende de la belleza de los mismos; como que este
requisito no es indispensable... ni mucho menos— para que una obra
pueda llegar a la categoría de obra maestra. No es bello el drama
“ Otelo” de Shakespeare, por ejemplo, por los rasgos característicos
de su protagonista impulsivo, el papel descolorido de Casio, la
conducta repugnante de Yago, el intenso amor de Desdémona,
injertado indudablemente en una perversión del gusto estético, etc.,
sino por la forma de expresar los afectos y emociones, la verdad de las
mismas y la exteriorización exacta de las luchas de las pasiones
humanas. Hernández, en ningún pasaje del poema trata de exaltar’ a
sus personajes; jamás intenta hacer del gaucho un sujeto digno de
imitar. Al contrario, pone de manifiesto sus yerros, con el propósito, a
138
veces evidente, de moralizar, como ocurre en el canto XII de “ La
vuelta de M artín Fierro” que, precisamente por esa circunstancia,
resulta, de todos los cantos del poema, el menos interesante. Si el
autor defiende al gaucho con vehemencia no se cree por ello obligado a
hacer su elogio, y no lo hace. Si no fuera así, el “M artín Fierro” y el
“ Facundo” estarían en abierta oposición. Pero, en lo pertinente a la
psicología del gaucho —como se desprende de la lectura de ambas
obras,—■ni Sarmiento contradice a Hernández, ni éste a aquél. El
último toma como protagonista al gaucho humilde y desvalido, al
gaucho desprovisto de toda autoridad y fuera de la época del
predominio de su psicología en la masa social; más aún, en el período
de su franca decadencia; mientras el primero elige como prototipo al
gaucho encumbrado y poderoso, resultante de la prevalencia de los
caracteres psicológicos del gaucho en aquel medio y en aquella época;
Facundo representa el punto culminante de la evolución de los
atributos del gaucho, y que no es sino el producto del acentuado
predominio del gauchaje^
Alejadas hoy de esas épocas, en virtud de que todo tiempo
pasado fué mejor y de la tendencia general a exaltar exageradamente
lo que fué, las nuevas generaciones, desnaturalizándolo más o menos,
se han encargado de embellecer al gaucho y de poetizar todo lo que,
directa o indirectamente, con él se relacionaba. Pero* si libres del
cariño que naturalmente nos inspira ese tipo y aquella época de lucha
—en definitiva por el afianzamiento de la nacionalidad— considera
mos su psicología global, el gaucho de ningún modo resultará un tipo
superior, o sencillamente evolucionado, ni en su actividad, ni en sus
sentimientos, ni en su intelectualidad, tal cual se desprende del estudio
del poema. Allí, ningún atributo está exaltado; nada excede a lo
mediocre. Y, sin embargo, el poema es bello. En este sentido, poco a
poco, los juicios se han ido uniformando y robusteciendo a medida
que el análisis se ha profundizado más, y hoy claramente se percibe
que, cuando más se ahonda, tanto más surgen de sus entrañas nuevas
fuentes de bellezas, distribuidas, diré, en forma de capas superpues
tas, de las cuales la primera, la más superficial de todas, está al
alcance de los sentimientos estéticos del vulgo; es la belleza del
poema que deleitaba a los paisanos de entonces y hace felices a los
incultos de hoy; más abajo, se encuentra la accesible a la clase
semiculta, y en las capas inferiores, el filón inagotable reservado a las
inteligencias cultivadas.
Si es cierto lo manifestado respecto al valor psíquico de los
personajes ¿dónde, pues, reside la belleza del poema? O en términos
más simples: ¿por qué el “M artín Fierro” resulta una obra francamen
te estética? En mi concepto este problema es de muy fácil solución,
139
pues, por poco que se medite, resulta evidente al primer análisis. Para
mí, el secreto de la belleza de la obra reside muy especialmente en
estas dos condiciones primordiales, a saber:
I o En la medida exacta y en la justa proporción de las diversas
partes: nada falta ni nada sobra en ella. En los 7210 versos que cuenta
Santiago Lugones en su edición anotada y corregida, no se encuentra
una sola estrofa de relleno. En ese poema —en definitiva re d u c id o -
no se ha olvidado, no digo un aspecto, pero ni siquiera un detalle del
ambiente, de la psicología fundamental de los personajes y de la
época en que actúan. Además, todo es intencionado allí, según el
mismo autor lo manifiesta en las siguientes estrofas del canto I de “ La
vuelta de M artín Fierro” :
Yo he conocido cantores
Que era un gusto el escuchar;
M as no quieren opinar
Y se divierten cantando;
Pero yo canto opinando,
Que es mi modo de cantar.
140
Esta última afirmación es absolutamente exacta: las ideas y los
pensamientos expresan siempre la verdad, y la psicología de los
personajes no se aleja un solo instante de la realidad. Se ve, se siente
hasta la evidencia la elaboración de esta obra de arte: el autor ha
comenzado con una sinceridad completa; no trata de engañar a los
demás y mucho menos de engañarse a sí mismo, y, a base de pura
inspiración, ajeno en absoluto a todo rebuscamiento y artificio —que
en su caso lo habrían alejado infaliblemente de sus fines con
detrimento de la grandeza del poema- - ha conseguido animar a sus
estrofas con la estética que fluye de la realidad y la verdad; es decir, con
la belleza, en su aparente sencillez, más compleja de todas las bellezas
y sólo del dominio de los privilegiados en sus variadísimas formas de
expresión.
{La psicología gauchesca en el M A R T ÍN FIERRO ; M.
Gleizer Editor; Buenos Aires., 1927.)
141
KARL VOSSLER
Karl Vossler
M ARTÍN FIERRO
145
heroificación y lo ama sin tomar realmente en serio de él otra cosa que
la indestructible salud e independencia de su ser. Es vigoroso en
medio de su locuacidad, concreto y gráfico en la expresión de lo
general, estoico a pesar de sus continuas lamentaciones e íntimamen
te modesto en todas sus ufanías, prudente y sensato a pesar de su
actitud anárquica, mesurado y afectuoso a pesar de sus malos hechos
y aviesos sarcasmos, sobrio a pesar de lo fantasioso. Es un poema
locuaz y suelto, cuyo denso sentido está entre líneas, en sugestiva
oposición con la exuberancia desparram ada de la forma. No me
resisto a traducir al alemán algunas muestras de la sabiduría
sentenciosa.
Sobre el problema de la raza:
D ios hizo al blanco y al negro
Sin declárarlos m ejores;
L es mandó igu ales dolores
Bajo de una m ism a cruz;
M as tam bién hizo la luz
P a distinguir lo s c o lo r e s1
1 [En el texto se incluye la versión alemana, realizada por V osslei, de las estiofas
citadas por este hispanista, “ notable por su justeza y herm osura , según palabras que
aparecen sin firma en nota de pie de pagina pero que atribuim os a Amado Alonso,
director en ese entonces del Instituto de Filología.]
]4.fi
Sobre su arte de payar:
Yo no soy cantor ietrao,
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuándo acabar
Y me envejezco cantando;
Las coplas me van brotando
Coijio agua de m anantial.
147
ELEUTERIO F. TISCORNIA
Eleuterio F. Tiscornia
151
en los impulsos de una fuerza ciega de la naturaleza, sino que
preparaba, con arte y estudio, su libro maestro, pensando e idealizan
do a un mismo tiempo (como lo dice en las Cuatro Palabras) “para los
que han de estudiam os m añana” .
152
suerte ciega; se crió entre viejos gauchos asimilándose sus costum
bres, y ahora se disciplina en el contacto con los gauchos viejos, y
comprende mejor su carácter, su sacrificio, su destino.
Así va acumulándose la experiencia humana del poeta. Cuando la
utilice como materia poética y la derrame en sus cantos, como otros
tantos lienzos decorados por la pulcritud del pincel, él mismo podrá
decirnos, presintiendo la inmortalidad: “No pinta quien tiene ganas
sino quien sabe p intar” (II, 77-8).
La cultura gauchesca de Hernández aparece, pues, muy rica de
hechos reales, de observación directa y de experiencia personal. Lo que
no alcanzó a ver de los primeros tiempos del gaucho lo oyó narrar a
paisanos viejísimos, y así refunde, en la Parte I del M artín Fierro, el
fondo tradicional de nuestra poesía; lo que vió por sí mismo lo
trasladó de las fuentes vivas, y así derrama, en las dos partes, el
elemento popular; lo que recibió generosamente en el caudal de la
lengua gauchesca lo conserva con devoción ancestral o lo reanima con
geniales toques de artista.
En esta elaboración del saber de Hernández hay que incluir sus
lecturas especiales. No se comprende bien la total cultura de un
hombre sin valorar las influencias de otros escritores. Hernández
recibe, como es natural, las de sus contemporáneos. Algunos son
amigos personales, que pudieron hacerle relación de sucesos aprove
chables; otros, no. Pero todos han escrito páginas de historia o de
literatura, anteriores al M artín Fierro, que el poeta tenía leídas y
confundidas con la propia visión al componer su poema. Los pliegos
sueltos y folletos (1833-51) de Ascasubi, o la compilación de sus
Trovos (1853); el Facundo (1845), de Sarmiento; las Costumbres de los
indios pam pas (1856), de Barbará; La fibra salvaje (1860), de Ricardo
Gutiérrez; el Fausto (1866), de Estanislao del Campo; la Excursión a
los Ranqueles (1870), de Mansilla; las Fronteras de las Pampas del
Sud (18.72), de Alvaro. Barros, todos son libros de materia gauchesca
que deben estimarse por fuentes escritas del M ártín Fierro.
La realidad del M artín Fierro concuerda con la historia, y alguna
vez hasta en los simples detalles. Hernández toma los datos de la vida
contemporánea, en un momento áspero de confusión civil y militar del
país, cuando el servicio desesperado de las fronteras interiores, la
guerra del Paraguay y la lucha horrenda con los indios pampas y
ranqueles demandaban soldados y habían herido de muerte la
existencia libre de los gauchos. En la representación mental del poeta
ese momento histórico comienza con la muerte del Chacho, en 1863, y
termina con la conquista del desierto en 1879. Este período es
también el más intenso de la vida de Hernández: en él coinciden las
153
vicisitudes del gaucho con los sentimientos ciudadanos del hombre, la
eficacia del héroe con la energía ideal del poeta.
De tal ambiente de fuerzas sociales en convulsión y, a la vez, de
hechos heroicos, Hernández extrae los tipos humanos, capaces de
caracterización, y ios anima en acciones de virtud poética. En la
elaboración del M artín Fierro tres asumen singular importancia por
su valor humano y su trascendencia filosófica: el héroe, el sargento
Cruz y el viejo Vizcacha. En ellos están distribuidos y compendiados
los rasgos tradicionales de la fisonomía del gaucho, los elementos de
su carácter, entereza y valentía, y las lecciones de la sabiduría
refranesca, henchidas, a las veces, de realidad grosera pero humana.
Hernández los sitúa, con estudio, en su poema, y los anima de
actividad y fuerza poéticas.
Estos tipos gauchescos, de relieve individual propio, ¿son
invenciones puras del poeta o tuvieron existencia histórica?
Los datos y pormenores, que ahora por primera vez utilizo y
expongo, inclinan a pensar que Hernández extrajo sus figuras de la
realidad y conservó en ellas lo característico de los modelos vivos.
El protagonista, Martín Fierro, no es una invención, sino un
gaucho auténtico, de carne y hueso. >
Desde agosto de 1865 hasta julio de 1869 el coronel Alvaro
Barros tuvo a su cargo, en la frontera del Azul, la vigilancia y repulsión
de los indios pampas. Al recibirse del mando, el nuevo jefe encontró
una guarnición de cuatrocientos guardias nacionales, desnudos,
hambrientos, y sin armas para la defensa. Con ese puñado de paisanos
curtidos y los treinta y dos hombres jóvenes que llevó, unos oficiales,
otros voluntarios, Barros formó el 11 de línea3. En 1866 el juez de paz
del Tuyú, don Enrique Sundbladt, remitió al comandante de la
frontera un preso de nombre M artín Fierro. El coronel Barros acusó
recibo de la comunicación y destinó el preso al susodicho cuerpo de
línea. Tal es el documento policial que hasta hace poco se conservaba
entre los papeles del juzgado de paz de Azul4.
Pues bien: este documento tuvo que dar origen necesariamente a
otro de mayor importancia: el legajo militar, individual, donde
constan los detalles personales de cada soldado y las circunstancias
de su actuación. Como complemento de este legajo tienen que constar
también las listas de revistas de cada cuerpo.
Pero mis diligencias por exhumar de los archivos militares
154
documentación tan preciosa para mi intento han sido infructuosas; en
la División II del Ministerio de Guerra, que es donde corresponde
rían estar, no aparecen las listas de revistas de 1866. Acaso anden
extraviadas, pero no perdidas, y aparezcan el día menos pensado,
como lo anhela la investigación. Entonces podremos apreciar hasta
dónde concuerdan los datos autobiográficos del Martín Fierro de la
poesía con los del gaucho del Tuyú, al tiempo de ser remitido a la
frontera, y podremos conocer también el hecho posterior de la
deserción, importante por los resultados, cuya frecuencia y causas
analiza agudamente el coronel Barros al referir la vida de privaciones
y rigores del soldado en fronteras.
Entre tanto, no quiero dejar pasar la ocasión de hacer público el
linaje de los Fierro en la familia de la oscura soldadesca que aparece
en los legajos individuales y se mantiene hasta diez años después de la
conquista del desierto. Allí vemos, en efecto, que Antonio Fierro,
Arturo Fierro, Constancio Fierro, Jorge Fierro, Máximo Fierro,
procedentes de distinto hogar y de regiones diferentes del país, son
soldados de última fila en los cuerpos militares. Todavía en 1889 se
nos aparece, con jinetas de sargento segundo, un M artín Fierro,
cordobés, nacido en 1860, que, por no saber firmar, acepta y signa con
una cruz su contrato de enganchado.5
Mientras llega la hora de comprobar plenamente la actuación
fronteriza del M artín Fierro del Tuyú, deseo señalar a los admirado
res y estudiosos del poema un pasaje de ambiente, concordante con la
existencia real de aquel gaucho. Toda la geografía del poema es un
complejo de denominaciones genéricas; la vaguedad poética del
5 El nombre del protagonista ha pasado, hasta ahora, por una invención genial
del poeta, que no habría tom ado en cuenta el apellido español Fierro (existe tam bién
del Hierro), sino las cualidades de dureza y tenacidad del metal, aplicables al carácter
del gaucho. Atribuíase, así, al propio Hernández la ocurencia de haber bautizado a su
héroe con el nombre del gaucho Martín Güemes y haberlo apellidado Fierro por esas
cualidades del espíritu gauchesco; pero la vida del caudillo salteño, sus condiciones
personales, su destino, el medio y la época de su actuación, en nada convienen con la
realidad gauchesca de M artín Fierro.
Independiente de esta atribución absurda es la versión que da don Emilio Alonso
Criado del nombre del protagonista, “un nombre que más que inventado fué adaptado.
Efectivamente, M artín Colman, estanciero de la provincia de Buenos Aíres e íntimo
amigo de Hernández, llamaba a éste Pepe Lata, retribuyendo éste el apodo llamando a
Colman M artín Fierro” . (Cf. El Martín Fierro: estudio crítico, Buenos Aires, 1914, pág.
26).
Que la imaginación se complacía, después de aparecer el poema de Hernández,
en forjar apellidos evocativos del fierro y sus allegados lo prueba, a lo último un poemita
de decadencia, de anónimo paraguayo, mtituX&do El gaucho Juan Acero, rival de Martín
Fierro (Montevideo, 1885), donde Acero se opone a Fierro, como Fierro aLata, enserie
claramente intencionada.
155
terreno y sus relieves comprende, sin duda, una realidad efectiva,
pero el poeta prefiere que la imaginación del lector esté constante
m ente aguijoneada por la curiosidad. Hay un solo lugar seguro que nos
descubre la actividad juvenil del protagonista. Fierro, como buen
gaucho, era carrerista impenitente, y cuando, forzado, marcha a la
frontera, él mismo nos confiesa esa afición y el centro de sus lances y
fortunas, resumiéndolo todo en la exaltación de su parejero moro:
“ Con él gané en Ayacucho / Más plata que agua bendita” (I, 363-4).
Pues bien: hasta 1866 Ayacucho, sin jurisdicción propia, perte
neció al partido del Tuyú. Al año siguiente, el gobernador don Adolfo
Alsina decretó la separación y fundó, a orillas del arroyo Tandileofú,
el pueblo de Ayacucho, cabeza del nuevo partido.
Ayacucho marca en el poema el punto inicial del itinerario del
héroe, y yo creo que esa especificación excepcional de región no es
caprichosa sino intencionada en la mente de Hernández, con vistas al
origen histórico de M artín Fierro.
De su inseparable amigo Cruz, que el poeta hace entrar en escena
como sargento de una partida de policías, sólo sé decir que el modelo
real, eit cuanto a la designación, estaba tam bién en el servicio de
fronteras: en un legajo militar de 1867, existente en los archivos
ministeriales, figura un sargento Cruz.
De uno y otro, Fierro y Cruz, cuya historia personal hace
sospechar en hechos singulares, dignos de la creación artística,
ten d ría Hernández referencias verbales de su amigo Alvaro Barros.
No existen, por desgracia, apuntes del poeta que lo confirmen, y la
conjetura sólo puede fundarse en la estrecha relación de los amigos y
en la concordancia de sus críticas acerbas a la política gubernamental
por el empleo y tratamiento de los gauchos en los fortines.
En cuanto al viejo Vizcacha no hay duda de que responde a un
modelo vivo. Su tipo original no era de los que forman muchedumbre.
E n efecto, el hijo de Fierro, evocando la figura de una realidad que se
extinguía, nos ofrece esta caracterización singular: “Mi tutor era un
antiguo / De los que ya quedan pocos” (II, 2167-8).
Hernández no supera después esta definición y su solo intento
consiste, no en dar rasgos físicos para un retrato, sino en acumular los
morales para una pintura psicológica. Las tintas recargadas dan a
Vizcacha la expresión de un hombre cínico y perverso, cuyo contacto
es necesario evitar. El mismo hijo de Fierro alimenta en secreto este
pensamiento, y si sus pocas fuerzas le impiden realizarlo, la repug
nancia que siente por la conducta inmoral de su tutor, gracias al cielo,
le deja el espíritu libre de contaminación. Pero la posición del lector es
diferente, porque para él Vizcacha ha perdido su función activa de
pedagogo y es sólo un carácter literario: encarnación vigorosa del
156
refranero del cinismo y la perversidad, que atrae la sim patía y provoca
a risa por la gracia socarrona y la viveza de las imágenes.
Lo que Vizcacha tiene de grave está en esa rara antigüedad que le
asigna el poeta, y el sentido trascendental de este hecho debe
valorarse en la representación de la filosofía vulgar, impregnada de
realismo y osadía, que conserva y renueva, a un mismo tiempo, en
nuestro viejo cazurro, la vitalidad de los refranes hispánicos.
Y este viejo ¿quién era? ¿Dónde y cuándo lo conoció Hernández?
Hace doce años, el profesor Senet recogió datos, que hizo
públicos, de los cuales resulta que Vizcacha fué persona de carne y
hueso. Llamábase Francisco Bramajo y había sido mayordomo en la
estancia “Las V íboras” , de los Anchorena. En 1854 era setentón.
Murió en 1865. Hernández tuvo ocasión de visitarlo varias veces en
Dolores, donde vivía retirado, y tom ar de su habla pintoresca muchos
de los refranes que le atribuye.6
Esta versión no es totalmente inverosímil, pero yo tengo serias
dificultades en concordarla con mis propios datos. La mayor resisten
cia se ofrece en la cronología de la vida de Hernández, azarosa y
errabunda precisamente en la década utilizable y en la época de
elaboración de la Segunda Parte del M artín Fierro.1 Entrego a los
estudiosos la discusión de estas cuestiones.
Los datos que ahora utilizo para afirmar la existencia real del
viejo Vizcacha proceden de doña Isabel Hernández de González del
Solar, hija mayor del poeta y depositarla privilegiada de sus recuerdos
literarios. En 1926 tuve ocasión de visitarla en procura de cartapacios
y documentos para continuar mi labor con otros aspectos del poema.
Evoco con agradecimiento aquella visita de cordialidad espiritual. Yo
buscaba y requería, sobre todo, los materiales, las apuntaciones, los
bosquejos del poeta en la preparación de su obra. Instrumentos de
este interés ya no existían: la generosidad de la familia había ido
entregando poco a poco a los administradores del padre los objetos
alusivos de su labor gauchesca, y sólo se conservaban la pluma
cansada del escritor, alguna carta sin trascendencia y un manuscrito
157
de la Segunda Parte del poema, que no es el definitivo, hoy
extraviado, pero sí de gran interés para la crítica, porque descubre en
las rectificaciones y enmiendas de la redacción, en las lecciones de
autocorrección constante, un proceso lento, a veces penoso, de
composición literaria, un trabajo de reflexión apretada, que preside,
en todo momento, la elaboración definitiva del poema.8
E ntre esta parte y la II hay siete años de distancia. Ellos importan
el proceso más grave de reflexión y de elaboración artística, porque lo
que embarga al poeta es el destino de su héroe. La Segunda Parte del
poema comprende la vuelta. Me interesa mucho subrayar que esta
vuelta no sólo es de (que es lo superficial) sino a (que es lo trascenden
tal). A Hernández no le basta que M artín Fierro vuelva de tierra de
infieles a tierra de cristianos con los solos signos de la vejez y el
cansancio físico. Sin duda que esta vuelta despierta en cualquiera la
evocación geográfica, política, social y religiosa; pero el poeta no
busca ese efecto. Lo que anhela y lo aquieta es que M artín Fierro
vuelva al seno de la sociedad constituida por el orden y el derecho,
que rigen las relaciones mutuas de los hombres: quiere, en definitiva,
que su gaucho se incorporé a la armonía de las fuerzas sociales. A la
realidad consuntiva del perseguido, reflejada así: “ que gasta el pobre
la vida / E n juir de la autoridá” (I, 257-8), sucede la resolución
heroica del ánimo aleccionado por el dolor: “ Me he decidido a venir /
A ver si puedo vivir / Y me dejan tra b a jar” (II, 136-8).
El tem a central, pues, de la Segunda Parte es la asimilación del
gaucho a la vida regular y democrática. Para esta vuelta al trabajo de
mancomún y a la paz de los hermanos, Hernández ha llenado de
sustancia moral la mente y el corazón de M artín Fierro en los años de
ausencia. Las enseñanzas de la amargura y de la reflexión solitaria han
operado en Fierro la conversión de la fuerza disociadora de un
individualismo cimarrón en energía constructiva para la empresa
nacional. Y por eso el mismo Fierro, en posesión de su destino último,
repudia un pasado impulsivo: “ Yo ya no busco peleas” (II, 4513) y
reclama como portavoz de los gauchos las prerrogativas de los
hombres civilizados: “ Debe el gaucho tener casa, / Escuela, iglesia y
derechos” (II, 4827-8).
Este sentido humano, que fluye del poema y funde sus dos partes
en un todo armónico, revela, en definitiva, el rango excelso de héroe
que tiene M artín Fierro, cuya energía personal, avasalladora en todos
158
los momentos de la acción, alcanza el grado máximo con el sacrificio
del propio individualismo y el acatamiento de las normas sociales. Es
visible que Hernández cifra en esa suprem a heroicidad la verdadera
razón de que perduren en los argentinos el recuerdo de su poema y la
admiración por el héroe. En boca de éste, en efecto, resuena la
profecía de que lo&hermanos “ guardarán ufanos / En su corazón mi
historia; / Me tendrán en su memoria / Para siempre mis paisanos”
(II, 4879-82). Lo cual monta tanto como afirmar, valorando el
presente y escrutando el porvenir, que la vida del poema, por el
aliento humano que la anima, durará sin término, mientras se con
serve activa la memoria del pueblo y no desdeñe el arte y el vigor de
la poesía popular.
(En el Boletín de la Academia Argentina de Letras, t. 5, N° 20;
Buenos Aires, 1937. Discurso de recepción, que aquí reproducimos
parcialmente.)
159
AZORÍN
Azorín
CERVANTES Y HERNÁNDEZ
i 64
VICENTE ROSSI
Vicente Rossi
DE LA PULPERIA AL OLIMPO
¡SOMOS TREMENDOS!
167
fantaseo que “la raza i la lengua” han trasmitido a esos “honbres”, los
capacita para las mas desenfadadas afirmaciones.
Estas nuestras, las ratifican aquella peregrina academia i la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires,
168
popular rioplatense, mui especialmente canpera, que no tiene sentido
filarmónico sino el de recitar o relatar (de ahí que tanbien se le llame
“relación” a ese canto), con aconpañamiento de guitarra, para dar
entonación i ritmo al relato i no resulte desabrida charla. El
“acompañamiento” no.es ni fué nunca una partitura musical.
Cuando se dice que un payador, recitador o milonguero “ canta
lindo” , nunca hai referencia a la música sino a la letra, lo que tanbien
ha hecho titular “versada” ala “relación” . Esto esplica que Fierro i su
autor canten, sin ser gáucho-divo uno ni amante de la música el otro.
Hernández lo conprueba cuando dice:
169
ba a Lussich, único su colega del que conocemos carteo; “cante” le
dice, con sentido de: “escriba, haga versos” .
Es de suponer cuan lejos estaba Hernández de pensar en un
poema, cuando le agregó a su Martin, como yapa, “una interesante
memoria sobre el camino tras-andino”... Al pasar la versada de la
Pulpería al Olinpo, le han suprimido la “interesante memoria”. La
beatitú i la autocrítica daban puerilidá a Hernández.
“F ierro fin je la p resen cia de un segu n d o cantor, para d a rla ilusión de una
p ayad a” .
171
CARLOS ALBERTO LEUMANN
Carlos Alberto Leumann
LA CREACIÓN IDIOMÁTICA
EN EL M ARTÍN FIERR 0
176
El antedicho fenómeno de personas cultas y señoriles que en
Buenos Aires adoptan modos e inflexión prosódica del habla campe
sina, no ha existido nunca fuera de los países rioplatenses.
Nótese que no puede atribuírsele un origen equivalente ni
c o m p a r a b le al que reconocen los llamados vicios de dicción. Todo se
limita al dejo de la voz y a la. modulación de algunas palabras,
desinencias y frases expresivas; y obedece, no hay duda, en su génesis
idiomática, a una subconsciente y a veces consciente admiración qué
inspiraba el gaucho. Subconsciente en muchos que por europeísmo y
tradición política supusieron al hombre de la campaña expresión de
irremisible atraso; y consciente en otros que adoptaron la moral
gaucha en cuanto a coraje, sangre fría y hazañas de buen jinete.
Recordemos, en este sentido, un hecho histórico curioso: en el año
1862, varios porteños de pro fueron a París a lucir con orgullo chiripá,
poncho, y nazarenas de plata.
Los hombres de la campaña argentina llevaban adentro, antes de
que se los corriese con la expansión industrial, alguna incomparable
virtud. Ejercieron muy extraña sugestión sobre todo aventurero
inglés de sensibilidad excelente y alma curiosa. Ciertos libros, en
Londres, escritos durante el pasado siglo, envuelven en un halo la
figura del gaucho.
Raza nueva, que se iba formando con espíritu de América,
produjo en el idioma castellano un estremecimiento vital. Aparte
aquel profundo dejo inflexivo en la voz, los gauchos abundaban en
dichos que asombran, curiosas formas elípticas, novedades sintácti
cas, palabras de sabor penetrante. Falso camino es atribuirles
sentimiento idiomático castizo castellano por uso de antiguas pala
bras ya muertas en España; cosa que en definitiva importa tanto como
el uso de todas las subsistentes del castellano moderno.
Estudio de las diferencias, y no de las analogías, conduce a
descubrir el espíritu de un pueblo en su lenguaje vivo. Aquí se infunde
en el idioma la naturaleza americana. Lo demuestra, junto a toda la
actividad folklórica del país, el Martín Fierro. Si Hernández colabora
con los gauchos y crea modos de decir y vocablos que ellos aún no
conocen, es porque se hace pueblo. Y la gente urbana tiene que
averiguar el sentido de lo que dice, en muchas de sus frases,
exactamente como tuvo que averiguar tantas y tantas otras expresio
nes del campo. Palabras y modos nacen, en el poema, al igual que en el
fondo del alma popular. Hay que interrogar a Hernández como se
interrogaría al pueblo mismo.
Una parienta del poeta, la escritora Juana Manuela Gorriti, se
burló en el Perú de un literato hispanista que había leído superficial -
177
mente el Martín Fierro y creía entenderlo por completo. Le preguntó
ella, sin buen resultado, qué quería decir Hernández con los siguien
tes versos:
178
Fierro. Pero evidentemente no la incluyen por no hallarla de uso entre
los paisanos o por sospechar que la creó Hernández y no admitirle a
éste el derecho de colaborar con el pueblo.
Puede afirmarse, en general, que los vocablos y modos de decir
ausentes en los diccionarios de argentinismos, que se hallan en el
poema, son legítima hechura de Hernández.
Un uruguayo muy informado del habla rural en los países del
Plata, llama “injerto de Hernández” toda voz, modo o acepción que le
choca en el poema porque no tuvo empleo entre los paisanos. Es un
error de criterio, por lo dicho antes: Hernández habla con animación
gaucha como el pueblo mismo.
179
castellano tal vez permita, sin formación de otro idioma orgánicamen
te nuevo, el desarrollo vivaz de gérmenes como los aprovechados con
espíritu gaucho en el Martín Fierro.
La formación anónima de palabras y modos de expresión es cosa
análoga y paralela a la formación de dichos y proverbios. Sabiduría
popular, inspiración solidaria, obra colectiva. Por eso Hernández,
creador de proverbios y de palabras, resulta un hombre pueblo. Y
estos aspectos idiomáticos de su poema, cuyo asunto es un gran
drama histórico que concluyó con la derrota de los gauchos, parecen
fascinantemente instructivos.
Se preguntará el lector por qué no lo han advertido, ni sospecha
do, filólogos de tanta experiencia como Menéndez Pidal y Carlos
Vossler. Ambos estuvieron aquí. Vossler, además, tradujo con
.laestría, al verso alemán, algunos pasajes del Martín Fierro.
Ha ocurrido, probablemente, que el prejuicio argentino de
considerar a Hernández un continuador de Ascasubi y Estanislao del
Campo, les puso estorbos para cualquier averiguación de fondo. En
palabras y modos creados por Hernández creyeron leer, como los
lectores argentinos, palabras y modos de antiguo uso popular en
nuestro país.
Y Vossler ha perdido la oportunidad de hallar, con un ahonda*
miento lingüístico en eiMartín Fierro, mucha materia palpitante para
abundar en investigaciones suyas por el orden de El lenguaje como
creación y El lenguaje como evolución.
Comprender, con sentido y espíritu americanos, lo que hizo
Hernández en el habla de los gauchos, conduce a medir la verdadera
importancia lingüística de su poema y la situación única de esta obra
en la historia del idioma castellano. Y, para los fines de una edición
crítica, permite caminar sobre la huella del autor y no desorientarnos
ante contradicciones aparentes y estructuras genuinas tomadas por
erratas.
180
AMARO VILLANUEVA
Amaro Villanueva
PLANA DE HERNANDEZ
LOS DOS
183
enterar la sextina, debido a que ya tenía escritos los dos resueltos
versos del sentencioso final. Esto es: que Hernández, apurado por la
rima escasa (aquí lo de la “consabida poca habilidá versificadora” que
le atribuye Rossi), no escurrió el ripio ni vaciló en pluralizar el sujeto
arbitrariamente, pues no ignoraba que allí el cantor es único. Pero,
para concluir en ello, debe prescindirse también de la asonancia del
último octosílabo como indicación de que el autor ya se había
concedido una licencia; con el agregado de que ésta nos lleva a
conjeturar —por lo mismo que se trata de una concesión bastante
usual en el poema— que prefería sacrificar su preceptiva al fondo
conceptual del verso.
Claro está que, aislado, aquel verso sorprende un poco por la
aparente duplicación de protagonistas que determina, siendo notorio
que la introducción es un monólogo.
Traduce claramente esa sorpresa la breve consideración con que
Don Santiago M. Lugones lo anota: “¿Qué dos? Aquí incurrió el autor
en un lapsus mentis”.1
Con más tiento aborda su interpretación Don Eleuterio F.
Tiscornia: “Fierro abunda —anota— en la espontaneidad con que se
revela a los hombres y a las aves la facultad de cantar, reconocida al
principio del poema, y finge aquí la presencia de un segundo cantor
(no hay otro que el auditorio) para dar la ilusión de un-a payada”.2
La explicación no es convincente, tal vez porque su conclusión no
fluye del razonamiento. Tampoco es exacta, pero contiene interesan
tes elementos de apreciación. En primer lugar, el comentarista
contempla la inconveniencia de interpretar aisladamente ese verso y,
con todo acierto, lo relaciona a uno de los conceptos esenciales del
argumento de ambas introducciones del poema: la espontaneidad con
que se revela a los hombres la facultad del canto. Es lo que nos dicen,
por otra parte, los dos primeros versos de la estrofa transcripta, en
que se está defendiendo el derecho natural del gaucho, del paisano,
del hombre de campo, a expresarse cantando, inclinación que se le
reprocha secularmente como testimonio de congénita holgazanería.
En. segundo lugar, la explicación de que allí se finge la presencia de
otro cantor, para dar la ilusión de una payada, es sugerencia de que el
intérprete advierte el tono polémico de dichas introducciones.3 En
184
efecto: no corresponde estimar esa explicación como simple deduc
ción del numeral dos, porque deja sobreentender que son dos en
pugna, desde que la supuesta payada, en cuanto reclama la presencia
de otro cantor, configura un contrapunto, y el contrapunto es
concurso de oposiciones o ejercicio de facultades en rivalidad. Bienio
expresó el payador que estudiamos:
185
donde sellaron su conocimiento personal, Cruz le dice a Fierro, tras
las primeras confidencias varoniles:
Ya conoce, pues, quién soy.
T enga confianza conm igo.
Cruz le dió m ano de am igo
Y no lo ha de abandonar:
Juntos podem os b u sca r
Pa los dos un m esm o abrigo.
186
podrá argüirse que si ese tratamiento fraternal se justifica entre
tagonistas del poema, como consecuencia de situaciones especiá
is de la acción, es aventurado querer hacer partícipe del mismo al
üditorio, para explicar un caso que, a fin de cuentas, resultaría
t a lm e n t e extraordinario con respecto a los precedentes aducidos.
Comprobemos, entonces, para disipar toda duda, que también la
camaradería entre el cantor y el lector u oyente es normal en el M artín
fie r ro , al extremo de ofrecer un registro tan amplio del procedimiento
e éste constituye una de sus características, sin que sea menester
añadir que se trata de un juego deliberado en la composición de
H ern á n d ez.
Es propósito manifiesto del autor que quien lea o escuche el
noerna (y Hernández siempre piensa en el pueblo) se sienta identifi
ca d o con el protagonista, como su igual, su paisano, su amigo. De ahí
que el cantor solicite con frecuencia la simpatía del auditorio —del
que está dentro, por el que está fuera del libro— mediante el empleo
de vocativos particularmente gratos al pueblo:
¡Aparcero!, si u sté viera
Lo que se llam a un ca n tó n ...
Todo, amigo, en lo s ca n to n es
Fué quedando, poco a p o c o ...
187
Y aunque es común en el habla campesina (caso muy digno de
observación y análisis) el uso de usted en función de indefinido, no
estará de más transcribir algunos versos en que, mediante los
verdaderos pronombres de esta clase o frases que lo sustituyen, se
alude también al auditorio:
A figúrese cualquiera
La suerte de este su am igo...
188
Que cante todo vivien te
Otorgó el E terno P a d re . 5
189
hondo de la cuestión. Porque aquel reconocimiento, aunque también
pueda parecer solamente enderezado a justificar su presencia en
escena, en verdad configura una concesión que le permitirá procla
mar, en seguida, conforme a ese derecho natural, el libre ejercicio de
tal facultad:
Cante todo el que le cu ad re...
L90
Este laborioso desarrollo del contenido de la estrofa estudiada
—cuya comprensión intuitiva resulta, en cambio, tan rauda— ha sido
indispensable para llegar a la evidencia de que todo su razonamiento
gira en torno al verso que nos ocupa, mediante el cual el cantor se
hermana con el pueblo, que es su auditorio y su semejante, recono
ciendo que tiene su misma voz, o sea, que los dos reúneñ la condición
necesaria para estimarse idénticos en tal oportunidad. Pero esa
identidad se establece para ocupar posición polémica en el terreno
literario. De eso se trata, precisamente. De ahí que, en seguida de
centrar esa simpatía como denuncia de campo propio, las intenciones
comienzan a girar abiertamente hacia el campo contrario:
Yo he conocido cantores
Que era un gu sto el escuchar,
M as no quieren opinar
Y se divierten cantando;
P ero yo canto opinando,
Que es mi m odo de cantar.
191
No ha de ser necesario pasar adelante, en estas transcripciones,
para convenir que el verso en cuestión, así comprendido, satisface
plenamente su razón de ser como fué escrito, ya se lo considere con
respecto al espíritu del poema, a los procedimientos técnicos del
autor o al argumento del canto que lo incluye.7
Aun puede agregarse, para su más objetiva comprensión, que
también en su matiz polémico responde a circunstancias de la época,
es decir, que no es simple resultado de un arranque fantástico del
cantor. En efecto: en nuestros medios cultos, el éxito público
alcanzado por El g a u c h o Martín Fierro —y pasemos por alto sus otras
resonancias en el ambiente- sólo se estimaba como prueba y fruto de
una recidiva del mal gusto nacional, sancionado con radiante gracia
por Concoiorcorvo, al describir nuestras costumbres, allá por las
vísperas de la fundación del Virreynato. No hay que olvidar que ya
asomaba en el horizonte la luz de la generación del 80. Y que, en los
momentos en que se producía La vuelta de Martín Fierro, el
apartamiento de todo lo nacional y popular registraba un proceso
agudísimo en nuestras clases cultas, atestiguado por García Merou,
en sus recuerdos de las famosas sesiones del Círculo Científico
Literario dedicadas a la ardiente discusión sobre romanticismo y
clasicismo, de las que nos dio este resumen: “Digámoslo de una vez
por todas: en aquel grupo de jóvenes argentinos no se traía al debate
sino autores extranjeros. Estábamos dominados por la influencia
europea. En aquella discusión célebre casi no quedó literato notable
del viejo mundo que no acudiera a deponer, solicitado por alguno de
Aceptada esta presunción, podríamos colegir que Hernández, al escribir los dos, tenía
en su mente, subjetivamente, la idea de los dos personajes a quienes a renglón seguido
iba a aludir. El hecho de que se particularizara con solo dos sujetos: el pueblero y el
gaucho, me da la presunción de que ahí bien puede estar lai clavti del misterio que
encierra esta cita”. (RevistaSeñuelo, N” 10, Bs. Aires, setiembre, 1943, pags. 16 y 17:
E. Bernárdez Jacques, Algo más sobre los dos del Martin Fierro.)
192
nosotros. Y, sin embargo, nadie recordó el artículo de Echeverría
sobre este tópico palpitante...”8
Si en 1878 nadie recordaba ya a Esteban Echeverría, calcúlese
cuál sería entonces el rumbo de la joven intelectualidad argentina y
cuáles las vueltas de desdén en que andaría rodando nuestro pobre
criollo... con su desmedido empeño de ascender a las expresiones del
arte.
Válgale a Hernández, pues, la hazaña de haber tendido ia mano a
nuestro hombre, en su poema, y aquel abrazo en su verso como lo
hacemos los dos.
193
donde el gaucho canta, con su inseparable guitarra, sus alegrías y sus
penas y narra sus proezas, siempre en el mismo tono resignado de
quien acepta su destino, con ánimo valeroso pero fatalista”.
Como argentino, he sentido vergüenza e indignación por esa
falsedad autorizada diplomáticamente, pero desmentida por la reali
dad y por la verdad vigorosa del poema.
¿De dónde han sacado los críticos, los eruditos y los diplomáticos
el espíritu fatalista de la creación de Hernández y, por baranda, del
gaucho que la protagoniza? ¡Asombrémonos, de una vez por todas!
Ese fatalismo gratuito, aderezado racialmente de reminiscencias
arábigas, no es nada más que una mistificación —neologismo burlón,
de raíz mística— sobre el número de cantos que contiene cada parte
del poema.
Tras la opulenta labor de exaltación estética del Martín Fierro,
realizada fervorosamente por Lugones, sobrevino en algunos intér
pretes —a veces, con malicia y todo— aquella luminosidad trascen
dental que Jorge M. Fürt calificó irónicamente de satisfacción erudita.
Y, como la primera parte del poema consta de trece cantos y la
segunda de treinta y tres, fué cuestión de trasladar el espíritu de la
obra al terreno religioso, con toda la librería que se puede clinear
entre los tercetos del Dante y la secular alegoría sobre la lucha entre el
bien y el mal. Para mejor, el poema termina con aquellos versos:
194
N o es para mal de ninguno
Sin o para bien de todos.
195
jugar con todas las cartas. Y, en el curso de su desarrollo, son
numerosas las ocasiones en que el concepto se expresa por modismos
que recaen en el tema de la baraja: “ el jefe nos cantó el punto”, “le vi
los pies a la sota”. Pero es, sobre todo, en la confesión explícita de la
confianza en sí mismo para sostener el triunfo de su posición militante
en lo literario y en lo social, donde vuelve más notable, por el parangón
con el juego de cartas, la contienda que está librando:
196
haberlas cantado en ocasión anterior, es decir, en la primera parte del
poema: “estas son otras cuarenta” .9
Todas estas intencionadas expresiones de jugador nos dan, en
nuestra opinión, el verdadero sentido de aquella sextina del final del
canto 33° de la Vuelta:
197
del mismo palo que se tiene en la mano, cuando se tiene también la
potra de ligar semejante pareja de blancas para el envido: un 7 y un 6.
Sin embargo, al cantar el punto se suma, a esos 13, otros 20
imaginarios, porque así lo establece la ley del juego, y se canta: 33. Por
eso, la segunda parte del Martín Fierro, lo mismo que su introducción,
es un complemento, una ampliación, un desarrollo aclaratorio de la
primera, sin alegorías de otra laya. Que no las necesita su grandeza.
{Crítica y pico, Ediciones Colmegna, Santa Fe, 1945. De la serie que
Villanueva tituló “Preludios de Martín Fierro”, publicamos el
tercero y último.)
198
EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA
Ezequiel Martínez Estrada
LA ESTROFA
201
Pero quedan engarzados, ceñidos, por los anteriores y los últimos.
Los ripios que pueden encontrarse están en ese lugar. Excepto en
aquellas estrofas de final evasivo, intencionalmente frustráneo, como
se encuentran en mayor abundancia en el canto II de la Ida: ¡La pucha,
que trae liciones El tiempo con sus mudanzas! (131 -2), Era una delicia
el ver Cómo pasaba sus días (137-8); A la éocina rumbiaba El
gaucho. .. que era un encanto (143-4) ;Era cosa de largarse Cada cual a
trabajar (155-6); ¡Ah tiempos!... pero si en él Se ha visto tanto primor
(221-2), etc. Esa circunstancia curiosa, y que denota una forma
imprecisa —tanto por no querer concretar el tema, rehuyendo la
narración, cuanto por menos experiencia—, da a esa parte de la Ida
una vaguedad que la coloca en las evocaciones emocionales más que
de recuerdos, En algunas estrofas de Cruz se repite el caso; que no es
nunca regular,
Si los dos versos iniciales de la estrofa plantean el tema (o tópico):
Daban entonces las armas Pa defender los cantones (457-8); Y cuando
se iban los indios Con lo que habían manotiao (469-70); No salvan de
su juror N i los pobres anjelitos (481-2); Tiemblan las carnes al verlo
Volando al viento la cerda (487-8), etc. (en ejemplos tomados
consecutivamente, al azar), los dos siguientes lo desarrollan. Esos
versos centrales ya continúan lo antedicho, ya preparan los versos
finales. Cuando de por sí tienen sentido de oración subordinada,
adquieren el vigor de los restantes. En general, la estrofa de
Hernández no se vulnera por puntos débiles; pero, de serlo, están ahí
en el centro de la estrofa. Lo asombroso es que esas debilitaciones,
forzosas por la tensión de la composición, sean tan escasas en obra de
tal longitud. Para Hernández, el trabajo de la estrofa equivale al del
soneto en otros poetas. Muchísimas veces esos seis versos de su
estrofa tienen el valor preciso y sintético de los dos tercetos de un
soneto. A tal punto, que el verso libre inicial más bien es una libertad
para precisar un sentido, y no se le percibe como “una debilidad en el
régimen de la rima”.
Los dos versos finales son de tal densidad y estrictez, que no
pocas veces se convierten en un refrán o un dicho. Cuando no, en una
sentencia epigramática. Siempre cierran la frase y la idea hermética
mente. De manera que se puede suspender la lectura en un final de
estrofa como en un final de canto. Nada queda indeciso o pendiente
para desarrollarse en la estrofa siguiente. Y por eso cada estrofa
puede comenzar con íntegro vigor, sin compromisos que cancelar. Se
pueden señalar los versos finales de estrofa que no tienen esta
cualidad dantesca (como los transcritos); pero siempre son excepcio
nes. La regla es lo contrario: estos dos versos soportan, con firmeza de
202
cimiento enclavado en la tierra, el peso de la fábrica poética de la
estrofa, que suele ser muy recia. En una de las estrofas más
admirables: Había un gringuito cautivo Que siempre hablaba del
barco— Y lo augaron en un charco Por causante de la peste— Tenía los
ojos celestes Como potrillito zarco (II, 853-8), cada uno de los tres
miembros posee la misma intensidad de emoción. Acaso los más
fuertes sean los primeros. Los dos finales contienen una imagen de
frescura y melancolía (el potrillo de ojos azules es una imagen
absolutamente vivencial, inexplicable), y por su belleza tiende a
ocupar el primer término; pero lo cierto es que aun los dos versos
centrales contienen más valor con su descarga de toda dramaticidad.
La superior calidad poética y dramática de esa estrofa, que puede
desarticularse en tres porciones, conservando cada una de ellas la
misma vitalidad o poder de sugestión, es expresiva de la calidad de
todo el Poema. No creo incurrir en exageración si digo que, desde el
“Infierno” de Dante a los sonetos de Keats, en ningún idioma y en
ninguna obra poética el verso fue tan sustancioso. Es fácil equiparar
las dieciséis sílabas de cada par al endecasílabo de Dante y recons
truir así un terceto. Algunas estrofas (centinela en el Fortín, relato de
la curandera con el intruso) deben exceptuarse de esta terminante
valoración, donde es innegable la voluntad del Autor, su conciencia de
realizar esos divertíssements que no carecen de gracia, cualquiera sea
su enjundia. Están, con su nota humorística y grotesca, en la economía
del Poema, y ha de juzgárselas, equitativamente, en los valores de
composición y no de trabajo del artista en el modelado de la estrofa.
El esfuerzo de Hernández en la factura de los versos finales suele
ser sin excepción extraordinario. Y a veces apela al recurso de cerrar
la estrofa con un refrán o un dicho, de buena ley. El mérito mayor del
Poema está en esa síntesis de lo filosófico y lo ingenioso, lo poético y lo
vernáculo. Hasta puede señalarse el canto III de la Vuelta como un
alarde, y en general esa facultad es tan radicalmente castiza como el
verdadero don natural del Autor.
El final de las estrofas en que ese resultado se frustra (siempre
intencionalmente) corresponde al estudio sobre la técnica de narrar,
los suspensos y las evasivas. Tienen, por lo común, un significado en
la economía estilística del Poema. Psicológicamente, el corte inespe
rado de los contados finales frustráneos es de gran efecto psicológico,
y hasta en algunos casos de gran elocuencia. Bastará el ejemplo del
elogio de la mujer por Cruz: ¡Amigo, qué tiempo aquél! ¡La pucha—•
que la quería! (1769-70).
Aun cuando el sentido o el proceso de la enumeración haya de
pasar de una estrofa a otra, Hernández prefiere separarlas netamente
en dos. Es el caso ejemplar de los movimientos de precaución de
203
Martín Fierro al saber que llega a prenderlo la partida: son seis
movimientos, tres detallados en cada estrofa y, sin embargo, con una
pausa y cambio de movimiento de ia enumeración de una a otra: Me
refalé las espuelas, Para no peliar con grillos. Me arremangué el
calzoncillo Y me ajusté bien la faja, Y en una mata de paja Probé elfilo
del cuchillo. Para tenerlo a la mano Elflete en el pasto até, La cincha le
acomodé, Y en un trance como aquél, Haciendo espaldas en él Quietito
los aguardé (1499-510). Son dechado, además, estas estrofas, de
economía y buena organización del material.
Se puede tomar la estrofa como pieza autónoma. Su separación
del Poema ni afecta a la economía del texto ni nos deja una pieza
desconectada, de valor impreciso, que sea menester reintegrar a su
sitio para que recobre su cabal sentido. La estrofa es un poema.
Puede hacerse la prueba tomando al azar cualquiera de ellas. La
primera del Canto IX de la Ida: Matreriando lo pasaba Y a las casas
no venía—•Solía animarme de día— Mas, lo mesmo que el carancho,
Siempre estaba sobre el rancho Espiando a la polecía que contiene
todos los elementos de ambiente, psicología, situación de ansiedad y
soledad. Hernández trabaja separadamente cada estrofa; en cada
estrofa, cada verso. Cuando en el Manuscrito encontremos que
muchas de esas estrofas no guardan el orden que en el texto impreso,
nos advierte esa circunstancia que el montaje podía hacerse con
relativa facilidad, precisamente por la autonomía de cada una de sus
piezas. El examen de la pelea con el Indio, donde muchas estrofas, y
en diferentes lugares, son digresiones y suspensos, vale para estudiar
este aspecto. No solamente la estrofa es una pieza entera, viva, con
personalidad, sino que es una concepción que no se subordina a lo
anterior ni a lo que sigue. Ni la frase corre de una estrofa a otra (se
cierra con un punto final siempre), ni el sentido queda trunco para
ser aclarado o explicado luego. Podrá (necesariamente en un Poema
narrativo extenso) resultar de la lectura total una unidad que se
organiza más bien en la memoria del lector; lo cierto es que siempre el
Poema resulta más coherente, más flexible, en el recuerdo de la
lectura que en la lectura misma. Como la película está hecha de
fotogramas independientes que la visión funde en un todo orgánico y
ondulante, melódico y plástico, así el Poema en otros órganos no
menos finos que el ojo. Pero cada estrofa es un fotograma. Se le puede
fijar y observar: está completo. Puede haber episodios de más, pero
no estrofas de más. Y en cuanto al elemento constituyente de ella, el
verso, difícilmente se puede suprimir alguno (ni siquiera aquellos
expletivos que el autor puso para saborear el lenguaje oral) sin que se
resienta la economía de la estrofa. Muchos, es verdad, pueden
cambiarse, pero en la mayoría de los casos es tan difícil como
204
introducir una estrofa sin que sea perceptible de inmediato que es un
cuerpo extraño en el Poema. De esta prueba (que debe intentarse)
resulta que no solamente el Poema no puede ser imitado, sino que la
capacidad del imitador no llega ni a la posibilidad de insertar una
estrofa apócrifa sin que sea advertida. De ello tenía conciencia el
Autor, y lo dijo en el mismo Poema: Lo que pinta este pincel N i el
tiempo lo ha de borrar; Ninguno se ha de animar A corregirme la plana;
No pinta quien tiene gana Sino quien sabe pintar (II, 73-6), en lo cual se
refería al verso y a la unidad estética que con él se forma en la estrofa,
no al Poema. El Poema acaso no pertenece a Hernández, sino a la
tradición de lo gauchesco en la literatura rioplatense. Pero esas piezas
que acuñaba y cincelaba; esa joya inconfundible, sí le pertenecía; y le
pertenecía la conciencia —que ¿quién tuvo en su tiempo, fuera de
Baudelaire y de Rim baud?— con que realizaba su trabajo en cada
estrofa, en cada verso y en cada palabra, hasta el punto de que su
pulcritud a este respecto pone a la literatura castellana del siglo X I X en
bloque en la clase de las obras hechas sin responsabilidad.
Si la estrofa se aísla en calidad de vértebra, en unidad orgánica,
es preciso considerar que la unidad del verso está compuesta no por el
octosílabo, sino por el par, restituyendo así la unidad del verso del
romance, que fue de dieciséis sílabas, como se la encuentra a menudo
en el Cantar de Mió Cid, y en la unidad que aún conserva, escindido,
en la rima. Porque el verso entero, que concluye en el asonante, es
aquél, luego escindido en su hemistiquio por razones que diría
tipográficas. En Hernández, no por su propósito, sino por esa
necesidad profunda de lo que se fundamenta en la raíz y la naturaleza
misma del idioma, renace espontáneo. El par de octosílabos es la
unidad, y entonces es más comprensible por qué ni a su oído, ni al
nuestro, que juzga con otro canon, el primer verso libre ofrecía
ninguna dificultad de orden musical o artístico. Con su sexteta
desaliñada aparentemente, restituye al verso viejo del habla de
Castilla su estructura y su verdadera vertebración. En ningún poeta
castellano, de los romances acá, dos versos de ocho sílabas componen
como sistema una unidad indivisible. Esta inesperada rehabilitación
del terceto de Dante y del doble terceto que remata el soneto, fija
además la rotundidad y la plenitud de la estrofa de seis versos, que
para el oído acostumbrado a la lectura de las obras académicas ofrece
una anomalía y desmesura con respecto a la redondez y plenitud
aparente de la quintilla. Si la quintilla se cierra mucho más que la
redondilla, en una unidad cabal por la ratificación de la rima en su
verso impar, la sextilla, pero la sextilla incorrecta, la sextilla de
Hernández, cierra más arquitectónicamente esa unidad de la estrofa,
porque en su triple par de versos de dieciséis sílabas conserva esa
205
quíntupie meta sonora y, dentro de ella, la cuádruple de la redondilla,
con la liberalidad hacia el asonante —que no lo es— del consonante
—que muchas veces tampoco lo es— y con el verso libre inicial que
pone la estrofa en la dirección del romance. Eso es verdad a tal punto,
que de los críticos que han estudiado bajo este aspecto de su
estructura el Poema, no sé de nadie que haya advertido las varias
estrofas de seis versos que son romances, en realidad. Hernández ha
podido ponerla en el texto sin que el más sagaz pesquisidor lo haya
notado; como tampoco ha notado que, en razón de ser romanceadas
las tres estrofas de la Payada con que contesta a Martín Fierro, estas
partes de la composición han sido elaboradas fuera e injertadas luego,
en el desarrollo de un tema que adquirió la importancia de uno de los
tres mejor construidos y más sólidos de toda la Obra. A tal punto la
estrofa de seis versos de Hernández está cerca del romance y a no
mayor distancia de la quintilla, que es el perfeccionamiento, por lujo
de recursos y mayores exigencias del virtuosismo fonético, de la
redondilla.
De esa preocupación de condensación y precisión con que exige a
la estrofa que contenga la mayor cantidad de sustancia en la menor
cantidad de material, resulta para el verso mismo una necesidad de
síntesis, que se opera por medio de la sinalefa y la sinéresis, como
merece estudiarse por separado. Aquí debo mencionar otras dos
articulaciones características de la estrofa sobre el arquetipo de la
sección en tres miembros, que predomina con carácter normativo.
Son las estrofas en que sólo dos miembros la dividen (Ejemplo: Ansí
le imponía tarea De juntar leña y sembrar Viendo a su hijito llorar, Y
hasta que no terminaba La china no la dejaba Que le diera de mamar,
E, 1045-50).
Menos común es la división en dos miembros de tres versos, que
abunda cuando el primer término está compuesto de cuatro versos y
el otro de dos, pero que es más rara en un primer miembro de dos y el
restante de cuatro. (Ejemplo: Cuando no tenían trabajo La empresta
ban a otra china— Naides, decía, se imagina Ni es capaz de presumir
Cuánto tiene que sufrir La infeliz que está cautiva, II, 1051-6.)
En el primer caso se construye así: Si les hacen una ofensa,
Aunque la echen en olvido, Vivan siempre prevenidos; Pues ciertamen
te sucede Que hablará muy mal de ustedes Aquel que los ha ofendido
(II, 4709-14). Ejemplo de dos porciones que se equilibran en tres
versos cada una, aunque contiene uno de los solecismos —pasado
por alto con indulgencia de magnates por los críticos —y en razón de
que encierra una de las más sutiles observaciones que la experiencia
ha sugerido al Autor. Esta forma, en dos miembros equivalentes, de
planteo y conclusión directa, forma un tipo, también característico, y
206
que predomina en los pasajes sentenciosos. El segundo tipo, de
cuatro y dos versos, está construido así: La cigüeña, cuando es vieja,
Pierde la vista, — y procuran Cuidarla en su edá madura Todas sus
hijas pequeñas— Apriendan de las cigüeñas Este ejemplo de ternura
(II, 4703-8) (Más netamente dividida: A llí un gringo con un órgano Y
una mona que bailaba Haciéndonos rair estaba Cuando le tocó el
arreo. ¡Tan grande el gringo y tan feo Lo viera cómo lloraba!, (319-24.)
Finalmente, el último tipo, de dos y cuatro versos, responde a
esta construcción: La sangre que se redama No se olvida hasta la
muerte— La impresión es de tal suerte, Que a mi pesar, no lo niego, Cai
como gotas de fuego En la alma del que la vierte (II, 4739-44).
Por lo general (existen pocas excepciones), el verso no es
subdividido por complementos, sino que se extiende en su cabal
longitud de dieciséis sílabas. El verso de ocho, como unidad ideológi
ca y sintáctica, no se da en el Poema. La unidad, ya se dijo, son dos
versos. Pero a veces podría reemplazar el punto y coma o el guión por
un punto.
Basta recorrer el Poema para advertir que los dos versos iniciales
forman siempre una unidad: Otra vez en un boliche Estaba haciendo la
tarde (1265-6); Era un teme de aquel pago Que naides lo reprendía
(1273-4);M/zpobre, si él mismo creiba que la vida le sobraba! (1281-2);
Sólo se oiban los aullidos De un gato que se salvó (1021-2), etc. Está,
como dije, en la concepción del Autor; más, está en su estilo
personal. Está, ante todo, en el modelo que consciente o subcons
cientemente ha adoptado: el refrán, o el dicho, que es su equivalente
en el discurso coloquial. Tal es, no un patrón que condiciona la
inspiración de Hernández: ¡es la misma forma de pensar y decir, tal
como él lo reconoció en grado natural del gaucho al hablar! Lo cierto es
que de tal estilo de pensar, concentrando, sintetizando, no sólo
resulta el verso, en el decir de Flaubert, sino el aforismo o el epigrama.
Tal el tono de la Obra, tal el carácter del taiento de Hernández.
En fin, con un matiz de curiosidad por su rareza, hay también la
estrofa íntegra ocupada por un solo pensamiento y una sola oración.
Ejemplo: Hasta un Inglés sangiador Que decía en la última guerra
Que él era de Inca-la-perra Y que no quería servir, Tuvo también que
juir A guarecerse en la sierra (325-30). Otro: Nos aviriguaban todo,
Como aquel que se previene— Porque siempre les conviene Saber las
juerzas que andan, Dónde están, quiénes las mandan, Qué caballos y
armas tienen (II, 313-8), y Tampoco tenía más bienes N ipropiedá
conocida Que una carreta podrida Y las paredes sin techo De un
rancho medio desecho Que le servía de guarida (33, 2265-70).
207
LAS ESTROFAS IRREGULARES
208
XI, registradas por Tiscornia como seguidillas a pesar de que les
faltaría para ello el pentasílabo del quinto verso. De todo el Poema, el
canto VIH de la Ida es el más irregular y el que en cuanto a la métrica
presenta el más interesante problema, pues cambia de la forma inicial
en cuartetas dobles a la sexteta, además de acusr imperfecciones en la
rima como en ningún otro pasaje de la Obra. Aquellas cuartetas
dobles difieren de las comunes (a-b-b~c; d-e-e~c) en que las asonantes
del cuarto y octavo verso son de palabras llanas y no agudas, como es
lo común. La primera sexteta de ese canto contiene una de las
anomalías más extrañas en cuanto a la rima, con el quinto verso libre.
Sólo se da tres veces en la Vuelta esa anomalía (versos 143, 2455 y
2467), pero en el Canto VIII se repiten con evidente sentido de forma
indecisa, tentada y no corregida, antes de aceptarse el canon de la
sexteta.
El Canto I de la Ida es de mayor regularidad en la observancia de
la disposición canónica de las rimas; en el verso 54 aparece la primera
asonante aguda. En los Cantos II y III de la Vuelta la estrofa canónica
no tiene excepciones; también es de mucha regularidad (sólo cuatro
excepciones) el Canto I de esa parte. En la Ida el Canto DI da ocho
anomalías de ese tipo; el VI, siete (más dos disposiciones caprichosas
de la rima: 1099-104 y 1105-10). En este canto, como en el XIX de la
Vuelta (versos 1523-4 y 2865-6, respectivamente), la sexteta tiene
sobreañadidos dos versos iniciales, el segundo de los cuales consuena
con el siguiente, primero real de cada sexteta. El Canto XVI de la
Vuelta es el más irregular de esa Parte; los Cantos XXIII y XXIV
observan en la estrofa la disposición de rima canónica, sin excepción.
El Canto X X X (Payada) de la Vuelta es el más irregular, en cuanto a
las estrofas y las rimas de la Segunda Parte.
LA ORGANIZACIÓN DE LA SEXTETA
Fue Unamuno quien, refiriéndose a la forma del Poema, aludió a
las “monótonas décimas’’; designación impropia de la forma de sus
estrofas, que Menéndez y Pelayo —quien en su Historia de la poesía
hispano-americana transcribe algunos párrafos de su juicio— deja sin
rectificar. La única explicación de tal desliz es que Unamuno tomara
la sexteta como los últimos seis versos de una décima. Este criterio es
el de Henry A. Holmes en M artín Fierro, an epic o f the Argentine
(1923), quien se refiere a la habilidad de Hernández en el uso de la
“combinación de seis versos” y se pregunta:
¿De dónde vino esta forma inusitada?... El examen muestra que los últimos seis versos
de una décima, tomados por sí mismos, dan la verdadera estructura que hemos
encontrado que prevalece en Hernández.
209
Y recordando la definición de décima dada por Unamuno, manifiesta
que
ella también se encuentra en Los tres gauchos orientales y en El matrero Luciano
Santos, de Lussich. No sabemos quién decapitó la décima inicial para darle la forma en
discusión.
210
que le permite atender más fielmente al sentido y al valor estético de
su verso. ^
La fuerza que siempre posee el primer verso, y su unión íntima
con el siguiente, no permiten nunca pensar que se trate de un verso
s o b r e a ñ a d id o ; además, la organización de la estrofa, regularmente en
tres miembros que Hernández articula con sabia maestría, le dan una
plenitud acaso mayor que la de la quintilla, por la simetría de sus seis
versos, que se convierten de hecho en tres.
La estrofa, con sus características de metro y rima, es una
in ven ción genial de Hernández, y no se concibe que su poesía pudiera
haberse expresado en otra forma. Responde no a una innovación
técnica, sino a una necesidad intrínseca en su estilo y en su plan.
Es evidente que en las dos coplas del Canto XI de la Ida, falta el
5° verso de la seguidilla. Es un procedimiento de condensar y
comprimir, en la estrofa, como la sinéresis y la sinalefa en el verso.
Otra hipótesis, acaso la más verosímil y natural, es que la sexteta
se haya producido, por sí misma, de la reducción de la doble cuarteta
con que comienza el canto VIH. Entonces, hasta se podría localizar
cuál ha sido la primera sexteta hecha por Hernández, al suprimir los
dos primeros versos de la segunda cuarteta. Así la encontramos en
1289-94, en su primera forma: Se tiró al suelo; al dentrarLe dió un
empeyón a un vasco— Y me alargó un medio frasco Diciendo: “Beba,
cuñao”. — “Por su hermana, contesté, Que p o r la m ía no hay cuidao. ”
Esta estrofa contiene la única excepción de un primer verso que
puede dividirse, por su sentido, en dos cláusulas que el autor separa
con punto y coma, y además contiene el quinto verso libre, primero de
todos los contados casos que se encuentran en el Poema.
211
que se inicia. Esta sexteta —posiblemente ei accidente feliz del
Poema—■interrumpe no solamente una forma de estrofa, sino una
forma de narrar. Desde ahí la composición se ciñe, y ya esa misma
sexteta es la octava a la que se han suprimido posiblemente los dos
versos más débiles; el primero y el segundo de la última cuarteta.
Termina la primera con un exabrupto del Compadre: Beba, cuñao, y
en seguida sigue, sin acotación, que se pospone: Por su hermana, que
da inmensa vivacidad al diálogo. Es posible que antes, los dos versos
suprimidos aludieran a la actitud de Martín Fierro, invitado y
ofendido de manera tan brusca, Pero si el Autor optó por suprimir
toda observación para entrar de inmediato a la réplica, tan enérgica,
como el atropello del Compadre, habría acertado con su maestría
habitual, Es lógico, pues, que tal como quedaba ensamblada la
estrofa, reducida a seis versos, debió de darle la impresión segura de
que ese arreglo era un verdadero hallazgo. La estrofa tiene el quinto
verso libre, que está indicando la falta de los dos anteriores, uno de los
cuales compaginaba la rima. La circunstancia de que el lector haya
encontrado en seis cantos anteriores esa estrofa, no puede ser motivo
para desechar la hipótesis de que ésta es la primera sexteta que
escribe Hernández, pues evidentemente este episodio del boliche,
como el anterior del baile, son piezas absolutamente desconectadas
del contexto biográfico y hasta psicológico anterior. Por otra parte, la
llegada del Compadre, descabalgando, y su muerte, están contadas en
dieciocho versos, incluido en ellos el diálogo, que está recortado en lo
absolutamente indispensable, con la natural ofensa y desafío. Es un
ejemplo admirable de concisión como no lo hay mejor en todo el
Poema. Y si se tiene en cuenta que también la escena del baile (en el
canto anterior) está trazada con suma rapidez y seguridad, es
admisible que ambas piezas fueran trazadas en “un momento” de su
concepción que no se repite. Quedará la forma de contar sintética
mente, pero no la síntesis misma abarcando la escena, los personajes
y la acción.
Además, es sensible que ai comenzar el Canto VTEI Hernández
tiene en vista la cuarteta y no otra forma, aunque aquí varíe de la
cuarteta propiamente dicha a la cuarteta doble, variedad que pudo
sugerirle la necesidad de no insistir y de evitar la monotonía que
inevitablemente habría resultado de ello. No puede caber duda, a
nadie que conozca el manejo del verso, de que el Canto VII responde a
la misma manera y técnica de los dos cantos de Picardía (XXXVII y
XXXVIII) y que el Canto VIII “es posterior a ellos, pero anterior a
todos los demás” .
La aparición de algunas estrofas con el quinto verso libre, en ese
canto, tiene distinto sentido que en los otros de la Ida, pues aquí la
212
elocución es natural, mientras que en los demás (Canto Iy Canto X, v.
1823) terminan con interjecciones. Caso distinto es el de las dos
estrofas del intruso en el relato del Hijo Segundo, que no puede
explicarse ni por negligencia ni por indiferencia. Hernández ha
trabajado ya demasiado primorosa, conscientemente, su sexteta para
atribuirle un desliz tan palmario. La explicación debe ser otra. Ha de
señalarse que las dos estrofas que siguen inmediatamente a la
“primera sexteta”, del Canto VIH, llevan en el quinto verso una
asonante sin tendencia a consonante (como se nota en todos los casos
en que el consonante es incorrecto). Demostraría, sobre la misma
hipótesis, que, efectivamente, al aparecer la “primera sexteta” y
adoptarla sin vacilar como modelo, Hernández aún no ha concebido
su ajuste completo. Esto lo consigue en la estrofa que sigue a la
muerte del Compadre: Y como con la justicia No andaba bien p o r allí,
Cuanto pataliar lo vi, Y el pulpero pegó el grito, Ya pa el palenque s q I í
Como haciéndome chiquito (1307-12). Cinco estrofas más, en ese
canto, quedan con el quinto verso libre, y la última lleva un asonante
del tipo de los que no tienden al consonante incorrecto»
Los dos versos supernumerarios del Canto IX (1523-4) de la Ida y
del XIX (2865-6) de la Vuelta son, evidentemente, adiciones que
demuestran que para Hernández el canon de la sexteta no era un
dogma, y hasta que se permitía infringirlo sin ninguna necesidad.
Caso idéntico es el de las dos sextetas de la pelea con el Indio, donde
hay en cada una un verso supernumerario, que Hernández prefirió
dejar para no debilitar la impresión que con su refuerzo obtenía. No es
un recurso que necesite, ni está en él aprovechar de ese modo sus
fuerzas siempre superabundantes, pero explica la anomalía como
corresponde más al estilo del Poema que a su factura formal. En todos
los casos la corrección de la irregularidad le hubiera demandado poco
esfuerzo; pero tan dentro de su Obra está el Autor, que no podían
afectar su conciencia esas licencias veniales cuando quedaba robus
tecida la estrofa por su misma incorrección (caso análogo al de las
rimas incorrectas). La otra explicación, que podría dimanar de que
Hernández no corregía las pruebas de imprenta (trabajo a cargo de
un corrector inteligente, que dio a la ortografía mayor regularidad que
la del manuscrito), llevaría implícita la no revisión del manuscrito
antes de llevarlo a componer. Y aunque esto está en el carácter
negligente y libre de prejuicios de cultura libresca de Hernández,
debe desecharse, porque la interpretación del valor estético de su
obra, sobre las imperfecciones parciales, justifica mejor estos desli
ces, que sólo son problemas de morfología para un censor excesiva
mente retórico. La reiterada lectura del Poema da al lector puntos de
vista distintos de los que necesariamente tiene que adoptar en las
213
prim eras, orientadas por una crítica que comprende tam bién ia
forma. La valoración y aprehensión totales del Poem a exigen en el
lector la superación de esos escrúpulos escolares, porque la Obra está
más allá y no más acá de esas convenciones artísticas. Las incorrec
ciones —to d as— forman parte de la perfección de la Obra, y ya
Hernández las desechó en bloque al decidirse por su sexteta y por su
rima, tan personales como no las hay en ninguna otra tentativa de
innovación (excepto los versolibristas) de cualesquiera literaturas. En
este concepto deben considerarse las estrofas con quinto verso libre y
los versos de consonante incorrecta que con suma facilidad hubieran
podido enm endarse.
Es de advertir que las dos estrofas que corresponden a la
interrupción del intruso al Hijo Segundo, en la Vuelta, dejan el quinto
verso libre (H, 2455 y *2467).
214
La últim a estrofa suelta agregada, dice: H ay trapitos quegolpiar,
Y de aquí no me levanto. Escúchenme cuando canto S i quieren que
desembuche: Tengo que decirles tanto Que les mando que me escuchen.
Se interpolan los versos entre: Jam ás se para a cantar [el pájaro
cantor], E n árbol que no da flo r (149-50), y Déjenme tomar un trago,
Estas sun otras cuarenta... (157-8).
Las cinco estrofas agrupadas que se intercalan, dicen: [Brotan
quejas de m i pecho, Brota un lamento sentido; y es tanto lo que he
sufrido Y males de. tal tamaño, Que reto a todos los años A que traigan
el olvido.] Ya verán si me dispierto Cómo se compone el baile; Y no se
sorprenda naides S i mayor fuego me anima; Porque quiero alzar la
prim a Como p a tocar al aire. Y con la cuerda tirante. Dende que ese
tono elija. Yo no he de aflojar manija M ientras que la voz no pierda, Si
no se corta la cuerda O no cede la clavija. Aunque rompí el estrumento
Por no volverme a tentar, Tengo tanto que contar Y cosas de tal calibre,
Que Dios quiera que se libre E l que me enseñó a templar. De naides
sigo el ejemplo, Naide a dirigirme viene, Yo digo cuanto conviene Y el
que en tal güey a se planta Debe cantar, cuando canta, Con toda la voz
que tiene.
Es evidentísimo que todos esos versos, de todas las estrofas, por
su tono altanero y desafiador, como de quien ha de decir duras
verdades, se aplica mejor a la actitud de M artín Fierro, en la Ida que
en la Vuelta. Lo que cuenta aquí son episodios en los toldos, pero
nada de carácter acusativo del desquicio y m aldad de los hom bres que
gobiernan. E sas estrofas es muy posible que las hubiera compuesto
para agregar en alguna reedición de la Ida (excepto donde se refiere a
haber roto la guitarra), pues no tienen en verdad coherencia con la
postura del gaucho envejecido que regresa, dispuesto a trabajar. Su
única acusación en esta Parte es que las cosas estaban lo mismo que
como las dejó. Por lo demás, el texto se lee bien como hab ía sido
compuesto en el manuscrito, sin los agregados. Estos, lejos de insistir
en el tono del que retom a el canto, aunque su altivez aquí es la de un
cantor célebre más que de un gaucho altivo, lo modifican, y retrotraen
su apostura a la del comienzo del Poema.
Esto se ve sobre todo en la estrofa primera, donde se refiere a dos
cantores, y que evidentem ente habría engarzado mejor en los últimos
cantos de la Ida, que es donde M artín Fierro y Cruz dialogan. Allí, por
otra parte, están los versos que recuerda Villanueva para afirmar la
teoría de que han de entenderse “ por el cual el cantor se herm ana con
el pueblo” : Ya veo que somos los dos Astillas del mesmo palo (2143-4); y
No hemos de perder el rumbo; Los dos somos güeña yunta (2209-10).
Todo el trabajo de Villanueva es una argucia ingeniosa que agrava la
215
inoportunidad de la expresión plural de M artín Fierro. Mucho más
artificiosa es la interpretación de Tiscornia:
Fierro abunda en la espontaneidad con que se revela a los hombres y a las aves la facultad
fie cantar, reconocida al principio del poema, y finge aquí la presencia de un segundo
cantor (no hay otro que el auditorio) para dar la ilusión de una payada.
LA RIMA
216
gg pues, la rima en consonante, y dispuesta en sus cinco versos que
c o n s u e n a n , de modo que rimen el segundo, el tercero y el sexto, y el
c u a rto y el quinto entre sí. Las anomalías en esa estructura y en ese
c a n o n del consonante no deben inducir a valoraciones erróneas.
Muchas de éstas son posibles. En prim er término, el suponer que la
incorrección del consonante responda a torpeza del Autor, o a
despreocupación, o a falta de nociones de preceptiva en él. Acaso haya
u n poco de todo esto, pero la razón de por qué Hernández incurre
conscientemente en tales incorrecciones es otra, de tal magnitud, que
invalida a las demás.
No era Hernández un artista escrupuloso acerca de los deberes
técnicos del versificador; de serlo, no habría siquiera intentado la
e m p re s a . Lo dem uestran además las dos más osadas libertades que se
permite —no las hubo, ni parecidas, en toda la historia de la poética
española ni americana—: dejar un verso libre al principio de la estrofa y
usar un consonante como norma, que en sus eventuales incorrecciones
p u e d e llegar al asonante, sin serlo (se pueden enumerar los pocos
versos, casi todos ellos en el Canto VIH, en que se trata de un asonante y
débil, o del quinto verso libre).
Así, pues, la norma es el consonante, sin medir las dificultades, en
razón de las pocas rimas que en castellano tienen algunas palabras, y
algunas de las más expresivas. No rehuye Hernández acometer la
hazaña, pues cuenta de antemano con un salvoconducto de indemnidad
en su actitud de colocarse exprofeso fuera de la literatura culta: apelará
al consonante aproximado. Una de las reglas de sus infracciones
innumerables es la desinencia del plural.
La rima de Hernández es rica; por ejemplo, en la Vuelta se
encuentran (361-6) las palabras “pobre” (libre), “safarrancho” , “ca
rancho”, “sacia”, “ desgracia” y “rancho”, y en la Ida (1057-62) las
palabras “falte” (libre), “sobre”, “cobre”, “enjambre”, “pobre” y
“hambre”, que no dificultan la naturalidad y firmeza de la elocución.
Son casos que pueden multiplicarse. Para él la rima nunca es un
estorbo, ni tampoco un aliciente para construir el verso en función de
ella, La emplea como elemento indispensable en la economía artística
de su obra. Dentro de su preceptiva revolucionaria, el consonante
incorrecto, el cuasi consonante, entra en la norma. Es la norma lo
incorrecto, mas una vez admitida no puede hacérsele juicio de
infracciones. Las infracciones son la regla. Esta osadía no se comprende
pronto. Hasta muy avanzado el proceso de identificación con la Obra
(dura algún tiempo en las personas hechas al respeto de los dogmas,
sobre todo, estéticos) no se entiende que el primer verso blanco de la
estrofa y el sistema canónico de usar indistintamente la rima perfecta o
217
la incorrecta, forman una concepción del verso y de la versificación
absolutamente justificables y de gran valor artístico. Es el idioma
mismo el que plantea tales dificultades, como las advertimos con
carácter grotesco muchas veces aun en grandes poetas; agrupa en
algunas formas de consonante o de asonante la mayoría de las voces
útiles y nobles. De manera que gran cantidad de éstas son prácticamen
te inutilizables o llevan inevitablemente a su palabra anexa, la única del
vocabulario fonético. Independientem ente de la riqueza discutible del
idioma (se considera siempre la cantidad de voces y no su calidad, sin
pensar además que aun los idiomas pre-alfabetos son riquísimos en
cantidad), está la riqueza sonora, que facilita al escritor su tarea. El
castellano (puede revisarse hojeándolo, cualquier diccionario de rimas)
de antemano cohibe al poeta, si se somete al rigor del consonante
estricto; o lo lanza sin freno en asonante, que también forma grupos
arbitrarios y desproporcionados.
Al resolverse Hernández por la libertad de un verso en su favor,
para arm ar la estrofa, y del consonante incorrecto, no adopta una pos
tura “anticulta” simplemente (pues tam bién hay eso), sino una postura
racional, lógica, que ojalá hubiera sido seguida antes por otros, para que
ahora pudiera usársele sin escrúpulos. La fuga al verso libre de muchos
poetas (de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo) que dieron muestras de
gran m aestría en el manejo de las rimas, prueba esa liberación por el
extremo opuesto. El M artín Fierro dio a este respecto también un
canon dentro de la índole del idioma; un tipo de verso que puede
juzgarse correcto, en que las imperfecciones son compensaciones del
artista en relación con las exigencias de un idioma que ofrece oportuni
dades para expresar todas las ideas y los matices del sentimiento en el
verso rimado, pero que ocultamente le reserva los más penosos
desengaños.
Debe hacerse notar que muchas veces descuida Hernández el
ajuste de las rimas. Parecería que prefiere el matiz que conserva mayor
exactitud, al que obtendría mediante una leve modificación. Por
ejemplo: el verso 70. Pero ¿cómo se han deslizado, sin ninguna
necesidad ni justificativo, los versos libres colocados en el quinto
renglón de la estrofa? ¿Quiso dejar una nueva prueba de su absoluta
despreocupación por los prejuicios del lector culto? El los observó casi
siempre, sin embargo. Lo cierto es que no podemos explicamos tal
negligencia, y que ése es uno de los muchísimos enigmas menores del
Poema. Deben considerarse, en lo que podríamos designar “las osadías
desafiadoras” de Hernández, la ordenación irregular de las rimas en los
vei'sos quinto y sexto de las estrofas. Podemos aceptar que un ajuste
con arreglo a la rima perfecta habría desmejorado la obra —acaso
218
haciéndola no viable sin reducirla a un espécimen retórico—, pero no
comprendemos estos abandonos tan impropios de un hombre que se
controla sin piedad. Como nos cuesta comprender que en el manejo del
romance se considerara libre de esas mismas exigencias, y descendiera
a un nivel tan por debajo de las otras partes del Poema, que sólo pueden
autenticarse con el testimonio de sus demás composiciones y de toda la
prosa que escribió.
Rarísimos son los versos con rima interna, como: Que padre y
marido ha sido (111); Otro mejor tejedor (II, 2480), y Pues son mis
dichas desdichas (II, 4877).
En Hidalgo (dentro de la liberalidad del romance asonantado), en
Ascasubi, en Del Campo y en Lussich, el problema de la rima es
esencial. No hay rimas incorrectas, en términos generales. Pero en
Ascasubi, que es escrupuloso en la quintilla o la décima, pasa a
elemento accesorio y trivial en el romance. Ascasubi no tiene el sentido
musical del verso. Em pieza un romance asonantado en ó, agudo (el
asonante más pobre), y lo prosigue, sin comprender la monotonía
fonética) durante tres cantos —702 versos, con una pequeña pausa—; o
bien incurre en el exceso de mal gusto de hacer pareados octosílabos
(que también hizo Lussich).
El romance es siempre uñ recurso de pobreza en la versificación, y
si de antiguo se adoptó para las descripciones y narraciones, es porque
se aproxima a la prosa en su función y en su estructura. Hernández lo
desecha, y los pocos casos en que lo emplea denotan su deseo de
terminar rápidamente un episodio (casi siempre una explicación, una
acotación) que no reviste interés artístico, sino de relleno, en el relato.
Empero, hay un caso inaudito en el Santos Vega, en que Ascasubi
emplea una forma por demás descuidada, antiartística, con una
despreocupación inconcebible en autor de tantos recursos verbales. Es
el comienzo del Canto XXXKI:
219
perceptible que se trata de un agregado, pues el canto debió de
comenzar con el relato en pareados, al que faltaba una previa
explicación que fue hecha más tarde, con un desaliño y mal gusto
im perdonables.
De estas torpezas jamás, hallaremos una en el Poema.
(.Muerte y transfiguración de Martín Fierro, t. L)
LAS IN JU STICIA S
220
al juez de campaña. Ante toda otra cosa necesita valor: el terror de su nombre es más
poderoso que los castigos que aplica. El juez es naturalmente algún famoso de tiempo
atrás a quien la edad y la familia han llamado a la vida ordenada. Por supuesto que la
justicia que administra es de todo punto arbitraria; su conciencia o sus pasiones lo
guían, y sus sentencias son inapelables. Aveces suele haber jueces de éstos que lo son
de por vida, y dejan una memoria respetada.
Este es el prototipo dei Juez que treinta años más tarde volvemos
a encontrar en el M artín Fierro. Actúa como agente electoral en los
partidos, para asegurar el triunfo de las listas oficiales. Dice el
Protagonista: A m í el Juez me tomó entre ojos En la última votación—
M e le había hecho el remolón Y no me arrimé ese día; Y él dijo que yo
servía A los de la exposición [oposición] (343-8); Y aprovechó la
ocasión Como quiso el Juez de P az... Se presentó, y hay no m ás H izo
una arriada en montón (309-12). Picardía refiere un caso análogo: M e
puso mal con el Juez; Hasta que al fin una vez M e agarró en las
elecciones (II, 3340-2). Y cuenta después cómo declinaba toda
responsabilidad en el comandante, cuando madres y esposas iban a
pedirle el regreso de los hombres llevados al fortín.
La más terrible injusticia se comete contra el Hijo Mayor, por los
tribunales, que dejan en paz al criminal verdadero condenándolo a él
en su lugar: Criollo que cai en desgracia Tiene que sufrir no poco—
Naides lo ampara tampoco Sinó cuenta con recursos— E l gringo es de
más discurso; Cuando mata, se hace el loco. No sé el tiempo que corrió
En aquella sepoltura; S i de ajuera no lo apuran, E l asunto va con
pausa; Tienen la presa sigura Y dejan dorm irla causa. Inora elpreso a
qué lado Se inclinará la balanza— Pero es tanta la tardanza Que yo les
digo por m í— E l hombre que dentre a llí Deje afuera la esperanza. Sin
perfecionar las leyes Perfecionan el rigor— Sospecho que el inventor
Habrá sido algún m aldito— Por grande que sea un delito Aquella pena
es mayor. Eso es para quebrantar E l corazón más altivo. L o s llaveros
son pasivos, Pero m ás secos y duros Tal vez que los mesmos muros En
que uno gime cautivo. No es en grillos ni en cadenas E n lo que usté
penará, Sino en una soledá Y un silencio tan proj'undo, Que parece que
en el mundo E s el único que está (II, 1785-844).
Otras funciones, de albaceazgo, ejerce alguno en el Poema: Ei
Juez vino sin tardanza Cuando falleció la vieja— “De los bienes que te
deja, M e dijo, yo he de cuidar; E s un rodeo regular Y dos m ajadas de
ovejas. ” Era hombre de mucha labia, Con más leyes que un dotor. M e
dijo: " Vos sos menor Y por los años que tienes No puedes manejar
bienes, Voy a nombrarte un tutor. ” Tomó un recuento de todo Porque
entendía su papel, Y después que aquel pastel Lo tuvo bien amasao,
Puso al frente un encargao, Y a m í me llevó con él...
221
Después de la aventura con el viejo Vizcacha, sin saber “que se
hicieron de sus vacas”, no se atrevió a visitar al juez “de miedo de otro
tutor” , y concluye: M as pienso volver tal vez, A ver si sabe aquel Juez
Lo que se ha hecho m i rodeo (II, 2900-2). Igual suerte corren los bienes
de Martín Fierro, en su ausencia: A l dirme dejé la hacienda Que era
todito m i haber— Pronto debíamos volver, Según el juez prometía, Y
hasta entonces cuidaría De los bienes la mujer. Después me contó un
vecino Que el campo se lo pidieron— La hacienda se la vendieron Pa
pagar arrendamientos, Y qué se yo cuántos cuentos, Pero todo lo
fundieron (1027-38).
Los alcaldes proceden con la misma rectitud: Luego comenzó el
alcalde A registrar cuanto había, Sacando m il chucherías Y guascas y
trapos viejos. Temeridá de trebejos Que para nada servían (II, 2601-6).
Y cuando ya no hubieron Rincón donde registrar, Cansaos de tanto
huroniar Y de trabajar de balde— “Vámonos, dijo el Alcalde, Luego lo
haré sepultar ” Y aunque m i padre no era E l dueño de ese hormiguero,
E l allí muy cariñero M e dijo con muy buen modo: “Vos serás el
heredero Y te harás cargo de todo. Se ha de arreglar este asunto Como
es preciso que sea; Voy a nombrar albacea Uno de los circunstantes—
Las cosas no son como antes, Tan enredadas y fe a s ” (II, 2643-60).
El caso del “ñato enredista” es semejante al de Cruz. Los
malhechores solían ingresar en la policía o en el ejército: Se me
presentó a esigirLa multa en que había incurrido, Que eljuego estaba
prohibido, Que iba a llevarme al cuartel— Tuve que partir con él Todo
lo que había alquirido... Pero él me ganaba a mí, Fundao en su
autoridá. D ecían que por un delito M ucho tiempo anduvo mal; Un
amigo servicial Lo compuso can el Juez, Y poco tiempo después Lo
pusieron de Oficial (II, 3247-64).
El cuadro de las fuerzas operantes de la injusticia se completa
con los comandantes: Y es lo pior de aquel enriedo Que si uno anda
hinchando el lomo Ya se le apean como p lo m o ... ¡Quién aguanta aquel
infierno! S i eso es servir al Gobierno, A m í no me gusta el cómo. M ás de
un año nos tuvieron En esos trabajos duros— Y los indios, le asiguro,
Dentraban cuando querían; Como no los perseguían Siempre anda-
ban sin apuro (397-438). Pa sacarme el entripao Vi al Mayor, y lo f í a
hablar— Yo me le empecé a atracar, Y como con poca gana L e Dije:
“tal vez mañana Acabarán de pagar”. “¡Qué mañana ni otro día!, A l
punto me contestó, “La paga ya se acabó... ”. Supo todo el Comendante.
Y me llamó al otro día, Diciéndome que quería Aviriguar bien las
cosas— Que no era el tiempo de Rosas, Que aura a naides se debía.
Llamó al cabo y al sargento, Y empezó la indagación, S i había venido
al cantón En tal tiempo o en tal otro... Y si había venido en potro, En
reyuno, o redomón. Y todo era alborotar A l ñudo, y hacer papel;
222
Conocí que era pastel Pa engordar con mi guayaca, M as si voy al
Coronel M e hacen bramar en la estaca . ¡Ah hijos de una !... ¡la codicia
Ojalá les ruempa el saco! (739-88 ).
El comandante de quien da noticia Cruz se dedicaba, además, a
seducir mujeres casadas: Pero, amigo, el Comendante Que mandaba
la milicia, Como que no desperdicia Se fu é refalando a casa— Yo le
conocí en la traza Que el hombre traiba malicia.
De la justicia, dice Picardía que “ anda en ancas del más pillo” , y
el Moreno da esta definición de la ley: La ley es tela de araña— En m i
inorancia lo esplico. No la tema el hombre rico— Nunca la tema el que
mande— Pues la ruempe el bicho grande Y sólo enrieda a los chicos. E s
la ley como la lluvia, Nunca puede ser pareja— E l que la aguanta se
queja, Pero el asunto es sencillo—• L a ley es como el cuchillo, No
ofíende a quien lo maneja. Le suelen llam ar espada, Y el nombre le
viene bien— Los que la gobiernan ven A dónde han de dar el tajo— Le
cai al que se halla abajo, Y corta sin ver a quien.
En el Poema se plantea una rivalidad a fondo entre el gaucho y las
autoridades como representantes de un estado de desorganización
organizada. Si el gaucho tiene algún principio instintivo de justicia, la
autoridad no. Tam bién a este respecto el gaucho perdió la partida.
Habría triunfado la justicia si con el gaucho sucumbiera lo antisocial,
la defectuoso, lo anómalo; pero tales vicios eran independientes de las
personas. Lo antisocial, lo defectuoso, lo anómalo se transfirió a los
vencedores, que vencieron en nombre de la justicia, incorporándose
los atributos negativos con la fuerza de la ley. Quedó una sociedad
privada del gaucho, en lo bueno y en lo malo; un estado de autoridades
siempre constituyentes de una organización, y, como advirtió Sar
miento, mantuvieron su autoridad por la fuerza, quedando en pie la
estructura que, después de M artín Fierro, ¿quién denunció? Antes
sí, muchas veces, como en este informe del coronel Pedro Andrés
García (que cita Juan A. García, en L a ciudad indiana, XII, i):
Poco a poco nace en el fondo de su alma el sentimiento del desprecio de la ley; en su
imaginación es el símbolo de lo arbitrario, de la fuerza brutal y caprichosa, encarnada
en un funcionario mandón, más o menos cruel y rapaz, “un alcalde pedáneo, manejado
tal vez por un charlatán, que sólo se distingue de los otros en saber formar muy mal
cuatro renglones, de que nacen la impunidad de los delitos, la multiplicidad de los
malévolos, la incivilidad y el desorden, la ruina e indefensión de las poblaciones”;
dispuesto siempre a torcer la vara de la justicia en favor del hacendado prestigioso, con
vinculaciones en la capital, amigo de los conquistadoras, con casa y quinta en la ciudad,
chacras en las afueras y cuantas suertes de estancias puede acaparar, todo bien
poblado por la naturaleza, que multiplica las innumerables piezas de ganado. Sabe que
no tiene derechos, es decir, tiene la impresión clara de que su bienestar, sus cosas, su
familia, son átomos insignificantes que tritura sin mayor preocupación el complicado
mecanismo oficial.
223
En fin, el tem a fundam ental del Poem a, el que cala más hondo, es
el de la injusticia. Mucho más que lo político y lo social, configura un
m undo fronterizo en el sentido lato de la palabra. El Poema localiza y
personifica la injusticia. El órgano central que la genera es el Estado,
en todas partes monopolizador de la pública ignominia. Sólo él se
perm ite lo que le está vedado, en el orden de la dignidad, al más
humilde de los ciudadanos. Aquí y en todas partes. H asta el derecho
tiene para con él excepciones criminales. Lo dem uestra palm ariam en
te Kelsen (en La p a z p o r medio del derecho):
Si un acto es imputable al Estado y no al individuo que lo ha realizado, el individuo,
según el derecho internacional general, no puede ser hecho responsable por ese acto
por otro Estado sin el consentimiento del Estado de cuyo acto se trata. En lo que se
refiere a la relación del Estado con sus propios agentes o súbditos, puede ser tenido en
cuenta el derecho nacional. Y en el derecho nacional prevalece el mismo principio: un
individuo no es responsable por su acto si se trata de un acto del Estado, es decir, si el
acto no es imputable al individuo, sino únicamente al Estado.
Aquel mundo fronterizo del M artín Fierro es una zona del mapa
de la civilización universal. La legislación y la doctrina sobre la guerra,
considerada en determ inados casos como legítima por el derecho
internacional, origina esa descomposición moral en E stados cuya
vida norm al es, en la realidad de los hechos, el de guerra; sea por haber
los gobiernos usurpado el poder, m ediante revoluciones u otros
medios de violencia, sea por coacción de las fuerzas armadas o de la
organización estatal —particularm ente sus órganos judiciales y
policiales— sobre el propio pueblo. Se aplica por extensión a los pro
pios pueblos subyugados m ediante una acción legalizada en cualquier
forma jurídica, ese derecho inconcebible y el correlativo sentido lato
de soberanía que se reconoce al E stado, cualesquiera hayan sido las
formas de constituir sus autoridades. El fascismo y el nacionalsocia
lismo, formas críticas de ese E stad o , han creado, además, una
conciencia delictuosa de la legalidad; han destruido en sus bases
morales (y hasta teóricam ente con sofismas y doctrinas inspiradas en
224
el imperio de la fuerza) el sentido de la justicia, de la dignidad
humana, que jam ás puede ser jurídico, sino ético. T odavía sentim os
esos efectos, cuando la apelación a un orden basado en principios de
derecho natural produce el efecto de un anacronismo, de una
ingenuidad frente al nuevo status humano —no político, ni jurídico, ni
económico, ni religioso— del mundo. El M artín Fierro es el cuadro
profético de este mundo, y acaso los que en él ven reflejada la
tradición se refieran a una actualidad que a mí me repugna profunda
mente. Precursor de una exégesis insidiosa de ese tipo füe Lugones,
quien dijo en E l payador:
El ideal de justicia anima la obra. El amor a la patria palpita en todas sus bellezas,
puesto que todas ellas son nativas de sus costumbres y de su suelo. Y con ello es
completa la verdad de los detalles y del conjunto. No hay cosa más nuestra que ese
poema, y tampoco hay nada más humano. Todas las pasiones, todas las ideas
fundamentales están en él. Las nobles y superiores, exaltadas como función simpática
de la vida de acción, que representa el ejemplo eficaz; las indignas y bajas, castigadas
por la verdad y por la sátira. Tal es el concepto de la salud moral. Cuando el pueblo
exige que en los cuentos y las novelas triunfe el bueno injustamente oprimido, aquella
pretensión formula uno de los grandes fines del arte. La victoria de la justicia es un
espectáculo de belleza. En ello, como en el amor, el deleite proviene de una exaltación
de vida. Solamente los pervertidos, que son enfermos, gozan con las teorías que la
niegan y defraudan, generalizando, así, el estado de su propia enfermedad. Ellos son
productos pasajeros de las civilizaciones en decadencia. El tipo permanente de la vida
progresiva, el que representa su éxito como entidad espiritual y como especie, es el
héroe, el campeón de la libertad y de la justicia. Y por eso, porque personifica la vida
heroica de la raza con su lenguaje y con sus sentimientos más genuinos, encarnándola
en un paladín, o sea el tipo más perfecto del justiciero y del libertador; porque su
poesía constituye bajo esos aspectos una obra de vida integral, M artín Fierro es un
poema épico.
225
misma conciencia, de lo moral en la misma moral, de lo justo en el
mismo espíritu jurídico, es el saldo de un poder y de una soberanía de
bandidos que han estimulado los instintos criminales en el hombre. El
M artín Fierro nos presenta esa ceguera como estado normal. Pero se
debe hablar de justicia en el sentido que la palabra tuvo, en el sentido
humano más que jurídico de que gozó la palabra antes de la
descom posición del mundo en el transcurso de este siglo. Pues de otro
modo el estado de injusticia universal, ecuménico, que en el M artín
Fierro se evidencia por negación y aun bajo el aspecto caricaturesco
del infractor que parece obrar por cuenta propia, cuando obra
librem ente po'r un consentimiento tácito de las normas de la ilegali
dad, no podría plantearse aquí como me es indispensable.
El lector podría haberlo advertido en la lisa y llana lectura del
Poem a. Pero no lo advierte —ni lo advirtió con suficiente eficacia,
según lo prueba la conclusión absurda de Lugones— porque una de
las formas del embotam iento de la conciencia es el recurso satánico de
desfigurar la realidad de los hechos bajo el aspecto de lo pintoresco.
En el Poem a lo pintoresco y lo hum orístico atem pera en la mayoría de
los hom bres que carecen del sentido de lo “ acertado” y lo “ju sto ” ,
que se limitan a recordar estrofas que es forzoso festejar por su
indiscutible gracia. Todo chiste es siem pre una “ descarga” , como ha
explicado minuciosamente Freud. Tam bién estaba en la propaganda
científica de corrupción del mundo hacer circular chistes que ablan
daban la conciencia de los hom bres ingenuos y de los hombres
honrados, por lo regular en contra de los judíos. Leer lo pintoresco en
el M artín Fierro era lo mismo que mofarse de un pueblo entero
sacrificado en el más espantoso holocausto a la barbarie de los
pueblos cristianizados; era lo mismo que tom ar a broma los chistes
sobre la sordidez de los judíos. Y esto es, sin duda, lo que ha impedido
que en la conciencia de nuestros males el Poema haya servido de
testim onio documental.
Si alguien compadeció a M artín Fierro como víctima de un status
social, económico y político, m uchísimos más lo consideraron como
víctim a personal de injusticias personales. Han recortado las figuras
del texto, y el texto entero del contexto de la historia nacional. No se
podía reaccionar así contra el verdadero culpable, que eran la
historia, el Estado y el status. Así inspiró lástima y no indignación.
¿Y cómo callar que a su vez M artín Fierro es agente de
injusticias? Las recibe y las comete, descargándolas sobre inocentes;
y el caso de Cruz, en sus dos crím enes, es más palmario. La injusticia
natural que se nos revela en ese Poem a como un mundo, tam bién usa
de las víctim as como victimarios. Si en la Obra toma la injusticia
aspecto visible, porque está representada en seres que sabemos bien
226
que han tenido y tienen ese estigma, no brota de ellos ni muere en
ellos. Se la acomoda un poco a la concepción antropomórfica del mal,
y no se la concibe como plaga endémica sólo susceptible de ser
combatida por una cam paña de sanidad moral, m ediante el repudio
por la conciencia colectiva sana. La ley y hasta la educación son
ineficaces para ello. El Estado y sus órganos ejecutivos, legislativos y
judiciales tienen un grado de culpabilidad derivado; todos ellos y las
víctimas padecen un castigo que el pueblo les inflige, en cuanto que
responden a su voluntad y a sus necesidades orgánicas de justicia y
legalidad. No solamente los pueblos tienen los gobiernos que merecen,
sino los que quieren tener, consciente o subconscientem ente. Gobier
no, incultura, actos ilegales, configuran un status social, educacional,
religioso, político, económico, étnico, moral: un mundo. La virulencia y
nocividad de sus actos denotan el estado de salud de todo el cuerpo.
La injusticia no está encarnada en el Poema, en los personajes, ni
siquiera en los que asumen lealm ente ese papel —com andantes,
jueces, comisarios—, sino en la totalidad de la estructura. Pues ellos
son, a su vez, las ‘‘víctimas victim antes” . Existen esas fuerzas
superiores de los hom bres contra las cuales es ineficaz la voluntad del
hombre, y una terapéutica debe consistir en crear la conciencia de la
raíz de los males.
Los mismos seres castigados, como M artín Fierro, Cruz y
Picardía, engendran la injusticia que padecen. No son víctimas de
ella, sino tam bién agentes activos de su propagación, aunque los
encontremos en punto negativo por falta de circunstancias propicias.
Ambos lo prueban tan pronto como se les presenta la oportunidad de
convertirse en culpables de ese mismo delito infuso en las cosas. En
un estado social organizado sin el sentido de la justicia, sin la
conciencia de ella, no hay inocentes: hay, según el juego del azar,
perseguidores y perseguidos, que alternativam ente pueden cambiar
sus papeles, como lo hace Cruz en su condición de sargento. Lo que es
importante ahora es saber si precisam ente por ser de la estirpe de los
injustos, salió en defensa del m ontaraz. Sus sim patías por M artín
Fierro dem uestran todo lo contrario de lo que se cree. Ese es otro
aspecto de la perversidad que se atribuye a la autoridad: la de ponerse
de parte del infeliz cuando está representando, justam ente, el papel
del que no tiene razón. Si recónditam ente prestam os aquiescencia a la
actitud de todos modos injustificable de Cruz, es porque tam bién
nosotros formamos parte de ese elemento destructor, enconado, que
necesita su héroe o su ídolo para satisfacer a sus dioses cruentos. El
estado de injusticia tiene sus fuentes muy hondas en las vetas de la
condición humana; la civilización es el aparejo que se emplea para
que, al salir a la superficie, quede desnaturalizada de su amargor
227
originario y sea potable. Pero el envenenam iento es a más largo plazo.
Se ve por el Poema que el individuo vive en los detalles y en las
totalidades pero se ve tam bién que el A utor tiene conciencia de esa
totalidad. Si el individuo rem ite, con fatalism o de sabiduría popular, a
lo ineluctable esos males, es porque consiente en ser agente pasivo de
su propagación. t,a víctima es quien siem pre provoca al agresor —co
mo en los cuentos de Kafka—•, y el déspota es una deificación del
espíritu de servidumbre. Solamente después de haber intentado la
liberación, la servidumbre es una servidum bre y no una indigna
connivencia con el déspota.
En el M artín Fierro el Autor no nos dice que los males que sufren
sus personajes sean producidos por ellos mismos ni por la sociedad.
Tenemos tantas razones para considerarlos como bandidos o como
víctimas inocentes. Pesa sobre ellos la fatalidad de una sociedad mal
constituida, fundada rutinariam ente sobre la crueldad, la ignorancia y
la injusticia. Pero dice lo bastante p ara que comprendamos que se
trata de males orgánicos y constitucionales, de un estado infeccioso
generalizado, pues en ninguna parte se indica a dónde se pueda acudir
para remediarlos. Tam bién por eso el P oem a —traducido en la lectura
bien o mal— habla al lector de verdades profundas, en el lenguaje
secreto, humano y universal.
{Muertey transfiguración de M artín Fierro, t. II, 2* edición corregi
d a Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1958. La 1* edición,
del mismo sello, fue publicada en México, 1948.) ’
228
PEDRO DE PAOLI
Pedro de Paoli
231
bre de quedar sin hacer algo, m aquinar alguna cosa, tener alguna
iniciativa.
Sus cuñados González del Solar le escriben y lo visitan
llevándole o m andándole libros. Sus amigos Navarro Viola, Guido y
Spano y Olegario Andrade^ le traen las últim as novedades bibliográfi
cas. Pronto su pieza se llena de libros. Y el hombre lee, lee
afanosam ente cuanto llega a sus manos. Se impone de cuanta teoría
nueva se lanza en el mundo del pensam iento universal, y se informa de
las novedades que ocurren en Europa. Como es la época de los
escandalosos negocios de tierras, en la que el gobierno dilapida los
m ejores campos fiscales de la provincia de Buenos Aires, favorecien
do a los dirigentes de la oligarquía porteña, Hernández, hombre que
entiende de campos y de haciendas, es solicitado para revisar campos
y aconsejar compras. Así sale furtivam ente de Buenos Aires dos o tres
veces acom pañando a los com pradores y ganándose algunos pesos.
Su herm ano Rafael, que es agrimensor, aconseja a los terratenientes
de nuevo cuño que requiéran los consejos de Pepe para sus compras, y
así H ernández se inicia en esa actividad.
E n sus salidas de este año de 1872 recorre nuevam ente la pampa.
Y allá, por Dolores ve otra vez una arreada de gauchos a la frontera,
custodiados por milicos rotosos y un Juez de Paz prepotente. Allí, a
un costado del pueblo, quedan los ranchos de esos gauchos arreados,
sus chinas y sus hijos, todos en la mayor desolacióny desam paro. Más
allá ve a un gaucho que, el sabrá por qué, se alza contra la orden de
detención que le da la “ autoridad” , desenvaina su facón, hace
espaldas contra su caballo, y se defiende a faconazos.
H ernández regresa nuevamente al Hotel. Allí se encierra. Corren
rum ores de que López Jordán está por invadir la provincia de Entre
Ríos convulsionándola nuevamente. Sarm iento se pone alerta y la
policía comienza a vigilar a los antiguos federales. Hernández recibe
aviso de que se cuide. Y ya no sale del Hotel: allí se enclaustra. El
fastidio lo invade más fuerte que nunca. Ya no puede ni tan siquiera ir
a San M artín a ver a su m ujer y sus hijos. Se hastía, se desespera y
para buscar una válvula de escape, se refugia en sus recuerdos. Su
infancia, su eterna orfandad, la adversidad que lo ha perseguido
siem pre, su gran amor por la libertad, y sus compañeros de arreos y de
batallas: los gauchos. Y en seguida acude a su memoria la escena
contem plada en las pam pas de Rosario, cuando presenció la arreada
de aquellos tres gauchos: el aindiado, el m ulato y el rubio con figura
nazarena; las noticias que le trajo el año 1858 su herm ano Rafael y la
descripción que le hizo de las arreadas de gauchos de esa época; los
prisioneros gauchos tom ados a López Jo rd án y llevados m aneados a
la frontera, y esa arreada de hace unos m eses en Dolores.
232
R ecuerda tam bién que en el Uruguay oyó hablar de un gaucho
M artín Fierro famoso por sus correrías y las injusticias de la
“ autoridad” sobre él.1
E n el mes de junio recibe una carta de su amigo uruguayo, don
Antonio D. Lussich, poeta tradiciónalista, enviándole un ejemplar de
su libro de versos: “Los T res Gauchos O rientales” .
H ernández lee con interés y con gusto el libro de su amigo
uruguayo. Y le contesta felicitándolo.2 Sin embargo ése no es todavía
el libro que se debe escribir sobre los gauchos, como no son tampoco
del sentir gaucho los versos escritos por Hidalgo, Ascasubi y del
Campo. No, sobre los gauchos hay que escribir de otra manera, hay
que decir otras cosas. Sí, hay que decir lo que él de a ratos ha dicho en
muchas partes, ocasionalmente, y que ahora se ha propuesto decirlo
definitiva y seriam ente, m atando el fastidio de la vida de Hotel y
haciendo justicia a los gauchos, a los que “ él va a defender” .3
Y allí está en su pieza del “ Hotel Argentino” escribiendo
tranquilam ente versos gauchescos. A veces los va tarareando como si
los cantara con la guitarra en quien sabe cual de las pulperías
pam peanas que él ha conocido, o en el fogón de los tantos en que ha
estado como gaucho o como soldado.
Se consubstancia con el personaje protagonista, se identifica con
él, se pinta a sí mismo en su imagen espiritual, y de pronto advierte que
ha escrito su propia historia, su fie l biografía transfigurado en gaucho.
Allí está en forma persistente su orfandad, su desam paro espiritual,
que él sufrió desde niño. Allí está, en esos versos gauchescos, la
adversidad empujándolo de un lado a otro; allí está su afán de justicia
y su gran amor por la libertad; y allí está la prepotencia del que manda,
arbitrario, insolente e injusto.
H ernández se detiene y queda absorto: Ese gaucho M artín Fierro
es él, él mismo, de su misma figura, de su propia edad, de su mismo
espíritu y con idéntica alma. Le ha ocurrido lo mismo que a Dante y a
233
Cervantes: se ha autobiogr añado. Pero ya está y no es posible volver
atrás, i A ver cómo el pueblo dándose cuenta de todo esto, sale un día
rebautizándolo, llamándole a él Martín Fierro!
Está al final del año 1872 y lleva su poema a la imprenta “La
Pampa” de la calle Victoria. En poco tiempo están compuestas las
páginas del poema, y como sobra papel del pliego, y porque lo
considera de actualidad e interés, le agrega al final un largo artículo
sobre el “ Camino Trasandino”, que ya ha publicado en un diario de
Rosario.
¿Es porque está muy pobre, o porque quiere colocar su obra al
amparo de un hombre respetable como don José Zoilo Míguens,
amigo suyo y propietario del campo donde se desarrolló la batalla de
San Gregorio, que a él le dedica Hernández el libro y a él se lo da para
que sea su editor? ¿Por eso en la carta que le escribe le dice que “allá
va acogido al amparo de su nombre”?
Pero el libro no aparece todavía al público. Hernández lo guarda
celosamente. El aún no debe dar señales de vida, y menos escribir ni
hablar públicamente. Ha recrudecido el recelo sobre los antiguos
federales, pues es ya una idea aceptada que López Jordán ha de
invadir nuevamente Entre Ríos. Hernández es sospechoso de estar en
connivencia con los jordanistas y Sarmiento no es hombre de muchas
contemplaciones. Y la vida de hotel, con todo su fastidio, enerva el
ánimo de Hernández. Pero despunta el año 1873 y por fin, el libro sale
a la venta. Y su aparición causa desconcierto, asombro y confusión.
¿Cómo, hay alguien que se atreve, en esta época de progreso, de
ferrocarriles y telégrafos, a defender al gaucho que es el representante
de la barbarie? ¿Quién es este escritor, poeta para más, que invoca la
justicia y el derecho de gentes refiriéndose al gaucho? ¿Cómo se
atreve alguien, en esta Buenos Aires de las grandes luces, de levita
negra y galera alta, plena de europeísmo y yanquiísmo, a decir que
“son campanas de palo las razones de los pobres”? ¿Quién tiene la
insolencia de decir que el gaucho “ es el primero en la guerra”?
¡No, el gaucho es ese ser inferior, ignorante y bárbaro al que hay
que hacer desaparecer! ¡En los libros el gaucho solamente puede
aparecer como personaje cómico, para que la gente se divierta con sus
pobres ocurrencias y su asombro de lo que es la ciudad civilizada,
como ocurre en el “Fausto”, de del Campo, o en los versos del coronel
Ascasubi. ¿Cómo es posible que venga alguien ahora a decir que el
gaucho es un perseguido, un despojado y un calumniado? ¿Cómo
puede nadie sostener que el gaucho ha contribuido en alguna forma a
la independencia del país y a su organización nacional? ¿Cómo ha de
decirse eso en letras de molde, cuando la “ilustración” de Buenos
Aires ha decretado ya en libros famosos y en discursos notables que el
234
gaucho es la barbarie y el atraso? El mismo Presidente de la
República, el ilustre Sarmiento ha escrito a Mitre, hace ya rato: “No
ahorre sangre de gauchos que es buena para abonar la tierra. La
sangre es lo único que los gauchos tienen de seres humanos” .
Pero el libro de Hernández obtiene un éxito rotundo. El pueblo
pobre, los gauchos, la campaña lo leen ávidamente. A los dos meses
se agota la edición y hay que hacer otra con mayor tiraje. Los
intelectuales, los hombres de luces, alaban el libro y así le escriben a
Hernández, pero lo hacen con sus reservas. Lo aplauden como al
negrito, el hijo de la cocinera mulata, cuando ha salido inteligente y
sabe decir lindos versos de memoria y con graciosa mímica. Lo llaman
al negrito y lo hacen recitar en el patio, y después de escucharlo y darle
un pedacito de torta, lo mandan nuevamente al segundo patio, al lugar
de los negros, no sea cosa que el negrito crea que por eso tiene derecho
a entrar en la sala, donde canta, toca el piano o recita, la niña o el niño
de los amos.
Así se elogia a “Martín Fierro”: está muy lindo, muy bien, muy
justo, pero “a la cocina para que lo lean los peones”. En el estante de la
biblioteca quedan “La Cautiva” de Echeverría, “El Fausto” de Del
Campo, y “Paulino Lucero” o “ Santos Vega” de Ascasubi. No se
confunda al negrito “versiador” de la mulata cocinera, con la niña o el
niño de los amos.
Pero Hernández está satisfecho con su libro: ya ha dicho su
palabra: al “tapao” le ha sacado la manta, lo ha limpiado de barro, lo
ha tusado, y lo ha largado al andarivel. ¡Y habrá parejero par a rato! ¡El
que sea capaz, que le gane la carrera en el tiempo!
“Martín Fierro” no es producto de la fantasía ni es novela; es la
biografía de su autor escrita en estilo y personajes gauchos; sacada del
ambiente culto de la ciudad, y llevada al campo. Cada una de las
desdichas de Martín Fierro, de las luchas, persecuciones e injusticias
que sufre, con sus dolores y sufrimientos, son los que pasa José
Hernández en su lucha contra el despotismo y la prepotencia de los
que mandan.
Hagamos un paréntesis en la narración de esta vida tan intere
sante y aleccionadora de José Hernández, una de las más ejemplares y
señeras de nuestra historia, y expongamos los argumentos de esta
tesis que creemos ser los primeros en sustentar.
Cuando se habla de “Martín Fierro” se cita siempre a Hidalgo,
Ascasubi y Del Campo. Y se habla de ellos para señalar la diferencia
que tienen con Hernández. Los cuatro escribieron en estilo gauchesco,
pero las obras de los tres primeros se diferencian sustancialmente de
la del último. Hidalgo escribió sus versos describiendo personajes y
hechos sin ninguna profundidad ni trascendencia, sin penetrar en el
235
alma de sus personajes. Ascasubi, muchacho travieso en el despertar
porteño a la libertad política, grumete forzado por lejanos mares y
adolescente vagabundo por países extraños, es soldado por corto
tiempo en las guerras civiles argentinas, como ha sido por menos
tiempo tipógrafo y panfletista ocasional, y más tarde, cuando Rosas
aprisiona el país en su puño férreo, se avecina en Montevideo, es
unitario, y encerrado en la heroica ciudad sitiada, deja el sable bien
pronto para empuñar la pala de panadero, se afinca, se convierte en
proveedor del ejército de Paz y se enriquece.
Desde entonces Ascasubi es hombre rico, y cuando Urquiza
entra en Buenos Aires después de derribar a Rosas, Ascasubi entra
también, cabalgando un oscuro soberbio, ostentando el grado de
coronel, y figurando entre los oficiales favoritos de Urquiza. Pone casa
en Buenos Aires, casa rica, y por su gran fortuna, ganada como
proveedor del ejército, su simpatía, sus poesías y sus relevantes
prendas morales, se convierte en uno de los hombres más estimados y
populares de Buenos Aires.
El dominio que ejerce el Partido Unitario en Buenos Aires, lleva a
Hilario Ascasubi a una situación política privilegiada. El gobierno le
ofrece lo que él desee. Mitre lo envía como gestor extraordinario a
Francia para enganchar soldados mercenarios “para la defensa de los
fortines de la frontera suroeste de Buenos Aires en lucha con los
indios”. Y allá en París, Ascasubi vive la vida fastuosa y principesca
de los embajadores ante la corte imperial de Napoleón Tercero y
Eugenia Montijo. Todo lujo es poco para el coronel criollo: visita los
departamentos reservados de Versalles y el Gran Hotel de Cluny y se
codea con la condesa Walewsca, con la princesa Ana Murat, con la
baronesa de Rothschild... En el Bois de Boulogne su coche principes
co y sus caballos de pura sangre rivalizan con los deslumbrantes del
Embajador del Zar de todas las Rusias...
Hilario Ascasubi —Aniceto el Gallo— escribe poesías gauches
cas, se ocupa del gaucho: “Paulino Lucero”, “ Santos Vega”, y otros
poemas menores. Cuando está en su apogeo, surge otro poeta
gauchesco en Buenos Aires: Estanislao del Campo, hijo de un militar
unitario, y unitario él mismo. Nace en un hogar distinguido, si no de
fortuna, de buena posición. Se le rodea de todas las atenciones
comunes en los hogares distinguidos de la época y hasta se le coloca,
cuando llega a la adolescencia, de dependiente de tienda, destino de
la juventud dorada criolla de entonces. El mocito es un petimetre, un
niño bien, travieso, con la amable irresponsabilidad que otorga el ser
“hijo de papá” , conversador y picaflor. Un día deja la tienda y ciñe el
sable. Primero va a Cepeda, con el ejército de Mitre, y luego a Pavón,
con el mismo ejército. De regreso en Buenos Aires, se emplea en un
236
Ministerio, y es desde entonces, dada su posición de oficialista,
empleado público. Llega a ser Oficial Primero, equivalente a Subse
cretario. Goza de ese privilegio toda su vida, hasta que muere.
Hombre elegante, distinguido, de posición económica cómoda y
desahogada, bien emparentado, poeta mimado, Buenos Aires y su
sociedad más distinguida, son los escenarios de sus éxitos. Desde ese
ambiente escribe sus poemas gauchos, de los que sobresale “Fausto”.
Mientras Hilario Ascasubi —a quien se le jubila con sueldo
íntegro con retiro de inválido “en atención a los remarcables servicios
de este Jefe, que es más meritorio que si se hubiese inutilizado por
heridas en función de guerra” y además por “las desgracias inespera
das que le han hecho perder su fortuna y por los sinsabores domésticos
que le rodean”— pasea por París con un sueldo fabuloso y rodeado de
todos los halagos principescos, y Estanislao del Campo goza de su
posición tranquila y cómoda de alto empleado nacional, ¿qué vida
pasa José Hernández?
Mientras los dos primeros viven cómodamente en la ciudad,
gozando de su situación de oficialistas, ¿qué contacto tienen con el
gauchaje que el gobierno arrea a punta de bayoneta hacia los cantones
de la frontera, voltea sus ranchos y dispersa sus familias a los cuatro
rumbos?
Cuando Ascasubi y Del Campo escriben sobre el gaucho, ¿qué
hay que los una con éste; qué afinidad tienen con él, hasta dónde
conocen y sienten en carne propia el dolor del gaucho, sus persecucio
nes y sus injusticias? ¿Qué hay entre Ascasubi y Del Campo y el
gaucho aporreado? Nada, absolutamente nada. Para Hernández, en
cambio, está todo, lo es todo.
Hernández ha sido gaucho, gaucho que arrea haciendas, que
enlaza, que voltea, que doma, que duerme en el campo sobre el pellón,
que anda leguas y leguas y días tras días, por la pampa desolada,
sufriendo escarchas, lluvias, viento, calor, sol. Los halagos de la
ciudad no los ha conocido; los mimos del hogar de economía holgada
se cortaron para él en los primeros años de la infancia; las fiestas
cautivadoras y deslumbrantes de los salones distinguidos fueron
sueño para él. En su vida, desde la pubertad, sólo ha conocido el
trabajo y la rudeza de la pampa. Cuando los años mozos afloraron, ya
había afrontado los malones y había jugado su vida en la punta de las
lanzas en entreveros salvajes en el silencio y soledad pampeanas.
Cuando por dentro comenzó a sentirse hombre, tuvo que ceñirse el
sable y salir a combatir entre las fuerzas que ni eran estrictamente de
línea, ni montoneras. Cuando llegó a la ciudad para asomarse a la vida
ciudadana, llegó vestido de gaucho, asombrado como un gaucho,
sintiendo como un gaucho, hecho un gaucho. Cuando quiso pensar y se
237
puso a escribir, advirtió que todos los sinsabores, todas las desdichas,
y todas las injusticias del gaucho estaban en su propia vida. Y escribió
como un gaucho. ¡Fué fiel a su propia esencia!
Ahora, este año de 1872, ha vuelto a Buenos Aires, su ciudad, su
pago. Está escondido; vive ocultándose de la policía, sin ser delin
cuente, sino por sus ideas de libertad.4
Está solo, sin su familia, que ha ido a Baradero, a casa de su
hermana Magdalena huyendo de la fiebre amarilla que asoló la
ciudad. ¿Qué pensamientos y qué ideas pueden acudir a su mente?
¿Qué hechos puede relatar? ¿Qué es lo que puede estar más vivo en él?
¡Su vida!
Tiene treinta y ocho años, tiene una mujer y cuatro hijos, pero no
tiene casa, ni bienes, ni tan siquiera sabe si su porvenir es seguro.
Llega como un proscrito, perseguido por la policía, amenazado de
muerte, vencido en su causa política y social por la que sacrificó todo,
sin orientación, arrimo, ni luz en su camino. Atrás, en el pasado
cercano, quedan sus sufrimientos y sus derrotas; adelante está lo
incierto; junto a él, la miseria y el peligro. Y el hombre se pone a cantar
—a escribir-—. ¿Cómo no ha de mentar como motivo principal, “su
pena extraordinaria” si la pena lo agobia y lo satura hasta rebasar de
su corazón?
Y en seguida el reproche para los otros que cantan alo gauchesco;
a los que “tienen fama bien obtenida pero que no la quieren sustentar,
gastándose en la partida”. Es una alusión a Ascasubi y sobre todo a su
gran amigo Del Campo. Pero estos poetas no podían cantar en el
sentido que lo exigía Hernández porque ni eran gauchos ni sentían su
dolor. Para ellos el gaucho era un sujeto de entretenimiento, un
motivo de inspiración para su musa festiva, alguien a cuya costa
podían hacerse unos versos para que la gente se divirtiese.
Para Hernández el gaucho es la esencia misma de la nacionalidad,
el arquetipo del solar nativo, la imagen viviente de la patria en la
soledad inmensa de la pampa. Y aunque él no tiene aún fama de poeta-,
ha de terciar en la partida en verso, dispuesto a cantar donde otros
canten porque él “ha venido desde el vientre de su madre, a cantar”.
Pero no entra en el contrapunto humildemente, sino con toda bizarría:
porque “él es toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno y dispuesto a no
separarse de ese intento aunque vengan degollando” . Y por si alguna
duda tuviera alguien de cuál es la esencia misma de su alma, él lo
declara altivamente: “Soy gaucho, y entiéndanlo como mi lengua lo
explica. ”
4 Hay quienes sostienen que era por la fiebre amarilla. Pero no pudo ser porque
el flagelo duró del 27 de enero al 21 de junio de 1871. - Nota del Autor.
238
Hecha su presentación, en el canto segundo entra a hablar de sus
penas, porque él no tiene en su vida alegrías ni triunfos que contar.
Toda su vida de luchas, sufrimientos y persecuciones se condensa en
una sola palabra: Sus penas. “Ninguno me hable de penas, porque yo
penando vivo”. ¿Cuándo no sufrió Hernández? ¿Cuál es el período de
su vida en que la pena no lo sature? Cuando nace tiene por cuna una
casa que no es de su padre, sino que los suyos están allí como de
prestado, cobijados en la caridad de esa mujer extraordinaria y santa,
que fué Mamá Totó. Cuando apenas comienza a balbucear las
primeras palabras, sus padres lo dejan al cuidado de su tía —Mamá
Totó— y se alejan en el constante am bular de la pampa. Es todavía un
niño “sin emplumar” cuando Mamá Totó y su marido, con los chicos,
tienen que huir del país, y lo dejan en casa de su abuelo, el hidalgo
Hernández Plata. La orfandad lo envuelve, y para que fuese más
dolorosa, la pena se le hace presente en esa misma niñez con la muerte
de su madre, y con una enfermedad pulmonar que lo obliga a
abndonar la casa del abuelo y refugiarse en la pampa, al lado de su
padre, que no tiene tiempo de ocuparse del niño, atareado con el
trabajo de las haciendas, las estancias, los peones y la invasión de los
indios.
Su juventud es el desamparo, y la edad adulta, la lucha, la
persecución, la derrota y la injusticia. En los días en que Ascasubi
asombra a los aristócratas de Francia con su lujo deslumbrante y su
carroza principesca, muellemente recostado en los cojines asiáticos, y
Estanislao del Campo triunfa con sus impertinencias en los salones
aristocráticos de Buenos Aires aplaudido y mimado, Hernández
galopa por el campo tras el escuadrón del rengo Sotelo; arrea vacas,
vestido de gaucho y duerme en el suelo pampeano; levanta cajones y
fardos al hombro en el negocio del señor Puig, en Paraná; se alucina
por un instante con el triunfo de Cepeda y se amarga para toda su vida
con la derrota de Pavón. Mientras aquellos poetas gauchescos son
testigos de su propia apoteosis, Hernández lucha contra la prepoten
cia que gobierna, huye de la partida policial de Sarmiento que lo
persigue para prenderlo vivo o muerto, y tiene que visitar a su mujer y
sus hijitos a escondidas, pobre y proscripto. ¿Cómo no ha de decir él
que “a poco de nacer ya lo alcanzan las desgracias a empujones”?
Rememora aquella época que él conoció, en “que el paisano vivía
feliz en su ranchito con su mujer y sus hijos y en la que era una delicia
ver cómo pasaban los días” . Epoca venturosa de la patria gaucha que
él conoció en los campos de Camarones y la Laguna de los Padres, y
las regiones vecinas. Época en que la especulación de las tierras aún
no había perturbado el alma argentina, y cada habitante de la campa
ña tenía su rancho y su solar, constituyendo los alegres pagos de la
239
pampa. Época en la que el gaucho mostraba su altiva y bizarra
estampa, su generosidad, su altruismo, su hildaguía y su heroísmo.
Época romántica y heroica, primitiva, sí; pero no bárbara ni salvaje;
época en la que los viajeros ingleses, Robertson, Head, King, Darwiny
otros, y los soñadores como Hudson y Cunninghame Graham, que
recorrieron las pampas pobladas por los gauchos, jamás recibieron
sino hospitalidad y ayuda en una seguridad tan absoluta como no la
tendrían viajando en la culta Inglaterra, y cuyos libros magistrales son
testimonios irrecusables de la hidalguía y civilidad del gaucho.
Hernández conoció esa época, vivió en ella, y no sólo estuvo entre
sus gauchos, sino que él mismo fué uno de los tantos gauchos de aquel
tiempo feliz, situación venturosa que no le alcanzó por las desgracias
de su hogar. Esta época añora Hernández para compararla con la que
luego ha tenido que vivir, bajo la prepotencia de los gobiernos
civilizados de Valentín Alsina, Pastor Obligado, Bartolomé Mitre y
Domingo Faustino Sarmiento. Aquella época “en que hasta el gaucho
más infeliz tenía tropilla de un pelo”.
Y no es que Hernández añore aquella época y se queje de la
presente porque sea enemigo del progreso. No, él ha de probar con
su pluma de periodista, como lo ha probado ya desde “Él Nacional
Argentino”, de Paraná, y “El Río de la Plata”, de Buenos Aires, que
es paladín del progreso y la cultura. Y lo volverá a confirmar luego
nomás, desde las cámaras legislativas por medio de proyectos y
discursos magistrales. No, él no es enemigo del progreso, pero
censura esta época por lo que tiene de injusta con el gaucho, el nativo
de nuestro suelo, por las injusticias, las persecuciones de que se le hace
objeto, por el despojo de que se le hace víctima.
Sí, el progreso es ley de la época, es signo de este nuevo tiempo.
El progreso debe impulsar a nuestro país por su senda del porvenir.
Nuestras pampas desiertas deben poblarse de inmigrantes de lejanas
tierras; el trigo debe suplantar al cardo y la paja brava, pero todo ello
debe hacerse sin aplastar ni aniquilar al elemento nativo; sin deshacer
la familia gaucha, sin arrear despiadamente a nuestros hombres de la
campaña a los cantones de la frontera, como si fueran galeotes.
Tengamos orden, tengamos equidad, tengamos justicia. Quienes
sirvieron para formar los escuadrones patrios en la guerra de la
Independencia y quienes fueron el elemento sacrificado en los dos
bandos de nuestras guerras civiles, y quienes se desangran en los
fortines atajando a los malones —pese al contrato del gobierno de
Mitre con Ascasubi para que éste mandara soldados mercenarios
para esos mismos fortines, adonde nunca llegaron— esos hombres
—esos gauchos—, no es posible que sea fatal que haya que aniquilar
los porque no sean capaces de asimilarse al progreso. No, a los pai
240
sanos hay que adaptarlos al signo de la época: si manejaron la mancera
en las estancias de Rosas5 también podrán manejarla ahora si las
condiciones de posesión de la tierra y el régimen del trabajo no son
esclavizadores.
El gaucho es un elemento altivo, bizarro, consubstanciado con la
tierra en la que ha nacido, que es tierra de libertad y abundancia, y él
no se avendrá aúna situación de esclavitud y miseria, de sujeción y de
miedo al patrón. No, el patrón para él es el caudillo, o el estanciero
hidalgo, señor altruista, hombre de alcurnia, que más cuida sus
blasones que sus doblones; dadivoso, espléndido, señor. A ese patrón
el gaucho le enajena la voluntad y el alma. A ese señor le ara el campo,
le cuida las haciendas y lo sigue en la patriada dejando su rancho y su
familia y muriendo en un entrevero a sable, tacuara o facón. Pero al
nuevo, a este de ahora, el terrateniente ávido de dinero, sórdido en su
avaricia, explotador sin hiel, mezquino, pequeño, plebeyo y patán, a
ése no lo puede reconocer como patrón, porque a ése el gaucho no lo
puede admirar: a ése lo desprecia con toda el alma. No, el gaucho que
siempre fué líbre y altivo, no puede confundirse con el pobre gringo
que viene huyendo de la miseria y la esclavitud de su patria, que no
tiene en su espíritu ninguna clase de rebeldía, ni los impulsos de la
libertad, ni del señorío, ni del libre albedrío, ni el sentido de la
abundancia, ni el del valor y el coraje que tiene el gaucho. El
campesino gringo es un hombre que no conoce sino la miseria, que no
ha comido en su vida nada más que porotos y polenta, que jamás se
alejó cien varas del límite de su pueblo, que nunca tomó por sí una
determinación; que jamás se enfrentó ni peleó con nadie, que nunca
tuvo altiveces con nadie, que nunca hizo otra cosa que someterse al
patrón de la tierra que trabaja a punta de azada, y que tiene tanta
autoridad en él, que hasta le señala la novia con la que ha de casarse.
Ese inmigrante gringo —que es bondadoso, honrado y trabajador,
y que fué el más formidable factor de progreso para nuestro país,— sí
podía reducirse a trabajar de arrendatario esta tierra, en las condicio
nes que le fijara el terrateniente, y sí podía someterse humilde y
humillantemente a las condiciones que le impusieran. Era un hombre
manso que venía a buscar fortuna, o bien, a vivir simplemente: era un
hombre que estaba en tierra extraña, la que nada le debía. Pero el
gaucho estaba en su tierra, a la que él había libertado del poder
español; estaba en su patria, a la que había contribuido poderosa
mente a constituir y darle las instituciones republicanas y democráti
cas de que goza. El gaucho tenía derechos bien adquiridos y no podía
241
ni debía confundírsele con el inmigrante gringo. Ese es el fondo de la
cuestión. Por eso Hernández se levanta airado defendiendo al gaucho
y sostiene que “debe suprimirse el contingente de fronteras” a cargo
exclusivamente de los gauchos. En su lugar “debe enviarse el ejército
de línea formado por los hombres de todas las clases sociales”. Si la
tierra que se le conquista al indio ha de favorecer a toda la República,
no es justo que su ímproba tarea recaiga exclusivamente sobre el
gaucho, que es el único que no ha de quedarse ni con una vara de
tierra, ni ha de sacar ningún provecho. Y por fin, por eso Hernández
niega al gobierno el derecho de vender las tierras públicas, debiendo
en cambio dividirlas y entregarlas gratuitamente a los que directamen
te las trabajen.6 Y es en esta forma únicamente cómo el criollo se haría
hombre de progreso en primer plano.
Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Rosas, en contraposición a la
tesis de Hernández, venden la tierra pública “por cuatro reales” a los
oligarcas porteños y fundan en forma definitiva la gran aristocracia
terrateniente argentina, la aristocracia vacuna del partido conserva
dor que ha de gravitar sobre la evolución del país en forma regresiva.
Esa política de los hombres “de las luces” hará que a los ochenta años
de inaugurada, nuestro país tenga el setenta y cinco por ciento de sus
agricultores que no han logrado ser dueños de la tierra que trabajan,
causa del atraso económico, cultural e institucional de nuestra
República.
Reacio el gaucho a la coyunda de la sujeción terrateniente, a la
que dobla el cuello mansamente el colono gringo porque está
acostumbrado a ella en su patria, pierde el arraigo en la tierra gaucha,
y se refugia en las últimas estancias criollas, en las tropas de carretas,
en los galpones del puerto y de las estaciones, en el abandono y hasta
en la indolencia, que no es haraganería sino desprecio por el
sometimiento humillante y esclavizador. De su resistencia en el
trabajo da fe el monte, donde solamente el hachador criollo aguanta;
el yerbal, donde solamente el criollo resiste; la bolsa llevada al hombro
nueve y diez horas diariamente en el puerto y en el galpón; el arreo, la
estancia y la doma. Tareas agobiadoras que solamente el criollo
realiza.
Allí está, pues, la causa de la añoranza de Hernández por aquel
tiempo pasado en el que todos tenían tropilla de un pelo, y se vivía feliz
con su mujer y sus hijos en el rancho nativo. Y allí está la causa de su
protesta por la época que le ha sucedido.
En el canto tercero habla de cómo vivía de sosegado y feliz en su
242
rancho, con sus hijos y su mujer y cómo, por la injusticia y prepotencia
del Juez de Paz —para Martín Fierro el gobierno— lo prenden y
arrean a la frontera.
La causa por la cual arrean a Martín Fierro, sacándolo de su pago
es la misma por la cual Hernández hubo de abandonar Buenos Aires
_su pago— y refugiarse en Paraná el año 1858. Martín Fierro lo dice
claramente: “y él —el Juez de Paz, el gobierno— dijo que yo servía a
los de la exposición —oposición—
Hernández cuando deja la pampa y se avecina en Buenos Aires,
ingresa en la oposición al gobierno unitario, está con Nicolás Calvo en
“La Reforma Pacífica” y esa condición de opositor lo obliga a
ausentarse de la ciudad, perseguido por los agentes oficialistas, como
a Martín Fierro lo persigue el Juez de Paz.
Más tarde, cuando regresa a Buenos Aires en 1868, y sigue
siendo opositor como su diario “El Río de la Plata”, vuelve el
gobierno a perseguirlo, y producida la sublevación de López Jordán,
el Presidente Sarmiento, que es el gobierno y es directamente para él
lo que el Juez de Paz para Martín Fierro, le empastela la imprenta, le
clausura el diario, le quita la casa, lo persigue, lo asedia y lo obliga a
huir a uña de caballo. La única diferencia que existe con Martín
Fierro, es que Hernández “no se dejó agarrar”, que si lo hace, ni
cuenta el cuento ni escribe su poema.
¿Qué significa para Hernández esos diez años largos de ausencia
de Buenos Aires? Significan sufrimiento, luchas, persecuciones, y
anulación de su relevante personalidad. En Paraná, caído el gobierno
federal de Derqui, era igual que estar fuera de la zona civilizada y
activa de la política argentina, era el aislamiento y el exilio, Todo
dependía de Buenos Aires, ya que esta ciudad era la que decidía, en el
movimiento político del país. Estar fuera de ella era perder toda
probabilidad de surgir y ser alguien. Eso le ocurrió a Hernández en
esos diez años de alejamiento de la Capital nominal de la República.
Era poco menos que estar un gaucho en los cantones de la frontera.
Más tarde, cuando por ser opositor, como había sido Martín
Fierro, unido a López Jordán tuvo que huir del país, en la aplastante
nulidad de Santa Ana do Livramento, pobre y extranjero, proscripto y
sin medios de vida; con su mujer y sus hijos lejos y en el desamparo
¿qué era sino el cantón de la frontera para él ese destierro? Las
vicisitudes, las penurias, las injusticias y el dolor de la ausencia
sufridos por Martín Fierro ¿no son los mismos que los que sufre
Hernández, lejos de su patria y de su hogar?
Y para que las injusticias que sufren autor y protagonista sean-
más afines e idénticas, allá está Martín Fierro en el cantón reclaman
do su paga inútilmente y la contestación del Comandante: “¿Qué
243
querés recibir si no has entrado en la lista?5’ Y allí está Hernández en
Corrientes, reclamando del gobierno que sustituyó al de Evaristo
López, los meses de sueldo que le adeuda la provincia y la contesta
ción sarcástica que le da el gobierno “ civilizador”, más sarcástica aún
que la del Comandante Militar: “ Orden que se presente en Comentes
a satisfacer la demanda por el alquiler de la casa que ocupa su
imprenta, imprenta que el gobierno le tomó arbitrariamente después
de asaltarle la casa”.
En el canto sexto Martín Fierro llega de vuelta a su pago. “ Y
endereza para su cueva”, para su rancho. No halla ni rastro de él, a
pesar de haber dejado allí su mujer, sus hijos y su hacienda. Supo
luego “que la hacienda se la vendieron para pagar arrendamientos,
alquiler que debía”.
Para que la similitud sea más perfecta entre Martín Fierro y
Hernández, era neceario también este episodio. Allá en Corrientes,
Hernández está con su mujer, sus hijitos, su casa —su rancho— y su
imprenta —su hacienda—. Mitre promueve la revolución contra el
gobernador Evaristo López, y Hernández, que es Ministro, tiene que
salir al campo —a la frontera— a luchar a punta de sable, en defensa
de sus derechos y de su vida. Un día vuelve derrotado y triste. Llega a
Corrientes y también él “endereza para su cueva —su casa—. Pero ya
no están allí ni su mujer ni sus hijitos. Su casa ha sido asaltada y su
imprenta —su hacienda— empastelada. Más tarde, esa imprenta ha
de quedar para el gobierno que lo ha perseguido para “pagar el
alquiler que debe Hernández, para pagar arrendamientos”.
En los cantos siguientes, ¿cuáles son las luchas dé Martín Fierro,
cuáles son sus consejos, cuál su filosofar? Todo ello va enderezado a
corregir los abusos, a enfrentar a la autoridad prepotente, a protestar
contra las injusticias de los que mandan contra los oprimidos que
sufren las alternativas de un injusto sistema social. Amargado por las
injusticias y persecuciones —¿cuáles no sufrió Hernández?— Martín
Fierro exclama: “¡Nací y me he criado en estancia, pero ya conozco el
mundo... desharé la madeja, aunque me cueste la vida!”
Enfrentando a la partida, ¿qué significa Martín Fierro, gaucho
perseguido, desertor, pobre y desamparado? Enfrentando al gobierno
de Mitre, primero, y al de S a r m i e n t o , después, ¿qué significa José
Hernández, periodista sin caudales, sin arraigo, sin protección?
Imagen culta de hombre de la ciudad, Hernández es el mismo Martín
Fierro luchando con la prepotenciay la injusticia del que manda desde
el gobierno. Los editoriales de “El Nacional Argentino”, y los de “El
Río de la Plata” son los mismos consejos de Martín Fierro a sus hijos,
y sus mismas sentencias filosóficas.
244
Hernández, en “El Río de la Plata” es el primer periodista
argentino que habla desde el punto de vista socialy económico de “los
oprimidos”, como Martín Fierro es el primero que en un poema —o un
libro cualquiera en nuestro país— habla de la proletarización de los
gauchos, o paisanos de la campaña. “ Se proletarizaron” , dice Martín
Fierro. Treinta años después, anarquistas y socialistas repetirán este
término.
Dorrego fué el primero que habló en defensa de los desheredados
—ios artesanos y compadritos de Buenos Aires, que no eran, ni los
unos ni los otros, “oprimidos”, porque la opresión, desde el punto de
vista social y económico, no se conoció en nuestro país hasta el año
1860 ó 1870—, pero el procer hablaba desde el punto de vista
político, de los derechos políticos. Martín Fierro, más avanzado y en
época de verdadera opresión, habla del punto de vista social y
económico, que es el más doloroso. Se “proletarizaron”, es decir,
perdieron esos gauchos su libertad, su independencia económica, su
libre albedrío, su espíritu señorial, su condición de hombres libres, su
afincamiento en la tierra que los vio nacer y que ellos libertaron. Más
adelante, en el canto treinta y tres, que es el último, clama Martín
Fierro, “sólo el gaucho anda errante donde la suerte lo lleve” . Y al
pintar esa condición dolorosa e injusta, termina la sextina así: “Debe
el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derecho”.
Hernández, en “El Río de la Plata” fija como programa del diario
“la supresión del contingente de fronteras”. Y en su prédica diaria
sostiene la necesidad de “distribuir —gratuitamente— la tierra
pública en pequeños lotes”. La distribución de la tierra en pequeños
lotes era la manera de afincar nuevamente a esos criollos despojados
por los gobiernos “civilizadores” y evitar así que “el gaucho ande
errante donde la suerte lo lleve”.
La defensa que Hernández hace en “El Río de la Plata” de los
gauchos, lleva como fin asegurarles un bienestar decente que les
permita tener “casa, escuela, iglesia y derechos”.
En los consejos y en los cantos de sentido filosófico, Martín
Fierro clama por un régimen de justicia y de equidad, envuelto por
una gran expresión de dolor. El acento doliente es la tónica de este
libro inmortal y el afán de justicia es el motivo que anima cada una de
sus escenas y cada uno de sus versos.
245
ANTONIO PAGÉS LARRAYA
Antonio Pagés Larraya
249
alimenta; y olvidada su dignidad e importancia viven condenados a
pasar en la oscuridad los momentos que descansan de sus penosas
labores” . .. Y agrega que, si se instruye a un viajero que la riqueza del
país consiste sólo en los frutos que produce, “se asombraría cuando
buscando al labrador por su opulencia no encontrase sino hombres
condenados a morir en la miseria”.3
Hernández denuncia a su vez la funesta pervivencia de ios
privilegios del coloniaje. La campaña continúa estrangulada y el
campesino criollo esclavizado. Más aún: “Aquí se ha creado una
especie de aristocracia a la que paga tributo la campaña desampara
d a...”4
Cree inútil entretenerse en forjar proyectos grandiosos mientras
no se acometa la tarea de dar una organización al campo argentino,
elevando a sus pobladores de su infeliz condición.
En 1809 Moreno escribía con sagaz intuición de la realidad
social:
“No puede ser verdadera ventaja de la tierra la que no recaiga
inmediatamente en sus propietarios y cultivadores”.5
Hernández consideró que una política económica, justa para la
campaña, era cuestión esencial y previa. Aunque el resultado de todas
las disposiciones del gobierno afectaba siempre los intereses de los
gauchos, ellos eran desoídos por el poder virreinal. A más de medio
siglo de la Revolución, su estado era más triste todavía. Las
instituciones coloniales habían desaparecido sólo nominalmente.
Bajo el gobierno republicano subsistían las mismas injusticias y no se
había logrado identificar al hombre y a su prole con la tierra.
“En la campaña —escribe Hernández— el ciudadano está
expuesto a los caprichos de ensoberbecidos caudillejos, que abusan
de la debilidad y del aislamiento. Su seguridad depende de sus
medios de defensa, y en cuanto al sufragio electoral, tiene gratuitos
directores de conciencia”.6
Para el tribuno de la Revolución, la prosperidad del agro estaba
ligada al progreso de la Nación, ya que no podía ser funesta “sino a
cuatro mercaderes que ven desaparecer la ganancia que esperaban de
clandestinas negociaciones”.7 Hernández insiste muchas veces en
esta misma idea. Los gobiernos que sólo se ocupan de las ciudades y
250
concentran exclusivamente en ellas los beneficios de la civilización,
cometen grave error, pues progreso que no abarque a todo el país “es
una luz que se apaga por falta de combustible”.8
Moreno y Hernández hablan en nombre del paisano para abogar
por una política justiciera. Sus coincidencias no están sólo en las
ideas, sino en la afectiva solidaridad con los gauchos. Moreno elogia
las cualidades de aquellos hombres en quienes “la costumbre de vivir
miserables y desatendidos no había enervado la nobleza de sus
sentimientos”9 y esto, con casi idénticas expresiones, se encuentra
repetido infinitas veces por Hernández.
Las analogías que he establecido entre el pensamiento de
Moreno y el de Hernández prueban que en 1859 se habían agravado
las condiciones de vida de la campaña y sus habitantes. ¿Qué causas
habían empeorado esa situación?, ¿por qué el gaucho había ido
decayendo a una existencia cada vez más penosa? Hernández
contesta a estas preguntas culpando al inicuo sistema de defensa de
fronteras, al régimen escandaloso de las tierras públicas y a la
supeditación del campo a la ciudad, que son para él las razones más
patentes de esa decadencia, y que se entrelazan hasta confundirse.
La propiedad fiscal constituyó en nuestro país fuente de conti
nuos peculados. Las conflagraciones civiles y posteriormente la
guerra contra el indio, ocultaron groseras combinaciones con ella
relacionadas.10 No faltan en M artín Fierro referencias a esa realidad
lamentable. Fierro alude a los jefes con estancias, majadas y rodeos
logrados con el trabajo de los gauchos, y añade: He visto negocios feos
Á pesar de m i inorancia .n Cruz, a su vez, refiere una conversación
reveladora del juez con otro: Hablaban de hacerse ricos Con campos
en la frontera; De sacarla más ajuera Donde había campos baldíos, Y
llevar de los partidos Gente que la defendiera . 12 De eso tratábase,
pues, y tales eran los “negocios feos” que, tres años antes del poema,
Hernández ya denunciaba...
De ese indigno sistema nació una organización feudal de siervos
y señores y no una república democrática. El suelo era fuente de
251
riqueza y subsidiariamente de poder, de aristocracia, de cultura. De
ahí que se lo disputara con codicia. La corrupción política está
adherida a la inmoralidad pecuniaria. La expoliación del gaucho, la
ratería de comandantes y milicos, el fraude electoral, los planes
fastuosos y los escándalos resonantes se ven mejor a la luz del
desvergonzado proceso de adueñamiento y repartija de la propiedad
pública.
Hernández denuncia la deshonestidad del enajenamiento de la
tierra, arrebatada a sus dueños originales para ser botín de los
gobiernos -que “se arrogan facultades monstruosas” y establecen
“privilegios y monopolios odiosos”.13 Ataca a la política del saqueo
que hizo de las posesiones nacionales premio, prebenda y garantía
para el prestamista. La tierra de esos repartos no era cultivada, sino
latifundio entregado al comercio. Variaba continuamente de propie
tarios, sin servir a la industria ni a ningún fin útil. Mientras tanto, el
gaucho que la habitaba seguía cada vez más desposeído. Por eso
Hernández reclama un régimen justo, y niega “a los gobiernos el
derecho de vender las tierras públicas o de afectarlas a ninguna deuda
o de hacer de ellas un medio de crear recursos para las necesidades
extraordinarias”.14 El suelo fiscal no puede servir “a la avidez de
especulaciones privilegiadas”.15
No cree en las ficciones jurídicas que, con cobertura legal, han
desposeído a los habitantes reales del campo, pues la legislación ha
sido dictada por los beneficiarios del despojo. Está contra las
relumbrantes lucubraciones formales que ocultan toda suerte de
trapacerías. No bastan las instituciones y las leyes liberales sin “la
resolución de hacerlas prácticas y fecundas”.16 El gobierno no puede
mercar lo que es de todos, sino a riesgo de producir el privilegio en la
economía y el despotismo en la política.
Hernández se opone al estado negociante y especulador. “ Go
bernar no es comerciar”,17 advierte. La renta que se crea a costa del
trabajo es usufructuada por funcionarios estériles a la comunidad.
Las energías deben surgir del individuo, de su iniciativa y su
originalidad creadoras. El Estado no puede substituir al ciudadano, ni
menos estafarlo; su acción fecundante anima toda fértil empresa.
Propugna Hernández una política que sirva para vincular al suelo con
1Q
La división de la tierra, Io de setiembre de 1869.
14 La división de la tierra, Io de setiembre de 1869.
15 Ib. id.
16 Ib. id
17 Ib. id.
252
el hombre que sobre él vive y le dé las aptitudes y los medios para
arrancarle sus frutos. Dice por eso dé los gauchos que:
“no sólo deben salvar a la campaña de las invasiones de los
indios, sino que deben fructificar la tierra que pueblan, apropiándola
a su existencia y bienestar”. Y continúa: “ Si nuestros gauchos, si los
que vagan hoy sin ocupación y sin trabajo obtienen además del salario
correspondiente un pedazo de tierra para improvisar en él su
habitación, y los. instrumentos necesarios, se. le liga más y más a la
defensa de la línea fronteriza, porque ya no serían sólo los intereses
extraños los que ampararían sino sus propios intereses”.18
Quiere una tierra dividida; no engendradora de siervos del
latifundio ajeno, sino de hombres arraigados al suelo propio.
“No hay países más pobres y más atrasados —declara— que
aquéllos donde la propiedad está repartida en unas cuantas clases
privilegiadas”.19
La división territorial es el medio para acabar con la existencia de
hijos y entenados. Comarca y hombre unidos constituirán la república
federal frustrada desde Mayo por la concupiscencia o la ineptitud.
Este problema empalma con otro que Hernández trata deteni
damente en sus artículos: la necesidad de conciliar los intereses de la
ciudad con los de la tierra interior.
Mientras la metrópoli absorbiese todas las energías del país,
sería imposible establecer formas de vida libre y próspera. Sin mirar a
las provincias y apreciar generosamente sus problemas, se iría
quebrando en forma cada vez más irremediable la armonía espiritual
y material de la Nación.
La campaña es “fuente de nuestra riqueza y de nuestro porvenir
económico y social”.20 Vuelve así al revés la tesis sostenida por
Sarmiento, según la cual las ciudades representaban la civilización y
el campo la barbarie.21 Para Hernández, por el contrario, la ciudad es
sólo fuente de placer y de intrigas, asiento de burócratas y mercade
res, que viven parasitariamente del campo. Este, en cambio, nutre
con sus energías la vitalidad toda del país. Consecuentemente, ataca
Hernández la propensión de los gobiernos a fomentar empleos y
negocios a costa del trabajo rural e insta a concluir con la opresión de
18 22 de agosto de 1869.
19 Ib. id.
20 Artículo del 19 de agosto de 1869.
21 V. Serafín Pozzi, La vuelta de M artín Fierro, trabajo en el que se establece
agudamente la contraposición entre Facundo y el poema (Sustancia, Tucumán, año I,
setiembre 1939, ps. 204-205).
253
las ciudades. De olvidar al desierto y a los gauchos iba a verse un día
que todo era ilusorio, que había “un lago dormido sobre el cieno”.22
El conflicto entre dos fuerzas antagónicas despunta constante
mente en Martín Fierro, en forma de las oposiciones pueblero-
gaucho, ciudad-campo. La idea no está desenvuelta pues el poema
no se desvirtúa nunca en alegato, pero queda implícita en ejemplos
como éstos, espigados al azar: De los males que sufrimos Hablan
mucho los puebleros;23 Canta el pueblero... y es pueta; Canta el
gaucho... y ¡ay Jesúsl Lo miran como avestruz...;2* El campo es del
inorante, El pueblo del hombre estruido.26
En toda su propaganda por la prensa, Hernández se apoya en las
ideas de Juan Bautista Alberdi, que había atacado la tesis de
Sarmiento por su inconsistencia sociológica. Para Alberdi, lo que
Hispanoamérica tenía de peculiar en sus formas de vida residía
precisamente en el, campo:
“De los campos es nacida la existencia nueva de esta América; de
ellos salió el poder que echó a la España, refugiada al fin del coloniaje
en las ciudades, y de ellos saldrá la autoridad americana, que
reemplace la suya, porque ellos son la América del Sud, que se define:
‘Un desierto por regla, poblado por excepción’”.26
El mismo Alberdi recusa además como ciega toda política que no
mire a la campaña, pues ella es baluarte de nuestra libertad y
promotora de riqueza. Al tachar de errónea la tesis de Civilización y
Barbarie —cuyo limitado alcance de arma polémica el propio Sar
miento reconoció en Conflicto y armonías de las razas en América
(1883)— Alberdi concreta así su pensamiento:
“La localización de la civilización en las ciudades y la barbarie en
las campañas es un error de historia y de observación y manantial de
anarquía y de antipatías artificiales entre localidades que se necesi
tan y complementan mutuamente. ¿En qué país del mundo no es la
campaña más inculta que las ciudades?”27
He transcripto estos párrafos para que el lector vea claramente la
continuidad del pensamiento de Hernández con el de Alberdi, así
como antes pudo apreciar las relaciones de sus ideas con las de
Mariano Moreno. Hernández, por lo demás, reconoció ese magisterio
254
declarándose “ adepto de la escuela y de los ideales del doctor
Alberdi” .28
Coincide Hernández con las ideas de Alberdi, pero las hace suyas
o saca de ellas conclusiones nuevas. Así, por ejemplo, desarrolla
persistentemente y con argumentos diversos, la tesis de que un país
agropecuario puede desenvolver las formas más elevadas de cultura.
En 1874 sostiene largamente que la naturaleza de la economía, no
determina ni la riqueza “ni es barómetro de su civilización”;29 en
1879, al tratarse las obras del Riachuelo en la Cámara de Diputados
repite que “El grado de cultura de los pueblos no puede medirse por la
escala que el atraso y el error habían constituido’7.30 El desarrollo de
las comunicaciones ha logrado que un pueblo agropecuario pueda ser
tan civilizado como uno industrial: “Hoy un pueblo puede tener
estancias y tener cátedra”, dice y añade:
“Si somos las colonias de Europa, con respecto a la materia
prima, los pueblos de Europa son nuestras colonias con respecto a la
materia fabril. Allá tenemos nuestras colonias”.31
Era posible, pues, que un pueblo ganadero como la Argentina
poseyese arte, ciencia, instituciones y desenvolviera libremente su
economía. En Instrucción del estanciero (1886) volverá a los mismos
conceptos. La economía tiene carácter planetario, el mundo es un
vasto taller y un pueblo de pastores puede aspirar al mayor desenvol
vimiento en todos los ramos de su existencia. “América es para
Europa la colonia rural. Europa es para América la colonia fabril”.32
Estos ejemplos demuestran cómo, a través de los años y más o
menos con las mismas razones, Hernández vuelve al mismo concepto.
Tal insistencia pareciera responder al deseo de suscitar impulsos
optimistas y desvanecer la creencia de que un pueblo agropecuario
debía forzosamente sér vasallo de las economías más evolucionadas.
Vio bien Hernández que, de aceptarse la tesis de que las ciudades
de América eran la cultura y sus campos la barbarie, toda Hispanoa
mérica quedaba relegada a esta última condición, cuando, por el
QQ .
255
contrario, las más fértiles posibilidades de una vida con tuerza y
originalidad brotaban del territorio rural, de la América virgen.
Política y expresión se nutren en Hernández de los mismos
ideales americanos y populares que alientan en las únicas obras de
nuestra literatura —¡muy pocas por desdicha!— que aún se mantie
nen vivas. Su palabra no es remedio habilidoso ni calco inteligente:
surge de su intimidad, sin concesiones para pequeños grupos que
cultivaban una literatura falsificada. La idiosincrasia del país está en
el poema y en sus prosas reflejada con la misma radical sinceridad.
Unamuno penetró sagazmente en el desafío que Martín Fierro
significaba contra un arte sin frescura ni espíritu genuino, y observó
que:
nada de extraño tendría que fuera degradándose nuestra
plebe, y con ella el pueblo todo, si los cultos siguen dando en la manía
de ir sutilizándose y metiéndose en líos y estetiquerías, en vez de
buscar la renovación en la patria interior, como el hombre debe
buscarla en el lecho de su alma, en el lecho sereno y quieto sobre el
cual se precipita y corre el torrente de las impresiones fugitivas”.33
Esta íntima patria, ese hondo lecho es el que Hernández revela en
su obra contra los silencios, los temores y la tácita admisión de que
éramos incapaces de decir nada auténticamente original. El impulso
de lo creador americano es el que todo lector siente desde el primer
instante de acercamiento a Hernández. Y el vigor de su voz proviene
de estar consustanciada con la tierra, “única savia que no se agota,
única fuerza que no logran vencer las más radicales transformaciones
de los siglos”.34
Es tal la impresión de asombro que el poema suscita, sobre todo
si se lo coteja con la literatura de la época, que quien no posee
suficientes elementos de juicio sobre el mundo total de Hernández,
bordea lo inexplicable.
Sólo por desconocimiento de la personalidad del poeta y de sus
escritos ajenos al Martín Fierro pudo Leopoldo Lugones elaborar
aquella equivocada teoría de la “ creación a pesar suyo” y enlazar esta
cadena de errores:
“•..en ninguna obra es más perceptible el fenómeno de la creación inconsciente. Él
ignoró siempre su importancia y no tuvo genio sino en aquella ocasión. Sus escritos
anteriores y sucesivos, son páginas sensatas e incoloras de fábulas baladíes o artículos
de economía rural.”35
256
Estas opiniones de Lugones, que han sido repetidas muchas
veces sin examen, son la salida dialéctica que el crítico buscó para las
muchas preguntas sin respuesta que el poema le iba planteando.
Afortunadamente, el conocimiento de lo mucho que Hernández
e s c r i b i ó demuestra que en su caso, como en el de todos los auténticos
cread ores, no había nada fortuito ni a su pesar. ¡Enraizados en el país
y en su dolor nacieron sus cantos y su prosa, de él se nutrían y a él
reto m a n como inmarchita esencia! Si alguna obra está lejos de la
“creación inconsciente” ésa es Martín Fierro, y si algún pensamiento
está lejos de ser “fábula baladí” ése es el de Hernández, que se
expresa en una prosa sin oropel y problematiza todos los sectores
críticos de la existencia nacional.
En los artículos de E l R ío de la Plata está el brote de ideas que
Hernández difundirá durante toda su existencia. Hay en ellos una
manera personal, polémica y constructiva a la vez de afrontar los
temas. Un punto de vista práctico, fundado en los antecedentes
históricos del país y en sus necesidades contemporáneas lo impulsa
en su brega. De ellos fluye lo que Echeverría, gaucho y poeta como él,
aconsejaba en el Dogma socialista: “tener siempre clavado el ojo de la
inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad”.36
En los artículos de 1869 hay un hombre que ve claro en el
porvenir, que sabe su verdad y está dispuesto a defenderla y a
padecerla. Su criterio político irá ganando en madurez pero el resto de
su actuación y de su obra está ya en ellos anunciado.
Su prédica, como se ha comprobado, se enlaza con la de Mariano
Moreno en Representación de los hacendados (1809); con la de
Esteban Echeverría37 en el Dogma (1839), que e& la formulación
teórica de los ideales de Mayo y el programa práctico para su
realización; con la de Juan Bautista Alberdi, a quien Echeverría
instituyó heredero de su pensamiento; con la de Nicolás Avellaneda
en su Estudio sobre las leyes de tierras públicas (1865), libro
inspirado en Sistema económico y rentístico de la Confederación
Argentina (1854) de Alberdi. A través de estas obras y estas fechas se
ve la continuidad de una misma fuerza ideal que impulsa la historia
argentina y que mueve, más- allá de las apariencias y de las crisis
transitorias, su esencia espiritual, que es la única que importa.
257
Como aquellos varones, Hernández hace de la patria un deber y
una congoja, en ella piensa y por ella sufre. Discrepa así con las
fuerzas en pugna, se sitúa al margen de las conveniencias puramente
parciales. Por eso escribió M artín Fierro. Todas las páginas que he
comentado podrían desaparecer porque renacieron en el poema. Y si
éste no hubiese sido escrito, allí hubieran quedado, marchitas entre el
polvo de los archivos. Memoria, esencia y resurrección de ellas fué el
canto de Martín Fierro.
tProsas del M artín Fierro, Editorial Raigal, Buenos Aires, 1952.)
258
JORGE LUIS BORGES
Jorge Luis Borges
261
Pocos argentinos pueden decir lo mismo; pero pocos también, se
atreverían como yo, a saltar por sobre ese recuerdo, para pedirle al
ilustrado Escritor, que conceda un pequeño espacio en su Biblioteca a
este modesto libro. Le pido que lo acepte como un testimonio de
respeto de su compatriota El Autor.” La contestación de Mitre se ha
conservado; éste declara que M artín Fierro “es una obra y un tipo que
ha conquistado su título de ciudadanía en la literatura y en la
sociabilidad argentina”. Agrega: “Su libro es un verdadero poema
espontáneo, cortado en la masa de la vida real”, y luego, algo
contradictoriamente: “Hidalgo será siempre su Homero, porque fué
el primero...”
Las palabras “cortado en la masa de la vida real” son significati
vas y nos ayudan a comprender por qué los contemporáneos no
juzgaron la obra como la juzgamos ahora.
El M artín Fierro es de índole realista, y es de común observación
que las obras de este tipo parecen evidentes y fáciles, sobre todo
cuando están bien ejecutadas. Zola pudo hablar de tajadas de vida y
de transcribir la realidad; ello es inexacto, ya que la vida no es texto
sino un misterioso proceso, pero corresponde a lo que suele pensar la
gente. Toda obra realista parece mera transcripción, mero periodis
mo, y los literatos tienden a creer que basta condescender a esta
empresa para ejecutarla felizmente. Para nosotros, el tema del M artín
Fierro ya es lejano y, de alguna manera, exótico; para los hombres de
mil ochocientos setenta y tantos, era el caso vulgar de un desertor, que
luego degenera en malevo. Buena prueba de ello es que Eduardo
Gutiérrez abundó luego en argumentos análogos, sin que a nadie se le
ocurriera pensar que éstos-procedían del M artín Fierro.
Se objetará que Zola deslumbró a sus coetáneos con libros de
tipo realista; en ese deslumbramiento obraron las teorías pseudocien-
tíficas del autor y el escándalo de lo sexual. El M artín Fierro, en
cambio, prescinde de tales estímulos, por voluntad de Hernández y
porque la vida erótica de los gauchos era rudimentaria.
Además, el M artín Fierro tiene mucho de alegato político; al
principio, no lo juzgaron estéticamente, sino por la tesis que defendía.
Agréguese que el autor era federal (federalote o mazorquero se dijo
entonces); vale decir, que pertenecía a un partido que todos juzgaban
moral e intelectualmente inferior. En el Buenos Aires de entonces,
todo el mundo se conocía y la verdad es que José Hernández no
impresionó mucho a sus contemporáneos.
En 1883, Groussac visitó a Victor Hugo; en el vestíbulo, trató de
emocionarse reflexionando que estaba en casa del ilustre poeta, pero
“Hablando en puridad, me sentía tan sereno como si me hallara en
262
casa de José Hernández, autor de Martín Fierro" (El viaje intelectual,
n, 112). ^ y
Miguel Cañé alabó el poema de Hernández, pero es significativo
del gusto de la época que las estrofas que más le agradaban eran
aquellas que podían recordar a Estanislao del Campo. La edición de
1894 incluye asimismo juicios elogiosos de Ricardo Palma, de José
Tomás Guido, de Adolfo Saldías y de Miguel Navarro Viola.
En 1916, Lugones publicó El payador, cuya importancia es
capital en la historia de la fama del poeta. Lugones siempre había
sentido lo criollo; pero su estilo barroco y su vocabulario excesivo lo
habían alejado del público. Pensó, sin duda, que una exaltación de la
obra de Hernández lo acercaría a la gente, y escribió —con toda
sinceridad, desde luego— el libro E l payador. Lugones reclama para
el Martín Fierro el título de libro nacional de los argentinos. El
payador encierra espléndidas descripciones de nuestra época pastoril
que inevitablemente pasarán a las antologías y cuyo único defecto, es
acaso, el haber sido escritas con ese fin. En sus páginas elocuentes,
Lugones exige para el Martín Fierro el nombre de epopeya; su
escritura probaría nuestra ascendencia grecolatina, a pesar de la larga
interrupción que obró el cristianismo, que es una “religión oriental”
El concepto de que cada país debe tener un libro es muy viejo y al
principio fué de índole religiosa. En el Corán se llama a los judíos la
gente del Libro, y los hindúes creen que el Veda es eterno y que la
divinidad, en cada una de las creaciones periódicas del universo,
recuerda, para crear cada cosa, las palabras del Veda. Del concepto
de libro canónico religioso se pasó, a comienzos del siglo XIX, al de
libros canónicos nacionales; Carlyle escribió que Italia se cifraba en la
Divina Comedia y España en el Quijote y agregó que la casi infinita
Rusia era muda, porque aún no se había manifestado en un libro.
Lugones declaró que los argentinos ya poseíamos ese libro canónico y
que éste, previsiblemente, era el Martín Fierro. Dijo que la obra de
Hernández era a nuestros orígenes lo que la Ilíada a los orígenes
griegos o la Chanson de Roland a los de Francia. Esta imaginaria
necesidad de que Martín Fierro fuera épico, pretendió así comprimir
(siquiera de un modo simbólico) la historia secular de la patria con sus
generaciones, sus destierros, sus agonías, sus batallas de Chacabuco
y de Ituzaingó, en el caso individual de un cuchillero de mil
ochocientos setenta. Ya volveremos sobre esta disensión.
Rojas, en su Literatura argentina, repite con ciertas vacilaciones
o contradicciones el mismo argumento. En un párrafo dice que “esta
pintoresca payada se ha de considerar en la rusticidad de su forma y
en la ingenuidad de su fondo, como una voz elemental de la
naturaleza” y que “tanto valiera repudiar el arrullo de la paloma
263
porque no es un madrigal, o la canción del viento porque no es una
oda” . En otro, leemos: “Fundar ciudades que han comenzado siendo
fortines; expandir su acción sobre el desierto en radio progresivo;
luchar con la tierra virgen y con el auca batallador; padecer las
injusticias de la organización social rudimentaria; sobrellevar heroi
camente entre esas fuerzas fatales la fe en sí mismos, en la
humanidad, en la justicia; he ahí la vida del gaucho Martín Fierro; he
ahí la vida de todo el pueblo argentino”. Quien haya leído, siquiera
superficialmente, la obra de Hernández, sabe muy bien que en ella los
temas enumerados por Rojas brillan, para repetir la sentencia de
Tácito, por su ausencia, o sólo figuran de un modo lateral.
En las notas de su Antología, Calixto Oyuela, con mejor acierto,
escribió: “El asunto del M artín Fierro no es propiamente nacional ni
menos de raza ni se relaciona en modo alguno con nuestros orígenes
como pueblo ni como nación políticamente constituida. Trátase en él
de las dolorosas vicisitudes de la vida de un gaucho en el último tercio
d e 1siglo anterior, en la época de la decadencia y próxima desaparición
de ese tipo local y transitorio nuestro ante una organización social que
lo aniquila” .
Cabe citar a título de curiosidad el dictamen de Miguel de
Unamuno: “En el M artín Fierro se compenetran y como se funden
íntimamente el elemento épico y el lírico; M artín Fierro es, de todo lo
hispanoamericano que conozco, lo más hondamente español. Cuando
el payador pampero a la sombra del ombú, en la infinita calma del
desierto, o en la noche serena a la luz de las estrellas, entone,
acompañado de la guitarra española, las monótonas décimas de
M artín Fierro, y oigan los gauchos conmovidos la poesía de sus
pampas, sentirán sin saberlo, ni poder de ello darse cuenta, que les
brotan del hecho inconsciente del espíritu, ecos inextinguibles de la
madre España, ecos que con la sangre y el alma les legaron sus padres.
M artín Fierro es el canto del luchador español que, después de haber
plantado la cruz en Granada, se fué a América a servir de avanzada a la
civilización y abrir el camino del desierto”. Acaso no es inútil advertir
que las “monótonas décimas” que Unamuno hospitalariamente ane
xa a la literatura española son realmente sextinas.
Más lúcido y menos sorprendente es el juicio de Menéndez y
Pelayc “La obra maestra del género gauchesco es, por confesión
unánime de los argentinos, el poema de Hernández, M artín Fierro,
obra popularísima en todo el territorio de la República, y no sólo en
las ciudades, sino en las pulperías y ranchos del campo. El soplo de la
pampa argentina corre por sus desgreñados, bravios y pujantes
versos, en que estallan todas las energías de la pasión indómita y
primitiva, en lucha con el mecanismo social que inútilmente compri
264
me los ímpetus del protagonista, y acaba por lanzarlo a la vida libre del
desierto, no sin que sienta alguna nostalgia del mundo civilizado, que
le arroja de su seno” . Se ve que a Menéndez y Pelayo lo impresionó la
“madrugada clara” en que atravesaron la frontera los dos amigos.
El M artín Fierro ha sido materia, o pretexto, de otro libro capital:
Muerte y transfiguración de M artín Fierro (México, 1948), de
Ezequiel Martínez Estrada. Trátase menos de una interpretación de
los textos que de una recreación; en sus páginas, un gran poeta que
tiene la experiencia de Melville, de Kafka y de los rusos, vuelve a
soñar, enriqueciéndolo de sombra y de vértigo, el sueño primario de
Hernández. M uerte y transfiguración de M artín Fierro inaugura un
nuevo estilo de crítica del poema gauchesco. Las futuras generaciones
hablarán del Cruz, o del Picardía, de Martínez Estrada, como ahora
hablamos del Farinata de De Sanctis o del Hamlet de Coleridge.
JUICIO GENERAL
265
Henriade, para que una epopeya no le faltara a la literatura francesa...
Pero ya Aristóteles había sentenciado que la tragedia puede aventajar
a la épica en brevedad, en unidad y en perspicuidad; Lugones, al
reclamar para el M artín Fierro el nombre de epopeya, no hace otra
cosa que revivir una vieja y dañina superstición.
La palabra epopeya tiene, sin embargo, su utilidad en este
debate. Nos permite definir la clase de agrado que la lectura del
M artín Fierro nos da; ese agrado, en efecto, es más parecido al de la
Odisea o al de las sagas que al de una estrofa de Verlaine o de Enrique
Banchs. En tal sentido, es razonable afirmar que el M artín Fierro es
épico, sin que ello nos autorice a confundirlo con las epopeyas
genuinas. Además, la palabra puede prestamos otro servicio. El
placer que daban las epopeyas a los primitivos oyentes era el que
ahora dan las novelas: el placer de oír que a tal hombre le acontecieron
tales cosas. La epopeya fué una preforma de la novela. Así, desconta
do el accidente del verso, cabría definir al M artín Fierro como una
novela. Esta definición es la única que puede transmitir puntualmente
el orden de placer que nos da y que condice sin escándalo con su fecha,
que fué ¿quién no lo sabe? la del siglo novelístico por excelencia: el de
Dickens, el de Dostoievski, el de Flaubert.
La épica requiere perfección en los caracteres; la novela vive de
su imperfección y complejidad. Para unos, Martín Fierro es un
hombre justo; para otros un malvado o, como dijo festivamente
Macedonio Fernández, un siciliano vengativo; cada una de esas
opiniones contrarias es del todo sincera y parece evidente a quien la
formula. Esta incertidumbre final es uno de los rasgos de las criaturas
más perfectas del arte, porque lo es también de la realidad. Shakes
peare será ambiguo, pero es menos ambiguo que Dios. No acabamos
de saber quién es Hamlet o quién es Martin Fierro, pero tampoco nos
ha sido otorgado saber quiénes realmente somos o quién es la persona
que más queremos.
Asesino, pendenciero, borracho, no agotan las definiciones
oprobiosas que Martín Fierro ha merecido; si lo juzgamos (como
Oyuela lo ha hecho) por los actos que cometió, todas ellas son justas e
incontestables. Podría objetarse que estos juicios presuponen una
moral que no profesó Martín Fierro, porque su ética fué la del coraje y
no la del perdón. Pero Fierro, que ignoró la piedad, quería que los
otros fueran rectos y piadosos con ély a lo largo de su historia se queja,
casi infinitamente.
Si no condenamos a Martín Fierro, es porque sabemos que los
actos suelen calumniar a los hombres. Alguien puede robar y no ser
ladrón, matar y no ser asesino. El pobre Martín Fierro no está en las
266
confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata que
entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la
respiración de los versos; en la inocencia que rememora modestas y
perdidas felicidades y en el coraje que no ignora que el hombre ha
nacido para sufrir. Así, me parece, lo sentimos instintivamente los
argentinos. Las vicisitudes de Fierro nos importan menos que la
persona que las vivió.
Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán
olvidar es uno de los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con
plenitud.
(El Martín Fierro, con la colaboración de Margarita Guerrero,
Editorial Columba, Buenos Aires, 1953.)
267
Alv a r o y u n q u e
Alvaro Yunque
LITERATURA GAUCHESCA
271
Godoy, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo, José Hernández,
que hicieron hablar, a veces en su misma forma rústica, a sus
protagonistas. Otros, Echeverría, Mitre, Juan María Gutiérrez,
Domínguez, Obligado, para lo mismo emplearon formas cultas.
Después vinieron los narradores, los dramaturgos y comediógrafos,
los ensayistas...
Bartolomé Hidalgo —nacido en el Uruguay— y el cuyano Juan
Gualberto Godoy, son los iniciadores. El primero actúa —ya lo hemos
visto— en los tiempos de Mayo. Escribe “cielitos”, “ diálogos
patrióticos”, rudos, frescos, perdurables. De Godoy se ha perdido su
poema' “El corro”, conocido demasiado fragmentariamente para
poder apreciarlo.1
Hidalgo hace hablar a sus protagonistas, Chano y Contreras, en
un lenguaje que anuncia cómo hablarán Fierro, Cruz y los hijos de
éstos, protagonistas de Hernández. Hablan de la ley:
1 En fecha posterior al texto de Yunque, el poema fue hallado por Félix Weinberg,
quien lo incluyó en su libro Juan Gualberto Godoy: literatura y política (1970). Nota de
J.I.
272
“Aniceto el Gallo”. Tanto que a él se le adjudicaron. Como quien hace
periodismo, retozonamente, continuó Del Campo escribiendo déci
mas y redondillas en criollo, con espíritu de chacota, para zaherir a
sus adversarios políticos. Esto le prestó popularidad que aumentó
con dos composiciones notables: “ Gobierno Gaucho”.y el “Fausto” .
En 1870 publicó un tomo de Poesías, dividido en: “Acentos de mi
guitarra”, “ Composiciones festivas”, “ Composiciones varias” y el
“Fausto” . Sin este poema, seguramente el nombre de Del Campo ya
se hubiese desvanecido. Y no porque le falte ingenio. Aunque sólo
ingenio no es arte, y no perdura. El argumento es simple: un gaucho,
Anastasio el Pollo, narra a otro, Don Laguna, una representación que
viera en el teatro de la ópera “Fausto”, de Gounod. La interpretación
que el cándido hombre de campo hace del poema de Goethe, y sus
reflexiones, pintorescas, agudas, conquistan al lector. Hay también
descripciones de tipos y de la naturaleza hechas con precisión y
hermosura. El “Fausto” tiene influencia de los “Diálogos” de
Hidalgo, de ese que describe las fiestas mayas, pero lo supera en
colorido, en amplitud de concepción. Se le ha cotejado también con el
“Martín Fierro” de Hernández. Cotejo imposible. Lo hicieron los
críticos contemporáneos de los poetas, sin saber apreciar la hondura
de “Martín Fierro”. Del Campo escribió como hombre de ciudad,
como hombre culto, una pieza ingeniosa y bella. Escribió para
divertir. Los propósitos de Hernández fueron más ambiciosos, y los
realizó plenamente. Hernández, además de lírico, es épico, es
satírico, es un documento social; Del Campo describe con belleza,
sonríe, es agradable. Condiciones de poeta menor, sin raíces en el
dolor humano* como las de “ Martín Fierro” . Que Del Campo sabe
manejar la sátira lo prueba su “ Gobierno Gaucho”, escrito en versos
correctos, como todos los suyos. Es un gaucho que se embriaga, se
cree gobierno, y ordena. Manda como lo hiciera Sancho en la ínsula,
con un buen sentido y una lógica tan justos que el pobre sale
beneficiado de tal gobernante:
P aisanos: dende esta fecha
el contingente concluyo;
cuide cada uno lo suyo
que es la co sa m ás derecha.
No abandone su cosech a
el gaucho que h aiga sem brao:
D eje que el que es hacendao
cuide las vacas que tiene,
que él es a quien le con vien e
asigurar su ganao.
273
Vaya largando terreno,
sin m osquiar, el ricachón,
capaz, de puro mam ón
de m ancar h asta con freno;
pues no me parece güeno,
sino que, por el contrario,
es injusto y albitrario
que ten ga m edia cam paña,
sólo porque tuvo maña
para hacerse arrendatario.
27¿
tal no podía escribir para minorías* Por eso su poema entró en la masa
desde el primer instante. Y en tanto los críticos hacían muecas de
desdén ante la rudeza de sus vocablos, el realismo de sus escenas o la
incorrección de los versos y el lenguaje, el pueblo devoraba las
ediciones del libro. Como él vivió opinando toda su vida, al escribir,
sigue opinando, valientemente:
Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar;
m as no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando,
que es mi m odo de cantar.
275
Su pintura del gaucho es, en verdad, desolante, porque es veraz:
Para él son los calabozos,
para él las duras prisiones,
en su boca no hay razon es
aunque la razón le sobre,
qüe son cam panas de palo
las razones de los pobres.
Y es n ecesario aguantar
el rigor de su destino;
el gaucho no es argentino
sino pa hacerlo matar.
276
Así se explica el éxito de su libro. Popularidad sin precedentes.
Todos lo leen y lo celebran. Primero, los no letrados, en los suburbios,
en la campaña. En tanto “la brillante generación del 80”, lejos del
país, escribe para una minoría y sonríe, desdeñosa, frente a esta obra
que supone “fuera del arte”; el instinto del pueblo la acoge, la
aplaude, llora y se indigna con su poeta; ríe y festeja las diabluras de
Vizcacha, el ingenio del moreno payador, las agachadas de Picardía,
jugador fullero; se estremece viendo, pintado de mano maestra, un
malón de indios pampas, se conmueve con los sufrimientos de una
cautiva.
Pasan los años. Transcurren modas literarias, se olvidan muchos
nombres. Se olvidan merecidamente. Queda Hernández. Nuevos
letrados releen su poema. Lo exaltan. Ya no es sólo una protesta
indignada, es también un índice de bellezas. Razón tenía José
Hernández, que escribió desde 1872 al 79 su libro, cuando decía:
Lo que pinta este p in cel
ni el tiem po lo ha de borrar,
ninguno se ha de anim ar
a corregirm e la plana;
no pinta quien tien e gana
sino quien sab e pintar.
277
Vizcacha, personaje de la picaresca española, consanguíneo del
Lazarillo de Tormes, o de Guzmán de Alfarache, digno de las plumas
de Cervantes, Alemán o Quevedo. Otros poetas que escribieron sobre
gauchos, Echeverría, Mitre, Domínguez, Gutiérrez, Obligado, para
citar sólo los de la primera hora, emplearon el lenguaj e culto, el mismo
que utilizaban para sus poemas románticos. Mientras Hidalgo,
Ascasubi, Del Campo y Hernández usaban una y otra expresión, la
culta y la popular, estos otros poetas, inferiores a aquéllos gauches
camente considerados, sólo emplearon formas cultas.
Hernández, por ejemplo, el mayor de todos, fuera de su poema
esencial, sólo tiene poesías insignificantes, si escribe en lenguaje
culto. Pero cuando coge su “vihuela” vuelve a darnos una página de
tanta donosura como las sextinas con que comenta el cuadro del
pintor Blanes, sobre el desembarco de los 33 orientales en la
Agraciada. Esto significa que él, dueño de un idioma culto tan expre
sivo y vigoroso como el que usa en sus prosas (L as dos Políticas, los
artículos de E l R ío de la Plata, la Vida del Chacho, la Instrucción del
E s t a n c i e r o cuando siente la necesidad de florecer en versos, sólo
es él si habla como gaucho, olvidado del hombre de la ciudad, del
periodista, el político y el legislador que es él, además de hombre de
campo. Pero no todos convivieron como él la vida del gaucho en sus
faenas y en sus entreveros. Desde Echeverría a Güiraldes —para
hablar del último valor aparecido en el “gay de gauchería”, y aun
pasando por Hidalgo, el mismo Ascasubi y Del Campo—, todos
pasaron como forasteros o como patrones por las estancias. El único
que, desde la niñez, lo cuenta su hermano Rafael, fue gaucho y peleó y
trabajó como tal, es Hernández. Y esto explica la superioridad de su
poema no sólo sobre los cultos, Echeverría, Mitre, Domínguez, Gutié
rrez, Obligado, también sobre Ascasubi que hizo vida de campamento
y de carreta.
278
ÁNGEL J. BATTISTESSA
Ángel J. Battistessa
JOSÉ HERNÁNDEZ
281
legislador y funcionario.1 Por .encima de sus actividades menos abar-
cadoras, cual la de librero, impresor y dueño de estancias, Hernández
supo cumplir también, como alguno de esos varones, en ocasiones casi
geniales, o por lo menos genial y peligrosamente improvisados, una
obra literaria capaz de sobrevivir por encima del repertorio de los
quehaceres diversos, difusamente prohijados en el servicio de un
noble ideal colectivo.
En lo que toca a su tarea de escritor, este servicio Hernández lo
hizo suyo durante el lapso de unos seis lustros, desde los veinte años
hasta los meses de su postrimería.
Fué fnndamentalmente un periodista, aunque no en el orden de la
información y la gacetilla. Como a sus contemporáneos descollantes,
la pluma le sirvió para afirmar posturas doctrinarias y propender a la
consecución de un decoro social y una decencia política que allana
sen, por fin, según el orden de la justicia, los desniveles de aquella
larga hora anárquica. En concordancia con esta actividad periodísti
ca consta la que Hernández desarrolló en sus luchas de orador político
y tribuno parlamentario. El reflejo de esa actividad no constituye
siempre un traslado directo de sus trajines de pluma, y sí más bien
—aparte alguna excepción—, el residuo, presumiblemente retocado,
de sus intervenciones en los debates y trabajos de las cámaras.
Por la índole de las cuestiones y de los asuntos defendidos,
actividad periodísticas y dedicación parlamentaria se corresponden
con una sola actitud de Hernández. Obedecen a un mismo e indiviso
propósito de civilidad y buen gobierno. Tales actividades le ganaron
en su hora la estima de los correligionarios políticos, y de pareja
manera, sobre el final de la vida, el respeto de los adversarios.2
282
Pero parece manifiesto que los más de aquellos escritos y el reflejo de
esa oratoria no consiguieron trascender las circunstancias que los
provocaron y que por estas fechas son ya casi del todo irrevertibles.
Ello puede decirse de-las dos producciones de Hernández que en
las usuales referencias bibliográficas suelen destacarse, con muy
sesgado empeño, como depositarías de particulares aciertos: en su
orden cronológico,La vida del Chacho y lo.Instrucción del estanciero.3
Son bien conocidas las circunstancias en que una y otra obra
fueron redactadas, pero ni el gallardo impulso a que obedeció la
primera ni el desinterés con que el autor llevó a término la segunda
prueban nada en favor de las virtualidades que hoy puedan signarlas
como algo más que atendibles documentos de época.4
No cabe entrar en las causas que explican la preterición de esta
parte de los textos de Hernández, pero serio argumento acerca de la
ausencia en ellos de valores permanentes lo da el hecho del olvido en
que yacían esos textos, a salvo la retraída alusión de los “especialis
tas” y de sus plácidos y difundidos repetidores.
Perceptible, en estos últimos años, es el intento de exhumación
parcial de esos y otros testimonios de la actividad periodística y
parlamentaria de Hernández.5 Lo tardío de las fechas de tal exhuma
ción advierte precisamente la existencia de razones justificadoras del
prolongado arrinconamiento. Debe agregarse, para no cerramos a
283
justas y compensadoras ventajas, que no por ello los textos de nuevo
traídos a la luz dejarán de servir para el logro de una visión más
completa de la conducta ciudadana de Hernández.6 En cambio, no
conseguirán aumentar en proporción apreciable su prestigio de escri
tor representativo de lo argentino.
Los textos reimpresos, los que se mencionan en este estudio y
algunos que se rescatan en nuestra edición del poema pueden
contribuir también, como luego se indica, para ponderar las razones
estéticas que a despecho de la defensa de un ideario, y tomando por
base esa misma defensa, lograron que lo que en un principio no era
sino un alegato —uno más entre los muchos alegatos político-sociales
de Hernández periodista y parlamentario— se transfigurase en un
poem a, y aun empezase por implicarlo de deliberada manera. El que
los hombres de aquel tiempo vieran señaladamente el documento
vindicatorio, apenas debería desasosegar a los comentaristas asisti
dos de un claro sentido histórico, puesto que, como antes se recordó,
todas las letras argentinas y aun las americanas del siglo XIX, sobre
poco más o menos hasta el Modernismo, sólo constituyeron una
literatura de carácter mediato, a tal punto que cuando esas letras
subieron a la expresión ya desprendida de las circunstancias ello fue
como por añadidura. Esto transparece en Martín Fierro, y lo que el
texto propone con sostenida nitidez, el propio autor, consciente de su
obra, lo supo, lo dijo y lo reiteró explícitamente. Sorprenden, por eso,
las confusiones de parte grande de la crítica suscitada en torno a
Martín Fierro. Si no se agrega que esas confusiones alcanzan por
momentos los límites de lo absurdo, sólo se debe a que parece sensato
disculparlas, y por dos motivos: por la laboriosa personalidad de
algunos de los equivocados y por el influjo de sentimientos estimables
aunque sobreañadidos y de dudosa pertinencia.
Entre sumas y restas, Martín Fierro retiene, pues, casi por sí
solo, el título exclusivo y suficiente de Hernández ante la posteridad.
Las divergencias, y lo que es peor las confusiones, se desatan en
cuanto al lector algo curioso se le ocurre preguntar cómo ha
acontecido ello o, lo que es lo mismo, cuáles son las razones que en la
actitud del autor, en el asunto del poema o en su textura verbal,
pueden dar evidencia, en términos obj etivos, a la validez de ese título.
A quien goce de alguna familiaridad con el asunto del relato, o
disponga de las mínimas nociones lingüísticas para no encontrarla
lectura demasiado ardua, esas razones pueden hacérsele transparen
284
tes por simple iluminación simpática. Todo permite colegir (dicho sea
sin grave desasosiego magistral) que así alcanzaron a comprenderlo
bastantes lectores urbanos y acaso los iletrados oyentes campesinos
del último tercio del siglo XIX. Por desgracia, no es ya posible
acercarse al poema con la despreocupación indispensable para
percibir sin interferencia docta, o escolar, o periodística, o retórica, o
patriotera, lo que el poema muestra. Aun los lectores que por pereza o
por recato prescinden de las generalizaciones recibidas en cierto
grado son también víctimas fáciles del ininterrumpido desconcierto
crítico. Por razones de índole varia, políticas, sociales y, lo que en
verdad sorprende, literarias, hay equívocos que todavía parecen
flotár en el aire. M artín Fierro, por consenso unánime, o casi unánime,
la obra maestra de nuestra literatura, no puede disponer hoy, como no
sea por excepción rarísima, del lector desprevenido o no - prevenido
que uno de los magnos ensayistas europeos reclamaba no hace mucho
incluso para las obras colmadas de intrincaciones despistadoras.
Parece convención casi obligatoria aceptar que el poema de
Hernández logró desde el comienzo difusión irreprimible entre la
gente de la campaña, en modo particular entre los congéneres sociales
de los personajes del relato. La actitud de los “intelectuales” y de los
señorones pronto se manifestó, en cambio, de estar a lo aseverado por
esa crítica, o reticente, o desdeñosa. De creer a los mismos comenta
ristas, únicamente el éxito alcanzado por E l gaucho M artín Fierro
entre la población del campo y de las orillas ciudadanas movió al
escritor a componer L a vuelta de M artín Fierro J En esta nueva
ocasión el éxito fue también rotundo, pero una vez más —tal se dice,
tal se insiste—■casi exclusivamente entre los lectores, recitadores y
auditores de los medios pobres o con escasas letras. Se admite —sin
explicar las necesarias implicaciones del suceso— que poco después
de la muerte de Hernández ambas partes del relato menguaron su
difusión en las comarcas rurales, y padecieron desmedro todavía
mayor en los ambientes urbanos. Durante varios lustros M artín
Fierro se vio extrañado de la preocupación de los intelectuales, y el
poema, con débil vigencia en la memoria de las poblaciones sobredi
chas, apenas si solía ser mencionado con desapego y displicencia por
las personas cultas. En este mundo, sin embargo, la justicia termina
por hacerse siempre, si no con los gauchos perseguidos sí con los
poemas gauchescos desdeñados: un buen día —allá por 1913—, el
285
poema logró imponer sus fueros, y con inmediatez fulgurante.
Primero —así lo propaló alguien, así lo repitieron, así lo repiten casi
todos— a causa de unas conferencias, sonadas y sonoras, de Leopoldo
Lugones, en el teatro Odeón, a las que no tardó en hacer eco la revista
N osotros.8 Con ello, se añade, todo tornó a su quicio. La justicia fue
plena cuando en 1916 el mismo Lugones amplió sus conferencias (las
amplificó mejor dicho), en el texto de E l Payador.; La Universidad no
podía mantenerse alejada del torneo, y también ella se hizo presente
con L o s gauchescos de Ricardo Rojas.9
Los intelectuales habían descubierto, por fin —tal se decía— el
poema olvidado o preterido. M artín Fierro iniciaba nueva etapa y
subía al más alto rango. El país poseía ahora su poema nacional, su
epopeya. A despecho de tratarse de creación todavía reciente, luego
de la copiosa difusión inicial, el subsiguiente olvido, el recrudecimien
to y la exaltación laudatoria, ¿qué menos que comenzaran para
M artín Fierro las minucias lexicográficas y gramaticales y que el
mismo y nada remoto poema padeciese en su texto no menor
sobrecarga de referencia que las que a justo título filológico ostentan
la Chanson de R oland o el Poema de M ió Cid en sus más doctas
ediciones?10
Frente al análisis sin síntesis, o a las síntesis premiosas, en años
subsiguientes el denuedo de algunos comentaristas se orientó hacia
las explicaciones trascendentales. Sólo es de lamentar que lo exhaus
tivo de algunos de esos intentos resulte casi sin excepción excesivo en
los supuestos y forzado en las conclusiones.11
En anacrónico paralelismo con el afán reivindicatorío que Her
nández entrañó en su poema, por motivos que poco se avienen con lo
literario, en fechas aún bastante cercanas, el influjo de un torcido
concepto de la reversibilidad de la historia se obstinó en hacer servir
286
al Martín Fierro para propósitos que se dijeron de justicia social, pero
que resultaron de mal embozada propaganda política.
En lo que corre hasta nuestros días desde el momento de la
aparición del poema, las alternativas de la crítica martinfierrista
reclaman, pues, salvedades y retoques. Silos tópicos recibidos no son
tan inexactos, por estas fechas todos o casi todos piden correctivo y, a
veces, impostergable contradicción documental y literaria.
En un comienzo, la difusión del poema entre la gente de la
campaña fue manifiestamente grande: el número y la rapidez de las
ediciones lo prueba. Recitadores hubo que por modo juglaresco
dijeron el poema frente a auditorios negados para la lectura, pero
aunque Lugones y algún otro crítico hayan dejado testimonio veraz de
la existencia de tales recitadores nada obliga a admitir que éstos
formaran legión ni que a sabiendas o no alcanzaran a constituirse en
los rapsodas de Hernández. Si ocurre repetir por modo textual la
conocida noticia de Nicolás Avellaneda: “Uno de mis clientes
almacenero por mayor, me mostraba ayer en sus libros los encargos de
los pulperos de la campaña: 12 gruesas de fósforos. Una barrica de
cerveza, 12 Vueltas de Martín Fierro. 100 cajas de sardinas” ,12 no
debe concluirse, en cambio, según se hace en tratados y manuales,
que el mismo Martín Fierro alcanzó a ser vendido —transustanciado
ya en artículo de primera necesidad— en establecimientos sólo
dedicados, antes de entonces, a expender las más urgentes especies
de abacerías y uso doméstico. En la campaña bonaerense y en
bastantes poblaciones de alguna importancia, en ese tiempo —jcomo
ahora!— no había comercios de libros, y, un poco al modo de las
tiendas españolas llamadas de ultramarinos, únicamente las “pulpe
rías” de campaña solían entreverar producto de vario linaje con
bastimentos de toda laya.
No fueron bastantes los periódicos que anunciaron la aparición
de la obra, pero a la sazón las hojas de ese carácter tampoco eran
muchas ni su preocupación fundamental radicaba en lo literario. En
1873 el Correo de Ultramar reiteró en París, por extenso, el contenido
del poema. En ese tiempo, o poco después, en la calle Bolívar — en el
número 147 y en las inmediaciones del viejo Colegio— no tardó en
¿stablecerse una librería especialmente dedicada, bajo el nombre
287
“Martín Fierro”, a la venta del relato epónimo. Al hilo del rápido
sucederse de las ediciones, tampoco le faltó al autor el juicio cordial,
cuando no ponderativo, de personas notorias, en ocasiones de ideario
político contrapuesto al suyo: Mitre, Cañé, Avellaneda, Juana Ma
nuela Gorriti, Juan Tomás Guido, Mariano Pelliza, Adolfo Saldías y
otros.
Cuando murió el poeta, el eco condolido de los intelectuales y el
de las grandes hojas diarias se concertó unánime. No puede suponer
se que el homenaje se dirigiera particularmente al hombre público,
entonces en situación conspicua. Los mayores elogios, y los más
decididos, apuntan a su creación literaria, y en términos preferentes,
excluidores, a Martín Fierro.
Ilustrativo es el discurso fúnebre del general Mansilla, y lo son
también los discursos de los demás oradores y panegiristas. Las otras
veces conversada vivacidad del autor de Una excursión a los indios
ranqueles se demora ahí, en ese discurso, en los serviciales lugares
comunes frecuentados en tales despedidas. No se desentiende
Mansilla ni del varón bondadoso, ni del tribuno eficaz> ni del
ciudadano austero; lo esencial de su juicio, con todo, se aplica al
hombre de letras:
. .afirmo que cuando haya sido sepultada en el polvo del olvido
la fama de muchos grandes hombres de circunstancias, persistirá en la
memoria del pueblo el nombre de Martín Fierro, y que José
Hernández no habrá muerto, aunque sus despojos se hayan desvane
cido.
“Su obra no ha sido fantástica, ni caprichosa, porque su corazón
vibraba al unísono del corazón del pueblo, cantando sus sufrimientos,
sus dolores, sus tristezas, como quien interrumpe un himno a la
libertad, a la igualdad y a la fraternidad, para recordar con estrofas
inteligibles que hay clases olvidadas o desheredadas que reclaman
nuestra patriótica solicitud.
“ Sí, José Hernández fué todo un poeta, y los que han dicho que la
poes ía ama las Musas, y no la V erdad, tienen que convenir, esta vez al
menos, en que la América puede reivindicar para sí, entre otras
glorias puras, la de tener cantores que hallan ecos simpáticos en las
multitudes, siendo intérpretes sinceros de sus nobles ideales, bardos
que se elevan hasta el pináculo donde moran aquéllos sin defraudar la
realidad” .13
El mismo Mansilla va aún más lejos y reconoce la perdurabilidad
del relato de Hernández. Señala una prenda de ello en el desvelo
288
patriótico y humano que en favor de los desheredados cifra el relato,
pero destaca, con especial memoria de los merecimientos del poeta,
su nota singular en las letras americanas: la capacidad, tan de
Hernández, de adoctrinar sin que el estro elocutivo padezca.
Acabado ese discurso, en la síntesis que de la personalidad del
“desaparecido” hizo el doctor Luis V. Varela, los méritos del escritor
destacan también coincidentes:
“En las turbulencias de la vida agitada —poeta, escritor,
soldado, legislador, político, estadista—, una norma sublime ha
acentuado siempre la inspiración de todos sus actos y de todos sus
escritos... Si al borde de la tumba puede formularse una aspiración de
justicia, yo hago votos por que, al lado del ilustre nombre de tus
mayores, brille sobre tu lápida el nombre consagrado de M artín
Fierro, como un fanal que guíe, en la ciudad de los muertos, a los
peregrinos de la Pampa, cuando vengan trayendo, como un tributo de
gratitud y de cariño, la ofrenda de sus corazones y de sus lágrimas, al
cantor de su querencia, de sus amores y de sus hazañas”.14
Por encima de las frases de exorno, y ya en ventaja sobre la crítica
ulterior, el doctor Varela saluda en Hernández —¿qué más podía
pedirse en aquella fecha?, ¿qué más en aquella circunstancia? —al
cantor por antonomasia del gaucho y de lo gauchesco.
Los diarios entonces mayormente representativos se aunaron en
exaltación concorde. Bajo el nombre de José Hernández, L a Prensa
iniciaba su comentario declarando que la muerte del poeta enlutaba
“alas letras argentinas y a la musa sudamericana”. Después del elogio
de Hernández, el diario ensanchaba frente al poema la más abarcado-
ra perspectiva posible:
“M artín Fierro ha alcanzado por eso la mayor popularidad que
jamás haya conquistado un libro argentino. Ha estado en las manos de
los hombres de todas las jerarquías sociales, desde el fogón del
campesino, que se lo devora, hasta la de los literatos que lo admiran
deleitándose. Los legisladores, los gobernantes, los educacionistas,
tenían y tienen mucho que aprender en esas páginas.
“La República pierde en Hernández a uno de los atletas de su
literatura propia, original, creadora”.15
L a Nación —fundada y dirigidfa por Mitre, el aplomado pero
comprensivo adversario de Hernández— se hizo presente con una
nota laudatoria aún más significativa.
14 La Prensa, Buenos Aires, 23 de octubre de 1886, pág. 3 col. 7 y página 4, col. Ia.
15 La Prensa, 22 de octubre de 1886, pág. 3 col. 6a.
289
Para postular trasposiciones de lo momentáneo a lo permanente
y de lo humano a lo estético, el texto necrológico no se encabeza ya,
cual el de L a Prensa, con el nombre de José Hernández. En
capitulares de mucha tinta, duplicado y rotundo, el apelativo sustitu
to: M artín Fierro.1*
Augural, y no menos tendidamente abierto hacia el futuro, el
juicio de E l Diario. Sin excluir el encomio de otros aspectos de la
actividad de Hernández, palabras que asimismo deben rescatarse
celebran allí los merecimientos del artista. Vale la pena verificar en
qué términos:
“La muerte ha sorprendido a José Hernández en pleno vigor
físico e intelectual, pues nadie habría creído que el temperamento
exuberante del más popular de los poetas nacionales estuviera minado
por un mal tan fatal e inexorable. Es uno de esos acontecimientos que
traspone los límites de nuestro país y une en un sentimiento de común
dolor a todos los pueblos que bañan ríos nacionales.
“El cantor de M artín Fierro desposeído de su nombre propio
para dársele el de su héroe por millares de admiradores es una de las
glorias más extendidas de las letras argentinas, destinadas a vivir
tanto como el recuerdo de las injusticias cantadas al identificar el
nombre de M artín Fierro con el gaucho, cuando el tiempo y k
civilización invasora y niveladora conviertan en tipo de leyenda al
gaucho errante de nuestras pampas. Su nombre, destinado a la gloria
duradera de los grandes intérpretes del sentimiento popular cuando lo
encarnan en un hombre que es la verdadera expresión de la naturale
za, en la más bella acepción del realismo, poetizado por el dolor y la
desgracia, es quizá, o sin quizá, el más popular de las tres repúblicas
del P lata... Hernández ha enriquecido nuestra literatura con su
poema, que con el rápido desenvolvimiento de nuestra civilización fué
el reflejo fiel de la vida contemporánea de nuestros gauchos y se
transformó al día siguiente en el poema de los dolores pasados,
penetrando en todos los corazones como esas tradiciones que lo
conquistan y lo invaden, al poetizarlos, haciéndolo inmortal como el
sentimiento mismo que encaman.
“Ninguno de los poetas de su género ha recogido en su vida
mayores testimonios de sim patía popular Puede decirse que ha
asistido en vida a su propia apoteosis: el fallo de la posteridad lo ha
alcanzado en el pleno vigor de su inteligencia. Por donde quiera, en
nuestra campaña el nombre de Hernández, sustituido por el de
290
Martín Fierro, por la admiración de nuestros gauchos recibirá e]
acatamiento de una gloria sancionada por los años.” 17
La hermanada opinión de estos diarios, tres baluartes, entonces
de la opinión ilustrada, se opone, corroboradora, a lo que suele decirse
usualmente. Los juicios periodísticos, prescindibles en otras oportu
nidades, cobran aquí valores de primer plano. Por eso, creemos
forzoso —y útil— actualizar esos párrafos olvidados. No hay que
llamarse a engaño, como con frecuencia se hace. Antes del fallo
confirmatorio de su todavía breve posteridad, entre las gentes llanas,
los escritores, los prohombres y los periódicos calificados, la efectiva
consagración de Hernández quedó indisputablemente consolidada
desde la hora del tránsito mortal del poeta, e incluso inició su
afianzamiento en los dos lustros que sobre poco más o menos
antecedieron a su muerte.
Desde mucho antes el propio Hernández tuvo evidencia de ello, y
no falta un decisivo testimonio personal que así lo asevera. Conse
cuentemente importa concluir con el pertinez resabio seudorrománti-
co gustado desde temprano por numerosos comentaristas e intensifi
cado, si cabe, a la sombra de algunas de las implicaciones políticas de
los últimos años. Nos referimos a la inexacta visión de un gran poeta
“popular” sólo comprendido por las clases humildes, pero descono
cido por las clases altas y desdeñado por los colegas “cultos”. Estos
párrafos fechados en Montevideo, en agosto de 1874, e incluidos por
Hernández en una extensa carta “a los editores de la octava edición”,
refrendan lo dicho y suprimen la necesidad de mayor prueba:
“Permítanme ustedes manifestarles ahora la confianza con que
espero de su fina atención que reserven a esta carta un pequeño
espacio entre las páginas del folleto, porque anhelo satisfacer en ella
una deuda de gratitud que tengo para con el público, para con la
prensa argentina y mucha parte de la oriental; para con algunas
publicaciones no americanas , y para con los escritores que dignándose
ocuparse de mi humilde trabajo lo han ennoblecido con sus juicios
ofreciéndome a la vez, sin ellos procurarlo, la recompensa más
completa y la satisfacción más íntima.
“Hace apenas dos años que se hizo la primera edición de M ar
tín Fierro en un pequeño número de ejemplares. Su aparición fue
humilde como el tipo puesto en escena, y como las pretensiones del
autor.
“Algunos diarios de Buenos Aires y de la campaña, como L a
291
República, La Pampa, La Voz del Saladillo y otros, dieron cuenta al
público de la aparición de aquel gaucho que se exhibía cantando en su
guitarra las desgracias y los dolores de su raza.
“Las recomendaciones eran hechas en conceptos lisonjeros y
honrosos y los resultados fueron completamente favorables. Antes de
dos meses estaba agotada la edición, tras de la que han venido otra y
otra, hasta la octava o novena que ustedes preparan ahora.
“Y ven ustedes cuán difícil me será satisfacer la deuda de
agradecimiento que me impone la acogida dispensada a ese harapien
to cantor del desierto.
“L a prensa argentina en general ha honrado también con una
benevolencia obligante las trovas del desgraciado payador, y en una
misma época, o sucesivamente, los cantos de M artín Fierro han sido
reproducidos íntegros o en extensos fragmentos por L a Prensa, La
República de Buenos Aires, L a Prensa de Belgrano, L a Época, y E l
Mercurio de Rosario, E l Noticiero de Corrientes, L a Libertad de
Concordia, y otros periódicos cuyo nombre no recuerdo o cuyos
ejemplares no he logrado obtener.
“Así al consignar aquí los nombres de esos obreros del pensa
miento en que se encuentran representados todos los matices de la
opinión deseo significar con este recuerdo extensivo a muchos
órganos de la prensa oriental, como L a Tribuna y La Democracia de
Montevideo, L a Constitución y L a Tribuna Oriental de Paysandú,
que, o lo han reproducido íntegro o en parte, o lo han favorecido con
sus juicios, popularizando la obra y honrando al autor.
“La publicación ilustrada Correo de U ltram arle brindó en sus
columnas acogida que no podía ambicionar jamás esa creación
humilde, nacida para respirar las brisas de la Pampa, y cuyos ecos sólo
pueden escucharse, sentirse y comprenderse en las llanuras que se
extienden a las márgenes del Plata.
“Por lo que respecta a los escritores cuyos fallos honrosos colocan
ustedes al frente de la nueva edición; ellos comprenderán los
sentimientos que me animan con sólo manifestarles mi persuasión
íntima de que el éxito que pueda alcanzar en la sucesivo lo deberé casi
en su totalidad a esos protectores, que han venido galante y
generosamente a abrirle al pobre gaucho las puertas de la opinión
ilustrada.
“Ellos son autores, y de producciones ciertamente de mayor
mérito que la mía, aunque de diverso género, y ellos saben por
experiencia propia cuán íntima satisfacción derrama en el espíritu de
quien ve su pensamiento en la forma de libro, al ver ese mismo libro
292
hojeado por los hombres de letras, honrado con su aprobación y
prestigiado con su aplauso”.18
18 Loe. cit.
19 El rico comentario de Unamuno apareció en La Revista Española (“ Quince'
nal, literaria, científica, política”), Madrid 1894, págs. 5-22: “El gaucho Martín Fierro.
Poema populai’ gauchesco de d. José Hernández (argentino). A Don Juan Valera. Cinco
años después Unamuno retomó el tema en el N° 27, II, pág. 44 de la Ilustración
Española y Americana (Madrid, 1899). Las páginas de Menéndez y Pelayo, que toman
pie en las de Unamuno, aparecieron en Antología de poetas hispanoamericanos,
Madrid, 1895, t. IV, pág. 150 y sigs.
20 En el coro nada unánime de los once opinantes, el “Maestro Palmeta”
alcanzó, en efecto, el registro más altamente desentonado, aunque intrépido y por
momentos ingenioso. Según la revista, detrás de ese seudónimo se celaba un grave
profesor de la Universidad de Buenos Aires, consejero y académico. El Dr. Carlos
Octavio Bunge, a lo que parece.
21 E l payador, Buenos Aires. Talleres Gráficos de Otero y Cía. 1916.
293
común porfiadísimo, el aserto adelantado por Martiniano Leguiza
món, después exagerado y usufructuado por muchos, de que M artín
Fierro es un cabal poema épico, con las añejas características del
género, e incluso, por añadidura, el poema nacional, nunc et semper,
de todos los argentinos...22
Las afirmaciones de Lugones, y en cierta medida algunas de las
de Rojas en los abarcadores capítulos de “Los gauchescos”, se
apoyan con exceso en modos ya poco frecuentados de la crítica
romántica y positivista. En estudio perspicuo lo señaló Federico de
Onís,23 pero es justo reconocer que con anterioridad a dicho estudio
—y antes y después de los trabajos de Lugones y de Rojas— varios
críticos locales objetaron con atendibles argumentos esa tesis tan
sumaria como atrayente, casi del todo inexacta —o por lo menos
excesiva—, aunque halagadora para la sensibilidad de vastas zonas
del público.24
En desquite, la encuesta de Nosotros, las aseveraciones de
Lugones, e igualmente las mejor respaldadas de Rojas, no pudieron
menos que conllevar el fermento de nuevos comentarios. En forma
especial las contenidas en el tomo primero de la Literatura argentina,
aquellas aseveraciones contribuyeron a “situar” el poema entre los
universitarios y entre un buen grupo de escritores ganosos de arrimar
su obra al amparo de una tradición no excesivamente forastera.25
No faltan otros acarreos bibliográficos, pero en conjunto, estos
que acaban de recordarse simbolizan las alternativas más prestigiosas
294
—y especiosas— de ia crítica promovida por la narración de Hernán
dez. Después, como queda dicho, la investigación se ha desplazado
mayormente, aunque todavía sin una total liquidación de prejuicios,
hacia la interpretación del poeta, o hacia el esclarecimiento, digamos
filológico, de su libro máximo: la fijación del texto, el análisis de sus
temas, el sondeo de las fuentes. De especial manera mucho se ha
discurrido acerca de las implicaciones verbales de M artín Fierro
(vocabulario, fonética, morfología y sintaxis). La estilística... espera.
(Historia de la literatura argentina, dirigida por Rafael Alberto
Arrieta; t. III; Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1959. El texto aquí
publicado reproduce, parcialmente, el cuarto capítulo del trabajo
de Angel J. Battistessa, incluido en el citado volumen.)
295
JOSÉ EDMUNDO CLEMENTE
José Edmundo Clemente
299
utilizaron para desalojar a los nativos y, en pago, los desalojan a ellos
mismos con los contingentes inmigrantes que nada arriesgaron. A
estas y a otras conclusiones sugestivas arribaría el examen imparcial
del argumento.
Aún hay más; algunos encaran los protagonistas y observan en
Fierro una vida frustrada por el medio y la época; en Cruz, amistad sin
retáceos; en el Moreno, amor filial; en Picardía, viveza criolla; en los
hijos de Fierro, desamparo de la adolescencia del campo. 0 , al revés,
los que juzgan a éstos como vagos sin remedio; al Moreno, resentido; a
Cruz, pobre hombre; a Viscacha, sinvergüenza; a Fierro, incongruente.
Por mi parte, creo que los dichos del viejo Viscacha y los consejos de
Fierro a sus hijos, indican los dos caminos morales a seguir, según las
fuerzas espirituales y el respeto propio de cada uno. Lo cual no
significa que las determinaciones laterales no coincidan en un mismo
hombre; una conducta nunca es un trazado rígido, sino una constante
modificación, con mayores o menores demoras en uno u otro
comportamiento. No sería nuevo repetir que el hombre es la unidad
de todas las posibilidades vitales y que al lado de un cómodo
hay un entero
Tema y alegato
300
hombre de América, a su argumento, lo hemos visto, las situaciones
que describen la vida de campaña. A estas dos dimensiones se añade
el alegato. Conviene aclarar bien estas palabras porque de su
seguridad depende la interpretación cabal del tema mayor de
Hernández. Argumento se llama a los episodios que entretienen la
curiosidad del lector, al revestimiento que da cuerpo al edificio; tema,
a la viga maestra, al entramado interior y firme de la obra, a lo que le da
altura y resistencia. Casi siempre consiste en “el mensaje” del artista.
Cuando el mensaje no implica un contenido conceptual, sino simple
mente la comunicación de un estado de ánimo o de un placer estético,
se lo denomina motivo. Palabra que justifica la falta de una temática
precisa, muy común en la escultura y en la pintura moderna. El
alegato, a su turno, es la comunicación urgente que trae una obra, el
letrero de llamada que se coloca en algunos edificios a fin de destacar
su importancia pública. Como alegato, el M artín Fierro es un llamado
de atención, un canto alto y argentino de justicia y de solidaridad. No
la revancha fácil que describe en la pulpería, no las caricaturas del
egoísmo mezquino que pinta en el viejo Viscacha, no los azares de la
vida entre los indios, ni la rutina militar del fortín; ni tampoco las
anécdotas de los pequeños funcionarios que sacan provecho de los
puestos políticos. No; el alegato del poema está al final, cuando Fierro
en su vejez recomienda a sus hijos, que son el pueblo de cada padre:
Los herm anos sea n unidos
porque é sta es la ley primera.
301
Para rematar con esta sencilla fórmula de ciencia política:
Crítica positiva
302
que Eleuterio Tiscornia se esfuerza en buscarle parientes de rancio
abolengo español. El poeta es caña sonora hincada en lo profundo de
su tiempo y de su pueblo, caña que recoge esa simiente subterránea y
la propaga a los altos vientos a través de los nudos táctiles de sus
versos. Algunas ideas y pasiones no serán legítimamente de él, pero
son de su pueblo; que es una manera de pertenecerle.
Quiero decir; en literatura importan las ideas desnudas (vida,
amor, muerte), pero también importa la manera de decirlas, la
impresión digital del espíritu que las dice. Considero poco feliz
descubrir en “hasta el pelo más delgao hace su sombra en el suelo”
antecedentes en experiencias callejeras de Madrid o de Aranjuez, o
similitud con “No hay enemigo chico”, etc. Existen, en verdad, en el
M artín Fierro relaciones familiares con algunos refranes y dichos
antiguos; pero, es igualmente cierto que el mismo celo policial
probaría en los modelos originales atribuidos a España, vigencia
anterior a España, y así sucesivamente. En mi época de estudiante,
me molestaba la curiosidad de la crítica por demostrar la cercanía de
las famosas Coplas p o r la muerte de su padre de Jorge Manrique, con
las Coplas para Don Diego Arias de Á vila de su tío Gómez Manrique,
aparte de los pasajes remontados a la Biblia, Boecio, Próspero de
Aquitania, etc. Estos anticuarios de la cultura pierden el tiempo.
Nadie podrá quitarle a Jorge Manrique la gloria de haber escrito las
coplas que comienzan con este octosílabo imperecedero:
303
la calidad estética del poema, que pertenece a la literatura. Importa
ahora su valor permanente como símbolo de lo argentino; el tema
hondo que no modificarán las aguas circunstanciales ni los navegantes
interesados. La crítica positiva abrió paso al tema fundamental.
Cuando al final del poema, Fierro despide a sus hijos y los hijos se
desparraman en el anonimato, como la sangre volcada se desparrama
en la tierra, vemos una metáfora que ya comprendemos. Somos
nosotros venas de la sangre derramada que continúa hacia el futuro
como legado irrenunciable de posteridad.
Es el gaucho destino de transición; nosotros, encrucijada bullen-
te de razas sin sedimentar. Somos un pueblo joven convocación de ser
mandados por gente vieja. Pero esta vocación es confusa. De un lado
tira el caciquismo ancestral y del otro la influencia europea; y su
complejo. En una palabra: Europa —en el idioma, en los hábitos— y
la tierra fuerte de América, tironean nuestra indecisión. Por ahora
somos nada. Un montón de sangre derramada. Anónima. Adelante,
tenemos el porvenir; que es como tenerlo todo. Y éste es el gran tema
de nuestro libro. M artín Fierro enfrenta a su destino, pero no lo
enfrenta en vano; nos deja el impulso tremendo de su obra. De su obra
que quedará para siempre en la literatura argentina como una
tradición, en el mejor sentido de la palabra; como antecedente de una
rebelión y de una presencia argentina.
(Los temas esenciales de la literatura; Ed. Emecé, Buenos Aires,
1959.)
304
JOHN B. HUGHES
John B. Hughes
M ARTÍN FIERRO Y M O B Y D IC K
307
do ni apreciado por ei público de su época, escribienao cada año
menos hasta llegar a una oscuridad casi completa. Hernández,
periodista maduro, perseguido y poco reconocido, empezó a conocer
se por la gran popularidad del personaje que creó.
Una obra partía de una disatisfacción personal y emprendía una
búsqueda de índole religiosa y metafísica; la otra, de una disatisfac
ción social y política, una vida frustrada y un sentido de pérdida,
intentaba afirmar, si sólo para la memoria, lo que se sentía perdido y
perdiéndose. Tras M oby Dick, una nueva sociedad (para Melville)
demasiado fuerte y estable; tras M artín Fierro, un caso político y
social que empezaba a tomar formas de cohesión y continuidad, que a
José Hernández le parecieron, en gran parte, perniciosas y falsas.
En estructura, forma y contenido, las dos son obras, por
inherencia, agenéricas que combinan orgánicamente elementos líri
cos, dramáticos y novelísticos. Ambas, en distinta medida, se basan
en “una postura vital hecha literatura”, un “yo” ficticio, a la vez
genérico e individual. De la postura del joven aventurero Ismael y de
su monólogo-disquisición-narración sale todo un mundo ballenero:
las “veintenas de capitanes anónimos” de Nantucket, el monoma
niaco Ahab y la extraña y variada tripulación del Pequod, barco
igualmente extraño y misterioso. El canto de Martín Fierro evoca
otros cantos, voces y cantores, personajes, toda la gama gaucha que
va desde el propio Martín Fierro al viejo Vizcacha. Los dos autores se
identifican bastante con sus dos narradores principales, pero también
en grado menor con los demás personajes. Se expresan p o r y en todos,
que son, en parte, modalidades de su propia psique.
Todos los personajes son huérfanos, parias, solitarios (como lo
eran, espiritualmente, Melville y Hernández), que, a espaldas o al
margen de la sociedad, se educan, derivando su “sabiduría” de un
conocimiento profundo de la vida, de la experiencia directa de un
mundo primitivo y natural y de sus ocupaciones duras y repletas en
tareas físicas y peligrosas. Las dos obras exaltan la experiencia y la
libertad. Martín Fierro:
Aquí no valen dotores:
sólo vale la esperencia;
308
Melville-Ismael: “Por el sosiego y reclusión de muchas largas
noches en las más remotas aguas y bajo constelaciones jamás vistas
aquí en el Norte, ha sido (el ballenero) llevado a pensar libremente y
sin prejuicios”; “Todo pensamiento profundo y angustioso no es más
que el intrépido esfuerzo del alma para mantener la abierta indepen
dencia del mar”.
Los dos exaltan una modalidad local e histórica del habla dentro
de las posibilidades totales del idioma. Hernández se esfuerza por
captar el modo peculiar de hablar del gaucho; “con todos los juegos de
su imaginación llena de imágenes y de colorido”. Martín Fierro:
Soy gaucho, y en tien d aló
com o mi len gu a lo esp lica .
309
recursos, como eran sus autores. Podría decirse aei M artín Fierro
que se compone de una serie de cantos, canciones y payadas dentro de
un canto central, y del M oby Dick, que es un largo monólogo, lleno de
soliloquios, diálogos y digresiones.
E} mundo exterior que confronta los personajes es vasto e
imponente, indiferente u hostil. Las perspectivas son libres, formadas
en la contemplación de los horizontes abiertos e infinitos de “aquella
inmensidad” que es la pampa del poema, y el mar, el “Atlántico
solitario” de M oby Dick. Tanto la tripulación del Pequod como el
gaucho de Hernández esperan un destino “trágico”, una derrota
inevitable y prefigurada, que les exalta, permitiéndoles adquirir
relieve más allá de lo que era de esperar de “un viejo y pobre pescador
de ballenas”, “el más humilde de los marineros”, “los renegados”,
“los desechos”, o de “un gaucho perseguido” .
Si sus elementos —la forma agenérica, la literatura de “postura”,
la exaltación del individuo y del paria— son característicos del
momento romántico, su modo de concepción, su contenido y algunos
valores que tienen en común sirven para identificarlas como creacio
nes americanas, que no cuajan del todo ni con la tradición ni con la
literatura europea contemporáneas. Las dos son aserciones de un
nada conscientemente norteamericano en un caso, y argentino en el
otro. Melville: ¿“a qué se debe que nosotros, los balleneros de
América, sobrepasemos a todo el resto de los balleneros del mundo”?
Hernández quiere salvar de un posible olvido, valorando de por sí a
“ese tipo original de nuestras p a m p a s... que, al paso que avanzan las
conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo”. La
casi total ausencia de la mujer en estos dos mundos masculinos,
carentes de “sociedad” en el sentido europeo, tanto como la exalta
ción de la experiencia de la vida primitiva, descrita por dos escritores
que la habían vivido de cerca y por un período de años seguidos, sin
ser el uno ballenero profesional ni el otro “gaucho” (en el sentido
histórico en que lo empleaba Hernández), son aspectos americanos de
las obras. Faltan la distancia y el exotismo conscientes de muchas
obras europeas sobre asuntos semejantes. Hay matices americanos
en la rebeldía y la confianza que sienten los personajes y los autores en
lo que pueda hacer uno mismo cuando ha aprendido de su propia
lucha con el ambiente.
Una más lejana pero profunda afinidad se encuentra en los
escenarios y sus resonancias en las dos obras. Es cierto lo de Jorge
Luis Borges de que el mar es “la pampa de los ingleses” . También es
cierto que culturalmente el norteamericano es descendiente del inglés
disidente. ¿Y qué no sacara del recuerdo de su infancia en la pampa
310
W. H. Hudson, descendiente de padres norteamericanos, en la vejez,
y en Inglaterra?
Las diferencias son igualmente reveladoras. Moby Dick, la
ballena blanca, personifica una fuerza natural, cósmica, clave impo
nente y misteriosa del universo ambivalente, que, exponiéndose a
peligros enormes y desconocidos, atacan, cada cual a su modo: Ahab,
Ismael y Melville. La derrota del Pequod es completa y final: “todo se
derrumbó, y la gran mortaja del mar recobró su ondulación normal, la
misma desde hace cinco mil años”. La misteriosa salvación de Ismael
no suaviza esta conclusión. Doble imaginativo de Melville, el Ismael
del final es sólo “un huérfano más” de los rescatados del mar por el
barco Raquel. Ha sobrevivido en Melville para contar lo sucedido, lo
experimentado.
M oby D ick es un gran experimento (¿no lo es también la sociedad
norteamericana?), una aventura, a grandes riesgos, en las aguas de lo
no conocido. El hombre intenta conocer, conquistar —captar p o r su
propia experiencia— al universo y a sí mismo. Melville y sus
personajes tienen plena conciencia de la posibilidad y hasta de la
probabilidad de su propia destrucción en la búsqueda que han
emprendido. El valor universal hum ano del libro deriva de la
conciencia grandiosa, temible y dura (nada sentimental) que experi
mentamos de haber vivido de cerca, participado con Melville y sus
personajes en una lucha gigantesca, un rito cósmico. El lector confía
en la autenticidad, la validez de su experiencia; y abrumado, espiri
tualmente ebrio de la fuerza expresiva del lenguaje del Melville
—poeta, si en prosa, sólo comparable con Milton y Shakespeare en
inglés, y cuyo vuelo lírico-dramático mucho se parece al de ellos—, se
contentaría, como el padre Mapple, con dejarle la eternidad a Dios:
“porque, ¿qué es el hombre para pretender vivir toda la vida de su
Dios?”
Hay algo de inhumano en este libro, en su intento de trascenden
cia, muy humano (ambigüedad que Melville habría aceptado y
aceptaba. Era su visión). Si hay más de compulsión, de morbidez y-de
orgullo satánico en el loco Ahab que en Melville, también están en él.
El dinamismo imponente de su mundo ambivalente e insondable,
tanto natural como humano, en un sentido, le achica al hombre, que
emerge más medio que fin. Y si, en efecto, el universo es más grande
que el hombre, habría que preguntarse, de vez en cuando, recordando
el vuelo de Icaro, el sentido del intento de contemplarlo demasiado
cerca.
Si, simplificando bastante, a M oby D ick se le podría llamar un
rito poético en prosa, el M artín Fierro es una novela en verso, con la
311
diferencia de que Martín Fierro y las demás figuras del poema son
personajes individuales y, a la vez, modalidades, hasta símbolos de un
tipo genérico. El título de la primera parte es exacto. E l gaucho
Martín Fierro designa un individuo humano inolvidable que simboli
za el “gaucho”, y la obra nos brinda una serie de figuras, “gauchos”
todos en su experiencia de vida y en su modo de hablar, que, más allá
de lo que tienen en común, son absolutamente inconfundibles como
personas humanas.
La estética, los valores universales de la obra, que, como en el
caso de Moby Dick, coinciden en muchos aspectos con los más
originales y diferenciales de la colectividad, son muy diferentes,
cuando no opuestos. La expresividad artística variada está en los
personajes, que se mantienen, a su modo, superiores, tanto a la
naturaleza áspera (más evocada que descripta) que les rodea como a
la sociedad injiista que les persigue. Su armas humanas de parias
libres y solitarios son su coraje, destreza en el combate, el manejo del
cuchillo y del caballo, su capacidad de sufrir, de aguantar, su
inteligencia (o innata o basada en experiencia personal de vida), toda
la gama que va desde la “prudencia”, la sabiduría varonil de Martín
Fierro a la “picardía” de los consejos geniales e infames del Viejo
Vizcacha; y más que nada, su canto.
Hernández emplea el lenguaje para caracterizar el habla del
gaucho, y también para diferenciar a sus personajes. El lenguaje del
poema llega a ser un valor en sí, con metáforas, juegos de palabras tan
geniales como de sabor popular. Y aquí topamos en una diferencia
fundamental. El Martín Fierro es más popular en su materia prima.
Posee un sentido colectivo más evidente y explícito que el de M oby
Dick. (Ni el Moby Dick, ni ningún libro, es, para el norteamericano, lo
que es e\Martín Fierro para el argentino.) Los gauchos de Hernández
hablan, “cantan” con una espontaneidad y una naturalidad humanas
totalmente alejadas del lenguaje que emplean los personajes de M oby
Dick, en comparación, abstracto, erudito, introspectivo y, a veces,
retorcido y rebuscado. Hernández, como Melville, sigue la mejor
tradición de su idioma, la del Cid, de los refranes, del romancero, de
Jorge Manrique, de Lazarillo y de Sancho Panza.
La relación de las dos obras con sus sociedades respectivas es
distinta. Si los dos héroes se encuentran de espaldas a la sociedad, en
un caso, es para escapar totalmente del mundo moderno, y específi
camente de la sociedad norteamericana (motivo que encontramos en
no pocos escritores norteamericanos); en el otro, es para criticar, y en
último término, pára volver a esa sociedad. El M artín Fierro no puede
desasociarse de su nota de protesta social. Hernández ya había
planteado el problema en su diario “El Río de la Plata” (6 de octubre
312
de 1869V. “¿Qué importa el progreso si la vida que debiera dar
testimonio de él carece de garantías?” Hernández, como su diario, se
había constituido “en defensor de los derechos desconocidos y
violentados en el habitante de la campaña”. Su intuición del problema
personaly social “del de abajo”, “ del sin derechos” —intuición válida
no sólo para la Argentina sino para toda la América hispana y
lusitana— es digna de compararse con las geniales y complementarias
(cuando no opuestas) de Domingo Faustino Sarmiento, del caudillo y
de los aspectos funestos de la tradición hispánica en América.
Hernández encontraría su plena expresión teórica en su Instrucción
del estanciero.
“En toda la América Latina... domina la costumbre secular de
mantener en el más completo abandono las clases proletarias, que
son, sin embargo, la base nacional de su población, su fuerza en la
guerra y su garantía en la paz.
“El lepero de México, el llanero de Venezuela, el montuvio del
Ecuador, el cholo del Perú, el coya de Bolivia y gaucho argentino no
han saboreado todavía los beneficios de la independencia, no han
participado de las ventajas del progreso, ni cosechado ninguno de los
favores de la libertad y de la civilización” .
Martín Fierro, con su dignidad innata de persona humana,
encama, y no sólo para su época, este problema.
Para los mejores escritores norteamericanos de la época la
formación de una sociedad como tal no era problema. En cambio, eran
motivos sociales y políticos que llevaron los máximos escritores
hispanoamericanos a la “literatura” . En un sentido limitado, tanto
Hernández como Echeverría y Sarmiento eran “literatos” por acci
dente.
El reverso de la moneda es que con todo su deseo de escape, la
cohesión social norteamericana la llevaba Melville consigo. La tripu
lación del Pequod, por rara que sea, es una comunidad, un equipo,
hasta una industria, terriblemente eficaces en la pesca de la ballena
como en la búsqueda loca de Ahab. Contrasta mucho el mundo de
individuos anárquicos y desasociados del M artín Fierro, en que,
dejando aparte la familia ausente, la comunidad más grande es la del
dúo de amigos, Fierro y Cruz. Recordemos el consejo final, en
términos sociales, desconfiado, de Martín Fierro:
313
pongan su confianza en D ios;
de los hom bres, sólo en uno,
con gran precaución, en d o s . 1
314
choque entre “el mundo moderno occidental” y el mundo hispánico,
si en parte occidental, también en parte cerrado en su homocentrismo
hermético y estático, contra la innovación científica e ideológica, el
movimiento que caracteriza a los países más “modernos” de Europa y
del Oeste.
Si el gaucho genial de Hernández brota de una crisis y un sentido
de pérdida tan específicamente rioplatense, trasciende las fronteras
nacionales, como las del mundo hispánico. El hombre occidental, en
la época de la bomba atómica, se encuentra rodeado de cosas, de
máquinas —invenciones espontáneas, derivadas de su búsqueda de
trascendencia— que son más grandes que él. Ya son lugares comunes
decir que él es su prisionero y que se siente “desnaturalizado” y
“deshumanizado”. En tal momento, más que nunca, está capacitado
para apreciar el enorme valor que representa un hombre que sepa
mantenerse en lo que tiene de más humano ante un mundo “inhu
mano”.
Tanto el M artín Fierro como el M oby D ick tienen sus limitacio
nes. En la literatura, como en otras realidades íntegra y fatalmente
humanas (el individuo y las colectividades de individuos que llamamos
civilizaciones, comunidades, o naciones), las virtudes y los vicios
están estrechamente relacionados, cuando no interdependientes. Si
el M artín Fierro es afirmativamente humano, por lo demás, tiene algo
de pasivo. Si no dice que “no”, parece decir “lamento que s í”. El ser
humano se afirma más en lo que es que en lo que hace. Lo dinámico del
poema está contenido en los personajes. Como las figuras del baile
español, expresiones verticales, el gaucho de Hernández se basta,
perfilándose. No va a ninguna parte, no se dedica, de veras, a ninguna
actividad. Hasta su destreza con el cuchillo, y de jinete por la pampa
abierta, es más bien atributo —fuentes de su dignidad de persona—
que actividad. Le permiten “tenerse por hombre”. Como él, son fines
y no medios. Si las figuras de M oby D ick y el mismo Melville son
medios de comprensión y de comunicación de experiencia cósmica
que hasta buscan perderse en el infinito, ¿no hay algo generoso, y en el
mejor sentido de la palabra, humano, en la dedicación y el sacrificio
que implican tales esfuerzos? ¿No hay un cierto narcisismo cerrado y
egoísta, una falta de generosidad (capacidad de darse, de arriesgar
se), hasta en el noble y generoso Martín Fierro de los consejos finales,
para quien los máximos valores son la lealtad de familia, el mantenerse,
el no perder la vergüenza y el “guardarse”? ¿Qué hubiera dicho Santa
Teresa o don Quijote? (él que está detrás del loco Ahab y tanto le
trasciende a él como a Martín Fierro). ¿No debe ser el hombre un fin-
medio, o un medio-fin? Desde luego, Fierro era capaz de acciones
315
generosas cuando las circunstancias le recordaron su nobleza inte
rior... y mucho más de generosidad había en su creador, don José
Hernández, que se sacrificó (gesto bien quijotesco) tanto en su vida
como en su obra por el gaucho, hasta dejarse conocer como Martín
Fierro, valiendo él tanto y más que su personaje.
Moby Dick y M artín Fierro son las cumbres, las máximas
expresiones de una y otra América. Nuevos y originales en concepción,
tras uno está algo de lo mejor de la tradición y la cultura isleñas de
Inglaterra, tras el otro se asoman los valores eternos que ha brindado y
que sigue brindando España al mundo. Si para retratar a todo un país
no basta una sola obra literaria —aun dentro de la literatura en este
caso, habría que añadir, por lo menos, las Hojas de hierba, de
Whitman, y el Facundo, de Sarmiento—, algo de la “verdad poética”
de sus países respectivos, tanto positiva como negativa, revelan las
obras tratadas. Martín Fierro, obra maravillosa y fatalmente homo-
céntrica, encarna un gesto humano; M oby D ick le brinda al lector un
rito cósmico, único en la literatura, que, motivado por el hombre, le
absorbe. El uno, conservador, mira hacia el pasado; el otro, radical,
es, como dijo D. H. Lawrence, “futurista”, y antes del futurismo en la
pintura. Los dos pertenecen a la mejor, la antigua tradición del Oeste,
la de las verdaderas humanidades.
(La Nación, 1960.)
316
JULIO MAFUD
Julio Mafud
LAS INSTITUCIONES
E l Gobierno
319
Llega un momento en ese mundo en que el vivir se hace
imposible. Los embrollos y las persecuciones no lo permiten. Es el
momento en que Martín Fierro y Cruz tiran hacia el desierto. El
Gobierno, desde su sede inaccesible, trabaja febrilmente: urde y
trama. Todas sus medidas son espectrales. No actúa con elementos
reales. Su acción parece afincada en algún punto remoto. Sin contacto
con la realidad. Años luz lo separan de los personajes del poema. No
comprende sus necesidades. Ni evita sus desgracias. Por el contrario
las provoca y las agudiza. No hay un puente, una abertura por donde
puedan comunicarse. No balbucean el mismo lenguaje. Ni tampoco se
comunican por los caminos del alma. Hay una inconexión absoluta. El
lenguaje del Gobierno son las violencias, el abuso, la aniquilación.
Toda su función es hacer promesas. Fabrica proyectos como una
máquina: ciego e irreal. “Todos se güelven proyetos— de colonias y
carriles...”, dice Cruz. Promete colonias y carriles. Pero no observa
que sus habitantes no tiene casi alimento. Ni nada con qué cubrirse.
“Y esos pobres infelices— al volver a su destino, salen como unos
Longinos— sin tener con qué cubrirse” , dice Picardía. Ni siquiera
poseen respaldo para vivir. La Autoridad los arrea como ganado. Los
avasalla y los despoja. Los de abajo no tienen otra disyuntiva que
cuerpear las trampas, los embrollos y los pleitos como pueden y donde
pueden. Algunas veces se vuelven matreros como Martín Fierro y
Cruz. Otras, se encuevan de espaldas al mundo, como Vizcacha. Otras
aprenden las leyes del juego y trampean, como Picardía. La cuestión
es supervivir. Escamotear el alma y el cuerpo entre el exterminio y la
aniquilación. En ese mundo brutal ya casi no se piensa en los otros: en
la mujer o los hijos. Las fuerzas sólo alcanzan para salvar una sola
vida: la propia. Dice Martín Fierro:
320
bienes, los campos o la hacienda se licúan en las manos como un
pedazo de agua. Una partida o un arreo termina con todo. Años de
esfuerzo caen y se esfuman. Lo construido durante años se quiebra y
rueda como una pieza de una máquina rota. No hay un seguro. Un
dónde aferrarse. Se sucumbe siempre. El cerco se estrecha poco a
poco. Las víctimas acorraladas se agrupan, como contra un incendio.
La existencia común casi no existe. Se agota la vida en peleas y fugas.
Todos tienen sus crímenes trepados en su conciencia. En ese
horizonte espectral nadie queda absuelto. Todos cargan sus muertes:
Martín Fierro, Cruz, Vizcacha. El vivir se determina por caprichos y
arbitrariedades. El Hijo Mayor queda enterrado entre bloques de
piedras por maniobras de un juez. El Hijo Segundo y Picardía son
arrojados a un contingente. El primero, por embrollo de un juez. El
segundo, por pedido casi expreso de un oficial. Nadie tiene amparo ni
seguridad. Los personajes viven custodiándose a sí mismos. En cada
acto pueden ser arreados o exterminados: su vida está siempre
bailoteando entre cara y cruz. Dice Cruz:
Le al vertiré que en mi pago
Ya no va quedando un criollo:
S e lo s ha tragao el hoyo,
O juido o m uerto en la guerra;
Porquo, am igo, en esta tierra
N unca se acaba el em brollo.
E l organismo Social
Y no averigüe después
D e lo s b ien es que dejó:
D e ham bre, su mujer vendió
Por dos lo que vale diez.
321
Y com o están convenidos
A jugarle manganeta,
A reclam ar no se meta,
Porque ese es tiem po perdido.
322
P en sé en m andarm e mudar
Como co sa m ás sigura.
323
BEATRIZ BOSCH
Beatriz Bosch
327
libres puede frecuentar las dos librerías existentes, con sus anaqueles
repletos de obras de historia, de derecho, de literatura. Si recuerda
todavía los rudimentos de la lengua de Moliere aprendidos en el
colegio porteño de Don Pedro Sánchez,4 ahí están cincuenta y seis
títulos de jurisprudencia, otros de economía y de arquitectura; las
producciones historiográficas de Guizot y de Thiers, las novelas de
Paul de Koch, Alejandro Dumas, Eugenio Sué, Jorge Sand, Paul
Féval y Walter Scott. En español dispone de las poesías de Carolina
Coronado, de la Historia Filosófica de ¡a Francmasonería de Kauff-
mann y Cherpin, traducida por Heraclio C. Fajardo, de Las m il y una
Noches, de la Historia Universal de César 'Cantú, de una edición
ilustrada de E l Conde de Montecristo, del Antiguo Testamento, de La
Ilíada y L a Odisea . 5 De suscribirse a E l Correo de Ultramar o a La
sátira de ambos mundos, que salen en París, o a la Revista Española
publicada en Buenos Aires, estará al cabo de la actualidad mundial y
si se decide por la Biblioteca Americana dirigida por Alejandro
Magariños Cervantes, de nuestra temprana literatura vernácula.
Discutidos aspectos de la gesta emancipadora se exponen en E l
Ostracismo de los Carrera, del chileno Benjamín Vicuña Mackena,
libro aparecido en 1859 y al alcance del lector paranaense muy
enseguida, lo mismo que L a Provincia de Corrientes, editada en
Buenos Aires y escrita por Vicente G. Quesada y el Calendario
Perpetuo, de Pablo E. Coni, dado a conocer en aquella provincia. A
poco Hernández se cuenta entre los suscriptores de la Revista del
Paraná, la interesante empresa cultural acometida por Quesada.
Nuestro personaje habrá concurrido al teatro, donde además de
los artistas mencionados, admiraría a la bailarina Paca Bueno o al
violinista Simonsin, o se deleitaría con los conciertos vocales e
instrumentales, los esparcimientos de física recreativa o con el juego
feliz de las marionetas. Tampoco faltan ocasiones para lucir la
habilidad ecuestre adquirida en las andanzas por el campo bonaeren
se. El comienzo del segundo período presidencial se celebra con
fiestas populares. Refiere la pluma de Juan Francisco Seguí en el
diario oficial: “La intendencia general de policía había invitado de
antemano a un número selecto de jóvenes jinetes para el conocido
juego ae la sortija. La comparsa apareció vestida con el sencillo y
328
elegante traje de nuestros hombres de campo, y en los variados
lances, para disputarse el premio de su destreza colocado en la mitad
del arco, se distinguieron todos por su apostura caballeresca, y no
pocos alcanzaron el objeto de sus deseos”.6 Uno de esos jóvenes era
José Hernández acompañado por su hermano Rafael.
Miembro del club Socialista, José Hernández conoce en sus salas
a los dirigentes de la hora —son los “hombres del Paraná”—,
participando en la controversia suscitada con motivo de la formación
del Club Socialista Argentino.7 En la sociedad fusionada pasará a ser
secretario en el año 1860.8 El 16 de junio de 1859 se presenta en la
Cámara de Senadores y rinde satisfactoriamente una prueba para
ocupar la plaza de taquígrafo. Designado por unanimidad, presta
juramento en el mismo día.9Y ahí lo tenemos atento a la grave palabra
de figuras consulares —Tomás Guido, Pedro Ferré, Antonio Cres
po—, ante la elocuencia del mendocino Martín Zapata, sino frente al
empuje del porteño Nicolás A. Calvo. Deja constancia para la
posteridad de los debates promovidos en 1859 sobre la navegación de
los ríos Bermejo y Salado, sobre las leyes de elecciones y de
presupuesto, la intervención a la provincia de Mendoza, las conven
ciones suscriptas con Francia, Inglaterra y Cerdeña a propósito de las
indemnizaciones solicitadas por sus súbditos y la creación de la
biblioteca del congreso. En el período legislativo de 1860 los asuntos
son de análoga trascendencia: el escrutinio de las elecciones presi
denciales, la firma del tratado con España, el pacto de familia de 6 de
junio, la convocatoria de la convención reformadora, la ley de
aduanas, el contrato con Timoteo Gordillo para el servicio de las
mensajerías nacionales, el establecimiento de la municipalidad de la
capital, la intervención a la provincia de La Rioja; en fin, el ascenso de
Bartolomé Mitre al grado de brigadier.
Modesta faena intelectual decisiva, sin embargo, en el traspaso
del taquígrafo a periodista, es decir, de guardián pasivo del pensa
miento ajeno a expositor en público de la propia reflexión. Al filo de
los veintiséis años José Hernández aborda las lides del diarismo.
Estreno absoluto, a nuestro juicio, pues, hasta ahora no se ha
probado suficientemente la atribuida colaboración en L a Reforma
Pacífica en el año 1856. Primicia ésta dada a conocer por nosotros
329
mismos hace años en las páginas de la revista^ / hogar y sobre la cual
volveremos detallando el aserto.10
330
partido liberal. Sorprendente viraje traducido inmediatamente en la
paralela entrega del diario oficial a manos distintas del devoto
colaborador de Urquiza de otrora. Se quiso encubrir la destitución
bajo el pretexto de editar un simple boletín de actos administrativos.
Juan Francisco Seguí protesta por el inconsulto propósito en el
artículo de despedida de 13 de setiembre de 1860, al que titula sin
ambajes “El triunfo de una intriga” . Funda pronto E l Correo
Argentino y desde sus columnas emprende violentos ataques contra el
gobierno del doctor Derqui. E l Nacional Argentino guarda silencio
durante una semana y recién el 19 de setiembre se decide a
contestarlos. Lo hace a espaciados intervalos, a través de breves
artículos, sin firma, ni iniciales, contra la modalidad impuesta, y en los
que defiende la marcha del gobierno nacional, en los comienzos de
manera tímida, en seguida con brío cada vez mayor. El 6 de octubre se
le solicita una definición al flamante órgano opositor y se reputa de
ligero su juicio sobre la renuncia del coronel du Graty al cargo de
comandante de la frontera. Dos días más tarde se le pide modere su
lenguaje. Por fin, el 11 de octubre se dilucida el enigma. Sabemos
ahora quién es el nuevo redactor. El nombre de José Hernández
aparece al pie del artículo titulado. “El Correo Argentino y la política
de dos caras” . Se trata de una extensa nota informativa de un
programa y réplica de un ataque directo.
“El Correo Argentino nos ha declarado la guerra —expresa en
síntesis—; nosotros aceptamos el desafío— porque defendemos la
causa legítima contra las ambiciones ruines, porque defendemos la
Organización Nacional contra las tentativas de desquicio; porque
defendemos la Ley contra los ataques de los partidos”.
Insiáte en el anterior pedido de definición y exige que se dé a
conocer el nombre de sus redactores. Por su parte asume virilmente la
exclusiva responsabilidad de la tarea.
“...cumplimos en declarar bien alto, que nosotros no somos
escritores oficiales, que nuestras opiniones en la prensa no son la
expresión de los propósitos del gobierno; que no recibimos nuestras
inspiraciones de nadie. Y que en la redacción del Nacional Argentino
no se ha publicado, desde que nosotros escribimos en él una sola línea
que no sea nuestra, que esas son nuestras opiniones, y que aceptamos
la responsabilidad de cuanto hayamos dicho”.
Reitera con aplomo;
“Escribimos en este diario como lo haríamos en otro cualquiera
para manifestar y sostener nuestras ideas y nuestras creencias
políticas, que nunca hemos sometido ni someteremos jamás a ideas o
creencias ajenas.
331
“Escribimos porque nuestra calidad de argentinos nos da derecho
pleno, y hasta cierto punto nos impone el deber de tomar ingerencia
legítima en la política de nuestro país.
“Escribimos en este diario porque podemos hacerlo con libertad,
con una independencia que cuadra a nuestro carácter...”
En seguida explica la ausencia de su firma en los artículos de
marras.
“...no porque hayamos pretendido esquivar la responsabilidad
de nuestras opiniones; porque si bien tenemos la conciencia de la
pureza de nuestro patrimonio y de la elevación de nuestros pensa
mientos, la tenemos también de la humildad de nuestros conocimien
tos y más que todo de nuestra posición; y aún cuando la tenemos y
muy grande que el afianzamiento de la ley importa la salvación del
país, no hemos querido poner nuestro humilde nombre al pie de
nuestros escritos, porque él no iba a dar prestigio a nuestra palabra” .
Manifiesta más adelante que no es secuaz de un partido, sino de
una idea -—“el triunfo de la ley”— y que defiende al gobierno al verle
coincidir con sus propios afanes. Su juicio es neto y recio.
“La integridad nacional es la idea, y caiga quien caiga, debe
realizarse”.
José Hernández se siente portavoz de una generación joven,
ajena a las maniobras de los grupos tradicionales. Recrimina los
medios sangrientos por ellos utilizados; reclama la vigencia de
principios y combate el culto del personalismo. De cumplirse tales
premisas, augura un porvenir venturoso. Así lo expresa con tono
profético en el artículo “Los viejos partidos y los partidos nuevos”.
Vendrán partidos nuevos, representando principios e intereses
generales: lucharán con la dignidad y cultura que corresponde a la
Nación Argentina; porque será la lucha de las sanas ideas, de las
inteligencias jóvenes; la prensa periodística y el terreno electoral
serán sus campos de batalla; sus glorias no la formarán triunfos
sangrientos; pero la civilización y el progreso le deberán su existen
cia.11
En el artículo “La nueva época” elogia la futura marcha hacia la
actividad mercantil por la apertura de los puertos del litoral. En sus
párrafos sentimos patente un eco de los difundidos capítulos de
Bases, en los cuales Alberdi encomiara con fervor el aporte inmigra
torio.
“Nuestros puertos se abren al comercio del mundo, atraído por
las valiosas e importantes producciones de nuestro suelo; nuestros
332
desiertos llaman la inmigración, y la inmigración vendrá estimulada
por los tesoros ocultos que aguardan solamente brazos e industrias
que los exploten, nuestros mercados se abren a los capitales extranje
ros garantidos por la estabilidad de la paz; nuestros ríos interiores,
veneros de riquezas inagotables, se abren para la navegación a vapor,
ligando el comercio del litoral con el de las provincias interiores, y
haciendo más fuertes los vínculos que las unen; el país todo, está para
recibir los beneficios de la civilización moderna importada por la
comunicación pronta y fácil con los primeros puertos del mundo,
fecundizada aquí por la política alta, leal y acertada del gobierno
nacional, por la libertad de nuestras instituciones, y por el espíritu
dominante en la actualidad de orden, de libertad y de progreso.12
Por tanto, aconseja rodear al segundo presidente constitucional.
Secundando las aparentes finalidades conciliatorias de éste en el
artículo “Ültimo intento” censura a cuantos se obstinan en sembrar
mutuas desconfianzas entre los gobernantes actuales.
“Los nombres de Derqui, Urquiza, Mitre —sostiene—, para los
pueblos de la Confederación simbolizan el sentimiento popular, el
pensamiento argentino, la aspiración generosa, la integridad nacio
nal”.13
En el artículo “Los exaltados y los indiferentes” considera
igualmente funestos ambos extremos del carácter de los individuos,
mas, en el caso de una opción forzosa, se quedaría con los exaltados,
pues, el indiferentismo es un verdadero azote.
“Donde hay exaltación, hay ideas, hay pasiones y de esto espera
mucho la sociedad; pero donde no hay más que tibieza e indiferentis
mo, las ideas no nacen, los sentimientos mueren y la sociedad no
espera nada allí” .14
En “El testamento de los partidos”15 manifiesta que la sociedad
rechaza a los antiguos y que los tiempos próximos aparejan una
renovación necesaria y urgente.
Celebra eufórico la reincorporación de Buenos Aires en el
artículo “Resultado halagüeño”16 y cree ver en el acto de la jura de la
Constitución nacional por el pueblo porteño una real esperanza: el
respeto al poder creado por la ley. En lo venidero desaparecerá la
incertidumbre y la zozobra y una exacta conciencia de los deberes
12 Ibídem.
13 Ibídem, 7-X-1860.
14 Ibídem.
15 Ibídem.
16 Ibídem, 8, 9, 10-X-1860.
333
particulares asegurará la armonía, desterrando las ambiciones bas
tardas. Otros serán los problemas. Así alerta en el artículo “Hasta
cuándo”:
“Empieza la lucha de los buenos contra los malos elementos, la
lucha de la paz, del progreso, de la civilización, contra las tentativas de
desquicio, contra las pretensiones retrógradas, contra la ignorancia y
las precauciones” .17 Una frase del discurso pronunciado por el doctor
Derqui al asumir la presidencia —“Levantemos en alto el libro de la
ley”— genera una glosa abundante en conceptos reiterados.
“El libro de la ley es la Biblia que va a dar a los pueblos las
verdaderas creencias políticas, que va a revelarles los misterios de
una existencia organizada y feliz. El libro de la ley es la fuente donde
beben sus inspiraciones todos los amantes del bien público, y cuantos
anhelan para el país un próspero porvenir” .18
Sancionada por las cámaras la creación de la municipalidad de
Paraná, Hernández aplaude la iniciativa, reconoce el vacío que viene a
llenar y expresa con dejo “echeverriano”; “ ...D eseoso de ver plantea
do cuanto antes el régimen municipal y entregados al cuidado y
administración del pueblo, los intereses del pueblo, insistiremos
sobre este punto, si lo creyésemos necesario para patentizar las
ventajas de esa institución...”19
El novel periodista se reconoce deudor de su inspiración al
pueblo. Lo considera fuente única y la más pura de sus reflexiones.
Quizás provenga de la lectura del Rousseau del Contrato Social su
convicción de que “ ...” el pueblo es siempre guiado por la conciencia
del bien”. Pero ha de ser propio, personal, el acento puesto sobre el
imperativo de contraerse a su servicio y de contribuir a su mejora.
“...la tarea del escritor es hacer que esos gérmenes fecundicen,
es cooperar por la propaganda de las buenas ideas, por la generaliza
ción de los sanos principios, a arraigar en su seno, esos mismos
sentimientos, ilustrándolos en las cuestiones teóricas, e ilustrándose
en las cuestiones prácticas”. Imperativo que le dicta ya desde lo
íntimo una sentencia de corte aforístico.
“La tarea del escritor consiste en dar a las concepciones y
sentimientos del pueblo, las formas de que carece” .20
Entre esas concepciones ha de figurar en primer término el
desarrollo del espíritu de empresa, de asociación, de comercio, de
17 Ibídem, 5-X-1860.
18 Ibídem, 10-X-1860.
19 Ibídem, 6-X-1860.
20 Ibídem, 10-X-1860.
334
industria. Su sentido realista le permite abarcar el cambio advenido
tras el marasmo de la dictadura y trazar un deslinde radical de
períodos históricos.
“Por primera vez podemos decir con propiedad que los pueblos
argentinos con el sello puesto a la organización nacen a la vida de las
naciones civilizadas y progresistas; los vemos levantarse a impulsos de
un sentimiento grande y poderoso, a las necesidades de una existencia
de progreso, de adelanto grande y poderoso, de actividad mercan
til”.21 i ^
¿No estarían los anteriores conceptos en abierta contradicción
con esa añoranza de los tiempos “rosistas”, que según se pretende,
alienta en ciertos pasajes del M artín Fierro? Hasta aquel momento el
futuro autor del poema famoso no ofrece ningún indicio de semejante
atribución. Por el contrario, sus referencias al pretérito van siempre
cargadas de tintas sombrías; ya es “el nombre del dictador odioso”;
ya, “el horror al pasado sangriento”, o “los recuerdos ingratos” del
ayer; en fin, es “la tiranía abatida por la libertad”. Y por si hubiera
dudas, la nitidez del apotegma se transforma en leit motiv.
“Las causas son nuevas, las ideas son nuevas, los propósitos lo
son también y ni es posible armonizarlos con las causas, ideas, ni
propósitos viejos; ni es posible ni cuerdo olvidar lo que corresponde a
la sociedad de hoy, para sostener lo que pertenece a una sociedad que
paso .99
' >>
21 Ibídem.
22 Ibídem, 7-X-1860.
23 Ibídem, 16-X-1860.
335
cia: y no queremos perder nuestro tiempo para recibir insultos por
única respuesta a nuestros raciocinios; queremos razones contra
razones; no injurias contra razones”.24 Su franca y desenvuelta
espiritualidad luce asimismo en la chusca advertencia al colega y rival:
“Nos ha dado ya en una mejilla; pero como ni nuestra humildad ni
nuestra resignación son evangélicas, nos abstendremos de presentar
le la otra.”25
En los dos sueltos finales su pluma retorna a los graves temas de
alta política. Un común denominador los une, cual es la defensa altiva
de los actos del ministro de relaciones exteriores doctor Emilio de
Alvear, censurado casi simultáneamente por el diario oficial paragua
yo y por el órgano local antes dicho. En un caso —“El Semanario de la
Asunción”— rechaza enérgico el cargo de ingratitud contra el go
bierno argentino y después de severos distingos acerca de sucesos
con malicia confundidos, dirige paladina requisitoria: “Por lo demás,
negamos rotundamente la competencia al ‘Semanario’ para aleccio
nar al Gobierno Argentino sobre sus deberes. Habla con demasiada
desenvoltura y desenfado para que se puedan aceptar sus consejos. Si
él encuentra que el Gobierno da mérito a que caiga sobre su noble
pueblo la tacha de ingrato y de injusto: si le parece propicio increparlo,
diciéndole, ‘que no consulta los intereses de un pueblo altamente
celoso cuando la deja humillar ante la prepotencia de la fuerza, sin
hacer valer sus derechos' con otras lindezas de este jaez, mientras que
ese mismo pueblo a quien elogia, vive satisfecho de la manera como se
dirigen sus negocios qué nos resta que hacer sino abandonar al
‘Semanario’ a su eterno mal humor y natural aspereza. Más sensato
será sin duda, que dejare de una vez ese tono dogmático, ese empeño
tenaz en buscar ofensas en las acciones más comunes; que se colocase
a una altura suficiente para hacerse superior a intempestivas animo
sidades más propias a crear complicaciones que a allanarlas”.26
En el otro —“El Ministro de Relaciones Exteriores y la emigra
ción chilena”— debe recurrir a eruditas referencias de conflictos
diplomáticos en el viejo y en el nuevo mundo, extraídas algunas de las
primeras del anuario de la Revue de Deux Mondes, con las cuales
rebate un folleto del chileno Errázuriz, cuyas conclusiones hiciera
suyas el periódico opositor. De nuevo, el consejo prudente y atinado.
“ ‘El Correo’ haciéndose eco de las recriminaciones que se le han
dirigido al doctor Alvear, se desvía de la justicia y de la verdad, no
24 Ibídem.
25 Ibídem.
26 Ibídem, 19-X-1860.
336
apareciendo por cierto muy versado en la práctica de las naciones más
cultas. Sería conveniente que otra vez, antes de lanzarse a criticarla
acción de un gobierno ilustrado, como lo es el de la Confederación
Argentina, examinase los principios que rigen en los demás Estados, y
que son la salvaguardia del orden interior y el fundamento de la buena
armonía en sus relaciones políticas. Si así lo hubiera hecho antes de
ahora, nos hubiera ahorrado este largo artículo, en que nos hemos
visto obligados a hacer demostraciones que están al alcance de todos
los hombres competentes en esta clase de materias” .27
27 Ibídem, 19-X-1860.
337
ÁNGEL HÉCTOR AZEVES
Angel Héctor Azeves
341
mayores andan errantes” porque “ellos pelean y mueren por el regalo
y la riqueza ajena” . Pensamiento, actitud y tono similares reflejan los
versos de Hernández cuando deploran la situación que sufre el gaucho
argentino. Reaparece, con idéntico sentido, la comparación con la
vida de los animales, la lucha y la muerte por móviles que acaso no
comprenden y cuyos beneficios no les alcanzan, la carencia de
sepultura decente donde sus huesos reposen junto a los de sus
mayores. En gran medida nuestro poema es un largo quejido que
revela infinitas desventuras, pero quejido áspero y rebelde. E l álamo
es más altivo Y gime constantemente, sentencia el protagonista.
El pajonal de la pampa, el cantón de la frontera, la toldería
indígena, la cárcel, el dominio del viejo Vizcacha, son, como lo dicen o
sugieren los mismos personajes, otras tantas zonas infernales del
“diablo mundo” donde pena el gaucho. Ninguno me hable de penas
Porque yo penando vivo, declara Martín Fierro, y Cruz reflexiona: Si
este mundo es un infierno ¿Porqué afligirse el Cristiano? La maldad, la
injusticia, la incomprensión, el vicio, la enfermedad y la muerte, la
supersticiosa ignorancia, mantienen ahora en continua zozobra al
gaucho en desamparo. Tristeza y miseria reemplazan la dicha
perdida. El sentimiento de dolor por la soledad impuesta solo tiene
semejanza en la literatura occidental anterior a nuestro poema, que yo
sepa, con el que expresan las angustiadas páginas iniciales de Les
réveries dupromeneur solitaire. Unicamente Viscacha —cuya esencia
denomíaca1 fue repetidamente denunciada— parece no sentir dolor
Dor su aislamiento, y Hernández castiga ésta y otras insensibilidades
iel personaje que vivió a sus anchas en aquel desolador infierno
;errestre, condenándolo a enfermedad atroz y torva muerte. Ni el
cadáver queda exento de castigo, y hasta la tapera, testigo de sus
fechorías, es condenada a un destino que evoca —aunque la asocia
ción sorprenda— el anunciado para las ruinas de Idumea por el
profeta Isaías: “Nunca jamás pasará nadie por ella [...] La lechuza y el
1 No se olvide que Vizcacha andaba rodiao de perros / Que eran todo su placer
del mismo modo que los demoníacos indios. Creo que hay en esto reminiscencias
bíblicas: / ‘¿Qué comunicación puede haber entre un hombre santo y un perro?”
(.Eclesiástico, XIII, 22), “Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, y los disolutos y
los homicidas y los idólatras y cualquiera que ama y hace mentira” (.Apocalipsis, XXII,
15), “No traerás ramera ni perro a la casa de jehová tu Dios por ningún voto; porque
abominación es a Jehová tu Dios así lo uno como lo otro” (Deuteronomio, XXIII, 18).
Junto a Fierro, a Cruz, a sus hijos, no aparecen nunca perros. En un momento dado el
protagonista es acompañado por un gato, símbolo de la independencia según
Chateaubriand, entre otros. En tiempos de la Revolución Francesa el pintor republica
no Prud’Hon representó a la libertad con una pica que sostiene un gorro frigio y con un
...í:to sentado a sus pies.
cuervo morarán en ella: y extenderáse sobre ella cordel de destrucción,
y niveles de asolamiento”.
Tal vez sea aquí oportuno recordar que tampoco ignora el gaucho
hernandino —más que lo sabe, lo intuye— la acción creadora,
constructiva, del tiempo. Por eso cuando en la payada es desafiado a
definirlo, Martín-Fierro dice que E l tiempo solo es tardanza De lo que
está por venir Ese sentir la tardanza del tiempo descubre la
impaciencia con que el gaucho espera que mejore su suerte, y también
la impaciencia de José Hernández quien en 1875 lamentaba “cuán
lentamente camina la humanidad hacia la conquista de sus elevados
destinos”. Acaso en ese sentir el tiempo como tardanza se halle
implícito el optimismo esencial del M artín Fierro, su esperanzada
espera: Y han de concluir algún día Estos enriedos malditos.
Tiene el gaucho de nuestro poema lúcida conciencia del andar del
tiempo, de su acción destructora y de su tarea creadora. Idealiza el
pasado, afronta él presente, espera con impaciencia el porvenir. Cree
que hay que saber aprovechar el tiempo aprovechando las lecciones
que ha traído. Mucho dolor en muchas soledades sufrió el gaucho
hernandino para aprender a definir el tiempo con sabia conciencia de
su imperturbabilidad: No tuvo nunca principio N i ja m á s acabará—
Porque el tiempo es una rueda, Y rueda es eternidá.
Inmerso en ese mundo infernal donde el tiempo es su enemigo y a
la vez su esperanza, el gaucho no halla razón que justifique su
infortunio y desamparo como no sea la necesidad de cumplir con el
destino impuesto por su suerte maldita. La protesta va implícita en los
versos que expresan el estupor ante un castigo cuyas causas ignora:
Parece que el gaucho tiene Algún pecao que pagar.
Podría pensarse que ante los dictados de aquella suerte inexora
ble: Sólo queda al desdichado Lam entar el bien perdido, pero no se
resigna el gaucho hernandino a la melancolía de una estática
añoranza. Se lo impide su concepción de la vida como deber del
hombre para consigo mismo, concepción que le impone afrontar con
entereza, con hombría, las consecuencias de un sino adverso. Con
frecuencia se escucha en el poema la orgullosa jactancia de quien
cumple con el inexcusable deber del hombre prudente y fuerte, es
decir del hombre que tiene dominio sobre sí.
Esa jactanciosa confianza y esa fidelidad al cumplimiento del
deber impuesto por la condición humana se sustentan en el viejo tema
de la dignidad del hombre, cuya presencia en nuestro poema fue ya
advertida por Alfonso Reyes:
343
D ios formó lindas las flores,
D elicad as com o son—
L es dió toda perfecion
Y cuanto él era cap az—
Pero al hom bre le dió m as
Cuando le dió el corazón.
344
montevideano Bartolomé Hidalgo, ni tampoco a la literatura costum
brista, a la picaresca, a las grandes epopeyas reactualizadas por el
romanticismo, a la literatura moralista, a los códigos religiosos,2 a las
crónicas y memorias históricas (en La elaboración del M artín Fieno
se muestra ia influencia, hasta entonces no señalada, de los escritos
históricos de Manuel Pueyrredón), a pensadores estoicos coo Elpicte-
to3 y Séneca (en mi mencionado libro se cotejan versos del M artín
Fierro con pensamientos de este último), a las influencias individuales
de autores que Hernández leyó detenidamente: Cérvantes,4 Alberdi,
Sarmiento, Mansilla, etc. Agregaré que Alejandro Losada Guido
destacó los elementos sapienciales del M artín Fierro en un notable
trabajo recientemente publicado: M artín Fierro. Héroe, mito, gaucho
(Ed Plus Ultra, Buenos Aires 1967).
345
Estas distintas influencias —sobre todo la gauchesca y tal vez la
costumbrista— moderan la exaltación romántica que acaso habría
convertido a nuestro gaucho en otro Celiar o en otro Lázaro, que no
dejan de ser parientes suyos como, refiriéndose al primero de los
nombrados, se acotó en su época. Las páginas que siguen se proponen
mostrar en el M artín Fierro algunas huellas de las grandes corrientes
literarias que en él confluyen, e indicar obras a ellas pertenecientes
que probablemente hayan influido en la elaboración de nuestro
poema máximo.
Seguramente fue Hernández el autor de la contestación a Juan
María Torres donde, en páginas en que se confunde frecuentemente
poema y protagonista, se afirma que Martín Fierro “es gaucho y se ha
entrado al Parnaso en potro”. Entró, sí, y también en potro; pero hay
que saber advertir que quien ese potro enriendó tenía una vasta
cultura muy bien asimilada y un designio que la posteridad ha
reconocido. Después de visitar a Hernández y “revisar su biblioteca”,
Nicolás Avellaneda escribió: “Más de un renombre de cabildo
quedaría sorprendido si se le dijera que hay a veces mayor estudio en
una página de M artín Fierro que en uno de sus alegatos forenses” .
346
de La Flor, Hilario Ascasubi publicaba sus obras completas en tres
lujosos tomos que reúnen lo esencial de toda su producción. Algunas
composiciones del poeta unitario son sin duda fuente directa de
pasajes del M artín Fierro: tal la Carta de Donato Jurao a su mujer
Andrea Silva en que se muestra la vida del gaucho en las milicias y la
descripción de la madrugada que integrará el canto X del Santos
Vega. Además abundan temas paralelos: la invocación al Cielo
formulada por el cantor, la pintura de los indios, la evocación de
ciertos trabajos del campo, la orientación por los pastos, la compara
ción de la llegada cautelosa y disimulada de un personaje solapado
con la blandura del carancho al ganar su nido. Es notable en todos es
tos pasajes la disparidad entre la penetrante concisión de Hernández
—que sobreentiende el conocimiento gaucho— y el estilo descriptivo y
minucioso de Ascasubi. Hay además en la obra de éste más de medio
centenar de versos que reaparecen, algunos con ligeras variantes, en
el M artín Fierro, y muchas expresiones gauchescas que están en los
dos poetas y no en los que los precedieron. Creo, por otra parte,
fundamental recordar que el Santos Vega es el primer poema
gauchesco narrativo y extenso en que se amalgama la corriente de
Hidalgo con la del Echeverría de L a Cautiva, tal como ocurre en el
M artín Fierro y como ocurrió, esta vez en prosa, en el Facundo.
En la obra del último de los gauchescos mencionados por aquella
primitiva reseña, el porteño Estanislao del Campo, cuyo Fausto fue
mencionado por Hernández con discrepancias acerca de su contenido
y reconocimiento de sus méritos literarios, se encuentran escasos
antecedentes del M artín Fierro. Anoto algunos versos: Lo mesmito
que un peludo; Soltar al aire su queja; Con mas rayas que un cotin; Y la
dejé en la estacada; y algunas expresiones como apretarse el gorro,
pelar la lata, golpear en las aspas.
Algunos meses antes de publicar E l gaucho M artín Fierro,
Hernández recibió un ejemplar de L os tres gauchos orientales que le
enviaba su autor, el uruguayo Antonio D. Lussich.6 Jorge Luis Borges
opina que estos “diálogos de Lussich son un borrador del libro
definitivo de Hernández”, “un borrador utilizado y profético”, y que
cuando escribía sus cantos el poeta argentino “estaba tout sonore
encore de los versos que en junio del mismo año le dedicó el amigo
Lussich”. Sorprende el afán de Borges por destacar la influencia de
Lussich cuando se recuerda con qué distinto criterio ve la de
347
Ascasubi, ya que, según él, considerar la obra de este último como
“premonición o aviso del Martín Fierro es una insensatez: es
accidental el parecido entre las dos obras y es nulo entre las
intenciones que las gobiernan”. Sin embargo es indudable que
Hernández debe más a Ascasubi que a Lussich. Téngase en cuenta por
otra parte que la vastedad y hondura del contenido social del M artín
Fierro lo aleja notoriamente de las obras polémicas —únicas que
podrían prefigurarlo— de Ascasubi y Lussich, que no superan la
estrechez banderiza.
Lugones dice, y Borges repite, que “los versos de Lussich
formaban [...] aquellas sextinas de payador que Hernández debía
adoptar como las más típicas”, En Los tres gauchos orientales no
emplea Lussich la tal sextina de payador, que seguramente es
creación de Hernández. En E l matrero Luciano Santos, posterior al
M artín Fierro, se leen sí algunas de estas coplas, las primeras de las
cuales solo aparecen ya transcurridos más de dos mil versos del
poema; es manifiesta, por otra parte, en este libro, la influencia
hernandina. El poeta uruguayo se decidió a adoptar francamente la
copla hernandina en su Diálogo entre los paisanos Cantalicio Quirósy
M iterio Castro, muy posterior a los citados. El error de Lugones
procede de no haber advertido, en el primer poema dialogado de
Lussich, la división de alguna décima, para atribuir a uno de los
interlocutores los cuatro primeros versos y al otro los seis restantes.
Esta misma división de la décima se encuentra, para indicar una
pausa por exigencias de sentido, en Ascasubi, sin que ello haya
llamado la atención de Lugones ni de Borges.
Estos errores provienen de suponer que el Martín Fierro surgió
como “feliz ocurrencia” sugerida a Hernández por la lectura de Los
tres gauchos orientales, según otra afirmación de Lugones que
también recoge Borges. Juzgo superfluo insistir en la refutación de
ese desacierto.
{Con el M artín Fierro, Ed. Remitido, Buenos Aires, 1968.)
348
GUILLERMO ARA
Guillermo Ara
LA POESÍA GAUCHESCA
HASTA JOSÉ HERNÁNDEZ
351
podrá ser visto como poema “desinteresado” y su “Aniceto el Gallo”
abrirá la vena humorística de Estanislao del Campo, cuyo “Fausto”
(1866), juego caricatural, puede entretener el ocio de una sociedad
que quiere dar espaldas a un pasado ominoso y a un presente
castigado por la guerra entre países hermanos, mientras el sur arde
con el encarnizado enfrentamiento de indios y cristianos. En 1863, el
asesinato de Vicente Peñaloza, enardece el ánimo de José Hernández
que entonces parece hacer suyas las exhortaciones de Alberdi a
Sarmiento, contra quien va dirigida su “Vida del Chacho”: “Dad
garantías al caudillo; respetad al gaucho si queréis garantías para
todos”, que expresa así su condenación del crimen: “La sangre del
Coronel Dorrego fue la primera que se derramó en nuestra guerra
civil. Hasta hoy ha sido la última la del general Peñaloza” . Por
entonces los sueños de justicia se refugian en el “Gobierno gaucho”
de Estanislao del Campo, dentro del cual la borrachera puede crearla
utópica existencia de un país cuyo gobernado decrete:
352
hace del poema un sostenido “racconto” de cuyo plasma afloran
eruptivamente, como cortados a bisel, las estructuras —llamémoslas
así— del Estado, la justicia, las formas del vivir en estratos bien
jerarquizados, los vicios de su conformación, el tembladeral sobre el
que se suponen fundados ciertos valores. Pero la astucia del gaucho
descubre fácilmente el revés de la trama:
Pero esa s tram pas no enriedan
a los zorros de mi laya.
353
fines de orden poético, que tampoco él desdeñó. La forma adverbial
“ de tal suerte” y el verbo “verter” hablan claro de una espontaneidad
lograda, no por simple apoderamiento de los modos populares, sino
por una real habilidad para ocultar lo que en las inserciones
apuntadas, hay de impostado y convencional: Del mismo modo ha
logrado Hernández, más de una vez, distraer a sus críticos en la
“pesca” de arcaísmos, cuando en realidad debió tratarse no de
persistencias en el habla coloquial, sino de contaminaciones literarias
clásicas. Lo que importa, en definitiva, es haber alcanzado el nivel
poético con modalidades expresivas que en su tiempo y aun ahora,
aparecen como flagrantes delitos contra lo que se pretende considerar
lengua literaria. Hernández demostró que el caudal lingüístico
pampeano, tan pobre como se estimaba y tan innoble como instru
mento estético, era capaz, tratado con talento y sensibilidad, de
alcanzar la expresión del júbilo, la pasión, el desdén, la ironía, la
fiebre, el ímpetu, la tortura metafísica y el estremecimiento ante el
misterio cósmico o el secreto de la creación, permaneciendo fiel a las
pautas dadas por la tradición y sin apartarse de la inteligibilidad a que
aspiraba en lectores incultos. No estaba al parecer, en esos propósitos
de alcances inmediatos, la conciencia de las proyecciones literarias
que el poema alcanzaría con el tiempo, pero eso no autoriza a juzgar
que el autor permaneciese ajeno a la virtud esencial que hace de su
obra algo duradero y hermoso.
La veta gauchesca, alcanzada la altura de Hernández se prolonga
en manifestaciones más o menos auténticas en el ámbito rioplatense.
Es justo recordar algunos nombres, aparte el de los payadores,
hábiles en la improvisación pero casi irrescatables como versificado
res. Tres poetas de Entre Ríos hay que destacar en este nivel: Amaro
Villanueva que con poemas de línea culta aunque normalmente de
entonación popular ha publicado desde “Versos para la oreja”
(curiosa versión mimeográfica de 1930) hasta “ Son sonetos” (1952);
Claudio Martínez Paiva, autor del muy recitado y reeditado “Lluvia
en los cardos” y Marcelino M. Román, estudioso del canto popular en
toda América en “Itinerario del payador”, es lírico en su primer libro,
“ Calle y cielo” (1941) y sigue acentuando una veta de comunicación
simpática en libros posteriores, desde “Tierra y gente”, “Pájaros de
nuestra tierra” , “ Coplas para los hijos de Martín Fierro” hasta
“América criolla”; “La querencia y los caminos” y el último, “ Comar
ca y universo” (1964). En el prólogo a este libro se lee: “ Con parejo
interés tratamos de aquilatar estilísticamente —como en libros
anteriores— determinados elementos, modos y tonalidades de nues
tro castellano criollo, sin prejuicios puristas ni antipuristas...”.
Influjos modernistas se alian en él a un directo entronque con lo
354
popular. En este campo está lo mejor de su obra. Pero el autor que
realmente justifica la perduración del modo gauchesco es Julio Migno
de Santa Fe. Ya en “Amargas” (1943) se mostró capaz de autoridad
en el manejo del verso y la palabra simple, pero fue “Yerbagüena”
(1947) el libro que suscitó mayor interés y obligó a pensar en un
renovador del verso pampeano con las virtudes de Hernández. En
“Chira Molina” de 1952, como en “Yerbagüena” elrelato es de orden
épico y estructura casi teatral. El hilván anecdótico permite mostrar
con realismo y vigor, historia y paisaje, dolor y sacrificio del hombre.
El verso, en metros distintos, se adecúa a los requerimientos de cada
instancia narrativa o de rasgo descriptivo. El tono dominante es de
comprensión humana pero también de protesta y rebeldía: “Sé que
tengo que jundirme / porque no he comprao la vida, / y de güeno
me convida / güelta a güelta el milicaje. / Pa mi la mala es un
traje / que me cai a la medida”.
Resulta curioso, en este campo, la aparición de “Nuevas Coplas
de Martín Fierro”, que María de Villarino publicó en 1957.
{Suma de Poesía Argentina; Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1970.)
355
HORACIO ZORRAQUÍN BECÚ
H oracio Zorraquín Becú
ALBERDI Y HERNÁNDEZ
359
loas el mismo Sarmiento calificándolo de “Decálogo Argentino” y en
él se ve retratado porque afirma ser “el código de nuestras ideas”.
Decálogo, código o catecismo el hecho es que el ideario contenido
en el folleto fue la expresión, en ese momento, de la manera de pensar
y de sentir de la activa minoría que regresaba del destierro para
colaborar después de Caseros en la organización del país. En eso
estriba precisamente, no el mérito o novedad de dichas ideas, pero sí
su excepcional interés.
¿Cuáles eran? Amigo de Gutiérrez, miembro conspicuo de la
Asociación de Mayo y colaborador en el “Dogma Socialista” de
Echeverría, Alberdi se incorpora por derecho propio a la llamada
tradición liberal argentina. Es, para decirlo mejor, uno de los pilares
de esa iglesia relativamente mutilada del pensamiento nativo que sólo
admite, bajo sus ojivas, a quien arranca de Moreno para pasar por
Rivadavia y perderse por último en la enmarañada selva de Sarmien
to. Pero, aun dentro de la línea de esa ortodoxia parcial y precaria,
conviene introducir ciertos distingos para escapar a los lugares
comunes de una retórica que perdura.
Ni Echeverría pensaba como Rivadavia, ni Alberdi como Eche
verría o Sarmiento. Por de pronto, y por lo menos en el orden de lo
político, ningún vínculo tenían Alberdi y Echeverría con los unitarios
cuya estéril y estancada posición trataban de superar. En ese sentido
no debe inducir a confusiones el codo con codo de la lucha antirrosista
en la Banda Oriental, pues se trata de una coincidencia ocasional y
obediente a necesidades militantes.
Todos —Rivadavia, Echeverría, Alberdi y Sarmiento— creían
en el progreso, lo habían erigido en dogma, lo escribían con mayúscula
y lo calificaban de indefinido. Pero así como el primero, en buen
iluminista (no olvidar aquello del “siglo de las luces”), había atribuido
a la razón el carácter de supremo fetiche y motor exclusivo de todo
progreso, Echeverría y Alberdi concibieron al progreso como algo que
se realiza a través del tiempo y el espacio, algo que deviene con la
humanidad misma y evoluciona según el ritmo social, algo, por
último, que no se logra a golpes de puño ni puede imponerse a la
historia. Habían desembocado en el romanticismo, mejor: en el
historicismo romántico.
La evolución es la historia y la historia la suma de los hechos. Ese
es el origen intelectual del divorcio con los unitarios. Ciegos a la
realidad se empeñaban éstos —algunos como don Valentín Alsina
hasta el final de sus días— en una imposible restauración cuando lo
que querían los otrora jóvenes de la Asociación de Mayo era, como
dice Echeverría, una regeneración. El antihistoricismo les impedía a
los unitarios ver a Rosas, cuando Rosas era precisamente el “hecho”
360
histórico por excelencia, la realidad si se quiere lamentable pero
imperiosa de la patria. Alberdi, en cambio, supo intuir que no era “un
déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias” y que el “vigor
gigantesco de su poder” se explicaba por “su carácter altamente
representativo”.2
Ni menosprecia los grandes ideales de la civilización y del
progreso por la circunstancia de la ruptura con el unitarismo, ni
tampoco, en su afán de ceñirse a los hechos, endiosa lo exclusivamen
te contingente. Frente al peligroso problema del fin y los medios opta
por resolverlo en síntesis armoniosa: a los no abdicados fines
iluministas les agrega los ingredientes de los medios historiéis tas.3
Los ideales de Mayo iban así camino de conciliarse con el federalismo.
Pero Alberdi era, ante todo, un espíritu concreto y la tendencia
hacia lo positivo, hacia lo que se ve, se mide y se toca —quaepondere,
numero, mensurave constant, como decían los romanos— se le iría
acentuando con los años. Su estilo, si éste es el hombre, descubre esa
inclinación de su mente. Se ha elogiado con razón su dura prosa,
incisiva y directa. “Incolora y lisa al igual que el acero”, dice de ella su
crítico más implacable y famoso.4No le servía para los menesteres del
énfasis romántico. Vuelve a perseguirlo entonces el desautorizado
Bentham,6 compromete poco a poco el inestable equilibrio entre el fin
y los medios (Obs. comp. I, 239) y desemboca en el utilitarismo.
Quede así insinuado el porqué de las posiciones políticas asumidas a
partir de 1852.
Subsistía empero en Alberdi un ideal y éste, el mejor colocado en
el orden de las jerarquías, no era otro que el de la libertad. “La li
bertad es divina” (id. I, 119). Tanto que cuando Alberdi ofrece
361
confusamente su alianza a Rosas, es con el fin de “emancipar a la
libertad, esclava de sí misma”, por haber ésta elegido el despotismo
(id., I, 125).
Son incalculables las consecuencias de la supremacía de la
libertad. La patria le es inferior. Dentro de la terminología alberdiana
(y, en parte, de la época) libertad no es el equivalente de independen
cia, no se vincula a la soberanía. Significa libertad civil; aquello que en
la temática constitucional se conoce con el nombre de “garantías”.
Dentro de ese sistema ideológico prima la libertad civil sobre la
independencia política. Posadas hacía de precursor pidiéndole al
Rey, a fines de 1814 y a título de gracia alternativa, “la independencia
política de este Continente o a lo menos la libertad civü de estas
provincias”.6 “Somos independientes pero no Ubres”, quejábase
amargamente Echeverría.
Por eso si la patria está tiranizada hay que combatir al déspota y
aliarse al extranjero, si necesario, para vencerlo. El argumento
consiste en que no se combate a la patria sino al tirano. Páginas
enteras de Alberdi están destinadas a justificar o defender esa tesis.7
En sobrada medida el Tratado de la Triple Alianza contra el Paraguay
(1-5-185) está imbuido de la misma dogmática pues, según vimos, no
se trataba de llevar la guerra “contra el pueblo del Paraguay sino
contra su Gobierno” (art. 7) para derrocar al tirano López.8
Dentro de la secuela de ese pensamiento, ¿qué es la patria? “La
patria no es el suelo, contesta Alberdi, la patria es la libertad”. Y como
la libertad nos la ha traído la Europa, “la Europa nos ha traído la
patria” (id. DI, 425). El silogismo es perfecto. Además, “la divisa de
este siglo es ubibene ibipatria” (id. 427). Toda exégesis sobra, puesto
que dice la glosa: “aquella es su patria donde es dichoso” (id. 1,86 n.).
El Sarmiento anterior a la presidencia agrega al concepto, en
rt
“Instrucción reservada” del 10-12-1814, en Comisión de Bernardino Rivada-
via, 1936, II, 358.
7 Echeverría se le anticipó en la actitud y el raciocinio: “el género humano es una
sola familia y nadie es extranjero en la patria universal. Por lo mismo los emigrados
argentinos debían considerarse aliados naturales de la Francia (en guerra con la
Argentina) o cualquier otro pueblo que quisiera unirse a ellos para combatir al
despotismo bárbaro dominante en su patria” {Dogma Socialista de la Asociación
Mayo, precedido. De una ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el
Plata desde el año 37. Montevideo, Imprenta del Nacional, 1846, pág. XLH).
8 Alberdi, que ya no era el hombre de la emigración obcecado por sus
elaboraciones doctrinarias, condena al Tratado con rabiosa virulencia pero, extremista
como todo idéologo, no lo ataca, como Hernández, por la sinrazón y el absurdo de una
guerra pretendidamente principista sino que se pronuncia en contra de la guerra misma
defendiendo al Paraguay.
1843, inútiles precisiones. Por ejemplo: “la patria no está en el lugar
que nos ha visto nacer” , salvo que en ella se pueda “ser libre i gozar de
las bendiciones de la civilización. Donde quiera que estas bendiciones
se encuentran, allí está la patria”.9 De ahí la posibilidad de simultá
neas o sucesivas patrias. Por eso, en adecuada consecuencia y para
concluir con los celos mezquinos de los criollos, Sarmiento, en la
última página, del Arjirópolis, les hace esta advertencia: “infundid a
los pueblos del Río de la Plata que es arj entino el hombre que llega a
sus playas, que su patria es de todos los hombres de la tierra”.10 No se
podía ser más generoso.
Pero, como se dijo, fuera del peligroso culto iluminista e
idolátrico de la libertad, predominaban en el Alberdi de la organiza
ción nacional, las tendencias del utilitarismo a lo Bentham.11 La
obligación de hacer conduce a lo concreto. Se trata de mover las
palancas del progreso en beneficio del país, pero ese progreso
nacional tropezaba, según el criterio del momento, con dos enemigos:
la ignorancia y el desierto.
Sarmiento combatió contra el primero y Alberdi contra el
segundo. Cada cual patentó su fórmula con eficacia de santo y seña:
“hay que educar al soberano”, fue la del “modesto pedagogo”,12
“gobernar es poblar”, dijo el impenitente solterón. Especialidad no
significa monopolio, por eso Sarmiento excursiona a veces por los
predios de Alberdi y recíprocamente. Declara a la república, por
ejemplo, en “estado de colonización”.13 Alberdi, a su vez, se propone
concluir con el analfabetismo importando poblaciones ya instruidas;
Sarmiento, por el contrario, insistía en pulir las existentes.
Todo había de subordinarse al propósito de suprimir la incultura
y la soledad. ¿Podía acaso llamarse patria al desierto, a las largas
travesías desoladas?
“Hay una ley —dice Alberdi en el prólogo de las Bases— que
reclama para la civilización el suelo que mantenemos desierto para el
atraso”. Esa ley, “la de dilatación del género humano, se realiza
fatalmente, o bien por los medios pacíficos de la civilización, o bien
por la conquista de la espada” . Apresúrase entonces Alberdi a
9 Cit. por Ricardo Font Ezcurra, La unidad nacional, 1938, págs. 75/77.
10 Arjirópolis, Santiago, Imprenta de Julio Belin y Cía, 1850, pág. 142.
11 “Lo útil produce el bien, pero no es el bien: lo útil es un medio, no un fin. Pero
Bentham ha hecho un fin de este medio” (Alberdi, Obs. comp., I, 239).
12 Así lo llama, socarronamente, Alberdi.
13 Julián Barranquero, Espíritu y práctica de la Constitución Argentina, Buenos
Aires, 1878, pág. 70; íd., 2*- ed., 1889.
363
sustraemos al peligro de la violencia “dando espontáneamente a la
civilización el goce de este suelo” (Obs. comp. IH, 382). “Abrid sus
puertas de par en par a la entrada majestuosa del mundo, sin discutir
si es por concesión o por derecho; y para prevenir cuestiones, abridlas
antes de discutir” (id. 438). Sarmiento le teme a esa “invasión
universal de la Europa sobre nosotros”, pero sacude sus temores y
nos dice: “seamos francos, no obstante que esta invasión nos sea
perjudicial y ruinosa, es útil a la humanidad, a la civilización y al
comercio”.14
Para la escasa población sobraba territorio. Por eso dice Alberdi:
“El terreno está de más entre nosotros. El terreno es la peste de
América” (Obs. comp. IV, 87/88). De ahí la ridiculez y la insania de
las disputas de límites. Lo mismo piensa Sarmiento. Hay que ser “un
espíritu tan retrógrado como el de Rosas” para querer “agregar un
dominio más a seiscientas leguas de distancia, no obstante los cientos
de miles de leguas de territorio despoblado que hoy posee”.15
Es lógico entonces que ya esté superada “la época de los héroes”
(Obs. comp. m , 437) porque, además, “a la necesidad de gloria ha
sucedido la necesidad de provecho y de comodidad” (id. DI, 426). Y
sentencia: “la gloria es la plaga de nuestra pobre América del Sud”,
hay que concluir definitivamente con “la manía ridicula y aciaga del
heroísmo que nos ha dejado la guerra de la Independencia” (id. III,
535). “El laurel es planta estéril para América” (III, 437).
Es que, desde el ángulo del utilitarismo en que se coloca Alberdi,
así como la paz es sinónimo de riqueza y progreso, lo es la guerra de
crisis, pobreza y endeudamiento. De ahí que convierta al progreso en
la “verdadera gloria”.
Ya los medios en la política alberdiana habían ocupado el lugar
de los fines. El suelo desierto y la pobreza acosan sin tregua la
imaginación del eterno ausente. Inclusive para ser libre, verdadera
mente libre, hay que ser rico y serlo a cualquier precio como explicaba
a Mecenas la famosa epístola de Horacio.16 Hasta la fe, la pobre fe de
los mayores, “si bien no ha muerto en este siglo —dice— ha cambiado
de objeto y de domicilio. La fe está en la Bolsa, no en la Iglesia”.17
364
Dentro del rigorismo lógico de ese teorizar, el desenlace es
previsible. Para emancipar al país de su árida y paupérrima soledad
hay que poblarlo. Hasta los pactos constitucionales deben reducirse a
ser meros “contratos mercantiles de sociedades colectivas formadas
especialmente para dar pobladores a estos desiertos que bautizamos
con los nombres pomposos de Repúblicas” (EQ, 409/410). Por eso,
“ el ministro de Estado que no duplica el censo de estos pueblos cada
diez años, ha perdido su tiempo en bagatelas y nimiedades” (DI, 427).
Sin población se esfuma toda perspectiva. Es por eso que “gobernar
es poblar”.
Pero poblar, ¿cómo, con quién, cuándo? Alberdi nos dará la
receta.
Como mendigamos población no podemos ser pretenciosos ni
exigentes. No le podemos decir al recién llegado: “si no me pertene
céis del todo, no me pertenecéis de ningún modo”. Más, “es preciso
conceder la ciudadanía sin exigir el abandono absoluto de la origina
ria” (III, 392).
Pero Alberdi, aun cuando aparentemente se rehúsa a toda
aspiración selectiva, tiene sus confesadas preferencias. Ellas van
hacia la población anglosajona porque, según él, “está identificada
con el vapor, el comercio y la libertad” (III, 524). No sorprenda esa
asimilación, puesto que la misma “libertad es una máquina que, como
el vapor, requiere para su manejo maquinistas ingleses” (H3, 528).
Cierto que el problema del idioma es engorroso. “¿Cómo recibir,
se pregunta Alberdi, el ejemplo y la acción civilizante de la raza
anglosajona sin la posesión general de su lengua?” Es dable entonces
pensar que pondría a disposición de los recién venidos escuelas para
el rápido aprendizaje del idioma local. Nada de eso: “no debiera darse
diploma ni título universitario —aquí— al joven que no hable ni
escriba inglés”. La razón es obvia puesto que el inglés es el “idioma de
la libertad” (DI, 418). Nuestra juventud-debe transformarse en “ el
yankee hispano-americano” (id. id.). Pero súbitamente piensa “ en el
roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas
populares” y se amarga y desespera: “en cien años no haréis de él un
obrero inglés” (III, 427).
Tanto mayor es su angustia cuanto que piensa que “la libertad
política es una costumbre sajona” y que entonces “el dilema es de
hierro para la América del Sud: o latina o esclava; o libre y sajona” (III,
361).
El programa político aludido puede resumirse en una sola
palabra: progreso, pero progreso material. A él se debía el país. Todo
consistía en gastar, comerciar, enriquecemos y europeizarnos. No era
365
otro el contenido de la palabra. Para lograrlo había que importar
hombres y capitales, vivir en paz, sacrificar si preciso fuera la
tradición y la gloria a la prosperidad. La nueva religión tiene su
Gólgota en el atraso y sus fieles se prosternan ante un Mesías
alimenticio.
Alberdi, como pensador, fue sin duda el vocero de su generación.
Pero no fue el soplo espiritualista del “Fragmento”, su obra maestra,
el que despertó el entusiasmo de tantos y también de Sarmiento.
Fueron las ideas de las Bases, escritas dieciséis años después, porque
ellas reflejan, ayudadas por su sentido oportunista, el modo de sentir
del momento, las verdades consentidas de la hora. Por eso se
convierten las “Bases” en el auténtico vademécum ideológico de
quienes estaban en trance de regenerar, por fin, a la ingrata patria.
No es extraño que ello ocurriera. Por primera vez, con las Bases,
disponen los argentinos de un auténtico plan de acción. Acostumbra
dos hasta entonces a la prosa beligerante y pendenciera de los
enconos suscitados por la dictadura rosista, en la que todo se
subordina a las exigencias de la polémica, advierten con estupor que
el pequeño libro de 183 páginas les brinda las fórmulas que necesita el
pionero y les señala los objetivos de la nueva militancia. Era “la
Biblia, la verdad revelada al país”.18
Cierto que el sentenciar alberdiano suele a veces provocar
escalofríos. Esa marcha hacia un porvenir desarraigado, en un aire sin
clarines y un viento sin banderas, donde lo que hace a la esencia de lo
nacional se fustiga, por retrógrado e inútil, nos desasosiega y angustia.
Aún el Lugones del periplo liberal habla de las “enormidades” del
tucumano. Y Groussac, que como extranjero debía sentirse halagado,
se arriesga a la afirmación de que Alberdi predicaba el evangelio
sórdido de la hartura y del engorde a cualquier precio.
Puede que ese dictamen hoy nos parezca despiadado, aún
cuando ser severo no es ser injusto. Pero en su época, víctimas todos,
aunque en desigual proporción, de la neolatría ambiente y del deseo
de impulsar al país por esos carriles de imaginada y ambiciosa
grandeza, la reacción era distinta. No en vano sus contemporáneos
han dicho y repetido que traducía la común inclinación de los
espíritus. Téngase presente que a Alberdi lo condenaron los porteños
por su adhesión a Urquiza, no por lo fementido de su ideario.
Por eso aislar sus afirmaciones del contexto y éste del momento
histórico en que vio la luz significa, en alguna medida, negarse a una
366
adecuada inteligencia del pensamiento alberdiano, a su deliberada
transformación de los medios en fines porque los reputaba indispen
sables para el país. Repitamos con Alberdi, en su descargo, que si
exacerbó la política de los medios —especialmente en las Bases...—
ello se debe a la conciencia dolorosa de la realidad argentina que
contemplaba a la distancia. Urgido por la misma no escribió las Bases
—dice— “como estudio de dibujo, sino con la mira práctica de verlas
convertidas en hechos; no quise quedar en la región de la metafísi
ca”.19
Por eso ajusta sus ideas a la mecánica de silogismos seriados que
encuentran en su misma sencillez la razón de ser de su buen éxito, de
su difusión inmediata e irresistible. Alberdi escribe para convencer.
En aras a ese propósito se informa su arte en los más puros cánones de
la propaganda y del proselitismo y alcanza su prosa los acentos de la
elocuencia en cuanto logra despojarla, recia y tajante, de los vanos
adornos de la retórica. Era periodista y abogado. Estaba al acecho de
la ocasión, presta su pluma para el ataque, el alegato y la expresión de
agravios. Ese oportunismo polémico conspiró, preciso es decirlo,
contra la estructura de su obra escrita que mereció ser más solida,
pero le dio en cambio cierta modalidad brillante, cierto ímpetu brioso
que al compensar los defectos de la improvisación atenuaría lo
efímero de su destino.
El hecho es que Alberdi, al imponerse el objetivo de convencer,
cesa de operar en profundidad cuando le llega el momento del
análisis. De ahí la increíble ausencia de matices, la absoluta falta de
ductilidad. Alberdi no sugiere, afirma; no desarrolla una idea, se
limita a estamparla. Su afán de síntesis y la correlativa necesidad de
simplificar le conducen a cierta pobreza intelectiva, probablemente
deliberada y consciente.
Es que Alberdi jamás duda, no puede dudar, pues si vacila se
resquebraja la firmeza de una convicción que quiere sea contagiosa. Y
puesto que no duda y que se abstiene de seguir el hilo de sus ideas por
el lógico itinerario de las consecuencias, se dan cita en él parejamente
las anticipaciones del profeta y los contratiempos del imprevisor.
Alberdi no era un doctor en nubes. También él estaba inmerso en
la lucha. Su aguda inteligencia le advertía que era un político de las
ideas. Por eso, al redactar apresuradamente las Bases, no pretende
utilizar letras de bronce.
Hernández pertenecía a una generación posterior a la de los
emigrados. No participó de las angustias del destierro. No se ha
367
doctorado en Chuquisaca como Mariano Moreno. Es un autodidacta,
cuanto sabe io aprendió por sus cabales en la dura universidad de su
esfuerzo y de la implacable experiencia. Rosas, para él, no es el
hombre urdido por las Tablas de Sangre. Lo califica de dictador y a
veces de déspota. Pero esta palabra se utiliza entonces sin discreción.
También eran “déspotas” Urquiza y muchos otros. Tampoco había
viajado al extranjero como Echeverría, Alberdi, Sarmiento. Ni
siquiera a Chile, al Perú y Bolivia como Mitre. Ni cruzado el río como la
mayoría. Por eso no es extranjerizante, ni cosmopolita. Hasta enton
ces, 1868, sus íntimos amigos eran todos como él, criollos de alma,
criollos litoraleños. Sus límites geográficos eran Buenos Aires, Santa
Fe, Entre Ríos y Corrientes.
Cuando su primera experiencia política con Nicolás Calvo, en
“La Reforma pacífica”, oye hablar de Alberdi. Seguramente leyó las
Bases. En 1855 ya corríanlas calles cinco ediciones: dos chilenas, dos
porteñas y una correntina. En 1856 y 1858 circulan dos ediciones de
sus “escritos sobre política y derecho público argentino” (entre los
cuales las Bases), impresas en Besangon, pues Alberdi se encontraba
en París, y publicadas, en virtud del decreto de mayo 14 de 1855, que
lleva las firmas de Urquiza, del Carril y Derqui, y que se dictó con el
propósito de “generalizar sus doctrinas e inocular en el ánimo de los
pueblos las sanas máximas que revelan sus principios”.
No hay duda de que Hernández fue desde sus mocedades atento
lector de Alberdi.20 Lo revelan sus artículos periodísticos. Apenas
iniciado en las faenas del diarismo, a fines de 1860, ya está Hernández
en la onda alberdiana:
“Nuestros puertos se abren al comercio del mundo, atraído por las valiosas e
importantes producciones de nuestro suelo; nuestros desiertos llaman la inmigración, y
la inmigración vendrá estimulada por los tesoros ocultos que aguardan solamente
brazos e industrias que los exploten, nuestros mercados se abren a los capitales
extrangeros, garantidos por la estabilidad de la paz; nuestros ríos interiores, veneros de
368
riqueza inagotable se abren para la navegación a vapor, ligando el comercio del Litoral
con el de las Provincias Interiores21 y haciendo más fuertes los vínculos que las unen; el
país todo, está para recibir los beneficios de la civilización moderna, importada por la
comunicación pronta y fácil con los primeros pueblos del mundo, fecundizada por la
política alta, leal y acertada del Gobierno Nacional,22 por la libertad de nuestras
instituciones, y por el espíritu dominante de la actualidad de orden, de libertad y de
progreso”.23
369
todo, porque ve en Urquiza al caudillo capaz de darle al país las
estructuras políticas y económicas que necesita.
Alberdi era un intelectual, hombre de minorías. Tenía horror al
candombe porque legitimaba al despotismo y porque las masas
ignaras servían de trampolín para el encumbramiento de los aventu
reros y de los audaces. Profesaba por su patria un amor que
llamaríamos deshumanizado. Quería a la Argentina de sus ambicio
nes mentales gobernada por la lucidez de la inteligencia.
Tampoco era Hernández hombre del montón, pero pulsaba al
país de otra manera. No era menor su desvelo por el logro de una
Argentina mejor, pero se había educado en la escuela del empirismo.
Se proponía poblar al desierto, pero lo conocía y no le quemaban el
alma los pastizales desolados. Era hombre vigoroso, de contienda y
de lucha. No vivía de espejismos. Quería a su tierra como era, sin
perjuicio de impulsarla por caminos de perfección. La quería aun
desgarrada y hecha jirones por el tumulto de las rivalidaes y era capaz,
en el arrebato de su pasión partidaria, de seguirla desgarrando. Tenía
los vicios y las virtudes del combatiente que en el fragor de la batalla
no obedece a los dictados de la inteligencia sino a las misteriosas y
espontáneas motivaciones del corazón.
Esa unión con el terruño y con sus hombres, ese estrecho y
permanente contacto con lo cotidiano de un vivir que siendo el suyo no
podía engañarle, desarrolló en él el egoísmo de lo vernáculo. De ahí
sus reservas y reticencias frente a la amplitud de las fórmulas
generosas que brincaban del libro para estrellarse a veces contra una
realidad que los doctores de las luces desconocían.
El tema inmigratorio es, en ese sentido, elocuente. Fiel a Alberdi
escribe que “grande es la idea de poblar el desierto”. Pero llegado a
Buenos Aires, pórtico de la tierra por donde entra la extranjería,
tropieza con la fisonomía cosmopolita de la urbe. La mitad de la
población era importada. Sobre algo menos de cien mil varones más
de sesenta mil eran extranjeros. Y con relación a los hombres válidos
el ochenta por ciento era gringo. Esa realidad le desasosiega. No
quiere confesárselo, pero el criollo que es, se siente desplazado. Esas
brillantes doctrinas de la asimilación y de la adaptación del extraño
comienzan a parecerle antojadizas. ¿Quién asimila a quién?, se
pregunta. Más todavía lo son esas consejas alberdianas equiparando
población a comercio, industria, consumo, producción y prosperidad.
“El ejercicio de los lustrabotas, de los vendedores de números de
lotería, ramos tan explotados hoy día —escribe— ¿en qué favorecen
al engrandecimiento comercial de la sociedad? Sirven más bien a la
relajación de las buenas costumbres, ofreciendo un ejemplo pemicio-
370
so y un espectáculo inmoral.” ¿Dónde estaba ese “poblador tan útil a
la libertad y a la industria, a que se refería Alberdi, o sea el poblador
disidente, anglosajón y alemán de raza”? No los ve por ninguna parte.
Pululan los españoles y sobre todo los italianos, E interroga: “¿Ha
mejorado en algo nuestra condición esa inmigración que llega
periódicamente? ¿Seremos verídicos si no decimos que la ha empeo
rado?” Y se contesta: “la inmigración puede ser un elemento de
progreso y puede serlo de atraso” .
Luchan en el espíritu de Hernández su devoción por las grandes
consignas del progreso y su modalidad criolla reticente y socarrona.
Contempla a los gringos apiñados en la ciudad corriendo el albur de
los menesteres más bajos. ¿Es esa, acaso, la población industriosa
que venía a transformarnos? ¿No nos sirve de nada el pobre gaucho?
¿Hay que sacrificarlo en favor de esas gentes rotosas y descalzas que
nos manda la vieja Europa? Su cabeza es un puñado de dudas. Su gran
amigo, el coronel Alvaro Barros le refiere anécdotas de los gringos
enganchados en el servicio de la frontera.24 Y entonces José Hernán
dez se desdobla. Le cede la palabra a Martín Fierro:
Yo no sé porqué el G obierno
N os m anda aquí a la frontera
Gringada que ni siquiera
S e sabe atracar a un p in go—
¡Si crerá al m andar un gringo
Que nos m anda algun a ñera!
24 El coronel Alvaro Barros, siete años mayor que Hernández, hijo de unitarios
exiliado en Montevideo, pelea junto a Urquiza en Caseros, contra Lagos cuando el sitio
de Buenos Aires y contra Urquiza en Cepeda y Pavón. Experto en la guerra de
fronteras, dice en su libro de inexcusable lectura: “los extranjeros son absolutamente
inútiles en el servicio de la frontera y sin embargo allí son remitidos” (.Fronteras y
territorios federales de las Pampas del Sur, Buenos Aires, 1* ed., 1872; 2a, Hachette,
1957, pág. 115).
371
S i hay calor, ya no son gen te,
Si yeia, todos tiritan—
Si u sté no les dá, no pitan
Por no gastar en tabaco,—
Y cuando p escan un naco
U nos á otros se lo quitan.
Si sa len a p ersegu ir
D esp u és de m ucho aparato
T u itos sé pelan al rato
Y vá quedando el tendal—
E sto e s como en un nidal
E charle güebos á un gato.
372
mezquina que acaso le permita* a fd«rza de economía y de miseria,
llenar la bolsa en algunos años, pero cuyo ejercicio en nada favorece el
desarrollo de las ramas de nuestra actividad comercial, llevándose
más tarde el fruto de sus ahorros para gozarlos en su suelo natal.”
Se opone a esa “inmigración, extraña siempre a nuestra suerte,
egoísta e inestable”. Quiere otra que “subsista y se nacionalice”. Ya
ha llegado al meollo del problema y propone soluciones:
“Un buen gobierno —dice— dará garantías a la propiedad, a la vida, a los
derechos de los habitantes de la campaña; dará impulso a las obras de caminos y
ferrocarriles que supriman las distancias y conquisten el desierto; promoverá y llevará a
cabo la división de la tierra, adaptándola a las necesidades de la inmigración que llegue
atraída por las ventajas positivas de su explotación; repartirá la tierra gratis a condición
de probarla; facilitará al inmigrante los instrumentos agrícolas necesarios; fundará
escuelas de artes y oficios, en donde se suministren los conocimientos indispensables al
desarrollo de esas ramas importantes de la actividad del hombre.
“Un buen gobierno echará el sólido cimiento del progreso y hará de la inmigración
viciosa, de la inmigración perjudicial, un elemento útil de orden y de progreso que
acabaría por transformar la faz de la República.”25
373
desfallecida, dispersa, ignorante, vése arrollada por aquellas falanges
pacíficas de una civilización invasora, infinitamente superior á la
nuestra, fundiéndose todas las razas, todas las ideas, en el inmenso
crisol de la tierra prometida de América. Es la conquista menos la
imposición y la violencia. Los nuevos elementos de prosperidad, de
intensa vida, todo lo absorben propagándose. La antigua sociedad
desaparece, y los legatarios legítimos de las primeras glorias naciona
les, desalojados del solar paterno, ceden el paso sin resistencia
posible, a las multitudes forasteras, que nos traen con otra sangre,
otras costumbres, sus afectos, sus tradiciones, sus altares.
“Sin duda, nuestro país impulsado por esa fuerza vencedora,
llegará al engrandecimiento, á la opulencia: visión del porvenir, que es
el consuelo de los percances del presente. Por lo pronto á los hijos de
la tierra nada nos va quedando, sino el placer de proclamar a grito
herido á nuestros pobres paisanos vagabundos, el dogma de la
fraternidad universal: jabnegación sublime! ¿Cuánto tiempo tarda
rán, entre tanto, en echar raíces aquellas emigraciones en el campo de
su labor aventurera? ¿De qué modo infundir en ellas el religioso
respeto hacia el pasado con el que nada las vincula?”
374
RODOLFO BORELLO
Rodolfo Borello
Técnica poética
377
argumental de las coplas, en la oralidad que equivale magníficamente
a contar, cantando...
Sus mejores logros nacen de su habilidad para narrar mantenien
do siempre tenso el interés del lector que supone —de manera casi
obligada— un oyente gustoso de percibir las veladas intenciones que
subyacen en ciertos momentos del canto: lo irónico, lo elegiaco, la
crítica social, lo cómico.
Como gran narrador, Hernández usó la técnica homérica que
emplearon Balzac y otros sabios en el arte de contar una historia:
preparar por separado episodios conclusos de extraordinaria intensi
dad que el montaje posterior permitíale insertar en los momentos del
relato que juzgaba adecuados. Esas piezas perfectamente ejecutadas
(pelea con el Indio, la Payada final, la estrofa sobre el gringuito
cautivo, la historia de Vizcacha, el relato de Cruz o las habilidades de
tahúr de Picardía) van luego a encajarse, sin suturas perceptibles, sin
saltos o diferencias de nivel, en el todo armónico del libro terminado.
Doble y admirable capacidad creadora que se reitera en todo el
poema.
El gran instrumento de esta dificilísima labor fue la estructura
cerrada y sin fisuras ni debilidades de las estrofas-fotogramas (como
las denominó sabiamente Martínez Estrada). Las estrofas son
pequeñas y perfectas islas ya narrativas, ya lírico-épicas, ya puramen
te líricas, que se van dando como los pasajes de una payada,
separadas por las indispensables pausas. El Poema avanza así con
una ilación entrecortada que el oyente unifica dentro de sí: pausa
(para la intelección, la comprensión unificadora con el resto), estrofa,
pausa. A cada silencio sigue el relato o el canto.
Para evitar la posible monotonía de repetir una misma ordena
ción en el ritmo de cada estrofa, Hernández varía las pausas, la
métrica, y también la ordenación de cada estrofa. Pero siempre
cuidando de que el remate de cada una (en los dos últimos versos que
la remachan con un dicho, refrán, apotegma, o conclusión lógica ya
argumental, ya lírica) conlleve un pellizco oral, un toque final que
conmueva, por la coincidencia precisa de concepto-oralidad fónica, al
oyente. Léase los finales de algunas estrofas tomadas al azar y se verá
qué queremos decir con esto. Este remate cerrado de cada estrofa lo
tomó Hernández de la más pura tradición payadoresca; él lo convierte
en un método creador llevado a sistema. Esta autonomía estética y
significativa de cada estrofa, que sumaba a ello un remate cerrado y
eficacísimo desde el punto de vista fónico, le facilitó la ardua tarea de
colocarlas en el orden que sólo él sabía era el mejor, el más exacto y
expresivo tanto desde el punto de vista del avance del relato, como de
la composición final de cada canto y del libro todo.
378
Hernández además perseguía algo diferente a todos los anterio
res poetas gauchescos. En la forma de narrar elude las repeticiones,
los materiales innecesarios. No cae en los excesos descriptivos de
Ascasubi (que más que describir parece inventariar), ni en los gustos
pintorescos de Del Campo. No describe paisajes, no enumera, no
quiere entretener con la pura conversación. Siempre describe mesu
radamente, narra con las palabras exactas, ni una de más: eso explica
que la acción asume en él tanta fuerza; es que entrega unas pocas
claves, apenas medidos perfiles de la escena. El resto lo pone la
imaginación del que escucha, que llena los vanos de esos aguafuertes,
de esos grabados de escuetos y contados trazos.
Como ha escrito Martínez Estrada, que es quien mejór compren
dió estos aspectos del Poema:
“Es la técnica de dialogar y de narrar que tiene el paisano: nunca sigue hablando
después que el interlocutor ha captado su intención. Se maneja con intenciones, las
enuncia y, una vez fijadas, deja que el oyente complete su pensamiento... Este es el
procedimiento de Hernández, y acción y personaje quedan descarnados, reducidos a
vivencias que son intuidas por los demás, muchas veces mejor que si él hubiera
suministrado todos los datos”. (159, 2* ed., vol. I).
La estrofa
379
estrofa contiene un tema, cerrado y trabado, Son breves poemas en sí
mismas.
La estructura de cada estrofa es siempre sólida, y la parte más
débil queda al medio. Los dos primeros están hecho con extremada
precisión y con los finales remachan ajustadamente cada estrofa.
Por eso ha escrito M. Estrada que cada estrofa es un poema, por
la economía, la estructura y la independencia de las demás:,
“Hernández trabaja separadamente cada estrofa; en cada estrofa, cada verso...
No solamente la estrofa es una pieza entera, viva, con personalidad, sino que es una
concepción que no se subordina a lo anterior ni a lo que sigue... lo cierto es que siempre
el Poema resulta más coherente, más flexible, en el recuerdo de la lectura que en la
lectura misma... Como la película está hecha de fotogramas independientes que la
visión funde en un todo orgánico y ondulante, melódico y plástico, así el Poema en otros
órganos no menos finos que el ojo. Pero cada estrofa es un fotograma. Se le puede fijar y
observar: está completo”.
Métrica
380
exceptuar dos seguidillas de seis versos cada una, formadas por una
copla más un estribillo de dos versos (I, 1957-1988). Los versos,
tomados de la poesía folklórica, tienen esta medida silábica: 7 ,5 ,7 ,5 ,
7, 5 y riman a, b, a, b, c, b.
En el Poema, además de 1063 sextinas, hay 74 redondillas, 48
cuartetas, una décima, cuatro romances; siempre acomodados al
pasaje y a la situación.
(De Hernández: poesía y política, Ed. Plus Ultra, 1972 '
381
BERNARDO CANAL FEIJOO
Bernardo Canal Feijoo
385
clases “cultas” y en la subestimación de los “rasgos orientales” en los
perfiles tipológicos del criollo.
Parece descontable —aceptado y sobreentendido por autoriza
dos exegetas—- que, en las inspiraciones del Poema, Hernández salía
a contestar afrontadoramente la negación sarmienteana, oponiendo a
la teoría facúndica de la cultura, otra teoría suya que, sin excluir por
supuesto la “instrucción” escolar invertía los términos del problema.
Frente a la teoría de la cultura alfabética, intelectual y apósita,
pautada a normas traducticias abstractas, propugnada por el émulo
ilustre, venía a postular la teoría de una cultura “auténtica”, o mejor
dicho a partir de una condición inherente a la personalidad del sujeto
nacional. Precisamente en los rasgos de tinte “oriental” peyorados o
desdeñados por la teoría magistral, el Poeta gaucho creía encontrar
los fundamentos para la suya, que por último engarzaba en el
concepto antiguo de “la sabiduría del corazón” o “ciencia del pobre”
ponderada en los libros bíblicos. Las “ Cuatro Palabras de conversa
ción con los lectores”, formuladas por Hernández para contestar
primeros escrúpulos de la crítica culta, demostraban lo que en
ese “orientalismo” asumido arrostradoramente en el Poema, iba
envuelto de una concepción en el fondo más “universal” o humanís
tica de la cultura, como cultura de virtudes primordiales del alma
criolla, esas que los espíritus cultos subestimaban bajo el nombre de
meros instintos de libertad y coraje, y cierto misterioso don natural
del canto, anticipado en un notorio sentimiento “rítmico” del
lenguaje verbal. Una cultura, pues, extractiva y de comunión, más
honda y amplia que esa otra, que sólo parecía perseguir el rescate
personal del individuo, distanciándolo de “su” comunidad por el
cultivo de facultades principalmente intelectuales o discursivas.
La implícita teoría hemandiana no podría dejar de parecer hoy
insostenible, si pudiera ser comprensible a esta altura de los tiempos.
El propio Hernández la desplegaba polémicamente ya batiéndose en
retirada; lo sugieren algunas entrelineas visibles de sus “ Cuatro
Palabras”. Y lo significa claramente el Poema mismo, de un modo que
forma parte de las medidas de su genialidad, y da cuenta de la
distancia verdadera que lo separa de la obra de su émulo.
Contestó al envite en prosa caliente del autor del “Facundo” con
notable habilidad sofística trasladando la respuesta a otro plano del
lenguaje: ¡en verso modulado al compás del instrumento; contestó
cantando!... Así soliviaba la cuestión a un plano de quintas esencias
líricas y simbólicas, que obvian —si resultan logradas— toda razón
polémica.
El Poema homologaba una cima —¿sima, acaso?— no alcanzada
por el “Facundo”, que no había logrado superar la imagen casuísticay
386
prontuar al —sociológica— del gaucho, y que ahora el Poema
rescataba empinada a trascendencias de arquetipo absoluto. Lograba
plasmar el símbolo unánime definitivo del idealismo argentino,
vanamente tentado hasta entonces desde La Cautiva, él alcanzándolo
en la imagen del Gaucho que se aleja a caballo, tan fortuitamente
centrifugado por la Historia, como expulsado —con los debidos
honores del canto— por su propio cantor, hombre culto poseído del
espíritu de nuevos tiempos, que “ya están en otra cosa”.
387
suma de la Historia moderna, por mucha que fuera su simpatía por la
causa elemental del gaucho. Su “defensa” puede más por “el canto”
que por el alegato. Necesitó rodrigonarla de una cuasi-teosofía
masónica para darle firmeza. Si no concedió al canto acentos de
himno, tampoco quiso que los tuviera de requiem. Genialmente por
último decidió que el héroe se retirara “prudentemente” por el foro, si
bien a compases que algo tenían de missa solemnis, profana por
supuesto, con ingredientes de misa negra, y aun bárbara, como
corresponde a la pasión americana (1173).
388
gaucho”. No consistía simplemente en ciertos giros modismales del
ámbito agropecuario; implicaba cierta “entonación” prosódica carac
terística, cierto “imaginismo” peculiar que transfiere fluidamente los
conceptos a imágenes, cierta tendencia, que Hernández llamaba
“rítmica”, a encapsular la expresión en nítidos octosílabos; cierta
natural sentenciosidad en el giro intencional. Podríamos hoy repre
sentarnos el lenguaje gaucho con esas modalidades, como un precipi
tado muy particular del proverbialismo bíblico, el refranismo hispano,
el sintetismo de los idiomas indígenas, es decir con mucho de
“orientalismo” infuso. Todo ello instrumentado —para el sentir de
Hernández— en un ser de raras aptitudes líricas, ingénitamente
facultado al “canto”, esa instancia de la expresión humana que
alcanza a todos, cultos e ignaros, grandes y chicos, por las vías de la
sensibilidad a unos, del intelecto a otros. “Digo que mis cantos so n /
para los unos sonidos/para otros intención” (405). Las coplas le van
brotando como agua de la vertiente. El proverbio, el refrán, la
metáfora, la sentencia, se vuelven naturalmente canto en la voz
gaucha. Fue el hallazgo intuitivo fundamental de Hernández, ese de
esa instancia trascendental del lenguaje gaucho. “De naides sigo el
ejem plo/ naide a dirigirme viene”. (419).
389
tanciación había de misterio gozoso, lo significaba bien a las claras el
que Hernández sintiera necesidad de expresarla en canto.
El Poema empinaba ese lenguaje a punto de convergencia
unánime del alma argentina; máxima revelación de un genio colectivo,
a la vez impersonal y encarnado, que empezaba allí ganando la partida
en el plano más general de la comunidad, para terminar imponiéndose
sin ninguna reserva esencial en los planos culturales más elevados.
Desde ese momento cabe ya hablar sin miedo de un lenguaje y un
arquetipo nacional, incluso de un mito de comunión unánime,
atrevidamente instituido por inspiración genial a ras del “pueblo”,
ese limo de las germinaciones primordiales del alma humana.
Quedan, desde el Martín Fierro, propuestas a la meditación
argentina algunas cuestiones capitales para el espíritu creador.
¿Puede existir un genio creador ajeno al genio colectivo? ¿Cabe
realmente hablar de un genio colectivo —ese volksgeist de los
románticos de antaño? Admitamos sin vacilaciones que sí, desde que
hay un lenguaje común, anterior al escritor, que no es de su invención,
que es tradicional, y del que necesita partir aún para sus antojos más
disparatados. ¿Logra el escritor probarse genial, en qué medida: en
la medida en que lo prueba más común y general, o en que lo substrae
a la generalidad, con antojos intelectuales más o menos ingeniosos o
crípticos?
Genio tiene la misma raíz de génesis y de género. No hay genio de
la singularidad pura, de la diferencia individual; se reconoce al genic
en el individuo por el diámetro de “totalidad” resumida o concentra
da en él.
El poema gaucho revelaba un lenguaje del pueblo en el cual todos
podían entenderse, incluso los “doctores” de la cultura. Más todavía:
en que cultos e ignaros siguen pudiendo entenderse ya en otro siglo.
Presta todavía lenguaje a la literatura, popular o culta. Es puente de
unión —¡de comunión!— tendido entre los dos extremos de la cultura
nacional, calidad no compartida con ninguna otra obra del acervo. ¿No
está allí inscrita la clave del enigma de su genialidad?
390
ACOTACIONES FINALES
José Isaacson
ACOTACIONES FINALES
393
porque no hemos sido capaces de superar sustancialmente las
condiciones sociales, políticas y económicas que motivaron y engen
draron ese pensamiento. De ahí, entonces, el carácter del poema
hemandiano, carácter de denuncia en el exacto nivel desde el cual lo
puede apreciar el pueblo; de ahí, también, su éxito, que todavía nos
sigue sorprendiendo: por fulminante y por duradero, características
que pocas veces se compadecen. Por eso, por su premeditación, la
denuncia del Martín Fierro puede parecer la de “la ratería menor”,
como la califica Martínez Estrada, quien, como otras tantas, felizmen
te se contradice: “Lo grandioso del Martín Fierro —afirma— es que
discierne bien al agente, al títere, de las fuerzas sociales ocultas”.
Es la peculiaridad anecdótica del Martín Fierro, la que, justa
mente, permitió su amplia difusión en los estratos populares, como
conscientemente lo pretendió el poeta, quien, asimismo, con toda
lucidez determinó su publicación en folleto para facilitar el acceso del
poema a manos del pueblo, su legítimo y natural destinatario. La
pequeña denuncia, por otra parte, era —nada menos— el síntoma que
permitía percibir todo lo que había detrás de la misma: la situación
del país, la carencia de estructuras adecuadas para construir sobre
cimientos sólidos y, lo que es peor, la construcción sobre cimientos
ajenos.
394
nuestros escritores coetáneos más ocupados y preocupados por
problemas de status y de lo que se podría llamar, y se llama, carrera
literaria (que no pocas veces entraña una verdadera huida y no sólo
literaria) que de los problemas del país y de sus hombres.
Señalemos, de paso, que no deja de ser curioso que Martínez
Estrada le enrostre a Hernández su falta de cultura. Claro que —no
podía ser de otro modo— luego se contradice, pero, no obstante,
conviene subrayar que cuando una voz llega a ser la voz de un paisaje
humano en un momento dado de su historia, ello implica un
conocimiento consustancial con las costumbres y el hábitat de ese
hombre, que constituyen el grado sumo a que puede llegar la cultura
de un individuo. Lo que pasa es que estamos demasiado acostumbra
dos a designar como “culto” a quien domina los matices de las
culturas de importación, que vienen a ser esos barnices de la cultura
en tanto aditamento, salsa y mero condimento, ásperamente denos
tados por Herbert Read en To hell with culture!
Otra de las observaciones, que no podemos menos que formular,
es lo sorprendente que resulta que alguien como Martínez Estrada,
tan inteligentemente preocupado por la realidad nacional y por los
avatares de su historia, pueda afirmar que por su lenguaje el poema
pudo haber sido escrito antes de la Independencia. Este criterio
ahistórico no resiste el menor de los análisis, ya que el lenguaje de un
poema no se agota en los rasgos filológicos de las palabras que
integran sus versos. Desde este ángulo, aprecian fundamentalmente
el poema, por lo español de su idioma, Unamuno y luego Menéndez y
Pelayo, pero Martin Fierro ni siquiera es imaginable sin el proceso
que pasa por las creaciones primarias de Bartolomé Hidalgo, sin dejar
de mencionar, por otra parte, el ingente aporte de voces indígenas
incorporadas al texto y que lo impregnan con un casticismo sui
generis. El lenguaje de un poema y sobre todo el lenguaje de un poema
tan rico y alimentado por tan distintas vertientes como el Martín
Fierro, no puede ser interpretado separándolo —lo que por supuesto
dista de la actitud magistral del autor de Radiografía de la p a m p a —
de su contexto social e histórico. Por eso resulta incomprensible la
afirmación de Martínez Estrada, que estamos discutiendo, en tanto el
lenguaje del poema se articula con la política de fronteras, con la vida
en los fortines, con las levas, con los malones, con el interminable
desierto, y con algunos personajes que tipifican y ejemplifican las
diversas formas de la injusticia y de la incontinencia prepotente de los
poderosos, en un medio social dado. Ese es el lenguaje del poema,
lenguaje correspondiente a la época de su concepción y de su
alumbramiento y, por ello, coincidente con la hora histórica en que fue
395
publicado, logró esa milagrosa recepción colectiva que todavía hoy,
cien años después, continúa conmoviéndonos.
396
imprescindibles y, por eso, igualmente valiosas pues sin ellas el
proceso mismo no existiría y la obra maestra que lo define y tipifica
hubiese sido imposible. Piénsese en el laborioso proceso que desem
boca en el Quijote, hijo del genio de un idioma y de un pueblo, sin que
esto implique excluir al irreemplazable autor. Sólo que éste alcanza
las cimas de la genialidad justamente por haber sido el vehículo de ese
proceso que, por otra parte, sin él carecería de sentido. No creemos en
los alumbramientos abstractos y afirmar que “ el arte es, ante todo,
imaginación” es invertir la proposición y pretender que la pirámide
descanse sobre su vértice. Nadie piensa poner en duda la importancia
de la imaginación, pero cuando se analizan obras como el Martín
Fierro que —ya lo señalamos en el trabajo inicial de este libro— más
que representar un individuo dan la imagen de todo un pueblo, es el
estadio social, político y cultural de ese pueblo en el momento en que
la obra es realizada, el que impone su decisivo peso específico. Todo
lo demás son las herramientas, el preciso instrumental de que se vale
el artista capaz de plasmar un complejo socio-histórico dado. Por
cierto que éste no es el destino de toda obra de arte, pero aquí se trata
del Martín Fierro. Por eso, Lugones ubica el poema dentro de la épica
y aunque pueda discutirse su tesis, lo fundamental a que apunta, y eso
es lo que debe ser subrayado por encima de la precisión taxonómica,
es que el poema trata de un drama social de cuya singular expresión
deriva su vigencia y el permanente interés que despierta en las capas
sociales que no están en condiciones —por lo menos no están en las
mejores condiciones— de apreciar valores meramente estéticos.
Porque si el Martín Fierro es nuestro poema nacional, no lo es por
adhesiones más o menos sectoriales, sino por una conjunción plural
que así lo ha querido. El héroe del poema representa una realidad
social bien definida y delimitada y no se puede barrer su trasfondo
histórico, simplificando y reduciéndolo al caso “individual de un
cuchillero del mil ochocientos setenta”. Tesis que coincide con la
sostenida por Calixto Oyuela: “El asunto del Martín Fierro no es
propiamente nacional ni menos de raza ni se relaciona en modo
alguno con nuestros orígenes como pueblo ni como nación política
mente constituida. Trátase en él de las dolorosas vicisitudes de la vida
de un gaucho en el último tercio del siglo anterior, en la época de la
decadencia y próxima desaparición de ese tipo local y transitorio
nuestro ante una organización social que lo aniquila”. Dejando a un
lado conceptos tan discutibles, indefinidos y abusados como el de
“raza”, este párrafo es claramente ilustrativo de hasta dónde el
nominalismo puede triunfar sobre el realismo, y revela con claridad la
sorprendente óptica de un intelectual que en pleno reinado del
positivismo es capaz de darle la espalda a todo lo que sucedía en el
397
país para preferir la cómoda reducción a lo individual (las dolorosas
vicisitudes de la vida de un gaucho) de todo el proceso social.
Asimismo, no deja de sorprender esa otra simplificación que supone
afirmar “la desaparición de ese tipo local”, como si con él desapare
ciese el estadio histórico correspondiente y como si la historia de un
país pudiese olvidar —y tan luego que lo olvide Calixto Oyuela— que
natura non facit saltus. Pues aunque se trate de historia y no de
naturaleza, la historia tampoco puede saltear las etapas que le
resulten desagradables al historiador.
*
398
El Martín Fierro trasciende sus propios límites y no es posible
evaluarlo separándolo de la matriz que lo concibio'. ¿Quién puede
centrar el análisis de la Divina Comedia si desconoce la realidad
histórica y política de la Italia de Alighieri? Por eso coincidimos con
Pagés Larraya cuando sostiene que “mirar al Martín Fierro como una
pieza filológica” no es más que una forma laboriosa “de desconocer a
Hernández”. En la realidad social que le tocó vivir al poeta y a sus
coetáneos han de buscarse las fuentes del poema, antes, mucho
antes, que en las inevitables referencias literarias. Por eso algunos
investigadores han podido comprobar la coherencia entre la labor
periodística de Hernández y la sustancia esencial de sus sextinas. La
unidad entre el poeta, el político y el periodista es incuestionable; de
ahí derivan, fundamentalmente, los rasgos indelebles de ese hijo del
desierto cuyo réquiem y cuya elegía reconocemos en los versos del
libro centenario.
Todos los tonos pueden ser empleados para denunciar la
injusticia, y la queja no tiene por qué ser eludida. No por ello los
versos serán menos valerosos. Martín Fierro lo dice con dos versos
rotundos: “El álamo es más altivo / y gime constantemente”.
Carlos Olivera, que lo conoció, dice de Hernández: “Su sinceri
dad inquietaba. Lo miraban como a un discípulo retardado en el arte
social de ocultarla verdad”. Gracias a esta falencia tenemos el Martín
Fierro. La ética, palabra erosionada por innumerables aluviones
retóricos y utilizada en forma indiscriminada y abusiva, justamente
por los maestros del “arte social de ocultar la verdad”, existe y
subsiste, a pesar de los falsificadores de la literatura, en la raíz misma
del acto creador, porque no es más que la coincidencia de uno con uno
mismo, en el lúcido instante del encuentro, cuando conocemos porque
reconocemos, porque distinguimos nuestros interlocutores como
entidades separadas, desde nuestro perfil más íntimo hasta los
pastos que se van doblando hacia el poniente. Es entonces cuando el
creador o, más modestamente, el testigo, da cuenta fiel de lo que
sucede dentro y fuera de él. Y ésta es la clave de la “imaginación”
como motor de la literatura y del arte. La sonrisa de la Gioconda; el
mar que siempre recomienza; el desvalido ser capaz, sin embargo, de
esos saltos inversosímiles que desde el ocre de la desolación apenas si
pueden alcanzar el denso azul de la melancolía; los pasillos intermina
bles que no conducen a ninguna parte porque la justicia está ausente,
y el hombre que canta a pesar, o a favor, de su pena extraordinaria, son
los hijos de esa realidad en la que uno se hizo responsable por otro y
quiso decirlo de alguna manera. Manera que en cada momento de la
historia es única y distinta.
399
La “gratuidad” del acto creador consiste en su gestación a partir
de condiciones necesarias y suficientes, de las cuales puede emerger
la obra, una y definida. Pero no se trata de una creación que
fatalmente ha de producirse, sino de una creación posible porque las
condiciones están dadas, lo que excluye el determinismo mecanicista
que transformaría el proceso literario en un canal rígido e indeforma
ble cuya trayectoria fuera previsible. Esa “gratuidad” del acto
creador surge como contraposición a la idea de que puede ser
distorsionado “interesadamente”, mediatizándolo, y favoreciendo
una condición tanto más transitoria cuanto más adjetiva.
A partir de su verdad esencial, a partir de su raigal condición de
poema necesario, el Martín Fierro no es sólo el poema nacional délos
argentinos, es el acicate permanente para superar seculares contra
dicciones que de otra o parecida manera aún subsisten.
El Martín Fierro, más allá de la retórica de las efemérides, resiste
victoriosamente los vientos de la pampa y los que desde el otro lado de
nuestro río, pretendieron, y aún pretenden, arrasarlo, no pocas veces
bajo la forma sutil de los hermeneutas que fingen investirlo con
carismas hagiográficos. Todos los elementos amiláceos con que se
quiere revestir lo que está vivo y pujante, intentan hieratizar con la
dignidad de lo momificado a lo que, precisamente, por latir con el
pulso de lo vital, es susceptible de envejecer, pero con esa peculiar,
forma de envejecer propia de las obras de arte que permanecen y que
no por ser representativas de otra etapa de la historia de los hombres
dejan de ser válidas y significativas a lo largo de los siglos. Este
concepto de “envejecimiento” de las obras de arte, conviene subra
yarlo, no se vincula con la idea de su permanente vigencia sino con la
de su irrepetibilidad por medios de reproducción mecánica. Lo que
significa que el Martín Fierro sigue y seguirá representándonos, pero
que no admite epígonos, pues el chiripá y la bota de potro que pudo
usar naturalmente serían hoy meros rostros del esnobismo o atuendos
de la falsificación que nada tienen que ver con el Martín Fierro hijo
prototípico de la autenticidad. Lo que envejece, precisamente, es lo
exterior, los afeites tan definitivamente repudiados por Cervantes.
Porque el impulso generador, ese de la búsqueda que no cesa, no
envejece jamás; por eso don Quijote continuara combatiendo contra
la medrosa y medradora prudencia de los bachilleres y Martín Fierro
continuará su infatigable lucha contra la partida, brazo armado y
prepotente de una pretensa justicia. Ese anhelo de respiración amplia
sin cepos sociales ni económicos está en la raíz del acto que engendró
el poema y alimentó los días de José Hernández y los versos del
Martín Fierro.
400
Por haber llegado al límite que se confunde con el horizonte, por
haber sido una misma sustancia con el humus, por haberse identifica
do con su criatura, José Hernández alcanzó una de las cimas de la
poesía en español del siglo XIX.
401
ÍNDICE
Pág.
á T /lfiP I G O Q P C /l T l
Pablo Subieta
MARTÍN FIERRO (3er. artículo)............................................... 35
MARTÍN FIERRO (4to. artículo)........ ...................................... 39
EL POETA A R G EN TIN O ........................................... ............... 42
M iguel de U n a m u n o
“EL GAUCHO MARTÍN FIERRO”........................................... 47
M arcelino M enéndez y Pelayo
MARTÍN F IE R R O ........................................................................... 57
Una en cu esta de “N osotros”
¿CUÁL ES EL VALOR DEL M AR TÍN F IE R R O !.......... .. 61
M artiniano L egu izam ón .......................................................... 63
Rodolfo R iv a ro la ...................................................................... 65
M anuel G á lv e z .......................................................................... 66
Alejandro K o r n ........................................................................ 67
Leopoldo L u gones
MARTÍN FIERRO E S UN POEMA É P IC O ........ .................. 71
p ág.
Ricardo Rojas
JOSÉ HERNÁNDEZ, ÚLTIMO PAYADOR........................... 91
VALOR ESTÉTICO DEL M ARTÍN F I E R R O ....................... 98
Federico de Onís
EL “MARTÍN FIERRO” Y LA POESÍA TRADICIONAL. . . . 105
Américo Castro
EN TO RN O A M ARTÍN F IE R R O ............................................. 123
Rodolfo S en et
RESUM EN Y CONCLUSIONES............................................... 137
Karl V ossler
M A R TÍN F I E R R O .......................................................................... 145
E leuterio F. Tiscornia
“LA VIDA DE HERNÁNDEZ Y LA ELABORACIÓN DEL
M ARTÍN FIERRO” .................................................................... 151
Azorín
CERVANTES Y HERNÁNDEZ.................................................. 163
Vicente R ossi
DE LA PULPERÍA AL OLIMPO................................................ 167
Carlos Alberto Leumann
LA CREACIÓN IDIOMÁTICA EN EL
M ARTÍN F IE R R O ...................................................................... 175
Amaro Villanueva
PLANA DE H ER N Á N D EZ...................................................... 183
LOS D O S ....................................................................................... 183
PRELUDIOS DE MARTÍN F I E R R O ................................... 193
E zequiel M artínez Estrada
MORFOLOGÍA DEL POEMA...................................................... 201
LA EST R O FA ............................................................................... 201
LAS IN JU ST IC IA S.................................................................... 220
Pedro de P aoli
LOS MOTIVOS DEL MARTÍN FIERRO EN LA VIDA DE
JOSÉ HERNÁNDEZ.................................................................. 231
Antonio P agés Larraya Pág
POLÍTICA DE LA TIERRA: MORENO, ALBERDI,
HERNÁNDEZ.............................................................................. 249
Jorge Luis B orges
MARTÍN FIERRO Y LOS CRÍTICO S..................................... 261
JUICIO G E N E R A L ......................................................... .......... 265
y
Alvaro Yunque
LITERATURA GAUCHESCA..................................................... 271
A _
Angel J. B attistessa
JOSÉ HERNÁNDEZ...................................................................... 281
J o sé Edmundo Clemente
EL TEMA DE JOSÉ H E R N Á N D E Z ....................................... 299
John B. H ughes
M ARTÍN FIERRO Y M O B Y D I C K ........................................... 307
Julio Mafud
LAS INSTITUCIONES.................................................................. 319
B eatriz Bosch
JOSÉ HERNÁNDEZ EN PARANÁ........................................... 327
HERNÁNDEZ Y EL NACIONAL A R GE N TIN O .................. 330
Angel H éctor A zeves
EL TEMA DE LA DIGNIDAD DEL HOM BRE..................... 341
Guillermo Ara
LAPOESÍAGAUCHESCAHASTA JOSÉ HERNÁNDEZ . . . 351
Rodolfo B o r e llo .............................................................................. 359
Horacio Zorraquín Becú
ALBERDI Y H E R N Á N D E Z ....................................................... 367
Bernardo Canal Feijoo
EL ENIGMA DE LA GENIALIDAD EN EL P O E M A ........ 385
J o s é Isaa cso n
ACOTACIONES FINALES 393