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2. Literatura es un uso específico del lenguaje. Según los Formalistas Rusos la literatura
tiene un lenguaje particular alejado del lenguaje cotidiano, por medio de recursos se
extrañifica el lenguaje común.
Tiene que ver con la forma propia y específica del lenguaje. Lo que nos ayuda a
distinguir qué es literatura o no. La literatura utiliza un lenguaje específico que
comporta que cuando leamos un texto sepamos distinguir si eso que estamos leyendo es
literatura.
4. Literatura es un discurso que es valorado como culto, correcto y bello que expresa con
un lenguaje adornado y distinguido algo profundo; se relaciona con el canon que
establecen las Academias, las Instituciones, los lectores, las universidades, los
contextos, otras obras.Cada época valora a un texto y le asigna una género. Así como
los griegos creían en la verdad de sus mitos, en la actualidad son parte de la literatura
clásica y ello, ya sabemos, no implica que sea una mentira, sino que su relación con la
realidad ha cambiado. Lo que hoy es Literatura tal vez mañana no lo sea.
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En lo que se refiere al primer punto, el único que será desarrollado, el formalista ruso
Shklovski declara que "la lengua poética difiere de la lengua prosaica (cotidiana) por
el carácter perceptible [oshchutimost] de su construcción" (Eichenbaum, 1927,32).
Para el checo Mukarovsky, uno de los fundadores de la escuela de Praga que se sitúa
en la continuidad del formalismo ruso, el lenguaje poético no se define por su belleza,
ni por el ornamento, ni por la afectividad, ni por su carácter metafórico, ni por su
singularidad, sino por la puesta de manifiesto (aktualisace,fore-grounding) (1977, 3-4).
Hay varias maneras de hacer perceptible el lenguaje, de modo que el lector no reciba
el texto como un simple medio transparente de comunicar un mensaje, sino que resulte
involucrado por la materialidad del significante y otros aspectos de la estructura
verbal. La desviación o la aberración lingüística -la creación de neologismos, las
combinaciones insólitas de palabras, la elección de estructuras no gramaticales o
aberrantes en el plano semántico- son formas de poner de manifiesto que se utilizan
sobre todo en poesía, pero que se encuentran también en la prosa, como al principio de
Finnegans Wake: "Eins within a space and a wearywide space it was er wohned a
Mookse. The onesomeness was alltolonely, archunsitslike, broady oval, and a Mookse
he would a walking go." El fin y el resultado de esta especie de puesta de manifiesto
forman lo que los formalistas rusos denominan la desfamiliarización (ostranenie) o
desautomatización del lenguaje, que produce la percepción de signos en tanto que
tales. Esto se puede obtener mediante el recurso a diferentes clases de paralelismos y
de repeticiones. En el plano del significante, la rima, la asonancia y la aliteración
crean el efecto de un objeto muy estructurado como en los versos de Valery:
Ton repos redoutable est chargé de tels dons ... ("La Dormeuse")
Los ritmos, regulares e irregulares, las repeticiones de categorías sintácticas que crean
paralelismos, todo tipo de estribillos y de estructuras de clausura, hacen perceptible el
lenguaje de la literatura. En prosa, la puesta de manifiesto descansa generalmente en
otros medios. Las estructuras del relato (paralelismo, reanudaciones y detalles,
construcción "escalonada") producen efectos de clausura, y se considera que se trata
de un discurso bien construido en el que cada detalle se ha de tomar en serio. Además,
un lenguaje figurativo que exige un esfuerzo de interpretación sirve también para
significar la literaturidad. En efecto, la imagen literaria que pretende crear una
percepción nueva colocando al objeto en una perspectiva insólita, muchas veces se
toma como el elemento más común, el más expandido de la literaturidad. Hasta la
novela realista se sirve de imágenes "nuevas" para dar a ver: "los techos de paja, como
gorros de pieles encasquetados hasta los ojos ... " (Flaubert, Madame Bovary). En otro
plano, la perspectiva narrativa elegida es la que va a actualizar el efecto de
desfamiliarización: en Jolstomer de Tolstoi, el relato lo cuenta un caballo y es por ello
por lo que los objetos se vuelven singulares gracias a esta percepción inusitada y a la
tematización del lenguaje de la representación; el narrador observa, por ejemplo, que
las palabras "mi caballo", cuando se refieren a él, le parecen tan extrañas como "mi
tierra", "mi aire" y "mi agua". Poner de manifiesto los signos lingüísticos y los medios
de representación puede hacer de la literatura una crítica de los modelos semióticos
mediante los cuales tenemos la costumbre de hacer el mundo inteligible. Así pues, el
nouveau roman ha sido alabado por su crítica de los modelos novelescos tradicionales,
tales como los del personaje y el del principio de causalidad, mediante los que
interpretamos el mundo sin casi saberlo, lo mismo que la poesía ha tratado muchas
veces de romper las asociaciones que se considera "normales". Pero hay una reserva
que hacer con respecto a la literatura como desfamiliarización. En el plano lingüístico,
el efecto "literatura" se destaca no solo por figuras o combinaciones insólitas, sino
también por un lenguaje "elevado" que consiste en parte en utilizar fórmulas que han
perdido toda su fuerza innovadora: "the azure vault of heaven" se percibe de inmediato
como literario porque el empleo del adjetivo activa en el lector una idea de la
literatura en tanto que enunciación elegante y perifrástica de sentimientos elevados.
Básicamente este recurso consiste en imbricar dentro de una narración otra similar o de
misma temática, de manera análoga a las muñecas rusas. “todo enclave que guarde
relación de similitud con la obra que lo contiene” (Dällenbach, 1991: 61). Es todo
espejo interno en que se refleja el conjunto del relato por reduplicación simple, repetida.
La idea de abismarse indica caer sobre sí mismo, en ese sentido ya se genera la imagen
de abismo, el cual nunca está vacío, debido a que contiene el interior de un individuo.
Este recurso, como ya dijimos, suele expresarse a través de una obra dentro de la obra,
en las cuales hay una relación de correspondencia entre el creador al interior de la obra
y el personaje creado. Un ejemplo de autoconciencia conceptual sería emplear una
novela dentro de una novela, o quizás el ejemplo más común de un juego dentro de un
juego. “Lo que quiero es representar la realidad por un lado, y por otro estilizarla en
arte… Invento el personaje de un novelista, al que hago de mi figura central; y el tema
del libro… es solo esa lucha entre lo que la realidad le ofrece y lo que él desea hacer
con ella“. (Gide 173)
Procedimiento: Metamorfosis
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios
urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de
escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de
aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el
parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta
que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó
que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a
leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las
imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida.
Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo
rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el
terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano,
que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.
Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose
ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue
testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer,
recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una
rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba
las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se
entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo
anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que
todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el
cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada
había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora
cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso
despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla.
Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en
la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la
senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió
a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma
malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían
ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los
tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le
llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería,
una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera
habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la
mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde,
la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
¡Qué diferente de los departamentos que hemos visto! Aquí se respira olor a
limpio. Nadie podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con pensamientos
que envician el aire.
En pocos días nos casamos y nos instalamos allí. Mis suegros nos regalaron los
muebles del dormitorio, y mis padres los del comedor. El resto de la casa lo
amueblaríamos de a poco. Yo temía que, por los vecinos, Cristina se enterara de
mi mentira, pero felizmente hacía sus compras fuera del barrio y jamás
conversaba con ellos. Éramos felices, tan felices que a veces me daba miedo.
Parecía que la tranquilidad nunca se rompería en aquella casa de azúcar, hasta
que un llamado telefónico destruyó mi ilusión. Felizmente Cristina no atendió
aquella vez el teléfono, pero quizá lo atendiera en una oportunidad análoga. La
persona que llamaba preguntó por la señora Violeta: indudablemente se trataba
de la inquilina anterior. Sí Cristina se enteraba de que yo la había engañado,
nuestra felicidad seguramente concluiría: no me hablaría más, pediría nuestro
divorcio, y en el mejor de los casos tendríamos que dejar la casa para irnos a
vivir, tal vez a Villa Urquiza, tal vez a Quilmes, de pensionistas en alguna de las
casas donde nos prometieron darnos un lugarcito para construir ¿con qué? (con
basura, pues con mejores materiales no me alcanzaría el dinero) un cuarto y una
cocina. Durante la noche yo tenía cuidado de descolgar el tubo, para que ningún
llamado inoportuno nos despertara. Coloqué un buzón en la puerta de calle; fui
el depositario de la llave, el distribuidor de cartas.
Subió corriendo !as escaleras y se puso el vestido, que era muy escotado.
Hace tiempo. ¿Me queda bien? Lo usaré cuando tengamos que ir al teatro, ¿no
te parece?
-Vengo a buscar mi perro -decía la voz de una muchacha-. Pasó tantas veces
frente a esta casa que se ha encariñado con ella. Esta casa parece de azúcar.
Desde que la pintaron, llama la atención de todos los transeúntes. Pero a mí me
gustaba más antes, con ese color rosado y romántico de las casas viejas. Esta
casa era muy misteriosa para mí. Todo me gustaba en ella: la fuente donde
venían a beber los pajaritos; las enredaderas con flores, como cornetas
amarillas; el naranjo. Desde que tengo ocho años esperaba conocerla a usted,
desde aquel día en que hablamos por teléfono, ¿recuerda? Prometió que iba a
regalarme un barrilete.
-Los juguetes no tienen sexo. Los barriletes me gustaban porque eran como
enormes pájaros; me hacía la ilusión de volar sobre sus alas. Para usted fue un
juego prometerme ese barrilete; yo no dormí en toda la noche. Nos encontramos
en la panadería, usted estaba de espaldas y no vi su cara. Desde ese día no pensé
en otra cosa que en usted, en cómo sería su cara, su alma, sus ademanes de
mentirosa. Nunca me regaló aquel barrilete. Los árboles me hablaban de sus
mentiras. Luego fuimos a vivir a Morón, con mis padres. Ahora, desde hace una
semana estoy de nuevo aquí.
Hace tres meses que vivo en esta casa, y antes jamás frecuenté estos barrios.
Usted estará confundida.
-Yo la había imaginado tal como es. ¡La imaginé tantas veces! Para colmo de la
casualidad, mi marido estuvo de novio con usted.
-No estuve de novia sino con mi marido. ¿Cómo se llama este perro?
-Bruto.
-¿Bruto? Dos años. ¿Quiere quedarse con él? Yo vendría a visitarlo de vez en
cuando, porque lo quiero mucho.
-No se lo diga, entonces. La esperaré todos los lunes a las siete de la tarde en la
plaza Colombia. ¿Sabe dónde es? Frente a la iglesia Santa Felicitas, o si no la
esperaré donde usted quiera y a la hora que prefiera; por ejemplo, en el puente
de Constitución o en el parque Lezama. Me contentaré con ver los ojos de Bruto.
¿Me hará el favor de quedarse con él?
-Gracias, Violeta.
-No me llamo Violeta.
-Prefiero tu nombre.
-Me gustan los medios de transporte. Soñar con viajes. Irme sin irme. «Ir y
quedar y con quedar partirse.»
Volvimos a casa. Enloquecido de celos (¿celos de qué? De todo), durante el
trayecto apenas le hablé.
-Podríamos tal vez comprar alguna casita en San Isidro o en Olivos, es tan
desagradable este barrio -le dije, fingiendo que me era posible adquirir una casa
en esos lugares.
-Es una desolación. Las estatuas están rotas, las fuentes sin agua, los árboles
apestados. Mendigos, viejos y lisiados van con bolsas, para tirar o recoger
basuras.
-Por mucho que hayas cambiado, no puede gustarte un parque como ése. Ya sé
que tiene un museo con leones de mármol que cuidan la entrada y que jugabas
allí en tu infancia, pero eso no quiere decir nada.
Si descubriéramos que esta casa fue habitada por otras personas ¿qué harías,
Cristina? ¿Te irías de aquí?
-Si una persona hubiera vivido en esta casa, esa persona tendría que ser como
esas figuritas de azúcar que hay en los postres o en las tortas de cumpleaños:
una persona dulce como el azúcar. Esta casa me inspira confianza ¿será el
jardincito de la entrada que me infunde tranquilidad? ¡No sé! No me iría de aquí
por todo el oro del mundo. Además no tendríamos adónde ir. Tú mismo me lo
dijiste hace un tiempo.
No insistí, porque iba a pura pérdida. Para conformarme pensé que el tiempo
compondría las cosas.
Cristina se tapó las orejas con las manos. Entré en el cuarto y dije a la intrusa
que se fuera. De cerca le miré los pies, las manos y el cuello. Entonces advertí
que era un hombre disfrazado de mujer. No me dio tiempo de pensar en lo que
debía hacer; como un relámpago desapareció dejando la puerta entreabierta tras
de sí.
No comentamos el episodio con Cristina; jamás comprenderé por qué; era como
si nuestros labios hubieran estado sellados para todo lo que no fuese besos
nerviosos, insatisfechos o palabras inútiles. En aquellos días, tan tristes para mí,
a Cristina le dio por cantar. Su voz era agradable, pero me exasperaba, porque
formaba parte de ese mundo secreto, que la alejaba de mí. Por qué, si nunca
había cantado, ahora cantaba noche y día mientras se vestía o se bañaba o
cocinaba o cerraba las persianas!
A media cuadra de nuestra casa había una tienda donde vendían tarjetas
postales, papel, cuadernos, lápices, gomas de borrar y juguetes. Para mis
averiguaciones, la vendedora de esa tienda me pareció la persona más indicada;
era charlatana y curiosa, sensible a las lisonjas. Con el pretexto de comprar un,
cuaderno y lápices, fui una tarde a conversar con ella. Le alabé los ojos, las
manos, el pelo. Nunca me atreví a pronunciar la palabra Violeta. Le expliqué
que éramos vecinos. Le pregunté finalmente quién había vivido en nuestra casa.
Tímidamente le dije:
Me contestó cosas muy vagas, que me inquietaron más. Al día siguiente traté de
averiguar en el almacén algunos otros detalles. Me dijeron que Violeta estaba en
un sanatorio frenopático y me dieron la dirección.
Canto con una voz que no es mía -me dijo Cristina, renovando su aire
misterioso. Antes me hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra persona,
tal vez más feliz que yo.
Fui al sanatorio frenopático, que quedaba en Flores. Ahí pregunté por Violeta y
me dieron la dirección de Arsenia López, su profesora de canto.
Tuve que tornar el tren en Retiro, para que me llevara a Olivos. Durante el
trayecto una tierrita me entró en un ojo, de modo que en el momento de llegar a
la casa de Arsenia López, se me caían las lágrimas, como si estuviese llorando.
Desde la puerta de calle oí voces de mujeres, que hacían gárgaras con las
escalas, acompañadas de un piano, que parecía más bien un organillo.
Alta, delgada, aterradora apareció en el fondo de un corredor Arsenia López,
con un lápiz en la mano. Le dije tímidamente que venía a buscar noticias de
Violeta.
-¿Usted es el marido?
-No, soy un pariente -le respondí secándome los ojos con un pañuelo.
-Usted será uno de sus innumerables admiradores -me dijo, entornando los ojos
y tomándome la mano-. Vendrá para saber lo que todos quieren saber, ¿cómo
fueron los últimos días de Violeta? Siéntese. No hay que imaginar que una
persona muerta forzosamente haya sido pura, fiel, buena.
-Sí. Quiero consolarlo. Violeta era no sólo mi discípula, sino mi íntima amiga. Si
se disgustó conmigo, fue tal vez porque me hizo demasiadas confidencias y
porque ya no podía engañarme. Los últimos días que la vi, se lamentó
amargamente de su suerte. Murió de envidia. Repetía sin cesar. «Alguien me ha
robado la vida, pero lo pagará muy caro. No tendré mi vestido de terciopelo, ella
lo tendrá; Bruto será de ella; los hombres no se disfrazarán de mujer para entrar
en mi casa sino en la de ella; perderé la voz que transmitiré a esa otra garganta
indigna; no nos abrazaremos con Daniel en el puente de Constitución,
ilusionados con un amor imposible, inclinados como antaño, sobre la baranda
de hierro, viendo los trenes alejarse.»
-No se aflija. Encontrará muchas mujeres más leales. Ya sabemos que era
hermosa ¿pero acaso la hermosura es lo único bueno que hay en el mundo?
Desde ese día Cristina se transformó, para mí, al menos, en Violeta. Traté de
seguirla a todas horas, para descubrirla en los brazos de sus amantes. Me alejé
tanto de ella que la vi como a una extraña. Una noche de invierno huyó. La
busqué hasta el alba.
Ya no sé quién fue víctima de quién, en esa casa de azúcar que ahora está
deshabitada.