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ELEMENTOS DE UNA

TEORÍA DE LA POLÍTICA

San Juan, Argentina, 2004.


©Copyright By - EFU
EDITORIAL FUNDACIÓN UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN JUAN
SANTA FE 198 (Oeste) 5400 San Juan - Argentina
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
Hecho el depósito que determina la Ley 11.723
I.S.B.N. Nº 950-605-378-2
A Tomoko Sugiyama, políticóloga.
A- ADVERTENCIA AL LECTOR:
El desarrollo del pensamiento político en la modernidad ha tenido la
característica peculiar de que una rica tradición, llegando a la filosofía
de Hegel y a la incipiente ciencia política de Tocqueville, parece
agotarse en el siglo XIX, precisamente cuando, bajo el influjo del
positivismo, las ciencias sociales lideradas por la sociología se
constituyen bajo el paradigma de la física.
Conocemos bien la historia del desplazamiento de la ciencia política
por esa sociología naciente o por disciplinas más antiguas, como el
derecho o la economía.1Así, entre mediados del siglo XIX y principios
del siglo XX, especialmente en Europa, las facultades de ciencia política
enseñan política dentro de un marco jurídico, económico, o
sociológico. Y más luego, cuando en las universidades norteamericanas
la ciencia política comienza a desarrollarse como disciplina autónoma,
lo hace dentro de los estrechos cauces de una marcada orientación
positivista, neo-positivista y empirista. No menos objetable es la
reacción conservadora que también en Estados Unidos (desde los
márgenes de la academia oficial) propone con autores como Strauss
y Voegelin una rehabilitación sin más de la metafísica en el territorio
de la política, olvidando los abismos infranqueables entre antiguos y
modernos y entre ciencia y filosofía.2
Recién en la post-guerra hay planteos teóricos que superan con sentido
común el hiperfactualismo, no sólo en Estados Unidos (por ejemplo
la teoría de sistemas) sino en Europa, desde donde se produce una
teoría que intenta conciliar la investigación empírica (y comparada)
con el rescate de la vieja tradición de pensamiento político, de
Aristóteles, Locke, Montesquieu, Tocqueville y tantos otros. Esta es
la corriente que, en su variante italiana, se ha introducido con cierto
éxito en Argentina después del retorno a la democracia.3
Pero aún quedan en nuestro país muchas universidades y carreras
donde la ciencia política no ha pasado de la época de su substitución

1
Prèlot, M. La ciencia política, Bs. As., Eudeba, 1976.
2
Strauss, L. ¿Qué es la filosofía política? (Guadarrama, Madrid, 1990) Voegelin, E. The new
science of politics An introduction. (Chicago, The University of Chicago Press, 1987. (Hay
traducción al castellano) y, entre nosotros, la Introducción a la teoría del Estado de A. E.
Sampay (Ediciones Theoría. Segunda Edición. Buenos Aires, 1996).
3
Pinto, J. “La ciencia política”, en Pinto, J. Introducción a la ciencia política. Bs.As., Eudeba,
2000.

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JUAN DANIEL VIDELA

por el derecho o la sociología o, peor aún, de los intentos torpes de


combatir el positivismo que confunden política con filosofía, o con el
tipo straussiano y conservador de filosofía, y que se nutren de
elementos confesionales para restaurar los modos de pensar de la
ontoteleología pretérita. Esto es particularmente cierto de las
facultades de derecho, donde la ciencia política se enseña bajo el
título derecho político.
De allí que estas notas se propongan consolidar teóricamente la ciencia
política, enfatizando su vinculación con más de un tipo de filosofía y
saliendo así a enfrentar el dogmatismo que lamentablemente impera
aún en muchas cátedras del país. Esbozadas originariamente para la
cátedra de Derecho Político de la carrera de Abogacía de la
Universidad Nacional de San Juan, Argentina, presentan el paradigma
jurídico como una de las maneras posibles, pero no exclusiva, de
entender la política. Del mismo modo, al mirar a la ciencia política
desde una perspectiva meta-política, responden a un pedido de
nuestros alumnos de la cátedra de Filosofía Política en la Facultad de
Filosofía Humanidades y Artes, quienes desean tener un panorama
general de la política antes de profundizar en su desarrollo filosófico.
Advertimos que la obra es simplemente una introducción a la temática
tratada que, además de desarrollar sus principales contenidos en torno
a ciertas hipótesis propias, se propone invitar a la lectura de textos
más específicos, ya modernos, ya clásicos. Está dividida en tres partes.
Estas son: a) una introducción, donde se tratan cuestiones
esencialmente epistemológicas (la naturaleza del saber político); b)
una parte histórica, que se ocupa de diversas formas concretas
asumidas por el fenómeno político y por el pensamiento que las
acompaña y es inseparable de ellas; y c) una parte sistemática, donde
se trabajan conceptos adquiridos en la parte anterior,
fundamentalmente los conceptos axiales de comunidad, poder y el
vínculo que entre ellos existe, la ciudadanía. El orden de lectura de
estas partes sin ser irrelevante no es prescriptivo, pudiendo
comenzarse con cualquiera de ellas, por la introducción, la parte
histórica o la sistemática.

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B- INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO PRIMERO: EL SABER POLÍTICO


1- Ciencia y filosofía: antigüedad, modernidad,
positivismo. 2- La ciencia política como caso particular
de la relación ciencia-filosofía. 3- Excurso (1): Moral y
política, el conflicto en Maquiavelo. 4- El “objeto” de la
ciencia política: diversas posturas. 5- La crisis de la ciencia
política como disciplina autónoma. El problema de la
neutralidad valorativa. 6- Excurso (2): la ciencia política
estudiada en el marco de las disciplinas jurídicas.
Acepciones de la expresión Derecho Político. 7- Excurso
(3): paradigmas o modelos del pensamiento político. Los
problemas del saber político y la noción de paradigma.

1- Ciencia y filosofía: antigüedad, modernidad, positivismo


a) Ciencia y filosofía en la antigüedad:
Una tradición predominante en la filosofía de las ciencias sociales hace
frecuente abordar cada una de estas ciencias preguntando por su objeto,
por la perspectiva con que se lo estudia, por el método que se aplica.
Pero esta manera de preguntar es un fenómeno históricamente
moderno, tal vez demasiado moderno, porque presupone una
multiplicidad de objetos y de ciencias correspondiéndose los unos a
los otros, forma esta de concebir la ciencia que solamente encontramos
a partir del siglo XIX. Si nos remitimos por el contrario a los orígenes
de la civilización Occidental u Europea, a la cultura griega clásica de los
siglos IV y V a C, encontramos que existe entonces un saber único, la
filosofía. En Platón la filosofía es ese saber por excelencia que, como
ciencia (episteme), se opone al conocimiento vulgar o mera opinión
(doxa). Aristóteles recepta esta distinción, a pesar de la rigidez inherente
a ella.4 En cualquier caso, y a diferencia de lo que acontece en nuestro
4
En el mundo de la vida cotidiana, lo que los fenomenólogos llaman “mundo de la vida” o
Lebenswelt, tal distinción no es siempre válida. (Cf. Husserl, E. La filosofía como ciencia
estricta, Bs. As., Nova, 1981 e Investigaciones lógicas, Barcelona, Altaya, 1998; Kogan, J.
Husserl, Bs. As., CELA, 1992). Todos sostenemos opiniones, estamos en creencias, profesamos
ideologías y, en lo moral o ético, tenemos puntos de vista contrarios a los que es a veces
imposible adjudicar validez plena. Solamente en el mundo abstracto de las matemáticas, que
tanto impactó a Platón, es la univocidad condición de posibilidad de la distinción entre doxa y
episteme que, dicho sea de paso, no es la primera ni la más importante pregunta de los
primeros filósofos griegos, los presocráticos.

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propio tiempo, en la Grecia clásica la filosofía es la ciencia por


antonomasia y se ocupa de todas las cosas. No sólo tiene sus propios
temas, como el ser, la naturaleza, o el concepto de causa, sino que se
inmiscuye en otras disciplinas y se transforma en teoría de las diversas
técnicas, de la moral, de la física. Es teoría de toda teoría, conocimiento
práctico, arte.

b) Ciencia y filosofía en la Modernidad:


Sólo con el tiempo la mayoría de las ciencias ha logrado apropiar una
región de fenómenos y asegurarla como su propio tema de
consideración, es decir, ha logrado estudiar o tematizar de un modo
“científico” un cierto orden o esfera de cosas.5 A este logro es lo que
se suele llamar un “recorte de su objeto de estudio”, recorte al cual
normalmente se considera de carácter “ideal” ya que cada objeto es
en realidad una abstracción o aspecto ideal de algún fenómeno que,
por ello, puede superponerse con otras regiones de fenómenos u
objetos, es decir, puede no ser tema exclusivo de una disciplina. Por
ejemplo, las ciencias humanas compartirían el objeto “hombre” y las
ciencias naturales el objeto “naturaleza”. Del mismo modo, dentro
de cada uno de esos campos disciplinarios, suele decirse que cada
una de las diversas ciencias humanas o naturales estudian desde una
perspectiva determinada diferentes o los mismos aspectos del objeto
“hombre”, o del objeto “naturaleza”, y los hacen su objeto propio.
Pero debemos advertir también que no es la filosofía como saber
sistemático la que ha legislado sobre esta apropiación de territorios
de conocimiento, en otros términos, la que les ha asignado a las
ciencias su objeto. Más bien las ciencias modernas se han separado,
emancipado, del viejo tronco de la filosofía. En la Grecia clásica la
filosofía es el saber único. Con el transcurrir del tiempo y el
advenimiento de enormes cambios culturales se produce un proceso
de fragmentación de ese saber.6 La aparición de nuevas disciplinas es
parte de ese proceso de fragmentación, que apenas acaba de terminar.
Así, es en la modernidad cuando aparecen las disciplinas científicas
experimentales, comenzando por la física. Es que cada ciencia nace
en un contexto histórico, científico, ideológico determinado: la física

5
Heidegger, M. El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica, 1990, particularmente pp.
18-21.
6
Sobre este tema pueden consultarse las Lecciones preliminares de filosofía de M. García
Morente, Méjico, Porrúa, 1994, pp. 16-23.

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en los siglos XVI y XVII con el experimentalismo de Galileo, Kepler


y Newton, la economía política con Adam Smith en los albores de la
sociedad industrial a mediados del s. XVIII, la sociología después,
prácticamente en el s. XIX con Saint-Simon, Comte, y Durkheim. Y
la psicología misma es considerada todavía, hasta fines del s. XIX,
como parte de la filosofía.

c) El positivismo:
Curiosamente, en el siglo XIX, durante este proceso de separación
de las ciencias del viejo tronco filosófico aparece una forma de filosofía
que justifica la separación y proclama el advenimiento de una era
post-filosófica, que llama “positiva”. Se trata del positivismo,
movimiento intelectual que proclama el fin histórico de la filosofía y
su reemplazo por la ciencia como saber universal por excelencia.
Exalta la ciencia experimental y considera a la filosofía como mera
creencia. Para Augusto Compte, el padre del movimiento, la
humanidad avanza a través de tres estadios, el teológico, el metafísico
y el positivo, según que el saber predominante sea la religión, la filosofía
o la ciencia. Compte saluda el advenimiento del estadio científico
como el logro máximo de la humanidad. Por ese motivo esta corriente
es el mejor ejemplo de la autocomprensión (de la forma de entenderse
a sí mismas) que tienen las ciencias experimentales al momento de
separarse de la filosofía en la época moderna: ven a la filosofía como
algo inútil aún cuando el positivismo mismo sea una filosofía de la
ciencia y una filosofía de la historia.
Para Compte el “espíritu positivo”, el espíritu de la época de la ciencia
o estadio positivo, se identifica con lo real (por oposición a lo
quimérico), lo útil (opuesto a lo inútil y a la estéril curiosidad), lo
cierto (opuesto a la indecisión teórica), lo preciso (opuesto a lo vago)
y lo organizador (en cuanto que supera la mera crítica).7 En una
caracterización del positivismo hecha desde la visión finisecular del
año 2000, pueden agregarse a los aportados por el propio Compte
los siguientes rasgos ideales, que forman una abstracción de
características concretas:
1. El rechazo de la metafísica como conocimiento especulativo, para
afirmar el conocimiento empírico, fáctico, de datos.

7
Compte, A. Discurso sobre el espíritu positivo. Madrid, Sarpe, 1984, cap. 3, pp. 75-79.

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2. La elevación de las ciencias de la naturaleza al rango de modelo


o paradigma al que habrán de seguir todos las demás ciencias.
3. La elevación del método científico a criterio de viabilidad de la
ciencia.
4. La explicación de todos los fenómenos en términos de relaciones
de causalidad.
5. Abstracción de las cuestiones de valor y del carácter histórico
de los fenómenos estudiados.

d) Conclusión:
Si bien desde el siglo XIX la autocomprensión de las ciencias ha
cambiado, apareciendo versiones más sofisticadas del positivismo, la
separación entre ciencia y filosofía aparece como irreversible.8 Pero
debemos siempre tener en cuenta que el nacimiento de todas estas
disciplinas se inscribe en el proceso de fragmentación de la filosofía
en la época moderna. En este proceso, la filosofía pasa de ser un
saber de todas las cosas primero (en Aristóteles y en la escolástica
medieval, todavía próxima a Aristóteles), a ser un meta-ciencia o
epistemología (en Kant, fines del s. XVIII), convirtiéndose finalmente
(en la crítica de Marx y Nietzsche, siglo XIX) en un género criticado
por su afición con lo quimérico. Finalmente, la filosofía acaba (según
algunos) como un saber marginal, una vez que la separación entre
ciencia positiva y filosofía se consolida. Es que el mundo ha cambiado
para bien o para mal y la idea de un saber único, que estudia las
causas de todas las cosas se vuelve insostenible. Kant (a fines del s.
XVIII) y Hegel (a principios del s. XIX) son los últimos filósofos en
afirmar que la filosofía se encuentra en la cúspide de una jerarquía de
saberes. En el s. XX no reclama más su estatus de reina de las ciencias,
como señala muy bien el filósofo alemán Jürgen Habermas en su
artículo “La filosofía como guardadora del lugar e intérprete”,9 dos
funciones estas últimas que son muy diferentes y mucho más humildes:
interpretar la cultura y hacerlo ocupando sólo precariamente un lugar
ordenador en el universo del conocimiento que antes le pertenecía y
ya no le pertenece más.

8
Lyotard, J. La condición postmoderna. Barcelona, Planeta-Agostini, 1993.
9
Habermas, J. “Die Philosophie als Platzhalter und Interpret”, en D. Henrich ed. Kant oder
Hegel. Über Formen der Begründung in der Philosophie. Stuttgart, 1983.

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2- Desarrollo de la ciencia política como caso particular


de la relación ciencia-filosofía
Cabe entonces preguntarse si la ciencia política como otras tantas
ciencias, como la física o el derecho, se ha emancipado totalmente
del viejo tronco de la filosofía. En términos generales podemos decir
que en efecto la política es una ciencia reciente y que por mucho
tiempo permaneció dentro de la provincia filosófica. Recordemos
que, en Aristóteles, la política es parte del corpus filosófico, como la
ética. Pero no es ciencia en el sentido en que hoy entendemos ese
concepto, a pesar de que Aristóteles la llame episteme. El mundo
antiguo es cualitativamente diferente al nuestro, “ciencia” significa
algo diferente para nosotros que para los antiguos. La política de
Aristóteles es una disciplina filosófica, como lo son la física (ciencia
de la naturaleza) o la metafísica (ciencia del ser) aristotélicas.
No obstante, es siempre relevante recordar el concepto aristotélico
de ciencia práctica, que incluye a la política: Aristóteles toma de Platón
la distinción entre ciencia universal (episteme) y saber vulgar u opinión
(doxa) , pero considera que la episteme comprende tres tipos
diferentes de saber: theoría, praxis, techné. Las ciencias teóricas
(basadas en el saber teórico) son la matemática, la física, y la metafísica.
Las ciencias prácticas (basadas en el saber práctico, praxis) son la
ética, la economía y la política. Las artes o técnicas (basadas en el
modo de conocer de la techné o técnica) comprenden disciplinas
tales como la retórica, la poética e, incluso, lo que hoy llamaríamos
“ingenierías”, ciencias aplicadas a un fin técnico: construir un puente,
una casa, una máquina.10 Veamos en detalle esta distinción:
1- Teoría es, para Aristóteles, contemplación, escrutinio o mirada de
las cosas tratando de entenderlas. Es básicamente considerar un objeto
externo, analizándolo y determinando la economía y la legalidad que
lo regulan. Todavía hoy está presente ese sentido de la contemplación
en la visión de la cruz en la iglesia o del cuadro en el museo.
2- Praxis es, en cambio, obrar del hombre mismo, un conocimiento
de sí mismo y dirigido a sí mismo, una acción no contemplativa sino
interactiva, pero que vuelve siempre a sí mismo, porque es inmanente.
En el obrar uno se conoce a sí mismo, el sujeto es a la vez objeto que
obra su propio cambio. Si la geometría o la teología son contemplativas,

10
Aristóteles, Metafísica, L 1, 980 a21-983a30, L. VI, 1026 a3-1026 a1, Ética a Nicómaco, L VI,
1140a 3 ss.

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todas las acciones humanas de contenido moral, en donde se decide


en libertad entre dos o más objetos, son prácticas, porque aplican los
principios teóricos que informan la conducta adecuada a una situación
concreta a la cual los acomodan. Esos principios son, por supuesto,
conocidos de algún modo de antemano por el actor moral. En este
sentido, la moral, la economía, la política presuponen una elección
racional entre principios alternativos, que muchas veces son los
principios del Otro que nos confronta como ser, acciones o ideas. El
actor decide entre principios opuestos, sea ya en el ámbito de su
casa (la oikía), ya sea en el ágora, lugar o asamblea donde se toman
las decisiones públicas.
3- Las técnicas, por último, marcan un tipo de saber esencialmente
productivo, a diferencia de la contemplación teórica y la acción
práctica. Es también un saber instrumental. Se conoce para llegar a
un fin, como el ingeniero conoce la física para construir un puente.
Ahora bien, lo que se produce para un fin es siempre una idea previa,
algo que se ha contemplado y planeado en la mente. Esto significa
que la técnica está vinculada en cierto modo con la teoría más o
menos del mismo modo en que la praxis también lo está. De alguna
manera, un conocimiento teórico siempre subyace al conocimiento
práctico y al técnico.
Pero veamos en más detalle lo que Aristóteles piensa de la política.
Para él, el obrar político no es contemplación, como la teoría, ni
tampoco manipulación como la técnica. Es un obrar comunicativo,
que discurre sobre el bien de los que integran la ciudad-estado (polis).
Por eso dice Aristóteles que el hombre tiene palabra (logos) para
discutir sobre las cosas comunes, a diferencia de los animales que
sólo tienen voz (phoné).11 Pero a parte de esto, debemos recordar
que Aristóteles considera a la ciencia política como parte del todo
filosófico y trata de unir la teoría de la política con la teoría de otras
ciencias, dentro de una teoría general del saber humano y de una
teoría general del ser. Al mismo tiempo, se opone a la
instrumentalización de la política. Para él, a diferencia de autores por
venir, como Maquiavelo, todo obrar político tiene que ser también
ético. La política no es una técnica destinada a producir resultados,
sino una actividad de libre deliberación sobre los fines comunes a
todos los habitantes de la ciudad-estado.

11
Aristóteles. Política, 1253, a.

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Hemos indicado, de este modo, que las ciencias se han emancipado


del núcleo original del saber filosófico de la época clásica, mostrando
cómo el positivismo indica la conciencia madura de esta emancipación.
Luego nos detuvimos en particular en la constitución del saber clásico
en Aristóteles. Restaría ver en detalle la constitución de la ciencia política
desde los albores de la edad moderna o primera modernidad. Por
razones de espacio nos atendremos a las siguiente aclaración de carácter
general.
La política tal como aparece en la filosofía de Aristóteles es diferente
de la idea de conocimiento político tal como se formula dentro del
marco de las filosofías modernas, aún de las de los seguidores más
profesos de Aristóteles. En la primera modernidad, autores tales como
Maquiavelo, Hobbes, y Rousseau transforman la filosofía clásica dando
a lugar a lo que a veces se llama teoría política. Para esta teoría, la
política no es ya más, como en Aristóteles, praxis, es decir, saber y
obrar práctico a un mismo tiempo, sino técnica para la consecución
del poder. La estructura tripartita del saber aristotélico (theoría, praxis,
techné) cede a una estructura cognoscitiva dual: para la teoría política
moderna sólo hay lugar para teoría y técnica. El saber político consiste
en la teoría que explica cómo en la vida política los hombres aplican
reglas técnicas para la obtención de determinados objetivos. Al
concebir al hombre como un ser manipulable, esta postura presupone
la ausencia de libertad en su conducta, al menos bajo ciertos respectos.
El actor actúa sabiéndose carente de libertad. La esfera aristótélica
de la elección racional ha desaparecido.

3- Excurso (1): moral y política, el conflicto en Maquiavelo


En este contexto cabe referirse al conflicto entre ética y política que,
en los comienzos de la modernidad, se da en el autor italiano Nicolás
Maquiavelo (1469-1527). Maquiavelo rompe con la tradición
aristotélica que, como hemos visto, incluye a la ética y a la política
bajo una mismo tipo de ciencias gobernado por los mismos principios,
la ciencias prácticas. Mientras que en Aristóteles la política es ciencia
del buen obrar (lo que nosotros llamamos “deber ser”), Maquiavelo
insiste en que la política es ciencia del ser, lo que en el esquema
Aristotélico constituiría una ciencia teórica.
Así, Maquiavelo considera, al menos según algunos intérpretes, que
la ética es una esfera práctica válida en sí misma, que idealmente
debería regirnos, pero que puede ser puesta a un lado, o excluida
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JUAN DANIEL VIDELA

totalmente del ámbito político cuando sea necesario para la


supervivencia del propio sistema político. Por eso subordina el deber
ser (ético) al ser (político), como lo evidencia la siguiente cita: “Pero
siendo mi intención escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido
más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la
simple imaginación de las mismas. Y muchos se han imaginado
repúblicas y principados que nunca se han visto ni se ha sabido que
existieran realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se vive a
cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se
debería hacer, aprende más bien su ruina que su salvación: porque
un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará
necesariamente entre tantos que no lo son.”12

4- El “objeto” de la ciencia política: diversas posturas


Habiendo considerado la relación entre ciencia y filosofía, y política y
moral en la antigüedad clásica y la primera modernidad, vamos a
ahora a tratar de responder a la pregunta por (o el tema de) aquello
que estudia la ciencia política. Recordemos lo dicho más arriba, que
con el tiempo la mayoría de las ciencias han logrado apropiar una
región de fenómenos y asegurarla como su propio tema de
consideración, y que a este logro se le suele llamar un “recorte de su
objeto de estudio”. Por supuesto, no es perentorio hablar en esos
términos, del objeto de cada ciencia en particular, pero la práctica se
impone debido a la influencia del positivismo, mejor de un cientificismo
de inspiración positivista que de algún modo se torna ineludible, y
debido al carácter paradigmático de la sociología entre las ciencias
sociales, disciplina que pretende haber encontrado su objeto de una
vez y para siempre.
De todos modos, aquí ofrecemos a una aproximación preliminar a una
pregunta usual que no es fácil, ni está del todo zanjada. En primer lugar,
vamos a completar una idea aludida más arriba. La alusión tuvo lugar en
nuestra referencia a que se dice que, con el tiempo, el recorte de un área
de fenómenos, de un objeto de estudio, es siempre un tanto relativo o
arbitrario -de modo que las misma cosas pueden ser estudiadas desde
distintos puntos de vista, que el “hombre”, como la “naturaleza” (si se
acepta esta distinción clásica) pueden ser objeto respectivamente de
más de una disciplina.

12
Maquiavelo, N. El príncipe. Madrid: Tecnos, 2000, p. 61-62.

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Pasando a las ciencias humanas vemos que ellas pueden compartir un


mismo objeto, pero bajo diferentes respectos. Por ejemplo, la
economía, el derecho, la psicología, todas estudian al hombre, pero
bajo el aspecto de su economicidad, su juricidad, su psiquismo, etc.
Cabe entonces preguntarse (si uno acepta esta manera de poner la
cosas y preguntar acerca de ellas), cuál es el aspecto bajo el cuál la
política estudia al hombre, esto es, cuál es el objeto de la ciencia
política. O, puesto en otros términos, que preferimos, cuál es la región
de fenómenos, el área tematizada, por la ciencia política. Las respuestas
han sido varias y la cuestión como veremos es harto compleja.
Las dos opiniones más difundidas en el siglo XX asignan a la ciencia
política como tema principal ya el estado, ya el poder. Maurice
Duverger nos hace acordar del vínculo entre ambos términos,
especificado por el vocablo “gobierno”, que refiere al poder ejercido
constantemente en la dirección de los asuntos del estado. Duverger
cita las definiciones de política de los diccionarios Littré, “ciencia
del gobierno de los Estados” (1870) y Robert, “arte y práctica del
gobierno de las sociedades humanas” (1962), que muestran una
cierta tendencia en el lenguaje ordinario a vincular ambos términos.13
Estado, para anticipar una noción que analizaremos con profundidad
luego, es una institución social, una organización territorial dotada
de imperio o soberanía sobre sus súbditos. Por su parte, poder es,
en su acepción más cruda, la posibilidad o el hecho mismo de obtener
obediencia, de mandar. De allí que gobierno sea una especie de
vínculo entre ambos, porque es el ejercicio concreto del poder del
estado. Pero tras considerar las opciones posibles, Duverger se
inclina por la tesis que hace del poder el objeto de la ciencia política
y esto en razón de su inclusividad: mientras que el concepto de
estado excluye relaciones potencialmente políticas que no son
estatales, el poder por su capilaridad se extiende en todo tipo de
relaciones. A la inversa, autores como Prèlot y Heller se inclinan
por la tesis estatal.14
Otra visión alternativa fue dada por el famoso panfleto escrito por
Karl Schmitt en 1932, el Concepto de la politica.15 Siguiendo a Max
Weber,16 Schmitt define lo político no como objeto, sino como una
13
Duverger, M. Introducción a la política. Barcelona, Ariel, 1997.
14
Prèlot, M. La ciencia política, Bs. As., Eudeba, 1976; Heller, H. Teoría del Estado (Méjico,
Fondo de Cultura Económica, 1978).
15
Carl Schmitt, Concepto de la política, Bs. As., Struhart, 1984. La traducción más adecuada
sería “concepto de lo político”, que es es más fiel al alemán Begriff des Politischen.

17
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esfera de vida, un ámbito de conductas regidas por el valor dicotómico


amigo/enemigo, del mismo modo que la esfera estética está regida
por la dicotomía bello/feo, la económica por la dicotomía productivo
(útil)/improductivo (nocivo), la ética por la oposición bueno/malo. Es
decir que Schmitt define lo político como un ámbito de relaciones
normadas por una oposición fundamental que tiene carácter valorativo,
pero es diferente a los otros órdenes de valor, aún el moral. Con
esto llega a una posición semejante a Maquiavelo (y se aleja de Weber),
especialmente porque Schmitt considera que toda relación humana
puede ser potencialmente política y supraordinar los demás órdenes
de valor. Más que amoral, la postura de Schmitt es ampliamente
totalitaria, porque reclama que la totalidad de la comunidad humana
(con todas sus distinciones y órdenes de sentido, económico, ético,
etc.) se alinie contra el enemigo, interno o externo, de esa comunidad.
Desde un punto de vista teórico, el intento de Schmitt de moverse
más allá de una noción de la política como un mero objeto y hablar
de lo político como un área de relaciones, una región fenomenal
caracterizada por una suerte de cualidad, constituye una superación
de la postura objetivista, no obstante sus consecuencias radicales
o totalitarias. Si bien otros autores continuaron este radicalismo,17
la idea de que lo político es una esfera de la sociedad definida por
una cierta cualidad en la que temas entran y de la cual temas salen
ha sido recibida, sin resabios de radicalismo, por autores tan
diversos como Arendt, Agnes Heller y Habermas. Tal esfera no es
otra que la esfera pública en la cual se toman decisiones tras una
discusión abierta en la cual las cuestiones discutidas adquieren la
cualidad de públicas, es decir, concernientes a la comunidad como
un todo.18 Pero este todo no da lugar al totalitarianismo y lo social
y lo político no se confunden, toda vez que la esfera pública se
reputa un área fluida, libre, donde se hace concreta la libre voluntad
de los individuos de hacer público algo que originariamente importa
sólo a un grupo o individuo. Nada queda atrapado en esa esfera,
sino que todo puede eventualmente retornar al terreno en donde

16
Weber, Max “Ciencia como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As., CELA, 1980.
17
G. Lukàcks, en Historia y conciencia de clase. México, Grijalbo, 1985 y M. Heidegger en,
Introducción a la metafísica. Buenos Aires, Editorial Nova, 1956.
18
Arendt, H, La condición humana. Barcelona. Paidós, 1993; Heller, A, Can modernity survive?
Berkeley, University of California Press, 1990; Habermas, J. Teoría de la acción comunicativa.
Madrid: Taurus, 1987. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural
de la vida pública. México, G. Gili, 1986. Sobre la distinción entre lo público y lo privado, ver
capítulo sexto.

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se origina para convertirse en objeto de estudio diferente de una


disciplina diferente de la ciencia política.
Por su parte, el filósofo alemán Manfred Riedel (sin que su
preocupación sea precisamente definir la ciencia política) encuentra
que las cuestiones fundamentales de la filosofía política aristotélica
son la comunidad (o existencia de agregados sociales) y el dominio
(o existencia de relaciones de poder). Para este autor, estudiar una
“forma de vida” colectiva supone conceptualizar ambos aspectos
(comunidad y poder) que por otra parte están ya presentes en el
sentido común que conforma nuestra experiencia cotidiana de la
política, siendo el vínculo entre ambos el concepto de pertenencia al
todo social, la ciudadanía.19 Preguntar por el ciudadano supone dirigir
la mirada a quien constituye el cuerpo político y quien se ordena bajo
el poder.
Pero agrega que el concepto de ciudadanía es también el nexo
lingüístico que nos permite entender la diferencia y la relación entre
la vieja forma de asociación, la comunidad o polis que describe
Aristóteles y el estado moderno. Escribiendo acerca de Aristóteles,
Riedel destaca que en éste (como en casi todos los antiguos) la
cuestión del dominio o poder es inseparable de la idea de comunidad,
a diferencia de los modernos que conciben al estado en términos de
una noción bien precisa de poder (organizado jurídicamente, etc.) y
en oposición a otro tipo de comunidad, que se reputa libre, la sociedad
o sociedad civil. Esta última, claro está, ya no es una asociación de
ciudadanos (lo que es solamente el estado), sino de otro tipo de
hombre libre, el burgués.

19
“El análisis del lenguaje es también un descubrimiento de la filosofía clásica (…). Al prestar
atención al lenguaje político, se logra el acceso a aquella praxis que en él se articula. La
reflexión filosófica continúa lo que ya está presente en las opiniones lingüísticas preconcebidas
acerca de conceptos tales como “sociedad” y “dominio”. En esta medida, la política es una
ciencia empírica. Pero no describe simplemente las instituciones y constituciones ya existentes.
Al compararlas y diferenciarlas, generaliza la experiencia política. Describe la forma de vida
de la polis con conceptos políticos normativos que pueden ser separados de aquélla y aplicados
a otras formas de vida. Este proceso de separación y aplicación, que se inicia con el fin del
Helenismo (...) recomienza durante la Alta Edad Media (…) y se continúa en el Renacimiento
y el Humanismo, acuñó el lenguaje de la filosofía moderna hasta los umbrales de la Ilustración
y la Revolución. Lo que caracteriza su conceptualización y lo condiciona a la larga, es la idea
institucional rectora de la polis –el concepto fundamental de “ciudadanía”, que aparece como
nexo lingüístico entre “sociedad” y “dominio”. La posibilidad de la aplicación de estos conceptos
reside en la institución de la antigua ‘ciudad’ que (…) constituye una asociación de ciudadanos”.
Riedel, M. Metafísica y metapolítica, vols. 1. Buenos Aires, Alfa, 1977, pp- 15-17.

19
JUAN DANIEL VIDELA

Según Riedel, Aristóteles genera un paradigma en el que la polis


aparece como el fin de todas las acciones y de todas las comunidades
inferiores, siendo esta dependencia estructural lo que además
constituye la legitimidad de la polis como forma de vida y la justificación
del dominio o poder que ella ejerce. En la modernidad, en cambio, el
concepto de comunidad se divide en dos términos. Aparece la noción
de estado, como algo diferente del ámbito social, que le excede. Estado
(como monopolizador del poder, según la tesis conocida de Max Weber20)
y sociedad (como ámbito residual que reemplaza ciertas connotaciones
del concepto griego de comunidad o koinonía) se separan. Estado y
poder, los objetos imputados a la ciencia política quedan (en términos
generales) uno junto al otro como par de conceptos correlativos, pero
del lado opuesto de la sociedad o lo privado, en el ámbito ahora llamado
público. De este modo Riedel trae a colación la cuestión de la posible
naturaleza dual (o múltiple) del fenómeno político, que no sólo es poder,
sino también comunidad en tanto que estado diferenciado pero
complementario de la sociedad, fenómeno cuya continuidad subraya a
través del tiempo. Nuevamente aquí el concepto de ciudadanía sirve de
nexo entre poder y comunidad-estado, no sólo en sentido sincrónico,
como ocurre en Aristóteles, sino diacrónico, porque la relación de
pertenencia al todo político que el concepto de ciudadanía supone es el
nexo histórico entre la polis como forma pretérita y el estado moderno.
El concepto de ciudadanía, en este último, se ha reducido en su extensión
ya que solamente describe un fenómeno que transcurre dentro de la --
------- política, mientras que en la sociedad civil ha sido reemplazado
por el de burguesía. El burgués, no ya el ciudadano, es el actor en el
nuevo escenario de relaciones económico-sociales, es decir,
fundamentalmente privadas, de la modernidad.

5- La crisis de la ciencia política como disciplina autónoma


a) Consecuencias epistemológicas de la separación
estado/ sociedad:
De fundamental importancia son empero las consecuencias
epistemológicas de la aparición de la idea moderna del estado como
algo separado de la sociedad, lo cual implica una dislocación de la
relación entre dominio (poder) y comunidad tal como aparece en
Aristóteles. Esta separación entre estado y sociedad es lo que hace

20
Weber, M. “La política como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As, C.E.L.A, 1980, p 86.

20
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

aparecer ciencias autónomas de la sociedad (derecho, economía,


sociología) que, en función del vínculo latente entre las esferas política
y social reclaman cada una para sí el estudio de lo político. Para citar
ejemplos, la economía considera la acción del estado como un mero
capítulo del estudio de la producción y el mercado, como el mero
marco legal o fiscal que es tratado como variable política del estudio
económico. Del mismo modo, se constituyen un derecho
constitucional que refleja la formación de los estados soberanos en
Europa y su organización fundamental -su derecho político-, una
sociología científica, etc., disciplinas todas ellas directa o indirectamente
interesadas en cuestiones políticas. Así al llegar al s. XX, es imposible
señalar un saber empírico que tenga exclusivamente por objeto las
cosas políticas. El objeto de la ciencia política parece arrebatado por
sociología, economía, derecho, etc. El lugar epistemológico de la política,
inequívoco en el corpus aristotélico, se ha transformado, después de
más de veinte siglos, en un espacio vacante. Este proceso ha sido
explicado con una claridad inigualable por Marcel Prèlot en su pequeño
libro sobre la ciencia política.21
Por las razones aludidas, la ciencia política todavía se encuentra en el
siglo XX en un proceso de constitución, que a los ojos de algunos
aparece como crisis. En el marco de este proceso debemos incluir
no sólo los ya mencionados intentos de fijar “el estado” o “el poder”
como objeto formal de estudio, sino también intentos pragmáticos
(y eclécticos) de evitar hablar de un “objeto” de la ciencia política,
proponiendo en vez una simple lista de temas o tópicos de estudio:
relaciones internacionales, formas y fuerzas políticas, historia de la
teoría. Además como explica Prèlot, la confusión sobre su objeto ha
llevado a posturas que acentúan la dependencia de la ciencia política
de otras ciencias, y le asignan ya los “residuos” del objeto de
conocimiento de estas, ya la ven constituida como encrucijada de
varias ciencias, o como síntesis de ellas.22 Del mismo modo se habla
de la política como ciencia plural ella misma, bajo el rótulo de “ciencias
políticas”.
Por otra parte, aún los que entienden la política como estudio
autónomo, implican en su concepto de ciencia una síntesis de saberes
o enfoques, el filosófico, el de la teoría del estado, el de la sociología,
el derecho y la historia. Pero el derecho constitucional, la sociología

21
Prèlot, M. La ciencia política, cit., pp. 17-43, 44-45.
22
Ibid. pp. 44-46.

21
JUAN DANIEL VIDELA

y la historia reivindican a su vez su propia autonomía. Y en lo que


respecta a la “teoría del estado”, no es en realidad una disciplina hoy
vigente, sino el producto de una reflexión circunscripta a los comienzos
del siglo XX en Europa, que combinó derecho y otras disciplinas, en
autores como Jellinek, Schmidt, Smend, Kelsen, Heller en Alemania,
o de Jouvenel en Francia. Por eso, esta forma de ciencia política es
más un género ya agotado que una disciplina en desarrollo. Ello no
excluye que todavía hoy se hable de “teoría del estado”, obviamente
en un sentido más moderno y en el contexto de la reivindicación del
estado como objeto de estudio de la ciencia política. Por ejemplo, la
misma Universidad de Buenos Aires ha denominado “Teoría del
Estado” a la vieja materia Derecho Político.
En cuanto al aspecto filosófico de la ciencia política, cabe destacar
que hoy en día es difícil distinguir entre éste y la filosofía política,
particularmente cuando se incluye dentro del primero, disciplinas
como las llamadas “teoría política” o “historia de las ideas políticas”,
que son de marcado carácter filosófico. A ello debemos agregar el
hecho de que la filosofía misma ha entrado en crisis de identidad,
como sistema y como historia.
Debemos además recordar que, en otros contextos, por ejemplo en
el mundo anglosajón, este tipo de preguntas no son consideradas tan
importantes, adoptándose un criterio más pragmático. Así, los
departamentos de ciencias políticas dictan simplemente cursos que
son considerados específicamente políticos, sin reunirlos en materias
que deban justificarse epistemológicamente. Ellos se organizan bajo
áreas tales como: relaciones internacionales, política comparada,
política vernácula, economía política, teoría política (la parte histórica
y filosófica). Con excepción de esta última, las demás áreas y sus
cursos tienen un marcado carácter empírico. El mismo carácter
pragmático posee la “lista tipo” de la UNESCO, de la que nos habla
también Prèlot, lista que cita como materias propias de la ciencia
política: teoría política (historia e instituciones), instituciones, partidos
grupos y opinión pública, y relaciones internacionales.23

b) El problema de la neutralidad valorativa:

23
Ibid, 59-61.

22
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Tal dispensión epistemológica refleja un aspecto que ha privado a la


política en constituirse en ciencia: que, a diferencia de las disciplinas
aludidas, no ha podido desprenderse totalmente de interpretaciones y
valores. En otras palabras, parecería que, por definición, la política no
puede ser conocimiento positivo.24 Por reflejar las descripciones y juicios
de valor, no sólo de los filósofos y científicos, sino de los políticos y los
hombres y mujeres corrientes, las ideas y formas de interacción política
plantean un interesante problema metodológico: ¿cuando suscribimos
a una u otra visión del mundo, son nuestras afirmaciones susceptibles
de ser probadas verdaderas o falsas? ¿O no son estas afirmaciones ni
científicas ni filosóficas, sino meramente ideológicas? Como veremos
en el punto que sigue, tanto la ciencia como la filosofía políticas se han
constituido históricamente como diferentes modos de preguntar y de
explicar qué son, cómo se originan y constituyen los agregados sociales
en que los hombres viven, y por qué unos mandan y otros obedecen.
El carácter intrínsecamente polémico de la cuestión hace que ninguna
tentativa de responder objetivamente a estas preguntas esté totalmente
exenta de juicios de valor dependientes de nuestras convicciones y de
las tradiciones de las que provenimos. Bajo cada juicio de verdad o
falsedad subyace algo que no llega a dilucidarse o clarificarse por
completo y que está más allá de lo puramente racional. Se trata de una
decisión vital entre valores en conflicto, una decisión que refleja la
circunstancia histórica del pensamiento y que el científico o el filósofo
no pueden justificar totalmente. Ellos no están nunca fuera de la influencia
de valoraciones, como por ejemplo los juicios que confieren prioridad
al individuo sobre la comunidad o viceversa. Más aún, esas valoraciones
están en competencia entre sí. Por eso, la neutralidad valorativa
(Wertfreiheit), el ideal que Max Weber proponía para la ciencia social,25
es sólo relativamente alcanzable en política, y acaso no sea siquiera
aconsejable. Esto deja entrever que hay una zona gris entre la política
empírica y la no empírica, lo cual ha permitido a algunos autores (por
ejemplo Voegelin) mantener que la filosofía y ciencia política son una y
la misma ciencia.

24
Mientras que la sociología está desde su incepción ligada a la ideología del positivismo, se
podrá objetar que el derecho tiene que ver con valores (jurídicos). Este es un problema
especial de la filosofía jurídica. Baste decir que se trata de los valores de un sistema vigente y
que constituyen un presupuesto de la dogmática jurídica que no se ocupa de su justificación
sino que restringe al derecho positivo que los presupone. Sobre el positivismo y el término
“positivo” véase la sección No 1 de este capítulo.
25
Cf. Weber, M. Economía y sociedad. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944, cap. 1.

23
JUAN DANIEL VIDELA

En este estudio nos limitamos solamente a indicar el grado de


problematicidad del conocimiento político, a cuyo primer aspecto
llamamos problematicidad del objeto (estado o poder) y al segundo
problematicidad del método, o carácter científico. Asumir esta
situación, comprender que nos movemos en función de valores es el
primer paso para aceptar que otros tienen valores diferentes y para
buscar un término medio, ya sea reconociendo aquello que tenemos
en común, ya sea respetando el carácter irreconciliable de las
diferentes posturas.

6- Excurso (2): la ciencia política estudiada en el marco


de las disciplinas jurídicas. El Derecho Político, acepciones.
Queremos en este lugar prestar atención a una paradoja de la ciencia
política: que en las Facultades de Ciencias Jurídicas se estudie bajo el
título de derecho político. En el contexto de lo que hemos estudiado
en el punto anterior no es sorpresa que los estudios políticos han
venido a caer -al menos en una época, la modernidad, y al menos en
un contexto, los estudios jurídicos- bajo la órbita de la ciencia del
derecho, a pesar de sus orígenes en la filosofía de la Grecia clásica de
la edad antigua. Para ahondar en esta paradoja habremos de examinar
el significado que la expresión derecho político ha asumido con el
curso del tiempo. Las dos acepciones básicas de la expresión son las
siguientes.

a) Primera acepción de Derecho Político: conocimiento


del orden político-constitucional:
Esta acepción (o sentido del término “derecho político”) aparece
probablemente en el s. XVIII y ya la encontramos en el subtítulo de la
famosa obra de Rousseau: Del Contrato Social. Principios de Derecho
Político (1762).26 Para Rousseau, droît politique (derecho político)
significa la explicación de cómo se constituye el estado, el
conocimiento de su origen -el pacto que le da nacimiento- y la
fundamentación de las leyes que lo rigen como expresión de la
voluntad general. A todo esto podría agregarse que para Rousseau,
ciencia política, filosofía política y derecho político significan lo mismo,
de modo que para él derecho político no simplemente es una rama
del ordenamiento jurídico, sino genuino saber fundante de la política.
26
Rousseau, J. Del Contrato Social. Madrid, Espasa-Calpe, 1975.

24
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

En el siglo XIX, que es el siglo de la influencia de grandes


constitucionalistas como los franceses Sieyès y Lasalle, esta acepción
de Derecho Político adquiere un matiz diferente. Experimenta una
reducción de su espectro semántico en virtud de la cual se entiende
derecho político como sinónimo de derecho constitucional,
precisamente, cuando en esa época un concepto particular de
constitución alcanza valor normativo. Constitución (como ley escrita
que garantiza derechos individuales y la división de poderes) es
para la ideología de esa época -el constitucionalismo- la super-ley
que regula y organiza al estado, supraordinando al derecho civil y a
otras ramas del derecho que rigen las esferas privada y pública. Así
se entiende que hay un derecho político o constitucional que estudia
la constitución, como hay un derecho civil que estudia las nacientes
codificaciones civiles (es la época del Código Napoleón), un derecho
comercial, etc.
Finalmente, en la transición hacia el siglo XX, algunos autores,
insatisfechos con el uso indistinto de “derecho político” y “derecho
constitucional” para referirse al estudio de la constitución escrita o
positiva, restringen el término “derecho constitucional” al estudio
de las constituciones concretas, como leyes máximas de cada estado,
a la par que reservan la idea de un “derecho político”, como derecho
constitucional general, llamado a estudiar los principios generales de la
constitución escrita, en analogía a las partes generales de derecho civil,
penal, etc. 27 Como dijimos, estos principios son los del
constitucionalismo, movimiento intelectual y político que para entonces
ha logrado imponer en Europa el concepto de constitución como super-
ley.
Vemos así que la primera acepción de Derecho Político, como saber
del orden (amiento) político, va tomando diferentes matices del s.
XVIII al s. XX, pero en todos se la considera como estudio de un
orden jurídico constitucional, o de parte de él, o de una idea abstracta
de él. En ese sentido, Derecho Político es considerado parte de la
dogmática jurídica, disciplina jurídica autónoma que tiene su correlato
empírico en una rama concreta del ordenamiento jurídico. Así como
el derecho civil estudia la codificación y demás leyes civiles, así como
el derecho penal estudia la legislación penal, para esta primera acepción
de derecho político, este estudiaría la constitución y sus formas, en
términos ya más generales, ya más particulares. La dificultad inherente

27
Por ejemplo, K. Schmitt, Teoría de la constitución. Madrid, Alianza, 1982.

25
JUAN DANIEL VIDELA

a esta noción radica, obviamente, en cómo distinguir entre derecho


político y derecho constitucional pues, en todos los sentidos
expuestos, se superponen todas las disciplinas llamadas “derecho
político” que del siglo XVIII al XX estudian el fenómeno jurídico
constitucional. Pero como dos disciplinas diferentes no pueden tener
exactamente el mismo objeto, se plantea un cierto problema. Si la
constitución es el objeto de la ciencia del derecho constitucional, el
derecho político, como algo separado de este último, carecería de
objeto y por consecuencia, de autonomía científica.
Por último, debemos notar que en este período (siglos XVIII a XX),
derecho político y derecho constitucional han absorbido o subsumido
parcialmente la ciencia política como tal, disciplina de vieja data que
les precede desde los tiempos de Platón y Aristóteles en la antigüedad
y Maquiavelo en la primera modernidad y que, sin embargo, en esta
época tiende a desintegrarse. Ya hemos visto los pormenores de
este fenómeno.

b) Segunda acepción de Derecho Político: introducción a


las ciencias políticas:
Esta segunda acepción entiende al derecho político no como una
disciplina jurídica autónoma que tiene su correlato empírico en una
rama concreta del ordenamiento jurídico, sino simplemente como
un estudio destinado a introducir al estudiante de derecho a
cuestiones políticas, que son interesantes en sí mismas y que además
están relacionadas, como quedó implícito en el tema anterior, con
cuestiones del área constitucional.
Lisa y llanamente, en esta acepción, Derecho Político significa una
introducción a la ciencia o ciencias políticas, desde la perspectiva
del derecho, una introducción al saber político desde una perspectiva
relevante para el abogado. Esto lo logra sistematizando los problemas
políticos en torno a conceptos jurídicos de la época moderna, a un
concepto jurídico de estado (el concepto de estado moderno en
contraposición con formas políticas pretéritas), de constitución, de
poder, etc. Aclaramos para terminar este punto que es ya una
costumbre muy arraigada en las facultades de derecho de España y
Argentina el enseñar ciencia política bajo el título Derecho Político.
En Argentina la costumbre se remonta a principios del siglo XX,
cuando en 1922 Mariano de Vedia y Mitre (bajo la influencia del
jurista español Adolfo Posada) introduce la materia en la carrera de
26
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

abogacía de la Universidad de Buenos Aires.28

7- Excurso (3): grandes paradigmas o modelos del


pensamiento político
a) Los problemas del saber político:
Como anticipamos, la política puede caracterizarse como un
fenómeno complejo y cambiante, que los politicólogos
contemporáneos, siguiendo una orientación usual en la ciencia de
los dos últimos siglos han querido precisar en términos de un “objeto
de estudio”, que es para algunos el estado, para otros con el poder.
Pero la complejidad del fenómeno se explicita en formulaciones
más complejas, como la ya estudiada de Manfred Riedel, para quien
la tarea del saber político consiste en la investigación de una doble
cuestión. Esta comprendería: a) de una parte el problema de la
comunidad o sociedad humana, es decir, qué son, cómo se originan
y constituyen los agregados sociales en que los hombres viven, y b)
de otra parte el problema del dominio, poder o autoridad, esto es,
por qué unos mandan y otros obedecen, siendo el concepto de
pertenencia al todo social, que podría llamarse ciudadanía, el vínculo
entre ambos aspectos.29 Dominio hace referencia al poder, al vínculo
de obediencia entre gobernante y gobernado, sociedad o comunidad
se refiere al todo que une a ambos. Esas cuestiones entendemos son
ineludibles en los enfoque empíricos y filosóficos de la ciencia política.
Es por eso que nuestro texto hace referencias más bien genéricas, a
“lo político”, “la política”, “la realidad política”, evitando referirnos al
“objeto” de la ciencia política, como si se tratase este de una entidad
fija y única. La política se trata más bien de una realidad polimórfica,
que adquiere características propias en distintas épocas. Así por
ejemplo, el primer problema al que se refiere Riedel, la “comunidad
política” (lo que la hace posible y lo que ella hace posible30) es el tema
que predomina en el pensamiento griego clásico, mientras que el
problema de la legitimidad del dominio es propiamente una

28
Romero Carranza, A. “A los cincuenta años de la creación de una cátedra de derecho
político”, Jurisprudencia Argentina, Sección Doctrina 1973, pp. 287-290.
29
Riedel, M. Metafísica y metapolítica, vol I. Buenos Aires, Alfa, 1977.
30
Este es el problema de las condiciones de posibilidad de la comunidad y de aquello de lo
cual esta es condición de posibilidad. En el caso de Aristóteles, la naturaleza del hombre y la
vida plena (intelectiva, filosófica).

27
JUAN DANIEL VIDELA

preocupación moderna, como lo es el definir la aparición de la forma


histórica “estado moderno”, que es la manifestación concreta del
vínculo de mando y obediencia bajo las condiciones jurídicas y políticas
de la época moderna. Pero en modo alguno puede adscribirse
exclusivamente uno de estos temas a la antigüedad y otro a la
modernidad, entre otras razones porque todas las teorías políticas
tratan del origen del poder, de modo implícito, cuando explican la
naturaleza de las sociedades humanas, precisamente al plantearse
cómo estas sociedades se desarrollan históricamente.

b) La noción de paradigma en la historia del pensamiento


político:
Ahora bien, una y otra cuestión han sido respondidas de diferentes
maneras y, en general, tanto la ciencia como la filosofía políticas se
han constituido históricamente como diferentes modos de preguntar
y de explicar a) qué son, cómo se originan y constituyen los agregados
sociales en que los hombre viven y b) por qué unos mandan y otros
obedecen, es decir qué hace que el poder sea legítimo. A los principales
y más influyentes modos de preguntar y de responder por el fenómeno
político vamos a llamar aquí grandes “paradigmas” o “modelos” de la
historia del pensamiento político. Con ello queremos decir que hay
ciertas posturas que han sido muy influyentes y que han dado lugar a
tradiciones de pensamiento a las que pertenecen numerosos autores
muy importantes. Llamamos paradigmas o modelos a estas posturas
porque tienen un carácter ejemplar, la posteridad los ha tomado
como modelos o ejemplos, y así han estructurado la forma de
aprehender la realidad política, las descripciones y juicios de valor de
filósofos, científicos y políticos así como de los hombres y mujeres
corrientes.31
En otras palabras, el pensamiento político tiene una naturaleza
histórica, cambia a lo largo del tiempo y ese cambio se manifiesta a
través de tradiciones o modos concretos de hablar sobre las cosas
políticas caracterizados por rasgos específicos. Esta dependencia de
las tradiciones no excluye por cierto, la posibilidad de innovación.
Existe innovación cada vez que una nueva postura se propone como

31
Kuhn, T. The Structure of scientific revolutions, University of Chicago Press, 1962; Riedel,
M. “Paradigm evolution in political theory: Aristotle and Hobbes”, Graduate Faculty Philosophy
Journal, vol 9, No. 1, (1982).

28
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

alternativa a la vigente, o cuando un determinado autor o corriente


de pensamiento no cae exactamente dentro los límites de un modelo
o paradigma determinado. Lo que nos lleva a una última conclusión
preliminar: que un paradigma o modelo es en realidad un concepto
ideal o tipo puro, una abstracción que el historiador del pensamiento
político utiliza para ordenar mejor la investigación y que como toda
abstracción distorsiona en la medida en que simplifica.
Con esta última salvedad en mente, vamos a referirnos en la primera
parte de este libro a dos grandes modos de pensar que predominan
en la historia del pensamiento político, privilegiando el primero la
pregunta por la comunidad política y el segundo la legitimación del
poder por parte del individuo. Son el modelo aristotélico (capítulo
dos) y el individualismo contractualista (capítulo tres), que hace su
aparición en la primera modernidad. Han habido, además, después
de Aristóteles, visiones solidaristas u organicistas de la sociedad
semejantes a la de él o influidas por él, las que pueden ser englobadas
bajo el rótulo, un tanto amplio, de “paradigma comunitario”. Digo un
rótulo amplio ya que se trata de intentos que se extienden desde el
fin de la edad antigua hasta nuestros días, y son expresados a través
de distintos lenguajes filosóficos, no sólo el aristotélico. Del mismo
modo, el individualismo contractualista no es la única forma de
individualismo. Esta posición también se ha expresado históricamente
por medio de una multiplicidad de lenguajes políticos, por ejemplo el
iusnaturalismo del siglo XVII en que se expresan Hobbes y Locke (a
quienes habremos de estudiar más abajo), el lenguaje de la sociabilidad
comercial, típico de autores del siglo XVIII como Adam Smith, la
filosofía trascendental de Kant, etc.

29
C- PARTE HISTÓRICA

CAPÍTULO SEGUNDO: EL MODELO ARISTOTÉLICO


DE LA POLÍTICA. CONCEPTO DE COMUNIDAD.
1- El paradigma aristotélico. Significado y contexto
histórico. La polis griega. 2- Tesis fundamentales. Idea
de “naturaleza” (physis). La polis como comunidad
natural. Idea de una naturaleza política del hombre.
Consecuencias de las tesis aristótelica. 3- Formas políticas
de la antigüedad tardía: los grandes imperios. 4- El
pensamiento político de la época de los imperios. El
Estoicismo. 5- La política en los comienzos de la Edad
media. El feudalismo. 6- El cristianismo. Origen y
caracteres. Influencia en la teoría política medieval.

1- El paradigma aristotélico.
a) Significado y contexto histórico:
Retomamos aquí la tesis avanzada más arriba, a saber, que la política
puede caracterizarse como un fenómeno complejo y cambiante, que
se explicita en formulaciones complejas, como la ya estudiada de
Manfred Riedel, para quien la tarea del saber político consiste en la
investigación de una doble cuestión: a) el problema de la comunidad
o sociedad humana, es decir, qué son, cómo se originan y constituyen
los agregados sociales, y b) el problema del dominio, poder o
autoridad, esto es, por qué unos mandan y otros obedecen, siendo el
concepto de pertenencia al todo social, que podría llamarse ciudadanía,
el vínculo entre ambos aspectos.32 Hemos dicho también que llamamos
grandes “paradigmas” o “modelos” de la historia del pensamiento
político a los principales y más influyentes modos de preguntar y de
responder por esas cuestiones centrales de la política. Con esto
presente podemos comenzar a estudiar el modelo o paradigma más
influyente de la antigüedad, el aristotélico, que se desarrolla
inmediatamente después de la época de oro de la civilización griega
(el siglo V aC), pero continúa ejerciendo su influencia durante siglos
y penetra aún con vigor en los tiempos modernos.

32
Riedel, M. Metafísica y metapolítica. Buenos Aires, Alfa, 1977.

31
JUAN DANIEL VIDELA

b) La polis griega:
Comenzamos el estudio del paradigma aristotélico con una
consideración de la polis griega que, en el siglo IV aC, es el marco de
referencia del pensamiento de Aristóteles. La polis es la forma de
vida que origina esa cosa que llamamos filosofía política, como reflexión
sobre el entorno político que hace posible el pensamiento libre. En el
siglo V aC (es decir, un siglo antes de Aristóteles) la polis o ciudad-
estado está constituida por un conglomerado urbano rodeado por la
población rural, predominantemente agrícola. Es radicalmente distinta
de nuestras formas políticas actuales. Se caracteriza por su
concentración en un espacio reducido. En efecto, Grecia toda,
comprendida la tierra firme y las islas, abarca aproximadamente 82.500
km2, aproximadamente el doble de la Suiza actual.33 Dentro de esta
escasa superficie, los núcleos territoriales habitables son también
reducidos. Lacedomonia (la zona de influencia de Esparta) abarca
8.400 km2 y el Ática (la llanura que rodea Atenas), menos de 3.000
km2. Pero recordemos que estas ciudades representaban en la política
de su tiempo lo que fueron las grandes potencias europeas antes de
la Segunda Guerra Mundial. Por su parte la población media de una
polis es menor a 300.000 habitantes, incluyendo la gran masa de
extranjeros y esclavos que estaban privados de derechos políticos.
Porque la polis comprende también una heterogeneidad social,
incluyendo no sólo quienes son sus miembros de derecho (los
ciudadanos o politai), sino también una masa de trabajadores y
comerciantes excluidos de la participación política pero obviamente
no de las actividades comerciales y de la protección militar. Un
ciudadano griego se considera ante todo ciudadano de una polis
determinada,34 y está siempre armado para la defensa de ella. En
cuanto al esclavo, aunque es considerado parte integrante de la polis,
no es reconocido como persona, podía ser comprado o vendido y en
general estaba equiparado a cualquier objeto de propiedad.
Pero la polis es fundamentalmente una unidad política no reducible a
sus elementos físicos. Las leyes (nomoi) son parte fundamental de la
polis, en efecto, su constitución o forma de ser (politeia). Algunas
están escritas y otras son de derecho consuetudinario, aún cuando a
todas se les atribuya carácter divino. A propósito, un lugar insoslayable
para el estudio de la relación del ciudadano con sus leyes, relación

33
Knauss, B. La polis. Individuo y estado en la Grecia antigua. Madrid, Aguilar, 1979.
34
Touchard, J. Historia de las Ideas Políticas. Madrid, Tecnos, 1977, p. 26.

32
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

que constituye la esencia del concepto de ciudadanía, es el temprano


diálogo platónico Critón, en el cual el Sócrates del texto acepta su
condena de muerte en función de su compromiso previo con las
leyes, compromiso que Sócrates entiende como un contrato táctito
entre él y la polis (homología).35
Es que, al menos desde el siglo V aC (cuando la polis llega a su madurez)
el pensamiento filosófico se encauza como una reflexión sobre la
polis, considerada como una forma de vida privilegiada porque en
ella se da la libertad que permite la vida filosófica y política y la
participación en formas culturales (por ejemplo la tragedia) que se
consideran sinónimo de un nivel avanzado de civilización.
Fundamentalmente, para la filosofía de la época la polis trae consigo
las condiciones intrínsecas de su propia investigación -permite la vida
filosófica como manifestación de la libertad política. Ello lleva a la
filosofía a tematizar la política (la vida de la polis) como aquello que la
hace posible, es decir en el análisis de sus propias condiciones de
posibilidad: la filosofía encuentra a la política como la forma de vida
que le da sustento.
Los principales ejes temáticos de esa reflexión son la isonomía, es
decir la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, la isotimía, igualdad
de tratamiento, respeto u honor (thymos=alma, vida, voluntad, coraje),
y la isagoría, o igualdad en la libertad en el ejercicio de la palabra en la
vida política. Estos principios constituían los fundamentos de una
democracia (muy) restringida, aristocrática, basada no el individuo
sino en el estatus, en los vínculos de nacimiento y las tradiciones
mismas de la polis, y que ellos entienden como isocratía, igualdad en
la participación en el poder.36 Es ésta una solución de compromiso
político que, como dice Touchard, “protege a las clases populares
(demos) de una reacción oligárquica, que las expulsaría fuera de las
asambleas, y a las grandes familias de una tiranía apoyada en el pueblo,
que las anularía políticamente”.37
No hay para los griegos otra civilización que la de la polis, considerada
un don de los dioses. De ahí que los pueblos no griegos, a los que
llaman “bárbaros” por razones puramente fonéticas, terminen por

35
Cf. Platón, Critón, Bs. As., Astrea, 1973, especialmente la “Introducción” y “Apéndices” de
Luis Noussan-Lettry.
36
Cf. Rodriguez Adrados, R. Ilustración y política en la Grecia clásica. Madrid, Revista de
Occidente, 1966.
37
Ibid., pp. 30-31.

33
JUAN DANIEL VIDELA

ser identificados como “aquellos faltos de civilización”, significado


que la palabra “bárbaro” tiene aún entre nosotros. La polis como
ciudad-estado es “libre” de otras ciudades y así también el ciudadano
no está bajo sujeción alguna que no sea la de la ley. Pero esto debe
entenderse en el contexto de una sociedad antigua, tradicional y
orgánica, donde el destino de cada hombre está más o menos prefijado
de antemano. Libertad no significaba total posibilidad de elegir un
estilo de vida, sino que siempre era una conducta determinada por la
acción tradicional. El esclavo nunca será ciudadano y aún el ciudadano
de baja condición no aspirará a ser miembro de la clase aristocrática.
Con todo, en Atenas, desde el siglo V aC, este último participará de
la Asamblea o Eklesía, órgano deliberativo o legisferante, así como en
los tribunales populares, el Aerópago. Esta democracia, desde luego,
es frágil, alterna con formas oligárquicas y tiránicas.

2- Tesis fundamentales de la política aristotélica.


a) Noción de “naturaleza” (physis):
Ya vimos en el capítulo anterior que Aristóteles es, desde la filosofía, el
primero que hizo ciencia política, entendiendo la política como ciencia
práctica, es decir como obrar humano consciente, como movimiento
moral y como conocimiento sobre ese movimiento. La ciencia política
de Aristóteles (384-322 aC) constituye una de las primeras respuestas
a la pregunta sobre la índole del fenómeno político, que más arriba
hemos desdoblado en la cuestión sobre la comunidad política -su origen
y estructura- y la cuestión sobre la legitimidad del poder. Pero como
anticipamos también, la preocupación aristotélica se centra casi
exclusivamente, a la manera de todos los pensadores antiguos, en la
primera parte de esta pregunta, es decir en el problema de en qué
consiste la comunidad política, cómo se origina, si es necesaria, cuál es
su fin.
Aristóteles contesta a estas dos preguntas poniendo el énfasis en
que la comunidad política, que él identifica con la polis o ciudad-
estado de su tiempo, viene de la naturaleza misma y tiene la finalidad
de completar aspectos del individuo, posibilidades que de otro modo
quedarían en estado latente. Su tesis fundamental es que el hombre
es un animal político, es decir, gregario, venido al mundo para vivir
en la polis, y que lo es por naturaleza, por la fuerza misma de las
cosas naturales y no por voluntad propia.

34
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

¿Qué significa esta tesis? Para entenderla debemos recordar que la


palabra “naturaleza” tiene varios sentidos. Para los griegos la naturaleza
(physis) significa la totalidad del mundo, del cosmos, de todas las
cosas que hay, de las que se piensa que todas tienen vida. (Para el
griego no hay cosas inertes, desprovistas de espíritu, todo el mundo
está “vivo”). Esta noción encierra a su vez dos sentidos, que en el
pensamiento griego más antiguo son inseparables: la idea de mundo,
cosmos, y la idea de movimiento de ese mundo, de la vida. Aristóteles
-en cuyo pensamiento ambos sentidos están presentes- enfatiza la
segunda idea, de movimiento como generación a partir de un principio
inmanente en todo ser. Así, Aristóteles llama physis a la generación
de todo aquello que crece, como a la materia intrínseca de donde
proviene lo que nace, el principio del primer movimiento en todo ser
físico, al cual también denomina phyestai.38 En realidad Aristóteles
nos da muchas definiciones de naturaleza: principio y causa de
movimiento y de reposo de una cosa, lo que hace que la cosa o cosas
posean un ser, principio interno unido a la esencia etc., pero siempre
tiende a referirse al sentido de un movimiento inmanente de las cosas,
aunque sin perder de vista la idea de la totalidad de las cosas o mundo,
que también es naturaleza, en el sentido de physis.

b) La polis o Koinonía
Siguiendo esa línea argumentativa, el pasaje con que se abre la Politica
nos recuerda que toda asociación o comunidad tiene como propósito
o fin algún bien, y que la forma más inclusiva y perfecta de asociación
-la polis- persigue el más elevado de todos los bienes. La familia es
comunidad que atiende a las necesidades más inmediatas,
reproducción, alimento. A ella sigue la aldea, en donde se genera un
incipiente comercio. Pero, “la comunidad perfecta de varias aldeas es
la ciudad (polis), que tiene por así decirlo el extremo de toda
suficiencia, y que surgió por causa de las necesidades de la vida, pero
existe ahora para vivir bien.”39 Es decir, la ciudad-estado está
conformada por (familias) y aldeas, es comunidad de comunidades, y
por ello mismo es perfecta, totalmente completa. Surgió para satisfacer
las necesidades inmediatas (reproducción, seguridad, etc.), pero
(ahora, dice Aristóteles) su ser (o fin) consiste en proveer las

38
Aristóteles, Metafísica, Libro V (D), cap. 4.
39
Aristóteles, Política I 1252 b9.

35
JUAN DANIEL VIDELA

condiciones del buen vivir que van más allá de las necesidades
originales. Aclaremos que estas condiciones, o condición, si bien se
mencionan en la Política, están explicitadas en el libro que les precede
como un pórtico: La Ética a Nicómaco. Se trata de la libertad, condición
de la vida contemplativa como ejercicio de la parte racional o alma
racional del hombre.40 Hay no obstante una fractura en el argumento
aristotélico, que unas veces presenta a la polis como resultado de las
necesidades inferiores y otras la muestra como tendencia hacia un fin
máximo, es decir, como dispuesta hacia un fin que nada tiene que ver
con esas necesidades -la vida contemplativa.
Pero sobre todo en la Política, Aristóteles propone un paradigma en
el que todas las comunidades (familia, aldea) se explican en función
de la polis. Fuera de ella sólo cabe hablar de formas pre-políticas de
asociación, ya imperfectas, ya primitivas. Así, Aristóteles genera un
modelo explicativo en el cual la polis aparece como fin de todas las
acciones y de todas las comunidades inferiores, siendo esta
dependencia estructural lo que además constituye la legitimidad de la
polis como forma de vida y la justificación del dominio que ella ejerce.
Es decir que la explicación teleológica de la polis deviene su
legitimación, como forma de vida y como orden de poder: la existencia
de la polis está justificada porque es el fin necesario de las comunidades
inferiores, que en ella encuentran su máximo bien.
En consecuencia, en Aristóteles no hay oposición entre naturaleza y
cultura. La polis, la civilización, los bienes de cultura, son producto
de la naturaleza. Están inscriptos en la legalidad que es propia de los
hechos naturales y que se expresa en las distintas etapas -familia,
clan, aldea- que configuran el proceso genético de la polis. Es decir
que el mismo término physis se predica analógicamente de las cosas
humanas (siempre sujetas al cambio, a la convención y a la contingencia)
y de los fenómenos del mundo sensible (cuyo cambio, cuando existe,
es mucho más regular). Las “potencias” o capacidades del hombre
desarrolladas en el ámbito de la polis son, si se quiere, cualitativamente
distintas a las “fuerzas” que animan el mundo físico, pero ambas son
consideradas naturales.

c) Idea de una naturaleza política del hombre.


Recíprocamente, Aristóteles sostiene en la Política que su naturaleza

40
Aristóteles: Ética a Nicómaco. Madrid, Alba, 1998.

36
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

o principio interno lleva al hombre a vivir en la polis. Para Aristóteles


todo movimiento tiene un fin, telos, de allí que en este contexto explicativo
sostenga una concepción teleológica de la existencia política, es decir,
que explique la propensión del hombre en términos del telos o fin de la
naturaleza humana.41 El hombre es un animal político porque su fin, el fin
al que conduce el movimiento de su naturaleza (recordemos cuanto
hemos dicho del término griego physis que significa naturaleza), es la
polis. Tiene en sí mismo su principio de movimiento, el principio que
conduce a los innumerables cambios y procesos que satisfacen sus
necesidades vitales y lo perfeccionan constantemente. Este principio lo
lleva a asociarse con otros hombres, formando grupos cada vez más
inclusivos hasta llegar a la polis. Así, la experiencia nos muestra que jamás
está solo en sus esfuerzos: vivir en comunidad es el medio para lograr
fines que de otro modo serian inaccesibles.
Este es el primer sentido de la tesis de la “politicidad natural del hombre”
o “tesis de la naturaleza política del hombre”, pero para entenderla en su
sentido original no debemos perder de vista que Aristóteles no vive en
un mundo igual al nuestro, que su realidad histórica no ofrece una
distinción entre sociedad y estado. Solamente en la comunidad se da
poder y sólo hay un tipo de comunidad, el político. Esta afirmación filosófica
es en realidad una intuición histórica. Aristóteles piensa desde la pequeña
ciudad-estado griega, que no está internamente diferenciada, como las
grandes sociedades modernas.
En la modernidad, en cambio, el concepto de comunidad se desdobla,
aparece la noción de estado, como algo político, diferente del ámbito
social, que le excede. Estado (como monopolizador del poder y sociedad
(como concepto que reemplaza al de comunidad o koinonía) se separan.
Esto permite la aparición de teorías individualistas que habremos de
considerar (por ejemplo el contractualismo) las que sostienen la primacía
de la sociedad, que consideran como algo natural, frente al estado al
que califican de artificial.
Los términos aristotélicos hoy se han invertido. Pero no pocos autores
defienden el paradigma aristotélico en tiempos posteriores. En la
edad media Santo Tomás y, en tiempos modernos, cuando el
contractualismo individualista es el vocabulario triunfante, Suárez,
Bodino, Althusio, y aún otros autores muy posteriores. Pero en todos
estos autores, la tesis de la politicidad natural del hombre, que
fundamenta la otra tesis de que lo político es fundamental o primario
41
Ross, W. Aristotle, London, 1945, p. 237.

37
JUAN DANIEL VIDELA

por naturaleza, tiende a subestimar el hecho de que ya para entonces


existe algo que se llama sociedad, y que es diferente de la comunidad
política. En ese sentido, siendo autores modernos, representan un
pensamiento antimoderno, porque sacan la tesis aristotélica de la
naturaleza política del hombre fuera de su contexto original (la realidad
griega), desfigurándola al mezclarla con elementos cristianos.
Pero, para volver a Aristóteles, repetimos una vez más. En su
pensamiento no se da la distinción sociedad/estado, de donde cuando
Aristóteles dice que el hombre es un animal político, no está queriendo
decir que el estado es anterior o superior a la sociedad. Para él la
sociedad y el estado son la misma cosa. A veces parece que Aristóteles
tuviera una noción, un atisbo, de lo que hoy llamamos “sociedad”,
pero en los momentos decisivos su discurso interpreta la realidad
social en términos políticos.42 Es que para el griego una estricta
distinción entre lo público y lo privado carecería de sentido.
Un segundo sentido de la tesis de la naturaleza política del hombre
apunta a la capacidad comunicativa del ciudadano. El ciudadano
participa directamente de las decisiones políticas, constituyendo o
construyendo con ellas los valores básicos de la polis, a la vez que sus
acciones individuales derivan su sentido de la vida del todo político.
Aristóteles lo dice expresamente: la razón por la cual el hombre es
un animal político (zoon politikón) es evidente: “la naturaleza, como
solemos decir, no hace nada en vano y el hombre es el único animal
que tiene palabra (logos)”.43 Los animales, en cambio, solo están
dotados de voz (phoné) que es mero signo placer y dolor. “La palabra
es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y
es exclusivo del hombre frente a los demás animales, el tener sentido
del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y la comunidad de estas
cosas es lo que constituye la casa y la ciudad”.44

d) Consecuencias de las tesis aristótelicas:


Veamos ahora en algún detalle las consecuencias que se siguen del
modelo aristotélico. En primer lugar, la polis se superpone a otras
formaciones sociales. Comprende genéticamente a la familia y a la

42
Cf. Marías, J. “Introducción”, en Aristóteles, Política, Madrid, Instituto de Estudios Políticos,
1970, XLVIII-XIL.
43
Aristóteles, Política, L.I, 1253 a4.
44
Ibid., ibidem.

38
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

aldea, como comprende físicamente a las regiones campesina y urbana,


e institucionalmente a la religión, el sistema educativo y el ejército.
Asimismo la polis es anterior a las comunidades intermedias porque
sus fines específicos incluyen a la vez que trascienden los fines de
aquellas. La polis encierra todas las manifestaciones de la vida humana
y sucede en solución de continuidad a las comunidades inferiores.
Históricamente, sólo existen la comunidad política o polis y las formas
primitivas que la prefiguran y que se resuelven en ella. La polis no es
el género próximo de estas, sino su fin tanto como la forma que las
abarca.
En segundo lugar, la polis no sólo es primera en el orden ontológico,
como el todo con respecto a las partes, sino que posee preeminencia
ética. La moralidad -el sentido del bien y del mal- es algo público, no
está completa en lo meramente privado. Como ya lo hemos dicho, el
hombre (a diferencia de los animales) tiene voz (phoné) de la que se
vale para expresar su sentido de lo justo y lo injusto. La vida en
común presupone así un acuerdo dialógico, comunicativo, un
consenso, sobre los principios y valores en que ha de fundarse. A tal
acuerdo se llega a través del lenguaje, a través de la cotidiana posesión
de significados comunes. Los valores morales, el contenido fundacional
del nomos (la ley), son definidos e instaurados en la diaria praxis
política, a través del diálogo que configura el discurso y la tradición
de la polis. Advirtamos incidentalmente que es en este lugar
argumentativo donde Aristóteles se aproxima a responder al segundo
de los interrogantes que hemos identificado como centrales de la
reflexión política, a saber, la pregunta por el origen y la legitimidad
del poder.
Por eso mismo, el argumento está destinado a mostrar que el orden
político es a la vez condición de posibilidad y fin de la conducta moral:
el buen obrar político (eu prattein) constituye al vivir bien (eu zen).
De esta manera se afirma la primacía de la política, sustentándosela
en un argumento moral: fuera de la polis el hombre es una bestia o
un dios,45 su “humanidad” solo se logra mediante el vivir politico. El
orden político se define moralmente. “El bien para el hombre -dice la
Ética Nicomaquea- consiste en una actividad del alma acorde con la
virtud, y en caso de pluralidad de virtudes, acorde con la más excelente
y perfecta de ellas”.46 Tal virtud es la justicia, que a un mismo tiempo

45
Ibid 1253, a.2.
46
Etica a Nicómaco VI, 1098, a 15. Aristóteles se refiere a la virtud moral/social.

39
JUAN DANIEL VIDELA

es atributo de las conductas individuales y de la constitución del todo


social. El ciudadano virtuoso es la materia prima de la buena comunidad
política. La educación del ciudadano deviene así actividad de primer
orden en la cual la filosofía alcanza su misión y su sentido pedagógico.
Por último, la prioridad ontológica y ética de la polis se corresponden
con la primacía epistemológica del saber político. Como ciencia
práctica, la política está destinada a dirigir las acciones de los hombres.
Como su objeto es el más elevado, adquiere carácter rector
(arquitectónico) con respecto del la ética y la economía.47 Y si bien
no posee el rigor de las ciencias teóricas (matemáticas, metafísica)
ofrece al estadista una visión adecuada de los fines que ha de perseguir.
Si bien la naturaleza seguirá infatigable su curso, las potencias humanas
pueden ser orientadas de acuerdo con nuestro conocimiento de los
fines de la conducta práctica. La prudencia política se ha transformado
así en arte, en técnica capaz de modelar las formas de convivencia.
Un optimismo sosegado inspira la reflexión de Aristóteles: la ciencia
es capaz de asegurar para siempre los frutos de la civilización. La
historia no está expuesta al acaso, es ahora obra de la filosofía.

3- Formas políticas de la antigüedad tardía: los grandes


imperios
En el siglo IV aC comienza un lento período de decadencia de la polis
griega, perdiendo las ciudades-estado su relativa independencia bajo
distintos poderes, principalmente el imperio de Alejandro Magno,
que abre lo que se conoce como época helenística o helenismo.
Durante esta última época se desarrolla en la península itálica una
nueva civilización que será casi tan importante para la historia universal
como lo fue Grecia: la civilización romana. Según la tradición, en sus
orígenes Roma fue una monarquía, pero pronto se convierte en una
república (aristocrática primero) con una organización territorial e
instituciones muy parecidas a las atenienses. Reconocemos el
conglomerado urbano rodeado por un área rural; una división social
originaria entre patricios (ciudadanos descendientes de los fundadores)
y plebeyos (no ciudadanos); y una organización política que comprendía
un ejecutivo (en la monarquía el rey, en la república integrado por

47
Aristóteles, Metafisica, XI, Ética a Nicómaco, I. Aristóteles llama ciencia arquitectónica a la
política con respecto a la ética y a la economía porque, como en el arte de la construcción, la
ciencia arquitectónica toma primacía sobre las disciplinas inferiores-albañilería, carpintería,
etc.

40
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

dos cónsules), un senado y una asamblea, que deviene luego en tres


tipos de asambleas populares (comicios)48. Excluidos del gobierno
están los plebeyos -poblaciones conquistadas, extranjeros, etc., que
no poseen en principio derechos civiles ni políticos. Eventualmente,
empero, la plebe será reconocida frente a la ciudadanía o patriciado,
con la ampliación de los comicios a tres tipos, la igualdad civil, la
designación de jueces o pretores con jurisdicción sobre ella y la
representación ante el ejecutivo mediante tribunos de la plebe.
Finalmente, obtendrá también la ciudadanía.49
Hacia los comienzos de la era cristiana y como legado de la época de
la república, Roma ha extendido su influencia sobre toda la península
itálica y se extiende sobre todo el mundo conocido. Se trata de un
aparato político en permanente expansión, basado en el principio de
la guerra perpetua. Vastas regiones del continente europeo y del
Asia Menor se convierten en “provincias” romanas (provinco,
territorio en favor del vencido), mientras que el mediterráneo es
llamado mare nostrum, “nuestro mar”. Los romanos también imponen
a los vencidos lo que ha llegado a nosotros como su gran creación
cultural: el derecho romano, cuyo espíritu está tal vez encapsulado
en la famosa fórmula tripartita de Ulpiano: “La justicia es la voluntad
constante y perpetua de dar a cada uno su derecho. Los preceptos
del derecho son estos: vivir honestamente, no dañar a otro, dar a
cada uno lo suyo”. En efecto, toda norma jurídica positiva remite
directa o indirectamente a esta fórmula.
Es la época del imperio, en que la comunidad política se ordena bajo la
figura del emperador quien tiene carácter sagrado y paulatinamente
concentra las funciones ejecutiva y legislativa. Este imperio impone un
orden único por la fuerza militar. Al cese de la guerra de conquista se
llama “pax romana”. En este orden, el ser ciudadano no tiene ya tanto
valor, al no haber posibilidades reales de participación política, no
obstante que (por razones fiscales) un edicto del emperador Caracalla
extiende la soberanía a todos los habitantes del imperio. Si bien Roma
se sigue viendo a sí misma como república, como pueblo organizado
por aquellos que tienen derecho a participar y para atender a sus
asuntos, muy a menudo el poder militar digita la sucesión imperial.

48
Eran los comicios curiata que reunían a los ciudadanos por su ubicación social (descendientes
de los clanes fundadores), centuriata por su pertenencia al ejército, y tributa, por su capacidad
tributaria. La ampliación de los comicios marca la consolidación de la república y su carácter
democrático.
49
Fayt, C. Historia del pensamiento político, vol. II, Roma. Bs. As., Plus Ultra, 1990.

41
JUAN DANIEL VIDELA

De hecho, el mantenimiento de este ejército a su vez mantenedor de


la pax y del imperio es uno de los más grandes problemas de Roma.
Llegará sin embargo un punto en que las tropas (en gran parte
mercenarias) no podrán contener el estallido social que es el precio
de la asignación de recursos económicos desmesurados a la guerra y
no al desarrollo de la vida urbana y rural. Sobreviene así hacia el siglo
VI dC la disolución del imperio romano, pero Roma cae (476 aC)
producto no sólo de las invasiones o inmigración de pueblos
provenientes de Europa del Norte y Asia, los así llamados “bárbaros”,
sino de la erosión de su base económica y la imposibilidad de
administrar un imperio tan vasto. No menos desgastadora para el
imperio es la expansión del cristianismo que genera una cierta
independencia de conciencia que debilita el vínculo de obediencia
cívica, al tiempo que priva al emperador de su carácter divino.

4- El pensamiento político en la época de los imperios. El


estoicismo
Dentro de los límites de este ensayo resulta imposible analizar la suerte
del pensamiento de Aristóteles después del colapso de la polis griega
así como las filosofías que lo reemplazaron. En muy breves términos
nos conformamos con indicar que la influencia de Aristóteles decae a
partir del siglo IV aC, y que la filosofía vuelve al pensamiento pre-
aristocrático, a Sócrates (maestro de Platón) primero, con las escuelas
cínica, cirenaica, epicúrea, y estoica y, ya sobre fines de la antigüedad, a
Platón (maestro de Aristóteles), con Plotino y San Agustín.
La filosofía que inmediatamente reemplaza a la de Aristóteles (cínicos,
etc.) es de carácter socrático -no escrita, preocupada
fundamentalmente por problemas éticos tales como qué significa ser
dueño de sí mismo, virtuoso o sabio. Limitémosnos aquí a recordar
que el contexto político cambia radicalmente con el imperio de
Alejandro: el hombre griego ha perdido el sustento cultural político
y social de su civilización. Así, la polis no es ya más la forma de vida
política sobre la que se vuelve la filosofía para investigar sus condiciones
de posibilidad. Ha sido reemplazada ahora por un poder extendido
por casi todo el mundo conocido, lo que torna imposible que el
filósofo pueda pensarse como miembro de una unidad política (la
polis) que le da su identidad como ciudadano. Por eso la filosofía deja
de ser explícitamente política y se vuelve hacia la interioridad. La
pregunta es ahora por las condiciones de posibilidad del pensamiento

42
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

individual dentro de un contexto universal que no necesariamente


promueve o facilita su independencia o autonomía.
Así como Aristóteles filosofa sobre y desde la polis concebida como
producto natural, producto de la physis, los filósofos de esta época
buscan una explicación equivalente de un orden político que ya no es
más nacional, sino universal, no más la polis, sino una cosmópolis.
Buscan conocer el principio que rige y armoniza todo el cosmos.
Pero ya no apelan a la physis como principio genético y fundamento
de un orden teleológico, sino a la idea de un espíritu creador, logos
espermático o nous hegemónico que gobierna todas las creaturas.50
Al mismo tiempo, el mundo tiende a ser interpretado en términos
materialistas: está compuesto de cuerpos, uno de los cuales es el
individuo mismo. El materialismo es una manera de entender
fenómenos tales como el aislamiento o sujeción que padece el
individuo bajo el imperio, por ejemplo a través de principios atomistas.
Pero no niega un sustrato inmaterial: la ley que mueve los cuerpos.
“Este panrealismo debe entenderse como una toma de posición contra
el escepticismo o las posturas que conducen a él, y, simultáneamente,
como una afirmación de la realidad inmediata y tangible sobre aquello
de lo cual debe apoyarse el hombre”.51 Si bien el filósofo debe soportar
su destino y abstraerse del mundo para encontrar la felicidad, es
factible que vuelva a él, al menos parcialmente. Esto se refleja en la
idea epicúrea de un contrato social, que resurgirá en la modernidad,
50
Este espíritu es mente o razón directriz (el hegemónico).- Y el mundo, como dicen Crísipo...
y Posidonio... , está regulado con inteligencia y providencia, penetrando la inteligencia en
todas sus partes, como el alma en nosotros... Así, todo el mundo, siendo viviente, animado y
racional, tiene una parte hegemónica (Dióg., VII, 138-9). Hay entonces una naturaleza, que
contiene todo el mundo y lo conserva, y ella está también dotada de sensibilidad y de razón,
pues es necesario que toda naturaleza, que no sea solitaria ni simple, sino unida y conexa con
otro, posea en sí una parte dirigente, tal como se halla en el hombre la inteligencia y en las
bestias algo similar a ella, de donde nacen los apetitos de las cosas. Parte dirigente o gobierno
(principatum) llamo a lo que los griegos denominan hegemónico, del cual nada puede ni debe
existir que tenga mayor prestancia en cualquier género. De manera que es menester también
que esa parte, en la que se halla el gobierno de toda la naturaleza, sea entre todas, óptima y
la más digna del poder y dominio sobre todas las cosas (Cicer. De nat. Deor., II, 29). Es Dios
razón seminal (logos espermático) del mundo, que contiene en sí las razones seminales de
todas las cosas.- Éste es la razón seminal (logos espermático del mundo (Dióg., VII, 156). Los
estoicos demuestran que el Dios inteligente es fuego artífice, que se dirige a la generación del
mundo, conteniendo en sí las razones seminales, según las cuales se engendran por
predestinación todas las cosas particulares; y es espíritu que penetra todo el universo, que
toma varios nombres de acuerdo a las diferencias de las materia, en la que ha penetrado
(Aecio, Plac., I 7, 33). Mondolfo, R. El pensamiento antiguo. Historia de la filosofía greco-
romana. Bs. As., Losada, 1942, vol. II, pp. 124-125.
51
Brun, J. El estoicismo. Bs. As., Eudeba, 1962, pp. 31.

43
JUAN DANIEL VIDELA

acuerdo que da origen a la sociedad como producto de la voluntad


de los individuos, en tanto que átomos o cuerpos materiales.
Ya en la época romana, y bajo la forma política del imperio, una nueva
escuela estoica, cuya máxima figura será Cicerón, retoma estos temas
reforzando la subsunción de la vida humana bajo una naturaleza universal,
naturaleza-ley, o ley natural. Ya no se trata como en los griegos de un
cosmos movido por la fuerza de la physis, de un mundo natural en
movimiento donde cada cosa sigue su telos. Ahora, la dispersión griega
de las cosas (polis, dioses, animales, etc.) aparece ordenada en un
continuum de fines que comienza con el hombre y sigue rigurosamente
con la polis, la nación, la humanidad, la naturaleza, el mundo, hasta
llegar a los dioses, una especie de cadena donde los fines de cada
escalón o región de fenómenos está ligado con el siguiente.52 Todo
está regido por una única ley, que se dice perpetua, verdadera, suma
(máxima) verdadera, celestial, pero fundamentalmente racional.53 En
efecto, Cicerón recurre a la figura de la legalidad de la razón universal
para explicar la regularidad de los fenómenos y la finalidad del universo.
En lo político, va a fundamentar el derecho positivo en esa ley natural
o naturaleza-ley, proponiendo la idea de que las leyes en plural, o los
edictos del poder político no pueden estar en contradicción con ella.
Incidentalmente, en la época de Cicerón y por su influencia, la palabra
“ley” toma ese sentido metafísico de un principio cósmico rector. (Antes,
lex significaba simplemente un decreto del populus romano reunido
en asamblea). Como vemos, en esta época, el principio que descubre
la filosofía ya no es el origen de movimiento inmanente, como con los
griegos, sino la ley que manda y prohibe.

5- La política en la edad media. El feudalismo


La caída del imperio marca el fin de la edad antigua y da comienzo a
una nueva etapa en las formas políticas europeas en el período que
convencionalmente se ha dado en llamar “edad media”.54 Al comienzo
se da una etapa de redistribución de fuerzas políticas, en que la parte

52
Schürmann, R. Des Hégemonies Brisées. Mauvezin, T.E.R., 1996.
53
Cicerón, M. T. Las Leyes. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1970.
54
La edad media es un período histórico muy extenso y heterogéneo lo que ha llevado a diversos
historiadores a cuestionar su unidad histórica, rotulándola de mera convención cronológica. Esta
objeción podría también hacerse a la edad antigua, la que empero, en este texto, no es tratada
como una unidad, sino que se hace referencia a sus grandes civilizaciones, Grecia, Roma. En
cuanto a la edad media, véase: Sergi, G.: La idea de edad media. Barcelona, Crítica, 2000.

44
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

occidental del imperio está en desorden (el imperio de oriente con


capital en Bizancio mantiene su existencia) y la única figura política
universalmente reconocida es el Papa. Se despueblan las ciudades, las
poblaciones se desplazan masivamente, y Europa toda vuelve a una
forma de vida predominantemente rural. Recién hacia el siglo octavo
de la era Cristiana se alcanza una cierta estabilidad política, producto
de la organización territorial de los pueblos invasores o bárbaros, los
vándalos y visigodos en España, los burgundios y Francos en Francia,
los ostrogodos en Italia, etc. Estos pueblos se organizan se organizan
en reinos, es decir, vuelven a la forma monárquica pre-imperial, y
con un rasgo fundamental: paulatinamente se van convirtiendo al
cristianismo. En Francia, el rey Carlomagno llama a su monarquía
(que se extiende desde Francia hasta Alemania y al sur hasta Italia)
“imperio” y se hace coronar por el mismo Papa (800 dC), quien ve
debilitado su poder. Pero Carlomagno no se considera sucesor del
imperio romano: el suyo es un imperium christianum (imperio
cristiano) del pueblo de los Francos que se considera escogido por
Dios. Se esboza entonces uno de los rasgos característicos de la
edad media en Europa, el permanente conflicto entre el poder político
o secular y el poder espiritual encarnado en el Pontífice. Carlomagno
no se considera ministro del Papa sino profeta de Dios. Como los
reyes bíblicos es rex y sacerdos (rey y sacerdote).55
Tras la muerte de Carlomagno quien ocupaba las actuales Francia y
Alemania, y la zona intermedia entre ambas se produce la división de
su vasto imperio (por el tratado de Verdún de 843) en tres reinos
distintos, mientras que nuevos pueblos invasores, entre ellos los
normandos y eslavos, ocupan porciones del territorio del antiguo
imperio romano. En esta época, a partir del siglo XI aproximadamente,
se produce el debilitamiento de la autoridad de los reyes en beneficio
de las clases superiores o nobles, que se imponen sobre toda la
sociedad. Comienza entonces el fenómeno histórico que conocemos
como feudalismo.
Originariamente, estos “nobles” habían sido los lugartenientes del
rey bárbaro, gobernadores de provincias internas (condados) o
fronterizas (ducados). Con el paso del tiempo se produjo un sistema
de alianzas que creó relaciones de subordinación entre esos nobles.
Precisamente, el feudalismo se caracteriza por las alianzas que
constituyen vínculos llamados de vasallaje. El duque de Normandía,

55
Touchard, J: Historia de las Ideas Políticas. Madrid, Tecnos, 1977, p. 116.

45
JUAN DANIEL VIDELA

por ejemplo, era vasallo del rey de Francia, porque este le había
otorgado la administración y gobierno de las tierras de su feudo o
ducado a cambio de reconocer la propiedad eminente del monarca.
Por su parte, el duque podía ser señor de otro señor feudal de menor
poder y jerarquía. Se genera así una especie de pirámide de poder, en
la que cada propietario era vasallo de un superior y señor de un
inferior. En la cúspide está un rey, heredero nominal de las primeras
monarquías bárbaras, como la Carolingia, pero carente en los hechos
de poder. Como dice Heller, “mediante el enfeudamiento, la hipoteca
o la concesión de inmunidades el poder central se vio privado, poco
a poco, de casi todos los derechos de superioridad, siendo trasladados
a otros depositarios... Al soberano monárquico... le vienen a quedar
finalmente sólo muy pocos derechos inmediatos de dominación”.56
Idénticas relaciones existían entre la nobleza y las restantes clases
locales. Bajo el régimen feudal el rol fundamental de la nobleza es
ofrecer protección al campesinado que se agrupa en torno a la
residencia del noble. La base del régimen es la tierra, pues la posesión
de esta (por la nobleza) generaba obligaciones recíprocas entre el
señor (dador del derecho a trabajar la tierra y protector) y el siervo
(recipiente o tenedor de la tierra y protegido). En realidad, en algunos
casos el siervo cedía su propia tierra a cambio de protección, que no
sólo era militar sino jurídica y económica. Sobre esa tierra (pero
exclusivamente sobre ella) el señor ejerce poder político y a él están
obligados a prestar obediencia y tributo los que trabajan en ella y
eventualmente otras clases, como los habitantes de las ciudades o
villas (villanos), esclavos, trabajadores domésticos, etc. De ahí que la
base del poder sea económica. Y por eso mismo el poder político
está fragmentado en este sistema, especialmente en comparación
con las monarquías y el imperio que le precedieron. El señor feudal
tiene el derecho de administrar justicia, cobrar impuestos, declarar
la guerra a otros señoríos, a la vez que realizar con ellos alianzas de
protección mutua.
Hacia fines del siglo X, Otón I, el rey de Germania (el tercio oriental
de la desaparecida monarquía Carolingia) anexa partes de Italia y se
hace proclamar emperador de una nueva organización monárquica
que temporaria o intermitentemente logra imponerse sobre los
señoríos feudales que comprende. En la cúspide de la pirámide feudal
está ahora el emperador de ese imperio Romano, luego llamado Sacro

56
Heller, H. Teoría del Estado, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1977, p 142.

46
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Imperio, compartiendo la legitimidad política a la vez que rivalizando


con el Pontífice romano, en lo que algunos historiadores llaman una
diarquía, o poder compartido entre dos cabezas. Por un determinado
período (hasta mediados del siglo XI), el Emperador prevalece sobre
los señoríos feudales germánicos, pero después, el sistema feudal se
instala lisa y llanamente en el imperio. Precisamente en esta época las
monarquías francesa e inglesa comienzan a expropiar derechos a la
nobleza, en el comienzo de un largo proceso que conducirá al fin del
feudalismo.

6- El cristianismo
a) Origen y caracteres:
Si el pensamiento estoico en sus diversos estadios (griego, romano)
acompaña la disolución de la polis, el imperio helenístico y el imperio
romano, este último ve nacer en su seno al Cristianismo, religión que
acabará por extenderse por todo el mundo conocido. Pero el
Cristianismo no sólo es relevante como religión sino como acción y
pensamiento político y, en este sentido, rebasa la vida del imperio
romano y extiende su influencia a toda la edad media, eventualmente
produciendo una teología política de características complejísimas.57
Por eso es preciso tener presente varios factores. Primero, el
cristianismo es sucesor en diferentes respectos de la religión hebraica
y en su desarrollo hay que distinguir al menos entre dos etapas: la del
cristianismo primitivo que transcurre bajo el imperio romano, y el
cristianismo organizado, bajo el Papado que será una de las grandes
fuerzas de la edad media. Del mismo modo hay que distinguir entre
las dos grandes influencias filosóficas que recibe el cristianismo, la
platónica, que se manifiesta en San Agustín, y la aristotélica, que está
presente en Santo Tomás. Por último, hay que notar que en la edad
media la teoría política cristiana se mezcla con elementos greco-
romanos y germánicos.
Con respecto al cristianismo primitivo advirtamos que carece de la
organización que más tarde va a proporcionarle la Iglesia y que, hasta
cierto punto, es una religión clandestina y prohibida. En el contexto
histórico de sus comienzos, por eso, el cristianismo tiene un marcado
carácter apolítico, sintetizado en la afirmación de Jesucristo “mi reino
no es de este mundo”58 y en aquellas apócrifas que afirman que los
57
Gierke, O. v., Teorías Políticas de la Edad media. Bs. As., Huemul, 1963.

47
JUAN DANIEL VIDELA

cristianos pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo.


Ello no obstante, razones de índole interna y externa obligan a las
primeras comunidades cristianas a tomar posiciones (potencialmente)
políticas. En primer lugar, la necesidad de comprenderse como grupo
nuevo que a diferencia de los judíos no constituía propiamente una
nación unida por lazos de sangre e historia lleva a los primeros
cristianos a tematizar la idea de comunidad. Se llegó entonces a la
idea de una comunidad religiosa solidaria, orgánica, basada en la
analogía con la unidad del cuerpo de Cristo, el que, incidentalmente,
se otorga en la comunión, común-unión de los hombres con Él. Es
esta una sociedad orientada a un mismo tiempo por el amor terreno
y una promesa de vida ultramundana. En segundo lugar, las
circunstancias políticas del imperio romano obligan a los cristianos a
abandonar su apoliticidad y a aceptar la obediencia al poder político,
en parte por compromiso, en parte por considerar que obedecer
carece de importancia en comparación con la promesa del Cielo, en
parte, por último, para aprovechar la ocasión de colocar al poder
político bajo la órbita divina expresando que se deriva directamente
de Dios.59 Un ejemplo claro de esas estrategias es la Epístola a los
Romanos, de San Pablo, en donde encontramos la célebre frase nulla
potestas nisi a Deo (no hay autoridad sino bajo Dios).60
En cuanto a la relación cristianismo/filosofía griega, hay que distinguir
que la idea de Dios y la relación de este con su pueblo no son
concebidos del mismo modo en los pensadores cristianos influenciados
por Platón (los así llamados Padres de la Iglesia), principalmente San
Agustín, que en pensadores del segundo milenio, como Santo Tomás,
quienes acusan la influencia de Aristóteles. En el Antiguo Testamento
Dios tiene un carácter marcadamente personal y entra en relación
con un pueblo que es histórico y concreto (el judío) y por ello se
convierte en pueblo elegido. La filosofía platónica con su separación
tan tajante entre ideas y cosas no puede dar soporte conceptual
adecuado a la relación Dios/mundo: obviamente Dios estaría del lado
de la idea/verdad y el mundo del lado de la apariencia. Un dualismo
de esta naturaleza aparece por ejemplo en La ciudad de Dios de San

58
San Juan, 18, 37-38, en Nuevo Testamento. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, p.
354.
59
Wolin, S. Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental.
Bs. As., Amorrotú, 1974 , pp. 106-116.
60
San Pablo, Romanos, cap. 13, 1, en Nuevo Testamento. Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, p. 475.

48
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Agustín, libro que asigna a los hombres una existencia dual: como
ciudadanos del reino del pecado y del reino de Dios.61
Recién el aristotelismo de Santo Tomás explica la relación hombre/
Dios en términos de la participación de la razón humana en el plan
divino y con esto vuelve a la idea de ley universal que vimos en Cicerón.
Más aún, tomando la teoría aristotélica de las cuatro causas Santo
Tomás desarrolla un teoría del fin de la comunidad política al que
entiende como bien común, a la vez que define al hombre como
animal social y político, anticipando conceptualmente la ruptura entre
comunidad política y sociedad que habrá de darse en la época moderna.
b) Influencia en la teoría política medieval.
Pero la época de Santo Tomás (la baja edad media) es ya la época del
feudalismo triunfante y para entonces se ha consolidado una teoría
política cristiana de características muy específicas que incorpora
elementos tanto griegos como germánicos. Al decir de un autor
contemporáneo, las ideas políticas medievales “se centran
primordialmente en torno a las cuestiones del origen y del ejercicio
correcto del poder, a las que va inseparablemente unido el intento
por vertebrar del modo más adecuado a los tiempos la potestad civil
y la religiosa, dentro de una única ciudad que se define por su condición
cristiana. Ese carácter religioso, y aún marcadamente eclesiástico,
distingue al pensamiento medieval del antiguo greco-romano y del
moderno, tanto o más que sus propios contenidos. Estos responden
a dos concepciones que, de modo algo somero, se han denominado
descendente y ascendente, según se conciba el poder como un don
que proviene directamente de Dios al gobernante o, por el contrario,
a través del pueblo y de sus legítimos representantes. En ambos casos,
sin embargo, pervive la convicción de que todo poder tiene un origen
y un carácter divinos y que como tal debe ser ejercido por los príncipes
y acatado por los súbditos”.62
Dentro de las tesis de la política medieval debemos contar la idea de
comunidad, la continuidad del poder imperial romano en las nuevas
monarquías (como vimos más arriba al pasar revista al caso Carolingio),
la idea de poder, que casi unánimemente se hace derivar de Dios, y
la relación entre la iglesia y el imperio. Las cuatro tesis están desde

San Agustín: La ciudad de Dios. Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1958.


61

62
Barcala Muñoz, A. “La Edad media”, en Historia de la teoría política I, F. Vallespín, ed.
Madrid, Alianza, 1990, pp. 219-220.

49
JUAN DANIEL VIDELA

luego íntimamente relacionadas. Durante largo tiempo la idea clave


se expresó de la siguiente manera: “Si la humanidad es una sola, y si
no puede haber más que un estado que comprende a toda la
humanidad, dicho estado no puede ser otro que la Iglesia, fundada
por Dios mismo; y toda soberanía temporal puede ser válida
únicamente en tanto y cuanto es una parte de la Iglesia. Por ende la
Iglesia, siendo el único estado verdadero, recibió por mandato de
Dios la plenitud de todos los poderes espirituales y temporales como
partes integrantes que son del Uno Todopoderoso... El Papa es el
gobernante de lo que en principio es un Imperio (principatus) sobre
la comunidad de los mortales” 63. De allí la alegoría de las dos espadas,
de acuerdo a la cual el sacerdotium y el imperium, el poder espiritual
y el poder secular, habían sido entregados ambos por igual a Pedro.
En el siglo XII, y bajo la influencia del Papa Gregorio VII (coronado en
1073), quien defendió la supremacía de lo espiritual sobre lo temporal,
se reformula así la célebre tesis: “La espada espiritual y la espada
material pertenecen a la Iglesia; pero esta debe empuñarse para la
Iglesia, y aquella, por la Iglesia; una está en manos del sacerdote, la
otra en manos del soldado, pero a las órdenes del sacerdote y bajo
mando del emperador”.64 El papa Inocencio III (1198-1216) no tardó
en sacar sus propias conclusiones. Es el Papa quien entrega al rey la
espada secular y mantiene siempre autoridad sobre él.

CAPÍTULO TERCERO: EL MODELO CONTRACTUALISTA.


LA SOBERANIA (PODER) DEL ESTADO MODERNO.

63
Gierke, Otto V. Teorías políticas de la Edad Media. Bs. As., Huemul, 1963, pp. 98-99.
64
Touchard, J: Historia de las Ideas Políticas. Madrid, Tecnos, 1977, p.150.

50
1- Formación del estado moderno en Europa. Diversos
aspectos. 2- El estado absoluto y la personalización de
la soberanía: aparición del concepto de soberanía en el
pensamiento de J. Bodino. 3- La sociedad civil:
desarrollo histórico. Su relación con el estado. 4- El
paradigma individualista o contractualista. Estado de
naturaleza y sociedad civil: el pacto social según Hobbes,
Locke y Rousseau. Comparación con el modelo
aristotélico. 5- Excurso: comunidad y asociación en la
sociología del siglo XIX.

1- Formación del estado moderno en Europa. Diversos


aspectos.
Hacia fines del medioevo el emperador romano ocupa la cúspide de
la pirámide feudal, ejerciendo una supremacía muchas veces
meramente nominal (a través de los vínculos de vasallaje) sobre reyes
y no sobre pueblos. Los intermitentes experimentos monárquicos
de Carlomagno (s. IX) en Francia y la dinastía iniciada por Otón I (s.
XI) en el Sacro Imperio habrán de repetirse en un proceso que en
todas partes de Europa conducirá hacia la extinción del régimen feudal.
Tras algunas formas intermedias,65 el fin de la edad media marca
entonces el nacimiento de monarquías nacionales asentadas sobre el
vasto territorio de los antiguos reinos bárbaros -España, Francia,
Inglaterra, etc.
En este proceso de unificación del poder en torno a una monarquía
nacional que lo expropia de otros actores (característicamente la
nobleza), el rey contará con el apoyo de una serie de aliados políticos
nuevos: la burguesía como nueva clase social ascendente, ciudades
autónomas que deseaban liberarse de las interferencias de la nobleza
feudal, iglesias protestantes que deseaban liberarse de la tutela del
Papa romano, etc. Este proceso puede caracterizarse por diversos

65
Por ejemplo el estado estamental del siglo XIII. “En lugar del antiguo noble hereditario, en
esta época desaparecido ya en buena parte aparecen ya los nuevos estamentos profesionales:
el estamento de los caballeros que surge de los feudatarios no libres y que recoge partes de
la antigua nobleza, y la burguesía de las ciudades que gana poder a causa de la aparición de la
economía monetaria y crediticia. En lo sucesivo las funciones políticas y los derechos de
mando se transmiten por herencia con la tierra o se enajenan aparte. De este modo los
caballeros y las ciudades tienen la posibilidad de adquirir ventajas de carácter público, cargos
y derechos de la mayoría de los príncipes, cargados de deudas.” Heller, H. Teoría del Estado,
Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1977, p 144.

51
JUAN DANIEL VIDELA

aspectos:
1. El monarca se identifica con el estado o comunidad política y
concentra progresivamente todo el poder político, que ejercerá
con límites laxamente definidos. El rey logra independencia tanto
interna como externa, rompiendo a un mismo tiempo con las
autoridades del emperador y el sumo pontífice. A su vez concentra
una serie de facultades que antes eran compartidas entre los
señores feudales.
2. Por ejemplo, en lo jurídico, concentra facultades legisferantes,
de dictar leyes, y judiciales, la administración de justicia. Estas
facultades son exclusivas y excluyentes y van a dar origen al
concepto de soberanía como facultad de dar y quebrantar la ley,
tematizado por Bodino, como veremos más abajo.
3. El monarca también ejerce el monopolio de las fuerzas armadas
(que ahora son permanentes y no mercenarias como en la época
feudal).
4. Se crea un sistema único de recaudación de tributos (impuestos,
servicios, etc.) de base territorial, pero aún con excepciones
personales.
5. Para todos estos actos de administración el rey cuenta con una
burocracia, o cuerpo profesional de funcionarios dedicados a atender
los asuntos del estado. Esta es particularmente una manifestación
del carácter racional o racionalizante que signa el advenimiento del
estado moderno. Se trata de un cuerpo de funcionarios ordenados
jerárquicamente, que no tiene propiedad sobre los medios que
administra, ni percibe comisión sino un sueldo prefijado. Pero por
sobre todo es de fundamental importancia que sus facultades están
claramente delimitadas de antemano: el funcionario o burócrata
obra de acuerdo con leyes precisas y totalmente impersonales, lo
que torna imposible hacer excepciones.
Así sucede, como indica Heller, que “la palabra ‘Estado’ designa una cosa
totalmente nueva porque, a partir del Renacimiento y en el continente
europeo, las poliarquías, que hasta entonces tenían un carácter impreciso
en lo territorial y cuya coherencia era floja e intermitente, se convierten
en unidades de poder continuas y reciamente organizadas con un solo
ejército que era además permanente, una única y competente jerarquía
de funcionarios y un orden jurídico unitario, imponiendo a los súbditos
el deber de obediencia con carácter general”. A consecuencia de esto,
continúa Heller, “surge aquel monismo de poder, relativamente estático
52
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

que diferencia de manera característica al estado de la edad moderna del


territorio medieval”.66
Un buen ejemplo del proceso de formación del estado moderno es
la aparición de la monarquía nacional española como resultado de la
unión de dos casas feudales: los reinos de Castilla y Aragón. 1492
marca el éxito de la monarquía nacional española ya que en ese año
se descubre América, se conquista el reino de Granada de manos de
los moros y se expulsan los judíos de la península ibérica. Pero el
caso español no es aislado. Francia, Inglaterra y Portugal se contarán
también entre los primeros estados modernos, rivalizando con España
en sus empresas coloniales de expansión en América, África y Asia.

2- El estado absoluto y la personalización de la soberanía.


Bodino
a) Aparición del concepto de soberanía en J. Bodino:
Como hemos advertido, uno de los rasgos característicos de la formación
del estado europeo moderno es la concentración en las manos de un
poder central de la facultad de dictar la ley. Esa ley única, administrada
por una justicia también única y dictada sin el consentimiento de los
súbditos viene a reemplazar a los múltiples códigos y fueros de la época
medieval. La jurisdicción no sigue ya a las personas, sino al territorio en
que estas se encuentran. (La ley se aplica en función del territorio y no
del estatus de la persona a juzgar. Dentro de un mismo territorio en
principio no se realizan excepciones personales).
Corresponde pues a esta época una fuerte identificación entre poder
político nacional y facultad de dar la ley o facultad legisferante, identificación
que se plasma en el concepto político más importante entre los que
datan de esa época: soberanía. El jurista francés Jean Bodin (o Bodino),
heredero de la tradición de los legistas (juristas burgueses puestos al
servicio de la monarquía) es quien lo introduce en su obra célebre Los
seis libros de la República.67 Allí dice, con ecos aristotélicos (referencia a
la comunidad de familias) y latinos (uso del término res publica): “República
es un recto gobierno de varias familias y de aquello que les es común,
con poder soberano”.68 Por república Bodino entiende estado, pero
prefiere referirse a: a) comunidades intermedias, destacando aún la

66
Heller, H. Teoría del Estado, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1977; p. 145.
67
Bodin, J. Los seis libros de la república. Madrid, Tecnos, 1997.

53
JUAN DANIEL VIDELA

etapa formativa del estado a partir de comunidades intermedias, al


mismo tiempo que habla de b) gobierno y de poder, para recalcar la
aparición de una instancia centralizadora de las decisiones, en pleno
proceso de consolidación. Lo antiguo y lo moderno (el primer y el
segundo elemento mencionados) cohabitan en su definición.
De allí la vacilación semántica que se advierte cuando consideramos
que lo que en castellano decimos “poder” se dice puissance (fuerza) en
la versión francesa y “(summa) potestas (potestad)” en la latina. Fuerza
es simple poder, potestad suma es ya una instancia institucionalizada
de poder, es potestad de algo, o de alguien. Es decir que esta vacilación
semántica marca la evolución del concepto de soberanía en dos
respectos: su referencia a una relación coactiva (que es lo que primero
aparece, tal como hemos visto en el punto anterior, como concentración
de poder, puissance) y la exclusividad de la facultad del estado (la potestas
es summa). Resalta tambien en la definición de Bodino la descripción
de la cosa pública político con vocabulario a la vez antiguo y moderno.
Esta se hace desde el punto de vista de la comunidad (con vocabulario
aristotélico-latino que menta una comunidad de familias, familiarum
rerumque inter ipsas communium), y desde el moderno punto de vista
de la legitimidad del poder (con vocabulario moderno que menta dos
cosas, gobierno recto -jurídico- y potestad soberana, summa potestas
ac ratione moderata). La definición de Bodino se encuentra a medio
camino entonces entre los antiguos y los modernos. Ya hemos hecho
referencia a que la influencia del pensamiento aristotélico perdura hasta
los comienzos de la modernidad, en autores tales como Suárez, Bodino,
Althusio, Campanella, quienes, bajo diversas influencias y con distintos
vocabularios, sostienen en el mundo cristiano la ancestral tesis pagana
de que el hombre es un animal político por naturaleza.69 Pero lo que es
típico de la época es pensar el poder como atributo identificatorio de
la comunidad política, tratando de asirlo a una pauta legitimatoria, al
carácter jurídico, como veremos enseguida.
Pero volviendo al concepto de soberanía, podemos colegir de la
definición citada que Bodino entiende por potestad soberana: a) una
capacidad legítima (el gobierno es recto) en el sentido de justa, b) de
mandar a través de una facultad legisferante, la facultad de dar y

68
Ibid., p. 9.
69
En el capítulo primero, al hablar de las consecuencias de las tesis políticas aristotélicas.
Sobre la supervivencia del aristotelianismo en la modernidad, véase: Abellán, J. “El vínculo
entre tradición y mundo moderno. Las teorías políticas del derecho natural 1600-1750”, en
Historia de la teoría política I, F. Vallespín, ed. Madrid, Alianza, 1990.

54
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

quebrantar la ley (se trata del gobierno de un estado al fin). Del


análisis de ulteriores textos de Los seis libros de la república,
agregamos que: c) ese poder es supremo o superior, en el sentido de
absoluto, que se impone sobre todo poder inferior o intermedio y
no necesita el consentimiento de los súbditos, d) es un poder perpetuo
porque la facultad legisferante dura tanto como dura el estado, y e)
aunque Bodino habla de la res publica, para él, el soberano en última
instancia es el rey: la soberanía del estado se identifica con la del
monarca, está personalizada.
Bodino apela a una metáfora que subraya la importancia de la
soberanía y que se refiere a la crisis de poder, a la vulnerabilidad de
la monarquía francesa de su tiempo, “Pero del mismo modo que el
navío sólo es madera, sin forma de barco, cuando se le quitan la
quilla que sostiene los lados, la proa, la popa y el puente, así la
República sin el poder soberano que une todos los miembros y
partes de esta y todos las familias y colegios y en un solo cuerpo
deja de ser República”.70 Y dice más adelante que la soberanía es el
“fundamento”, el “quicio” en el que apoya toda la estructura de la
república, y del cual dependen todas las magistraturas, las leyes y
las ordenanzas: el único lazo y el único vínculo que convierte familias,
cuerpos, gremios e individuos en un sólo cuerpo perfecto, que es la
república. En ambos casos se trata de metáforas que,
paradójicamente, en su apelación a imágenes concretas, subrayan el
carácter abstracto y formal que Bodino asigna a la soberanía como
sostén y fundamento del estado.
Con vocabulario más reciente, podríamos decir que Bodino entiende
la soberanía como condición de posibilidad del estado. Cual alma del
estado, la soberanía es lo que lo mantiene unido y le da su ser: “sin
el poder soberano que une todos los miembros y partes de ésta y
todas las familias y colegios en un sólo cuerpo, deja de ser república”.
71
Pero este atributo, y eso lo más típico de Bodino, es doblemente
jurídico: es la forma o esencia (jurídica) del estado, y es a la vez una
facultad, la legisferante, entendida en términos de la actualización de
los principios universales del derecho romano. Se trata de un estado
de leyes, organizado por el derecho, y cuya ratio essendi es producir
derecho.

70
Ibid., p. 17.
71
Ibid., p. 111.

55
JUAN DANIEL VIDELA

Esto último es así, porque Bodino como vimos desdobla la diferencia


específica del estado con otras comunidades en una nota jurídica
que tiene un doble carácter: la potestad de mandar mediante leyes
y la supremacía de dicha potestad, carácter que resalta al llamarle
absoluto y perpetuo, donde absoluto significa incondicionado por
persona alguna y perpetuo significa de ilimitada vigencia temporal.
Con esto Bodino está formulando las condiciones de posibilidad de
una monarquía absoluta, pero piensa que se puede confiar en que el
rey no abusará de sus poderes. Por eso habla de ciertas limitaciones,
muy peculiares, no coactivas, impuestas al poder soberano, tales
como las leyes divinas, el derecho de gentes, y las leyes históricas
del reino. Decimos peculiares, porque de hecho el rey podría
transgredirlas, solo que habitualmente no lo hace por el carácter
sagrado (no humano ni por lo tanto coactivo) de estas normas.72

b) Soberanía o poder de y en el estado:


Para terminar, agreguemos que Bodino ha acuñado un término que
sigue hoy vigente para caracterizar jurídicamente al estado moderno.
Soberanía es esa cualidad del estado que lo singulariza como dador
de ley en un territorio limitado. De aquí surgen las notas identificatorias
de un estado soberano: la autonomía (darse leyes a sí mismo) y la
independencia, (ausencia de intromisión de un poder o legislador
extranjero). Lo que sí va cambiar en la teoría política posterior a
Bodino es la identificación entre soberano y estado. Como Bodino
tiene una noción absolutista del estado, confunde el estado con el
soberano dentro del estado, el rey. Hoy en cambio, decimos que hay
soberanía como carácter o capacidad del estado (soberanía del estado
o soberanía en sentido objetivo) y un poder máximo dentro del estado
capaz de actualizar este carácter (soberanía en el estado o en sentido
subjetivo). Para nosotros contemporáneos en la época moderna tardía,
el soberano en sentido subjetivo no es más el monarca, sino el pueblo

72
“En cuanto a la idea de la existencia de ciertas “leyes fundamentales” que se distinguen de
las demás “leyes circunstanciales” por ser fundamento de la ordenación total del Estado, ella
aparece en la Edad moderna, particularmente en Francia e Inglaterra, Se las consideraba
como normas inviolables a la vez que como principios constitutivos del reino. En Francia,
estas leyes “fundamentales” o leyes del reino (leges imperii), formaron un cuerpo de leyes
que regulaban el ejercicio y transmisión de la prerrogativa real y que, considerado inmutable,
garantizaba la existencia misma de la monarquía. Esta idea de inmutabilidad, que colocaba a
este cuerpo de leyes por encima de la Voluntad real, encuentra en Bodin uno de los más
autorizados teóricos”. Fayt, C. Derecho Político. Depalma, Bs. As., 1985, T. II, pag. 10.-

56
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

que se considera titular de los derechos fundamentales y dicta la


constitución. Pero esta primacía del sujeto, individual o colectivo,
recién aparece con los autores que vamos a estudiar a continuación:
Hobbes, Locke y Rousseau.

3- La sociedad civil: desarrollo histórico. Su relación con el


estado.
Habiendo estudiado el proceso de formación del estado europeo
moderno, su emergencia del feudalismo medieval para convertirse
en corporación soberana, resta ver su complemento histórico, la
sociedad civil. Advirtamos que el término mismo aparece en el inglés
del s. XVII y que, como veremos, el filósofo inglés Locke llama civil
society (sociedad civil), al estado que nace por virtud de un pacto a
partir de la condición (prepolítica) originaria del género humano.
Para Locke, sociedad civil significa estado a secas. Pero la idea de una
sociedad civil diferente y paralela al estado es tan antigua como el
estado mismo, aunque se la comience a llamar así recién en el siglo
XVIII.
La sociedad civil no es otra cosa que el complemento lógico del
concepto de estado. Si el estado moderno es la estructura de poder
que centraliza administración, justicia: derecho, fisco, etc., la sociedad
es lo que cae fuera de esos procesos, la familia, la religión, el mercado,
etc., la esfera de acciones “libres” o “privadas” que el estado (absoluto
al comienzo) garantiza. En particular, la emergencia de una sociedad
civil independiente testimonia el proceso de despoliticización de una
esfera autónoma de intercambios que ve la luz una vez que las naciones
europeas han cometido su objetivo de paz y unión en sus respectivos
territorios bajo el signo del absolutismo. Este proceso comprende la
progresiva autonomía de ciertas actividades económicas, la pérdida
del carácter absolutamente político de los derechos individuales y la
representación política, y la emancipación del individuo de las ciudades
y corporaciones.
Mientras que en el siglo XIX (como vimos en el primer capítulo) la
sociología naciente va a reclamar para sí el estudio de la sociedad,
como bien aporta Heller lo más importante es el estudio de las
relaciones entre sociedad y estado. Para Heller ellas constituyen el
más importante problema de la política de Occidente. “Para el
pensamiento burgués abstracto-liberal, la sociedad, concebida de modo
universal, según el modelo (Hegeliano) de la ‘sociedad civil’, es aquella
57
JUAN DANIEL VIDELA

esfera del libre juego “natural” de las fuerzas iguales que el Estado
deja en libertad e incluso como supuesto suyo”. Y agrega Heller “en
cambio para el pensamiento socialista la sociedad es un concepto
histórico concreto, absolutamente dinámico dialéctico, porque, en
cuanto sociedad de clases, contiene una buena dosis de opresión y
desigualdades sociales y aparece cargada por las tensiones de poder
que entre la sociedad y el Estado engendran hoy las exigencias de
libertad e igualdad del proletariado”.73 Es decir, hay dos maneras muy
opuestas de mirar a la sociedad civil: como reino de la libertad
económica natural (concepción liberal burguesa) y como escenario
histórico de lucha económica entre individuos desiguales (concepción
socialista). En los capítulos que siguen vamos a estudiar esta diferencia,
concentrándonos en la noción liberal clásica de estado constitucional
(capítulo IV) para pasar a los desafíos que el socialismo como cualquier
ideología que tematice la cuestión social han impuesto al
constitucionalismo tradicional.
Pero la característica teórica más importante de este desarrollo
consiste en los modelos conceptuales explicativos de la sociedad
humana (lo más importantes de los cuales veremos a continuación),
discusiones repetidas, tópicas, que reflejan la experiencia de la
disolución de los vínculos tradicionales, la contingencia del individuo,
la fragmentación de la esfera de las convenciones morales (lo que
Hegel llamó Sittlichkeit). Ellos constituyen un nuevo paradigma que
se propone como alternativa al aristotelianismo y al catolicismo
político. En la medida que el todo medieval se disuelve, grupos e
individuos ejercitan sus posibilidades de creación de nuevas formas
de asociación, proceso expresado en conceptos de la teoría política
que son todos (con excepción del concepto kantiano de juicio) figuras
de la voluntad: contrato, revolución, volonté general, etc. De esta
manera, el proceso de creación ex-nuovo equivale a la disociación de
las cuestiones de comunidad y dominio, vinculo colectivo y autoridad,
que la Política de Aristóteles supo discutir conjuntamente, algo que
ahora se hace cada vez más infrecuente. Esto es así porque ahora el
dominio y la autoridad no se dan dentro, ni mucho menos después,
de la comunidad o ente colectivo, sino que le preceden y como figuras
de la voluntad gozan de un estatus ontológico privilegiado.

4- El paradigma individualista o contractualista. Hobbes,


73
Heller, H. Teoría del Estado, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1977; pp. 125-26.

58
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Locke, Rousseau
a) El iusnaturalismo contractualista:
Bodino es un autor que podría incluirse en lo que Norberto Bobbio
ha llamado el “modelo aristotélico”, paradigma de pensamiento al
que nos referimos en los primeros capítulos y que será desafiado si
no reemplazado casi totalmente a partir del siglo XVII con la irrupción
de otro modelo, el iusnaturalismo, que aparece en autores como
Hobbes y Locke. Esta nueva corriente rompe con la tradición clásica,
que estaba formada por elementos antiguos y medievales, y cuya
metodología se apoyaba en la narrativa histórica, en la analogía (a
veces tomada de la biología), y en la interpretación de textos -jurídica
y bíblica. Muy por el contrario, se diferencia de los clásicos por la
aplicación del método demostrativo o geométrico, deduciendo las
obligaciones morales y políticas de los preceptos de la razón a los
que llama “leyes de la naturaleza”. De allí la denominación
“iusnaturalismo”. 74
Aplicando este método, los autores dentro de este modelo formulan
reconstrucciones puramente racionales (y no históricas o genéticas)
del origen de la sociedad. En esas reconstrucciones o narraciones
hipotéticas, el contrato o pacto entre los individuos que da origen al
estado es normalmente el elemento clave, la pieza de toque que
explica la formación del cuerpo político a partir de la voluntad
individual y de los derechos o libertades naturales que preceden al
estado. En una argumentación hasta cierto punto ficticia, se recurre a
una hipótesis o fábula política según la cual los hombres viven en
estado de naturaleza hasta que a través de un pacto deciden salir de
él. De ahí la denominación general de contractualismo que se aplica a
este grupo de teorías y su matriz profundamente individualista que
las diferencia del modelo aristotélico. Se trata de un paradigma según
el cual el estado es una realidad secundaria, subordinada, ya al individuo,
ya a la sociedad o estado natural de donde nace. La explicación genética
de la polis de Aristóteles es reemplazada por una explicación jurídica
del estado como resultado de un contrato. El hombre ya no es visto
como “animal político”, sino que se afirma su individualidad, su
independencia, y los correspondientes valores de la libertad, la igualdad

74
El término iusnaturalismo alude al concepto de ley natural, o de derecho natural que esta
corriente toma prestado de la filosofía estoica y de la escolástica, pero que es tratado por los
iusnaturalistas con un nuevo método científico-geométrico. Desde luego los términos
“contractualismo” y “iusnaturalismo” no tienen exactamente el mismo significado.

59
JUAN DANIEL VIDELA

y la seguridad políticas.

b) Estado de naturaleza y sociedad civil. El pacto social


según Hobbes, Locke y Rousseau:
Tres autores de la primera modernidad son exponentes de este
modelo de pensamiento político: los ingleses Hobbes y Locke, y el
francés Rousseau. Entre ellos, tal vez podría cuestionarse la aplicación
del rótulo individualista a Rousseau por lo que se refiere a las
consecuencias de su propuesta política, pero es indudable que
comparte con los otros dos autores el mismo individualismo
metodológico. El punto de partida del razonamiento de todos es el
individuo como realidad atómica, tal como se encuentra en lo que
estos autores llaman “estado de naturaleza”.
Hobbes y Locke viven en el mismo país (Inglaterra), en el mismo siglo
(XVII) y profesan una misma filosofía, el empirismo.75 Pero tienen
valores políticos contrapuestos. Hobbes (1588-1679) representa el
pensamiento del estado absoluto en su punto cumbre: defiende la
concentración del poder en manos del Rey. Locke (1636-1704), en
cambio, es partidario de una monarquía más limitada, en la cual el
Parlamento tiene derechos que hace valer frente al Soberano. Si
Hobbes es absolutista, Locke es el primer representante del liberalismo
político, es decir de la ideología o concepción filosófica que defiende
las libertades individuales frente al estado. Así la narrativa sobre el
origen contractual del estado es en un caso (Hobbes) justificación
del poder absoluto, en el otro (Locke), del derecho de revolución en
caso de tiranía.76
Pero las diferencias entre Hobbes y Locke se explican en función de
los contextos históricos en que vivieron. Hobbes vive las guerras de
religión británicas (entre católicos y protestantes), las que culminan
en la decapitación de un rey y en una dictadura parlamentaria -Long
Parliament o parlamento largo.77 Locke, en cambio, vive la Gloriosa
75
El empirismo gnoseológico asociado con el iusnaturalismo político encuentra el origen del
conocimiento en la sensibilidad, en la manera en que las cosas afectan los sentidos. Nace como
una respuesta a Descartes, para quien hay ideas innatas: el verdadero conocimiento se origina
en la mente y precede a la experiencia. La idea de Dios que se descubre, en la mente, y la idea
de que uno es en tanto que piensa (cogito ergo sum) son los modelos o estandares epistemológicos
de Descartes.
76
Una breve reseña de las ideas políticas de Hobbes y de Locke se encuentra en la Introducción
de C. Fernández Pardo a su antología Teoría Política y Modernidad: del s. XVI al s. XIX. Bs.
As, CELA, 1977, pp. 20-25.

60
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Revolución (Glorious Revolution) o revolución sin sangre, que cambia


la línea dinástica en Inglaterra, acaba con las pretensiones de los
aspirantes absolutistas al trono, e instaura la tolerancia religiosa.
Thomas Hobbes nace en 1588, hijo de un clérigo de quien recibe
una sólida cultura bíblica, aún cuando luego ha de escribir en contra
de la Iglesia. Pero Hobbes es también hijo del miedo. Ha nacido
antes de tiempo al dar su madre a luz prematuramente, impresionada
por el inminente arribo de la Armada Invencible de Felipe II de
España, a la sazón en guerra con Inglaterra. Por eso dice: “el temor
y yo somos hermanos gemelos”.78 Pero el miedo no acaba con su
nacimiento, lo acompaña toda su vida. “En el s. XVIII predominó en
Inglaterra, y en general en Europa el miedo político. El Estado se
había convertido en un instrumento de poder absoluto que absorbía
los demás temores. Los castigos procedían del Estado, que asumía las
funciones del poder máximo e incontrolado.”79 Sin embargo, lo curioso
es que Hobbes quiere eliminar el miedo a través del miedo,
rebasándolo, neutralizándolo, al concentrarlo en un soberano tan
poderoso que él mismo no tiene a quien temer y por lo tanto carece
de motivo para hacer daño alguno.
Eso en cuanto a las motivaciones de su obra, pero volvamos a la vida
de Hobbes. Estudia en Oxford y desde 1608 sirve de tutor a los hijos
de familias nobles, principalmente de los Cavendish. En esa época se
dedica a la filosofía aristotélica, las matemáticas, geometría, medicina,
historia antigua, traduciendo los Ocho Libros de la Guerra del
Peloponeso (1629) del historiador griego Tucídides, que son crónicas
de las guerras entre las antiguas ciudades griegas. Conoce a Bacon y
mantiene correspondencia con Harvey (descubridor de la circulación
del cuerpo humano) y con Descartes. De estas influencias nace su
sistema, que consta de tres partes a las que corresponden sendos

77
El rey en cuestión es Carlos I Estuardo quien intentó gobernar con prescindencia del
Parlamento inglés y hostigando a los protestantes, en particular persiguiendo a la secta
protestante puritana. Esto originó una resistencia que terminó en la decapitación de Carlos I
en 1649, con la consecuente abolición de la monarquía, declarándose que esta era inútil,
gravosa, y perjudicial para la libertad y la seguridad del pueblo. La revolución cambió sin
embargo de curso cuando un militar, Oliverio Cromwell tomó el poder. Eventualmente, sin
embargo, la monarquía Estuardo sería restaurada, en 1659. Pero esto es ya la época de Locke.
78
Chevalier, J. Los Grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días. Madrid, Aguilar,
1979, p. 52.
79
Tierno Galván, E. “Introducción” a Hobbes, T. Antología. Del Ciudadano. Leviatán. Madrid,
Tecnos, 1976, p. xiv.

61
JUAN DANIEL VIDELA

libros. Estas son: la física (en el libro De Corpore, 1650), la naturaleza


humana (en De Homine, 1650), y la política (en De Cive, 1647). Pero
Hobbes es más conocido por el libro que resume y epitomiza sus
ideas, el Leviatán (Leviathan, 1651), publicado precisamente durante
la dictadura parlamentaria, y por ello considerado una justificación
de su régimen de terror. Obviamente, el argumento Hobbesiano va
más allá de esta circunstancia histórica. Hobbes muere en 1679 durante
la restauración de la monarquía Estuardo, también absoluta, que siguió
a la dictadura del parlamento.
El marxista francés Roger Garaudy ha puesto en breve pero acertada
síntesis los fundamentos del sistema filosófico articulado en las obras
mencionadas más arriba. “Hobbes consideraba la geometría de
Euclides como modelo de los métodos del pensamiento lógico y la
mecánica de Galileo, como el ideal de la ciencia de la naturaleza.
Según él el mundo objetivo es un conjunto de cuerpos materiales
definidos geométricamente por su forma y extensión. En la naturaleza
todo se reduce a movimientos mecánicos. El hombre es un cuerpo,
como los demás. El alma no tiene extensión ni forma; no existe... La
psicología de Hobbes es también mecanicista... El deseo, la aversión y
el temor son los móviles de todas nuestras acciones”.80 El mundo de
Hobbes es un mundo de átomos materiales que sólo obedecen a
causas eficientes: impulso y apetito.
La argumentación política de Hobbes parte de una hipótesis ficticia:
“la condición natural del género humano”, estado de guerra de todos
contra todos. Los hombres en este estado compiten los unos con los
otros hasta el punto de hacer la vida colectiva imposible. Movidos
por el egoísmo, la envidia, la desconfianza, lejos de cooperar
mutuamente, ambicionan la posesión de los mismos bienes (todos se
sienten con derecho a todas las cosas porque las desean y ese deseo
los mueve a actuar) volviéndose predadores los unos de los otros.
Por eso dice Hobbes, citando al poeta latino Plauto, que el hombre
es lobo del hombre (homo hominis lupus), implicando que es la única
especie que se daña o destruye a sí misma.
Para Hobbes, la salida de esta condición natural, o “estado de
naturaleza”, es seguir la ley de la razón que manda hacer todo cuanto
conserve la vida y preserve la paz. Ello se concreta a través de la

80
Garaudy, R. “El materialismo inglés de Hobbes a Locke”, en J. Locke, Carta sobre la tolerancia
y otros escritos. Méjico, Grijalbo, 1970, pp. 151-152.

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COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

renuncia mutua a la pretensión a todas las cosas, satisfaciéndose con


“la misma libertad que les sea concedida a los demás con respecto a
sí mismo”. Esta autorrestricción, o enajenación preventiva y defensiva
de los derechos individuales para preservar el derecho más preciado,
a la vida, se realiza mediante un pacto que confiere (en rigor crea) el
poder a un soberano. Así nace el estado político o civil, cuando
mediante un pacto de todos los hombres entre sí, estos enajenan su
derechos (principalmente a la propia defensa) y los colocan en manos
de un hombre (o asamblea de hombres) “que posee tanto poder y
fortaleza que por el terror que inspira es capaz de conformar las
voluntades de todos ellos para la paz en su propio país, y para la
mutua ayuda contra sus enemigos en el extranjero”.81
Como consecuencia, Hobbes ha roto decididamente con la teleología
política heredada de Aristóteles, al reducir el cuádruple esquema
causalista de Aristóteles a sólo dos causas: la material (los hombres,
que tal como los átomos inertes de la física se mueven por estímulos
y mera fuerza), y la eficiente, el miedo o compulsión que mueve al
otorgamiento de la voluntad en el pacto social.82 Pero la polis devenida
estado (o sociedad civil) ya no es fin natural y objetivo de la conducta
política. Es hija del miedo, no de tendencias innatas e inmanentes.
Separado de Hobbes por casi dos generaciones, John Locke, nace en
1632 bajo la monarquía Estuardo, que precede al Long Parliament y
recién se interesa por la política a partir de 1667, es decir un par de
décadas antes de la Gloriosa Revolution. Locke es a esta última, lo
que Hobbes es al Long Parliament. El uno es el pensador del
absolutismo, el otro el de la primera versión del liberalismo
constitucional. Pero a diferencia del absolutismo que es un período
acabado de la historia europea, el liberalismo lockeano influencia la
Revolución Francesa, la Americana, y en general el constitucionalismo
que llega hasta nuestros días.
Volviendo a sus datos biográficos, a partir de 1652 estudia en Oxford,
al igual que Hobbes, y al igual que él reacciona contra el escolasticismo.
Locke es también protestante, el puritanismo (versión del calvinismo)
es una de las fuerzas que inspiran su vida y su obra. En 1666 entra
como preceptor a la casa de lord Shaftesbury, partidario de Carlos II

81
Hobbes, T. Leviatán, en Hobbes, T. Antología. Del Ciudadano. Leviatán. Madrid, Tecnos,
1976, cap. Xvii, p. 162.
82
Al respecto véase el segundo volumen de la obra mencionada de M. Riedel M. Metafísica y
metapolítica. Buenos Aires, Alfa, 1977.

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JUAN DANIEL VIDELA

Estuardo. Luego pasa a Francia, donde escribe el Ensayo sobre el


entendimiento humano obra en que expone su versión de la filosofía
empirista. Este fue publicado en 1690, a su regreso a Inglaterra,
flanqueado por la Carta sobre la tolerancia (1689) y los Dos Ensayos
sobre el gobierno civil (1690). La palabra inglesa que Locke usa, sin
embargo, es tratado (treatise), no ensayo.
A diferencia de la construcción hobbesiana, para Locke el hombre es
bueno por naturaleza: el estado de naturaleza (figura hipotética a la
que él también recurre) no es necesariamente violento, aunque algo
inseguro o inestable. Esto se debe a que está regido por una “ley
natural”, que en principio, pero no siempre, los hombres respetan.
“La razón, que coincide con esa ley, enseña a cuantos seres humanos
quieren consultarla que, siendo iguales e independientes, nadie debe
dañar a otro en su vida, salud, libertad, o posesiones; porque siendo
los hombres todos la obra de un Hacedor omnipotente… son
propiedad de ese Hacedor y Señor que los hizo para que existan
mientras le plazca”.83 Es decir, hay una ley natural dictado de la razón,
algo de origen divino que el hombre encuentra al escuchar su propia
conciencia, y que obliga al respeto y la tolerancia del otro, afirmando
la igualdad de todos e impidiendo que unos se sobrepongan a otros.
La sociabilidad o politicidad aristotélicas está como en Hobbes de
nuevo ausente -se trata de una esfera de transacciones entre individuos
enteramente liberados de sus vínculos- pero el estado de naturaleza
es visto como una situación en principio de coexistencia pacífica. Es
más, es una situación casi totalmente estable (aunque perfectible),
una sociedad precaria que habría nacido de un acuerdo tácito de vivir
en sociedad, lo que los teóricos medievales llamaron pactum societatis.
Locke no desarrolla el tema empero.
Pero en razón de no ser el estado de naturaleza totalmente perfecto
existe siempre la posibilidad de que alguien desoiga su razón y
transgreda la ley natural. Es entonces que surge el estado o sociedad
civil, por un convenio (del cual Locke sí habla explícitamente) entre
el monarca y los súbditos, en que se transfiere al primero el derecho
de hacer cumplir la ley natural y castigar al culpable. Sería este un
pacto de sujeción, pactum sujecionis, de acuerdo con el cual el monarca
debe respetar las libertades individuales: propiedad, culto, expresión,
y que puede ser revocado cuando el monarca no respete sus términos.
De este modo justifica el derecho a la revolución en caso manifiesto

83
Locke, J. Ensayo sobre el gobierno civil, cap. 2, párrafo 6.

64
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de abuso del poder.


Asimismo, Locke hace otros aportes considerables a la teoría política:
justifica la propiedad privada como producto del trabajo y la
acumulación del hombre diligente (Ensayo, cap. V), anticipa la teoría
de la división de poderes (al limitar el poder repartiendo facultades
entre rey y parlamento o legislador soberano, Ensayo, caps. X-XII) y
propone la tolerancia religiosa en un país consumido por guerras de
religión que duraron más de un siglo (Carta sobre la Tolerancia) . Así,
Locke muere en 1704, dejando un legado de moderación política que
se fundamenta en los derechos inalienables del hombre de
autogobernarse y venerar a Dios.
Como su nombre lo indica, Del contrato social (1762) de Juan Jacobo
Rousseau (Francia, 1712-1778) pertenece también al paradigma
contractualista del origen del estado. Pero la circunstancia histórica
de su autor es muy distinta a la de Hobbes y Locke, y la obra misma
de éste es muy variada para encasillárselo dentro de una corriente
única de pensamiento.
A decir verdad, Rousseau es un pensador sumamente original no
exento de contradicciones que anticipa el romanticismo del siglo XIX
así como muchos motivos del pensamiento del siglo XX. Una de las
diferencias más importantes con Hobbes y Locke es que Rousseau es
una de las primeras figuras de la Ilustración o Iluminismo, y que el
gran momento histórico al que está asociado es la Revolución Francesa.
La ilustración es un movimiento de la cultura europea del siglo XVIII,
pero sus efectos se sienten aún hoy. Profundiza, radicaliza el
racionalismo del siglo anterior, poniendo en cuestión todo principio
y toda autoridad que no sea la crítica o el examen.84
Rousseau nace en Ginebra en 1712 y tiene una niñez infeliz y solitaria
que influye en sus obras sobre educación, Emilio y La nueva Eloísa.
Entre 1754 y 1766 vive en París en donde se pone en contacto con el
movimiento ilustrado y los autores de la Enciclopedia, primer
diccionario publicado del saber universal, al que contribuye. Muere
en 1779, hermitaño y desequilibrado, pero reconocido como una de
las grandes figuras intelectuales de la revolución.
Para Rousseau, el principal problema de la política es encontrar una
forma de asociación que defienda a cada asociado y en la que, además,

84
Cassirer, E. Filosofía de la Ilustración, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1943.

65
JUAN DANIEL VIDELA

cada uno no obedezca sino a sí mismo y siga tan libre como antes.
(Con esto último, anticipa la formulación kantiana del imperativo
categórico como regla de la moral). La solución es, a semejanza de
sus antecesores inmediatos, un pacto social, pero en Rousseau el
asociado enajena todos sus derechos a la comunidad y “pone en
común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la
voluntad general, y nosotros recibimos además colectivamente a cada
miembro como parte indivisible del todo”.85 El asociado pone su
persona y su poder bajo la dirección de la voluntad general, que es en
cierto modo infalible y se expresa como ley. Ella misma es soberana
en el sentido de que marca una dirección suprema. Asi, como expresa
Touchard, “el contrato de Rousseau no es ni un contrato entre los
individuos [como en Hobbes] ni un contrato entre los individuos y
el soberano [como en Locke]… Mediante el pacto social cada uno
se une a todos. El contrato se formaliza con la comunidad.” 86 De
este modo, continúa el razonamiento de Rousseau, cada asociado se
une a todos y no se une a nadie en particular; no obedece más que a
sí mismo y conserva su libertad.
Al igual que en Hobbes se parte de la hipótesis de un estado de
naturaleza, y al igual que en él el resultado es una comunidad
potencialmente absolutista. A su vez, con Rousseau y los autores de su
época la dicotomía hobbesiana (y lockeana) estado de naturaleza/
sociedad civil, se transforma en una tricotomía: estado de naturaleza/
sociedad civil/estado político. Porque para Rousseau el estado natural
es un estado de inocencia, la sociedad civilizada representa una caída
del mismo, y la superación se encuentra en la república nacida del
contrato que liga a todos con todos en una comunidad y bajo un mismo
poder.87 La diferencia entre ambos autores radica, empero, en que
Hobbes hace depositar el poder en manos de un monarca o asamblea
que detentan el poder absoluto, mientras que Rousseau piensa en una
ley absoluta que surge del ejercicio de una democracia directa.
El problema de la teoría rousseauniana se ve claramente: cada hombre
está bajo un poder, la voluntad general, que si bien es de todos,
puede convertirse en absoluta si falla el proceso de discusión que
averiguando el interés general le da origen en las asambleas. Rousseau,
85
Rousseau, J. Del Contrato Social. Madrid, Espasa-Calpe, 1975, Libro I, cap. VI, p. 43.
86
Touchard, J. Historia de las ideas políticas. Madrid, Tecnos, 1977, p. 330.
87
Si leemos el Contrato Social, Rousseau parece hablar en términos dicotómicos, pero en el
contexto total de su obra el tercer término aparece, particularmente en los Discursos, que
tematizan el origen y existencia de la sociedad entre estado de naturaleza y estado político.

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COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

claro esta, da por sentado el éxito de tal proceso. Como bien se ha


dicho, en caso de surgir una oposición entre autoridad y libertad la
teoría rousseauniana establece su síntesis en la ley.88 En otros términos,
la obediencia a la ley prescripta es libertad.

c) Comparación con el modelo aristotélico:


Veamos ahora la comparación que Norberto Bobbio hace del
contractualismo con el paradigma aristotélico, que nosotros hemos
visto con cierto detalle en el análisis de la Política de Aristóteles y los
Seis libros de la república de Bodino: “El modelo tradicional
[aristotélico] contrapone una reconstrucción histórica a la
reconstrucción racional propuesta por los iusnaturalistas (aunque bien
se trate de una historia imaginaria). El punto de partida no es un
abstracto estado de naturaleza en el que los hombres se habían
encontrado antes de la constitución del Estado, y que le precede
lógicamente y no cronológicamente, sino la sociedad natural originaria,
la familia, que es una forma específica concreta, históricamente
determinada de sociedad humana. Mientras el modelo hobbesiano es
dicotómico y cerrado (el estado de naturaleza o el estado civil), el
modelo aristotélico es plural o abierto (del primero al último grado
los niveles intermedios pueden variar de número). Mientras en el
primer modelo, precisamente en cuanto dicotómico uno de los dos
términos es la antítesis del otro y por lo tanto el estado de naturaleza
y el estado civil son puestos frente a frente en una relación antagónica,
en el segundo modelo, entre la sociedad original y primitiva y la
sociedad última y perfecta que es el Estado existe una solución de
continuidad, de evolución o de progresión en el sentido que de la
condición familiar al estado civil el hombre ha pasado a través de
fases intermedias que hacen del Estado, en vez de antítesis del Estado
prepolítico, la desembocadura natural, la llegada necesaria; de alguna
manera la conclusión casi predeterminada de una serie más o menos
larga de etapas obligatorias.” 89
A los conceptos de Bobbio tal vez deberíamos agregar que lo más
típico del iusnaturalismo es el entendimiento del pacto o contrato
social como producto de la voluntad del individuo, y que se proyecta

88
Fernández Pardo, C. “Introducción”, en Teoría Política y modernidad: del siglo XVI al siglo
XIX. Bs. As., CELA, 1977.
89
Bobbio, N. y M. Bovero. Sociedad y Estado en la filosofía moderna. El modelo iusnaturalista
y el modelo hegeliano-marxiano. Mexico: Fondo de Cultura Económica, 1986, p 60.

67
JUAN DANIEL VIDELA

como el concepto y el valor más importante del período. Mientras


que Aristóteles deriva la polis de la physis y Cicerón la obediencia al
imperio de la ley natural, el sujeto, entendido ahora como
individualidad política y hacedor de pactos (de los cuales se deriva
cual artefacto el estado) es la figura más importante de la imaginación
filosófica del período moderno.90 Ello no obstante, rasgos del modelo
tradicional aparecerán más luego en la historia, repitiendo sus
caracteres comunitarios y organicistas, pero expresados, vertebrados,
por la categoría moderna de la subjetividad.
Por ello se hace necesario pasar revista a otras formas de
argumentación a las que podríamos llamar comunitarias que en la
segunda parte de la modernidad han venido a ocupar el lugar del
modelo aristotélico en la postulación de la primacía de la comunidad
sobre el individuo. Por ejemplo, la filosofía de Hegel, que es el intento
moderno más poderoso de presentar la realidad colectiva como un
organismo diferenciado pero incluyente de toda otra realidad. Hegel,
claro está, lo hace con un vocabulario moderno y desde supuestos
derivados de la filosofía subjetivista fundada por Kant, cuyo punto de
partida es radicalmente moderno: la conciencia individual. Pero en
Hegel esa conciencia individual cambia su naturaleza al volverse algo
colectivo, el espíritu (Geist). En su pensamiento, el estado absorbe la
familia y la sociedad como momentos de su desarrollo histórico.91
Por esa insistencia en la primacía de lo colectivo, Hegel es el padre
de dos movimientos muy importantes del siglo XIX: el socialismo y
el nacionalismo. Ambos movimientos, no menos que otras muchas
corrientes de pensamiento, tales como versiones modernas del
aristotelismo, o la doctrina de la Iglesia Católica, han influido a su vez
en la ideología del estado liberal, convirtiéndolo o reemplazándolo
en muchos países por un estado social de derecho, forma histórica
que también habremos de estudiar en detalle más adelante (capítulo
quinto). Por ahora, nos limitamos a anotar que a la teoría liberal de la
primacía de los derechos y libertades individuales, esas corrientes
comunitarias agregan la noción de derechos colectivos y reclaman
nuevas facultades del estado para intervenir en el juego de las libertades
individuales dentro de la sociedad y la economía.

5- Excurso: comunidad y asociación en la sociología


90
Schürmann, R. Des Hégemonies Brisées. Mauvezin, T.E.R., 1996.
91
Hegel, G.F. Filosofía del Derecho. Méjico: UNAM, 1975.

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COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

contemporánea
Hemos visto como los paradigmas aristotélico y contractualista
constituyen las dos opciones teóricas más importantes para explicar
la naturaleza y origen de la comunidad política, siendo el primero
característico de la antigüedad y el segundo característico de la
modernidad, época en donde aparece un desdoblamiento entre
sociedad y estado. En esta época ambos paradigmas todavía compiten
en el seno de la filosofía política, en el momento histórico en que
esta comienza a llamarse “teoría” política y, sin dejar aún totalmente
el método filosófico, lentamente se constituye como un discurso cuasi-
independiente que prefigura la ciencia política no-filosófica de los
siglos XIX y XX. Ahora bien, durante estos dos últimos siglos
aristotelianismo y contractualismo ya no presentan el vigor de la
primera modernidad, ya no informan el vocabulario de las teorías
políticas de mayor prestigio. Aparecen diversas formas de pensamiento
político -marxismo, positivismo, liberalismo, anarquismo- que no
pueden ser calificadas de estrictamente filosóficas y las cuales se
abstienen de hacer pronunciamientos ontológicos sobre el origen de
las comunidades políticas o de adscribir su origen a la naturaleza o la
voluntad humanas. Los nuevos paradigmas de la teoría política no
tienen un lugar definido para el problema del origen del estado. Este
deja de ser un “problema” (o deja de ser un problema mayor para la
teoría política), entre otras razones porque el estado moderno ya
está consolidado y no necesita una explicación teórica que le
proporcione sustento o justificación. En efecto, el contractualismo,
que es la postura de la cual el problema del origen del estado recibe
su mayor énfasis en la época moderna, es en todos los casos una
discusión sobre la aparición del estado como realidad histórica nueva.
Más aún, en el siglo XIX el individualismo y el liberalismo modernos
ya están lo suficientemente aceptados como para que sea necesaria
una continuada tematización del individuo como origen del estado o
de la libertad como límite del poder político.
Todo esto no significa que los términos básicos de la discusión entre
aristotelianismo y contractualismo moderno desaparezcan en el siglo
XIX. A decir verdad, son recibidos por la ciencia social naciente
-particularmente la sociología- y en un contexto doblemente nuevo,
en lo histórico y en lo epistemológico. En lo epistemológico, en un
contexto nuevo en el cual frente a la filosofía surge una disciplina
referida a los fenómenos humanos con aspiraciones científicas nuevas,
la sociología. Es esta una ciencia positiva -como le llama el positivismo

69
JUAN DANIEL VIDELA

de entonces- empírica, basada en hechos y no valoraciones, y opuesta


a la metafísica. En segundo lugar, en lo histórico, la ciencia social del
siglo XIX tiene entre sus grandes problemas la explicación de los
cambios que caracterizan a la sociedad industrial, la transformación
de la vida cotidiana que pasa de ser aislada, rural, “tradicional”, a ser
cosmopolita, urbana, “moderna”. De este modo, la unidad del todo
social tematizada por el aristotelianismo y el carácter artificial del
mismo sostenido por el contractualismo pasan a ser dos conceptos
o dos variables de la sociología del siglo XIX, cuya nota característica
es mostrar cómo tradición y modernidad son momentos inevitables
de la evolución del género humano. Presentamos su análisis en este
lugar ya que los próximos dos capítulos si bien tratan el desarrollo de
la política desde la revolución francesa hasta la crisis económica y el
New Deal de comienzos del siglo XX, lo hacen bajo el paradigma de
la ciencia del derecho, aunque son más o menos contemporáneos de
los análisis sociológicos que pasamos ahora a mostrar.
En el contexto arriba esbozado Émile Durkheim (1858-1917) -uno de
los llamados “padres” de la sociología- plantea desde su tesis doctoral
misma, De la división del trabajo social, el problema fundamental de la
existencia de comunidades o agregación social de los individuos (“¿Cómo
es posible que una multitud de individuos constituya una sociedad?”)
en términos de dos formas de solidaridad (formas de carácter o
asociación), mecánica y orgánica, respectivamente.92 La solidaridad
mecánica es, de acuerdo con Durkheim, la solidaridad de la resemblanza.
Los individuos son similares los unos a los otros, sienten las mismas
emociones, comparten los mismo valores. Por el contrario, la solidaridad
orgánica resulta de la diferenciación -el consenso entre ellos se logra
(se tiene que buscar y se debe lograr) precisamente porque son
diferentes. El primer tipo de solidaridad corresponde, en sentido
estricto, a sociedades primitivas, básicamente indiferenciadas entre sí.
El segundo tipo corresponde a las sociedades industriales cuya
organización está regida por la división del trabajo, es decir, por un
principio de diferenciación: distintos individuos cumplen distintas tareas.
En este tipo de sociedades el individuo desarrolla una conciencia de sí
como diferente de todos los demás.

92
Cf. Portantiero, J. (ed.) La sociología clásica. Durkheim y Weber. Bs. As., CELA, 1978;
Hauck, G. Geschichte der soziologischen Theorie. Hamburg, Rowolts, 1884; Schoeck, H.
Historia de la sociología. Barcelona, Herder, 1977; Nisbet, R. The sociological tradition. New
York, Basic Books, 1996.

70
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

De semejante modo Max Weber (1864-1920), otro de los fundadores


de la sociología contemporánea, basa su análisis de la época moderna
en la categoría de la racionalización.93 De acuerdo a Weber la vida
cotidiana está cada vez más sometida al cálculo racional, al mismo
tiempo que en ella dejan de operar la creencias en los valores
tradicionales, más aún, la creencia en que el destino del hombre está
dominado por fuerzas míticas. Considerando su dimensión histórica,
llama Weber a este fenómeno (siguiendo al historiador Schlegel) el
“desencantamiento del mundo”. Sus orígenes los atribuye a la religión
calvinista cuya interpretación bíblica lleva (según Weber) al cálculo
racional de las consecuencias de la obediencia o la desobediencia de
las órdenes de Dios. El calvinista o puritano racionaliza la vida
económica a la que considera como un mandato divino y supone que
el éxito en los negocios es una señal de la aprobación de Dios, del
haber sido elegido para la salvación. Pero en términos generales, la
teoría social de Weber es una reflexión sobre el pasaje de un mundo
tradicional a uno moderno. En ese sentido concuerda con Durkheim
en que el problema principal de la sociología lo constituye explicar
las transformaciones fundamentales y los efectos de la modernización
sobre las sociedades tradicionales. Y en esto recepta los viejos
conceptos de comunidad y asociación voluntaria que informan los
paradigmas aristotélico y contractualista. Sólo que ya no se trata de
paradigmas opuestos, sino de momentos en una misma explicación
del proceso de modernización en una misma teoría (o filosofía) de la
historia.
Pero el mérito de haber acuñado las categorías fundamentales de
comunidad y asociación que corresponden respectivamente a lo
tradicional y lo moderno corresponde al sociólogo alemán Ferdinand
Tönnies (1855-1936). El tema de su vida, compendiado en la obra
Comunidad y asociación94 es el de la oposición entre el mundo rural
y el de la ciudad, entre lo natural y lo artificial, lo intuitivo y lo reflexivo,
lo originario y lo contractual, que precisamente surge en el marco de
sus estudios sobre el contractualismo, particularmente sobre la obra
de Thomas Hobbes, a quien dedica un importante libro. Tönnies
analiza los dos grandes movimientos políticos de su tiempo,
comunismo y socialismo, como representantes de formas puras que

93
Weber, Max “Ciencia como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As., CELA, 1980. Cf.
Gerth, H. y C. Wright Mills. From Max Weber: essays in sociology. New York, Oxford
University Press, 1946, pp. 70-74.
94
Gemeinschaft und Gesellschaft, hasta donde sabemos no traducido al castellano.

71
JUAN DANIEL VIDELA

cree han existido siempre, siendo la familia el germen de la primera,


el contrato la esencia de la segunda. En términos semejantes a los de
Weber atestigua la progresiva liberación producida por el racionalismo
manifestado como voluntad de los procesos naturales. La voluntad,
recordemos, es el presupuesto del contrato social. Para Tönnies,
mientras que la comunidad está dada y se pertenece a ella por tradición
y por sangre, a la sociedad se pertenece por interés. La una surge por
una voluntad esencial (lo que es otra forma de decir que está dada,
que es espontánea), la otra por una voluntad consciente, “de arbitrio”.
Armonía familiar, costumbre y religión, agricultura y artesanía en la
una son reemplazados por convención, política y opinión pública,
comercio e industria en la otra. Pero, como dice Heller, “fácilmente
se comprende que dos ‘conceptos orientadores’ brevemente descritos
no aparecen nunca, en la realidad, en estado puro, sino siempre
mezclados”.95
Vemos así que tanto en Durkheim, como Weber, como en Tönnies
hay una preocupación por explicar, desde la teoría social, los efectos
del progreso tecnólogico sobre la vida cotidiana. Este problema, sin
repetir los términos de las teorías del contrato social, pregunta por
el carácter voluntario de las asociaciones industriales, afirmando que
hay en ellas algo artificial y al mismo tiempo emanado de la voluntad
del individuo. La vida urbana en las sociedades industriales se ve como
el resultado de una elección individual, nadie se siente pertenecer al
todo social, sino que cree poder evadirse de él de distintas maneras,
no sólo cambiando su habitat u ocupación, sino en la evasión más
segura que consiste en recluirse en su propio ámbito íntimo. Si bien
ninguno de estos autores renegó de la política (incluso la consideraron
como un capítulo de la sociología) es indudable que su diagnóstico
del individualismo contemporáneo lleva a consecuencias apolíticas.
El estado cae en desgracia hacia finales del siglo XIX y sólo será
rehabilitado parcialmente en el siglo XX, donde conviven el New
Deal americano con el fascismo y nazismo europeos.

95
Heller, H. Teoría del estado. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1977, pp. 106-107.

72
CAPÍTULO CUARTO: EL ESTADO
LIBERAL DE DERECHO.
1- Despersonalización de la soberanía. Del estado de leyes
al estado de derecho. Presupuestos de la
despersonalización: individualismo, liberalismo,
igualitarismo, seguridad jurídica. Teorías de la soberanía
popular y nacional. 2- El constitucionalismo o liberalismo
jurídico. Concepto y desarrollo. La constitución en sentido
jurídico-formal. Teoría del poder constituyente, Sieyès.
Superlegalidad, estado de derecho. Consecuencias
históricas del constitucionalismo. 3- La constitución en
sentido material. 4- Excurso (1): Tipología de los conceptos
de constitución de García Pelayo. 5- Excurso (2):
Liberalismo político y liberalismo económico.

1- Despersonalización de la soberanía.
a) Introducción.
En el capítulo anterior hemos seguido el desarrollo del estado
moderno, así como dos fuertes modos de preguntar acerca de él, el
modo de Bodino (que está cerca aún del paradigma de Aristóteles) y
el de los contractualistas como Hobbes, quienes generan un paradigma
nuevo que rompe radicalmente con el pensamiento antiguo. Debemos
reparar en dos cosas. En primer lugar en el énfasis que todos los
autores citados ponen en el fenómeno de la soberanía: tras la
fragmentación medieval del poder surge la necesidad de una unidad
centralizadora que en este determinado momento histórico coincide
con la corona. En segundo lugar, todos los autores (pero
particularmente los contractualistas) tematizan la legitimidad del poder
del monarca, ofreciendo justificaciones tanto para obedecerlo como
para desobedecerlo. Para ello, algunos recurren a la figura de un
pacto como acto originante del estado. Dirán que el pacto que da
origen al estado de sociedad (civil o jurídica) es un convenio que el
rey debe respetar porque lo ha suscripto y es parte de él -pacta sum
servanta. A propósito notemos que el paradigma aristotélico en su
variante bodiniana se adecua a la monarquía absoluta tanto como el
contractualista en su versión hobbesiana. Locke, por su parte, es
partidario de una monarquía constitucional que respeta los derechos
individuales. En cualquiera de las tres teorías, por otra parte, se da
una identificación positiva entre monarquía y la naciente unidad

73
JUAN DANIEL VIDELA

territorial que de aquí en más habrá de llamarse estado. En este


sentido se dice que la soberanía del estado moderno en su primera
etapa está personalizada.

b) Del estado de leyes al estado de derecho:


Pero en Locke se encuentran las semillas de un nuevo paradigma político,
más bien de una variante heredera del paradigma contractualista del
siglo XVII (que podríamos llamar la cosmovisión del estado liberal de
derecho) cuya novedad fundamental es el concepto jurídico de estado
al que corresponde un concepto formal de constitución, que es mucho
más que un mero tipo de constitución, sino un paradigma político en sí
mismo, tal como veremos más abajo. Entre otras tesis fundamentales,
este paradigma afirma la despersonalización de la soberanía, que hace
centrarse en la misma constitución o en su dador: el pueblo soberano.
Sin embargo, esta nueva forma de estado constitucional, como habremos
de ver, entrará en crisis por la eclosión de sus propias tendencias (el
conflicto entre liberalismo y democracia, la globalización, el estado
terrorista), de modo que la ciencia política llega al siglo XX,
particularmente a la Segunda Guerra Mundial, afirmando la crisis del
estado moderno y dando testimonio de su ruina en el contexto de la
guerra fría.
En este proceso de despersonalización de la soberanía se advierte
cómo el quiebre del estado absoluto es un desarrollo paulatino que
encuentra su inflexión y su fuerza hacia fines del siglo XVII, haciendo
despertar la ideología constitucionalista más o menos hacia el tiempo
de la Gloriosa Revolución en Inglaterra (1688), y con los ensayos
escritos por el portavoz de ella, John Locke. Pero esto no quiere
decir que la monarquía absoluta haya estado exenta de leyes.96 Ya
hemos mencionado que según Bodino el rey debía respetar ciertas
leyes de naturaleza fundamental, como las leyes del reino. Más

96
“Una tradición que se remonta al siglo XVIII o al XIX nos habituó a situar el poder monárquico
absoluto del lado del no-derecho: lo arbitrario, los abusos, el capricho, la buena voluntad, los
privilegios y las excepciones, la continuación tradicional de estados de hecho. Pero eso significa
olvidar el rasgo histórico fundamental: las monarquías occidentales se edificaron como sistemas
de derecho, se reflejaron a través de teorías del derecho e hicieron funcionar sus mecanismos
de poder según la forma del derecho. El viejo reproche de Boulainvilliers a la monarquía
francesa -haberse valido del derecho y los juristas para abolir los derechos y rebajar a la
aristocracia-, tiene, grosso modo, fundamento.” Foucault, M. Historia de la sexualidad, 1- La
voluntad de saber. Bs. As., Siglo XXI, 2002, pp. 106-107.

74
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

importante que eso aún es la importancia visceral que el derecho, o


la ley, tienen para la monarquía absoluta. Para el recientemente
constituido estado francés que tematiza Bodino la soberanía se
entiende en términos legales. Más aún, la facultad de dar y de
quebrantar la ley provee la unidad jurídica que es condición de la
existencia del Estado (aún cuando no cuente con el consentimiento
de los gobernados) del mismo modo que provee la garantía de
certidumbre jurídica para el ciudadano, que es uno de los fines del
estado. Con Bodino se da entonces el principio de un proceso de
juridización de la política que acabará, vía constitucionalismo, en la
noción de estado de derecho.

c) Presupuestos de la despersonalización: individualismo,


liberalismo, igualitarismo, seguridad jurídica.
Ya hemos hecho referencia a que la influencia del pensamiento
aristotélico perdura hasta los comienzos de la modernidad, en
autores tales como Suárez, Bodino, Althusio o Campanella, quienes,
bajo diversas influencias y con distintos vocabularios, sostienen en
el mundo cristiano la ancestral tesis pagana de que el hombre es
por naturaleza un animal político. Sin embargo, la filosofía política
que finalmente va a prevalecer en la modernidad, en lo que no es
sino la expresión política del subjetivismo filosófico de la época,
explica la creación del estado a partir de un acto voluntario de los
hombres. En una argumentación hasta cierto punto ficticia, Hobbes,
Locke y Rousseau recurren a una hipótesis o fábula política según la
cual los hombres viven en estado de naturaleza hasta que
voluntariamente, a través de un pacto, deciden salir de él. No se
trata de que estos autores crean que el contrato o pacto social sea
un hecho histórico comprobado, sino que intentan mostrar, al
contrario de los seguidores de Aristóteles, que el todo político es
derivado de las partes y no a la inversa.
Ahora bien, decir que el todo político es derivado de las partes equivale
a afirmar que: a) el individuo es el hacedor del estado, b) los derechos
individuales preexisten a la comunidad política y c) el poder político
deriva del individuo. Estas tres tesis están en contradicción con la
tesis aristotélica de que la comunidad política es un fin natural (y por
ello anterior) de las comunidades humanas inferiores, que por
necesidad convergen en ella. La última de ellas, particularmente,
representa un fuerte argumento en favor de la democracia, que es

75
JUAN DANIEL VIDELA

muy característico de la modernidad y que vamos a ver bien que


someramente al examinar las teorías de la soberanía popular. Pero
volviendo a la afirmación política del individuo, que es congruente
con el desarrollo del pensamiento filosófico moderno (pensemos por
ejemplo en el subjetivismo inaugurado por Descartes), no menos
que con los cambios políticos, económicos y sociales de la época, ella
es la gran herencia de los pensadores de la primera modernidad,
como Hobbes y Locke.
Esta afirmación política del individuo constituye el principio político
del individualismo, a saber, que el individuo y no la sociedad es la
realidad primaria y de mayor valor. Pero como el individuo es por
definición el hombre liberado de todos los vínculos y limitado
únicamente por la obligación de respetar a sus semejantes, la
contracara del individualismo político es el principio político de la
libertad o liberalismo.97 Este principio sostiene que el individuo no
está obligado sino a aquello que él mismo ha consentido, así como la
necesidad de poner límites explícitos al poder del estado en
salvaguarda de los derechos individuales, convirtiéndolo en un estado
restringido a sus funciones básicas, o estado mínimo. Históricamente,
ello significa el fin del vínculo medieval de vasallaje tanto como a la
era del absolutismo. Dentro del puñado de derechos básicos que se
reclaman se encuentran la libertad ambulatoria, la libertad de
conciencia o culto, la de trabajo, y el derecho de propiedad. Notemos
que estos son los llamados derechos civiles, que se ejercen dentro
de la esfera privada, a los que hay que agregar el derecho político de
constituir el cuerpo político y demás derechos que se siguen. A
individualismo y liberalismo siguen otros dos principios: la igualdad
jurídica, es decir la abolición de privilegios y la seguridad jurídica o
derecho a la certeza legal, a que haya un derecho definido y cierto
aplicado por tribunales competentes que juzgan a todos sin hacer
excepciones.
Estos cuatro principios -individualismo, liberalismo, igualitarismo,
seguridad jurídica- constituyen el argumento político identificatorio
de la época moderna en la historia del pensamiento. Si bien el segundo
y el tercero en cierto modo se derivan del primero, que es el principio
fundamental, a diferencia de él (del individualismo) que ha permanecido
abstracto o sólo se reconoce como supuesto de derechos subjetivos
individuales, liberalismo e igualitarismo se han concretado en

97
Goldmann, Lucien, Introducción a la filosofía de Kant. Bs. As., Amorrortu, 1974, 129-130.

76
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

instituciones históricas. Han dado origen al estado liberal-constitucional


de la alta modernidad (s. XVIII-XIX) el uno, a la democracia liberal que
es el gran modelo político de la modernidad tardía (s. XIX-XX). Por su
parte, la seguridad jurídica es el principio que uniforma la estructura
constitucional de ambos.

d) Teorías de la soberanía popular y nacional:


Hasta entrado el siglo XVI, la forma de estado predominante es la
monarquía absoluta, que es defendida por teóricos tan
metodológicamente disímiles como Bodino y Hobbes. Con Locke y
la Revolución Inglesa de 1868 se inicia en cambio un proceso de
limitación de la monarquía, cuyo resultado es finalmente separar el
atributo de la soberanía de la cabeza del rey. Es este, como indicamos
al comienzo de este capítulo, un proceso al que llamamos
despersonalización de la soberanía, para destacar que el monarca
(quien es, al fin de cuentas, una persona física) deja de ser visto como
el depositario de la soberanía para ser reemplazado por una entidad
abstracta, el pueblo. Ahora se dirá que la soberanía reside en el
individuo como parte de un cuerpo colectivo, en las leyes, en aquella
innovación jurídica de la alta modernidad -la constitución escrita o
formal- o aún en el propio estado, que es visto como un legislador en
sí mismo.
En lo práctico, el proceso de despersonalización de la soberanía
viene a despojar al monarca del atributo de tomar las decisiones
últimas del estado. Autores diversos como Vitoria y Suárez (siglo
XVI) o Rousseau (siglo XVIII) van a proclamar que el soberano es el
pueblo, quien tiene el poder de un modo originario, o cuasi
originario, aunque puede, eventualmente, delegarlo a sus
representantes. En una argumentación paralela, el revolucionario
francés Sieyés (s. XVIII al XIX) introdujo la idea de que la nación es,
en tanto y en cuanto órgano constituyente, el verdadero soberano.
En ambos casos la teoría ya había dado el primer paso para considerar
que el individuo en tanto que miembro de un pueblo o nación es
titular de derechos políticos, es decir derechos a participar (siquiera
indirectamente) de las decisiones políticas fundamentales (investidura
del rey, dictado de una constitución) aunque aún no se lo vea como
dotado del derecho a ejercer el poder sin más. Esto ocurre luego
con el desarrollo de la idea democrática.
Pero pueblo y nación son dos nociones muy viejas en el pensamiento
77
JUAN DANIEL VIDELA

político. Originariamente el populum era en Roma el equivalente al


demos griego: la fracción socio-económica más numerosa, pero
también la más pobre. El populum gozaba de derechos políticos, a
diferencia de la plebe o populacho compuesto de individuos sin
derechos políticos. En cuanto al término nación se origina en el
siglo XIII, con las primeras universidades europeas, las cuales se
proclaman universales porque aceptan alumnos de todas partes del
mundo. Estos, a su vez, se agrupan de acuerdo con su lugar de
origen o procedencia. Surge entonces el término nación, indicando
el origen (étnico) de las personas. El término tomará muchos otros
sentidos, particularmente, el de un grupo humano unido por un
destino y una pasión comunes. No sólo el pasado (el origen) sino
el futuro, tienden a definir la nación. Debemos notar, sin embargo,
que a partir de fines del siglo XIX, se tiende a identificar la nación
con el pueblo98 y a ambos con la idea de un depositario de la
soberanía nacional. El significado corriente de nación, así hace
referencia a un agregado humano unido por vínculos históricos,
étnicos, linguísticos, culturales, etc. pero que tiene derecho, como
apunta Sieyès, a darse su propia constitución.

2- El constitucionalismo o liberalismo jurídico


a) Concepto y desarrollo:
Notemos incidentalmente que aunque el contractualismo desaparece
como forma de argumentación en el siglo XVIII, el individualismo que
sustenta y cuyos principios acabamos de ver influencia gran parte del
pensamiento de la Ilustración y de la corriente de pensamiento jurídico
que conocemos como constitucionalismo. En efecto, los valores
individualistas convergen en el constitucionalismo, concepción del
estado y del derecho que considera que es el pueblo el que organiza
al estado a través de una constitución escrita como poder
constituyente. Como habremos de estudiar con detalle más abajo,
esto dará origen a la forma histórica del estado liberal de derecho.
Esta ideología, que aún en cierta medida está vigente, es hija de las
teorías de Hobbes, Locke y Rousseau pero en sí constituye un
desarrollo autónomo de importantísimas consecuencias entre las que
se cuentan el llamado “concepto jurídico-formal de constitución”.

98
Como en el Preámbulo de la Constitución Argentina que refiere a los “representantes del
pueblo de la Nación).

78
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

No obstante, como bien dice Fayt, los primeros antecedentes del


constitucionalismo moderno se encuentran a comienzos del siglo
XIII, momento histórico en que se inicia el proceso de unificación
nacional que completaría la monarquía a principios de la Edad moderna,
es decir, en el período de transición de la baja Edad media al
Renacimiento, que es cuando nace la idea de soberanía como
fundamento de la política y de la formación de naciones sobre bases
exclusivamente seculares. Entre los documentos medievales que sirven
de antecedentes deben citarse la Carta Magna de 1215 y los fueros
de Aragón de 1283 cuya eficacia derivaba de considerárselos por
encima de la voluntad real, obligatorios para los jueces y los
funcionarios, entre los que se destacaba, por su función jurisdiccional,
la Justicia de Aragón. Al mismo tiempo comienza a hablarse de leyes
fundamentales o leyes del reino, como ya vimos a propósito de Bodino.
De acuerdo con Fayt, se distingue así entre leyes que por su naturaleza
tienen carácter supremo y leyes que no tienen tal rango. La doctrina
de las leyes fundamentales sirvió a la monarquía francesa para su
consolidación a lo largo de los siglos XVII y XVIII. En tiempos de
Enrique VIII pasó a Inglaterra como instrumento jurídico en la lucha
entre el rey y el Parlamento, siendo utilizada luego como soporte de
procedimientos políticos. Pero el constitucionalismo propiamente
dicho recién surgiría, agrega Fayt, con la Constitución de Virginia
(1776), dictada durante las guerras de independencia de los Estados
Unidos que terminan con la Carta de 1787, y de allí pasa a Europa al
comenzar la Revolución Francesa en 1789, seguido de numerosos
experimentos constitucionales en Francia99; las reformas realizadas
en Prusia por el barón von Stein (1806-9); la restauración de la
monarquía en Francia de 1814-15; el establecimiento de la
Confederación Alemana en 1818; la revolución francesa de 1830,
seguida en Bélgica y otros países por movimientos semejantes.100

99
Para un estudio de la Revolución Francesa, cuyas ideas se ven plasmadas en el pensamiento
de Sieyés, visto más arriba, véase: Soboul, A. La revolución francesa, Buenos Aires, Orbis,
1986, quien estudia el fenómeno precisamente desde el punto de vista del ascenso de la
burguesía y el desplazamiento del modo de producción medieval por el moderno.
100
Fayt, C. Derecho Político. Depalma, Bs. As., 1985, TII, pag. 10. Sánchez Agesta señala una
variedad de antecedentes de la noción de constitución del constitucionalismo: el concepto de
ley fundamental como ley transcendente o natural del jusnaturalismo, que se dice fue identificado
con documentos tales como la Carta Magna; el concepto de pacto constitutivo que se establece
entre el rey y el reino (Suárez); el concepto de ley fundamental como hecho normativo
consuetudinario; el concepto de constitución como plan de una voluntad política (voluntad
general de Rousseau, por ej.); la doctrina del poder constituyente (Vatel, Sieyès, etc.). Sánchez
Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, pp. 330-332.

79
JUAN DANIEL VIDELA

b) La constitución en sentido jurídico-formal.


El constitucionalismo con todo derecho podría ser llamado liberalismo
jurídico. Su concepto de constitución (no sin cierta redundancia) limita
el poder del estado y exige que los derechos individuales sean
consagrados en su texto. La organización de los poderes pertenece a
la parte orgánica de la constitución, la declaración de derechos y
garantías a la llamada parte dogmática. La nación o pueblo es el órgano
que dicta esa constitución en asamblea extraordinaria. Se le llama
poder constituyente. Los poderes que nacen de esa constitución, y
no pueden cambiarla, son los poderes constituidos - legislativo,
ejecutivo, judicial. En resumidas cuentas, se trata de: a) una ley escrita;
b) codificada o reunida en un texto único; c) dictada por un
superlegislador, el poder constituyente (asamblea constituyente
llamada ad hoc); d) diferente entonces de las leyes ordinarias dictadas
por los legisladores ordinarios; e) que garantiza los derechos
individuales (vida, propiedad, etc.); f) establece la división del poder
del estado (estableciendo tres ramas o poderes constituidos:
legislativo, ejecutivo, judicial).101 Tal es el concepto de constitución
en sentido jurídico formal.

c) Teoría del poder constituyente, Sieyès.


Tal vez el más notable representante de este concepto jurídico
formal de constitución sea Emmanuel Sieyés. Nacido en Frejus
(Provenza), 1748, en una familia de condición modesta, en 1772 es

101
“En sentido formal, es decir, en cuanto a su forma y efectos jurídicos, la Constitución se
nos presenta como una norma de organización, generalmente escrita, solemnemente formulada
por un órgano investido del poder constituyente, que contiene una parte dogmática, donde
se consignan los derechos individuales y sociales, las declaraciones y garantías, y una parte
orgánica, donde se determinan las funciones y órganos del poder del Estado, en competencias
separadas. Enuncia, así, por una parte, los derechos de la personalidad humana, los de la
libertad y los del patrimonio, y los que hacen a su razón política, rodeando a la persona
humana de un área de seguridad mediante las garantías y las declaraciones, afirmando los
principios de radicación del poder en el pueblo, la igualdad natural de todos los individuos y
el imperio de la ley, y por la otra, organiza el gobierno para la función de formular la ley en sus
etapas de sanción, ejecución y aplicación, confiándola a órganos distintos e independientes,
destinados a coexistir equilibrada y armónicamente, por un sistema de limitaciones, frenos y
contrapesos recíprocos por la interdependencia originada en las tres etapas del proceso
formativo de la ley positiva. Completa su estructura formal, con el enunciado de la forma
política y la forma de gobierno, la determinación de los fines y medios hacia los cuales deberá
orientar y utilizar, respectivamente, sus funciones normales el gobierno que instituye, y establece
el mecanismo de su propia reforma, a la que rodea de especiales condiciones y solemnidades.”
Fayt, C. Derecho Político, Depalma, Bs. As., 1985, TII, pag. 23.

80
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

ordenado sacerdote, año en el cual ya está imbuido del ideario de


la revolución francesa y de la Ilustración en general. Pero el contexto
inmediato de la irrupción del pensamiento de Sieyès es 1787: el
Parlamento le niega al Rey la potestad de establecer nuevos tributos
y exige para ello una asamblea extraordinaria, los Estados Generales,
donde están representados la nobleza, el clero y la burguesía. Su
discurso ¿Qué es el tercer estado? 102, precisamente, defiende los
derechos de esta última. Sieyès es en efecto portavoz del tercer
estado, la burguesía. Para Sieyès, el tercer estado es una parte del
reino, en verdad, pero considera que es la fundamental (le llama el
“todo”), porque es la única productiva. Sus integrantes, dice, son los
únicos que trabajan, y los únicos que pagan impuestos. Los demás
son en realidad meros privilegiados. Por eso, Sieyès le llama “nación”
e insta al tercer estado a reunirse aparte y convertirse en Asamblea
Nacional, en la que recae el poder constituyente o poder originario
de organizar jurídicamente al estado otorgándole una constitución
totalmente racional, en la que no queden vestigios de privilegios
históricos. De ese modo, Sieyès va más allá de identificar nación con
una clase social específica: a la burguesía la concibe como el depositario
último de la soberanía del estado.
Dice que una nación es un cuerpo de asociados que viven bajo una
ley común y están representados por una misma legislatura (la ley
común garantiza la ausencia de privilegios). Y la concibe en términos
estrictamente jurídicos, individualistas y utilitarios. Específicamente
dice en el Capítulo Quinto de ¿Qué es el tercer estado? que en toda
nación libre hay que recurrir a la nación misma para hacer la
constitución. Su meta, es saber qué debe entenderse por constitución
política y observar sus justas relaciones con la nación misma.
Constitución de un cuerpo es “organización, formas y leyes propias”
para cumplir las funciones que se le han destinado. El interés de la
nación es “que el poder público delegado no pueda jamás llegar a ser
nocivo a sus comitentes”. La nación, no está sujeta a constitución
alguna. Se forma por el sólo derecho natural. El gobierno por el
contrario sólo puede pertenecer al derecho positivo. De este modo,
le debemos a Sieyés una defensa del ethos burgués, una teoría de la
nación como poder constituyente, y en general una concepción
racionalista de la constitución que enfatiza la regulación y organización
del poder y las garantías individuales.

102
Sieyés, E. ¿Qué es el tercer estado? Madrid, Aguilar, 1973.

81
JUAN DANIEL VIDELA

d) Superlegalidad, estado de derecho:


Una de las características fundamentales del tipo formal de
constitución es el ser una super-ley. Esto significa que la constitución
es la estructura fundamental que vertebra y corona el ordenamiento
jurídico ordinario (de derecho público o privado). Es decir que define
y unifica el resto de las normas, creando los mismos órganos que las
dictan. De esta supremacía o carácter fundamental de la constitución
emerge la superlegalidad constitucional. En razón de ella, ninguna
norma inferior puede ir en contra de la constitución y, en los casos
en que de hecho existan transgresiones, se pone (o puede poner) en
movimiento un proceso que declara la inconstitucionalidad de la ley.
A ese procedimiento lo conocemos como control de
constitucionalidad, que puede efectuarse ante tribunal ordinario o
especial, ser de oficio o a pedido de parte, tener efectos dentro o
fuera de la res judicanda (cosa juzgada), etc. Así es que, con el auge
del constitucionalismo, y la aparición del concepto jurídico-formal de
constitución, la mera necesidad de una estructura jurídica para el
estado no es suficiente. Se establece como requisito sine qua non
para la organización del estado que toda acción del poder público
esté prevista por una ley y que la racionalidad sea la ratio essendi de
las leyes y los actos administrativos del estado. Cuando el estado
obra fuera de lo previsto o de manera no-racional se constituye un
caso de arbitrariedad. Finalmente, se hace necesario también la plena
vigencia de los mecanismos constitucionales de control del poder -
revisión judicial de las leyes, control legislativo de los actos del
ejecutivo, etc., y todo a los efectos no de instaurar una mera
maquinaria formal de control del poder sino de proteger derechos
que se consideran prexistentes al estado. Cuando este funciona así
se llama estado de derecho.103

103
Norberto Bobbio nos da una caracterización in extenso del estado de derecho, que citamos
por su ejemplar claridad. “Por estado de derecho se entiende en general un estado en que los
poderes públicos son regulados por normas generales (las leyes fundamentales o
constitucionales) y deben ser ejercidos en el ámbito de las leyes que los regulan, salvo el
derecho del ciudadano de recurrir a un juez independiente para hace reconocer o rechazar el
abuso o exceso del poder. Entendido así, el estado de derecho refleja la vieja doctrina... de la
superioridad del gobierno de las leyes sobre el gobierno de los hombres... Además... es
preciso agregar a la definición tradicional una determinación subsecuente: la
constitucionalización de los derechos naturales, o sea, la transformación de estos derechos
en derecho protegidos jurídicamente... La doctrina (significa) subordinación de las leyes al
límite material del reconocimiento de algunos derechos fundamentales considerados
constitucionalmente, y por ello en principio ‘inviolables’.” Bobbio, N. Liberalismo y democracia.
Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1992.

82
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

e) Consecuencias históricas del constitucionalismo:


Las descripciones del constitucionalismo arriba trabajadas son, por
cierto, corrientes en los textos de derecho constitucional. En lo que
sigue, sin embargo, pretendemos investigar sus consecuencias
hermenéuticas (las consecuencias relativas a la interpretación y
transmisión de la ideología constitucionalista a lo largo del tiempo), a
los efectos de mejor entender su influencia. Proponemos, en ese sentido,
considerar al constitucionalismo como un verdadero paradigma en la
historia del pensamiento político, una visión (jurídico-política) del mundo
originada en la Europa del siglo XVII que aún organiza nuestras prácticas
y nuestras ideas.
La primera consecuencia de ver al constitucionalismo en estos
términos, es que el mismo aparece como la instancia que redefine el
sentido del término constitución. Antes del constitucionalismo, hasta
mediados del siglo XVIII, constitución se entendía como la ley
fundamental o conjunto de leyes fundamentales de un reino. Si bien
este sentido del término en cierto modo persiste durante el apogeo
del constitucionalismo (y de hecho resurge después de él)104, es
indudable que el constitucionalismo, resemantiza, resignifica, la palabra
constitución. Este es precisamente lo que quiere decir el
apercibimiento contenido en el artículo 16 de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano: “todo Estado que no haya
consagrado los derechos individuales y sus garantías, y establecido el
régimen de división de poderes, carece de constitución”. Así nació la
creencia jurídica en que sólo una constitución redactada en esos
términos caracteriza al buen orden político y merece llamarse tal.
Más aun, se considera que el ejercicio puro y simple de la razón
humana conduce a los hombres a adoptar una constitución así. Según
este sentido, no cualquier norma fundamental que organiza al estado
es una constitución sino sólo aquella que se adecua al ideal normativo
de los revolucionarios franceses. Si el documento constitucional no
encaja en la definición de 1789 simple y llanamente no es una
constitución.
De ahí que se hable de un concepto jurídico formal de constitución.
El constitucionalismo forja así una idea, o concepto de constitución
predicado según sus caracteres formales. Para repetir una vez y
sistematizar la noción, digamos que ese concepto de constitución
tiene las siguientes características: es una ley escrita, codificada, dictada

104
Este es todavía el sentido ordinario o vulgar del término.

83
JUAN DANIEL VIDELA

por un superlegislador, superior y diferente entonces de las leyes


ordinarias dictadas por los legisladores ordinarios, que garantiza los
derechos individuales (vida, propiedad, etc.) y establece la división del
poder del estado (por ejemplo estableciendo tres ramas o poderes
constituídos: legislativo, ejecutivo, judicial). Adviértase que no se trata
de la descripción de una constitución en particular, sino de un desideratum
(lo más digno de ser apetecido), un ideal de constitución que ha ejercido
enorme influencia en el mundo occidental. Por ejemplo, la Constitución
Argentina de 1853-60 sigue ese mismo molde y, en general, la idea de
que una constitución debe proteger al individuo y organizar el poder
contra excesos. El constitucionalista español García Pelayo ha llamado a
este modelo concepto racional-normativo de constitución, reconociendo
sus rasgos peculiares y para diferenciarlo de otros posibles tipos. Como
veremos más adelante, el tipo racional-normativo está basado en, o
predicado sobre, la creencia de que la constitución es producto de la
razón natural (no divina) del hombre que tiene la capacidad de organizar
de un modo apto la sociedad de una vez y para siempre.105 El
constitucionalismo entonces constituye el cenit o punto culminante de
una tradición jurídica liberal, que se extiende desde la Magna Carta que
consagró el habeas corpus en el siglo XIII hasta la construcción de una
teoría de los derechos humanos a fines de siglo XX.
De aquí dos grandes distinciones que tienen validez cuasi-universal.
La primera es la importante distinción entre el poder que da u otorga
la constitución (una asamblea que representa al pueblo soberano) y
los poderes que nacen de esa constitución, poder constituído
(legislativo, ejecutivo y judicial), que son siempre derivados de la
constitución, y deben conformarse a esta. La segunda distinción es
entre las partes dogmática y orgánica de la constitución, la una
declaratoria de derechos y garantías, la otra organizadora del poder
o divisora del mismo en tres ramas-ejecutivo, legislativo y judicial.

3- La constitución en sentido material.


A esta altura es preciso distinguir entre la infinidad de clasificaciones
que puedan hacerse de las constituciones existentes de acuerdo a sus
características empíricas de lo que podríamos llamar clasificaciones de
los conceptos de constitución. Las constituciones empíricas suelen
clasificarse en escritas o no escritas, rígidas o flexibles, ideológicas o

105
García-Pelayo, M. Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, pp. 34-41.

84
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

pragmáticas, etc., siempre de acuerdo a sus rasgos concretos. Pero los


conceptos o ideales de constitución son formas abstractas de entender
qué es una constitución y, en definitiva qué es la política, tal como
hemos visto en el punto anterior en el caso del constitucionalismo,
que tiene un entendimiento de constitución muy preciso, expresado
en el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. Se trata del entendimiento más influyente en el mundo
occidental y cristiano, el así llamado concepto formal de constitución.
Ahora bien, la doctrina constitucional ha construido otros modelos
ideales, otros tipos de entender y definir la constitución, que no se
centran en la forma de esta (en las garantías formales de los derechos
individuales), sino en su materia (las conductas que la constitución
prescribe y las conductas que son constitucionales aún sin estar
contempladas por ella). Esta nueva manera de ver las cosas en la
teoría constitucional hace posible hablar de un concepto material de
constitución, que se define en torno a la concreta materia (y no sólo
la forma) de las normas, sean leyes o simplemente usos y costumbres.
Según este concepto o punto vista, sería constitucional toda norma
que organice fundamentalmente al estado y esté en el vértice del
sistema normativo, sin perjuicio de que no haya sido dictada por un
poder especial de acuerdo con formalidades especiales, o se encuentre
reunida y sistematizada con otras normas de acuerdo en un texto
único. Tal vez el primero en formular un concepto material de
constitución, pero a contrariu sensu, fue el socialista Ferdinand de
Lasalle quien en una famosa conferencia pronunciada en 1862 habló
por primera vez de los factores reales de poder, y calificó a la
constitución escrita que no recepta estos factores, mera “hoja de
papel”.106 De este modo Lasalle dejaba implicado que lo que torna
constitucional una norma no es su forma, sino su materia, la realidad
concreta que refleja. Con esto quedaba subrayada la insuficiencia del
concepto jurídico-formal para aprehender la totalidad de la realidad
política, que con el tiempo conduciría los esfuerzos de la ciencia política
por llegar a un concepto material de constitución.

4- Excurso (1): Tipología de los conceptos de constitución


de García Pelayo.
El tratadista español Manuel Garcia-Pelayo ha desarrollado una

106
Lasalle, F. ¿Qué es una constitución? Bs. As., Siglo Veinte, 1975.

85
JUAN DANIEL VIDELA

tipología de los conceptos de constitución que es conocida vastamente


en el mundo hispánico. Describe tres tipos: el racional-normativo, el
histórico-tradicional y el carismático. El primero coincide con lo que
hemos llamado constitución en sentido jurídico-formal, pero es
definido aquí en atención al racionalismo que lo caracteriza. En el
tipo el racional-normativo, García Pelayo encuentra la creencia de
que la constitución es producto de la razón natural del hombre, la
creencia de que la inteligencia humana tiene la capacidad de organizar
de un modo apto la sociedad de una vez y para siempre. Según García-
Pelayo, la constitución racional-normativa es un sistema racional de
normas que suponen la identidad sustancial de todas las instancias de
vida política, delimita al estado, expropia el poder del soberano al
depositarlo en la Nación, y crea así un orden político siguiendo los
dictados de la razón natural, disolviendo todo lo que es meramente
fáctico, tradición y revelación a un mismo tiempo, para reorganizarlo
luego en un orden racional.107 Así la razón natural se opone a la razón
divina y a la razón histórica.
El tipo histórico-tradicional, a su vez, bien puede considerarse un
ejemplo de lo que hemos llamado constitución en sentido material
porque su definición no esta centrada en la forma de la constitución,
sino en su historia. Es hijo del siglo XIX, como el jurídico-formal lo
fue del siglo XVIII. Así, recepta la influencia del historicismo, corriente
filosófica que identifica el ser con la historia, el ser de las cosas con su
devenir histórico. La única realidad es la historia. Según García-Pelayo,
para este tipo o ideal de constitución, la constitución es resultado de
una lenta transformación, en la que intervienen factores múltiples.
Recordemos que el concepto jurídico-formal de constitución supone
un acto único del poder constituyente que establece una constitución
de una vez y para siempre.108 Volviendo al concepto histórico: la

107
“En esencia se trata de una aplicación concreta y sublimizada del concepto de ley con que
opera el liberalismo, de la creencia en la posibilidad de una planificación de la vida política, de
una racionalización del acaecer político. Esto representa, a su vez, la aplicación al campo
jurídico-político del mundo de las formas intelectuales de la Ilustración, a saber: la creencia en
la identidad sustancial de los diversos casos concretos y diversas situaciones, y, por consiguiente,
en su posibilidad de reducción a un mismo módulo”. García-Pelayo, M. Derecho constitucional
comparado. Madrid, Alianza 1985, p. 34.
108
“El historicismo constituye el fundamento espiritual de la tesis de que la constitución de un pueblo
no es un sistema producto de la razón, sino una estructura resultado de una lenta transformación
histórica, en la que intervienen frecuentes motivos irracionales y fortuitos irreductibles a un esquema.
Por consiguiente, está claro que la constitución de un país no es creación de un acto único y total,
sino de actos parciales reflejos de situaciones concretas y, frecuentemente, de usos y costumbres
formados lentamente y cuya fecha de nacimiento es imprecisa”. Ibid., p. 43.

86
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

constitución no tiene que estar necesariamente escrita: “no sólo no


necesita ser escrita en su totalidad, sino que la costumbre ha de
tener en ella toda la dignidad que le corresponde en una teoría del
derecho sobre base historicista”.109 Tampoco reconoce la distinción
entre normas constitucionales y normas ordinarias y no
necesariamente considera al pueblo como soberano, pudiendo ser
alguna persona física como el rey. Agreguemos que según García
Pelayo, este segundo caso de la clasificación, la cual como hemos
dicho recepta el concepto jurídico-formal bajo el nombre de tipo
racional-normativo, importa una reacción polémica frente a este
último, del mismo modo en que en el s. XIX el conservadurismo
importa una fuerte reacción contra el liberalismo.
A los tipos racional-normativo e histórico tradicional, que reflejan,
siguiendo los pasos de la sociología weberiana la oposición entre
racionalismo del siglo XVIII e historicismo del siglo XIX, García Pelayo
agrega otro concepto (que, como el histórico-tradicional, sería
“material”), al que llama sociológico (por su vinculación ideológica
con el sociologismo del s. XIX), y que se caracteriza por enfatizar la
manera concreta de vivir de un pueblo, la vigencia del derecho como
reflejo de la estructura social, más que de su historia. “Entendemos
por tal (concepto) aquel que se basa en las siguientes afirmaciones: a)
la constitución es primordialmente una forma de ser y no de deber
ser, b) la constitución no es resultado del pasado, sino inmanencia de
las situaciones y estructuras sociales del presente, que para una gran
parte del pensamiento del siglo XIX -y no solamente para Marx- se
identifican con situaciones y relaciones económicas; c) la constitución
no se sustenta en una norma trascendente, sino que la sociedad tiene
su propia “legalidad”, rebelde a la pura normatividad e imposible de
ser domeñada por ella; el ser, no de ayer, sino de hoy, tiene su propia
estructura, de la que emerge o a la que debe adaptarse el deber ser;
d) en fin, si en lo que respecta al Derecho la concepción racional gira
sobre el momento de validez, y la histórica sobre el de legitimidad, la
concepción sociológica lo hace sobre el de vigencia”.110 Notemos
que en su oposición entre los dos tipos fundamentales, racional-
normativo e histórico tradicional, García Pelayo sigue de cerca la
oposición entre razón e historia que informa la obra de Max Weber,
pero evita cometer el error weberiano de oponerlas tal como si
fueran “esencias” o tipos estructurales constantes, en vez de ideologías
109
Ibid., p. 45.
110
Ibid, p. 46-47.

87
JUAN DANIEL VIDELA

que pertenecen a momentos históricos sucesivos. Explícitamente


García Pelayo sostiene que cada tipo está basado en una de las grandes
corrientes históricas de la época moderna.

5- Excurso (2): liberalismo político y liberalismo


económico
Ya hemos estudiado el liberalismo político y el liberalismo jurídico
(constitucionalismo), que ha originado un paradigma constitucional
que se expande en los cinco continentes durante el siglo XIX, el
concepto jurídico-formal de constitución. Resta agregar que hay otra
forma de entender el liberalismo, que no es exclusivamente política
no obstante que la variedad central de liberalismo es política.
El argumento central del liberalismo, que desciende en la historia
hasta el constitucionalismo, es que el hombre está dotado de derechos
esenciales, precede al todo político y este no puede inmiscuirse en
su persona o bienes. Es un argumento de carne y hueso formulado
en el siglo XVIII contra soberanos absolutos que pretenden recaudar
impuestos que hubieran quebrado la industria del individuo y exigido
de él una confesión religiosa determinada. El liberalismo que surge
entonces es político, porque se centra en restringir el poder, y porque
su preocupación es la limitación de los poderes del monarca en función
de derechos inalienables del individuo. Por eso da lugar a una especie
de liberalismo jurídico, un liberalismo de derechos, que hemos llamado
constitucionalismo.
Pero hay otra especie de liberalismo, emparentada con la anterior,
que podríamos llamar liberalismo económico o librecambismo.
Considera que el valor fundamental que el estado protege es la
propiedad y que el libre juego de la propiedad privada constituye el
mercado, ámbito o sistema donde los hombres en libertad transan y
producen riqueza. Esto significa que la economía (el mercado) se
autorregula y no precisa de la intervención del estado. No olvidemos
que este pensamiento se origina en Adam Smith quien, a mediados
del siglo XVIII, hablaba de una “mano invisible” que conciliaba las
acciones aparentemente opuestas de los sujetos económicos. Para
Smith, persiguiendo el interés individual, el hombre muy
frecuentemente promueve el interés social de manera más eficaz de
lo que pretendía realmente promover.111 Siguiendo a Smith, las

111
Smith, A. La riqueza de las naciones. Madrid, Alianza, 1997.

88
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

doctrinas económicas liberales del siglo XIX demandan el


abstencionismo del estado en materia económica, o mejor aún se
pide que el estado sea mínimo o gendarme, que se limite a la seguridad
y el orden y deje la economía a las manos privadas. El credo de esta
faz económica del liberalismo se expresa en la celebre dicho, laissez
faire, laissez passer, le monde va de lui même, “dejar hacer, dejar
pasar, el mundo marcha por sí solo”, que se hizo popular ya a fines
del siglo XVIII con una escuela de economía política precursora, la
fisiocracia (Turgot, Quesnay, etc.).
Ahora bien, la pregunta teórica crucial que debe hacerse es: cuál es la
relación entre el liberalismo político, como ideología y como praxis
política, y la variedad de liberalismo que es el económico. Aunque
esta excede por el momento el foco de nuestra exposición,
limitémosnos a indicar que se trata de establecer si un régimen puede
ser liberal y no estar necesariamente asociado a una economía de
tipo de liberal, es decir, si una estructura constitucional que proteja
los derechos individuales y en general se atenga a los principios del
constitucionalismo puede convivir con una economía que tenga una
orientación menos individualista, o que no predique el abstencionismo
estatatal. Como veremos en el próximo capítulo, la experiencia
histórica demuestra que, con fuerza y tensiones variadas, es posible
acoplar el liberalismo político a un sistema basado en una democracia
que demanda políticas intervencionistas, a un estado “social-
democrático”.
Sin embargo, la estructura constitucional del liberalismo sólo funciona
aceitadamente con un sistema de librecambismo, que también
podríamos llamar capitalista, basado en la acumulación y el riesgo. La
redistribución de la riqueza así obtenida es posible, pero supone una
cantidad muy grande de fricciones y negociaciones entre el sistema
político y el sistema económico. Es nuestra tesis que de por sí sólo,
sin las modernas representaciones o conceptos de la democracia, el
estado liberal no hubiera engendrado una especie “social” de estado.
Como habremos de ver, la idea democrática ha completado la idea
liberal, pero no sin tensiones y conflictos.112

Para una discusión de las diferencias y relaciones entre liberalismo político y librecambismo,
112

véase Sartori, G. Elementos de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 121-129.

89
CAPÍTULO QUINTO: DEMOCRACIA,
CAPITALISMO, SOCIALISMO
1- Democracia y liberalismo. Rasgos de la democracia
moderna. Democracia antigua y democracia moderna.
Democracia prescriptiva y democracia descriptiva. La
tensión entre libertad e igualdad. 2- Democracia y
capitalismo: Desarrollo del capitalismo. Estado y
mercado. 3- Del estado liberal clásico a la democracia
liberal. 4- El socialismo. Marx. 5- La democracia social o
estado social-democrático. El constitucionalismo social.
Estado democrátcico como estado de bienestar. El
estado keynesiano. 6- El neoliberalismo.

1- Democracia y liberalismo:
a) Rasgos de la democracia moderna:
Al estudiar los presupuestos de la despersonalización de la soberanía
mencionamos un principio fundamental, el individualismo (que es la
expresión política del subjetivismo filosófico moderno), del que se
derivaban liberalismo e igualitarismo. Si bien el término “liberalismo”
no se usa hasta comienzos del siglo XIX, es la concepción política
predominante en gran parte de la edad moderna. El liberalismo informa
la mayor parte de las constituciones dictadas a partir de 1688, la
fecha de la Gloriosa Revolución que instauró la monarquía
constitucional en Inglaterra (la época y el contexto del pensamiento
de Locke). A su vez, el liberalismo político ha dado origen a una
importante tradición jurídica -el constitucionalismo- que constituyó
un paradigma constitucional de difusión universal. Es decir que el
estado moderno, originado bajo el signo del absolutismo en el siglo
XVII, si no antes, pasa por una larga etapa en la que es estado liberal.
Ahora bien, otro presupuesto derivado del individualismo es la
igualdad, ingrediente no menos fundamental de la identidad política
de la época moderna. En un primer sentido, la igualdad significa el fin
de las múltiples distinciones de nacimiento, educación, riqueza y clase
que caracterizaron a los mundos antiguo y medieval. Así la modernidad
como época histórica se caracteriza por un progresivo igualitarianismo
que es el resultado de cambios en todos los órdenes de vida. Pero la
igualdad significa no sólo ausencia de privilegios, sino también, y
fundamentalmente, ausencia de sujeciones, ya sea a otro individuo

91
JUAN DANIEL VIDELA

cualquiera, o a aquel individuo que concentra en su persona el poder


político de la sociedad toda. La igualdad como principio conduce de
suyo a consecuencias antimonárquicas. De ella como derecho
individual fundamental se deriva entonces el derecho del individuo a
dar su consentimiento a que otro ejerza poder sobre él, del mismo
modo que el liberalismo presupone el derecho a un autogobierno de
la persona privada a secas. Aquél derecho que nace de la igualdad
está implícito en las teorías contractualistas del siglo XVII (Hobbes,
Locke), pero alcanza su exposición completa en las teorías de la
soberanía popular del siglo XVIII (por ejemplo la de Rousseau quien
reclama una comunidad política donde todo ciudadano es a su vez
legislador). Así fundamentados, los derechos a elegir a las autoridades
y a formar parte de los poderes de gobierno se convierten en una
práctica constitucional comparable a (y asociada con) las establecidas
por el liberalismo. A ellos se agregan otros, como el acatamiento de
las decisiones adoptadas por mayoría, el respeto del disenso de las
minorías y, algo que constituye una novedad de la época moderna, la
toma de decisiones por medio de representantes. Democracia,
literalmente, el gobierno del pueblo, es el tipo de sociedad en que se
dan el conjunto de prácticas políticas que actualizan esos derechos,
surgidos como hemos visto de una idea de democracia que implica la
condición fundamental de la igualdad.
Con frecuencia se afirma que el liberalismo es la contestación al
problema de cómo se ejerce el poder del estado mientras que la
democracia responde a la cuestión de quién lo ejerce.113 El liberalismo
es una forma de estado porque las creencias en que está basado han
dado origen en la práctica a un paradigma jurídico constitucional (el
constitucionalismo) que establece la forma de la constitución del
estado moderno, así como a una forma de vida política basada en una
concepción limitativa del poder que establece el contenido concreto
de la constitución (la fórmula del estado mínimo). A su vez, la
democracia tiene sus antecedentes en la teoría política de la Grecia
antigua, por ejemplo en la reflexión de Platón y Aristóteles en donde
se la llama forma de gobierno, junto con monarquía, tiranía, etc.,
distinciones que son preservadas en el pensamiento medieval. Para
los clásicos, forma de gobierno es la particular configuración del poder
dentro de una polis, donde la forma cambia, pero la polis permanece
constante. Empero, debido a que la democracia moderna es una

113
García-Pelayo, M. Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, p.169; Bobbio,
N. Liberalismo y democracia. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1992, p.32.

92
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

concepción que va más allá de la mera organización del gobierno


para también constituir un modo de vida, nada obsta a que por ser
un concepto fundamental la llamemos “forma de estado”, y la
equiparemos así a la forma de estado liberal.
Ahora bien, la democracia moderna no está totalmente divorciada
del liberalismo. Como anticipamos más arriba en este punto, la forma
de estado que predomina en Europa desde fines del siglo XVIII hasta
mediados del siglo XIX es el estado liberal, pero a partir de ese
momento el estado liberal se convierte paulatinamente en un estado
liberal-democrático, hasta que en el siglo XX prácticamente la
democracia se aleja marcadamente del liberalismo (sin abandonarlo
del todo), dando lugar a la democracia social, como radicalización de
las tendencias igualitarias. De allí que la democracia moderna sea
también frecuentemente liberal, y lo sido haya casi exclusivamente
desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, en que se
convierte en democracia social.114

b) Democracia antigua y democracia moderna:


Pero de todos modos es legítimo preguntar si la democracia, como
el liberalismo, es un fenómeno puramente moderno, más reciente
que el liberalismo como acabamos de decir, o si la democracia
moderna y la antigua constituyen el mismo tipo de fenómeno que
reaparece en escenarios distintos a lo largo de la historia.
Ya hemos visto (capítulo segundo) como la democracia griega era
restringida, aristocrática, basada no el individuo, sino en los vínculos
de nacimiento y de pertenencia a un grupo, una economía esclavista
y las tradiciones mismas de la polis. Para esa democracia, el pueblo o
ciudadanía es solo una fracción reducida de la población libre. De

114
“Aunque hay un caso de constitución puramente democrática -la francesa de 1793- la
democracia, desde el punto de vista institucional, se ha manifestado unida al liberalismo, en
parte dando lugar a propias instituciones y relaciones, y en parte dando un nuevo sentido a
otras que originariamente no eran democráticas. Tanto en las constituciones de la Revolución
Americana como en las de la Revolución Francesa, ambos principios pugnan por afirmarse;
pero el democrático queda sujeto a una serie de correctivos, de modo que en Europa hay una
etapa dominada por los principios liberales más que por los democráticos. En la medida en
que es posible señalar fecha de nacimiento a una estructura histórica, podríamos decir que la
democracia comienza a afirmarse en Europa a partir de 1848, en que aparecen en la escena
política las fuerzas y poderes que la encarnan sociológicamente. Francia establece entonces el
sufragio universal, que desde esta fecha se irá extendiendo a todos los países”. García-Pelayo,
M. Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, p. 173.

93
JUAN DANIEL VIDELA

modo que Aristóteles carece de una teoría de la democracia al modo


moderno, más allá de que reconoce el derecho de todas las clases
sociales a participar del gobierno (y recordemos que la polis griega
es una democracia restringida a una minoría). En efecto, cuando habla
de las formas políticas, Aristóteles justifica la participación de todas
las clases en el gobierno en función del equilibrio del todo social. El
gobierno de la polis debe ser compartido porque en ello radica el
justo medio de distribución del poder que es la forma más perfecta
del todo político. Es decir, si hay una afirmación del derecho de todos
a participar en el gobierno en Aristóteles, ella está basada
fundamentalmente en la idea de que es la más forma más natural (y lo
más conveniente) para la polis, pero Aristóteles no razona desde los
derechos del individuo, que es en cambio la característica fundamental
de la modernidad política. Es que en la Grecia clásica democracia (del
griego demokratía, gobierno del pueblo) el pueblo es como hemos
visto algo distinto al pueblo de los modernos, que es una clase
homogénea, omnicomprensiva abstracta, cuyos miembros se reputan
de ser iguales.
Para añadir una diferencia más entre antiguos y modernos, si el número
de participantes en el poder se amplía, desaparece la participación
directa. La democracia moderna es esencialmente representativa. En
los estados modernos, como una respuesta a su extensión territorial
y a su densidad demográfica, el poder se ejerce a través de
representantes y no directamente en una asamblea popular como en
la Grecia clásica.115
De modo que traducir literalmente ambas democracias por gobierno
del pueblo es un error, aun cuando ello marca el hecho de que la
democracia griega es un antecedente de la moderna. Más aún, en la
edad media, y sobre todo en los primeros años de la modernidad, las
dos formas políticas predominantes son la monarquía y la república,
como bien hace notar Maquiavelo en El Príncipe.116 La democracia
recién resurge como concepto hacia finales del siglo XVIII y no se
populariza hasta la publicación en 1835 del primer volumen de la
obra del francés Alexis de Tocqueville De la democracia en America117
y el advenimiento de un breve gobierno democrático que surgió en
Francia con la Revolución de 1848. Parecería entonces que el concepto

115
Bobbio, N. Liberalismo y democracia. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1992.
116
Maquiavelo, N. El príncipe. Madrid: Tecnos, 2000.
117
De Tocqueville, A. De la democracia en América. Madrid, Alianza, 1980.

94
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

y la forma política resurgen tras un milenio de olvido. En realidad,


estamos frente a un nuevo sentido de la voz democracia, inspirado
en la Grecia clásica, pero totalmente moderno. Para definirlo
sucintamente, podemos decir que democracia es en este sentido la
expansión de la ciudadanía a todos los habitantes de un estado nacional,
así como la participación de todos los ciudadanos en los asuntos de
gobierno. En ese sentido la democracia es tan fundamental como el
liberalismo.

c) Democracia prescriptiva y democracia empírica:


La democracia no menos que el liberalismo político y el
constitucionalismo jurídico es tanto un ideal o paradigma, como una
realidad empírica. Es a un mismo tiempo un ideal político y la forma
de estado que lo corporiza, y como tal funciona como criterio
regulador, normativo o prescriptivo, contra el cual se miden
experimentos históricos determinados. Es por ello que distinguimos
entre la democracia como ideal y la democracia como tipo o concepto
científico construído a partir de elementos empíricos. En esto consiste
la diferencia entre las diversas visiones normativas de la democracia,
tal como la visión de Rousseau, y los distintos proyectos histórico-
políticos que se autotitulan democracia. Esta distinción a menudo se
pierde de vista en las discusiones acerca de la democracia, en las que
aparecen planteamientos tales como la recusación del (o un) ideal
democrático porque en la práctica ha fracasado, o la recusación de
una realidad imperfecta porque no refleja fielmente al ideal. Diremos
con Sartori, que debemos conservar en mente que: “a) el ideal
democrático no define la realidad democrática y, viceversa, una
democracia real no es ni puede ser una democracia ideal; y b) que la
democracia resulta de, y es conformada por, las interacciones entre
sus ideales y su realidad, el empuje del deber y la resistencia del
es”.118
Por ello, el cientista político no debe (ni puede) olvidar criterios
valorativos, pero al estudiar el fenómeno político debe además atender
a los datos empíricos a los efectos de construir una noción operacional
de democracia que organice y describa el fenómeno en cuestión.
Más adelante (capítulo séptimo), veremos los criterios empíricos que

118
Sartori, Giovanni, Teoría de la democracia. 1. El debate contemporáneo. Argentina, Rei,
1990, p. 27.

95
JUAN DANIEL VIDELA

nos permiten describir a un régimen político como democracia. Por


lo pronto planteamos su concepto y contribución a la teoría del estado
constitucional moderno.

d) La tensión entre libertad e igualdad:


Como veremos, la forma de estado que predomina en Europa desde
fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX es el estado liberal,
pero a partir de ese punto el estado liberal se convierte
paulatinamente en un estado liberal democrático. Esta conversión,
sin embargo, no está exenta de contradicciones. Bien es cierto que
el argumento político del liberalismo se halla emparentado con el
de la democracia moderna ya que ambos nacen del individualismo
moderno: el individuo moderno que exige que sus derechos sean
respetados es el mismo que exige participación en el poder. Y hasta
podríamos decir que son conceptos complementarios: la teoría de
la democracia responde a la primer pregunta de Riedel, sobre la
comunidad política, mientras que el liberalismo tematiza la segunda
cuestión, la legitimidad del poder. Por otra parte, como vimos en el
capítulo anterior, el argumento liberal da lugar a una defensa
económica del individuo, es decir, da lugar a un liberalismo
económico, cuyos resultados pueden llegar a ser la desigualdad
económica.
Así, liberalismo y democracia se contradicen. Veamos como esta
contradicción es posible. La idea central de la democracia es que el
soberano no es el monarca, sino el pueblo. La democracia se basa
en la creencia de que todos los ciudadanos tienen derecho a
participar en las decisiones públicas. A la extensión de la participación
política a todos los niveles se llama democracia formal porque se
trata de la garantía de un procedimiento -de una forma- exigida por
el ideal de democracia. Ahora bien, la democracia contemporánea
tiene otros requerimientos o parámetros que se derivan del ideal
de igualdad. La igualdad es entendida por muchos no solamente
como igualdad de sufragio, sino de otras condiciones de existencia
política -condiciones de vida que algunos han llamado libertades
también. Desde sus orígenes, la democracia sostiene el valor político
de la igualdad (un hombre, un voto) y este se convierte
imperceptiblemente, con el paso de tiempo, en una demanda por
igualdad social (un hombre, un voto, un trabajo, una vivienda digna,
etc.) Cuando estas demandas se logran hablamos de democracia

96
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

substantiva. En los sistemas democráticos contemporáneos existe


la creencia de que el estado debe crear condiciones para el ejercicio
de esas nuevas libertades, literalmente, de que se deben crear
libertades que no preexisten al estado, pero que es socialmente
justo que existan por obra del estado ya que la inferioridad de
condiciones de unos ciudadanos con respecto a otros es remediable
a través de la acción del estado. Se trata de un concepto positivo
de libertad, opuesto al concepto negativo que caracteriza al
liberalismo clásico- la idea de que el hombre tiene libertades que
preexisten al estado y deben ser respetadas por este.119
Así, la democracia conduce a planteos económicos antiliberales,
mientras que el liberalismo, en sus últimas versiones también, como
neo-liberalismo, rechaza las pretensiones sociales de las democracias.
Un concepto (liberalismo) tiene que ver con el goce de los bienes
bajo condiciones de protección estatal, el otro (democracia) con la
administración de la cosa pública eventualmente destinada para la
creación de los bienes a disfrutar. Es menester entonces plantear
como problemática la coexistencia del principio liberal, que no
demanda acción positiva alguna del estado, con el principio
democrático, que proclama la injusticia de la desigualdad social.
Por eso es preciso establecer bajo qué condiciones o en qué
escenarios liberalismo y democracia son compatibles. Un supuesto
pretérito de coexistencia fue el estado mínimo típico del siglo XIX,
que se abstuvo de intervenir en la esfera privada, pero estuvo regido
por representantes democráticamente elegidos entre el pueblo. Esta
hipótesis, agotada en el siglo XIX se reduce como vemos a una
democracia formal y no hace concesión alguna a la democracia
substantiva.
Otra hipótesis es el así llamado estado de bienestar, forma reciente
del estado democrático en el cual ha surgido la noción de derechos
sociales, derechos que se ejercitan no contra un particular, sino
contra el estado mismo -al trabajo, la vivienda digna, etc. Aquí el
grado de injerencia estatal en los asuntos privados es mayor para
garantizar a toda la población ciertas condiciones mínimas de vida,
por ejemplo el uso estatal de recursos derivados del impuesto para
ayudar a los más necesitados. Este estado de bienestar, si se respetan
los derechos y garantías individuales, es compatible también con el

119
Berlin, I. “Dos conceptos de libertad”, en Quinton, A. (ed.) Filosofía Política. Méjico, Fondo
de Cultura Económica, 1974, pp. 216-233.

97
JUAN DANIEL VIDELA

liberalismo político. Pero tal vez el término “compatible” sea


demasiado ambiguo. Es posible un estado democrático de bienestar
dotado de una estructura constitucional liberal, pero no se trata sino
de alianza o simbiosis pragmática. El liberalismo político es un principio
teóricamente paralelo a, pero no convergente con, la democracia
más allá de que pragmáticamente ambos hayan engendrado el tipo de
estado llamado “democracia liberal”.120

2- Democracia y capitalismo
a) Desarrollo de la economía capitalista:
El período que llamamos modernidad no sólo se caracteriza por los
enormes cambios sociopolíticos que hemos estudiado, como la
aparición del estado moderno o las formas de pensamiento y prácticas
políticas que son liberalismo y democracia. Igualmente importante es
la esfera de cambios tecnológicos que transforman la vida del género
humano, tales como el desarrollo de las ciencias básicas, la aparición
de la medicina de base experimental, y un sinnúmero de técnicas de
comunicación, producción, etc. Una tercera esfera la constituye la
economía, que se transforma radicalmente en el paso de la edad
media a la modernidad.121 En esta sección vamos a considerar la
relación entre la esfera económica y la política, particularmente con
el advenimiento de la democracia liberal.
A partir del s. XVII la economía se constituye paulatinamente en un
sector autónomo con respecto a la política, en la medida en que el
absolutismo comienza a desaparecer y es sustituida por monarquías
constitucionales. Ya hemos estudiado (capítulo tercero) que si el
estado moderno es la estructura de poder que centraliza
administración, justicia, derecho, fisco, etc., la sociedad es lo que cae
fuera de esos procesos. De este modo la familia, la religión, el mercado,
etc., constituye la esfera de acciones “libres” o “privadas” que el
estado (absoluto al comienzo) garantiza. La sociedad civil no es otra

120
Bobbio encuentra dos fuertes puntos de contacto entre liberalismo y democracia, que
tienden a disminuir su aparente conflicto. En primer lugar, las nociones democráticas de
igualdad ante la ley (imparcialidad en la aplicación de la ley) e igualdad (en el goce) de derechos
(fundamentales). En segundo lugar la reciprocidad entre el método democrático y la salvaguardia
de los derechos individuales, donde el uno funciona como condición de los otros y viceversa.
Bobbio, N. Liberalismo y democracia. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 39-48.
121
Heller, A, “Europe - an epilogue?”, en A. Heller y F. Fehér The postmodern political
condition. Berkeley, University of California Press, 1990.

98
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

cosa que el complemento lógico del concepto del estado y la mayor


parte de la modernidad está marcada por la competencia entre ambos,
por el intento de la economía de independizarse del poder político y
por los sucesivos intentos de este de regular de distintas maneras la
economía.

b) Estado y mercado:
Agreguemos que la economía moderna se organiza de un modo
muy específico. A partir de al menos el siglo XVII la actividad
económica europea (que luego se expandirá globalmente) se organiza
bajo el modo de producción capitalista. Capitalismo es el “modo de
producción” o forma de organización de los factores de la
producción y las actividades productivas basada en la propiedad
privada de los medios de producción, donde el trabajador pone en
venta su tiempo productivo útil, el que es utilizado por el capitalista
para la producción de mercancías, las que a su vez se venden o
intercambian. A ese intercambio de mercancías, tanto como a la
compra y venta de mano de obra, llamamos mercado (del producto
y del trabajo respectivamente).
Si bien el desarrollo del capitalismo coincide con la revolución
industrial que toma lugar en Europa (particularmente en Inglaterra)
entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo
XIX, podemos decir que desde el siglo XVII existe un
protocapitalismo en el contexto político transicional al fin de la
monarquía absoluta, no sólo en Inglaterra, sino también en Holanda,
y que el mismo hace sentir sus efectos en toda Europa. En esta
época se crean algunas de las condiciones necesarias para el
capitalismo, como la aparición de la clase burguesa y la atomización
de la clase trabajadora, que deja de ser artesana para transformarse
en fabril.122
La relación entre política y economía, entonces, puede ser
aprehendida en término de sus manifestaciones más concretas,
estado y mercado (englobamos aquí ambos tipos de mercado, del
producto y del trabajo). Ambos constituyen sistemas de interacción
regidos por intereses y reglas diferentes aún cuando ambos se
asemejan en que constituyen relaciones de dominio. La dependencia

122
Un análisis magistral de la creación de estas condiciones se encuentra en la obra más
conocida de Marx, K. Capital, vol. 1. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1982.

99
JUAN DANIEL VIDELA

que crea el mercado, por ejemplo entre trabajador y empleador,


no es menos real que la sujeción bajo la que se encuentra el súbdito
o ciudadano de una comunidad política. Además, estado y mercado
se influyen mutuamente. El estado moderno se comporta
originariamente como marco para el sistema capitalista al crear
condiciones mínimas de seguridad para la sociedad civil. Al mismo
tiempo, el desarrollo del mercado alimenta las finanzas del estado y
le otorga seguridad económica aunque eventualmente el mercado
exceda el marco nacional y forma un sistema transnacional.123

3- Del estado liberal clásico a la democracia liberal.


Durante la dominación política del estado absoluto, la monarquía
constitucional y las primeras repúblicas liberales en Europa
(fundamentalmente de comienzos del siglo XVII a comienzos del siglo
XIX), el capitalismo se desarrolló bajo condiciones de relativa
independencia del mercado con respecto del estado. Hacia el final de
esta época el estado, bajo la forma liberal-constitucional, se organiza
como estado mínimo o estado gendarme (expresión que alude a su rol
de mero custodio de la propiedad) limitado a las funciones básicas de
defensa, seguridad interior y justicia. Esta fórmula es defendida no sólo
por la teoría política del liberalismo temprano sino también por las
grandes escuelas económicas de la época: la fisiocracia primero (siglo
XVIII) y finalmente el liberalismo económico del siglo XIX, al que nos
hemos referido al final del capítulo anterior. La forma política de este
estado, en su versión pura es la que hemos estudiado en el capítulo
anterior: el estado de derecho del constitucionalismo clásico, organizado
bajo una constitución escrita, o jurídico-formal.124
Pero ya hemos mencionado dos hechos significativos que vienen a
alterar la relación estado-mercado. El surgimiento paulatino de
demandas de una democracia substantiva (igualdad material y no
meramente formal, justicia social, etc.) dentro de los estados liberales

123
“La lucha permanente, en forma pacífica o bélica, de los estados nacionales en concurrencia
con el poder, creó para el moderno capitalismo occidental las mayores oportunidades. Cada
estado en particular habría de concurrir por el capital, no fijado a residencia alguna, que le
prescribiera las condiciones bajo las cuales le ayudaría a adquirir el poder. De la coalición
necesaria del Estado nacional con el capital surgió la clase burguesa nacional, la burguesía en
el sentido moderno del vocablo. En consecuencia, es el Estado nacional, a él ligado, el que
proporciona al capitalismo las posibilidades de subsistir”. Weber, M. Economía y sociedad.
Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944, p. 1047.
124
Bobbio, N. Liberalismo y democracia. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 17-

100
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

desde mediados del siglo XIX y la aparición de políticas económicas


que responden a esas demandas. Sus primeros ejemplos se
encuentran en la Alemania de Bismark (Presidente del Consejo de
Ministros del Rey), cuando se adoptan las leyes de seguros de
accidentes (1871), de programas de salud (1883) y de pensiones
(1889).
Eventualmente, estas tendencias se radicalizan y alcanzan tanta
gravitación como para transformar al estado mínimo del liberalismo
constitucional, dando advenimiento al estado democrático-liberal -
fórmula política en que el mercado comienza a ser interferido, si no
todavía regulado, por intervenciones estatales. Este estado es en
realidad un momento de transición del estado mínimo dominado
por los principios liberales clásicos y los de la democracia social o
estado social-democrático por venir.
En Francia, la transformación paulatina del estado liberal en democracia
liberal comienza con la revolución de 1848 que interrumpe la
restauración de la monarquía, aunque es a su vez interrumpida por
diversos intentos monárquicos.125 En Inglaterra, el proceso de
democratización, que está en estado larval en el siglo XVII florece sin
mayores fricciones durante el largo reinado de Victoria I (1837-1901).
En América los Estados Unidos se constituyen como una democracia
desde sus orígenes (1776), si bien sobre la base de una sociedad
esclavista. En países como el tercer mundo, como Argentina, el
proceso de democratización recién toma lugar en el siglo XX. En
todos los casos, se trata de la extensión del sufragio y otros derechos
políticos a capas más amplias de la población.
Además, si los derechos civiles son reconocidos en el siglo XVII, y los
políticos en el siglo XVIII, en esta época (s. XIX-XX) se da la primer
afirmación de los derechos sociales, en el contexto y bajo el ideal de
una monarquía constitucional a la que se presta consentimiento. A
ello hay que agregar la emergencia de la llamada “cuestión social” -el
malestar y la violencia que hacen erupción entre las clases obreras
europeas desde fines del siglo XIX en reclamo de mejores condiciones
de trabajo, libertad de agremiación y en general la preocupación cada
vez más generalizada por las condiciones de las clases pobres en la
economía capitalista del siglo XX. Esto da origen al estado social-

La Revolución Francesa da lugar a una sucesión de gobiernos republicanos de corte popular


125

hasta el imperio de Napoleón. Con la derrota de Napoleón, se produce la restauración de la


monarquía en Francia (1815).

101
JUAN DANIEL VIDELA

democrático, forma que sucede a la democracia liberal como esta


sucedió al estado liberal mínimo o clásico.

4- El socialismo. Marx
Pero los antecedentes de la cuestión social se remontan a fines del
siglo XVIII y desde comienzos del siglo XIX es agudizada por la acción
de los partidos socialistas. Este es el lugar, entonces, para referirnos
al socialismo, que, como veremos, es uno de los factores
determinantes de la transformación de la democracia liberal en
democracia social, sin perjuicio de ser un movimiento ideológico por
derecho propio que ha inspirado formas de estado (no siempre
democráticas), por ejemplo, el totalitarianismo soviético. El socialismo
es el movimiento y la ideología de la clase proletaria u obrera, la cual
como vimos es indispensable para el desarrollo del capitalismo.
Pero hay diferentes formas de socialismo, siendo la más destacada el
marxismo, o socialismo científico. Carlos Marx (1818-1895), su
fundador, dio en efecto rigor sistemático a las tesis del socialismo y
realizó análisis prolijos del capitalismo, principalmente en su
monumental obra El Capital 126, renovando, al tiempo que
transformando, la ciencia de la economía política del siglo XVIII. Del
mismo modo, Marx cuestiona la filosofía de Hegel, a la que hemos
hecho referencia en el capítulo tercero como el último gran intento,
en el siglo XIX, de volver a formular un modelo organicista y solidarista
semejante al de Aristóteles.
La crítica fundamental de Marx a Hegel es que en el estado político
no se resuelven las tensiones de la sociedad civil, que las desigualdades
que crea el mercado sobreviven la estructura política y son escondidas
o desfiguradas por esta (Crítica a la Filosofía del derecho de Hegel
127
). Sostiene (ya en La idelogía alemana, escrita en 1843 con Engels)
que el sustrato determinante de la historia es la producción de la
existencia humana. A este sustrato sigue naturalmente la esfera de
reproducción de la sociedad o economía, seno de las llamadas
relaciones de producción y escenario en el que se da permanente
conflicto entre burgueses y proletarios.128 El conflicto fundamental de

126
Marx, C. El Capital. Crítica de la economía política. México, Fondo de Cultura Económica,
1982.
127
“Contribution to the Critique of Hegel’s Philosophy of Right”, en Tucker, R. (ed.), The
Marx-Engels Reader, New York, Norton & Co., 1978, pp. 53-65.

102
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

la historia es el que se da entre los poseedores de los medios de producción,


la clase burguesa, y la masa asalariada de proletarios. A través de los
mecanismos de mercado los primeros expropian a los segundos del
producto de su trabajo, el que de ese modo se convierte en capital y en
nuevos medios de producción que perpetúan la explotación a la vez que
alienan al trabajador de su obra (Manuscritos económico-filosóficos de
1844129). La única solución posible es la revolución, con la consecuente
eliminación tanto de estado como mercado.
Esta interpretación de la historia o materialismo histórico, que pone
las actividades económicas, concretamente el trabajo, como fenómeno
originario del que se derivan las formas políticas está fundada en la
metafísica que Marx profesa, que recuerda al materialismo de Hobbes.
Para Marx el hombre es materia dotada de conciencia, actividad
transformadora de la materia inerte. Pero el modo de producción
capitalista expropia del trabajador el fruto de esa actividad -su trabajo
objetivado (el metabolismo de sus fuerzas vitales con la naturaleza).
Así la clase proletaria se ve obligada a vender su fuerza de trabajo por
un salario que la mantiene en condiciones de supervivencia, pero no le
permite apropiarse de lo que produce, que a su vez es acumulado por

128
“La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación,
se manifiesta inmediatamente como una doble relación -de una parte, como una relación
natural, y de otra como una relación social-, social, en el sentido de que se entiende como la
cooperación de distintos individuos, en cualesquiera condiciones, de cualquier manera y para
cualquier fin. De donde se desprende que un modo de producción determinado o una fase
industrial determinada lleva siempre aparejado un modo de cooperación determinado o una
fase social determinada, modo de cooperación que es, a su vez, una ‘fuerza productiva’; que
la suma de las fuerzas productivas accesibles al hombre condiciona el estado social y que, por
lo tanto, la historia de la humanidad debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la
historia de la industria y del intercambio”. Marx, K y F. Engels, Obras Escogidas, Bs. As.,
Cartago, 1987, p. 25.
129
“Partiremos de un hecho económico contemporáneo. El trabajador se vuelve más pobre a
medida que produce más riqueza y a medida que su producción crece en poder y cantidad. El
trabajador se convierte en una mercancía aún más barata cuantos más bienes crea. La
devaluación del mundo humano aumenta en relación direta con el incremento de valor del
mundo de las cosas. El trabajo no sólo crea bienes; también se produce a sí mismo y al
trabajador como una mercancía y en la misma proporción en que produce bienes. Este hecho
supone simplemente que el objeto, su producto, se opone ahora a él como un ser ajeno,
como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es trabajo encarnado
en un objeto y convertido en cosa física; este producto es una objetivación del trabajo. La
realización del trabajo es, al mismo tiempo, su objetivación. La realización el trabajo aparece
en la esfera de la economía política como una invalidación del trabajador, la objetivación
como una pérdida y como una servidumbre al objeto y la apropiación como enajenación.
“Manuscritos económico-filosóficos de Karl Marx”, en: Fromm, E. Marx y su concepto del
hombre. México, Fondo de Cultura Económica, 1978, pp. 104-105. Cf. Sánchez Vázquez, A.
Filosofía y economía en el joven Marx. Méjico, Grijalbo, 1982.

103
JUAN DANIEL VIDELA

el capitalista. Es que el proletario percibe su trabajo como si fuera una


mercadería más, y así lo vende.130 De modo que las relaciones sociales
de producción (las relaciones entre burgueses y proletarios) son tan o
más importantes que las relaciones técnicas que se dan en el seno de
la fábrica y a las que había prestado importancia el análisis de la
economía política clásica del siglo XVIII (Smith). La utopía hegeliana
del estado es, de acuerdo a Marx, incapaz de resolver esta
contradicción fundamental entre los propietarios del trabajo (el
proletariado), su producto, y los propietarios de los medios de
producción o capital acumulado (la burguesía).
Con este análisis Marx en cierto modo reduce la filosofía (al menos
la filosofía política y jurídica de Hegel) a la economía política, aunque
nunca deja de ser filósofo. En cierto modo, la visión final de Marx es
pesimista: en su análisis, la esfera de la praxis libre (tematizada por
Aristóteles y los exponentes filosóficos del estoicismo) ha dejado su
lugar al trabajo alienado. La condición humana como tal es
prácticamente irredimible, de no ser por una revolución que destruya
totalmente el modo capitalista de producción y la sociedad burguesa.
Estado y constitución, liberalismo y democracia, son meros productos
ideológicos creados para ocultar la explotación del hombre por el
hombre.

5- La democracia social o estado social-democrático


a) Constitucionalismo Social:
A la luz de una transición tan compleja, que importa nada menos que
el encuentro de liberalismo y marxismo, es preciso entonces
considerar en más detalle los orígenes múltiples y los caracteres del
estado social-democrático, forma que sigue, como hemos dicho, al
estado liberal de la primera parte del s. XIX.

130
“La economía política ha analizado, indubitablemente, aunque de un modo imperfecto, el
concepto de valor y su magnitud, descubrimiendo el contenido que se escondía bajo estas
formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella
forma, es decir por qué el trabajo toma cuerpo en el vaor y por qué la medida del trabajo
según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud de valor del producto del trabajo.
Trátase de fórmulas que llevan estampado en la frente su estigma de fórmulas propias de un
régimen de sociedad enque es el proceso de producción el manda sobre el hombre, y no éste
sobre el proceso de producción; pero la conciencia burguesa de esa sociedad las considera
como algo necesario por naturaleza, lógico y evidente como el trabajo productivo.” Marx, C.
El Capital. Crítica de la economía política. México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp.
44-45.

104
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

En primer lugar notemos un fenómeno que le precede: el


reconocimiento (y la inserción en el texto constitucional) de los
llamados derechos sociales. Sánchez Agesta llama a este fenómeno el
primer signo de la evolución que llevará hasta el estado de bienestar.131
En efecto, este tipo de estado, que en rigor aparece después de la
crisis financiera mundial de 1929 y la Gran Depresión que le siguió,
está precedido por cambios en el paradigma del constitucionalismo
liberal que paulatinamente lo convierten en un constitucionalismo
social. Como ya hemos anticipado, el gran cambio radica en la
aceptación de la idea de derechos que se ejercitan no siempre contra
un particular sino a menudo contra el estado mismo y cuya legitimación
activa es la pertenencia a un grupo o al todo social. Se considera
socialmente justo que el estado instituya estos derechos (o, si se
quiere, libertades) conforme al contenido ético o normativo de la
democracia, es decir conforme a los ideales substantivos de la
democracia que superan el mero reclamo a participar del gobierno.
Dentro de estos derechos están todos aquellos relacionados con el
trabajo y la familia.
Recordemos que al término de la guerra mundial de 1914, el
constitucionalismo ha llegado a su apogeo, establecido no sólo en
Europa y América, sino en varias regiones de Asia, África y Oceanía.132
Por su parte, este es el momento en que la democracia política se ve
acosada, ya por la “cuestión social”, ya por la inestabilidad internacional
causada por factores de diversa índole, entre ellos factores
económicos, que conducen a la primera guerra mundial. Así, las
sucesivas demandas obreras, alentadas por el accionar de partidos
socialistas y comunistas, terminan alcanzando reconocimiento
constitucional. El primer antecedente se da en suelo americano, la
constitución mexicana de 1917, que establece que el derecho de
propiedad está en función del interés social, y enuncia un amplio
catálogo de derechos sociales, que va desde la jornada máxima de
trabajo de ocho horas, el descanso semanal y la reducción de la jornada
del trabajo de menores y el salario mínimo, hasta el reconocimiento
del derecho de huelga, que no es un derecho individual, sino colectivo.
A este precedente sigue la constitución alemana de Weimar de 1919.
b) Estado social-democrático como estado de bienestar:
Vemos entonces como el reconocimiento de los así llamados derechos

131
Sánchez Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, p. 572.
132
Fayt. C. Derecho Político, Depalma, Bs. As., 1985, TII, pag. 18.

105
JUAN DANIEL VIDELA

sociales acompaña la democracia social como su forma jurídica típica


en el estado social democrático. A su vez, en la mayoría de los casos
el estado social se declara “estado de bienestar” en el texto de su
constitución la cual asume las características prescriptas por el
constitucionalismo social. En otras palabras, el estado de bienestar es
la forma que adopta el estado democrático hacia comienzos del siglo
XX, por lo que tal vez puedan usarse los términos en forma indistinta.
La expresión “bienestar” o “bienestar social” subraya el alto grado
de injerencia estatal en los asuntos privados para garantizar a toda la
población ciertas condiciones mínimas de vida. De este modo el estado
responde a las demandas del electorado en un sistema democrático
que ha trascendido la mera igualdad formal (igualdad potencial de
derechos políticos y civiles) y procura una igualdad substantiva
(igualdad real de derechos económicos y sociales).
En la ideología del bienestar convergen cierto tipo de liberalismo (que
acepta la intervención del estado más allá de su mínima expresión para
evitar la irrupción de conflictos sociales, como una posible revolución
obrera), el socialismo (que acepta el reconocimiento de los derechos
laborales y de agremiación dentro del sistema capitalista a pesar de ser
derechos burgueses), y la Iglesia Católica (cuya doctrina social predica
una tercera posición entre capitalismo y socialismo puros, pero
fundamentalmente funciona como factor de presión e insertando su
doctrina en textos constitucionales e iniciativas legales cada vez que le
es posible).
Con el estado de bienestar se desarrollan los servicios provistos por el
estado, educativos, de salud, vivienda etc. Al mismo tiempo los sindicatos
pasan a ser interlocutores válidos del estado en materia de producción y
en general de economía, que antes estaba en manos de la clase burguesa.
Por su parte, si bien la intervención estatal alcanza el área de la economía
así como la de los servicios sociales, no trata de suprimir el juego de las
fuerzas del mercado, sino de corregirlas para beneficiar a los actores
económicos más débiles. Por eso se dice que el estado de bienestar es
una especie de transacción o compromiso entre capital y trabajo que
procura evitar el conflicto social.
El estado de bienestar, o welfare state, es un producto típico del
siglo XX y su época de oro va de 1945 a 1975. Con esto el occidente
capitalista ofreció una alternativa histórica a los gobiernos socialistas
de la segunda postguerra, que estaban fundados en la protección de
la clase trabajadora y habían abolido el capitalismo, particularmente a

106
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

la Unión Soviética.

c) El Estado keynesiano:
Como hemos visto, no podemos dejar de relacionar el desarrollo
del capitalismo con el desarrollo de la democracia ya sea en su fase
liberal o en su fase social, a la que sirve de contexto histórico. Así,
hasta por lo menos los comienzos del siglo XX la economía capitalista
tiene a las democracias liberales de occidente (Europa, Estados Unidos)
como marco jurídico-político. En ese momento, como lo hemos
indicado varias veces más arriba, comienzan a reconocerse derechos
que van más allá del marco puramente formal de la participación en
el poder a través del derecho a elegir y a ser elegido. Esto constituye
los orígenes del estado de bienestar pero, advirtamos, se trata del
reconocimiento de derechos sociales (derechos del trabajo y de
agremiación) y de planes de asistencia social que no interfieren
directamente ni comprensivamente con el mercado, si bien lo
influencian de diversas maneras. La doctrina económica de la época
sigue siendo continuación (aunque con grandes diferencias) de la
economía política clásica, o liberalismo económico, que hemos visto
someramente en el capítulo anterior.
Sin embargo, el hecho decisivo de la crisis económica desatada en
1929 parece mostrar que las leyes de la economía política clásica
estaban equivocadas en cuanto presuponían una economía
autorregulada, con ciclos económicos (recesión-crecimiento),
alternados, y por ello perfectamente autocontenidos. Al contrario,
1929 marca el comienzo de una gran recesión mundial de profundos
efectos y que no parecía tener fin a la vista. “Si el mercado había
logrado hacer valer su autonomía respecto del poder estatal a lo
largo de casi un siglo y medio, la realidad vigente en el período de
entreguerras perturbaba la armonía de su justificación e impulsaba el
surgimiento de las economías del bienestar, quienes pregonaban una
participación decidida del estado para corregir las fallas de la
economía.”133
Hacia 1930, entonces, el mundo parece preparado para un cambio
en el paradigma de la relación estado-mercado, el que viene a
expresarse con el advenimiento del estado keynesiano. Se lo llama

133
Estrada Sáenz, G. “Estado y mercado” en Pinto, J. Introducción a la ciencia política. Bs.As.,
Eudeba, 2000, pp 177-209.

107
JUAN DANIEL VIDELA

así por John Maynard Keynes (1883-1946), el economista que proveyó


sustento teórico a la acción de los estados de esta época en su obra
Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936).134 Para
ser más exactos, empero, debería hablarse de políticas económicas
keynesianas y no de estado keynesiano, ya que el keynesianismo es
un fenómeno que se da en el seno del estado bienestar, pero no
significa realmente el fin de este por su transformación en otra especie
de estado. En un sentido parecido, algunos autores definen al estado
keynesiano como la forma económica que adopta el estado social
democrático después de la primera guerra mundial. Nótese que esta
es una caracterización económica, como la expresión “estado de
bienestar” es política.
De todos modos, se trata no sólo de un nuevo paradigma político de
las relaciones estado-mercado, sino de un nuevo paradigma de la
ciencia económica. El keynesianismo pone fin, al menos
temporariamente, a la hegemonía de la teoría económica liberal y a
su creencia en la autoregulación del sistema económico. Esta es la
creencia liberal en que las crisis o desequilibrios entre producción y
consumo se mantienen dentro de ciertos límites que no exceden
porque el sistema vuelve siempre a su punto de equilibrio. En otras
palabras, la crisis del treinta, que supera por su gravedad todo límite
y todo precedente anterior, genera una enorme desconfianza hacia
una ciencia (la economía liberal) que había sido incapaz de prever el
colapso financiero. El keynesianismo expresa esa experiencia histórica
de desconfianza mediante un modelo explicativo del ciclo económico.
El fin que procura es, precisamente, predecir los ciclos y regularlos,
evitando las crisis productivas. Para ello predica la intervención del
estado, a través del gasto público, a los efectos de generar demanda
de bienes cuando la producción no encuentra salida. Esto significa
inversiones frecuentes en obra pública, subsidios, seguros, en fin, una
gama de erogaciones fiscales para revertir situaciones recesivas o
deflacionarias y evitar el desempleo que de otro modo se hace
inevitable cuando no hay demanda de bienes. Ahora bien, en tiempos
de recesión el estado carece de recursos genuinos para solventar
todos esos gastos. El keynesianismo resuelve ese problema a través
del triple expediente de echar recurso a políticas fiscales (imposición
de impuestos progresivos sobre la propiedad y el ingreso de la clase
altas), políticas monetarias (emisión de dinero sin respaldo en mental),
y políticas crediticias (préstamos a la industria y particulares).135
134
Keynes, J.M. Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero. F.C.E. Bogotá, 1976.

108
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Ya hemos indicado como el estado keynesiano se extiende


globalmente a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, llegando a
popularizarse en muchas naciones del tercer mundo. Agreguemos
que sus políticas tienen relativo éxito, sobre todo guiando a las
naciones desarrolladas para salir de la crisis del treinta. A comienzos
de la década de 1970, sin embargo, el mercado comienza a dar signos
negativos. Baja la productividad, cae el nivel de inversión, aparecen
recesiones periódicas pronunciadas, se detiene el crecimiento que
compensaba la emisión monetaria, aumentando por ello la tasa de
inflación, lo que lleva al abandono del patrón oro (convertibilidad
dolar-oro) en 1971. En este momento se advierte que las políticas
keynesianas no podían ya resolver un tipo de problema que ellas
habían creado a través de la emisión -la inflación- porque en realidad
su éxito tenía como presupuesto un escenario inicial de deflación
(caída de los precios), tal como ocurrió en la crisis del treinta, el que
nunca más volverá a darse. A estos problemas se suma la crisis del
petróleo de 1973 que prácticamente da el golpe de gracia al
keynesianismo en los países desarrollados. A partir de ese momento
tenemos un período de oscilación en el que el estado de bienestar
social alterna entre políticas keynesianas y otros medios de
intervención para cumplir sus objetivos.

6- El neoliberalismo
La crisis de los años setenta causó en primer lugar, como reacción en
la teoría económica, una nueva teoría identificada con la escuela de la
Universidad de Chicago, la que a su vez contribuiría fuertemente a la
formación de un nuevo paradigma en la relación estado-mercado a
partir de los años ochenta. A esta teoría se llama neoliberalismo,
porque representa una vuelta al liberalismo económico. Esta asociada
con los nombres de Milton Friedman y Friedrich Hayek. Cabe agregar
que en lo que a la ciencia económica contemporánea respecta el
keynesianismo no ha desaparecido y que se lo suele combinar en los
análisis con el neoliberalismo, usando el uno para predecir demanda
e inversión, y el otro para explicar el comportamiento de la demanda.
En la realidad de la práctica política de los estados, en efecto,
keynesianismo y neoliberalismo todavía compiten, tanto más cuanto

135
En la caracterización del estado keynesiano sigo, con algunas diferencias, a Abal Medina, J.
y Barroetaveña, M. “El estado”, en Pinto, J. Introducción a la ciencia política. Bs. As., Eudeba,
2000, pp. 149-153.

109
JUAN DANIEL VIDELA

el neoliberalismo se presenta bajo fórmulas “ortodoxas” que no


admiten términos medios.
Veamos en primer lugar la crítica neo-liberal al keynesianismo. Se
responsabilizó de la crisis directamente a las políticas keynesianas,
marcando la inconsistencia entre política monetaria (emisión) y política
fiscal (imposición). De acuerdo a los teóricos de Chicago, la expansión
de la oferta monetaria (emisión) por políticas arbitrarias de los bancos
centrales de los Estados Unidos y otros países, había producido una
distorsión en el sistema de precios. Además, el nivel de empleo
alcanzado tenía también un costo muy alto: la inflación generada para
sustentar los sueldos de las administraciones centrales y los programas
de empleo. Por eso los neoliberales aconsejan restricción de la emisión
y se muestras listos para señalar que el desempleo que pueda surgir
será culpa de las políticas keynesianas pasadas que no han dirigido el
trabajo hacia los sectores realmente productivos. A estas políticas de
emisión se llama monetaristas.
Pero el neoliberalismo tiene un fuerte contenido político que lo coloca
más allá de la economía, dentro del ámbito de la teoría política. El
neoliberalismo, particularmente el de Hayeck, vuelve a algunas de las
cuestiones fundamentales de la filosofía política moderna, la diferencia
entre liberalismo político y liberalismo económico, que presentáramos
en el capítulo anterior, y la relación entre liberalismo y democracia,
que presentáramos en el tema 1-d) en este capítulo. Para Hayeck,
liberalismo económico y liberalismo político son inseparables, la
libertad política es un corolario de la libertad económica o, si se
quiere, ambas son aspectos de un fundamento único, la libertad
individual. Es la tesis de indivisibilidad de la libertad, que toma de
Friedman, posición que excluye entonces por definición la posibilidad
de que un régimen constitucional liberal coexista con una economía
de bienestar. Los emprendimientos del estado bienestar para lograr
la igualdad son sinónimos de totalitarismo cuando coartan los derechos
individuales. “Mientras que la igualdad de derechos bajo un gobierno
limitado es ciertamente posible, siendo la misma indispensable a la
libertad individual, la pretensión de una igualdad en las condiciones
materiales sólo puede lograrse a través de un gobierno que disponga
de poderes totalitarios.” 136 Del mismo modo Hayek distingue
fuertemente entre liberalismo y democracia, otorgándole a esta valor
instrumental, o subordinado, con respecto a la libertad. En el mejor
136
Hayek, F. Derecho legislación y libertad, citado por Estrada Sáenz, G. en “Estado y mercado”,
Pinto, J. Introducción a la ciencia política. Bs. As., Eudeba, 2000, p. 199 v.

110
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de los casos, la democracia es para el neoliberalismo incompleta, ya


que según el principio democrático los límites al poder están
determinados por la voluntad de la mayoría y no por derechos
preexistentes.
Paulatinamente, las convicciones neoliberales fueron absorbidas por
los centros decisorios, que impusieron el equilibro fiscal (la eliminación
del déficit debido al gasto público) a toda función del estado. En las
naciones desarrolladas el proceso comenzó en Inglaterra bajo Margaret
Thatcher para seguir en Estados Unidos bajo la administración de
Reagan. En todos los casos significó el retroceso de los planes estatales
que procuraban regular el mercado. Resultado más visible fue la
desocupación ocasionada por la suspensión de políticas keynesianas
y la restricción de los servicios sociales. Agreguemos que así como el
keynesianismo se extendió por todo el mundo, del mismo modo el
neoliberalismo ha llegado a países subdesarrollados. Estos países no
sólo experimentaron inflación y caída de la inversión en la década del
setenta, sino también todos los problemas estructurales que
corresponden al subdesarrollo, a los que se debe agregar un fuerte
endeudamiento externo, en algunos casos debido a especulación y
no a inversiones reales. En Argentina políticas monetaristas se aplican
sin consistencia desde 1976, pero en la década del noventa fueron
aplicadas con más regularidad, sin que por ello haya necesariamente
retrocedido el entendimiento o la autocomprensión del estado
argentino como estado de bienestar, lo que llevó a un alto grado de
conflicto social y político. Por su parte, el cambio presidencial de
2002 parece indicar una vuelta sin más al keynesianismo y a las
instituciones originarias del estado bienestar.
Ello no obstante, creemos que es al menos teóricamente posible
procurar los fines del estado de bienestar bajo las condiciones creadas
por las políticas económicas neoliberales. Creemos que el keynesianismo
no es realmente una forma del estado liberal democrático, como es el
estado de bienestar, sino simplemente una política económica. De modo
que su retroceso no debe significar el fin de la necesidad de democracia
substantiva que llevó a crear el estado liberal como fase tardía del
capitalismo. Claro está que en algunas de sus formulaciones más
ortodoxas el neoliberalismo se declara partidario exclusivamente de
un estado liberal democrático cuyo valor primordial es la libertad y no
la igualdad. Pero en la práctica, el conflicto de ideologías se reduce a un
conflicto sobre medios. Así Estados Unidos en la década del noventa
ha aplicado políticas neoliberales, pero ha mantenido (si bien cambiada

111
JUAN DANIEL VIDELA

y reducida) la estructura del welfare, cuidando de no financiarla con


emisión y sólo limitadamente con impuesto, prestando en forma
descentralizada y a veces en forma privada servicios que antes se
prestaban a través de la administración central. Se sostiene así que la
creación de oportunidades en la sociedad no sólo es alcanzable a través
de la regulación del mercado, sino a través del mantenimiento de una
condición fundamental: una economía saludable, en crecimiento y con
pleno empleo. Para el pragmatismo clintoniano, el foco se ha desplazado
de la distribución de riqueza a la creación de riqueza, quedando
sobreentendido que el mercado habrá de asignar los excedentes a los
más necesitados, con ajustes mínimos por parte del estado. Pero
agreguemos que el éxito de esa propuesta supone que la sociedad civil
está dispuesta a abandonar ciertas promesas del estado de bienestar
que se tornan imposibles de alcanzar con las restricciones o ajustes
neoliberales. En otras sociedades, como Argentina, la sociedad civil se
muestra más inflexible en sus demandas y el conflicto (eventualmente
la violencia) social se muestra inevitable.
D- PARTE SISTEMÁTICA

112
CAPITULO SEXTO: LA COMUNIDAD POLÍTICA
1- Hacia una teoría de la comunidad y la dominación
políticas. Aspectos metodológicos. Comunidad y
dominio. Sociedad y estado. Lo público y lo privado.
2- El estado: recapitulación. Nociones nominal, histórica
y sistemática. 3- Orientaciones del análisis teórico del
estado en la ciencia política contemporánea. La “Teoría
del Estado”. Neoinstitu-cionalismo. La teoría de
sistemas. 4- Elementos del estado territorio, población,
poder, derecho. 5- Estado y gobierno.

1- Hacia una teoría de la comunidad y la dominación


políticas
a) Aspectos metodológicos
En este capítulo volvemos a retomar algunas de las cuestiones de la
primera parte de este pequeño libro, pero no desde la perspectiva de
su génesis histórica, sino de la de su manifestación como fenómenos
contemporáneos a nosotros y dotados de caracteres constantes o
estructurales que se revelan al análisis sistemático, como el caso de la
consideración que en este capítulo vamos a hacer del estado moderno,
cuyo desarrollo histórico estudiamos con cierto detalle. En general,
tanto en este capítulo como en toda la segunda parte, nuestra intención
será concentrarnos en los contenidos de la ciencia política en cuanto
se agrupan como problemas y conceptos que pueden ser sistematizados
a los efectos del análisis, a diferencia de la primera parte que se organizó
en torno al desarrollo histórico de los grandes paradigmas de la reflexión
política.
Pero también vamos a repasar algunas de las nociones básicas de la
Introducción, particularmente el problema del “objeto” de la ciencia
política. Decíamos entonces que la mayoría de las ciencias han logrado
apropiar una región de fenómenos y asegurarla como su propio tema
de consideración, y que a este logro se le suele llamar un “recorte de
su objeto de estudio”. Esta manera de hablar se ha impuesto en parte
debido a la influencia de un cientificismo de inspiración positivista y,
en general a la posición predominante en la modernidad que entiende
al conocimiento como relación entre un sujeto, el hombre, y un objeto
de análisis, el mundo. Pero puesto que el recorte de un área de
fenómenos, de un objeto de estudio, es siempre un tanto relativo o

113
JUAN DANIEL VIDELA

arbitrario, cada fenómeno puede ser estudiado desde distintos puntos


de vista, puede ser objeto respectivamente de más de una disciplina.
Cabe entonces preguntarse cuál es el aspecto bajo el cuál la política
estudia al hombre, esto es, cuál es la región de fenómenos del mundo
de la vida, el área tematizada, por la ciencia política.

b) Comunidad y dominio
Como dijimos, las dos opiniones más corrientes en el siglo XX sostienen
que el objeto de la ciencia política es el estado, la una, y el poder la otra.
Pero en el capítulo primero habíamos traducido estas posturas al
vocabulario del análisis de Manfred Riedel, a saber: que las cuestiones
fundamentales del saber político son la comunidad (o el fenómeno de la
existencia de agregados sociales) y el dominio (el fenómeno del poder
dentro de los agregados sociales). Riedel añade que el vínculo entre
ambos fenómenos es la relación de pertenencia al todo social que nos
lleva a acatar sus órdenes, la ciudadanía. Para Riedel estudiar una “forma
de vida” colectiva supone conceptualizar ambos aspectos (comunidad y
poder) que por otra parte están ya presentes en el sentido común que
conforma nuestra experiencia cotidiana de la política. Decimos que es
esta una traducción ya que poder y estado no coinciden exactamente
con dominio y comunidad tal como las caracteriza Riedel, bajo la influencia
de Aristóteles.137
Por ello creemos que reducir el objeto de la política al estado o al
poder, como fenómenos aislados y enteramente independientes entre
sí y del fenómeno “social” constituye un error metodológico. Como
consecuencia, deberíamos reconocer que cuando se habla de comunidad
o dominio ellos no constituyen entidades que han permanecido
constantes a lo largo del tiempo -ya hemos visto que el mundo antiguo
no conoce la separación entre dos formas de comunidad, las que hoy
llamamos estado y sociedad, a la vez que la sociedad moderna ha sido
pensada como fuera de las relaciones jurídicas de dominio, que
corresponden al estado.

c) Sociedad y estado
Con la separación entre sociedad y estado pasamos a un rasgo esencial

137
Riedel, M.: Metafísica y Metapolítica. Bs. Alfa, 1977.

114
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de la época moderna, la separación entre dos ámbitos concretos de


acción, complementarios, pero diferentes: el estado, dotado de poder
y creador de las condiciones mínimas de orden que regulan la libertad y
la propiedad, y la sociedad, esfera económica desarrollándose a partir de
estos derechos, pero también ámbito íntimo basado en otros derechos
individuales: familia, privacidad o personalidad. Desde luego que la
distinción entre estado (lo público) y sociedad (lo privado) no es tajante
y, como la dicotomía público/privado que veremos enseguida, tiene un
carácter abstracto. Pero tiene una relevancia conceptual enorme el hecho
de que podamos distinguir entre ambos términos y aplicarlos a
circunstancias concretas. Por ejemplo, es imposible entender el liberalismo
político si no se entiende la primacía de la constitución del estado como
derecho público sobre los actos de los particulares, del mismo modo
que es imposible entender el liberalismo económico si no se entiende la
primacía de los derechos a trabajar y contratar.
Consecuentemente, es preciso recordar: a) la distinción moderna
entre estado y sociedad (frente a las formas pretéritas que ha asumido
el fenómeno político) y b) que la línea que separa lo político de lo no-
político es sinuosa y unas veces incluye y otras excluye áreas de la
regulación explícita por el poder institucionalizado por el estado. La
primera distinción nos lleva a considerar que es imposible encontrar
una sola forma histórica de comunidad política, que en realidad el
fenómeno “comunidad” -el hecho de que los hombres entran en
relaciones sociales y forman agregados- es multiforme y que el
“estado” moderno es tan sólo una de sus manifestaciones, si bien
una muy importante por su vigencia contemporánea. La segunda
distinción nos obliga a prestar atención a la configuración del poder
por dentro y por fuera de las relaciones jurídicas, particularmente de
las estatales, cuyo estudio complementa el del poder, pero no lo
agota. (Tal es el caso de la economía en que unas veces el estado
interviene y otras no, o lo que llamamos, quizás imprecisamente,
“sociedad” a secas, que sólo en apariencia está exenta de relaciones
de poder.) Por eso es que hablar de estado o poder a secas no parece
siempre tan recomendable como orientar el estudio en dirección
hacia una teoría comprensiva de las formas de la comunidad y de las
formas de la dominación políticas.

d) Excurso: lo público y lo privado


Por último, en este intento de eludir en parte el la falsa dicotomía

115
JUAN DANIEL VIDELA

estado/poder, al preguntar por el tema central de la reflexión política


vamos a mencionar, además de la distinción sociedad/estado, otra
dicotomía, público/privado, habida cuenta de los resultados de las
investigaciones conceptuales de Riedel, a saber, de que los objetos
generalmente imputados a la ciencia política -estado y poder- quedan
uno junto al otro en lo público como par de conceptos correlativos,
pero del lado opuesto de la sociedad o lo privado, en el ámbito ahora
llamado público. Hemos entonces de captar un primer rasgo del fenómeno
originario de la comunidad política -su carácter público- que pervive
reforzado en el estado moderno, no sin rupturas y superposiciones,
para situarlo en el contexto de una gran dicotomía: la oposición público/
privado, que es pre-moderna y precede a la aparición del estado, pero
que sin embargo se continúa en la separación epocal estado/sociedad,
que es un rasgo esencial y propio de la modernidad.
Como bien indica Bobbio, la dicotomía público/privado se remonta
al derecho romano y significa respectivamente lo que se refiere “al
estado (condición) de las cosas romanas”, y lo que se refiere “a la
utilidad singular (del individuo)”. La cosa pública romana es, desde
luego, el imperio, y las principales consecuencias de la distinción recaen
sobre lo jurídico: la organización jurídica de la cosa pública y los
derechos que corresponden a los particulares. Así, hasta cierta época
en la evolución del derecho romano, la pareja público/privado coincide
con la distinción entre lex (generalmente ordenadora de la cosa pública
y dictada por los comicios o asambleas) y jus (que es privado y surge
mayormente de la costumbre y la jurisprudencia). En otras palabras
se trata de las normas que rigen al imperio y las que rigen a los
particulares. Pero también hay una relación jerárquica entre ambos:
el interés público prevalece sobre el privado en determinadas
circunstancias. La reflexión romana sobre la cosa pública origina el
concepto moderno de esfera pública al que hemos hecho referencia
en el capítulo primero, que podríamos decir es funcional por
naturaleza. En efecto, lo político en tanto que lo público es una esfera
de la sociedad definida por una cierta cualidad en la que temas entran
y de la cual temas salen, una esfera de discurso o acción comunicativa.
En ella se toman decisiones tras una discusión abierta y la cualidad
que adquieren las cuestiones discutidas es la cualidad de públicas, es
decir, concernientes a la comunidad como un todo.
Como también indica Bobbio, la dicotomía jurídica público/privado ha
tenido el poder de servir como paradigma clasificatorio en el convergen
otras dicotomías, aun cuando no se superpongan exactamente con

116
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

ella. En todas ellas un término designa algo que tiende a ser privado y
el otro público, otorgándose indistintamente a uno u a otro primacía
teórica o valorativa. Así, por ejemplo, las dicotomías sociedad de
desiguales (la política)/sociedad de iguales (la comercial), ley/contrato,
justicia distributiva/ conmutativa. Por otro lado, cuando quiera que una
de estas oposiciones sale a la luz, tiende a adquirir carácter prescriptivo,
determinando que uno u otro término es más importante que el otro.
Así, en todas estas dicotomías se da una cuestión de interpretación.
Ellas son leídas de acuerdo a los valores que uno profesa. Por ejemplo,
el socialista otorga primacía a la justicia distributiva, y el liberal a la
justicia conmutativa.138

2- El estado: recapitulación. Definiciones nominal,


histórica, y sistemática
Para volver entonces a la pregunta inicial, comunidad y dominio asumen
diferentes relaciones y sólo en algunos casos justifican que se asigne
a diferentes ciencias el estado o la sociedad como objeto de estudio.
Hay si, claramente, un modelo teórico-práctico de relación entre
ambos, donde el estado es creador y sustentador de un orden
necesario para el goce de los derechos individuales y la sociedad es el
ámbito enteramente privado de relaciones de más o menos libre
intercambio. Este es el modelo de la alta modernidad, que se termina
de formar en torno a la Revolución Francesa y con la ideología del
constitucionalismo. Este modelo fue rescatado por la Staatslehre o
Teoría del Estado de principios del siglo XX que, identificándose con
la ciencia política misma, hizo suyo al estado como objeto de estudio
-al estado entendido principalmente a través de sus caracteres
jurídicos. Y del mismo modo hay un modelo propio de mediados o
fines del siglo XX que identifica a la política con relaciones de mando
y obediencia, con el poder como objeto de estudio, y que
principalmente se desarrolló en Estados Unidos como paradigma de
la ciencia política. En esta sección del libro vamos a considerar a
ambos, pero no sin antes distinguir que estamos en el plano del análisis
teórico, y que este suele ser precedido por disquisiciones lingüísticas
e históricas. Es por eso que vamos a comenzar con una breve
consideración de lo que podríamos llamar las definiciones nominal e
histórica del estado, que usualmente preceden al análisis teórico o
sistemático.
138
Bobbio, N. Estado, gobierno y sociedad. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1989.

117
JUAN DANIEL VIDELA

Una definición nominal se centra en el nombre de la cosa por sobre


la cosa designada, atiende más a las transformaciones del sentido de
una palabra para poder designar nuevos contenidos, que a los
contenidos mismos, que deja como trabajo para las definiciones
teóricas o sistemáticas. En términos simples se fija cómo una palabra
cambia al adquirir nuevas significaciones.
Con respecto a “estado”, sabemos que proviene del latín status, que
designa -particularmente en el derecho romano- la condición, el estado
o la circunstancia de una cosa o persona. En particular, se empleaba la
expresión status personarum para referirse a la situación familiar, social
o profesional de la persona. Ese sentido ha atravesado los siglos y se
encuentra en expresiones del derecho civil tales como “estado civil”, o
de la sociología contemporánea, que habla de “rol y status” de una
persona dentro de la sociedad. En el ámbito público los latinos usaban
con menor frecuencia la expresión status rei publicae que se refería a
la condición, orden o constitución de la cosa común, nombre que
entonces designa a la república o imperio como formas particulares de
la comunidad política. Pero, como explica Riedel, la expresión latina
status normalmente requiere de otro término que lo explicite
(funcionando gramaticalmente como genitivo objetivo), “que designe
con más exactitud de que significación, estamento, constitución, orden
se trata”.139 En otras palabras, en la época romana la palabra status no
designa nada con total entidad o exactitud y requiere siempre ser
precisada en términos de la persona, o de la cosa pública (esta última,
incidentalmente, tampoco es una expresión muy precisa, a pesar de
ser más difundida que sus equivalentes, civitas o imperium).
Recién mucho tiempo después y con Maquiavelo status adquiere su
entidad y su fijeza, cuando en el primer capítulo del Príncipe utiliza la
expresión lo stato para referirse a las formas políticas de la Italia de
su tiempo, a las que divide en repúblicas y principados. Status no es
ahora un término dependiente, sino que él mismo se ha convertido
en el genitivo objetivo, cuando se comienza a hablar de raggione di
stato (ratio status) o razón de estado, para referirse a la necesidad
que guía la conducta del estado como entidad política constituida
monarquía en la mayoría de los casos, o como república.
Esta disquisición lingüística prepara si se quiere la definición histórica,
que es la que atiende al desarrollo de una entidad natural o artificial,

139
Riedel, M. Metafísica y metapolítica, vol. I. Buenos Aires, Alfa, 1977, p 20.

118
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

a la génesis de un fenómeno, a su florecimiento y a su eventual


disolución. Así, vemos que en Maquiavelo existe ya la percepción de
que el fenómeno político tiene (o debe tener cierta existencia fija) o
estructura constante o estable. Maquiavelo habla de estado aunque
la Italia de su tiempo tiene todavía un carácter feudal. En él vocabulario
y proyecto político se anticipan al desarrollo histórico. A la inversa,
Bodino, sólo unas décadas después y viviendo bajo una monarquía
nacional, vacila aún en llamarla estado y da su célebre definición de
república que hemos estudiado, resaltando por su parte el elemento
moderno soberanía, pero no descuidando decir que se trata de recto
gobierno, de un gobierno regido por leyes y estructurado por estas.
En cuanto a la definición histórica misma, como hemos estudiado con
particular detalle en la primera parte de este libro, esta comprende la
exposición del desarrollo del estado europeo de los siglos XVII a XIX,
en sus tres grandes formas, el estado absoluto, el estado constitucional
(también llamado liberal o burgués) y el estado democrático (en sus
versiones liberal democrática y social-democrática). Este análisis, al
que nos remitimos, ofrece una definición histórica de estado, a través
del análisis de sus condiciones de posibilidad, de sus estadíos y de sus
subsecuentes cambios, pero también muestra, de manera diacrónica
por supuesto, cuáles son los temas y problemas fundamentales de la
política. Su contribución más importante es mostrar cuáles son los
elementos concretos del fenómeno político en la modernidad -si
tuviéramos que decirlo en pocas palabras, la unificación de un pueblo y
un territorio bajo un poder central- así como los elementos abstractos
del mismo fenómeno que aparecen luego, ya con la madurez del
concepto de constitución -el proceso que más arriba hemos llamado
despersonalización y que consiste en concebir el estado más y más
como la forma jurídica de las relaciones sociales, que las relaciones
sociales mismas.
Habiendo pues encontrado al fenómeno del estado en sus variaciones
etimológicas, y en sus orígenes, desarrollo y formas históricas, cabe
preguntarse en qué sentido la ciencia política habla del estado cuando
hace de él su objeto de estudio. Para justificar los intentos de
definiciones que más allá de lo histórico tienen una intención
sistemática, es preciso recordar que es imposible abordar la cuestión
de lleno sin distinguir el estado como concepto abstracto, tipo puro,
o categoría de análisis, y el estado como forma histórica concreta, en
cuyo caso estaremos hablando del estado moderno en las tres grandes
formas en que lo hemos encontrado. De un lado, hablamos de una

119
JUAN DANIEL VIDELA

categoría histórica concreta, del otro, de una abstracción del material


histórico o de un análisis que no tiene en cuenta la génesis del
fenómeno.
Se plantea aquí la antítesis historia versus sistema, que sólo puede
ayudarnos si la reconocemos como una oposición hasta cierto punto
insoluble, como opción siempre presente al análisis: considerar la
estructura o considerar el desarrollo del tema en cuestión. Desde
luego, tanto el historicista recalcitrante como el partidario del análisis
sistemático ahistórico parecen haber resuelto la antítesis, cuando el
uno niega que la historia pueda ser extricada del análisis del presente,
o el otro pretende el análisis del fenómeno prescindiendo de su historia.
Pero ambas alternativas son falsas. Es preciso aceptar la antinomia
historia/sistema como algo irradicable: así por ejemplo los tipos puros
de legitimación del poder formulados por Max Weber (racional-
normativo, histórico-tradicional) reflejan la oposición histórica entre
Ilustración (iluminismo o edad de la razón) y el ancien régime (el
antiguo régimen de la monarquía francesa) contra el que esta se alza y
el que históricamente le precede.
Y, como ya hemos explicado en la sección anterior, no menos falso es
el intento de subsumir bajo el concepto estado formas políticas
pretéritas que poco o nada tienen que ver con el fenómeno (moderno)
que por primera vez merece el nombre estado: la polis griega, el imperio,
etc. Esta asimilación es del todo cuestionable, se haga en nombre de la
ciencia, o se haga a nombre de la filosofía. Existen múltiples razones
que abonan el argumento de que el estado es un concepto
históricamente restringido, por ejemplo, de que muchas formas políticas
pretéritas tienen diferencias substanciales con él y no obstante
constituyeron el fenómeno político de su tiempo. Por ejemplo, los
imperios de la antigüedad tenían la pretensión de ser universales, única
clase de poder político en el orbe conocido, a diferencia del estado
moderno que se reconoce uno y miembro de una comunidad universal.
Es más, el estado moderno puede también haber llegado a su fin con el
fenómeno de la globalización, y bien podemos estar necesitando una
nueva categoría de análisis, no sirviendo ni siquiera el concepto “estado
nacional” ya que los conceptos deben estar en cierta conexión con, y
ser restringidos por, sus contextos históricos.
Por eso, en lo que sigue proponemos una simple recapitulación
sistemática de los principales conceptos estudiados en la primera
parte, sin negar sus aspectos históricos y el hecho de que solamente

120
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

en la modernidad se da el objeto de estudio que llamamos estado.


Con todo, y a los efectos del análisis habremos de tener presente las
particularidades de su desarrollo en los últimos cinco o seis siglos,
con el fin de conseguir un concepto diacrónico y estable, no sincrónico
e histórico. Puede decirse en este sentido que un estado es un grupo
organizado, con una identidad política propia que ha monopolizado
con éxito el poder en un territorio dado, según característica
célebremente acuñada por Weber.140 Como toda definición abstracta
carece de intuición que la haga comprensible, pero para entenderla
tenemos que tener presente que el estado moderno es el resultado
de un proceso de unificación del poder político, el cual es expropiado
de unidades menores y se deposita en un soberano con el cual un
pueblo o nación se identifica como grupo unificado y frente a otros
grupos. Luego, por supuesto, vendrá el proceso de juridización que
tornará ese estado más y más en una entidad impersonal regida por
leyes generales y administrada por funcionarios públicos. Para
desarrollar o criticar este esbozo de definición, habremos de
contextualizarlo entre las principales formas teóricas de entender al
estado en la época contemporánea.

3- Orientaciones teóricas del análisis del estado en la


ciencia política contemporánea.
a) La teoría del estado
Teniendo en cuenta la definición de estado de Weber, formulada a
fines del siglo XIX, vamos entonces a pasar revista a las principales
orientaciones teóricas o puntos de vista sobre el estado en el siglo
XX. La primera de ellas es la así llamada Teoría del Estado (Staatslehre),
originada y ampliamente difundida en Alemania en las primeras cuatro
décadas del siglo XX, pero con paralelos en Francia, Italia y España,
país este de donde pasa a Argentina e influye poderosamente las cátedras
y textos de Derecho Político.141 Esta disciplina construye un tipo ideal
de estado basado en el estado moderno, al que presenta a través de
sus elementos constitutivos, población, territorio, poder, derecho, con
intención de combinar los métodos histórico y filosófico que otros
enfoques teóricos ignoran.142 Dentro de estos enfoques más modernos

140
Weber, M. “La política como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As, C.E.L.A, 1980, p 86;
Economía y Sociedad. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944, p. 1060.
141
Por ejemplo la Introducción a la teoría del Estado, de A. E. Sampay, Ediciones Theoría,
Buenos Aires, 1996.

121
JUAN DANIEL VIDELA

habremos de mencionar luego el enfoque neoinstitucionalista, el


sistémico y el marxista, que se desarrollan principalmente después
de la II Guerra Mundial.
Hemos indicado en el capítulo primero que las ciencias humanas surgen
de contextos históricos determinados, tal como la economía política
en el siglo XVIII y la sociología en el siglo XIX, bajo el influjo de
fuertes movimientos intelectuales, la ilustración escocesa en el primer
caso (Hume, etc.), el positivismo francés en el segundo (Saint-Simon,
Compte). Del mismo modo, la Teoría del Estado nace en el seno de
la ciencia jurídica alemana del siglo XIX. Pretende sustituir a la ciencia
política considerando su objeto de estudio (el estado) desde una
perspectiva predominante aunque no exclusivamente jurídica. A
menudo se confunde con la teoría de la constitución. El punto de
partida de su análisis es entonces jurídico, pero luego se topa con no
pocos problemas al encontrar los aspectos no jurídicos del estado. A
su vez, trata de combatir o conciliar diversas formas de historicismo,
(Savigny, 1779-1861) y de positivismo. Ese positivismo es jurídico (las
normas no tienen referencia a valores, ya sociológica ya filosóficamente
definidos, Stammler 1853-1938, Duguit, 1858-1928), o bien sociológico
(reduccionismo de todo tipo de cuestiones a temas sociológicos).
Con la intención no exenta de influencias positivistas de superar todas
estas tendencias, de considerar no sólo el aspecto jurídico sino el
aspecto social, con intentos esporádicos de aplicar los métodos
histórico y filosófico, la ciencia jurídica, tanto en el derecho privado
como en el estudio del estado y la constitución, adopta entonces una
especie de dualismo (ciencia del ser y ciencia de las normas) y con
esa intención y en ese contexto se origina la Teoría del Estado alemana
que cuenta con su primer en exponente Georg Jellinek (1851-1911).
La paradoja que la caracteriza es entonces el ser un estudio del estado
con vocación de ciencia política, impregnado de conceptualizaciones
jurídicas y permanentemente confrontando el método y las

142
El tipo ideal de la Teoría del Estado, al menos como aparece en Jellinek, se diferencia al tipo
puro weberiano en que no es una mera abstracción de constantes de la experiencia, sino un
ideal (normativo y teleológico) que trasciende la experiencia -lo que el estado debe ser. Pero
como veremos más adelante, Jellinek es también un dualista y posee una noción de tipo
empírico que se parece a la de Weber. Para Weber, como vimos en varias oportunidades, el
tipo ideal es un instrumento analítico generalizante que se nutre de elementos empíricos,
pero ordena mediante una racionalización rigurosa. Ello no obstante, Weber siempre habla
de la comprensión de la conducta del otro, con lo que rescata el elemento de la intencionalidad
de la conducta que luego aparecerá en Herman Heller autor influido por la hermenéutica de
Dilthey.

122
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

pretensiones de la sociología.143
Este dualismo es superado, al menos en su intención metodológica,
por el exponente más destacado de la Teoría del Estado, Hermann
Heller.144 Para Heller, la Teoría del Estado es sólo parte de la ciencia
política, ya que su perspectiva y método son más restringidos. La
ciencia política viene a completar a la Teoría del Estado con criterios
normativos, así como a ocuparse de aquellos fenómenos que escapan
el marco estrictamente jurídico o institucional del Estado. En cuanto
al dualismo planteado por Jellinek en respuesta a la confrontación
entre positivismo jurídico y sociológico, Heller acuña una definición
de la Teoría del Estado como ciencia cultural, que comprende tanto
lo jurídico como lo sociológico. Pero la unidad de uno y otro enfoque
no se da para Heller en el orden epistemológico (en el orden de la
teoría de la ciencia), sino en la realidad misma que es dialéctica y
otorga el fundamento para que el estado pueda considerarse una
realidad unitaria. Con esto quiere decirnos que la síntesis se encuentra
en la vida del estado y no necesita ser producida en el laboratorio del
investigador. Esta síntesis se da de diversas maneras: en virtud de la
influencia que las condiciones naturales e históricas tienen sobre las
relaciones políticas y jurídicas, y en virtud de la relación intencional o
de sentido que la conducta humana tiene con las normas jurídicas -
toda acción de algún modo interpreta la cultura y sus normas y se
desenvuelve en función de ellas. De allí que Heller interprete al estado
como formación social, como conducta humana organizada que
constituye una unidad de decisión. Con la obra de Heller de algún
modo se cierra el ciclo de la Staatslehre alemana, aunque su solución
no sea del todo consistente: la teoría de la intencionalidad (de la volición
o relación de sentido con la norma) no está acabada coherentemente
y padece de las mismas aporías de muchos fenomenólogos de su época-
Schutz, por ejemplo, o el mismo Dilthey antes.145 En otras palabras, su
teoría de la comprensión de la conducta normada no esta
suficientemente desarrollada. De todos modos su influencia se hace
sentir en diferentes países, especialmente en las cátedras de Derecho
Político de habla hispana. Prueba de ello es el afán de presentar el
estado por elementos que por su naturaleza heterogénea son diversos
y que, sin, embargo se dicen relacionados o articulados.

143
Véase: Sontheimer, K., Ciencia política y teoría jurídica del estado, Bs. As., Eudeba, 1971.
144
Heller, H. Teoría del Estado. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1978.
145
Schutz, A. Der sinnhafte Aufbau der sozialen Welt: eine Einleitung in die verstehende
Soziologie. Viena, Springer, 1932.

123
JUAN DANIEL VIDELA

b) Neoinstitucionalismo
Si la Teoría del Estado fue el paradigma más fuerte en la ciencia política
de principios de siglo, en la postguerra se han desarrollado otros
modos de interpretar el fenómeno político que, sin prescindir del
estado, lo tratan con un aparato conceptual mucho menos tradicional
y, acaso, le otorgan menos importancia relativa. Nos limitaremos a
mencionar aquí al neoinstitucionalismo, al enfoque sistémico y al
neomarxismo.
En cierto sentido, el neoinstitucionalismo se asemeja a la Teoría del
Estado, al menos en tanto y en cuanto incorpora al estado como
variable del análisis (aunque junto a otros elementos), aunque no
identifica su estudio con la ciencia política. Más aún es también un
intento de reconstruir la ciencia política desde el terreno de otra
disciplina: en la Teoría del Estado es el derecho, en el
neoinstitucionalismo es la economía. Pero el neoinstitucionalismo es
una teoría empirista y pragmática mientras que la Teoría del Estado
tiene fuertes connotaciones metafísicas, puesto que otorga una
entidad, identidad e importancia sustanciales y sobredimensionadas
al estado, cual idea platónica. El neoinstitucionalismo, en cambio, no
considera factores tales como población o sociedad como elementos
del estado, sino que reduce al estado a una institución entre varias,
estructurando y regulando los procesos de la sociedad y
principalmente de la economía.
En efecto, entre sus antecedentes se cuenta la escuela de la economía
política clásica, que ya hemos mencionado, y de hecho esta apreciación
se justifica al menos con respecto a Adam Smith, quien junto a su
tratado de economía, escribió largas lecciones de moral y
jurisprudencia. De todos modos el padre fundador de la escuela es el
economista y sociólogo Thorstein Veblen, quien en un célebre artículo
postuló la tesis de que la economía no era una ciencia evolutiva como
las ciencias naturales, precisamente por la influencia de la red
institucional de hábitos y organizaciones que afectan su desarrollo.146
En otras palabras, se trataba de un liberal que no creía en que el
mercado libre sea totalmente posible, pero que valoraba algunas de
las interferencias institucionales al mismo. Algunos de sus
contemporáneos, en cambio, enfatizaron el rol negativo de las
146
Veblen, T. “Why is economics not an evolutionary science?, Quarterly Journal of Economics,
1898.

124
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

instituciones para este desarrollo.


Heredero de todos estos intentos es el neoinstitucionalismo de la
segunda mitad del siglo XX, representado entre otros por Douglas
North, cuyo objetivo principal sigue siendo la economía, pero
ingresando en el análisis factores o elementos políticos.147 A diferencia
de los precursores, su análisis revela que la actividad económica se
superpone con transacciones de naturaleza jurídica que la afectan,
como el derecho de propiedad. Pronto advertimos que el concepto
“institución” no es exclusivo del estado y se refiere tanto a una
organización como a una pauta de conducta, incluye normas y
costumbres, tanto como las interacciones que ellas regulan y los
acuerdos entre los diversos actores sociales de acuerdo a ellas. De
allí que se hable de “modelos” de interacción entre estado y economía,
más que de un concepto omnicomprensivo de estado que incorpore
todos esos factores como sus elementos, como ocurre en la Teoría
del Estado.148

c) La Teoría de sistemas
Una segunda forma reciente de considerar al estado se encuentra en
la teoría de sistemas. A diferencia de los dos enfoques estudiados
más arriba, no se trata de una teoría que estudie una esfera principal
de la vida comunitaria en relativa independencia (estado, economía).
Es decir no es un enfoque determinado por su objeto, ni siquiera por
su método, porque todo método es en una u otra medida unilateral.
La teoría de sistemas es más bien una manera de ver las cosas, un
paradigma cognitivo, una perspectiva holística que en los datos de la
“realidad” ve su estructura y modos de interacción lógicas. No
representa la realidad sino muestra sus flujos de comunicación,
influencia, adaptación y cambios. Está más interesada en la relación
entre sus elementos que en los elementos mismos o, en todo caso,
no “cosifica” esos elementos. Sus orígenes se remontan al trabajo de
mediados de siglo de Ludwig von Bertalanffy,149 autor que puede
considerarse el padre de la teoría. Pero en la ciencia social
norteamericana la teoría de sistemas está presagiada ya y se anuncia
en el “funcionalismo estructural” de Talcott Parsons. Y en el terreno

147
North, D. Estructura y cambio en la historia económica, Madrid, Alianza, 1984.
148
Véase Abal Medina, J. y Barroetaveña, M. “El estado”, en Pinto, J. Introducción a la ciencia
política. Bs.As., Eudeba, 2000.

125
JUAN DANIEL VIDELA

de la ciencia política fue Gabriel Almond quien se ocupó de difundirla.


Para la teoría un sistema es un conjunto de elementos que mantienen
determinadas relaciones entre sí y que se encuentran separados de
un entorno determinado. Esas relaciones dependen de los elementos
mismos y en general se orientan hacia la regulación, o autorregulación
del sistema. No menos importantes son las relaciones con el entorno
(el sistema no existe en el vacío), en las cuales también hay
autorregulación, tendencia al equilibrio (homeostasis), así como
ausencia de propensión al caos. Todo indica que un sistema es algo
en movimiento, que es dinámico. Pero acaso el movimiento que más
interesa (por ser el más observable) es aquel que se da en las relaciones
con el entorno. Es que un sistema supone la entrada de estímulos o
demandas y la producción de respuestas y, con ello, un permanente
reacomodamiento interno. Pero para su más destacado representante
en tiempos recientes, Niklas Luhman, el sistema social no es abierto
sino cerrado, se autoproduce y está rodeado de otros sistemas, desde
algunos de los cuales puede ser observado.150
Aplicada a la política, la teoría de sistemas (como el
neoinstitucionalismo) considera al estado no como la entidad o factor
por excelencia, sino como un elemento más en un múltiple sistema
de relaciones. El sistema de la vida humana es la sociedad y dentro de
la sociedad aparece el estado, ni siquiera formando un subsistema
autónomo, sino como un grupo de instituciones que incide en el
funcionamiento de los subsistemas. Ello no significa que no haya un
subsistema político (como hay uno económico) sino que no se reduce
al estado. Esto permite “abandonar la distinción entre el Estado
entendido como la esfera política de los intereses generales, y la
sociedad civil, (como) el área de los intereses privados y
particulares”.151 Es el sistema como totalidad el que distribuye bienes
y valores. Pero el enfoque sistémico, en ciertos casos permite
determinar mejor la influencia de un elemento de un subsistema (por
ejemplo el estado en el subsistema político) sobre otro subsistema
(por ejemplo el económico). En este sentido, la teoría de sistemas
puede constituir un eficaz instrumento de análisis para evaluar las
políticas estatales y su incidencia en la economía.
149
Bertalanffy, L. Von. General General system theory; foundations, development, applications.
New York, G. Braziller, 1968.
150
Luhmann, N. Introducción a la teoría de sistemas. Méjico, Universidad Iberoamericana,
1996.
151
Zolo, D. La democracia difícil. Méjico, Alianza, 1994.

126
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

d) Marxismo y neomarxismo
La concepción marxista del estado no es unívoca y puede decirse
que retrocede en importancia en la medida en Marx deja la política y
la filosofía en estricto sentido para dedicarse a los estudios
económicos, fase que corresponde a la escritura de El Capital, a
mediados de la década de 1850. En sus años formativos, sin embargo,
tiene una concepción del estado de la cual puede decirse que es
negativa en tanto y en cuanto es tributaria de la crítica que Marx hace
de la filosofía de Hegel y de sus seguidores inmediatos, los jóvenes
hegelianos. En la Crítica a la filosofía del Derecho (y del Estado) de
Hegel, texto de 1843, Marx reconoce la distinción hegeliana entre
estado y sociedad civil, pero se aparta de Hegel al asignar entidad
real a la sociedad civil (y la familia) y afirmar al estado concebido en
términos hegelianos es una construcción metafísica. Marx,
interpretando tal vez demasiado estrictamente a Hegel, se opone a
tres de sus tesis fundamentales, 1) que el estado resuelve las
oposiciones entre los intereses privados que se dan en la sociedad
civil, 2) que es el fin y la necesidad de esta última, y 3) que, en el
proceso de la dialéctica del espíritu, la sociedad civil y la familia, son
un momento o etapa de (la idea) del estado, que los absorbe en el
proceso de su génesis histórico-espiritual. Con esto Marx quiere decir,
en contra de Hegel, que las necesidades inmanentes a la sociedad
civil no se convierten en libertad en el plano del estado, que el conflicto
empírico continúa, más allá de la existencia de una constitución que
declare la libertad o un gobierno constituido que la garantice. En
otras palabras, el estado no libera al hombre de las cadenas de la
sociedad, como sostiene Hegel, bajo la influencia de Rousseau. Marx
también se opone a la comprensión de la relación estado/sociedad
en base al ejemplo de la polis griega y el imperio romano, caros a
Hegel, pero precisamente, faltos de una verdadera distinción entre
ambos, y faltos del concepto moderno de libertad.
En textos posteriores, como la Ideología alemana, Marx enfatizará la
noción de que la realidad básica es la de producción y reproducción
del hombre, tal y como se da en la sociedad civil, y que el estado es
algo ideológico, como la religión, un fenómeno destinado a encubrir
las relaciones de explotación. El estado proclama o, en el mejor de
los casos, administra la voluntad de la clase propietaria o burguesa.
El pensamiento neomarxista del siglo XX, empero, y por el hecho de

127
JUAN DANIEL VIDELA

la permanencia histórica del estado, que no desapareció como lo


vaticinara Marx, deja de descartar al estado como simple categoría
metafísica o ilusión ideológica. Después de la contribución de Lenin,
quien explica al estado en términos de una teoría revolucionaria,
como objeto a ser aniquilado porque (como en Marx) se lo ve como
instrumento de violencia y coerción de la clase capitalista, el estado
es confrontado en términos más positivos. En 1969, Ralph Miliband
publica El estado en la sociedad capitalista, cuya tesis fundamental es
que una teoría del estado es también una teoría de la sociedad y de la
distribución de poder en la sociedad. Se trata de una teoría del estado
capitalista que, a diferencia de Marx, está más preocupada por analizar
el estado que por afirmar su falta de importancia - empírica o
conceptual. Para eliminar el estado capitalista la revolución es
insuficiente o falta de preparación. Según Miliband, hace falta un estudio
minucioso de la manera en que ese estado se reproduce y mantiene
en el poder, de la función de los gobiernos y las elites, y de sus
procesos de legitimación.152

4- Elementos del estado


Pasamos ahora a estudiar en detalle los elementos del estado como
normalmente aparecen estudiados por uno de los enfoques estudiados
más arriba, la Teoría del Estado, pero tratando de superar la dificultad
inherente a esta teoría de encontrar una unidad entre ellos. Esta
dificultad radica en que el pensamiento del estado en todos sus
exponentes padece en menor o mayor medida de una
sobredeterminación metafísica, es decir, de un excesivo (u obsesivo)
énfasis en determinar qué es real (por ejemplo el elemento humano)
y qué es ideal (las normas), y cuál es la relación entre ellos. Como
hemos visto la Teoría del Estado de Jellinek a Heller se mueve en
torno a estas y otras semejantes preguntas (el otro gran exponente,
Hans Kelsen, toma partida por la realidad de las normas y reduce el
estado al derecho).
En cambio, vamos a presentar los elementos del estado con una
metodología más historicista, más cercana a Weber que a los autores
de la Staatslehre, buscando tipos puros y no tipos ideales, que
convienen relativamente a cualquier enfoque, sea por ejemplo
neoinstitucionalista. Y esto se hace necesario porque el estado

152
Miliband, R. El estado en la sociedad capitalista. México, Siglo XXI. Editores, 1976.

128
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

pensado como un todo se intuye como una realidad inmediata,


mientras que diseccionado en elementos, la unidad se evapora y los
elementos cobran independencia y vida propia. Así, la población se
vuelve un pueblo con derechos, el territorio un país con identidad
geográfica, el poder un fenómeno que excede al estado, etc.
1. Tradicionalmente, población y territorio son los dos primeros
elementos que se enumeran al analizar los elementos del estado.153
El territorio es el espacio geográfico que ocupa el estado. Si bien
(como en el caso de las comunidades nómades) una organización
política puede carecer de territorio fijo, ello constituye una excepción.
Ya hemos visto que el estado moderno se constituye a partir de la
unificación de territorios bajo poderes monárquicos, territorios que
normalmente están demarcados por fronteras naturales. Desprovisto
de connotaciones políticas, al territorio se llama país, término que
originariamente significa una unidad geográfica. Las relaciones entre
territorio y estado (o territorio y población) han sido un tópico
favorito de la Teoría del Estado. Aquí nos limitaremos a mencionar
que, considerado jurídicamente, el territorio está sujeto al estado.
En otras palabras el estado ejerce un derecho sobre el territorio que
es análogo al derecho de propiedad del derecho civil, y como este
también se llama dominio. El estado tiene un derecho real de dominio
sobre su territorio que coexiste (en cierto modo se superpone) con
el derecho privado de propiedad o dominio privado, pero se impone
sobre este en casos excepcionales, por ejemplo en los casos de
expropiación por causa de utilidad pública. Esto significa que el estado
puede disponer, de su territorio, por razones justificadas por supuesto,
sin perjuicio de otros derechos reales de sus habitantes. Por ese
motivo es un derecho eminente (superior), pero también indirecto.
2. Población es el agregado humano y en sí misma ya forma una
comunidad en tanto y en cuanto está unida por acciones e
interacciones. Si bien algunos entienden a la población como
desposeída de atributos históricos, es imposible pensar la población
sin una historia previa, y esa historia la constituye normalmente en
una nación o un pueblo, términos a cuya diferencia ya nos hemos

153
La teoría del estado en su versión clásica suele considerar a territorio y población como
presupuestos, supuestos previos, elementos anteriores del estado. Tal distinción es desde
luego abstracta y se relaciona tanto con el dualismo de la teoría del estado, como con cierta
visión metafísica que se remonta a Aristóteles, a saber, que la materia no formada (territorio,
individuo) no forma parte de la polis, sino cuando considerada bajo una forma dada (villa,
familia).

129
JUAN DANIEL VIDELA

referido en el capítulo cuarto. Esa historia no es sólo un pasado, sino


a menudo una lengua, una religión, una raza, etc. De modo que el
elemento humano tiene una identidad que contribuye a la identidad
del estado. Por eso se habla de nación o pueblo en sentido objetivo,
porque la población tiene caracteres objetivos que la identifican. Pero
hay una noción de nación o pueblo en sentido subjetivo, que se refiere
a estos como sujetos de derechos dentro del estado, principalmente
como titulares del poder constituyente, como también vimos en el
capítulo cuarto.
3. El tercer elemento relevante es el poder del estado que, en sentido
histórico, coincide con el atributo de la soberanía. Soberanía es la
facultad de ser legislador supremo en un territorio determinado, y
tiene como corolario el carácter autónomo e independiente del estado
que es soberano. El estado soberano no admite injerencia de otros
estados, no existe otro poder que tenga control sobre su población,
sólo sus leyes son válidas dentro de su territorio, y los tratados
internacionales necesitan ser revalidados. En la época de la
globalización, por supuesto, este carácter del estado se entiende de
una manera menos absoluta, más flexible. En cualquier caso, el estado
soberano es siempre uno en un sistema de estados. Agreguemos que
la soberanía se traduce como poder de imperio del estado sobre sus
súbditos. En este sentido, que es más moderno, es un poder de mando
que cae perfectamente dentro de la definición ya estudiada de Weber
(capacidad de obtener obediencia) y que en la época moderna se ha
centralizado progresivamente.
4. Pero este poder no podría ser ejercido, mucho menos podría ser
el estado administrado, si no existiese un cuerpo profesional de
funcionarios, que sin ser ellos lo titulares del poder político, llevan a
cabo actos permanentes de imperio, tanto como de provisión de
servicios (recaudación fiscal, servicios públicos, etc.). Se trata de lo
que llamamos burocracia, un aparato administrativo con una estructura
jerárquica, profesional, que responde al poder político y cuyas
facultades están delimitadas de antemano.
5. Por último, el derecho es un elemento fundamental de todo estado,
al menos en la época moderna. En la democracia griega, por ejemplo,
debido a su carácter directo, las decisiones colectivas si bien tienen
carácter de ley no dejan de ser dictados individuales siempre
transitorios y revocables. En el estado moderno, en cambio, hay un
elemento de fijeza de la ley, de certeza jurídica que está simbolizado

130
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

por la permanencia de la constitución, cualquiera sea el entendimiento


que de esta se tenga. El derecho implica también la reglamentación
de los preceptos constitucionales según criterios de racionalidad y,
en última la instancia, la protección contra la arbitrariedad.

5- Estado y gobierno
El poder del estado, al que referimos como elemento o fenómeno
definitivo del mismo, consistente en la posibilidad de obligar a
conductas concretas a quienes están bajo la sujeción del mismo, se
ejercita mediante individuos o cuerpos colegiados concretos que son
depositarios de la facultad de obligar a los súbditos tanto con órdenes
individuales como con normas generales o leyes. Estos individuos o
cuerpos se conocen como magistraturas, autoridades, u órganos,
según se preste atención relativamente a la investidura, la cualidad
personal, o el fenómeno de voluntad de poder. Es decir, el término
magistrado alude al haber sido investido con atributos de mando, el
término autoridad alude a la cualidad jerárquica de aquel que manda,
al que se reconoce como superior en algún sentido, y el término
órgano alude a aquel elemento en una agrupación compleja que se
caracteriza por concretar la decisión o voluntad de la agrupación. En
su conjunto constituyen lo que se denomina gobierno de un estado,
que es a su vez la cúpula de naturaleza política que está por sobre la
burocracia, que es de naturaleza eminentemente profesional como
hemos visto.
Nótese que es en el estado constitucional-liberal donde la noción de
gobierno adquiere pleno sentido, porque es tributaria del movimiento
de despersonalización de la soberanía: sólo en el estado gobernado
por leyes, donde la soberanía dice residir en una entidad abstracta
como el pueblo o la constitución, aparece la necesidad de definir un
gobierno, como la instancia concreta que aplica el poder como “poder
constituído por la constitución”. En cambio en el estado absoluto
poder (o soberanía) y gobierno están confundidos. El soberano es a
un mismo tiempo el detentador del poder y la agencia decisoria que
lo actualiza, si no también una suerte de estado personalizado. También
si nos remontamos a los orígenes del pensamiento político, en la
antigüedad griega, poder y gobierno están identificados y se dicen
kratos, término que indica en sentido concreto el que manda dentro
de la polis. Como veremos inmediatamente, la reflexión política
comienza a preguntarse por las formas que asume ese kratos, y genera

131
JUAN DANIEL VIDELA

las primeras clasificaciones de lo que se llamará formas de gobierno.

CAPITULO SÉPTIMO: FORMAS Y FINES DE


LA COMUNIDAD POLÍTICA
1- Formas políticas: concepto de forma. 2- Tipologías
clásicas: Aristóteles, Polibio, los pensadores medievales

132
(Santo Tomás), Maquiavelo, Montesquieu. 3- Tipologías
de la ciencia política contemporánea: Lo clásico y lo
contemporáneo. Caída de los criterios de número y fin
del gobierno. 4- Formas de estado y formas de gobierno.
Formas de estado: Democracia y autocracia. Estado
unitario y estados compuestos. 5- Formas de gobierno,
la visión contemporánea: Parlamentarismo y
presidencialismo. La dictadura. Gobiernos de jure y de
facto. Terror y golpes de estado en Argentina.

1- Formas políticas: concepto de forma en política


Es un lugar común en los cursos de ciencia política el pasar revista a
distintas tipologías de las formas de gobierno y de estado, conceptos
estos dos últimos que hemos intentado definir más arriba. Como
resultará evidente, la mayoría de estas tipologías están formuladas
bajo las condiciones del estudio de la política en la edad moderna,
toda vez que se refieren al estado moderno (en el que se da un
gobierno en virtud de las razones expuestas en el capítulo anterior)
como la especie política típica. Pero a menudo se yuxtapone a estas
tipologías el estudio de las llamadas “formas clásicas” de gobierno y
es aquí donde debemos tener presente las reservas formuladas ya
varias veces en este texto sobre la heterogeneidad de lo antiguo y lo
moderno, especialmente en cuanto uno y otro están separados por
diferentes configuraciones del fenómeno comunidad-poder.
Para aclarar los términos y ahondar las diferencias conceptuales nos
referiremos en primer lugar al concepto de “forma” para luego entrar
en el análisis de las diferencias históricas específicas. En el lenguaje
ordinario, forma es la organización de ciertos elementos, una disposición
orgánica de la naturaleza, una configuración de cosas, el perfil propio
de una entidad y por ello mismo la causa de su identidad. Forma es la
Gestalt o percepción inmediata que identifica y permite anticipar y
comprender de inmediato de qué se trata el fenómeno que nos
encuentra o nos sale al paso.
En política, fundamentalmente, y esto es algo que está implícito en el
análisis realizado en el capítulo anterior, forma es algo que resulta de una
peculiar relación dinámica de todos los elementos del fenómeno político
-de la comunidad, el poder, y la ciudadanía o participación en el poder-
considerados en relación y en sí mismos. Así y para anticipar una noción
que profundizaremos más adelante, forma es la disposición peculiar del

133
JUAN DANIEL VIDELA

poder y de los miembros de la comunidad política, y esta idea ha sido


entendida de diferentes maneras a través de las distintas épocas. En este
segundo sentido forma significa algo así como “constitución política”.
Rescatemos que es fundamentalmente la identidad de una específica
organización política y que esta noción ha perdurado con el paso del
tiempo y que el concepto mismo implica o encierra la idea de una
diversidad de formas o identidades que se presenta al análisis y reclama
su organización sistemática. Pero debemos retener que la diversidad de
las formas políticas nace de la diversidad de la naturaleza humana y de los
contextos históricos en que ella se desenvuelve. Ahora bien, como
veremos más adelante, en el contexto del constitucionalismo
contemporáneo, la expresión “forma de estado” responde a la pregunta
por quién es soberano o ejerce el poder constituyente en un estado,
mientras que “forma de gobierno” responde a la pregunta por cómo
están organizados en la constitución los poderes constituídos.
Pasando a un tercer sentido, la connotación orgánica que el término
conlleva hace inmediatamente pensar en la posibilidad de que la
comunidad no esté bien formada -juicio al que se llega según alguna
opción o criterio de valor- hace pensar en que esté deformada, que
la organización de las partes sea defectuosa. Así, los autores han
hablado tradicionalmente de buenas y malas formas de gobierno.
Bobbio llama a esto un uso axiológico de las tipologías de las formas
políticas, porque la distinción bueno/malo (o normal/corrupto) permite
al autor formular una preferencia valorativa o proponer un cambio.154
Sin embargo, en su origen griego, no se trata tanto de valores como
de una noción de corrupción de la naturaleza misma, o de la del
régimen político, debido a la ambición o demasía del hombre. En el
pensamiento griego la forma correcta de gobierno (ortós) es a veces
un ideal, como en la República de Platón155, o un logro empírico que
se ofrece como ejemplo, como en la Oración Fúnebre de Pericles
según Tucídides156, pero existe siempre el temor de que el régimen
político no se conserve por su propia fuerza, de que degenere, y esto
porque es considerada como una forma de vida, y no una mera forma
legal o constitución en el sentido moderno. De allí que hablar de
formas de gobierno “clásicas” y “actuales”, como corrientemente se
hace, implica hasta cierto punto una violencia ejercida sobre el

154
Bobbio, N. La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político.
Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 9-13.
155
Platón, República. Bs. As., Eudeba, 1978.
156
Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Madrid, Cátedra, 1994, Libro II, caps. 34-36.

134
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

significado de la expresión gobierno. En el mundo moderno, gobierno


refiere a la estructura de poder dentro del estado constitucional, la
particular relación dinámica entre los órganos que ejercen el poder
del estado moderno. En cambio, “forma de gobierno” en la literatura
clásica, sobre todo griega, se refiere a la forma de vida de un pueblo,
a las virtudes y normas de conducta inmanentes a la conducta.
Es que en el mundo griego no encontramos la pregunta por valores,
sino por virtudes (la justicia es una virtud); no encontramos la pregunta
por una super-ley o por garantías constitucionales, sino un espacio
de acción y discurso públicos; no encontramos la referencia a un fin
(bien común) trascendente (sancionado por una ley natural-divina),
sino la postulación de un telos inmanente a la naturaleza de las cosas.
Por eso el término que mejor conviene al de forma política en el
contexto de la antigüedad griega es el de politeia, que significa la cosa
política, la constitución, sí, pero no en el sentido de una super-ley,
sino de una forma inmanente al decir y al obrar, una pauta o esquema
de acción sancionado por la costumbre, instituciones religiosas y
seculares. Politeia, precisamente, es el nombre en griego de la célebre
obra de Platón que nosotros conocemos como la República. Y la
pregunta fundamental de ese libro, el leit motiv, es justamente qué es
una ciudad (polis) justa, es decir buena, ordenada, recta, y por
extensión qué forma (o régimen) expresa esa bondad, orden, rectitud.
La justicia es una virtud del ciudadano y, writ large (en el todo) la
disposición y forma de la polis o politiké koinonía. A su vez la
corrupción de esa forma correcta no sólo da lugar al nacimiento a
una forma degenerada, sino que el paso de una a otra inaugura un
ciclo, o movimiento cíclico que es la base de una explicación del
movimiento histórico, lo que en sentido amplio podríamos llamar
una filosofía de la historia.

2- Tipologías clásicas
a) Aristóteles
Las primeras tipologías de las formas de gobierno parten entonces
de una reflexión sobre los diferentes modos de ser de las polis de la
Grecia clásica, incorporando un elemento descriptivo (o numérico) -
quién ejerce el poder -y uno teleológico- si la comunidad como un
todo es el fin de las conductas de sus gobernantes. (Este criterio será
substituido en las últimas obras de Platón por la obediencia a las
leyes.) Herodoto y Platón anticipan así las primeras clasificaciones,

135
JUAN DANIEL VIDELA

deteniéndose en particular en las características psicológicas de los


gobernantes, lo que constituiría la base antropológica de cada régimen.
Es que la physis del gobernante y el ciudadano están subordinadas a
la physis del todo político que, como sabemos, es parte del movimiento
cósmico. Ambos tratan de tres formas paradigmáticas, la monarquía,
la aristocracia y la democracia. Herodoto considera a la monarquía
como la mejor, Platón propone un régimen ideal sui generis cuya
corrupción da paso a la existencia de las tres formas restantes, a la
vez que inaugura una especie de ciclo histórico.
Aristóteles desarrolla las tipologías de sus precursores y hace famosos
sus elementos. Lo hace en particular en los libros tercero y cuarto
de la Política,157 en donde aparece la célebre distinción entre tres
formas puras y tres formas corruptas, precisamente por sostener las
primeras el bien de la comunidad sobre otros intereses y por poner
las últimas el interés de los gobernantes por sobre el fin de todos,
que es el bien de la polis o koinonía. No olvidemos que Aristóteles
genera un paradigma en que la polis aparece como el fin de todas las
acciones y de todas las comunidades inferiores. Este es el sentido
que la expresión “bien común” tiene en el contexto griego,
considerando a la koinonía politiké, única y unitaria formación social,
como fin y justificación de las acciones. De donde “bien común” es
un pleonasmo, porque lo común es naturaleza, fin y bien a un tiempo.
O, en otras palabras, la comunidad no tiene un “bien común”
trascendente, porque ella es bien y fin inmanente. Es más, su propia
physis es su única ley, no depende de una ley natural que le prescriba
un fin trascendente. Cuando las acciones tienen como fin a la polis
son rectas porque la polis es la común y lo bueno. Mantener lo
contrario resultaría recaer en el frecuente anacronismo de proyectar
conceptos tomistas a la filosofía de Aristóteles. De acuerdo a este
parámetro, las formas puras o correctas para Aristóteles son tres:
monarquía (gobierno de uno), aristocracia (gobierno de pocos), y
politeia- término que la posteridad tradujo indistintamente por
democracia o república- que es el gobierno de muchos y que
Aristóteles parece preferir sobre todos. Las formas corruptas en
que estas formas puras degeneran cuando se sigue el interés particular
son tres, respectivamente: tiranía, oligarquía, y democracia, a veces
llamada demagogia: “En la primera investigación sobre las distintas
formas de gobierno hemos distinguido tres regímenes justos, la

En la ordenación clásica del libro, pero que la conocida edición de Julián Marías coloca
157

como libros tercero y sexto.

136
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

monarquía, la aristocracia y la república (politeia), y tres perversiones


de los mismos: la tiranía de la monarquía, la oligarquía de la aristocracia,
y la democracia de la república (politeia).”158 Aquí Aristóteles no oculta
su preferencia por monarquía y aristocracia.
Hasta aquí el esquema en su versión más simple y como comúnmente
se lo presenta. Hay que notar empero que en algunos pasajes de la
Política, por influencia platónica, el mejor régimen para Aristóteles
no es la politeia sino una especie de aristocracia basada en condiciones
ideales que en la realidad no se encuentran. Pero cuando Aristóteles
habla con su propia voz, en el Libro IV (o sexto en la ordenación de
Marías), habla de la polis mejor “según las circunstancias”, es decir de
acuerdo con los factores que posibilitan construir el mejor régimen
posible. De allí que aunque sus preferencias estén con la monarquía
o la aristocracia, finalmente se incline por la póliteia, o régimen mixto
derivado de la oligarquía y la democracia.159 El mejor régimen,
entonces, deriva sus principios de formas degradadas, principios que
establecen, básicamente, incentivos para que los pobres (el demos)
participen, y los ricos no dejen de hacerlo. Llamar a esta forma mixta
el mejor régimen, por otra parte, es consistente con la concepción
aristotélica de la virtud en el individuo, como justo medio entre el
exceso y el defecto (por ejemplo el coraje se halla entre medio de la
temeridad y la cobardía). Un resabio tan griego como platónico, lleva
a Aristóteles a pensar la comunidad en términos análogos al individuo,
de donde la mejor forma política es un medio entre dos extremos
que no son preferibles en sí mismos.
De este modo, al considerar la naturaleza mixta del régimen preferido,
Aristóteles hace referencia a las clases sociales que lo integran, los
ricos, el demos y, un elemento singular entre ambos, la clase media,
cuya existencia garantiza el conflicto ente los dos grupos anteriores.
“Queda claro, pues, que también la mejor comunidad política es la
constituída por el elemento intermedio, y que están bien gobernadas
las ciudades en las cuales este elemento es muy numeroso y más
fuerte que los otros dos juntos, o por lo menos que cada uno de
ellos por su adición produce el equilibrio e impide los excesos
contrarios”. 160 El esfuerzo de ir más allá de una clasificación
esquemática se advierte también en el hecho de que Aristóteles en
cada forma de gobierno distingue subtipos, o al menos ejemplos

158
Aristóteles, Política, 1289 a.
159
Ibid., 1293 b.

137
JUAN DANIEL VIDELA

divergentes. Por ejemplo reconoce al menos cuatro tipos diferentes


de monarquía: la monarquía de los tiempos heroicos, la militar o de
tipo espartano, la electiva o de tipo ateniense, y la de los pueblos
bárbaros.
Nótese por último, que politeia no es sólo el término que designa
una forma de gobierno y la mejor según las circunstancias: es también
el término usado para designar la constitución en el sentido de forma
de vida. Dice: “régimen político (politeia) es la organización de las
magistraturas en las ciudades, cómo se distribuyen, cúal es el elemento
soberano y cuál el fin de la comunidad en cada caso”.161 Es decir que
el mismo término se usa para referirse a la forma de todo gobierno
y a los tipos particulares de gobierno. Pero para decirlo una vez más
no se trata del sentido moderno de constitución como (super) ley
que organiza al estado (frente a la sociedad civil), sino que el término
politeia en el discurso aristotélico indica una forma de vida política
(tal como las formas de vida del mundo natural), uno de los posibles
tipos de organización que los pueblos griegos adoptan, o parecen
adoptar al ojo taxonómico de Aristóteles, que fuera además de filósofo
político, médico y biólogo. De todos modos, esta ambivalencia, esta
ambigüedad proyecta su sombra enigmática sobre la posteridad
aristotélica, de allí que el mejor régimen algunas veces sea traducido
como democracia, otras por república, y más infrecuentemente (pero
no sin perder de vista la importancia del concepto) por gobierno
mixto. Precisamente ese será el tema principal del autor que
consideraremos a continuación: Polibio.

b) Polibio
En realidad, Polibio (204-122 aC) parece conectar ambos sentidos
de la palabra politeia -constitución y mejor régimen- en un sentido
causal: para él, un griego llevado a vivir bajo Roma, la constitución de
Roma es la causa de su grandeza como estado. Expresada en términos
generales, la tesis reza: la constitución de un pueblo debe considerarse
como la primer causa del éxito o fracaso de toda acción.162
Pero antes de llegar al examen de la constitución romana, Polibio
expone su filosofía de la historia, es decir, su teoría del ciclo histórico

160
Ibid. 1295 b.
161
Ibid. 1289 a.

138
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de las constituciones, buenas y malas. Para Polibio existen seis formas


de gobierno, tres buenas y tres malas, que se suceden unas a otras.
La realeza que se convierte en tiranía y es reemplazada por la
aristocracia, la oligarquía que sucede a esta, la democracia que
entonces la reemplaza pero degenera en oclokrasia o gobierno de la
masas. Es decir que siguiendo el molde platónico-aristotélico, presenta
la alternación de una forma buena con una corrupta, siendo un criterio
el número, y otro cómo se ejerce. Pero al final del ciclo, o más bien
fuera de él, para los estados que tienen la suerte de esquivarlo, está
el gobierno mixto, síntesis de las tres formas buenas, como excepción
afortunada o accidente supra-histórico (el estatus ontológico de los
demás tipos de forma de gobierno no está del todo claro).
Como asevera Bobbio: “La tesis principal de la teoría polibiana de la
constituciones es por mucho lo referente al gobierno mixto; Polibio
ha pasado a la historia del pensamiento político como el teórico por
excelencia del gobierno mixto. No es difícil descubrir el nexo entre
la idea del gobierno mixto y la teoría de los ciclos: esta teoría mostró
que todas las formas simples, tanto las consideradas tradicionalmente
rectas como las corruptas, son de breve duración porque están
destinadas por su misma naturaleza a convertirse en una forma
diferente... La teoría de los ciclos indica que las constituciones comunes
son inestables; debido a que son inestables, incluso las consideradas
tradicionalmente buenas, son, aunque parezca paradójico, malas... La
tesis de Polibio considera que todas las constituciones simples, por el
hecho de serlo, son malas (incluso las rectas). ¿Cuál es el remedio?;
el gobierno mixto, es decir una constitución que sea producto de las
tres formas clásicas.”163
Para Polibio la Esparta de Licurgo ya reúne las características principales
del gobierno mixto, a saber la preservación en una constitución
compleja de los elementos fundamentales de cada una de las tres
constituciones simples. Igualmente, Roma escapa al ciclo, al menos la
Roma republicana de Polibio, la de las guerras contra Cartago dos
siglos antes del imperio, y aquí volvemos al punto inicial, debido a
que su constitución, como forma de gobierno, y forma del estado
romano, consagra un régimen mixto. Para Polibio, los principios de la
monaquía están en el Consulado, los de la aristocracia en el Senado

Polibio, Historias, Gredos, Madrid, 1981, Libro VI, 2.


162

163
Bobbio, N. La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político.
Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 49-50.

139
JUAN DANIEL VIDELA

romano, los de la democracia en las Asambleas populares. Como


vemos es una teoría del gobierno mixto más ambiciosa que la de
Aristóteles por ser más sistemática, y que se basa en los principios
constitucionales de cada institución, más que en el equilibrio de clases.

c) Los pensadores medievales. Santo Tomás


En la Edad media el problema de las formas políticas se presenta de
manera diferente. De acuerdo a Bobbio en el medioevo “no hay etapas
verdaderamente fundamentales para el desarrollo de las formas de
gobierno” 164, juicio que nos parece algo exagerado, pero que
conspicuamente coincide con la costumbre de la mayoría de los tratadistas
de pasar por alto el medioevo como fuente de reflexión sobre las formas
políticas. Bien es cierto que hay una serie de factores que justifican esta
forma de exposición, en el mismo grado en que la cuestión de las formas
políticas parece retroceder a un segundo plano en esta época, pero ello
no justifica minimizar las variantes medievales del tema.
En primer lugar, la pérdida y muy posterior recuperación fragmentada
de los textos clásicos ocasiona una ruptura de la tradición del tópico
de las formas de gobierno. Ello no obstante, con la reaparición de los
textos aristotélicos en la baja edad media resurge esa discusión, por
ejemplo en aristotélicos como Santo Tomás. En segundo lugar, debemos,
sí, reconocer un reordenamiento total de los temas de la reflexión
política, donde ya no tiene mayor sentido buscar la mejor forma del
gobierno de la comunidad política, porque a lo político mismo muchos
consideran fruto del pecado. Prevalecen entonces, particularmente a
comienzos del cristianismo, preguntas sobre alternativas a la vida del
“estado” medieval, ya sea el huida de la vida política, ya sea la
concentración de la reflexión en alternativas escatológicas que, como
la Ciudad de Dios de San Agustín, constituyen el opuesto del estado
(más bien imperio) considerado como entidad histórica. Por último, y
como bien dice Bobbio en el mismo contexto, la preocupación con
una sola forma política por comparación torna a las otras insignificantes:
la tiranía. Esto se explica, precisamente, por la rivalidad tan típicamente
medieval entre Iglesia e imperio, encarnados la una en el Papa y el otro
en el rey, quien a menudo se convierte o es visto como tirano.
Pero, como lo hemos anticipado, ya Santo Tomás de Aquino presenta

164
Ibid., p. 57.

140
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

una discusión acabada de las formas de gobierno, de cuño clásico, donde


resurgen los viejo conceptos de Aristóteles: monarquía, aristocracia,
democracia, república, etc. La gran diferencia es que en Santo Tomás
no hay una teoría cíclica ni la preferencia por una forma mixta, así
como no hay un rol sistemático de la distinción entre formas puras e
impuras. En la cosmovisión medieval que Santo Tomás sintetiza sólo la
monarquía es la forma digna de consideración, como lo delata ya el
título de la obra que dedica explícitamente al tema: Opúsculo sobre el
gobierno de los Príncipes.165 Aquí aparece la tesis de que el gobierno
monárquico, léase unitario por reflejo de lo divino, es la única condición
suficiente para que los hombres puedan vivir en comunidad. De allí
que el mejor gobierno sea la monarquía, no obstante lo cual necesita
la colaboración de todas las fuerzas sociales, del poder del pueblo y
del de la aristocracia, para la consecución del bien común. Pero no se
trata de un régimen mixto, sino de monarquía lisa y llana, aunque
moderada.

d) Maquiavelo
El siguiente autor que nos brinda una clasificación de naturaleza
paradigmática es Maquiavelo, en ese albor de la modernidad europea
que fue el renacimiento. En su célebre El Príncipe166 Maquiavelo deja
de lado tanto el criterio numérico como el cualitativo que habían
guiado la reflexión clásica. Por un lado distingue entre principados y
repúblicas, es decir entre el gobierno de uno de una parte y el gobierno
de varios o muchos de la otra. Por el otro no hay formas corruptas
en su tipología, sino que en todo caso hay un buen y un mal uso de la
fuerza según las circunstancias.
Mirando en profundidad al primer cambio, debemos notar que
Maquiavelo escribe para la Italia de su tiempo, fragmentada entre
numerosos cuasi-estados, pero instando a un Príncipe (vale decir a
un monarca) a la unificación del territorio nacional y la expulsión de
las fuerzas extranjeras. Considera que sólo una monarquía es capaz
de lograr tales cometidos y así dedica la obra a Lorenzo de Medicis.
Desconfía de los órganos colegiados, sean aristocráticos o
democráticos. La diferencia fundamental entre repúblicas y principados

165
Tomás de Aquino. Tratado de la ley - Tratado de la justicia - Opúsculo sobre el gobierno
de los príncipes. México, Ed. Porrúa. 1975.
166
Maquiavelo, N. El príncipe. Madrid: Tecnos, 2000.

141
JUAN DANIEL VIDELA

no es ya la numérica (las repúblicas incluyen lo que para los antiguos


eran aristocracias y democracias, oligarquías y demagogias), sino el
proceso de formación de la voluntad: sólo la monarquía o principado
supone la voluntad o decisión de una persona de carne y hueso, los
otros tipos, en cambio, requieren de asambleas para la formación de
la voluntad. La adopción de este criterio es perfectamente congruente
con la preocupación y la creencia de Maquiavelo de que sólo un
príncipe guerrero, un profeta armado en el modo bíblico, puede
garantizar la unidad de Italia.
En cuanto al segundo criterio que cambia en Maquiavelo, el que
distingue entre formas buenas y malas o más bien puras y corruptas,
este es perfectamente congruente con la subordinación (o suspensión
temporaria) de la moral a la política realizada por Maquiavelo y que
indicamos en el primer capítulo de esta obra. Nuevamente, la raíz del
cambio es la misma, la unificación de Italia supone para Maquiavelo
no sólo una voluntad única, sino una voluntad capaz de sobreponerse
a prejuicios morales para crear o mantener el nuevo estado. Al escribir
El Príncipe como breviario de consejos políticos Maquiavelo tiene en
mente el momento fundacional del estado, el estado de necesidad
que legitima la creación de un orden permanente sobre el permanente
cambio e inestabilidad de las circunstancias. El contexto histórico de
una Italia sojuzgada y en permanente guerra reaparece en Maquiavelo
para justificar el vigor y el rigor de las conceptos fundamentales.
A la síntesis de ambos aspectos arriba aludidos, al abandono de
consideraciones numéricas tanto como éticas en la formación de una
nueva tipología política, podemos llamar el decisionismo Maquiavélico,
postura típicamente moderna por su subjetivismo voluntarista. Este
prefigura el pensamiento del absolutismo por venir (Bodino, Hobbes,
etc.), porque aunque Maquiavelo carece del concepto de soberanía, es
indudable que reniega de los gobiernos colegiados para sostener el
principio de la indivisibilidad del poder, así como deja de lado
consideraciones morales para recalcar su carácter absoluto. Resta
agregar que nuestra exposición se ha centrado y reducido a El Príncipe,
ya que un texto más conservador pero menos famoso, los Discursos
sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo aparece como
admirador de la república romana, la forma mixta de gobierno, y con
una teoría sofisticada del devenir de las constituciones políticas que
actualiza la herencia de Polibio con la perspectiva moderna.

142
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

e) Montesquieu
Si Maquiavelo prefigura el ascenso del pensamiento absolutista que
se centra en la monarquía moderna, objeto de la obra ya mencionada
de Bodino y Hobbes (capítulo tres), con Montesquieu, (1689-1755),
la teoría política da en el siglo XVIII un viraje hacia el gobierno
moderado, viraje que es característico de la posterior crítica política
tanto al pensamiento ilustrado como a la reacción conservadora que
le sigue en el pasaje del siglo XVIII al siglo XIX. En este sentido,
Montesquieu no es un moderado en el contexto del absolutismo,
como Locke, ni un antiabsolutista como todos los pensadores
protestantes que se opusieron a Bodino y a Hobbes, sino un precursor
de las ideas aristocráticas (principalmente) y democráticas (también)
que dominaron el siglo XIX. Es un precursor de ellas en el sentido en
que Maquiavelo lo ha sido de la monarquía absolutista. Pero como se
ha indicado “Montesquieu parece menos preocupado por la forma
de los gobiernos que por las instituciones, y menos preocupado por
las instituciones que por las costumbres.”167 Es que la arquitectura
toda de su pensamiento supone una teoría de la sociedad, una filosofía
de la historia y una teoría constitucional que encubren y complican
su teoría de las formas de gobierno. Es así, por ejemplo, que para
entenderla acabadamente hay que mirar primero a su concepto de
ley, que a un mismo tiempo tiene connotaciones sociológicas,
históricas y jurídicas.
Esta noción de ley se da en el seno de una revolución metodológica
que hace de Montesquieu el padre de la ciencia política y, siguiendo a
Vico, el padre de un proyecto, o al menos una visión utópica, de las
ciencias sociales como ciencias autónomas y opuestas a las ciencias
naturales, proyecto que culmina a comienzos del siglo XX con Dilthey
y aquellos a quienes este influencia. Pues Montesquieu concibe a la
ciencia política como ciencia histórica que se ocupa de las leyes y
costumbres de los pueblos de la tierra, con los que abandona el
método hipotético- deductivo del iusnaturalismo. Su interés primordial
es explicar (descifrando) las leyes del desarrollo de la humanidad, la
variedad de las sociedades en el tiempo y en el espacio. En el marco
de esta definición de la política como saber posible y autónomo es
que pronuncia su célebre definición de ley al comienzo del Espíritu
de las leyes: “las leyes son las relaciones (rapports) necesarias que
derivan de la naturaleza de las cosas”.168 En forma algo oscura quiere

167
Touchard, J. Historia de las ideas políticas. Madrid, Tecnos, 1977.

143
JUAN DANIEL VIDELA

decir que las leyes expresan relaciones universales que se dan entre
las cosas (entre Dios y los seres y entre estos entre sí). Todos los
seres del cosmos están gobernados por leyes y estas son necesarias,
se trata de una legalidad universal como la de los estoicos, pero la
diferencia entre naturaleza y sociedad es tajante debido al factor
libertad individual. Por eso se mezclan dosis parejas de determinismo
y relativismo en la obra de Montesquieu. Ahora bien, Montesquieu
distingue bien entre lo que estudia su naciente ciencia social, las leyes
(históricas, civiles) y el espíritu de ellas, la ley de cada ley, la razón de
su sentido, pero ocasionalmente, la de su variabilidad. Es que el espíritu
es, more kantiano, las relaciones que las leyes tienen con las cosas, lo
que brinda a las leyes su sentido.169
Este marco teórico reaparece en la clasificación de las formas de gobierno
y la alumbra. Cada gobierno tiene pues su naturaleza, lo que le hace ser,
y su principio, lo que le hace actuar. Ambos son objeto de leyes, que
expresan tienen un deber, que puede ser respetado o transgredido. Ello
en cierta manera explica el cambio histórico. Según la tipología de
Montesquieu hay tres formas básicas de gobierno: la república, la
monarquía, el despotismo. Con la inclusión de este último innova con
respecto a los pensadores anteriores al considerar el modo de ser de
los pueblos no europeos, otra novedad de la ciencia política que
Montesquieu ayuda a fundar.
Reconoce dos formas de república: la democrática y la aristocrática.
La naturaleza de ambas radica en que el pueblo (o una parte de él)
tiene el poder soberano. Pero en la primera el pueblo colectivamente
lo ejerce, mientras que en la segunda, el poder pertenece a un cierto
número de personas. El principio que anima la república democrática
es la virtud cívica (poner el interés general por encima del interés
particular). El principio que anima la república aristocrática es la
moderación (hacer olvidar la desigualdad). La naturaleza del gobierno
monárquico es la concentración del poder en manos de unos, pero
no sin límites, sino de acuerdo a las leyes. Su principio es el honor,
cuidar de las preferencias y distinciones. La naturaleza del gobierno
despótico es el poder omnímodo, su principio, el temor. Es la única
forma que Montesquieu condena formalmente, mostrando el
desinterés moderno por las formas corruptas, lo que evidencia la
caída de los criterios deontológicos o normativos en las clasificaciones

168
Montesquieu. De L’esprit des lois. Paris, Garnier-Flammarion, 1979, p. 123.
169
Cf. Althusser, L. Montesquieu: la política y la historia. Barcelona, Ariel, 1979.

144
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de las formas de gobierno ya evidente en Maquiavelo. De hecho,


prescindiendo del depotismo, la clasificación de Montesquieu es
análoga a la de aquel. Cabe agregar que ninguna forma coincide con
alguna preferencia explícita del autor del Espíritu de las leyes. Por
otro lado, se le conoce como un teórico del gobierno moderado, el
que ve encarnado en la constitución inglesa, de la que elogia la
separación de poderes y la existencia de cuerpos intermedios.
La influencia de Montesquieu es vastísima, como hace notar Bobbio:
“En el siglo XIX obtiene un éxito particular la tipología de Montesquieu
que es utilizada por Hegel para delinear el curso histórico de la
humanidad que habría pasado de una fase primitiva de despotismo
correspondiente al nacimiento de los grandes estados orientales, para
luego llegar a la época de las repúblicas, democrática en Grecia,
aristocrática en Roma, y terminar con las monarquías cristiano-
germánicas que caracterizan la época moderna. A pesar de las
correciones e innovaciones subsecuentes la tipología tradicional no
pierde nada de su prestigio, y también es retomada en los tratados
derecho público, si no como punto de llegada como punto de partida
obligado de toda discusión sobre el tema (por ejemplo en la Teoría
de la Constitución de Schmitt [1928]).” 170

3- Tipologías de la ciencia política contemporánea: lo


clásico y lo contemporáneo. Caída de los criterios del
número y el fin del gobierno.
La inmensa mayoría de las tipologías predominantes en la antigüedad
y el medioevo, que hemos llamado clásicas, y dentro de las cuales
hemos estudiado las de Aristóteles, Polibio y Santo Tomás, se
caracterizan por combinar un criterio numérico (cuántos ejercen el
poder), con uno deontológico (cómo lo ejercen, con qué fin).
Maquiavelo (sobre todo) y Montesquieu (luego), sin romper con ese
molde clásico lo subvierten relativamente, al olvidar uno u otro de
los criterios mencionados, o al confundir las distinciones que de ellos
se derivan. En Maquiavelo es claro que el criterio numérico se conserva
con cambios (la formación plural de la voluntad en las repúblicas vs.
la voluntad unitaria monárquica), pero el criterio finalista está
transformado al punto de desaparecer, porque Maquivelo ya no se

Bobbio, N. Estado, gobierno y sociedad. Mejico, Fondo de Cultura Económica, 1985. p.


170

146.

145
JUAN DANIEL VIDELA

plantea el bien común como desideratum del estado, sino el bien del
propio estado, su constitución o supervivencia, como aquello a lo
que el gobernante debe aspirar en todo momento. Montesquieu por
su parte conserva referencias a la cuestión del número pero, como
hemos indicado, se abstiene de pronunciarse por un régimen mejor y
parece aceptar por igual monarquía y repúblicas. Sólo su rechazo de
los despotismos (que de todos modos están fuera del objeto de la
reflexión tradicional concentrada en Europa) lo mantiene en conexión
con la postura deontológica de las clasificaciones clásicas. De cualquier
modo, Maquiavelo y Montesquieu son pensadores de transición, y
muchos de sus contemporáneos, aún se mueven dentro del horizonte
de los clásicos.
Lo que podemos llamar “contemporáneo” como opuesto a lo clásico
en lo que respecta a la clasificación de formas de gobierno se debe al
abandono o transformación total de los dos criterios mencionados, el
numérico y el deontológico. En cuanto al primero, se debe a Gaetano
Mosca, teórico de las elites en los comienzos del siglo XX, el haber
formulado la ley de hierro de las oligarquías: que el poder se ejerce
siempre por un grupo pequeño, que el gobierno en toda organización
política es ejercido por una minoría, más allá de que el régimen se
llame democracia, aristocracia o monarquía.171 (Esta percepción, por
otra parte, forma parte del sentido común de la experiencia política
contemporánea).
Las clasificaciones se tornan entonces a resolver qué tipo de oligarquías
se dan en la experiencia política de donde surge una clasificación de
las formas políticas corriente hasta nuestros días: repúblicas y
regímenes parlamentarios. En las repúblicas la minoría gobernante se
organiza en tres poderes separados (legislativo, ejecutivo, judicial) y
en los regímenes parlamentarios la división no es tan tajante: hay un
parlamento (colegiado) y un ejecutivo unipersonal, o jefe de estado.
Pero como veremos, este criterio se combina con el segundo y
también integra la definición del par democracia-autocracia.
En cuanto al segundo criterio clásico, una segunda ley de hierro ha sido
tal vez formulada con el mayor vigor por Tocqueville: que la democracia

171
Según Mosca el poder no puede ser ejercido ni por un individuo ni por el conjunto de los
ciudadanos, sino por una minoría organizada o clase dirigente, aún cuando abogue por la
protección de los derechos de los gobernados de la arbitrariedad y el capricho de los dirigentes.
Cf. Mosca, G. The ruling class (Elementi di Scienza Política). McGraw-Hill book company, inc,
New York, circa 1939.

146
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

es inexorablemente la forma de gobierno que se autoimpone en la


modernidad tardía (siglos XIX-XX), ley que transforma el criterio
deontológico ya que excluye monarquía y aristocracia en estado puro
como formas posibles. Pero se trata de una democracia definida en
términos legales o formales, como participación de todos los ciudadanos
calificados a través del sufragio, y no como gobierno dirigido al bien
común o bien de todos.
Combinados ambos criterios nuevos (la ley de las oligarquías y la ley
de la democracia) producen la idea de una democracia representativa,
que es el estandard valorativo de la contemporaneidad, democracia
que en tanto tal supone el poder de las mayorías con control de las
mayorías, y a la cual se llama representativa porque ese poder está
mediado por las minorías u oligarquías que responden a los mandatos
de las mayorías. Cuando no está mediado en absoluto, o cuando las
oligarquías no reconocen el poder de las mayorías, estamos en el
caso de su opuesto: la autocracia. Este estándard valorativo es
alcanzado, conocido y formulado por criterios empíricos (sociológicos
o legales) más que filosóficos. Ya hemos recordado en el capítulo
primero que los dos últimos siglos marcan la declinación del prestigio
discursivo de la filosofía y su sustitución por disciplinas empíricas.
Hay, por supuesto, pensadores que constituyen la excepción al intentar
definir filosóficamente a la democracia, como Hans Kelsen, a quien
consideraremos más abajo.
Pero la discusión sobre fines del estado desaparece casi del todo en la
época contemporánea o modernidad tardía. Reducidas las formas clásicas
a una sola que se define empíricamente -la democracia representativa-
huelga hablar de fines correctos y corruptos que corresponden a una
pluralidad de formas políticas posibles. Esto es algo diferente de hablar
de los fines de la democracia representativa tal y como están definidos
en la estructura constitucional del estado liberal-democrático: el
mantenimiento de los tres grandes principios políticos de la modernidad
-libertad e igualdad y seguridad jurídicas. A ellas se agregan, como hemos
visto en el capítulo quinto, funciones específicas del estado, ya originarias,
como la defensa y la justicia, ya posteriormente concebidas, como la
intervención en la economía que es característica de la democracia social
del siglo XX. Esta manera de hablar de los fines del estado, dentro del
marco del proyecto constitucional del la modernidad reemplaza la forma
clásica de plantear el tema.

147
JUAN DANIEL VIDELA

4- Formas de estado
Resulta pues corriente hablar de formas de gobierno o, más bien, de
“formas políticas” en los dos nuevos sentidos indicados, de los cuales
surge, en términos generales, ya que hay otras posibilidades teórico-
prácticas, que el gobierno puede ser democrático-representativo o
su antítesis, que suele llamarse gobierno autocrático. Sin embargo, se
suele reservar la expresión forma de estado cuando se habla de la
democracia, expresión que en la contemporaneidad se usa en forma
paralela a “forma de gobierno”, y para destacar la radicalidad de la
antinomia democracia-no democracia por sobre otras tipologías. Es
que la expresión “forma de estado” responde a la pregunta por quién
es soberano o ejerce el poder constituyente en un estado, mientras
que “forma de gobierno” responde a la pregunta por cómo están
organizados en la constitución los poderes constituidos. Forma de
estado es la característica que adopta el estado de acuerdo al ejercicio
de la soberanía. Forma de gobierno en cambio es el perfil que el
estado adopta según el punto de vista de la organización interna de
los poderes constituidos, como veremos más adelante.
Volviendo a la democracia como forma política, si recordamos los
elementos del estado moderno estudiados en el capítulo anterior,
población, territorio, poder, etc. a partir de las posibles combinaciones
entre ellos llegamos a la siguiente tipología de formas de estado: a) Si
se considera la participación de la población en el poder (o la relación
entre la mayoría y la minoría o elite que como ya hemos expresado
detenta el poder o mediatiza su ejercicio), resulta que podemos tener
una democracía o una autocracia. En la democracia hay mayor
participación, de modo que puede decirse que indirectamente la
población se autogobierna, y en la autocracia hay un grado mucho
menor o nulo de participación. b) Pero además si se considera la
distribución del poder en el territorio, tenemos estados unitarios o
estados compuestos, ya federales o confederados. En el estado unitario
hay una centralización de las competencias, todas las decisiones se
toman en el centro de poder y afectan a todo el territorio. En el
estado compuesto hay descentralización de competencias, el estado
se divide en subestados llamados estados federados o provincias que
comparten la capacidad de decisión con un gobierno central, llamado
nacional o federal. La diferencia entre estado federal y confederación
radica en que en esta última hay mayor descentralización y los estados
miembros se reservan el derecho de separarse o derecho de secesión.
En cualquier caso, estado unitario/estado compuesto es la otra gran

148
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

calificación de formas de estado junto al par democracia/autocracia.

a) Democracia y Autocracia
Hemos dicho que si se considera el grado de participación de la
población en el poder podemos tener una democracia o una
autocracia. La distribución del poder es la cuestión fundamental. En
palabras de Hermann Heller: “La democracia es una estructura de
poder constituida de abajo arriba; la autocracia organiza al Estado de
arriba abajo. En la democracia rige el principio de la soberanía del
pueblo; en la autocracia, el principio de la soberanía del dominador:
el jefe del estado reúne en sí todo el poder del Estado... Pues es
siempre un hecho que, al contrario de lo que sucede en la autocracia,
en el régimen democrático determinados círculos, más amplios o
más reducidos, del pueblo del Estado disponen de un poder político
eficaz que se revela prácticamente, sobre todo, en el nombramiento,
revocación y control de los dirigentes políticos... En cambio en la
autocracia la división del poder del Estado presenta una fisonomía
totalmente distinta, tanto según los principios como en la realidad.
Todo poder proviene aquí del autócrata; a él incumbe adoptar todas
las decisiones políticamente relevantes”.172
Caracterizadas empíricamente la democracia y la autocracia, resulta
entonces que se dan entre ellas las siguientes oposiciones: a) elección
pluripartidaria en la democracia/advenimiento violento al poder en la
autocracia; b) reglas de juego constitucionalizadas y permanentes
(democracia)/procedimientos extraordinarios (imposición y fuerza)
(autocracia); c) comunicación, control, reciprocidad entre gobernantes
y gobernados (democracia)/impunidad y autoritarismo de los
gobernantes (autocracia); d) creencia en el principio de soberanía
popular (democracia)/creencia en el privilegio de un sujeto o grupo
en particular (autocracia).173
En cualquier caso, deben aparecer el principio de la igualdad, el de la
mayoría con el respeto de las minorías, un sistema de partidos,
libertades y controles constitucionales, etc. Pero el criterio de la
soberanía popular es crucial para entender los enfoques empíricos
de la democracia. Es que las doctrinas filosóficas e ideologías de la
Heller, H. Teoría del Estado. México, Fondo de Cultura Económica, 1978, 265-267.
172

173
Tomamos la clasificación dada por Leonardelli, E. en sus lecciones del curso de Teoría
Política I, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de San Juan, 1979 (notas
manuscritas del autor de esta obra).

149
JUAN DANIEL VIDELA

soberanía popular han dado lugar a prácticas concretas, establecidas


en textos constitucionales y en comportamientos políticos que defínen
el fenómeno moderno de democracia. Recordemos sus orígenes
históricos, estudiados en el capítulo quinto. La modernidad como
época histórica se caracteriza por un progresivo igualitarianismo que
es el resultado de cambios en todos los órdenes de vida. Pero la
igualdad significa no sólo ausencia de privilegios, sino también, y
fundamentalmente, ausencia de sujeciones, ya sea a otro individuo
cualquiera, o a aquel individuo que concentra en su persona el poder
político de la sociedad toda. De ella como derecho individual
fundamental se deriva entonces el derecho del individuo a dar su
consentimiento al poder de la comunidad política. Así fundamentados,
los derechos a elegir a las autoridades y a formar parte de los poderes
de gobierno se convierten en una práctica constitucional comparable
a (y asociada con) las establecidas por el liberalismo. A ellos se agregan
otros, como el acatamiento de las decisiones adoptadas por mayoría,
el respeto del disenso de las minorías y, algo que constituye una
novedad de la época moderna, la toma de decisiones por medio de
representantes. Democracia, literalmente, el gobierno del pueblo, es
el tipo de sociedad en que se dan el conjunto de prácticas políticas
que actualiza esos derechos, surgidos como hemos visto de una idea
de hombre que implica la condición fundamental de la igualdad. Por
eso, debido a que la democracia moderna es una concepción que va
más allá de la mera organización del gobierno para también constituir
un modo de vida, nada obsta a que llamemos forma de estado a la
democracia, y la equiparemos así a la forma de estado liberal.
La democracia se populariza como concepto, hacia finales del siglo
XVIII, con la publicación en 1835 del primer volumen de la obra del
francés Alexis de Tocqueville De la democracia en America174 y el
advenimiento de un breve gobierno democrático que surgió en Francia
con la Revolución de 1848. Parecería entonces que el concepto y la
forma política resurgen tras más de dos milenios de olvido desde que
el término fue por primera vez usado en Grecia. En realidad, estamos
frente a un nuevo sentido de la voz democracia, inspirado en la Grecia
clásica, pero totalmente moderno. Para definirlo sucintamente,
podemos decir que democracia es en este sentido la expansión de la
ciudadanía a todos los habitantes de un estado nacional, así como la
participación de todos los ciudadanos en los asuntos de gobierno.

174
De Tocqueville, A. De la democracia en América. Madrid, Alianza, 1980.

150
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

La democracia es a un mismo tiempo un ideal político y la forma de


estado que lo corporiza, y por ello funciona como criterio regulador,
normativo o prescriptivo, contra el cual se miden experimentos
históricos determinados. Por eso distinguimos entre la democracia
como ideal o ideología y la democracia como tipo o concepto científico
construido a partir de elementos empíricos. En esto consiste la
diferencia entre las diversas visiones normativas de la democracia, tal
como la visión de Rousseau, y los distintos proyectos histórico-
políticos que se autotitulan democracia. Por ello, el cientista político
no debe (ni puede) olvidar criterios valorativos, pero al estudiar el
fenómeno político debe además atender a los datos empíricos a los
efectos de construir una noción operacional de democracia que
organice y describa el fenómeno en cuestión. Paradójicamente, el
dato empírico más importante es que la ideología o principio filosófico
de la soberanía del pueblo se ha convertido en una práctica política
concreta en los regímenes que llamamos democráticos.
Ello no significa que entre los contemporáneos no se intenten
consideraciones o justificaciones filosóficas de la democracia. Un
ejemplo elocuente es la obra de Hans Kelsen, para quien la diferencia
entre democracia y autocracia radica en que esta última postula la
existencia de valores absolutos que la inteligencia es capaz de conocer.
Quien los conoce acabadamente tiene un derecho a mandar. El
hombre democrático, en cambio, profesa un relativismo noseológico
(es decir postula que la inteligencia es incapaz de decir cuáles son las
verdades últimas e incambiables), cree que todo valor debe ser
respetado y cualquier opinión es válida. “La justicia absoluta configura
una perfección suprema irracional. Desde la perspectiva del
conocimiento racional sólo existen intereses humanos y, por tanto,
conflictos de intereses. Zanjar los mismos supone dos soluciones
posibles: o satisfacer a uno de los dos términos a costa del otro, o
establecer un equilibrio a costa de ambos. Resulta imposible encontrar
una solución justa. Dado por supuesto que la paz es el valor supremo,
el equilibrio representará la solución justa”.175 De este modo, todos
los miembros de la comunidad estatal, todos quienes están sujetos al
derecho del estado tienen derecho a participar del proceso de dictado
de normas, y en este sentido son autónomos, mientras que en la
autocracia sólo los detentadores de la verdad dan las normas y el resto
de los sujetos normados son heterónomos. De más está decir que

175
Kelsen, H. ¿Qué es la justicia? Bs. As., Leviatán, 1981, pp. 109-110.

151
JUAN DANIEL VIDELA

Kelsen participa del ideal democrático, cuyo principio es la tolerancia y


la libertad de pensamiento. Asimismo reconoce que ningún estado
existente corresponde estrictamente a una u otra definición.

b) Estado unitario y estado compuesto


Ya dijimos que si se considera la distribución del poder en el territorio,
tenemos dos tipos básicos de estados: unitarios y compuestos, los
que a su vez pueden ser estados federales o confederaciones. Estos
últimos de algún modo revierten las tendencias centralizadoras que
crean el estado en la primera modernidad. En el estado unitario, en
cambio, hay una centralización de las competencias, todas las
decisiones se toman en el centro de poder y afectan a todo el
territorio. La diferencia entre estado federal y confederación radica
en que en esta última hay mayor descentralización y los estados
miembros se reservan su soberanía y el derecho de separarse, o
derecho de secesión. “La confederación es una vinculación entre
Estados, creada por un pacto internacional, con intención de
perpetuidad, que da lugar a un poder que se ejerce sobre los estados
miembros y no, de modo inmediato, sobre los individuos... Objetivo
común a toda Confederación ha sido la seguridad exterior e interior,
al que se añaden otras finalidades variables según los casos.”176
En el estado federal, por su parte, se divide en sub-estados llamados
estados federados o provincias, a menudo unidades que dieron origen
al propio estado federal, y que comparten la capacidad de decisión con
un gobierno central, llamado nacional o federal. El estado federal hace
su entrada en la historia con la constitución americana de 1787. “No
respondía a un esquema previo, sino a necesidades prácticas: se trataba
de buscar una fórmula que hiciera compatibles la existencia de los
Estados individuales con la de un poder dotado de facultades para
bastarse por sí mismo en la esfera de sus funciones.”177 Aquí estamos
en presencia de una división territorial de poderes que puede deberse
tanto a causas históricas (ideosincracias, diferencias culturales) como
funcionales (necesidad de mejor administración). Jurídicamente, esa
división se expresa como una división constitucional de facultades, que
pueden ser reservadas a los estados miembros, compartidas con el
gobierno federal, o exclusivas de este. La constitución escrita es la

176
García-Pelayo, M. Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, p. 209.
177
Ibid. p. 215.

152
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

fuente creadora que supone la posibilidad de estado federal.


En el estado unitario hay una centralización de las competencias,
todas las decisiones se toman en el centro de poder y afectan a todo
el territorio. La administración local es un mero brazo ejecutor
sometido al control central. Ejerce poderes por delegación pero
carece de autonomía, es decir, de la capacidad de dictar leyes de
validez territorial local.
Tienen gobiernos unitarios: Bélgica, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña,
Israel, Italia, Japón, Chile, Uruguay. Tienen gobiernos federales
Alemania, Australia, Estados Unidos, Suiza, Argentina, Brasil. La
confederación, por último, es un tipo pretérito.178

5- Formas de gobierno: la visión contemporánea


Hemos dicho que entendemos por forma de gobierno el perfil que el
estado adopta de acuerdo a la organización interna de los poderes
constituidos. La pregunta por la “forma de gobierno” responde a la
pregunta por cómo están organizados en la constitución los poderes
constituidos, mientras que forma de estado es la característica que
adopta el estado de acuerdo a quién ejerce la soberanía. La ley de las
oligarquías, formulada por Mosca recuerda que el poder es
generalmente detentado por minorías que, según la constitución,
pueden tener mayor o menor grado de independencia las unas de las
otras. A esas minorías la constitución o ley fundamental otorga un
lugar determinado, como “poderes”, “órganos”, “representantes” del
estado. De hecho, comúnmente se llama gobierno al conjunto de
órganos que detentan su poder y rigen al estado. La diferenciación
entre las dos formas básicas y más conocidas de gobierno se debe al
inglés Walter Bagehot, quien en 1865 distinguió entre el gobierno
presidencialista propio de los estados Unidos y el gobierno de gabinete
(parlamentario) propio del Reino Unido.179 Otras clasificaciones del
gobierno surgen si consideramos el sistema de partidos (gobiernos
de partido único, predominante, bipartidista, o pluripartidista)180 o
según el origen o ejercicio constitucional del poder (gobiernos de
jure y gobiernos de facto). Como veremos, la dictadura también ocupa
un lugar singular en la tipología de las formas de gobierno.

178
Cf. Orlandi, H. Y J. Zelaznik, “El gobierno”, Pinto, J. Introducción a la ciencia política.
Bs.As., Eudeba, 2000, pp. 240-245.
179
Bagehot, W. The English constitution. Londres, Oxford University Press, 1964.

153
JUAN DANIEL VIDELA

a) Parlamentarismo y presidencialismo
En realidad, el gobierno parlamentario es la forma más antigua, la
más difundida y, en cierto modo, la más ligada con el concepto de
democracia, ya que de los regímenes presidencialistas sólo el
norteamericano tiene una fuerte tradición democrática. Los orígenes
del parlamentarismo se remontan al siglo XVII europeo, cuando los
nobles británicos hacen valer su participación en una asamblea llamada
precisamente Parlamento (Parliament) frente a los intentos absolutistas
de la corona. En el siglo XVIII llega a Francia, donde los gobiernos
sucesivos a que da origen la Revolución Francesa son
característicamente asambleas, cuerpos colegiados (los pensadores
ilustrados creían que la discusión que se da en el seno de las asambleas
trae a la luz la verdad política de una manera a la cual la verdad
tradicional no se acerca en claridad). Tal y como esta constituído en
el siglo XIX, en Inglaterra y otros lugares, el sistema parlamentario se
caracteriza por el predominio del poder legislativo, el que tiene la
facultad de investir al jefe de gobierno, a quien elige dentro de su
seno. El gobierno, que cumple las funciones ejecutivas (administración,
defensa, etc.) está constituido por su jefe y un gabinete y es
dependiente del parlamento, el que puede revocar su mandato en la
mayoría de los casos. Por el contrario, en el sistema presidencialista
el ejecutivo (normalmente un presidente) es elegido directa o cuasi-
directamente, goza de independencia del legislativo y dura en sus
funciones el término que le impone la constitución. No obstante esa
duración, el presidencialismo no garantiza estabilidad ya que como
veremos más adelante su falta de flexibilidad conduce en muchos
casos a la revolución. En cambio, el parlamentarismo, con sus continuos
cambios de gobierno es capaz de aislar un núcleo estable de decisión
dentro del sistema y, a través de sucesivos cambios, consensuar los
conflictos que le son inherentes.
Por último es necesario considerar la relación de la forma de gobierno
con el sistema de partidos, del que brevemente hemos adelantado
un concepto. No es lo mismo un sistema presidencialista con un
bipartidismo más o menos rígido (Estados Unidos, Gran Bretaña),
que uno que se acompaña de un multipartidismo (Francia). Aquí el
multipartidismo puede contribuir a la inestabilidad del sistema, si bien
da voz a una pluralidad de opiniones. El gobierno parlamentario, por
180
Con excepción de lo que anticipemos en este capítulo, dejaremos la consideración de los
partido políticos para el capítulo décimo.

154
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

el contrario, parece funcionar mejor con el multipartidismo.

b) La dictadura
Estamos en presencia de un concepto de la tradición clásica que ha
sobrevivido hasta nuestros días, resignificado. Lisa y llanamente,
dictadura significa en la segunda mitad del siglo XX algo semejante a
autocracia: en ese sentido se habla de las dictaduras fascistas de la
Segunda Guerra Mundial. Por esa época pasa a ocupar el lugar que en
el vocabulario antiguo o clásico tenía “tiranía”. Del mismo modo, en
Argentina, “la dictadura” es sinónimo del gobierno militar de 1976-
83, que fue un gobierno de facto, categoría que estudiaremos a
continuación.
En sus orígenes históricos, sin embargo, la dictadura es una forma de
gobierno ajena al pensamiento griego, concebida por los romanos en
la época de la república. Se trata de lo que después Karl Schmitt181
llamó dictadura comisoria, una forma de excepción, limitada en el
tiempo y surgida de un estado de necesidad, por la cual los cónsules
romanos delegaban la autoridad absoluta en manos de un magistrado
cuya tarea era conducir una guerra o sofocar una revuelta interior. El
dictador romano no abroga las leyes (aunque puede suspenderlas) ni
intenta cambiar la constitución, sino que su investidura está prevista
por ella. Pero sus poderes son absolutos. Este tipo de dictadura, ha
sido llamada comisoria, porque expresa un mandato, o también
restauradora, porque se propone revertir una situación a su estado
constitucional originario, gozó de prestigio como institución política
y todavía en tiempos modernos es elogiada por Maquiavelo y
Montesquieu, ambos estudiosos de la historia romana y no obstante
que la dictadura romana entró en una fase degenerativa (abusiva)
hacia comienzos de la era Silla Cristiana, primero, y César después.
Pero el verdadero cambio en la significación del concepto dictadura
se da recién entre fines del siglo XVIII y fines del siglo XIX, después
de casi dos milenios de olvido, en el pensamiento socialista primero,
y el marxista después. Se da primero entre los proto-socialistas
que actuaron en la Revolución Francesa (ellos a su vez continuaban
las ideas del comunismo utópico pre-revolucionario), todos
partidarios del igualitarismo y de la necesidad de una revolución
que implante a través del gobierno autoritario de una dictadura

181
Schmitt, C. La dictadura. Madrid, Alianza, 1985.

155
JUAN DANIEL VIDELA

cambios radicales en la sociedad, haciéndola no autoritaria, sino


igualitaria y solidaria. Este concepto inicial es retomado por Marx
en la célebre noción de la “dictadura del proletariado”, que aparece
en su obra Crítica al programa de Gotha. Marx, oponiéndose a la
estatización de la producción como posibilidad de la sociedad
comunista, reconoce sin embargo la necesidad de una dictadura
despótica para borrar todos los resabios de la sociedad burguesa
después de la revolución proletaria, aunque nunca precisó su
duración y demás caracteres. Marx no está pensando en transformar
al estado o a uno de sus poderes en dictador, sino que habla de
dictadura como la simple forma que emerge del acto
revolucionario.182 Con todo, en la historia del marxismo es Lenin
quien profundiza y hace abundante uso de esta noción. A esta
resignificación del instituto de la dictadura llama Schmitt “dictadura
soberana” porque no suspende una constitución vigente, sino que
aspira a crear un estado de cosas que permitirá luego imponer una
nueva y mejor constitución.
En un sentido más jurídico, la dictadura se identifica con las situaciones
de excepcionalidad previstas por la constitución jurídico-formal, tales
como el estado de sitio y, finalmente, con las rupturas del orden
constitucional como son los gobiernos de facto. Esta última es la
razón por la cual en el vocabulario corriente dictadura se identifica
con tiranía y autocracia, término este último que sólo forma parte
del vocabulario técnico o académico de la política.183

c) Gobiernos de jure y de facto. Terror y golpes de estado


en la Argentina.
Hemos anticipado que los gobiernos también se clasifican según que
su origen o ejercicio estén o no de acuerdo con las normas
constitucionales, de lo cual surge la distinción entre gobiernos de
jure y gobiernos de facto. La distinción supone, por supuesto, el
concepto de constitución en sentido jurídico-formal. Esta es la que
determina la manera de acceder a los órganos que ejercen el gobierno
(u órganos de los poderes constituidos), así como la manera y los
límites del ejercicio de sus facultades. Nótese que al distinguir entre

Sartori, G. Elementos de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992. p. 72.


182

Cf. Bobbio, N. “Dictadura y democracia”, en Bobbio, N. Estado, gobierno, y sociedad.


183

Méjico, Fondo de Cultura Económica,1985, pp. 222-233.

156
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

gobiernos presidencialistas y parlamentarios nos preguntábamos cuáles


son los poderes de gobierno y su morfología. Al hablar en cambio de
gobiernos de jure o de facto la pregunta gira en cambio sobre la
cuestión de su legalidad o constitucionalidad. Cuando el gobierno se
forma, o se accede a los cargos de la manera prevista por las normas
constitucionales se dice que es de jure. Cuando esto ocurre en
violación de esas normas, normalmente por un acto de fuerza, estamos
en el caso de gobiernos de facto.
Ahora bien, el vicio es de origen cuando estamos hablando del acceso
al poder. Pero puede ocurrir también que un gobierno que llega
debidamente al poder transgrede las normas de su ejercicio,
gobernando por sobre la constitución. A este segundo caso, que es
tanto el de Hitler después de acceder al poder como el de Fujimori
en su primera presidencia, llamamos vicio en el ejercicio del poder.
Como en la modernidad tardía de occidente se identifica legalidad
constitucional con legitimidad (la que es dada siempre por la
racionalidad inmanente a la ley) a estos gobiernos se los llama
también ilegítimos. Por el mismo motivo en el lenguaje corriente u
ordinario se confunden los términos gobierno de facto, dictadura,
tiranía, autocracia, los que por supuesto tienen sus significaciones
específicas en el vocabulario técnico de la ciencia política.
A propósito cabe mencionar que Argentina, como muchos países
del Tercer Mundo, ha estado gobernada frecuentemente por
gobiernos de facto, los que así pueden calificarse en relación con
las normas de la constitución (racional-normativa) de 1853-60 la
cual dio al país el perfil de un estado liberal-republicano y (en juego
con sus leyes electorales) relativa y progresivamente democrático.
Se trata de rupturas o quiebres revolucionarios al orden impuesto
por esa constitución. Precisamente estas rupturas fueron pues tomas
violentas del poder que desalojaron a los poderes constituidos
cuando ciertos grupos encabezados por las fuerzas armadas no
estuvieron de acuerdo con los resultados de la práctica política, ya
cuestionando su carácter liberal, ya cuestionando la dirección de
sus tendencias democráticas.
Si pasamos revista a nuestra historia encontramos seis de estos
episodios, todos en el siglo XX: a) el gobierno de la revolución de
1930-32 que derrocó al presidente Yrigoyen; b) el gobierno de la
revolución de 1943-46 que derrocó al presidente Castillo; c) el
gobierno de la revolución de 1955-58 que derrocó al presidente

157
JUAN DANIEL VIDELA

Perón; d) el gobierno de la revolución de 1962-63 que derrocó al


presidente Frondizi; e) el gobierno de la revolución de 1966-73 que
derrocó al presidente Illia; f) el gobierno de la revolución de 1976-
83 que derrocó a la presidenta Perón.
Estos golpes fueron diferentes entre sí, aunque tuvieron semejanzas
significativas. Por ejemplo, se realizaron con el apoyo de sectores
conservadores de la sociedad argentina y, algunos opinan, para servir
intereses extranjeros y entreguistas. Pero hubieron diferencias
importantes: los primeros cuatro gobiernos de facto tuvieron
carácter breve porque procuraron intervenciones a la normalidad
constitucional a efectos limitados. Por ejemplo, el golpe de 1930
quiso revertir el proceso de democratización que despuntaba en
Argentina, que se convertía en una liberal democracia en el sentido
apuntado en el capítulo quinto, pero no se propuso afectar las
normas constitucionales, devolviendo el poder a la clase política
(o a una parte de ella) al poco tiempo. El gobierno de 1943-46 fue
la imagen invertida de la anterior, quiso ampliar la democracia y
desalojó a la clase política conservadora. Dio lugar al gobierno
peronista, el que convirtió a Argentina en una democracia social
en el sentido del capítulo quinto y creó un estilo político muy
resistido por sus caracteres autocráticos. De allí que las
revoluciones de 1955 y 1962 tuvieran por objeto que Perón no
volviese al poder pero, aunque de tinte conservador, no se
propusieran explícitamente cambiar la constitución ni revertir el
proceso de democratización. En cambio, la Revolución Argentina
de 1966 y el Proceso de Reorganización Nacional de 1976 fueron
revoluciones programáticas que tenían por finalidad más o menos
expresa transformar ciertos aspectos (economía, seguridad,
participación, etc.) de la sociedad argentina. No se entendieron a
sí mismos como intervenciones breves sino como largos procesos
de cambio político -de hecho duraron ambas varios años. Desde
luego estas propuestas delataban una nueva misión que se habían
autoasignado los militares. Otra característica fue explícitamente
declarar que la constitución nacional estaba supeditada a las actas
o estatutos revolucionarios.
Resultados de estos gobiernos de facto fueron el debilitamiento de la
clase política, confusión en las fuerzas armadas sobre su identidad y
fines, caída de la producción, gastos superfluos, atraso cultural, litigios
y guerras con otros países, numerosas vidas. Particularmente en el
contexto del último gobierno de facto se dió una sangrienta lucha

158
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

entre militares y lo que se llamaba “elementos subversivos” o “la


subversión” -grupos guerilleros de ideología de izquierda que apelaban
a la violencia clandestina. Este fue un compás oscuro de la historia
argentina que no ha quedado aclarado porque las fuerzas armadas se
excedieron en el uso de la violencia en una lucha autosubversiva
cuasi-secreta que la sociedad (parcialmente) ignoraba. Inocentes
murieron en lo que fue un verdadero genocidio. Los gobiernos
constitucionales que siguieron dictaron leyes que exculparon
(obediencia debida, punto final o bien perdonaron) a los autores de
desapariciones de personas que aún no han sido aclaradas (de cinco
a veinticinco mil víctimas).184 En 2003, mientras este libro se escribe,
el Congreso ha sin embargo “anulado” esas leyes en un nuevo episodio
de un proceso que seguro habrá de continuar hasta tanto la sociedad
argentina acepte totalmente la realidad de la subversión, la lucha
autosubversiva y el genocidio.

CAPÍTULO OCTAVO: EL PODER POLÍTICO


1- Grandes paradigmas o modos de comprender el
poder: el modelo jurídico (racional-normativo), el
modelo sociológico, el modelo de Foucault. 2- La
cuestión de la legitimidad del poder. Tipología de Max
Weber. 3- Espectro semántico del poder: poder,

184
Cf. Varela-Cid, E. (director). Cuadernos para la democrcia 1: Los golpes de estado. Bs. A.s,
El Cid Editor, 1982.

159
autoridad, influencia, manipulación. 4- Tipos de poder.
5- Estructura del poder. 6- Excurso: la burocracia.

1- Grandes paradigmas o modos de comprender el poder:


a) Introducción
Hemos insistido una y otra vez que la relación entre comunidad y
poder se configura de manera diferente a lo largo de las épocas
históricas, y que la característica más descollante de ella es la progresiva
disociación de la unidad existente entre estos aspectos del fenómeno
político tal como existía en la polis griega, disociación que brinda la
distinción moderna sociedad/estado. Por el hecho mismo de que en
este proceso la relación comunidad/poder ha cambiado se dan
diferentes imágenes, conceptos, paradigmas del uno y del otro.
En los pensadores griegos, por ejemplo, el poder político es algo
subordinado conceptualmente a la sociedad, como hemos explicado
antes, poder es siempre poder de la polis y se identifica con su
gobierno, mientras que desde los tiempos del imperio romano, en
que la referida disociación entre poder y sociedad ya está en germen,
el poder es pensado en sus propios términos. En esos primeros
tiempos estos son términos son teológicos, o teocéntricos, que
sustentan la tesis que el poder está de algún modo derivado de Dios.185
Se genera entonces una oposición crítica entre las primeras sociedades
cristianas desposeídas de poder y las instituciones imperiales o
feudales, oposición que va a ser también contrarrestada por la creación
de imperios y monarquías que profesan ser cristianos. Esta es la
característica fundamental de la llamada baja edad media, en que el
estado político aún no aparece constituido como tal y la sociedad
asume formas apenas fragmentarias (por ejemplo los grupos religiosos
de distintas confesiones, las ciudades, etc.). Notemos que en el capítulo
anterior ya nos hemos referido al problema de la legitimidad del
poder en pensadores antiguos y medievales (Aristóteles, Polibio, Santo
Tomás, etc.), pero considerando al concepto de poder en forma
conjunta con el concepto de comunidad.

a) El modelo jurídico (racional-normativo)


En los comienzos de la modernidad, empero, el proceso de disociación

185
Cf. capítulo 2 de esta obra.

161
JUAN DANIEL VIDELA

entre sociedad y estado aparece ya más o menos acabado. En él, el


poder es, al menos a primera vista, adjudicado al fenómeno estado,
mientras que la sociedad se concibe y experimenta como el ámbito
de la libertad frente al estado. Se genera entonces un nuevo paradigma
teórico-práctico en base a la atribución exclusiva de poder al estado.
Tal es el paradigma jurídico del estado que hemos estudiado en sus
diversos aspectos en los capítulos cuarto y quinto de esta obra, como
concepto del estado constitucional y racional normativo con sus
sucesivas variantes históricas. En esta manera de entender el estado,
el poder aparece como su atributo o elemento, como atributo que
configura su supremacía bajo el concepto de soberanía en el momento
inicial de este desarrollo, por ejemplo en el pensamiento de
Maquiavelo, Hobbes y Bodino, cuando se hace crucial marcar la
exclusividad del estado por sobre otras sociedades parciales o
intermedias. Soberanía del estado equivale en este momento a poder
del estado, pero luego, con el proceso de racionalización y juridización
de la vida política que importa el concepto-jurídico formal de
constitución, el poder del estado ocupa su lugar al lado del derecho
del estado, y se ve determinado por este. Por esto se suele decir que
es un elemento del estado.
Con todo, lo más importante es la manera en que el poder adquiere
su ratio juri. En primer lugar, como dador de la forma del estado,
como instancia fundadora, no es ya más el poder creativo de un
príncipe, sino un poder constituyente, es decir, del pueblo en tanto y
en cuanto dicta la constitución. En segundo lugar, como ejecutor de
decisiones políticas es poder constituido y se mueve dentro de los
límites de racionalidad que le marca la propia constitución como
facultades. No hay instancia, en el modo de pensar del
constitucionalismo, en que el poder no aparezca como un atributo
formal del estado (porque está institucionalizado en su forma
constitucional, o en la constitución que es su forma), que no esté
relacionado de una forma u otra al derecho, y que no se encuentre
bajo un control de racionalidad.
Algunas consecuencias directas de este modo de pensar son la
identificación de poder con poder del estado (constitucional),
consecuentemente, la idea de que el poder desciende de arriba hacia
abajo, y de que es previsible, como lo son las conductas de naturaleza
racional-normativa previstas por la constitución. No escapa a esta
concepción que el poder cumple una función conductora (en el sentido
de gobierno), una función atributiva de libertades y derechos (el

162
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

estado-poder como sistema de repartos), una función represora, y


una función bélica. El poder es derecho dotado de una instancia
coactiva, así como el derecho es poder reglado por leyes.186 En
cualquier caso, el poder tal como lo concibe el constitucionalismo
del siglo XVIII al siglo XIX es algo concreto, limitado y
fundamentalmente algo jurídico, juridizado y, por ello, objeto propio
de la ciencia del derecho. Es el momento en que la ciencia política es
reemplazada o encubierta de un modo más notable por la ciencia del
derecho. Aclaremos que el constitucionalismo constituye además de
una filosofía jurídico-política un movimiento de ideas vastamente
difundido en Europa en el siglo XIX. Con el transcurso del tiempo,
empero, se olvidan sus raíces pero sigue presente en la conciencia de
occidente como un conjunto de creencias que justifican el poder
político, aún cuando su fuente directa -la concepción del poder como
determinado por el derecho- se haga menos explícita.

b) El modelo sociológico
A mediados del siglo XIX, empero, comienza a imponerse una nueva
concepción, esta vez sociológica, del poder, que le reconoce por el
contrario el ser algo ubicuo, no localizado, como su rasgo más
importante. La sociología construye el objeto teórico “poder” a través
del análisis de una multiplicidad heterogénea de relaciones, de modo
que nada escapa al fenómeno estudiado. Dadas las condiciones
adecuadas, todo podría explicarse por la presencia del poder. Esto se
debe a que (exceptuando ciertos análisis substancialistas) el poder es
visto como una relación, como un tipo de relación humana, o como
una característica potencial de toda acción social, que toca a más de
un sujeto. Nótese que en este análisis el locus (lugar) del poder puede
ser también la sociedad, no sólo el estado.
De acuerdo a este paradigma en toda relación en que un sujeto
determina la conducta de otro u otros se da implícita o explícitamente
un hecho de poder. El poder es así un modo básico de interacción.
“Este relacionismo e interaccionismo se encuentran en distintas
proporciones en autores y corrientes que se han ocupado acerca
del poder (….) El estudio acerca de los poderes, se pensó, estaba
demasiado circunscripto al ámbito del Estado, de los gobiernos, de
las macro-instituciones sociales y formales. Se hacía necesario entonces
186
Cf. Focault, M. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Bs. As. Siglo XXI, 2004, pp.
106-109.

163
JUAN DANIEL VIDELA

encontrar el dinamismo propio, ‘real’, de los comportamientos


sociales.”187 Se trata de investigar las causas y motivos que generan
obediencia (interés, respeto, apatía, miedo, etc.) y cabe destacar que
dentro de ellas se incluye la creencia en la legalidad del poder que
hemos estudiado en el punto anterior, pero no como convicción
(filosófica o jurídica) de que el poder deba tener una forma jurídica,
sino como creencia internalizada en que los imperativos legales
también deben ser respetados. En ese sentido el paradigma jurídico
del poder sobrevive, cambiado, en el paradigma sociológico. Porque
las fundamentaciones filosóficas sólo interesan “en cuanto se
convierten de hecho en creencias de una sociedad y apoyan la
legitimidad de un poder histórico. Desde este punto de vista tiene
importancia la sedimentación social de esas creencias en motivaciones
psicológicas que fundan la aceptación de una legitimidad por devoción
tradicional a una persona, la autocomplacencia en obedecer a quienes
hemos elegido, o el asentimiento racional a un ordenamiento jurídico
que respetamos y que define el poder como una facultad o
competencia.”188
El ejemplo más conocido de esta postura es la célebre definición de
Weber: “Debe entenderse por ‘dominación’ (Herrschaft, poder….)
la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo
determinado para mandatos específicos (o para toda clase de
mandatos). No es, como veremos oportunamente, toda especie de
probabilidad de ejercer ‘poder’ o influjo sobre otros hombres”,
sino aquella fundada en las creencias de aquellos que obedecen.189
Porque aquí Weber contrapone el concepto de poder (legítimo)
como dominio (Herrschaft) al de mera potencia o fuerza (Macht)
capaz de hacer valer la voluntad en cualquier relación social
determinada, a su vez que liga el poder a un contexto institucional
mínimo, más o menos permanente, donde uno manda y varios (o
muchos) obedecen, quedado así definido el poder como una relación
social de mando-obediencia. El éxito o fracaso de los distintos
esfuerzos sociológicos de los últimos dos siglos radica en haber
entendido ese contexto o esquema de acción en la totalidad de sus
elementos, los sujetos de la relación, la determinación de la conducta,
sus efectos.

187
Labourde, S. El poder. Hacia una teoría sistemática. Bs. As., Editorial de Belgrano, 1984, p.
29.
188
Sánchez Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, p. 415.
189
Weber, M. Economía y sociedad. (Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944), t I, p. 172

164
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

c) El modelo de Foucault: microfísica del poder


Frente a estas dos concepciones -la jurídica y la sociológica- en el
último tercio del siglo XX el gran pensador francés Michel Foucault
avanza lo que podríamos llamar una teoría discursiva del poder, según
la cual este no reside ni en una estructura estatal, ni en relaciones
sociales explícitas, sino en una multiplicidad de puntos o lugares que
se manifiestan no sólo en acciones o las normas que las rigen, sino
también (como discurso), en las palabras que las mentan y determinan
su contenido -definiéndolas como lo permitido y lo prohibido. Poder
no es lo mismo que saber, pero ambos interactúan y el saber
permanentemente genera relaciones de poder.190
Así, para Foucault, el poder no es algo que se adquiere, se quita o se
comparte, sino algo que se ejerce desde puntos innumerables, en el
juego de relaciones inigualitarias y cambiantes. Ve las relaciones de
poder como inmanentes a potencialmente todo otro tipo de relación
(económica, sexual, etc.), pero no como propiedades de tipos de
estructuras (mercado, familia, etc.) sino como órdenes e indicaciones.
El poder no es una atributo de la persona (como emanación de una
esencia), sino simplemente una estrategia de la persona. A diferencia
de lo que percibe el modelo jurídico, para Foucault el poder viene
desde abajo, no hay dominadores ni dominados, sino divisiones
determinadas por fuerzas continuamente cambiantes, precisamente
porque el poder pasa (como acción, reacción, enegía, cambio de
posición) a través de dominadores y dominados. Al mismo tiempo,
las relaciones de poder son intencionales pero no subjetivas: no hay
elección, sino decisión táctica y por ello provisoria. “Las relaciones
de poder se caracterizan por la capacidad de unos para poder
‘conducir’ las acciones de otros”.191 Por último, la resistencia que
genera el poder también es poder, aunque diseminado. Es que donde
hay mera fuerza o ausencia de libertad, tampoco hay poder.
Todo esto significa, en el contexto de las teorías anteriormente
expuestas, que el poder es visto de una manera mucho más
fragmentada y dispersa, que está virtualmente en todas partes, allí
donde aparece, donde se dice qué es lo que se puede hacer y qué es
lo que está prohibido, que está más allá y más acá de cualquier
190
Cf. Focault, M. Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Bs. As., Alianza Editorial,
1995; Historia de la sexualidad, 1- La voluntad de saber. Bs. As., Siglo XXI, 2002, pp. 99-125.
191
Díaz, E. La filosofía de Michel Foucault. Bs. As., Biblos, 1995, p. 101.

165
JUAN DANIEL VIDELA

institución sancionada por la ley, que no es necesariamente una


cuestión de dominación, que aún el que obedece órdenes puede
estar en una situación de poder con respecto al que las dicta. Así, hay
poder en las relaciones sexuales y en el reparto social de identidades
sexuales, el criado bien puede dominar a su amo, la resistencia a la
ley puede ser más fuerte que la ley misma. Finalmente, es este un
enfoque que torna anacrónica la identificación entre estado y poder
porque este último aparece como inmanente a toda relación humana
sea o no querido o aceptado.192 Foucault ve al poder como algo que
todo pervade y del cual hay que valerse aún cuando se desee su
desaparición.

2- La cuestión de la legitimidad del poder


a) Introducción:
Cada una de las maneras de entender el poder que acabamos de ver
en algún detalle, y que no son de ningún modo las únicas que aparecen
en el discurso sobre la política, tiene a su vez una diferente manera
de explicar aquello que en definitiva es la cuestión fundamental acerca
del poder: su validez, su capacidad operativa, la posibilidad concreta
de que un mandato (o instancia de poder) pueda imponerse. Por
eficacia no entendemos la mera imposición de una orden por la fuerza,
sino que sin ningún gasto o erogación de fuerza o coacción de tipo
alguno la indicación de hacer o no hacer, tolerar, esperar, dar, etc.
sea aceptada. El poder que no se impone por la simple fuerza, sino
además porque de algún modo está caracterizado por algún atributo
o pertenece a una situación que garantizan o explican su obediencia
o elevan la fuerza que le es inmanente a un estatus de acto
incuestionado es lo que habitualmente llamamos poder legítimo. O
en otras palabras, el rasgo que precisa, diferencia, especifica, al poder

192
“En el fondo, a pesar de las diferencias de épocas y de objetivos, la representación del
poder ha permanecido acechada por la monarquía. En el pensamiento y en el análisis político,
aún no se ha guillotinado al rey. De allí la importancia que todavía se otorga en la teoría del
poder al problema del derecho y de la violencia, de la ley y de la ilegalidad, de la voluntad y de
la libertad, y sobre todo del estado y de la soberanía (incluso si esta es interrogada en un ser
colectivo y no más en la persona del soberano). Pensar al poder a partir de estos problemas
equivale a pensarlo a partir de una forma histórica muy particular de nuestras sociedades: la
monarquía jurídica. Muy particular, y a pesar de todo transitoria. Pues si muchas de sus
formas subsistieron y aún subsisten, novísimos mecanismos de poder la penetraron poco a
poco y son probablemente irreducibles a la representación del derecho”. Focault, M. Historia
de la sexualidad, 1- La voluntad de saber. Bs. As., Siglo XXI, 2002, p. 108.

166
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

consentido del mero poder que se sustenta en la fuerza consiste en


la legitimidad.193
En el modelo racional-normativo o paradigma jurídico del poder es
obvio que la legitimidad del poder se confunde con su legalidad. En el
modelo sociológico interactivo o relacional la legitimidad se da cuando
quien obedece lo hace voluntariamente, prestando su acquiescencia.
En el modelo de Foucault es difícil hablar de poder legítimo ya que se
trata de una teoría esencialmente anárquica. Por ello nos
concentraremos en los dos anteriores, obviando también sus
antecedentes greco-cristianos.
Como hemos dicho, el paradigma jurídico del poder lo define bajo la
forma de derecho, como algo normado y esencialmente razonable y
previsible. Poder legítimo es entonces aquel que encuentra una norma
en la cual se origina y de acuerdo a la cual se ejerce. Esto remite a una
característica esencial del concepto racional-normativo con que opera
el constitucionalismo: la despersonalización de la soberanía y la
afirmación de la constitución como soberana. “Si la soberanía es el
poder de mandar sin excepción, y si todas las facultades de mando
son tales en tanto que son expresión y se mueven dentro del ámbito
de la constitución, es claro que la constitución es soberana, puesto
que todos los poderes de mando lo son en virtud de ella.”194 Esta
despersonalización de la sobernía implica entre otras cosas, la
existencia de personas jurídicas o ideales que ejercen el poder. Por
un lado encontramos una especie de poder que encierra dentro de sí
la facultad de dar la norma fundamental. Es la forma de poder que
opera como presupuesto sin el cual el sistema jurídico no sería posible:
el poder del pueblo o poder originario que da la constitución de una
vez y para siempre y para luego disolverse. Ese poder está, en cierto
modo, exento de límites (más allá de normas preterjurídicas como
son las divinas), pero su omnipotencia se compensa con su carácter
temporalmente precario. Claro está, como presupuesto metodológico
de la construcción del constitucionalismo, la teoría del poder
constituyente no es propiamente jurídica, sino que funciona como un
pivot filosófico o metafísico que suele expresarse en teorías como la
de la soberanía popular que ya hemos estudiado. El segundo tipo de
personas de existencia ideal son los ya mencionados campos colegiados

193
Cf. Labourde, S. El poder. Hacia una teoría sistemática. Bs. As., Editorial de Belgrano, 1984,
pp. 57-62.
194
García-Pelayo, M. Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, p. 36.

167
JUAN DANIEL VIDELA

y otros poderes que ejercen facultades previstas por la constitución.


A ellos se llama representantes de la entidad soberana que da la
constitución y se los entiende en función de su legitimidad derivada.
En el modelo relacional-interactivo o paradigma sociológico la
obediencia es explicada en términos de tres variables fundamentales.
Desde el punto de vista del contexto de normas y creencias sociales,
por la conducta esperada del sujeto, desde el punto de vista del que
obedece, por las expectativas conscientes que este tiene al momento
de prestar obediencia, desde el punto de vista del que manda, por el
conjunto de sus recursos, oscilando entre los atributos que posee y
la coacción misma que está en condiciones de ejercer. Cuando la
conducta es esperada, es decir está legitimada desde el punto de
vista del contexto, a un mismo tiempo coincide con las expectativas
del sujeto y se debe más a los atributos del que manda que a su
fuerza, estamos en el supuesto de poder legítimo. Entonces se dice
que “el poder legítimo es aquel tipo de poder que se ejercita en
cuanto función de los valores y normas aceptables para la sociedad”.195
Pero como el poder tiende a definirse como la (simple) posibilidad
de obtener obediencia, sin explicitar si esas condiciones comprenden
la real aceptación social de la orden, cada vez más se dice, desde esta
perspectiva, que un poder no se obedece porque es legítimo, sino
que es legítimo porque (cuando) se obedece.196 Está aquí presente la
distinción weberiana entre poder como dominio (Herrschaft) y poder
como mera fuerza (Macht), distinción crítica no obstante casi imposible
de discernir en la práctica. No obstante ello se afirma que “para el
sociólogo de la política un poder es legítimo en tanto que obtiene
obediencia sin necesidad del recurso a la fuerza, de una manera
institucionalizada y normalizada”.197 Ese contexto de instituciones y
conductas normales remite, como el mismo autor de la cita reconoce,
a la democracia representativa y al liberalismo, principios
fundamentales del estado constitucional moderno, estudiados en los
capítulos cuarto y quinto de esta obra, más allá de que en la práctica
no se den en su forma pura. La pregunta por la democracia está en
forma larval cuando se tematiza el consentimiento que constituye el
poder legítimo.

195
Schemerhorn, R. El poder y la sociedad. Bs. As., Paidós, 1963, p. 55.
196
Cf. Murillo Ferrol, F. Estudios de sociología política. Madrid, Tecnos, 1963, pp. 220-229.
197
Ibid., p. 230.

168
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

b) Tipología de Max Weber


El sociólogo y pensador alemán Max Weber ha realizado el análisis
más conocido y más influyente de lo que aquí hemos llamado poder
legítimo y que en las traducciones de su obra aparece traducido con
la palabra dominio (Herrschaft). Su análisis discurre entonces en el
angosto espectro de lo que los paradigmas jurídico y sociológico del
poder entienden como poder legítimo. Advirtamos que dominio no
es exactamente sinónimo de autoridad -más allá del parentesco
conceptual entre autoridad (sobre todo tradicional) y poder legítimo-
y que la distinción entre poder legítimo y poder no-legítimo, como
se ha expresado en el punto anterior, es tenue. Como dijimos, un
poder no se obedece porque es legítimo, sino que es legítimo porque
(cuando) se obedece.
Recordemos que Weber es consciente de la distinción entre poder
menos legítimo y más legítimo, respectivamente: “Poder significa la
probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación
social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento
de esa probabilidad. Por dominación (Herrschaft, poder legítimo)
debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato
de determinado contenido entre personas dadas”.198 Pero en cualquier
caso, el poder legítimo está acompañado por una voluntad de
obediencia, no menos que cualquier tipo de poder está precedido
por una voluntad de mando. Esta obediencia y la aquiescencia de la
que es parte, es fundamental para que haya poder legítimo y, de
hecho, para que funcionen los sistemas sociales ya que la mera fuerza,
con oposición del que obedece no puede mantenerse sin término ni
condiciones.
La noción de poder legítimo es a su vez desarrollada por Weber en
términos de su origen y manifestaciones de un modo que reproduce la
problemática de la legitimidad en relación con el específico paradigma
del poder racional-normativo (término incidentalmente weberiano) y
sus alternativas socio-históricas. Para Weber hay dos formas básicas
de legitimidad, una mediata y otra inmediata. Esta última constituye el
gobierno democrático (suerte de democracia directa), que se llama
así: “1) porque se basa en la suposición de que todo el mundo está en
principio igualmente calificado para la dirección de asuntos comunes;
2) porque reduce a lo mínimo el alcance del poder de mando”.199 En
cuanto a la dominación legítima mediata, es aquella que, por no darse

198
Weber, M. Economía y sociedad. (Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944), t. I, p. 439.

169
JUAN DANIEL VIDELA

esas dos condiciones, requiere de organización. En ella se dan tres


tipos puros o ideales que por serlo realizan unilateralmente las
características especiales del fenómeno y lo universalizan. Estos serían:
el poder o dominio legal, el tradicional y el carismático. Aquí debemos
notar que la clasificación es más o menos concordante con la concepción
weberiana de acción social, como acción orientada por el
comportamiento de otros, a la que se divide en acción racional (con
acuerdo a fines o a valores), acción tradicional y acción afectiva. Lo que
está en cuestión es si se actúa o se obedece de acuerdo a una
consideración racional de la circunstancia, de acuerdo a la costumbre
o hábito que pueden asumir en un momento dado un valor
preponderante, o a la emoción que liga con otra persona.
Así, de acuerdo a Weber la “validez” del poder puede expresarse o
depender de un sistema de reglas pre-establecidas, donde se presta
obediencia a las reglas y no a la persona, puede deberse a la autoridad
basada en la santidad de la tradición, o puede deberse a la fe en el
carácter extraordinario del que manda, un redentor o un héroe.
Aplicando esos criterios tenemos la tipología del poder legítimo o
dominio anunciada más arriba. En primer lugar, el dominio legal, en el
que los súbditos aceptan el orden establecido tanto como el derecho
de mando en razón de su concordancia con un sistema de normas
previamente establecido -aquí legitimidad coincide con legalidad y su
característica última es la racionalidad: se obedece porque se cree en
la razón de la ley. En segundo lugar, el dominio tradicional en el que
los súbditos aceptan las tradiciones y costumbres pasadas, creen en
la bondad inmanente a aquello que siempre se ha hecho: se obedece
porque se cree en el valor de la historia. En tercer lugar, el dominio
carismático en el que los dominados atribuyen carácter extraordinario
al que manda, su heroísmo, santidad, ejemplaridad: se obedece porque
se cree en un carácter único del líder.200
La tipología de Weber, basada en tipos puros de la acción humana, es
normalmente leída como una descripción constante y por ello
estructural de la obediencia al poder legítimo, según predominen en
ella elementos racionales, tradicionales o afectivos. Intuiciones
semejantes pueden ser encontradas en la historia del pensamiento
político, por ejemplo en Francisco de Vitoria, no obstante lo cual se
ha sostenido también que es en realidad la sistematización análitica
del proceso histórico europeo, donde la dominación tradicional
199
Ibid., t. II, p. 701.199 Ibid., t. II, p. 701.
200
Ibid., t. 1, p. 172.

170
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

representa la creencias del ancien régime y la dominación racional las


creencias del constitucionalismo. Si bien tal interpretación puede
parecer algo forzada, es indudable que la tipología de Weber encierra
una filosofía de la historia (occidental) donde se da un ciclo o transición
de la costumbre a la legalidad jurídica como pautas del obrar político,
esquema ocasionalmente interrumpido por conductas afectivas
cristalizadas en liderazgo carismático.

3- Espectro semántico del poder


a) Poder y autoridad
Tradicionalmente la autoridad se ha definido (desde un punto de vista
filosófico) como el poder dotado de la cuota más alta y pura de
legitimidad. Encontramos argumentos (ya expuestos en otros capítulos)
de que la autoridad deriva de Dios o (sin abandonar este argumento)
de que es la condición sine qua non para la perduración de las
comunidades políticas. Asimismo se afirma que la autoridad surge de la
investidura otorgada por un sujeto colectivo superior dentro de la
comunidad política, la nación o el pueblo, y cuyos dictados coinciden o
al menos son necesarios para la posibilidad de ser de los intereses
individuales. Finalmente, se afirma que la autoridad deriva de la
constitución debidamente instituida, ya por institución divina o humana.
En todas estas concepciones, y también en las contemporáneas, la
autoridad aparece delineada no sólo como poder legítimo, sino como
poder dotado de un derecho a mandar que le conviene como cualidad
o atributo propio, asimilada a un dato ontológico. Dice Sánchez Agesta:
“la energía impulsora del poder se basa aquí en el reconocimiento de
un derecho a mandar. La autoridad es un título o cualidad moral que
hace que el mandato sea moralmente vinculante para quien acepta el
título de esa autoridad.” 201
Pero en el siglo XIX, particularmente en la obra de Weber, autoridad
se confunde con el concepto de poder legítimo, justificado por el
conjunto de creencias en que se basa la obediencia. En el contexto
de nuestra exposición anterior, sin embargo, hemos mantenido la
diferencia entre poder legítimo y poder no-legítimo, basándonos en
la existencia de cierto grado mínimo de aquiescencia o consentimiento
en el primero de los casos, pero no hemos leído en Weber la oposición

201
Sánchez Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, p. 406.

171
JUAN DANIEL VIDELA

semántica entre Macht y Herrschaft como sinónimo de la oposición


lisa y llana entre poder y autoridad, particularmente por las
connotaciones filosóficas de este último vocablo. Hemos preferido
traducir la expresión weberiana Herrschaft por poder legítimo o por
dominio, más allá de que Weber mismo a veces parece dotarle de
matices que recuerdan el antiguo significado de autoridad. Claro está,
Herrschaft también podría traducirse como poder de autoridad y así
lo hacen autores contemporáneos como en el citado Sánchez Agesta
que insisten en que autoridad es poder basado en un derecho natural
o causa natural, lo que remite a su substrato personal.
Puede decirse, sin embargo, que en el vocabulario más reciente de la
ciencia política términos como autoridad o soberanía retroceden a
un segundo plano, precisamente por su connotación filosófica, anterior
o contemporánea al constitucionalismo. Autoridad, en definitiva, es
un concepto que significa un tipo de poder legítimo, pero encontramos
más adecuado usar este último término en nuestro análisis y oponerlo
a poder no-legítimo, para evitar las connotaciones ontológicas del
primero de estos términos (autoridad). En todo caso recordemos
que todo poder que es capaz de mantenerse es mínimamente legítimo,
aceptado, y que el caso puro del poder no-legítimo basado en la nuda
coacción o fuerza constituye un tipo puro.

b) Poder y coacción
Si la autoridad es el poder dotado de la cuota más alta y pura de
legitimidad, la coacción puede entenderse en el otro extremo, como
el poder privado de consenso y reducido a la nuda fuerza. En cierto
sentido podría decirse que es el poder no-legítimo en su estado puro,
con la salvedad que aún este último maneja mecanismos que no son
exclusivamente coactivos. “Cuando la fuerza reemplaza totalmente a
las otras dimensiones del poder, elimina los recursos de la reciprocidad
y cooperación.” 202 Por eso, si bien la coacción es el rasgo
indentificatorio de las dictaduras estas no son capaces de mantenerse
por largo tiempo si no desarrollan algún tipo de autoridad o recurren
a la manipulación o a mecanismos de influencia. Adelantamos pues
que coacción tanto como autoridad forma parte del espectro
semántico del poder, flanqueando la una el concepto de poder legítimo,
la otra el de poder no legítimo.

202
Schemerhorn, R. El poder y la sociedad. Bs. As., Paidós, 1963, p. 56.

172
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Siguiendo la clásica definición weberiana de estado como


monopolizador de la fuerza física,203 algunos autores han identificado
poder con coacción, pero es preciso tener en cuenta que aún Weber
mismo habla de coacción como un rasgo potencial, no permanente
del estado. La política supone la fuerza pero no puede depender
permanentemente de ella. El caso de las modernas dictaduras es
interesantísimo porque pone a prueba esta tesis y normalmente la
confirma. Pensemos en el golpe militar de 1976 en Argentina, es
evidente que gozó de una cierta legitimidad en sus primeros años, no
sólo porque el genocidio que llevaba adelante permanecía oculto,
sino porque en contraste con el relativo caos del gobierno
democrático que le precedía aparecía como dotado de valores
positivos -orden, eficiencia, paradójicamente “defensa de la
democracia”. Pero ese consenso fue rápidamente extinguiéndose
(ayudado por el relativo fracaso de sus políticas económicas) hasta el
punto que el gobierno militar dependía de la permanente generación
de “eventos” y “noticias” autolegitimantes. El fracaso del más grande
de ellos, la así llamada Guerra de las Malvinas, llevó al
desmoronamiento del régimen.
Sin embargo, es imposible la existencia de un orden político sin una
cuota mínima de coacción: ella respalda al derecho y mantiene la
soberanía del estado, o de la constitución. Es un medio para la
unificación personal y territorial en lo interno y la actualización de la
posibilidad de guerra en lo externo. En definitiva, si la fuerza es el
derecho de las bestias, es también un componente ubicuo e
insoslayable en todas las relaciones de poder.

c) Poder y manipulación.
Pasamos de los dos extremos que giran sobre la variable legitimidad
del poder para pasar a lo que podría llamarse la forma o modalidad
en que se ejerce el poder. Con todo, la manipulación está más cerca
de la coerción que de la autoridad, es una forma de fuerza, sólo que
solapada, oculta. Manipulación es el poder que se ejerce de manera
no institucionalizada, es decir, no a título de derecho, legal o de
autoridad, sino de manera oculta, indirecta y, este es su rasgo más
característico, de manera tal que quien está bajo ella no lo advierte.
Por eso es también una forma despreciada o socialmente poco
valorizada de poder. La filosofía del siglo XX la ha identificado con la
203
Weber, M. “La política como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As, C.E.L.A, 1980, p 86.

173
JUAN DANIEL VIDELA

acción instrumental que usa al prójimo como medio de los fines


propios.
Manipula quien, sin mandar, obtiene la conducta que espera de otro,
y sin que este otro sea consciente. La manipulación es para el sujeto
que obedece algo no sabido, la sumisión -en el extremo opuesto del
consenso- es totalmente inconsciente. Resulta evidente que la
manipulación es, no sólo la forma oculta del poder, sino un mecanismo
complementario, tanto del ejercicio del poder legítimo como del no
legítimo. Más allá de sus connotaciones negativas, es difícil negar que
resulta indispensable para mandar, precisamente porque releva de la
carga de emitir órdenes abiertas y en su defecto logra la obediencia
indicando un camino que explícita y directamente no es el del que
manda, pero que, por su carácter disimulado y tortuoso, aparece
para el que obedece como una conducta autónoma, consciente y
querida. Manipula quien logra sus objetivos sin hacerlos conocidos o,
al menos, desviando el foco de atención de ellos. Va de suyo que los
políticos más efectivos son excelentes manipuladores: promueven
acciones que parecen beneficiar a determinados sectores, pero que
en realidad perjudican a otros o ayudan al que manipula. Es el caso
típico de la huelga permanentemente instada por aquellos que más
se preocupan por reemplazar al poder establecido que por ayudar a
la clase trabajadora. En términos más generales es el caso del cínico
o del demagogo que aparenta asumir los intereses de otros para
alcanzar los suyos. Es casi imposible encontrar un escenario político
donde la manipulación no esté presente -Maquiavelo le da tanta
importancia como el ejercicio explícito de la fuerza.
Pero, aparentemente, hay resultados positivos de la trama
manipulativa. En primer lugar reduce el uso regular de la coacción,
normaliza y pacifica el sistema. En segundo lugar, actúa como un
mecanismo que permite a ciertos grupos, los que de hecho son
manipulados, a alcanzar fines que de otro modo, por relativos, menores
o irrelevantes, no serían puestos en la agenda del poder político, más
allá de que su “precio” resulte carísimo para el sistema como un
todo: la persistencia del sujeto que opta por manipular en vez de
mandar.

d) Poder e influencia
Así como con el término autoridad contraponemos poder con un
contexto semántico pretérito del que este se separa y que,
174
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

incidentalmente, es el contexto de la legitimidad, influencia aparece


como un concepto más moderno, propio de los análisis del siglo XX y
que como manipulación se refiere más a la forma o modalidad en que
aparece el poder. Pero más que ningún otro término, influencia ha
tenido, en la teoría del poder, el efecto de restringir el espectro de
significación de poder, acaso apareciendo como el género que lo engloba.
Tal es así que un autor tan conocido como Dahl en su obra general
sobre la política, Modern political analysis, dedica dos capítulos a los
fenómenos de influencia en donde engloba términos como poder,
influencia, autoridad, control, persuasión, poderío, fuerza, coerción bajo
el concepto de influence-terms (términos de influencia).204 Estos
términos refererirían a relaciones entre seres humanos en los que un
actor cambia (es decir, causa) las acciones o predisposiciones de otro
en una manera determinada. Pero Dahl reconoce dos modos de
influencia que hacen inteligible y diferenciable del concepto de poder,
con que hemos trabajado antes. Para Dahl hay influencia manifiesta,
que se correspondería con el concepto de poder, e influencia implícita,
que acontece cuando un actor anticipa las intenciones o predilecciones
de otro bajo cuya influencia se encuentra. En este caso no se hace
necesaria una relación de mando-obediencia, sino una relación indirecta
en que la voluntad de un sujeto es siempre tenida en cuenta por otro
en un sutil intercambio de información. A esto y para completar el
concepto de influencia, Dahl adjunta el concepto de autonomía, es
decir de impermiabilidad a los deseos de expectativas de otro u otros,
lo que sustrae un sujeto de su expectativas.205 Otro autor que privilegia
el concepto de influencia es Schemerhorn para quien también “el poder
es un tipo de influencia, pero no es idéntico a ella”.206 Relaciones de
amistad mutua, relaciones casuales, popularidad, constituyen casos de
influencia, mas no de poder.207
Como características más aparentes de la influencia aparecen la
persuasión y el liderazgo consciente o inconsciente que se ejerce por
la posición social, mientras que corresponderían al poder el mando
directo o la coacción. En el último caso hay determinación directa de
la conducta a través de sanciones, en el primero, indirecta, a través
de la (auto)exclusión del mundo de relaciones y valores de quien es
influyente -relaciones y valores que él mismo crea y en cuyo centro

204
Dahl, R. Modern political analysis. New Jersey, Prentice Hall, 1976, p. 25.
205
Ibid., p. 29-41.
206
Schemerhorn, R. El poder y la sociedad. Bs. As., Paidós, 1963, p. 25.
207
Ibid., p. 26.

175
JUAN DANIEL VIDELA

se ubica. Influencia indica un comportamiento esperado pero no


prescripto, ella persuade o induce pero, a diferencia del poder, no
ordena. Ello no obstante puede resultar poco provechoso considerar
al poder como un caso específico de influencia, sobretodo si se
considera que el poder es un fenómeno central de la ciencia política.
El resultado sería relegar al poder a los confines o márgenes del
análisis político, si es que no se lo relega del todo al estudio de alguna
otra disciplina. Más fructífero sería invertir la forma de ver las cosas
y considerar que la influencia puede constituir un caso específico de
poder, o que ambos son tipos de dominación o poder en sentido
general o amplio. La ganancia analítica radica en que mucho de lo que
ocurre en las relaciones políticas discurre por los canales de la
influencia y no del poder institucionalizado y obvio; como hemos
dicho, la influencia es mucho más sutil. Por eso puede decirse que,
mientras que el poder es más estructurado, institucionalizado, y a
menudo conlleva la nota de coacción, “la influencia constituye un
tipo ideal que comprende los aspectos más indicativos, más flexibles,
menos estructurados de las relaciones de poder.”208

e) Conclusión
Con el análisis de los conceptos de autoridad, coacción, manipulación
e influencia hemos rodeado nuestra definición inicial de poder y la
dicotomía poder legítimo/no-legítimo. Constituiría una discusión
innecesaria establecer si el poder es el género de estas manifestaciones
o un especie más al lado de ellas, aún cuando nuestra consideración
particular del eje legitimidad/ ilegitimidad ha apuntado hacia esta última
solución, colocando poder de autoridad hacia el lado de la legitimidad
y mera coacción hacia el lado de la ilegitimidad. Pero no es innecesario
tener en cuenta todos estos términos, por su poder explicatorio
tanto como por sus implicaciones teóricas. Por ejemplo, es imposible
entender completamente el funcionamiento de las sociedades
modernas si no pensáramos que el poder político se acompaña de (y
cobija bajo) la apariencia de consenso que brinda la manipulación. La
influencia, por último, es el concepto que más reclama un estatus
teórico análogo al de poder y ya hemos visto como a veces se la
considera el género de un tipo de relaciones a las que el poder
pertenece.

208
Labourde, S. El poder. Hacia una teoría sistemática. Bs. As., Editorial de Belgrano, 1984, p.

176
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

En cualquier caso es claro que con los conceptos de poder, autoridad,


coacción, influencia (y otros parecidos) estamos frente a intentos de
captar fenómenos o situaciones en los cuales ciertos sujetos imponen
su voluntad sobre otros. En ese sentido todas estas son relaciones
de asimetría y control, pero cada uno de los términos mencionados
aportan un matiz descriptivo diferente que no puede ser desdeñado.
No obstante, no debemos perder de vista que poder (en sentido
estricto, o englobando todos esos términos) es uno de los hilos
conductores que articulan el análisis de esta obrita de teoría política,
cuando decimos una y otra vez que existen agregados humanos y
que en ellos, desde el punto de vista político, se dan relaciones
desiguales que son necesarias para el mantenimiento mismo de la
cohesión del agregado que, bajo otro nombre, hemos llamado
comunidad.
Una última reflexión, en este apartado sobre el espectro semántico
del poder hemos seguido las huellas de la sociología política clásica
del siglo XX, dentro del esquema historico-trascendental (en el sentido
del estudio de las condiciones históricas de posibilidad del fenómeno
político) del eje comunidad/poder, pero dejado de lado las
consecuencias que resultarían de desmenuzar la concepción
foucaultiana del poder, la cual, por su radicalidad teórica podría
llevarnos a replantear toda la cuestión, particularmente la de los
significados de los términos adyacentes al poder. Para Foucault, a
diferencia del análisis que ofrecemos en esta sección, no existen
grandes campos semanticos tales como autoridad, influencia, etc.,
sino la noción de micropoderes, totalmente difusos y esparcidos por
toda la sociedad, obrando a todo momento sus efectos de
manipulación y dominio, de control, sin los cuales la sociedad misma
no sería posible bajo su forma de sociedad normalizada, regulada,
controlada, en equilibrio. Pero el estudio de esta postura
(absolutamente original y provocativa) excede los límites de este
trabajo, entre otras razones por la escasez de los desarrollos o
investigaciones empíricas de la obra de Foucault en lengua castellana.
4- Tipos de poder
Comúnmente suele distinguirse entre poder político, social,
doméstico, económico, religioso, etc., distinción que no es ociosa
por cuanto especifica el carácter de la dominación o asimetría
consentida al tiempo que retrotrae a una cuestión que hemos
estudiado en capítulos anteriores: cúal es el ámbito propio de la
política. De allí que Murillo Ferrol la llame a esta la cuestión de la
177
JUAN DANIEL VIDELA

“naturaleza” del poder.209 Se pregunta aquí qué está en juego cuando


se menta por ejemplo poder económico, ¿estamos refiriéndonos o
no un fenómeno político, o a algo que excede las relaciones políticas
de dominación? ¿O, por el contrario son todas las relaciones de
dominación relaciones políticas si ocurren dentro de la comunidad
política? La pregunta es por ello análoga a la de la diferenciación
entre sociedad civil y estado, sobre la que hemos adelantado que la
sociedad civil es escenario de relaciones de poder, aún cuando al
estado se haya asignado propiamente la capacidad de dominación.
Ahora bien, si todas las relaciones de dominación en los ámbitos no
políticos pueden ser potencialmente políticas, no siempre lo son
realmente. Las relaciones del mercado de trabajo, el salario de la
fábrica, por ejemplo, encubren relaciones de poder, pero estas sólo
se convierten en políticas cuando por su importancia o gravitación
(aparición de conflicto, huelga, etc.) dejan de ser privadas y se tornan
públicas. Pero en el caso de las relaciones domésticas, que son por
antonomasia privadas, el poder que se ejerce puede ser trivial desde
el punto de vista político: quien detenta el selector de canales de
televisión en la familia está en una situación de poder, pero
dudosamente política.
Al referirse a los tipos de poder Schermerhorn habla de “fuentes de
poder” o de “recursos” de los que disponen los grupos o sujetos que
mandan. “Un examen de los datos a adoptar como conclusión
provisional la existencia de cinco tipos de recursos que pueden
utilizarse para mejorar o reformar una posición de poder: (1) el poder
militar, policial o criminal que controla la violencia; (2) el poder
económico que controla la tierra, la fuerza laboral, el capital o la
producción de las sociedades anónimas; (3) el poder político que
controla la toma de decisión legítima y definitiva dentro de un
territorio especificado; (4) el poder tradicional o ideológico que
controla las creencias y los sistemas de valor, la religión, la educación,
el conocimiento especializado y la propaganda; (5) el poder de los
medios de entretenimiento que controla los intereses hedónicos, la
recreación y diversión.”210 Esos distintos tipos, clases o esferas de
poder oscilan de lo privado a lo público y viceversa, se transforman
fácilmente de un tipo a otro (pensemos en el poder económico
engendrando poder político) y se mezclan en estructuras y
configuraciones constantes en ciertos respectos y cambiantes en otros.

209
Murillo Ferrol, F. Estudios de sociología política. Madrid, Tecnos, 1963, p. 237.

178
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Porque no puede decirse que alguien ejerzca poder (político) en algún


respecto si no posee la disponibilidad de una combinación determinada
de los recursos o tipos de poder mencionados más arriba.

5- Estructura del poder


Cabe por último preguntar qué formas operativas asume el poder en
la sociedad, cómo se configura y qué factores intervienen en el acto
de mando-obediencia. Recordemos primero, con la mayoría de los
sociólogos de la política211, las principales posibilidades lógicas que
pueden darse si se toma en cuenta (sólo) los sujetos de la
confrontación política: (1) el comportamiento de un individuo puede
dominar el comportamiento de otro; (2) el comportamiento de un
individuo puede dominar el de un grupo; (3) el comportamiento de
un grupo puede dominar el de un individuo; (4) el comportamiento
de un grupo puede dominar el de otro grupo; (5) el comportamiento
de la totalidad de los individuos puede dominar a todos y cada uno
de ellos.
Al respecto podemos hacer algunas observaciones para mejor
comprender las posibilidades de poder expuestas. En primer lugar,
que en algún sentido esta forma de ver el problema remonta el
problema filosófico-político de la democracia como forma de gobierno,
toda vez que en el corazón de la teoría de la soberanía popular está
el requerimiento de que sea la mayoría quien ejerza el poder sobre
todos los miembros (democracia directa) o sobre los representantes
designados que sólo ejercen el poder como delegados.
Estructuralmente, la variante (5) encierra la forma lógica de la
democracia directa pero las variantes (3) y (4) tomadas en conjunto
representan mejor la vida política de las sociedades contemporáneas
que llamamos democráticas, de donde la democracia directa, no menos
que la teoría de la soberanía popular que ella mejor que cualquier
forma de gobierno encarna puede ser vista como forma utópica o
idea regulativa que en la práctica nunca se concretan.
Volviendo al problema de la formación de estructuras de poder
debemos notar, en segundo lugar, que las relaciones interpersonales
son sólo uno de sus componentes, agregándose a la organización de

210
Schemerhorn, R. El poder y la sociedad. Bs. As., Paidós, 1963, p. 35.
211
Schemerhorn, R. El poder y la sociedad. Bs. As., Paidós, 1963, p. 33; Murillo Ferrol, F.
Estudios de sociología política. Madrid, Tecnos, 1963, pp. 241-42.

179
JUAN DANIEL VIDELA

los actores sociales los recursos (económicos, ideológicos, etc.) de


que cuentan. Así se forman estructuras de poder que incluyen estos
aspectos, formadas en torno a núcleos de poder, o núcleos decisorios.
Trayendo a colación el punto anterior, vemos así que hay estructuras
de poder que se configuran a través de los distintos tipos, clases o
esferas de poder mencionados anteriormente. Si el poder se diferencia
por su naturaleza en los diversos tipos que atraviesan -como si fuera,
verticalmente, la sociedad- vuelve a reunirse en heterogéneas
estructuras horizontales, particularmente en los núcleos que imponen
su mando.
Los núcleos de poder que están el centro de cada estructura están
compuestos por diferentes actores sociales, organizados de modos
diferentes y participando de la disponibilidad de distintos tipos de
poder. Con otras palabras se ha dicho: “los núcleos de poder están
conformados por los siguientes elementos básicos: las personas, el
espacio, las ideas, los recursos y la tecnológía, y la organización”,212
aspectos todos que hemos visto más arriba en el punto anterior.
Esto nos hace ver que definir al poder simplemente como posibilidad
de obtener obediencia o de que un sujeto influya en la conducta de
otro peca de abstracción. En rigor, nunca manda un sujeto único sino
un núcleo de poder y, más aún, nadie literalmente manda, sino que
en el sistema político como un todo, como estructura o estructuración
que comprende esos núcleos, fluyen los mandatos en sentido
descendente y la obediencia en sentido ascendente. “Quien manda”
es en realidad un núcleo complejo de actores empíricos y de intereses
sectoriales cuyo éxito deriva de su grado de organización y de los
recursos de que dispone. Puede tratarse de una burguesía agrícola
aliada con sectores financieros, militares o religiosos, o de un partido
populista aliado con sectores gremiales, grupos regionales de decisión
y también grupos eclesiásticos. Cualquiera de estos núcleos puede
detentar el poder del estado y en cualquiera de estos núcleos pueden
estar representados intereses de minorías y, aún, del sector externo
o intereses extranjeros. Sus órdenes no son mandatos explícitos ni
individuales sino el operar de mecanismos preestablecidos basados
en la burocracia, la rutina, la apatía, el temor o la propaganda. A su
vez, los distintos grupos pueden combinarse en (cambiantes)
estructuras intermedias en lo que tarde o temprano resulta una trama
complejísima de poder. La estructura del poder es pues algo estable,
complicado, aunque no exento de una dinámica interna y altamente
212
Labourde, S. El poder. Hacia una teoría sistemática. Bs. As., Editorial de Belgrano, 1984, p.

180
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

articulado, al punto de que los mismos núcleos de poder se relacionan


unos con otros en estructuras complejas. Se constituye así un sistema
de poder en el cual las identidades de poder son difusas - especialmente
porque no siempre es conveniente para los núcleos de poder que
sus partes constituyentes estén identificadas. Tanto más legítimo es
un sistema o estructura del poder cuanto los mandatos aparecen
como algo impersonal y no ligado a intereses particulares. Por eso el
poder aparece algo así como algo oculto, un flujo que circula detrás
de múltiples actores.

6- Excurso: la burocracia
Ya varias veces en el contexto de esta obra hemos hecho referencia
indirecta a la burocracia, al estudiar la formación del estado moderno
en el capítulo tercero, al estudiar los elementos del concepto
sistemático comunidad-estado en el sexto y al discutir el elemento
“organización” en las consideraciones sobre la estructura del poder
que preceden este punto. Con esto ha quedado claro, creemos, que
ninguna manifestación del fenómeno político puede darse aislada de
una cierta medida de conformación instrumental de las actividades
humanas sin las cuales el logro de fines políticos sería imposible. Bajo
el concepto burocracia la ciencia política moderna ha intentado
precisamente fijar ese aspecto del fenómeno político.
El término fue acuñado hacia la mitad del siglo XVIII por el economista
Gornay, representante de la escuela fisiócrata, para designar el poder
del cuerpo de funcionarios y empleados de la administración estatal
constituido para tareas especializadas bajo la monarquía absoluta
francesa, cuerpo al que la fisiocracia criticaba por su disfuncionalidad.
Sin embargo, en el transcurso del siglo XIX se perfila otra concepción,
positiva, más técnica y menos polémica de la burocracia, en torno al
Bureausystem necesario para la administración del naciente estado
prusiano en Alemania. Igualmente surge en este contexto una disciplina
o ciencia de la administración que lo estudia. La contradicción de
ambas significaciones se conserva hasta nuestros días en la ambigüedad
del término burocracia.213
Para Weber la burocracia constituye “el tipo técnicamente más puro
de la dominación legal” 214 en virtud, obviamente, de su carácter
racional. Recordemos que por dominación racional se entiende aquella
que obedece a leyes o estatutos preestablecidos y se basa en la
creencia en la bondad de la racionalidad inherente a las normas. Por
181
JUAN DANIEL VIDELA

eso también Weber identifica la burocracia con una forma moderna


de dominación que presupone la separación del trabajador de los
medios de producción y la economía monetaria, el gran estado la
democracia de masas. El carácter finalista de la concepción legal-
racional encuentra su forma ideal de implementación en un sistema
burocrático regido por normas, más allá de que aparezcan forma de
organización burocrática en la legitimación histórico tradicional y la
carismática. Lo que está presente es la superioridad indiscutida del
estatuto legal.
Weber caracteriza la burocracia del modo siguiente: 1) rige el principio
de atribuciones oficiales fijas (que incluyen métodos coactivos); 2)
rige el principio de la jeraquía funcional, es decir un sistema de mando
y subordinación; 3) se basa en documentos; 4) supone un aprendizaje
profesional; 5) exige todo el rendimiento del funcionario; 5) se basa
en normas generales susceptibles de aprendizaje. En lo que respecta
a los funcionarios, el cargo es una profesión que goza de estima social,
es nombrado por la autoridad superior (a menudo política), es a
perpetuidad, y está remunerado por un estipendio fijo.215
Del análisis anterior podemos ver algunas dificultades potenciales de
la burocracia: la coacción puede ser excesiva, la jerarquía demasiado
rígida, la dependencia de lo escrito absurda, la perpetuidad del
funcionario peligrosa, etc. Weber vislumbró en particular el conflicto
potencial entre los métodos formales de acceso y desempeño a la
burocracia y las exigencias de la democracia de masas que se inclina
por la elección y la periodicidad. También le preocupó el conflicto
entre el liderazgo político y el aparato administrativo, sin la
cooperación del cual ninguna política puede implementarse con éxito.
Dentro de los más conspicuos problemas de las burocracias modernas
podemos señalar los siguientes. 1) El reclutamiento tiende a estar influido
por pertenencia a clase o patronazgo político: en los países anglosajones
y de Europa occidental la casi totalidad de los funcionarios provienen
de la clase media superior, en Argentina es indudable la influencia del
gremialismo peronista. 2) La burocracia tiende a impermiabilizarse y
colocarse fuera del control político (como anticipó Weber) y, en algunos
casos, bajo la influencia de grupos de interés. 3) De un modo u otro

213
Bobbio, N, N. Matteucci y G. Pasquino (eds.). Diccionario de política. Méjico, Siglo XXI
Editores, 2000, vol. 1, pp. 165-166.
214
Weber, M. Economía y sociedad. (Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1944), t. II, p. 707.
215
Ibid. pp. 718-729.

182
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

tiende a boycotear las políticas públicas y aún los fines mismos del
servicio administrativo por un excesiva rigidez y apego a los detalles y
la seguridad -la adherencia a la reglamentación se transforma en fin en
sí mismo. 4) La ineficiencia resultante contrasta con la productividad
del sector privado y, en general, con el sentido común: se forma un
mundo aparte ajeno al público al que debe servir. 5) La supuesta
profesionalización se paraliza por la falta de competencia interna y el
espíritu de cuerpo. 6) En términos macroeconómicos una burocracia
sobredimensionada se convierte en carga que acarrea el sector privado
y termina siendo subsidiada con el impuesto.
CAPÍTULO NOVENO: LA CIUDADANÍA
1- La ciudadanía, concepto fundamental de la política.
Comunidad, dominio y ciudadanía. 2- Modelos históricos
de ciudadanía: Platón y Aristóteles, los estoicos, el
contractualismo, Kant. 3-Ciudadanía global. Ciudadanía
y fin de la historia. Crisis del estado nacional. La
globalización y el agotamiento del proyecto moderno.

183
1- La ciudadanía, concepto fundamental de la política
a) Introducción
Ciudadanía es la relación que existe entre el todo político y sus
elementos o partes, los hombres que lo constituyen, los que en virtud
de ella quedan bajo la dominación, que llamamos poder político, de
ese todo. Al tratar el concepto la tradición ha acentuado el punto de
vista del ciudadano, pero la ciudadanía es algo que hace esencialmente
tanto a la comunidad política como a sus integrantes. Por ello, si
desde la perspectiva de estos últimos aparece como una relación de
pertenencia o sujeción, desde la de aquella es una de soberanía e
inclusión. En ambos casos, también, la tradición de discurso ha hecho
de la ciudadanía un tema principal, pero no axial, de la ciencia política.
Así, el constitucionalismo y la ilustración han leído el vínculo de
ciudadanía como una relación de derecho, es decir, han hecho de la
ciudadanía un estatus jurídico de derecho público, mientras que la
sociología politica más reciente la ha entendido bajo el concepto de
relación social, que se expresa bajo la forma de la participación social.
En este capítulo procuramos replantear la ciudadanía como uno de los
conceptos cardinales de la ciencia política, relacionándola con los
conceptos de comunidad y poder, mostrando los principales modos
históricos en que la relación se ha presentado y bosquejando una respuesta
a una pregunta que a todos nos inquieta: qué significa la ciudadanía en el
contexto político de la dominación tecnocrática y global.
Volveremos ahora, abreviadamente, a algunos de los desarrollos de
capítulos anteriores sobre la naturaleza del fenómeno político y sobre
las formas de pensamiento de la antigüedad y la modernidad. Hacia el
fin de nuestro recorrido histórico trataremos autores y temas sobre
los que todavía no hemos hablado, como Kant y la globalización.
De nuestros manuales de introducción a la ciencia política conocemos
de modo sobrado las respuestas tradicionales a la cuestión del objeto
de la ciencia política ya que estas obras las repiten como a una mantra:
a la política se adscribe como objeto de estudio ora el estado ora el
poder, temas tratados en el capítulo primero.
La popularización de estas respuestas -que reducen ciudadanía a sujeción
a la soberanía del estado o a la obediencia al poder político considerado
como relación social- es signo de la decadencia didáctica de la disciplina,
que sin embargo no carece de otras alternativas históricas. Como

185
JUAN DANIEL VIDELA

ejemplo se cuenta con la visión alternativa de Karl Schmitt, que ya


hemos estudiado en el capítulo primero, popularizada por el famoso
panfleto escrito en 1932, el Concepto de la politica.216 Siguiendo a Max
Weber,217 Schmitt define lo político no como objeto, sino como una
esfera de vida, un ámbito de conductas regidas por el valor dicotómico
amigo/enemigo, del mismo modo que las esfera estética, moral, etc.
están regidas por dicotomía semejantes. Es decir que define lo político
como un ámbito de relaciones normadas por una oposición fundamental
que tiene carácter valorativo, pero es diferente a los otros órdenes de
valor, aún el moral. Para él toda relación humana puede ser
potencialmente política y supraordinar los demás órdenes de valor:
exige que la comunidad en su totalidad se alinie contra el enemigo,
interno o externo, de esa comunidad. Aquí la ciudadanía queda
subordinada a la antítesis fundamental.
De todos modos, desde un punto de vista teórico, el intento de
Schmitt constituye una superación de la postura objetivista que reduce
política a estado o poder, no obstante sus consecuencias radicales o
totalitarias. Como hemos visto, la idea schmittiana de que lo político
es una esfera de la sociedad definida por una cierta cualidad en la que
temas entran y de la cual temas salen ha sido recibida, sin resabios de
radicalismo por autores diversos como Habermas que entienden lo
político como una área discursiva, como una esfera de acción
comunicativa. En este modelo ciudadanía equivale a participar de la
esfera pública hacia la que las cuestiones políticas se dirigen y desde
la cual las no-políticas proceden.

b) Comunidad, dominio y ciudadanía


Frente a estas alternativas encontramos la postura de Manfred Riedel,
en la obra aquí varias veces referida Metafísica y metapolítica, según
la cual las cuestiones fundamentales de la filosofía política aristotélica
son la comunidad (o el fenómeno de la existencia de agregados
sociales) y el dominio (el fenómeno de la Herrschaft o existencia de
relaciones de poder dentro de los agregados sociales). Riedel añade
que el vínculo entre ambos fenómenos es la ciudadanía, la relación de
pertenencia al todo social que nos lleva a acatar sus órdenes.
Pero agrega que el concepto de ciudadanía es también el nexo

216
Carl Schmitt, Concepto de la politica, Bs. As., Struhart, 1984.
217
Weber, Max “Ciencia como profesión”, en Ciencia y política. Bs. As., CELA, 1980.

186
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

lingüístico que nos permite entender la diferencia y la relación entre


la vieja forma de asociación, la comunidad o polis que describe
Aristóteles y el estado moderno. Escribiendo acerca de los antigüos,
Riedel destaca que en estos la cuestión del dominio o poder es
inseparable de la idea de comunidad, a diferencia de los modernos
que conciben al estado en términos de una noción bien precisa de
poder (organizado jurídicamente, etc.) y en oposición a otro tipo de
comunidad, que se reputa libre, la sociedad o sociedad civil. Esta
última claro está, ya no es una asociación de ciudadanos (lo que es
solamente el estado moderno), sino de otro tipo de hombre libre, el
burgués.
En la modernidad la vieja noción de comunidad aparece divida en dos
términos. Estado y sociedad se separan. Estado y poder quedan (en
términos generales) uno junto al otro como par de conceptos
correlativos, pero del lado opuesto de la sociedad o lo privado, en el
ámbito ahora llamado público. Nuevamente aquí el concepto de
ciudadanía sirve de nexo entre poder y comunidad-estado, no sólo
en sentido sincrónico, como ocurre en Aristóteles, sino diacrónico,
porque la relación de pertenencia al todo político que el concepto
de ciudadanía supone es el nexo histórico entre la polis como forma
pretérita y el estado moderno. Claro está, el concepto de ciudadanía
se ha reducido en su extensión ya que solamente describe un
fenómeno que transcurre dentro del estado, mientras que en la
sociedad civil ha sido reemplazado por el de burguesía. El burgués,
no ya el ciudadano, es el actor en el nuevo escenario de relaciones
económico-sociales, es decir fundamentalmente privadas, de la
modernidad.
Podría aquí preguntarse cuál es la relación entre este modo de
entender el fenómeno político y la concepción discursiva de autores
como Habermas, arriba mencionada. La objeción podría desde luego
hacerse que la concepción de Riedel es conservadora, en tanto que
refiere a dos áreas fenomenales aparentemente completas y
subsistentes, (dominio y comunidad que se hayan en relación armónica
en el mundo antiguo y están encendidas y en conflicto en el moderno)
y que la concepción habermasiana se libra de esa dificultad. Creemos,
empero, que desde la concepción de Riedel, la idea de una comunidad
discursiva puede entenderse como la de idea comunidad propia de la
conciencia histórico-política de nuestra época, que se inicia en este
respecto con la Ilustración, y que el consenso en ese esquema equivale
a una forma de dominación autoconsentida. De algún modo, las ideas

187
JUAN DANIEL VIDELA

habermasianas son más adecuadas para describir fenómenos


contemporáneos en tanto y en cuanto importan una descripción de
la conciencia contemporánea, pero pueden ser traducidas, con ciertas
reservas, al aparato conceptual de Riedel.
Pero volviendo a este último, apuntemos que el concepto de
ciudadanía queda hasta cierto punto subdesarrollado en los análisis
de Riedel (no obstante el mérito que significa ya el haberlo considerado
como parte esencial del fenómeno político). Por eso es uno de los
objetivos del presente trabajo sacarlo a relucir en todas sus
consecuencias a partir de los conceptos de comunidad y dominio.
Por lo pronto agreguemos que si la ciudadanía es la relación que
existe entre el todo político (comunidad) y sus elementos o partes,
los que en virtud de ella quedan bajo su dominación (dominio), esa
relación precisa algo más que el mero consentimiento u obediencia.
Bien es cierto que desde la perspectiva de estos últimos aparece
como una relación de sujeción y adscripción y desde la de aquél
(dominio) es una de soberanía e inclusión, pero ello no basta para
explicar que un elemento constituyente forme parte del todo político.
La distinción entre ciudadano y extranjero pone de relieve esa
diferencia, por cuanto el extranjero también está sujeto (siquiera
temporalmente) al dominio de la comunidad, pero no puede decirse,
en estricto sentido, que forma parte de ella. Como veremos más
adelante con el ejemplo socrático del Critón, pertenecer a una
comunidad política es algo completamente distinto a obedecerla. La
pertenencia política que es la base de la participación política es un
fenómeno muy complejo, y que puede ser definido tanto empírica
como teóricamente y, en este último caso, según el paradigma del
que uno se valga puede mostrarse como una relación análitica entre
los elementos del fenómeno político o como un fenómeno de
consciencia, porque de última es ciudadano sólo quien siente serlo.
Pero aún cuando fuese un hecho de consciencia no sería algo
meramente subjetivo, sino que sería inteligible solamente a partir de
condiciones objetivas, como por ejemplo a partir de significados
comunes a hallarse en la historia o el lenguaje. Por cierto, deducir la
validez del concepto de ciudadanía a partir de condiciones tales que
habrían de ser postuladas como un a priori trascendental o histórico
excede los límites de este trabajo. Nos limitamos a agregar que si el
concepto de comunidad indica la existencia de un todo, o un algo, de
naturaleza política, y el poder el tipo de relaciones que se dan en
virtud del mismo, el concepto de ciudadanía refiere a la identidad de

188
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

las partes entre sí y con ese todo o algo inclusivo. Por eso, para
entender acabadamente el fenómeno político, es indispensable
distinguir conceptualmente la ciudadanía y darle su debida relevancia
como categoría de análisis.

2- Modelos históricos de la ciudadanía


a) Platón y Aristóteles
De entre la literatura griega el Critón218, diálogo temprano de Platón,
es uno de los lugares más importantes en donde se tematiza la
ciudadanía de un modo inteligible al hombre contemporáneo.
Encontrado culpable de un delito entonces considerado político
(impiedad o asebeia) Sócrates es condenado a muerte. En un momento
de crisis de las instituciones atenienses, en que Sofistas y maestros
de retórica ponen en duda la validez de las leyes basándose en la
autoafirmación del hombre en cuanto tal, fuera de toda relación con
la polis, Sócrates asume ante la sentencia una actitud crítica, pero de
respeto basado en un cierto concepto de racionalidad. Condenado,
Sócrates acepta el castigo que se le impone y, según el Critón, entiende
que es justa la pena, no obstante su defensa altanera pero
fundamentada que testimonian la Apología de Sócrates y otros textos.
Así se aferra a su principio de que no debe cometerse injusticia ni
por reciprocidad ni por tanto devolver mal por mal, lo que en este
caso sería la desobediencia a la condena a muerte. Como hemos
leído en algunas de las páginas más elocuentes de Platón, Sócrates
considera que sería reo de injusticia con la polis y sus leyes si eludiera
el castigo y rechaza la fuga que le proponen sus asociados. Parece
sostener que si la polis recibiera el daño de la desobediencia, al verse
burlada su voluntad legal, ese daño habría de hacerla aún más injusta.
En este punto del texto encontramos el célebre discurso o
prosopopeya de las leyes donde Platón sintetiza siglos de pensamiento
griego en torno a justicia y ciudadanía:
“Entonces, ni hay que devolver justicia por injusticia, ni hacer daño a
los demás, ni aún si hemos sufrido cualquier cosa por obra de ellos...
Si nos marchamos de aquí sin haber persuadido a la Ciudad, ¿hacemos
daño a alguien, y en verdad a quienes menos deberíamos perjudicar,
o no? Y en tal caso ¿persistimos en lo que convinimos como justo o
no?... Si, a punto de fugarnos de aquí -o como sea propio llamar a

218
Platón, Critón, Bs. As., Astrea, 1973.

189
JUAN DANIEL VIDELA

eso- se nos aparecieran la leyes y el común de la Ciudad y nos


preguntarán: ‘Dime Sócrates, ¿qué es lo que te propones? ¿Acaso
intentas otra cosa, con esta acción que te propones emprender, que
destruirnos a nosotras, la leyes, y a la Ciudad toda entera por lo que
a ti toca? ¿Te parece acaso que puede subsistir y no caer en total
subversión una Ciudad en la cual las sentencias falladas, en lugar de
tener fuerza plena, puedan ser desautorizadas por simples
particulares?’ ” 219 Aparte del elogio de la seguridad jurídica, aparte
de la injusticia inherente en retribuir un mal, El Cristón pregunta
sobre la relación de identidad o identificación entre ciudadano y la
comunidad que aquí aparece a la vez como idea y como sentimiento
que se tiene de la polis y sus leyes. Repensar tal situación no es fácil
después de veinticinco siglos y desde supuestos existenciales que son
muy diferentes.
La prosopopeya de la leyes no termina con el párrafo transcripto.
Sobre la base de que no debe cometerse injusticia ni aún para
devolverla, las leyes recriminan a Sócrates que cometa un daño contra
ellas que lo trajeron al mundo, lo educaron y criaron y lo hiceron
partícipe de cuanto bien fuera posible, como que las leyes son en
Atenas las que regulan el matrimonio, la familia y todos los bienes
materiales e inmateriales. El ciudadano debe a las leyes el respeto
que los hijos deben a sus padres y los esclavos a sus amos. Platón
parece así hablar de una acuerdo existencial (homología) entre el
ciudadano y la polis que aquí está representada por las leyes y el
“común de la ciudad”. La voluntad operante en ese convenio sería
una voluntad esencial y no arbitrada (o “de arbitrio”), para usar el
vocabulario de Tönnies. Precisamente por ello, por ser un acuerdo
basado en una voluntad que involucra la vida del ciudadano en la
totalidad de su existencia la homología que une a Sócrates con Atenas
no puede retractarse ni resolverse.
De igual modo Aristóteles da a la ciudadanía un lugar esencial y, esto
es más revelador, sistemático dentro su obra la Política.220 Ya hemos
hecho referencia al célebre argumento teleológico del libro primero
de esta obra, según el cual Aristóteles habría generado un paradigma
en el cual la polis aparece como el fin de todas las acciones y de todas
las comunidades inferiores como la familia y la aldea, siendo esta
dependencia estructural lo que además justifica la legitimidad de la
polis como forma de vida y el dominio o poder que ella ejerce. Pero

219
Ibid, 49-50, pp. 47-50.

190
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

cuando Aristóteles define a la polis nuevamente en el libro tercero


de la Política, no lo hace a partir de las comunidades inferiores sino
de la ciudadanía o del ciudadano. Para entender las diferentes
constituciones y a través de ellas la polis, dice Aristóteles, es necesario
examinar la naturaleza de la ciudadanía: “llamamos ciudadano al que
tiene derecho a participar en la función deliberativa o judicial de la
ciudad, y llamamos ciudad, para decirlo en pocas palabras, una
muchedumbre de tales ciudadanos suficiente para vivir con
autarquía”.221 Hay una fractura entre el argumento teleológico del
libro primero y este argumento análitico que remite de la constitución
a la polis y de esta a la ciudadanía y a la condición de ciudadano. Una
junto a la otra, ambas formas de argumentar desarrollan ideas distintas,
la primera explica mejor qué es una comunidad, la segunda cuál es el
vínculo entre esa comunidad y sus integrantes: la participación directa
en el poder -kratos. Ese vínculo no puede ser entendido si no se
tiene en cuenta la Atenas del tiempo de Aristóteles que no es en
esencia muy diferente de la Platón, una democracia donde el poder
se ejerce directamente, al menos en una ficción de participación directa
-se participa rotativamente por tribus y vecindarios. La proximidad
entre polis y ciudadano, la inmersión de este último en la primera es
lo que está en juego. La idea aristotélica de ciudadanía supone en
principio la constitución democrática, por cierto con todas sus
restricciones. Esta idea no es una mera acotación al margen de lo
dicho en el libro primero: si la constitución democrática cambia, cambia
la identidad del estado, tan estrecho es el vinculo entre este y sus
integrantes. En este orden de ideas caben formulaciones tales como
la distinción entre buen ciudadano y buen hombre (conceptos que
no coinciden) y la exclusión de extranjeros y esclavos.

b) Los estoicos
Como hemos dicho en el capítulo segundo, la filosofía que
inmediatamente reemplaza a la de Aristóteles es de carácter socrático
-no escrita, preocupada fundamentalmente por problemas tales como
qué significa ser dueño de sí mismo, virtuoso o sabio. El contexto
político cambia radicalmente con el imperio de Alejandro: el hombre
griego ha perdido el sustento cultural político y social de su civilización.

220
Aristóteles, Política. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970.
221
Ibid., 1275 b.

191
JUAN DANIEL VIDELA

Así, la polis no es ya más la forma de vida política sobre la que se


vuelve la filosofía para investigar el vínculo entre el filósofo y la polis.
Esta última ha sido reemplazada por un poder extendido por casi
todo el mundo conocido, lo que torna imposible que el filósofo pueda
pensarse como miembro de una unidad política (la polis) que le da su
identidad como ciudadano. Por eso la filosofía deja de ser
explícitamente política y se vuelve hacia la interioridad. La pregunta
es ahora por las condiciones de posibilidad del pensamiento individual
dentro de un contexto universal que no necesariamente promueve o
facilita su independencia o autonomía.
Ya en la época romana, y bajo la forma política del imperio, una
nueva escuela estoica, retoma estos temas reforzando la subsunción
de la vida humana bajo una naturaleza universal, naturaleza-ley, o ley
natural. Ya no se trata como en los griegos de un cosmos movido
por la fuerza de la physis. Ahora, la dispersión griega de las cosas
(polis, dioses, animales, etc.) aparece ordenada en un continuum de
fines que comienza con el hombre y sigue rigurosamente con la polis,
hasta llegar a los dioses.222 Esa ley, de hecho muy distante del individuo,
no define un espacio político concreto donde se pueda ejercer la
ciudadanía. Recuerda, por su amplitud cósmica, la enorme amplitud
política de los imperios de la época donde la distancia entre emperador
y súbdito es tal que este sólo encuentra el camino de la abstracción
de lo político, la exclusión deliberada de los efectos de las leyes
imperiales del ámbito de la consciencia. El estoico sólo formalmente
es ciudadano, se repliega hacia su interioridad como sus antecesores
inmediatos los epicúreos y los cínicos, los unos encontrando refugio
en un ámbito privado, el jardín, los otros intentando una vuelta ironica
de la civilización a la vida natural.

c) Del absolutismo al contractualismo


Un cuarto modelo de ciudadanía se discute entre las filosofías
políticas de los comienzos de la modernidad. Por una parte la lógica
interna de la formación y consolidación del estado moderno exige
que el ciudadano sea esencialmente súbdito como corresponde al
naciente discurso sobre él. Corresponde pues a esta época una
fuerte identificación entre poder político nacional y facultad de dar

222
Schürmann, R. Des Hégemonies Brisées. Mauvezin, T.E.R., 1996.

192
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

la ley o facultad legisferante, identificación que se plasma en el


concepto político más importante entre los que datan de esa época:
soberanía. El jurista francés Jean Bodin, como vimos, lo introduce
en su obra célebre Los seis libros de la República.223 Allí dice, con
ecos aristotélicos (referencia a la comunidad de familias) y latinos
(uso del término res publica): “República es un recto gobierno de
varias familias y de aquello que les es común, con poder soberano”.224
La definición de Bodino se encuentra a medio camino entonces entre
los antiguos y los modernos, pero tal vez sea más moderna que antigua
en cuanto al explicitar su noción esencial de estado omite referirse a
la ciudadanía, que en esta época se identifica como sujeción al poder
sobrerano. Ello no obstante, Bodino sí encuentra un lugar sistemático
para definir al ciudadano, en donde dice:
“Cuando el cabeza de familia sale de su casa, donde manda, para
tratar negociar con los demás jefes de familia, acerca de lo que atañe
a todos en general, entonces se despoja del título de amo, de jefe y
de señor, para hacerse compañero, igual y asociado de los otros.
Deja su familia para entrar en la ciudad, y los negocios domésticos
para tratar de los públicos; en vez de señor se llama ciudadano que
hablando propiamente, no es otra cosa que el súbdito libre
dependiente de la soberanía de otro.” 225
Pero la ambivalencia conceptual de Bodino aparece nuevamente en
esta definición y nuevamente ocultando su posición absolutista y
voluntarista, tan contraria al espíritu de Aristóteles. Cuando finalmente
define al ciudadano lo hace como “súbdito libre dependiente de la
soberanía de otro”, es decir por referencia a su estatus en el derecho
común, y a difencia de los súbditos no-libres, principalmente en el
estado. El ciudadano es entonces declarado libre, pero en
reconocimiento de su estatus civil, en lo político continúa siendo
súbdito. La pregunta que entonces se hace preciso plantear es cuál es
la comunidad existencial a la que pertenece en virtud de un voluntad
esencial, si la hay. Bodino evade el problema, pero es evidente que,
de acuerdo con su intención principal de presentar el argumento
central de absolutismo con ropajes clásicos, en su texto la distancia
entre el ciudadano y el estado es mayor que la que media entre él y
la familia, no obstante toda la ambigüedad conceptual con que se

223
Bodin, J. Los seis libros de la república. Madrid, Tecnos, 1997.
224
Ibid., p. 9.
225
Idib., p. 35.

193
JUAN DANIEL VIDELA

pretenda cubrir este rasgo decididamente moderno y con ello


individualista.
El ulterior desarrollo del pensamiento europeo bajo el paradigma del
contractualismo conduce en la práctica al mismo debilitamiento y
estrechamiento del concepto y la praxis de la ciudadanía que hallamos
en Bodino, no obstante estar en presencia de un nuevo método, el
iusnaturalismo. Este debilitamiento y este estrechamiento de la
ciudadanía es a su vez la causa del debilitamiento de la noción de lo
político en la primera y alta modernidad, que coincide con la aparición
de la sociedad civil, que conceptual y prácticamente antagoniza, con o
al menos complementa y circunscribe al estado, como hemos visto
más arriba. Se ha subrayado en diferentes contextos que la teoría política
de la primera modernidad es fundamentalmente individualista,
individualismo que aparece en las dos presentaciones de su argumento
político fundamental, por una parte, en las historias hipotéticas que
narran el tránsito de un estado de naturaleza a una sociedad civil (o
política) a través de la unificación de voluntades que se da en el acto de
un contrato fundante y originario. Los individuos son quienes otorgan
su consentimiento mediante el contrato y de éste resulta alguna fórmula
de protección de la individualidad. De otra parte este individualismo es
presentado en sus raíces metafísicas, el mundo de Hobbes es un mundo
de átomos materiales que sólo obedecen a causas eficientes: impulso y
apetito.
En Hobbes el autoritarismo absolutista todavía opaca las consecuencias
individualistas, pero es en su sucesor intelectual Locke en donde con
más claridad aparece la noción de lo político como derivado del
individuo. A diferencia de la construcción hobbesiana, para Locke el
hombre es bueno por naturaleza: el estado de naturaleza no es
necesariamente violento, aunque algo inseguro o inestable. Esto se
debe a que está regido por una “ley natural” que, en principio pero
no siempre, los hombres respetan. Pero en razón de no ser el estado
de naturaleza totalmente perfecto existe siempre la posibilidad de
que alguien desoiga su razón y transgreda la ley natural. Es entonces
que surge el estado o sociedad civil, por un convenio (del que Locke
sí habla explícitamente) entre el monarca y los súbditos, en que se
transfiere al primero el derecho de hacer cumplir la ley natural y
castigar al culpable.
Pero la ciudanía como concepto está completamente debilitada, de
allí que se haya visto a la construcción lockeana como la formulación

194
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

de las bases para un acuerdo para explotar la naturaleza y retener su


propiedad, en donde el poder político cumple la función de mera
salvaguardia de los bienes individuales. Este concepto de poder se
compadece con una idea de estado resultante de la delegación de
funciones y donde la ciudadanía es enteramente revocable si se dan,
claro está, los supuestos de revocación del pacto que origina al estado.
Junto a este último yace una sociedad civil a la que siempre se puede
volver, precisamente porque en principio al menos es perfectamente
subsistente y pacífica.
A esta altura de la exposición podría crearse la falsa impresión de
que la ciudadanía es un concepto cuyas condiciones de posibilidad se
hallan sólo en el mundo antiguo, que la autoridad del estado se halla
debilitada en la modernidad y que esto es una pérdida. En primer
lugar, a riesgo de asumir una actitud retrógrada no podemos lamentar
el curso de la historia porque es irreversible. Sí se quiere mostrar
aquí que el vínculo de ciudadanía en la modernidad es ciertamente
diferente y no tan fuerte que en el mundo griego. Pero aún en la
antigüedad encontramos modelos de praxis política donde la
ciudadanía como pertenencia a una entidad política concreta y próxima
se hace casi imposible. Un ejemplo sería el pensamiento estoico bajo
los grandes imperios. Ello no obstante, es preciso aclarar que a partir
del siglo XVIII autores modernos como Harrington y Rousseau vuelven
al mundo antiguo tratando de reconstruir el mundo de normas y
valores compartidos de los antiguos y que en su tiempo están
fragmentados
Para Rousseau, el principal problema de la política es encontrar una
forma de asociación que incluya y defienda a cada asociado y en la
que, además, cada uno no obedezca sino a sí mismo y siga tan libre
como antes. La solución es como en sus antecesores inmediatos un
pacto social, por medio del cual el asociado enajena todos sus derechos
a la comunidad y “pone en común su persona y todo su poder bajo la
suprema dirección de la voluntad general, y nosotros recibimos además
colectivamente a cada miembro como parte indivisible del todo”.226
El asociado pone su persona y su poder bajo la dirección de la voluntad
general, que es en cierto modo infalible y se expresa como ley. Ella
misma es soberana en el sentido de que marca una dirección suprema,
pero también colectiva en el sentido que no puede imputarse a ningún
ciudadano en particular.
Mientras que los autores que hemos visto antes postulan la necesidad

195
JUAN DANIEL VIDELA

de un monarca o asamblea que detenten el poder absoluto, Rousseau


piensa en una ley absoluta que surge del ejercicio de una democracia
directa y en la cual reside la soberanía. Para Rousseau la obediencia a
la ley prescripta es libertad.
Detrás de esta construcción late el ideal de la democracia griega y un
modelo de ciudadanía supuestamente participativo basado, claro está,
en la coincidencia a priori entre el bienestar individual, el de todos, y la
voluntad general. La consistencia de esta propuesta no resiste empero
un análisis objetivo porque tal coincidencia o identidad es inalcanzable
en la práctica. Sí es rescatable, por el contrario, la idea de que lo político
se desenvuelve en un ámbito de interacción discursiva, en el debate y
en la creación de la ley, y de que la voluntad de la ley, por universal y
fría que fuese es menos parcial y autoritaria que la del soberano absoluto.
De este modo, aunque Rousseau probablemente tiene en mente al
formular su modelo una pequeña república como Ginebra, su propuesta
de una democracia directa es antecesora directa del constitucionalismo
y de la teoría del estado de derecho.

d) Kant
Finalizamos nuestro panorama de los modelos de ciudadanía con un
propuesta que en cierto modo vuelve al cosmopolitanismo de los
estoicos, pero en distinta clave, ya que no se basa en los dictados de
una ley universal, sino en los de la conciencia individual. Se trata de la
filosofía de Kant, quien se apropia de las principales ideas de la
Ilustración, particularmente de la idea de que la raza humana progresa
hacia su libertad, proceso del que él encuentra un signo auspicioso
en la Revolución Francesa. La formulación kantiana no es la primera
ni la última formulación de una teoría del progreso en el marco de
una filosofía que toma el conocimiento como punto de partida.
Recordemos el proyecto de Bacon y Descartes, que intenta liberar al
hombre de sí mismo, la naturaleza y Dios, pero acaba en teología
racional. Una segunda dirección de la filosofía de la época, sin embargo,
denuncia la alienación de la naturaleza como consecuencia de la técnica.
Es la de Rousseau, cuya lectura opera en Kant efectos diversos tales
como plantear un nuevo concepto de racionalidad, basado en una
idea unitaria de la razón que comprende lo estético, lo práctico y lo
teórico-instrumental.

226
Rousseau, J. Del Contrato Social. Madrid, Espasa-Calpe, 1975, Libro I, cap. VI, p. 43.

196
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Lo que Kant recibe de Rousseau es un diagnóstico del potencial


instrumentalizante y esclavizante del uso de la razón y la libertad
individuales. El individuo moderno, como señala Rousseau, carece de
un contexto de contención (escatológico, físico o político) tal como
tenían los antiguos y que él intenta recrear, en el plano político, en el
Contrato Social. Tal contexto de contención sería para Kant una
relación de pertenencia afirmada en una diferente idea de razón. De
allí que se haga necesario abandonar el individualismo de la teoría del
sentido moral para concebir una idea de razón capaz de entenderse
a sí misma en términos de fines. De lo contrario, una razón
individualmente concebida asegura la satisfacción de siempre nuevas
necesidades del sujeto al precio de la esclavitud del prójimo y la
alienación de la naturaleza. Así Kant llega a una concepción de la
libertad como fundamento y supremo bien de la especie entendida
como una comunidad autolegislante de seres racionales. A su vez, en
los escritos histórico-filosóficos, entiende a la naturaleza como una
razón autoproyectiva que gobierna la historia de la especie a través
de paradojas y perplejidades nacidas de la convergencia final de
tendencias antagónicas. Se trata de explicar las condiciones de
posibilidad de la acción humana colectiva, condiciones que ahora se
encuentran en el plano histórico y sólo desde él vuelven inteligibles
las acciones individuales.
Pero al margen de su teoría del progreso y de la idea de razón que
subyace en ella Kant explicita una idea de comunidad política
doblemente universal, por la universalidad de sus leyes y por el
cosmopolitismo que acarrea el consecuente postulado de una
humanidad única, dotada de una razón única. Kant se declara aquí
republicano, en el sentido de un estado de derecho establecido
sobre los principios de la libertad, la igualdad y la universalidad de la
ley. En Hacia la paz perpetua227 Kant aboga en primer lugar por la
formación de una comunidad de pueblos libres federados que
garantice el derecho de gentes. Luego habrá de venir una república
mundial en que el derecho de gentes (o derecho internacional) es
superado por un derecho cosmopolita que considere a los hombres
y a los estados como miembros de un estado universal de la
humanidad.
En el célebre ensayo ¿Qué es la ilustración? Kant nos da una idea de
qué tipo de ciudadano tiene en mente para cualquiera de sus estadíos

227
Kant, I. Hacia la paz perpetua. Un esbozo filosófico. Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.

197
JUAN DANIEL VIDELA

de su proyecto mundial. Se trata de un ciudadano reflexivo y crítico,


capaz de comunicarse con sus semejantes en una comunidad de
discurso en donde circula libremente la información. En líneas harto
conocidas Kant dice: “el uso público de su razón le debe estar permitido
a todo el mundo… Entiendo por uso público aquel que, en calidad de
maestro, se puede hacer de la propia razón ante el gran público del
mundo de lectores… En la medida en que esta parte de la máquina se
considera como miembro de un ser total común y hasta de la sociedad
cosmopolita de los hombres, por lo tanto, en calidad de maestro que
se dirige a un público por escrito haciendo uso de su razón, puede
razonar sin que por ello padezcan los negocios en los que le
corresponde, en parte, la consideración de un miembro pasivo… Pero
ese mismo sujeto actúa sin perjuicio de su deber de ciudadano si, en
calidad de experto, expresa públicamente su pensamiento por la
inadecuación o injusticia de las gabelas.”228
Con esto Kant anticipa los planteos discursivos de Habermas y otros
mencionados al comienzo de este trabajo, pero si su idea de ciudadanía
es menos arbitraria y más libre que la de Rousseau, no deja de tener
un carácter incorpóreo o etéreo: con Kant las normas y hábitos de
cada nación se han disuelto tras la idea de un derecho cosmopolita.

3- Ciudadanía global
a) Ciudadanía y fin de la historia
De los diferentes modelos de ciudadanía revisados aquí muy escuetamente
dos aparecerían como apropiados para épocas semejantes a la que
atravesamos, que se caracterizan por la expansión mundial de toda serie
de fenómenos, políticos, económicos, etc. que ya no son contenidos por
la formas existentes del estado moderno y lo exceden o sobrepasan,
donde la historia deja de ser algo particular de cada pueblo y se vuelve
planetaria. Esos modelos son la idea estoica de una ciudadanía bajo los
dictados de una razón, cósmica, universal y la idea kantiana de una razón
subjetiva que se explicita en los miembros de una república mundial que
corporiza el ideal de la libertad. Lo que más nos distancia de ellos, sin
embargo, son sus obvias diferencias filosóficas con las posiciones de la
modernidad tardía. La pregunta es si son, como Hegel diría, pensamiento
consciente de una historia universal atravesando por un estadío
tecnocrático-global. Creemos que la respuesta es negativa. Mientras que

228
Kant, E. Filosofía de la historia. México, Fondo de Cultura Económica, 1978.

198
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

Kant juega con la utopía de un Estado Europeo post-revolucionario, los


estoicos se encuentran con el escenario alienante del imperio,
específicamente el imperio romano. Nosotros, en cambio vivimos en el
contexto incipiente de una civilización mundial, si no todavía (falta mucho
tiempo para ello) de un estado mundial basado en la expansión de la
tecnología y de formas sofisticadas del capitalismo.
Se da aquí una paradoja: la mundialización es el resultado de la técnica
y es la técnica misma la que precluye que seamos ciudadanos globales,
ya que perteneceríamos a ese estado mundial por venir
tecnológicamente, como individuos sólo en virtud de nuestra
capacidad de consumo o producción de bienes o información, pero
no por nuestra condición política. Como afirman los abogados del fin
de la historia, la teoría técnico-económica no está acompañada de
forma alguna por la conciencia política o jurídica.229

b) Crisis del estado nacional 230


Mientras tanto, vivimos como ciudadanos de estados aparentemente
tradicionales, pero estos también han sufrido un proceso de cambio
inexorable. Es que el concepto de estado nacional ha cambiado al
entrar su referente en vías de extinción. Este concepto como vimos,
expresa la organización de monarquías que constituyeron el marco
político mínimo para el desarrollo de una economía nacional, de donde
se origina en oposición al concepto de sociedad civil, que en el
pensamiento del liberalismo inglés (Locke y Smith por ejemplo)
representó la esfera de libertad privada que la corona había asegurado
a la nobleza o alta burguesía.231 El pensamiento norteamericano
permaneció fiel a esta tradición, solo que acentuando sus matices
individualistas. Con el curso del tiempo un sentido étnico fue añadido
al concepto de nación, originado sobre todo en el nacionalismo
europeo de fines del siglo XIX y en el latinoamericano del siglo XX.
(Cabe destacar que los estados latinoamericanos y del tercer mundo
tuvieron un origen histórico diferente, ya que fueron creados desde
229
Fukuyama, F. “The end of history?” en The national interest, 16, 1989. Cf. Fukuyama, F.:
The end of history and the last man. Avon: New York, 1992.
230
Lo que sigue es una revisión de: Videla, J. “Globalization and the end of history”, en: The
Janey Program for Latin American Studies Newsletter, New School University, NY, Spring
2000, No. 15, pp. 1-7.
231
Cf. Poggi, G. The development of the modern state. A sociological introduction. California:
Stanford University Press, 1978; Bobbio, N. And M. Bovero: Sociedad y Estado en la filosofía
moderna, cit.; Heller, H. Teoría del estado. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1978.

199
JUAN DANIEL VIDELA

afuera por las coronas europeas). En ambos casos, se entendió que la


razón de ser del estado nacional como organización jurídica y
burocrática es proteger de enemigos externos a un determinado
sujeto político -el individuo, la clase, un grupo social- o compensarlo
por supuestas injusticias.
No hace falta decir que la reorganización que siguió a la Segunda
Guerra Mundial hizo parcialmente obsoleta esta concepción, en la
medida en que la tecnología nuclear llevó a la formación de
superpoderes. Ahora bien, el colapso de la Unión Soviética ha dejado
a los Estados Unidos como única superpotencia, sin que por ello sin
embargo haya restaurado el estado nacional como existió a los
comienzos de la modernidad.
Hoy el estado nacional acusa el efecto de nuevas tendencias. En el orden
supranacional, como lo ha indicado Castells, procesos macronacionales
como la interdependencia de mercados financieros y la independencia
de las redes de comunicación global y procesos subnacionales como la
crisis de legitimación y descentralización del estado acosado por minorías
étnicas. A ello hay que agregar la mundialización del crimen, del terrorismo
y de los hasta ahora insuficientes procesos humanitarios.232 En efecto,
países europeos desarrollados se han unificado bajo una misma moneda,
mientras que la suerte de muchos países subdesarrollados, como
Argentina, Brasil o Méjico parece depender de su inserción en procesos
globales.
En otras palabras, con excepción de los Estados Unidos, el comienzo
del siglo XXI asiste a la aparición de estados sin lo que tradicionalmente
se entendió como soberanía territorial, económica o militar. Y sin
embargo, algunos de esos cuasi-estados, como Serbia en los años
noventa o Irak hoy, todavía están inmersos en la retórica y en la
práctica del nacionalismo étnico. Sus casos constituyen también formas
de exclusión, exclusión esta vez del estado de derecho y de lo que
alguna vez se llamó, con intensión positiva, la civilización occidental.
Muy a pesar de la globalización de toda clase de procesos, sin embargo,
no existe autoridad política competente en conflictos que los tienen
como protagonistas. Los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN
carecen de justificación tanto como de medios para cumplir en estos
casos la misión que la teoría constitucional del liberalismo moderno
depara para los poderes constituidos dentro de un estado nacional,
territorialmente determinado. En otras palabras, ni la última
232
Castells, M. Crisis del estado-nación moderno. Documento de Internet, 2001?.

200
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

superpotencia, ni la economía global son macroespecies del estado


político y la sociedad civil. Del mismo modo el acceso inmediato al
otro, o a información sobre cualquier evento, a través de Internet,
no puede igualarse al ejercicio de una ciudadanía en el contexto global.

c) La globalización y el agotamiento del proyecto


moderno
En el orden de las representaciones colectivas, en nuestra época,
modernidad tardía a falta de mejor nombre, el proyecto de la alta
modernidad, todavía capaz de generar la fe utópica de Kant ha perdido
su esplendor y atractivo. Habiendo desarrollado todas sus tendencias,
el proyecto europeo ha llegado a una situación límite desde de la cual
se hace imposible continuar experimentándolo como proyecto.233Al
comenzar el siglo XXI, la humanidad europea (o que se percibe
europea) experimenta la presencia de límites que no pueden ser
superados en forma teórica o práctica. Por ejemplo, la economía
global es un fenómeno planetario sin nuevos espacios que conquistar
o anexar. No hay lugares nuevos adonde ir, así como no hay razas
nuevas que descubrir, conquistar, convertir, con las cuales negociar
o de las cuales defenderse. Europa ha perdido su otro cultural, en
cuya relación se constituyó históricamente a través guerras
económicas, culturales o militares. Inversamente, la epifanía de un
mercado universal trae consigo la extinción de todos los experimentos
basados en ideologías no occidentales, o viene acompañado de un
sincretismo que genera el trasplante de valores económicos europeos
al suelo de culturas orientales, Japón por ejemplo.
La consecuencia más significativa del pesimismo global es la perdida
de carácter utópico o inalcanzable que tradicionalmente acompañó
los principios políticos y morales de la polis europea, de ahora en
más devenidos realidades imperfectas. Poco importa que tal carácter
haya sido la imagen que la humanidad tuvo de sí misma, toda vez que
esa auto-comprensión tuvo una (cándida) pretensión universal. Al
final del siglo XX, sin embargo, se ha comprobado una y otra vez que
los derechos tienen una validez local o limitada en el mejor de los
casos, a menudo una validez étnica o de clase. Asimismo, la noción
misma de humanidad ha cambiado para significar diferentes sujetos
históricos al fin de este milenio. Ya no puede hablarse de una

Cf. Heller, A. “Europe-an epilogue?”, en A. Heller and F. Feher, The postmodern political
233

condition. New York: Columbia University Press, 1988.

201
JUAN DANIEL VIDELA

humanidad fragmentada geográficamente, sino -en el nivel de la


experiencia- de una humanidad colectiva, conectada a despecho de
sus diferencias por esa inmediata sensación de aburrimiento y fracaso
descrita mas arriba. Y con todo son sujetos muy diferentes entre sí,
toda vez que arrastran en el nuevo siglo fidelidades viejas que los han
mantenido aparte en el pasado. El mundo global está fragmentado
culturalmente, aún cuando la cultura americana irrumpa en todas
partes, como Mac Donald’s, su siempre presente mascarón de proa.
El saldo positivo de la fragmentación es que la humanidad ya no se
concibe como modelada a imagen y semejanza del hombre europeo.
El saldo negativo es que ya no nos importa cómo se conciba. Ha
desaparecido, junto con la utopía del hombre ilustrado, como apelada
del discurso político.
No puede por ello encontrarse en el fenómeno de la globalización
instancias claras de cada una de las categorías políticas fundamentales,
comunidad, dominio, ciudadanía. La comunidad de la época de la
globalización es una comunidad de información, no de interacción
política. El dominio político ha sido sustituído por la manipulación de
las necesidades. De donde la vieja comendación kantiana de que la
esencia de la ciudadanía consiste en apelar al uso público de la razón
ha perdido su sentido. Si habremos de hacer abstracción de esta ley
universal y de estas limitaciones, como el estoico, o si por el contrario
la política tiene aún capacidad de revolución y la formación de una
comunidad de discurso es su alternativa más plausible es algo que
excede los límites de este trabajo y pertenece al mundo de la profecía.

CAPÍTULO DÉCIMO: CIUDADANÍA,


REPRESENTACIÓN, PARTICIPACIÓN.
1- Ciudadanía y Democracia. 2- Representación política,
naturaleza y tipos. El sufragio. 3- Ciudadanía y participación.
Participación política, comportamiento electoral y apatía.
Opinión pública. Grupos de interés. Partidos políticos.

202
Sistemas o regímenes electorales.

1- Introducción: Ciudadanía y democracia.


Habiendo ubicado la relación de ciudadanía como la tercer categoría
análitica o concepto fundamental del fenómeno político podemos mejor
comprender el crecimiento de las formas de participación política en el
siglo XIX, la transformación de la vieja idea de democracia en una forma
política del estado europeo (estudiada en el capítulo quinto) o su
resignificación teórica como forma de estado (estudiada en el capítulo
séptimo). Con esto queremos decir que la democracia moderna es una
manifestación del fenómeno de la ciudadanía tal como lo fue la democracia
clásica griega y las distintas formas de gobierno de los períodos greco-
latino, medieval, y del absolutismo de la primera modernidad. La
democracia deriva no en poca parte su valor del hecho de que en ella
exprese concretamente la idea de ciudadanía que como hemos visto es
un elemento cardinal para aprehender el fenómeno político.
No vamos a detenernos en el concepto mismo de democracia ni en
las teorías de la soberanía popular ya estudiadas, sino solamente
reiterar lo ya dicho sobre una diferencia fundamental a este respecto
entre el mundo antiguo y el mundo moderno, la idea de que en la
antigüedad (al menos en la representación clásica de la polis griega)
los ciudadanos ejercían el poder en forma directa y de que las múltiples
transformaciones históricas de las que resulta el estado moderno
llevan a la necesidad de instaurar mecanismos de participación indirecta
ya que el ejercicio directo de la ciudadanía se hace imposible. En los
estados modernos, como una respuesta a su extensión territorial y a
su densidad demográfica, el poder se ejerce a través de representantes
y no directamente en una asamblea popular como en la Grecia clásica.
La democracia moderna es esencialmente representativa, indirecta.
Más aún, en la demokratia de la Grecia clásica el pueblo es como
hemos visto algo distinto al pueblo de los modernos, que es una
clase homogénea y omnicomprensiva, cuyos miembros se reputan
de ser iguales.
Tal diferencia histórica nos lleva a reconocer la diferencia entre
democracia directa y democracia indirecta o representativa. En la
democracia directa, basada en el arquetipo del mundo antiguo los
ciudadanos ejercen de modo inmediato y directo las funciones o
derechos que se les atribuyen. Su ejemplo característico es la asamblea
popular, que reúne a todos los ciudadanos, pero son también formas

203
JUAN DANIEL VIDELA

directas de la democracia el plebiscito y el referendum. En la


democracia indirecta las decisiones son tomadas y el poder es ejercido
a través de representantes, elegidos por medio del sufragio. Esto nos
lleva a estudiar en más detalle el fenómeno de la representación
política que la teoría política, normal, pero no exclusivamente, enfoca
desde un ángulo jurídico, generalmente desde el derecho público.
Pero la representación política actualizada a través de la elección
racional mediante sufragio es sólo una de las formas en que la
ciudadanía se expresa en la época contemporánea. Este acto de
elección es una forma de participación política, pero no la agota, ya
que supne una variedad de comportamientos. De allí que tras de
considerar la representación como condición formal de la democracia
tengamos que prestar atención a los comportamientos que renuevan
a la vez que completan esa representación, tales como la
participacipación en partidos o la conformación de una opinión pública.

2- Representación política.
a) La representación política: naturaleza y tipos.
En la tradición de la filosofía política representar adquiere el significado
de hacer presente y operante algo que no está realmente presente ni es
actuante, de presentar algo de nuevo, manifestar el sentido de una voluntad
o ser dueño de ella a través del establecimiento del sentido de sus palabras.
Este significado ha pasado a informar una concepción jurídica de la
representación política, propia del derecho público derivado del
constitucionalismo clásico, y no sin razón, ya que representación es
también una figura del derecho privado, cuyos orígenes se remontan a la
edad media. Esta es la teoría jurídica clásica de la representación, pero
también puede hablarse de un sentido sociológico y de uno propia o
exclusivamente político de la representación.234
Desde una perspectiva jurídica notemos que ya en el derecho romano,
el cual se continúa en el derecho civil, la representación es la relación
de entre dos personas por la cual una realiza uno o más actos jurídicos
cuyos efectos por una suerte de ficción jurídica se atribuyen a la otra.
Hay pues dos personas: mandante y mandatario, donde el segundo
adquiere facultades para obrar dentro de los límites de ciertas
234
Cf. Fayt, C. Sufragio y representación política. Bs. As., Omeba, 1963; García-Pelayo, M.
Derecho constitucional comparado. Madrid, Alianza 1985, pp. 169-183; Sánchez Agesta, L.
Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, pp. 300-312; Sartori, G. Elementos
de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992, 225-242.

204
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

instrucciones que llamamos mandato.


El concepto jurídico-político de representación acuñado por el
constitucionalismo se diferencia de la representación privada en que:
a) el representante tiene una personalidad ad-hoc (al efecto de
representar) permanente; b) no está encerrado en los límites de un
mandato restricto, sino que posee competencias amplias que ejerce
con libertad; c) ello no obstante el mandatario es responsable
políticamente ante el mandante; d) el representante está dotado de
una especial dignidad o autoridad, basada en su origen, un título de
nobleza o el hecho de actualizar una entidad colectiva soberana, de
allí que su actuación sea legítima. Esta diferencia resulta de una larga
evolución histórica, ya que en la edad media los representantes de
municipios y corporaciones estaban sujetos a instrucciones o
mandatos. Recién con la revolución francesa el mandato imperativo
es reemplazado por la representación libre, de manera consecuente
con la creencia ya estudiada de que el mandante (el pueblo) es una
entidad abstracta y homogénea, que no sólo necesita ser presentificada,
sino también que su voluntad sea determinada de modo concreto.
Esto último conlleva una conclusión muy importante: en la tradición
constitucionalista el mandatario se dice representante del poder
soberano como un todo, del pueblo o la nación, y no del distrito que
lo ha elegido. El representante quiere por la nación. Pero lo más
importante es, como expresa Sánchez Agesta, que en virtud de la
libertad del mandatario se ha producido una verdadera sustitución
del pueblo, de allí que la representación “valga ante un público y
produzca ante este su efecto característico de desplazar la imputación
de las acciones del representante en la persona del representado.” 235
La representación política es también una puesta en escena totalmente
ritual.
Apartándonos del paradigma jurídico, vemos desde un punto de vista
sociológico que la representación está basada en la idea de semejanza
o similitud. De ahí que se hable de representatividad y que esta se
encuentre siempre determinada por características sociales
empíricamente verificables: raza, estatus social, edad, cultura, etc. Se
dice entonces que un gobernante es representativo cuando cumple
con los criterios de pertenencia a un grupo o clase determinados y
consecuentemente cuando siente como ellos. Se da un doble fenómeno
de reflejo del representante (quien es portador de la imagen del

235
Sánchez Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, p. 308.

205
JUAN DANIEL VIDELA

representado) y la consecuente identificación y confianza del


representado. Sartori llama a este tipo de representación existencial.236
En último termino debemos hablar de la perspectiva de la ciencia
política contemporánea, que se relaciona tanto con la teoría jurídico-
política clásica como con la representación existencial o sociológica.
Aquí representar es ser un mandatario público libre, autónomo,
responsable, eficiente. Desde este punto de vista surgen cuestiones
que están ausentes o sub-estudiadas en las otras dos teorias. En primer
lugar se plantea el problema de la elección libre como condición de la
representación. En realidad se trata de la cuestión de la legitimidad
legal que hemos estudiado en el capítulo anterior: la elección conforme
a normas otorga al mandato su legitimidad. La segunda cuestión no
menos importante es la responsabilidad del representante, que surge
fundamentalmente de su capacidad o incapacidad de gestión. La teoría
constitucional clásica ha diseñado una serie de instituciones para asegurar
la responsabilidad, como la revocatoria del mandato, o recall, o el
plebiscito a que pueden ser sometidos gobernantes en ejercicio o
decisiones fundamentales, y que en el caso de ser perdido puede obligar
a la renuncia al cargo. Pero es evidente que el desafío de las sociedades
contemporáneas es diseñar procedimientos periódicos para controlar
permanentemente el desempeño de los mandatarios y asegurar su
responsabilidad. Otro aspecto de la responsabilidad es la capacidad de
respuesta a las necesidades de los representados que se encuentran
siempre en estado de evolución. En este aspecto la representación
política se acerca a la representación existencial en cuanto exige un
sentir común.

b) El sufragio
Aclaremos que en las democracias occidentales que siguen molde
del constitucionalismo el cuerpo de representantes se elige siempre
de manera libre y periódica. La institución que hace concreto este
proceso es el sufragio, el cual desde la perspectiva del derecho
constitucional es un derecho público de naturaleza política,
precisamente porque mediante el sufragio se eligen (nominan y
seleccionan) los representantes que actualizan las decisiones del
cuerpo político, a tal efecto considerado como electorado. Según
Fayt, “consiste en el derecho político que tienen los miembros del

236
Sartori, G. Elementos de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 225 y ss.

206
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

pueblo del estado de participar en el Poder como electores y elegidos,


es decir, el derecho a formar parte del cuerpo electoral y a través de
este, en la organización del poder.237 En cualquier caso es preciso
resaltar que el presupuesto fundamental del sufragio es el estatus de
ciudadano y que su ejercicio constituye una manifestación (al menos
formal) de la ciudadanía.
En las democracias occidentales el sufragio adquiere los caracteres
de universal (corresponde a todos los ciudadanos sin excepción),
igual (el sufragio de cada uno tiene el mismo peso que el de los
demás), secreto, siendo a menudo también obligatorio. La
obligatoriedad, claro está, puede en la práctica reducirse a un mero
requisito formal.
El acto o hecho concreto de su ejercicio es el voto, por el cual se
pueden también expresar otros contenidos de la voluntad política o
privada, dentro de cuerpos legislativos, en corporaciones privadas,
referenda, etc.
Sobre la naturaleza jurídica del sufragio ha habido notable controversia,
considerándolo algunos autores como un derecho puro y simple, otros
como una función pública (de donde resultaría una carga para el
ciudadano) y otros al fin como una fusión de ambas cosas. Acaso más
interesante sea contemplar su desarrollo histórico, desde constituir
un privilegio en la antiguëdad y el medioevo (del pater familias y del
señor feudal, respectivamente) hasta convertirse en un derecho que
se amplía paulatinamente durante la modernidad. La organización jurídica
del sufragio (cómo se vota y cómo se elige) constituye el tópico de los
sistemas electorales, que veremos en el punto siguiente.

3- Ciudadanía y participación
a) Participación política, comportamiento electoral y apatía
La participación política aparece a la sociología política como
manifestación empíricamente verificable de los comportamientos que
constituyen la ciudadanía. Sus formas son múltiples. En primer lugar y
de modo más obvio se encuentra el sufragio o elección consciente y
deliberada de los gobernantes. El sufragio es la conducta racional-
normativa que en las sociedades occidentales legitima el poder del
estado y cuya extensión progresiva se ha dado universalmente gracias

237
Fayt, C. Sufragio y representación política. Bs. As., Omeba, 1963, p. 7.

207
JUAN DANIEL VIDELA

a factores tan diversos como el desarrollo económico y el


fortalecimiento de las minorías dirigentes.
Pero más allá del sufragio, hay una amplia gama de así llamados
comportamientos políticos que pueden calificarse de participación
política.238 “El hombre político es el que está siempre e indefectiblemente
adscrito a un sistema político. Ello supone una estándar mínimo de
participación que constituye la esencia de lo político y que expresa
tanto en las relaciones de mando obediencia como en las que se derivan
de lo público y los privado”.239 Siguiendo a Milbrath, Melo reconoce
tres niveles de participación, advirtiendo que ellos explican mejor el
fenómeno en las sociedades desarrolladas que en los países del tercer
mundo. En primer lugar las actividades de espectador (exponerse a
estímulos políticos, procurar influir en el voto de otros, ostentar una
divisa), en segundo lugar las actividades de transición (asistir a mitines,
aportar fondos, tratar con candidatos), en tercer lugar, las actividades
de lucha (ser miembro activo de un partido, postularse como candidato,
ejercer cargos públicos). Todos estos comportamientos y otros han
dado lugar, como recuerda Murrillo Ferrol, a un análisis pormenorizado
conocido sociológicamente como micropolitics.240 Advirtamos que
todos estos comportamientos son el resultado de condiciones
estructurales derivadas de los contextos jurídico, económico,
psicológico e ideológico de cada comunidad. Desde el punto de vista
del individuo esas condiciones son aprendidas a través de procesos,
conscientes o no, que la sociología suele adscribir al proceso de
adquisición de roles -socialización en general- o a la socialización política.
Pero esas condiciones van más allá de este aprendizaje para revelar la
relación existencial entre el ciudadano y la comunidad, su biografía y su
historia políticas.
Inversamente, encontramos el fenómeno de la apatía o desinterés
generalizado que no es menos que los arriba descriptos una clase de
comportamiento, sólo que de signo negativo. El indicador más
ostensible de este fenómeno es la falta de interés en las elecciones
que puede manifestarse tanto como ausentismo o como voto
meramente formal, sin conciencia electoral. Pero el alejamiento de
las urnas no es sino un signo indicador de algo más profundo, tal vez
de “un fenómeno de alienación del ciudadano frente a los problemas
238
Este subtema aborda el sufragio bajo el aspecto de la sociología electoral. La organización
jurídica del sufragio es estudiada en esta obra por separado en el subtema (e).
239
Melo, A. Compendio de ciencia política. Bs. As., De Palma, 1973, p. 214.
240
Murillo Ferrol, F. Estudios de sociología política. Madrid, Tecnos, 1963, p. 59.

208
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

políticos, basado, ante todo en sentimiento de impotencia ante la


creciente complejidad de los mismos y, por tanto, en una conciencia
de la inutilidad de cualquier esfuerzo individual.”241 Es claro que
semejante apatía debilita el vínculo de ciudadanía porque marginaliza
masivamente a los ciudadanos del funcionamiento del sistema político,
el que se independiza de sus componentes y adquiere un carácter
mecánico. El ciudadano se vuelve un individuo administrado, incapaz
de hacer escuchar sus requerimientos y por ello muy proclive al
cinismo y a comportamientos anómicos y destructivos, como
manifestaciones callejeras violentas, saqueos, ataques contra quienes
se perciben responsables del sistema, etc. pero sin ser capaz de aportar
positivamente a la solución de problemas debido a la marginalización
política en que vive.242
La apatía no es un comportamiento fácilmente explicable y en modo
alguno debe atribuirse a factores individuales sino más bien a causas
enquistadas en el sistema y el contexto políticos, tales como el bajo
nivel de educación, las expectativas falsas, falta de renovación de las
minorías dirigentes, sistemas electorales defectuosos, la cretinización
o desinformación del público por los medios de comunicación, etc.
Por su parte, la participación electoral puede responder a similares
razones, como la existencia de sistemas electorales aptos, el grado de
educación del electorado (a mayor grado, mayor participación),
dirigencias representativas o bien organizadas, etc. Pero
fundamentalmente se debe a la identificación del ciudadano con el
sistema político, a la responsabilidad y capacidad de respuesta de
representantes y partidos, en definitiva, a la percepción de legitimidad
de las estructuras y el discurso políticos.243
b) La opinión pública
Opinión, dicen los diccionarios, es un juicio sobre cosas debatibles,
en ese sentido, valga el pleonasmo, opinables. La opinión pública, por
su parte, es un juicio público en un doble sentido, porque pertenece
a un público y porque se refiere a lo público.244 De donde, si en algún
momento entre la obra de Locke y la de los fisiócratas se constituye
241
Ibid. p. 64.
242
Esto último parece cambiar en sociedades en donde se da la organización de la anomia:
piqueteros organizados.
243
Para el caso argentino, cf. Mora y Araujo , M. e I. Llorente (eds.) El voto peronista. Bs. As.,
Editorial Sudamericana, 1980; para el norteamericano, Lipset, S. Political man. The social basis
of politcs. New York, Doubleday-Anchor, 1960. Key, V. O. Jr. “The responsible electorate” y
Burnham, W. “The turnout problem” en Nivola, P. y D. Rosenbloom Classic readings in
American politics. St. Martin´s Press, New York, 1990.

209
JUAN DANIEL VIDELA

el concepto de opinión pública como forma de participación política,


su momento de auge es el período de la ilustración, durante el cual
aparecen la noción de público y la creencia en que en el debate de
ideas la razón natural se hace presente y se explicita. Ya hemos
estudiado el capítulo anterior la tematización kantiana del público y
la esfera pública, baste recordar que de fines del siglo XVIII en adelante
se forma el concepto de un público lector apelado de la prensa que
discute y asimila ideas y así va formando lazos políticos, propiamente
una comunidad de pareceres o juicios sobre ciertos temas -
fundamentalmente sobre la cosa pública- y a la cual el poder
institucionalizado está atento y es sensible. Tal comunidad es la opinión
pública, que se constituye como un entramado de información
organizado de acuerdo al sistema de creencias de la sociedad. Es obvio
que aquello que se percibe como común es lo que los antiguos llamaban
la cosa pública y que el público si bien se plantea como sujeto político
(sujeto de derechos políticos) tiene un pie en la sociedad civil a la que
pertenece y desde la que enjuicia al estado, de donde la distinción
entre estado y sociedad civil es crucial en este respecto. Porque como
ya hemos visto, lo político puede entenderse como la esfera pública en
la cual las cuestiones discutidas adquieren la cualidad de públicas, tan
pronto como entran en ella desde lo privado.
En este flujo circular el público no sólo tiene un parecer sino que está
dispuesto a actuar de acuerdo a él. Pero, he aquí la paradoja de la
opinión pública, el poder político anticipa su actitud y se vuelve en la
mayoría de los casos en que es posible en el sentido indicado por la
opinión pública. Por cierto nada asegura que esta se mueva en sentido
contrario porque es fuertemente sensitiva y cambiante y, lo que es
aún más problemático, puede estar dividida. No hay un público sino
una multitud de públicos. Más aún, la opinión pública es de contenido
esencialmente difuso, como la caracteriza Sartori,245 como no menos
difuso es el consenso que puede llegar a expresar. Esta es una de las
razones por las cuales es demencial pretender sustituir con sondeos
de opinión otros actos más claros de expresión de la voluntad política,
como por ejemplo el sufragio.
Digamos por último que la fe iluminista en la opinión pública se ha visto
socavada por los controles políticos y presiones sociales que la manipulan
al servicio de intereses menos que democráticos (aquí debería incluirse

244
Para la noción de lo público y lo privado véase el capítulo sexto de esta obra.
245
Sartori, G. Elementos de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. 152.

210
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

la propaganda política), y que ella misma ha sucumbido a la desinformación,


la vanalidad y la superficialidad de la cultura de masas en el siglo XX.246
Pero esto es posible porque el origen de la opinión es múltiple, se esparce
como el agua de una cascada desde los formadores de opinión hasta el
público, y entre los primeros cuenta la clase política misma y los medios
masivos de comunicación, de los cuales, por razones obvias, no siempre
puede esperarse mensajes imparciales.247

c) Grupos de interés y de presión


Si la opinión pública es una forma difusa de participación política, la
participación en grupos y partidos políticos es por el contrario mucho
más concreta porque estos son formas institucionalizadas y
permanentes del comportamiento político. Recordemos la ya
estudiada ley de las oligarquías, formulada entre varios y en diferente
forma por Mosca, Michels, Schumpeter y Dahl, la cual postula que
dadas la dimensión y las formas de comunicación y recursos de la
política moderna, el poder es necesariamente detentado por minorías
(elites o una clase) y no directamente por el pueblo, como lo quiere
la ideología de la soberanía popular.248 Esto lleva a la formación de
organizaciones diversas cuyos fines son ya influenciar el poder, ya
conquistarlo. Dentro los primeros encontramos a los grupos de
interés, que nacen en el siglo XIX al abrigo de las libertades burguesas
de asociación y reunión. Dice Sánchez Agesta: “en un sentido muy
general, grupo de interés o presión es toda asociación, como los
sindicatos, las ligas de reforma social, las cámaras de comercio, las

246
Cf. Matteuci, N. “Opinión Publica”, en Bobbio, N, N. Matteucci y G. Pasquino (eds.).
Diccionario de política. Méjico, Siglo XXI Editores, 2000, pp. 1075-1079.
247
“¿Quién forma la opinión que se convierte política? Después de haber seguido los mil
arroyos del modelo de cascada, de haber evidenciado que existen emergencias desde abajo y
recordado que las opiniones provienen también de las identificaciones de grupo, de múltiples
grupos de referencia, la respuesta global no puede ser más que esta: todos y ninguno. Bien
entendido, ‘todos’ no son verdaderamente todos: sin embargo son muchos, y en lugares y
modos distintos. Del mismo modo ‘ninguno’ no es realmente ninguno, sino en el conjunto,
ninguno en particular o, si se quiere, alguien que es siempre alguien distinto. Incluso si resultara
posible asignar a todo aquel que expresa una opinión en particular una específica “autoridad”
que lo guía, una sola fuente fidedigna, sigue siendo verdad que el conjunto resulta de un
montón de influencias y contra-influencias. He aquí, pues, una opinión pública que puede
denominarse auténtica: auténtica porque es autónoma, y ciertamente autónoma por lo que
es suficiente para fundamentar la democracia como gobierno de opinión.” Sartori, G. Elementos
de teoría política. Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. 157.
248
Cf. Dahl, R. Modern political analysis. New Jersey, Prentice Hall, 1976, pp. 54-67.

211
JUAN DANIEL VIDELA

asociaciones de agricultores o las de consumidores, que defienden


los intereses comunes o sus miembros mediante una acción sobre
los órganos legislativos, administrativos o sobre los partidos políticos
o sobre el electorado a través de la opinión pública”.249
De allí surge en primer lugar que la existencia de los grupos de interés
o presión supone, tanto como la formación de la opinión pública, la
distinción moderna entra sociedad civil y estado, siendo evidentes
que son formas de relación o nexos entre uno y otro. En segundo
lugar resulta interesante apuntar que el concepto de influencia sobre
el poder que ellos implícitamente suponen no cabe dentro del marco
clásico de la representación constitucional. Por el contrario supone
que hay intereses que pueden ser articulados y defendidos fuera de
los ámbitos parlamentarios, directamente a través de influencia,
presión, o confrontación sobre el poder. En tercer lugar, esos intereses
tienden a ser bien definidos y estrechos y no generales y abstractos
como los perseguidos por los partidos políticos representados en
los parlamentos, que veremos a continuación. Ello no obstante, los
grupos de interés de hecho influyen en las elecciones generales,
financian propaganda política y están en permanente relación, a veces
de confrontación, con los poderes públicos.
Este último supuesto constituye el escenario de la presión, cuya noción
es necesario precisar como forma específica -más intensa y más
directa- de ejercer la defensa de intereses, lo que diferenciaría entre
grupos de interés y presión, los unos dirigidos meramente a influenciar,
los otros diferenciados específicamente por el uso agresivo de
sanciones y recompensas, poniendo al poder político ante
requerimientos perentorios. Pero de ello también resulta que como
la presión no puede mantenerse indefinidamente, los grupos de presión
tienden a ser formaciones de existencia limitada o breve, a menudo
grupos de interés devenidos grupos de presión por las exigencias de
la lucha política. El hecho de la presión también diferencia los grupos
de presión propiamente de los lobbies, institución típicamente
norteamericana, que son organizaciones profesionales que actúan ante
el congreso (o sus miembros individualmente) llevando las propuestas
y demandas de los grupos de interés, transmitiendo los mensajes
políticos de recompensa y amenaza y, en general, colaborando en la
preparación de proyectos de ley.

249
Sánchez Agesta, L. Principios de Teoría Política. Madrid, Editora Nacional, 1976, p. 227.

212
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

d) Partidos políticos
En cuanto a los partidos políticos surge por comparación que se trata
de organizaciones más vastas tanto en función de sus objetivos como
de su organización. Dice Duverger: “En las grandes comunidades
humanas, y principalmente en los Estados modernos, la contienda política
se desarrolla entre organizaciones más o menos especializadas que
constituyen, en cierta manera, una especie de ejércitos políticos. Estas
organizaciones son grupos estructurados, articulados, jerarquizados y
adaptados a lucha para el poder, que expresan los intereses y los
objetivos de diversas fuerzas sociales (clases, colectividades locales,
agrupaciones étnicas, comunidades de intereses particulares, etc.), de
quienes son precisamente los medios de acción política”.250 Como ya
advirtiera Weber, es característico de los partidos políticos el
organizarse en función de la adquisición o conquista del poder social
institucionalizado,251 lo que puede resultar en la influencia o control
total o parcial del mismo, normalmente con fines prográmaticos
(imponer un plan de gobierno basado en una doctrina), pero también
personales (honor, poder económico). Esta situación se expresa en los
regímenes democráticos como gobierno de la mayoría y participación
de la minoría. La primera forma histórica del partido es el comité
electoral, que todavía subsiste. Pero los partidos no sólo cumplen una
función electoral, sino que también alcanzan al poder las demandas de
la sociedad civil, orientan la opinión pública y obviamente gobiernan,
llegado el caso.
La palabra partido posiblemente deriva de la voz latina pars que significa
parte o fracción. Este sentido se refleja en la constitución de los
protopartidos del siglo XVIII: eran las facciones parlamentarias que
representaban las divisiones subnacionales dentro del estado absoluto
o liberal. Lo cierto es que en sus comienzos estaban formados por
comités locales que agrupaban a personalidades influyentes o notables
y que su fecha de nacimiento suele establecerse alrededor de la Reform
Act inglesa de 1832 que amplió el sufragio y permitió la acción
coordinada de burgueses y nobles para elegir candidatos al parlamento
y realizar un creciente control del poder de la corona. A esto se
suele llamar partido de notables. La base de la representación era
individual -el representante era electo por y representaba a individuos
y no grupos- y el mandato era libre -el representante obedecía sólo

250
Duverger, M. Introducción a la política. Barcelona, Ariel, 1997, p. 136.
251
Weber, Max. Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica, México, 1944, t. I, p.228 y ss.

213
JUAN DANIEL VIDELA

a su conciencia y votaba en nombre de la nación toda.252


Con la aparición a finales del s. XIX de una clase obrera organizada y
de lo que luego habría de llamarse movimientos de masa, cuyos modos
de participación son generales y reflejan la gran escala de la creciente
sociedad industrial a la que pertenecen, la forma de los partidos
políticos cambia radicalmente. Aparece ahora el partido organizativo
de masa, o de representación de masas cuya función varía con respecto
de los partidos de notables. Se trata ahora de hacer presente los
nuevos protagonistas políticos recién advenidos a la ciudadanía y de
canalizar y elevar al poder político sus demandas. Dado que las masas,
en su extensión y en su homogeneidad de extracción (obrera), tienen
reclamaciones semejantes el partido se torna ideológico, adquiere
un núcleo de valores que subyace todas sus pretensiones, que es
comunicado, proselitizado, y que condiciona el voto de sus
representantes. Se trata generalmente de partidos socialistas.253
En la medida en que el contexto histórico de los partidos de masas
evoluciona hacia una sociedad de masas de gran escala, de relaciones
impersonales (y no cara a cara) y de formas planetarias de producción

252
“Las asociaciones de notables se caracterizaban por su dependencia total respecto de los caballeros
o familias que las habían patrocinado, y cualquier disputa personal entre sus miembros implicaba la
ruptura del partido y el enfrentamiento consiguiente de las nuevas partes en conflicto, constituidas
por los jefes y su séquito incondicional... El representante parlamentario tenía absoluta libertad para
decidir su posición en el recinto legislativo, de acuerdo al leal “saber y entender” que las doctrinas de
la época asignaban a los hombres probos. Las opiniones de los notables se intercambiaban en los
clubes, antecedentes lejanos del comité, donde transcurrían las tertulias de las que estaban naturalmente
excluidos quienes no pertenecieran a los sectores elevados de la población. Los asambleístas -
comunes, diputados o legisladores, de acuerdo al país- no representaban a sus electores más que a
título formal (puesto que eran elegidos por distritos territoriales), ya que expresaban sus intereses
de grupo en nombre del bien común de la nación”. Malamud, A. “Los partidos políticos”, en Pinto, J.
Introducción a la ciencia política. Bs.As., Eudeba, 2000, p. 325.
253
“Cuando los sostenedores de las teorías socialistas, mayoritariamente marxistas se enfrentaron
con la apertura electoral... los partidos que fundaron debieron recurrir a métodos totalmente
nuevos de acción política. El principal problema resultaba ser la ignorancia, traducida políticamente
como incompetencia, de las masas trabajadoras, por lo que las imprentas se convirtieron en las
herramientas fundamentales tanto para la agitación como para el adoctrinamiento. La fuerza de las
organizaciones de izquierda en el siglo XIX dependía esencialmente de la importancia de su prensa
partidaria... La incorporación de militantes, una figura política novedosa, comenzó a realizarse a
través del procedimiento más masivo del reclutamiento, practicado sobre todo en las fábricas y los
sitios de mayor concentración urbana... Pero uno de los elementos más trascendentes de esta
etapa de la organización partidaria fue, sin duda, la disciplina del bloque en el parlamento. El
mandato libre fue rechazado como norma de acción para adoptar todos los representantes del
partido una posición unificada ante cada debate en la cámara”. Malamud, A. “Los partidos políticos”,
en Pinto, J. Introducción a la ciencia política. Bs. As., Eudeba, 2000, p. 326.

214
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

y comunicación, típica del siglo XX, los partidos de organización ceden


lugar, sin desaparecer, a los partidos políticos mediáticos cuyo referente
ya no es el miembro de una clase, sino el ciudadano masificado. El
partido mediático se caracteriza más por su forma que por su contenido,
se caracteriza por adaptarse a y sacar provecho de las formas y medios
masivos de comunicación, donde la emisión del mensaje es unipolar
(proviene de megacentros y llega a todos los ciudadanos masificados
por igual) y su contenido ideológico es totalmente débil. La identificación
ya no es con una doctrina sino con mensajes ambiguos, o con las
cualidades personales de sus portadores, “comunicadores” natos que
captan adeptos por su imagen más que por el contenido de su discurso.
A su vez, la ambigüedad del mensaje delata la intención de obtener el
mayor apoyo posible del público, más allá de las diferencias que puedan
existir en él. Las divisiones de la sociedad parecen ser irrelevantes, son
diluidas por los mensajes vagos que los candidatos emiten. Por eso se
habla de “catch-all-parties” (partidos atrapatodo), partidos que procuran
alcanzar el mayor número de adeptos evitando discusión sobre
contenidos sustantivos que podrían resultar divisivos. La coalición
liderada por Ronald Regan se adapta a este tipo de partido, pero años
antes Regan mismo fue anticipado en la ficción por el personaje Chancey
Gardiner de la inteligente novela de Jerry Korzinsky, Desde el Jardín
(Being There).254
La distinción entre partidos de notables, partidos organizativos de
masa y partidos mediáticos constituye una primera clasificación de
los partidos políticos, que podríamos llamar histórica. También se
254
El partido atrapatodo es esencialmente una organización política profesionalizada y
electoralista cuya actividad más importante es la elección interna de los candidatos y la posterior
participación en elproceso electoral, con débiles lazos organizativos de tipo vertical y que
ante todo se dirige al electorado, conceptualizándolo como un foco de opinión que debe ser
informado y conquistado y que se haya disponible. Los dirigentes de este tipo de partidos
ceden espacios a expertos en áreas especializadas (tecnocracia) y precisan de una amplia
flexibilidad estratégica más pendiente de la flexibilidad electoral que de los requerimientos de
la estructura partidaria. La tomade decisiones resulta de un proceso ejecutivo y profesionalizado
que se sitúa en el vértice de la organización con mayor autonomía de los líderes y que se
derrama de arriba hacia abajo. Los militantes son reemplazados por cuadros con pretensiones
de desarrollar carrera política en la estructura del partido. Los políticos que lograrán
encumbrarse son los que tracciones votos y los que midan adecuadamente en la proliferación
de sondeos y encuestas a las que son tan proclives estas estructuras... El financiamiento ahora
se obtiene de contribuciones empresarias y de grupos de interés y del aporte estatal por
disposición legal... En tanto su objetivo marcadamente electoralista y su actividad ceñida sólo
a los procesos preelectorales, el partido “comunica” a cada auditorio lo quiere oir, enarbolando
diferentes y a veces contradictorios discursos de acuerdo a la zona geográfica en la desarrolle
su acción y a los sectores sociales a los que se dirija”. Berchloc, J. Temas de teoría del estado.
Bs. As., La Ley, 2003, pp. 77-78.

215
JUAN DANIEL VIDELA

suele hablar de partidos territoriales, regionales o nacionales teniendo


en cuenta la variable geográfica, de partidos de izquierda y de derecha,
y de partidos políticos puros o partidos de oposición (religiosa,
ideológica, de clase, de edad, etc.) según que se definan por fines más
o menos particulares.
En la República Argentina encontramos que el primer partido
organizativo de masas es el peronismo, que se consolida a mediados
del siglo XX, mientras que la Unión Cívica Radical está acuñada en el
molde del partido de notables, aunque luego expande su base electoral,
conservando un mensaje difuso. Recién hacia 1983-2000 ambos
partidos adquieren caracteres mediáticos.

e) Sistemas de partidos y sistemas electorales


En las arriba apuntadas clasificaciones de los partidos políticos hemos
omitido otros tipos tales como el partido único o hegemónico (de
naturaleza totalitaria), y el pluralista o democrático, que son en
realidad expresiones que se refieren no a los partidos en sí, sino a
sus relaciones mutuas en un contexto de competencia por la
legitimidad representativa, el que podría llamarse sistema de partidos.
Así un partido es único cuando por las circunstancias de hecho o
de derecho puede excluir a otros, mientras que es competitivo
cuando supone por definición la existencia de otros partidos que
pretende excluir del ejercicio del poder. Así es más preciso hablar
de “sistema de partido único” que de partido único (o democrático-
competitivo) a secas. Lo que está en juego en este análisis son
precisamente las reglas del juego político que permiten la aparición,
supervivencia, organización e interacción de los partidos políticos.
Debemos destacar que estas reglas por lo general obedecen a causas
históricas.
La clasificación contemporánea más conocida distingue entre sistemas
unipartidista, bipartidista y multipartidista, formulada después de la
segunda postguerra y tomando en cuenta la experiencia de la guerra
fría. En efecto, esta había dejado pseudo-democracias o totalitarismos
en Europa del Este y la Unión Soviética que de hecho prohibían la
contienda electoral, consagrando un partido único, mientras que
Europa Occidental, acarreando en algunos casos una tradición de
inestabilidad se caracterizaba por el multipartismo. El tercer miembro
de la trilogía lo aportaba la experiencia de los países anglosajones
(Estados Unidos, Reino Unido) cuyos sistemas estaban basados en
216
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

dos partidos (demócratas y republicanos, laboristas y conservadores,


respectivamente). Quedaban sin embargo fuera de la tipología factores
no menos importantes que el número para el sistema de partidos: la
ideología de los competidores y la estabilidad del sistema como un
todo. Fue Sartori en su obra de los años setenta quien reformuló la
clasificación tradicional agregando esas variables.255 Así surgió una
tabla de ocho categorías, más o menos universalmente aceptadas:
sistemas a) de partido único, b) de partido hegemónico, c) de partido
predominante, d) bipartidista, e) multipartidista, limitado, extremo o
atomizado, según que este último tienda a la dispersión centrífuga de
partidos o a una relativa estabilidad del sistema. En cuanto a la
estabilidad, en los casos a), b), c), y d) es obvio que esta se alcanza
con más frecuencia por el predominio de un número menor de fuerzas.
En cuanto a la ideología del sistema de partidos, es obvio que el
bipartidismo y el multipartidismo son mucho más plurales que el
unipartidismo de carácter autocrático, modelado sobre el cuño
estalinista que considera al partido como un instrumento de clase
para la reforma del estado en una sola dirección ideológica.
Caería fuera de los límites de este trabajo contestar por qué algunos
estados han desarrollado un sistema y otros otro. Ya sabemos que la
aparición del comunismo en el siglo XX llevó a sistemas unipartidistas,
pero estados de tradición más o menos democrática han acabado
con partidos hegemónicos como el peronismo en Argentina, mientras
que es llamativo que algunas democracias europeas y las anglosajones,
compartiendo muchos valores políticos han optado por el
bipartidismo. En este último caso puede decirse que el bipartidismo
anglosajón es resultado de dos grandes factores: el pragmatismo
anglosajón que se satisface con dos partidos solamente para hacer
marchar una democracia, y el grado de integración social de Estados
Unidos y el Reino Unido, sistemas políticos divididos por pocas
cuestiones fundamentales. En cambio Europa continental tiene una
tradición de conflicto entre derechas e izquierdas que se reflejada en
el sistema de partidos. Agreguemos que a veces factores regionales o
de clase alimentan la aparición y existencia de ciertos partidos. En
Argentina, nos atrevemos a decir, el peronismo ha sido partido
dominante o hegemónico por más de seis décadas por su capacidad
de articular efectivamente la cuestión obrera y la integración social
de las clases bajas bajo un techo ideológico nacionalista, más allá de
que en sus inicios tuvo matices marcadamente autoritarios.
255
Sartori, G. Partidos y sistemas de partidos. Madrid, Alianza, 1980.

217
JUAN DANIEL VIDELA

Pasamos finalmente a la cuestión de los sistemas electorales, es decir


al problema de cómo los votos que reciben los partidos en las
elecciones se traducen en la participación en el poder que reciben,
en los escaños parlamentarios y otros cargos que les corresponden.
Aquí la traducción es doble, porque es también ideológica: a través
de los sistemas electorales se traduce o interpreta la voluntad del
electorado o cuerpo electoral, al que la tradición democrática llama
pueblo y atribuye soberanía. En cualquier caso, la traducción nunca
es perfecta y siempre se da en desmedro de algunos partidos, los
más pequeños generalmente.
Dos grandes principios dominan la arquitectura de los sistemas
electorales, que es unas veces materia de normativa constitucional y
otras simplemente legal. Son el principio de la mayoría y el principio
de la proporcionalidad. De acuerdo al primero corresponde a la
esencia del orden democrático seguir las decisiones de la mayoría, lo
que además parece contribuir a la estabilidad del sistema por cuanto
impide la fragmentación de los cuerpos colegiados, cámaras o
legislaturas. De acuerdo al principio de la proporcionalidad es preciso
representar tantos electores cuantos sea posible, se trata de reflejar
lo más exactamente posible la imagen fragmentada de los pareceres
del electorado.256
El principio mayoritario ha retrocedido en las prácticas de la
arquitectura constitucional, pero aún se conserva en muchas
legislaciones que otorgan la mayoría de las bancas parlamentarias
a la primera minoría (sin perjuicio de otorgar representación a
otras minorías, pero sin la cantidad necesaria de votos para
determinar las decisiones). También desde luego los ejecutivos
unipersonales (los cargos de presidente o primer ministro en las
democracias occidentales) se otorgan por simple mayoría. A su
vez, el principio proporcional está generalmente limitado, de modo
que siempre quedan partidos excluidos de obtener representación
alguna.
El principio mayoritario se expresa en sistemas mayoritarios, cuya
actualización a su vez depende de como el electorado esté repartido
en distritos. En el caso de la elección de presidente, los estados
presidencialistas normalmente se organizan como colegio electoral
único (el electorado no está repartido sino que forma un sólo
distrito), de donde quien obtiene la simple mayoría obtiene el

256
Cf. Fayt, C. Sufragio y representación política. Bs. As., Omeba, 1963, pp. 43-68.

218
COMUNIDAD, PODER, CIUDADANÍA.

cargo, de no mediar el requisito de una segunda vuelta o ballotage,


que exija una mayoría calificada, normalmente absoluta. Tratándose
de cuerpos colegiados, cuando se adopta el principio mayoritario,
resultan electos los candidatos de la mayoría quienen se asignan la
totalidad de las bancas. Como variante, o sistema mixto, se suele
otorgar una posición de las bancas a la segunda fuerza,
generalmente un tercio de ellas. Pero a veces se aplica el sistema
de circunscripciones uninominales, donde el electorado está
dividido en tantos distritos como bancas existen, resultando
ganador quien obtiene una simple pluralidad de votos. Porque cada
distrito (vecindario, región) manda un representante al cuerpo
colegiado, no puede darse representación a las fuerzas menores,
ni siquiera la segunda. Para que esta variante contribuya a la
representatividad del sistema, el distrito electoral debe ser lo
suficientemente pequeño para que el electorado conozca todos
los candidatos a legislador. Como veremos el sistema de las
circunscripciones uninominales suele asociarse a (o crear las
condiciones para) el bipartidismo.
Por su parte, el principio proporcional se expresa en sistemas así
llamados representativos o minoritarios, por dar participación a las
minorías en los cuerpos colegiados. Hay diversas variantes que tienen
casi todas en común la noción de cociente electoral, o número que
resulta de dividir el número de votos por el número de cargos a
elegir. Subyace al sistema la idea de proporcionalidad como relación
aritmética, donde a mayor cantidad de votos corresponde mayor
cantidad de representantes. Por ejemplo, si hay 400 diputados y
2.000.000 de votos, el cociente es 5.000. En principio se consagra
aquel candidato que alcanza al menos dicho cociente. La variante
técnicamente más sofisticada de los sistemas proporcionales es el
sistema de D´Hont, que lleva el nombre de su inventor y data de
1878. El número de votos emitidos para cada partido se divide por
el número de bancas a elegir, obteniéndose diversos cocientes. Estos
en un segundo paso se ordenan decrecientemente hasta llegar
nuevamente al número de bancas a elegir. La cifra en que se detiene
esta segunda cuenta es un cociente llamado cifra repartidora. Todo
partido que haya obtenido al menos una vez la cifra repartidora
obtendrá una banca, hasta un máximo de bancas que coincide con
el número de veces en que tal cifra cabe en el número de votos de
ese partido.257
Faltaría agregar que sistemas de partidos y sistemas electorales se
combinan unos y otros dando diversas imágenes de democracia con

219
JUAN DANIEL VIDELA

diferentes matices de representatividad. Así, ha sido uno de los lugares


clásicos de la ciencia política señalar que los sistema electorales
determinan o fomentan la aparición de sistemas de partidos,
particularmente que el sistema de circunscripciones uninominales que
otorga bancas por mayoría absoluta fomenta el bipartidismo, y que la
proporcionalidad fomenta la multiplicidad de partidos. Más allá de la
discusión tópica de si la relación sistema electoral/ sistema de partidos
es una relación típica de causa-efecto, resulta interesante advertir
cómo en la práctica las leyes electorales combinan los sistemas
electorales a los efectos de mitigar las consecuencias de estos. Así se
combina el sistema mayoritario para la elección de jefe de estado
con representación proporcional en las legislaturas, o se establecen
“umbrales” mínimos de votos que un partido debe obtener para
alcanzar una banca, evitando una fragmentación excesiva del cuerpo
legislativo.
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257
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y que están divididos en tres partidos. A con 1501, B con 799, y C con 700, respectivamente.
Dividamos dichas cifras por la serie 1, 2, 3, toda vez que 3 es el número de candidatos a elegir.
El resultado es el siguiente, sin contar las fracciones: Partido A: 1501% 1: 1501, 1501% 2: 750,
1501% 3: 500. Partido B 799% 1: 799, 799% 2: 399, 799% 3: 266. Partido C 700% 1: 700, 700%
2: 350, 700% 3: 233. Ordenemos los cocientes de mayor a menor: 1501 (A), 799 (B), 750 (C).
El común divisor es 750 y le corresponden al partido A 2 representates y al partido B 1
representante. En efecto, si dividimos los tres números por el mismo divisor 750, los cocientes
que obtengamos serán proporcionales entre sí.” Ibid., p. 57.

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INDICE

A- ADVERTENCIA AL LECTOR ............................................ 7


B- INTRODUCCIÓN ................................................................ 9
CAPÍTULO PRIMERO: el saber político ................................. 9
1- Ciencia y filosofía: antigüedad, modernidad, positivismo ............ 9
a) Ciencia y filosofía en la antigüedad ............................................... 9
b) Ciencia y filosofía en la Modernidad ............................................ 10
c) El positivismo .................................................................................... 11
d) Conclusión ........................................................................................ 12
2- Desarrollo de la ciencia política como caso particular de la
relación ciencia-filosofía .......................................................................... 13
3- Excurso (1): moral y política, el conflicto en Maquiavelo ........... 15
4- El “objeto” de la ciencia política: diversas posturas ..................... 16
5- La crisis de la ciencia política como disciplina autónoma ........... 20
a) Consecuencias epistemológicas de la separación estado/
sociedad .................................................................................................. 20
b) El problema de la neutralidad valorativa .................................... 23
6- Excurso (2): la ciencia política estudiada en el marco de las
disciplinas jurídicas. El Derecho Político, acepciones ....................... 24
a) Primera acepción de Derecho Político: conocimiento del
orden político-constitucional ............................................................. 24
b) Segunda acepción de Derecho Político: introducción a las
ciencias políticas .................................................................................... 26
7- Excurso (3): grandes paradigmas o modelos del pensamiento
político ........................................................................................................ 27
a) Los problemas del saber político ................................................. 27
b) La noción de paradigma en la historia del pensamiento
político .................................................................................................... 28

C- PARTE HISTÓRICA ............................................................ 31


CAPÍTULO SEGUNDO: El modelo aristotélico de la política.
Concepto de comunidad. .......................................................... 31
1- El paradigma aristotélico .................................................................... 31
a) Significado y contexto histórico ................................................... 31
b) La polis griega: .................................................................................. 32
2- Tesis fundamentales de la política aristotélica .............................. 34
a) Noción de “naturaleza” (physis) ................................................... 34
b) La polis o Koinonía ......................................................................... 35
c) Idea de una naturaleza política del hombre ............................... 36
d) Consecuencias de las tesis aristótelicas ..................................... 38
3- Formas políticas de la antigüedad tardía: los grandes imperios ... 40
4- El pensamiento político en la época de los imperios.
El estoicismo ............................................................................................. 42
5- La política en la edad media. El feudalismo .................................... 44
6- El cristianismo ...................................................................................... 47
a) Origen y caracteres ......................................................................... 47
b) Influencia en la teoría política medieval ...................................... 49

CAPÍTULO TERCERO: El modelo contractualista.


La soberania (poder) del estado moderno. .................................... 51
1- Formación del estado moderno en Europa.
Diversos aspectos .................................................................................... 51
2- El estado absoluto y la personalización de la soberanía.
Bodino ........................................................................................................ 53
a) Aparición del concepto de soberanía en J. Bodino .................. 53
b) Soberanía o poder de y en el estado .......................................... 56
3- La sociedad civil: desarrollo histórico. Su relación con el
estado ......................................................................................................... 57
4- El paradigma individualista o contractualista. Hobbes, Locke,
Rousseau .................................................................................................... 59
a) El iusnaturalismo contractualista: ................................................. 59
b) Estado de naturaleza y sociedad civil. El pacto social según
Hobbes, Locke y Rousseau ................................................................ 60
c) Comparación con el modelo aristotélico ................................... 67
5- Excurso: comunidad y asociación en la sociología
contemporánea ......................................................................................... 69

CAPÍTULO CUARTO: El estado liberal de derecho ............... 73


1- Despersonalización de la soberanía ................................................ 73
a) Introducción ...................................................................................... 73
b) Del estado de leyes al estado de derecho ................................. 74
c) Presupuestos de la despersonalización: individualismo,
liberalismo, igualitarismo, seguridad jurídica ................................... 75
d) Teorías de la soberanía popular y nacional ................................ 77
2- El constitucionalismo o liberalismo jurídico .................................. 78
a) Concepto y desarrollo ................................................................... 78
b) La constitución en sentido jurídico-formal ................................ 80
c) Teoría del poder constituyente, Sieyès ...................................... 80
d) Superlegalidad, estado de derecho .............................................. 82
e) Consecuencias históricas del constitucionalismo ..................... 83
3- La constitución en sentido material ................................................ 84
4- Excurso (1): Tipología de los conceptos de constitución de
García Pelayo ............................................................................................. 85
5- Excurso (2): liberalismo político y liberalismo económico ........ 88

CAPÍTULO QUINTO: Democracia, capitalismo, socialismo .... 91


1- Democracia y liberalismo .................................................................. 91
a) Rasgos de la democracia moderna ............................................... 91
b) Democracia antigua y democracia moderna ............................. 93
c) Democracia prescriptiva y democracia empírica ...................... 95
d) La tensión entre libertad e igualdad ............................................ 96
2- Democracia y capitalismo .................................................................. 98
a) Desarrollo de la economía capitalista ......................................... 98
b) Estado y mercado: ........................................................................... 99
3- Del estado liberal clásico a la democracia liberal ......................... 100
4- El socialismo. Marx ............................................................................. 102
5- La democracia social o estado social-democrático ...................... 104
a) Constitucionalismo Social .............................................................. 104
b) Estado social-democrático como estado de bienestar ............ 106
c) El Estado keynesiano ....................................................................... 107
6- El neoliberalismo ................................................................................. 109

D- PARTE SISTEMÁTICA ........................................................ 113


CAPITULO SEXTO: La comunidad política .......................... 113
1- Hacia una teoría de la comunidad y la dominación políticas ...... 113
a) Aspectos metodológicos ................................................................ 113
b) Comunidad y dominio .................................................................... 114
c) Sociedad y estado ............................................................................ 115
d) Excurso: lo público y lo privado ................................................... 116
2- El estado: recapitulación. Definiciones nominal, histórica, y
sistemática .................................................................................................. 117
3- Orientaciones teóricas del análisis del estado en la ciencia
política contemporánea. ......................................................................... 121
a) La teoría del estado ......................................................................... 121
b) Neoinstitucionalismo ...................................................................... 124
c) La Teoría de sistemas ..................................................................... 125
d) Marxismo y neomarxismo ............................................................. 127
4- Elementos del estado ......................................................................... 128
5- Estado y gobierno ............................................................................... 131

CAPITULO SÉPTIMO: Formas y fines de la comunidad


política......................................................................................... 133
1- Formas políticas: concepto de forma en política .......................... 133
2- Tipologías clásicas ................................................................................ 135
a) Aristóteles ......................................................................................... 135
b) Polibio ................................................................................................ 138
c) Los pensadores medievales. Santo Tomás ................................. 140
d) Maquiavelo ........................................................................................ 141
e) Montesquieu ..................................................................................... 143
3- Tipologías de la ciencia política contemporánea: lo clásico
y lo contemporáneo. Caída de los criterios del número y
el fin del gobierno .................................................................................... 145
4- Formas de estado ................................................................................ 148
a) Democracia y Autocracia ............................................................... 149
b) Estado unitario y estado compuesto ........................................... 152
5- Formas de gobierno: la visión contemporánea ........................... 153
a) Parlamentarismo y presidencialismo ........................................... 154
b) La dictadura ...................................................................................... 155
c) Gobiernos de jure y de facto. Terror y golpes de estado en
la Argentina ............................................................................................ 156

CAPÍTULO OCTAVO: El poder político ................................ 161


1- Grandes paradigmas o modos de comprender el poder ........... 161
a) Introducción ...................................................................................... 161
a) El modelo jurídico (racional-normativo) ..................................... 162
b) El modelo sociológico .................................................................... 163
c) El modelo de Foucault: microfísica del poder ........................... 165
2- La cuestión de la legitimidad del poder .......................................... 166
a) Introducción: ..................................................................................... 166
b) Tipología de Max Weber ............................................................... 169
3- Espectro semántico del poder ......................................................... 171
a) Poder y autoridad ............................................................................ 171
b) Poder y coacción ............................................................................. 172
c) Poder y manipulación ...................................................................... 173
d) Poder e influencia ............................................................................ 175
e) Conclusión ........................................................................................ 176
4- Tipos de poder .................................................................................... 178
5- Estructura del poder .......................................................................... 179
6- Excurso: la burocracia ........................................................................ 181

CAPÍTULO NOVENO: La ciudadanía .................................... 185


1- La ciudadanía, concepto fundamental de la política ..................... 185
a) Introducción ...................................................................................... 185
b) Comunidad, dominio y ciudadanía ............................................... 186
2- Modelos históricos de la ciudadanía ................................................ 189
a) Platón y Aristóteles ......................................................................... 189
b) Los estoicos ...................................................................................... 192
c) Del absolutismo al contractualismo ............................................. 193
d) Kant .................................................................................................... 196
3- Ciudadanía global ................................................................................. 198
a) Ciudadanía y fin de la historia ....................................................... 198
b) Crisis del estado nacional 230 ...................................................... 199
c) La globalización y el agotamiento del proyecto moderno ...... 201

CAPÍTULO DÉCIMO: Ciudadanía, representación,


participación ............................................................................... 203
1- Introducción: Ciudadanía y democracia ......................................... 203
2- Representación política ...................................................................... 204
a) La representación política: naturaleza y tipos ........................... 204
b) El sufragio .......................................................................................... 206
3- Ciudadanía y participación ................................................................. 207
a) Participación política, comportamiento electoral y apatía ...... 207
b) La opinión pública ............................................................................ 210
c) Grupos de interés y de presión ................................................... 211
d) Partidos políticos ............................................................................. 213
e) Sistemas de partidos y sistemas electorales .............................. 216

E- BIBLIOGRAFÍA ..................................................................... 221


Este libro se imprimió en Agosto de 2004
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