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Anselm Jappe
Lo que para unos era “esa gran luz al Este” (tal como decía al hablar de la
década de 1920, el escritor francés Jules Romain, que, por otro lado, no era
comunista) era para otros el “Imperio del Mal”. Evidentemente, la tentativa
de construir en el país más grande del mundo una sociedad totalmente
nueva suscitó juicios muy diferentes. Sus defensores retroactivos son ahora
pocos (¡pero existen!). Las condenas de la experiencia soviética
pronunciadas desde el punto de vista liberal, o digamos simplemente
“burgués”, elaboraron desde el principio la lista de los crímenes y las
fechorías cometidos durante dicha experiencia. Estas condenas raramente
eran falsas; por el contrario, al parecer, durante mucho tiempo, incluso el
ámbito burgués desconocía, o no podía imaginarse, toda la extensión de los
horrores cometidos bajo el estalinismo. Sin embargo, por justas que fueran
dichas denuncias en el plano factual, no se puede por menos señalar que
estaban motivadas en general por el rechazo de la idea misma de un cambio
social incisivo: no se rechazaba la revolución traicionada, sino la propia
revolución; no se rechazaba la realización sangrienta de la utopía, sino la
utopía como tal; no se rechazaban los costes humanos de una sociedad de
iguales, sino el deseo mismo de alcanzarla, incluso el simple hecho de
concebirla. Para los historiadores burgueses, lo criminal era la intención, no
solo su realización. De este modo, llegan con satisfacción a la conclusión
de que toda tentativa de construir una sociedad diferente a la sociedad
capitalista solo puede conducir a la dictadura y a los baños de sangre.
Otros, como el orientalista alemán Karl Wittfogel, que pasó del Partido
Comunista al macartismo, identificaban la URSS con lo que Marx
denominaba el “modo asiático de producción” y veían en él una forma de
“despotismo” comparado con el antiguo Egipto o la antigua China.
Quisiera proponer aquí otra lectura de la historia de la Rusia soviética. Se
basa esencialmente en los análisis de Robert Kurz contenidos sobre todo en
su primer libro, El colapso de la modernización, publicado en 1991 en
Alemania (pocos meses antes de la disolución definitiva de la URSS) y
traducido recientemente al castellano. Recuerdo que Kurz ha sido el autor
más importante de la “crítica del valor”, elaborada a partir de 1987 por la
revistas alemanas Krisis y luego Exit!, y retomada desde entonces en otros
países.
Allí donde existe una separación entre productores, que no se interesan por
el valor de uso de sus productos, sino solamente por la posibilidad de
venderlos, y los consumidores, que, por el contrario, deben interesarse por
el valor de uso, únicamente la competencia introduce un mínimo de
racionalidad, es decir, que corrige parcialmente la irracionalidad de dicho
mecanismo. En la URSS, la indiferencia de la mercancía hacia su valor de
uso llegó a alcanzar, en ausencia del mecanismo de la competencia, altas
cotas, con el fenómeno conocido del despilfarro y de la ineficiencia
extrema. El irracionalismo de la economía mercantil era allí aún más
evidente que en Occidente.