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I.

“El Derecho romano como elemento de la cultura jurídica de nuestros


días”
Alejandro Guzmán Brito
Cuando se quiere estudiar a los temas relacionados con lo humanista en el
mundo, todos sus elementos son de suma importancia, debido a que están
relacionados el uno con el otro y en este caso particular, todo seria lo mismo. Es
esencial mencionar a los filósofos si se quiere hablar de filosofía, así como es
esencial hablar del derecho si lo que se busca es efectuarlo en nuestro día a día.
Realmente, el principal factor que distinguió al Derecho romano fue haber sido
desarrollado, cultivado y transmitido por un estamento profesional de
jurisconsultos o prudentes, lo que sigue viéndose en la actualidad puesto que
“todo libro de Derecho civil es necesariamente de Derecho romano y que todo
jurista es necesariamente romanista”. (Guzmán, 2012)
Esto permitió que surgiera como una auténtica ciencia jurídica autónoma, con sus
propios métodos, razonamientos y sistematicidad, a diferencia de las sociedades
griegas donde el Derecho se encontraba subordinado a la retórica. Esta tradición
de que el jurista creara al jurista, formándolo bajo su tutela y a través de la
imitación de su maestro, fue lo que hizo posible el nacimiento y evolución del
Derecho como disciplina autónoma e independiente en Roma.
Durante la Edad Media. Aunque desapareció después de la caída del Imperio
Romano, gracias al descubrimiento del Corpus Iuris Civilis de Justiniano en
Bolonia en el siglo XII, la compilación más grande de los textos jurídicos romanos,
los glosadores, dirigidos por Irnerio, volvieron a estudiar el derecho romano como
ciencia. Esta etapa fue fundacional y se basó en las primeras universidades con
facultades de derecho, que en el futuro se extendieron por toda Europa y más
tarde por América.
El Derecho romano constituye la matriz del actual Derecho privado codificado, ya
que sus conceptos, instituciones y principios subyacen y se encuentran presentes
en los modernos códigos civiles, aunque ahora plasmados de manera abstracta y
sistemática. Por ello, su estudio resulta insoslayable para comprender a cabalidad
las bases y fundamentos en que se sustentan las disposiciones del Derecho civil
vigente. Pero además de esta razón sustantiva, el Derecho romano ofrece una
experiencia jurídica contrastante con la actual, al ser un derecho analítico y
casuístico creado por la labor de juristas mediante razonamientos concretos, a
diferencia de los derechos sintéticos y abstractos plasmados en códigos por
legisladores. Conocer esta tradición distinta previene del parroquialismo jurídico y
amplía la visión del estudiante al tomar contacto con formas diversas de entender
y razonar el Derecho.
Desde el punto de vista pedagógico, el autor considera al Derecho romano como
la herramienta ideal para la primera aproximación del estudiante al mundo jurídico
en el primer año de la carrera. Su carácter lógico, sistemático y enfoque
dogmático-institucional provee una formación sólida en los conceptos
fundamentales, el lenguaje técnico, los modos de razonamiento y las instituciones
jurídicas básicas. Esta base sentará las condiciones para facilitar su posterior
aprendizaje de las demás ramas del Derecho y la comprensión de la teoría jurídica
en los años superiores.
II. “La costumbre como fuente del derecho romano”
María-Eva Fernández Baquero
Para comenzar, se debe a entender que la palabra fuente proviene del latín
“Fons”, lo que se interpreta como “origen”, “principio” o “nacimiento”. Dentro del
contexto jurídico, esta terminología se refiere a aquel lugar donde surge el
derecho, sin embargo, aunque los romanos utilizaban diversos términos para
expresarse al derecho, como “venit”, la palabra que hoy en día se conoce como
“fuente del derecho” no eran tan común entre los juristas romanos.
Lo primera distinción que las fuentes del derecho proporcionaron fue la del
derecho escrito y el no escrito, siendo el “no escrito” quien representa
principalmente lo que se conoce como costumbre. Para los antiguos romanos la
costumbre, especialmente los "mores maiorum" (costumbres de los antepasados),
era la encargada a lo relacionado a la administración de asuntos privados y
conforme pasó el tiempo, esta fue dejando de tener importancia, pero esto
dependía mucho del contexto en el que se produjera.
Dentro del desarrollo del derecho romano, hasta la llegada de Octavio al poder de
Roma, la costumbre tuvo el dominio, como mencioné anteriormente, de ser la
encargada en las resoluciones de conflictos privados, por otro lado, conforme pasó
el tiempo, el derecho escrito gano poder y protagonismo, dejando de lado al
derecho no escrito, aunque este aun tuviera pequeñas aportaciones.
Desde la antigüedad, las famosas “leges regiae”, estando fragmentadas y siendo
sujetas a debate, se consideraban como una manifestación de las costumbres
muy tradicional en Roma, o, en algunos casos, hasta leyendas. Aunque estas no
fueran formales del todo, eran respetadas por la sociedad romana primitiva, lo que
ayudaba a mantener un orden colectivo y de ámbito divino.
En este punto, la religión estaba muy relacionada con la cotidianidad de las
personas y el orden jurídico existente en aquel entonces, es así que podemos
decir que las normas religiosas y los rituales influían en la vida publica y privada
de aquellos romanos. Por poner un ejemplo, las leges regiae no solo
administraban las cuestiones civiles, sino que también tocaban asuntos de
carácter religioso y ceremonias.
El mando del paterfamilias, el encargado de la familia dentro de las domus, era
totalitario, puesto que este tenia el derecho de decidir la viuda y la muerte de los
integrantes de sus familias, así como el control de quien ingresaba a las familias a
través de adopciones o tratados para pertenecer a ellas. A parte de ser la
autoridad mas grande en los asuntos legales, también era el líder religioso,
encargado de dirigir los rituales y mantener culto a los antepasados divinizados,
puesto que a ellos se les consideraba como seres de índole superior o espiritual.
Conforme la republica romana comenzó a establecerse, surgieron nuevas formas
de legislación, así como la “Lex Xll Tabularum”. Estas leyes marcaron un antes y
un después si hablamos de codificar las normas escritas, lo que llevo a desarrollar
lo que se conocería como el derecho civil romano. Algo a resaltar es que incluso
con el surgimiento de las leyes escritas, la interpretación de los juristas y las
costumbres siguieron efectuando en materia jurídica romana.
Durante este periodo republicano de Roma, el Paterfamilias era esencial cuando
se trataba de aspectos sociales y legales, debido a que este poseía un poder
absoluto dentro del grupo familiar, además de ser respaldado por el poder público,
lo que le permitía gozar sus funciones como el máximo líder. El ordenamiento
publico si podía imponer sanciones a los Paterfamilias si violaban las normas y
costumbres previamente establecidas por la ley (mores maiorum, mores gentium o
mores civitatis), estas medidas solo servían como actos expiatorios y no anulaban
su autoridad sobre el grupo familiar.
La conducta del paterfamilias tenia sus limitaciones sociales y morales, puesto que
este debía reflejar beneficios a la comunidad que gobernaba, ya que todos sus
actos dictaban el honer y prestigio que tendría su familia. Pese a que este ejercía
poderes totalitarios, había restricciones como correctivos de abusos, destacando
el papel del consilium domesticum como órgano de asesoramiento y control.
Imagina una familia romana tradicional reunida para tomar una decisión
importante. El patriarca, el respetado paterfamilias, no actuaba por su cuenta. En
su lugar, consultaba al "consilium domesticum" - un consejo familiar informal pero
muy influyente.
Aunque no hay registros detallados sobre cómo funcionaba exactamente este
consejo, parece haber sido crucial. Los familiares más cercanos y respetados se
sentaban con el paterfamilias para analizar el tema. Aportaban sus perspectivas y
opiniones con la intención de guiarlo a tomar la decisión más acertada según las
"costumbres de los antepasados" (los mores maiorum).
En la antigua Roma, estas tradiciones familiares y de los ancestros eran la
principal fuente del derecho privado, las normas que regían el día a día de los
ciudadanos. Pero con el advenimiento de la República, las cosas comenzaron a
cambiar.
Las nuevas instituciones republicanas, como la Ley de las XII Tablas y las
asambleas legislativas, introdujeron un nuevo concepto: las leyes escritas. Poco a
poco, estas normas codificadas ganaron más peso que los poderes absolutos del
paterfamilias y las viejas costumbres.
Una figura clave en este cambio fueron los "censores". Además de realizar el
censo, estos magistrados tenían la misión de preservar las buenas costumbres
romanas mediante la "cura morum". Si veían a un ciudadano, incluso dentro de
una familia, actuando de forma inapropiada según los valores tradicionales, ¡lo
sancionaban!
Así, los censores ayudaron a mantener el respeto por las tradiciones sin
necesidad de crear tantas leyes nuevas. Aunque las costumbres seguían siendo la
principal fuente del derecho privado, las leyes escritas y la intervención de los
censores fueron ganando importancia poco a poco. Esta transición muestra la
compleja interacción entre la ley formal y las normas culturales arraigadas en el
antiguo mundo romano.
En los viejos tiempos de la República romana, a medida que el Imperio crecía y
conquistaba nuevos territorios, la sociedad romana se volvía cada vez más diversa
y cosmopolita. Nuevas culturas y formas de vida se integraban constantemente.
Esta fusión cultural trajo enormes cambios, incluyendo en el ámbito jurídico, con
tantos nuevos habitantes, los antiguos censores no daban abasto para controlar
que todos se comportaran según las estrictas costumbres romanas tradicionales.
Ante esta realidad, los legisladores decidieron tomar cartas en el asunto. Puesto
que comenzaron a promulgar cada vez más leyes escritas que regulaban aspectos
antes regidos únicamente por la patria potestas de los paterfamilias y los mores
maiorum (las costumbres ancestrales).
Un ejemplo de esto es que se aprobaron nuevas normas que limitaban el poder de
las mujeres sobre las herencias familiares. Otras restringían los lujos femeninos o
penalizaban conductas antes toleradas, como el incesto o la seducción ilícita.
Definitivamente, el Estado romano asumía un rol cada vez más protagonista en la
regulación de la vida privada de los ciudadanos, desplazando parcialmente la
autoridad de las viejas costumbres familiares, esta tendencia se intensificó con la
crisis de la República. No obstante, a pesar del auge del derecho escrito, las
tradiciones y costumbres populares nunca perdieron su importancia fundamental
en el sistema jurídico romano, ya que las consideraba un complemento clave de
las leyes aprobadas y una guía esencial para su interpretación por los jueces.
III. “Reflexiones en torno a las funciones de la condena por daños
extrapatrimoniales a la persona a partir de estudio de la “iniuria” del
derecho romano clásico”
Luis Carlos Sánchez Hernández
En la antigua Roma, los delitos se dividían en dos grandes categorías: los crimina
y los maleficia. Esta distinción era crucial para entender cómo se impartía justicia y
se aplicaban las leyes en aquella época.
Los crimina eran los delitos más graves que atentaban contra toda la comunidad
romana. Se consideraban ofensas contra el orden divino y político de la ciudad.
Por ejemplo, traiciones, sediciones o actos que perturbaban la paz pública. Ante
estos crímenes mayores, la venganza privada era inicialmente una respuesta
común y aceptada. Las familias ofendidas tomaban justicia por mano propia,
siguiendo una antiquísima tradición.
Sin embargo, con el tiempo, las autoridades estatales asumieron un rol más
protagónico. Se promulgaron las primeras leyes penales escritas que establecían
procedimientos formales, autoridades a cargo y castigos públicos severos para los
culpables de crimina. De esta manera, el Estado intentaba erradicar la práctica de
la venganza privada y centralizar la administración de justicia.
Por otro lado, los maleficia eran delitos de índole más privada que dañaban
intereses individuales y no a la comunidad en general. Un ejemplo típico era la
iniuria, que implicaba lesionar el cuerpo, el honor o la dignidad de una persona
libre. En estos casos, era el propio afectado o su familia quienes debían iniciar
acciones legales en búsqueda de compensación por los daños sufridos.
Con el tiempo, el concepto de iniuria se fue ampliando hasta incluir no solo
agresiones físicas, sino también ofensas verbales, calumnias o cualquier afrenta al
buen nombre de un ciudadano romano. Esto reflejaba la importancia que la
sociedad romana le daba al honor y la reputación individual.
Es interesante notar que, mientras algunos daños eran meramente económicos y
podían reclamarse por vías específicas, la iniuria protegía valores
extrapatrimoniales como la integridad física y moral de la persona. No solo se
trataba de un delito contra el individuo, sino contra principios fundamentales muy
arraigados en la idiosincrasia romana como la dignidad y el honor.
En la antigua Roma, había un delito muy particular llamado "iniuria" que atentaba
contra el honor y la dignidad de las personas. La forma de concebirlo y castigarlo
fue evolucionando con los siglos, reflejando los cambios en la misma sociedad
romana.
Inicialmente, según las antiguas Leyes de las Doce Tablas, si alguien sufría una
iniuria podía iniciar una "acción civil" para reclamar una compensación económica
por el daño moral sufrido. Las penas estaban prefijadas por ley, pero con el tiempo
los jueces ganaron más flexibilidad para determinar los montos según la gravedad
de cada caso.
Se hacía una distinción clave: las iniurias podían ser "leves" u "atroces". Las
primeras, como insultos menores, se resolvían con una simple compensación
monetaria. Pero las iniurias atroces, aquellos agravios especialmente graves
cometidos contra personas de alto rango o en lugares públicos, podían recibir
castigos más severos.
Pero lo más fascinante fue la evolución posterior, cuando una ley llamada Lex
Cornelia introdujo acciones penales públicas para juzgar las iniurias. Esto reflejaba
un cambio profundo: la sociedad romana ya no veía estos crímenes sólo como
daños privados, sino como abusos contra valores fundamentales que debían ser
castigados por el Estado.
Esta transición jurídica también sembró las semillas de un concepto clave: la
"reparación integral" por daños, no sólo económicos sino morales. De hecho, si
comparamos la antigua iniuria romana con la figura actual de "daño
extrapatrimonial", vemos similitudes muy interesantes.
Ambos buscan proteger derechos esenciales de la persona como la integridad
física y psíquica, el honor y la dignidad. En ambos casos, un juez determina
equitativamente una compensación económica, ya que estos daños "morales" no
pueden tasarse objetivamente.
Si bien son figuras muy distintas, insertadas en contextos legales diferentes, la
iniuria y el resarcimiento por daños extrapatrimoniales comparten una función
punitiva análoga: sancionar económicamente al culpable por la ofensa cometida
contra la persona.
Más allá de los detalles técnicos, esta comparación demuestra una continuidad
histórica en la preocupación jurídica por tutelar aquellos valores y derechos
humanos esenciales que conforman la dignidad de cada individuo. Un concepto
que, con sus transformaciones, sigue siendo pilar central de nuestros sistemas
legales contemporáneos.
IV. “La patria potestad en el derecho romano y en el derecho altomedieval
visigodo”
Guillermo Suárez Blázquez
En la antigua Roma, una de las instituciones más importantes que regía la vida
familiar era la llamada "patria potestad". Se trataba del poder jurídico exclusivo
que tenían los ciudadanos romanos varones y libres para gobernar sobre sus
familias en calidad de "paterfamilias" o patriarca.
Esta concepción de la autoridad paterna absoluta estaba profundamente arraigada
en la estructura social y política romana desde los inicios mismos de la ciudad. El
matrimonio y la ciudadanía romana se entrelazaban con un sistema patriarcal y de
linaje paterno que definía las relaciones familiares.
Desde el punto de vista legal, la patria potestad implicaba el sometimiento de los
"alieni iuris", es decir, los miembros de la familia que no gozaban de derechos
propios, como los hijos y las esposas. En contraste, la figura de la "tutela" servía
para la protección de aquellos ciudadanos "sui iuris" o independientes que no
estaban bajo patria potestad alguna. Aunque culturas como los gálatas tenían
instituciones similares, los juristas romanos consideraban que sólo los ciudadanos
romanos varones gozaban de esta prerrogativa de poder absoluto sobre su familia
y descendencia.
La patria potestad formaba parte del antiquísimo "ius Quiritium", el derecho civil
original de Roma. Otorgaba al paterfamilias un dominio casi ilimitado que le
permitía, por ejemplo, retener y subyugar a sus hijos bajo su tutela o incluso
disolverla mediante ciertos procedimientos legales.
Este poder se transmitía de padres a hijos varones, perpetuando su continuidad
en la línea masculina de cada familia. Los títulos jurídicos de "filius familias" o "filia
familias" no sólo calificaban la ciudadanía romana de los hijos, sino que los
vinculaban al poder soberano del padre sobre el núcleo familiar.
En la antigua Roma, una de las instituciones más importantes que regía la vida
familiar era la llamada "patria potestad". Se trataba del poder absoluto que tenían
los hombres romanos, en su rol de "paterfamilias" o jefe de familia, para gobernar
sobre todos los miembros de su núcleo familiar.
Esta autoridad total e indiscutible del patriarca se extendía prácticamente sobre
todos los aspectos de la vida de sus hijos, hijas, esposa e incluso esclavos. Desde
decisiones персонales hasta asuntos legales y económicos, la palabra del
paterfamilias era ley dentro de los muros del hogar romano.
La patria potestad era la máxima expresión de la estructura patriarcal y jerárquica
que reinaba en la sociedad romana antigua. El jefe de familia era visto como un
auténtico soberano sobre sus súbditos domésticos, con atribuciones semejantes a
las que tenían los magistrados y el mismísimo emperador sobre los ciudadanos.
Este poder omnímodo se manifestaba de diversas formas. En el ámbito privado y
doméstico, el paterfamilias mediaba y regulaba todas las relaciones entre los
miembros de su familia. Pero también tenía alcances públicos, ya que de él
dependía quién adquiría o no la ciudadanía romana.
Además, al patriarca se le reconocían facultades cuasi-judiciales para juzgar y
castigar las faltas cometidas por sus hijos. E incluso en lo económico, todo lo que
los miembros de su familia adquirieran revertía automáticamente al patrimonio
paterno.
Con el correr de los siglos, la rígida patria potestad fue suavizándose
gradualmente. De ser un poder absoluto e irrenunciable, se fue convirtiendo en un
deber de protección y cuidado hacia los hijos. Las Leyes de las XII Tablas, por
ejemplo, permitieron al padre renunciar voluntariamente a este derecho y liberar
así a su descendencia.
Los cambios más profundos ocurrieron con la llegada del cristianismo. Los valores
de caridad, misericordia y respeto mutuo dentro del matrimonio y la familia
comenzaron a reemplazar las inflexibles normas del pasado pagano.
La nueva religión promovió una visión más equitativa y humanitaria de las
relaciones paterno-filiales. La Iglesia combatió prácticas como el infanticidio, el
abandono de recién nacidos y la explotación laboral infantil, condenándolas como
pecados graves.
Se buscaba transformar la familia romana tradicional en un núcleo cristiano, con
roles más cooperativos entre los esposos y un enfoque centrado en la crianza
amorosa de los hijos. Aunque se preservaba la autoridad paterna, ésta debía
ahora regirse por principios de respeto, fidelidad y bienestar familiar. Así, aquella
institución arcaica de la patria potestad, tan característica de la Roma antigua,
experimentó una profunda evolución de la mano de las nuevas corrientes éticas y
religiosas predominantes en los últimos siglos del Imperio romano.
La transición hacia una visión cristiana de la familia y la patria potestad no fue
sencilla ni inmediata. Durante el reinado de Justiniano en el Imperio Bizantino y en
los reinos germánicos de Occidente tras la caída de Roma, se vivió un periodo de
grandes transformaciones.
En Bizancio, los antiguos vínculos agnaticios (de línea paterna) que determinaban
la patria potestad fueron siendo reemplazados gradualmente por lazos
cognaticios, que reconocían tanto la filiación materna como paterna. Un cambio
significativo en la concepción jurídica de la familia.
En la península ibérica, luego de las invasiones godas, la situación era aún más
compleja. Los nuevos monarcas visigodos debieron lidiar con la coexistencia de
diversas etnias y religiones en sus territorios recientemente conquistados. Un
desafío tanto político como cultural.
Para hacer frente a este mosaico de pueblos, los reyes visigodos adoptaron como
base el "derecho romano vulgar" practicado en los últimos tiempos del Imperio.
Una compilación legal conocida como la Lex Romana Wisigothorum, promulgada
en el año 506 d.C. por el rey Alarico II, buscaba armonizar estas normas romanas
con los preceptos del cristianismo imperante. La poderosa Iglesia procuraba que el
derecho civil, incluyendo las regulaciones sobre el matrimonio, la familia y la patria
potestad, se alinearan con la doctrina cristiana. Los obispos y clérigos ejercían
fuertes presiones sobre los monarcas para que acogieran estas demandas en sus
códigos de leyes.
No siempre fue un camino fácil y hubo tensiones entre el poder temporal de los
reyes y la autoridad religiosa de la jerarquía eclesiástica. Recién con la conversión
oficial del rey Recaredo al catolicismo en el III Concilio de Toledo del año 589, la
Iglesia logró afianzar su influencia legal y espiritual sobre la monarquía visigoda.
En este nuevo contexto germánico-cristiano, la antigua patria potestad romana fue
readaptada bajo el prisma de los valores cristianos predominantes. Si bien el
paterfamilias conservaba su autoridad como cabeza del núcleo familiar, ésta debía
ahora ejercerse con un espíritu de protección, cuidado y responsabilidad acorde a
los preceptos religiosos vigentes. La Iglesia vigilaba de cerca que esta renovada
institución de la patria potestad se mantuviera alejada de cualquier resabio de las
prácticas y concepciones paganas del pasado. Se buscaba así modelar la familia
cristiana moderna sobre los ideales de respeto, fidelidad conyugal y crianza
abnegada de los hijos.
El antiquísimo concepto romano de la patria potestas experimentó una larga y
profunda evolución a lo largo de los siglos. De aquel poder absoluto y autoritario
del paterfamilias pagano, pasó a concebirse como un deber amoroso de guía y
protección familiar bajo el prisma moral del cristianismo predominante.
Esto sin dudas es un claro ejemplo de cómo las instituciones jurídicas más
arraigadas pueden mutar y adaptarse a los nuevos tiempos, valores sociales y
realidades culturales imperantes en cada época histórica.
V. “Los actos ilícitos en el derecho romano”
Arturo Solarte Rodríguez
Imaginen un mundo donde el concepto de "daño injusto" era más que una simple
definición legal. Para los antiguos romanos, el damnum iniuria datum era un
principio fundamental que resonaba en el corazón mismo de su sistema jurídico.
Un eco que aún podemos percibir en nuestras propias leyes contemporáneas.
Al adentrarnos en cómo los romanos enfrentaban estos agravios, nos sumergimos
en una distinción crucial: delitos públicos versus delitos privados. Desde atentados
graves contra el propio Estado hasta injusticias que afectaban a individuos y
familias, el derecho romano abordaba un amplio abanico de transgresiones
sociales y legales.
En este “viaje” al pasado, nos topamos con un hito trascendental: la Ley de las XII
Tablas. Aunque algunas de sus disposiciones puedan parecernos primitivas hoy,
como la venganza privada y los castigos corporales, esta antigua ley sentó las
bases para un enfoque más estructurado y humano de la justicia y la
responsabilidad legal. Un primer paso en la evolución del derecho romano.
Conforme avanzamos a través de los siglos, vemos cómo este sistema jurídico se
fue "humanizando" gradualmente. Conceptos como la intencionalidad del infractor
y la reparación del daño causado cobraron mayor relevancia. Un cambio de
perspectiva que refleja la evolución en la forma en que la sociedad romana
entendía la justicia y la responsabilidad individual, sembrando las semillas de
nuestros propios sistemas legales contemporáneos.
Pero quizás el desarrollo más fascinante fue el surgimiento del concepto de
"obligación ex delicto". Esta novedosa idea transformó la relación jurídica entre el
infractor y la víctima. Ya no se trataba solo de castigar al culpable, sino también de
proporcionar una reparación efectiva al damnificado. Un concepto precursor de
nuestros mecanismos actuales de compensación por daños y perjuicios.
En el vasto universo del derecho romano, el delito de furtum (robo) fue una
cuestión intrincada y en constante transformación, reflejando la cambiante
percepción de la propiedad, la responsabilidad y la justicia en la antigua sociedad
romana.
En su concepción más básica, el furtum implicaba la apropiación injusta de bienes
muebles ajenos sin el consentimiento de su legítimo propietario. Pero con el paso
del tiempo, este concepto se amplió para abarcar una variedad de acciones
consideradas ilícitas, como la sustracción, retención o incluso el simple uso
indebido de cosas que estaban bajo custodia ajena. Un cambio que demuestra
cómo la ley romana iba adaptándose a las complejidades cada vez mayores de las
relaciones sociales y económicas.
El elemento medular del furtum era la "contrectatio rei": el acto mismo de tomar,
usar o retener ilegalmente la propiedad ajena. Pero no bastaba con eso. También
se requería el "animus furandi", la intención consciente y deliberada de cometer
ese acto ilícito. Un requisito que revelaba la importancia que los romanos le daban
al factor de la intencionalidad a la hora de determinar la culpabilidad.
Por supuesto, el acto debía realizarse contra la voluntad expresa del legítimo
dueño y con la intención de obtener algún tipo de beneficio indebido. De lo
contrario, no se configuraba el delito de furtum.
Las consecuencias por este crimen variaban según las circunstancias y la época
histórica. En los albores de la antigua Roma, la draconiana Ley de las XII Tablas
establecía penas que iban desde los azotes públicos hasta la pena capital,
dependiendo de si el robo era flagrante o no. Con el tiempo, estas sanciones
fueron derivando hacia multas económicas calculadas como múltiplos del valor de
lo robado.
Pero las víctimas del furtum no solo contaban con la justicia penal. También tenían
a su disposición acciones legales civiles para reclamar la restitución de sus bienes
sustraídos y ser compensadas por los daños y perjuicios sufridos.
A medida que la sociedad romana evolucionaba, surgían nuevas leyes y prácticas
judiciales para hacer frente a modalidades específicas de furtum, como el robo a
mano armada o el hurto de bienes públicos. Estos cambios reflejaban una
creciente preocupación por la seguridad colectiva y una transición gradual hacia
una mayor intervención del Estado en la aplicación de la ley y el orden.
En última instancia, el recorrido del delito de furtum en el derecho romano nos
brinda una ventana fascinante hacia la evolución del pensamiento jurídico y moral
en una de las civilizaciones más influyentes de la historia antigua. Una crónica que
demuestra cómo la ley y la justicia tuvieron que adaptarse constantemente para
hacer frente a las complejidades cada vez mayores de la vida en sociedad.

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