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1) Introducción
Empezar un comentario sobre este libro tendría que situarse, en primer lugar, por el propio
título. Conversaciones (1990) es la traducción del francés original Pourparlers. En dicha
lengua, Conversation se diferencia de Pourparler en que la primera es una conversación
basada, fundamentalmente, en la comunicación. Diríamos así que se trata de una
conversación con vistas a la interpelación, a la donación de sentido y, como meta, a la
comprensión de las posturas de los participantes y la aceptación o refutación de sus
postulados; por el contrario, pourparler hace referencia a lo que en castellano
llamaríamos negociación. En la negociación está implícito, frente a la conversación, un
juego de fuerzas que le es previa a cualquier “situación ideal de comunicación” en
palabras de Habermas y compañía. La negociación, como bien dice Deleuze, puede ser
de guerra o de paz. Por eso nada tiene que ver la filosofía a una simple Conversation:
porque ella se hace, ante todo, a espaldas del sentido y, por tanto, de la comunicación.
En segundo lugar, y a diferencia del origen de nuestra querida “disciplina”, hay una
oposición en Deleuze entre el pourparler y el dialogue. Si en los diálogos platónicos el
pensador tenía que ir resolviendo irónicamente la doxa a través de preguntas concretas al
interlocutor, era porque la verdad estaba ya contenida en él desde el principio. La pregunta
era, por así decirlo, “pre-fabricada”, requiere de la respuesta para que ésta cobre sentido
completo. Deleuze, por el contrario, lo explica así en su libro Diálogos con Claire Parnet:
“Las preguntas, como cualquier otra cosa, se fabrican. Y si no os dejan fabricar vuestras
preguntas (…) poco tenéis que decir (…) El quid no está en responder a las preguntas,
sino escaparse de ellas” (Diálogos, p. 5). Así pues, la recopilación de negociaciones con
unos o con otros en Deleuze no debemos verlo como un “testeo” de su propia filosofía:
la filosofía es tan concreta como los problemas que se fabrican. Hay, desde luego, una
clarificación de su particular ontología (que deviene política, estética, etc…), pero el
tratamiento de la entrevista ha de verse del mismo modo con el que Deleuze trataba sus
libros de historia de la filosofía: como una recuperación de sus propias palabras en clave
propia.
Estos dos puntos ya nos ponen en la pista de qué papel juega Conversaciones y toda la
filosofía de Deleuze en el más amplio campo de la Historia de la filosofía
(académicamente hablando): la fuerza introduce un elemento diferente al “buen pensar”
y, por tanto, radicalmente ajena a la “interiorización” y a la “representación”; una filosofía
que toma por objeto, entonces, la cuestión de la fuerza y de su intensidad. Por otro lado,
en su pensamiento que trabaja con preguntas que ya no son pre-fabricadas, sino
radicalmente hechas para solventar problemas. Estos dos elementos (intensidad y
problematicidad) nos lo dicen claramente: la obra de Deleuze es un paso más (y quizá
uno de los más definitivos) en la famosa “inversión del platonismo”. Y, para ello, Deleuze
no se encuentra con la salida del escéptico, pero tampoco con huidas a otros territorios ni
en nostalgias variadas; el pensador francés tiene a mano la minoría de la historia de la
filosofía, esa minoría empirista y materialista que no ha sido sumisa a lo que él llama la
imagen dogmática del pensamiento. Lucrecio, Leibniz, Spinoza, Nietzsche, Bergson y
Freud (y, por supuesto, también Marx) encuentran aquí una conjunción singular.
Esta imagen dogmática del pensamiento es, según Deleuze, la que ha sido mayoría en la
Historia de la filosofía occidental. Siguiendo a Zourabichvili, Deleuze señala que la
imagen dogmática del pensamiento “se deriva de la interiorización de la relación
filosofía-afuera, o filosofía-necesidad. Se expresa 1) en la creencia de un pensamiento
natural; 2) en el modelo general del reconocimiento; 3) en la necesidad de un
fundamento”. En último término, lo que Deleuze está señalando es la convergencia de
esos tres puntos en el término de Verdad: la verdad entendida como propia del
pensamiento; la verdad como “adecuación de mi pensamiento al objeto externo (Kant,
CRP)”; Verdad como elemento originario y necesario. Esto no quiere decir que Deleuze
no piense junto a la verdad, pero no la busca (como algo originario que se haya perdido
y que el filósofo, a base de pensar, la encuentre recordando el sitio originario donde la
dejó).
La verdad, como todo lo que dice Deleuze, hay que hacerla. ¿Cuáles son las condiciones
para hacer la verdad? Encuentro es el nombre de una relación absolutamente exterior
donde el pensamiento entra en relación con lo que no depende de él. La exterioridad de
las relaciones es un tema constante en Deleuze, desde su primer libro. Se trate de pensar
o de vivir, lo que está en juego es siempre el encuentro, el acontecimiento, o sea, la
relación en tanto exterior a sus términos (…) Lo arbitrario ya no es determinable como
azar, y la oposición ya no pasa entre el azar y la necesidad. Esta manera de concebir la
relación epistemológica anti-representativa y anti-fundamentista es lo que Deleuze
llamará empirismo trascendental. No hay diferencia entre casos posibles y casos reales.
Por el contrario, se duce que es arbitrario un pensamiento que pretende comenzar en él
mismo, por él mismo, que procede de manera deductiva o reflexionando sobre un objeto
dado de antemano. Esta relación es la del sentido y el sinsentido. “Una nueva imagen del
pensamiento significa primero esto: lo verdadero no es elemento del pensamiento. El
elemento del pensamiento es el sentido y el valor” (Nietzsche y la Filosofía, 119). No se
trata de invocar un valor más alto que la verdad, sino de introducir la diferencia dentro de
la verdad misma, evaluar las verdades o las concepciones de lo verdadero que subyacen
en ella. Es decir, que Deleuze no suprime la relación verdadero-falso, sino que modifica
su sentido llevándolo al nivel de los problemas, con independencia de cualquier acto de
reconocimiento.
Así pues, el pensamiento que se propone Deleuze es un no reflexivo ni el producto de una
conciencia, sería un pensamiento de la diferencia y la repetición. Este pensamiento no se
basa en la analogía, sino que es radicalmente unívoco, y por ello es acategorial, ya que
las categorías, aunque no toman al ser como género supremo, si lo distribuyen y además
están definidas respecto a la categoría fundamental de substancia. Este pensamiento
nuevo es un pensamiento intensivo, cualitativo, más atento a las diferencias de potencial
que a las mediadas y a la extensión: es un pensamiento de cualidades intensivas. Se
muestra como la facultad de plantear problemas, más que como un elaborador de
teoremas (…) Se centra en la categoría de lo virtual más que en la categoría de lo posible,
es decir, que es un pensamiento de lo real virtual, aunque no de lo actual, y en este sentido
se apoya en las fecundas intuiciones de Bergson y en los descubrimientos de la Biología
contemporánea. Es un pensamiento que renuncia a la idea de un fundamento sólido de la
creencia, y así se laja del modelo cartesiano, al que opone la idea de un-sin fondo que
subvierte la noción de fundamento en sus tres aspectos: de esencia ideal, de razón
suficiente y de moira fundamente. En resumen, este pensamiento deleuziano afirma la
alteridad, la ausencia de fundamentar la diferencia y la repetición frente al pensamiento
representativo de la Mismidad, el fundamento, en sus distintas formas (Dios Yo o
Mundo), de la identidad y la generalidad.
1
cualquiera de las cuatro maneras) el plano de consistencia de una manera anárquica entre
estratos, entre en una relación bi-direccional con los dispositivos maquínicos concretos.
Es aquí donde entra en cuestión el sentido, el sujeto, etc… “La máquina abstracta tanto
se desenvuelve sobre el plano de consistencia del que construye los continuos, las
emisiones y las conjugaciones como permanece envuelta en un estrato en el que define la
unidad de composición y la fuerza de atracción o de aprehensión. El dispositivo
maquínico es completamente diferente, aunque está en una relación estrecha con aquélla:
en primer lugar, opera sobre un estrato las adaptaciones de contenido y de expresión,
asegura las relaciones biunívocas entre segmentos de una y de otra, dirige las divisiones
del estrato en epistratos y parastratos; a continuación, de un estrato al otro, asegura la
relación lo que es substrato y los centros de organización correspondiente; por fin, está
vuelto hacia el plano de la consistencia, porque efectúa necesariamente la máquina
abstracta sobre tal o cual estrato, entre los estratos y en la relación de los estratos con el
plano de consistencia”. La relación, pues, entre la máquina abstracta y los dispositivos
maquínicos concretos es, pues, esencial, como vemos, y precisamente Deleuze denomina
Mecanosfera al conjunto de las máquinas abstractas y los dispositivos concretos, tanto en
sus relaciones dentro de los estratos como fuera de los mismos. Esta puede ser, la
mecanosfera, una particular interpretación de la sustancia espinosista.
En lo que refiere a la sustancia, Deleuze y Guattari retoman el concepto de Cuerpo sin
órganos, que se aleja de la idea de vampiro universal de Anti-Edipo. Aquí, se retoma la
idea de sustancia espinosista, pero en este caso, del lado del “afuera”. Si la mecanosfera
se situaba del lado de la bidireccionalidad entre máquinas abstractas y dispositivos
(subjetivaciones, sentido, etc… en diferentes planos de consistencia), el cuerpo sin
órganos es la univocidad del cuerpo en su multiplicidad, es decir, sin una jerarquía
orgánica que lo dirigía. Ello implica el reconocimiento de una multiplicad de deseos, “una
conexión de deseos, una conjugación de flujos, un continuo de intensidades”, que
descodifiquen y desterritorialicen. El cuerpo sin órganos es un lugar, pero no extensivo,
sino intensivo; un plan, pero no teleológico, ni finalista: un colectivo, pero pre-individual
y pre-personal. Su objetivo es experimentar, abrir posibilidades, instaurar devenires, que
pongan en movimiento el sistema de los estratos y lo desestratifiquen y desterritorialice.
Este movimiento nos lleva fuera del sistema de estratos hacia los meta-estratos, y aquí
Deleuze afirma que por debajo de los estratos físico-químicos hay una Materia, no
formada aún (materia prima); que hay una vida anorgánica, previa a la vida, y en el nivel
humano hay incluso devenires no humanos del hombre que desbordan los estratos
antropomorfos y los abren hacia otros.
El último de los conceptos importantes es el de espacio. Deleuze, a partir de una serie de
modelos (textil, musical, marítimo, matemático, físico, estético, etc…) distingue entre
dos tipos de espacios: espacios lisos y espacios estriados. La terminología está tomada de
la biología, y más especialmente de los dos tipos de tejidos musculares, el liso y el
estriado. El tejido muscular liso está formado por células poco diferenciadas, muy
pequeñas y de movimiento involuntario; en cambio, el tejido muscular estriado está
formado por la unión de elementos y, en cierta manera, independientes. A partir de estas
nociones biológicas, Deleuze define el espacio liso como un espacio nómada,
indiferenciado, formado de elementos microscópicos, moleculares; indefinido en
principio, sin direcciones prefijadas, abierto; sin centro; en camio, el espacio estriado es
un espacio jerarquizado, estructurado, formado de partes molares, cerrado, con
direcciones predeterminadas, cerrado y centrado. La relación entre estos con el resto de
elementos hace que se tracen líneas que, al encontrarse entre las máquinas abstractas y
los agenciamientos, es la de la construcción de diagramas que, dependiendo de como
configuren, serán un tipo de espacio u otro. La función de la máquina de Guerra, por
ejemplo, crea un agenciamiento nómada, en continuo devenir, táctico, pero no estratégico,
que configura una diferenciación de todos los planos de consistencia. A esta combinación,
de espacio liso y máquina de guerra, Deleuze le dará la preferencia revolucionaria. Eso
no implica que no acabe deviniendo otra cosa, pues “un espacio liso jamás servirá para
salvarnos”.
c) el cine
En su díptico sobre el cine, Deleuze expone, más que en ningún otro sitio, sus
concepciones en torno al devenir, tanto espacial como temporalmente. Los libros se
presentan, a la vez, como una historia del cine y una ontología de las imágenes, en la
intersección: una taxonomía de las imágenes cinematográficas. Para Deleuze, esta
consideración del arte trata, al igual que la filosofía, de crear conceptos. Por tanto, hay
una relación análoga entre el arte (en este caso el cine) y la filosofía. Ello implica una
importante relación entre ontología y estética. El término imagen aquí es histórica: se
trata de las imágenes creadas por el cine. En este sentido, Deleuze se aparta del término
Bild del idealismo alemán, del concepto de imagen que habitualmente se utiliza en el
discurso filosófico (es decir, como representación), para constituir una idea de la imagen
que está por hacer, que hay que construir. En este sentido, el cine da un privilegio a la
imagen en tanto que es un elemento construido, un elemento que ha de hacerse. De ahí lo
de “justamente una imagen”. Su díptico del cine es, por tanto, una ontología de la imagen.
En las obras de cine el autor predilecto con el que dialoga es Bergson. En el primer
cometario retoma Deleuze las tres tesis de Bergson sobre el movimiento: 1) el
movimiento no se puede componer a base de instantes; 2) la antigüedad reconstruía el
movimiento a partir de elementos privilegiados (Formas, Ideas), elementos formales
trascedentes (poses), mientras que la ciencia moderna recompone el movimiento a partir
de instantes cualesquiera, elementos materiales inmanentes (cortes); 3) mientras que el
instante es un corte inmóvil del movimiento, el movimiento es un corte móvil de la
duración que actúa como un Todo. Esta relación entre el todo y los cortes constituyen una
de los primeros axiomas de La imagen-movimiento, en la que el cine es movimiento a
partir de “la relación entre instantes cualesquiera”. Dicho esto, Deleuze se plantea tres
modalidades dentro de la imagen-movimiento, que corresponden al segundo comentario
sobre Bergson: la imagen-percepción (donde se distingue el polo objetivo de la imagen
“en conjunto” y el polo subjetivo de la extracción de los signos que nos son necesarios o
“para nosotros”2), la imagen-afección (que es capaz de afectar en tanto que “unidad
reflejante y reflejada”, especialmente a través del primer plano) y la imagen-acción (que
serían las potencias actualizadas de las afecciones anteriores). Todos estos elementos,
como podemos comprobar, son habituales en las referencias deleuzianas en lo que
respecta a su ontología: la imagen es el resultado de una “síntesis disyuntiva” entre
afección y acción, a través de las cuales surge el propio movimiento entre todos estos
tipos de imágenes. Toda imagen es, por tanto, una relación de imágenes actuales y
2
Imagen-movimiento.
virtuales, “circuito en el que ambas clases de imágenes se persiguen mutuamente,
gritando alrededor de un punto en el que no se distingue lo real de lo imaginario”. En este
sentido, la imagen-tiempo constituye una serie de relaciones sensorio-motrices que
construyen un “sentido” racional, donde los conjuntos se interiorizan en la percepción o
se exteriorizan a través de la acción.
Sin embargo, a partir de 1945, la situación en la historia del cine cambia. Para Deleuze,
la imagen comienza a abandonar este paradigma sensorio-motriz de carácter racional
basado en el movimiento para configurar “historias”, y se entrega a un esquema sensorio-
motriz anárquico, conformando “devenires”3. La imagen-tiempo también se articula a
través de dos comentarios a Bergson. El primero recoge la distinción bergsoninana entre
dos tipos de reconocimiento: el automático o habitual, que es un reconocimiento
sensoriomotriz en el que reconocemos diferentes objetos pero siempre en el mismo plano,
y el reconocimiento atento, en el que es el objeto el que pasa por diferentes estratos. Este
segundo tipo de reconocimiento ya no se mueve como el anterior, sino que es una
descripción, una imagen óptica y sonora pura. Estas serían imágenes actuales que se
encadenan con otras virtuales, formando un circuito imprevisible, que es lo que Bergson
llama “imagen-recuerdo”. El horizonte de toda esta relación de virtualidades y
actualizaciones pueden ampliarse hasta el “conjunto paradójico” de las imágenes-sueño,
que supone una virtualidad infinita. Todas estas consideraciones permiten llamar al
régimen de la imagen-tiempo el régimen de la imagen-cristal, cuya virtualidad y
actualidad se compone de una imagen que es doble en sí misma, a través de las distintas
capas de tiempo. Deleuze retoma de Bergson la idea de un “pasado puro”, siendo el
presente una actualización de aquella virtualidad que es la memoria. Por ello, la imagen-
tiempo puede ser de dos formas, en pasado entendido ahora como “pasado puro”, que es
siempre virtual, y el presente que es la “imagen-recuerdo”. Hay, por tanto, una
inmanencia virtual de la memoria que ha de actualizarse hacia la “imagen-recuerdo”. Hay,
por tanto, una diferencia entre la memoria involuntaria y voluntaria (como en la
interpretación benjaminiana de Proust), pero en Deleuze asume una postura ontológica
que no divide la noción de la temporalidad jerárquicamente, sino como una continua
actualización del pasado y virtualización del presente. Siguiendo a Zourabichvili,
podemos decir que “el presente sólo puede concebirse si es al mismo tiempo presente y
pasado, ya que de otro modo no se explicaría que un presente puede devenir pasado al ser
suplantado por otro”. En términos epistemológicos, el abandono de la “narratividad” de
la imagen-movimiento se transforma ahora en la potencia de lo falso, que “reemplaza y
desentroniza a la forma de lo verdadero, pues plantea la simultaneidad de presentes
imposibles o la coexistencia de pasados no necesariamente verdaderos”4. Así, Deleuze se
desplaza de un tópico de la crítica francesa de cine habitual desde los 60 hasta bien entrada
la imagen digital, que era la diferencia entre lo real y lo imaginario.
Con este breve recorrido por el díptico, es más sencillo entender lo que significa
“justamente una imagen” y la importancia del concepto de serie. Ya habíamos señalado
que, para Deleuze, una imagen nunca es una imagen sola. Toda imagen se complementa
con otras, organizadas en series heterogéneas, que están en un doble deslizamiento
continuo mediante el cual los elementos de cada una de las series se deslizan respecto a
3
Pourparlers
4
Imagen-tiempo
los de la otra; esto nos indica que existe siempre en desequilibrio entre ambas series.
Además, en segundo lugar, este desequilibrio se debe a que siempre hay un exceso de
significante. Por último, tenemos la instancia paradójica como aquello que asegura el
continuo desplazamiento y desequilibrio de ambas series, al no dejar unca de circular en
las dos series. Las series, por tanto, reelaboran la noción de acontecimiento a través de la
serialidad divergente. Las series conforman conjuntos de múltiples elementos
relacionados a través de la conjunción Y. La interpretación que Deleuze hace de Godard
lo relaciona con otras obras suyas, especialmente con Lógica del Sentido y Anti-Edipo.
En la primera, las series heterogéneas, al estar cargadas de un exceso de significante,
conforman tres conjuntos de palabras (y de proposiciones diferentes), siendo una de ellas
la que está conformada por la disyunción. Así pensada, la disyunción ya no separa
excluyendo, sino que “cesa de ser una herramienta de separación, lo incomposible es
ahora una herramienta de comunicación (…) La exclusión de predicados es sustituida por
la comunicación de acontecimientos”5. Este es el segundo sentido que Deleuze le da a la
“segunda idea” trabajada por Godard en su cine. En lo que refiere a la primera idea, la
serie divergente a través de la conjunción Y también está expresada en Anti-Edipo, en el
concepto de síntesis de producción, que relaciona producto y producción en un mismo
campo, pero separándolos a través dos series diferentes. La serie divergente de la
producción es “la primera idea” del cine de Godard que Deleuze ve en su cine.
d) Foucault
En lo que refiere a Foucault, Deleuze presentará sus tesis en relación a varios conceptos:
archivo (genealogía más que historia), la cuestión del dispositivo (micro más que macro),
la cuestión de la fuerza (fuerza más que sentido) y, por último y englobando a las
anteriores, la cuestión de la subjetividad. El concepto de Enunciado, será el elemento que
guíe cada uno de estos jalones. Deleuze señala que el concepto de “enunciado”, en
Foucault, “no existe lo posible ni lo virtual; todo es real, toda realidad es en él manifiesta:
sólo cuenta lo que ha sido formulado, ahí, en tal momento, y con tales lagunas, tales
blancos”6. Por tanto, Deleuze retomará la noción de enunciado en tanto que expresión de
acontecimientos reales, y no de la adecuación de la realidad a un número limitado de
posibles. En lo que refiere a la arqueología, para Deleuze se trata no de interpretar un
conjunto de numerosos datos o de numerosas referencias conforme a un discurso
presupuesto (que sería la labor esencial del documento) y que interpreta un suceso
histórico. Para Deleuze, el método de Foucault es esencialmente “distributivo”, lo que
implica que se agrupen diferentes enunciados conforme a una articulación de conjunto
más amplio. La archivística, antes que ser la pieza clave de una interpretación histórica
es, por tanto, una distribución genealógica de los enunciados. Para Deleuze, Foucault
sigue la estala de los pensadores genealógicos (especialmente a Nietzsche, pero se podría
incluir también aquí a Benjamin), en los que las épocas históricas no son especialmente
temporales, sino espaciales. Cada época histórica se encuentra “encima” de la anterior,
variando en cada capa el régimen de lo enunciable y lo no-enunciable. Según Deleuze,
“Una -época- no preexiste a los enunciados que la expresan, ni a las visibilidades que la
ocupan. Esos son los dos aspectos esenciales: por un lado, cada estrato implica una
distribución de lo visible y de lo enunciable que se produce por ella; por otro, de un estrato
5
Lógica del sentido
6
Foucault
a otro existe variación de la distribución, puesto que la visibilidad cambia de modo y los
enunciados cambian de régimen”7. Esta relación existente entre lo enunciable y sus
variaciones (en torno a lo encunciable o no enunciable), constituyen las “subjetividades”
epocales, es decir, las maneras en las que se conforma la subjetividad históricamente
determinada por el enunciado. La paulatina variación de lo enunciable, conformado en
relación histórica al saber, es lo que produce la genealogía. Una genealogía es la
distribución metódica del saber, que a través de sus variaciones también conforma un
saber-se, es decir, un Yo. En este sentido, el saber arqueológico es una re-interpretación
del saber en clave presente, como dice Deleuze en Conversaciones. En lo que respecta a
la historia, el proceso de subjetivación se da en tres ámbitos, como sujetos de
conocimiento, como sujetos de poder y como sujetos éticos. Esta forma de comprender
la subjetivación histórica se aleja, por tanto, del concepto de zeitgeist hegeliano para
conformar la idea de que el saber histórico es un conocimiento de los enunciados bajo la
forma de “memoria absoluta” (algo que lo relaciona con la idea de tiempo en el díptico
del cine, por cierto).
Los dispositivos están en relación con esto anterior. Cada sustrato histórico, a través de
un régimen de enunciación, conforman dispositivos. Los dispositivos, para Deleuze, son
ante todo redes ininteligibles de deseos, que conformarían objetos. Antes que líneas de
formación de subjetividades, para Deleuze conforma a los objetos que darán lugar a las
subjetividades a través de un diagrama de líneas de fuga, que (como señalábamos en el
apartado de Mil Mesetas) sirven para establecer las relaciones entre estratos y, a su vez,
cambiarlos. Por ello, a diferencia de Foucault, en Deleuze el dispositivo está más cercano
al deseo que al poder. Sin embargo, para Foucault está directamente relacionado con esto
último. Según Deleuze, aunque al saber le sea constitutivo el poder y viceversa, los dos
términos son diferentes. “La integración (entre ambos) solo se acitñiza creando vías de
actualización divergentes entre las cuales se divide. O más bien, la actualización sólo
integra creando un sistema de diferenciación formal (…) Esas dos formas no coinciden
con los dos aspectos de la fuerza o los dos tipos de afectos, recepctividad del poder de ser
afectado y espontaneidad del poder de afectar. Derivan de ellos, encuentran en ellos sus
“condiciones internas”. Pues la relación de poder no tiene forma en sí smisma; pone en
contacto materias no formadas (receptividad) y funciones no formalziadas
(espontaneidad). Las relaciones de saber, pro el contrario, tienen que ver en ambos lados
consustancias formadas y finciones formalziadas, unas veces bajo el tipo reeptivo de lo
visible, otras bajo el tipo estpontáneo de lo enunciable”. Para Deleuze, el dispositivo en
Foucault es lo que permite aunar esos dos regímenes y transformarse en poder-saber. Sin
embargo, precisamente porque el poder es el que produce el saber, este tiene primacía,
porque es la que pone en contacto la materia no formada y las condiciones de su forma.
El poder solo adquiere, aun con todo, una definición muy precisa a través de las redes de
saber, que ponen en relación a éste con la verdad. El poder es, ante todo, una red que
forma subjetividades con respecto a él. El dispositivo, por tanto, hace que se refuerce lo
micro sobre lo macro.
Fundamental la idea de la fuerza. La filosofía de Foucault, para Deleuze, es lo que Saéz
Rueda ha llamado una “ontología de la fuerza”. La cuestión de la fuerza en Deleuze es un
tema central, como antes hemos señalado, y está relacionado con el Afuera (poner algo
7
Foucault
de lo de arriba). Como se ha dejado entrever, El concepto de Fuerza se enuncia en dos
tiempos: 1) Toda fuerza se encuentra en una relación esencial con otra fuerza. El ser de
la fuerza es lo puro; sería propiamente absurdo pensar la fuerza en singular. Una fuerza
es dominación, pero también el objeto sobre el cual una dominación se ejerce. La fuerza
jamás en singular, se caracteriza especialmente por hallase en relación con otras fuerzas,
hasta el punto de que toda fuerza es ya relación, es decir, poder: la fuerza no tiene otro
objeto ni sujeto que la fuerza. 2) La relación de fuerzas está determinada en cada caso
según la medida en que una fuerza, inferior o superior, está atacada por otras. De ellos se
sigue que la voluntad de potencia se manifiesta como un poder de ser afectado. La fuerza
se define ella misma por su poder de afectar a otras fuerzas (con las cuales está en
relación) y de ser afectado por otras fuerzas. El campo de las fuerzas no es otro que el
campo donde se produce el sentido: campo trascendental. El encuentro con el singo se
presenta, pues del modo siguiente: 1) se hace violencia sobre el compuesto de
significaciones existente, sobre el medio homogéneo donde el pensamiento se ejerce de
manera facultativa; 2) el pensamiento se vuelve activo porque experimenta una relación
de fuerzas entre puntos de vista. El encuentro es susceptible, entonces, de una doble
lectura según que se tome en cuenta la violencia ejercida sobre una forma, o la nueva
relación de fuerzas que subyace en ella y de la que ella es concomitante (…) El encuentro
puede ser localizado tanto en el límite del pensamiento-facultad como en un campo de
exterioridad radical: esta ambigüedad indica la relación problemática del sujeto y el
pensamiento. El campo trascendental, devenido campo de fuerzas o de puntos de vista
heterogéneos, ya no está regido por el ego; sub-representativo, ya no tiene la forma de
una conciencia.
Como podemos ver, la cuestión fundamental en esta lectura de Foucault no es tanto el
sujeto como la subjetivación. Ya habíamos señalado la cuestión del sujeto en la
introducción. El dispositivo maquínico que Deleuze desarrollaba en el apartado de Mil
Mesetas es también el que toca para el sujeto. El individuo humano no es una constante
universal que atraviese las distintas máquinas sociales, sino que, al contrario, los procesos
de insinuación, subjetivación y personalización son específicos de cada sociedad. Las
personas privadas no son más que simulacros de las personas sociales, ilusiones que
surgen por proyección, plegado o aplicación de las personas sociales. Con esta aclaración
pasamos de la filosofía de la historia al problema del sujeto, de las máquinas sociales a
las máquinas individuales, pero en realidad no nos enfrentamos más que con flujos de
deseo estructurados a niveles diversos. No hay oposición ontológica entre individuo y
sociedad como no la hay entre naturaleza y cultura. En el caso de Foucault, el proceso de
subjetivación genera un yo que puede desplegar cierta autonomía respecto a las fuerzas
exteriores que lo han creado y puede ser objeto de un «cuidado de sí», cuyos aspectos
más importantes son la alimentación y el sexo. La dimensión nueva que surge con esta
autodeterminación de sí, ligada a la alimentación y al sexo, es la moral, entendida en tanto
que «arte de la existencia» como una «tecnología de sí mismo», como una «serie de
prácticas reflexivas y voluntarias» que busca más la construcción de la propia
personalidad como una obra de arte que la sumisión externa a unas reglas de conducta
impuestas a todos. La moral que le interesa a Foucault no es la basada en las
prohibiciones, sino aquel tipo de «problematización ética» basada en las prácticas del yo.
No es el código moral lo importante para el estudio del yo que realiza Foucault, sino la
«moralidad de los comportamientos» concretos. Las acciones morales no son aquellas
que se ajustan o no a las reglas, las leyes o los valores, sino las que implican una cierta
relación con uno mismo que le permiten constituirse como sujeto moral.
e) Filosofía
e.1) los intercesores
Con los intercesores, Deleuze recupera el problema del movimiento y las series. Aquí
podemos reflejar todos los elementos que hemos mencionado antes, especialmente los qu
hacen referencia al perspectivismo y a la relación, y a la creación (señalar lo de antes)
Para empezar, hay que hacer referencia que los “intercesores” no son el conjunto de
individualidades, sino que son singulares. La singularidad se distingue de lo individual o
de lo atómico en que no cesa de dividirse a un lado y otro de una diferencia de intensidad
que ella envuelve. La singularidad es un motivo hoy difundido en la filosofía
contemporánea, pero aquí es importante determinar su sentido deleuziano, original y
preciso. El concepto de singularidad se funda en la noción de “relación diferencial” o
“dispar” que permite evitar una reducción de lo simple a lo atómico y, por consiguiente,
la confusión de lo singular y lo individual. Las singularidades corresponden a valores de
relaciones diferenciales o a distribuciones de potenciales. Este concepto tiene, pues, un
origen a la vez matemático y físico. Se forma a partir de la teoría de las ecuaciones
diferenciales y del estudio de los sistemas “metastables”. Pero se aplica sin metáfora al
campo existencial e incluso ontológico, puesto que el tiempo mismo implica diferencia
de intensidad (…) La singularidad es a la vez preindividual e individuante. Los propios
individuos no son singulares, aunque se constituyen “en la vecindad de” ciertas
singularidades, de modo que están originariamente en relación con otra cosa. De ahí una
definición inmanente del individuo por sus afectos, antes que por su forma o su figura
separada. Puesto que la consigna rigurosa de la individuación contemplante es esta: un
sujeto aparece sino en la disyunción de dos puntos de vista, la desaparición precede de
derecho a la separación (…) Somos hábitos contemplativos, pero nuestras
contemplaciones están entre dos medios, allí donde algo deviene sensible. Hacemos, y
consistimos o devenimos sensibles sólo en el medio. Puede ser que la idea más profunda
de Deleuze sea esta: que la diferencia es también comunicación, contagio de
heterogéneos; que, en otros términos, una divergencia jamás estalla sin contemplación
recíproca de los puntos de vista. “La disyunción cesa de ser una herramienta de
separación, lo incomposible es ahora una herramienta de comunicación (…) La exclusión
de predicados es sustituida por la comunicación de acontecimientos” (Lógica del sentido,
203-204). El encuentro conceptual del Afura y de la Implicación, la in-deterinación del
tiempo como exterioridad complicada o diferencia interna, conducen al concepto de
síntesis disyuntiva como naturaleza misma de la relación. La gran idea es, por lo tanto,
esta: los puntos de vista no divergen sin implicarse mutuamente, sin que cada uno
“devenga” el otro en un intercambio desigual que no equivale a una permutación. La idea
deriva del concepto de multiplicidad, según el cual una pura diferencia sólo tiene con
todas una relación de diferencia, pero no se afirma precisamente como tal sino a distancia
de las otras (…) Si es verdad que un punto de vista sólo se actualiza haciendo pasar al
otro, porque dos puntos de vista no pueden coexistir actualmente, el proceso implica de
todos modos su coexistencia virtual, su envolverse y su reprise mutuos: “puntos de vista
sobre puntos de vista” (…) este enunciado cobra sentido en el nivel virtual. No hay
panorama ni siquiera virtual del conjunto de los puntos de vista, pues esto significaría
mantener todos los caracteres de la representación, son solamente cristales de tiempo
donde lo actual ya no es asignable (…) Esta movilidad, esta imbricación incesante se
esfumarán con la realización del devenir, es decir, con la actualización acabada de uno de
los puntos de vista. Esto significaría, en efecto, poner fin a la distancia positiva que vuelve
sensibles los puntos de vista, y abandonar el campo de las diferencias absolutas por el de
la representación y la acción, donde la diferencia ya no es sino el reverso de una
semejanza relativa.
Por otro lado, hay que hacer referencia al vitalismo, del que hablaremos ahora
e.2) Leibniz
Con Leibniz, Deleuze mantiene, como con todos “sus autores”, una relación bastarda.
Recordemos que Leibniz había sido uno de los autores en los que Deleuze había visto uno
de los primeros tratamientos de la diferencia, pero esta vez jerarquizada bajo lo que él
denominaba “lo infinitamente pequeño”. Leibniz desarrolla su teoría de lo infinitamente
pequeño en sus trabajos sobre el cálculo infinitesimal, donde establece dos nociones
fundamentales, la de determinación recíproca, entendida como la relación que existe entre
diferenciales, elementos que no tienen ningún valor determinado y que, sin embargo, se
determinan uno a otro (dx/dy), y la de determinación completa, que se refiere a la
existencia y repartición de los puntos singulares de una función. La recuperación de
Leibniz viene dada por su idea vitalista de la mónada. Para Deleuze no podemos hablar
de relaciones en términos de relaciones intencionales de conciencia para transformar el
mundo, sino que el sujeto es un efecto dado en un campo trascendental, que antes hemos
señalado. En Lógica del sentido, Leibniz vuelve a ser retomado por Deleuze para explicar
la génesis estática. A través de la noción de “composibilidad” leibniziana para hacer
referencia a las series que convergen para formar singularidades, mientras que allí donde
divergen “comienza otro mundo incomparable con el primero”. Así, se coge la idea del
“mundo tal cual es” leibniziano, pero también se abre a la novedad a través de la
divergencia. En Leibniz, la ley de continuidad referida a los casos o propiedades y el
principio de los indiscernibles referido a las esencias monádicas, versando uno acerca de
la diferencia infinitamente pequeña y el otro sobre la diferencia finita, llevan ambos a la
razón suficiente, entendida ésta como un fundamento, que permite seleccionar y elegir el
mundo mejor entre los infinitos mundos posibles.
Sin embargo, Deleuze sí que recoge de Leibniz el profundo vitalismo que hay en su
filosofía. Para el francés, la concepción vitalista de Leibniz viene de lo que llama una
concepción “muscular” de la materia. la esencia de la materia en Leibniz es la idea del
resorte, metáforas o descripciones para dar sensación de una capacidad de movimiento y
autodespliegue, sometido a una serie de fuerzas, más o menos complejas, derivativas,
secundarias, de las fuerzas primitivas fundamentales, que son las de las mónadas. En ese
sentido, el cuerpo orgánico está dotado de un interior debido a una concepción metafísica,
incluso heliozoísta. El animismo se une al organicismo viendo como por todas partes hay
“almas de vida”. Hay una dispersión del organicismo y del animismo por todas partes;
arriba y abajo. Esto supone que el objeto leibnizano no es estático, es decir, no es una
substancia estática, sino que el objeto se convierte en acontecimiento. Es una modulación,
en una variación continua. La modulación es un moldeamiento variable y continuo. Hay
una oposición entre la idea de molde, y frente a esa estaticidad, la idea de dinamicidad.
Modular es moldear de manera perpetua. El cambio en el objeto supone un cambio del
sujeto, constituyéndose la idea del sujeto como punto de vista. Ahí nace el famoso
perspectivismo, es decir, ver los sujetos como puntos de vista sobre el mundo. Eso no
supone el relativismo, sino el rechazo de la posibilidad oblicua que mire desde ninguna
parte: sino un sujeto situado, perspectiva sobre el mundo. Lo único que da la totalidad del
mundo sería la concatenación de las diferentes perspectivas. Esto supone un cambio en la
ciencia: el paso de un cosmos cerrado y con centro a un cosmos abierto y descentrado.
Así, la caída del punto privilegiado permite la reevaluación de la perspectiva. El mundo
infinito y de geometría variable, ese mundo no es actual sino virtual, sólo así existe a
través de la multitud de almas que lo expresa: el mundo en sus totalidades es puramente
virtual que solo se actualice en cada alma, en cada sujeto, según cada punto de vista. Este
animismo se basa en el principio de continuidad: el principio de continuidad no hay tanto
cambios radicales de esencias sino una modulación continua, que pasa de la física a la
metafísica, del continuo al discontinuo y dentro de esto, de lo más abstracto, a lo más
imaginario, hasta las mónadas animales y las humanas dotadas de razón. Ahí hay siempre
un principio de continuidad en la gran cadena del ser. La extensión no es inerte sino que
el único sustrato es fuerza. Un principio formal de la que los ímpetus (conatus),
suponiendo una cierta tensión un rechazo del descanso. Este apetito dinamiza la realidad.
En su recuperación de la reflexión de origen aristotélico, se considera una materia
concreta en acción. La materia de aristotélica es inercia e inextensión, mientras que la
materia de Leibniz es una materia inanimada, de fuerza activa, que recupera la idea de
fuerza. Se trata de una materia, por tanto, en continuo devenir
e.3) Spinoza
f) Política
f.1) Control y devenir
En control y devenir, Deleuze expone su concepto de “minoría” y su relación con el
devenir. La minoría, conviene decirlo, no es algo numérico. Deleuze se compromete
filosóficamente con el margen, con lo indiferente. No se trata de unirse, como la escuela
de Sociología, con lo contrario, lo opuesto, sino con aquello que no tiene sitio, que es
marginado. La minoría, tal y como la define Deleuze, es la que traza las líneas de fuga,
recorriéndola hacia un lado o hacia otro, es decir, lo marginado, lo olvidado… Lo que,
desde la Mayoría, que es estática y representativa, se considera Lo radicalmente Otro. En
este sentido, el devenir es siempre minoriatrario y vieceversa, la minoría solo lo es si
deviene. El devenir no produce la minoría, sino que solo se produce a sí mismo. Esto hace
que el devenir no tenga un término final, sino que unos devenires se enlazan con otros,
coexistiendo con ellos. Aquí Deleuze retoma la concepción bergsoniana de una serie de
duraciones heterogéneas y, sin embargo coexistentes entre sí. El devenir, demás, no es
una evolución, no pera por filiación, por herencia, sino ques producto de contagio de un
pacto. No hace surgir un individuo a partir de otros semjante, sino que transforma
mutuamente a dos individuos heterogéneos entre los que establece encuentros.
Entre algunas características: En primer lugar, en los devenires siempre se entra en
relación con una banda, con una multiplicidad (…) En segundo lugar, el devenir siempre
se instaura por contagio o por pacto, es producto de una alianza y no de una filiación. Esta
característica se relaciona con lo anterior, ya que las multiplicidades en bandas están
asociadas a la epidemia, al contagio y surgen ambas en las catástrofes (…) Pero esta
relación con la multiplicidad que supone el devenir no excluye, y ésta es la tercera
característica del devenir, la relación privilegiada con un elemento excepcional dentro de
la banda (…) Deleuze plantea que podría existir una contradicción entre afirmar que el
devenir nos pone en contacto con una multiplicidad y luego decir que en realidad el
devenir nos conecta con una individuo anómalo, el Anomal. Peor esto no es así, ya que
el Anomal no es el individuo que realiza mejor los caracteres de la especie, no es la mejor
copia del modelo, sino que el Anomal es un fenómeno de frontera, es un caso límite que
está en el borde, en el margen y no en el centro, en la cúspide de la especie (…) La cuarta
característica del deber es que constituye el producto de un proceso del deseo. En los
devenires se entra empujado por un deseo irracional y perverso que nos lleva a establecer
pactos monstruosos con el diablo, con animales, etc… Por tanto, el devenir no puede
considerarse como una mera imitación a la que se tiende, en el sentido de potencialidad
Poner aquí otra vez lo de la subjetivación
f.2) Pos-scriptum sobre las sociedades de control
Un “tutum-revolutum” de todo Foucault y la ontología de Deleuze.
3. CONCLUSIÓN
Poner los puntos del profesor un poquito ampliados
VITALISMO: Su obra apoya la vida, incluso la vida inorgánica (son leibnizianos en ese
sentido, todo vive. Lo que pasa es que las monadas de la mesa están como tontas,
abotargadas, pero son monadas, iguales que las del cuerpo o las del alma humana, que es
la más viva). Insiste frente a los vitalismos normales sobre la vida no orgánica, es decir,
la previda.
ESPACIO MAS QUE TIEMPO, en eso son estructuralistas. Frente a todas estas
filosofías del tiempo (Hegel, Husserl, Heiddeger) dan primacía al espacio, la importancia
del espacio, como mucho coordenadas espacio-temporales, y no el predominio del tiempo
y la intensidad, sino el predominio del espacio y la exterioridad. Quienes lo hicieron
primero fueron los estructuralistas, en eso es estructuralista o postestructuralista.
INTERCESORES: Esa creación es colectiva, nos debemos a los que nos ayudaron a ser
lo que somos.
Y por último ese pensar es un pensar colectivo para un pueblo que falta, hay que buscar
un pueblo pero que falta, no está dado, hay que construirlo y hay que construirlo
construyéndose. No construir el pueblo desde afuera como entiende el populismo, sino
una autoconstitución del pueblo, y ese es un pueblo que falta, que nunca está presente,
que es un devenir, que es una minoría. Por eso esta búsqueda del pueblo que falta, del
devenir cualquiera es todo lo contrario a lo que vivimos en este tiempo (El predominio
del Yo absoluto). Somos monolíticos, por eso un pueblo que no está, que no está detrás
sino delante, a construir mediante la bifurcación, la experimentación.