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COLEGIO EL SALVADOR

SAN VICENTE

FILOSOFÍA 4º MEDIO B 2020


GUÍA DE ANÁLISIS FILOSÓFICO

A la búsqueda del sentido (Introducción)


Cristóbal Holtzapfel

Editorial Sudamericana
(c) 2005, Random House Mondadori S.A.
Santiago de Chile

Págs15-34

INTRODUCCIÓN
Poder preguntar significa poder esperar,
aunque fuese la vida entera.
Martin Heidegger, Introducción a la metafísica.

1.
(…)
La pregunta por el sentido es por lo tanto una pregunta tal, que nos ubica en el afuera absoluto. ¿Y
acaso no es este el lugar por excelencia de la filosofía?
Por todas estas razones, la pregunta por el sentido es ante todo una pregunta no sólo existencial, sino
metafísica.
Digo “metafísica”, a saber: si hay una verdad o no la hay, si sucede lo que sucede o no sucede lo que
sucede, y ese tipo de intríngulis.
(…)
De semejante orden de cuestiones es el cariz de la pregunta por el sentido.
La filosofía puede ser muy adecuadamente presentada en función de lugares, justamente lugares suyos
que se pueden visitar: los tres caminos de Parménides –el ser, el no-ser y la apariencia (o el mundo de los
bicéfalos, de los que tienen un ojo puesto en el ser y el otro en el no-ser) – o también la caverna platónica y
hasta el fundamento sin fundamento de Martin Heidegger o lo envolvente de Karl Jaspers. Si hay un posible “tour
filosófico”, este es ante todo el que habría que comprar.
(…)
(…) al filosofó le corresponde buscar sentido hasta el final, aun a riesgo de perderlo y de arribar acaso a la
conclusión de que no hay un sentido absoluto, y por eso nos debatimos más bien en el sin-sentido o que,
reconociendo este sin-sentido de fondo, lo que hacemos es llenar este vacío con nuestras proyecciones, fantasías,
ilusiones, deseos, y expectativas (así por ejemplo piensa el sentido de Gilles Deleuze), en la misma línea del
siguiente aforismo de Nietzsche:
Quien no sabe introducir una voluntad en las cosas, introduce en ellas al menos un sentido: es decir, cree que
hay ya allí dentro una voluntad (principio de la fé) 1
Mas, está claro que vivir en esa cercanía a la que llamamos “trasfondo”, en el que puede comparecer tanto
el sentido como el sin-sentido, resulta desazonador para el común de las personas. Si nos representamos esto
como una escalera de Jacob invertida, vale decir, no una que sube al cielo y por donde suben y bajan ángeles,
sino una que desciende a los abismos, al filósofo le corresponde bajar con tesón y resolución hasta las
profundidades, mas puede sucederle a quienes hacen este intento que ya en el peldaño número 30 comiencen a
sentir un vértigo irresistible.
En función de ello entiende que se recurra a fuentes dispensadoras de sentido –amor, amistad, poder,
saber, juego, pero también a la ciencia, la técnica, la economía, la política, el derecho, y otras-, en las cuales se
hallan sentidos que podemos llamar al menos suficientes, como para organizar nuestras vidas en torno a ellos.
(…)
El hombre actúa en la historia (y en la cotidianidad) como buscador de sentido, y aunque no baje por
la escalera del sentido hasta las profundidades y las tinieblas, no sólo se apoya, sino que o motivan las
mencionadas fuentes dispensadoras de sentido.
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SAN VICENTE

2.-
(…)
Es patente que la palabra “sentido” tiene por lo menos tres acepciones principales:
1.- En sentido en tanto significado de una palabra, pero también de una cosa, un suceso, una acción.
2.- El sentido en tanto justificación. Aquí, más que como en el mero significado de algo, usamos la palabra sentido
para referirnos a la justificación de un hecho, una acción, un suceso u otro.
3.- El sentido en tanto orientación. Salta a la vista que el sentido nos orienta, incluso, asociado con esto, esta
palabra también significa “dirección”. Y se trata de considerar que puede tratarse tanto de la orientación que
atañe a cierta decisión o acción, como del sentido supuestamente último de nuestra existencia individual, la de
quienes nos rodean o de la humanidad toda.
Aparte de estas acepciones estrictas se suman otros factores que podemos llamar “generadores” del
sentido. El sentido es suscitado genealógicamente por cinco generadores, cada uno de los cuales no sólo participa
en la generación del siguiente, sino que lo potencia, al modo de un efecto sinérgico. Estos generadores son los
siguientes:

1.- El vínculo. Visiblemente, el sentido se genera a partir del vínculo y la afinidad que tenemos con algo. Así
encontramos sentido en espacios o momentos, con ciertas personas, respecto de algunos temas, y otros.
2.- El vínculo suscita el cobijo. Aquello a lo cual nos unimos genera cobijo. El sentido tiene precisamente la
virtud de cobijarnos, de ampararnos, de envolvernos bajo un manto de protección. Ello nos hace caer en cuenta
del peso y relevancia del sentido; un hombre desprovisto de sentido semeja a un desamparo y suscita para los
otros la impresión de desolación.
3.- El vínculo y el cobijo generan atadura. Al estar vinculados y cobijados en algo, ello tiende a atraparnos,
quedando entonces cautivos de aquello.
4.- Vínculo, cobijo, atadura inducen a la reiteración. Se trata de que en relación con el sentido en el que estamos
inmersos, volvemos a apostar por él, y si acaso esto no lo hacemos deliberadamente, sí lo hacemos de manera
tácita. Al seguir bajo el alero de cierto sentido, que ante todo nos cobija, continuamos en ello. De este modo con
la re-iteración, lo reafirmamos.
5.- Vínculo, cobijo, atadura, reiteración generan por último aquello en lo que el sentido logra su mayor peso,
fuerza y determinación: el sostén. Ante todo el sentido es lo que nos sostiene en la existencia. En el sostén la
sinergia del sentido encuentra su máxima expresión, ya que en él no sólo se suman, sino que se potencian todos
los generadores anteriores.
La palabra “sentido” viene del latín sentiré, que significa: “percibir por los sentidos, darse cuenta,
pensar, opinar”. 2 Visto de esta forma, podríamos decir que el sentido es lo que resulta del sentiré, del percibir,
del darse cuenta, pensar u opinar. Si el sentido está por ello en directa relación tanto con nuestra actividad
sensorial – con nuestros órganos precisamente de los sentidos, con el percibir – como con nuestra actividad
intelectual – el pensar y otros – y si podemos ver tanto lo sensorial como lo intelectual como las capacidades que
nos contactan con el mundo, se trata de que todo aquello, y por lo tanto nuestra relación con el entorno, con los
otros, con nosotros mismos, en definitiva, con el mundo, del cual también somos parte nosotros, se traduce y se
expresa en sentido. Y esta relación que se expresa en sentido se da a través del significado, la justificación y la
orientación, como a través del vínculo, el cobijo, la atadura, la reiteración y – cómo no – del sostén.
(…) A partir de ello se da probablemente la perspectiva de una justificación como de una orientación. A su vez,
la orientación que pueda recibir el hombre en su hacer requiere de una comprensión de aquello que hace, de su
significado. A partir de ahí es más que probable que el sentido en cuestión lo reiteremos. Y esta es la forma,
siguiendo estos que podemos llamar “pasos del sentido”, como nos sostenemos en la existencia.
Lo que hacemos o dejamos de hacer, rechazamos o también decidimos, opinamos, estimamos, nos
provoca inquietudes o hasta nos deja indiferentes, a todas luces es tal en función del vínculo que tenemos con
ello. Incluso hay que decir que el sentido como ligado al significado y vínculo, es condición del sentido como
cobijo, justificación, orientación, y por último, reiteración. Y es sobre todo respecto de la orientación, pero
también de lo que se refiere al vínculo, al cobijo, la atadura, la reiteración y el sostén, que se refleja el componente
existencial del sentido, así como en lo que concierne al sentido como significado se refleja su componente
semántico, el cual, si bien atañe directamente al lenguaje, está por cierto también ligado a lo existencial. En otras
palabras, saber del significado de una situación, de algo por hacer, de aquello de lo que tomamos distancia, de lo
que nos amenaza, de lo que nos motiva, reviste tanto un componente no sólo semántico, sino sobre todo
existencial.
(…)
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Para quien se dedica de veras al pensamiento de Martin Heidegger, hay algo que tiene inevitablemente que
provocarle extrañeza, a saber: ¿por qué al pensador de la Selva Negra se le ocurre concebir al hombre, al Dasein,
como Sorge, preocupación o cuidado? Ciertamente que concebir al hombre como “animal racional” o “volutivo”,
como “jugador”, u otro, de alguna manera se nos hace inmediatamente comprensible; mas, el cuidado o la
preocupación: ¿qué tiene que ver con el hombre y por qué además ha de ser determinante respecto a su ser? La
respuesta está en que la preocupación se entiende a partir de que “nos va” el ser 3, esto es, justamente nos
preocupa el ser de las cosas –casa, aire, río, los otros y nuestro propio ser -, como también nos puede preocupar
el ser mismo, como supuestamente le sucede al filósofo. Pero al Dasein cotidiano le pasa que el ser no le preocupa,
que especialmente el ser de la naturaleza, de montañas, plantas y animales bajo la Era de la Técnica, le resulta
indiferente o lo ve únicamente bajo criterios de utilidad, explotación y aprovechamiento. Ante todo, el olvido del
ser que Heidegger constata en su intento de recuperar el ser, tiene que ver con esto, con cierta desidia e
indolencia relativa al ser.
Desde la pregunta por el sentido lo dicho respecto de la preocupación y el cuidado del ser se relaciona
con el vínculo y el cobijo. En otras palabras, la producción es generadora de sentido.
Ahora bien, sucede que normalmente lo que nos preocupa, nos inquieta, suele permanecer anclado en
nuestras preocupaciones habituales: si acaso la casa está bien abastecida, cómo les está yendo a nuestros hijos, si
la clase recién realizada la habremos hecho bien, si nuestro estado de salud no se está volviendo grave, y demás.
Pero está claro que la pregunta por el sentido mismo de la existencia en su conjunto, el sentido de estar aquí, de
entrar y salir de esto que llamamos la vida y el mundo. De este modo, el sentido nos pone directamente ante el
enigma de la existencia y revela con ello, más que su componente existencial, su componente metafísico.
Preguntarse por el sentido es, como veremos, preguntarse la mismo tiempo por el ser.

3.
(…)
El carácter dinámico del sentido nos revela que él es siempre y en todo momento algo que estamos
ganando o perdiendo. En términos verbales, el sentido es de este modo afín al gerundio: estamos siempre en
proceso de estarnos llenando o vaciando de sentido. Suele suceder que al iniciar la caminata a lo largo de una
cuadra vamos llenos de sentido, pero ya en la mitad comenzamos a vacilar y hacia el final de la cuadra hemos
perdido aquel sentido.
Es cierto que en la medida en que el sentido se muestra como proviniendo de lo que llamaremos
“fuentes dispensadoras de sentido” – como pueden ser de distinta manera el amor, el saber, pero también la
religión, la ciencia o el arte -, podemos en cierto modo afianzar el sentido, apoyándonos y hasta aferrándonos a
alguna de ellas. Pero lo que se olvida en ello es que entonces no nos planteamos de veras la pregunta por el
sentido y ya hemos encontrado la respuesta en un dios que se reveló o simplemente en la responsabilidad y los
compromisos que significan la dedicación a la ciencia, el arte, o tal vez la política o la propia filosofía.
(…)
Más, precisemos: cuando hablamos de sentido, esta palabra guarda relación principalmente con tres
ámbitos: semántico, existencial y metafísico. En el ámbito semántico el sentido es el significado de una palabra. En
el ámbito existencial sentido puede tener una acción, una decisión, y otros, y está especialmente ligado con la
justificación y la orientación. En el ámbito metafísico el sentido guarda relación con el trasfondo. Cabe hacer
notar la patente interrelación en que se encuentran los tres mencionados ámbitos. Por ejemplo, el trasfondo
concierne no sólo al ámbito metafísico, lo que se refiere a la pregunta por la posibilidad de un sentido absoluto
o del sin-sentido, sino que también el ámbito existencial se vincula con ello, y desde luego hay que tener también
en cuenta que el sentido es siempre algo que se expresa en el lenguaje (ámbito semántico).
(…)
Al respecto, cabe decir que en el sentido hay algo que construimos, pero también hay algo que se dona.
A lo primero podemos llamarle “dotación” y a lo segundo, “donación” de sentido. Destaquemos desde ya que la
dotación concierne especialmente a los dos primeros ámbitos: semántico y existencial, y que la donación
concierne al ámbito metafísico. Por una parte, podemos claramente reconocer que el hombre al hablar o escribir,
como al actuar, dota de sentido a lo realizado. Esto es evidente. Mas, la cuestión en verdad fascinante que queda
abierta aquí es que de fondo haya una donación de sentido, del ser, del cosmos, de Dios o, simplemente, en
general, de “lo Otro”, y que el hombre al dotar de sentido a algo, en verdad lo que hace es “oír”, pispar, captar,
intuir ese sentido que viene desde fuera.
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4.

La íntima relación entre hombre y sentido es tal que por eso concebimos al ser humano como buscador
de sentido. Pero al entenderlo de esta manera se podría presuponer que estaríamos subrayando con ello más la
dotación que la donación. No, más bien es justo lo contrario, ya que de lo que se trata es que precisamente
porque el hombre está en una perpetua búsqueda que se manifiesta en todo momento en lo que hace,
decide, afirma, piensa o discute, es que esto mismo nos hace ver que prevalece en ello la donación y no
la dotación de sentido. Justamente porque estamos en la perpetua búsqueda de sentido, podemos decir que
estamos siempre de camino al sentido, y que lo que se nos ofrece como sentido, sobre todo como sentido último
y absoluto, solemos ponerlo en entredicho.
(…)
Al hombre, en tanto buscador de sentido, lo caracteriza una “actitud” que corresponde llamar
“significadora” (y no “significativa”). Esta actitud se puede extender y llegar a ser además una “actitud
simbolizadora” (y nuevamente habría que acotar aquí que no es “simbólica”). Visto de esta forma, el hombre no
es un “animal simbólico”, sino en todo caso un “animal simbolizador” (teniendo presente en ello a Cassirer)
(…)
El sentido requiere en todo caso de una representación previa, que provenga de nuestras sensaciones,
recuerdos o fantasías, y nuevamente cabe decir aquí que esas representaciones no son meras creaciones nuestras.
En ellas, al igual que en el sentido, hay algo que se dona y algo que construimos.
El nexo entre la actitud significadora y simbolizadora del hombre y los ámbitos del sentido: semántico,
existencial y metafísico, se explica además en función de que estamos radicalmente determinados por el lenguaje.

DESDE UNA CONCEPCIÓN ESTÁTICA


A UNA CONCEPCIÓN DINÁMICA DEL HOMBRE

1.-
(…)
Utilizando la jerga de los filósofos del posmodernismo, podemos decir que es necesario que caigan esos
“metarrelatos”, para que el hombre tenga que preguntarse ahora de veras acerca del sentido. Y ello se debe a que
ya no cuenta con un camino trazado con antelación.
Como paso intermedio, además, ha sido necesario para llegar a ello que el hombre haya tomado
posición como centro, ya sea en términos del cogito cartesiano (“Pienso, luego existo” como primera verdad a
partir de la cual se llega a otras), como también se acuerdo a la teoría representacional, que en su formulación
más extrema sostiene que “algo es en tanto me lo represento”, estableciendo con ello la equivalencia: ser =
representación.
Atendidas estas consideraciones, lo que se juega en el parágrafo 9 de Ser y tiempo es decisivo y apunta
ya a esta nueva concepción del hombre (llamado por Heidegger Dasein), en cuanto a que él es “posibilidad
empuñada”. Y si bien lo esencial del Dasein que somos es asumirnos como posibilidad, poder ser y proyección,
esto también reviste el carácter de un desafío, ya que normalmente no nos asumimos como tales, y somos
simplemente lo que se acostumbra a ser, como una inercia rutinaria que nos arrastra, haciendo y decidiendo
simplemente lo que se hace o decide.
(…) Sólo se pregunta por el sentido quien en rigor ya experimenta, aunque sea a ratos, su falta. Y ello es natural
que suceda así desde el momento en que ya no estamos más alojados en el sentido de ciertos relatos míticos o
religiosos (propios también de concepciones estáticas del hombre), que le dan una clara orientación a todo
nuestro quehacer.
Si se quiere, incluso podríamos decir que la pregunta por el sentido nos la hacemos en el contexto del
nihilismo, entendido este radicalmente como pérdida de sentido.

2.
Volviendo a una cuestión que es nuevamente de índole histórica respecto de la pregunta por el sentido,
debemos plantear que si ya no estamos bajo el alero de materrelatos, que se corresponden con concepciones
estáticas del hombre, y que si nos asumimos dinámicamente, con Jaspers o Heidegger, como “posibilidad
empuñada”, está en juego en esto un sí-mismo, un ser-propio que tendríamos que ganar.
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Al entender el sí-mismo de esta manera, se evita toda objetivación o identificación con cierta figura o
modelo determinado, vale decir, de una supuesta autenticidad en particular, ya que cuando esto sucede se suele
caer en el formas de fascismo o de ideologización del mencionado sí-mismo. Entendidas las cosas así, queda
parejamente resguardada esta concepción de la crítica emprendida por Adorno en Jerga de la autenticidad a las
concepciones de esta, al tener en la mira en el análisis sus identificaciones con modelos determinados. 7
Únicamente al entender el sí-mismo en propiedad, a saber, en términos de asumirse como poder-ser,
podemos reconocer un nexo acorde al sentido. En lo que atañe al ámbito existencial, el sí-mismo es evidente que
cumple un papel en tanto orientación. En cuanto a un supuesto sentido existencial, la orientación es sin duda lo
que más importa. Pero hay que destacar parejamente aquí que para que sea posible esa orientación, ligada al sí-
mismo, antes es necesario que se hagan presentes todas las otras acepciones y generadores del sentido,
significado, justificación, orientación, vínculo, cobijo, atadura, reiteración y sostén.
Atendiendo a la recta comprensión del sí-mismo, comparecen en ello además los tres ámbitos del
sentido. Por de pronto, el ámbito semántico, en lo relativo a lo que este sí-mismo deba significar: poder-ser
asumido o empuñado. Comparece en esto evidentemente también el ámbito existencial, precisamente porque el
sí-mismo nos da una orientación. Y comparece por último también el ámbito metafísico, que en este contexto
resulta particularmente clarificador, y evita que mal entendamos el mencionado sí-mismo. Si el sí-mismo puede
jugar un papel en lo que se refiere a la orientación y se trata de que a este no podemos identificarlo con un
modelo determinado, sino que únicamente expresa nuestro eventual poder-ser asumido, es reconocible que el
mencionado sí-mismo da expresión al trasfondo que nos determina. Si, por si parte, lo propio del trasfondo es
que no podemos objetivar o establecer un sentido, y que sea el sentido en su trasfondo siempre está acechando
por el sin-sentido, de igual modo el sí-mismo que pudiera orientarnos en una dirección, resulta ser que esta
dirección nunca la puedo prefijar, precisamente por no poder a la par identificar el sí-mismo con cierto modelo.
Notas:
1.- Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, trad. De Andrés Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 1994, af. 18.
2.- Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid, 1994.
3.- Cfr. Heidegger, Ser y tiempo, trad. De Jorge E. Rivera, Universitaria, Santiago, 1997, p.35. Tb.: Ser y Tiempo,
trad. De José Gaos, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1962, p.21. Edición alemana: Sein und Zeit,
Niemeyer, Tübingen, 1997. En adelante, trad. De Rivera: SytR, de Gaos, y la ed. al.: SuZ.
7.- Cfr. Adorno, Jargon der Eigentlichkeit. Zur deutschen Ideologie (Jerga de la autenticidad. Respeto a la
ideología alemana), Edit. Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1970,.p.89, passim.

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