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J ¿ *
CATEDRA
Introducción .............................................................................................. 9
C apítulo I. La forma literaria................................................................... 17
Los in terlo cu to res................................................................................ 25
El espacio ............................................................................................. 29
El tie m p o ............................................................................................... 37
La argumentación ló g ic a ..................................................................... 43
Las circunstancias retóricas................................................................. 63
La ficción conversacional ................................................................... 76
C apítulo II. La tradición clásica y la imitación de m odelos................. 86
Los diálogos de Platón ....................................................................... 88
Los diálogos de San A g u s tín .............................................................. 92
Los diálogos de Cicerón ..................................................................... 94
El Cortesano de Castiglione.................................................................. 101
Los diálogos de Luciano .................................................................... 109
Los Coloquios fam iliares de E ra sm o .................................................... 128
C apítulo III. Las condiciones históricas .............................................. 150
Filosofía y pedagogía.......................................................................... 177
El diálogo y el Renacimiento e s p a ñ o l.............................................. 199
C atálogo bibliográfico ........................................................................ 217
A péndice .................................................................................................. 231
A b r e viat u r as ........................................................................................... 233
7
Introducción
' Vid. L. Muías, «1.a scrittura del dialogo. Teorie del dialogo tra cinque e seicento», en
O ralitá e scrittura nct sistema tetterario, ed. de G. Cerina, C. Lavinio y L. Muías, Roma, Bulzoni
ed., 1982, págs. 245-263.
2 Vid. H. Lausberg, M anual de retórica literaria (1960), trad. de J. Pérez Riesco, vol. II, Ma
drid, G redos, 1967, §5 823-826 y 1131-1132. Un testimonio interesante de cómo se veía
el diálogo en la retórica es el de Rodrigo Espinosa de Santayana, Arte de retórica, Madrid, Gui
llermo Drouy, 1578, fols. 77r-80r.
9
logo que vamos a estudiar, no hay personificación del pensamiento
en las figuras de los interlocutores: no hay mimesis.
Los tratadistas del siglo xvi antes mencionados, siguiendo las
huellas de Aristóteles, sienten la necesidad de sistematizar el estudio
sobre el diálogo; pero lo hacen pensando casi exclusivamente en los
modelos clásicos, sobre todo Platón y Cicerón. Además, cuando
aparecen estos tratados sistemáticos, el diálogo es una forma litera
ria plenamente desarrollada. Por todo ello, no se llega a producir
una relación efectiva entre la teoría literaria y los diálogos concre
tos, sobre todo entre la teoría literaria y los diálogos escritos a partir
de la Edad Media.
Por otra parte, en la bibliografía actual, no hay estudios genera
les sobre el diálogo escrito a partir de la Edad Media. El breve capí
tulo que Rudolf Hirzel dedica a esta cuestión ya está anticuado. Con
posterioridad, Giovanna Wyss-Morigi, Francesco Tateo y David
Marsh han publicado monografías sobre el diálogo italiano de los si
glos xv y xvi. Mustapha Kemal Bénouis ha publicado otra mono
grafía sobre el diálogo francés del siglo xvi, Bernard Bray un artícu
lo sobre el diálogo francés del siglo xvn y Elisabeth Merrill un estu
dio de conjunto sobre el diálogo en Inglaterra1*3. En lo que se refiere
a los diálogos españoles del siglo xvi, los estudios se encuentran to
davía en una fase inicial. Antes de la década de los 70 sólo se habían
publicado algunos artículos parciales. La única excepción, en este
sentido, es la tesis de Luis Andrés Murillo, The Spanish Prose D ialo
gu e o f the Sixteenth Century (1953), que ha permanecido inédita en los
archivos de la Universidad de Harvard; aunque, según he podido
comprobar, su autor ha extractado de ella dos breves artículos, pu
blicados en 1959 y en 1 9 6 1 4.
1 Rudolf Hirzel, «Dcr Dialog im Mittclalter und den neueren Zeiten», D er Dialog. Ein Li-
terarhistoriseber Versuch, 1895; rccd. Hildcshcim: G. Olms, J963, vo). J], págs. 381-437. Agra
dezco a Gerardo Meil Landverlin y a Amelia Fernández Rodríguez la traducción de los capí
tulos correspondientes del libro de Rudolf I lirzcl. G. Wyss-Morigi, Constributo alio studio de!
dialogo aU'epoea dtll'Umanesimo e de! Rinaseimento, Monza, Universitá di Monza, 1950; F. Ta
feo, «II dialogo morale», Tradizione e realtá nelTUmanesimo italiano, 1967; reed. Barí: Dedalo Li-
bri, 1974, págs. 291-390; D. Marsh, The «Quattrocento» Dialogue. Classical Tradition and Huma-
nist Innova!ion, Londres, Harvard University Press, 1980; M. K. Bénouis, ¡ je dialoguephUosophi-
que dans la littérature fran(aise du seizieme siiele, París, Mouton, 1976; B. Bray, «Le Dialogue
commc forme littérairc au XVII' siécle», Cahiers de TAssociation Internationale des Etudes T'raufai-
ses, 24 (1972), págs. 9-29; E. Merrill, The Dialogue in English Literature, 1911; reed. I lamdcn:
Archon Books, 1969. Los estudios sobre el diálogo a partir de la Edad Media se han centrado
sobre todo en la ¿poca del Renacimiento. En este sentido, vid. M. T. Joncs-Davics, ed.. Le
Dialogue au temps de la Renaissanee, París, Jcan Touzot, 1984. Se trata de un volumen colectivo
que recoge varias ponencias de dos coloquios celebrados en la Universidad de la Sorbona du
rante el 18-19 de noviembre de 1983 y durante el 23-24 de marzo de 1984.
4 Luis Andrés Murillo, «The Spanish Prose Dialogue of the Sixteenth Century», Diss.
10
A partir de los años 70, y sobre todo en lo que llevamos de la
década de los 80, el interés por el diálogo español del siglo xvi se ha
incrementado de manera notable. En 1985, Jacqueline Savoye pu
blica otra tesis sobre el mismo asunto: Les Dialogues espagnols du
X VI* siecle ou l ’expression littéraire d ’u ne nouvelle conscience1. A través del
estudio de los diálogos españoles del siglo xvi, Jacqueline Savoye
pretende ilustrar una determinada visión del Renacimiento español
inspirada en la de José Antonio Maravall**56, pero sin analizar las rela
ciones entre la forma y el contenido del diálogo ni su tradición lite
raria. A l final de los dos extensos volúmenes, Jacqueline Savoye in
cluye unas breves referencias formales, y aisladas del resto del estu
dio, al género del diálogo7. Entiéndase que no voy a discutir, de
manera explícita, la visión del Renacimiento español de José Anto
nio Maravall, sino la legitimidad de aplicar la ideología de una épo
ca — sea la que sea— a una forma literaria sin estudiar antes las re
laciones entre esa forma literaria y su contenido.
El diálogo, como cualquier otra forma literaria, nace de la fric
ción conjunta y simultánea entre la forma de expresión y la forma
del contenido, que están siempre relacionadas en el proceso de crea
ción o de formación de cada obra concreta. Me interesa el diálogo
como una forma literaria y no como una forma semiótica, lógica o
filosófica. La semiótica y la filosofía se refieren al diálogo, respecti
vamente, como «acto de hablar» y como «acto de pensar». Leemos
en el A nálisis d el discurso: «La estructura d el diálogo es una matriz im
plantada en el lenguaje en el nivel de sus formas más universales»8.
Harvard University, 1953. Los dos artículos son «Diálogo y dialéctica en el siglo xvi espa
ñol», Revista de la Universidad de Buenos Aires, IV, 1 (1959), págs. 55-66 y «Cervantes. Coloquio
de los perros, a Novel-Dialogue», Modem Philology, LVIII (1961), págs. 174-185.
5 2 vols., París, Didier, 1985. Jacqueline Savoye presentó su tesis en la Universidad de
Burdeos en 1982. Con posterioridad Henri Ayala ha escrito una tesis sobre los diálogos espa
ñoles del siglo xvii que, en cierto sentido, es una continuación de la de Jacqueline Savoye y
que, desde luego, adolece de sus mismos defectos: Introduction á l ’étude du «dialogue» au XVII»
siecle, 2 vols., Lille, Université de Lille, s.a.
6 Por ejemplo, vid. Carlos V y el pensamiento político de! Renacimiento, Madrid, Instituto de
Estudios Políticos, 1960, Antiguosy modernos, 1960; reed. Madrid, Alianza Editorial, 1986, Es
tado m odem oy mentalidad social. Siglos XV a XVII, 2 vols., Madrid, Revista de Occidente, 1972,
y, por contraste, La cultura del Barroco, 3.a ed., Barcelona, Ariel, 1983.
7 Les Dialogues espagnols, vol. 11, págs. 977-1088.
8 Jorge Lozano, Cristina Peña-Marín y Gonzalo Abril, Análisis del discurso. Hacia una se
miótica de la interacción textual, Madrid, Cátedra, 1982, pág. 161. Un testimonio del interés que
los filósofos y los lingüistas sienten por el diálogo es el volumen colectivo compilado por M.
Dascal, Dialogue: An Interdisciplinaty Approach, Amsterdam, John Benjamins Publishing, 1985.
Este volumen recoge varias ponencias del Primer Congreso de Filosofía del Lenguaje, cele
brado en Brasil en 1981. Un libro dedicado a estudiar el diálogo desde la Lingüística del Tex
to es el de Lauri Carlson, Dialogues Games. An Approach to Discourse Analysis, Dordrecht, D.
Reidel, 1985, págs. 3-142. Desde un punto de vista lógico o semiótico, vid. F. Jacques, Dialo-
11
Lógicamente, el historiador de la literatura y el crítico literario se
sienten más interesados en la realización formal del diálogo como
«acto literario» que por su «estructura universal».
De acuerdo con la distinción establecida por Claudio Guillén9,
reverso el uso del término estructura para el contexto conceptual del
estructuralismo antropológico de Lévi-Strauss o el de los teóricos
de la literatura afines, y el término form a para los objetivos literarios
adecuados a la naturaleza especial de la literatura. A l estructuralis
mo no le interesa la disposición del componente de la obra literaria
que llamamos form a, sino que busca en el texto un código global
cuyas características unitarias no son ni literarias ni artísticas, como
sucede en los análisis panlingüísticos que hacen caso omiso de la re
lación entre la forma y el contenido de una obra literaria individual
para descubrir en ella un conjunto estructural de carácter predomi
nantemente temático y universal. Éste es también el planteamiento
dejaequeline Savoye, aunque su análisis no es «estructuralista», sino
más bien «sociológico» o, de manera más general, «contenidista».
Olvidando la relación entre la forma y el contenido del diálogo y de
cada diálogo en particular, Jacqueline Savoye sostiene a p rio ri que
esta forma literaria implica una «cosmovisión ideológica» determi
nada o, según reza el subtítulo de su tesis citada, l ’expression littéraire
d'une nouvelle cortscience. El desenfoque metodológico de la tesis dejae
queline Savoye consiste en utilizar el método «contenidista» para ex
plicar las peculiaridades formales del diálogo. Los formalistas rusos,
y sobre todo Tynjanov, nos han enseñado que la estructura ideológi
ca de un periodo histórico no se traduce de manera directa en lafo r
ma de una obra literaria, sino a través de una serie de «ajustes y de
sajustes formales» entre la forma de expresión y la forma del conte
nido, «ajustes y desajustes formales» que Jacqueline Savoye no
estudia.
Hechas estas salvedades, conviene advertir que el esquema for
mal del diálogo, extremadamente libre, se materializa de varias ma
neras muy diferentes entre sí. Tan sólo voy a estudiar una de ellas,
la que llamo diálogo didáctico. Sin embargo, no estudio el diálogo di
dáctico escrito en verso porque la prosa y el verso plantean proble
giques I: Rtcbercbes logiques su r le dialogue, París, P.U.F., 1979. Desde un punto de vista filosófi
co, vid. M. Yela, «Logos y diálogos», en Homenaje a X avier Zubiri, M adrid, 1970, vol. 11, págs.
743-777; E. Tierno Galván, Razón mecánica j razó» dialéctica, Madrid, Tecnos, 1969; Richard
McKeon, «Greek Dialectics: Dialectic and Dialogue, Dialectic and Rhetorio», en X V Congres
de l'Institut International de Pbilosopbie, La Haya, 1975, págs. 1-25; C. J. R. Armstrong, «The
Dialectical Road to Truth: the Dialogue», en French Renaissance Studies, ed. de P. Sharrat,
Edimburgo, Univ. de Edimburgo, 1976, págs. 36-51.
9 «De la forma a la estructura: fusiones y confusiones», 1616, 1 (1978), págs. 23-41.
12
mas formales distintos10. El diálogo didáctico — junto al ensayo, la
miscelánea, la glosa doctrinal, las espístolas, las memorias, las bio
grafías, los discursos y sermones— pertenece a una zona de la lite
ratura mal definida, oscilante entre la ficción y la información, que
apenas ha sido estudiada. Habitualmente se ha creído que los géne
ros didácticos no eran «literarios» y que, por consiguiente, su estu
dio carecía de interés para la teoría y para la historia de la literatura.
No es mi propósito discutir aquí el estatuto genérico del diálogo
didáctico ni, mucho menos, su grado de «literariedad» (literatum ost)
tal y como fuera definido por Román Jakobson y por los formalistas
rusos. Sin embargo, creo que el estudio del diálogo didáctico posee
no sólo un gran interés histórico, sino también un indudable interés
literario, aunque sólo sea para comprender cabalmente el diálogo de
la novela y el diálogo del teatro que, sin ninguna duda, han sido
considerados siempre como «literarios»11.
La dialéctica es la sustancia íntima del diálogo, como la narra
ción lo es de la novela y la situación del drama. En el diálogo didác
tico, considerado como género literario, los interlocutores, el tiem
po y el espacio están al servicio de las ideas que, a su vez, dependen
del proceso discursivo, lógico o retórico de la argumentación. Por
el contrario, cuando se utiliza el diálogo en la novela y en el teatro,
las ideas tienden a depender de la caracterización individual de los
interlocutores, orientados hacia la acción y determinados por una
historia personal concreta. Como dice Jacqueline Savoye en un ar
tículo posterior a su tesis: «El personaje portavoz del Diálogo huma
nístico [léase: didáctico] tan sólo habla, no actúa, salvo contadas ex
cepciones, y si actúa no es más que para ejemplarizar la lección»12.
10 Un caso límite entre la prosa y el verso es el diálogo «en eco» escrito en prosa, ya que
el «eco» inicialmente es un recurso que sólo se utiliza en poesía. Vid. M. Gauthier (seudónimo
de R. Foulché-Delbosc), «De quelques jeux d’esprit, 11: Les échos», R.Hi., XXXV (1915),
págs. 1-76. Conservamos un Diálogo entre el Marqués de Lombayy su eco, escrito por F. López de
Villalobos, y ocho diálogos más incluidos en la Miscelánea de Sebastián de Horozco.
11 No obstante, se ha estudiado muy poco la' utilización que se hace del diálogo, como
técnica formal, en la novela y en el teatro. Ahora, vid. C. Pérez Gállego, El diálogo en novela,
Barcelona, Península, 1988. Entre los críticos, hay problemas incluso para distinguir el diálo
go de la novela del diálogo del teatro, como sucede a propósito de La Celestina. (Vid. P. Heu-
gas, «¿La Celestina, novela dialogada?» en Homenaje al profesor M. Bataillon, Sevilla, Universidad
de Sevilla, 1981, págs. 159-177; S. Gilman, «Diálogo y estilo en La Celestina», N.R.F.H., V il
(1953), págs. 461-69 y, del mismo autor, «La Celestina»: Arte y estructura (1956), trad. de M.
Frenk Alatorre, Madrid, Taurus, 1974. Sin embargo, cfr. María Rosa Lida de Malkiel, La ori
ginalidad artística de «La Celestina», 2.* ed., Buenos Aires, Eudeba, 1970, págs. 29-79. Esta
confusión se refleja en el artículo de C. Morón Arroyo («Sobre el diálogo y sus funciones lite
rarias», H.R., XL1 (1973), págs. 275-284), donde se mezclan de manera indiscriminada los diá
logos de Platón y Cicerón, el diálogo teatral y el diálogo de las novelas de Galdós o de Una-
muno.
12 «Del diálogo humanístico a la novela», en Homenaje a José Antonio Maravall, Madrid,
Centro de Investigaciones Sociológicas, 1986, págs. 357-358.
13
De este modo, mientras que el diálogo didáctico es objetivo y
está determinado por las relaciones lógicas de pregunta-respuesta o
de aprobación-desacuerdo, el diálogo característico de la novela y
del teatro es subjetivo y está distorsionado por las consecuencias
emocionales implícitas en la psicología de cada personaje. Todos es
tos diferentes tipos de diálogo, aunque relacionados entre sí, pueden
llegar a confundirse y, de hecho, durante el siglo xvi se desarrolla
un diálogo didáctico de naturaleza circunstancial donde se relaja el
proceso lógico o retórico de la argumentación, que se hace más lite
rario, y donde el escenario, el tiempo y los interlocutores adquieren
con frecuencia una dimensión novelesca o teatral. Sin embargo, y a
pesar de esta coincidencia histórica, el diálogo didáctico es un modo
de expresión propio que constituye un todo coherente y, hasta cier
to punto, homogéneo.
Hacia el final del libro, he incluido un Catálogo de los diálogos
didácticos españoles en prosa del siglo xvi, que es el más completo
de los que han sido reunidos hasta el momento. Sin embargo, para
determinar el número exacto de diálogos incluidos en este Catálogo,
es necesario tener presente las diferencias que hay entre el diálogo
como unidad bibliográfica y como unidad formal. En líneas genera
les, considero que un diálogo es una unidad formal cuando se desa
rrolla entre los mismos interlocutores, en el mismo escenario espa
cial y temporal, y cuando versa sobre el mismo tema. Según estos
criterios, un impreso o un manuscrito (una unidad bibliográfica)
pueden contener más de un diálogo considerado como una unidad
formal. Por ejemplo, si eran de corta duración, los diálogos solían
ser agrupados en recopilaciones facticias, en las que cada uno de
ellos conservaba su carácter independiente, como sucede en los
Diálogos o Coloquios (1547) de Pedro Mejía, en los Coloquios satíricos
(1553) de Antonio de Torquemada, en los Diálogos de Philosophía na
turaly m oral {1558) de Pedro de Mercado, en los Diálogos muy subtiles
y notables (1567) de Pedro de Navarra, en los Diálogos de la Phantásti-
ca Philosophía (1582) de Francisco Miranda Villafañe o en los D iálo
go s de differentes m aterias (h. 1582) de Damasio de Frías. Otro caso si
milar es el de la Linguae latinae exercitatio de Juan Luis Vives que, a
imitación del Colloquiorum L íber de Erasmo, se subdivide en peque
ñas microconversaciones, 25 en total, con carácter independiente.
A imitación de Vives, Francisco Cervantes de Salazar editó otras
siete microconversaciones y Juan Maldonado otras seis más.
Un caso diferente es el de los diálogos en los que, a pesar de ha
ber una variación relativa de los interlocutores y del escenario espa
cio-temporal, están unidos por un hilo narrativo, y a los que consi
dero como una sola unidad formal. Es el caso de los Coloquios m atri-
14
móntales (1550) de Pedro de Luján, del Coloquio breve (1557) de Fran
cisco Martínez de Castrillo, de los Colloquios (1568) de Baltasar de
Collazos, del Diálogo de la vida de los pajes de palacio (h. 1573) de Die
go de Hermosilla o del Libro intitulado Coloquios de la verdad de Pedro
Quiroga.
Teniendo en cuenta todas estas distinciones, en el catálogo
mencionado hay 173 diálogos considerados como una unidad bi
bliográfica y 238 considerados como una unidad formal. Es decir,
el diálogo didáctico es un género literario breve para el formato
habitual de los impresos del siglo xvi. Claro que la extensión de un
diálogo, considerado como unidad formal, varía mucho: puede ocu
par dos folios tan sólo, como sucede en el Dialogas Ínter Siliceum,
A rithm eticam et fam am (1514) de Fernán Pérez de Oliva, o puede
ocupar cinco volúmenes de los de la Biblioteca de Autores Españo
les, como sucede en los Diálogos fam iliares de la A gricultura cristiana
(1589) de fray Juan de Pineda.
Frente a los 173 diálogos catalogados, Jacqueline Savoye sólo
reseña 79, ya que no tiene en cuenta los que están escritos en latín.
Si descontamos estos diálogos del Catálogo, tendríamos alrededor
de 133 frente a los 79 de Jacqueline Savoye13, cifras que ya están
más próximas entre sí. En cualquier caso, lo que me interesa es de
terminar el corpas de los diálogos españoles del siglo xvi, ya que has
ta ahora se han venido manejando las cifras de manera muy impre
cisa. Por ejemplo en 1959, Luis Andrés Murillo escribía: «Entre
1525 y el fin de la centuria apareció toda una literatura de diálogos
filosóficos, religiosos, morales, satíricos, científicos, técnicos, histó
ricos, artísticos y de pasatiempo. El número de diálogos escritos du
rante esta época se acerca a un millar»14. A pesar de las previsiones
de Luis Andrés Murillo, a todas luces exageradas, no creo que la ci
fra de diálogos didácticos españoles escritos en prosa durante el si
glo x vi sobrepase en mucho la ya citada de 173, aun cuando habría
que añadir los diálogos que se han perdido, y que he recopilado en
el Apéndice que sigue al Catálogo bibliográfico.
En las citas de los diálogos estudiados, muchos de los cuales no
han vuelto a ser editados desde el siglo xvi o han permanecido ma
nuscritos, he procurado respetar la ortografía del original, sin mo
dernizar la puntuación, aunque regularizo el uso vocálico/conso-
nántico de u/v y de i/j/y, desarrollo todas las abreviaturas y transcri
bo la —S~ alta como — s— baja. Además, en el caso de los diálogos
escritos en castellano, acentúo las palabras según las normas de la
15
Academia Española de la Lengua vigentes desde enero de 1959.
Siempre se citan los diálogos por la edición o por el manuscrito que
aparece en el Catálogo bibliográfico, sin otra convención que seña
lar al final de la cita y entre paréntesis el número del folio, de la pá
gina o de la columna que corresponde.
Por último, quisiera advertir que este libro es la reelaboración
de una tesis de doctorado, subvencionada con los fondos del Plan de
Formación de Personal Investigador del Ministerio de Educación y
Ciencia, que fue dirigida por Domingo Ynduráin y presentada el 5
de octubre de 1987 en la Universidad Autónoma de Madrid. Como
entonces, mi agradecimiento para quienes, de una o de otra manera,
me ayudaron a llevar a cabo la labor de investigación: Gerardo Meil
Landverlin, Amelia Fernández Rodríguez, Julián Paz Hidalgo,
Francisco Rodríguez Menéndez y Gabriel Andrés Renales. Mi agra
decimiento también para Cristóbal Cuevas, Ángel Gómez Moreno,
Pablo Jauralde, Antonio Prieto, Antonio Rey, Jacqueline Savoye,
Florencio Sevilla y, de manera especial para Ana Vian Herrero y
para el propio Domingo Ynduráin.
16
C apítulo primero
La forma literaria
17
Ya lo había advertido Isidoro de Sevilla en sus Etimologías:
4 Cit. por A. Prieto, «Notas sobre la permeabilidad del diálogo renacentista», en Estudios
sobre literatura española d el Siglo de Oro. Homenaje a l profesor Framiseo Ynduráin, Madrid, E.N.,
1984, pág. 367, n. 2.
18
En el prólogo al Viaje de Turquía, leemos:
19
por el Gran Capitán respondido: lo qual todo me á parecido rc-
duzir a la memoria / y escrivirlo / porque leyéndolo sus amigos
/ y servidores refresquen en sus ánimos la memoria de su vir
tud; y los otros se duelan por no aver entervenido en su tiempo
para deprender muchas cosas útiles (...) porque si con el ver no
las alcanzaron, con el leer las deprendan (fol. 1r).
20
Miguel Sánchez de Lima, en el que Calidonio es claro trasunto del
autor:
21
propio proceso oral de creación, ya que el escritor está presente
como un interlocutor que reflexiona sobre la génesis de su obra5.
Aunque sin la maestría del Diálogo de la lengua, es relativamente
frecuente en el siglo xvi que un autor de diálogos aparezca también
como uno de los interlocutores6. Así sucede en los diálogos de me
dicina de F. López de Villalobos, en el A lfabeto cristiano de Juan de
Valdés, en el Coloquio de B. Montaña de Monserrate, en la A pología
del Comendador Escrivá, en la A lvaradina de N. Espinel de Alvara-
do, en el Dialogismo de Juan de Faria, en el R etrato d el perfecto médico
de Anríquez, en el N orte de los estados de fray Francisco de Osuna, en
la Philosopbia antigua poética del Pinciano, en E l Cortesano de Luis Mi
lán, en los Diálogos de P. Barrantes, en el Defeb ris (...) medela de Luis
de Toro, en el De iuventute y De historia de S. Fox Morcillo, en el Bo-
nonia de F. Furió Ceriol, en la Veritas fucata, en el A edes legum, en el
C hristifesu Triumphus y en el Sapiens de Vives, en el De motu H ispa-
niae, en la Praxis sive de lectione Erasmi y en el Triumphus de Maldona-
do. De hecho, uno de los grandes atractivos del diálogo es precisa
mente el de unir la autobiografía y la enseñanza.
Por otra parte, la mezcla de las funciones de autor, de taquígra
fo y de interlocutor es posible gracias a que, en el siglo xvi, hay una
distinción generalizada entre la realidad de la conversación y su
cristalización ten un texto ficticio. En otras palabras, el escritor de
diálogos juega a salvar la distancia que separa el nivel oral del nivel
escrito porque sabe que es infranqueable. Sin embargo, y como he
rencia medieval7, subsisten todavía en el siglo xvi algunos diálogos
5 Vid. M. Marzano, «Le forme del dialogo nel Dialogo de ia lengua di Juan de Valdés», en
Studi d i letteratura spagnota, Roma, 1968-1970, págs. 25-58; J. B. Avalle-Arce, «La estructura
del Diálogo de la lengua», Dintomo de una Epoca Dorada, Madrid, Porrúa, 1978, págs. 52-72; A.
Prieto, La prosa española de! siglo XVI, I Madrid, Cátedra, 1986, págs. 161-175; C. Barbolani,
«Los diálogos de Juan de Valdés ¿reflexión o improvisación?» en Actas del Coloquio interdiscipli
nar «Doce consideraciones sobre el mundo hispano-i/aliano en tiempos de Alfonso y Juan de Valdés»
Roma, Instituto Español de Roma, 1979, págs. 135-152 y, de la misma autora, introdución a
su ed. del Diálogo de la lengua, Madrid, Cátedra, 1982, págs. 45-74; I. Lerner, «El discurso lite
rario del Diálogo de la lengua de Juan de Valdés», en Actas de! VIH Congreso de !a Asociación Inter
nacional de Hispanistas, Madrid, Istmo, 1986, vol. II, págs. 145-150; y Ana Vían Herrero, «La
mimesis conversacional en el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés», Criticón 40 (1987),
págs. 45-79.
6 Sólo tengo en cuenta aquellos diálogos en los que el autor interviene con el pronombre
personal de primera persona o con sus apellidos, ya que el nombre propio solo suele ser poco
específico. Por ejemplo, podemos deducir que Antonio de Torquemada es el interlocutor prin
cipal, precisamente llamado Antonio, del Manual de escribientes, del Jardín de flores curiosas y de
la mayoría de los Coloquios satíricos. Sin embargo, también se llama Antonio el interlocutor
principal del Colloquio de!S ol de Diego Sánchez o el de la Nuevafilosofía de Miguel Sabuco.
7 Pienso en algunas situaciones semejantes del Libro de Buen Amor, del Laberinto de Fortu
na, de la Cárcel de Amor y, ya en el siglo xvi, de la Lozana andaluza, situaciones estudiadas por
Alfonso Rey: «Juan Ruiz, don Melón de la Huerta y el yo poético medieval», B.H.S., LVI
(1979), págs, 103-116.
22
en los que los límites entre la realidad de la conversación y la del li
bro no son precisos. Por ejemplo, en la Disputatio aversus Aristotelem
Aristotelicosque sequacesf editada en 1517, el diálogo como texto circu
la entre los propios dialogantes, quienes aparecen y desaparecen en
tre sus líneas según el capricho del autor, Hernando Alonso de He
rrera. El diálogo como libro no tiene consistencia propia. En un
momento dado, el autor envía el diálogo escrito a su hermano
quien, a su vez, se lo da a otro de los dialogantes, a Hernán Núñez,
para que también lo lea. Comenta el autor:
23
narrador9. No hay una utilización adecuada del estilo indirecto, de
los verba dicendi. Por el contrario, en los diálogos del siglo xvi, suele
haber una distinción cuidadosa entre las funciones de autor-
narrador y de autor-interlocutor. Cuando un autor aparece como
narrador («el actor Lucena»), todo el diálogo está escrito con verba
dicendi, como sucede en E l Scbolástico de Villalón y en otros diálogos:
De imitatione de S. Fox Morcillo, D e los nombres de C risto de fray Luis
de León, E l regidor de Juan Costa, C hristi Jesu Triumphus y A edes le-
gum de Vives, el Diálogo de fray Juan de la Cruz, De H istoria de Fox
Morcillo, Bononia de Furió Ceriol, E l Cortesano de Milán, De feb ris
(...) medela de Luis de Toro y La últim a batalla de Jerónimo de los
Ríos Torquemada. Precisamente, lo que determina la oposición en
tre el diálogo directo, sin verba dicendi, y el diálogo indirecto, intro
ducido por «dije yo» o «dijo él», es la presencia del narrador y, por
eso mismo, esta oposición se puede anular si el autor aparece, de
manera indiscriminada, como interlocutor y como narrador10.
En los diálogos del siglo xvi, con excepción de la D isputatio de
Alonso de Herrera, hay una distinción generalizada entre las funcio
nes de autor del diálogo, de narrador, de interlocutor y de taquígra
fo de la conversación. Como acabamos de ver, el autor puede ser
uno de los interlocutores del diálogo. En otras ocasiones, el autor
sólo aparece como taquígrafo o testigo de la conversación, como su
cede en la Traslación de la Imagen d e N uestra Señora de los R eyes de
Francisco de Sigüenza. En otros diálogos, como E l Scbolástico, el au
tor combina la función de taquígrafo o de testigo de la conversación
con la de narrador, a través de los verba dicenci. En fin, el autor pue
de combinar al mismo tiempo las funciones de autor del diálogo, de
9 Sobre la denominación de actor como equivalente a la de autor o auctor, vid. M.D. Chenu,
«Auctor, actor, autor», Arcbivum Latinitatis Medit A tvi (Bulletin Du CangeJ, III (1927), pá
ginas 81-86.
10 Dentro del conjunto de diálogos españoles del siglo xvi que he estudiado, la propor
ción de diálogos indirectos es mínima: 12 frente a 165. Ya desde la Antigüedad, los autores
preferían el diálogo directo, sin verba dicendi, tanto por su facilidad técnica como por su mayor
grado de dramatismo, como dice Platón en el Teeteto (143b) o Cicerón en sus Tusculanac
(I, 4, 8) y en De amicitia (I, 3). Vid. J. Andrieu, Le Dialogue antique. Structure el présentation, Pa
rís, Les Belles-Lcttres, 1954, págs. 283-344. También hay un tercer tipo de diálogo, el «tliálo-
gp mixto», que es una combinación derivada del diálogo indirecto y del directo. A su vez, el
«diálogo mixto» se subdivide en dos variantes. La primera, documentada en varios diálogos
de Platón, consiste en introducir a los interlocutores sin «dije yo» o «dijo éJ», corno en el diá
logo directo, con la diferencia de que uno de ellos hace las veces de narrador de un diálogo in
directo. Es la solución que adopta Cristóbal de Villalón en su Ingeniosa comparación. La segunda
variante, que no tiene ningún precedente clásico, es la que utiliza Juan de Molina en su A rgu
mento de vida y Alonso López Pinciano en su PhUosophia antigua poética. El narrador está presen
te desde el inicio, como en el diálogo indirecto, pero, como en el diálogo directo, los interlo
cutores son introducidos sin verba dicendi.
24
taquígrafo y de interlocutor, como en el Diálogo de la lengua, el diálo
go más complicado del siglo xvi desde este punto de vista.
Los interlocutores
25
Juan de Azpilcueta Navarro, el de las cinco mujeres que aparecen en
el Coloquio breve de F. Martínez de Castrillo o el de la mujer que apa
rece en los Diálogos de la vida d el soldado de Diego Nüñez Alba. En
los diálogos de amor, las mujeres tienen un papel más importante,
aunque limitado a refutar las proposiciones amorosas del varón,
como sucede en el Tractado de la hermosura y d el amor de Maximiliano
Calvi, en la Prueva de leales de Luis Hurtado de Toledo, en el Diálogo
de amor de Damasio de Frías o en el Coloquio de amor de Juan Sedeño.
Ahora bien, hay una serie de mujeres cuyos papeles son tan impor
tantes como los del varón. Me refiero a las mujeres que aparecen en
los coloquios erasmistas de Maldonado y, sobre todo, en los Colo
quios matrimoniales de Pedro de Luján. Como veremos, la mujer ad
quiere en los Coloquios fam iliares de Erasmo una dimensión social y
literaria muy significativa. Un caso diferente, pero que también hay
que tener en cuenta, es el de Úrsula, la cortesana arrepentida que
cuenta sus aventuras picarescas en los Colloquios de Collazos y que es
una recreación de la cortesana que aparece en la tercera jornada de
la primera parte de los Ragionamenti del Aretino, traducida por F.
Xuárez en 1548 con el piadoso título de Coloquio de las damas.
Por otra parte, los tratadistas insisten en que la caracterización
de los dialogantes depende de la materia de la conversación. En su
Apología dei dialogbi, escribe Sperone Speroni: «dico, e affermo cons
tantemente, che bene é vero, che quel Dialogo, ove il decoro delli
introdotti non é servato, é opra indegna di buon scrittore»14. En
función del decorum, suele haber una correspondencia entre la carac
terización de los interlocutores y la materia del diálogo. Por ejem
plo, si éste versa sobre la montería, alguno de los interlocutores
será un cazador experto. Si es sobre medicina, alguno de los interlo
cutores será médico o estará enfermo. Si es sobre la vejez, no faltará
un viejo, ni un enamorado si es sobre el amor. Llegado el caso, pue
den aparecer niños, como sucede en el De vera et fa cili imitatione Cice-
ronis de Palmireno y en catecismos como la Suma del doctor Cons
tantino o la Doctrina Christiana de Andrés Flórez.
No obstante, y a pesar de la flexibilidad que en la caracteriza
ción de los interlocutores introduce el decorum, hay que advertir que
en la mayoría de los diálogos didácticos tiende a producirse una
identificación absoluta entre la naturaleza individual de los interlo
cutores y el papel que desempeñan en la transmisión de la doctrina.
En este sentido, son significativos los diálogos cuyos interlocutores
no tienen otro nombre que el de Maestro y Discípulo, como sucede
14 Cito la Apología dei dialogbi según la ed. incluida en los Dialogbi di Sperone Speroni, Vene-
cia, Roberto Meietti, 1596, pág. 546.
26
en los D iálogos y en el M anual de la vida perfecta de fray Juan de los
Á ngeles, en la Lumbre d el alma de fray Juan de Cazalla, en el Catecis
m o de M artín Pérez de Ayala, en el Tratado de la oración de Antonio
Porras o en el Tratado de la inm ortalidad d el ánima de R. Fernández de
Santaella.
En otros diálogos, los interlocutores tienen un nombre simbóli
co, de acuerdo con el punto de vista didáctico que personifican,
como sucede en el Diálogo en laude de las m ujeres de Juan de Espinosa
donde se oponen Philalites, «am igo de la verdad», y Philodoxo,
«am igo de la opinión». En el diálogo quinto de La Torre de D avid de
fray Jerónim o de Lemos, los interlocutores se llaman Tranquilo, re
presentante del punto de vista del autor, y Neglicio, representante
del punto de vista equivocado. En el diálogo séptimo y último de
esta m ism a obra, los interlocutores se llaman Didimo y Prudencio,
otros dos «nom bres simbólicos», como señala el propio Didimo:
15 lid. de J. Amador de los Ríos, en Historia crítica de la literatura española, vol. VII, 1865;
reed. facs. Madrid, Gredos, 1969, págs. 578-590.
27
la pena y gloria perpetua de Pedro Mejía de Toledo; en la Tentación,
Prudencia y Fe de La última batalla de Jerónimo de los Ríos Torque-
mada; en la Verdad y el Hombre del Libro de la Verdad de Pedro de
Medina y en los distintos interlocutores alegóricos de los D iálogos de
fray Francisco de Ávila. Es conveniente distinguir todos estos dia
logantes alegóricos citados de otras figuraciones dialógicas de ori
gen lucianesco, como el gallo del Diálogo de las transformaciones y del
Crotalón; o como la cabeza y la gorra del diálogo de Gutierre de Ce
tina. También derivan de Luciano los personajes mitológicos que
aparecen en el Diálogo de M ercurio y Carón de Alfonso de Valdés o en
el anónimo Diálogo entre C arontey e l alma de P. L. Famesio.
Por otra parte, las alegorías suelen ser una herencia medieval,
como ha estudiado Ch. R Post16. En lo que respecta al diálogo, hay
que recordar aquellos debates escritos en verso donde se oponen la
Razón y la Sensualidad, el Agua y el Vino o el Alma y el Cuerpo,
como sucede en la D isputa d el alma y e l cuerpo (h. 1201) o en la R eve
lación d el ermitaño (h. 1382). De este modo, los interlocutores alegó
ricos del Libro de la Verdad de Pedro de Medina y de los D iálogos de
fray Francisco de Ávila dependen directamente de un diálogo de
Petrarca que es heredero de esta tradición medieval: De rem ediis
utriusquefortunae l7.
Si en el De rem ediis Petrarca opone varios interlocutores alegóri
cos y abstractos, en el Secretum, prefiere utilizar dos personajes indi
vidualizados: San Agustín y Francesco. Como dice F. Rico, «en el
preferir a Agustín como interlocutor y relegar la Verdad al silencio
(aunque manteniéndola en el papel en última instancia) asoma una
fatiga de tanto debate alegórico como se compuso en la Edad Media
y una adivinación de las maneras preferidas en el diálogo humanísti
co»18. Desde Rudolf Hirzel, por lo menos, se viene afirmando que
una de las características del diálogo renacentista, frente al de la
Edad Media, consiste en que los personajes son individuos concre
tos, situados en su realidad histórica19. Esta afirmación sigue siendo
28
válida para el diálogo renacentista o, al menos, para los diálogos
más característicos del Renacimiento español, como E l Scholástico o
D e los nombres de Cristo. Cristóbal de Villalón plantea su diálogo
como una conversación situada en un espacio y en un tiempo espe
cíficos, entre unos interlocutores individualizados. Lo mismo hace
fray Luis de León en De los nombres de Cristo, como advierte en las
páginas preliminares:
E l espacio
sello especial es que, frente a las obras de la Edad media, tienen como protagonistas a perso
najes de la actualidad histórica y que, por eso mismo, los presentan como criaturas vivientes y
reales.»
29
cantur, quacque agantur, assentiaris. Atquc hoc quidem propc
religiose video esse a M. Tullio conservatum20.
20Cito el De dialogo Uber según la ed. de L. A. Muratori, en Opera Omnia Caroli Sigonii, vol.
VI, Milán, 1737, pág. 458 DE.
21 Literatura europeay Edad Media latina (1948), trad. de Margit Frenk y Antonio Alatorre,
2.» ed., Méjico, F.C.E., 1981, vol. I, pág. 280.
30
en algunos diálogos, parece haber una tensión entre la retórica y el
sentimiento personal del autor, que se manifiesta, por ejemplo, en el
detallismo con el que Alejo de Salamanca describe el locus amoenus
precedente, en el detallismo con el que Antonio de Torquemada
describe el jardín del conde de Benavente en sus Coloquios satíricos 22
o en el detallismo con el que fray Luis de León describe la finca de
La Flecha en De los nombres de Cristo:
Por otra parte, el elogio del «desorden natural» hay que enten
derlo dentro de la tradición pastoril. En el prólogo a la Arcadia, una
obra muy conocida en la España del siglo xvi, Sannazaro escribe:
31
En este mismo sentido, añade al comienzo de la prosa primera: >
24 Apud R. Reyes Cano, «La Arcadia» de Samazaro en España, Sevilla, Universidad de Se
villa, 1973, págs. 172 y 176-177.
25 Paisaje y sentimiento de ¡a naturaleza en ta poesía española, Madrid, Prensa Española, 1968,
pág. 88. Vid. B. Isaza y Calderón, El retomo a la naturaleza. Los orígenes d el tema y sus direcciones
fundamentales en la literatura española, Madrid, 1934.
26 Renacimiento y renacimientos en et arte occidental (1960) trad. de M.» Luisa Balseiro, 5.* ed.,
Madrid, Alianza, 1985, pág. 53 y págs. 175-235.
32
cosa que se produce en el Renacimiento»27. Claro que la naturaleza
y el paisaje no son solamente motivos estéticos, sino también pro
blemas intelectuales y vitales de primer orden. Hay que comprender
su importancia dentro de lo que se ha llamado «naturalismo rena
centista», sea o no sea de carácter pagano, como quiere Otis H.
G reen28. El mito pastoril reaparece una y otra vez en la literatura
europea renacentista, y Américo Castro ha escrito que «fue tomado
como base para proyectar (...) cierta visión de la vida perfecta»29.
En la literatura pastoril, la vida es tanto más perfecta cuanto más se
acerca a la vida natural, parafraseando el precepto estoico del sequere
naturam 30. Leamos lo que Antonio de Torquemada escribe a este
respecto, precisamente en sus Coloquios satíricos:
33
das cargas, que si las gentes quisiesen vivir por la orden natural,
habían de procurar por todas las vías que pudiesen de huirlas y
apartarse deltas; pero no viven sino contra todo lo que quiere la
naturaleza, buscando riquezas, procurando señoríos, adquirien
do haciendas, usurpando rentas, y esto para vivir desasosegados
y con trabajos, con revueltas y con grandes persecuciones y fati
gas (cois. 512b-516a).
31 Vid. F. López Estrada, «Estudio del Diálogo de (7/'¡tenia y Selanio», R.F.E., LVI1
(1974-75), págs. 163-66 y Jacqueline Savoye, Les Dialogues espagnols, vol. I, págs. 214-246.
32 Vid. J. B. Avalle-Arce, La novela pastoril, págs. 22-24; F. López Estrada, Los libros de
pastores, págs. 197-205.
34
contino gozan, del cielo y de la tierra y de los demás elementos;
que es ella en sí una imagen clara, o por mejor dezir, una como
escuela de amor puro y verdadero. Porque los demuestra a todos
amistados entre sí y puestos en orden, y abragados, como si di-
xéssemos, unos con otros, y concertados con armonía grandíssi-
ma, y respondiéndose a vezes y comunicándose sus virtudes, y
passándose unos en otros y ayuntándose y mezclándose todos, y
con su mezcla y ayuntamiento sacando de contino a la luz y pro-
duziendo los frutos que hermosean el ayre y la tierra. Assí que
los pastores son en esto aventajados a los otros hombres. Y assí,
sea ésta la segunda cosa que señalamos en la condición del pas
tor: que es muy dispuesto al bien querer (...) De manera que la
vida del pastor es innocente y sossegada y deleytosa, y la condi
ción de su estado es inclinada al amor, y su exercicio es gover-
nar dando pasto y acomodando su govierno a las condiciones
particulares de cada uno, y siendo él solo para los que govierna
todo lo que les es necessario, y enderezando siempre su obra a
esto, que es hazer rebaño y grey. Veamos, pues, agora si Christo
tiene esto, y las ventajas con que lo tiene, y assí veremos quán
merescidamente es llamado pastor (págs. 221-225).
35
Así, por ejemplo, dos diálogos de tema religioso, el Colloquio de
voto de fray Francisco Mejía y el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma
de Alfonso de Valdés, se desarrollan respectivamente en un monas
terio y en una iglesia. Por el contrario, los Diálogos del arte militar de
Bernardino de Escalante, de temática bélica, se desarrollan en una
fortaleza.
Después del locus amoenus, el escenario más frecuente en los diá
logos españoles del siglo xvi es la casa de alguno de los interlocuto
res, como sucede en la Pbilosophia antigua poética del Pinciano, en el
Diálogo de la verdadera honrra militar de J. Jiménez de Urrea, en los
Diálogos de J. Pérez de Moya, en el Bononia de F. Furió Ceriol, en el
Diálogo de las grandezas del hierro de Monardes, en el De Historia de
Sebastián Fox Morcillo y en el Triumphus de Juan Maldonado. En
otros casos, este escenario doméstico no está explícito en el marco
del diálogo, pero puede ser deducido de alguna observación ocasio
nal de los dialogantes, como sucede en El Crotalón, en el Diálogo de
las transformaciones o en los Diálogos de la Phantástica Philosophía de F.
Miranda Villafañe, por poner tan sólo tres ejemplos34.
Otros diálogos se desarrollan mientras caminan los interlocuto
res, como sucede en los Diálogos de la vida del soldado de Diego Nú-
ñez Alba, en los Diálogos de P. Barrantes de Maldonado, en los Colo
quios militares de F. López Alfonso, en los Coloquios de Palatinoy Pin
ciano de Juan Arce de Otálora, en el Diálogo en alabanza de Valladolid
de Damasio de Frías, en la Traslación de Francisco de Sigüenza o en
el Diálogo de la Rebelión de Túnez de Pedro de la Cueva35. En general,
los diálogos que se desarrollan mientras caminan los interlocutores
están más orientados hacia la observación de la realidad histórica
que los diálogos que se desarrollan en un locus amoenus, de carácter
más especulativo.
En fin, hay otros diálogos en los que los interlocutores se en
cuentran en un lugar público, pero deciden ir a otro lugar solitario
para poder conversar con tranquilidad. Así sucede en el Coloquio de
laprueva de leales de Luis Hurtado de Toledo, en varios de los Diálo-
36
gos de Pedro Mejía, en los Diálogos de las guerras de Oran de Baltasar
de Morales, en el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de Alfonso de
Valdés o en el Viaje de Turquía. Con independencia de esta casuísti
ca, conviene volver a insistir en el hecho de que el espacio es un ele
mento literario accesorio en el diálogo didáctico. Lo significativo,
como decía a propósito del locus amoenus, es determinar aquellos ca
sos en los que el escenario tiene un valor simbólico asociado. Por
ejemplo, la descripción del jardín del duque de Alba, incluida al
principio del libro segundo del Scholástico, le sirve a Villalón para re
flejar espacialmente el tono humanístico del diálogo. Algo muy se
mejante había hecho Erasmo al describir el jardín de la casa de Eu-
sebio, en su Convivium religiosum. En otro sentido, y por poner un úl
timo ejemplo, la descripción del «camino francés», al inicio del Viaje
de Turquía, es una metáfora espacial de la ambigüedad semántica
propia de este diálogo, como veremos con más detenimiento en el
capítulo siguiente.
El tiempo
L e s te x te s q u i c o m p o r t e n t d e s p r é c is io n s d e lie u c o m p o r te n t
é g a le m e n t d e s in d ic a tio n s d e te m p s , d o n t la n e tte té e s t en
r a p p o r t a v e c l’é p a is s e u r lit t é r a ir e d e s p e rs o n n a g e s , e lle -m é m e
d e s p lu s v a r i a b le s 36.
37
ve para enmarcarlo y, por lo tanto, no tiene una importancia fun
cional comparable.
Cuando hay marcas temporales, el proceso del diálogo está es
tructurado de acuerdo con unas normas de salutación y de despedi
da que delimitan el inicio y el final de cada diálogo o de cada una de
las partes en la que éste se subdivide. Convencionalmente, el desa
rrollo del diálogo o de cada unidad del diálogo tiende a coincidir
con un día37. Sin embargo, no siempre ocurre así. Por ejemplo, los
cinco diálogos del Retrato del perfecto médico de Anríquez tienen lugar
en cuatro días, los cinco de los Diálogos del arte m ilitar de Escalante
en tres días, los tres del Diálogo de las guerras de Orón de Morales en
dos días, las tres partes del Diálogo de la verdadera hotirra militar de J.
Jiménez de Urrea en dos días, los tres libros del Democrates de Sepúl-
veda en dos días, los dos del Democrates secundas en un día y los tres
del De los nombres de Cristo en dos días.
La acotación temporal más frecuente hace referencia a la proxi
midad de la noche. En la tópica de la conclusión, como escribe E.R.
Curtius, éste era uno de los motivos preferidos para dar fin a un li
bro, sobre todo si la acción se desarrolla al aire libre, como sucede
en la poesía bucólica y, frecuentemente, en los diálogos que estudia
mos38. Veamos algunos ejemplos: en los Diálogos de la conquista del
espiritualy secreto reino de Dios de fray Juan de los Ángeles, el Maestro
dice:
38
que agora tenemos, porque la noche se viene acercando y el se
reno, con el frescor del río, podría hacernos daño si más nos de
tuviésemos, y si vuestras mercedes mandasen, será bien que nos
vamos (col. 527a).
39
agora es tarde, dcxémoslo para después de comer, que oy quiero
teneros por convidado (pág. 57).
41
La ociosidad hace buscar algunas cosas en que pasar el tiem
po, y yo, no teniendo en qué emplearlo, me he venido aquí
adonde hay tanto para todos, que la mayor falta que veo es venir
tan pocos a gozarlo (col. 532b)
42
en la diferencia que hay entre el Diálogo de la pena y gloria perpetua de
Pedro Mejía de Toledo y la Philosophia antigua poética de Alonso Ló
pez Pinciano.
La argumentación lógica
43
sea utilizado también en varios de los diálogos estudiados, por ejem
plo, en el Libro de ¡a Verdad de Pedro de Medina, en el Diálogo sobre
el comercio de Indias de Diego Cruzat, en el Diálogo de las cosas ocurridas
en Roma de Alfonso de Valdés, en el Diálogo de la Rebelión de Túnez de
Pedro de la Cueva, en los Diálogos de la vida del soldado de Diego Nú-
ñez Alba, en el Diálogo del viejo y del mancebo de Juan de Jarava y en el
Diálogo de la dignidad del hombre de F. Pérez de Oliva. A modo de
ilustración, léase el argumento del diálogo citado de Alfonso de
Valdés:
41 Le Préambule dans les oeuvres philosopbiques de Cicerón. Essai sur lo genése et l'ort du dialogue,
París, Les Belles Lettres, 1958.
44
unidad entre la vida y la obra, haciendo literatura de la vida y vida
de la literatura.
Entre los diálogos españoles del siglo xvi, no hay este tipo de
prólogos ciceronianos. La extensión de la imprenta había acentuado
la diferencia entre el diálogo como conversación y el diálogo como
libro. En este sentido, los prólogos más ciceronianos del siglo xvi
español son los que Cristóbal de Villalón escribe para El Scholástico.
Cada uno de los cuatro libros en los que se subdivide este diálogo
va precedido de un prólogo. En el que precede al libro primero, por
ejemplo, se observa con claridad la fusión, característica de los diá
logos de Cicerón, entre las preocupaciones del Villalón escritor y su
labor como narrador de la obra. Sin embargo, lo habitual en el siglo
x vi es que se separen estos dos niveles del prólogo ciceroniano. Por
una parte, las preocupaciones del escritor de diálogos como tal es
tán incluidas en el prólogo, formalmente separado del cuerpo del
diálogo. Por otra parte, las circunstancias del diálogo están introdu
cidas en el argumento, separado también del cuerpo de la obra, o en
la praeparatiOy es decir, en el movimiento inicial del propio diálogo.
Los tratadistas no se pusieron de acuerdo sobre el valor de la
praeparatio. Sforza Pallavicino la justifica en función el delectare 42,
mientras que para Antonio Llull era tan sólo una pérdida de tiem
po: «Quantum temporis in illis perit interrogationibus et responsio-
nibus, dum moribus induere sermonan volunt et ante demonstra-
tionem, respondentem praeparare conantur»43. En los Diálogos de la
montería atribuidos a Luis Barahona de Soto44, leemos la siguiente
defensa del valor de la praeparatio:
42 Cito el Trattato dello stile e del dialogo según la edición que lleva el título de Considerazioni
sopra ¡ ‘arte dello stile, e d el dialogo, Roma, Erederi del Corbelleti, 1646, pág. 480: «II terzo van-
taggio del dialogo é, l'esser egli capace di varietá senza offensa del decoro.»
41 De oratione libri septem, Basilea, J. Oporino, s.a. [<1554-1558?], pág. 500.
44 El primero en atribuir a Luis Barahona de Soto estos Diálogos de la montería es F. Rodrí
guez Marín, en 1903. Ahora, vid. J. Lara Garrido, «Los Diálogos de lo Montería: problemas de
autoría y fechación», An. Mal. V, 1 (1982), págs. 3-33. De este mismo crítico, vid. «Los Diálogos
de la M ontería de Luis Barahona de Soto como realización genérica», An. Mal., II, 1 (1979),
págs. 49-71 y «Los Diálogos de la Montería de Barahona de Soto: desestructuración expositiva y
coherencia compedial», B.B.M.P. (1982), págs. 115-153.
45
coso, que antes lo pasca y galopa un rato, y da corcovos; y un
toro antes que corra tras alguno, escarba, y un ruiseñor antes
que cante, pía (pág. 40).
ut aut in primis verbis, quod saepe factum ostendi, aut non ita
multo post, extet, atque appareat, quid sit id, de quo ínter eos,
quos induximus, disputatur, et quaeritur, ne diu lectoris animus
in argumento percipiendo aberret, atque usque ad extremum
suspensus, et parum propositae sententiae compos deseratur4S.
46
sitnc, et quatenus magnis viris appetenda, hodierno die nobis
cxplicueris (pág. 193).
47
En De los nombres de Cristo:
48
En este sentido, también es excepcional la Disputatio de Hernan
do Alonso de Herrera, ya que no se presenta como una discusión li
bre, sino, al igual que el Libro de vita beata, como un «palenque» lite
rario, en el que Aristóteles y sus secuaces son los «mantenedores»,
mientras que Alonso de Herrera y los de su bando son los «venture
ros vencedores». Uno de éstos, Alonso Ruiz de Ysla, dice:
■,6 Vid. la reseña de M. Bataillon del artículo de A. Bonilla y San Martín, «Un aristotélico
del Renacimiento: Hernando Alonso de Herrera...» R.F.E, IX (1922), págs. 81-83. Además
de la Disputatio de 1lerrera, hay otros dos diálogos españoles del siglo xvi construidos a partir
de silogismos. Me refiero a los Diálogos de la eternidad del ánima de Pedro de Navarra, Tolosa,
Jacobo Colomerio, s.a. [c 1565?], y a los Dialogi de immortalitate animae de fray Pedro Alfonso de
Burgos, Barcelona, Claudio Bornat, 1561, aunque este último autor alterna los silogismos con
la auctoritas de la Biblia y con los exempla extraídos de los Diálogps de San Gregorio (Dialogi de
inmortalitate animae, fol. 23v y ss.). En cambio, Pedro de Navarra permanece fiel a su propósi
to de demostrar la inmortalidad del alma sólo «por razones naturales, distintas y verdaderas,
sin alegación de escritura», (Diálogos de la eternidad delánima, fol. 5v). En contraste, otro diálo
go sobre la misma materia, el Tratado de la inmortalidad del alma de Rodrigo Fernández de San-
taella, está basado casi exclusivamente en la auctoritas y sólo utiliza los silogismos ocasional
mente, en el capítulo 28.
49
sino que es un espacio abierto a la discusión, al aire libre de la retó
rica forense. En este sentido, se puede relacionar el diálogo con la
polémica antidialéctica de los siglos xv y xvi. Según Eugenio Garin,
en la formación del paradigma ciceroniano de la elocuencia, de la
alianza entre la retórica y la filosofía, hay una tendencia humanística
a identificar la retórica y la dialéctica, erradicando de ésta sus pre
tensiones metafísicas y sus implicaciones lógicas47. Aunque no in
tentamos establecer una oposición tajante entre la dialéctica silogís
tica y la dialéctica dialógica48, en el diálogo español del siglo xvi, en
general, hay un rechazo de los planteamientos escolásticos centra
dos en la discusión pormenorizada de una quaestio específica. Por
ejemplo, en el Bononia, Fadrique Furió Ceriol le dice a su inter
locutor
47 E. Garin, L'umanesimo italiano. Filosofea e vita avile tul Rinascimento, Barí, Laterza, 1952,
cap. 6.» y, del mismo autor, «La dialéctica desde el siglo xn a principios de la Edad Moderna»,
en La evolución de la dialéctica, ed. de N. Abbagnano, Barcelona, Martínez Roca, 1977, págs.
132-163; «Discusiones sobre la retórica», Medioevo y Renacimiento. Estudios e investigaciones
(1954), trad. de R. Pochtar, Madrid, Taurus, 1983, pág. 95-111. Sobre la relación entre la
dialéctica y el diálogo del Renacimiento, vid. C. J. R. Ármstrong, págs. 36-51. Por otra parte,
la unión de la dialéctica y de la retórica es uno de los rasgos básicos de la mentalidad huma
nística. Vid. Q. Breen, «Giovanni Pico della Mirándola on the Conflict of Philosophy and
R hetoñc», fou m a l o f tbe H istory o f ¡deas, 13 (1952), págs. 338-412; Hannah H. Gray, «Renais-
sance Humanism: the Pursuit of Eloquence»,/0*rrW o f tbe History o f Ideas, XXIV ( 1963), págs.
497-514; Jerrold E. Seigel, Rbetoríc and Philosophy in Renaissance Humanism. The Union o f Eto-
quence and iVisdom, Petrach to Valla, Princenton, Princenton University Press, 1968; P. O.
Kristeller, «La filosofía y la retórica de la Antigüedad al Renacimiento», en E!pensamiento re
nacentista y sus fuentes (1979), trad. de F. Patán López, Méjico, F.C.E., 1982, págs. 283-344;
Ch. Trinkaus, «TheQuestion of Truth in Renaissance Rhctoric and Antropology», en Renais
sance Eloquence. Sludies in tbe Tbeoty and Practico o f Renaissance Rbetoríc, ed. de jam es J. Murphy,
Bcrkclcy, California Univ. Press, 1983, págs. 207-220.
4* Sobre la diferencia entre la dialéctica silogística y la dialéctica dialógica, vid. J. Lara Ga
rrido, «Los Diálogos de la montería como realización genérica», pág. 56, n. 26. M. Morrealc ha
estudiado la herencia de la dialéctica escolástica en uno de los diálogos de Alfonso de Valdés,
«El Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de Alfonso de Valdés», B.R.A.E., XXXVII (1957),
págs. 395-417.
50
pidas, ut illc: tractcs autem non ut illc, obscure, pertúrbate, sor-
dide, spurcc: sed apcrtc, distincte, gravitcr, polite, órnate (fols.
108r-109r).
C o m o t o d o lin a je d e d o c tr in a se a b o n e o c o n la a u to rid a d d e
q u ie n lo d ic e o c o n la ra z ó n c o n q u e se p ru e b a (y es d o c trin a c o
m ú n ) p r o c u r a r é a b o n a r lo q u e d ije re co n tales razo n es q u e te n
g a n a lg u n a f u e r z a d e p r o b a c ió n . V a le ta n to se g u ir a lo s sabios
q u e d ic e Q u i n t i li a n o q u e e r r a r p o r los seg u ir es c u lp a d ig n a de
s e r f á c i lm e n t e p e r d o n a d a ; p o r e s to d ijo C ic e ró n q u e re r m ás e rra r
s i g u i e n d o a P la t ó n q u e s ig u ie n d o a o tr o s de m e n o s ab o n o (vo l.
1, p á g . XL11).
51
Y no se maravillará que se le hiziesse dificultoso quien huvic-
re leydo a Séneca, que en una Epístola a su amigo Lucillo dize
que Didymo grammático Alcxandrino cscrivió dos mil libros so
bre la hermosura de Helena. Yo con difficultad lo creyera, si
auctor tan grave no lo affírmara: mas puede tanto conmigo la
auctoridad de Séneca, que me haze tener por verdadero lo que
de suyo apenas parece probable (fol. 190r).
rece q ue s e le haría agravio si en esto se 1c dejase de dar crédito» (Jardín deflores curiosas, pág.
148), o «se ha visto muchas vezes alzar el viento una nao en el aire y dar con ella en tierra,
cosa que parece increíble, si autores muy grandes no la dijesen» (ibid., pág. 439). Vid. Mark I).
Johnston, «La retórica del saber en el Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada»,
Journal o f Hispanic Philology, III, 1 (1978), págs. 69-83; G. Allegra, «Antonio de Torquemada,
mitógrafo “ingenuo” y “popular”», en Actas del VI Congreso Internacional de Hispanistas, Turón-
to, Universidad de Toronto, 1980, págs. 51-59 y G. Volpe, «Letteratura e filomitia: i!Jardín
deflores curiosas», Anales de literatura española, 3 (1984), págs. 44 7-477.
Sl Vid. M.* Teresa Cacho Palomar, «Cuentecillo tradicional y diálogo renacentista», en
Formas breves de! relato, ed. de Yves-René Fonquerne y A. Egido, Zaragoza, Secretariado de
Publicaciones de la Univ. de Zaragoza, 1986, págs. 115-136.
52
cuenta, además, que la finalidad de la mayoría de los diálogos del si
glo x vi español es la de exponer conclusiones. Suele haber en ellos
una doctrina dominante presentada como indiscutible, de tal mane
ra que el resultado final de la probatio está cifrado, desde su inicio,
en la propositio. Normalmente, el autor justifica este hecho en fun
ción del carácter divulgativo que atribuye a la forma dialogada,
como escribe Juan Costa, en el prólogo al Regidor:
52 Sobre este aspecto de los Diálogos de la eternidad de! ánima, vid. infra, capítulo II, nota 8.
Sobre Luis Pastrana, vid. el inicio de los Principios de Gramática, Madrid, Juan López Perete,
1583: « M a e s t r o . Di mo<;o quál es el arte que deprendes? D i s c í p u l o . Gramática. M a e s t r o .
Qué cosa es Gramática? D i s c í p u l o . Gramática, es una sciencia que nos demuestra bien y rec
tamente hablar, y bien y rectamente escrevir: tomada y collegida del uso y auctoridad de los
varones doctos que mucho supieron», etc. Es el mismo sistema que había utilizado Nebrija en
sus Introductiones ¡alinde, que cito por la ultima recognitio, Sevilla, Juan Pegnitzer de Nuremberg y
Magno Hcrbst de Fils, 1502, fol. 47v y Juan de Pastrana en su Thesaurus pauperum, Tolosa,
Henricus Mayer, 1483, fol. e vii v.
SJ Vid. Ch. Perelman, «La Méthode dialectique et le róle de l'interlocuteur dans le dialo
gue», R evue de Métaphysique et de Morale, 1-2 (1955), págs. 26-31.
53
pende de su mayor o menor grado de adecuación a la Verdad y al
proceso didáctico del diálogo. Los interlocutores intentan establecer
el grado de verdad de una doctrina determinada sin intenciones
ocultas, sin distorsiones lingüísticas que puedan servir de obstáculo
al proceso comunicativo porque el valor objetivo de la doctrina es
indiscutible, sobre todo si es un dogma religioso. Como le dice San
Ambrosio a San Agustín, en el Discurso del Misterio de la Encamación:
54
Diálogos de la conquista del espiritual y secreto reino de Dios de fray Juan
de los Ángeles, en el Catecbismo de Martín Pérez de Ayala, en el Dia-
Jogisn/o, y lacónico discurso: en defensa de las Reliquias de San Cecilio de
Juan de Faria, en el Tratado de la inmortalidad del ánima de Rodrigo
Fernández de Santaella o en el Vergel de la Oración,y monte de contem
plación del beato Alonso de Orozco.
Hay otros diálogos, muy semejantes a los anteriores, en los cua
les, aunque el que pregunta contradice la doctrina del maestro, fi
nalmente acepta sus conclusionc . Ls el caso del Democrates secundas
y del Theophilus de Juan Ginés de .^cpúlveda, del anónimo Consuelo de
la vejez, del Diálogo de la verdadera honrra militar de J. Jiménez de
Urrea, del Diálogo del perfecto médico de Alfonso de Miranda, de los
Diálogos de la differencia que ay de la vida rústica a la noble de Pedro de
Navarra, del A rte poética de M. Sánchez de Lima, del Diálogo en laude
de las mujeres de Juan de Espinosa o del Diálogo de Fernando Basur-
to. Entre los diálogos de tema religioso, y por influencia del De re-
mediis de Petrarca, aparece este esquema en los Diálogos de fray
Francisco de Ávila. A través de la adaptación de I capricci del bottaio,
se filtra en el libro primero de los Diálogos de la Phantástica Philosop-
hía de F. Miranda Villafañe. Pedro de Navarra utiliza también este
esquema en sus Diálogos de la preparación de la muerte, donde el corte
sano Basilio discute, primero con el filósofo Cipriano, y después
con la propia Muerte, sobre el sentido religioso de la vida; y en los
Diálogos de la eternidad del ánima, donde uno de los interlocutores in
tenta convencer al otro de la inmortalidad del alma, al igual que su
cede en los Dialogi de immortalitate animae de fray Pedro Alfonso de
Burgos.
Ahora bien, si los interlocutores no llegan a un acuerdo final, el
diálogo adquiere una intencionalidad polémica. Desaparece la separa
ción entre discípulo y maestro, estrictamente delimitada en el diálo
go catequístico, y desaparecen las fórmulas de acuerdo que permi
tían el desarrollo del proceso didáctico. En el diálogo polémico,
puede ocurrir que el que responde a las preguntas no logre conven
cer al que pregunta, como sucede en el Diálogo de amor y en el Diálo
go de las lenguas de Damasio de Frías, y en el anónimo Diálogo entre
(fillenia y Selanio. O puede ocurrir que los dos interlocutores enfren
ten alternativamente sus tesis sin llegar a ningún acuerdo, como su
cede en el Paedapechtia de Francisco Decio, en el Duarum virginum co-
lloquium de Luisa Sigea, en el Coloquio de la prueva de leales de Luis
Hurtado de Toledo, en el Diálogo del viejo y del mancebo y en el Collo-
quio de la Moxea, y de la hormiga de Juan de Jarava. A veces, cuando
los interlocutores no llegan a ningún acuerdo, remiten la solución
del dilema a un tercero, como sucede en el Diálogo de la dignidad del
55
hombre de Fernán Pérez de Oliva y en otros diálogos in utramque par-
tem: la Ingeniosa comparación de Villalón, el Bononia de Fu rio Ceriol, la
segunda parte de los diálogos de Miranda Villafañe, el diálogo se
gundo de los de Pedro Mcjía, el quinto de los de Pedro de Mercado
y el segundo de los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada.
En conjunto, los diálogos polémicos, los que no tienen una so
lución final para el problema debatido, son un pequeño grupo den
tro de los diálogos españoles del siglo xvi, mayoritariamente cate
quísticos, y en los que hay una doctrina determinada que el maestro
inculca al discípulo. Sin embargo, a pesar de las diferencias entre
ambos tipos de diálogo, los dos favorecen una identificación absolu
ta entre el carácter de cada interlocutor y su función didáctica:
maestro o discípulo, cuando el diálogo es catequístico, y ofensor o
defensor de una tesis, cuando el diálogo es polémico. Esta identifi
cación es más simple cuando en el diálogo sólo intervienen dos in
terlocutores: uno pregunta y otro responde, o bien: uno afirma y
otro niega. Por consiguiente, la contentio tiende a ser una sucesión
monótona de preguntas y respuestas o de réplicas y contrarréplicas.
Por el contrario, cuanto mayor es el número de interlocutores, más
posibilidades hay de que la distribución de las funciones dialógicas
no sea tan rígida, como sucede, por ejemplo, en algunos diálogos
donde intervienen tres interlocutores, como De los nombres de Cristo
de fray Luis de León, el Diálogo sobre la necesidadj obligación y provecho
de la oracióny divinos loores vocales de fray Juan de la Cruz o la Philosop-
hia antigua poética de Alonso López Pinciano.
Es cierto que, en De los nombres de Cristo, hay un maestro que do
mina la discusión y es el que suele exponer el pensamiento del autor
de forma más continua y sistemática. Sin embargo, el principal
acierto de estos diálogos es que se presentan como la evocación de
una conversación erudita donde intervienen tres amigos cuyos pa
peles son intercambiables, hasta cierto punto por lo menos, más allá
de sus funciones dialógicas de discípulo o de maestro54. Algo seme
jante sucede en la Philosophia antigua poética.
Cada diálogo de los que componen la obra del Pinciano está in
cluido en una carta que el propio autor envía a un amigo suyo, de
seoso de entender en cosas de poética. Los interlocutores del diálo
go propiamente dicho (Pinciano, Ugo y Fadrique) inician la praepa-
ratio con una discusión tradicional sobre el tema de beata vita, pero a
nivel terrenal o, como dice el Pinciano, «de texas abaxo» (vol. I,
pág. 134). Es una discusión miscelánea, donde los amigos charlan
54 Vid. los comentarios de Cristóbal Cuevas en su magnífica edición del De ¡os nombres de
Cristo, 2.» ed., Madrid, Cátedra, 1980, pág. 49 y passim.
56
tanto sobre la honra y la virtud como sobre el valor de los sueños o
de los refranes. Desde la carta segunda, se inicia la materia poética
propiamente dicha. Ahora bien, Pinciano, Ugo y Fadrique, como
los tres dialogantes del De los nombres de Cristo, no están subordina
dos a sus papeles de discípulo o de maestro. Es cierto que el Pincia
no suele ser quien ordena la discusión y quien, al inicio de la epísto
la segunda, establece la propositio:
A tie m p o e s ta m o s , d ix o P in c ia n o , q u e y o tra y g o u n a p re g u n ta
t o c a n t e a e s te a r tíc u lo . P r e g u n to , d ig o , s e ñ o re s : ¿ Q u é a rte d e las
P o é tic a s q u e e n C a s tilla a n d a n v u lg a r e s , d a m e jo re s c a u sa s y ra
z o n e s d e lo q u e d iz e ?: P o r q u e u n m i a m ig o m e e m b ía a p e d ir u n a
y no le q u e r r í a e m b ia r q u e tu v ie s s e q u e d e s a p re n d e r d e sp u é s
( v o l. I, p á g . 1 4 4 ) .
57
en los Nombres de Cristo. En otras palabras Fr. Juan no quiso
aplastar a los adeptos de la oración mental55. •
58
bién en el resto de diálogos con tres interlocutores, en los que no se
altera el esquema básico de maestro y discípulo como sucedía en los
diálogos de fray Juan, de fray Luis o del Pinciano, sino que hay una
identificación absoluta entre la psicología de cada dialogante y su
función dialógica, con la única diferencia de que ahora son dos los
interlocutores que se suceden en el papel de discípulo. Tal es el caso
del M anual de escribientes y del Jardín de flores curiosas de Antonio de
Torquemada, del Diálogo de las Grandezas del Hierro de Monardes, del
Diálogo de la discreción de Damasio de Frías, de los Diálogos del arte mi
litar de Bernardino de Escalante, de los Diálogos de las armas, de los
Diálogos de Medallas y del diálogo De emendatione Gratiani de Antonio
Agustín, de los tres primeros coloquios de la Nueva filosofía de Mi
guel Sabuco56, del Regidor de Juan Costa, del Microcosmia de fray
Marco Antonio de Camós, del Diálogo de las guerras de Orán de Bal
tasar de Morales, del Colloquio devoto de fray Francisco Mejía, del
Diálogo de doctrina cristiana de Juan de Valdés o de la Suma de doctrina
cristiana de Constantino Ponce de la Fuente.
En otros diálogos con tres interlocutores, uno de los que pre
guntan es el discípulo por excelencia y el otro un discípulo escépti
co, encargado de dudar de la argumentación del maestro. Es decir,
se mezclan las variantes polémica y catequística del diálogo didácti
co: hay un maestro, un discípulo y un ofensor o contrincante. Así
sucede, por ejemplo, en el Democrates de Juan Ginés de Sepúlveda,
donde el discípulo escéptico es Leopoldo y el discípulo por excelen
cia, Alonso de Guevara. Este último le dice al maestro, Democrates:
O b s e c r o te , D e m o c r a t e s , q u a n d o in h u n c s e rm o n e m in c id i-
m u s , e t m ih i v i d e r i s n o n im p a ra tu s a u t in m e d ia tu s his d e re b u s
d i s s e r t u r u s , u t n o b is e x p lic e s tu a m s e n te n tia m , e t L e o p o ld o v ir o
in p h i lo s o p h i a e t s a c ris lit t e r is e x e r c ita to , q u em ad c o n tra d ic e n -
d u m p a r a t u m v i d e o , s a tis fa c ía s (p ág . 2 3 2 ) .
56 fin los tres primeros coloquios de la Nueva filosofía, interviene Antonio en calidad de
maestro y Vcronio y Rodonio, en calidad de discípulos. Por el contrario, en el coloquio cuar
to, el Coloquio (...) de la vera medicina, solamente intervienen Antonio y Veronio. Los tres últi
mos coloquios se desarrollan, según el esquema polémico, entre Antonio y un médico que de
fiende los supuestos de la medicina tradicional.
59
anteponere, exponat, contraria argumenta, ut ea de re in utran-
que partem commodius disseratur, Antonius reip. acerrimus
propugnator obiiciat, disputandi vero occasionem Lucius utri-
que praebeat (fol. a iii v).
61
el esquema dual básico. En una glosa anónima al Libro de vita beata,
leemos:
Diálogo, palabra greca es, compuesta a día, quod est dúo et lo-
gos, quod est sermo, quasi duorum sermo, que quiere decir, fabla
de dos. Oirásme tú: ¿cómo, pues, el actor llama diálogo a éste,
ca yo veo que fablan quatro? Respóndote que como quiera que
son quatro colocutores, los dos pero fablan sola mente, y tornan
después los otros: y en la verdad, aunque fablen diez mil hom
bres, siempre se llama diálogo, porque fablan dos no más; si fa-
blasen mugeres, porque fablan siempre de compañía, no se po
dría llamar diálogo59.
62
mico o no es polémico; si hay un maestro que domina la discusión o
si, por el contrario, no hay una sentencia final explícita: rasgos for
males aparentes todos ellos. Lo verdaderamente significativo es
averiguar cuál es la dialéctica que determina las relaciones entre los
interlocutores y su función dialógica. Conviene recordar ahora la si
guiente observación de Elisabeth Merrill:
63
lleva a cabo a través de una serie de circunstancias (el interlocutor,
el espacio y el tiempo) que depende, como en la retórica, del caso
específico y no del proceso argumentativo general. Escribe Quinti-
liano, en su Institutio oratoria (V, 10, 103):
64
Menón: «hay en él opiniones verdaderas que, despertadas mediante
la interrogación, se convierten en fragmentos de conocimientos».
El diálogo platónico, aunque se realice exteriormente, a través de
preguntas y de respuestas, es un diálogo silencioso del alma consigo
misma, un proceso de razonamiento. No es éste el diálogo que estu
diamos, y, por eso mismo, el diálogo platónico apenas influye en el
siglo x vi español, como veremos en el capítulo siguiente. En el diá
logo didáctico, el maestro enseña algo al discípulo o bien intenta p er
suadir de algo a alguien que defiende la opinión contraria. Ambas
variedades del diálogo, catequesis y polémica, son procedimientos
retóricos y no, como en el caso del diálogo filosófico, procedimien
tos científicos o epistemológicos.
Lo cierto es que muchos escritores del siglo xvi se aprovechan
de la confusión entre el valor filosófico (verdad) del diálogo y su va
lor retórico (opinión), olvidando la dialéctica que hay entre el pro
ceso de argumentación y sus circunstancias. En general, la mayoría
de los diálogos didácticos conceden un valor de verdad absoluto, el
de maestro y de discípulo, a una de las circunstancias, a los interlo
cutores. En estos diálogos, la verdad está por encima de los interlo
cutores concretos y el marco espacio-temporal de la disputa. No
obstante, hay también algunos diálogos del siglo xvi, menos nume
rosos, en los que el valor de la verdad depende de las circunstan
cias. No es una casualidad que tres de los loci retóricos coincidan
con las circunstancias del diálogo: a persona, a loco y a tempore. Los loci
o sedes argumentorum se aplican, sobre todo, a la quaestio finita, que es
muy diferente de la quaestio infinita, como explica el propio Quin-
tiliano:
65
v
quaestio finita. Torquato Tasso intuye esta distinción en Dell'arte del
dialogo:
6J Cito Dell'arte del diálogo según la cd. de F. Costero, en Dialoghi sceltl, Milíín, 1878,
pág.19.
64 Vid. A. Castro Díaz, Los «Coloquios» de Pedro Mexia, Sevilla, Diputación Provincial,
1977, y A. Prieto, La prosa española del siglo X VI, págs. 232-237.
66
diñada a la peculiaridad psicológica de uno de los interlocutores, el
bachiller Narváez, que adolece del terrible vicio de ser un «porfia
do», esto es, de contradecir siempre lo que afirma su interlocutor,
con independencia de lo que afirme. Así, no es extraño que el ba
chiller defienda las tesis más repugnantes al sentido común. En la
primera mitad del coloquio, justifica la guerra, el crimen, el robo, el
adulterio y la prostitución. En la segunda mitad, exalta las excelen
cias físicas, morales e incluso simbólicas del asno. La figura del ba
chiller Narváez, en este sentido, se relaciona con el género de los
«elogios paradójicos», al modo del Elogio de la locura de Erasmo o del
Elogio de la mosca de Luciano. El momento más paradójico de todo el
coloquio es cuando el bachiller Narváez porfía para convencer a sus
interlocutores de que no es un porfiado, aunque le gustaría serlo:
F a biá n : Está muy bien dicho lo que dize el señor Narváez, aun
que bien avría qué responder, pero yo no soy amigo de por
fiar.
B a c h i l l e r : Pues yo señor aunque fuesse amigo de hazerlo, no
lo sé hazer.
P aulo : N o lo pensamos acá assí, pero no os pese señor desso:
porque es tan mala cosa el porfiar, que es bien no hazerlo, y
mejor no saberlo hazer.
B achiller : No digo yo que no sé porfiar, porque lo tengo por
malo / que antes lo tengo por necessario y bueno y provecho
so, sino porque yo no soy para tanto (págs. 106-107).
67
muías narrativas y dramáticas como el viaje aéreo, la visita al infier
no, la subasta de almas, el banquete cómico o la asamblea de dioses.
También aparecen fórmulas narrativas y dramáticas en algunos diá
logos que no son estrictamente lucianescos, como el séptimo de los
Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada, los Colloquios de Balta
sar de Collazos, los Colloquios de la verdad de Pedro Quiroga o el D iá
logo de la vida de los p ajes de palacios de Diego de Hermosilla.
A imitación de Pedro Mejía, Antonio de Torquemada concibe
sus Coloquios satíricos como una recopilación de coloquios cada uno
de ellos con interlocutores distintos y con una praeparatio diferente.
Sin embargo, Torquemada intenta dotar a los coloquios de un senti
do semántico homogéneo, manifiesto ya en el propio título de Colo
quios satíricos, «satíricos» en el sentido de «moralizantes». No encon
tramos en la recopilación de Torquemada ningún coloquio de carác
ter científico, como ocurría en las recopilaciones de Pedro Mejía y
de Pedro de Mercado. En este sentido, Marcel Bataillon ha comen
tado que los Coloquios satíricos son obra de un moralista erasmiano y
que el más erasmista de todos los coloquios es el sexto, que trata so
bre la honra mundana66. El coloquio tercero versa sobre los estra
gos morales del juego, el segundo denuncia la negligencia profesio
nal de los boticarios y de los médicos, el tercero pertenece a la co
rriente del «menosprecio de corte y alabanza de aldea», el cuarto y el
quinto se ocupan del desorden en el comer y en el vestir. A l colo
quio séptimo y último nos referiremos inmediatamente. En todos
sus coloquios, Torquemada se muestra atento observador de los
usos sociales; como le dice Antonio, trasunto del propio autor, a
Bernardo, un empedernido jugador:
66 E rasm oj España, pág. 652. Vid. James H. Elsdon, «On the Life and Work of the Spa-
nish Humanist A. de Torquemada», University o f California Publications in Modera Phikkgy, XX,
30 (1937), págs. 127-186; G. D. Crow, «Antonio de Torquemada, Spanish Dialogue Writer of
the Sixteenth Century», Hispania, XXXVIII (1955), págs. 265-271; L. Romero Tobar, «El
arte del diálogo en los Colloquios satíricos de Torquemada», E JO , III (1984), págs. 241-256 y,
del mismo autor, «Antonio de Torquemada, el humanista vulgar de los Colloquios satíricos»,
cit.; A. Prieto, La prosa española del siglo XVI, págs. 244-253.
68
la doctrina, sino por sus consecuencias inmediatas y prácticas. No
desarrolla la argumentación de sus coloquios de manera abstracta,
sino mediante la caracterización social y psicológica de los interlo
cutores, mediante la descripción costumbrista de los usos sociales,
es decir, a través de todos esos elementos que pertenecen a la ejem-
plificación de la doctrina y que también podríamos denominar las
circunstancias del diálogo. En este sentido, podríamos caracterizar
los Coloquios satíricos como circunstanciales. Sin embargo, uno de es
tos coloquios, el séptimo y último de la colección, destaca por acen
tuar los elementos circunstanciales hasta el límite entre el diálogo
didáctico y el diálogo novelesco.
El coloquio séptimo está dividido en tres partes: la primera es
una narración pastoril, la segunda es una visión onírica al modo de
Dante y de Boccaccio, y la tercera es un debate sobre la misoginia y
el profeminismo. En conjunto, el diálogo, y a pesar de sus elemen
tos alegóricos o didácticos, se configura como un «proceso de amo
res» en clave pastoril, es decir, como un relato novelesco. El profe
sor J. B. Avalle-Arce nos advierte:
67 La naveta pastoril, pág. 52. Cfr. F. López Estrada, Los libros de pastores, págs. 257-272.
69
co más que la narración. En este sentido, es especialmente curioso
el coloquio tercero porque se divide en dos conversaciones parale
las, como sucede algunas veces en el teatro. En una, el mercader in
venta excusas ante el duque para que su hijo no entre a su servicio.
Viendo esta escena, los dos sirvientes del duque comentan la deca
dencia de la nobleza española, la cual, una vez abandonadas las pre
rrogativas militares, depende del dinero de los judíos.
Téngase en cuenta que el diálogo de Hermosilla no se subdivi
de, como es habitual en el diálogo didáctico, según ciclos sociales o
temporales; sino que, como es característico del teatro, se subdivide
en escenas, a medida que aparecen y desaparecen los personajes. Lo
mismo ocurre en los Coloquios de la verdad de Pedro Quiroga. En el
primero de estos coloquios, Barchilón, que hace vida de ermitaño
en el Perú, encuentra por casualidad a su amigo Justino durmiendo
en el bosque:
70
quiere ahorcar; mira cómo abraga el árbol que le quita la vida.
Gran lástima es dcstos míseros vivir en tanta bestialidad, que
piense este triste que en matarse offrcscc sacrificio a su dios y
que va a gogar de alguna vida aventurada. Ventura ha sido nues
tra estada aquí, porque estorbaremos que este indio no se mate.
Mira, pues, el otro que está cabe él, qué devoto está, la cabega
baxa, concediendo en todo lo que le dice el paciente; paresce que
le significa su postrimera voluntad como quien hace testamento
(pág. 54).
D a c a , y o te ru e g o q u e m ire s y n o te s to d a s las h is to r ia s d e la
S a c ra E s c r it u r a y las h u m a n a s q u e t r a t a n d e m u d a n g a s y c a íd a s
d e r e y n o s y s e r v id u m b r e s ; n o h a lla rá s o t r a m a y o r n i m á s t e r r i b le
s e r v id u m b r e q u e la q u e e s te r e y n o h a p a d e s c id o y g u fr id o , y si
a lg u n a v ie r e s q u e e n a lg o le s e m e ja , a c u é r d a te q u e fu e e x e c u ta d a
p o r m a n o s d e in fie le s y d e g e n te b á r b a r a ; p e r o v o s o t r o s , c h r is -
tia n o s , ¿ c ó m o s u fr e v u e s t r o D io s ta le s in s u lto s c o m o lo s q u e h a -
v é is c o m e tid o c o n c o lo r d e s e r c h r is tia n o s ? ( ...) Q u ita s te s n o s u n
re y m a lo y t ir a n o , q u e e r a n u e s tr o I n g a , y d e x á is v i v i r e n c a d a
p u e b lo d e lo s n u e s tr o s p o r p e q u e ñ o q u e sea d o s o tr e s , y a u n
m ás c a c iq u e s, ta n m a lo s y b á rb a ro s q u e n o s d e s tr u y e n y r o b a n ,
lo q u e n o o s a r a n h a c e r e n tie m p o d e lo s In g a s , q u e e r a su ju s tic ia
ta l q u e e ra n e c e s s a ria p a ra h o m b re s ta n m a lo s (p ág s. 6 7 - 6 8 ) .
M ira d q u e s o m o s h o m b re s y n o v u e s tro s e n e m ig o s ; y si q u e
ré is s a b e r lo q u e o s d e b e m o s y p o r qué cau sa y a qué títu lo , lee d
la d o n a c ió n o re p a rtim ie n to s que h ig o la Iglesia a los R e y e s
c h ris tia n o s d e la tie rra s (pág. 7 7 ).
71
Havéis hecho odiosa la ley que predicáis con las obras que nos
hacéis, tan contrarias a lo que enseñáis que quitáis el crédito a la
mesma verdad. Havéis injuriado e infamado la verdad del Evan
gelio que no puede padescer contrario, y la ley de gracia y amor
havéis hecho ley de ira y de terrible indignación (pág. 116).
72
corto, ya que el interés del diálogo gira hacia la historia de una cor
tesana arrepentida, Ursula, émula de la cortesana que aparece en la
tercera jornada de la primera parte de los Ragionamenti del Aretino,
traducida por F. Xuárez en 1548. Úrsula cuenta sus andanzas desde
el coloquio doce al dieciséis y, como dice Eugenio Asensio:
Su narración toca tipos y casos destinados a glorioso porvenir
literario: la ramera especializada en desplumar peruleros y mer
caderes flamencos, los misterios de la cárcel de Sevilla, la co
rrupción de los ministros de justicia que van a la parte en los
despojos, las cien variedades, disfraces y farsas de la mala vida.
Son temas actuales que aguardan su turno a la puerta de la lite
ratura, y serán explotados por la comedia y el entremés, las no
velas de Cervantes, Mateo Alemán y muchos más69.
Si el lector esperaba encontrar, a propósito de las grandezas de
Sevilla, un diálogo semejante al que Damasio de Frías escribe en ala
banza de Valladolid, queda defraudado. Lo que diferencia a los Co-
lloquios de Collazos de otros diálogos didácticos es el libre divagar de
una materia a otra, de la milicia a la malicia, del honor al deshonor.
A pesar de que el propósito de Collazos sea moral o informativo,
éste no trata un tema determinado, sino que retrata la vida de tres
hidalgos pobres y de una cortesana arrepentida. Como sucedía en
los otros diálogos circunstanciales, la doctrina ha quedado desplaza
da por el desarrollo del ejemplo.
En el diálogo circunstancial, la adecuación del proceso del razo
namiento a las circunstancias, fundamentalmente al carácter de los
interlocutores, hace que la doctrina no se presente como una Ver
dad absoluta, puesta en boca del Maestro, sino como una opinión
más que depende del punto de vista subjetivo de cada interlocutor.
Es lo que viene a decir Valdés en su Diálogo de la lengua:
Diréos no lo que sé de cierta ciencia, porque no sé nada desta
manera, sino lo que por congeturas alcanzo y lo que saco por dis
creción (pág. 59).
73
gico de la argumentación y su desarrollo narrativo o dramático,
como sucede en el coloquio séptimo de los Coloquios satíricos de Tor-
quemada o en los diálogos de Diego de Hcrmosilla y de Pedro Qui-
roga.
En cierto sentido, el diálogo circunstancial está próximo al diá
logo de la novela y del teatro, orientado hacia la caracterización de
los interlocutores desde sus diferentes perspectivas y no hacia el
proceso lógico del razonamiento o de la argumentación. Ahora
bien, en el diálogo circunstancial, el valor objetivo de la doctrina to
davía persiste, aunque esté relativizado, porque el diálogo didáctico,
sea o no sea de naturaleza circunstancial, es monológico o, como
dice Mijail Bajtín a otro propósito, es «idealista»:
Posteriormente, añade:
74
de manera necesaria con el diálogo como forma literaria y, mucho
menos, con el diálogo didáctico. Bajtín lo suele aplicar a la novela
moderna, sobre todo a la novela de Dostoievsky, y a procedimien
tos literarios muy diversos, sobre todo al «estilo indirecto libre»74.
A l parecer, la condición básica del «dialogismo» es que las relacio
nes intertextuales, puramente lógicas, se conviertan en discurso;
esto es, que estén presentes las condiciones de enunciación en el
enunciado.
Sólo hasta cierto punto podríamos intentar asimilar las «condi
ciones de enunciación» de Bajtín a lo que he llamado las «circuns
tancias» del diálogo, pero en ningún caso podríamos hablar real
mente de «dialogismo» o de «dialogización interior» con el significa
do que concede Bajtín a estas palabras. Tanto el diálogo didáctico
como el diálogo didáctico de naturaleza circunstancial son diálogos
objetivos que están dominados por las relaciones lógicas de aproba
ción-desacuerdo y de cuestión-pregunta. No hay implicaciones emo
cionales o psicológicas que lleguen a distorsionar, de manera rele
vante, el desarrollo lógico de la argumentación o el proceso del ra
zonamiento. En otras palabras, la comunicación entre los interlocu
tores del diálogo didáctico, sea o no sea de naturaleza circunstan
cial, es unívoca y está referida siempre a un mundo objetivo. Por el
contrario, en la novela moderna, la que hace su aparición en España
con el L a d rillo, o en el diálogo teatral de La Celestina, ya no existe
ningún valor objetivo, sino que lo importante es la perspectiva de
los distintos dialogantes. No hay duda de que La Celestina tiene un
propósito didáctico, es una reprobatio amoris, pero lo característico de
ella es que cada personaje habla no según la lección moral que el au
tor pretende inculcar, sino según su propia «conciencia dialógica».
No hay una «voz autorizada» dentro del drama que nos explique el
sentido único y objetivo del mismo. Del mismo modo, el Lazarillo
no nos presenta un mundo estable, desde el exterior de la obra, sino
desde la perspectiva de uno de sus personajes, desde la mirada entre
ingenua e irónica de Lázaro de Tormes.
A sí pues, entre el diálogo circunstancial y el diálogo característi
co de la novela o del teatro moderno, que culmina en el Quijote, hay
74 Vid. las diferentes clasificaciones que esboza Bajtín sobre el «dialogismo» (La Poétique
de Dostoievsky, págs. 238-245 y Estbe'tique et théorie du román (1975), trad. fr. de Olivier, París,
Gallimard, 1978, págs. 83-235) y los comentarios de Todorov al respecto, en Mikbail Bakbti-
ne, págs. 95-115. Los estudios de Bajtín sobre el «dialogismo» en la novela han despertado un
gran interés: J. Kristeva, «Bakhtine, le mot, le dialogue et le román», Critique, 239 (1967),
págs. 438-465; Paul de Man, «Dialogue and Dialogism», Poetics Today, 4, 1 (1983), págs.
97-107; Don H. Bialostosky, «Dialogics as an Art of Discourse ¡n Literary Criticism»,
P.M.L.A., 101, 5 (1986), págs. 788-797.
75
un salto cualitativo y no sólo cuantitativo75. A pesar de todo, el
acercamiento aparente del diálogo circunstancial a las formas narra
tivas y dramáticas, aunque no fuera un camino abierto hacia la no
vela moderna, supone un avance considerable con respecto al diálo
go medieval: no desaparece la conciencia monológica del autor,
pero aparece el individuo, el interlocutor dotado de unos rasgos
personales propios.
El diálogo circunstancial es el diálogo que más alejado está del
diálogo característico de la Edad Media, reducido con frecuencia a
un duólogo entre el maestro y el discípulo o entre el ofensor y el de
fensor de una tesis. El diálogo circunstancial no es, de manera ex
clusiva, el enfrentamiento entre dos interlocutores ni el adoctrina
miento de un interlocutor a otro; sino que todos los que intervienen
en el diálogo cooperan solidariamente para que éste se desarrolle
desde todas sus perspectivas relacionadas. De este modo, la signifi
cación del tema depende de la estructura de la convivencia, cual
quiera que sea la variedad formal en que esta estructura de la convi
vencia se manifieste, y el significado de la doctrina no anula la for
ma literaria del diálogo circunstancial, como sucede en el diálogo
exclusivamente didáctico, de naturaleza catequística o polémica abs
tracta.
L aficción conversacional
76
una conversación real76. Como se puede suponer, hay una relación
directa entre la utilización de estas técnicas y el carácter más o me
nos circunstancial de un diálogo determinado. Si abundan las técni
cas conversacionales en un diálogo, éste tiende a reproducir las cir
cunstancias particulares de una conversación, en detrimento del va
lor universal del proceso lógico del razonamiento, y a retratar a los
personajes como individuos dialogantes, no como meras funciones
dialógicas. El diálogo, en último extremo, tiende a ser más literario.
Podríamos dividir las técnicas literarias conversacionales en dos
grandes apartados para agrupar, en el primero, todas las técnicas de
carácter teatral que se utilizan en el diálogo, como la acotación, el
aparte, el mutis o el monólogo. El segundo apartado, por el contra
rio, agruparía cualquier tipo de interrupción que se pueda producir
en la línea central del razonamiento (digresiones, cambios de tema,
etc.) para evocar la imagen del diálogo como una conversación fa
miliar y distendida.
Las acotaciones son todos aquellos comentarios del narrador,
en los diálogos que lo tienen, o de los interlocutores que sirven para
recrear el aspecto visual de la conversación. Se refieren tanto al es
pacio y al tiempo en el que se desarrolla el diálogo como a las actitu
des paralingüísticas y kinésicas de los interlocutores77. La acotación
hace posible que no sólo oigamos lo que dicen los interlocutores,
sino que también veamos lo que hacen. En este sentido, es caracte
rístico el proceder del narrador del Scholástico, Cristóbal de Villalón,
al describir el momento en el que Fernán Pérez de Oliva comienza a
hablar:
77
Como eJ rector mandó hablar al Maestro (diva / él por obe-
deger así comengó adornando su bestido y componiendo su ros
tro / sosegando mucho la persona / los ojos inclinados / a já n
dolos quando era nescesidad / las manos quedas si no se ofregía
alguna demostragión: mostrando algún temor a los oyentes (...)
después que huvo tosido y escopido, así comengó (pág. 79).
G orra: Dime, por tu vida, por qué me has tirado agora así so
bre los ojos.
¿No ves cómo parezco a n s í m i s bravo y más gallardo?
C a be z a :
(pág. 117).
C abeza: Mas espera, haré reverencia a éste que aquí viene (pág.
179).
78 Introd. a su ed. cit. del De los nombres de Cristo, págs. 55-56.
79 Ibíd., pág. 56.
80 Jorge Lozano, C. Pefla-Marín y G. Abril, pág. 97.
78
G orra: ¿Quien es éste, por tu vida, que en mirándote a las ma
nos me hiciste hacer un salto? (pág. 184).
79
¿Cómo queda la señora, vuestra muger? ¿Traéysme vuestro
hijo, que la Duquesa le espera y digc que por ser vuestro, se
quiere ella servir dél y no dármele a mí?
Lorca: (A fee, que ella ni vos, no le cojáis esta vez!) Veso las
manos muchas veges a vuestra señoría y a mi señora, la Du
quesa por tan gran favor (pág. 79).
MifiLo: (...) Pero dexado ahora eso (...) dime, yo te ruego, pues
todo lo sabes, quién fue yo antes que fuesse Migilo (...)
G allo : E so quiero yo para que me puedas pagar el mal que as
dicho de mi.
M igilo: ¿Qué dizes entre dientes? ¿Por qué no me hablas alto?
G allo : Dezía... que... mucho holgaré de te complazer en lo que
me demandas (...) (vol. II, págs. 84-85).
82 Vid. Marie-Sol Ortoli, Un estudio del « Viaje de Turquía». Autobiografía o ficción, Londres,
Támesis Book Ltd., 1983, pág. 123, y Ana Vían, «La ficción conversacional...», pág. 182.
80
Hay un último ejemplo en los Coloquios de la verdad de Pedro
Quiroga:
Otro tipo de aparte, más curioso que los anteriores, es el que ha
cen los interlocutores del diálogo para que no lo oiga el lector,
como sucede en E l Crotalón:
G allo : Porque obo gierta sospecha en casa me fue forgado salir
de allí.
M i g i L O : Pues, ¿de qué fue esa sospecha?
G a l l o : Allégate acá y dezírtelo he a la oreja.
M 151L0 : En ese caso poco se puede fiar de todos vosotros (vol.
II, pág. 119).
C literio: Quién son éstos que los pretenden que tan mal los
quieres.
M ilicio: Y o no los quiero mal pero yo me entiendo.
C literio: ¿Qué es lo que te entiendes?
M ilicio: Déjame que no quiero decirlo, que me podría venir
acaso algún perjuicio.
C literio: Aquí solos estamos, no tienes de qué temer si de mí
no te recelas.
M ilicio: Pues todavía lo quieres saber, ha de ser en mucho se
creto (...) tápame por vida tuya esta boca Cliterio hermano,
que no puedo callar y podría ser que el hablar me hiciere
daño,
C l i t e r i o : ¿Quién son esos?
M ilicio: Llega acá la oreja, no tengan acaso los árboles oído
(fols. 22v-24v).
82
ejemplo, las misceláneas dialogadas, como el Jardín de flores curiosas
de Antonio de Torquemada, se oponen a los catecismos dialogados,
que giran en torno a cuatro fórmulas semánticas elementales, dis
puestas según una ordenación prefijada.
Dentro de los diálogos de tema moral, aquéllos que siguen a Lu
ciano y Erasmo muestran una proclividad mayor para imitar el in
tercambio ocasional y libre de la conversación, como sucede en el
Viaje de Turquía, en E l Crotalón o en los Coloquios matrimoniales de
Pedro de Luján. Frente a éstos, hay otros diálogos de tema moral
que se limitan a adoptar una posición determinada dentro de un de
bate tradicional, en favor o en contra. Por ejemplo, el Diálogo entre
(jillen ia y Selanio y los D iálogos de ¡a deferencia que ay de la vida rústica a
la noble de Pedro de Navarra son dos ejemplos del «menosprecio de
corte y alabanza de aldea».' El Colloquium de Luisa Sigea debe situar
se más bien en la tradición de vita beata. Por su parte, el Colloquium
cu i titulus P aedapechtia de Francisco Decio y el libro segundo de los
D iálogos de la Phantástica Philosophía de F. Miranda Villafañe son dos
ejemplos del debate entre las armas y las letras. Otro de los debates
tradicionales, ejemplificado en los diálogos del siglo xvi, es la discu
sión sobre el valor de la vejez: el anónimo Consuelo de la vejez defien
de la visión ortodoxa, que exalta la vejez como la edad en la que se
alcanza la sabiduría, mientras que el De iuventute de Sebastián Fox
Morcillo reacciona polémicamente contra esta identificación. En
fin, el D iálogo de la dignidad d el hombre de F. Pérez de Oliva pertenece
a la serie donde se contrapone la divinidad del hombre a su ani
malidad.
Entre los diálogos de tema religioso, también está presente la
oposición que acabamos de señalar. Hay diálogos religiosos con un
desarrollo muy automático, sin digresiones, como los catecismos de
Ripalda y de Astete, y los manuales de confesión del beato Juan de
Á vila o de Francisco de Villagracia. Además, los diálogos religiosos
suelen ser discusiones jerarquizadas en las que los interlocutores
son, con frecuencia, alegorías o principios abstractos, como sucede
en el D iálogo de la pena y gloria perpetua de Pedro Mejía de Toledo, en
el L ibro de la V erdad de Pedro de Medina o en los Diálogos de fray
Francisco de Ávila. En este sentido, De los nombres de Cristo de fray
Luis de León es excepcional, ya que pretende reconstruir, como E l
Scholástico, el libre divagar de una conversación erudita entre varios
amigos, aunque también exista un maestro que domina la discu
sión85. O tro diálogo religioso excepcional, aunque por motivos dis
tintos, es el primer libro de los Diálogos de la Phantástica Philosophía
83
de F. Miranda Villafañe, una traducción disimulada de / capricci del
bottaio de Giambattista Gelli86. Este diálogo italiano deriva, en su
esquema compositivo, del Sueño de Luciano. Es un diálogo sobre la
relación entre el cuerpo y el alma. Sin embargo, el cuerpo y el alma
no se presentan como dos principios alegóricos opuestos, al modo
de un debate medieval, sino encarnados en un humilde zapatero que
dialoga con su alma. El diálogo es la reflexión de un personaje con
creto, al modo de los Soliloquia de San Agustín o del Secretum de Pe
trarca.
A l igual que sucede en los diálogos morales y en los religiosos,la
oposición entre diálogos misceláneos y diálogos que no introducen
digresiones también está presente en los diálogos de tema científico.
No hay digresiones en el M anual de escribientes de Antonio de Tor-
quemada, en los D iálogos de las armas de Antonio Agustín, en las M e
didas d el Romano de Diego de Sagredo o en el Colloquio d el S ol de Die
go Sánchez. Por el contrario, hay otros diálogos de naturaleza cien
tífica que legitiman la introducción de digresiones, como los D iálo
gos de la montería atribuidos a Luis Barahona de Soto, que guardan
una relación estrecha con otros diálogos anónimos publicados tam
bién con el título de D iálogos de la montería. Precisamente, la princi
pal diferencia entre ambos es que los D iálogos de la m ontería atribui
dos a Luis Barahona de Soto, al contrario que los D iálogos de la mon
tería anónimos, dan cabida a frecuentes digresiones:
84
pende más bien de la alternancia entre el carácter instrumental y el
propósito literario del diálogo. Es decir, no hay digresiones si pre
domina el carcáter instrumental sobre el propósito literario o, en
otras palabras, si predomina el proceso del razonamiento sobre la
ficción de la conversación. Si el autor quiere dar la impresión de
que su obra es la transcripción de una conversación, como sucede
en D e los nombres de Cristo o en E l Scholástico, introduce digresiones
temáticas para imitar el fluir accidental y libre de las conversaciones
familiares. Por el contrario, si al autor le interesa sobre todo el pro
ceso lógico de la argumentación, y la enseñanza didáctica corres
pondiente, no introduce digresiones para no desviar la atención del
lector del juego automático de preguntas y respuestas.
Claro que la alternancia entre el carácter instrumental o pedagó
gico de un diálogo y su carácter literario, en tanto que imitación o
mim esis de una conversación, es el resultado de la propia naturaleza
teórica del género, a medio camino entre la información y la ficción
o, de manera más general, entre el docere y el ludere91. Recordemos
que Tasso define el diálogo como imitazjone d ’una disputa dialettica y
como imitastjone d i ragionam ento". De ahí nace una cierta tensión que
se refleja en su propia forma literaria, donde confluyen la lógica o la
dialéctica por una parte y, por otra parte, la retórica y la poética. De
la lógica o de la dialéctica depende, en principio, el proceso de argu
mentación, mientras que la caracterización individual de los interlo
cutores y las demás circunstancias dependen de la retórica y de la
poética. Rara vez se ha conseguido el equilibrio perfecto entre todos
estos elementos. Por el contrario, a lo largo de la historia del diálo
go, han ido apareciendo diversos modelos en los que predominaba
la mimesis de la conversación sobre el proceso de argumentación
lógica o viceversa. Muchos de estos modelos dialógicos se recupe
ran precisamente durante el siglo xvi. Conocerlos, por tanto, es una
condición necesaria para comprender cabalmente el diálogo que es
tudiamos.*
1,7 Vid. M. Roclcns, «Le Dialogue philosophique} genre impossible? L'opinion des siécles
classiques», Cahiers de 1‘Association Internationale des S u d es Franfaises, 24 (1978), págs. 43-58;
apud Ana Vían, «La ficción conversacional...», págs. 175-178.
** T. Tasso, págs. 21 y 23. Vid. los comentarios de V. Fomari en Dell'Arte del diré, 4.»
ed., vol. 11, Nápoles, Stamperia e cartiere del Fibreno, 1866, págs. 61-62 y los comentarios
mucho más interesantes, de Benedetto Croce, «La teoría del dialogo secondo il Tasso», La
Critica, XL11 (1944), págs. 143-149. Por su parte, Sforza Pallavicino escribe: «Un'altra manie
ra di congiungere la dottrina coll imitazione s'é ritrovata, ed é la composizione del dialogo»
(op. cit., pág. 430).
85
C apítulo II
86
Claro que la tradición literaria del diálogo occidental no se pue
de reducir a Platón, Cicerón y Luciano. Sin embargo, estos tres au
tores son un punto de referencia inevitable porque representan tres
formas diferentes de escribir, es decir, tres tipos de paradigmas que
determinan la trayectoria posterior del diálogo y su tipología. Desde
este punto de vista, y haciendo abstracción de las diferencias parti
culares, podemos asociar el modelo platónico con los diálogos de
San Agustín, el modelo ciceroniano con El Cortesano de Castiglione
y el modelo lucianesco con los Coloquiosfam iliares de Erasmo.
En el modelo platónico, hay una fusión entre poética y dialécti
ca o, como diríamos hoy, entre literatura y filosofía única en la his
toria del diálogo. Para Platón, el conocimiento filosófico todavía se
puede encontrar, a través de la dialéctica, en la investigación com
partida: no hay un abismo insalvable entre la vida social y las tareas
del filósofo ni hay contradicción entre la representación del diálogo
como imagen de una conversación y el rigor de su proceso dialécti
co. La historia posterior del diálogo, en cierto modo, es una conse
cuencia de la disolución de este paradigma: a partir de los diálogos
de Platón, la cultura se va convirtiendo progresivamente en un pa
trimonio de la letra escrita y la dialéctica se va convirtiendo en un
procedimiento escolástico o retórico.
En los diálogos de Cicerón, que tanta influencia ejercen en los
del Renacimiento, se verifica esta metamorfosis de la dialéctica en
retórica. En los diálogos de San Agustín, por otro lado, hay un des
lizamiento paulatino desde la dialéctica hacia la teología: el diálogo
se convierte en un soliloquio, como si el santo quisiera negar final
mente la posibilidad de encontrar dialogando el verdadero conoci
miento. Este conflicto se lleva a su máxima expresión en la Consola
ción de la F ilosofía de Boecio3. Únicamente a partir del siglo xvm , a
medida que va apareciendo el concepto de literatura que nosotros
utilizamos, autores como Shaftesbury, Franz Hemsterhuis o Sche-
lling4 intentan recuperar el paradigma platónico y recrear su «filo
sofía estética», ese mezzo fra 'lp o eta , e'l dialettico — según la expresión
de Torquato Tasso5— en el que se cifraba la originalidad más pro
funda de los diálogos de Platón. Sin embargo, la separación entre la
literatura y la filosofía se había consumado irremediablemente mu
cho tiempo antes, en el propio inicio de la literatura y de la filosofía.
3 Vid. Scth Lcrer, Boetbius and Dialogue-Literary Metbod in «Tbe Consolation o f Philosopby»,
Princenton, Princenton Univ, Press, 1985, págs. 92-326.
■* Vid. Ph. Lacoue-Labarthe y J.-L. Nancy, «Les Dialogues des genres. Textes de Shaftes
bury, Hemsterhuis, Schelling presentís par ----------------», Poétique, 21 (1975), pági
nas 148-175.
5 T. Tasso, pág. 23.
87
No es necesario advertir que el Renacimiento español no se
plantea este dilema ni se plantea el diálogo como un problema filo
sófico, sino tan sólo como un procedimiento didáctico o pedagógi
co, «a manera de» o en «forma de», para hacer más asequible la doc
trina. En este sentido, tan sintomática es la ausencia de Platón, de
San Agustín y de Boecio en la forma literaria del diálogo español
del siglo x vi como la presencia de Cicerón, en cuyos diálogos se ha
bía verificado el paso de la dialéctica a la retórica y de la filosofía a
la pedagogía. Por oposición al tono elevadamente retórico y serio
de los diálogos de Cicerón, la influencia de Luciano en el diálogo
didáctico español del siglo x vi también es determinante. En los te
mas, Luciano introduce el humor, la sátira, la parodia y la ironía.
Desde un punto de vista formal, Luciano «contamina» el diálogo di
dáctico con una serie de elementos procedentes de otras formas lite
rarias, tales como la narración y el drama.
* Aunque sea necesario, es una simplificación hablar de los diálogos de Platón como si
fueran un todo homogéneo. Así, Cristóbal Cuevas advierte: «El género dialogístico, en efecto,
evoluciona ya en el propio Platón —en la República, por ejemplo, los elementos dramáticos
ceden su puesto al razonamiento: Sócrates domina el coloquio, reduciéndose la intervención
de los otros personajes a breves frases de estimulo o de duda. De esta manera, el diálogo se
hace más informativo, perdiendo importancia el proceso mismo del pensamiento, en benefi
cio de la elucidación de doctrinas y el establecimiento de conclusiones» (introducción a su ed.
del De los nombres de Cristo, pág. 52). No obstante, conviene recordar que, en la presente mo
nografía, no nos interesan tanto los diálogos de Platón en sí mismos como sus consecuencias
históricas y teóricas. Para una orientación bibliográfica sobre los diálogos de Platón, véase la
introd. de E. Lledó a su ed. de los Dialogas, vol. I, Madrid, G redas, 1981, págs. 128-135. Para
la dialéctica platónica, he tenido en cuenta los estudios de E. Lledó reunidos en La memoria del
logas. Estudios sobre e l diálogo platónico, Madrid, Taurus, 1984, el libro de J. Laborderie, Le Dialo
g u e plaionicien de la maturité, París, Les Belles Lettres, 1978, y los de Víctor Goldschmidt, Les
Dialogues de Platón, Structure et mitbode dialectique, París, P.U.F., 1947, y Le Paradigme dans ¡a
dialectiqueplatoniáenne, París, P.U.F., 1947. En otro sentido, son interesantes las sugerencias
de W. jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega (1933), trad. de J. Xirau y W. Roces, 2,* ed.,
Méjico, F.C.E., 1962, págs. 467-764 y 982-1078; y las de M. M. Bajtín, La poétique de Dos-
toievski, págs. 151-158. Lamentablemente, escasean los estudios de los diálogos de Platón des
de un punto de vista formal. Vid. J. Lasso de la Vega, «El diálogo y la filosofía platónica del
arte», Estudios clásicos, 54 (1968), págs. 311-374; P. Bádenas de la Peña, La estructura d e! diálogo
platónico, Madrid, C.S.I.C., 1984; D. Samb, «Brachyologie et macrologie dans les dialogues de
Platón», R em e Pbilosopbique de ¡a Franco et de L ’E tranger, 3 (1985), págs. 257-266.
88
rio, en la generalidad de los diálogos españoles del siglo xvi, el
maestro transmite al discípulo un conocimiento recibido de antema
no, definido en función de su valor didáctico y no en relación a su
valor esencial.
El correlato formal de la dialéctica platónica es la mayéutica, a
través de la cual Sócrates consigue acercar al discípulo al conoci
miento ideal o bien refutar el conocimiento aparente de su adversa
rio. En efecto, según la teoría de la anamnesis expuesta en el Menón,
no se alcanza el saber enseñando a alguien, sino preguntándole. Por
el contrario, en la generalidad de los diálogos españoles del siglo
xvi, no hay proceso mayéutico. El maestro, que es el depositario de
la doctrina y del conocimiento, no tiene necesidad de preguntar al
discípulo, aunque ocasionalmente puede hacerlo, para dar mayor
variedad formal a la probatio1, como dice el maestro de los Diálogos
fam iliares de la A gricultura cristiana de fray Juan de Pineda:
7 En el anónimo Diálogo, interlocutores: Scipión Africano y Sócrates (B. M., Add. 9.939, fols.
9r-13v), hay un pasaje donde Sócrates utiliza la mayéutica (ibid., fol. 11 r/v). En De los nombres
de Cristo, fray Luis de León utiliza la mayéutica ocasionalmente (vid. C. Cuevas, introd. a su
ed., psígs. 51-52). Juan de Guzmán también utiliza la mayéutica en un pasaje de su Primera
parte de la Retórica, donde compara la música y la retórica (fols. 241v-242r). Hay un pasaje si
milar en el De Historiar institutione, Dialogas (fols. 69v-70) de Sebastián Fox Morcillo.
8 Fray Pedro Alfonso de Burgos utiliza ocasionalmente la mayéutica en sus Dialogi de in-
mortalitate animae (fols. 9v, lOv y passim). Aunque no he podido localizar ningún préstamo li
teral entre los Diálogos de la eternidad del ánima de Pedro de Navarra y los Dialogi de inmortalitate
animae de fray Pedro Alfonso de Burgos, la ratio tercera (fol, 12 r/v) y la ratio novena de este
último diálogo son semejantes al diálogo tercero (fols. 8 i/v) de Pedro de Navarra. La ratio
segunda (fols. 10v-12r) es semejante al diálogo cuarto (fols. 9v-10) y la ratio decimoctava
(fols. 19v-22) al diálogo séptimo (fols. 14v-16).
89
e nella nostra lingua coloro, channo scritto dialoghi, per la mag-
gior parte hanno seguita la maniera mcn'artifíciosa nella: quale,
dimanda quel che vuole impararc, non quel che riprova. E s al-
cuno s'é dipartito da questo modo di scrivere, mcrita lodc mag-
giore9.
90
ñero literario, puede perder contenido y forma dialéctica, trans
formándose casi en una sucesión mecánica de observaciones o
comentarios. Pero en cualquier caso, trasponer la mecánica pro-
posicional de un escolástico de la madurez a una forma dialoga
da es, en cierto modo, platonizado, es decir, hacerle perder la
estructura mecánica para que adquiera la dialéctica10*.
91
que los españoles podían importar textos originales y traducciones
de los diálogos de Platón, pero la carencia de ediciones y de traduc
ciones españolas me parece un síntoma revelador de la escasa popu
laridad que los diálogos de Platón alcanzaron entre nosotros. Otro
síntoma de esta escasa popularidad es que los diálogos de San
Agustín, que se pueden relacionar con los de Platón, tampoco fue
ran imitados por los autores del siglo xvi español, aunque, con an
terioridad, los Soliloquios habían servido como modelo para el Secre-
tum de Petrarca y, entre nosotros, para el L íber dialogorum de Alonso
Ortiz.
92
minadas no implica necesariamente que se deba prescindir del razo
namiento, sobre todo si se distingue, como lo hace San Agustín en
D e quantitate animae (7, 12), entre auctoritas y ratio. Precisamente el
desprecio de San Agustín por lo que a él se le antojaba mera pala
brería retórica explica por qué prefiere utilizar la mayéutica socráti
ca antes que el diálogo ciceroniano. Así, le dice San Agustín al dis
cípulo Exodio en D e quantitate animae (15,26): «Sed agamus, si pla-
cet, more nostro, ut duce ratione tu tibi ipse respondeas», y el discí
pulo le responde:
16 Victorino Capanaga, introd. a su ed. de las Obras de San Agustín III, vol. XXI de la
B.A.C., 5.» ed., Madrid, Ed. Católica, 1982, pág. 51.
93
mientos epistemológicos, aunque su dialéctica esté iluminada con la
gracia y por la fe cristiana.
Formalmente, podemos distinguir dos grupos de diálogos. El
primero comprende Contra Académicos, De beata vita y D e ordine. En
estos diálogos, San Agustín conversa con sus amigos de Casiciaco:
Navigio, Trigecio, Licencio, Lastidiano, Rústico, Mónica y Adeoda-
to. Son coloquios introducidos por verba dicendi y divididos en va
rios libros con un prólogo general, quizá por influencia de Cicerón.
En estos diálogos, San Agustín renueva la vitalidad de los diálogos
platónicos, animados por el común proceso de la búsqueda de la
verdad y entreverados, no obstante, con abundantes referencias lo
cales y temporales. Un segundo grupo lo forman los Soliloquia , D e li
bero arbitrio, De quantitate animae y De magistro. Son diálogos sin verba
dicendi y en los que tan sólo intervienen dos personajes. Menos ex
tensos que los anteriores, carecen de referencias temporales y espa
ciales. G. de Plinval afirma que en ellos el discípulo es ya sólo un
pretexto y que la conversación se ha mecanizado, a consecuencia de
la victoria de la teología sobre la filosofía1718. Sin embargo, en estos
coloquios no ha desaparecido el proceso mayéutico, aunque final
mente sea interrumpido por extensas afirmaciones sobre los funda
mentos de la fe cristiana (De libero arbitrio III, 39-160, 16 1-26 7; De
quantitate animae 33, 70-81) o aunque el santo sienta la necesidad, ar
gumentada en De magistro (32-46), de abandonar la plática social
para dedicarse a la introspección solipsista, desarrollada en sus Soli
loquios.
17 «La Technique du dialogue chez Saint Augustine et Saint Jeróme», A d es dn P rem ier
Congres de k Fideration ¡ntemacionale des Assaciations d ’E tudes Classiqnes, París, 1951, pági
nas 308-312.
18 Vid. A. Michel, Rhctorique et pbihsopbie chez Cicéron. Essai sur les fondem ents philosophiques
de l'art depersuader, París, P.U.F., 1960. El mejor estudio de los diálogos de Cicerón, ya citado
a otro propósito, es el de M. Ruch, Le Préambule dans les oeuvresphilosophiques de Cicéron.
94
directamente en la Institutio oratoria de Quintiliano y en el Dialogus de
oratoribus de Tácito, escrito a imitación del De oratore.
Cicerón, a diferencia de Platón, encubierto casi siempre tras la
figura de Sócrates, es el interlocutor principal de la mayoría de sus
diálogos, excepción hecha del De oratore, del De re publica, del De se -
nectute y del D e amicitia. A l igual que Cicerón, el resto de los interlo
cutores son históricos, de sexo masculino y con una prestigiosa po
sición política o cultural. En De amicitia (I, 4), leemos: «Genus au-
tem hoc sermonum, positum in hominum veterum auctoritate et
eorum illustrium, plus, nescio quo pacto videtur habere gravita-
tis»19, pasaje éste que Juan Ginés de Sepülveda recuerda literalmente
en su Gonsalus:
95
cicio retórico (la prosopopeya o serm oem atio) ya que, como dice Quinti-
liano, «in hoc genere tliccndi ct inferas excitare concessum cst»
(/as/. Or. IX, 2, 31).
Por otra parte, la mayoría de los diálogos de Cicerón están si
tuados en las villas de recreo de los op/ima/cs romanos y, de acuerdo
con el decorum, en momentos en los que éstos estaban libres de sus
ocupaciones políticas. Pensando en De oratore (II, 5, 20), escribe
Carlos Sigonio:
Jl C. Sigonio, p¡(gs. 459 D-460 A. Vid. 1Jli. I.cvino, «Cicero and tile Litcrnry Dialogue»,
The CltuskalJournal(1958), p;ígs, 146a-147a.
96
Quo fit, ut altius scsc cffcrrc, ac magnificcntius quodammodo
disputare Cicero videatur Platonc; hunc cnim perpetuitas, ct am-
plitudo dclcctat orationis, illum picrumque brevitas, ct angus-
tiac22.
97
dcrc, quae ad Academicorum disputandi, de qua supra dixi, con-
suetudine, scripta sunt. Cum proposita quaestione in utranque
partem, quanquam perpetua oratione, disseritur, atque omni ar-
gumentorum apparatu utrinque acerrimc decertatur, ut ¡n Hor-
tensio, in quo philosophia oppugnata ab Hortensio defenditur a
Cicerone in Academicis, in libris de finibus, de natura deorum,
de divinatione, de fato, in primo de oratore; in quibus ómnibus,
qui secundo loco dicit, quae ab altero ante allata sunt, argumen-
tis probabilibus, infirmare contendit; ita tamen, ut quae ad veri-
tatem propensior sit oratio, non appareat; cuius rationis exem-
plis, ut notissimis, supersedeo23.
98
re Platonem, egregium, ac plañe admirabilem virum secuti, non
M. Tullium, ut quis existimaverit, sumus: qui in primo de Rep.
libro, Socratem cum Cephalo quodam sene loquentem inducit,
atque eadem fere ab eo rogantem de senectute, quae a me frater
meus de iuventute quaerat (págs. 4-5).
99
Esta interrupción de uno de los discursos in utramque partem es
un elemento nuevo respecto a los diálogos de Cicerón, pero es tam
bién una prueba adicional de que el diálogo in utramque partem fun
ciona como un esquema formal que debe de ser respetado. No obs
tante, a veces, la oposición entre dos tesis no se desarrolla en dos
discursos ininterrumpidos, sino que una de las dos tesis en litigio se
impone sobre la otra, de desarrollo más reducido. Es el caso del
Duarum virginum colioquium (1552) de Luisa Sigea y del De R egué R e-
gisque institutione (1556) de Sebastián Fox Morcillo, en el que se ape
la de manera explícita al esquema in utramque partem (fol. a iii v).
Sebastián Fox Morcillo escribe en latín dos diálogos más, que
presentan ciertas semejanzas con los de Cicerón: De im itatione (1554)
y De H istoria (1557). Ambos son diálogos entre personajes históri
cos, introducidos por inquam e inquit. El primero se desarrolla en un
locus amoenus y se divide en dos libros, que se corresponde cada uno
con un día distinto, como sucedía en las Tusculanas y en De oratore.
Una vez establecida con claridad la propositio, la probatio se desarrolla
entre el discípulo que pregunta y el maestro que elabora sus res
puestas en extensos párrafos, oratione perpetua como se dice en De
imitatione:
100
teria y la dificultad de la doctrina que son questiones arduas de
philosophfa moral y theologfa y muy dignas de ser leydas y senti
das de todo hombre que se precie de virtud honrra y religión
(fol. Ir).
101
el De oratore (II, 54, 216-271). Sin embargo, en El Cortesano , la in
fluencia de Cicerón confluye con la de Boccaccio; lo que, a juicio de
G. Wyss Morigi, hace que el tono académico del De oratore quede un
tanto diluido. Además, añade G. Wyss-Morigi:
102
P u e s si v is t o s e s t o s g r a n d e s s a b io s s e p e r s u a d ie r e a lg u n o q u e
d e x a d o s é s to s y o im ité a l C o n d e B a lta s a r C a s t e lló n , y o lo t e n g o
p o r b u e n o ; p o r q u e d e s u in d u s tr ia , le tr a s y ju y z io m e a t r e v o a
d e c i r q u e e s u n o d e lo s m á s s a b io s v a r o n e s c o n q u e lo s d o c t o s d e
I ta lia se p u e d e n d i g n a m e n t e g l o r i a r 32.
R e a lm e n t e e r a n e x c u s a d a s ta le s p r e v e n c i o n e s , p o r q u e El Cor
tesano y E l Escolástico e n n a d a s e p a r e c e n , s a lv o e n la f o r m a d ia lo
g a d a y e n e l p r o p ó s i t o q u e V i lla ló n t u v o d e f o r m a r u n p e r f e c t o
h o m b r e d e c o r t e ; n i p u e d e d a r s e c o s a m á s le ja n a d e l r e g a la d o y
E l Cortesano q u e la p r o s a
b la n d o e s t ilo d e p e d a n te s c a y e m b r o lla
da de E l Escolástico, q u e p o r o t r a s r a z o n e s e s u n lib r o c u r io s ís im o
y d i g n o d e s a li r d e la o s c u r id a d e n q u e y a c e 33.
' 2 CU. por Menéndez Pelayo, en la introd. a la ed. del Cortesano (1534) de A. González
Patencia, Madrid, C.S.I.C, 1942, pág. li. Es un pasaje del prólogo inicial eliminado en la re
fundición posterior del Scholástico, Vid. J. A. Kerr, «Prolegomenta to an edition of Villalón’s
Scholástico», B.H.S., XXXII (1955), pág. 208.
15 Introd. de M. Menéndez Pelayo a la ed. cit. del Cortesano, pág. li, n. 26.
'■< R, I lamilton señala un pasaje del Scholástico en defensa del romance vulgar tomado del
prólogo de Castiglione a La Calandra del Cardenal Bibbiena: «Villalón et Castiglione», B.Hi.,
L1V (1952), págs. 200-203.
35 B. Bray, págs. 20-21.
103
tio: en el capítulo tercero del libro segundo del Scbolástico, el rector
de la Universidad de Salamanca propone hablar sobre las condicio
nes del escolástico modelo, a imitación del perfecto cortesano de
Castiglione. A l igual que Castiglione también, Villalón introduce
continuas digresiones: sobre la misoginia y el profeminismo (E l
Scbolástico, lib. 4.°, caps. 12-13 cfr. E l Cortesano, lib 3.°, caps. 2-5),
sobre el amor (E l Scbolástico, lib. 4.°, caps. 12-13; cfr. E l Cortesano,
lib. 4.o caps. 6-7) o sobre la manera de conversar con gracia y do
naire (E l Scbolástico, lib. 4.°, cap. 17; cfr. E l Cortesano, lib. 2.°,
caps. 5-7).
Como E l Cortesano, cada uno de los cuatro libros del Scbolástico
tienen un prólogo individual y los cuatro se desarrollan en cuatro
días sucesivos. Como El Cortesano también, E l Scbolástico es un diálo
go introducido por verba áicenái y en el que intervienen un elevado
número de interlocutores, excepcional si lo comparamos con cual
quier otro diálogo de la época, donde predominan los diálogos de
dos y de tres interlocutores.
E l Cortesano (1561) de Luis Milán es también un diálogo con
verba áicenái y con un elevado número de interlocutores, casi el do
ble de los que intervienen en E l Scbolástico. Sin embargo, y a diferen
cia de éste, E l Cortesano de Milán apenas si se parece al Cortesano de
Castiglione. La imitación del libro de Castiglione ha quedado redu
cida, en el libro de Milán, a un entretenimiento áulico más, uno de
los muchos que ocupan el ocio de la corte valenciana de Germana
de Foix, casada en terceras nupcias con Fernando de Aragón, duque
de Calabria. Dice muy gráficamente Ruggero Palmieri:
104
cicsc; yo respondí: Si vuestra Excellencia me avisa diciendo las
partes que ha de tener el Cortesano,
yo sabré hacer lo que no sabría,
Que del Rey se ha de tomar cortesanía.
Dixo el Duque: yo diré mi parescer y esos caballeros digan el
suyo:
Que en las cosas de gran ser,
el Rey con los caballeros
tiene muy buen parescer (págs. 78-79).
Dixo el Duque: Don Luis Milán, ¿en qué punto tenéis el Corte
sano que las damas os mandaron hacer? (pág. 465)
105
en esa form ayont de un paradigma de conducta. Cicerón, probable
mente por influencia platónica, siempre tendía a presentar en sus
diálogos un paradigma ideal: el del perfecto orador, en De oratore; el
del perfecto amigo, en De amicitia; el del perfecto anciano, en De se-
nectute; o, por poner un último ejemplo inspirado directamente en
Platón, la perfecta «república», en De re publica . Me interesa este he
cho porque los diálogos de Cicerón, asociados al de Castiglione, de
sencadenaron, entre los diálogos españoles del siglo xvi, una amplia
búsqueda de modelos ideales de conducta y de arquetipos pedagógi
cos. Por ejemplo, Alfonso de Miranda escribe un Diálogo del perfecto
médico en el que, según sus propias palabras, quería «formar un mé
dico tan perfecto como imaginó Tulio un orador» (pág. 48). En este
mismo sentido, escribe Luis Barahona de Soto, si éste es efectiva
mente el autor de los Diálogos de la montería , que quería formar un
cazador perfecto «para imitar a Cicerón en el libro del Perfecto Ora
dor y a Baltasar Castellón en el de E l Cortesano» (pág. 35). Por su
parte, Sebastián Fox Morcillo advierte en De Historia , por boca de
uno de los interlocutores: «Scio, inquit ille, quo tendat oratio tua:
Platonis Rempublicam, Ciceronis oratorem, Vitrubii architectum
fingere, quasi Prometheus quídam vis» (fol. 82 v). En sus Diálogos
militares , Diego García de Palacio nos ha dejado el siguiente testi
monio:
106
bros de Oratorc, con más alto estilo que en las demás obras, exa
minando, y mostrando en qué consistía toda la fuerga del bien
dezir: ni como el conde Balthasar, que la tuvo en sus quatro li
bros de formarnos un perfecto cortesano: ni como Xenophonte,
que debaxo las personas de los dos Cyros nos declara cómo un
Rey ha de governar con perfición: ni como Platón, que en sus li
bros de República nos enseña la que ha de tener una perfecta re
pública: ni como Homero, que en su Iliada, en nombre [de] Aga
menón, hermano de Menelao, y general de la armada Griega,
nos pone una imagen, idea, trasunto, y figura de un virtuoso, y
esforzado governador; haziendo lo mismo Plutarcho en persona
de Alexandro Magno en el libro de su fortuna; ni como Virgilio,
que en su Eneida nos canta, no quál fue Eneas, sino quál deva
ser un perfecto capitán; ni como Aristóteles, que en lo poco que
de su arte poética tenemos, nos viene a mostrar toda la perfi-
ción, de que tiene necessidad, el, que quiere ser singular, y exce
dente Poeta, a quien finalmente quiso imitar en la suya Horacio
(fols. 5v/6v).
Léase también el siguiente pasaje del Retrato del perfecto médico del
portugués Jorge Henrico Anríquez, en el que hay varias coinciden
cias literales con el pasaje citado del Regidor.
107
pirada en la cita anterior de Juan Costa, la primera parte, en cambio,
está inspirada en otro diálogo, en la Imagen de la vida cristiana del
portugués fray Héctor Pinto:
3* Imagen de ¡a pida cristiana (1563), trad. anónima de 1572, ed. de E. Glaser, Barcelona,
Juan Flors, 1967, págs. 300-301.
39 Prólogo de P. Salazar y Mendoza al Chrénico (sic] de el Cardenal donJuan Tavera, Toledo,
P. Rodríguez, 1603, fol. 2r, apud F. López Estrada, Tomás Moro y España: sus relaciones hasta el
siglo XVIII, Madrid, Univ. Complutense, 1980, pág. 48.
108
otros libros y, sobre todo, a otros diálogos, como la República de
Platón, el De oratore de Cicerón o El Cortesano de Castiglione, en los
que sus autores pretendían dibujar modelos paradigmáticos de con
ducta sin existencia real. Cicerón y Castiglione se propusieron abs
traer condiciones ideales para que los interlocutores concretos de
sus diálogos se adaptaran a ellas, como dice Francisco de Valdés:
40 Comenta Ana Vían en la introducción a su ed. del Crotalón (Diálogoy form a narrativa en
«El Crotalón»: Estudio literario, edición j notas, Madrid, Univ, Complutense, 1982, vol. I, pág.
103): «Como ha quedado ya apuntado, el diálogo lucianesco en el Renacimiento no es un mo
delo estructural tan predeterminado por las características formales como los esquemas plató
nicos o ciceronianos. Suele diferenciarlo de éstos dos características:
1) La sugerencia, ante cualquier tema, de una atmósfera humorística, hacia un tipo deter
minado de sátira.
2) La descripción de la estructura dialogística o, mejor dicho, la contaminación literaria
como principio, es decir, la posibilidad de incluir una variedad de formas dentro de un marco.
Esto implica que el autor tiene derecho a organizar su diálogo de formas múltiples, que in
cluyen, por supuesto, préstamos constitutivos del diálogo filosófico (platónico o ciceroniano),
así como de cualquier otro género literario.» Sobre la presencia del humorismo y de la sátira
en la obra de Luciano, vid. el estudio fundamental de J. Bompaire, Luden ¿crivain, imitation et
cre'ation, París, E. de Boccard, 1958, págs. 471-536 y 587-641. Por otra parte, J. Bompaire dis
tingue la contaminatio formal de lo que él llama la transposition, presente con claridad en los Diá
logos de las cortesanas, en los Diálogos de los dioses y en los Diálogos marinos. Como dice J. Bompai
re, la trasposillon es un fenómeno literario paralelo al de la contaminatio. «En definitive, conta-
mination et transposition, c’est toujours le méme travail et le méme résultat: réflechir, sans
109
es un lugar comün el destacar que los diálogos de Luciano susti
tuyen los temas filosóficos abstractos por la sátira y la denuncia so
cial. Por este motivo, Cario Sigonio excluye a Luciano de los mode
los clásicos de diálogo:
donner l’impression du décoursu ou de l’immediat, tous les genres, cese á dire tous les re-
gards sur la littérature», (ibid., pág. 584).
41 C Sigonio, pág. 446 A.
42 En Opera Orrmia, Lyon, 1703, vol. I, págs. 329-330. Sobre las traducciones que de Lu
ciano h i » Erasmo, vid. Craig R. Thompson, The Trarulation o f Lucían by Erasmus and St. Thomas
More, Nueva Yode, The Vail-Bailon Press, 1940, y Erika Rummel, Erasmus as a Translator o f
tbe Classics, Toronto, Toronto Univ. Press. 1985. Sobre la fortuna de estas traducciones en
España, vid. M. Zappala, «Una edición desconocida del Luciano de Erasmo en Valencia: Juan
Francisco Mas y los Dialogi Luríani de 1551», B.Hi., LXXXVI (1984), págs. 452-465.
110
Como influencia de Erasmo, es explicable la adaptación que el
autor del Crotaíón hizo del Convite y en la cual los filósofos de Lucia
no son convertidos en clérigos43. Como veremos, la lectura piadosa
que el humanista roterdamés hizo del satírico griego filtra la mayo
ría de los diálogos luciancscos del siglo xvi. Claro que utilizar el es
píritu de Luciano para catalizar propósitos religiosos reformistas no
es privativo de Erasmo. Por ejemplo, la obra italiana que sirve de
base al libro primero de los Diálogos de la Phantástica Philosophía, / ca-
p ricci d el bottaio de G. B. Gelli, se inspira en El sueño o El gallo de Lu
ciano, al tiempo que critica el culto a las reliquias, el concepto del
purgatorio o las bulas, y apoya la traducción al vulgar de las Sagra
das Escrituras. No obstante, también Luciano podía ser utilizado
para defender la moral tradicional, como veremos que ocurre en el
diálogo D egloriae m ilitarispalm a de los hermanos Rocaberti.
Formalmente, los diálogos de Luciano son también muy dife
rentes de los de Cicerón. Ninguno de los diálogos de Luciano tiene
lugar en un marco espacial o temporal explícito44. Además, son diá
logos de extensión breve. Si alguna vez están divididos en pequeñas
unidades, como ocurre en los Diálogos de los dioses, en los Diálogos ma
rinos y en los Diálogos de las cortesanas, éstas tienen un carácter inde
pendiente. Los interlocutores privilegiados son héroes cínicos,
como Cinisco, Menipo, Diógenes o Licino, alter ego de Luciano. Es
frecuente también que intervengan dioses, como sucede en el Pro
meteo en el Cáucaso, en los Diálogos marinos, en el Júpiter trágico, en la
Almoneda de vidas, en Los fugitivos , en las Saturnales y en la Asamblea de
los dioses. También aparecen alegorías, como la Filosofía y la Verdad
del Pescador; la Justicia, la Virtud y la Molicie de la Doble acusación o
la Filosofía de Los fugitivos. La naturaleza de los interlocutores que
pueden intervenir en un diálogo de Luciano es muy variada: en El
sueño, por ejemplo, el interlocutor principal es un gallo y, en E l tira
no, intervienen como interlocutores una lámpara y una cama. Esca
sean, sin embargo, los interlocutores femeninos, que únicamente
aparecen en los Diálogos de las cortesanas.
O tra novedad importante de Luciano es el aumento del número
de interlocutores que pueden intervenir en un diálogo sin verba di-
cendi. Aunque en la mayoría de los casos continúa predominando el
43 Sobre el erasmismo del Crotaíón, vid. M. Bataillon, Frasmo y España, págs. 664-666;
A. Vian Herrero, Diálogoy form a narrativa, vol. I, págs. 488-506.
44 Hay una alusión en el diálogo Anacarsis: «Mas, si te parece, dejemos para mañana la
conferencia, asi tendrá tiempo para meditar sobre lo que me has dicho y para refrescar el re
cuerdo de lo que he de decirte: Dejemos la conversación en este punto, y retirémosnos, que
ya anochece», en Obras completas de Luciano, trad. de C. Vidal y F. Delgado y F. Baráibar,
vol. III, Madrid, 1882-1890, pág. 305.
111
diálogo de dos y de tres interlocutores, son muy significativos aque
llos en los que participan nueve (Timónj, diez (Los fugitivos), once
(E l tirano, Almoneda de vidas), trece (Júpiter trágico, Doble acusación) o
dieciséis interlocutores (E l pescador). Este enriquecimiento del nú
mero y del carácter de los personajes está en relación con la contami-
natío literaria que sufre el diálogo en manos de Luciano, como él
mismo explicó en su Prometeo y en La doble acusación. Luciano no
plantea sus diálogos como una discusión filosófica ni como una
conversación erudita, sino como un breve intercambio de opiniones
en el que rara vez hay un maestro que ordene el desarrollo del diálo-
I go. Es frecuente, en cambio, que uno de los interlocutores narre al
guna de sus experiencias o viajes, como sucede en Necromancia , en
Nigrino, en Icaromenipo o en E l sueño.
Los personajes no están al servicio de las ideas, sino que éstas
dependen de las peripecias vitales de los personajes. De ahí, la im
portancia que adquiere en los diálogos de Luciano la narración y la
caracterización psicológica de los interlocutores. Recordemos que
Luciano suele retratar interlocutores con rasgos de personalidad
muy acusados, casi caricaturescos. Mientras que los diálogos cicero
nianos, como hemos visto, pretenden abstraer las condiciones ca
racterísticas de cada personaje para formar un paradigma humano
de donde se ha eliminado la variedad personal, Luciano prefiere su
peditar la doctrina de sus diálogos a las condiciones particulares de
cada interlocutor. En este sentido, podríamos decir que los diálogos
de Cicerón presentan la doctrina, mientras que los diálogos de Lucia
no desarrollan el ejemplo , el caso particular. Como dice fray Ángel
Cornejo, que publica en 1548 una traducción del De amicitia de Ci
cerón y del Toxaris de Luciano:
45 Libro llamado Arte de amistad, Medina del Campo, Pedro Castro, 1548, prólogo, s. n.
112
doctrina. Leemos en el De amicitia (I, 4), según la traducción de fray
Ángel Cornejo:
vosotros los griegos muy mejor que todas las gentes habláys de
la amistad y blasonáys de ella: pero exercitarla y ponerla por
obra esso no (...) nosotros los scythas mucho al contrario de vo
sotros hazemos que en lo que toca ha alabar la amistad os damos
la ventaja: pero en ponella por obra es cierto os excedemos en
muchos quilates, por lo qual si te paresce que dexados aquellos
antiguos que fueron señalados en la amistad (...) hablemos de al
gunos que en nuestros tiempos han sido los hechos de cada uno
declarando yo de los Scythas y tú de los griegos y el que sobre
pujare al otro, o truxere mejores y mayores exemplos de la amis
tad sea el vencedor47.
Por boca del bárbaro Toxaris, Luciano (que era también un bár
baro, no lo olvidemos) está oponiendo la capacidad griega de espe
cular y la capacidad de los bárbaros para llevar a la práctica sus teo
rías; está oponiendo la doctrina al ejemplo. Como dice Toxaris al final
del pasaje citado, el que «truxere mejores y mayores exemplos de la
amistad sea el vencedor». En la forma literaria de los diálogos de
Luciano, este interés por el ejemplo se traduce en una subordinación
de la doctrina al caso concreto, es decir, se traduce frecuentemente
en narración. Recuérdese que el Toxaris, frente al De amicitia, no es
más que una sucesión de historias ejemplares. Hay un saber intem
poral, la doctrina, fundado en la razón, que se opone al caso particu
lar, al ejemplo, basado en las opiniones particulares de cada uno.
113
Como hemos visto en el capítulo anterior, esta distinción es funda
mental para caracterizar dos tipos diferentes de diálogo: el diálogo
de naturaleza doctrinal, en el que los interlocutores están subordina
dos a su papel de maestro o de discípulo para establecer una Verdad
absoluta, y el diálogo de naturaleza circunstancial, en el que la expe
riencia personal de los interlocutores y sus diferentes perspectivas
relativizan el valor absoluto de la Verdad, que ya no es sino una
opinión puesta en boca de uno de los interlocutores.
La oposición entre doctrina y ejemplo, verdad y opinión, no es
la única que se puede establecer entre los diálogos de Cicerón y los
de Luciano: frente al tono elevado de los diálogos de Cicerón, dis
cusiones eruditas entre interlocutores de una elevada posición social
y cultural, los de Luciano se caracterizan por su tono cómico. Según
Bajtín, la presencia de lo cómico es un síntoma de los géneros de la
Sátira Menipea que, por oposición a los géneros literarios «serios»,
como la tragedia o la épica, son géneros muy poco definidos for
malmente48. Efectivamente, en los diálogos de Luciano, al igual que
sucede en los diferentes géneros de la Sátira Menipea, hay una conta-
minatio entre elementos literarios de procedencia diversa: del mito,
de la tragedia, de la comedia o de la novela.
Mediante esta contaminatio literaria, Luciano crea diferentes mo
delos dialógicos, entre los que voy a distinguir tres, complementan
do la clasificación establecida por Carmen de Fez49: (1) e l r e l a t o ,
que se refiere tanto a aquellos diálogos en los que se narra algún
viaje imaginario (Icaromenipo, Necromancia) como a aquellos otros en
los que un protagonista, usando el esquema de la transmigración de
almas, da cuenta de sus vida anteriores: E l sueño o E l gallo. (2) l a e s
c e n a . Llamo así a aquellas formas dialógicas en las que se reúne a
varios personajes en el mismo espacio, mediante el expediente de la
celebración de un juicio (E l pescador, Doble acusación, Diálogo X II de
los muertos) o de una asamblea (Júpiter trágico, Asamblea de los dioses).
En este esquema se inspiró Quevedo para escribir La hora de todos y
la fortuna con seso. (3) l a c o n v e r s a c i ó n . Con esta denominación
quiero aludir a aquellos diálogos en los que Luciano intenta repro
ducir la conversación de dos y de tres interlocutores, a través de
breves réplicas y contrarréplicas, en las que no tienen cabida exten
sos discursos o explicaciones retóricas: Diálogos de las cortesanas, Diá
logos de los dioses, Diálogos marinos y Diálogos de los muertos 50.
48 La Poétiquc de DostoTevski, págs. 158-165. Sobre la relación entre los diálogos de Lucia
no y la Sátira Menipea, entre otros muchos estudios, vid. J. Bompaire, págs. 549-562.
49 La estructura barroca de «E l siglo pitagórico», Madrid, Cupsa, 1978, págs. 30-31.
50 Según J. Bompaire (págs. 562-581), los Diálogos de ¡as cortesanas, los Diálogos de los dioses,
114
Ahora vamos a estudiar la influencia de los diálogos de Lucia
no, tal y como los hemos definido, en los diálogos españoles del si
glo xvi. La popularización de Luciano, desconocido durante la
Edad Media, es un fenómeno característico del Renacimiento.
Como dice Erika Rummel:
los Diálogos marinos y, en parte, los Diálogos de los muertos forman parte de un grupo, el de los
diálogos que él llama de «miniatura», basado en la transposition como técnica literaria.
M E. Rummel, pág. 49. Sobre la influencia de Luciano, vid. Francis G. Allinson, Ludan,
Satirist and Artist, Nueva York, Cooper Square Publishers, 1963, págs. 130 y ss.; C. A. Mayer,
«L uden et la Renaissance», R.L.C., XLV11, 1 (1973), págs. 5-23; C. Robinson, Ludan and bis
Injluence in Europe, Londres, Univ. of North Carolina Press, 1979, págs. 65-237. En particular,
vid. A. Vives Coll, Ludano de Samosata en España (1500-1700), Valladolid, Sever-Cuesta,
1959, y Ana Vian, Diálogo y form a narrativa, vol. I, págs. 285-291.
52 Vid. F. Rubio, «Dos traducciones castellanas de un diálogo de Luciano hechas en el si
glo x v », La Ciudad de Dios, CLXII (1950), págs. 353-370.
5J Otro diálogo basado en el Diálogo X II de los muertos de Luciano es el de C. Marot./^r-
m ent de M inos su r la préference d'Alexandre legrand, Annibal de Cartbage et Sdpion le Romain (1514)
(vid. A na Vian Diálogo y form a narrativa, vol. I, pág. 294). También se inspira en este diálogo
de Luciano el A rminius de Ulrich von Hutten (vid. J. Ridé, «Arminius, [ 1529], un dialogue
posthume d’UIrich von Hutten», en Le Dialogue au temps de ia Renaissance, págs. 237-245).
115
pión consistía en una sucesión de discursos retóricos en los que los
litigantes exponían ante el juez Minos sus respectivos méritos mili
tares. En el diálogo de los Rocaberti, los que contienden de gloriae
militarispalma son Ramón Cardona, Manrique y Gonzalo Fernández
de Córdoba. Este último, como se recordará, interviene también en
el Gonsalus de Juan Ginés de Sepúlveda y en el Tratado de R e M ilitari
de Diego de Salazar. La única innovación que introducen los Roca
berti en el esquema de Luciano es la de hacer que Minos delegue sus
prerrogativas de juez en Carlos V y que éste, a diferencia del Minos
de Luciano, se niegue a ofrecer un dictamen definitivo sobre el mé
rito relativo de los tres militares: «et Gonsalus et Cardona res máxi
mas suis seculis gesserunt, sed noster hic Manriquez non omnino
cotemnenda dixit» (col. 87b). La obra de los Rocaberti, dirigida a
Felipe II, es un panegírico de la historia militar española y de la es
trategia de Carlos V, sin la capacidad analítica y sin la ironía carac
terística de la mayor parte de los diálogos lucianescos.
El Diálogo de Luciano llamado Palinuro, un manuscrito de Sepúlve
da conservado en un autógrafo de 1554, deriva también de los diá
logos lucianescos italianos. A pesar de lo que sugiere el título del
diálogo, éste no es obra de Luciano. En realidad, Juan Ginés de Se
púlveda, aunque no deja constancia de ello, se limita a traducir un
diálogo de Maffeo Vegio, De miseria et felicítate Dialogue. El tema de
este diálogo se remonta a la sátira primera de Horacio, «no hay
quien viva contento con su suerte», que se convirtió en un verdade
ro tópico en el Siglo de Oro. En el diálogo de Maffeo Vegio, Caron-
te logra convencer al marinero Palinuro de que su estado no es me
nos envidiable que el de los ciudadanos, el de los labradores y que el
de los reyes. De acuerdo con la moral tradicional, sólo es feliz el sa
bio que sabe menospreciar los bienes aparentes del mundo:
116
da. O tro diálogo lucianesco español, el Diálogo entre la cabeza y la go
rra de Gutierre de Cetina, depende directamente, según dice E.
Mele, de un diálogo italiano de Pandolfo Collenuccio55.
Por otra parte, el Diálogo entre Carontey el ánima de P. L. Farnesio,
escrito hacia 1547 y atribuido a Diego Hurtado de Mendoza, es un
diálogo lucianesco cuya forma literaria es similar a la del diálogo ci
tado de Maffeo Vegio. Ambos diálogos pertenecen a la serie de Ca-
ronte, aunque el De miseria et felicitóte, a diferencia del diálogo atri
buido a Diego Hurtado de Mendoza, no tiene una intencionalidad
política directa. El artificio del diálogo está reducido a un interroga
torio del banquero Caronte a Pedro Luis Farnesio, hijo natural de
Paulo III. El interrogatorio es una glorificación de la política impe
rial de Carlos V, opuesta a la del papado. No olvidemos que todavía
en 1556, cuando Felipe II sube al trono, Paulo IV, sucesor de Pau
lo III, amenazó a Carlos V y a su hijo con la excomunión56. En el
diálogo, le dice Caronte al Farnesio:
117
sitiva; son, como diría Descartes en el siglo xvn, meros autómatas.
Ahora bien, para combatir la Antoniana Margarita , Sosa no escribe
un tratado filosófico, como harían otros autores del siglo xvi, sino
un diálogo jocoso en el que los propios animales son los encargados
de refutar las opiniones de Gómez Percira.
Alarmados los animales por la aparición de la Antoniana M arga
rita , deciden crear una comisión y exponer sus quejas ante la asam
blea de Júpiter. Leída la acusación, Mercurio desciende a Medina
del Campo en busca de Momo. Este critica las teorías de Gómez
Pereira, y siguiendo sus consejos, Mercurio vuela de nuevo al Olim
po y condena la Antoniana Margarita. Probablemente el tipo de in
terlocutores, el escenario y el desarrollo del diálogo le fueron suge
ridos a Francisco de Sosa por la lectura de los diálogos de Luciano.
Recordemos que varios de los diálogos de éste, como E l pescador, la
Doble acusación o el Diálogo X II de los muertos están organizados tam
bién en tomo a un juicio. Sin embargo, el Endecálogo no se parece te
máticamente a ninguno de ellos. Por su tema, el diálogo de Sosa se
relaciona con otros diálogos que defienden la racionalidad de los
animales, pero que no derivan de Luciano. Por ejemplo, el canto se
gundo del Crotalón:
118
brc» inserto en la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza58. La
Disputa d el ase fue publicada por primera vez en Barcelona en 1509.
Aunque actualmente sólo conservamos una traducción francesa,
también fue traducida al castellano, hacia 1518, con el título del Li
bro llamado fr a y Enselmo Turmeda59. Francisco de Sosa, por tanto,
pudo llegar a conocerla antes de escribir su Endecálogo contra «Anto-
niana Margarita».
En cuanto al Colloquio de la Moxca, y de la Hormiga de Juan de Ja-
rava, si hemos de creer a A. Vives Coll, dependería del Elogio de la
mosca de Luciano60. Sin embargo, el coloquio de Jarava y el Elogio de
la mosca no se parecen ni por su tema ni por su forma. El Colloquio de
la Moxca, aunque sea obvio decirlo, es un coloquio y ésta es la pri
mera diferencia con respecto al Elogio de la mosca de Luciano, escrito
en forma de discurso. Además, el Elogio de la mosca, como el Elogio de
la calvicie de Sinesio de Cirene o como posteriormente el Elogio de la
locura de Erasmo, es un «elogio paradójico» escrito con propósito
satírico, o bien, como en el caso del Elogio de la mosca, con propósito
simplemente humorístico61: Luciano describe minuciosamente las
características físicas de la mosca y sus hábitos, con referencias iró
nicas a Homero y a Platón, como era su costumbre. Después desa
rrolla la explicación cómica de un supuesto mito sobre el origen de
la mosca, todo con el único propósito de divertirse y de divertir al
lector.
Si el Elogio de la mosca de Luciano pertenece al género de los
«elogios paradójicos», el Colloquio de la Moxca depende del género de
las «fábulas» al modo de Esopo o de Fedro. Juan de Jarava retrata a
la mosca y a la hormiga como dos figuras morales que simbolizan
respectivamente el ocio y la laboriosidad. Su propósito, diferente al
de Luciano, es hacer una fábula sobre el valor de trabajo. Como es
cribe Cesare Segre:
Si tratta d’un tema che risale alia letteratura esópica (Fedro IV,
25), e da questa é passato a tutta la favolistica anímale del me
dioevo. L’unico caso peró in cui il confronto si realizzi in forma
58 «El original árabe de la Disputa del Asno contra Fr. Anselmo Turmeda», R.FE, I (1914),
págs. 1-51. Vid. F. Rico, El pequeño mundo de! hombre, 1970; reed. aumentada Madrid, Alianza,
1986, págs. 59-64 y 90-96. Hay una edición moderna de la traducción francesa del diálogo de
fray Anselm Turmeda: Disputation de l ’A sne centre frere A. Turmede, sur 1a nature et noblesse des
animaulx, ed. de R. Foulché-Delbosc, en la R.Hi., XXIV, 66 (1911), págs. 358-480.
59 Vid. F. J. Norton, A Descriptivo Catalogue o f Printing in Spain and Portugal (1501-1520),
Cambridge, Cambridge Univ. Press, 1978, núms. 218 y 1.260.
60 A. Vives Coll, págs. 60-63.
61 En este sentido, vid. la «loa en alabanza de la mosca» que Agustín de Rojas incluye en
su Viaje entretenido (1603), ed. de J. P. Ressot, Madrid, Castalia, 1972, págs. 264-270.
119
di disputa é quello di Oddonc da SHerington, De musca el fórmica,
mcntrc s’ha un escmpio di contrasto fra mosca c ragno. L’unico
testo volgarc c la Disputado musct cum fórmica di Bonvcsin da la
Riva62.
62 «Le forme e le tradizioni didattiche», en Grundriss der Romanischen Literaturen des Mitte-
lalters, vol. VI, 1, Heidelberg, 1968, pág. 80. Vid. Ana Vían, «Fábula y diálogo en el Renaci
miento: confluencia de los géneros en el Coloquio de la mosca y ¡a hormiga», en Homenaje a F. Ló
pez Estrada (en prensa).
63 Les Fabulistes latios depuis le siiele d'Auguste jusqu'a la fin du Moyen Age, ed. de L. Iler-
vieux, 1893-1899; reed. Hildesheim, GeorgOlms, 1970, vol. II, págs. 53.
MIbid., vol. IV, pág. 247.
65 Le opere votgari di Bonvesin da ¡a Riva, ed. de G. Contini, Roma, 1941, pág. 98,
120
deuda más evidente que el Colloquio de la Moxea,y de la Hormiga con
trae con los diálogos de Luciano, además de su tono humorístico y
casi irónico, entre lo satírico y lo didáctico.
Como acabamos de ver, el Endecálogo y el Colloquio de la Moxca
son dos diálogos muy peculiares entre los diálogos lucianescos64*66.
Ahora estudiaremos un grupo de diálogos mucho más homogéneos:
los diálogos lucianescos relacionados con Grasmo.
El primer diálogo lucianesco español del siglo xvi es el De Euro-
p a t dissidiis et bello turcico (1526) de Juan Luis Vives. Ante el consis
torio de Minos, Polipragmon refiere la historia reciente de Europa,
asolada por las numerosas discordias internas y debilitada ante la
amena2 a de los turcos. Entre la narración de los acontecimientos
políticos, se intercalan reflexiones sobre la corrupción moral y reli
giosa de la cristiandad. En la sentencia final del diálogo, puesta en
boca de Tiresias, Vives pide implícitamente la paz entre Francisco I
y Carlos V:
121
como el de Vives, con una forma clara y sencilla: un relato histórico
de Mercurio a Carón, en el que se entrecruzan varios interrogato
rios de Carón a los muertos que descienden a orillas del río Aque-
ronte. Según la confesión del autor, la idea del diálogo procede, al
mismo tiempo, de Erasmo, de Luciano y de Pontano: «si la inven
ción y doctrina es buena, dense las gracias a Luciano, Pontano y
Erasmo, cuyas obras en esto havemos imitado» (pág. 9).
Luciano escribió varios diálogos en los que interviene Caronte:
Diálogos de los muertos 4,10 y 22, Caronte o los visitantes, La arribada o
E l tirano. Sin embargo, en ninguno de ellos había desarrollado los
elementos que aparecen en el esquema literario del diálogo de A l
fonso de Valdés. Tampoco aparecen estos elementos en el único
diálogo similar que había escrito Erasmo, Cbaron, aunque, por otra
parte, la influencia doctrinal del humanista roterdamés en el Diálogo
de Mercurio y Carón está suficientemente atestiguada68. En realidad,
la idea del interrogatorio de las almas del Diálogo de Mercurio y Carón
procede del Cbaron de Pontano, en cuyos comentarios antieclesiásti
cos parece haberse inspirado también Alfonso de Valdés. En lo que
se refiere al otro elemento formal del Diálogo de Mercurio y Carón, el
relato histórico que hace Mercurio, es posible aventurar que está
inspirado en la obra citada de Vives: De Europae dissidiis et bello
turcico 69.
El Diálogo de Mercurio y Carón es un excelente ejemplo de la con
taminación literaria que se produce entre Italia y Erasmo al transmi
tir los diálogos de Luciano, contaminación que se observa también
en otros diálogos lucianescos españoles del siglo xvi, como E l Cro-
talón en el que, además de Luciano y de Erasmo, están presentes au
tores italianos como Aretino y Ariosto. Por otra parte, el Crotalón es
muy semejante a otro diálogo anónimo que tampoco es publicado
durante el siglo xvi: el Diálogo de las transformaciones. Tanto este diá
logo como E l Crotalón están construidos a partir del Sueño o E l gallo
de Luciano. De hecho, los siete primeros capítulos del Diálogo de las
transformaciones son casi una traducción literal de esta obra, aunque
se eliminan algunas referencias demasiado específicas al contexto
cultural griego y se añaden algunas reflexiones de carácter más ge
neral, como las reflexiones sobre la pobreza y la codicia del capítulo
quinto. Sin embargo, desde el capítulo octavo hasta el final, el Diá-
68 Vid. M. Morreale, Carlos V, R tx Bonus, Félix Imperator. (Notas sobre ¡os Diálogos de Alfon
so de Valdés), Valladolid, Univ. de Valladolid, 1954; José F. Montesinos, «Algunas notas so
bre el Diálogo de Mercurioy Carón, (1929), Ensayosy estudios de literatura española, Madrid, Revis
ta de í >ccidente, 1970, págs. 63-109, y M. Bataillon, Erasmoy España, págs. 387-404.
49 Vid. M. Bataillon, Erasmoy España, pág. 388, n. 7.
122
logo de las transformaciones no traduce ya a Luciano, aunque conserva
el esquema del «relato de transformaciones» lucianesco.
La moraleja final del Diálogo de las transformaciones, de acuerdo
con la moral tradicional, es la de que es «bienaventurado el que vive
en pobreza si es prudente en la saber sollevar» (col. 118 b). El es
quema general del Crotalón y su moraleja final es la misma. También
son los mismos los interlocutores, el zapatero Micilo y el gallo, aun
que en el último canto del Crotalón aparece un tercer interlocutor,
Demofón. La localización del texto no está explícitamente marcada
en El Crotalón , al igual que sucedía en el Diálogo de las transformacio
nes. Sin embargo, el marco temporal está cuidadosamente precisado.
Cada canto del Crotalón se desarrolla durante las horas de la madru
gada. Lo mismo sucedía en el Diálogo de las transformaciones, donde al
final le dice el gallo al zapatero:
123
estaría motivada verosímilmente, sin necesidad de recurrir a la teo
ría de la trasmigración de almas: el gallo no habla, sino, que es el za
patero, todavía adormilado, quien le presta sus palabras. En profun
didad, E l Crotalón o el Diálogo de las transformaciones no son diálogos
entre el gallo y el zapatero, sino monólogos del zapatero.
Este carácter monológico se observa con más claridad en el pri
mer libro de los Diálogos de la Pbantástica Philosophta de Francisco
Miranda Villafañe, que no es sino una traducción ligeramente mo
dificada de I capricci del bottaio de Giambattista Gelli. I capricci del
bottaio es también un diálogo escrito a imitación del Sueño o E l gallo
de Luciano, con la diferencia de que el gallo es sustituido por el
alma del zapatero, destacando así el carácter monológico de las con
versaciones. Además, hay que recordar que, según afirma Pico della
Mirándola en su Oratio, el gallo es la «parte divina de nuestra
alma»70. Por tanto, hay una identificación entre el zapatero y el ga
llo (alma) de la que resulta una ambigüedad consciente entre el diá
logo y el monólogo, entre la vigilia y el sueño; ambigüedad cons
ciente que distingue estos diálogos lucianescos de otras obras litera
rias que también utilizan recursos oníricos, como el Somnium Scipio-
nis de Cicerón. Claro que el carácter «onírico» del Diálogo de las
transformaciones y del Crotalón no está desarrollado literariamente,
sino que viene dado convencionalmente por el marco del diálogo de
Luciano. Cervantes sí supo aprovecharse de esta convención lucia-
nesca en su Coloquio de los perros que, en efecto, puede entenderse
como un «coloquio entre dos perros» o como un delirio onírico del
alférez Campuzano al que, bajo los efectos de la fiebre, le parece ver
y oír hablar a los dos perros. Cervantes convierte el Sueño de Lucia
no en otra metáfora de la ambigüedad entre la realidad y la ficción,
entre la verdad y la literatura.
Hemos dicho que E l Crotalón y el Diálogo de las transformaciones
son muy semejantes porque se inspiran en el mismo modelo, en el
Sueño de Luciano. En honor a la verdad, habría que añadir que los
estudiosos del tema todavía no han resuelto si las semejanzas entre
ambos diálogos se deben solamente a este motivo o bien son debi
das a que uno de los dos se inspira directamente en el otro, sin des
cartar la posibilidad de que ambos diálogos sean obra del mismo au
tor71. Ahora bien, no conviene olvidar que entre el Diálogo de las
70 De la dignidad de!hombre (1496), trad. de L. Martínez G óm ez, Madrid, li. N., 1984, pág.
118: «Lo último, nos mandará Pitágoras que echemos comida al gallo, quiere decir, que ali
mentemos la parte divina de nuestra alma con el conocimiento de las cosas divinas como
manjar sólido y ambrosía celeste.»
71 Recogiendo las sugerencias de M. Serrano y Sanz, y en contra del parecer de M. Batai-
llon (E ram e y España, págs. 659-668), J. J. Kincaid sostiene que tanto E l Crotalón como el
124
/ramformaciones y El Crotalón también hay diferencias. Por ejemplo,
según Ana Vian Herrero, el Diálogo de las transformaciones es menos
retórico que E l Crotalón porque el Micilo del Diálogo de las transfor
maciones es más activo que el interlocutor homónimo del Crotalón11.
En gran medida, tanto las diferencias como las semejanzas entre
ambos diálogos están determinadas por sus respectivas actitudes
frente al diálogo de Luciano: el autor del Diálogo de las transformacio
nes., como hemos visto, permanece más apegado a su modelo, mien
tras que el autor del Crotalón utiliza el marco del Sueño para incluir
diferentes tipos de relatos novelescos. Marcel Bataillon advierte que
el autor del Crotalón:
Diálogo de las transformaciones son obras de Cristóbal de Villalón ( Cristóbal de Villalón, Nueva
York, Twayne Publishers lnc., 1973, págs. 29-36 y 54-57). José Lara Garrido viene a decir lo
mismo que Kincaid: «El problema Villalón: soluciones y sugerencias desde el cotejo textual»,
An. Mal., V, 2 (1982), págs. 295-323. Lo cierto es que no podemos afirmar nada definitivo
sobre la autoría de estos dos diálogos. Vid. Ana Vian, Diálogo y forma narrativa, vol. 1, págs.
59-258; «El Dialogo de las transformaciones y el enigma de su autoría», Dictada, 3 (1984), págs.
117-141; «El Diálogo de los tramformaciones: “Hallazgo” y descripción del manuscrito», Criticón,
3(1 985), págs. 143-152.
72 «El Diálogo de las transformaciones y el enigma de su autoría», pág. 136; Diálogoyform a na
rrativa, vol. 1, pág. 239.
73 E rasm oy España, pág. 667. La presencia de Luciano en El Crotalón no se puede reducir
al Sueño, al Icaromenipo o al Alejandro. Vid. Stanley E. Howell, «The Use of Lucían by the
Author of El Crotalón», Diss. Ohio State Univ., 1947 y, del mismo autor, «Lucían in El Crota-
lón», Kentucky P'oreing Language Quaterly, 11, 3 (1955), págs. 97-104. Sobre la presencia del Or
lando Furioso, vid. Francisco A. de lcaza, «Miguel de Cervantes Saavedra y los orígenes de El
Crotalón», B.R.A.E., IV (1917), págs. 32-46; E. Motby, «Orlandofurioso y El Crotalón», R.F.E,
XXII (1935), págs. 34-43; M. Chevalier, L’A rioste en Espagne (1530-1650). Recbercbes sur Fin-
125
Claro que la utilización de un marco dialogado para introducir
relatos breves no es exclusiva de Luciano ni de los diálogos lucia-
nescos. Está presente, por ejemplo, en el Decamerón de Boccaccio y, por
imitación suya, en varias novelas y diálogos del siglo x v i i , como las
Noches de invierno de Antonio Eslava, las Novelas ejemplares y amorosas
de María de Zayas, los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina o la
Casa d el placer honesto de Salas Barbadillo74.
Por otra parte, el «relato de transformaciones» de corte lucia-
nesco, como E l Crotalón o el Diálogo de las transformaciones, está rela
cionado con la novela picaresca. En ambos casos, como dice A nto
nio Rey:
fluence du «Rolandfurieux», Burdeos, Univ. de Burdeos, 1966, pág. 87-91. Sobre la adaptación
de la Batracomiomaquia en el canto VIII, vid. Ana Vian, «La Batracomiomaquia y E l Crotalón: de
la ¿pica burlesca a la parodia de la historiografía», 1616, IV (1981), pág. 145-161. Por otra
parte, también se han señalado semejanzas entre E l Crotalón y otras obras además de las cita
das por Maree! Bataillon, entre ellas, la Biblia, la Farsalla de Lucano, la Eneida, las M orales de
Plutarco, el De senedute o las Tusculanae de Cicerón, las Metamorfosis de Ovidio, la Comedia de
Dante, el Decamerón de Boccaccio, los Coloquios o la Moría de Erasmo, los diálogos de Alfonso
de Valdés, la Diana de Montemayor, la continuación anónima del Lazarillo, el Cancionero y la
Miscelánea de Sebastián de Horozco, la Tragedia de Mirrba, la Ingeniosa comparación y E l Scbolástico
de Villalón... En este sentido, el estudio de conjunto más amplio y el más valioso es la tesis
inédita de John M. Sharp, «A Study of E l Crotalón: its Sources, its Ideology, and the Problem
of its Authoship», Diss. Chicago Univ., 1949. Sharp demuestra que E l Crotalón es un claro
ejemplo de lo que se conoce con el nombre de «imitación compuesta». Ello no significa nece
sariamente que sea una obra inconexa y, mucho m en o s, que sea un simple plagio. Tanto Lu
ciano como los otros modelos literarios del Crotalón son adaptados (contrahechos) por el autor
según sus propósitos religiosos o políticos. Vid. M. Morreale, «Imitación de Luciano y sátira
social en e l cuarto canto d el Crotalón», B.Hi., LIII(1951), págs. 301-317; «Luciano y las invectivas
antiescolásticas, en El Scbolástico y en E l Crotalón», B.Hi., LIV (1952), págs. 370-385; «Luciano
y E l Crotalón. La visión del más allá», B.H i, LVI (1954), págs. 388-395; Ana Vian, «“Gno|>-
hoso” contra Dávalos; realidad histórica y fuentes literarias (una alusión oscura en el canto IX
de E l Crotalón)», R.F.E., LXI (1981), págs. 159-184; Lía Schwartz Lerner, «E l Crotalón en la
tradición satírica», en Actas d el VII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Madrid,
Istmo, 1986, vol. II, págs. 573-580. Además, siempre es difícil distinguir entre la imitación li
teraria y la simple coincidencia. Vid. J. Fradejas Lebrero, «Tres notas acerca del Crotalón»,
R.U., X (1956), págs. 143-147.
74 Vid., C. B. Bourland, «Boccaccio and the Decamerón ¡n Castilian and Catatan Literatu-
re», R.HL, XII (1905), págs. 194-232.
126
des humanas) como los picaros se encontraban en una situación
de marginación —de lo social o de lo humano-social, según los
casos— que les permitía tener fácil acceso a conversaciones se
cretas para otros75.
75 «Género y estructura de El coloquio de los perros, o “cómo se hace una novela”», en Len
guaje, ideología y organización en las «Novelas ejemplares», Madrid, Univ. Complutense, 1983,
págs. 122-123.
76 Vid. A. Vian, Diálogo y form a narrativa, vol. 1, págs. 333-334. F. Lázaro Carreter y Car
men de Fez también señalan coincidencias entre el Lazarillo y El Crotalón (ibid., 356,
n. 131).
77 Antonio Rey, págs. 121-122. J. Sola-Solé establece una serie de paralelos entre El Cro
talón y la continuación anónima del Lazarillo (Amberes, 1555): «Villalón y los orígenes de la
picaresca», en La picaresca. Orígenes, toctos y estructuras. Actas del I Congreso Internacional sobre la
Picaresca, ed. de M. Criado de Val, Madrid, F.U.E., 1979, págs. 317-325. Además, vid. Robert
H. W illiam s, «Notes on the Anonymous Continuation of Lazarillo de Tormes», RomanicReviev,
XVI (1925), págs. 232-235.
78 Antonio Llull, pág. 502.
127
que, si el diálogo es una manifestación de la primera persona grama
tical a la segunda persona gramatical, la autobiografía e§ una mani
festación que la primera persona gramatical hace a la segunda perso
na, ausente del texto, pero no de la conciencia del escritor. De he
cho, el diálogo llega a mezclarse con la autobiografía con cierta fre
cuencia, como sucede en El Crotalón, en El diálogo de las transforma
ciones o en la parte final de los Colloquios de Baltasar de Collazos, en
la que se incluye el relato autobiográfico de una cortesana inspirado
en / ragionamenti del Aretino79. Sin embargo, la inclusión de un rela
to autobiográfico en un esquema dialogado produce úna tensión en
tre ambas formas, porque el diálogo, que es una forma literaria del
presente, no puede desarrollarse con agilidad entre la narración, que
es una forma literaria del pasado vinculada a un solo protagonista.
De esta tensión resulta en el siglo x vn el relato picaresco o pseudo-
picaresco dialogado, como el Donado hablador Alonso, mozp de muchos
amos de Jerónimo Alcalá Yáñez8081, o el relato picaresco con elemen
tos dramáticos heredados de La Celestina , como el anónimo Diálogo
d el capón 81. Sólo Cervantes, en su Coloquio de los perros, consiguió unir
magistralmente diálogo y autobiografía, superando tanto la novela
picaresca como los coloquios lucianescos inspirados en el Sueño de
Luciano.
128
ráneos, no sin malicia, como el Luciano moderno. Juan Ginés de
Sepúlveda, por ejemplo, escribe en su Antapologia pro Alberto pió in
Erasmum:
83 En Optra cum edita, tum inedita, vol. IV, pág. 573. Sobre la Antapologia de Sepúlveda,
vid. M. Bataillon, Erasmo y España, págs. 421-425.
84 Vid. su p-i, n. 42.
85 Hay cuatro coloquios con referencias espaciales explícitas en el marco: el huerto del
Convivium reügiosum, descrito con morosa complacencia, y el del Convivium sobrium, descrito
con más laconismo: «Al: Viditisne unquam hoc horto quidquam amoenius. Ba: Vix opinor in
insulis Eortunatis est quidquam iucundius» (en Opera Omnia, vol. I, pág. 487 A.). En los otros
dos casos, las referencias son aún más fugaces: «secedamus in locum secretiorem» (Adolescentis
et Scorti, en Opera Omnia, vol. I, pág. 718 B); «Gaudio finitam esse coenam, ut liceat hac fruí
deambulatione, qua nihil amoenius», (Virgo misoganos, en Opera Omnia, vol. I, pág. 697 D).
86 Las musas del Epitbalamium Petri Aegidi, el eco del Echo y Carente en el Charon.
129
En los coloquios de Erasmo, como en los de Luciano, tiene mu
cha importancia el «relato», como sucede en el coloquio Peregrínatio
religionis ergo, en el Colh.juium senile , en el De viseado ¡oca sacra, en Alia
militaría , en el Hippoplanus o en las Exequiae seraphicae. Sin embargo,
y a diferencia de Luciano, los relatos de Erasmo siempre responden
a una experiencia verosímil. En ningún caso se narran transmigra
ciones de almas o viajes fantásticos. Así, leemos al inicio del De vi
seado loca sacra , que cito según la traducción de Virués:
130
lo s f a c t o r e s i r r e a l e s d e lo s d i á lo g o s d e L u c i a n o . A b a n d o n a t a m b i é n
s u t o n o p a r ó d i c o y h u m o r í s t i c o , q u iz á p o r q u e , a d i f e r e n c i a d e L u
c ia n o , e s c é p tic o c a si s ie m p re , E ra s m o sí te n ía u n a p ro p u e s ta p o s iti
v a q u e d e s a r r o l l a r e n s u s d i á lo g o s : s u p r o g r a m a d e r e f o r m a r e l i
g io s a .
Los Colloqtiia d e E ra s m o tu v ie r o n u n g ra n é x ito e n E sp a ñ a . Y a
en 15 2 6 , Ju an M a ld o n a d o se r e f e r ía a c ie rta s tr a d u c c io n e s m a n u s
c r i t a s d e a l g u n o d e e l l o s . S in e m b a r g o , la p r i m e r a i m p r e s i ó n d e la
q u e t e n e m o s n o t i c i a e s la d e l c o l o q u i o Uxor mempsigamos (M e d in a
d e l C a m p o , 1 5 2 7 ) , t r a d u c i d o p o r D i e g o M o r e j ó n y q u e fu e r e e d i t a
d o a l a ñ o s ig u ie n te p o r J u a n J o f f r e . A p rin c ip io s d e 1 5 2 8 , a p a re c e
Píelas puerilis, d e l Colloquium senile y
u n a t r a d u c c i ó n a n ó n i m a d e la
del Funus. H a c i a 1 5 2 9 , f r a y A l o n s o d e V i r u é s e d it a , c o n e l t í t u lo d e
Colloquios fam iliares , u n a n u e v a t r a d u c c i ó n d e o t r o s o c h o c o l o q u i o s
d e E r a s m o . D e s p u é s d e c o n s e g u i r u n a c o p i a m u t ila d a d e e s t a t r a
d u c c ió n , J u a n C r o m b e r g e r , e l im p r e s o r s e v illa n o , c o m p o n e u n v o
lu m e n d e o n c e c o l o q u i o s q u e lle g ó a t e n e r u n é x i t o c o n s i d e r a b l e a n
te s d e s e r p r o h i b i d o p o r la I n q u i s i c i ó n 88.
P r e c i s a m e n t e e l p r i m e r li b r o d e E r a s m o q u e d e s p i e r t a lo s r e c e
lo s d e la I n q u i s i c i ó n e s p a ñ o l a e s e l d e lo s Colloquia, p ro h ib id o s en
1 5 3 7 , a u n q u e su s v e r s io n e s al r o m a n c e e s ta b a n y a p ro h ib id a s d e s d e
1 5 3 5 89. A h o r a b i e n , e n 1 5 5 7 p r i m e r o , y e n 1 5 6 8 d e s p u é s , a p a r e c e
e n B a r c e l o n a u n l i b r o q u e l l e v a e l t í t u lo d e Colloquia jamilaria el alta
quaedam opuscula erudienda iuventuti accomodatissima, opera doctissimorum
virorum collecta, et Francisci Scobarii in priman Ciceronis epistolam ad Tre-
batium docta comentatio90. E s u n t í t u l o c u r i o s o p o r q u e n o s e c o r r e s
p o n d e c o n e l c o n t e n i d o d e l l i b r o , a l m e n o s s i le e m o s la e d i c i ó n d e
1 5 6 8 , q u e e s la q u e h e p o d i d o m a n e ja r . N o h a y alia quaedam opuscula
erudienda iuventuti accomodatissima. N o h ay n in g u n a docta comentatio d e
F r a n c i s c o E s c o b a r . E l l i b r o e s t a n s ó lo u n a r e i m p r e s i ó n d e lo s Co
lloquia t a l y c o m o s e p r e s e n t a n e n la s e d ic io n e s a n t e r i o r e s a l m e s d e
a g o s to d e 1 5 2 2 . E s d e c i r , a p e s a r d e la s p r o h i b i c i o n e s i n q u i s i t o r i a
l e s , s e g u í a n e d i t á n d o s e lo s c o l o q u i o s d e E r a s m o , a u n q u e c o n t í t u lo s
m e n o s c o m p r o m e t i d o s . N o o b s t a n t e , d e s p u é s d e la c o n d e n a f o r m a l
de lo s Colloquia, q u ie n e s q u is ie r o n e s c r i b i r c o lo q u i o s te n ía n que
Hlt Sol>re las i aducciones de los Coloquios de Erasmo, vid. M. Bataillon, Erasmo y España,
bibliografía, nüms <171-‘183 y ptigs. 286-309; A. Bonilla y San Martín, «Erasmo en España
(Episodio de la historia del Renacimiento)», R.Hi, XVII, 52 (1907), nüms 3-7.
"l> Vid. M. Bataillon, Erasmoy España, pttgs. 501-4 y 715-24.
Colloquia familiaria, 1557; reed. Barcelona, Claudio Bornal, 1568. A primera vista, la
diferencia más notable entre estos Colloquia familiaria y el Colloquiorum líber de Erasmo, en
1522, es la de no incluir uno de los diálogos, Alia iu congressu, ei el que conversan Amoldo y
C onidio.
131
obrar con mayor cautela. Tal es el caso de Vives, cuya Linguae lati
nae exercitatio ocupó el lugar de los coloquios de Erasmo a raíz de su
prohibición, alcanzando un enorme éxito editorial durante el siglo
xvi. Vives abandonó la intención reformista de los Colloquia más ca
racterísticos y retuvo tan sólo su lección lingüística91.
El Renacimiento había creado el coloquio escolar, cultivado so
bre todo en Alemania, para convertir el latín en una lengua fami
liar, hablada por los estudiantes92. El acentuado carácter instrumen
tal de estos manuales de conversación condiciona profundamente
su forma literaria. La Linguae latinae exercitatio consiste en una serie
de conversaciones, con carácter independiente, sobre las actividades
cotidianas de los estudiantes de Brujas: ir a la escuela, comer, pasear
o jugar. Son breves escenas costumbristas, en las que es imposible
distinguir la praeparatio de la contentio, ya que carecen de un objetivo
semántico definido. El diálogo está construido por breves réplicas
en las que los interlocutores, sin el carácter funcional de maestro y
de discípulo, hacen observaciones circunstanciales sobre el marco
dialogal. Proliferan, por tanto, las referencias deícticas al mundo ex
temo y las alusiones espacio-temporales. En algún caso, esta activi
dad referencial es todo el contenido semántico del diálogo. En otras
ocasiones, hay una trama argumental que ordena la conversación.
En el Iter et equuus, por ejemplo, un grupo de estudiantes van co
mentando los incidentes de la jornada mientras caminan hacia Bolo
nia: el alquiler de caballos, la amenidad del camino, sus encuentros
con los caminantes, etc.
En los diálogos de Vives, los conceptos y las ideas están al ser
vicio del argumento y de la deixis, como sucede en el teatro; al me
nos si aceptamos la distinción establecida por Torquato Tasso entre
el diálogo didáctico y el diálogo dramático, distinción que Fornari
recuerda en estos términos:
91 Vid. Carmen Bravo-Villasante, «Los Diálogos escolares de Juan Luis Vives», 1616, V
(1985), págs. 7-13. La Linguae latinae exercitatio de Vives se reedita, durante el siglo xvt, en 46
ocasiones (Vid. A. Bonilla y San Martín, «E rasm o en España», pág. 387, núms. 277-325). Sin
embargo, M. Bataillon cree que la edición que Bonilla considera como princeps (Brcda, 1538)
se imprimió en Burgos «u otra ciudad de España» hacia 1550 (E rasm oy España, pág, 645, n.
4).
92 Vid. L. Massebiau, Les Colloques scolaires du seiziéme siécle et ¡eurs auteurs (1 480-1570),
París, J. Bonhoure, 1878.
93 Vito Fornari, D ell’A rte del dire, vol. II, pág. 154. Vid. T. Tasso, pág. 19. En este mismo
132
Juan Maldonado, primero en su Ludus chartarum triumphus y en
su Tridunus después, se propuso enriquecer el vocabulario lúdico de
la L¡nguae latinae exercitatio. En el Triumphus, lo dice de manera ex
presa, aludiendo al Ludus chartarum de Vives:
sentido, E. Tierno Galván comenta que el diálogo del teatro, a diferencia del que estudiamos,
está ligado a la situación: «En el teatro, la situación no se concibe sin el diálogo: el diálogo no
se concibe sin la situación» (Razón mecánica, pág. 71). Por su parte, J. Andrieu Afirma: «En
fait, théatre et dialogue correspondent k deux activités différents de l’esprit humain: l’une se
oriénte vers l’exterieur et la raprésentation, l’autre vers l’interieur et l’investigation» (Le Dialo
gu e antique. Structure et prisentation pág. 315).
94 Vid. M. Bataillon. Erasmo y España, pág. 647, y A. Prieto, La prosa española del siglo
X VI, págs. 342-350.
133
en este caso sobre la ciudad de Méjico y sus alrededores. Los otros
cuatro diálogos de Salazar, al igual que los de Maldonado, tratan so
bre diversas actividades lüdicas: Saltus, Ludus, spherae p er anulum fe -
rreum , Obeliscorum seu lignearum pyramidularum ludus y Pilae palm ariae
ludus. A diferencia de Maldonado, sin embargo, Cervantes de Sala-
zar no sigue a Vives, sino que imita tres de los Colloquia de Erasmo
anteriores a la refundición de 1522: Pila, Ludus spherae p e r atiulum f e -
rreum y Saltus.
La U nguae latinae exercitatio de Vives influye también en algunos
diálogos escritos en castellano. Por ejemplo, en el Libro subtilíssimo
intitulado honra de escrivanos (1565) de Pedro de Madariaga, un diálo
go sobre caligrafía. El Libro subtilíssimo está dividido en dos partes
dialogadas y en una tercera parte, un tratado sobre ortografía, escri
ta en forma expositiva. Los interlocutores de cada uno de los siete
diálogos que integran la primera parte son distintos. En el primer
diálogo, Gamboa expone al castellano Manrique las ventajas del
«arte de la pluma». En los diálogos segundo y tercero, Manrique,
convencido ya, delega sus funciones en Oñez y Lara. En el diálogo
cuarto, los interlocutores son Estado, Balzola, Sepúlveda y Monte
ros. En el quinto, Ibarra, Bernardo, Urcuza y Vives. En el sexto,
Velgara, Prudencio y Petronio. En el séptimo, Sagunto, Petronia y
Alegría. Este sucederse de interlocutores, muy raro en un diálogo
del siglo xvi, parece calcado de la Exercitatio de Vives, obra que
Madariaga cita con evidente admiración:
134
latinae, et hispanicae (Lovaina, Bartholomy de Grave, 15 60)95. Espa
ña permaneció ajena a este movimiento pedagógico, aunque Juan de
Luna, exiliado en 16 12 por motivos religiosos y profesor de espa
ñol en París desde 1615, edita sus Diálogos familiares en 1619. En to
tal, son doce diálogos bilingües en francés y en español, de los cua
les tan sólo cinco son originales, pues los siete restantes están toma
dos de los Pleasant and Delightfull Dialogues in Spanish and English
(1599) de John Minsheu96. Los siete diálogos de John Minsheu y un
octavo diálogo original habían sido reimpresos ya en 1608 por Cé
sar Oudin, con texto español y una traducción francesa distinta a la
de Juan de Luna. En 1626, Lorenzo Franciosini edita de nuevo los
siete diálogos de Minsheu y el diálogo octavo de César Oudin, to
dos con texto español y una nueva traducción italiana. Por último,
Francisco Sobrino edita en Bruselas, en 1708, los siete diálogos de
Minsheu, el octavo diálogo de Oudin y otros seis diálogos de su
propia cosecha, a pesar de que se atribuye la autoría de los catorce
diálogos.
A diferencia de los Colloquia fam iliaria y de los Diálogosfamiliares
de Juan de Luna, que se basan en los Colloquia de Erasmo anteriores
a 1522, los Coloquios matrimoniales de Pedro de Luján siguen de cerca
dos de los coloquios de Erasmo incluidos en la edición de 1522 y
en las posteriores: el segundo de los seis Coloquios matrimoniales es
una adaptación del Uxor mempsigamos, incluido en la edición de
1523, y el quinto es una adaptación de la P ietaspuerilis , incluido en
la de 1522. Marcel Bataillon ha destacado la superabundancia ver
bal con la que el español adapta los diálogos de Erasmo y que atri
buye a la influencia de Antonio de Guevara97. Formalmente, la mo
dificación más importante que introduce Luján en el coloquio esco
lar erasmista es la de concebir su libro como una sucesión de esce
nas independientes entre sí, pero con continuidad en su argumento
135
y en los personajes que intervienen en ellas. En el primero de los
Coloquios matrimonialesy aparece Eulalia, todavía doncella, conversan
do con Dorotea, quien la convence de que se case. En el segundo,
Eulalia está ya casada, pero se queja de su marido. En el tercero,
aparecen Dorotea y Marcelo, marido de Eulalia, que se queja tam
bién de su mujer. En el cuarto, asistimos al happy end clásico: la re
conciliación final de marido y mujer, gracias a los oportunos conse
jos de Dorotea, la casada modelo. Hay todavía una continuación, en
el coloquio quinto, donde conversan Hipólito, hijo de Eulalia, y Ju
lio, hijo de Dorotea. Un sexto coloquio, sin lazos con los preceden
tes, tiene por interlocutores a Fulgencio y Laureano, dos ancianos.
El sucedersc de escenas de los Coloquios matrimoniales es algo ab
solutamente anómalo en los diálogos que llevamos vistos y debe lla
mar nuestra atención. Tenía un precedente en Erasmo, cuyo Virgo
misógamos y su Virgo poenitens son la continuación de una misma si
tuación argumental, y acaso en dos diálogos de Luciano, en D e los
retratos y Acerca de los retratos. Sin embargo, el precedente más próxi
mo es el N orte de los estados (15 3 1) de fray Francisco de Osuna, que
versa sobre el mismo tema que los Coloquios matrimoniales de Luján.
La diferencia más importante entre ambos diálogos es que, en el
N orte de los estados, la historia de Villaseñor, a diferencia de la histo
ria de Eulalia o de la historia de Dorotea, es una historia paradig
mática que resume todas las situaciones posibles de un cristiano an
tes, durante y después del matrimonio. Por tanto, Villaseñor carece
del dinamismo psicológico de los interlocutores de los Coloquios m a
trimoniales. Es un símbolo del catecúmeno cristiano que se limita a
desempeñar su papel de discípulo atento. Como se lee al inicio del
Norte de los estados :
136
trc estas narraciones se intercala un intermedio casi teatral en el que
el anciano Gclosio galantea a la doncella Flora y una discusión entre
Vulpeyo y Lupino sobre la dignidad de sus oficios respectivos. Se
gún Marcel Bataillon, esta organización del diálogo recuerda la del
Colloquium senile de Erasmo989. En efecto, la forma literaria de los
Eremitae sigue el modelo erasmista en el que, como hemos visto, los
personajes que intervienen y el escenario de sus conversaciones res
ponden a una realidad verosímil. Además — conviene insistir en
ello— , la doctrina del diálogo está supeditada a la experiencia per
sonal de los interlocutores, que cuentan sus vidas.
Como veremos, la acentuación de los elementos narrativos del
diálogo es común a otros diálogos erasmistas que vamos a examinar
inmediatamente: el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de Alfonso
de Valdés, los Diálogos de la vida de soldado de Diego Núftez Alba, el
anónimo Viaje de Turquía y los Coloquios de Palatino y Pinciano de
Juan Arce de Otálora. Valdés escribe su Diálogo de las cosas ocurridas
en Roma inmediatamente después de los acontecimientos de 1527 y
teniendo presentes los despachos imperiales llegados de Roma. Con
independencia del mensaje erasmiano diluido en la obra, la forma
del diálogo se asemeja a la de otros coloquios narrativos de Erasmo,
especialmente a la de la Peregrinatio religionis ergo". Escrito en unos
pocos días, al calor de los acontecimientos, Alfonso de Valdés no
ha recurrido, en esta ocasión, a ninguna complicación formal, como
haría después, al escribir su Diálogo de Mercurio y Carón. Comparando
ambas obras, podemos ver la diferencia que hay entre el diálogo
erasmista, siempre apegado a lo verosímil, y el modelo de Luciano,
que, aunque sea por mediación de Pontano, da rienda suelta a la fa-
bulación de escenarios irreales y de personajes mitológicos. Escribe
Antonio Prieto, a propósito del Diálogo de las cosas ocurridas en Roma:
137
na. El diálogo del saco de Roma suma así, con su primordial
función persuasiva, un hecho histórico y un sistema crasmiano
que adopta en su parte de apología y demostración, pero sin
realmente aprender ese valor de homo ludens que de su contacto
renacentista y naturalidad anima tantas páginas de Erasmo y es
pecialmente su Elogio de la locura,00.
138
cer depender la materia dialogal de la psicología de los interlocuto
res: Mátalas Callando, Juan de Voto a Dios y Pedro de Urdemalas
son, sin duda, los interlocutores de diálogos didácticos del siglo xvi
menos dependientes de sus papeles dialógicos. No hay más que re
cordar la praeparatio del diálogo: Juan y Mata están observando el
«camino francés». Este escenario, a diferencia del locus amoenus habi
tual, incita los comentarios encontrados de los dos amigos, revelan
do así su personalidad. El lugar donde se hallan los dialogantes no
es ya un mero sitio de reunión, sino un tema de conversación; sirve
como punto de contacto con la variedad de lo real y no como lugar
de aislamiento intelectual, como ocurría normalmente, y, además, la
imagen del camino espacializa la polisemia y la ambigüedad que van a
dominar el Viaje de Turquía:
Villalón. J. J. Kincaid (págs. 58-100) apoya la teoría de Serrano e intenta refutar la de M. Ba-
taillon. Juan y Luis Gil también se muestran reacios a aceptar que el Viaje de Turquía sea obra
de Andrés Laguna: «Ficción y realidad en el Viaje de Turquía (Glosas y comentarios al recorri
do por Grecia)», R.F.E., XLV (1962), págs. 89-160. Por su parte, W. L. Markrich sostiene
que es obra de un caballero de la Orden de Malta que, según F. García Salinero, podría ser un
tal Juan de UUoa y Pereira: «El Viaje de Turquía: los pros y los contras de la tesis “Laguna"»
B.R.A.E., LIX (1979), págs. 463-499.
139
Voto a Dios y de Mátalas Callando. El peregrino les dirige la pala
bra en una lengua que ellos no entienden, en griego:
.140
como válidas las experiencias de Pedro, convertido así en el maes
tro del diálogo, como comenta Mátalas Callando:
Gran ventaja nos tienen los que han visto el mundo a los que
nunca salimos de Castilla. ¡Mirad cómo viene filósofo y quán
bien habla! Yo por nosotros juzgo lo que dize todo ser mucha
verdad, que estamos en una casa, qual presto veréis muy ruin,
pero como comemos, tan bien que ni queda perdiz ni capón ni
trucha que no comamos, no sentimos la falta de las paredes por
de fuera, pues dentro ruin sea yo si la despensa del rey está ansí
(pág. 116).
104 Pantagruel (1532), ed. de P. Michel, $.!., Librairie Génárale Frangaise, 1972, págs.
143-145. Comenta M. Bataillon: «El autor del Viaje se acordó casi seguramente del Panta
gruel. Recordemos que Panurgo, como Pedro de Urdemalas, regresa de Turquía, donde ha es
tado prisionero. Por otra parte, en los retoques de las primeras páginas del Ms. 3871, Juan de
141
Es muy interesante anotar esta asociación entre el Viaje de Tur
quía, que es un diálogo erasmista, y el Pantagruel, asociación sinto
mática de que la novela y los Colloquia de Erasmo están próximos.
En este sentido, conviene recordar que Rabelais se sintió muy inte
resado por las obras del humanista roterdamés, de las que toma va
rios préstamos105*.
Los interlocutores del Viaje d e Turquía provienen del folklore.
Probablemente hay que relacionar este hecho con el interés de los
eruditos por la cultura popular, interés renovado en la época de
Carlos V , cuando el ideal de urbanitas es el del vir doctus etfa cetu sXOb.
Lo que me interesa precisar, en este momento, es que, al igual que
el Viaje de Turquía , la primera novela moderna española, el Lasuiri-
llo , tiene como protagonista a un personaje relacionado con el folk
lore. En principio, podríamos pensar que el personaje folklórico es
tan sólo un mero pretexto para incluir burlas, donaires, facecias,
«nonadas». Sin embargo, es evidente que tanto el autor del Lazarillo
como el del Viaje de Turquía utilizan los personajes folklóricos de
manera irónica, al igual que Erasmo había utilizado la imagen de la
locura, para denunciar los contrasentidos de la España oficial.
Como hemos visto, Pedro de Urdemalas es el que paradójicamente
descubre la verdad a Juan de Voto a Dios, representante, según una
tradición folklórica determinada, de los valores positivos de la so
ciedad107.
En la poética clásica, la teoría de los tres estilos (grave, medio
cre y humilde) tendía a presentar a los protagonistas del tercer ni
vel, los protagonistas folklóricos por ejemplo, como si fueran ri
dículos. Sin embargo, cuando un protagonista como Pedro de Ur
demalas o como el Lazarillo sirve para cuestionar los principios de
la sociedad (sirve para un fin no simplemente humorístico), la anti
gua convención estilística se derrumba. Es éste un proceso que
1.4 2
Erich Auerbach ha historiado minuciosamente en su Mimesis 108,
desde el relato de la negación de San Pedro, en el Evangelio de San
Marcos,' hasta el nacimiento del realismo moderno del siglo xix,
pero sin prestar la suficiente atención a la picaresca española y a
otras obras relacionadas con ella, como el Viaje de Turquía. En este
sentido, también podemos establecer una asociación entre el diálo
go erasmista y la novela.
El Viaje de Turquía no tiene una lectura unívoca: según la ver
sión oficial e imperialista del prólogo, dedicado a Felipe II, es un in
forme para que «con el poder de Vuestra Magestad aquel monstruo
turquesco, vituperio de la natura humana, sea destruido y anichila-
do» (pág. 94). Para Juan de Voto a Dios, en cambio, el informe de
Pedro puede ser un medio de seguir explotando, en el futuro, la cre
dulidad de sus feligreses, como apunta irónicamente Mátalas Ca
llando:
digo yo, que Pedro de Urdimalas nos cuente aquí todo su viaje
desde el postrero día que no nos vimos fasta este día que Dios
de tanta alegría nos ha dado. De lo qual Juan de Voto a Dios po
drá quedar tan docto que pueda hablar donde quiera que le pre
gunten como testigo de vista (pág. 127).
143
ca»110. La novela es el propio diálogo, aunque sea también un diálo
go didáctico, y por ese motivo el Viaje es un experimento mucho
más moderno que el Crotalón, donde el autor se limita a usar el diá
logo como com ité narrativa.
Como el Viaje de Turquía , los Coloquios d e Palatino y Pinciano de
Juan Arce de Otálora son otro ejemplo del acercamiento entre las
formas dialogadas y las formas narrativas. Si el Viaje d e Turquía es
un relato de viajes hecho diálogo, los Coloquios de Palatino y Pinríano
son un diálogo que se desarrolla mientras viajan los interlocutores.
En cierto modo, son un «cuento de camino», como aquellos a los
que se aludía en La C e le s t in a ^ mientras caminan, los interlocuto
res narran anécdotas, facecias y cuentecillos"2.
Recordemo que en los siglos xvi y x vn varios escritores utili
zan este esquema del «alivio de caminantes» para engarzar facecias y
novelle , en el caso de Juan de Timoneda, o para organizar el desarro
llo de sus novelas, en el caso del Buscón de Quevedo, cuyo libro se
gundo está integrado por las conversaciones entre Pablo y los cami
nantes que encuentra en su viaje desde Segovia a Madrid. Además,
el «alivio de caminantes» es utilizado en algunos diálogos miscelá
neos del siglo xvn, como el Viaje entretenido (1603) de Agustín de
Rojas o E l pasajero (1617) de Cristóbal Suárez de Figueroa. Los Co
loquios de Palatino y Pinciano son también diálogos misceláneos. A un
que en ellos hay un tema fijado de antemano, los interlocutores, los
dos amigos de la Universidad de Salamanca que regresan a su casa
durante las vacaciones, van hablando de lo que les sucede en el ca
mino:
144
una constelación de temas variables en el espacio y en el tiempo, se
gún los distintos incidentes del viaje. Por ejemplo, la llegada de los
dos amigos a un monasterio, al final del diálogo segundo, es el refe
rente de una discusión sobre las órdenes monásticas. Hay un inten
to de reflejar el desarrollo libre de una conversación concreta, como
si los Coloquios de Palatino y Pinciano fueran, utilizando la conocida
imagen de Saint-Réal, «un espejo que se pasea a lo largo de un ca
mino»:
Desto se junta y muy bien que el estilo fuese por (...) diá
logos porque pues la obra fue retrato y traslado de lo que real
mente en el camyno pasaron dos amigos en todo se viese (...) y
respondiese lo pintado a lo real y verdadero y que pues el hecho
avía sido en diálogo parlando entre los dos así fuese la historia
(fols. 7v-8r).
145
de los resultados concretos, lo verdaderamente significativo es la
posibilidad de discutir sobre los temas básicos de la estructura reli
giosa y social de un país, no sobre temas marginales y aislados; lo
verdaderamente significativo es que el lector se vea obligado a in
terpretar el sentido del diálogo porque no hay un sentido único,
sino una oscilación continua entre la ordodoxia y la heterodoxia.
Por ejemplo, sobre las oraciones, dice Palatino: «la oración ha de
ser breve porque dizen que se enoja dios con la larga y por eso dezía
el otro que no rezaba nada por no enojarle» (fol. 75r). Sobre el en
frentamiento entre la vida monástica y la vida en sociedad, dice Pin-
ciano:
146
loquios de Palatino y Pinciano, desarrollan las posibilidades narrativas
larvadas en los Colloquia de Erasmo. Éste, preocupado sobre todo
por inculcar una lección de buena latinidad y de piedad cristiana,
había desatendido el aspecto narrativo de sus Colloquia. Solamente
en uno de ellos, en el Convivium fabulosum, como dice Marcel Batai-
llon, «se abandonó ostensiblemente al placer de contar sin otra fina
lidad que la de divertir»113. Ahora bien, Erasmo sí se había preocu
pado de que la materia de sus diálogos se adaptase al carácter de los
interlocutores, es decir, se había preocupado por mantener el deco-
rum\ categoría retórica que, en muchos sentidos, es la clave interpre
tativa de los Colloquia.
La diferencia más importante entre los diálogos de Cicerón y los
coloquios de Erasmo o de Luciano es que, en éstos, la doctrina del
diálogo depende de las circunstancias de los dialogantes. En otras
palabras, hay una relación de interdependencia entre la materia y la
caracterización' de los interlocutores. Sin embargo, frente a Luciano,
aficionado a los elementos irreales y fantásticos, Erasmo mantiene
la interdependencia entre la materia del diálogo y la caracterización
de los interlocutores de manera verosímil. Por este camino, y si
acentuamos el elemento narrativo de los Colloquia, era posible lle
gar, como acabamos de ver, a formas literarias cercanas a la novela.
Por el contrario, si acentuamos el elemento plástico y descriptivo de
los Colloquia, su sucederse de escenas con conversaciones muy ági
les, se podía llegar también a formas próximas al teatro, como suce
día en varios de los diálogos que integran la Linguae latinae exercitatio
de Vives o en el diálogo Sapientis inquisitio de este mismo autor.
En el diálogo Sapientis inquisitio, Juan Luis Vives, junto con su
amigo Nicolás Beraldo y su maestro Gaspar Lax, decide buscar al
verdadero sabio p er omnes disciplinas disquirens. Primero se entrevis
tan con un gramático que ha reducido los studia humanitatis a unos
pocos nombres y fechas, que el pupilo debe memorizar:
1,3 «Erasmo cuentista. Folklore e invención narrativa», Erasmo y el erasmismoy ed. y trad.
de Carlos Pujol, 2.a ed., Barcelona, Crítica, 1983, pág. 81.
147
rum rcddis? ferulam tu mihi affer, tunicam sustinc, cxtendc
palmam pessime: ctu Nono calendis, pro décimo, ct coram
me dicis? (págs. 23-24).
114 Hay una cierta semejanza entre el planteamiento del este diálogo y el de otro atribuido
a Erasmo, el Julias exclusas. Vid.). C. Margolin, «L’Art du dialogue et la mise en scéne dans le
Ju lias exclusas», en Le Dialogue au temps de la Kenaissance, págs. 213-237.
148
Para resumir, en las páginas precedentes he distinguido un diá
logo filosófico, asociado a Platón, de un diálogo doctrinal, asociado a Ci
cerón, y en el que se expone de manera abstracta una doctrina o
bien se refuta una opinión determinada. Frente al diálogo ciceronia
no, cabe distinguir un diálogo circunstancial, crítico en muchas ocasio
nes, relacionado con Luciano y con Erasmo, cuya novedad más sig
nificativa consiste en hacer depender la certeza de las ideas de la ex
periencia personal y de la perspectiva de cada dialogante. Mientras
que los diálogos ciceronianos supeditan las circunstancias de cada
caso concreto a la doctrina para formar un paradigma ideal: el del
perfecto cortesano, el del perfecto médico, el del perfecto cazador...,
los diálogos lucianescos y erasmistas suelen supeditar la doctrina a
las circunstancias peculiares de cada dialogante. En el capítulo si
guiente retomaremos todas estas distinciones para examinarlas des
de un punto de vista histórico.
149
C apítulo III
150
ció5, la del De remediis utriusque fortunae de Petrarca y la de la Disputa
de l ’a se de fray Anselm Turmeda6. Sin embargo, la floración de diá
logos originalmente escritos en castellano se inicia a partir de 1525.
Recordemos que Eugenio Asensio sitúa en torno a estas fechas la lí
nea de separación entre el humanismo isabelino y el humanismo ca-
rolino:
5 De officiis y De senectute, trad. de Alonso de Cartagena, Sevilla, 1501 (F. J. Norton, núm
719); Alexandri, Hannibalis, Sdpionis dialogas ( Diálogo XII de los muertos) de Luciano, Sevilla,
¿1507? (F. J. Norton, núm. 752); Diálogos de San Gregorio, trad. de Gonzalo de Ocaña, Tole
do, 1 5 1 4 (F .J. Norton, núm. 1.097); la Consolación de la filosofía de Boecio, trad. de fray Alber
to de Aguayo, Sevilla, 1518 (F. J. Norton, núm. 909). Vid. J. Riera i Sans, «Sobre la difusió
hispánica de la Consolado de Boeci», El Crotalón, 1 (1984), págs. 297-327 y, de manera más ge
neral, los estudios de Theodore S. Beardsley: Hispano-Classical Translations Printed Between
1482 and 1699, op. rít., y del mismo autor, «La Traduction des auteurs classiques en Espagne
de 1488 á 1586 dans le domaine des belles-lettres», en XIX• CoUoque d ’É tudes Humanistes,
págs. 51-65 o «Spanish Printers and the Classics: 1482-1599,» H. R., XLVII (1979), págs.
25-35.
6 F. Petrarca, Bocados azucarados de sus diálogos, Valencia, 1520 (F. J. Norton, núm. 1.275)
y De los remedios contra próspera y adversa fortuna, trad. de Francisco de Madrid (F. J. Norton,
núms. 703, 834, 967 y 1.304). Sobre las traducciones de la Disputa del'Ase de fray Anselm
Turmeda, vid. F. J. Norton, núms. 218 y 1.260.
7 Introd. de E. Asensio a la ed. de Juan Alcina de la Paraenesis ad litteras,Juan Maldonadoy
e l humanismo español en tiempos de Carlos V, Madrid, F.U.E., 1980, pág. 11.
8 Vid. M. Bataillon, Erasmo y España, pág. 632.
151
autores que influye de manera más significativa en la forma literaria
del diálogo español del siglo xvi. También hay que tener en cuenta,
ahora desde un punto de vista histórico, que la corriente reformista
española que se apoya en los escritos de Erasmo, estén escritos o no
en forma de diálogo, es muy importante en el siglo xvi. Con inde
pendencia de que sea un reflejo directo de la realidad o más bien
una impresión derivada de la coherencia de la tesis de M. Bataillon,
se puede decir que el erasmismo es el movimiento religioso que ver
tebra la Reforma española, precisamente porque los erasmistas no
fueron nunca herejes declarados, sino quintacolumnistas infiltrados
entre la ¿lite de la España imperial. Así, se produce un curioso «baile
de disfraces» religioso. En el momento cenital del erasmismo, los
representantes de otras corrientes religiosas, como Juan de Valdés,
se disfrazan de erasmistas para autorizar sus palabras9. Y viceversa:
para perseguir a los erasmistas, los inquisidores los disfrazan de «lu
teranos», aunque conviene no olvidar que, como advierte el propio
Bataillon:
152
Por reacción, el proceso de los diálogos religiosos ortodoxos es
inverso al proceso del erasmismo. Recordemos que, según el resu
men de Eugenio Asensio, si desde 1516 a 1536 hay un erasmismo
ascendente, desde 1536 a 1556, el erasmismo sería condenado14.
Precisamente, a partir de 1550, se incrementan los diálogos de tema
religioso, o, al menos, los diálogos que pretenden hacerse eco y
convertirse en baluarte del cristianismo ortodoxo. No quiero decir
que, antes de 1550, no se hubiesen publicado diálogos religiosos e
incluso diálogos religiosos muy tradicionales, como el Arte de bien
confessar (1544) de Francisco de Villagracia o el Diálogo de la pena y
gloria perpetua (1548) de Pedro Mejía de Toledo, sino que, a partir
de 1550, se consolida esta tendencia: a título simbólico, podríamos
citar el anónimo Diálogo de la vida del soberbio y la muerte suya , escrito
hacia la mitad del siglo15. Este giro en la trayectoria del diálogo se
puede atribuir, en primer lugar, a la censura religiosa de la Inquisi
ción. Según Virgilio Pinto Crespo:
florecer los primeros tratados españoles de oración es el Tratado de la oración del canónigo Po
rras, publicado en 1552, pero concluido en 1550» (Erasmoy España, pág. 577).
14 «Los estudios sobre Erasmo, de Marcel Bataillon», Revista de Occidente, VI, 63 (1968),
págs. 302-319. Recordemos, además, que los Coloquiosfamiliares de Erasmo, prohibidos ya en
1535 y en 1537, son incluidos en el primer índice que se publica en España, el de 1551, que
es una mera reimpresión del índice de la Universidad de Lovaina. Por supuesto, también se
rían incluidos en el primer índice español, el de 1559. Vid la nota 89 del capítulo II.
15 La fecha se deduce del propio texto, donde se dice: «assí como en este año de 1550
pronosticó uno (...) que nuestro sr. el emperador don carlos quinto se había de casar, y, que
podría haber un desastre en la guerra (...)», Diálogo de la vida del soberbio y la muerte suya,
fol. 29 r.
16 Inquisición y control ideológico en la España del siglo XVI, Madrid, Taurus, 1983, pág. 169.
17 Vid. P. E. Russell, «El Concilio de Trento y la literatura profana, reconsideración de
una teoría», Temas de «La Celestina» y otros estudios del «Cid» a! «Quijote», Barcelona, Ariel,
1978, págs. 441-479. Cfr. A. Márquez, Uteratura e Inquisición en España (1478- 18Í4), Madrid,
Taurus, 1980, y J. Martínez Bujanda, «La Littérature castillane dans l’inctex espagnol de
1559», en XIX* Colloque International d'Études Humanistes, págs. 205-217.
'* En realidad, la Doctrina cristiana se prohíbe ya en el Indice de 1551: «Dialogus de doc-
153
cristiana de Constantino Ponce de la Fuente19, sobre la que ejerció
una gran influencia el diálogo de Valdés. En este índice de 15 5 9 , se
prohíbe también la Lumbre d el alma de fray Juan de Cazalla20, el D iá
logo de M ercurio y Carón de Alfonso de Valdés2’ y el Bononia de Fadri-
que Furió Ceriol22. El Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de A lfon
so de Valdés sería prohibido en el índice de Quiroga 23 y el Diálogo
de amor intitulado Dórida de Damasio de Frías en el índice de
Zapata24.
En muchos casos hay que tener en cuenta el rigor de la actua
ción inquisitoria] más que la prohibición expresa de tal o de cual
diálogo. Por ejemplo, Miguel Servet, autor de dos diálogos: De trini-
tate (1532) y Christianismi restitutio (1533) fue objeto de una persecu
ción inquisitorial implacable a través de toda Europa25.
Por otra parte, no podemos reducir la actividad de la Inquisi
ción a la elaboración periódica de índices. Era un estado de con
ciencia social basado en el autocontrol intelectual y en la «ley del si
lencio». Muchos de los autores de diálogos, incluso los más inocen
tes, se vieron envueltos en oscuros procesos. Tal es el caso del bea
to Juan de Ávila, de fray Luis de Granada y de fray Luis de León26.
trina christiana, sermone Hispano tácito autorc compositus a quodam religioso», apud H.
Rcusch, Die Indias Librorum Prohibitorum des Scch&bnten Jabrhunderts, Tübingen, 1886, pág. 74.
Esta prohibición se perpetúa, claro está, en el índice de Valdés (1559) (vid. H. Reusch,
págs. 233 y 240) y en el de Quiroga (1583) (.Ibid. pág. 400).
w Vid. H. Rcusch, pág. 232. La Suma también se incluye en el índice de Quiroga (Ibid.,
pág. 434).
20 La ljtm b rt de alma fue prohibida de manera un tanto imprecisa: «Obra impresa en Va-
lladolid por maestro Nicolás Tierry ano de 1528 en Romance.» J. Martínez de Bujanda expli
ca este hecho de la siguiente manera: «II peut bien arriver qu’on donna au censeur un exem-
plaire sans premiérc fcuillc ct que celui-ci ignorant par conséquent de quelle oevrc il s’agissait,
se vit obligé de se servir du colophon du livre pour la désigner» («La Censure littéraire en Es-
pagne au X VI' siéclc», Canadian Journal o j History. Anuales Canadiennes d ’H istoire, V il, 1972,
pág. 10). La Lumbre d el alma (1528) es una traducción disimulada de la Viola animae (1499) del
cartujo Pierre Dorland, un diálogo que, a su vez, es un resumen inspirado en la Theologia N a-
turalis de Raimundo Sabundc (Sibiuda). La Viola animae fue adaptada también en el D esperta
dor del alma, un diálogo anónimo publicado en Sevilla, en 1544, y reimpreso en Zaragoza, en
1552 (vid. J. Martínez de Bujanda, introd. a su cd. de la Lumbre d el alma de Juan de Canalla,
Madrid, F.U.E., 1974, págs. 11-51).
21 Vid. H. Reusch, págs. 220 y 223. También es prohibido en el índice de Quiroga.
22 Apud H. Reusch, pág. 222: «Friderici Furii Caeriolani Va/cntini de libris sacris in ver-
naculam linguam convertendis libri dúo.» El Bononia sería también prohibido en el índice de
Quiroga de 1583: «Bononia, sive de libris sacris in vernaculam linguam convertendis libri
dúo, autorc Fridcrico Furio Caeroliano Valentino» (Apud. I-I. Rcusch, pág. 395).
21 Vid. M. Bataillon, E rasmoy España, pág. 383.
14 Vid. E. Asensio, «Damasio de Frías y su Dórida», N.R.F.H, XXIV (1975), pág. 224.
25 Vid. M. Bataillon, «Honneur et Inquisition, Michel Servet poursuivi par Tlnquisition
espagnole», B.Hi., XXVII (1925), págs. 5-17.
26 Sobre los problemas del beato Juan de Ávila con la Inquisición, vid. el prólogo de F.
Martínez Hernández a sus Obras completas, vol. I, Madrid, Ed. Católica, 1970, págs. 39-51. So
bre el proceso de fray Luis de León, vid. A. Márquez, Literatura e Inquisición, págs. 102-113.
154
Otros guardarían, fuera de España, un recuerdo imborrable de la
Inquisición. Tal es el caso de Juan Luis Vives, que emigra en 1509,
cuando tenía dieciséis o diecisiete años y cuya familia había sido
procesada por el Santo Oficio27. Pensemos también en fray Juan de
Villagarcía, autor del Diálogo llamado Cadena de oro. Se ve envuelto en
el proceso inquisitorial incoado contra Carranza y, apresado en
Flandes, padece varios años en las cárceles de la Inquisición. Allí es
cribe este diálogo contra Lutero28, quizá con intención de reconci
liarse con la Iglesia.
Situados entre la apología y la herejía, a partir de 1550, los auto
res de diálogos sienten la necesidad de dejar bien explícita su con
formidad con la Inquisición y con la ortodoxia religiosa postriden-
trina. Por ejemplo, en el libro primero de los Diálogos de la Pbantásti-
ca Philosophia , Francisco Miranda Villafañe convierte el diálogo que
adapta, I capricci d el bottaio, en una defensa de los valores religiosos
impuestos por el Concilio de Trento, a pesar de que inicialmente
I capricci d el bottaio es una manifestación del movimiento religioso
reformista de Italia. En el libro tercero de la misma obra, Francisco
Miranda Villafañe escribe con respecto a la Inquisición:
Sobre fray Luis de Granada, vid. fray Justo Cuervo, «Fray Luis de Granada y la Inquisición»,
en Homenaje a Menéndez Pelayo, Madrid, 1899, vol. I, págs. 733-743.
77 Vid. A. Márquez, Literatura e Inquisición, págs. 48-50.
78 Una mano anónima anotó en el Diálogo llamado Cadena de oro (fol. 129r): «compuesto
estando preso por el Santo Officio (...) con él convirtió a 4 ó 5 herejes a la fe». Sobre el proce
so inquisitorial de fray Juan de Villagarcía, vid. J. 1. Tellechea Idígoras, Tiempos recios. Inquisición
y heterodoxias. Salamanca, 1977, págs. 80-82 y 97-100.
155
res, e causa de las eregtas de Francia escribe que España no se contagia
de las herejías galas gracias a los buenos oficios de Felipe II y a los
de la Inquisición, que actúa como «cordón sanitario»:
29 En su traducción de la Suma de doctrina Christiana, que compuso en latín e l Doctor P edro Ca
ntío, Alcalá de Henares, Juan íñiguez de Lequerica, 1576, fol. 4r.
156
tructura compendial es la dialéctica escolástica tradicional. El
desarrollo pleno de esta estructura se da en un grupo de colec
ciones de diálogos en que el contenido extenso queda unificado
por un concepto simbólico o alegórico: La Torre de David, La
agricultura cristiana, Microcosmia, son títulos típicos3031.
Pues alcanzada ya la merced para salir deste pozo, por los mé
ritos de la sangre de Iesu Christo que fue nuestro tercero, no
resta sino que nos echen unos trapos viejos, para que con menos
difficultad subamos asidos a la maroma ya dicha, porque no nos
desollemos las manos. Y estos trapos son las cerimonias, las
quales no siven de más: porque una vez subidos al cielo, como a
trapos viejos se pueden echar al muradal [sic] (fol. 380r).
157
Y en lo que toca a las injurias, no ay mayor flaqueza en un
bueno, que vengarse dellas: y quanto más perversos y malos son,
tanto mayor obligación tiene de procurar enmienda, y de reme
diar sus ánimas: porque en fin somos todos miembros de un
cuerpo, cuya cabega es lesu Christo (fol. 19v).
158
Como fray Jerónimo de Lemos, fray Juan de Pineda, en el diálo
go XXVII, hace también un encendido elogio de la caridad y, en el
diálogo XXVIII reconoce el valor de la oración mental:
F i l a l e t e s : D e s t a m a n e r a e n te n d e ré is que fue la v o lu n ta d d e
159
Dios que los gentiles tuviesen algún rastro de algunos miste
rios de nuestra fe católica, porque no se pudiesen defender
con ignorancia invencible de sus infidelidades en todo.
P olicronio : En más estimo acristianar aquellos paganismos,
que saber muy bien la doctrina en cuanto cristiano (vol. II,
col. 91a).
Y por eso se llama la obra los Diálogos fam iliares, en que se re
presentan algunos amigos que, como familiares y llanos y con
versables entre sí, se avienen bien, sin pundonores de cumpli
miento ceremonial y que llaman de pelillo, sino que como lo
sienten ansí lo dicen, tomándolo todo a buena conversación; y
por las leyes de los diálogos familiares no debieron ir las mate
rias proseguidas, porque esa fuera ley de tratados doctrinales y
que cansara a los lectores (vol. I, pág. 5).
161
muchos de los hombres: parcciéndoles que es mejor no pensar
en ello, pues (según su parcscer) no pueden salir con ello
(col. 3b).
Este es el tono general del diálogo que, por otra parte, está
construido enteramente sobre la metáfora del cuerpo místico y del
cuerpo político: el cuerpo más perfecto es el que sólo tiene una ca
beza y, por tanto, la mejor manera de gobierno es la monarquía, lai
ca o eclesiástica, aunque ambas monarquías terrestres deben estar
subordinadas a la monarquía divina; es decir, el Rey, cabeza del
cuerpo político, debe regirse según las leyes de la justicia cristiana33.
Como muestran los comentarios anteriores, no se puede postu
lar una oposición simple y tajante entre la Reforma y la Contrarre
forma; entre unos diálogos reformistas, anteriores a 1560, y unos
diálogos contrarreformistas posteriores a esta fecha. Lo que se llama
Contrarreforma no es sino la Reforma católica, que mantiene múlti-
162
pies conexiones con los movimientos de renovación religiosa del si
glo xvi. A este respecto, Marcel Bataillon escribe en el prólogo a su
Erasmoy España:
163
tálogo y mis propias investigaciones sobre el tema, voy a esbozar
una breve historia editorial del diálogo en España durante el siglo
xvi. Me detendré, de manera especial, en el estudio de las posibles
razones del éxito editorial de los Coloquios matrimoniales de Pedro de
Luján.
Los Coloquios matrimoniales alcanzaron una gran repercusión edi
torial durante el siglo x v i36. Solamente los Diálogos o Coloquios de Pe
dro de Mejía, el Libro de la Verdad de Pedro de Medina y la Lingua
Latinae exercitatio de Juan Luis Vives superaron en ediciones a los
diálogos de Pedro de Luján. Los Diálogos o Coloquios son editados en
trece ocasiones, entre 1547 y 1 5 9 8 37. El Libro de la Verdad es edita
do en catorce ocasiones, desde 1554 a 1 5 9 2 38. Los coloquios esco
lares de Vives son editados en cuarenta y seis ocasiones durante el
siglo xvi, a contar desde la fecha de su primera edición, probable
mente 1 5 3 8 39.
Hay que atribuir el éxito de los Coloquios matrimoniales de Luján
al interés que la cuestión de la mujer y de la familia despierta en el
siglo xvi. En principio, en la literatura, la exaltación de la imagen
de la mujer es una prolongación de la polémica entre la misoginia y
el profeminismo, que no se había iniciado en España hasta el siglo
anterior, y que, en contra de lo que afirma J. Ornstein, no desapare
ce como tal en el siglo x v i40. Está presente, por ejemplo, en el Cor-
tegiano de Castiglione, varias veces traducido en España durante el
siglo xvi. También aparece ocasionalmente en varios diálogos de la
misma centuria y es el tema central del Diálogo en laude de las m ujeres
de Juan de Espinosa41. Como en el siglo xv, en el siglo x v i predo
minan los documentos profeministas, al menos en lo que se refiere
a los diálogos examinados. La excepción a esta regla es el Crotalón 42.
Lo más innovador del siglo xvi, sin embargo, es que hay varios
escritores que no aceptan el planteamiento p ro et contra de la polémi-
16.4
ca entre la misoginia y el profeminismo, sino que se preocupan tam
bién del papel de la mujer en la sociedad y en el matrimonio43. La
familia es el núcleo básico de la organización de la vida renacentista,
de carácter ciudadano, y la mujer ya no es considerada simplemente
como un ángel o como un demonio, según que uno fuese profemi
nista o misógino. También hay un interés por su educación44. Es
cierto que la mujer, en la cultura clásica, está limitada al estrecho
círculo familiar: debe regular el instinto sexual del varón, educar a
sus hijos y asegurar el equilibrio social en bien de la res publica. Así
aparece en los Coloquios de Luján y, en general, en todos los diálogos
del siglo xvi. Como leemos en los Diálogos de la Phantástica Philosop-
hia de F. Miranda Villafañe:
43 El matrimonio es uno de los temas claves de la sociedad española del siglo xvi. Eras-
mo, por ejemplo, escribe un Encomium matrimonii (1518), que no llegó a traducirse al castella
no, pero que fue adaptado por Juan de Molina en su Sermón en loor del matrimonio, publicado en
1528 (Vid. F. López Estrada, «Textos para el estudio de la espiritualidad renacentista: el
opüsculo Sermón en loor del matrimonio de Juan de Molina», R.A.B.M., LX1, 2 [1955], págs.
489-530). Por otra parte, varios de los Coloquia de Erasmo traducidos al castellano están rela
cionados con el tema del matrimonio, como el Uxor mempsigamos, traducido en 1527, o el Co-
lloquium Proa et Puellae, traducido en 1528, y el Colloquium Senile, traducido en 1528 también.
Fuera de la órbita del erasmismo, fray Francisco de Osuna publica su Norte de los estados en
1531. Vid. J . Savoye, Les Dialogues espagnols, vol. 11, págs. 581-699. Cfr. Ph. Ariés, L ' Enfant et
¡a vie fam iliale sous /'anden régime, París, Seuil, 1973 y, desde otro punto de vista, P. W. Bomli,
Lafem m e dans l'Espagne du Siecle d'Or, La Haya, M. Nijhoff, 1950.
44 Por ejemplo, vid. el Diálogo de la doctrina de las mugeres. En que se enseña cómo an de bivir en
qualquier estado que tengan, Valladolid, Vda. de Bemardino de Sto. Domingo, 1584, que es una
traducción del Dialogo...della instituían delle Domte, Venecia, 1545, de Ludovico Dolce.
165
to editorial alcanzan durante el siglo xvi son D e los nombres de C risto
de fray Luis de León y el Jardín de flo res curiosas de Antonio de Tor-
quemada. El primero se edita en siete ocasiones, entre 1583 y 1595,
y el segundo se edita en nueve ocasiones, entre 1570 y 15 9 9 45.
En 1578, Francisco de Valdés edita un D iálogo m ilitar , que es
editado en 1590, en 1591 y, con el título de E spejo y D eciplina m ili
tar, en 1589 y en 15 9 6 46. Otros diálogos también son editados en
cinco ocasiones a lo largo del siglo xvi: el Colloquio devoto de fray
Francisco Mejía, el Libro de los problem as de Villalobos, las M edidas
d el Romano de Sagredo, la Suma de Constantino, el N orte de los estados
de Fray Francisco de Osuna y los diálogos de Alfonso de Valdés47.
En cuatro ocasiones se edita La Torre de D avid de fray Jerónimo
de Lemos48. En tres ocasiones se editan el E nchiridión de D. Jiménez
Arias, la Lumbre d el alma de Cazalla, los Colloquios de Collazos, E l re
gid or de Juan Costa, el Coloquio breve de F. Martínez de Castrillo, los
Diálogos d el arte m ilitar de Escalante y el anónimo D espertador d el
alma 49.
45 Sobre las ediciones del De tos nombres de Cristo, vid. la introd. de C. Cuevas a su ed. cit.,
págs. 126-129, y Renales, ndms. 258-264. Sobre las ediciones del Jardín d eflores y curiosas, vid.
la introd. de G. Allegra a su ed. cit., págs. 81-83, y Renales, niims. 497-505.
46 Vid. Renales, núms. 539-543. Sin embargo, olvida citar la edición princeps del Diálogo
militar, Madrid, Pedro Cosin, 1578, de Francisco de Valdés.
47 Colloquio devoto: CaJJar, 1567; Sevilla, 1573; Madrid, 1580; Valencia, 1586; Valencia,
1599 (Renales, núms. 324-328). Libro de los problem as: Zamora, 1543; Zamora, 1544; Sevilla,
1550; Zaragoza, 1550; Sevilla, 1574 (Renales, núms. 251-254), olvida citar la edición de Za
ragoza, 1550. Medidas d el Romano: Toledo, 1526; Lisboa, 1541; Lisboa, 1542; Lisboa, 1549;
Lisboa, 1564 (Renales, núms. 468-472). Suma de doctrina christiana: Sevilla, 1543; Sevilla,
1544; Sevilla, 1545; Amberes, h. 1550; Sevilla, 1551 (Renales, núms. 447-451). N orte de ¡os
estados: Sevilla, 1531; Sevilla, 1536; Medina del Campo, 1550; Burgos, 1541; Burgos, 1550(P.
Simón Ofaz, B.L.H., X, núms. 2.873-2.877), Renales sólo cita tres de estas ediciones (núms.
183-185). De los dos diálogos de Alfonso de Valdés, el Diálogo d e ¡as cosas ocurridas en Roma y
el Diálogo de Mercurio y Carón, conservamos varias ediciones sin pie de imprenta. Dice José F.
Montesinos: «Todo hace sospechar que el L aclando y el Carón salieron ju n to s a luz, probable
mente a fines de 1529, quizá al año siguiente», y añade después: «Entre 1530 ó 1531 y 1547,
fecha del primer índice español, deben suponerse aparecidas las cinco ediciones registradas
por Boehmer, todas sin lugar ni año. Todas contienen juntos los dos diálogos, Carón y Laclan
do; sólo en una sexta edición, hecha en París e n 1586, donde el carácter protestante se acen
tuó intencionadamente, contiene solamente el diálogo sobre el saco de Roma» (introd. a su
ed. del Diálogo de las cosas ocurridas en Roma [1928; red. Madrid, Espasa-Calpc, 1956], págs. Ixiii
y Ixxii).
48 La Torre de David: Salamanca, 1567; Salamanca, 1571; Salamanca, 1578; Medina del
Campo, 1584 (Renales, núms. 210-213).
49 Enchiridión: Lisboa, 1552; Amberes, 1554; Salamanca, 1567 (P. Simón Díaz,
XII, núms. 1876-1879). Lumbre de!alm a: Valladolid, 1528; Sevilla, 1528; Sevilla, 1542 (Rena
les, núms. 80-82). Colloquios de Collazos: Lisboa, 1568; Lisboa, 1576; Olysipone, 1578 (Rena
les, núms. 89-91). El regidor o El ciudadano: Pamplona, 1575; Salamanca, 1578; Zaragoza,
1584 (Renales, núms. 103-105). Coloquio breve o Tratado breve: Valladolid, 1557; Madrid, 1570;
Madrid, 1583 (Renales, núms. 301-303). Diálogos de! arte militar: Sevilla, 1583; Bruselas, s.a.;
Bruselas, 1595 (Renales, núms. 161-163). D espertador del alma: Sevilla, 1544; Zaragoza, 1552;
Barcelona, 1554 (Renales, núms. 109-111).
166
En dos ocasiones se editan los Diálogos de Diego Núftez Alba, el
A rte de bien confessar de Villagracia, los Problemas de Jarava, el Diálogo
de la dignidad d el hombre de Pérez de Oliva, el Tratado de R e M ilitari
de Salazar, la N ueva filosofía de M. Sabuco, los Diálogos de Pérez de
Moya, la D octrina Christiana de A. Flórez, los Diálogos muy subtiles y
notables de Pedro de Navarra, el Diálogo de Pedro de la Cueva, el
V ergel de la Oración de Alonso de Orozco, los Diálogos de Pedro de
Mercado, los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada, el D iálo
g o de la verdadera honrra m ilitar de J. Jiménez de Urrea, los Diálogos de
la fertilid a d y abundancia de España de Juan de Val verde Arrieta, los
D iálogos de M edallas de Antonio Agustín, el M icrocosmia de fray Mar
co Antonio de Camós, el Diálogo de las grandezas del hierro de Monar-
des, los D iálogos de fray Juan de los Ángeles, el De (...) imitatione Ci-
ceronis de J. L. Palmireno y los D iscursos predicables o A ranjuez d el
alma de Juan de Tolosa.
El resto de los diálogos examinados sólo se editan en una oca
sión durante todo el siglo xvi. Entre los diálogos escritos en latín,
solamente los D ialogi de imm ortalitate animae de fray Alonso de Bur
gos, dos diálogos de Juan Ginés de Sepúlveda, el D emocrates y el
Gonsalus, y algunos diálogos de Juan Luis Vives, sobre todo la L in-
guae latinae exercitatio, se editan en más de una ocasión durante el si
glo xvi. Sin duda, porque el público lector de libros en romance era
mucho mayor que el público lector de libros en latín. Testigo de tal
estado de cosas — según nos recuerda Domingo Ynduráin— es
López de Villalobos, cuando se queja en su libro de Los problem as:
50 Cit. por D. Ynduráin, «La invención de una lengua clásica (literatura vulgar y Renaci
miento en España)», EdO., I (1982), pág. 27.
167
datos para dar una idea al lector del éxito que alcanzó la forma lite
raria del diálogo durante el siglo xvi. Claro que este éxito editorial
es progresivo, a medida que se consolida la presencia de la imprenta.
Durante el primer cuarto de siglo, sólo se editan diez diálogos y,
como hemos visto, ocho de ellos fuera de España. Sin embargo, en
tre 1526 y 1550, hay alrededor de 55 ediciones, sin tener en cuenta
las numerosas reediciones de la Linguae Latinae ex ercitatio de Vives.
Entre 1551 y 1575, la cifra de ediciones sube hasta 70, aproximada
mente, y entre 1576 y 1600, sobrepasa los 70.
Por otra parte, el éxito editorial de los diálogos se debe, al pare
cer, a que no son obras exclusivamente de ficción, que tan sólo pro
curan el delectare del lector, sino que son obras de carácter didáctico
y, como se pensaba en la época, «muy provechosas». En la España
del siglo xvi, la literatura didáctica ocupa un puesto cuantitativa
mente más importante que la literatura de ficción. Pensemos, por
ejemplo, que de los libros de caballerías, uno de los géneros narrati
vos que más éxito editorial alcanza, sólo conocemos 2 67 ediciones
entre 1501 y 16 5 0 51. A este propósito, escribe Keith Whinnom:
51 Vid. M. Chcvalicr, Indura y lectores en la ISspaña delsij>/o X VIy X V il, Madrid, Turncr,
1976, págs. 65-104.
52 «The l’roblcm of the “Hest-Sellcr" in Spanich Goldcn-Age Literaturc», H.H.S., LVI1
(1980), pág. 194.
168
editados por razones religiosas, las razones más determinantes para
que una obra fuera incluida en los índices inquisitoriales, como he
mos visto. Pensemos en El Crotalón o en el Viaje de Turquía. No
obstante, hay también diálogos que defienden la religión ortodoxa y
que, sin embargo, tampoco fueron editados, como el anónimo Diá
logo de la vida d el soberbio, el anónimo Diálogo (...) de las eregtas de Fran
cia, el Diálogo llamado Cadena de oro de fray Juan de Villagarcía, o los
Diálogos de la razón con la sensualidad de Diego de Aguayo.
Otros diálogos probablemente no fueran editados por razones
de naturaleza política, como en el caso del De motu Hispaniae, donde
Juan Maldonado analiza la revolución de los Comuneros, o en el
caso de los Coloquios de la verdad , donde Pedro Quiroga analiza la
problemática de la Conquista de América53. El descubrimiento de
América llegó a afectar de tal manera a la seguridad del estado que
incluso se prohíbe la publicación de obras que defendían el derecho
de los españoles a conquistar las tierras americanas. Por este moti
vo, permaneció inédito el Democrates secundas de Juan Ginés de Se-
púlveda, como comenta J. Martínez de Bujanda:
" Otros diálogos manuscritos que tratan sobre cuestiones políticas concretas son el anó
nimo Diálogo entre C arontey el almo de P. L Famesio, en contra de la política de Paulo III, el
anónimo Diálogo entre Lain Calvoy Ñuño Rasura, sobre la decadencia de la ciudad de Burgos, el
anónimo Diálogo de la moneda y el Diálogo sobre el comercio de Indias de Diego Cruzat, sobre la po
lítica monetaria de Castilla.
54 «l.a Censure litníraire en LLspagne au XVI' siécle», págs. 6-7. Sobre la problemática
concreta del Democrates secundas o Democrates alter, vid. la introd. de A. Losada a su cd. del mis
mo, 2.» ed., Madrid, C. S. I. C , 1984, págs. xi-xxv.
169
A lvaradina de Nicolás Espinel de Alvarado, la A pología del comen
dador Escrivá o los Diálogos de las arm as de Antonio Agustín. Es de
cir, que, a pesar de que la heterodoxia religiosa, política, moral o
científica de un diálogo sea un factor importante, hay otros factores
de naturaleza varia e imprecisa que determinan que un diálogo no
sea editado durante el siglo x v iss. Hay que tener en cuenta, sobre
todo, que la transición desde la era oral del manuscrito a la era im
presa del libro no fue inmediata.
Sin embargo, gracias a la imprenta, los diálogos pueden ejercer
una gran influencia sobre la sociedad española del siglo xvi. Según
los datos de Lucien Febvre y H. J. Martin, que, si hemos de creer a
Agustín González de Amezúa, son aplicables a España, la tirada
media de una edición oscila, a principios del siglo xvi, entre 1 . 0 0 0 y
1.500 ejemplares5556. Es decir, en el siglo xvi, hay, por lo menos, en
tre 12.000 y 18.000 lectores potenciales de los Coloquios m atrim onia
les de Luján, entre 13.000 y 19.500 lectores potenciales de los D iá
logos o Coloquios de Pedro Mejía, entre 14.000 y 2 1.0 0 0 lectores
potenciales del Libro de la Verdad de Pedro de Medina. Estas cifras
suponen un cambio cualitativo, no sólo cuantitativo, con respecto a
la situación editorial de los diálogos en el primer cuarto de siglo:
queda consolidada la era del impreso, la estabilidad del texto unifor
me y repetido57. Como veremos, el latín se convierte progresiva
mente en una lengua muerta y, al mismo tiempo, se siente la necesi
dad de fijar las normas ortográficas del idioma castellano, que será
el idioma nacional definitivamente. Por otra parte, la progresiva ex
tensión de la imprenta supone también el triunfo de los modos vi
suales de la enseñanza sobre los medios auditivos. Leemos en los
D iálogos de la diferencia d el hablar a l escrivir de Pedro de Navarra58:
B a s t a r d o : L a e s c r it u r a e s d e m á s f á c il i n t e llig e n c ia q u e la h a b la
55 Se puede pensar que muchas obras no eran destinadas por el autor a la imprenta, sino
que éste prefería la transmisión manuscrita. Por ejemplo, en el caso del Viaje de Turquía, Mar-
cel Bataillon aventura la siguiente hipótesis: «Nosotros nos inclinamos más bien a pensar que
el prefacio se escribió, como el libro mismo, para el placer del autor y de unos pocos amigos
muy íntimos. Fue una luz puesta bajo el celemín», E rasm oy España, pa'g. 692.
56 Lucien Febvre y H. J. Martin, La aparición del libro (1958), trad. de A. Millares Cario,
Méjico, Uteha, 1962, pág. 235; A. González de Amezúa y Mayo, «Cómo se hacía un libro en
nuestro Siglo de Oro», en Opúsculos histérico-literarios, vol. I, Madrid, C.S.I.C, 1955, pág. 352.
57 Es inevitable recordar aquí el ensayo de Marshall McLuhan, convertido en un punto
de referencia clásico: La galaxia Gutenberg. Génesis d e l «Homo Typograpbicus» (1962), trad. de J.
Novella, Madrid, Aguilar, 1969.
58 Vid. Elias L. Rivers, «Lo escrito y lo oral: don Pedro de Navarra», en Homenaje a Ana
M.‘ Barrenecbea, ed. de Lía Shwartz Lerner e Isaías Lerner, Madrid, Castalia, 1984, pági
nas 307-331. Además, vid. Margit Frenk Alatorre, «Ver, oír, leer...», en ibid., págs. 235-240.
170
(...) porque quando yo leo, tiene tiempo mi entendimiento de
conocer y entender lo que leo, e para notar, e differenciar la
sufficiencia e buenas partes del tal autor, e para retener mejor
en la mente la tal escritura, lo que no á lugar en la plática (...).
D uque: No es de más efficacia la palabra biva que oyo, que la
escritura muerta que Ico?
Al ignorante, sí: pero al sabio, no: porque mejor se
B a sta r d o :
puede concebir, y pensar lo que se lee, que lo que se oye
(págs. 13-15).
Porque la fee (como dice Sant Pablo) ha de entrar por los oydos.
Porque aunque es verdad, que la vista, y todos los demás senti
dos se pueden engañar, el oydo no se puede en ninguna manera
(fol. 214r).
y aun me parece con razón que dijo con alta verdad ser más ne
cesario el sentido del oír que el del ver para la sabiduría, pues
dice Sant Pablo (Rom. 50) que nos entra la fe por el oído, como
el oído es informado por las palabras de Dios, por la boca del
predicador (vol. II, col. 462a).
171
en la Edad Media, sobre todo en contextos religiosos, el oído
cobra una importancia y valor superior al de los ojos: la expe
riencia es sustituida por la doctrina, la indagación activa por la
recepción pasiva. En el Renacimiento parece que las dos vías se
equilibran y complementan o, en líltimo término, llegan a un
compromiso de manera que el amor y el conocimiento material,
«científico» se adquiere por los ojos, mientras el oído queda es
pecializado en cuestiones de fe y, en general, sobrenaturales60.
60 «Enamorarse de oídas», en Serta Pbilologica F. Lázaro Carreter, pág. 602. Vid. J. A. Ma-
ravall, «La concepción del saber en una sociedad tradicional», Estudios de historia del pensamiento
español. Serie primera: Edad Media, Madrid, 1967, págs. 203-259.
172
Esto que dixe de la torre de David sepa que es la sagrada scrip-
tura. Y los amos della son las sentencias y auctoridades que de
allí se sacan para impugnar y contradezir a los enemigos que en
esta vida nos contradixeren (fol. 267v).
A: Video nihil diutius vobis posse deberi. Sed libris aliquot no-
bis opus est, et in primis Gratiano editionis eius, quae habeat
duor. Antonior. notas.
C: Eum librum mecum attuli, quod eum potissimum a te laudari
sciebam; et ut viderem quid tu de singulis erratis esses dicturus,
et ut melius id memoriae mandarem (pág. 10).
173
ción entre tres dialogantes individualizados), al contrario de lo que
ocurre en el diálogo citado de Antonio Agustín, donde los tres in
terlocutores están reducidos a sus funciones dialógicas de maestro y
de discípulo. El recurso del «papel» lo utiliza otra vez Antonio
Agustín en sus Diálogos de M edallas (1587), un diálogo sobre numis
mática y sobre epigrafía62:
174
C: Sospecho que csso llaman letras hicroglyphicas de las quales
hablan Horo y Picro (pág. 33).
175
Bien o mal, la gente comenzó a considerar sus obras como
una síntesis de ese tipo de humanismo y sentimiento religioso
sincero que ya no existía como realidad cultural; el humanismo
estaba agotado. Evidentemente, no faltaban eruditos: filólogos,
excelentes latinistas, helenistas y hebraístas, anticuarios e histo
riadores. Pero el humanismo filosófico y enciclópedico del Re
nacimiento había muerto (...). La orgullosa tradición intelectual
de Petrarca, Valla y Moro se reducía ahora a la capacidad de es
cribir correctamente latín y griego, útil medio de comunicación
entre estudiosos y teólogos de distintas nacionalidades. El inte
rés por la vida y la historia de los hombres, por sus costumbres,
por las ideas filosóficas y la crítica histórica y filológica se di
luyeron en afectados conceptos y ejercicios artificiosos, o se di
vidieron y subdividieron en estudios especializados64.
Los conceptos de Renacimiento y de Humanismo entran en cri
sis al desaparecer la alianza entre la gramática, la reforma religiosa y
la ideología política; cuando el escritor no puede operar, a través del
lenguaje, sobre la ideología y sobre la estructura social de su época,
sino que se ve obligado a encubrirla. Se produce así un desequilibrio
entre res et verba, ya que, como explica Tácito en su D ialogas de orato-
ribus, al no existir libertad de expresión, la literatura se hace más re
tórica y, en último extremo, se literaturhyz, como sucede en los abul
tados diálogos librescos que proliferan durante la segunda mitad del
siglo xvi, al modo de la A gricultura cristiana, del M icrocosmia o de los
Discursos morales. Además, se produce un progresivo abandono del
esquema crítico del diálogo, sobre todo erasmista y lucianesco. No
hay más que comparar los diálogos lucianescos de la primera mitad
del siglo xvi, al estilo de los de Alfonso de Valdés o de los Vives,
con los diálogos lucianescos del siglo xvn, al estilo de los de Barto
lomé Leonardo Argensola, en los que lo que importa es ofrecer un
ejemplo moralizante con validez absoluta. Como escribe C. Robin-
son:
The result is almost a re-accommodation of the Lucianic tra-
dition to an earlier, more discursive form o f d ialogue, while re-
taining significant satirical elements. The age of doubt has pas-
sed and the weapons of Lucían had to be reintegrated into a
more positive form of social an m oral co m m en t6S.
64 «Razón, sinrazón y fe: Desafíos al cristianismo tradicional», en Im época d e! Renacimiento
(1967), ed. de D. Hay, trad. de M. Bofill, Barcelona, Labor, 1969, pág. 161. Vid. I lugh Trc-
vor-Ropes, «Erasmus and the Crisis of Christian Humanism», Renaissance Essays, Londres,
Sccker-Warburg, 1985, págs. 59-76.
65 C. Robinson, pág. 129. Vid. O. H. Green, «Notes on the Lucianesque Dialogues of
B.L. de Argensola», H.R., III (1935), págs. 274-294.
176
En resumen, hemos visto que la escritura y el éxito editorial de
cada diálogo del siglo xvi depende de unos factores concretos de
lectura y de recepción tales como la actividad inquisitorial, el pro
gresivo predominio de la imprenta o la mentalidad del público lec
tor. No podemos hablar de un diálogo renacentista en abstracto y
aislado de las condiciones históricas y literarias esbozadas en las pá
ginas precedentes. La manera más adecuada de comprender el diá
logo español del siglo xvi es la de estudiarlo como una sucesión de
esquemas dialógicos, diferentes entre sí y que reflejan las diversas
formas históricas que el Renacimiento español asume en el si
glo xvi, con los Reyes Católicos primero y después con Carlos V y
Felipe II.
Filosofíay pedagogía
La asociación exclusiva entre diálogo y Renacimiento es una
consecuencia de la asociación previa entre el diálogo y la filosofía.
Se identifica a priori el diálogo con unos pocos autores, sobre todo
con Platón, y con una determinada cosmovisión ideológica, necesa
riamente racional, plural y antidogmática. Es lo que hace J acqueline
Savoye:
A travers l’étude des Dialogues espagnols du XVI« siécle, c’est
a la recherche de la configuration d’une mentalité que nous som-
mes alies. 11 n’était pas indifferent qu’un nombre important d’au-
teurs choisissent pour exprimer des idees semblables sur les mé-
mes sujets une méme forme: á ce titre, cette forme, le Dialogue,
devenait un indice significatif de la mentalité que nous voulions
cerner66.
177
to, corremos el riesgo de vaciar de contenido el esquema de los gé
neros. Escribe J. Huerta Calvo:
47 «La crítica de los géneros literarios», en Introducción a la critica literaria actual, ed. de
P. Aullón del Haro, Madrid, Playor, 1984, pág. 87.
48 En el siglo xvi se generaliza muchísimo la práctica de escribir catecismos, al calor de la
Reforma y gracias al desarrollo de la imprenta. Lutero, Calvino y Erasmo, por citar tres de
los nombres más representativos de la nueva espiritualidad, escribieron catecismos. Vid. J. R.
Guerrero, Catecismos españoles d el siglo X VI. La obra catequética d e! Doctor Constantino Ponce de ¡a
Fuente, Madrid, Instituto Superior de Pastoral, 1969.
178
catecismos, estos son muy distintos formalmente, como se puede
comprobar si se comparan los diálogos de Valdés o del doctor
Constantino con los de Astete o Ripalda. En su Diálogo de doctrina
cristiana, Valdés nos presenta una conversación entre tres personajes
individualizados, al modo de los Coloquios fam iliares de Erasmo, si
tuada en un marco temporal y especial específico69. De acuerdo con
esta praeparatio, excepcional en un catecismo, la probatio no se limita
a ser un intercambio austero y mecánico de información. Es cierto
que el maestro, el arzobispo de Granada, es el encargado de expo
ner la doctrina:
6V Como dice M. Bataillon, refiriéndose al Diálogp de doctrina cristiana, «la obra de Juan es
más austera, porque, como su título lo anuncia, es un catecismo. Tiene sin embargo, el encan
to de una conversación entre dos personajes vivos, sentados junto a una fuente bajo la sombra
de un jardín conventual de Granada», (Erasmoy España, pág. 346). Téngase en cuenta que, en
su Doctrina cristiana, Valdés traduce casi textualmente uno de los Colloquia de Erasmo, la Jnqui-
sitio de Jide, Vid. la ¡ntrod, de C.R. Thompson a su ed. de la Inquisitio de fide, Hamden, Archon
Books, 1975, págs. 50-51,
70 M. Bataillon estudia la influencia de la Doctrina cristiana de Valdés sobre la Suma de
Constantino en la introd. a su ed. del Diálogo de doctrina cristiana, Coimbra, Univ. de Coimbra,
1925, págs. 234, 237, 241, 260, 263, 266, 269 y passim.
179
dividualizados, aunque Patricio, que hace la veces del cura Antro-
nio, se limita a intervenir en la comtce. Por su parte, Andrés FIórez y
Martín Pérez de Ayala reducen definitivamente el número de los in
terlocutores a los dos imprescindibles, el maestro y el discípulo.
Aunque estos dos autores también caracterizan con marcas tempo
rales y deícticas la conversación, las intervenciones de los persona
jes, si las comparamos con las de los diálogos de Valdés y de Cons
tantino, están mucho más automatizadas.
Otro tipo de catecismo, popularizado por San Pedro Canisio y
por Edmundo Auger, está construido por preguntas y respuestas, a
modo de formulario. No hay marcas espacio-temporales. Los inter
locutores, meras abstracciones, son el M aestro y el Niño, el D octor y
el A dolesans o, llegado el caso, Pregunta y R espuesta. Es evidente que
estamos ante otro de los límites del género diálogo. Las preguntas
se suceden con imperturbable monotonía y sólo varía la diferente
longitud de las respuestas, más breves en el catecismo de fray Do
mingo de Soto o más extensas, en el Enchiridión de Diego Jiménez
Arias. La diferente extensión de las respuestas depende de la edad
de y la capacidad mnemotécnica del catecúmeno. Así, el dominico
fray Pedro de Soto se siente en la obligación de aclarar con breves
preguntas las respuestas más extensas de la primera edición de su
catecismo, que eran demasiado complicadas:
En este sentido, los diálogos del beato Juan de Ávila o de los je
suítas Ledesma, Astete y Ripalda son el prototipo formal del cate
cismo. Sin interlocutores individualizados, están construidos me
diante una rápida sucesión de preguntas y respuestas que sirven de
glosa a unos versos recitados por el catecúmeno y en los que se con
tienen las fórmulas básicas del cristianismo. Estos catecismos única
mente tienen un fin mnemotécnico, por lo que la caracterización li
teraria del diálogo se sacrifica a la eficacia pedagógica. Lo que deter
mina la forma literaria de un catecismo no es la relación entre la
180
forma del contenido y la forma de expresión, sino la relación que
hay entre la forma literaria y la mayor o menor complejidad de su
propósito pedagógico. Ello explica por qué los catecismos dialoga
dos, a pesar de que tratan todos la misma materia, absolutamente
regulada, están escritos en formas dialógicas diferentes, que van
desde la conversación familiar, en el caso de la Doctrina cristiana de
Juan de Valdés, o del doctor Constantino, al formulario de examen,
en el caso de Astete o de Ripalda.
Claro que los catecismos no son un caso aislado, sino que hay
otros muchos diálogos que, a pesar de tratar sobre los mismos asun
tos, están escritos en formas dialógicas distintas. Léase, por ejem
plo, el De Regni Regisque institutione (1556) de Sebastián Fox Morci
llo, el De república Cbristi (1556) de Alejo de Salamanca o el Micro-
cosmía (1592) de Camós, diálogos todos de tema político y que, no
obstante, son muy diferentes en cuanto a la forma, sin que exista
ninguna característica de conjunto que los distinga de otros grupos
temáticos de diálogos. Lo mismo sucede con los diálogos de tema
militar: el Tratado de Re Militari (1536) de Diego de Salazar, el Diá
logo de la verdadera honrra militar (1566) de Jiménez de Urrea, el Diá
logo militar (1578) de Francisco de Valdés, los Diálogos militares
(1583) de García de Palacio, los Diálogos del arte militar (1583) de
Escalante, los Coloquios militares de F. López Alfonso y los Diálogos
de la vida del soldado de Diego Núftez Alba71.
Otro ejemplo más de esta disociación entre forma y contenido
son los diálogos de amor del siglo xvi: Juan Sedeño, Dos coloquios de
amores (1536); Juan de Jarava, Diálogo del viejo y del mancebo, que dispu
tan del amor (1544); Luis Hurtado de Toledo, Coloquio de la prueva de
leales (1557); Maximiliano Calvi, Tractado de la hermosura y del amor
(1576) y Damasio de Frías, Diálogo de amor intitulado Dórida (1593).
Los diálogos de amor cuentan con una tradición dialogada muy va
riada. Fueron cultivados en la Antigüedad, por Platón y por Plutar
co entre otros. También hay ejemplos en la Edad Media, como el
De amore libri tres de Andrés el Capellán. En el «otoño de la Edad
71 Sobre los Diálogos de la vida del soldado de Núñez Alba, vid. J. Lara Garrido, «Confluen
cia de estructuras y sumarización de funciones», págs. 185-241. Sobre el Diálogo de la verdadera
honra m ilitar de Jerónimo Jiménez de Urrea, vid. P. Geneste, Essai sur la v ie e t l’oeuvre de Jerónimo
de Urrea, 2 vols., París, Univ. de Lille, 1975. Sobre los Diálogos del arte militar de Bernardino
de Escalente, vid. J. Savoye, «La Contestation de la noblesse dans les Diálogos del arte militar de
Bernardino de Escalante (1583)», en La Constestation de ¡a societé dans la littérature espagnole du
Siecle d'O r, Univ. de Toulose-Le Mirail, Service des Publications, 1981, págs. 7-17. Por el mo
mento, nadie ha advertido que Bernardino de Escalante incluye en sus Diálogos de! arte militar
(Sevilla, Andrea Pescioni, 1583, fols. 83r-107v) gran parte del Diálogo militar, Madrid, Pedro
Cosin, 1578, de Francisco de Valdés.
181
Media», se pusieron de moda los dubbi amorosos y vulgarizados por
el Filócolo de Boccaccio. Sin embargo, es Marsilio Ficino quien, en
los umbrales del Renacimiento, hace que el diálogo de amor cristali
ce en una de sus maneras específicas, como dice Eugenio Asensio:
182
nació, 4) de quién nació, y 5) por qué nació. Antes de responder a la
primera pregunta, León Hebreo vuelve sobre la diferencia entre el
amor y el deseo, y define el amor como Aristóteles, universalmente
por lo bueno, y no como Platón, especialmente por lo hermoso:
aunque todo lo hermoso es bueno, no todo lo bueno es hermoso. A
propósito de la segunda pregunta, León Hebreo plantea otra vez el
problema cosmológico y se hace cargo de las tres principales teorías
sobre el origen del mundo: la de Aristóteles, según la cual el mundo
es eterno; la del cristianismo, que defiende la creación ex nibi/o; y la
que expone Platón en el Timeo: el mundo es generado del caos y tie
ne un principio temporal. Sobre el amor, León Hebreo llega a la
conclusión de que es el producto del primer padre, puro acto y for
ma, y de la primera madre, pura potencia y materia. Como en todas
las estéticas idealistas, en la de León Hebreo, el amor depende de la
idea del amor que, en último término, es Dios, primer amante y pri
mer amado. Toda la hermosura del mundo inferior deriva del mun
do espiritual de lasform as. A su vez, las formas derivan del alma del
mundo y del entendimiento primero. Por otra parte, el fin universal
del amor es la unión de todos los seres con la suma hermosura, que
es Dios. Así pues, hay un «circuito espiritual» entre Dios y sus cria
turas.
Esto por lo que se refiere al contenido de los Dialoghi d ’amore.
Ahora veamos su organización formal. Los Dialoghi d ’amore se sub
dividen en tres libros, cada uno de ellos desarrollado en un día,
como era habitual. Sin embargo, y en contraste con la presencia de
marcas temporales, apenas hay ninguna indicación relativa al espa
cio. Dos son los interlocutores, enteramente abstractos: Filón y su
amada Sofía. En contra de lo que se podría pensar, si nos atenemos
a la etimología de sus nombres, Sofía es el discípulo que pregunta y
Filón el maestro que responde. Ambos dialogantes están absoluta
mente identificados con sus respectivos papeles de discípulo y de
maestro. Desde el inicio de los Dialoghi d ’amore, Sofía renuncia a su
papel de amada; prefiere ser discípula simplemente:
183
antes aquietarme el entendimiento que incitarme el apetito.
Por tanto, dexada aparte qualquiera otra cosa, me absuelve
estas mis dudas74.
74 Cito los Dialoghi d ’a more según la traducción del Inca Garcilaso de la Vega, Diálogos de
amor, Madrid, Pedro Madrigal, 1590, fol. 2v.
75 A. Soria Olmedo, Los «Dialoghi d’amore», págs. 19 y 93. Sobre la praeparatio de los
Diatogbi d ’amore, comenta Jacqueline Savoye: «Y esto nos conduce a proponer invertir los tér
minos de la relación contenido-marco (o conversación-marco) que establece A. Soria ( Mine-
do; las exposiciones teóricas de Filón no están determinadas por el marco (como respuestas a
las dudas de Sofía), sino que dicho marco está buscado a propósito para justificar los discursos
de Filón, siendo éstos la materia que le importa exponer a León Hebreo», (reserta de los «Dia-
logbi d ’a more» de León Hebreo: aspectos literariosj culturales» de Andrés Soria C>lmcdo, Criticón, 3 1,
1985, págs. 165-179).
74 Trad. del Inca Garcilaso de la Vega, fols. 18v-20.
77 Los «Dialoghi d ’amore», págs. 51-54.
184
el discípulo, son abstractos: carecen de una historia amorosa propia
o, al menos, no están caracterizados de acuerdo con ella.
Por otra parte, el esquema de los Dialoghi d ’amore es idéntico al
del Tractado de la hermosura y del amor de Maximiliano Calvi, ya que
éste se limitó a traducir, con algunas modificaciones, el libro de
León Hebreo78. Los Dialoghi d ’amore fueron bien conocidos en la
España del siglo xvi. En 1568, en 1582 y en 1590 se publican tres
traducciones distintas de los Dialoghi: la primera, de un judío anóni
mo; la segunda, de Carlos Montesa, y la última, la más famosa, la
del Inca Garcilaso79. Damasio de Frías, el autor del Diálogo de amor
intitulado Dórida, publicado de manera anónima en 1593, conocía in
dudablemente la obra de León Hebreo, bien en el original o bien a
través de cualquiera de las traducciones citadas. Sin embargo, los
D ialoghi d ’a more son muy distintos del Diálogo de amor de Damasio de
Frías, tanto por su forma como por su contenido.
Si el diálogo de León Hebreo, como hemos visto, era una expo
sición filosófica sobre la naturaleza, universalidad y origen del
amor, cuyo punto de llegada es el amor divino, el diálogo de Dama
sio de Frías es una discusión galante sobre el amor humano, que
gira en torno a la oposición entre la esperanza y el desdén. Dameo
intenta demostrarle a Dórida que no puede existir el amor sin la es
peranza de ser correspondido:
78 lin su Historia de tas ideas estéticas, vol. I, págs. 532-33, advierte M. Menéndez Pelayo:
«El voluminoso Tractado de la hermosura de Calvi (cuyo apellido lo denuncia italiano o hijo de
italiano, aunque manejaba con pureza la lengua castellana), parece, a primera vista, obra de
más bulto y sustancia; pero en su mayor y mejor parte es un escandalosísimo plagio de los diá
logos de León I lebreo, que Calvi embutió enteros y verdaderos en los suyos, sin más fatiga
que cambiar los nombres de los interlocutores, que no son aquí Philón y Sophfa, sino Pbi-
talethiu (el amigo de la verdad) y Perergigilo (símbolo de la porfía).»
79 Vid. M. Menéndez Pelayo, Historia de tas Ideas estéticas vol. I, págs. 489-492, n. 2, y A.
Soria C>lmedo, Los «Dialoghi d'amore», págs. 37-46.
185
sola, no tu cuerpo sin alma, pues Dórida no su alma sola, no su
cuerpo, sino un compuesto de los dos, que con la muerte dejó ya
de ser; y así también el amor de él (pág. 302).
Atrás te dije, señora, que un tal amor como ése y tan descar
nado, que era (puro, angélico y espiritual) de solos aquellos en
tendimientos desnudos de materia, cuales son los ángeles, tan
imposibles de hallarse entre nosotros cuanto lo es dejar nosotros
de ser sensuales (...) Mira, Dórida, quiero repetirte lo que ya
otras veces te he dicho, que yo cuando amo, y cual otro, no ama
el cuerpo solo, no sola el alma y por sí: el todo es el amado. Yo a
Dórida quiero, a Dórida amo; y Dórida es su alma y cuerpo jun
to, no cualquiera de ellos (págs. 332-333).
186
meo hacen constantes alusiones a su historia personal. Así, la resis
tencia de Dórida a dejarse convencer por los argumentos de Dameo
está motivada en la propia historia amorosa de éste. Dameo — se la
menta Dórida— ha amado a otras tres mujeres antes que a ella y
después las ha olvidado:
¿Qué quieres tú? ¿No sabes cuán celebradas son en tus versos
Videna, Fortuna y Galatea? ¿cuál te finges en el amor de cada
una? ¿qué no les dices, qué no les prometes de ti? ¿cuán abrasa
do te muestras? ¿por cuán imposible tienes olvidarlas y vivir au
sente de ellas? ¡Cuántas de las cosas que me dices les debiste de
cir, cuando como a mí agora tratabas de les persuadir tu amor!
¿Quién que experiencia no tuviese de tus palabras, dejaría oyén
dote de creerte? ¡Mira, por tu vida, qué memoria es la que agora
tienes de ninguna de ellas! ¿Parécete que sabiendo esto de ti,
puedo yo confiar en tu firmeza o tener por cierto tu amor?
(pág. 288).
187
los por no lastimar más tu memoria con tornarte a ella cosas ya
pasadas y acabadas con tanto sentimiento tuyo, como tú sueles
decir. Sólo quiero que me digas, si por ventura se te acuerdan,
uno o dos sonetos hechos al desdén, tuyos, que me los loaba el
otro día nuestro amigo Sincero (págs. 383-384).
188
la función de encubrir el diálogp entre los dos interlocutores, como
sucedía en el huerto de La Celestina:
Son los mismos conceptos que aparecen una y otra vez en los
cancioneros o en la novela sentimental, patrimonio común de la
tradición cortesana. Por ejemplo, Leandro, para justificar sus deseos
amorosos, acude al concepto de la «dama caritativa»:
189
D iálogo de am or de Damasio de Frías, y ello atenúa la tensión psico
lógica porque el diálogo está reducido a una oposición.
Si el huerto donde se desarrolla el Coloquio de la p ru eva d e leales
recuerda el bortus conclusas de La Celestina, el inicio de los D os colo-
quois de am ores recrea el tópico de la dama como obra maestra de
Dios, tópico que toma Juan Sedeño del inicio de la tragicomedia de
Fernando de Rojas y que, en último extremo, proviene del D e amore
de Andrés el Capellán:
P o l in id e s : Soy c o n t e n t o ; d a m e tu m a n o d e r e c h a .
L e o n id a : V e s la a y .
P o l in id e s : ¿ Q u ié r e s m e p o r tu e s p o s o y m a r i d o ?
L e o n id a : S í , q u ie r o .
P o l in id e s : ¿ R e s c íb e s m e p o r t a l?
L e o n id a : S í , r e s c ib o .
P o l in id e s : Y o a ti d e la m e s m a m a n e r a .
L e o n id a : P u e s y a q u e e s h e c h o lo q u e t a n t o d e s s e a v a s , m u c h o te
ru e g o q u e lo g u a r d e s c o n e l s e c r e t o q u e d e ti s e e s p e r a y n o lo
d e s c u b ra s h a s ta e l d e v id o tie m p o (p á g . 9 2 ) .
190
Ésta era una posible solución al conflicto trágico de La Celestina,
solución que rechaza Erasmo en su Colloquium Proci et Puellae, tradu
cido al castellano antes de 1528 y que, como dice Pedro M. Cátedra,
Juan Sedeño también tiene en cuenta. A diferencia de Leonida, la
Maria del Colloquium P roci et Puellae dice:
82 Cit. por P. M. Cátedra en la introd. a su ed. de los Coloquios de amor, págs. 43-44.
191
defendido su partido: ccssan de hablar, y dexan por juezes, y tes
tigos a los que están presentes en el combitc para que digan, y
juzguen quién tiene mejor causa y mayor razón (fol. 132r).
192
c le proposizioni si fanno in ciascuna scienzia, in ciascuna scien-
zia ancora si posson fare le dimanóle; laonde io raccolgo che si
posson fare i dialoghi nell’aritmetica, nella geometría, nella mu-
sica, e nell’ jistronomia, e nella morale, e nella naturale, e nella
divina Filosofía, e in tutte l’arti, en in tutte le scienze si posson far
le richieste, e conseguentemente i dialoghi83.
como sean las cosas naturales varias y diversas, una sola manera
ay dellas, que se pueda poner en preguntas y demanda dudando:
que es de aquéllas que ni son muy fáciles y manifiestas de sí a to
dos ni tan difíciles y obscuras, que en ninguna manera se puedan
entender (fol. 2r).
193
company; and unites the two greatcst and purcst pleasurcs of
human life, study and society84.
84 Dialogues Conceming Natural Religión, 1779; reed. Londres, W. Blackwood ed., 1907,
págs. 2-3.
194
de madurez son dos comentarios bíblicos no dialogados, la Declara
ción fam iliar, breve y compendiosa de dos epístolas de San Pablo y las
Ciento y diez consideraciones divinas. Es decir, Juan de Valdés sólo utili
za el diálogo en la primera etapa de su pensamiento religioso. Cuan
do se adentra decididamente en la «doctrina de la justificación», no
escribe diálogos, sino tratados. Miguel Servet, probablemente el he
reje más audaz y original de todo el siglo xvi español, también alter
na el diálogo y el tratado. Primero edita un tratado, De Trinitatis
erroribus (1532). Después vuelve a escribir en diálogos sobre la mis
ma materia: los Dialogorum de Trinitate libri dúo (1532) y los diálogos
que incluye en la segunda parte de su Christianismi restitutio (1533).
Todas estas obras fueron prohibidas por la Inquisición: tan antitri
nitario se muestra Servet cuando escribe diálogos como cuando es
cribe tratados.
Casi todos los diálogos incluidos en los índices lo fueron por
motivos religiosos. La principal preocupación de los inquisidores,
como se puede observar leyendo el preámbulo al Indice de Quiroga
(1583), es la de preservar la pureza de la fe, con independencia de
que las obras religiosas estén escritas en forma de diálogo o de trata
do. Así, y, además de los coloquios de Erasmo, el índice de 1559
incluye, tanto en latín como en romance, varias obras de Erasmo
escritas en forma expositiva: el M oriae encomium, el Modus Orandi, la
Exomologesis, el Enchiridion o la U ngua 8S*. Además de la Suma de doc
trina christiana , el índice de 1559 incluye también otras obras de
Constantino Ponce de la Fuente escritas en forma expositiva: la
Confesión de un pecador penitente, y la Exposición del prim er psalmo de Da
vid cuyo principio es Beatus vir86. En este mismo sentido, recordemos
que uno de los más famosos procesos inquisitoriales del siglo xvi es
el que se emprende contra los Comentarios sobre el catechismo christiano
de fray Bartolomé Carranza, un catecismo escrito en forma no dia
logada87. Por lo tanto, insisto en que no hay una asociación entre la
heterodoxia religiosa y el diálogo.
Algo similar hay que advertir con respecto a los diálogos de
tema científico: que un autor escriba un diálogo científico no signi-
85 Apud. H. Reusch, pág. 200. En el Indice de Quiroga se prohíben todas las obras de
Erasmo en romance (ibid., pág. 434).
8<’ «Constantino, las obras siguientes: Suma de doctrina Christiana. Diálogo de doctrina
christiana entre el maestro y el discípulo. Confessidn de un peccador delante de Jesu Christo,
del mismo Constantino o sin autor. Catechismo christiano del mismo. Exposición sobre el
primer psalmo de David, Beatus vir«, apud H. Reusch, pág. 232. Quiroga es más lacónico en
su prohibición: «Constantino doctor de Sevilla, todas sus obras», (ibid., pág. 434).
87 El catecismo de Carranza sería prohibido en el Índice de Valdés y en el de Quiroga.
Vid. H. Reusch, págs. 233, 433 y 444. Sobre el proceso inquisitorial de Carranza, vid. M. Ba-
taillon, E rasmoy España, págs. 516-522 y 710-713.
195
Pica que tenga una mentalidad más racionalista o empírica que si es
cribe un tratado. Resultan curiosos los intentos que hace Jacqueline
Savoye para descubrir en los diálogos de astronomía de Pedro de
Mercado, de Pedro de Mejía y de Diego Sánchez una nueva visión
del mundo, cuando estos autores se limitan a divulgar los supuestos
tradicionales del sistema de Ptolomeo88. Es Miguel Servet el autor
de diálogos del siglo xvi español que hace el descubrimiento cientí
fico más importante, el de la circulación pulmonar de la sangre, y,
sin embargo, lo incluye en la primera parte de su C hristianism i resti
tu í^ escrita en forma de tratado, no de diálogo. Hay otros autores
de diálogos, como Pedro Sánchez Ciruelo, Bernardino Montaña de
Monserrate o Juan Pérez de Moya que son dignos representantes,
respectivamente, de la cosmografía, de la anatomía y de las matemá
ticas del Renacimiento. Sin embargo, escriben sus diálogos como
apéndices a los tratados donde exponían sus teorías científicas pro
piamente dichas. Para ellos, el diálogo es un instrumento de expre
sión que utilizan con propósitos divulgativos y apologéticos, no una
manera de investigar la verdad o de entender el mundo.
No podemos identificar el diálogo con una manera de entender
el mundo, como si el diálogo fuera necesariamente un diálogo filo
sófico. Hemos visto que el diálogo filosófico de Platón no influye
de manera decisiva en el diálogo del siglo x vi, que es, sobre todo,
un instrumento didáctico, mientras que la manera filosófica y cientí
fica por excelencia es el tratado. Por ejemplo, aunque Luis Vives es
cribe varios diálogos sobre temas religiosos, morales, políticos o pe-
dagógicos, prefiere ecribir en forma de tratado sus obras filosóficas
más importantes: De disciplinis, Inpseudodialecticos, D e anima et vita. Lo
mismo podemos decir de otro de los filósofos españoles más impor
tantes del siglo xvi, Sebastián Fox Morcillo, que escribe dos diálogos
de tema literario, D e im itatione y D e H istoriae institutione, y un diálo
go moral, De iuventute\ pero que no escribe en forma de diálogo sus
obras propiamente filosóficas: De naturae philosophia seu d e P latonis et
A ristotelis consensione, De ratione studiiphilosophici\ D e dem onstratione, D e
usu et exerátatione D ialecticae y sus comentarios sobre varias obras fi
losóficas de Platón y de Aristóteles.
¿Significa eso que no hay diálogos filosóficos o diálogos científi
cos importantes? Desde luego que no. Pensemos en el D iálogo sobre
88 Les Dialogues tspagnols, vol. I, págs. 140-179. Sin embargo, cfr. J. Vernet, A slrologiay a s
tronomía en t i Renacimiento: La revolución copemicana, Barcelona, Ariel, 1974; José M.» López Pi-
ñero, Ciencia y técnica en la sociedad española de ¡os siglos X VIy X VII, Barcelona, Labor, 1979,
págs. 178-196, y, desde un punto de vista más general, Stephen F. Masón, H istoria de las cien
cias, 2. La revolución ríentifica de los siglos X V I y X VII, trad. de C. Solís, Madrid, Alianza, 1985,
págs. 7-21.
196
los dos máximos sistemas d el mundo, el ptolemaicoy el copemicano y los Dos
nuevas ciencias de Galileo Galilei, que presentan las bases de un nuevo
método científico, o en los diálogos filosóficos de David Hume,
Diálogos sobre la religión natural, y de G. W. Leibniz, Nuevos ensayos so
bre el entendimiento humano. Lo que no debemos aceptar es que el diá
logo, como form a literaria, esté ligado a la filosofía o a una filosofía
determinada. El diálogo no es de manera necesaria la expresión
conflictiva de la realidad, porque no hay una asociación a priori en
tre la forma y el contenido del diálogo.
Ello no significa tampoco que el estudio del diálogo no sea per
tinente para investigar el Renacimiento. El diálogo español del siglo
x v i refleja la estructura ideológica y social de lo que llamamos Re
nacimiento como cualquier otra obra de la época, con independen
cia de que esté o no esté escrita «a manera de diálogo». Por ejemplo,
las M edidas d el Romano de Sagredo sienta las bases de la teoría arqui
tectónica renacentista en España89. El Tratado de Re Militari de Sala-
zar, traducido de Machiavello, expone las consecuencias estratégicas
que se derivan del predominio de la infantería regular en el ejército,
innovación específica de la época renacentista. Los diálogos de Luis
Collado y Nicolás Espinel de Alvarado tratan sobre la artillería y las
armas de fuego, otra aportación técnica decisiva para la teoría y la
práctica bélica. La artillería, por otra parte, modificó absolutamente
el sistema medieval de fortificación, como se desprende de la lectura
del diálogo del comendador Escrivá90. Por poner otros dos ejem
plos distintos, esta vez sobre las innovaciones de la medicina rena
centista: el Dialogus de re medica de Pedro Jimeno es una defensa del
método anatómico experimental de Vesalio91 y el Dialogus veros me-
dicinae fontes indicaos de Lorenzo Cózar es un producto típico de la
revalorización renacentista de Paracelso en contra del galenismo
arabizado de origen bajomedieval92.
89 Vid. M. Menéndez Pelayo, Historia de la ideas estéticas, vol. I, págs. 842-845 y, desde un
punto de vista más general, E. Panofsky, Renacimiento y renacimientos en el arte occidental, págs.
57-67, y El significado de las artes visuales (1955), trad. de N. Ancochea, 3.» ed., Madrid, Alian
za, 1983, págs. 77-131.
90 Vid. J. A. Nlaravall, «El régimen de estado moderno y el sistema de fortificación mili
tar», Revista de Estudios Políticos, XVIII (1947), págs. 23-64 y, del mismo autor, Estado moderno
y mentalidad soda!, vol. 11, págs. 511-587.
91 Dialogus de re medica, Valencia, J. Mey, 1549. Sólo he podido leer el fragmento que in
cluyen J. M.» López Piñero y L. García Ballester en su Antología de la escueta anatómica valencia
na, Valencia, 1962, págs. 49-58. Por otra parte, vid. las observaciones de J. M.» López Piñero,
en Ciencia y técnica, págs. 308-325.
92 Vid. la introd. de J. M.» López Piñero a su ed. del Dialogus (1589) de Lorenzo Cózar,
en El «Dialogus» (1589) del paracelsista Llorenf Cofary la cátedra de medicamentos químicos de la
Universidad de Valencia, Valencia, 1977, y, del mismo autor, Ciencia y técnica, págs. 339-370.
También es importante para la historia de la medicina y de la filosofía española la Nuevafiloso-
197
Ahora bien, de esta coincidencia natural entre el Renacimiento
y los temas del diálogo no es lícito extraer una asociación, sustancial
entre el Renacimiento, el racionalismo y la forma literaria del diálo
go. Además, la identificación del Renacimiento español con el ra
cionalismo está lejos de ser un hecho unánimemente admitido. Por
ejemplo, Enrique Tierno Galván observa, en un estudio relativa
mente reciente, que el criterio personal y las observaciones experi
mentales no llegan a consolidarse, en el siglo x vi español, como un
método científico válido frente a la auctoritas de los clásicos:
198
dagogía está en la base del diálogo. Pensemos en los coloquios esco
lares de Vives, de Maldonado o de Cervantes de Salazar, concebidos
como libros de texto para enseñar latín. Recordemos también los
manuales de examen de distinto carácter; militares, como los diálo
gos para artilleros de Luis Collado o de Nicolás Espinel de Alvara-
do; lingüísticos, como las gramáticas en forma de preguntas y res
puestas al modo del ars minor de Donato; religiosos, como los cate
cismos o los manuales de confesión del beato Juan de Ávila y de V i
nagrada. En otro sentido, el impulso pedagógico que alienta en los
diálogos se manifiesta en la formación de diversos paradigmas idea
les de conducta escritos a imitación de Cicerón y Castiglione, como
hemos visto en el capítulo anterior.
Todas las precauciones son pocas para establecer con cierta ob
jetividad los posibles lazos de unión entre el Renacimiento y el diá
logo. El problema de fondo es que los rasgos que habitualmente se
atribuyen al Renacimiento, basados en la caracterización que Jacob
Burckhardt hizo del Renacimiento italiano, son muy poco precisos
y bastante discutibles, sobre todo si los aplicamos al Renacimiento
español, como dice Francisco Rico:
9S «Temas y problemas del Renacimiento español», H.C.L.&, vol. II, págs. 2-3. Cfr. J.
Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia (1860), trad. dej. Ardal y J. Bofill, Barcelona,
Iberia, 1979. Para una visión del Renacimiento español, vid. A. Castro, El pensamiento de Cer
vantes (1925); Aubrey F. G. Bell, El Renaámiento español (1930), trad. de E. Juliá Martínez, Za-
199
En efecto, el diálogo del siglo x vi es, en gran parte, un resulta
do del «resurgir de la Antigüedad» característico del Renacimiento,
como hemos visto en el capítulo anterior. Por el contrario, acaba
mos de ver que el diálogo no implica necesariamente una filosofía
determinada, «racionalista o empírica», por algunos atribuida al Re
nacimiento español. Por otra parte, el diálogo didáctico español del
siglo x v i es profundamente religioso, en absoluto ateo o pagano;
rasgo este último que, a principios del siglo xx, se ha atribuido al
Renacimiento y que con posterioridad ha sido negado categórica
mente96.
Ahora bien, como hemos visto que hay una estrecha unión en
tre la pedagogía y el diálogo del siglo xvi, parecería lógico reformu
lar las relaciones entre el diálogo y el Renacimiento en función de
este último factor, en función de la pedagogía. En el Renacimiento,
el progresivo predominio de la imprenta implica un renovado inte
rés de los escritores por las consecuencias morales y didácticas de
sus obras. Recordemos la serie de condenas moralistas que pesan
sobre los libros de caballería o el recelo que los erasmistas españoles
sienten ante la literatura de ficción, inmoral y peligrosa según ellos.
Claro que la preocupación por los fines didácticos de una obra lite
raria no es exclusiva del Renacimiento, ni mucho menos. Para evi
tar esta imprecisión, sería preferible relacionar el diálogo didáctico y
el movimiento pedagógico más característico del Renacimiento: el
Humanismo.
El Humanismo, orientado hacia la sabiduría práctica, muchas
veces en detrimento del saber teórico, «se propuso restaurar
— como dice Francisco Rico— el ideal educativo de la Antigüedad,
oriéntandose, como la vieja paideia, a dar al hombre un cierto tipo
de «cultura general» a través de los studia humanitatis, es decir, fun
damentalmente, a través de las artes del lenguaje, adquiridas me
diante la lectura, el comentario exhaustivo y la imitación de los
ragoza, Ebro, 1944; Federico de Onís, «El concepto de Renacimiento aplicado a la literatura
española», Ensayos sobre e l sentido de la cultura española, Madrid, Publics. de la Residencia de Es
tudiantes, 1932; R. García Villoslada, «Humanismo y Renacimiento» (1951), en Historia gene
ra! de las literatras hispánicas, vol. II, págs. 319-437; M. Batllori, «El pensamiento renacentista
en España y Portugal», (1964), Humanismoy Renacimiento, págs. 1-72; A. A. Parker, «Una edad
de oro: dimensión del humanismo en España», en La época del Renacimiento ( 1967), págs.
235-249; J. A. Maravall, «La época del Renacimiento», en Historia Universal de la medicina, ed.
de P. Laín Entralgo, vol. IV, Barcelona, Salvat, 1975, págs. 1-19; J. B. Avalle-Arce, «Aproxi
mación al Renacimiento literario español», Dintorno de una época dorada (1978), págs. 1-57.
96 Vid. Lucien Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabe/ais
(1942), trad. de J. Almoine, Méjico, Uteha, 1959. En particular, para el caso español, vid. O.
H. Green, «Contestación al abogado del diablo», España y la tradición occidental, vol. III, págs.
203-262.
200
grandes autores grecolatinos, sobre todo de los poetas, historiado
res y moralistas»97. Por lo tanto, el Humanismo es también un mo
vimiento pedagógico estrechamente asociado a la filología y cuya fi
gura más representativa es el profesor de las artes del trivium, ocupa
ción que desempeñan algunos de los autores de diálogos españoles
del siglo x vi como Juan de Guzmán, Juan Costa, Cristóbal de Villa-
lón, Juan Maldonado, Francisco Decio o Juan Lorenzo Palmireno.
El Humanismo es un movimiento pedagógico estrechamente
asociado a la «vida civil», a la vida del hombre en sociedad. Frente a
la especialización técnica de la escolástica, fundamentalmente dirigi
da a los especialistas en cada disciplina, los humanistas manifiestan
un gran interés por la divulgación de conocimientos y por su aplica
ción a la vida práctica. En este punto, se produce una convergencia
natural entre el Humanismo y el diálogo, que es una manera ade
cuada, «agradable y provechosa», de divulgar conocimientos. Si el
Humanismo está encaminado hacia la «cultura general» entre la es
cuela elemental y la especialización universitaria, el diálogo didácti
co se asemeja a lo que hoy entendemos por «ensayo»: está situado
entre la literatura de ficción y el tractatus científico. Entiéndase bien
que no pretendo identificar de manera absoluta el diálogo didáctico
y el Humanismo. La condición social y profesional de los escritores
de diálogos, formados o no en las aulas de los humanistas, es muy
diversa: teólogos, frailes predicadores, médicos, juristas, cosmógra
fos o soldados. Todos ellos, sin embargo, comparten con el Huma
nismo su afán pedagógico y su interés divulgativo.
En todo caso, lo verdaderamente significativo, desde un punto de
vista formal, es que hay una analogía sintomática entre el diálogo y
otros géneros didácticos preferidos por los humanistas, como las
cartas, las misceláneas, el ensayo o la oratio. Todas estas formas lite
rarias son formas personalizadas de la enseñanza, determinadas por
una estrecha fusión entre la didáctica y el individuo. Junto al diálo
go, la carta es la forma más difundida de la prosa literaria humanis
ta. Ambas formas están basadas en el estilo coloquial, en la relación
personal, y en ambas Cicerón fue el dechado supremo para muchos
humanistas. Poliziano afirma:
97 «Temas y problemas del Renacimiento español», pág. 10. Vid. G. Toffanim, Che cosafu
l ’umanesimo, Florencia, Sansoni, 1929 y, del mismo autor, Historia dtl Humanismo desde el
S. X III basta nuestros dias (1933), trad. de L. B. Carpinteo y Luis M. de Cádiz, Buenos Aires, Ed.
Nova , 1953; P. O. Kristeller, «Los antecedentes medievales del Humanismo renacentista»,
Ocho filósofos del Renacimiento italiano (1964), trad. de M. Martínez Peñaloza, Méjico, F.C.E.,
1970, págs. 191-212; J. Pérez, «Humanismo y escolástica, C.H¡, 334 (1978), págs. 28-39; E.
Garin, «Los humanistas y la ciencia», La revolución cultural de! Renacimiento, antología y trad. de
D. Bergadá, Barcelona, Crítica, 1981, págs. 245-270.
201
Epístola vclut pars altera dialogi...maiorc quadam concinnationc
epístola indiget quam dialogus...imitatur cnim hic extempo rali-
ter loquentcm... at epístola scribitur'**.
9Í Cir. por E. Garin, «La prosa latina del siglo xv», Medioevoy Renacimiento, pág. 87, n. 6.
99 Gt. por P. Salinas, «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar», El
defensor, Madrid, Alianza, 1954, pág. 29. Sobre las cartas españolas del siglo xvi, vid. D. Yn-
duráin, «Las cartas en prosa en el Renacimiento», en Academia Literaria Renacentista, IV, Sala
manca, Univ. de Salamanca, 1987, págs. 73-99. Hay que advertir que uno de los n u m er o so s
manuales epistolares del siglo xvt, el Manual de escribientes de Antonio de Torquemada, está es
crito en forma de diálogo. Vid. Jacques Lafaye, «Del secretario al formulario. Decadencia del
ideal humanista en España (1550 a 1630)», en Homenaje a Ana M.‘ Barrenechea, págs. 247-261.
100 En Opera Omnia, vol. II, pág. 267.
202
gus eos ¡mitetur, qui súbito loquuntur, espistola vero scribatur,
ac muncris loco mittatur101.
203
la severidad científica del tractatus está subordinada al individuo y
hay una personalización del conocimiento con evidente propósito
divulgativo. Lo mismo podríamos decir de las relaciones entre el
diálogo y el ensayo, otro género didáctico caracterizado por la per
sonalización del conocimiento. Resulta curioso que Montaigne, el
padre del ensayo moderno, escriba que prefiere perder la vista antes
que el oído y, en consecuencia, dejar de escribir antes que dejar de
hablan
204
ten básicamente en un discurso ininterrumpido del interlocutor
principal, como sucede en el Gonsalus de Juan Ginés de Sepúlveda y
en el De Iuventute de Sebastián Fox Morcillo, escritos ambos a imita
ción de Cicerón. Tanto la forma de estos diálogos como la de la ora-
tío es la de un discurso construido según las reglas de la elocuencia
para exhortar a un interlocutor, explícito en el texto del diálogo e
implícito en el de la oratío. Por ejemplo, comparemos el final del De
Iuventute de Sebastián Fox Morcillo con el final del De Honore, oratío
escrita también por el mismo autor. En De Iuventute, dice el interlo
cutor principal, el propio Sebastián Fox Morcillo:
205
de interés general para provocar una reacción inmediata en el áni
mo del lector o del interlocutor. A diferencia del tractatus escolásti
co, centrado en questiones minúsculas y desarrolladas por razona
mientos lógicos en una jerga sólo inteligible para los iniciados, los
humanistas prefieren utilizar formas literarias que incidan de mane
ra directa en el ánimo del lector. Los humanistas manifiestan un
gran interés por la pedagogía, por la divulgación de conocimientos
y por su aplicación a la vida práctica, en detrimento del saber teóri
co o especulativo. Aunque el diálogo, la epístola, la miscelánea, el
ensayo y la oratio son formas literarias distintas, todas están caracte
rizadas por la fusión del proceso didáctico y de la primera persona
gramatical, que es la persona gramatical característica del Humanis
mo y del Renacimiento, como dice A. Buck:
In dialogue, the humanists found the most flexible form for dis-
cussing issues of all sorts. In their view, dialogue could bring to
life and dramatize with persuasive effect the actual process of
exposition, analysis, and debate appropriate to the matters un-
der discussion109110.
109 «La literatura humanista en los países románicos», en Renacimiento y Barroco. L iteratura
Universal, pág. 81.
1,0 H. Gray, pág. 512.
206
como estilo conversacional, por cuanto que el concepto de conver
sación apunta hacia la función vinculante y comunicativa de la pala
bra en la sociedad»111. Recordemos otra vez el famoso párrafo del
Diálogo de la lengua donde Juan de Valdés identifica «hablan) y «escri
bir»:
207
el conjunto de los diálogos del siglo xvi español, mayoritariamcntc
escritos en castellano, prueba lo contrario. Por ejemplo, Cristóbal
de Villalón escribe en la primera versión de su prólogo al Scholástico:
208
servirnos para establecer una frontera natural entre los diálogos del
siglo x v y los del siglo xvi: en el siglo xv, se intenta latinizar el cas
tellano, aun a riesgo de forzar las estructuras lingüísticas romances,
como se observa también en los diálogos de la época. Por ejemplo,
en el Libro de vita beata de Juan de Lucena, Alonso de Cartagena le
dice al marqués de Santillana:
E s t a s i d e a s s o b r e la r e l a c i ó n e n t r e e l la t í n y e l c a s t e lla n o t i e n e n
u n r e f l e j o d i r e c t o e n e l e s t i lo d e a m b o s d i á lo g o s . F r e n t e a la n a t u r a
l i d a d d e la f o r m a l i t e r a r i a y d e l e s t i l o d e l Diálogo de la lengua, e l Libro
de vita beata e s tá e s c rito d e m a n e ra m u c h o m á s re tó ric a , c o n u n a
g r a n p r o f u s i ó n d e c a lc o s la t i n o s d e t o d o t ip o : s i n t á c t i c o s , lé x ic o s y
fo n é tic o s .
El Diálogo de la lengua y el Libro de vita beata p u e d e n s e r c o n s id e
r a d o s c o m o d o s c a s o s t í p i c o s , p a r a e je m p li f i c a r la s d if e r e n c ia s e s t i- 15
115 Juan de Lucena, págs. 111-112. E. Asensio comenta: «Lucena parece creer que es
una vuelta al arabismo o algarabía —así interpreto el vocablo alguarismo— la hache inicial que
disfraza el origen latino de las palabras como hecho, hago trazadas en letrones decorativos al
principio de párrafos» («Juan de Valdés contra Delicado. Fondo de una polémica», en Studia
Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso por sus amigos y discípulos con ocasión de su 60.a ani
versario, Madrid, Gredos, 1960, vol. 1, pág. 105). Sobre las ideas lingüísticas del Libro de vida
beata, vid. M. Morreale, «El tratado de Juan de Lucena sobre la felicidad», N.R.F.H-, IX
(1955), págs. 1-21.
209
lísticas que separan a los diálogos del siglo x v i de los del siglo x v;
aunque, por supuesto, ello no significa que todos los diálogos del si
glo x vi o todos los de otro siglo cualquiera sean estilísticamente ho
mogéneos. Por ejemplo, en lo que se refiere a los diálogos del si
glo x vi, D e los nombres de C risto va más allá que el D iálogo d e la lengua,
ya que fray Luis intenta explotar las posibilidades artísticas del cas
tellano y convertirlo en una lengua clásica. En primer lugar, como
dice Cristóbal Cuevas, intenta adaptar los tres tipos de estilo que ha
bían postulado Comificio y Quintiliano: sublim is, m ediocris y ten u isUb.
En segundo lugar, adapta una serie de cultismos y latinismos; pero
no de manera llamativa, como había hecho la generación de Juan de
Mena, sino utilizando los recursos semánticos y sintácticos del cas
tellano. Como Garcilaso, fray Luis crea cultismos semánticos aso
ciando el significado latino a palabras de uso corriente en castella
no. Así, utiliza leño en el sentido de «nave», a p lica r en el sentido de
«dirigir», perdonar en el sentido de «ahorrar», d ecir en el sentido de
«cantan» o de «celebran»... Es decir, no fuerza las estructuras lingüís
ticas del castellano para adaptarlas a las del latín, sino que respeta la
naturaleza específica del castellano116117. En tercer lugar, fray Luis in
tenta introducir en el castellano la num erosa oratio o «prosa métrica»,
como confiesa en la dedicatoria al libro tercero del D e los nom bres de
C risto:
116 Vid. C. Cuevas, introd. a su ed. del De los nombres de Cristo, pág. 63 y H. Dill Goode,
La prosa retórica defra y Luis de León en «Los nombres de Cristo», Madrid, Gredos, 1969, págs. 39.
1,7 Vid. R. Lapesa, Historia de la lengua española, págs. 323-324 y, del mismo autor, «El
cultismo semántico en la poesía de Garcilaso», en Homenaje a Margo! Arce. Revista de Estudios
Hispánicos II (1972), págs. 36-46; «El cultismo en la poesía de fray Luis de León», en Premari
nismo epregongorismo, Roma, Accad. Naz. dei Lincei, 1973, págs. 219-240.
210
Fray Luis va más allá que Juan de Valdés y, sin embargo, sigue
respetando el criterio de la naturalidad y del uso lingüístico. La len
gua castellana se hace clásica, sin perder su tono familiar. Como se
ñala Cristóbal Cuevas"8, la claridad y el orden alejan a la prosa de
fray Luis de la exageración guevarista, sin sumirla en el manierismo
de la prosa de Malón de Chaide. Por su parte, Helen Dill Goode,
como conclusión a su estudio sobre el estilo de Los nombres de Cristo,
escribe:
os digo que ninguna voz y nombre tomado de entre las más co
municadas gentes y más familiares entre sí, podréis con razón
vos no llamarle bárbaro; pues, como sabéis, no solamente de los
griegos, que de estos tenían por suma virtud hurtarles cuanto
podían, pero aun de los mismos que ellos llamaban bárbaros, pa
saban en la común lengua romana muchos términos nuevos,
bien que con mucha sazón y prudencia, como veis que de pocos
años acá se han también españolado en Castilla muchas voces
italianas, francesas y flamencas, que están ya adoptadas por na-
211
turales y propias nuestras, aprobándolas el uso, maestro y señor
que es del hablar (pág. 236).
121 Individuo e sonda nel medioevo. Barí, Laterza, 1974. Vid. E. Cassirer, Individuo y cosmos en
la filosofía del Renacimiento (1927), trad. de A. Bixio, Buenos Aires, Emecé, 1951.
212
dad que, hasta cierto punto, es característica del Renacimiento, ya
que se reivindica la vida en naturaleza (el beatas ¡lie y el ideal pasto
ril) y, sin embargo, no se puede renunciar al escenario urbano, que
está presente en los diálogos como imagen de la vida social opuesta
al secretara iter horaciano. Por ejemplo, en el Diálogo de las guerras de
Orón de Baltasar de Morales, Guzmán vive retirado en su villa de
recreo, en contacto con la naturaleza. Sin embargo, echa de menos
la conversación y tiene que acudir a la ciudad a buscarla:
213
de Luisa Sigea, en los D iálogos de la differencia que ay de la vida rústica a
la noble de Pedro de Navarra, en los Coloquios satíricos de Torquema-
da y, en general, en todos los diálogos en los que está presente el
mito pastoril.
En principio, los diálogos que representan la vida social serían
aquellos diálogos en los que dos o más interlocutores con nombre
propio conversan entre sí, en los diálogos donde hay un intercam
bio social del pensamiento. Por el contrario, los diálogos de vita soli
taria serían aquéllos en los que no aparecen individuos como dialo
gantes, sino abstracciones mentales, en la línea de los soliloquios de
San Agustín, donde discuten el autor y la Razón, del Colloquio d elp e
ca d ory d el C rucifixo de San Buenaventura o de la Consolación de la F i
losofía de Boecio, donde discuten el autor y la Filosofía. Pensemos,
por ejemplo, en el Diálogo de la pena y gloria perpetu a de Pedro Mejía
de Toledo, donde discuten el espíritu y el alma, o en La últim a bata
lla de Jerónimo de los Ríos Torquemada, donde discuten la Tenta
ción, la Prudencia y la Fe.
Como estos «soliloquios dialogados» son una minoría, podría
mos deducir, en general, que el auge del diálogo en España durante
el siglo x vi es una consecuencia del predominio de la vida social.
Sin embargo, sería una deducción apresurada: que el conocimiento
válido es el conocimiento compartido es una creencia implícita en la
estructura profunda de cualquier diálogo, ya que, en general, el diálo
go es una exaltación de la vida civil. Ahora bien, no se trata de estu
diar el diálogo como esquema semiótico o filosófico, sino como una
form a literaria con una manifestación histórica concreta. Por lo tan
to, hay que examinar si las coincidencias entre el Renacimiento y la
estructura profunda del diálogo se reflejan en la form a literaria del diá
logo didáctico escrito en prosa durante el siglo xvi: no podemos
aceptar, desde una actitud «contenidista» simple, que se produzca
un «reflejo» inmediato entre las condiciones ideológicas de un pe
riodo histórico determinado y un género literario concreto. La tra
ducción desde la estructura de una época a la form a de una obra lite
raria se realiza a través de una serie de «desajustes formales».
Desde un punto de vista formal y no puramente estructural, los
diálogos renacentistas serían aquellos diálogos en los que el conoci
miento se presenta efectivamente como un diálogo compartido en
el que colaboran de manera solidaria varias personas que no están
enteramente subordinadas a sus papeles de discípulo o de maestro.
Formalmente, la aparición del diálogo renacentista está condiciona
da por la aparición del interlocutor en tanto que individuo y no
como discípulo o maestro y como el defensor o el contradictor de
una tesis, en el caso de la disputatio. Estas dos últimas variedades
214
formajes del diálogo son características de la Edad Media, donde,
como escribe E. Tierno Galván:
215
les del siglo xvi es la de exponer conclusiones y la de divulgar un
conocimiento recibido de antemano. El diálogo que predomina en
el Renacimiento español es un instrumento dogmático y no es posi
ble, por tanto, establecer una ecuación global entre el Renacimiento
y el diálogo apoyada en una determinada «cosmovisión ideológica»,
fundamentalmente racionalista o empírica.
Tampoco se puede establecer una oposición tajante entre el diá
logo renacentista y el diálogo medieval, ya que, en el diálogo espa
ñol del siglo xvi, hay una tradición dialogada de origen medieval
muy importante. Pensemos en aquellos diálogos donde se enfrentan
dos principios alegóricos opuestos, al modo medieval, como los
Diálogos de Diego de Aguayo, La última batalla de Jerónimo de los
Ríos Torquemada o el libro segundo de los Diálogos de la Phantástica
Philosopbia de Francisco Miranda Villafañe. En otros casos, los diá
logos del siglo xvi continüan varios de los temas que se han consi
derado como específicos de los diálogos medievales, como el tema
de la comparación entre el cristianismo y el judaismo que retoma
Vives en su diálogo contra iudaeos incluido en el libro tercero de De
veritate fid ei ebristianae124. Por su parte, el Libro de la Verdad de Pedro
de Medina y los Diálogos de fray Francisco de Á vila son herederos
también de los diálogos medievales, esta vez a través del D e remediis
utriusquefortunae de Petrarca125.
A modo de resumen, hay que suscribir una afirmación hasta
cierto punto evidente, pero que hasta ahora ha sido desatendida: no
todos los diálogos son formalmente diálogos «renacentistas» por el
mero hecho de haber sido escritos o editados durante el siglo xvi.
Por lo tanto, hay que aceptar que no existe, de manera necesaria,
una identificación entre el diálogo y la «cosmovisión ideológica» del
Renacimiento tal y como se ha definido habitualmente o, en otros
términos, que no hay una identificación absoluta entre el diálogo
como form a literaria y la estructura ideológica e histórica que llama
mos Renacimiento.
216
Catálogo bibliográfico
217
g ó n , v o l X X V I I d e la Sociedad de Bibliófilos Españoles, M a d rid ,
1890.
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tranjero en que cuenta e l saco que los turcos hicieron en G ibraltary e l ven
cimiento y destruición que la armada de España hizo en la de los turcos.
Año 1540 ( 1 5 6 6 ) , e n Tres relaciones históricas, v o l . X I X d e la Colec
ción de Libros Españoles Raros o Curiosos, M a d r i d , G i n e s t e H n o s .,
1 8 9 9 , p ágs. 1 - 1 6 1 .
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ciano, Z a ra g o z a , J o r g e Cocí, 1 5 3 9 ( B .A .P . , 4 . ° H . 2 2 1 3 ) .
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lo n a , C la u d io B o r n a t, 1 5 6 1 ( B .N .M ., R / 1 8 8 5 3 ) .
16. C alvi , M a x im ilia n o , Tractado de la herm osuray d el amor, M i lá n , P . G o -
t a r d o P o n c io , 1 5 7 6 ( B .N .M ., R / 5 2 5 ) .
17. C amós, fr a y M a r c o A n t o n i o de, Microcosmia, y govierno universal del
hombre Christiano, para todos los estados y qualquiera de ellos, B a r c e lo
n a , P a b lo M a lo , 1 5 9 2 ( B .N .M ., R / 2 0 8 7 9 ) .
18. C atalán , B a lta s a r , Diálogos espirituales, V a le n c i a , 1 5 4 9 ( B ib lio t e c a
P ú b lic a d e C r a c o v ia ) .
19. C azalla , fr a y J u a n d e , Lumbre del alma ( 1 5 2 8 ) , e d . d e J . M a r t í n e z d e
B u ja n d a , M a d r id , F .U .E ., 1 9 7 4 .
20. C ervantes de S alazar , F r a n c is c o , Ad Exercitationem linguae latinae
Dialogi, M é jic o , 1 5 5 4 , ed . fa c s . y tra d . in g l. d e M i n n i e L e e B a -
Life in the Im perial and
r r e t t S h e p a r d , in tr o d . d e C . E . C a s ta ñ e d a .
Loyal City o f México in New Spain and the Roy a l and Pontifical Uni-
versity o f México, A u s t in , U n iv . o f T e x a s P r e s s , 1 9 5 3 . C o n t i e n e :
1 . —Saltus. 2.—Ludus spherae p er anulum ferreum . 3 . — Obeliscorum
seu lignearum pyramidularum ludus. 4.—Pilae palm ariae ludus. 5 —
Academia mexicana. 6 . —Civitas Mexicus interior. 7 . —M exicus ex
terior.
21. C e t i n a , G u t i e r r e d e , Diálogo entre la cabeza y la gorra, e d . d e J . H a z a
ñ a s , e n Obras de Gutierre de Cetina, S e v illa , P . D ía z , 1 8 9 5 , v o l . II,
p á g s. 1 6 3 - 2 0 7 .
22. Coloquio que se presupone haver passado entre e l Marqués don Andrés de Ca
brera y a difundo fundador d el Mayorazgo de Moya y Don Francisco Ca
brera y Bobadilla su Reviz/iieto,y D*Juana Pacheco que agora se ¡lama
de Cabrera y Bobadilla Condessa de Miranda su Viznieta ( B .A .H . ,
9 / 1 0 1 5 , fo ls . 8 2 r - l 1 4 r ) .
23. C ollado , L u is , Tratado quinto de la Plática Manual de A rtillería, M i
lá n , P. G o t a r d o P o n c io , 1 5 9 2 ( B .N .M ., R / 1 5 0 4 8 ) .
24. C ollazos, B a lta s a r d e , Colloquios, L is b o a , M anuel Ju an , 1568
(B .N .M ., R / 1 2 0 4 6 ) .
25. Consuelo de la vejez Aviso de bien vivir. Apercibimiento y menosprecio de la
muerte: p or vía de diálogo entre dos viejos, S a la m a n c a , J u a n d e J u n t a ,
1 5 4 4 (B .N .M ., R / 1 1 4 1 3 ) .
218
26. C osta, J u a n , El Ciudadano (...) tracta de cómo se ha de regir a s í mismo, su
casa y República. P a m p lo n a , T . P o rra lis , 1 5 7 5 . H ay d o s r e e d ic io
n e s m u y m o d ific a d a s d e e s ta o b ra : El regidor o Ciudadano, S ala
m a n c a , A n t o n i o d e L o re n $ a n a , 1 5 7 8 (B .N .M ., 4 / 2 8 7 9 3 ) , Co
mento d el ciudadano, Z a ra g o z a , J u a n d e A lta r a c h , 1 5 8 4 (B .N .M .,
R / 15 78).
2 7 . CÓZAR, L o r e n z o . Dialogas veros medicinaefontes indicans ( 1 5 8 9 ) , ed . d e J .
M .» L ó p e z P iñ e r o , El «Dialogas» (1589) del paracelsista Lloren^
Co^ary ¡a cátedra de medicamentos químicos de ¡a Universidad de Va
lencia, V a le n c ia , 1 9 7 7 .
28. Crotalón, ed . d e A n a V ia n H e r r e r o , Diálogo y forma narrativa en «El
Crotalón», Estudio literario, edición y notas, 3 v o ls . M a d rid , U n iv .
C o m p lu te n s e , 1 9 8 2 .
29. C ruzat, D ie g o , Diálogo sobre el comercio de Indias y extracción de la plata
de España en tiempos de Carlos V (B .N .M ., M s. 18 6 5 8 -14 ,
fo ls . 1 5 0 r - 1 7 2 r ) .
3 0 . C ueva , Pedro de la, Diálogo de la Rebelión de Túnez, Sevilla, Sebastián
T r u jillo , 1 5 5 0 . H ay o t r a ed . sin p ie d e im p re n ta , S. 1.: s .i., s.a
( B .A H ., 3 - 8 - 5 - 8 . 9 2 1 ) .
31. Decio, Francisco, Colloquium cui titulus Paedapechtia, [¿Valencia?]:
[ ¿ F ra n c is c o D ía z R o m a n o ? ], 1 5 3 6 (B .N .M ., R / 2 7 0 3 2 ) .
32. Despertador del alma, S e v illa , s .i., 1 5 4 4 (B .N .M ., R / 8 7 4 2 ) .
33. Diálogo entre Carontey el ánima de Pedro Luis Farnesio, ed . d e A d o lf o d e
C a s tr o , e n Curiosidades bibliográficas, v o l. X X X V I d e la B.A.E.,
M a d rid , A t la s , 1 9 5 0 , p á g s. 1 - 7 .
34. Diálogo entre (fillenia y Selanio sobre la vida del campo, ed . d e F. L ó p e z
E s tr a d a , « E s tu d io d e l Diálogo de (filleniay Selanio», R.F.E., L V I I
( 1 9 7 4 - 7 5 ) , págs. 1 8 5 - 1 9 4 .
35. Diálogo entre Lain Calvo y Ñuño Rasura,Jueces de Castilla (...) sobre el es
tado de la ciudad de Burgos que al presente tiene, y antiguamente tuvo,
1570, e d . d e R . F o u lc h é -D e lb o s c , « D iá lo g o e n tr e L a ín C a lv o y
Ñ u ñ o R a s u r a » , R.Hi, 3 3 - 3 4 ( 1 9 0 3 ) , págs. 1 6 0 - 1 8 3 .
36. Diálogo de la moneda ( B .N .M ., M s. 6 1 4 9 , fo ls. 9 0 v - 9 4 r ) .
37. Diálogo en el qual se refieren ¡as honras que se hicieron en Sevilla por la prin
cesa Nuestra Señora, S e v illa , A n d r é s d e B u rg o s , 1 5 4 5 (B .P .B .M .,
5 1 / 5 / 5 [2 9 ]).
38. Diálogo de las transformaciones, ed . d e M . M e n é n d e z P e la y o , e n Orígenes
de la novela, II, v o l. V I I d e la N.B.A.E., M a d rid , B a illy -B a illié re ,
1 9 0 7 , p á g s. 9 9 - 1 1 8 .
39. Diálogo de la vida del soberbio y la muerte suya (B .N .M ., M s. 4 2 4 7 ) .
40. Diálogo, interlocutores, Scipión Africano y Sócrates (B .M ., A d d . 9939,
fo ls . 9 r - 1 3 v ) l
41. Diálogos en que se muestra quánto convengan a su Magestady a sus Vassallos,
¡as reformaciones que se han propuesto convenir para el desempeño y aug
mento del Patrimonio de su Magestad, y de todos sus vassallos, y la facili-
219
dad para ponerlas en execución, S . 1.: s .i., s .a . [c 1 5 7 2 ? ] ( B .N .M .,
3/ 6 6 7 6 ).
42. Diálogos de la montería, e d . d e l d u q u e d e A lm a z á n , i n t r o d . d e f r a y J u
liá n Z a r c o C u e v a s , M a d r i d , 1 9 3 5 .
43. Diálogos d el origen, autores, e causas de las eregias de Francia, e d e la diver
sidad de sus héroes, e de las guerras, muertes, pestilencia, hambre e acotes
con que dios los ha visitado (B.M.L.E., b.IV.30).
4 4 . Díaz, F r a n c is c o , Compendio de Cbirurgia, M a d r i d , P e d r o C o s í n , 1 5 7 5
( F a lt o d e p o r ta d a . B .N .M ., R / 2 7 0 8 8 ) .
45. Díaz de L u c o , J u a n B e r n a l, Colloquium elegans, a cp la ñ ep iu m exactissi-
mam ab Episcopis, post obitum exigendam rationem, non minus gra viter
quam lepide repraesentans, P a r ís , G . B u s s o z e li, 1 5 4 2 ( B .N .M .,
R / 27 04 5).
46. D omingo de la A nunciación , fray, Doctrina Christiana breve y com
pendiosa p or vía de diálogo entre un maestro y un discípulo,, sacada en len
gua castellana y mexicana, Méjico, Pedro Ocharte, 1565 (B.N.P.
Rés. D. 11555 y B.M. C.53.C.60).
47. Escalante , Bernardino de, Diálogos d el arte militar, Sevilla, Andrea
P e s c io n i, 1 5 8 3 ( B .N .M ., R / 3 1 3 7 8 ) .
48. E scrivá , P e d r o L u is , Apología en escusatión y fa v o r de las fáb rica s que se
hacen p or designio d el Comendador Scribá en el Reyno de N ápolesy p rin
cipalmente de la d el castillo de San Telmo, ed. de E. Mariátegui, Ma
drid, Imprenta del Memorial de Ingenieros, 1878.
49. Espinel de A lvarado , N ic o lá s , Alvaradina, la qual contiene en s i mu
chos muy necesarios avisos de las cosas tocantes a l A rtillería... ( B .N .M .,
M s. 8 8 9 5 ) .
50. Espinosa, J u a n d e , Diálogo en laude de las mujeres ( 1 5 8 0 ) , e d . d e Á n g e l a
G o n z á le z S im ó n , M a d r id , C .S .I .C ., 1 9 4 6 .
51. F aria , J u a n d e , D ialogismo,y lacónico discurso: en defensa de las Reliquias
de San Cecilio, que se hallaron en la Iglesia maior, de la fu d a d de Gra
nada ( B .M .L .E ., d . I V . 2 1 ) .
52. Fernández de S antaella , R o d r ig o , Tratado de la inm ortalidad del
ánima, S e v illa , L . P o lo n o y J . C r o m b e r g e r , 1 5 0 3 ( B .U .S . 7 7 / 7 9
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53. F lórez, A n d r é s , Doctrina Christiana del Ermitaño y niño, V a l l a d o l i d ,
S e b a s tiá n M a r tín e z , 1 5 5 2 ( B .N .M ., R / 3 1 6 9 7 ) .
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L ib rill ¡ A m b e r e s , M a r tín N u c ió , 1 5 5 4 ( B .N .M ., R / 2 7 9 7 6 ) .
55. — De Regni Regisque institution libri tres, A m b e r e s , G . S p e lm a n n ,
1 5 5 6 ( B .N .M ., R / 2 8 3 4 0 ) .
56. — De Iuventute, B a s ile a , J . O p o r i n o , 1 5 5 6 ( B .N .M ., R / 2 8 1 1 8 ) . H a y
u n a tra d . d e U . G o n z á le z d e la c a lle , e n Sebastián Fox Morcillo. E s
tudio histérico-critico de sus doctrinas, M a d r id , 1 9 0 3 , p á g s . 3 1 5 - 3 5 9 .
57. — De Historiae institutione, Dialogas, P a r ís , M a r t í n J r . , 1 5 5 7 ( B .N . M .
U / 4 2 10 ).
220
58. F rancisco de O suna, fr a y , Norte de los estados en que se da regla de bivir
a ¡os mancebos y a los casados: y a los biudosy a todos los continentes y se
tratan muy por extenso los remedios del desastrado casamiento, enseñando
qué tal ha de ser la bida del christiano casado, S e v illa , B a r th o lo m é P é
re z , 1 5 3 1 ( B .N .M ., R / 1 7 8 9 ) .
59. F rías y B alboa , D a m a s io d e , Diálogos de diferentes materias ( B .N .M .,
M s. 1 1 7 2 ) . C o n tie n e : 1 . —Diálogo
de la discreción. 2 . —Diálogo de las
lenguas y de la discreción. 3 . —Diálogo en alabanco de Valladolid. 4 .—
Diálogo de amor. E l d iá lo g o 3 h a s id o e d ita d o p o r N . A lo n s o C o r
té s , e n Miscelánea vallisoletana, v o l. 1. 1 9 1 2 ; ree d . V a lla d o lid ,
1 9 5 9 , p á g s. 2 2 5 - 2 8 7 . L o s d iá lo g o s 1, 2 y 4 h a n s id o e d ita d o s p o r
F. R o d r íg u e z M a r ín , e n Diálogos de diferentes materias inéditos hasta
ahora, M a d rid , 1 9 2 9 . E l d iá lo g o 4 y a h a b ía sid o e d ita d o , d e m a
n e r a a n ó n im a , e n el s ig lo x v i p o r J u a n d e E n z in a s: Diálogo de
amor intitulado Dórida (...), B u rg o s , P h ilip p e d e J u n t a y J u a n B ap -
tis ta V a r e s i o , 1 5 9 3 .
60. Furió C eriol, F a d riq u e , Bononia, sive de libris sacris in vernaculam lin-
guam convertendis libri dúo, B a sile a , J . ( 'p o r in o , 1 5 5 6 ( B .N .M .,
U / 7 7 8 5 ).
61. G arcía de P alacio , D ie g o , Diálogos militares de la formación e informa
ción de Personas, Instrumentos, y cosas nescessarias para el buen uso de la
Guerra, M é jic o , P e d ro O c h a r t e , 1 5 8 3 , ed . fa c s ., M a d rid ,
E d s. C u ltu r a H is p á n ic a , 1 9 4 4 .
62. G iginta , M ig u e l, Tractado de remedios de pobres, C o im b ra , A n t o n i o d e
M a riz , 1 5 7 9 ( B .N .M ., R / 1 1 5 9 0 ) .
63. G onzález de M edina B arba , D ie g o , Examen de fortificación, M a d rid ,
L ic e n c ia d o V á r e z d e C a s tr o , 1 5 9 9 ( B .N .M ., R / 1 0 9 9 7 ) .
64. G uzmán, J u a n d e , Primera parte de la Retórica (...) dividida en catorce
convites de oradores, A lc a lá d e H e n a re s , J u a n e íñ ig u e z d e L e q u e r i-
c a , 1 5 8 9 ( B .N .M ., R / 1 4 5 4 ) .
65. Hermosilla, D ie g o d e , Diálogo de la vida de los pajes de palacio, e d . d e
D . M a c k e n z ie , V a lla d o lid , V d a . d e M o n te r o , 1 9 1 6 .
66. Horozco, Sebastián d e , et al., «(^iertos ecos a manera de coloquios
e n t r e $ ie r t a s p e r s o n a s y e l s o n id o d e su s v o z e s , q u e se d iz e e c o » ,
e n la Miscelánea ( B .N .M ., M s. 9 1 7 5 , fo ls . 1 2 2 r - 1 8 8 v ) d e S e b a s
tiá n d e F lo r o z c o . C o n tie n e : 1 . —Coloquio entre un cavallero llamado
Silveiro y el Eco, que le responde a su propósito agudamente (« n o tie n e
a u c to r » ) . 2 . —Síguese otro diálogo entre una dama llamada Rósela, que
es la de quien el diálogo de arriba haze mención, y su propio eco («e l li
c e n c ia d o H o ro z c o , a u c to r» ). 3 . — Síguese otro diálogo de una monja
descontenta y su eco, estando en unas bóvedas hondas donde resonava su voz
(« e l lic e n c ia d o H o ro z c o , a u to r» ), 4 . —Síguese otro coloquio entre la
misma monja descontenta y su eco, haziendo mención del pasado (« e l d o c
t o r P e d r o V á z q u e z , a u c to r» ). 5 . —Síguese otro coloquio entre un caba
llero y su eco ( « n o tie n e a u c to r» ). 6 . —Síguese otro diálogo entre un
221
fra ile contentoy su eco (« e l lic e n c i a d o H o r o z c o , a u c t o r » ) . 7 . —Síguese
otro coloquio de una dama llamada Lubina y su eco, en respuesta d el p r i
mero del cavallero Silveiro, de suso puesto (« e l d o c t o r P e d r o V á z q u e z ,
a u c to r » ) . 8 . — Síguese otro diálogo entre Diego López de Ayala, canóni
go y obrero de la sancta Yg/esia de Toledo, y su eco, estando en su heredad
y bosque (« e l d o c t o r P e d r o V á z q u e z , a u c to r » ) . L o s d i á lo g o s 1, 2 , 3
y 6 h a n s id o e d it a d o s p o r J . M .» A s e n s i o , e n e l Cancionero de Se
bastián de Horozfo, S e v illa , 1 9 7 4 . T o d o s h a n s id o e d i t a d o s p o r M .
G a u t h i e r ( s e u d ó n im o d e R . F o u lc h é D e lb o s c ) e n « D e q u e lq u e s
je u x d ’e s p r it , II: L es échos», R.Hi., X X X V (1915), p á g i
nas 5 6 -7 6 .
67. Hurtado de T oledo, L u is , Coloquio de la p ru eva de leales, en Cortes de
casto am or:y cortes de la muerte/ con algunas obras en metro y prosa, T o
le d o , J u a n F e r r e r , 1 5 5 7 , e d . fa c s . d e A . O r t e g a d e l Á l a m o , i n -
t r o d . d e A . R o d r íg u e z - M o ñ i n o , V a le n c i a , 1 9 6 4 .
68. J a r a v a , J u a n d e , Diálogo d el viejo y d el mancebo, que disputan d el amor.
Colloquio de la Moxca, y de la Hormiga, e d s . a c o n t i n u a c i ó n d e lo s
Problemas o preguntas problemáticas, ansí de amor como naturales y acer
ca d el vino (...) Y un diálogo de Luciano que se dize Menippo e l Bolador,
1 5 4 4 ; r e e d . A l c a lá d e H e n a r e s , J u a n d e B r o c a r , 1 5 4 6 ( B .N . M . ,
R / l 10 96).
69. J erónimo de L emos, fray, La Torre de David, moralizada p o r vía de Diá
logos para todo género de gentes, S a la m a n c a , A n d r e a d e P o r t o n a r i i s ,
1 5 6 7 ( B .N .M ., U / 1 1 0 8 0 ) .
70. J iménez A rias , D ie g o , Enchiridión o Manual de Doctrina Christiana,
1 5 5 2 ; r e e d . A m b e r e s , M a r t í n N u c ió , 1 5 5 4 ( B .N .M ., R / 7 9 1 7 ) .
71. J iménez de U rrea, J e r ó n i m o , Diálogo de la verdadera honrra militar,
que tracta cómo se ha de conformar la Honra con la conscientia, V e n e c ia ,
J u a n G r i f o , 1 5 6 6 ( B .N .M ., R / 4 8 7 7 ) .
72. J imeno, P e d r o , Dialogas de re medica ( 1 5 4 9 ) , e d . p a r c i a l d e J . M .» L ó
p e z P i ñ e r o y L . G a r c í a B a lle s te r , e n Antología de la escuela anatómi
ca valenciana, V a le n c i a , 1 9 6 2 .
73. J uan de los Á ngeles, f r a y , Diálogos de la conquista d el esp iritu a ly secre
to reino de Dios ( 1 5 9 5 ) , ed . d e A . G o n z á le z P a le n c ia , v o l. I, s e r i e
2 . a, d e la Biblioteca selecta de clásicos españoles, M a d r i d , 1 9 4 6 . V é a s e
ta m b ié n : Segunda parte de la Conquista d el Reyno d el Cielo, intitulada
Manual de la vida perfecta ( 1 6 0 0 ) , e d . d e J . S a la , e n Obras M ísticas
de fr a y fu a n de los Ángeles, v o l. X X d e la N.B.A.E., M a d r i d , 1 9 1 2 ,
p á g s. 1 5 5 - 2 7 2 .
74. J uan de A vila , b e a to , Doctrina christiana que se canta ( 1 5 5 4 ) , e d . d e
L . S a la y F . M a r t í n H e r n á n d e z , e n Obras Completas d el Santo M aes
tro Juan de Ávila, VI, v o l. C C C X X I V d e la B.A.C., M a d r i d ,
E d . C a tó lic a , 1 9 7 1 , p á g s . 4 5 4 - 4 8 1 .
75. — Dialogas inter confessarium et paenitentem, e d . d e L . S a l a y F . M a r t í n
H e rn á n d e z , e n Obras Completas del Santo Maestro Ju a n de Ávila,
222
VI, v o l . C C C X X I V d e la B.A.C., M a d rid , E d . C a tó lic a , 1 9 7 1 ,
págs. 4 0 4 - 4 3 9 .
76. J uan de la C ruz, fray, Diálogo sobre la necesidady obligacióny provecho de
la oración y divinos loores vocales, y de las obras virtuosas y santas cerimo-
nias, que usan los cristianos, mayormente los religiosos ( 1 5 5 5 ) , ed . d e
f r a y V i c e n t e B e ltr á n H e re d ia , e n Tratados espirituales, v o l.
C C X X I d e la B.A.C., M a d rid , E d . C a tó lic a , 1 9 6 2 , p ágs. 1 8 7 - 5 1 2 .
77. L edesma, D ie g o d e , Dottrina christiana (tra d . it.), Ñ a p ó le s , G . I. C a r li-
n o , 1 5 9 8 ( B .N .M ., M / 6 1 4 ) .
78. L ópez A lfonso, F e r n á n , Coloquios militares ( B .N .M ., M s. 5 7 2 5 ) .
7 9 . L ópez P inciano , A lo n s o , Philosophía antigua poética ( 1 5 9 6 ) , e d . d e
A . C a r b a llo , 3 v o ls ., M a d rid , C .S .I .C ., 1 9 7 3 .
80. L ópez de V illalobos, Francisco, Dos diálogos de medicina, eds. a con
Libro de los problemas ( 1 5 4 3 ) , ed . d e A d o lf o d e C a s
tin u a c ió n d e l
tro , E n Curiosidades bibliográficas, v o l. X X X V I d e la B.A.E., M a
d rid , A tla s , 1 9 5 0 , págs. 4 3 4 - 4 3 9 .
8 1 . — Diálogo de Villalobos y su criado, ed. de A . M. Fabié, en Algunas
obras de F. López de Villalobos, M a d rid , 1 8 8 6 , p á g s. 2 5 3 - 2 6 8 .
8 2 . — Diálogo entre el Marqués de Lombayy su eco, ed . d e A . M . F a b ié , e n
Algunas obras de F. López de Villalobos, M a d rid , 1 8 8 6 , p á
g in a s 1 5 7 - 1 6 2 .
83. L u is de G ran ad a , fray, Discurso del Misterio de la Encarnación del hijo
de Dios, p or vía de Diálogo entre S. Ambrosio y S. Agustín rezién conver
tido, e d . d e f r a y J u s t o C u e r v o , e n Obras de fra y Luis de Granada,
v o l. X I , M a d r i d , V d a . e H ijo s d e G ó m e z F u e n te n e b r o , 1 9 0 6 ,
págs. 1 6 1 - 1 9 6 .
8 4 . L u is de L eón, f r a y , De los nombres de Cristo ( 1 5 8 3 ) , ed . d e C . C u e v a s ,
2 .» e d ., M a d r i d , C á te d r a , 1 9 8 0 .
85. L ujan , P e d ro d e, Colloquios matrimoniales, [S e v illa ] , [ D o m in g o d e R o -
b e r tis ] , 1 5 5 0 ( B .N .M ., R / 3 3 1 6 ) .
86 . M a d a r ia g a , Pedro de, Libro subtilissimo intitulado honra de escrivanos,
V a le n c i a , J u a n d e M e y , 1 5 6 5 (B .N .M ., R / 3 7 8 2 ) .
87. M aldonado , J u a n , De motu Hispaniae, tra d . d e J o s é Q u e v e d o , ed . d e
El movimiento de España o sea Historia de la
V . F e rn á n d e z V a rg a s,
Revolución conocida con el nombre de las Comunidades de Castilla, M a
d rid , E d s. d el C e n tro , 1 9 7 5 .
88. — Eremitae, ed . a c o n tin u a c ió n d e la Linguae latinae exercitatio de J u a n
L u is V i v e s . [ ¿ B re d a , 1 5 3 8 ? ] (B .N .M ., R / 7 9 3 5 ) .
89. — Praxis sive de lectione Erasmi, Ludus chartarum, De sponsa cauta, en
Quaedam opuscula nunc primum in lucem edita, [B u rgos]: [Ju an d e
J u n t a ] , 1 5 4 1 ( B .N .M ., R / 5 4 4 7 ) .
90. — Ludus chartarum, Tridunus et alii quídam, Geniale iudicium sive Bac-
chanalia, e n Opuscula quaedam docta simul et eiegantia, B u rg o s, J u a n
d e J u n t a , 1 5 4 9 ( B .N .M ., R / 5 4 4 8 ) .
91. M aldonado de O ntiveros, A n t o n i o , Dos breves tractados (...) sobre
223
dos preguntas que se movieron a ia mesa dei muy ¡Ilustre señor don Theo-
dosio Duque de Bragada y de Bárrelos, Lisboa, Germán Galiardc,
1584 (Bib. Nac. de Río de Janeiro).
92. M a r t í n e z d e C a s t r i l l o , Francisco, Coloquio breve y compendioso, sobre
la materia de la dentadura y maravillosa obra de la boca, Valladolid,
Sebastián Martínez, 1557 (B.N.M., R/5434). Hay otra ed. de la
obra con distinto título, Traeiado breve y compendioso sobre la mara
villosa obra de la boca y dentadura, Madrid, Alonso Gómez, 1570
(B.N.M., R/12005).
93. M a r t í n e z d e R i p a l d a , Jerónimo, Catecismo de la Doctrina cristiana
(1591), ed. de J. M. Sánchez, en Doctrina Cristiana del P. Jerónimo
de Ripalda e intento bibliográjico de la misma (años 1591-1900),
Madrid, 1909.
94. M e d i n a , Pedro de, Libro de la Verdad (1554), ed. de A. González Pa
tencia, en Obras de Pedro de Medina, Madrid, C.S.I.C., 1944.
95. M e j í a , fray Francisco, Diálogo del soldado, Valencia, Juan Navarro,
1555 (B.M. C.63 a 14 y B.N:P. Res, Z. 4200).
96. — Colloquio devoto y provechoso en que se declara quál sea la sancta cofradía
del Rosario de Nuestra Señora la Virgen María, Callar, Vicencio
Sembenyño, 1567 (B.N.M., R/25116).
97. M ejía, Pedro, Diálogos o Coloquios (1547), ed. de M. L. Mulroney,
lowa, Univ. de Iowa, 1930. Contiene: 1.— Diálogo de los médicos.
2. — Los dos diálogos del combite. 3— Coloquio del Sol. 4.— Coloquio del
porfiado. 5.— Diálogo de la tierra. 6.— Diálogo natural.
98. M ejía de T oledo, Pedro, Diálogo de la pena y gloria perpetua, con que se
alcanza la bienaventuranza, Toledo, Juan de Ayala, 1550 (B.N.M.,
R/11167).
99. M ercado , Pedro de, Diálogos de Philosapbía naturaly moral, Granada,
Hugo de Mena y René Rabut, 1558 (B.N.M., R/1025). Contie
ne: 1.— Diálogo de la Tierra y el agua. 2.— Diálogo del aire y fuego.
3. — Diálogo de los cielos. 4.— Diálogo de la cena. 5.— Diálogo del mé
dico y jurista. 6.— Diálogo de la melancholía. 7.— Diálogo de los es
tados.
100. M ilán , Luis, El Cortesano (1561), vol. VII de la Colección de Libros Es
pañoles raros o Curiosos, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1874.
101. M iranda , Alfonso de, Diálogo del perfecto médico (1562), ed. de
M. Mingóte Muñiz, Madrid, E.N., 1983.
102. M iranda V illafañe , Francisco, Diálogos de la Phantástica Philosophía,
Salamanca, Herederos de Mathías Gast, 1582 (B.N.M., R/5480).
Contiene, 1.— Libro primero. 2.— Diálogo entre las armas y las letras.
3.— Diálogo del honor.
103. M olina , Juan de, Tractado llamado Argumento de vida, Sevilla, Domin
go de Robertis, 1550 (B.N.M., R/15898).
M onardes, Juan Bautista, véase M onardes, Nicolás.
104. M onardes, Nicolás, Diálogo llamado Pharmacodilosis o declaración medici-
224
nal, Sevilla, [Juan Cromberger], 1536 (B.M.U.C., R 615/M 74).
105. Diálogo de las Grandezas del Hierro,y de sus virtudes medicinales, ed. a
continuación de la Primera y segunda y tercera partes de la Historia
Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que
sirven en medicina. Tratado de la Piedra Bez/sary de layerva Escuerfo-
nera, Sevilla, Alonso Escrivano, 1574 (B.N.M., R/9108).
106. M ontaña de M onserrate, Bernardino, Declaración de un sueño que
soñó el Illustrissimo señor don Luys Hurtado de Mendoza, ed. a conti
nuación del Libro de Anothomía [sic] del hombre, Valladolid, Sebas
tián Martínez, 1551 (B.N.M., R/3398).
107. M ontemayor, Jorge, Diálogo espiritual (Biblioteca Pública de Évora).
108. M ora , Juan de, Discursos morales, Madrid, Pedro Madrigal, 1589
(B.N.M., R/13816).
109. M orales, Baltasar de, Diálogo de las guerras de Orán (1593), vol. XV
de la Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos, Madrid, 1881,
págs. 238-396.
110. Navar ra , Pedro de, Diálogos de la eternidad del ánima, Tolosa, Jacobo
Colomerio, [¿1565c] (B.N.M., R/5756).
111. — Diálogos de la differencia del hablar al escrevir (¿1565?), ed. de D. O.
Chambers, Berkeley, 1968.
112. — Diálogos, quál deve ser el Cbronista del Príncipe, Diálogos de la differen
cia que ay de la vida rústica a la noble, Diálogos de la preparación de la
muerte, Tolosa, Jacobo Colomerio, [¿1565?] (B.N.M., R/5756).
E stos tres diálogos se reeditan con el título de Diálogos muy subti
lesy notables, Zaragoza, Juan Millán, 1567 (B.N.M., R/ 5524).
113. — Diálogos de los grados de perfección que ha de tener el cortesano eclesiástico
que pretende ser cardenal (B.N.P., Esp. 368 y Esp. 248).
114 . N úñez A l b a , Diego, Diálogos de la vida del soldado, Salamanca, An
drea de Portonariis, 1552 (B.N.M., R/35770).
115. P almireno, Juan Lorenzo, De vera etfacili imitatione Ciceronis, Zarago
za, Pedro Bernuz, 1560 (B.N.M., R/8330).
116. P astrana , Luis, Principios de Gramática en romance castellano (...) sacados
del Arte del Antonio de Lebrija:y de otros Auctores de Grammática...,
Madrid, Juan López Perete, 1583 (B.P.T., S.L. 715).
117. P érez de A y a l a , Martín, Catecbismo para instrucción de los nuevamente
convertidos de moros, Valencia, P. Patricio Mey, 1599 (B.N.M.,
R/6528).
118. P érez de C hinchón, Bernardo, Diálogos christianos contra la secta ma
homética y la pertinacia de los judíos, Valencia, Francisco Díaz Ro
mano, 1535 (Staats Bibliothek de Munich, 4.<>Ase. 680.2).
119. P é r e z d e M o y a , J u a n , Diálogos, Libro I d i I Libro de cuenta, que tracto
de las quatro Reglas generales de Arithmética, práctica por números ente
ros^ quebrados, y de la reducciones de monedas destos reynos de Castilla,
Toledo, Juan Ferrer, 1554 (B.N.M., R/141318). Estos mismos
Diálogos se reeditan en el libro IX de la Aristmitica [sic] Práticay
225
Especulativa, Madrid, Luis Sánchez, 1598 (B.N.M., R/15299).
120. P érez d e O liva , Fernán, Dialogus ínter Siliceum, Aritbmeticam el fa -
226
sphaera mundi nuper editas disputatorius' dialogus, París, lean Petit,
1508 (B.N.M., R/19221).
134. SANCHEZ de L ima, Miguel, El Arte poética en romance castellano (1580),
ed. de R. de Balbín Lucas, Madrid, C.S.I.C., 1944.
135. S an P edro, Lorenzo de, Diálogo llamado Philippino (B.M.L.E., MS. &
III. 12).
136. S edeño de A révalo , Juan, Coloquios de amor y Bienaventuranza
(1536), ed. de P. M. Cátedra, Barcelona, Univ. Autónoma de
Barcelona, 1986.
137. S epúlveda , Juan Ginés de, Diálogo de Luciano, llamado Palinuro
(B.A.H., 9/753, fols. 10r-25v).
138. — Gonsalus (1523), en Opera cum edita, tum inedita, vol. IV, Madrid,
1780, págs. 185-221.
139. — Democrates (1523), en Opera cum edita, tum inedita, vol. IV, Madrid,
1780, págs. 221-239. Hay trad. cast. de A. Barba, De cómo el esta
do de la milicia no es ageno de la religión christiana, Sevilla, Juan
Cromberger, 1541 (B.N.M., R/208).
140. — Democrates secundus, ed. de A. Losada, 2.a ed., Madrid, C.S.I.C.,
1984.
141. — Theophilus (1538), en Opera cum edita, tum inedita, vol. IV, Madrid,
1780, págs. 375-414.
142. S ervet , Miguel, Dialogorum de trinitate libri dúo, Haguenau, 1532
( B .N .M ., R/16273).
143. — Segunda parte de la Christianismi restitutio, Viena, 1533 (B.N.M.,
U/8793). Hay una trad. cast. de L. Betes, introd. de A. Alcalá,
Restitución del cristianismo, Madrid, F.U.E., 1980.
144. S igea de V elasco , Luisa, Duarum virginum colloquium de vita aulica et
privata, ed. de M. Serrano y Sanz, en Apuntes para una biblioteca de
escritoras españolas, Madrid, 1905, vol. II, págs. 419-471. Hay una
ed. bilingüe de C'dette Sauvage, Dialogue de deux jeunes filies sur la
vie de cour et la vie de retraite, París, P.U.F., 1970.
145. S igüenza , Francisco de, Traslación de la Imagen de Nuestra Señora de los
Reyes y cuerpo de Sanct Leandro y de los Cuerpos Reales a la Real Ca
pilla de la santa Yglesia de Sevilla, escripia en Diálogo (...) 1579
(B.N.M., Ms. 8809).
146. S osa , Francisco de, Endecálogo, contra Antoniana Margarita, Medina del
Campo, Matheo del Canto, 1556 (B.M.P., 1889).
147. S oto , fray Domingo de, Summa de la Doctrina Christiana, ed. junto al
Enchiridión de Diego Jiménez Arias, Amberes, Martín Nució,
1554 (B.N.M., R/7917).
148. S oto, fray Pedro de, Compendium doctrinae catholicae, in usum plebis
Christianae recte instituendae, 1549; reed. s.l.: s.i,. 1554 (B.Ñ.M.,
R/33967).
149. T apia de A ld an a , Diego, Dialogus de tríplice bono et vera hominis nobili-
tate, Salamanca, Cornelio Bonardo, 1588 (B.N.M., R/ 30388).
227
150. T olosa, fray Juan de, Discursos predicables, Medina del Campo, Fran
cisco de) Canto, 1589 (B.N.M., R/30085). La misma obra se
edita también con el título de Aranjuez del alma, Zaragoza, Lo
renzo y Diego de Robles, 1589 (B.P.M., 111/4950).
151. Toro, Luis de, Defebris epidemicae et novae quae latine punticularis, vulgo
tabardillo, et Pintas dicitur, natura, cognitione, et medela, Burgos, Feli
pe Junta, 1574 (B.N.M., R/30325). Hay una trad. cast. de Luis
Muñoyerro, De la fiebre epidémicay nueva, en latín punticular, vulgar
mente tabardilloy pintas, vol. Xl l l de la Biblioteca Clásica de Medicina
Española, Madrid, 1941.
152. T orquemada, Antonio de, Manual de escribientes, ed. de M.» Josefa de
Zamora y A. Zamora Vicente, Anejo XXI del B.R.A.E., Madrid,
1970.
153. — Colloquios satíricos (1553), ed. de M. Menéndez Pelayo, en Orígenes
de la novela, II, vol. VII de la N.B.A.E., Madrid, Bailly-Bailliére,
1907, págs. 485-581. Contiene: 1.—Colloquio en que se tratan los
daños corporales del juego. 2.—Colloquio en que se trata lo que los médi
cos y boticarios están obligados a hacer para cumplir con sus oficios. 3.—
Colloquio (...) en que se tratan las excelenciasy perfición de la vida pasto
ril. 4 .—Colloquio que trata de la desorden que en este tiempo se tiene en
el mundo, y principalmente en la cristiandad, en el comer y beber. 5.—
Colloquio que trata de ¡a desorden que en este tiempo se tiene en los vesti
dos. 6 ,—Colloquio que trata de la vanidad de la honra de! mundo. 1.—
Colloquio pastoril.
154. — Jardín de flores curiosas (1570), ed. de. G. Ailegra, Madrid, Castalia,
1983.
Urrea, Jerónimo Jiménez de, véase J iménez de U rrea, Jerónimo.
155. Valdés, Alfonso de, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma (¿1529?), ed.
d e j. F. Montesinos, 1928; reed, Madrid, Espasa-Calpe, 1956.
156. — Diálogo de Mercurio y Carón (¿1529?), ed. de J. F. Montesinos, 5.a
ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1975.
157. V aldés, Francisco de, Diálogo militar (...) en el cual se trata del oficio de!
Sargento mayor, Madrid, Pedro Cosin, 1578 (B.N.M., R/36470).
Se reedita también con el título de Espejo y Deciplitta militar. Hay
una copia temprana del diálogo, sin el nombre del autor, Coloquio
familiar y militar entre Londoño y Vargas. En el Breve compendio del
Arte Militar compuesto por don Sancho de Londoño (...) Por orden del
exmo. señor duque de A¡va en los estados de f¡andes. Año 156S
(B.A.H., 9/448, fols. 51r-87v).
158. Juan de, Diálogo de ¡a lengua, ed. de J. M. Lope Blanch, Ma
V a ld é s,
drid, Castalia, 1976.
159. — Diálogo de doctrina cristiana (1529), ed. de J. Ruiz, Madrid, E.N.,
1979.
160. — Alfabeto cristiano (1546, trad. it.), ed. de B. Croce, Bari, Laterza,
1938.
228
161. V alverde A rrieta, Juan de, Diálogos de la fertilidad y abundancia de
España, y la razón porque se haydo encareciendo, con el remedio para que
buelva todo a los precios passados, Madrid, Alonso Gómez, 1578
(B.N.M., 4/180622), 2.a cd. con el título de Despertador que trata
de la gran fertilidad riquezas, baratos, armas y cavallos, que España solia
tener, y la causa de los daños y falla con el remedio suficiente, Madrid,
Guillermo Drouy, 1581 (B.N.M., R/1248).
V á z q u e z , Pedro, véase H o r o z c o , Sebastián de.
162. Viaje de Turquía, ed. de F. García Salinero, Madrid, Cátedra, 1980.
163. V i l l a r g a r c í a , fray Juan de, Diálogo llamado Cadena de oro (...) sirve
para dar a entender aquellas cosas con que un hereje se pueda y deva vol
ver a su Santa f e católica de fesucristo (B.N.M. Ms. 10547). En la
B.N.M. hay otra copia con el título de Diálogo entre dos christianos
(conviene a saber) entre fu a n y Antonio aprovecha para entender qué cosas
pueden servir para hazfir de un hereje Christiano, nómbrase cadena de
oro, (B.N.M. Ms. 10734, fols. 17r-210r).
164. V i l l a g r a c i a , Francisco de, Arte de bien confessar (...) saludable devoto
diálogo entre un penitente y un confessor, Medina del Campo, Pedro de
Castro, 1544 (B.N.M., R/ 8392). Reed., de manera anónima,
con el título de, Saludable y devoto diálogo entre un penitente y un con
fessor, Sevilla, Cristóbal Álvarez, 1550 (B.N.M., R/l 1167).
165. V illalón, Cristóbal de, El Scholástico, ed de Richard J. A. Kerr, Ma
drid, C.S.I.C., 1967.
166. — Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente (1539), ed. de M.
Serrano y Sanz, vol. XXX1U, 1.a serie, de la Sociedad de Bibliófilos
Españoles, Madrid, 1898.
167. V i v e s , Juan Luis, Christi Jesu Triumpbus (1520 ó 1521), ed. de
G. Mayans, en Opera Omnia, vol. VII, Valencia, 1788,
págs. 108-131.
168. — Aedes legum (1520 ó 1521), ed. de G. Mayans, en Opera Omnia,
vol. V, Valencia, 1784, págs. 483-493.
169. — Sapientis inquisitio ( 1522), ed. de G. Mayans, en Opera Omnia,
vol. IV, Valencia, 1783, págs. 22-30.
1^0. — Neritas fucata (1523), ed. de G. Mayans, en Opera Omnia, vol. II,
Valencia, 1782, págs. 517-531.
171. — De Europae dissidiis et bello turneo (1526), ed. de G. Mayans, en
Opera Omnia, vol. VI, Valencia, 1785, págs. 452-581.
172. — Litiguae latinae exercitatio (¿1538?), ed. de G. Mayans, en Opera
Omnia, vol. 1, Valencia, 1782, págs. 283-408. Contiene: 1.— Su-
rrectio matutina. 2.—Prima salutatio. 3.—Deductio ad ludum. 4.—
Euntes ad ludum litterarium. 5.—Lectio. 6.—Reditus domun, et lusus
pueriles. 7.— Refectio scholastica. 8.—Garrientes. 9.—Iter et equus.
10.—Scriptio. 11.— Vestitus, et deambulatio matutina. 12.—Domus.
13.—Schola. 14.— Cubiculum, et lucubratio. 15.—Culina. 16.—
Triclinium. 17.— Convivium. 18.—Ebrietas. 19.—Regia. 20.— Prin-
229
ceps puer. 21.—Ludus chartarum, seufoliorum. 22—Leges ludí. 23.—
Corpus bominis exterius. 24.— Educatio. 25.— Praecepta educa!iotiis.
17 3 .— Libs. 3.° y 4.<> del De veritate ftdei christianae (1543), ed, de G.
Mayans, en Opera Omrtia, vol. VIII, Valencia, 1790, pági
nas 247-482.
230
Apéndice
Los especialistas reconocen que uno de los grandes problemas con que
tiene que enfrentarse la bibliografía española de los siglos xvi y xvti es la
enorme cantidad de textos de esta época que se han perdido, por razones
diferentes. De este reconocimiento nace el Repertorio de Impresos Españoles
Perdidos o Imaginarios (R.I.EP.I.), del Departamento de Bibliografía de la
Universidad Complutense de Madrid (Vid. P. Simón Díaz, «El problema
de los impresos literarios perdidos del Siglo de Oro», E.dO., II (1983),
págs. 201-215) En lo que se refiere a diálogos del siglos xvi, el R.I.E.P.I
cataloga los siguientes:
B urgo s, fray Pedro Alfonso de, Diálogos entre C hristoy el Alma, Barcelona,
Claudio Bornat, 1569 (R .I.E .P .Inúms. 275 y 1.411).
Diálogo de la Doctrina Christiana sobre la Santa Cruz, entre Ignacio, y Francisco.
s. 1: s.i., s.a. (R.I.EPI., núm. 2.054).
E s p i n o s a , Cristóbal, Alvaradiria, Diálogo de Artillería, sacado de la experiencia
que en quarenta años á osservado, Milán, 1584 (R.I.E.P.I., núm. 2.402).
F l ó r e z , Andrés, Diálogo de la Doctrina Christiana, Toledo, Juan de Ayala,
1549 (R.I.E.P.I., núm. 2.690).
F r a n c i s c o d e B o r j a , San, Coloquio spiritual de la passión de nuestro señor J e
sucristo, Sevilla, Bartolomé Pérez, 1529 (R.I.E.P.I núm. 2.714).
Además, habría que añadir al R.I.E.P.I. otros diálogos de los que tam
poco se ha localizado ningún ejemplar:
A rce, fray Diego de, Diálogo del pintor christiana, o sea de la verdad y adorno de
las pinturas de ¡as iglesias (Renales, núm. 35).
M a r t í n , Antonio ,Tractado de Arithmética y Geometría muy útil para todas las
quentasy la mesura de las tierras (...) con un diálogo disputatorio compuesto por
el mismo, Alcalá de Henares, Juan de Brocar, 1544 (Renales, núm.
300).
M a x i m i l i a n o d e S a n A n d r é s , fray, Alivio de caminantes para la otra vida y
desauciados de la presente en form a de diálogo, anterior a 1597 (Renales,
núm. 305).
233
M e l i An , Domingo, Siete diálogos de filosofía natura!y moral, Sevilla, s.i., 1517
(Renales, núm. 354).
P e s q u e r a , Gregorio de, Doctrina C bristianay espejo de bien vivir, Valladolid,
S. Martínez, 1554 (Renales, núm. 426).
234
I»
s*
Abreviaturas
235
N.B.A.E Nueva Biblioteca de Autores Españoles.
N.R.EH. Nueva Revista de Filología Hispánica.
P.M.LA. Publicaíions o f tbe Modera I^anguage Association o f America.
P.V.F. Presscs Universitaircs Frangaiscs.
R.A.B.M. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.
R.A.E Reformistas Antiguos Españoles, cd. de Luis Usoz y Río y
B. Wiffcn, Madrid y Londres, 1847-1933.
R .F E Revista de Filología Española.
R.F.H. Revista de Filología Hispánica.
R .fí¡. Revue Hispan ¡que.
R.I.EP.I. Repertorio de Impresos Españoles Perdidos o Imaginarios, ed. de
J. Simón Díaz, 2. vols., Madrid, Ministerio de Cultura,
1982.
R.LC. Revue de U ttérature Comparée.
R. U. Revista de Literatura.
S. G.E.L. Sociedad General Española de Librería.
236