La anota de antigüedad y la juricidad de la Iglesia para llamar Padre a
un Teólogo son condiciones de tipo negativo. Se trata de apreciar ahora las condiciones de tipo positivo que hicieron de aquellos hombres “los verdadero fundadores del pensamiento cristiano” (así les llama Daniel Rops).
a) ORTODOXIA DE DOCTRINA.- Es algo más que ser simplemente
testigo de lo que la Iglesia pensó en un momento determinado. Los Padres no han sido “cronistas de la ortodoxia” (para eso bastaba ser un buen historiador) sino que la hicieron desenvolverse, han hecho que la semilla de la Escritura se convirtiera en planta vigorosa; eso es lo que les ha dado la autoridad peculiar de que gozaron en la Iglesia y que los dos últimos Concilios Ecuménicos han realzado con cierto énfasis.
Desde luego los Padres no tenían conciencia de serlo; simplemente
querían ser útiles a la Iglesia y ejercieron un rol de mucha responsabilidad. Cuando creían que un punto de doctrina apostólica era negado o mal formulado, se planteaba la denuncia y comenzaba la polémica. La base argumentativa la constituían la Escritura, la continuidad (sobre todo el axioma lex orandi, lex credendi) y la autoridad de otros teólogos (sobre todo de “venerable memoria”, es decir, fallecidos). Si la polémica no concluía pronto y a favor de lo que se creía ortodoxo, se convocaba un Concilio Regional y se reclama el arbitraje apostólico (el del Obispo de Roma).
De todo esto se puede destacar al menos dos observaciones que
miden la relación entre paternidad eclesial y ortodoxia:
- La Iglesia no irá nunca contra el sentir común de los Padres; al
recibirlos con ese título, los ha hecho parte de su propia autocompensación en una época precisa e importante de su historia; - El hecho de que la Iglesia no haya tenido necesidad del apoyo de todos los Padres nos pone sobre la idea de que esa autoridad no puede medirse por el número matemático de quienes apoyaron tal o cual doctrina; la investigación exhaustiva sobre todos los Padres en un punto concreto es, a veces, una labor imposible.
La autoridad patrística está, además, limitada por el contexto de la
época y el desarrollo del dogma. Para darse cuenta de esto hay que comparar Dz. 128 y 173 con el 1320 respecto a la aplicación de la autoridad de San Agustín. b) LA SANTIDAD DE VIDA.- Aunque no es una característica exclusiva de los Padres de la Iglesia, sí es un constitutivo de su peculiar paternidad eclesial. Una descripción muy elemental de los Padres nos los presentan siempre muy cercanos a Dios en dos líneas, que en el caso de ellos, han corrido paralelas; el estudio y la rectitud de vida.
El conocimiento de Dios ha tenido en ellos como punto de arranque
una experiencia cristológica fuerte; la conversión de vida en la edad juvenil (o en la adulta, según los casos). Los compromisos bautismales han sido llevados hasta las últimas consecuencias. Ha seguido luego la experiencia del desierto, el estudio sistemático de la Teología en la base misma de la Escritura que podían citar de memoria sin ninguna dificultad, y la confrontación con la realidad viva del pueblo de Dios en el servicio pastoral.
La lectura de obras de Padres de la Iglesia (de unos, ciertamente,
más que de otros) deja la impresión de que ellos no se perdieron en teorías frente a las cuales un lector poco avisado no sabría distinguir lo que tienen de vacío y de aprovechable. Los Padres especularon, y sus sermones al pueblo sencillo tenían un fondo doctrinal sistemático que, por desgracia, no se observa hoy; pero en esas especulaciones existe una línea que convence al lector de hallarse ante la verdad, de leer a individuos que han llegado a ese conocimiento superior de Cristo que es condición de la sabiduría cristiana. La santidad de vida como condición para la paternidad eclesial tiene así este otro nombre: ortodoxia de conducta.
c) LIDERAZGO RELIGIOSO.- El contacto continuo con la realidad
es parte de la fisionomía de un Padre de la Iglesia, pero no se puede decir que fuese realista por ser un buen observador de la existencia sino porque supo analizar un fenómeno y medir la distancia entre aquello que era y aquello que debería ser; después, proveyó para esto último.
Los Padres han sido jefes religiosos de las comunidades donde
vivieron, la mayoría de ellos fueron obispos y estuvieron dotados de excelentes cualidades pedagógicas. No se contentaron con administrar sus comunidades canónicamente sino que supieron guiarlas por los caminos que ellos juzgaron más convenientes. Los Padres no se limitaron a recoger las voces del pueblo sino que las mentalizaron para que pudiesen hablar. En otras palabras, ellos han sido líderes por competencia religiosa. Superiores carismáticos a quienes la masa siguió con provecho. El retorno de los Padres (dice Hammann) forma parte de esta vuelta a los orígenes cristianos que se ha llamado “la vuelta a las fuentes”. Nosotros, en el transcurso del siglo XXI, somos los beneficiarios del movimiento bíblico y litúrgico sobre todo.