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Cisma de Oriente

El cisma de Oriente y Occidente, gran cisma o cisma de 1054, conocido en


occidente como el Cisma de Oriente y en los países ortodoxos como el cisma
de los latinos fue el evento que, rompiendo la unidad de lo que era la Iglesia
estatal del Imperio romano, basada en la pentarquía (cinco sedes patriarcales
de Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén) dividió el
cristianismo entre la Iglesia católica en Occidente y la Iglesia ortodoxa en el
Oriente. Aunque 1054 se indica normalmente como el año del cisma, fue en
realidad el resultado de un largo período de distanciamiento progresivo
teológico y político, entre las dos ramas eclesiales que subsiste hasta la
actualidad.

Antecedentes
La Iglesia del primer milenio estaba dividida en líneas doctrinales, teológicas,
lingüísticas, políticas y geográficas. Las disputas subyacentes al cisma fueron
esencialmente dos.
1.- La primera se refería a la autoridad papal: el papa (es decir, el obispo de
Roma), considerándose investido con el primado petrino (sucesor del apóstol
Pedro) sobre toda la Iglesia por mandato de Cristo, de quien recibiría las
"llaves del Reino de los Cielos" y la autoridad de "pastorear los corderos" (cf.
los Evangelios de Mateo y Juan) y, por tanto, de un verdadero poder
jurisdiccional (según el lenguaje rabínico, conferir las llaves a alguien
significa investirlo de una autoridad), comenzó a reclamar la autoridad natural
sobre los cuatro patriarcados orientales (Constantinopla, Alejandría, Antioquía
y Jerusalén). Estos estaban dispuestos a conceder al patriarca de Occidente
solo una primacía honoraria y permitir que su autoridad efectiva se extendiera
solo sobre los cristianos de Occidente, considerando que la primacía romana
no tenía fundamento bíblico.

2.- La otra disputa, de ámbito trinitario y aparentemente menos "político", se


refería a la incorporación del Filioque en el Credo de Nicea, que tuvo lugar en
el contexto latino. También hubo otras causas menos significativas, incluidas
ciertas variaciones de ciertos ritos litúrgicos (cuestión del uso de panes sin
levadura durante la Eucaristía, matrimonio de sacerdotes, confirmación de los
bautizados reservada sólo al obispo, etc.). Pero también y sobre todo razones
políticas (alianza papal con los francos y normandos) y reclamaciones de
jurisdicción conflictivas (en el sur de Italia, en los Balcanes y en la zona
eslava).
El Gran Cisma no fue el primer cisma entre Oriente y Occidente, de hecho,
hubo más de dos siglos de divisiones en el primer milenio de la Iglesia. Una
ruptura seria ocurrió de 863 a 867, con el patriarca Focio (Cisma de Focio),
que aunque duró pocos años se estableció y arraigó un fuerte sentimiento
antirromano en las Iglesias orientales, que acusaron a Roma de haberse
alejado de la "fe recta" en los puntos señalados por Focio. Esta percepción
jugó un papel fundamental poco más de un siglo después, con motivo del Gran
Cisma.
En 1053 se dio el primer paso en el proceso que condujo a un cisma formal:
las iglesias griegas en el sur de Italia fueron obligadas a ajustarse a las
prácticas latinas y, si alguna de ellas no lo hacía, fueron forzadas a cerrar. En
represalia, el patriarca Miguel I Cerulario de Constantinopla ordenó el cierre
de todas las iglesias latinas en Constantinopla.
Controversia Filioque

Durante el Tercer Concilio de Toledo en 589, cuando tuvo lugar la solemne


conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura del
término Filioque (traducible como ‘y del Hijo’), por lo que el Credo pasaba a
declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente «del Padre», como
decía el credo Niceno, sino «del Padre y del Hijo» al decir:
y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo
En 568, el nombre del papa fue retirado de los dípticos del patriarcado de
Constantinopla. Se discute todavía entre los historiadores cuál fue el motivo
de este cambio. Una causa pudo ser el hecho de que el papa Sergio IV había
enviado al patriarca de Constantinopla una profesión de fe que contuviera el
Filioque y eso habría provocado la incomprensión de parte del patriarca.
Aunque la inserción del Filioque en el credo latino estaba en las diferentes
liturgias europeas desde el siglo VI,[cita requerida] y sobre todo en la
carolingia desde el siglo IX, la liturgia romana no incluía la recitación del
credo en la liturgia. En 1014, con motivo de su coronación como emperador
del Sacro Imperio, Enrique II solicitó al papa Benedicto VIII la recitación del
Credo. El papa, necesitado del apoyo militar del emperador, accedió a su
petición y lo hizo según la praxis vigente por entonces en Europa: de este
modo, por primera vez en la historia, el Filioque se usó en Roma.
Según cuenta el historiador Rodolfo Glabro, la Iglesia griega quería, en
aquellos primeros años del milenio, encontrar una especie de entendimiento
con la Iglesia latina, de manera que «con el consenso del Romano Pontífice la
Iglesia de Constantinopla fuese declarada y considerada universal en su propia
esfera, así como Roma en el mundo entero».1 Esto implicaba una doble forma
de ser una sola Iglesia católica. El papa Juan XIX pareció vacilante ante la
propuesta de la iglesia griega, lo cual le supuso recibir la recriminación de
algunos monasterios que estaban por la reforma eclesial.

Cisma
Un precedente del Cisma tuvo lugar en el año 857, cuando el emperador
bizantino Miguel III, llamado el Beodo, y su ministro Bardas expulsaron de su
sede en Constantinopla al patriarca Ignacio. Lo reemplazaron por un nuevo
candidato para dicho puesto, Focio (reconocido como santo por la Iglesia
ortodoxa, pero no por la católica), quien en seis días recibió todas las órdenes
de la Iglesia. Focio comenzó a entrar en desacuerdo con el papa Nicolás I y
recibió la entronización.
Hay muchas perspectivas y opiniones referentes a la vida de dicho Obispo,
tanto en pro como en su contra. Para los que no le aprobaban en su primacía,
fue descrito como "el hombre más artero y sagaz de su época: hablaba como
un santo y obraba como un demonio"; en cuanto a su favor, fue reconocido
como un "importante constructor de paz de la época". Incluso el papa Nicolás
I se refirió a él por sus "grandes virtudes y el conocimiento universal".3 Poco
tiempo antes de la muerte del patriarca Ignacio, este había abogado para que
Focio fuera restituido como su sucesor después de su segundo período,
manifestando su alta estima y favor por este. Pero Focio fue destituido y
desterrado a un monasterio en el año 887. En todo caso, en su segundo
período, obtuvo el reconocimiento formal del mundo cristiano en un concilio
convocado en Constantinopla en noviembre de 879. Los legados del papa Juan
VIII asistieron, dispuestos a reconocer a Focio como patriarca legítimo, una
concesión por la que el papa fue muy censurado por la opinión latina.
En 1054 el papa León IX quien, amenazado por los normandos, buscaba una
alianza con Bizancio, mandó una embajada a Constantinopla encabezada por
su colaborador, el cardenal Humberto de Silva, y formada por los arzobispos
Federico de Lorena y Pedro de Amalfi. Los delegados papales negaron, a su
llegada a Constantinopla, el título de ecuménico al patriarca Miguel I
Cerulario y, además, pusieron en duda la legitimidad de su elevación al
patriarcado. El patriarca se negó entonces a recibir a los legados. El cardenal
respondió publicando su Diálogo entre un romano y un constantinopolitano,
en el que se burlaba de las costumbres griegas, y abandonó la ciudad tras
excomulgar a Cerulario mediante una bula que depositó el 16 de julio de 1054
sobre el altar de la Iglesia de Santa Sofía. Pocos días después (24 de julio),
Cerulario respondió excomulgando al cardenal y a su séquito, y quemó
públicamente la bula romana, con lo que se inició el Cisma. Alegaba que, en
el momento de la excomunión, León IX había muerto y por lo tanto el acto
excomunicatorio del cardenal de Silva no habría tenido validez; añadía
también que se excomulgaron individuos, no Iglesias.
Existen múltiples conjeturas y una de ellas pretende suponer que el cisma fue
más bien resultado de un largo período de relaciones difíciles entre las dos
partes más importantes de la Iglesia universal: causas como las pretensiones
de suprema autoridad (el título de "ecuménico") del papa de Roma y las
exigencias de autoridad del patriarca de Constantinopla.
El hecho más resaltado fue que el Patriarca de Roma reclamaba autoridad
sobre toda la cristiandad, incluyendo a los cuatro patriarcas más importantes
de Oriente. Este tema lleva a interpretaciones contradictorias sobre lo que
viene a ser "la sagrada tradición apostólica" y "las santas escrituras": los
patriarcas y primados, en comunión plena con estos, alegaban que el Obispo
de Roma solo podía ser un "primero entre sus iguales" o "Primus inter pares",
dejando a la voluntad de Jesucristo la primacía infalible en toda la Iglesia y
negaban toda estructura piramidal sobre las Iglesias hermanas. Por su parte,
varios de los papas contemporáneos a dicha fecha, pretendían sostener sus
preceptos religiosos, por ejemplo, en los escritos del obispo Ireneo de Lyon
(santo padre apostólico), el cual decía que "es necesario que cualquier Iglesia
esté en armonía con la Iglesia hermana, por considerarla depositaria
primigenia de la Tradición apostólica". Dichos pontífices interpretarían como
dicha "Iglesia hermana" a Roma en su caso.
El Gran Cisma también tuvo gran influencia en las variaciones de las prácticas
litúrgicas (calendarios y santorales distintos) y en las disputas sobre las
jurisdicciones episcopales y patriarcales.
Reunión ecuménica
Hubo dos reuniones orientales formales con Roma, en 1274 (en el Segundo
Concilio de Lyon) y en 1439 (en el Concilio de Florencia), pero en ambos
casos las reconciliaciones entre Roma y Oriente fueron posteriormente
repudiadas por los fieles y por el bajo clero de las Iglesias orientales, ya que
los líderes espirituales que participaron en ellas, al permitir estas llamadas
"uniones", habían han ido más allá de su propia autoridad, sin obtener ninguna
retractación del lado latino de las controvertidas "prácticas" establecidas en
Occidente. Los intentos posteriores de reconciliar las Iglesias orientales y
romanas fracasaron; sin embargo, algunas comunidades eclesiásticas,
inicialmente ortodoxas, cambiaron de jurisdicción a lo largo de los siglos,
reconociendo la autoridad del papa y convirtiéndose en católicas. Estas
comunidades ahora se llaman Iglesias orientales católicas o uniatas (término
despectivo con el que los ortodoxos señalan a quienes se han sometido a
Roma, aceptando su controvertida primacía jurisdiccional). Seis de ellas son
patriarcales; el gobierno y el cuidado pastoral del papa sobre todas ellas lo
realiza a través de la Congregación para las Iglesias Orientales (Congregatio
pro Ecclesiis Orientalibus).
Con todo, tanto la Iglesia ortodoxa como la Iglesia católica reivindican
también la exclusividad de la fórmula: "Una, Santa, Católica y Apostólica",
considerándose cada una como la única heredera legítima de la Iglesia
primitiva o universal y atribuyendo a la otra el haber "abandonado la iglesia
verdadera" durante el Gran Cisma. No obstante, tras el Concilio Vaticano II
(1962), la Iglesia católica inició una serie de iniciativas que han contribuido al
acercamiento entre ambas iglesias, y así el papa Pablo VI y el patriarca
ecuménico Atenágoras I decidieron, en una declaración conjunta, el 7 de
diciembre de 1965, «cancelar de la memoria de la Iglesia la sentencia de
excomunión que había sido pronunciada».
Como consecuencia de la expansión musulmana en el siglo VII, tres de los
cuatro patriarcados orientales cayeron bajo dominio del Islam: Alejandría,
Antioquía y Jerusalén. Por eso, el Oriente cristiano se identificó desde
entonces con la Iglesia griega o bizantina, es decir, el Patriarcado de
Constantinopla y las iglesias nacidas como fruto de su acción misionera, que
le reconocían una primacía de jurisdicción o al menos de honor. Estas
cristiandades que giraban en la órbita de Constantinopla, integraban la Iglesia
greco-oriental.
El cristianismo sufrió la impronta de la contraposición entre Oriente y
Occidente, cultura griega y latina. Constantinopla se convirtió en el principal
patriarcado del Oriente cristiano, émulo del pontificado romano,
estrechamente vinculado al Imperio de Bizancio, mientras que Roma se
alejaba cada vez más de este y buscaba su protección en los emperadores
francos o germánicos. En este contexto de creciente frialdad entre las dos
Iglesias, las fricciones y enfrentamientos jalonaron un largo proceso de
debilitamiento de la comunión eclesiástica.
Aunque los eventos de 1054 fueron decisivos, otros eventos conflictivos
posteriores lo hicieron duradero hasta la actualidad:
1 Las Cruzadas lideradas por latinos.
2 La Masacre de los Latinos en Constantinopla en 1182.
3 La represalia occidental en el saqueo de Tesalónica en 1185 por Guillermo
II.
4 La captura y el saqueo de Constantinopla durante la Cuarta Cruzada en
1204.
5 La imposición de patriarcas latinos en los estados cruzados.

EL CISMA DE ORIENTE Y OCCIDENTE


Una introducción
  

La palabra ‘cisma’ significa ‘separación’. El Cisma de Oriente y Occidente,


también conocido como el Gran Cisma, es, pues, la separación del papa y la
cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en
especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre
ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el
emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital
del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia,    
prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte
(395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que
es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de
Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio
occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se
agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla,    
y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I   
Cerulario, también patriarca de Constantinopla.
  
Causas del Cisma
  
En tres grupos pueden clasificarse las principales causas que Focio (820
motivaron el Cisma: -897),

1. De tipo étnico: La natural antipatía y aversión entre secretario


asiáticos y europeos, unidas al desprecio que en esta época de la
sintieron los cristianos orientales hacia los latinos, a quienes Cancillería
consideraban contagiados de barbarie a causa de las   del Imperio
invasiones germánicas. Oriente y,
luego,
2. De tipo religioso: Las variaciones que, con el paso del patriarca
tiempo, fueron imponiéndose en las prácticas litúrgicas, de
dando lugar al uso de calendarios y santorales distintos; las Constantin
continuas disputas sobre las jurisdicciones episcopales y opla.
patriarcales que se originaron a partir de dividirse en dos el
Imperio; la opinión extendida por todo el Oriente de que, al    
ser trasladada la capital del Imperio de Roma a
Constantinopla, se había trasladado igualmente la Sede del Primado de la
Iglesia universal; las pretensiones de autoridad por parte de los patriarcas de
Constantinopla, que utilizaron el título de ‘Ecuménicos’ a pesar de la
oposición de los papas, que reclamaban para sí, como obispos de Roma, la
suprema autoridad sobre toda la cristiandad; la negativa de los patriarcas de
Oriente a reconocer esa autoridad sobre la base de la Sagrada Tradición
Apostólica y las Sagradas Escrituras, alegando que el obispo de Roma sólo
podía pretender ser “primus inter pares” (un primero entre sus iguales); y la
intromisión de los emperadores en asuntos eclesiásticos, creyéndose
pontífices y reyes, y pretendiendo decidir ellos solos los graves problemas de
la Iglesia.
3. De tipo político: El apoyo que buscaron los papas en los reyes francos y la
restauración en Carlomagno del Imperio de Occidente (s. IX) mermaron
prestigio a los emperadores de Oriente, que tenían pretensiones a la
reunificación del antiguo Imperio romano.
A estas causas de carácter general pueden añadirse los cargos —en realidad,
pretextos— que los patriarcas Focio y Cerulario imputaron a la Iglesia de
Roma, y que pueden resumirse en los cuatro siguientes: Que los papas no
consideraban válido el sacramento de la confirmación administrado por un
sacerdote; que los clérigos latinos se rapaban la barba y practicaban el
celibato obligatorio; que los sacerdotes de la Iglesia Romana usaban pan
ácimo en la Santa Misa, práctica considerada en Oriente una herejía de
influencia judaica; y, en fin, que los papas habían introducido en el credo la
afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (“Credo in
Spiritum Sanctum qui ex Patre Filioque procedit”), en contra de lo que
sostenían los patriarcas orientales, que no reconocían esta última procedencia.
Estos cargos, que hubiesen podido solucionarse con la convocatoria de un
concilio, produjeron la separación definitiva, si no hubiesen prevalecido
razones espurias a la esencia misma de la religión.
  
Sus autores
  
Para proceder con claridad, estudiaremos todos los personajes que intervienen
en este asunto, unos como autores del Cisma y otros como defensores de la
unidad de la Iglesia y la primacía de Roma.
En la autoría del Cisma se ven implicados Miguel III el Beodo (838-867),
emperador de Oriente (último de la dinastía de los Isauros); César Bardas, tío
del emperador y regente del Imperio durante su minoría de edad; Gregorio
Asbesta, metropolitano de Siracusa; Focio, secretario de la Cancillería
imperial, y Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla.
Como defensores de la unidad de la Iglesia merecen citarse los papas Nicolás
I, Adriano II, Juan VIII y León IX; Ignacio, patriarca de Constantinopla, y la
emperatriz Teodora, madre del emperador Miguel III y hermana de Bardas.
  
La mentira de la conspiración
  
Ignacio, patriarca de Constantinopla (799-878), era un hombre de exquisita
piedad, pero excesivamente austero y de una rigidez que rayaba en la
intransigencia. Bajo la protección de la emperatriz Teodora, se preocupó de
velar con celo extraordinario por la pureza de la fe y la práctica de las buenas
costumbres.
El día de la Epifanía del año 857, Ignacio negó la sagrada comunión a César
Bardas a causa de la conducta inmoral y escandalosa de que hacía alardes.
Bardas juró vengarse de esta humillación y busca la alianza de Gregorio
Asbesta, encarnizado enemigo de Ignacio, quien, junto con el papa Benedicto
III, lo había suspendido en sus funciones de metropolitano de Siracusa.
Puestos de acuerdo, acusaron falsamente a Ignacio de conspirar contra el
Estado ante Miguel III, que ya había llegado a su mayoría de edad y ejercía
personalmente el gobierno del Imperio, pero que estaba fuertemente influido
por su tío.
La emperatriz Teodora se declaró defensora de Ignacio, pero Bardas la acusa
de complicidad, y, tras ordenar que le fuese cortado el cabello como castigo,
la encerró violentamente en un convento, mientras Ignacio era desterrado a la
isla de Terebinto.
  
Focio y el Cisma
  
Era preciso sustituir inmediatamente a Ignacio en la Sede del Patriarcazgo
bizantino, y nadie más a propósito que Focio (820-897), secretario de la
Cancillería imperial y perteneciente a una familia noble, emparentada con
Bardas.
Focio era hombre erudito, tanto en ciencias profanas como sagradas, hábil
político, pero soberbio y ambicioso. Su elección parecía acertada. Existía, sin
embargo, una grave dificultad: Focio era seglar y los Sagrados Cánones
prohibían su ascenso directo al episcopado. Gregorio Asbesta, no obstante su
excomunión y suspensión, se encargó, en connivencia con el emperador, de
solventar esta contrariedad. En pocos días, del 22 al 25 de diciembre del 858,
confirió a Focio las órdenes sagradas, incluso el episcopado, lo que permitió
que el emperador le otorgase la dignidad de Patriarca de Constantinopla.
    Con el fin de legitimar su actuación, Focio escribe una carta
al papa Nicolás I, sucesor de Benedicto III, en la que le
comunica su exaltación al Patriarcado, cosa que había
aceptado —explicaba tan cínica como hipócritamente— en
contra de su voluntad y a pesar de no creerse digno de tan alto
   cargo. En esa misma carta hacía una profesión fingida de fe
   cristiana de acuerdo con el Credo de Roma y sumisión total al
Pontífice. Al propio tiempo, el emperador envió otra carta
dando cuenta al Papa de la renuncia voluntaria de Ignacio,
retirado a un monasterio, y confirmando las noticias de Focio.

Miguel I No convencido de los argumentos que contenían ambos


Cerulario escritos, Nicolás I envió dos legados a Constantinopla para
(ha. 1000 que le informaran de lo ocurrido, pero, sobornados por Focio
- 1059), y Bardas, informan al Papa falsamente de acuerdo con las
  anteriores cartas. Aún más, sin autorización del Pontífice, se
patriarca
de constituyen en Jueces y convocan un Sínodo cuyas
Constanti conclusiones deponen a Ignacio y proclaman a Focio legítimo
nopla. Patriarca. Esta rivalidad entre Ignacio y Focio fue la causa
inmediata al Cisma.
   
  
Resplandece la verdad
  
Pero no tardaron en llegar a Roma los informes del propio Ignacio y de otros
obispos adictos a la Santa Sede, dando cuenta al Pontífice de la realidad de los
hechos. Disconforme con los hechos, Nicolás I protestó por la actitud del
emperador bizantino, se negó a reconocer patriarca a Focio y reunió en Letrán
un sínodo (863), en el que se excomulga a Focio, se le desposee de todas sus
dignidades y se restituyen a Ignacio todos sus derechos. Como era de esperar,
ni Focio ni el emperador aceptaron la decisión del Pontífice.
Sin embargo, y cuando más esperanzas abrigaban de triunfo, Bardas cae
asesinado (866), y, al año siguiente, el emperador Miguel III corría la misma
suerte a manos de Basilio, nacido en Macedonia e hijo de padres armenios,
que usurpa el trono del Imperio.
  
Destierro de Focio
  
El emperador Basilio I el Macedonio (810-886), enemigo personal de Focio,
encierra a éste en un monasterio (867) y repone a Ignacio en la Sede Patriarcal
con todos los honores. A fin de dar legitimidad a las decisiones del nuevo
emperador, el papa Adriano II, sucesor de Nicolás I, reunió en Constantinopla
el VIII Concilio Ecuménico (869-870), en cuya sesión octava se acuerda
anatematizar a Focio y condenar sus libros a la hoguera.
A la muerte del patriarca Ignacio en el 878, el papa Juan VIII, que había
sucedido a Adriano II y cuyo desacuerdo con su predecesor era evidente,
levantó las penas que pesaban sobre Focio y lo admitió por segunda vez al
Patriarcado de Constantinopla, pero cuando el emperador León VI ocupa el
trono a la muerte de Basilio I (886), lo recluyó de nuevo en un monasterio,
donde permanecería hasta su muerte en el 897.
Durante todo el siglo X, el nombre de Focio cayó en un olvido absoluto. Sin
embargo, aunque sus sucesores no rompieron sus relaciones con el Papado,
fueron preparando el ambiente contra Roma. La separación espiritual de
ambas Iglesias había llegado a tal extremo que, al comenzar el siglo XI, se
veía claro que la separación era inevitable. En efecto, ya en el siglo XI,
Miguel Cerulario volvía a exaltar la memoria de Focio y a defender sus
escritos.
  
Tras la
recíproca
excomunión, 
el cisma
entre ambas
Iglesias, que
aún se
perpetúa, se
había
consumado.

  
Miguel I Cerulario y la separación definitiva
  
Miguel I Cerulario (ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y
ambicioso, de poca formación intelectual, pero lleno de odio contra la Iglesia
romana. Elevado a la Sede Patriarcal de Constantinopla en 1943, su ministerio
coincidiría con el del papa León IX, y ambos consumarían el cisma que se
venía gestando entre ambas Iglesias.
Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía
judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena que
se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no adoptaran
el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes de Roma y
arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa, y dirige una carta al
clero en la que renovaba todas las antiguas acusaciones contra las dignidades
eclesiásticas occidentales.
En el año 1054, el papa León IX envió a Constantinopla una    
legación encabezada por el cardenal Humberto de Silva y los
arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, portando
un escrito en el que se conminaba a Cerulario a la
retractación de algunos aspectos en conflicto y un decreto de
excomunión en caso de que éste se negase a ello, pero el
patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos. Ante esta    
actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un  
romano y un constantinopolitano”, plagado de burlas contra
las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054, depositaron
la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa
Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la
ciudad de inmediato.
Unos días después, el 24 de julio, el patriarca Miguel I
11 de
Cerulario quemaba públicamente la bula papal y marzo de
excomulgaba al cardenal Humberto y a su séquito. El cisma
2002
entre ambas Iglesias, que aún se perpetúa, se había
consumado. La
delegació
Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en n oficial
la Historia a partir del papado de León IX, no son pocos los
de la
investigadores que cuestionan la trascendencia de estos Iglesia
hechos en la efectiva separación de ambas Iglesias, pues, por
Ortodoxa
una parte, cuando la excomunión recíproca tuvo lugar, León griega es
IX ya había muerto, lo que implica que cualquier actuación
recibida
llevada a cabo por el cardenal Humberto carecía ya de por un
validez como legado papal, y, por otra, las excomuniones    
Papa en
afectaban a individuos, no a Iglesias.    el
  Vaticano,
por
El Gran Cisma, hoy
primera
   vez desde
que se
Desde aquel instante hasta la actualidad, ambas se denominan
produjo
a sí mismas Iglesia Católica Romana e Iglesia Católica
el Cisma
Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula
entre
“Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una
Oriente y
se considera como la única heredera legítima de la Iglesia
Occident
e en el
año 1054.
  
  

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