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Nicolás Zernov
Cristianismo Oriental
(Orígenes y Desarrollo de la Iglesia Ortodoxa Oriental)
Capítulo VIII.
La Fe y Doctrina de la Iglesia Ortodoxa.
El significado de la doctrina en el Oriente. — La autoridad de la Iglesia en el Oriente. — La
Sagrada Escritura y la tradición eclesiástica. — La Comunión de los Santos. — La canoniza-
ción de los Santos entre los ortodoxos bizantinos. — La Madre de Dios. — Oraciones por los
difuntos. — La doctrina eucarística.
Cualquiera que sea su nacionalidad o cultura, todos los cristianos orientales se sienten miembros
de una misma comunidad y no dudan de que es idéntica su experiencia religiosa. Un fuerte senti-
do de ininterrumpida continuidad les hace conscientes de una íntima afinidad con los santos,
mártires y doctores de todas las épocas. A pesar de esto, se sienten separados del Occidente cris-
tiano. Tanto el catolicismo romano como el protestantismo les parecen extraños y defectuosos.
En el pasado, un concepto estático de la Iglesia animó a Oriente y a Occidente a interpretar las
diferencias de enseñanza, culto y costumbres como males, y, por lo tanto, como desviaciones
heréticas de la tradición apostólica.
En la actualidad existe una marcada revisión de esta actitud intransigente: los cristianos han
reconocido que la Iglesia está sujeta a desarrollo y cambio dentro de un contexto de muchos ele-
mentos no teológicos, tales como la circunstancia nacional y las condiciones políticas, sociales y
económicas. Una causa principal de la diferencia entre Oriente y Occidente estriba en que la or-
todoxia bizantina se desarrolló en el ambiente de la lengua y cultura griegas, y que el sistema
eclesiástico y doctrinal romano nació de la mentalidad latina. En su lucha por la uniformidad
universal como garantía de la verdad, los cristianos no se dieron cuenta de que el mensaje del
Evangelio sólo puede llegar a las gentes por medio de su propio idioma. Dios habla a todos los
hombres, pero cada cual oye esa voz en su propia lengua. Toda lengua es un medio poderoso,
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que forma y es formado por la visión y personalidad de quienes la usan, y que lleva, en su voca-
bulario y gramática, la experiencia colectiva de innumerables generaciones, que se expresa en
una concepción de la vida religiosa acorde a la sagrada tradición ortodoxa que se relaciona in-
trínsecamente con la idionsicracia y la cultura del pueblo donde la comunidad de fe actúa. Cier-
tas ideas expresadas claramente en un idioma no se pueden expresar absolutamente en otro. Al-
gunas nociones cambian de significado cuando se lucen por palabras aparentemente equivalen-
tes.
El latín, con su precisión lógica, su concisión, es ideal para formular y dogmatizar. En griego,
con un vocabulario mucho más rico y una gramática más compleja, se pueden expresar más finos
matices de significado, pero pueden confundir sus sutilezas. El griego es la lengua de los filóso-
fos y dialécticos, de los hombres que disfrutan con las especulaciones intelectuales. Es esencial
recordar que incluso palabras como católico ortodoxo adquirieron diferentes significados en el
contexto del griego y el latín. La palabra católico, tal como se utiliza en Occidente, significa uni-
versal. Sugiere la idea de unidad e incluso uniformidad. La Iglesia católica es un cuerpo que
obedece a una sola cabeza y se ajusta al mismo ritual e idioma. Catholon en griego tiene signifi-
cados mucho más amplios: integridad, entereza, armonía de diversas partes; es opuesto a toda
forma de desigualdad, sectarismo, exclusividad. La Iglesia católica entiende por ortodoxos a una
comunidad que se distingue por unidad de libertad y crea de muchas razas y naciones la familia
de los redimidos. El texto eslavo del Credo traduce la palabra católico por soborny, del verbo
sobirat, congregar. La Iglesia católica es la Iglesia “congregada,” que ofrece a cada miembro
oportunidades de expresión propia y acoge bien su especial contribución. La catolicidad ha sido
siempre asociada en Oriente con el uso del idioma vernáculo en el culto; en Occidente, con el
latín como lengua universal de la misma Iglesia.
Es significativo que los católicos romanos, en su liturgia, se refieran siempre a la Iglesia en
singular. Los ortodoxos oran en sus letanías “por la paz y el buen estado de las Santas Iglesias de
Dios,” utilizando el plural. Para ellos, la Iglesia católica se compone de muchas unidades autó-
nomas, medidas en fe, pero independientes en su administración.
Análogamente, la palabra ortodoxo en Occidente se entiende como “correcto” o “de aproba-
ción general,” y se aplica especialmente a la doctrina. En griego, doxa significa tanto enseñanza
como culto. En eslavo, a ortodoxia se traduce por la palabra pravoslavie que significa “verdadera
gloria.” Cuando un ruso, serbio o búlgaro se llama cristiano ortodoxo, quiere decir que pertenece
a la comunidad que alaba y glorifica a Dios en el espíritu debido. La ortodoxia en Oriente repre-
senta un equilibrio enseñanza y culto, profecía y sacramento, fe y palabras.
Una diferencia igualmente significativa se ve asociada con el occidental sacramento, y el
oriental mysterion. Sacramento tiene asociación legales: puede ser válido o inválido. El propio
término mueve a quienes lo usan a dar claras definiciones lógicas del carácter de cada sacramen-
to y de los beneficios derivados de participar en ellos. La correcta forma de administración ha
adquirido cambien principal importancia.
La palabra mysterion (tainstvo en eslavo) subraya el elemento místico, ese aspecto del en-
cuentro divino-humano que escapa al análisis racional y regenera el alma y el cuerpo sin descu-
brir el modus operandi. Incluso la palabra latina corpus (cuerpo) no es idéntica a la palabra grie-
ga soma, que sólo puede decirse de un organismo viviente. Corpus también puede aplicarse a
objetos inanimados e instituciones. Cuando el Oriente asocia la palabra cuerpo con la Iglesia,
piensa en términos de una comunidad viviente creada por la acción del Espíritu Santo. El Occi-
dente añade la idea de la Iglesia como institución, ya legalmente establecida o voluntariamente
promovida por los esfuerzos conjuntos de sus miembros. La diferencia en el uso de esta palabra
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nistrados por las confesiones heterodoxas. Sobre estos puntos la Iglesia ortodoxa no ha llegado a
una decisión unánime, mientras que la veneración de la Santa Theotokos, aunque no definida
dogmáticamente, es aprobada por los teologúmenos universalmente aceptados en lo referente a
su posición única en la economía de la salvación.
Es en la esfera de los teologúmenos y de la opinión teológica donde usualmente se dividen
Oriente y Occidente. Entre otros problemas, también se hallan en desacuerdo con respecto a la
sede de la autoridad eclesiástica, los méritos comparativos de la Escritura y la tradición, y con
respecto al dogma latino de la transustanciación en la Eucaristía.
* Una de las diferencias esenciales la hallamos en el Credo en relación a la cláusula Filioque, añadida al texto original por Occidente en el
siglo XVII.
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La Madre de Dios.
Entre los santos se reserva un lugar único para la Madre de Dios, la Virgen María. El lar-
go proceso de purificación e iluminación de la raza judía tan vivamente descrito en el Antiguo
Testamento alcanzó si culminación en la Theotokos. En ella hallaron cumplimiento la fe y el
heroísmo de muchas generaciones del pueblo elegido. Aceptó con humildad el reto de la Anun-
ciación. Durante la vida de su Hijo, permaneció en último término, pero presidió la asamblea de
los apóstoles el día Pentecostés, cuando el nuevo período de la historia de la humanidad comenzó
con el advenimiento del Espíritu Santo. “El alma de la piedad ortodoxa es una calurosa venera-
ción a la Theotokos,” escribe fray Bulgakov. Su nombre es constantemente invocado en las ora-
ciones tanto litúrgicas como personales, pues se la ama, no sólo como Madre de Cristo, sino
también como Madre de la humanidad, porque abraza en su caridad a toda la familia humana, de
la que su Hijo es el único Redentor. Sus iconos se pueden ver en todas partes, los himnos y ora-
ciones dirigidos a ella se utilizan universalmente, pero el Oriente cristiano se abstiene de dogma-
tizar en su favor, y en esto se descubre otra vez una diferencia entre la tradición latina y la bizan-
tina, pues el Oriente cristiano no ha incluido entre sus dogmas los recientes dogmas marianos de
Roma.
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Los cristianos orientales no se han sentido nunca atraídos por estas definidas soluciones del
misterio de la vida. Su convencimiento subyacente es que el fin de la existencia física cierra so-
lamente una etapa en el ascenso humano hacia Dios, y que las semillas del bien y del mal sem-
bradas en la tierra continúan produciendo fruto mucho después de la muerte del individuo. La
cuenta final sólo se puede hacer al fin de la historia. Así, pues, ni siquiera los bienaventurados
alcanzan toda su gloria mediatamente después de la muerte, y a los que no aprenden a amar liber-
tad no se les priva de la posibilidad de mejorar de posición por medio de la compasión de sus
amigos. Así, la Iglesia ortodoxa pide por dos los difuntos, tanto santos como pecadores, confian-
do en el poder del amor mutuo y del perdón. No quiere suscribir la doctrina romana del purgato-
rio como lugar de dolor y expiación, pues cree que un Dios misericordioso lava los pecados de
los que sinceramente se arrepienten y se han reconciliado con la Iglesia.
La Doctrina Eucarística.
El punto final de la diferencia doctrinal está relacionado con la Eucaristía. El Occidente ro-
mano ha definido la forma, la materia, el efecto y el ministerio ordinario de cada sacramento.
Con respecto a la Eucaristía, ha elaborado la doctrina de la Transustanciación, que explica el
cambio de los elementos eucarísticos con términos de la filosofía aristotélica, distinguiendo entre
la sustancia de todo objeto material y su manifestación externa, tal como el color, el peso y el
olor. La Iglesia romana enseña que en la Eucaristía la sustancia de pan y vino es sustituida por la
sustancia del Cuerpo y Sangre de Cristo, pero que a nuestros sentidos su apariencia sigue intacta
y los elementos eucarísticos continúan teniendo el aspecto y sabor de pan y vino.
La mayoría de los protestantes, en oposición a Roma, han formulado sus propias doctrinas eu-
carísticas, tales como la Consustanciación, según la cual el comulgante, al recibir pan y vino,
participa simultáneamente del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Los ortodoxos no comparten este deseo de precisión al estudiar el misterio de la Santa Comu-
nión. Piden a Dios que cambie el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Salvador, pero
no desean definir el carácter el momento exacto de este cambio.
La gran importancia dada a la Eucaristía, que se nota hoy en todas las confesiones, ha exten-
dido la comprensión de su significado y propósito y ha mitigado la acritud de las controversias
que se han mantenido el pasado con respecto al sacramento de la unidad y el amor. En la teología
sacramental y en la práctica, Oriente y Occidente se encuentran hoy mucho más cerca uno del
otro que en la época de su separación. Estas son algunas de las diferencias doctrinales entre los
cristianos orientales y occidentales. Sus raíces nacen de lo profundo de su experiencia y psicolo-
gía corporativas. El hombre occidental siempre ha confiado mas que el oriental en el poder de la
razón humana para penetrar en el misterio de la vida y definir con precisión las relaciones entre
el Creador y la creación. De aquí los esfuerzos de los teólogos occidentales por construir elabo-
rados sistemas teológicos, aspirando a proporciona soluciones autorizadas a un número de cues-
tiones suscitadas por las mentes investigadoras. De aquí también la habitual distinción entre los
teólogos documentados y los legos, de quienes se espera que acepten sin duda alguna las decla-
raciones de sus maestros.
Toda la teología de Occidente es más racional, más abstracta y más autoritaria que la de
Oriente. El Oriente acentúa la transformación de todo el ser humano, su restauración según el
prototipo original y la iluminación de mente y corazón que acompaña al renacimiento del ser
humano en Cristo mediante la acción del Espíritu Santo. Esta transfiguración introduce a los se-
res humanos en una comunión nueva y más personal con el Dios Trino y Uno, pero, por íntima
que sea su comunión, la esencia divina sigue siendo impenetrable a la mente humana, puesto que
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el énfasis sobre la teología apofática o negativa insiste en que sólo podemos decir que Dios está
más allá de nuestras definiciones y especulaciones. Sin embargo, esto no excluye el deseo orien-
tal de comprender la naturaleza del hombre, del mundo que le rodea y de los caminos que condu-
cen a su deificación en Cristo; pero todas estas especulaciones no tienen razón para pretender
una autoridad definitiva, y, por lo tanto, las Iglesias bizantinas siempre se han negado a identifi-
car la ortodoxia con cualquier maestro, sistema de teología o institución, camino elegido por
Roma, por cristianos orientales tales como los nestorianos y los jacobitas, y por los protestantes
conservadores. Por consiguiente, la teología ortodoxa es experimental, enraizada en el culto
eucarístico, unida orgánicamente a las oraciones y al ascetismo, y, por lo tanto, próxima al cora-
zón y a la mente de todos los cristianos. En el Oriente no ha existido nunca una definida línea de
demarcación entre los teólogos de profesión y los laicos. Los ortodoxos consideran que la verda-
dera distinción se basa entre aquellos miembros de la Iglesia que crecen en santidad y sabiduría,
y aquellos que permanecen absortos en sí mismos y son, por lo tanto, incapaces de participar
plenamente de la vida de gracia ofrecida a los fieles de la comunidad cristiana.