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Indicaciones: Revise el siguiente resumen de la sentencia de la Corte Suprema de

Estados Unidos recaído en el caso SFFA vs. Harvard & UNC; identifique cómo la
Corte construye el contenido interpretativo de la Decimocuarta Enmienda de la
Constitución, y reflexione en torno a la siguiente pregunta: ¿por qué los sistemas de
admisión universitarios basados en la raza vulneran el ámbito de protección de la
cláusula de protección de la igualdad?

Resumen de la sentencia de la Corte Suprema recaída en el caso


SFFA vs. Harvard, emitida el 29 de junio de 2023

En esta sentencia, la Corte Suprema de Estados Unidos, a partir de la demanda


interpuesta por la ONG Estudiantes por la Admisión Justa (SFFA en sus siglas en
inglés), identifica que el problema principal del caso es “si los sistemas de admisión
utilizados por Harvard College y la Universidad de Carolina del Norte (UCN), dos de
las instituciones de enseñanza superior más antiguas de Estados Unidos [fundadas en
1636 y en 1789, respectivamente], son legítimos en virtud de la Cláusula de Igual
Protección de la Decimocuarta Enmienda” (p. 1) de la Constitución. Según la Corte,
esta Cláusula constituye un "principio fundacional" que garantiza política y civilmente
“la igualdad absoluta de todos los ciudadanos de los Estados Unidos ante sus propias
leyes", proscribiendo cualquier "distinción de la ley basada en la raza o el color" (p. 10).
Por tal motivo, se considera que "[s]in este principio de justicia igualitaria no hay
gobierno republicano y ninguno que realmente valga la pena mantener" (p. 10).

En su decisión, la Corte comienza recordando el papel que ella misma tuvo en la


innoble historia cuando la Decimocuarta Enmienda se interpretó bajó la doctrina
“iguales, pero separados” hasta que, felizmente, “[en 1950, la inevitable verdad de [esta
Cláusula] comenz[ó] a resurgir: separados no pueden ser iguales” (p. 12), presupuesto
esencial cuya expresión máxima alcanzó su punto cúlmine en el caso Brown vs. Board
of Education. Así, luego de décadas de vasta jurisprudencia a favor de la garantía
estatuida, se desarrolló asimismo el siguiente estándar: “cualquier excepción a la
exigencia constitucional de igualdad debe superar un desalentador examen en dos fases
conocido (…) como estricto escrutinio”, según el cual nos uno debe preguntarse, en
primer lugar, “si la separación racial se utiliza para ‘promover intereses
gubernamentales imperiosos’ (…) y, en segundo lugar, si es así, si el uso de la raza por
parte del gobierno es ‘estrictamente adecuado’, es decir, es ‘necesario’, para lograr ese
interés” (p. 15).

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Antes de evaluar el seguimiento de este estándar en el caso concreto, la Corte plantea
un recorrido por uno de los temas paradigmáticos sobre la protección de la garantía
de la igualdad en el ámbito de la educación superior. Este tiene que ver con la
legitimidad de mecanismos como las cuotas o los procesos de admisión reservados
para estudiantes identificados por su raza. Así, rememora la opinión desarrollada por el
juez Powell en el caso Regents of University of California vs. Bakke, en el que se
discutió si el tratamiento preferencial aplicado por una universidad para las minorías
raciales puede reducir las oportunidades educativas para los blancos sin violar la
Constitución. En su opinión, el juez Powell sostuvo que “había que limitar el papel de la
raza”, considerando esta solo como "un 'plus' en el expediente de un postulante
determinado", e incluso entonces, “la raza debía sopesarse de una manera ‘lo
suficientemente flexible’ como para considerar todos los elementos pertinentes de la
diversidad a la luz de las cualificaciones particulares de cada solicitante" (p. 18). Por tal
motivo, señaló que “[u]na universidad no podía emplear un sistema de cuotas
reservando ‘un número determinado de plazas en cada clase para individuos de los
grupos étnicos preferidos’; [no] podía imponer un ‘sistema multipista con un número
prescrito de plazas reservadas para cada categoría identificable de postulantes’; y
tampoco podía utilizar la raza para excluir a una persona ‘de toda consideración (…)
simplemente porque no era del color adecuado’” (p. 18).

Si bien en ese caso la opinión del juez Powell fue rechazada por todos los demás
jueces, en un caso posterior, ocurrido 25 años después en el año 2003, Grutter vs.
Bollinger, la Corte Suprema respaldó por primera vez la posición de Powell,
expresando su “disconformidad con el uso de la raza en las admisiones universitarias”
al considerar que todas las "clasificaciones raciales, por muy convincentes que fueran
sus objetivos eran ‘peligrosas’" (p. 20). De este modo, en dicho caso la Corte propuso
una tesis controvertida: “impuso un último límite a los procesos de admisión basados
en la raza, [porque] en algún momento (…) deben terminar, deben tener un punto de
finalización, deben tener límites de duración razonables (…), deben tener
‘disposiciones de extinción’, un punto final lógico”. Con todo ello, consideró que la
“desviación de la norma de igualdad de trato debe ser una cuestión temporal (…)
debido a que [e]nunciar una justificación permanente para las preferencias raciales (…)
ofendería este principio fundamental de igualdad de protección”, concluyendo
finalmente que “[s]ería un día realmente triste si Estados Unidos se convirtiera en una
sociedad de cuotas, en la que cada minoría identificable tuviera asignada una
representación proporcional en todos los ámbitos deseables de la vida”, por lo que la
Corte “[espera] que dentro de 25 años, el uso de preferencias raciales ya no sea
necesario para promover el interés aprobado hoy”(p. 21).

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En base a dicha reconstrucción, en la decisión del caso presente, SFFA vs. Harvard, la
Corte Suprema llega al siguiente razonamiento: “Veinte años después [del
reconocimiento de la doctrina Powell], no se vislumbra el final. La opinión de la
universidad de Harvard sobre cuándo terminarán las admisiones basadas en la raza no
tiene fecha. [No obstante], hemos permitido las admisiones basadas en la raza solo
dentro de los límites de unas restricciones limitadas, [pese a que] los programas
universitarios deb[erían] cumplir con un estricto escrutinio, nunca pued[iendo] utilizar
la raza como un estereotipo o como algo que genere efectos negativos, y en algún
momento deben terminar. Los sistemas de admisión de las universidades demandadas,
por bien intencionados que sean y aplicados de buena fe, incumplen cada uno de estos
criterios. Por lo tanto, son inválidos en virtud de la Cláusula de Igual Protección de la
Decimocuarta Enmienda” (p. 22).

Para sustentar esta invalidación de los sistemas de admisión de las universidades de


Harvard y de Carolina del Norte, la Corte Suprema desarrolla los siguientes
argumentos:

(i) En el primero, se afirma que un criterio de validación de un sistema de


admisión basado en la raza que sea coherente con la cláusula de protección
de la igualdad debe contener estándares suficientemente medibles y
ponderables que hagan posible el control de constitucionalidad [judicial
review] por parte de los tribunales. Respecto de esta exigencia, “las
universidades demandadas han fallado en respetar dicho límite al utilizar
dentro de sus sistemas beneficios que, si bien pueden ser objetivos loables,
no son suficientemente coherentes a efectos del estándar del estricto
escrutinio” (p. 24). Las universidades plantean como objetivos, por ejemplo,
los siguientes: “formar a los futuros líderes de los sectores público y
privado; preparar a los licenciados para adaptarse a una sociedad cada vez
más plural; educar mejor a sus estudiantes a través de la diversidad; y
producir nuevos conocimientos derivados de perspectivas diversas” (p. 23).
No obstante, —la Corte se pregunta— ¿cómo podría un juez evaluar si
“una determinada combinación de alumnos pertenecientes a minorías
permite ‘ciudadanos comprometidos y productivos’, ‘fomenta
suficientemente el aprecio, el respeto y la empatía’ o ‘forma eficazmente a
futuros líderes’?” Según la Corte Suprema, criterios como estos “no
ofrece[n] ningún estándar” (p. 24).
(ii) En segundo lugar, la Corte considera que las universidades demandadas
fallan también porque no logran demostrar el vínculo de idoneidad que
debiera existir entre los objetivos que ellas plantean en sus sistemas de

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admisión y los medios que utilizan. Así, algunas categorías que se usan para
la identificación de la raza son imprecisas (como la categoría “asiáticos”),
otras son indeterminadas y arbitrarias (como “hispanos”), y otras son muy
poco inclusivas (como la falta de categorías para candidatos que provienen
de países islámicos). Así, la Corte Suprema termina concluyendo que: “De
hecho, el uso de estas categorías raciales opacas socava, en lugar de
promover, los objetivos de los [sistemas de admisión]. Al centrarse en la
infrarrepresentación, los postulantes aparentemente preferirían una clase
con un 15% de estudiantes de México a una clase con un 10% de
estudiantes de varios países latinoamericanos, simplemente porque la
primera contiene más estudiantes hispanos que la segunda” (p. 27).
(iii) En tercer lugar, la Corte Suprema considera que las políticas de admisión
basadas en la raza generan una consecuencia perversa y negativa, es decir,
contradictoria con el objetivo último de la Decimocuarta Enmienda. Así,
por ejemplo, cita el hallazgo de un tribunal de circuito donde se observa
“una disminución del 11,1% en el número de asiático-americanos admitidos
en Harvard”, lo que confirma que su "política de tener en cuenta la raza de
los solicitantes (…) da lugar en general a que se admita a menos estudiantes
asiático-americanos y blancos”.
(iv) Ello lleva, en cuarto lugar, al problema identificado por la Corte de la
generación de estereotipos en los que un estudiante de raza negra, por
ejemplo, ya no es considerado como valioso durante el sistema de admisión
por sus cualidades intelectuales o su potencialidad académica en sí misma,
sino única y exclusivamente por la posibilidad que su admisión ofrece a la
diversidad del programa universitario. Así, respecto de ello, la Corte afirma
que “el proceso de admisión de Harvard se basa en el pernicioso
estereotipo de que ‘un estudiante negro normalmente puede aportar algo
que un blanco no puede ofrecer’” (p. 29). Y al hacer eso, “la universidad
fomenta estereotipos que tratan a las personas como el producto de su
raza, evaluando sus pensamientos y esfuerzos —su propio valor como
ciudadanos — de acuerdo con un criterio prohibido por el Estado, por la
historia y la Constitución”, causando con tales estereotipos “daños y
perjuicios continuos, contrariamente al ‘objetivo central’ de la Cláusula de
Igualdad de Protección” (p. 30).
(v) Finalmente, otro problema que enfrentan, según la Corte, los sistemas de
admisión de las universidades demandadas es que carecen un “punto lógico
de finalización” (p. 30), lo que, por supuesto, genera una fuerte
inconsistencia con los argumentos admitidos en la jurisprudencia suprema
desde la llamada “doctrina Powell” (ver supra). Si bien las universidades

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aducen que los “sistemas de admisión basados en la raza terminarán
cuando, en su ausencia, haya ‘representación significativa y diversidad
significativa’ en los campus universitarios”, la Corte cuestiona “en qué
consiste tal posibilidad” si las propias universidades aceptan que ese
escenario ideal “no implica ningún ‘punto de referencia numérico estricto’ o
un ‘número o porcentaje preciso’” (p. 30). Esto último, sin embargo, no se
condice con la estadística mostrada a lo largo de los años donde se observa
claramente que las universidades tratan de lograr porcentajes similares (en
promedio, 11%) para asegurar espacios a postulantes afroamericanos,
hispánicos y asiáticos (p. 31). Ante ello, la Corte cuestiona que si las
universidades demandadas prometen que “solo dejarán de utilizar la raza
cuando se admita a un porcentaje aproximado de diversos grupos raciales,
[ellos tergiversan] el principio de igualdad [en la medida que] los sistemas
de admisión garantizan efectivamente que la raza siempre será relevante (...)
y que el objetivo último de eliminar la raza como criterio nunca se
alcanzará” (p. 32). Finalmente, pese a que las universidades señalan que para
lograr la pauta marcada en el caso Grutter vs. Bollinger podrían
permanentemente revisar la necesidad de tus sistemas de admisión basados
en la raza, la Corte considera que “no hay razón para creer que los
demandados —incluso actuando de buena fe— vayan a cumplir la Cláusula
de Igual Protección en un futuro próximo” (p. 34).

Luego de la sustentación que la Corte en mayoría plantea para sostener su decisión,


respondiendo al mismo tiempo a cada uno de los argumentos alegados por las
universidades demandadas, aborda los votos disidentes de la posición en minoría,
sosteniendo, entre otras razones que: “Permitir que la ‘discriminación social pasada’
sirva de base para unas preferencias raciales rígidas sería abrir la puerta a demandas de
'reparación' para cada grupo desfavorecido, [pero] [a]brir esa puerta cerraría otra: el
sueño de una nación de ciudadanos iguales (…) se perdería". Así, sostiene que el
resultado de “un mosaico de preferencias cambiantes basadas en reclamaciones
intrínsecamente inconmensurables de agravios del pasado, (…) sería contrario tanto a
la letra como al espíritu de una disposición constitucional cuyo mandato central es la
igualdad” (pp. 35-36). Todo ello, lleva a la Corte a plantear la conclusión más
importante —y, desde cierto punto de vista, altamente controvertida— de la sentencia
en los siguientes términos:

Por las razones expuestas, los sistemas de admisión de Harvard y la UNC no


pueden conciliarse con las garantías de la Cláusula de Igual Protección. Ambos
sistemas carecen de objetivos suficientemente específicos y mensurables que
justifiquen el uso de la raza; emplean inevitablemente la raza de manera

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negativa; implican estereotipos raciales y carecen de un punto fin que sea
significativo. Nunca hemos permitido que los sistemas de admisión funcionen de
esa manera, y no lo haremos hoy. Al mismo tiempo, (…) nada en esta sentencia
debe interpretarse como una prohibición a las universidades de considerar el
caso particular de un postulante donde sea relevante la forma en que la raza
afectó su vida, ya sea a través de la discriminación, la inspiración, o de otra
manera. Pero, a pesar de la opinión en contrario de la posición disidente, las
universidades no pueden simplemente establecer a través de ensayos de solicitud
u otros medios el régimen que hoy consideramos ilegal. (…) Un beneficio para un
estudiante que superó la discriminación racial, por ejemplo, debe estar vinculado
al valor y la determinación de ese estudiante. O un beneficio a un estudiante cuya
herencia o cultura le motivó a asumir un papel de liderazgo o alcanzar un objetivo
particular debe estar vinculado a la capacidad única de ese estudiante para
contribuir a la universidad. En otras palabras, el estudiante debe ser tratado en
función de sus experiencias como individuo, no en función de su raza. Durante
demasiado tiempo, muchas universidades han hecho justo lo contrario. Y al
hacerlo, han llegado a la conclusión, errónea, de que la piedra de toque de la
identidad de un individuo no son los retos superados, las habilidades adquiridas
o las lecciones aprendidas, sino el color de su piel. Nuestra historia
constitucional no tolera esa elección. (pp. 39-40) [subrayado agregado]

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