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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA


MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN
UNIVERSIDAD MILITAR BOLIVARIANA DE VENEZUELA
ESCUELA DE ESTUDIOS TÁCTICOS NAVALES

OPERACIONES NAVALES Y LOGÍSTICA

ENSAYO
TÁCTICAS NAVALES EMPLEADAS EN LA SEGUNDA GUERRA
MUNDIAL, GUERRA DE LAS MALVINAS Y GUERRA DEL GOLFO
PÉRSICO

CURSO DE PERFECCIONAMIENTO EN TÁCTICA NAVAL


PARTICIPANTES:

-TF. YAHER CÁRDENAS CARACHE


C.I.V-25.338.699

FACILITADOR: CA. RAMÓN ENRIQUE ARRIETA SUAREZ

MATURIN, 13 DE ABRIL 2024


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TÁCTICAS NAVALES EMPLEADAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, GUERRA DE


LAS MALVINAS Y GUERRA DEL GOLFO PÉRSICO:

“La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político,


una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios.”
Carl Von Clausewitz (1.832). Bajo esta concepción del militar prusiano y uno de los más
influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna daremos inicio a este
análisis sobre las tácticas empleadas en cada uno de los conflictos y su vigencia.

Durante los últimos siglos, Europa y el mundo han conocido muchas guerras, todas
finalizadas por agotamiento de los cuerpos y recursos. Así ocurrió con la Segunda Guerra
Mundial cuyas tácticas y estrategias revolucionaron las ya utilizadas durante la Primera Gran
Guerra. La Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto bélico más importante de la historia
de la humanidad. Quizás otras hayan tenido análogas repercusiones ulteriores, pero ninguno
provocó la movilización de hombres y recursos alcanzada entre 1939 y 1945. A lo largo de
esos seis años, el planeta se vio envuelto de forma directa o indirecta, en las hosti-
lidades.Raro fue el país que no se posicionase a favor de alguna de las potencias o no se
viese involucrado, militar o diplomáticamente, en la contienda. A medida que esta se
prolongaba, el uso de los recursos naturales y la producción de armamento se multiplicaron
exponencialmente, dando lugar, además, a unos avances tecnológicos sorprendentes. En
nada se pareció la Tierra de 1939 a la de 1945: el sistema mundial sufrió un espectacular
terremoto y se transformó radicalmente durante esos años. Europa, hasta entonces la
potencia dominante, dio el relevo a los Estados Unidos, a la Unión Soviética y a otros actores
que hoy son piezas determinantes en el ajedrez de las relaciones internacionales.

En un planeta en el que el setenta por ciento de la superficie es agua y cuyos


continentes se encuentran separados por inmensos océanos, controlar los mares
proporciona una ventaja estratégica muy relevante. Una de las principales causas de la
expansión del conflicto por todos los rincones del globo fue, por eso, la guerra naval. Los
contendientes utilizaron sus Armadas como instrumentos para cortar la red de suministros de
sus adversarios y como apoyo a las operaciones terrestres. Japón y Gran Bretaña, países
clave en la Segunda Guerra Mundial, eran (y son) islas carentes de recursos propios, que
requerían importar materias primas indispensables. De ahí que cuidasen con tanto esmero
sus flotas. La Historia está marcada por famosas naumaquias como Trafalgar, Salamina o
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Lepanto, que tuvieron un impacto decisivo en el devenir de la humanidad. A partir del siglo
XX, desde que entró en juego la aviación, parecía como si las fuerzas navales hubiesen
perdido cierta relevancia, al menos de cara al gran público. La Segunda Guerra Mundial
demostró lo contrario. Las batallas navales, que no han despertado tanto interés como las
terrestres, tuvieron una incidencia especial en el transcurso del conflicto: la guerra
submarina, el ataque a Pearl Harbor, la batalla de Midway o el desembarco de Normandía,
por citar solo alguno de los episodios más destacados de la contienda, se desarrollaron en el
agua. Salvo el de Midway, los otros tres ejemplos no fueron, propiamente, enfrentamientos a
gran escala entre dos armadas, sino más bien ataques sorpresa, encuentros esporádicos o
desembarcos anfibios.

La historia de la guerra mundial en el mar entre 1939 y 1945 es un relato disperso,


episódico, y constantemente cambiante, de intereses nacionales antagónicos, de tecnologías
emergentes y de personalidades fuera de lo común. Contarla en una única narración es una
tarea sobrecogedora, pero contarla de cualquier otra forma resultaría engañoso. No hubo
una guerra en el Atlántico y otra en el Pacífico, una tercera en el Mediterráneo y otra más en
el Índico o en el mar del Norte. Si bien hacer una crónica del conflicto en ese tipo de lotes
geográficos podría simplificar las cosas, esa no fue la forma en que se desarrolló la guerra, ni
la forma en que tuvieron que gestionarla los responsables de tomar decisiones. La pérdida
de los convoyes de transporte durante la batalla del Atlántico afectó a la disponibilidad de
barcos de carga para Guadalcanal; los convoyes con destino a la asediada isla de Malta, en
el Mediterráneo, conllevaban reducir las escoltas para el Atlántico; la persecución del
acorazado Bismarck congregó a fuerzas procedentes de Islandia y Gibraltar, además de gran
Bretaña.

La victoria Aliada nunca estuvo clara; tanto en el Atlántico, como en el Pacífico,


japoneses y alemanes pusieron en jaque a la flota aliada y estuvieron a punto de colapsar la
economía inglesa. Hasta bien entrado 1942, se trató de una guerra de supervivencia, pues el
avance nipón por el sudeste asiático y la capacidad destructiva de los U-Boot germanos se
impusieron claramente. Tan solo la tenacidad de los aliados y la colosal maquinaria
productiva estadounidense decantaron la balanza a favor de estos. En el campo estratégico y
táctico, las fuerzas fueron muy parejas, incluso algo favorables para las potencias del Eje,
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pero la ilimitada fuente de recursos de que disponían los americanos acabó por arrollar a sus
adversarios: estos últimos no contaban con tantas materias primas y su número de bajas en
combate no era fácilmente remplazable, tras años de lucha en distintos frentes.

Al estudiar la guerra naval durante la Segunda Guerra Mundial no debemos pensar


que únicamente se hablará de barcos; tanto las grandes batallas entre buques como otras
operaciones en las que la infantería y la aviación jugaron un papel decisivo. La aparición de
los portaviones cambió radicalmente el concepto de guerra marítima. Hasta el inicio de la
contienda se pensaba que los grandes acorazados o los destructores eran la pieza esencial
de la Armada; pronto se advirtió que, por muy grandes que fuesen esos navíos, poco podían
hacer frente a un potente ataque aéreo. De ahí que los portaviones fuesen adquiriendo
mayor importancia, hasta convertirse en la principal herramienta de combate. También se
abordan las operaciones anfibias realizadas, como la invasión del norte de África, de Sicilia,
del sudeste asiático o el desembarco de Normandía. En un campo de batalla de decenas de
miles de kilómetros, tan importante como derrotar a tu enemigo es mantener el
abastecimiento de tus fuerzas. La logística y la asignación de recursos se convirtió en el
objetivo primordial de los distintos Estados Mayores. Decidir qué era prioritario provocó
agrias disputas entre generales aliados, pues todos querían destinar la mayor fuerza posible
a sus operaciones, lo que no siempre era posible. Las lanchas de desembarco (conocidas
como LST) fueron una pieza clave en la victoria aliada. En el bando opuesto, también fue
necesario realizar un despliegue muy meticuloso, ya que había pocos medios para cubrir
todo el Océano Atlántico. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra de desgaste en la que
venció quien consiguió aguantar el esfuerzo bélico mejor que su rival.

Cuarenta años después, America fue el campo de batalla en donde se conocio la


Guerra de las Malvinas; Argentina y el Reino Unido llevaban décadas disputándose la
soberanía de las Islas Malvinas, un conflicto cuyo escenario principal habían sido los pasillos
de la ONU y las sedes diplomáticas de los países más importantes; hasta que la Junta Militar
argentina necesitó contentar a su población y, presionada por el almirante Anaya,
Comandante en Jefe de la Marina y uno de los que la componían, desencadenó la invasión.
En las primeras horas del 2 de abril de 1982 los buzos tácticos de élite desembarcaron en
torno a Puerto Stanley y, en apenas unas horas, se hicieron con el control de las islas. El
Gobierno británico, a la sazón encabezado por Margaret Thatcher, que todavía no era la
Dama de Hierro, había estado dispuesto a llegar a algún tipo de acuerdo, hasta entonces, y a
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pesar de que no se abandonó por completo la vía diplomática, inició el despliegue de una
fuerza militar con el objetivo de reconquistar las islas.

La Guerra de las Malvinas no fue un conflicto fácil. A miles de kilómetros de sus


bases, los mandos de la Royal Navy tuvieron que hacer auténticos milagros logísticos para
mantener sus fuerzas en el Atlántico austral, ingentes esfuerzos para superar las bajas
navales que sufrieron a manos de la Fuerza Aérea Argentina, cuyos pilotos, conscientes de
que eran los únicos que podían ganar la guerra para su país, derrocharon un valor sin límites
para impedir que las brigadas británicas desembarcaran en la Isla Soledad y reconquistaran
Puerto Stanley. Pero no pudo ser. Dos meses y medio después de la invasión la Unión Jack
ondeaba de nuevo sobre las islas, dejando el conflicto sin resolver hasta hoy.

La disputa por las islas ha sido un tema insoslayable para la sociedad argentina
posterior a 1945. Desde ese momento, en particular a partir de la década de 1960, el debate
en torno a la posesión de las mismas ganó lugar a nivel internacional, sobre todo a partir de
la creación de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El 2 de abril de 1982, los ojos
del mundo observaron con atención los sucesos que ocurrían en el Atlántico Sur. Argentina
había recuperado las Malvinas mediante una operación militar incruenta, es decir, no hubo
muertos ni heridos entre los británicos, ni tampoco daños materiales importantes. Después
de ciento cuarenta y nueve años, la bandera argentina ondeaba sobre las islas.

El hecho de que Argentina tuviese en su haber apenas cinco misiles Exocet aire-
superficie fue una suerte para el Reino Unido, ya que demostró ser un misil efectivo y letal.
Uno hundió al HMS Sheffield y otro al MV atlantic Conveyor. Hubo uno que impactó (si bien
no hundió) en el HMS Glamorgan, pero ese fue un misil Exocet superficie-superficie,
chapucera pero eficazmente adaptado para lanzamiento desde tierra. En las Malvinas, una
vez hubieron comenzado los desembarcos, la fuerza anfibia ya estuvo localizada, pero el
grupo aeronaval no. Un buen radar habría contribuido a cambiar esto. No es de recibo que
una fuerza aérea moderna que pretenda tener la capacidad de ataque contra buques carezca
de aviones de patrulla marítima o del adiestramiento necesario para hacer un ataque
colaborativo entre un TRU (target reporting unit) y los cazas. Por parte británica, la carencia
de aeronaves de AEW hizo que los pickets (buques que sirven como exploradores
avanzados) fuesen la primera línea de detección de los aviones argentinos. Una tarea muy
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peligrosa, desde luego. En este cometido se encontraba el Sheffield cuando le impactó el


Exocet. Posteriormente se colocaron submarinos por fuera de aguas territoriales argentinas
para dar aviso de las salidas de los aviones. Esto no suplió del todo la carencia de AEW,
pero al menos les sirvió como alerta previa y para hacer una cuenta atrás que les permitía
incrementar consecuentemente el grado de alistamiento. Con seguridad, la ausencia de AEW
fue una de las causas de que a menudo no hubiese tiempo para hacer la interceptación en el
tramo de ida de los aviones argentinos. Los buques controladores habitualmente eran la
pareja que se encontraba en la boca norte del estrecho, y las detecciones eran muy tardías.
De hecho, una buena parte de los 31 derribos que hicieron los Harrier fueron efectuados en
el tramo de regreso.

Desde el punto de vista argentino, el hecho de que el teatro de guerra estuviese a


unas 300 NM de sus bases más próximas era consecuencia de lo que posiblemente fue uno
de los errores más garrafales de la guerra: no haber acondicionado alguna de las pistas
aéreas del archipiélago para poder ser usada por sus cazas antes de la llegada de la fuerza
naval británica. Sin esta elemental medida de precaución el aeródromo de Port Stanley y la
pista de Goose Green quedaron disponibles solamente para aviones de transporte,
aeromacchi y Pucaras (si bien hubo algún ataque puntual de estos aviones contra buques,
fueron inefectivos). El desarrollo de la guerra habría sido muy diferente si esta medida se
hubiese dispuesto. Posteriormente, fuentes argentinas afirmaron que solo 81 de los 223
aviones de combate tenían la autonomía y la capacidad de aprovisionamiento en vuelo
necesarias para llegar a San Carlos desde el continente. Este fallo hizo que los Harrier
saliesen airosos de la totalidad de las batallas aéreas durante la guerra, a pesar de
enfrentarse a aviones Mirage-III, que hubiesen sido unos temibles oponentes de haber tenido
mayor autonomía en zona. La única victoria argentina en combate aéreo fue el derribo de un
helicóptero británico. Aunque la mayor parte de las acciones antiaéreas tuvieron lugar en
aguas litorales, quiero hacer un comentario de las que sucedieron en aguas abiertas. Hubo
tres misiones de lanzamiento de misiles antibuque por parte de los Super-Etendard
argentinos. De resultas de ellas, dos buques resultaron hundidos, el Sheffield y el transporte
atlantic Conveyor, ya mencionados. Fueron demasiado pocas acciones como para sacar
conclusiones y sería aventurado afirmar que «los lanzamientos de misiles Exocet en las
Malvinas demostraron que los escoltas de entonces tenían pocas perspectivas de
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defenderse eficazmente contra esa amenaza». Más se prestan a análisis las acciones cerca
de tierra, que fueron numerosas. El bautismo de fuego para la fuerza anfibia fue el mismo 21
de mayo (día de los desembarcos), estando ya en la bahía de San Carlos. Los ataques
aéreos argentinos se sucedieron a lo largo de seis horas, y sucedió que las armas antiaéreas
más eficaces dentro de la angosta bahía fueron armas manuales (ya fuesen misiles de
hombro —manpads—, ya ametralladoras). Para los aviones, el tiempo necesario para hacer
la aproximación a su blanco, apuntar y lanzar era de segundos, al estar la bahía rodeada de
tierras altas. Las armas empleadas por los buques incluían armas ligeras a mansalva, que
dieron cuenta de algún avión y que hicieron a más de un piloto romper la pasada de ataque
ante tamaño rastro de trazadora. Y aquí entraban todas: cañones Bofors de la LPD HMS
Fearless, ametralladoras de propósito general, ametralladores Bren, fusiles e incluso cohetes
anticarro.

No se deben, por tanto, desdeñar las armas de apuntamiento manual. Con blancos
que aparecen en el radar segundos antes del lanzamiento de la bomba, el control de fuego
guiado por este, paradójicamente, puede quedarse corto. Esto es así porque la parte humana
del proceso del enfrentamiento (ver el blanco en el radar y hacer la designación) puede no
dar tiempo a que se haga; salvo quizá en el caso de que se disponga de un «radar de
adquisición» automático y fiable, y preferiblemente asociado a un módulo automático de
enfrentamiento (esto último podría ser algo similar al TEWA de las fragatas de la clase Santa
María o al sistema de las de la clase Álvaro de Bazán).

A lo largo de la semana que siguió al 21 de mayo, gran parte de las acciones transcurrieron
apartadas de la bahía de San Carlos, en el propio estrecho de San Carlos, Falkland Sound
en inglés (no confundir con la bahía del mismo nombre) o en su entrada al norte, felizmente
para la fuerza anfibia y para la de desembarco, que solo esporádicamente vislumbraron
algún Harrier persiguiendo a Skyhawks o Mirages. A lo largo de estos días, por tanto, fueron
los escoltas los que se llevaron el castigo, permitiendo con ello que la fuerza anfibia y la de
desembarco saliesen prácticamente indemnes. El estrecho, a pesar de ser mucho menos
angosto que la pequeña bahía de San Carlos, era un entorno que impuso fuertes
restricciones a los sistemas de misiles antiaéreos, por la incapacidad de los radares de
vigilancia de detectar blancos aéreos muy bajos en presencia de clutter (blancos radar de
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retorno de mar y de tierra), y los aviones argentinos supieron enmascararse en la isla


occidental antes de las pasadas de ataque. No obstante, en esta zona sí que hubo
lanzamientos eficaces de misiles antiaéreos.

Tras el pensamiento estratégico de Clausewitz , nuestro análisis de la ruptura


polemológica de las guerras de Italia y las prácticas de la guerra en el mundo griego,
repasaremos la «madre de todas las batallas», que configuró la política de defensa
estadounidense y el orden internacional hasta la caída de Kabul. La Guerra del Golfo tuvo
lugar del 2 de agosto de 1990 al 28 de febrero de 1991. La madre de todas las batallas,
según la expresión utilizada por Saddam Hussein1 para galvanizar a sus tropas e intentar
movilizar la opinión árabe2, fue el primer conflicto posterior a la Guerra Fría cuyo final oficial
anticipó unos meses3. De hecho, aunque éste no fuera el significado que, inicialmente,
sugerían las palabras del líder iraquí, la Guerra del Golfo fue la madre de todas las batallas.
Fue el conflicto inaugural de una nueva era estratégica caracterizada, al menos, al principio,
por el dominio político, económico, tecnológico y financiero de Estados Unidos sin rivales a
su altura. La superioridad de los recursos militares del bando occidental era, también,
indiscutible. La Guerra del Golfo fue, de igual manera, un conflicto fundamental en el sentido
de que, como precedente, sentó las normas para la conducta operativa de los compromisos
militares en los que los americanos y sus aliados europeos se verían implicados más
adelante4. En nombre del derecho internacional, los principios humanitarios y los objetivos
de seguridad, entre los que destacaban los riesgos de proliferación nuclear y la lucha contra
el terrorismo, los ejércitos occidentales se convertirían en habituales de las intervenciones
exteriores tras la Guerra del Golfo. Durante un ciclo de treinta años, que empezó en serio con
la operación «Tormenta del Desierto» (la fase militar activa de la Guerra del Golfo), en
febrero de 1991, y que terminó con la retirada total de las fuerzas americanas de Afganistán,
en agosto de 2021, los países occidentales, la mayoría de las veces, como parte de
coaliciones bajo mando americano, iban a participar en más de cien intervenciones militares
externas, las más largas y violentas de las cuales iban a tener lugar en Medio Oriente, con
Irak como epicentro.

La operación «Tormenta del Desierto», se desarrolló entre el 17 de enero y el 28 de


febrero de 1991. Fue la fase de combate. Comenzó con bombardeos aéreos y navales desde
puntos clave, seguidos de operaciones antiaéreas y, a continuación, de una ofensiva
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terrestre limitada. Así pues, la Guerra del Golfo consistió en una campaña aérea de unas seis
semanas de duración y una batalla terrestre de menos de cuatro días. En comparación con la
mayoría de los conflictos posteriores en los que participaron ejércitos occidentales (Somalia,
los Balcanes, Afganistán, Irak, Mali, etcétera), fue una guerra corta, incluso si añadimos las
acciones preliminares de proyección de fuerzas y control marítimo. Terminó con una victoria
inequívoca de la coalición. La coalición logró todos sus objetivos de guerra políticos y
militares. Pudo expulsar al ejército invasor de Kuwait, neutralizar por completo las
capacidades militares iraquíes y avanzar en Iraq sin llegar a Bagdad ni amenazar con
derrocar a Sadam Husein. Éstos eran los objetivos políticos asignados para la coalición
sobre la base de un compromiso entre las principales potencias y de un acuerdo informal
entre Washington, París y Londres.

Desde un punto de vista operativo, la operación fue un caso de libro de texto para
futuras operaciones exteriores9. Estados Unidos y sus aliados empezaron por asegurarse el
control de los cielos y de las zonas marítimas en torno al teatro de operaciones, en particular,
neutralizando sistemáticamente los centros de mando y de control iraquíes e imponiendo un
bloqueo naval. Estas acciones preliminares o preparatorias se basaron en un perfecto
conocimiento de la posición del enemigo, en especial, mediante la recopilación previa de
información de inteligencia. La importancia estratégica de los satélites de observación militar
(sólo al alcance de Estados Unidos en aquella época) quedó plenamente confirmada.

La maniobra también se vio facilitada por una decisión insólita tomada por Saddam
Hussein, que, deseoso de proteger su fuerza aérea, transfirió un centenar de sus aviones a
Irán en las primeras horas del conflicto10. Saddam Hussein consideró que sus fuerzas no
estaban en condiciones de ganar la primera batalla aérea contra la coalición, más poderosa y
mejor equipada, pero que sí podría vengarse explotando su conocimiento del terreno,
durante las batallas terrestres, en una batalla del desierto. De hecho, esto nunca ocurrió, ya
que su ejército, que había tomado posiciones en las dunas de arena del valle del Éufrates,
había sido destruido previamente por bombardeos convencionales y ataques selectivos. La
Guardia Republicana iraquí aguardaba con el aliento dentro; sus tanques inmovilizados en el
suelo del desierto; hombres y equipos aniquilados bajo una alfombra de bombas antes,
incluso, de que se pudiera disparar un obús11.
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En este sentido, la Guerra del Golfo, que tuvo un gran impacto en la gente por el uso
de misiles de precisión americanos y por la guerra electrónica a tan gran escala por primera
vez, demostró, claramente, que se estaba produciendo una revolución en los asuntos
militares12. Sin embargo, en muchos aspectos (los bombardeos aéreos masivos de los B52
americanos, el tamaño de los destacamentos terrestres desplegados13, el número de
vehículos blindados), sigue estando vinculada con conflictos anteriores. No cabe duda de
que la gramática de la guerra está experimentando profundos cambios, pero su vocabulario
no deja de ser anticuado.

Por otra parte el golfo pérsico y el estrecho de Ormuz han sido testigos de numerosas
averías ocasionadas a flotas como la de los Estados Unidos, mediante el empleo de minas
navales, misiles o artefactos explosivos improvisados, en casos como: el USS Samuel B.
Roberts, averiado por una mina naval; el USS Stark, impactado por dos misiles antibuque, y
el USS Cole, averiado en el puerto de Adén empleando tácticas asimétricas en 2000.

Concluimos con la siguiente reflexión: Como ha mostrado Este relato, el éxito


operativo supuso un importante factor para la victoria naval de los Aliados. Los importantes
avances tecnológicos en materia de aviación, torpedos, descifrado y radar, y en última
instancia de energía atómica también fueron un elemento crucial de la historia. No obstante,
al final lo que más contribuyó al éxito en el mar fue la capacidad de los astilleros y los
obreros de la construcción naval aliados y sobre todo estadounidenses de aprovecharse de
sus mayores recursos naturales y construir todo tipo de barcos de transporte y de buques de
guerra más deprisa de lo que el Eje era capaz de hundirlos. Los sacrificios de británicos y
soviéticos entre 1939 y 1944 mantuvieron a raya al Eje durante el tiempo suficiente para que
el motor económico de las fábricas y los astilleros estadounidenses produjera los medios
materiales y así los Aliados fueran capaces de aplastar al Eje.

En cuanto a la Guerra de las Malvinas podemos mencionar que el lugar de los


desembarcos, una bahía protegida y rodeada de alturas, fue idóneo. Por una parte, tanto la
bahía como el estrecho de San Carlos eran lugares vetados al uso de misiles AM-39 Exocet.
Además, la bahía estaba muy bien protegida de la acción de los cazabombarderos
enemigos. Por último, se sabía que en esa zona no había posiciones enemigas en tierra. —
Que los escoltas que se situaron en el estrecho de San Carlos y al norte de la entrada de
este fueron eficaces en la protección de los buques anfibios y de transporte, dentro del
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fondeadero. Lo fueron a costa de tres escoltas hundidos (los HMS ardent, antelope y
Coventry) y varios más seriamente dañados por las bombas, pero el objetivo argentino
estaba (o debía estar) en el fondeadero y en tierra.

La guerra antiaérea estuvo marcada por unas alturas de aproximación muy bajas,
como se ha dicho, salvo en ocasiones puntuales, como la de una misión de bombarderos
Canberra, no aptos para atacar buques con capacidad antiaérea. Ello redundaba en
detecciones muy tardías. Una consecuencia de esto fue que no había un proceso de
identificación formal. Un contacto bajo en aproximación era susceptible de ser enfrentado, no
había tiempo para evaluar. Era la única solución posible si se quería enfrentar a los aviones
atacantes. El factor que permitió que se pudiese actuar así sin que sucediesen apenas
fratricidios fue la buena gestión del espacio aéreo. Una identificación por procedimientos
(basada en el conocimiento de en qué zonas supuestamente pueden operar las aeronaves
amigas y en cuáles no), es factible; a veces, incluso necesario, pero requiere disciplina. El
apartarse de los procedimientos conduce a fratricidios, como el que se produjo cuando un
helicóptero Gazelle del Ejército fue derribado, según parece, por el HMS Cardiff. El error en
este incidente fue doble: por una parte se trataba de un helicóptero que estaba violando los
citados procedimientos (8). Por otra, no figuraba en la lista de salidas previstas (hoy lo
llamaríamos el ATO, air Tasking Order) por descuido del Ejército. No obstante, fue el único
caso de fratricidio entre fuerzas navales y del Ejército, lo que demuestra que el sistema
funcionó bastante bien.

El movimiento de la fuerza anfibia hacia el Área de Objetivo Anfibia (AOA), el 20 de


mayo, fue un riesgo considerable. Compuesta por 12 buques anfibios y de transporte de
tropas y siete escoltas, hizo un tránsito hasta la bahía de San Carlos en un día brumoso (tal y
como habían predicho los meteorólogos británicos), sin que los aviones argentinos hiciesen
acto de presencia. Si lo hubiesen hecho un día más tarde (en el que los aviones argentinos
hicieron estragos entre los escoltas británicos), tal vez la historia hubiese sido distinta. Pero
ya se sabe que la victoria es atrevida. Como escribió un autor sobre esta guerra refiriéndose
a ese tránsito hacia el AOA, «los británicos cosecharon los frutos de su atrevimiento». Con el
beneficio de la retrospectiva, y sabiendo cuál era la previsión meteorológica (atrevido no
12

significa insensato), podemos decir que fue una decisión acertada, con unos riesgos
asumidos.

La Guerra del Golfo Persico concluimos que la coalición detuvo su avance en Irak y
declaró un alto el fuego 98 horas después del inicio de la campaña terrestre. Cumpliendo su
palabra, sobre todo, con el expresidente François Mitterrand, el expresidente estadounidense
George H. W. Bush (1989-1993) no empujó a sus tropas a tomar Bagdad. El régimen de
Saddam Hussein, aunque derrotado militarmente, permaneció en el poder. Durante la guerra,
los combates se limitaron, estrictamente, a Irak, Kuwait y las zonas fronterizas con Arabia
Saudita. No obstante, los escasos combates fueron intensos y causaron muchas bajas civiles
y militares en el bando iraquí (según las fuentes, entre 150.000 y 180.000 víctimas14), pero
menos de mil en el bando de la coalición, de las cuales sólo 247 murieron en combate.

La Guerra del Golfo marcó una ruptura con el antiguo orden de la Guerra Fría. Desde
un punto de vista geoestratégico, fue un hito histórico tan significativo como lo fue,
políticamente, la caída del Muro de Berlín. Su ausencia en la gestión del conflicto demuestra
que la URSS ya había caído de rodillas15 internacionalmente antes de derrumbarse sobre sí
misma unos meses más tarde. En cierto modo, este conflicto, sobre todo, para los países de
la región, empezando por Irak, debe interpretarse también como un rebote de la guerra Irán-
Irak, que, en sí misma, por sus motivos y la inversión de alianzas tras la revolución islámica
en Irán, ya estaba fuera de la estricta lógica bipolar de la Guerra Fría.

La Guerra del Golfo también debe considerarse en el contexto de la serie de


enfrentamientos militares y de episodios violentos que ensangrentaron, posteriormente, la
tierra de los dos ríos, ya fuera la guerra de Irak en 2003 o la guerra contra el Estado Islámico
a partir de 2014. Por último, la Guerra del Golfo dio paso a una sucesión de conflictos en los
que participaron Estados Unidos y sus aliados en tierras islámicas. Aunque, en su momento,
sólo recibió una atención relativa, también, estuvo en el origen de una dramaturgia que
pretendía escenificar un antagonismo religioso, ideológico y cultural entre el mundo
musulmán y Occidente. La intervención de la coalición en la Guerra del Golfo constituyó un
poderoso estímulo para la propaganda de Al Qaeda hostil ante la presencia de Occidente en
la península arábiga16. Falto de argumentos y recursos, el propio Sadam Hussein, que, en
13

aquella época, era considerado un líder árabe nacionalista y laico, invocó la Yihad contra los
americanos. A un nivel más fundamental, la Guerra del Golfo desempeñó un papel clave en
la generación de conflictos posteriores a la Guerra Fría, que fue de inspiración tanto desde el
punto de vista del mantenimiento de la paz y de la gestión del orden mundial emergente
como desde un punto de vista operativo.
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Referencias Bibliográficas:

-Gonzlaez C. (2002). La Segunda Guerra Mundial en la Mar.


https://metahistoria.com/novedades/la-segunda-guerra-mundial-en-el-mar-rb/
-Pozo F. (2012). La Guerra Naval de las Malvinas 30 Años después.
https://armada.defensa.gob.es/archivo/rgm/2012/06/cap07.pdf
-Mendez A. (1939) OPERACIONES NAVALES EN EL SIGLO XXI: TAREAS Y FUNCIONES
DE UNA ARMADA MEDIANA DE PROYECCIÓN REGIONAL.
https://esdeglibros.edu.co/index.php/editorial/catalog/download/173/149/1939?inline=1
-Bravo R. (2023) La era Estrategica del Golfo.
https://legrandcontinent.eu/es/2023/08/15/la-era-estrategica-de-la-guerra-del-golfo/

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