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estamos seguros de que, por ser el primero, no será mortal, en esa al-

tura tal vez volvamos a hablar con usted, pero el precio se doblará, y
entonces no tendrá otra solución que pagar lo que le pidamos, no ima-
gina lo implacables que son esas asociaciones de ciudadanos que rei-
vindican la eternidad, Muy bien, pago, Cuatro semanas por adelantado,
por favor, Cuatro semanas, Su caso es de los urgentes, y, como ya le
hemos dicho, cuesta montar los operativos de protección, En efectivo,
en cheque, En efectivo, cheque sólo para transacciones de otro tipo y
de otros montantes, cuando no conviene que el dinero pase directa-
mente de una mano a otra. El gerente abrió la caja fuerte, contó los bi-
lletes y preguntó mientras los entregaba, Me dan un recibo, un docu-
mento que me garantice la protección, Ni recibo ni garantías, tendrá
que contentarse con nuestra palabra de honor, De honor, Exactamente,
de honor, no imagina hasta qué punto honramos nuestra palabra, Dón-
de podré encontrarlos si tengo algún problema, No se preocupe, noso-
tros lo encontraremos a usted, Los acompaño hasta la salida, No mere-
ce la pena, ya conocemos el camino, doblar a la izquierda después del
almacén de ataúdes, sala de maquillaje, pasillo, recepción, la puerta de
la calle enseguida se ve, No se perderán, Tenemos un sentido de la
orientación muy afinado, nunca nos perdemos, por ejemplo, en la quin-
ta semana después de ésta vendrá alguien para realizar el cobro, Cómo
sabré que se trata de la persona adecuada, No tendrá ninguna duda
cuando la vea, Buenas tardes, Buenas tardes, no tiene que agradecer-
nos nada.
Finalmente, last but not least, la iglesia católica, apostólica y romana
tenía muchos motivos para estar satisfecha consigo misma. Convencida
desde el principio de que la abolición de la muerte sólo podría haber si-
do obra del diablo y de que para ayudar a Dios contra las obras del de-
monio nada es más poderoso que la perseverancia en las preces, puso
de lado la virtud de la modestia que con no pequeño esfuerzo y sacrifi-
cio ordinariamente cultivaba, para felicitarse, sin reservas, por el éxito
de la campaña nacional de oraciones cuyo objetivo, recordémoslo, fue
rogar al señor Dios que providenciase el regreso de la muerte lo más
rápidamente posible para ahorrarle a la pobre humanidad los peores
horrores, fin de la cita. Las preces tardaron casi ocho meses en llegar al
cielo, pero hay que pensar que sólo para llegar al planeta marte necesi-
tamos seis, y el cielo, como es fácil de imaginar, deberá estar mucho
más allá, a trece mil millones de años luz de distancia de la tierra, en
números redondos. En la legítima satisfacción de la iglesia había, sin
embargo, una sombra negra. Discutían los teólogos, y no se ponían de
acuerdo, acerca de las razones que indujeron a Dios a mandar regresar
súbitamente a la muerte, sin ni siquiera dar tiempo de llevar la extre-

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