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07.08.2017
“¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios,
pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (Sal. 42.11).
En este mundo en que vivimos la depresión es una realidad tanto entre cristianos
como no cristianos. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, se calcula
que afecta a unos 350 millones de personas en todo el mundo.[1] Afecta a todos, ricos
y pobres; jóvenes y viejos, profesionales y no profesionales, hombres y mujeres.
1. Síntomas
En primer lugar, veamos los síntomas que puede presentar una persona con esta
condición. Cuando una persona está deprimida experimenta síntomas que afectan
tanto lo físico como lo espiritual, porque hay una interrelación entre nuestro cuerpo y
nuestra alma, lo que la Escritura describe como el hombre interior y el hombre exterior
(2 Co. 4:16).
2. Causas
En segundo lugar debemos evaluar las causas que pueden conducir a la depresión,
que también pueden ser físicas y/o espirituales. Cito a Jim Newheiser: “Los cristianos
reconocemos que tenemos una naturaleza dual – cuerpo y alma (2 Co. 4:16; 5:8), lo
que pasa al cuerpo afecta el alma (Job 2), y lo que sucede al alma puede influenciar el
cuerpo (Pr. 14:30; 17:22; Salmo 38:1ss). La depresión siempre tiene un componente
espiritual y usualmente tiene un componente físico”.[2]
Nota: Es importante destacar que para tratar las causas físicas el aconsejado
debe acudir a un médico para descartar cualquier condición de salud que lo
esté afectando.
Causas espirituales
3. Auto lástima
En tercer lugar, los creyentes se deprimen cuando sienten auto lástima, como el caso
de Asaf en el Salmo 73. Él tuvo una perspectiva no bíblica de la vida, ya que veía a
los impíos prosperar mientras él pensaba que había sido en vano haber vivido
piadosamente. Esto lo llevó a sentir envidia de ellos (v. 3) y a deprimirse (vs. 12-14).
Cuando vio la vida desde una perspectiva bíblica, él entendió el fin de ellos y de los
privilegios que gozaba, y pudo salir de su depresión (vs. 16-17).
4. Sentirse atrapados
Veamos ahora los remedios divinos para vencer la depresión. Siempre que sea
posible debemos tratar de establecer una relación cercana con el aconsejado, para
entender mejor las experiencias y sentimientos de esta persona e identificar lo que
son debilidades físicas, malos hábitos y patrones pecaminosos de conducta y así
poder brindarle la ayuda adecuada (Ro. 12:15; He. 4:15).
En esa relación, en primer lugar, debemos enseñar al aconsejado que para tratar con
la depresión debe tener una relación personal con Cristo, quien le da el poder y el
potencial para vencerla. En Juan 15:5 el Señor nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
separados de mí nada podéis hacer”. Así como la rama depende de la vid para la
vida, el vigor y la fertilidad, asimismo Jesucristo es la fuente de nuestro vigor, ya que
todo lo que somos y todo lo que podemos hacer es por la gracia y el poder que él nos
comunica continuamente. Por nuestra unión con él podemos enfrentar y salir
victoriosos de la depresión.
No importa qué tan difícil sea la situación del aconsejado, qué tan serios sean los
problemas, las Escrituras nos dicen que si los manejamos a la manera de Dios, él nos
dará la salida (1 Co. 10:13). 13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea
humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino
que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.
A la luz de esta realidad, debemos explicarle cómo debe apropiarse de los medios
públicos y privados de gracia para crecer en su fe. Podemos ayudarlo a crecer en su
relación personal con su Señor, guiarlo en la lectura de su Biblia, enseñarle a meditar
en lo leído, a memorizar textos específicos que apliquen a su situación, a tomar
tiempo para orar con él. Explicarle la importancia de ser miembro de un cuerpo local
de creyentes y congregarse para ser pastoreado y edificado, para poner sus dones en
operación en el cuerpo de Cristo y tener comunión con el pueblo de Dios.
2. Hablarse la Palabra
Cristo murió en la cruz del calvario por sus pecados; ahora ha sido justificado por la
fe, ha sido adoptado dentro de la familia de Dios y ahora tiene paz para con Dios a
través de Jesucristo (Ro. 5:1). Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo; 2 por quien también tenemos entrada por la fe a
esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios. 3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la
esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
Dice Jerry Bridges: “Las buenas nuevas de que nuestros pecados son perdonados
gracias a la muerte de Cristo, nos llena el corazón de gozo, nos da valor para
enfrentar el día y nos ofrece la esperanza que el favor de Dios estará sobre nosotros,
no porque seamos buenos sino porque estamos en Cristo”.[3]
El aconsejado debe ser guiado al entendimiento de que ahora tiene una nueva
identidad, es amado por Dios en Jesucristo, quien le ha dicho: “Nunca te dejaré ni te
desampararé”, de manera que pueda decir con confianza: “El Señor es el que me
ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?” (He. 13:5-6). Y finalmente,
echar toda su ansiedad sobre el Señor, porque él tiene cuidado de nosotros (1
Pe. 5:7).
3. Autoexaminarse
4. Confiar en Dios
5. Regocijarse en el Señor
Este texto enseña que se regocije en el Señor, no solo cuando le vaya bien con su
familia, en su trabajo, cuando pueda cumplir sus aspiraciones, cuando no se enferme,
cuando no tenga problemas, sino que debe regocijarse en el Señor siempre, en toda
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Espera en Dios. “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!”
(Sal. 42:11).