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La Biblia nos ayuda a sentirnos satisfechos

AUNQUE la Biblia no es un libro de medicina, habla del efecto que los sentimientos, tanto
positivos como negativos, tienen en nuestra salud física y mental. Nos dice: “Un corazón que
está gozoso hace bien como sanador, pero un espíritu que está herido seca los huesos”.
También indica: “¿Te has mostrado desanimado en el día de la angustia? Tu poder
será escaso” (Proverbios 17:22; 24:10). El desánimo consume las energías, nos deja débiles y
vulnerables, sin ganas de cambiar ni de buscar ayuda.
El desánimo también repercute en la espiritualidad de la persona. Quienes carecen de
autoestima suelen pensar que nunca tendrán una buena relación con Dios y que nunca
recibirán su aprobación. Simone, mencionada en el primer artículo, dudaba que ella fuera “la
clase de persona a quien Dios aprobaría”. Sin embargo, cuando estudiamos la Palabra de Dios,
la Biblia, nos damos cuenta de que el Creador mira con buenos ojos a quienes se esfuerzan
por agradarle.

Principios bíblicos que producen satisfacción


“Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará.” (Salmo 55:22.) La
ayuda principal de que disponemos para sentirnos felices es la oración. Simone explica:
“Siempre que estoy desanimada, le pido ayuda a Jehová y en todos los casos he percibido su
fuerza y su guía”. Cuando el salmista nos insta a arrojar nuestra carga sobre Jehová, lo que
hace es recordarnos que Jehová no solo se interesa en nosotros, sino que también nos
considera dignos de recibir su ayuda y su apoyo. La noche de la Pascua del año 33 de nuestra
era, los discípulos se entristecieron profundamente cuando Jesús les habló de su inminente
partida. Él los animó a orar al Padre, y luego añadió: “Pidan y recibirán, para que su gozo se
haga pleno” (Juan 16:23, 24).
“Hay más felicidad en dar que en recibir.” (Hechos 20:35.) Como enseñó Jesús, un factor
clave para ser feliz es dar. Poniendo en práctica este principio, nos concentramos en las
necesidades de los demás, y nuestras deficiencias pasan a un segundo plano. Cuando
ayudamos al semejante y percibimos su respuesta apreciativa, nos sentimos mejor con
nosotros mismos. Lena enseña las buenas nuevas de la Biblia a sus vecinos periódicamente y
está convencida de que esta actividad la beneficia de dos formas: “Primero, obtengo la clase de
felicidad y de satisfacción de la que habló Jesús. Segundo, veo la reacción positiva de las
personas, y eso me produce verdadera alegría”. Dando generosamente de nosotros mismos,
comprobaremos la veracidad de Proverbios 11:25: “El que liberalmente riega a otros, él mismo
también será liberalmente regado”.
“Todos los días del afligido son malos; pero el que es alegre de corazón tiene un
banquete constantemente.” (Proverbios 15:15, nota.) Todos tenemos dos formas de vernos a
nosotros mismos y nuestras circunstancias. Podemos verlo todo negativo y afligirnos, u optar
por pensar de forma positiva, ser ‘alegres de corazón’ y sentirnos contentos, como si
estuviéramos en un banquete. Simone explica: “Intento ser tan positiva como puedo. Me
mantengo ocupada con el estudio personal y el ministerio, y oro con perseverancia. También
me rodeo de gente optimista y procuro ayudar a los demás”. Esta actitud produce verdadera
felicidad. Por eso la Biblia nos exhorta: “Regocíjense en Jehová y estén gozosos, ustedes los
justos; y clamen gozosamente, todos ustedes los que son rectos de corazón” (Salmo 32:11).
“Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando
hay angustia.” (Proverbios 17:17.) Si nos desahogamos con alguien a quien queramos o con
un consejero de confianza, tal vez se nos haga más fácil eliminar los sentimientos negativos
antes de que nos abrumen. Al hablar con otra persona, veremos los asuntos desde una
perspectiva equilibrada y positiva. “Ayuda mucho sincerarse con alguien, contarle cómo se
siente uno —admite Simone—. Muchas veces eso es lo único que se necesita.” Si hacemos
esto, veremos lo ciertas que son estas palabras del proverbio: “La solicitud ansiosa en el
corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija”
(Proverbios 12:25).
Lo que usted puede hacer
Hasta aquí solo hemos visto una muestra de los muchos principios prácticos tomados de la
Biblia que pueden ayudarnos a vencer los sentimientos negativos y a sentirnos
verdaderamente satisfechos. Si usted está luchando con la falta de autoestima, le animamos a
analizar con más detalle lo que dice la Palabra de Dios, la Biblia. Aprenda a tener un concepto
equilibrado y realista de usted mismo y de su relación con Dios. Es nuestro más sincero deseo
que con la guía de las Santas Escrituras, halle verdadera satisfacción en todo lo que haga.

Palabras sabias para mantener el equilibrio emocional


“Si errores fuera lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie? Porque hay
el verdadero perdón contigo, a fin de que se te tema.” (Salmo 130:3, 4.)
“Un corazón gozoso tiene buen efecto en el semblante, pero a causa del dolor del corazón
hay un espíritu herido.” (Proverbios 15:13.)
“No te hagas justo en demasía, ni te muestres excesivamente sabio. ¿Por qué debes causarte
desolación?” (Eclesiastés 7:16.)
“Hay más felicidad en dar que en recibir.” (Hechos 20:35.)
“Estén airados, y, no obstante, no pequen; que no se ponga el sol estando ustedes en estado
provocado.” (Efesios 4:26.)

Desahóguese
Debe hablar con alguien sobre su problema. Proverbios 12:25 dice: “La solicitud ansiosa en el
corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija”. Ningún
otro humano puede saber cuán intensa es su ansiedad de corazón a menos que usted hable
francamente de ella. Al confiar el asunto a alguien que escuche con empatía y pueda ayudarle,
quizás se entere de que otros se han sentido como usted y han tenido problemas similares.
Además, el expresar lo que uno siente es un proceso curativo, pues el hablar sobre la
experiencia dolorosa alivia al corazón de la carga de contenerla. Por eso los abatidos deben
hablar con el cónyuge, con uno u otro de los padres o con un amigo compasivo y de buena
capacidad espiritual. (Gálatas 6:1.)
Mentes atormentadas

AUNQUE Nicole pasaba por rachas de melancolía desde los 14 años, al cumplir 16
comenzó a experimentar algo diferente: una extraña fase de euforia y energías desmedidas en
la que sus pensamientos corrían desbocados, hablaba incoherencias, apenas dormía y vivía
con sospechas infundadas de ser utilizada por sus amistades. Cuando llegó a afirmar que
podía cambiar el color de las cosas a su antojo, su madre comprendió que necesitaba ayuda
médica y la llevó al hospital. Tras examinar durante un tiempo sus cambios de humor,
finalmente se le diagnosticó trastorno bipolar.
En el mundo hay millones de personas que, como Nicole, padecen algún trastorno del
estado de ánimo, sea bipolaridad o algún tipo de depresión clínica. Los efectos de estos males
suelen ser demoledores. “Durante muchos años, mi vida fue un sufrimiento constante —dice
Steven, paciente bipolar—. Pasaba de los bajones más espantosos a las subidas más
eufóricas. Aunque el tratamiento y la medicación me ayudaban, era toda una lucha.”
¿Qué origina los trastornos del estado de ánimo? ¿Cómo es la vida de quien sufre
depresión o bipolaridad? ¿Qué puede hacerse para que los pacientes y quienes los cuidan
reciban el apoyo que necesitan?
[Nota]
Denominado también psicosis maniacodepresiva. Téngase presente que algunos de estos
síntomas también pudieran ser causados por la esquizofrenia, la toxicomanía o incluso los
cambios normales de la adolescencia. Para emitir un diagnóstico certero, es preciso que un
especialista examine el caso a fondo.
Vivir con un trastorno del ánimo

ES ALARMANTE lo difundidos que están los trastornos del estado de ánimo. Se calcula, por
ejemplo, que hay en el mundo más de trescientos treinta millones de casos de depresión grave,
patología que ocasiona tristeza abrumadora y pérdida de placer en las actividades diarias.
Según las previsiones, esta afección ocupará dentro de veinte años el segundo lugar después
de las dolencias cardiovasculares. Con razón se la ha llamado “el resfriado común” en el
campo de las enfermedades mentales.
En los últimos años, el público en general ha oído hablar más del trastorno bipolar, entre
cuyas características figuran grandes cambios de humor, con alternancia de depresión y
manía. “En la fase depresiva —explica un reciente libro de la Asociación Médica Americana—,
las ideas suicidas pudieran convertirse en una obsesión, mientras que en la maníaca tal vez se
pierda el buen juicio y la capacidad de ver los peligros que encierran ciertos actos.”
Se cree que un 2% de la población de Estados Unidos sufre bipolaridad, lo que representa
millones de afectados tan solo en ese país. Por supuesto, las cifras no bastan para describir el
suplicio de vivir con tales trastornos.
La depresión: una tristeza insufrible
La mayoría de las personas pasan por rachas de tristeza que remiten con el tiempo, tal vez
al cabo de horas o días. Pero la depresión clínica es mucho más grave. ¿En qué sentido? El
doctor Mitch Golant lo explica así: “Quienes no estamos deprimidos sabemos que los vaivenes
emocionales terminan en algún momento, mientras que el deprimido vive los altibajos y
cambios bruscos de sus sentimientos como si viajara en un tren descontrolado, sin conocer
ni cómo ni cuándo se bajará, o si logrará siquiera hacerlo”.
La depresión clínica adopta muchas modalidades. Una de ellas es el trastorno afectivo
estacional, que se manifiesta en cierta época del año, por lo general el invierno. “Los aquejados
dicen que la depresión se agrava cuanto más al norte vivan y más nublado esté el cielo —
indica un libro de la People’s Medical Society—. La dolencia se relaciona sobre todo con los
días grises de invierno, y en algunos casos, con los lugares de trabajo cerrados y oscuros, los
períodos nubosos anormales para la estación y los problemas de la vista.”
¿Cuál es la causa de la depresión clínica? No se sabe con certeza. Aunque en ocasiones
haya un componente genético, parece que en la mayoría de los enfermos influyen mucho las
vivencias. Se ha señalado, además, que el diagnóstico es el doble de frecuente en la mujer que
en el hombre. En el caso de los varones, se calcula que entre el 5 y el 12% sufrirán depresión
clínica en algún momento de su vida.
Este tipo de depresión repercute en casi todos los aspectos de la vida. Una paciente
llamada Sheila lo describe así: “Te zarandea hasta lo más íntimo de tu ser y te mina la
confianza, la autoestima y la capacidad de pensar con claridad y tomar decisiones, y cuando ha
penetrado bien adentro, te da unos cuantos estrujones para ver si aguantas”.
En ocasiones, el afectado obtiene gran alivio hablando de sus sentimientos con una persona
compasiva (Job 10:1). No obstante, hay que admitir que cuando entran en juego desequilibrios
bioquímicos, no basta con adoptar una actitud positiva para superar la depresión. El paciente
es incapaz de controlar la melancolía, y a menudo está tan confundido como sus familiares y
amigos.
Tomemos como referencia el caso de Paula, cristiana que atravesó rachas de angustiosa
tristeza antes de que le diagnosticaran depresión. “A veces —confiesa— salía corriendo al
automóvil nada más acabar las reuniones de la congregación y me echaba a llorar sin ningún
motivo. Sencillamente me invadía una terrible sensación de soledad y dolor. Aunque todo me
indicaba que tenía muchos amigos que se preocupaban por mí, era incapaz de verlo.”
Semejante es el caso de Ellen, quien hubo de ser hospitalizada por su depresión. “Tengo a
mi lado gente que me quiere muchísimo: mis dos hijos, dos nueras extraordinarias y mi
esposo”, admite. La lógica debería dictarle que la vida es bella y que su familia la valora. Pero
en la lucha con la depresión prevalecen las ideas pesimistas que, por irracionales que sean,
dominan al paciente.
No debe pasarse por alto el gran impacto que puede tener la depresión de una persona en
el resto de la familia. “Cuando un ser amado está deprimido —señala el doctor Golant—, los
que lo rodean probablemente vivan en constante incertidumbre, pues nunca saben cuándo se
repondrá de la crisis o entrará en una nueva. No es raro que sientan una enorme pérdida,
incluso tristeza y rabia, al ver que su vida ha perdido, tal vez de forma permanente, la
normalidad.”
Es común que los niños detecten la depresión de los padres. “Los hijos de madres
deprimidas se vuelven muy sensibles al estado emocional de estas, y observan con sumo
cuidado la más mínima variación”, señala Golant. La doctora Carol Watkins destaca que los
hijos de una persona deprimida son “más propensos a tener problemas de conducta,
dificultades en el aprendizaje y roces con sus compañeros, así como más proclives a
deprimirse”.
El trastorno bipolar: lo único estable es la inestabilidad
La depresión clínica ya plantea de por sí una difícil problemática. Pero si además entra en el
cuadro la manía, nos encontramos con una situación aún peor, el trastorno bipolar, en el que
“lo único estable es la inestabilidad”, según lo define una enferma llamada Lucia. En la fase de
la manía, afirma The Harvard Mental Health Letter, el paciente “tal vez resulte insoportable por
entrometido y dominante, y su euforia infatigable y temeraria a veces pasa de golpe a la
irritabilidad o la furia”.
Lenore explica cómo era la fase eufórica, es decir, la manía: “Rebosaba de vitalidad.
Muchos decían que era una supermujer y que les gustaría parecerse a mí. Solía sentirme llena
de fuerzas, capaz de realizar cuanto me propusiera. Hacía ejercicio frenéticamente y me las
arreglaba durmiendo solo dos o tres horas. Aun así, despertaba con tanta energía como antes”.
Pero al cabo de un tiempo aparecían negros nubarrones: “Cuando llegaba a la cima de la
euforia —agrega—, sentía en un rincón del alma la agitación de un motor que se negaba a
detenerse. De la noche a la mañana adoptaba un carácter agresivo y destructivo. Agredía
verbalmente a mis familiares sin motivo. Sentía furia y odio, y perdía el control al grado de
asustar a todo el mundo. De repente quedaba extenuada, rompía a llorar y me hundía en la
depresión, creyéndome inútil y mala. Aun así, podía recuperar de repente mi asombrosa alegría
como si no hubiera pasado nada”.
El comportamiento imprevisible del bipolar sume en la confusión a los familiares. Mary, cuyo
marido encaja en este cuadro, comenta su caso: “Es desconcertante ver que tu esposo está
contento y comunicativo y, de pronto, se pone triste y se encierra en sí mismo. A todos nos
cuesta mucho aceptar que apenas puede hacer nada para evitarlo”.
Irónicamente, la enfermedad suele angustiar al paciente tanto o más que a sus seres
queridos. “Envidio a quienes llevan una vida equilibrada y estable —dice Gloria—. La
estabilidad es un lugar donde los bipolares solo vamos de visita; ninguno de nosotros vive allí.”
¿Qué orígenes tiene este desequilibrio? Un factor implicado, a mayor grado que en los
casos de depresión, es la genética. “Según varios estudios científicos —señala la Asociación
Médica Americana—, cuando alguien en la familia es bipolar, la probabilidad de que los
parientes inmediatos (padres, hermanos e hijos) terminen padeciendo el mismo trastorno es de
ocho a dieciocho veces mayor de lo habitual, al tiempo que aumenta la propensión a sufrir
depresión grave.”
A diferencia de la depresión, la bipolaridad parece afectar por igual a hombres y mujeres.
Por lo general se declara a comienzos de la edad adulta, aunque a veces se diagnostica en la
adolescencia o incluso en la niñez. No obstante, no es fácil —ni siquiera para el especialista—
analizar sus síntomas y llegar a una conclusión certera. “Es el camaleón de los trastornos
psiquiátricos, pues los síntomas cambian de un paciente a otro y de una crisis a otra, incluso en
el mismo paciente —admite el doctor Francis Mark Mondimore, de la Facultad de Medicina de
la Universidad Johns Hopkins—. Es un fantasma capaz de aparecérsele a la víctima envuelto
en las tinieblas de la melancolía y luego desaparecer por años, para regresar más tarde con el
ropaje resplandeciente, pero abrasador, de la manía.”
Es patente, pues, que resulta difícil diagnosticar los trastornos del estado de ánimo y más
aún vivir con ellos. Pero hay esperanza para los pacientes.
[Notas]
Quizás incida en ello la susceptibilidad a la depresión posparto, así como los cambios
hormonales de la menopausia. Además, las mujeres están más dispuestas a acudir al
médico y, por ende, reciben más diagnósticos.
En esta serie de artículos se han cambiado algunos nombres.
Los médicos señalan que cada estado del ánimo llega a durar varios meses, aunque hay
bipolares “de ciclo rápido” que alternan entre la depresión y la manía varias veces al año y,
en casos excepcionales, lo hacen el mismo día.
[Comentario de la página 6]
“La estabilidad es un lugar donde los bipolares solo vamos de visita; ninguno de nosotros vive
allí.”—GLORIA
[Ilustración y recuadro de la página 5]
Síntomas de depresión grave
● Abatimiento durante la mayor parte de la jornada, casi todos los días, durante un mínimo de
dos semanas
● Desinterés por actividades consideradas antes placenteras
● Marcado aumento o pérdida de peso
● Insomnio o demasiado sueño
● Aceleración o reducción anormal de las habilidades motoras
● Extenuación sin causa aparente
● Sentimientos de inutilidad o de culpa exagerada
● Menor capacidad de concentración
● Ideas suicidas recurrentes
Algunos de estos síntomas corresponden también a la distimia, es decir, depresión leve pero
más persistente en el tiempo
[Nota]
Esta lista no pretende servir para el autodiagnóstico, sino tan solo presentar un cuadro general.
Además, algunos de los síntomas pudieran corresponder a otros problemas aparte de la
depresión.
Existe esperanza
EN EL pasado se acostumbraba rehuir a los afectados por trastornos del estado de ánimo,
lo que en muchos casos los convertía en marginados sociales. En efecto, algunos sufrían
discriminación laboral y otros eran evitados hasta por su propia familia. A menudo, lo único que
se conseguía con ello era agravar su estado y privarlos de ayuda.
En las últimas décadas se han realizado grandes avances en el entendimiento de la
depresión clínica y el trastorno bipolar. Sin embargo, aunque es de conocimiento general que
estas dolencias tienen tratamiento, no siempre es fácil recibirlo. ¿Por qué razón?
Interpretar los síntomas
Para diagnosticar un trastorno del estado de ánimo no sirven los análisis de sangre o las
radiografías. Más bien, hay que hacer un seguimiento de la conducta, ideas y criterios de la
persona durante cierto tiempo, y ver si esta manifiesta varios síntomas del trastorno.
El problema radica en que los familiares y amigos no siempre saben reconocer los indicios.
“Aun si aceptan que el comportamiento en cuestión se aparta de lo normal —escribe el doctor
David J. Miklowitz—, pueden formarse opiniones muy dispares sobre las causas.”
Además, es posible que la familia entienda la gravedad del caso pero no logre convencer al
enfermo de que necesita atención médica. O si es uno mismo el afectado, puede que se resista
a buscarla. Es como indica el doctor Mark S. Gold: “Quizás usted cree, sinceramente, en lo que
piensa cuando se siente deprimido: que no sirve para nada y que, por lo tanto, no tiene sentido
buscar ayuda, pues para personas como usted no hay esperanzas. Tal vez le gustaría
consultar con alguien al respecto, pero cree que estar deprimido es algo de lo que cabe
avergonzarse, que todo es culpa suya. [...] O quizá no sabe, siquiera, que lo que siente es
depresión”. No obstante, es indispensable que la depresión grave sea atendida por un médico.
Es cierto que todos nos hemos sentido abatidos en algún momento, y no tiene por qué
deberse a un trastorno del ánimo. Pero ¿qué hay si los sentimientos son más intensos que en
un mero bajón, persisten más de lo habitual (dos semanas o más) o nos impiden actuar
normalmente en el trabajo, los estudios o en nuestras relaciones con los demás? En tal caso es
aconsejable visitar a un especialista en el diagnóstico y tratamiento de los trastornos
depresivos.
Si hay desequilibrio químico, seguramente recetará fármacos, mientras que en otros casos
recomendará algún tipo de terapia de apoyo para aprender a afrontar el padecimiento. A veces
da buenos resultados combinar ambas vías. En fin, lo importante es buscar ayuda. “A muchos
pacientes les da miedo y vergüenza la situación en que se encuentran —señala Lenore, bipolar
citada en el artículo anterior—. Lo triste es que sospechan que tienen un problema pero
no buscan la ayuda que tanto necesitan.”
Lenore habla por experiencia propia: “Llevaba un año sin salir apenas de la cama. Un día
que me sentí con algo más de fuerzas, decidí llamar a un doctor y pedirle cita”. Fue un punto de
inflexión en su vida el que le diagnosticaran trastorno bipolar y le recetaran fármacos. “Cuando
los tomo —explica—, me siento normal, aunque a cada paso tengo que recordarme que si los
dejo, volverán los síntomas.”
Un caso similar es el de Brandon, aquejado de depresión. “En la adolescencia —relata—
pensé muchas veces en suicidarme, dominado por sentimientos de inutilidad. Cuando acudí al
doctor por primera vez, ya tenía treinta y tantos años.” Al igual que Lenore, se medica, pero
hace algo más, como él mismo explica: “Contribuyo a mi bienestar general ocupándome de mi
mente y de mi cuerpo. Descanso, cuido la dieta y lleno la mente y el corazón con ideas
positivas sacadas de la Biblia”.
Ahora bien, Brandon destaca que la depresión es un problema médico, y no espiritual,
hecho que resulta fundamental entender para recuperarse. “En cierta ocasión —recuerda—, un
compañero cristiano me dijo con la mejor intención que, dado que Gálatas 5:22, 23 incluye al
gozo en el fruto del espíritu santo, seguramente estaba deprimido porque estaba haciendo algo
que me privaba de dicho espíritu. Ese comentario me hizo sentir aún más culpable y abatido.
Lo cierto es que tan pronto como comencé a recibir ayuda dejé de verlo todo tan negro. Ahora
me siento mucho mejor. ¡Ojalá hubiera buscado ayuda antes!”
Están ganando la batalla
Aun después de que se haya diagnosticado el trastorno e iniciado el tratamiento, es de
esperar que sigan planteándose desafíos. Kelly, quien lucha contra la depresión grave,
agradece la atención médica recibida. Por otro lado, considera fundamental el apoyo de
quienes la rodean. Al principio se resistía a pedirlo para que no la viesen como una carga.
“Tuve que aprender a buscar ayuda y a aceptarla —admite—. Al abrirme a los demás, logré
frenar la espiral de la depresión.”
Dado que es testigo de Jehová, se reúne con sus hermanos cristianos en el Salón del
Reino. Pero hay ocasiones en las que hasta estas alegres reuniones le plantean dificultades.
“Muchas veces —dice Kelly— no soporto las luces, el movimiento de gente y el ruido. Luego
me invade la culpa y me deprimo más, pues pienso que el trastorno es un indicio de falta de
espiritualidad.” ¿Cómo lidia con esta situación? “He aprendido —señala— que la depresión es
una enfermedad con la que hay que luchar, y no un indicativo de cuánto amo a Dios o a mis
hermanos en la fe. No, en realidad no tiene nada que ver con mi grado de espiritualidad.”
Lucia, a quien se mencionó anteriormente, agradece la excelente atención médica que ha
recibido: “Ponerme en manos de un especialista en salud mental fue decisivo, pues me enseñó
a afrontar con éxito las oscilaciones anímicas de mi enfermedad”. También hace hincapié en el
valor del descanso: “El sueño es esencial para combatir la manía, pues cuanto menos duermo,
más eufórica me pongo. Y aunque no logre conciliar el sueño, me he acostumbrado a seguir
acostada para poder descansar”.
Sheila, mencionada también antes, ha visto útil expresar sus sentimientos en un diario
personal. Aunque ha notado una sensible mejoría en su actitud, todavía tiene sus retos: “Por
una razón u otra, el agotamiento deja que entren en mi mente ideas negativas. Pero he
aprendido a acallarlas, o al menos a bajarles el volumen”.
Consuelo de la Palabra de Dios
Para muchas personas que viven asediadas por “pensamientos inquietantes”, la Biblia es
una fuente de ánimo (Salmo 94:17-19, 22). Cherie, por ejemplo, encuentra muy alentador el
Salmo 72:12, 13, que contiene esta promesa sobre Jesucristo, el Rey designado por Dios:
“Librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene
ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres
salvará”. También la confortan las palabras del apóstol Pablo consignadas en Romanos 8:38,
39: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora,
ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá
separarnos del amor de Dios”.
Para Elaine, paciente bipolar, su relación con Dios es un ancla. Encuentra gran alivio en
estas palabras del salmista: “Un corazón quebrantado y aplastado, oh Dios, no lo despreciarás”
(Salmo 51:17). “Me consuela mucho saber que Jehová, nuestro amoroso Padre celestial, me
entiende —señala—. Recibo fuerzas siempre que le oro, sobre todo cuando me invaden la
ansiedad y la congoja.”
Como vemos, vivir con un trastorno del ánimo plantea retos singulares que, como
descubrieron Elaine y Cherie, pueden afrontarse mejor gracias a la oración, la confianza en
Dios y el debido tratamiento médico. Ahora bien, ¿qué respaldo pueden brindar los familiares y
amigos a quienes padecen trastorno bipolar o depresión?
[Nota]
¡Despertad! no respalda ningún tratamiento en particular. Cada cristiano debe asegurarse de
que su elección armonice con los principios bíblicos.
[Comentario de la página 10]
“Tan pronto como comencé a recibir ayuda dejé de verlo todo tan negro. Ahora me siento
mucho mejor.”—BRANDON
[Recuadro de la página 9]
Observaciones de un esposo
“Antes de enfermar, Lucia ayudó a muchas personas con su habilidad para ver el trasfondo de
las cosas. Aun hoy, los que la visitan cuando está calmada se sienten atraídos por su calidez.
Por lo general desconocen que alterna entre dos extremos —la depresión y la manía—, parte
del legado del trastorno bipolar que soporta desde hace cuatro años.
”Durante la fase maníaca, no es raro que se quede en pie hasta la una, las dos o las tres de la
mañana, pues tiene un torrente de creatividad en su cabeza y desborda energía. Además,
suele derrochar el dinero y reaccionar de forma exagerada ante cualquier insignificancia. Se
mete en las situaciones más peligrosas, creyéndose invencible e invulnerable al peligro, sea
moral, físico o de otro tipo. Su impulsividad conlleva el riesgo de que se suicide. Y a la manía
siempre viene pisándole los talones la depresión, cuya intensidad depende de la que haya
tenido la primera de estas fases.
”La vida me ha cambiado por completo. Aunque Lucia recibe tratamiento, los logros de hoy
no siempre serán iguales a los de ayer o a los de mañana. Todo dependerá de cómo
evolucionen las circunstancias. Me he visto obligado a ser más flexible de lo que me creía
capaz.”—Mario.
[Ilustración y recuadro de la página 11]
Cuando se recetan fármacos
Hay quien considera una muestra de debilidad medicarse. Pero veámoslo de esta forma: el
diabético tiene que seguir un tratamiento que posiblemente incluya inyecciones de insulina.
¿Ha fracasado porque lo acepte? De ningún modo, pues no es más que un medio de equilibrar
los nutrientes del organismo para mantenerse sano.
Otro tanto ocurre con los fármacos para la depresión y la bipolaridad. Es cierto que algunos
pacientes se han beneficiado de sesiones de psicoterapia que les han permitido entender mejor
su problema. Pero hay que tener cautela: si existe un desequilibrio químico, la enfermedad
no desaparecerá únicamente con razonamientos. Steven, quien es bipolar, dice: “La doctora
que me trató hizo la siguiente comparación: podemos darle todas las lecciones de conducir que
queramos a una persona, pero si tiene que manejar un vehículo sin volante ni frenos, las
lecciones no le valdrán de mucho. De igual modo, si en el caso del deprimido recurrimos solo a
la terapia cognitiva, probablemente no obtengamos los resultados apetecidos. Primero será
muy útil equilibrar la química cerebral”.
[Ilustración de la página 10]
La Biblia es una fuente de ánimo para quien vive asediado por ideas negativas
Cómo brindar ayuda

SEGURAMENTE conozcamos a alguien que sufre depresión o trastorno bipolar. En tal


caso, ¿qué apoyo puede dársele? He aquí un buen consejo de D. J. Jaffe, de la Alianza
Nacional para los Enfermos Mentales: “No confundamos el padecimiento con el paciente; más
bien, odiemos la enfermedad y amemos al enfermo”.
Susanna, amiga de una paciente bipolar, tiene el aguante y el amor necesarios para obrar
así. “A veces —dice Susanna—, ni me soportaba a su lado.” Pero, en vez de abandonar a la
enferma, se informó sobre su mal. “Ahora entiendo —prosigue— cuánto influía el trastorno en
su conducta.” En su opinión, los resultados compensan con creces el esfuerzo por comprender
a la afectada: “Llegas a querer y apreciar a la bella persona oculta tras la enfermedad”.
Cuando la víctima es un familiar, es esencial darle apoyo incondicional. Mario —citado antes
en este reportaje— no tardó en aprender la lección. Su esposa, Lucia, de quien también se
habló antes, es bipolar. “Al principio —señala Mario— me fue útil acompañarla al médico y
estudiar esta extraña patología para saber a qué atenernos. Además, Lucia y yo hablábamos
mucho, y fuimos lidiando con los problemas según se presentaban.”
Apoyo de la congregación cristiana
Las Escrituras exhortan a los cristianos a que “hablen confortadoramente a las almas
abatidas” y “tengan gran paciencia para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). ¿Cómo pueden
lograrlo? En primer lugar, es importante distinguir entre la enfermedad mental y la espiritual.
Así, aunque Santiago escribió en la Biblia que la oración puede sanar a los afectados de
indisposiciones espirituales (Santiago 5:14, 15), Jesús indicó que las enfermedades físicas
requieren la intervención de un médico (Mateo 9:12). Claro, siempre es pertinente y provechoso
orar a Jehová acerca de cualquier preocupación, lo que incluye nuestra salud (Salmo 55:22;
Filipenses 4:6, 7). Sin embargo, la Palabra de Dios no da a entender que solucionaremos los
problemas médicos actuales con tan solo aumentar nuestra participación en las actividades
espirituales.
Por ello, el cristiano prudente no insinúa que el deprimido tenga la culpa de estarlo. Tales
comentarios serían tan inútiles como los de quienes supuestamente pretendían consolar a Job
(Job 8:1-6). La realidad es que, en muchos casos, no habrá mejoría a menos que el enfermo
reciba tratamiento médico, particularmente si padece depresión grave y tal vez hasta muestra
tendencias suicidas. En tales casos es imprescindible la atención profesional.
Con todo, el cristiano puede dar un gran apoyo a sus hermanos en la fe, si bien va a tener
que armarse de paciencia. Por ejemplo, ciertos aspectos de las actividades cristianas resultan
sumamente difíciles para quien sufre un trastorno del estado de ánimo. Así lo admite Diana,
paciente bipolar: “Me cuesta mucho participar en el ministerio. No es fácil hablar de las
animadoras buenas nuevas de la Biblia cuando una misma no se siente ni bien ni animada”.
El paciente se beneficiará de nuestra empatía (1 Corintios 10:24; Filipenses 2:4). Sí, hay
que tratar de ver los asuntos desde su perspectiva y no agobiarlo esperando demasiado de él.
“Cuando me aceptan como soy ahora —dice Carl, enfermo de depresión—, siento que poco a
poco vuelvo a integrarme. Varios hermanos mayores me han ayudado con paciencia a
fortalecer mi relación con Dios, y he tenido la dicha de ayudar a otros a hacer lo mismo.”
Nuestro respaldo aliviará considerablemente la angustia del enfermo. Así le ocurrió a
Brenda, cristiana que también es bipolar: “Los hermanos de la congregación me han
demostrado un extraordinario apoyo y comprensión en mis horas bajas, y nunca han insinuado
que estuviera débil espiritualmente. A veces me han invitado a acompañarles al ministerio
haciéndome el favor de hablar solo ellos, y otras me han reservado un asiento en el Salón del
Reino para que pueda entrar cuando ya están todos acomodados”.
Cherie, que como se indicó en un artículo anterior padece depresión, admite el enorme valor
de la asistencia, el amor y la empatía de los superintendentes de su congregación: “Cuando me
confirman que Jehová me quiere, me leen pasajes de la Palabra de Dios, me hablan del
propósito divino de traer un paraíso donde reinen la paz y el bienestar, y oran conmigo, aunque
sea por teléfono, se me quita un gran peso de encima. Entonces sé que ni Jehová ni mis
hermanos me han abandonado, lo cual me infunde nuevas fuerzas”.
Es innegable que los parientes y amigos que brindan apoyo significativo contribuyen mucho
al bienestar del enfermo. “Creo que ahora controlo bastante bien mi vida —dice Lucia—. Mi
esposo y yo hemos luchado juntos para salir adelante, y ahora estamos mejor que nunca.”
Muchos afectados de diversos males psíquicos comprenden que la lucha será larga. Pero la
Biblia promete que Dios traerá un nuevo mundo donde “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”
(Isaías 33:24). En efecto, habrán desaparecido las angustiosas dolencias que afligen a gran
parte de la humanidad. Es reconfortante reflexionar sobre la promesa divina del nuevo mundo,
del cual se habrán ido para siempre todos los padecimientos, incluidos los trastornos del estado
de ánimo. Como dice la Biblia, en aquel tiempo no habrá lamento ni clamor ni dolor (Revelación
[Apocalipsis] 21:4).
[Comentario de la página 12]
Jesús indicó que las enfermedades requieren la intervención de un médico (MATEO 9:12)
[Comentario de la página 13]
La Biblia promete que Dios traerá un nuevo mundo donde “ningún residente dirá: ‘Estoy
enfermo’” (ISAÍAS 33:24)
Cómo superar las emociones negativas

EL PRIMER paso para controlar las emociones negativas es identificar los pensamientos
negativos.
El segundo, esforzarse por corregir dichos pensamientos. Si, por ejemplo, usted piensa que
jamás hace nada bien, dígase a sí mismo: “Soy como todo el mundo; hago muchas cosas bien,
pero también cometo errores”.
No espere sentirse mejor al momento de corregir sus pensamientos (aunque podría darse el
caso), y no siga dando vueltas al asunto. Limítese a hacer la afirmación y siga con el próximo
paso.
El tercero consiste en hacer un esfuerzo por quitarse de la cabeza el pensamiento que le
preocupa. Trate de despedirlo de la mente con las mismas fuerzas y el mismo convencimiento
que utilizaría para eliminar de la cabeza la idea de cometer un crimen. Aunque puede
conseguirlo con un considerable esfuerzo mental, le servirá de gran ayuda el cuarto paso:
Concentrar su atención en algo constructivo.
Este paso es vital, pues los pensamientos negativos tratarán de introducirse vez tras vez en
su mente. Pero usted tiene esta ventaja: Solo puede concentrarse plenamente en una cosa a la
vez. Puede comprobarlo tratando de concentrarse totalmente en dos asuntos diferentes al
mismo tiempo. Si su mente ya está completamente ocupada con algo, será difícil que vuelvan a
venirle pensamientos negativos.
Los pensamientos negativos pueden ser reemplazados por otros positivos. El doctor
Maxwell Maltz ilustra muy bien cómo hacerlo: “Si en su [tocadiscos] suena música que a usted
no le gusta, no intenta obligarlo a que lo haga mejor. [...] Sencillamente cambia el disco, y la
música será diferente. Utilice la misma técnica con la ‘música’ que sale de su mecanismo
interno”.
Sí, los pensamientos negativos suelen ser demasiado intensos para conseguir despedirlos
con facilidad. Hay que reemplazarlos para lograr arrancarlos de la cabeza. Ponga otro “disco”,
uno que sea positivo. Cambie a una “frecuencia” diferente, constructiva, a una “emisora”
distinta, y concéntrese en ello.
Será difícil
Los cuatro pasos citados son fáciles de explicar, pero ¡qué difícil puede llegar a ser
aplicarlos! Por consiguiente, no se sorprenda si al principio le resulta difícil superar
pensamientos y emociones de carácter negativo. Hágase a la idea de que será difícil, pero
sepa que con el tiempo se le irá haciendo más fácil.
Veamos el ejemplo de Cindy, una maestra que se crió con una madre alcohólica. Cindy tuvo
durante años sentimientos de culpabilidad e inseguridad. Pero un día decidió afrontar el
problema. ¿Qué hizo?
Ella explica: “Primero me esforcé por identificar los pensamientos específicos que eran la
causa de los sentimientos negativos. Cada vez que acudían a mi mente dichos pensamientos,
los reconsideraba de forma racional y objetiva. Luego me esforzaba por pensar en cosas
positivas. Me obligaba a pensar en mis estudiantes y en cómo podía ayudarlos. Poco a poco se
me fue haciendo más fácil, y noté que tenía un mayor control de mis sentimientos”.
Sin embargo, quizás usted se pregunte:
¿Por qué cuesta tanto esfuerzo?
¿Es fácil romper con malos hábitos, como comer en exceso o fumar? ¡De ninguna manera!
Dichos hábitos solo pueden vencerse mediante un esfuerzo consciente y determinado a lo
largo de un espacio de tiempo. En el caso de muchos, el pensar de manera negativa es un
hábito, y al igual que sucede con los demás hábitos malos, cuesta romper con él.
Si usted tiene el hábito de pensar de manera negativa, para superarlo necesitará la misma
determinación que necesita una persona que se pone a dieta o que decide dejar de fumar.
Todo es cuestión de no desistir ni optar por seguir deprimido porque resulte más fácil.
No deje de luchar contra los pensamientos negativos, aunque tarde muchos meses en
vencerlos y reincida de vez en cuando. Siga esforzándose como si se estuviera entrenando
para una competición deportiva. Piense en los resultados a largo plazo y no en la satisfacción
inmediata.
¿Pueden eliminarse por completo?
¿Pueden eliminarse por completo las emociones negativas? Pues bien, si usted espera
conseguir ahora una felicidad perfecta, quedará frustrado y decepcionado. Por el momento la
felicidad es solo relativa e incompleta. No obstante, hasta ese grado limitado de felicidad es
mucho mejor que encontrarse confinado en una vida llena de persistentes y extenuantes
emociones negativas.
¿Significa esto que nunca podrán superarse las emociones negativas? En absoluto. La
Biblia explica de manera realista que este estado, ocasionado por la imperfección, continuará
durante algún tiempo, pero que hay un momento señalado para que se le elimine para siempre.
Esto tendrá lugar pronto, cuando el Reino de Dios, su gobierno celestial en manos de
Jesucristo, asuma el control completo de todos los asuntos de esta Tierra y comience el
proceso de elevar a la humanidad a la perfección humana. Jesús llamó a dicho proceso “la re-
creación” [o “regeneración”, nota]. (Mateo 19:28; véanse también Salmo 37:29; Mateo 6:9, 10;
Revelación 21:3-5.)
Pero, por ahora, será más feliz si acepta las limitaciones que nos ha impuesto a todos la
imperfección humana. En lugar de irse a extremos buscando una salud mental perfecta, estará
libre para seguir tras otras metas de la vida. Y el saber que la solución definitiva a las
emociones negativas está en las competentes manos del Dios Todopoderoso, le dará una paz
mental y una felicidad mucho mayores.
¿Son estas sugerencias meramente de valor teórico? ¿Surten realmente efecto? Claro que
sí, como lo indican las siguientes experiencias de la vida real.
[Comentarios en la página 6]
Usted puede reemplazar los pensamientos negativos con otros positivos
No desista ni opte por seguir deprimido porque resulte más fácil
[Fotografía en la página 7]
Aprender a controlar nuestras emociones requiere lo mismo que el perder peso: tiempo y
perseverancia

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