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Antropología (Libro de Echebehere)
Antropología (Libro de Echebehere)
Antropología Filosófica
1 Nos ubicamos propiamente en lo que hemos llamado la segunda pregunta del filosofar: ¿quiénes
somos?. Tomaremos los temas presentados en introducción como el marco en el cual desarrollaremos el
presente curso.
2 “Factus eram ipse mihi magna quaestio” San Agustín. Confesiones, IV, 4, 9, 15. Madrid, Biblioteca de
autores cristianos, 1979.
1
Podemos ver en lo anterior los diferentes discursos que hay sobre el hombre 3: el
discurso médico, el discurso psicológico, el discurso religioso, el discurso sociológico,
el discurso natural. Ahora bien, dada esta pluralidad de discursos… ¿con qué sentido
agregar uno más? ¿para qué otro discurso más? Considero que estos discursos
simplemente desarrollan una idea de hombre en función de otro concepto, ya sea la
salud -física o psíquica-, ya sea desde Dios como modelo, ya sea desde la sociedad, o
desde la naturaleza. Pero quién sabe acaso lo que es la salud, lo que es la sociedad, la
naturaleza? ¿quién sabe qué es Dios como para desde Él decir lo que es el hombre?
O también el poema de León Felipe Sé todos los cuentos. Antología rota. Buenos Aires, Pleamar,
1947. pág. 95.
“Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre...
Ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos
Y sé todos los cuentos.”
2
de una antropología biográfica, en tanto que nos interesa leer la vida del prójimo, y con
ella la de nosotros mismos.
0.2. El método.
Pero junto a estos tres momentos del método cabría señalar dos vías de acceso 6.
Por un lado tenemos la autoobservación, esto es la mirada dirigida hacia nosotros
4 Gadamer, Hans Georg. El giro hermenéutico. Madrid, Cátedra, 1998. Pág. 37. “Sólo en esas ocasiones
felices en que se logra verdaderamente una conversación, donde el otro nos sale al encuentro y co-
rresponde realmente, todo intento pasa del fracaso al logro. Esto vale tanto para la conversación del alma
consigo mismo, a la cual Platón denominó “pensar” como para cualquier forma de aproximarse a un
texto, sea un poema, sea un pensamiento. La fenomenología, la hermenéutica y la metafísica no son tres
puntos de vista filosóficos distintos, sino el filosofar mismo.”
5 “Nosotros los que conocemos, somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos
desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, -
¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos? Con razón se ha dicho: “donde está vuestro tesoro,
allí está vuestro corazón”; nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro
conocimiento. Estamos siempre en camino hacia ellas cual animales alados de nacimiento y recolectores
de miel del espíritu, nos preocupamos de corazón propiamente de una sola cosa –de “llevar a casa” algo.
En lo que se refiere, por lo demás, a la vida, a las denominadas “vivencias”, -¿quién de nosotros tiene
siquiera suficiente seriedad para ellas? ¿o suficiente tiempo?. Me temo que en tales asuntos jamás hemos
prestado bien atención “al asunto”: ocurre precisamente que no tenemos allí nuestro corazón -¡ y ni
siquiera nuestro oído! Antes bien, así como un hombre divinamente distraído y absorto a quien el reloj
acaba de atronarle fuertemente los oídos con sus doce campanadas del mediodía, se desvela de golpe y se
pregunta “¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?” así también nosotros nos frotamos a veces las orejas
después de ocurridas las cosas y preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, “¿qué es lo que
en realidad hemos vivido ahí?”, más aún, “¿quiénes somos nosotros en realidad?” y nos ponemos a contar
con retraso, como hemos dicho, las doce vibrantes campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de
nuestro ser -¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta... Necesariamente permanecemos extraños a nosotros
mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la
frase que dice “cada uno es para sí mismo el más lejano”, -en lo que a nosotros se refiere no somos “los
que conocemos”...” Nietzsche, Federico Guillermo. La genealogía de la moral. Madrid, Alianza, 1975.
Prólogo nº 1.
6 Cfr. Lersch, Philipp. La estructura de la personalidad. Barcelona, Scientia, 1968, pág. 58 y sigs.
3
mismos. Esta vía tiene una gran ventaja que es la cercanía del hecho observado, en
cuanto que es lo que a nosotros mismos nos pasa, nadie puede saber más claramente qué
le está pasando. Pero tiene una dificultad que es la posibilidad del autoengaño en cuanto
que la autoobservación va generalmente acompañada del autoenjuiciamiento por el cual
no aceptamos lo que vemos o lo magnificamos. La otra dificultad que presenta es que
no podemos ser objeto y observador al mismo tiempo y bajo el mismo respecto dando
entonces la posibilidad de una confusión ya sea objetiva o subjetiva.7
Ahora bien, desde ambas vías podemos caer en el engaño ¿dónde encontrar un
hombre auténtico que nos pueda servir de modelo? Esta búsqueda de autenticidad es
falsa, es utópica. Como dijimos anteriormente el objeto-sujeto de la antropología es el
hombre que tenemos delante con sus sombras y sus luces. Pedir un hombre sin doblez,
sin inautenticidad es buscar lo que no hay. Surge así ante nosotros el tema de la
máscara8. Siguiendo a Nietzsche9 podemos afirmar que todo hombre teje ante sí una
7 ...¿Pues qué cosas escribimos y pintamos nosotros, nosotros los mandarines de pincel chino, nosotros
los eternizadores de las cosas que se dejan escribir, qué es lo único que nosotros somos capaces de pintar?
¡Ay, siempre únicamente aquello que está a punto de marchitarse y que comienza a perder su perfume!
¡Ay, siempre únicamente tempestades que se alejan y se disipan, y amarillos sentimientos tardíos! ¡Ay,
siempre únicamente pájaros cansados de volar y que se extraviaron en su vuelo, y que ahora se dejan
atrapar con la mano – con nuestra mano! ¡Nosotros eternizamos aquello que no puede ya vivir y volar
mucho tiempo, únicamente cosas cansadas y reblandecidas! Y sólo para pintar vuestra tarde, oh
pensamientos míos escritos y pintados, tengo yo colores, acaso muchos colores, muchas multicolores
delicadezas y cincuenta amarillos y grises y verdes y rojos...” Nietzsche, Federico. Más allá del bien y del
mal. Madrid, Alianza, 1989, n° 296, pág. 254
8 Cfr. Vattimo, Gianni. El sujeto y la máscara. Barcelona, Península, 2003.
9 “Todo lo que es profundo ama la máscara; las cosas más profundas de todas, sienten incluso odio por la
imagen y el símbolo. ¿No sería la antítesis tal vez el disfraz adecuado con que caminaría el pudor de un
dios? Es ésta una pregunta digna de ser hecha: sería extraño que ningún místico se hubiera atrevido aún a
hacer algo así consigo 'mismo. Hay acontecimientos de especie tan delicada que se obra bien al
recubrirlos y volverlos irreconocibles con una grosería; hay acciones realizadas por amor y por una
magnanimidad tan desbordante que después de ellas nada resulta más aconsejable que tomar un bastón y
apalear de firme al testigo de vista: a fin de ofuscar su memoria. Más de uno es experto en ofuscar y
maltratar a su propia memoria, para vengarse al menos de ese único cómplice: el pudor es rico en
invenciones. No son las cosas peores aquellas de que más nos avergonzamos: no es sólo perfidia lo que se
oculta detrás de una máscara, hay mucha bondad en la astucia. Yo podría imaginarme que un hombre que
tuviera que ocultar algo precioso y frágil rodase por la vida grueso y redondo como un verde y viejo tonel
de vino, de pesados aros: la sutileza de su pudor así lo quiere. A un hombre que posea profundidad en el
pudor, también sus destinos así como sus decisiones delicadas, le salen al encuentro en caminos a los
cuales pocos llegan alguna vez y cuya existencia no les es lícito conocer ni a sus más próximos e íntimos:
a los ojos de éstos queda oculto el peligro que corre su vida, así como también su reconquistada seguridad
vital. Semejante escondido, que por instinto emplea el hablar para callar y silenciar, y que es inagotable
en escapar a la comunicación, quiere y procura que sea una máscara de él la que circule en lugar suyo por
los corazones y cabezas de sus amigos; y suponiendo que no lo quiera, algún día se le abrirán los ojos y
verá que, a pesar de todo, hay allí una máscara de él, y que es bueno que así sea. Todo espíritu profundo
necesita una máscara: más aún, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una
máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra, de todo
paso, de toda señal de vida que él da.” Nietzsche, Federico. Más allá del bien y del mal. Madrid, Alianza,
4
imagen y también los demás tejen sobre él un personaje, pero esa máscara, esa función
que muchas veces nos define no es lo humano del hombre. Una de las tareas de la
antropología, si no la que más le conviene es alcanzar eso humano del hombre, lo
humano de cada uno.
1989, n°40.
10 Queremos señalar la diferencia entre vergüenza y pudor. La vergüenza aparece en cuanto que ciertos
actos no corresponden con la idea -elevada por cierto- que nosotros tenemos de nosotros mismos. El
pudor en cambio proteje nuestra intimidad de la publicidad y rescata nuestra profunidad de una mala
interpretación, de un desprecio.
11 “No descubras, que puede no haber nada. Y nada no se vuelve a cubrir”. Porchia, Antonio. Voces.
Buenos Aires, Hachette, 1980.
12 Hablo de diálogo y no simplemente de encuentro, en tanto que supongo una racionalidad que se
comparte, no es solamente estar con otro, sino conversar, esto es, pensar de a dos.
13 Fides et ratio, n°33. “No se ha de olvidar que también la razón necesita ser sostenida en su búsqueda
por un diálogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces
rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filósofos antiguos, quienes consideraban
la amistad como uno de los contextos más adecuados para el buen filosofar”.
5
Pero el hombre, como dijimos, anteriormente no sólo es un objeto sino también
es un sujeto. Es por eso que siguiendo también a Aristóteles podemos considerar al
hombre en sí mismo. Y surge así el tratado de Psicología que es la primer forma en que
se desarrolló esta asignatura. La psicología -en este sentido aristotélico- trata del alma
en cuanto principio de vida y de las acciones de los seres vivos. Pero este modo de
tratamiento requiere aún una precisión.
Al estudiar al hombre como ser vivo, al estudiar lo que desde los griegos se
llama alma, descubrimos que esa alma tiene un modo de ser diferente de los otros seres
vivos, descubrimos que somos nosotros mismos los que estamos siendo estudiados y
que tenemos una vida propia, una inmanencia, una vida interior.
6
No debemos olvidar además lo que hemos señalado sobre el sujeto-objeto de
esta disciplina en cuanto que lo humano del hombre se capta en la comunidad 14. No
cabe vida humana sino en el seno de una comunidad, de una familia. Es así que la
antropología tiene que asumir también los resultados de las investigaciones
sociológicas, cuyas perspectivas evitan a la antropologia caer en un reduccionismo
individualista o solipsista.
Pero después de considerar todas estas relaciones, ¿queda algo propio para la
antropología? O tal vez, ¿no es más que un cruce de caminos? ¿No corremos el riesgo
de caer en una especie de literatura personal donde el filósofo reune los datos que quiere
o puede para desarrollar su tratado?
Siempre me llamó la atención una expresión15 utilizada varias veces por Tomás
de Aquino, según la cual “el alma intelectual se dice ser como un horizonte o confín
entre lo corpóreo y lo incorpóreo”16. Si el autor del Liber de Causis y Tomás vieron
bien, el hombre, por ser horizonte, requiere de un espejo donde reflejarse, desde el cual
pueda “especular” y verse a sí mismo 17. Por eso en las relaciones que hemos señalado 18,
podemos decir que el hombre se entiende en tanto que se lee en el mundo físico, cuando
se lee en el yo y en el nosotros, y finalmente, cuando se lee -o tal vez se escucha- en lo
divino. Pareciera entonces que el hombre, pudiendo ser todas las cosas, no es nada sino
lo que su alma quiere reflejar...
7
No es mi interés brindar aquí una historia -ni siquiera breve- de esta disciplina
sino, simplemente, algunas líneas generales que sirvan como una primera información
de autores y corrientes.
Queremos señalar aquí un tema que será uno de los ejes de nuestro curso: la
tensión finito-infinito que constituye la manifestación de lo humano. Tarea del hombre,
en su estado de peregrino, es el de caminar su camino, pero ese camino no es el único,
no es totalizante. De ahí la necesidad de asumir lo humano, como dijimos
anteriormente, en lo comunitario, en tanto que el otro hombre tiene también su camino y
muestra entonces otra cara de lo humano.
Pero el texto de Heráclito dice aún otra cosa. Por más que recorrieramos todos
los caminos no alcanzaríamos los límites del alma... en un primer momento este texto
nos desconcierta, porque pone al hombre en una “errancia” en un constante ir y venir sin
descanso alguno. Pero el texto agrega “tan profundo tiene su razón, su sentido”, esto es,
hay algo en el hombre que le da sentido a su caminar, algo racional hay en el alma que
la limita, que le permite definirla pero -y esto es lo que queremos resaltar- no por sí
misma, sino en otro.
¿Es ese logos una Razón? Esa puede ser una, tal vez la primera, de acercanos a
lo humano. Para Heráclito esta razón tiene que ser común 22, pero junto a la razón
propone otra lectura: -para el hombre- “el carácter es su demonio” 23. Entra así en la
historia de la antropología, lo irracional, eso otro ya no es la clara razón sino la oscura
pulsión24. Es el demonio lo que constituye la vida “ética” 25 del hombre, en cuanto que
lo impulsa a actuar de un modo personal, dejando una huella en la vida.
9
La antropología filosófica intenta responder a la pregunta ¿quiénes somos? Esta
pregunta se puede articular en dos momentos. El primero en cuanto que busca saber qué
es el hombre y el segundo momento intenta iluminar nuestra identidad. Comencemos
entonces por el principio ¿Qué cosa es el hombre?
Tres autores -aunque no los únicos- considero que pueden ser llamados aquí a
decir su palabra. En primer lugar Emile Cioran.
“(Los grandes sistemas no son en el fondo más que brillantes tautologías. ¿Qué
ventaja hay en saber que la naturaleza del ser consiste en la voluntad de vivir, en la
idea, o en la fantasía de Dios o de la Química? Simple proliferación de palabras,
sutiles desplazamientos de sentidos. Lo que es repele el abrazo verbal y la experiencia
íntima no nos revela nada fuera del instante privilegiado e inexpresable. Por otro lado,
el ser mismo no es más que una pretensión de la Nada.
Sólo se define por desesperación. Hace falta una fórmula; incluso hacen falta
muchas, no fuera más que por dar justificación al espíritu y una fachada de la nada.
...Las cosas que tocamos y las que concebimos son tan improbables como
nuestros sentidos y nuestra razón; sólo estamos seguros en nuestro universo verbal,
manejable a placer, e ineficaz. El ser es mudo y el espíritu charlatán. Eso se llama
conocer.
La originalidad de los filósofos se reduce a inventar términos”.31
Este provocativo texto señala muchos temas pero solamente apuntaremos el que
nos interesa para nuestro tema. La esencia del hombre, toda esencia en suma, no es más
que una palabra. La charlatanería del espíritu no se cansa de hablar, o mejor dicho,
habla para no desesperarse32. La esencia del hombre no sería sino lo que el hombre se
dice para no caer en el abismo de la nada, para asegurarse al menos de algo: pretender
saber.
33 Tratado de la naturaleza humana. Buenos Aires, Orbis, Hyspamérica, 1984. Sección VI, n° 251-253
pág. 397-401. El texto completo es el siguiente “Algunos filósofos se figuran que lo que llamamos
nuestro yo es algo de lo que en todo momento somos íntimamente conscientes; que sentimos su
existencia, y su continuidad en la existencia, y que, más allá de la evidencia de una demostración,
sabemos con certeza de su perfecta identidad y simplicidad. La sensación más intensa, la más violenta
pasión, en vez de distraernos de esa contemplación –dicen- lo único que hacen es inculcarla con mayor
intensidad, y llevarnos a advertir la influencia que tienen sobre el yo, sea por dolor o por placer. Querer
aducir más pruebas sería debilitar su evidencia, pues no existe prueba derivable de un hecho de la que
podamos ser tan íntimamente conscientes, ni queda nada de que podamos estar seguros si dudamos de
nuestro propio yo.
Desgraciadamente, todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia misma abogada en su
favor; no tenemos idea alguna del yo de la manera que aquí se ha explicado. En efecto, ¿ de qué
impresión podría derivarse esta idea? Es imposible contestar a esto sin llegar a una contradicción y a un
absurdo manifiesto. Y sin embargo, esta es una pregunta que habría necesariamente que contestar si lo
que queremos es que la idea del yo sea clara e inteligible. Tiene que haber una impresión que dé origen a
cada idea real. Pero el yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que nuestras
distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa
impresión deberá seguir siendo invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el
yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable. Dolor y placer,
tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden una tras otra, y nunca existen todas al mismo tiempo.
Luego la idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna otra. Y
en consecuencia, no existe tal idea.
Pero, todavía más: ¿en qué tendrían que convertirse todas nuestras percepciones particulares, de
seguir esa hipótesis? Todas ellas son diferentes, distinguibles y separables entre sí, y pueden ser
consideradas por separado y existir por separado: no necesitan de cosa alguna que las sostenga en su
existencia. ¿De qué manera pertenecerían entonces al yo, y cómo estarían conectadas con él? En lo que a
mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento
con una u otra percepción particular, sea de calor o frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o
11
El texto ya nos habla de algo más que una palabra. Para entender este texto
tenemos que tener en cuenta que para Hume a lo real se accede a través de las
percepciones, pero al estar éstas referidas a lo pasajero, a lo contigente, no podemos
asumirlas como fundamento de una idea. Así entonces no podemos llegar a afirmar una
idea de yo, dado que no hay ninguna percepción que la justifique. Como él mismo nos
dice “dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden una tras
otra, y nunca existen todas al mismo tiempo” por lo tanto, no podemos tener una idea,
que siempre se acepta como estable, duradera y siempre con el mismo contenido.
Por lo tanto Hume nos alerta sobre el peligro de confundir lo esencial con lo que
primero nos ocurre, confundir lo que tenemos a la mano con lo que realmente somos.
placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar
otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño
profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que
verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera
pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente
aniquilado, de modo que no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada. Si
tras una reflexión seria y libre de prejuicios hay alguien que piense que él tiene una noción diferente de sí
mismo, tengo que confesar que ya no puedo seguirle en sus razonamientos. Todo lo que puedo concederle
es que él puede estar tan en su derecho como yo, y que ambos somos esencialmente diferentes en este
particular. Es posible que él pueda percibir algo simple y continuo a lo que llama su yo pero yo sé con
certeza que en mí no existe tal principio.
Pero dejando a un lado a algunos metafísicos de esta clase, puedo aventurarme a afirmar que
todos lo demás seres humanos no son sino un haz o colección de percepciones diferentes, que se suceden
entre sí con rapidez inconcebible y están en un perpetuo flujo y movimiento. Nuestro ojos no pueden girar
en sus órbitas sin hacer que sus percepciones varíen. Y nuestro pensamiento es aún más variable que
nuestra vista. Todos los demás sentido y facultades contribuyen a este cambio: no existe un solo poder del
alma que permanezca inalterable, siquiera por un momento. La mente es una especie de teatro en el que
distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan
en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existe en ella con propiedad ni simplicidad en un
tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a
imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe confundirnos: son solamente las
percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la noción más remota del lugar en
que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales de que están compuestas.
¿Qué es entonces lo que nos induce con tanta intensidad a asignar una identidad a estas
percepciones sucesivas, y a creernos en posesión de una existencia invariable e ininterrumpida durante
toda nuestra vida? A fin de responder a esta pregunta tendremos que distinguir entre identidad personal
por lo que respecta a nuestro pensamiento o imaginación, e identidad personal por lo que respecta a
nuestras pasiones o al interés que nos tomamos por nosotros mismos. El primer punto constituye nuestro
tema presente, y para explicarlo a la perfección tendremos que estudiar el asunto en profundidad,
explicando esa identidad que atribuimos a plantas y animales, pues existe gran analogía entre esta
identidad y la que de un yo o persona.”
12
Pero cabe aún otro autor que niega la esencia. Es el caso de Jean Paul Sartre.
Nuestro autor no niega lo esencial del hombre, lo que niega es que esta esencia
esté “al inicio” de nuestro vivir. En tanto que no hay -como pensaba la tradición
religiosa- un Dios que ha pensado la creación, no hay tampoco un modelo, una
naturaleza a la cual amoldarnos. Así entonces la esencia humana es una tarea que
debemos libremente crear, eligiendo el modo de vida que nos parezca más humano. Y,
por lo tanto, ubica a la esencia no tanto en el orden de la contemplación sino más bien
en el orden de la acción. La esencia ya no es naturaleza entendida como principio de
operación sino como término de la acción.
Esta apretada síntesis de ideas nos debe permitir entonces estar alerta frente a
algunas dificultades. La primera es aquella que nos lleva a confundir la esencia con una
palabra, dicha generalmente sin pensar. El tema de la esencia nos exige, en primer lugar,
ver más allá de la palabra para alcanzar el concepto, y, en segundo lugar, confrontar ese
concepto con la realidad. Así entonces, el alcanzar lo esencial de una cosa implica un
cierto rumiar lo que tenemos delante y no acelerar, por miedo al silencio o por
inseguridad, todo este proceso de adecuación con la cosa.
Otra dificultad es la que concibe a la esencia como opuesta a la libertad, esto es,
ve en la esencia la negación del movimiento, de la vida. Este es uno de los problemas
eternos de la filosofía -la lucha Parménides-Heráclito- o para decirlo más técnicamente,
la confrontación entre esencia e historia. Uno de los tantos esfuerzos que nos exige esta
asignatura es superar estas limitaciones, los errores señalados anteriormente.
Ahora bien, estas dificultades no se superan proponiendo una solución donde las
dificultades sean consideradas errores, sino que nos exige la paciente tarea del pensar.
Recordemos en este caso lo que nos dice una poetisa como Emily Dickinson
Comenzaremos nuestro rodeo con otros dos autores. Uno de ellos es Gregorio de
Nisa
El texto no deja de ser inquietante. En primer lugar nos recuerda algo que hemos
dicho anteriormente, que el hombre descubre su esencia en un espejo, esto es, su esencia
parece no tener luz propia, sino la que recibe del otro, la recibe de aquél que es su
modelo. Ahora bien, según Gregorio nada de lo que está en el modelo puede faltarle a la
imagen, de ahí que si el modelo es misterioso, inabarcable, del mismo modo tiene que
serlo la imagen. La esencia entonces del hombre se nos aparece como inabarcable,
como infinita en cuanto que su modelo también lo es.
El otro autor que queremos citar aquí para nuestro propósito en Santo Tomás de
Aquino. El texto, del comienzo de la prima secunda de la Suma Teológica dice lo
siguiente
35 Dickinson, Emily . Emily Dickinson Johnson Thomas H. editor. Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1955. nº1129.
36 Gregorio Nisseno. La creación del hombre. Buenos Aires, UBA, 1983. pág. 20 (156a - 156c)
37 Heráclito, Frag. 45.
14
cosas que el poder divino produjo según su voluntad, resta que estudiemos su imagen,
que es el hombre en cuanto es principio de sus obras por estar dotado de libre albedrío
y dominio sobre sus actos”38
Es por eso que echaremos mano a otra perspectiva, de sabor más platónico 41, en
cuanto que partiremos de una concepción de esencia para desde allí comprobar los actos
que de ella se derivan. La dificultad que esta perspectiva presenta es la de ya dar por
conocida la esencia, esto es, ya tenemos resuelto nuestro problema. Intentaremos
entonces presentar ambas perspectivas para corregir los límites que cada una implica y
poder así arribar a una solución lo más ajustada posible a lo real.
16
No así el adulto...La convivencia, la experiencia de vida permiten a la persona el ocultar
aún los sentimientos más profundos pero también la de comunicar la riqueza que su
espíritu capta.
Pero junto a una finitud positiva podemos hablar de una finitud negativa. En la
carne notamos claramente que no somos infinitos, no somos todopoderosos, que
necesitamos de otros para vivir. Y esto se capta en tres momentos: el cansancio, la
enfermedad y la muerte.
45 Es curioso constatar como mucha gente no quiere enfermarse para no depender de otro que lo
cuide...”antes prefiero morirme” expresión vulgar que nos muestra esa incapacidad de pedir ayuda.
17
Por experiencia vemos una diferencia entre lo vivo y lo inerte, esto es, en lo que
se manifiesta vida y en lo que no la tiene porque nunca la tuvo -una silla por ejemplo- o
no la tiene porque la perdió -un animal muerto-. Por otra parte también experimentamos
algo común que existe entre lo vivo y lo muerto, y eso común es la materia. Ahora bien,
debe haber algo más que la sola materia para poder explicar el hecho de la vida. Y eso
“más”, ese otro que no está en los seres muertos lo llamamos alma o espíritu.
El otro supuesto es que esta teoría del alma no debe ser una solución por
ignorancia, esto es, no tenemos que decir “espíritu” donde la ciencia biológica dice
“todavía no sé”. La antropología filosófica, en este caso en cuanto psicología o estudio
del alma, debe esforzarse en dialogar con las ciencias biológicas tanto para la
superación del esquema cartesiano de res cogitans-res extensa 46; como para la
superación del esquema ciencias del espíritu-ciencias de la naturaleza.
Así entonces podemos decir que existe un alma o espíritu que anima, esto es, da
vida a una materia, haciéndola pasar de cuerpo a carne. Ahora bien, hemos usado
indistintamente el término “alma” como el término “espíritu”, pero cabe hacer algunas
distinciones. En este curso de antropología preferimos usar la palabra “espíritu” más
que alma, en tanto que nos permite mostrar lo más propiamente humano, en
comparación con los otros seres vivientes y, por otro lado, nos remite también a algo
más humano.
18
en el Banquete49. El espíritu como demonio es un poder capaz de unificar las diferentes
fuerzas del alma humana dándole un sentido, una orientación superior. El término
“demonio” fue reemplazado por el de “genio”. En el uso, genio se aplica a la persona
que es muy inteligente, con lo cual vemos que lo espiritual que así referido directamente
a lo racional y no tanto a lo afectivo como refería “demonio”. Pero genio se aplica
también a la persona que se destaca sobre el común, aquél que tiene un cierto carisma
que lo hace atractivo a los demás, o en otras palabras un “ídolo” 50. Tanto el demonio
como el genio tiene la capacidad de poner al hombre más allá de sus limitaciones, nos
hace perder, en tanto que nos pueden entusiasmar, lo que etimológicamente significa,
“tener en su interior a Dios”. Y por último podríamos decir que el demonio o el genio
tiene la característica de proponer un modo nuevo de obrar, rompe con la rutina y
anuncia algo nuevo, de ahí que la genialidad sea, inicialmente, mal comprendida.
2.2.2. El alma.
Anteriormente dijimos que preferíamos el uso del término “espíritu” para hablar
de aquello que da vida, que vivifica. Pero cabe ahora hacer una aclaración. En la historia
de la antropología los autores han optado por dos modelos: el bipartito o el tripartido.
El modelo bipartito es aquél que dice que el hombre está compuesto de cuerpo y
alma. Dos son entonces los principios esenciales del hombre. Este modelo tiene la
ventaja de ser simple -en lo que se pueda hablar aquí de simple- y tener una valoración
positiva del cuerpo. Aunque la simpleza del modelo tiene como desventaja el dificultar
la visión inmaterial del alma. Es por eso que algunos autores adoptaron el modelo
tripartito. Según este modelo el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu51.
El hombre tiene así un principio vital, que es el alma, y que tiene como función
animar el cuerpo, pero tiene también el espíritu, que se aleja de lo material y es donde
propiamente el hombre mora. Vemos entonces como este modelo tiene la ventaja de dar
un rasgo espiritual al hombre y claramente una dimensión que entra en comunión con lo
transcendente; pero tiene como desventaja el huir del cuerpo, dado que lo humano
tiende, como ya dijimos, a ponerse en lo espiritual. La otra ventaja es que permite un
tratamiento del alma como realidad independiente del espíritu y por lo tanto lo que
afecta a una no afecta al otro. Pero esta ventaja se transforma en problema: queda muy
comprometida la unidad del hombre.
48 Cfr. Platón. Apología de Sócrates. 31 d. Madrid, Gredos 1981. “Esta conmigo desde niño, toma forma
de voz y, cuando se manifiesta, siempre me disuade de lo que voy a hacer, jamás me incita.”
49 Platón. Banquete.202 e-206 e Madrid, Gredos, 1986.
50 ¿Cabría aquí pensar en una idolatría en sentido religioso?
51 Platón. República. 436 a y también 441 c. Madrid, Gredos, 1986. Un gran exponente de esta teoría fue
Orígenes.
19
En nuestro curso asumiremos una visión dual del hombre pero donde el alma es
espiritual. Ahora bien, ¿qué entendemos por alma?
Pero esta infinita apertura del alma que la constituye en alma espiritual entraña
un riesgo, entraña el drama del alma. Porque en tanto que infinita el alma se puede
perder, puede no encontrar su sentido y caer en la desesperación. Siguiendo a
Kierkegaard podemos decir que el desesperado es aquél que no es el que es, y es el que
no es. El desesperado aparece como el que, gracias a esa capacidad de serlo todo, no es
nada57. Va de aquí para allá, como el que es tocado por la acedia, sin lugar propio, sin
20
destino fijo. Así entonces la infinitud del alma puede ser su fundamento pero también su
abismo58, en tanto que no se autodetermina, no se decide a ser lo que tiene que ser.
Este argumento tiene varios supuestos que hay que explicitar. El primero es que
hay que suponer que hay conceptos universales, esto es que nuestras ideas refieren a
“todas las cosas”. Y esta afirmación no es aceptada por muchas filosofías. El otro
supuesto es que el paso de lo material a lo inmaterial -el llamado proceso de
abstracción- es realizado por la inteligencia humana. Cabría la posibilidad de que este
proceso no fuera hecho por cada hombre si no por un intelecto separado único, como
vemos en algunos filósofos medievales59.
60 Por ejemplo no vemos a un oso polar de vacaciones en el Caribe, o a un animal del desierto querer
expermentar lo majestuoso del clima antártico.
61 Al respecto son interesantes las apreciaciones de Viktor Frankl en su obra Homo Patiens en El
hombre doliente. Barcelona, Herder, 1987, pág 244 y sig.
62 Aristóteles. Problemas.( XXX, 1).953 a 10. Madrid, Gredos, 2004.
22
Otro lugar asignado al alma ha sido el corazón63, como lo vemos reflejado, por ejemplo,
en la adoración al Sagrado Corazón. En la filosofía generalmente el lugar del alma fue
el cerebro64, es allí donde se encuentra la sede de nuestra interioridad, como lo podemos
ver en los esfuerzos de las investigaciones neurológicas contemporáneas.
Pero también podemos decir que lo espiritual del hombre propiamente no tiene lugar,
esto es, es utópico. Lo espiritual por inmaterial no tiene un lugar, lo ocupa todo, pero
este “no-lugar”67 de lo espiritual puede entrañar un riesgo: el del desarraigo. Lo utópico
del alma hace que el hombre, como ya señalamos en uno de los argumentos, pueda
poner sus propias leyes, pueda escapar del destino fatal, puede reorganizar su vida
aunque algunos miembros no le funcionen, puede incluso compensar un órgano con
otro. Esta posibilidad le abre la puerta de la nihilidad, el peligro de vivir
descarnadamente, de modo que se vuelve extranjero, apátrida. Esto hace a la grandeza y
miseria del hombre, a su carácter de horizonte entre el cielo y la tierra.
23
Pero no debemos caer aquí en falsas imaginaciones. Lo que realmente existe, la realidad
de la cual partimos es el hombre. Al tratar de alcanzar su esencia descubrimos que esta
es compuesta. Pero esos principios no son subsistentes, esto es, no los podemos
imaginar como anteriores y en potencia, a la existencia del hombre, sino que solamente
tienen su ser en cuanto que están en el compuesto, aunque por los cuatro argumentos
señalados el alma tiene un cierta independencia frente a la materia.
3. La dinámica de lo humano.
Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es
sólo una palabra para designar algo en el cuerpo.
El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un
rebaño y un pastor.
Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas espíritu, un
pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón.
Dices yo y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande aún , en la que tú no quieres
creer, -tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo, pero hace yo.
Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, eso nunca tiene dentro de sí su término. Pero
sentido y espíritu querrían persuadirte de que ellos son el término de todas las cosas: tan vanidosos son.
Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el sí mismo.
El sí mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu.
El sí mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga, conquista, destruye. El
domina y es también el dominador del yo.
Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un
sabio desconocido –llámase sí mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.
Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo
precisamente tu mejor sabiduría?
Tu sí mismo se ríe de tu yo y de sus orgullosos saltos. ¿Qué son para mí esos saltos y esos
vuelos del pensamiento?, se dice. Un rodeo hacia mi meta. Yo soy las andaderas del yo y el apuntador de
sus conceptos.
El sí mismo dice al yo: ¡siente dolor aquí! Y el yo sufre y reflexiona sobre cómo dejar de sufrir
–y justo para ello debe pensar.
El sí mismo dice al yo: ¡siente placer aquí! Y el yo se alegra y reflexiona sobre cómo seguir
gozando a menudo –y justo para ello debe pensar.
A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su
apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar, y el valor y la voluntad?
El sí mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor.
El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad.
Incluso en vuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro sí
mismo. Yo os digo: también vuestro sí mismo quiere morir y se aparta de la vida.
Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: -crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ese
es todo su ardiente deseo.
Para hacer esto, sin embargo, es ya demasiado tarde para él: - por ello vuestro sí mismo quiere
hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo.
¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí mismo, y por ello os convertisteis vosotros en
despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros.
Y por eso no os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la
oblicua mirada de vuestro desprecio.
¡Yo no voy por vuestro camino, despreciadores del cuerpo! ¡Vosotros no sois para mí puentes
hacia el superhombre!
69 Descartes, René. Meditaciones metafísicas. II. Madrid, Granada, [s.f.] pág. 161 y sig.“Y yo, al menos,
¿no soy algo? Pero ya he negado que tenga yo sentidos ni cuerpo alguno; vacilo, sin embargo; pues, ¿qué
se sigue de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no pueda ser? Pero
ya estoy persuadido de que no hay nada en el mundo: ni cielos, ni tierra, ni espíritu, ni cuerpos; ¿estaré,
pues, persuadido también de que no soy? Ni mucho menos; si he llegado a persuadirme de algo o
solamente si he pensado alguna cosa, es sin duda porque yo existía. Pero hay un cierto burlador muy
24
3.1. A modo de introducción al tema.
Lo humano del hombre, aquello que lo distingue de toda otra realidad no es algo
estático. A partir de la metáfora del horizonte, podemos afirmar lo utópico del hombre,
esto es, en cuanto horizonte lo humano no está ni aquí ni allá, no tiene lugar propio 71.
Esta condición de horizonte configura también su modo de vida, el cual no será
sedentario sino nómade. El hombre descubre su humanidad en el estado de caminante,
en el “status viatoris”.
Así entonces lo esencial del hombre se muestra como naturaleza 72, en el sentido
preciso de “principio de operación”. Lo esencial del hombre, lo natural del hombre no
es algo fijo sino algo que se manifiesta en la acción, que encuentra su fin solamente a
través de la acción. En este sentido la actualidad del hombre (enérgeia) es su acto
poderoso y astuto que dedica su industria toda a engañarme siempre. No cabe, pues, duda alguna de que
yo soy, puesto que me engaña; y por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada,
mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte, que habiéndolo pensado bien y habiendo examinado
cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener por constante que la proposición siguiente: “yo
soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando y concibiendo en mi
espíritu.
[...]Vamos pues a los atributos del alma, y veamos si hay alguno que esté en mí. Los primeros
son alimentarme y andar; mas si es cierto que no tengo cuerpo, también es verdad que no puedo ni andar
ni alimentarme. Otro es sentir; pero sin cuerpo no se puede sentir y, además, me ha sucedido
anteriormente que he pensado que sentía varias cosas, durante el sueño, y luego, al despertar, he visto que
no las había efectivamente sentido. Otro es pensar, y aquí encuentro que el pensamiento es un atributo
que me pertenece; el pensamiento es lo único que no puede separarse de mí.”
70 Goethe, Johann W., von. Fausto. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978, pág. 36.
71 Pico de la Mirándola. La dignidad del hombre. Buenos Aires, Goncourt, 1978, pág. 48. “Estableció
por lo tanto el óptimo artífice que aquél a quien no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto
le había sido dado separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre así construido, obra de
naturaleza indefinida y, habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera: «oh Adán, no
te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que
poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención
obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por
mí prescriptas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio a
cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes
cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como
árbitro y soberano artífice de tí mismo, te informases y plasmases en la obra que preferiéses. Podrás
degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo en las realidades
superiores que son divinas»”.
72 Aristóteles. Metafísica 1014 b 15.
25
(enteléjeia), o dichos en otras palabras, el alma se constituye en acto -acto como fin- en
cuanto que manifiesta su perfección -acto como acción-. Por eso podemos decir que lo
estático se plenifica en lo dinámico.
26
Pasión74 tiene diversas acepciones. En el uso común del término, pasión significa
una acción descontrolada, totalmente irracional. Así entonces, la pasión es vista como
una acción violenta, que va en contra de la naturaleza. Ahora bien, es curioso que
utilicemos para explicar una realidad precisamente su contrario. O tal vez esto tiene una
explicación: la incapacidad del hombre para aceptar su finitud, su dependencia de otro,
pero quedará para más adelante explicar esta idea.
27
Pero me interesa distinguir otro significado, el de la pasión como recepción.
Todo lo que se recibe, sea en la carne o en el espíritu, se puede decir pasión 76. Ahora
bien, en la dimensión espiritual, dijimos que el alma se puede hacer todas las cosas,
precisamente porque es una pizarra vacía, el alma es nada frente a lo real, en tanto que
no tiene nada escrito. Así entonces, lo original77 del espíritu humano estaría en la pasión,
en esa capacidad de hospedar a lo real, de acoger lo otro que irrumpe. Es por eso que
podríamos decir que lo humano del hombre está en la pasión, es ella el signo de su
finitud, es ella signo de que el hombre se constituye como hombre en tanto y en cuanto
está abierto a lo otro, sea esto algo del mundo, sea ese otro un humano o bien un Otro
transcendente. Es así que esta pasión puede ser entendida bajo el concepto más
contemporáneo de disponibilidad78. Pero también debe el hombre para constituirse como
hombre, aceptar a ese otro que hospeda. De modo que la sola disponibilidad no vale
como pasión, esta quedaría en pura indiferencia 79. No vale la sola apertura, lo propio de
la pasión será la encarnación de lo hospedado, el hacerse otro en cuanto otro80.
28
acceder a otros modos de ser, a otras realidades distintas de las suyas. Gracias al
conocimiento el hombre sale de sus límites y su mundo se abre al mundo82.
Pero ¿qué otro es ese otro? Una forma de entenderlo es tomar al otro como un
otro yo, es decir, lo que conocemos del otro es el otro en cuanto semejante a mí. Así
entonces entre el sujeto y el objeto tiene que haber una cierta proporción, una igualdad.
El conocimiento es apropiación del otro que es como yo. Pero creo que aquí se impone
otra interpretación. Si conocer es hacerse otro en cuanto, otro esto implica que debo
dejar que lo distinto de mí aparezca, que irrumpa el exceso que el otro en cuanto otro es.
Este segundo momento del conocer, este hospedar al otro, es lo que abre al
conocimiento a una dimensión de creatividad, de novedad. Ya no es repetir lo sabido, lo
establecido, sino que implica descubrir nuevas facetas de lo real, su constante novedad.
3.2.1. Objeto-Potencia-Acto.
a. Objeto
82 De ahí que una persona ignorante no puede hablar más que de sí mismo, porque es lo único que
conoce.
83 Traducimos la fórmula latina per se como “de suyo” y la fórmula per accidens como “incidental”.
Accidens es lo que acaece, lo que ocurre sin razón, de ahí que preferimos la traducción “incidental” en
29
una potencia y solo por ella, como por ejemplo, el color para la vista, o el olor para el
olfato. En segundo lugar, encontramos los “objetos de suyo comúnes”. Estos son los
que son captados por varias potencias y por ninguna como propio. Ejemplos son el
movimiento, que es captado por la vista o el oído -veo acercarse el tren o escucho que el
tren se acerca-; o la figura que es captada por el tacto y por la vista. Finalmente
encontramos el último tipo de objeto, el “objeto incidental” que es aquél que es captado
concomitantemente al objeto de suyo propio. Se diferencia del objeto de suyo común,
porque el incidental es incidental de una potencia pero propio de otra. Por ejemplo: el
color es propio de la vista, pero incidental de la inteligencia o viceversa: la inteligencia
en una figura -vista por la vista- entiende una esencia.
En esta figura, nuestro ojos ven propiamente “una figura negra sobre blanco” en
tanto que la figura es objeto común de la vista y el color es su objeto propio. Pero
“corazón” es objeto incidental de la vista, en tanto que como esencia es objeto propio de
la inteligencia. La existencia de este “objeto incidental” no es accidental. Con su
existencia está mostrando la diferencia de niveles de conocimiento que hay en el
hombre y al mismo tiempo su mutua interrelación. En este sentido podemos afirmar que
no es la sensibilidad o la inteligencia la que conoce, sino el hombre a través de su
sensibilidad y su inteligencia. Por otra parte me permite comprobar que lo sensible no es
puramente sensible sino que está poseído por un contenido inteligible al cual el hombre
siempre antepone. Pero al mismo tiempo me permite comprobar que lo inteligible no
está descarnado, no lo encontramos en un mundo supraterrenal, sino en lo fenoménico,
en lo sensible, en lo concreto.
b. Acto
Ahora bien, estos objetos tienen una función. Ellos son los encargados de
despertar a las potencias. En términos técnicos, se dice que los objetos ponen a las
potencias en acto primero de actuar, en este caso de conocer. Pero esa actualización no
es aún conocimiento, se requiere que la potencia se dirija al objeto, lo posea
intencionalmente para que surja así propiamente el conocimiento. Como decíamos
anteriormente, el conocimiento implica poseer pero también un hacerse el objeto. Esta
unión entre objeto y potencia es precisamente el acto de conocimiento. Por eso el acto,
lo dinámico, tiene dos momentos: un momento de pasión y esto se llama “acto
primero”; y un momento de acción y esto se llama “acto segundo”. En el primer
momento la potencia recibe al objeto, lo hospeda; en el segundo, sale de sí, se aliena en
el objeto y lo posee activamente dándose así el conocimiento: se hace otro en cuanto
otro.
c. Potencia.
cuando que incide en algo de un modo casual y no la traducción “accidental” porque esto podría llevar a
confundir con lo que corresponde al accidente.
30
aceptando esta teoría nos encontramos con un hecho. Si por el alma el hombre actúa,
nos damos cuenta que no siempre estamos actuando, esto es, si bien siempre estamos
viviendo no siempre estamos sintiendo o pensando o amando. Este hecho, el de la
continuidad de la vida y la discontinuidad del hacer exige una explicación.
Cabe distinguir también dos nombres. Algunos llaman a las potencias facultades.
El nombre proviene de que las potencias facultan al hombre para realizar tal o cual acto.
Tanto potencia como facultad implican “poder de acción” sin embargo hay un matiz que
quiero destacar. Facultad refiere más directamente al segundo momento del acto, a la
acción. En cambio, potencia refiere más directamente al primer momento del acto, esto
es a la pasión. Así entonces preferimos usar potencia en tanto que implica este momento
de pasión que consideramos clave en tanto que muestra nuestra dependencia con lo real,
esto es, que la acción humana está arraigada en lo real, toma de ella su contenido y
orientación.
31
potencia requiere de un órgano, el ojo, para poder efectuar su acto, la visión. Sin los
ojos nuestra capacidad visiva no puede realizarse. La inteligencia en cambio, no
necesita propiamente de un órgano para ejercer su acto, si bien esto puede resultar
extraño, recordemos los cuatro argumentos presentados sobre la inmaterialidad del
alma. Pero sí depende objetivamente del cuerpo, en tanto que el objeto no lo capta sino
desde la sensibilidad, esto es, requiere de un órgano para la presentación del objeto, y
este órgano es el cerebro.84 Así entonces, sin el cerebro ¿se puede dar conocimiento
intelectual? Dado que el hombre es un compuesto de carne y espíritu, sin el cerebro no
habría hombre, por lo tanto no habría conocimiento intelectual. Pasemos a tratar
entonces a cada uno por separado.
3.2.2.1. La sensibilidad.85
a. Sensibilidad externa.
El último sentido es la vista. Ella capta como propio el color y a través de él las
formas. Es en nuestra cultura el sentido más espiritualizado y el que mayor confianza
nos brinda, lo cual lo comprobamos en nuestro lenguaje vulgar, por ejemplo para llamar
la atención con expresiónes como “viste?” o “miren” o “a ver...”
A esta apretada síntesis podemos agregarle algunas notas más. En primer lugar
hay una jerarquización real de los sentidos en cuanto a la mayor precisión en orden al
conocimiento, pero teniendo en cuenta que esta jerarquización está hecha desde el
conocimiento intelectual. Y esta aclaración nos lleva a la segunda nota. La
jerarquización se da también por un contexto cultural. Es por eso que hay culturas más
visuales y otras más auditivas, como también percibimos en la actualidad un peculiar
desarrollo del sentido del gusto a través de lo que podríamos llamar “el mundo
gourmet” o “gourmand”.
Otro aspecto que queremos destacar es que cada persona tiene dentro de este
marco de naturaleza-cultura, una predisposición a la utilización de un sentido o de otro.
Así encontramos personas con un “fino oído” y otras de “paladar exquisito”. Esta
predisposición genera una mayor capacidad de percepción de los objetos propios de
cada sentido como también el ocultamiento o embrutecimiento de los restantes. Esto
radica en la libertad del espíritu que amplía el horizonte de cada sentido.
88 Sobre este tema se puede ver la película “La fiesta de Babette” del año 1987.
89 La novela “El perfume” de Süskind, sin embargo, nos plantea un claro paisaje del mundo de los
aromas. En la adaptación cinematográfica el mensaje visual ahoga la posibilidad de imaginar
olfativamente la trama.
33
b. Sensibilidad interna.
34
Sin memoria, entonces, no hay identidad. Es por eso que cuando hacemos memoria
decimos que recordamos, esto es, volvemos al corazón, volvemos a nuetra intimidad
para allí encontrar lo real.
90 Aunque también hay que tener en cuenta lo que puede dificultar la memoria al pensar. Por ejemplo el
relato Funes el memorioso de Jorge L. Borges en Ficciones. Obras completas. Buenos Aires, Emecé,
1974, pág. 485-490.
35
precisamente a esta potencia. Es por eso que en el medioevo esta potencia recibió
también el nombre de razón particular. Su función es sede de la experiencia porque
agrega a los datos del pasado brindados por la memoria, la previsión del futuro de
acuerdo a lo que está presente gracias a los sentidos externos. Así entonces tiene una
capacidad cognoscitva como la de la razón pero se diferencia de aquella porque se
refiere al individuo no al universal.
a. Objeto de la inteligencia.
91 Creemos además que esta confusión se debe a que en francés una misma palabra es utilizada para
designar al ser y al ente: être. Cfr. Gilson, Étienne. L’être et l’essence. Paris, Vrin,
36
Otros autores afirman que el objeto de la inteligencia es la esencia de las cosas
materiales. Nuevamente vemos aquí algo de verdad pero también alguna imprecisión.
Es cierto que de lo real aquello que le da un contenido y lo diferencia de otras realidades
que también son es la esencia. Como habíamos afirmando anteriormente, la esencia es
aquello que hace que una cosa sea lo que es, pero si esto es muy importante, no es todo
el ente. Si bien el filósofo es un cazador de esencias y su fin es definir, esto es, delimitar
lo real, esto no puede ser hecho unilateralmente, “monocularmente”. Lo real irrumpe
más allá (o más acá) de la sola esencia.
Así entonces decir que el objeto es la esencia nos llevaría a varias dificultades. Una de
ellas es caer en lo que comúnmente se llama esencialismo, esto es, lo que vale la pena
conocer es la esencia de la cosa, no a la cosa misma. Este esencialismo crea una visión
abstracta de la realidad y en muchos casos es el responsable de mostrar a la filosofía
como algo que está en las nubes. Lo que tenemos delante no nos interesa tanto como su
contenido universal92, lo que nos lleva poco a poco a olvidarnos de lo que tenemos
delante, para llegar a una especie de lejanía intelectual.
Otra opinión dice que el objeto de la inteligencia es la verdad. Y aquí el objeto se toma
en el sentido del fruto, esto es, la verdad surge una vez que la inteligencia se ha
adecuado a la realidad, a su objeto, pero no es propiamente su objeto sino el fin del
conocimiento. Así entonces el hombre al conocer lo real intelectualmente posee la
verdad, pero solamente si ha conocido el ente. Por otra parte, si el objeto fuera la verdad
sin más, no cabría un conocimiento intelectual errado: no habría posibilidad de
conocimiento erróneo93. En cierto sentido todo conocimiento intelectual sería infalible,
y si se equivocar sería por la intromisión de otro elemento extraño. Sin embargo,
creemos que si afirmamos que el objeto de la inteligencia es el ente, puede ser que por
exceso del objeto o por debilidad de la inteligencia surja el error, esto es, la no
adecuación con la realidad. Así entonces, en el error hay conocimiento intelectual, pero
deficiente, corregible. De ahí la existencia de la lógica, como arte del buen pensar.
Una quinta opinión es aquella que afirma que el objeto de la inteligencia es la forma de
las cosas. Aquí forma está tomada como principio de lo real, y más propiamente como
aquello que perfecciona la esencia de una cosa. En esta opinión encontramos las mismas
dificultades que habíamos presentado con respecto a la esencia y podríamos afirmar otra
más: la materia se vuelve incognoscible para la inteligencia, al modo como el individuo.
En idéntico sentido sería la última opinión que afirma que el objeto es la quididad de la
cosa material.
92 Recordemos que al comienzo del curso dijimos que el objeto de la antropología no es la idea de
hombre, ni la esencia del hombre; sino el hombre que tenemos delante: el prójimo no “la projimidad”
93 De acuerdo esto a que según la teoría clásica, toda potencia se ordena naturalmente a su objeto y todo
lo conoce desde él.
37
A modo de conclusión decimos que el objeto de la inteligencia es el ente, en su triple
conformación de individuo que tiene una esencia y que es. De este modo la inteligencia,
a través del acto del juicio, no sólo capta lo esencial de lo real –lo cual es captado por la
simple aprehensión-, sino también el acto de ser, y esto no por separado sino en cuanto
que le corresponde a un individuo. Si la inteligencia logra apresar al ente de este modo
logra su fin: la verdad.
b. El proceso ideogenético.
El proceso tiene su inicio en la cogitativa. Ésta, como habíamos dicho, produce una
imagen que reúne todos los datos de la sensibilidad tanto interna como externa. Esta
imagen es llamada especie expresa sensible. Se dice “especie” en tanto que refleja
(speculum) la realidad; se dice “expresa” en tanto que es producida por una potencia; y
finalmente “sensible” en cuanto que pertenece a ese orden.
Esta especie expresa sensible es iluminada por el intelecto agente, cuya tarea es la de
iluminar esa especie expresa sensible y transformarla en especie impresa inteligible.
Este proceso podríamos ejemplificarlo como la tarea que realiza una linterna en una
habitación oscura. Ella no crea la realidad que vemos, sino que solamente hace posible
que la veamos. Otro ejemplo sería el de un ascensor. El intelecto agente eleva la imagen
a lo inteligible pero no cambia su contenido, solamente lo hace pasar de lo individual a
lo universal. Este proceso se llama también abstracción95.
Esta especie impresa inteligible, en tanto impresa, inmuta al intelecto posible, es decir,
lo pone en acto primero de conocer, al sacarlo de la potencialidad. Para hacer esto un
poco entendible, podríamos decir que el intelecto posible, antes de esta inmutación, es
posible de todas las cosas, esto es, podría conocer cualquier cosa. La especie impresa lo
determina a conocer la realidad de la cual la especie es reflejo.
Una vez que el intelecto posible está en acto primero de conocer, tiene que pasar
realmente a conocer, es decir, tiene que ponerse en acto segundo de conocer. Esto es así
porque el conocimiento, como ya dijimos, no es solamente pasivo, sino propiamente es
acción96. Al conocer el intelecto posible produce o profiere el concepto o especie
expresa inteligible en la cual ve lo real. Ahora bien, aquí finaliza el proceso
94 Recordemos que para este tema tenemos que aceptar algunos puntos. En primer lugar que nuestras
ideas dicen algo universal; segundo que esas ideas están tomadas de la realidad, esto es, no son innatas;
tercero, estas ideas son tomadas desde las imágenes, con lo cual sostenemos una correlación entre el
conocimiento sensible e intelectual; cuarto y último, esa capacidad de formar ideas es propia de cada
hombre, es decir, no pertenece a un intelecto separado. Recordemos también, que no es la inteligencia ni
la sensibilidad las que conocen, sino el hombre a través de ambas.
95 Dada su complejidad y por razones didácticas la explicaremos en un apartado especial.
96 Recordemos que conocer es “hacerse otro en cuanto otro”, es decir, es propiamente una acción del
sujeto que sale de sí para hospedar la realidad.
38
ideogenético, en cuanto que hemos producido la idea o concepto. Pero no concluye con
esto el conocimiento intelectual, dado que es necesario un paso más que se llama,
conversión a la imagen. El intelecto posible compara la idea o concepto que él ha
producido con la imagen de lo cual lo obtuvo para comprobar si realmente coincide con
la realidad. Si la confirmación es afirmativa podemos decir que ya conocemos
intelectualmente.
c. Algunas aclaraciones.
Ahora bien, dado que nada puede estar en acto y en potencia, a la vez y bajo el mismo
aspecto, tenemos que afirmar la dualidad de intelectos. El intelecto agente entonces
tiene la misión de iluminar o abstraer, pero no conoce. Su función es precisamente ser el
que permite el paso de la imagen al concepto. El intelecto posible es el que propiamente
conoce lo real, en primer lugar al hospedar a la especie impresa y en segundo lugar, al
producir el concepto y ver en él la realidad. Así entonces, sin el intelecto agente el
intelecto posible no tendría nada que conocer porque no habría nada a su nivel; y por sí
solo no puede generar una idea. Sin intelecto posible no conoceríamos porque no habría
nada que produjera la idea y de ese modo nuestro conocimiento sería meramente
sensible97.
39
puede poseer esa forma color de un modo intencional, por lo tanto no se convierte en
color.
Pero al decir que la raíz es la inmaterialidad estamos también suponiendo que la materia
esconde, oculta la riqueza inteligible de la forma. Cuanto más inmaterial es una forma
más inteligible es, tanto que una forma completamente inmaterial sería de tal modo
inteligible que nos encandilaría, su inteligibilidad sería tal que no podríamos conocerla
de tan inteligible que es: así como nuestros ojos no pueden mirar directamente la luz del
sol.
Así entonces, el intelecto agente responde por un lado a la necesidad de abstraer una
forma de la materia, es decir, de quitarle el peso de la materialidad. Pero responde por
otra parte a la capacidad de cada hombre, de modo que en cada hombre encontramos
diferentes capacidades de abstracción: no todos tienen la misma capacidad de
abstracción.
En el segundo grado que pertenece a las matemáticas, se deja de lado la materia sensible
para quedarnos con la cantidad. Así entonces, el matemático ya no presta atención a si
es hueso o neurosis, sino a si es 1 o 2.
Finalmente, el tercer grado de abstracción deja de lado toda materialidad para quedarse
entonces con lo que simplemente es. Es por eso que este grado de abstracción le
pertenece propiamente a la metafísica. Pero aquí debemos hacer una aclaración. Según
algunos autores, este tercer grado de abstracción no daría propiamente nada que
conocer, en tanto que en este nivel los conceptos son tan abstractos que son vacíos, es
por eso que algunos han preferido agregar otro modo: el de la separación. Según ellos,
la inteligencia en este grado no abstrae, es decir, no deja de lado nada; sino que separa
aquello que está unido en la realidad. Así entonces en este grado de separación no
tendríamos conceptos sino juicios, por lo tanto no habría tanto ideas como
proposiciones. Es por eso que hemos dicho anteriormente que el objeto de la
inteligencia no es ni la esencia, ni la forma, ni la quididad, sino el ente, es decir, aquello
que es, que no es captado por una simple aprehensión sino por un juicio en este grado de
separación. Es así que el ente judicativamente captado se dice de todas las cosas que
son, pero sin dejar nada de lado sino incluyendo en sí toda la realidad98.
98 En esta explicación nos hemos excedido en tanto que hemos tratado temas que pertenecen
propiamente a la gnoseología y a la metafísica pero consideramos oportuno señalarlos a modo de
introducción del tema.
40
intelección. Es por eso que se dice que la razón se da entre dos intelecciones. La primera
es confusa, oscura y requiere el pensar. Al razonar el hombre piensa y llega finalmente a
ver lo real, y surge así la intelección final que pone fin al pensar y en ella se surge la
verdad99.
Anteriormente hemos dicho “pensar”, pero ¿qué entendemos por pensar? Generalmente
decimos que el hombre es un animal racional, esto es, se diferencia de los demás seres
porque piensa. Pero el pensar no es algo común en todo hombre. Comúnmente no
pensamos, sino que nos manejamos por la experiencia100, o para decir con Descartes,
con el buen sentido101, comúnmente nuestra potencia de conocimiento es la cogitativa
no la inteligencia.
El pensar aparece, creo, en dos momentos. Aparece en primer lugar cuando el hombre
se esfuerza en encontrar el fundamento del fenómeno, esto es, cuando pregunta por el
por qué o por el para qué de algo. No es esto algo que el hombre no haga a menudo,
pero el pensar no está solamente en formular la pregunta sino en enfrentarse con la
respuesta. Y considero que a menudo el hombre no piensa porque esta respuesta no la
obtuvo de su razonar, de su diálogo con la cosa, sino que echa a mano a respuestas ya
dadas, a tradiciones no realmente pensadas sino solamente repetidas “de memoria”.
Esto me lleva al segundo momento. Aparece el pensar en la creatividad, esto es, cuando
en la búsqueda personal del fundamento el hombre inaugura nuevas perspectivas, en
tanto que no ordena la experiencia según modos viejos –el vino nuevo requiere odres
nuevas- sino que crea nueva experiencia. Es por eso que el pensar auténtico, no la mera
habladuría, saca al pensador del mundo de la caverna 102, para ponerlo cara a cara con el
fundamento. El pensar hace del hombre un liberador, en tanto que desde el fundamento
puede romper con las viejas experiencias, en tanto que como él es libre puede volver a
liberar. Es por eso que el pensar tiene algo de abismal, nos deja, por un momento, sin
experiencia y por lo tanto nos deja en soledad 103. Es esta una de las paradojas del pensar:
su eclesialidad se crea luego de la soledad…y viceversa.
4. Afectividad.
“Todo lo que sí creo saber es que la vida no puede entenderse si no se tiene mucha
caridad, no puede ser vivida si no se tiene mucha caridad. Es el amor, y no la filosofía
41
alemana, el que da la verdadera explicación a las cosas de este mundo, sea cual sea la
explicación del otro.”104
104 Wilde, Oscar. A ideal husband. Complete Works of Oscar Wilde. London and Glasgow, Collins,
1980, pág. 511.
105 En el texto goetheano no aparece la referencia al amor.
106 Aunque debemos recordar aquí lo que hablamos de la verdad entendida como acuerdo y no tanto
como adecuación. Cfr. apuntes de Introducción a la filosofía, pág. 25: “El término adecuación tiene su
origen en ecuación y éste a su vez en igual. Entendida entonces la verdad como adecuación podemos
decir que ella iguala los dos términos: el pensar y el ser. Gracias a la verdad ser y pensar son lo mismo
(Tal vez también podríamos afirmar que el concepto de adecuación por su referencia a ecuación tiende a
resaltar un pensamiento más bien técnico, en el sentido de intentar despejar incógnitas y al lograrlo
alcanzar un cierto dominio del objeto). El término acuerdo proviene de otras familias. Por un lado su raíz
significa corazón. Así entonces podríamos decir que cuando un pensamiento es verdadero lo es porque ha
llegado al corazón de lo real...o también que un pensamiento es verdadero porque expresa el corazón, la
profunda intimidad de una persona. Por lo tanto lo verdadero no se encuentra en lo meramente racional,
en lo “técnicamente controlable” sino que tiene su lugar en lo entrañable tanto de lo real como del pensar;
de modo que lo verdadero exige de suyo una encarnación. Pero si la verdad es entrañable porque está en
el corazón, hay que concluir que la verdad no puede ser usada como un garrote o como un barrote
42
“El corazón tiene su orden; el espíritu tiene el suyo, que es por principio y
demostración; el del corazón es distinto. No probamos que debemos ser amados
exponiendo ordenadamente las causas del amor: esto sería ridículo”107
“El corazón tiene sus razones, que la razón no conoce; esto se advierte en mil
cosas. Digo que el corazón ama naturalmente al ser universal, y naturalmente a sí
mismo, según se dedique al uno o al otro; y se endurece contra el uno o contra el otro,
según elija. Habéis rechazado el uno y conservado al otro: ¿acaso por razón amáis?”108
Los dos textos citados nos ponen sobre aviso de lo que tenemos delante. ¿Cuál
es entonces el modo de acceso a lo afectivo? Si con la primera dificultad debíamos
hablar de soslayo para evitar lo impúdico, ahora la exigencia es distinta. Solamente en la
referencia a lo vivencial, esto es, a la experiencia personal podemos acercarnos a lo
afectivo. Ni la desvergüenza de aquél que lo cuenta todo y, por lo tanto, creemos, no
experimenta nada; ni la frialdad del que lógicamente aplica un método racional a lo más
íntimo, tal vez, seguramente porque tampoco experimenta nada...o no quiere
experimentar. La experiencia, la vida personal se presenta como el lugar de lo afectivo
pero a la cual hay que llegar afectivamente, entrañablemente.
Ahora bien, este tener que asumir la propia experiencia, la propia e íntima vida
nos plantea una tercera dificultad. Lo afectiva no siempre es luminoso, no siempre es
bondados. Pertenece también a lo afectivo, lo horrible, lo deforme, el fracaso que
irrumpe desvastando toda nuestra alma. Porque hay en nuestra vida afectiva momentos
de luz, pero también momentos de sombra. Al introducirnos a lo afectivo debemos saber
que nos podemos encontrar con aquello que no queremos ver...pero que forma parte de
nuestra experiencia, de nuestra vida real. Recordemos aquí el célebre relato de Platón:
“Al principio de esta narración dividimos cada alma en tres partes, dos de ellas
que tenían la forma de caballo, y una tercera que tenía la de auriga. Mantengamos
ahora también esta división. Pues bien, de los caballos, decimos, uno es bueno y el otro
no. Pero cuál es la excelencia del bueno y el defecto del malo, es algo que no
expusimos y que ahora debe decirse. Aquél de los dos que está en el lugar de
preferencia es erguido de porte, de proporcionados miembros, cerviz alta, nariz corva,
blanco de aspecto, y de ojos negros; amante del honor con moderación y respeto,
compañero de la verdadera gloria, sin necesidad de golpes se deja conducir con sólo la
voz de mando. El otro, en cambio, es contrahecho, grande, constituido de cualquier
manera, de cuello robusto y corto, chato, de piel negra, ojos grises y naturaleza
sanguínea; compañero del desenfreno y de la fanfarronería, con espesas crines en
torno de las orejas, y sordo, a duras penas obedece al látigo y a los aguijones. En
consecuencia, siempre que el cochero, al ver la persona que despierta su amor, siente
ante esta percepción un calor por toda su alma, y se llena del cosquilleo y las
picaduras de la añoranza, aquel corcel obediente al auriga, dominado entonces como
siempre por el respeto, se contiene para no saltar sobre el amado. Pero el otro, que ya
no hace caso ni de los aguijones ni del látigo del auriga, se lanza saltando
impetuosamente; y poniendo a su compañero de tiro y al cochero en toda clase de
apuros, les obliga a ir junto al amado y a hacerle mención de los deleites del amor. Al
principio se oponen ambos encolerizados, como si fueran obligados a una acción
107 Pascal, Blas. Pensamientos. Buenos Aires, Sudamericana, Fondo Nacional de las Artes, 1971.
Pensamiento n° 283
108 Ibidem, pensamiento n°277.
43
terrible y criminal. Pero al fin, cuando ya el mal no tiene barrera, se encaminan,
dejándose guiar, cediendo, y conviniendo hacer aquello a lo que se les invita. Y llegan
junto a amado y ven el radiante espectáculo que ofrece. Al divisarlo el cochero, su
recuerdo se transporta a la naturaleza de la belleza, y la ve de nuevo estar con su
moderación en un santo pedestal. Al verla se llena de temor, y dominado de un
religioso respeto cae de espaldas, quedando a la vez forzado de tirar de las riendas
hacia atrás con tanta violencia que hace sentarse a ambos caballos sobre sus grupas,
el uno, de buen grado, por no oponer resistencia, y el indómito muy contra su
voluntad.”109
Lo humano del hombre en su dinámica afectiva tiene sus caballos negros y sus
caballos blancos. A veces nuestra afectividad nos obedece mansamente, pero a veces
desata en nosotros las tormentas más horribles. La historia de la filosofía, de espaldas a
Platón, ha presentado una salida: eliminar el caballo negro. Sin él, la afectividad se
vuelve lógica, racional; se hace accesible a lo público porque nada tiene que esconder.
Pero ¿no es ésto demasiado ideal para ser real? ¿Cómo marcharía un carro con un solo
caballo, tal vez como vuela un pájaro que tuviera solo un ala? Dando vueltas sobre sí
mismo110, sin poder llegar, como nos dice Platón en el relato, al amado y ver el radiante
espectáculo que ofrece. Así entonces, el abordaje de la vida afectiva nos exige un sentir
imparcial, esto es, donde se manifiesten nuestras bondades y también nuestras
debilidades.
Queremos señalar una última dificultad. Dado lo anterior se sigue que el grado
de certeza que podemos alcanzar es, como dice Tomás de Aquino, probable:
44
también lo real se manifiesta como bien y la respuesta del hombre es la afectividad.
Dadas las dificultades planteadas anteriormente debemos buscar un camino de
acercamiento a lo afectivo, o bien, un lugar donde lo afectivo se manifiesta inicialmente.
Este lugar es el temple anímico o temperamento, entendiendo por el modo en el cual el
hombre se encuentra en el mundo. Este concepto de temple anímico lo tomamos en su
forma alemana de Stimmung112. La raíz de esta palabra tiene que ver con acuerdo, de
modo que podríamos decir que en el temple anímico, en el temperamento se encuentra
el modo de acuerdo con lo real. En el temperamento se encuentra el hombre con lo real
y consigo mismo: en el temperamento irrumpe el bien. Así entonces, en el temple
anímico (Stimmung) resuena la voz (Stimme), la palabra que el hombre dice cuando
acuerda (stimmt) con la realidad.
Podemos decir entonces que todo hombre tiene un modo peculiar de hospedar el
bien, cada uno lo recibe según su temple anímico. Así la realidad se aparece muy
diferente en el melancólico113, para quien todo está teñido de cierta nostalgia y dolor. En
el colérico, lo real adquiere características de amenaza, de dificultad, mientras que en el
flemático, su distancia parece hacer de la realidad algo indiferente. Para el sanguíneo, en
cambio, la realidad muestra toda su potencia y vivacidad. 114 Así entonces cada
temperamento pinta con su color, con su tempera, lo real modificándolo afectivamente.
De ahí que lo inicial en lo afectivo venga, del lado subjetivo 115, de este
temperamento o carácter. Queremos recordar aquí la frase de Heráclito: –para el
hombre- “el carácter es su demonio”116. En el carácter aparece una presencia: la del
demonio, esto es, una fuerza que nos dice qué no hacer, y que nos comunica
amorosamente con los dioses117. El carácter es eso que une todas nuestras aspiraciones y
le da a nuestros actos una fisonomía especial, un rostro propio. Pero no sólo reúne, el
carácter en su forma demoníaca hospeda también la voz de la Transcendencia. Así
112 Cfr. Heidegger, Martin. Ser y tiempo. § 29. México, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 1980,
pág. 151: “Lo que designamos ontológicamente con el término “encontrarse” es ónticamente lo más
conocido y más cotidiano: el temple, el estado de ánimo. Antes de toda psicología de los sentimientos,
que dicha sea de paso es campo que está aún completamente inculto, se trata de ver este fenómeno como
un fundamental existenciario y perfilar su estructura”...”El hecho de que los sentimientos puedan
trastocarse y enturbiarse sólo dice que el “ser ahí” es en cada caso ya siempre en un estado de ánimo”. En
la versión alemana editada por Vittorio Klostermann, en Frankfurt am Main en 1977, pág. 178 leemos:
“Was wir ontologisch mit dem Titel Befindlichkeit anzeigen, ist ontisch das Bekannteste und
Alltäglichste: die Stimmung, das Gestimmtsein. Vor aller Psychologie der Stimmungen, die zudem noch
völlig brach liegt, gilt es, dieses Phänomen als fundamentales Existenzial zu sehen und in dieser Struktur
zu umreissen.” Sobre este tema se puede consultar también de Otto Bollnow Das Wesen der Stimmungen.
Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 1995.
113 Es llamativo la atención que este temperamente ha despertado en la cultura como por ejemplo la
exposición en Berlin sobre este único tema. Cfr. Völlnagel, Jörg. Melancolía. Genio y locura en el arte.
En Humbolt, Año 48, 2006, 145, págs. 54-57. Y también la obra de Roger Bartra. El duelo de ángeles.
Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno. Bogotá, Fondo de Cultura Económica,
2004. Un clásico sobre el tema es la obra de Robert Burton (1577-1640) Anatomía de la melancolía.
(selección de Alberto Manguel), Madrid, Alianza Editorial , 2006.
114 Sobre estos temperamentos cfr. Teofrasto. Los caracteres. Barcelona, Planeta, 1995.
115 Decimos “del lado subjetivo” porque lo afectivo tiene también su inicio en el bien pero éste del lado
“objetivo”. La expresión “lado” si bien suena muy coloquial la mantenemos porque nos muestra que no
son dos realidades sino una misma realidad con vivida por un sujeto y un objeto.
116 Fragmento 119.
117 Recordemos lo dicho anteriormente sobre el demonio al hablar de lo espiritual en el hombre y que
para Platón el amor es un demonio.
45
entonces, en el temperamento se escucha también la voz de lo distinto del hombre, de lo
que por exceso transciende al hombre y a lo real.
Cabe aquí hacer una aclaración más. El temple anímico hospeda al bien y al mal,
es nuestro demonio pero también es el lugar de lo diabólico, esto es de aquello que nos
divide (dia-bolos). En el carácter, el mal se hace presente y nos reclama no dejarnos
llevar por su fuerza destructora. Así entonces, el carácter muestra su fuerza frente al mal
impidiendo que este nos disgregue, nos divida íntimamente, nos lleve a caer en la
tentación.
“En un frío día de invierno, un grupo de puerco espines se apretaban unos con
otros para así protegerse con el calor de cada uno. Pero pronto se encontraron con las
espinas de cada uno, por lo que al instante se separaban mutuamente. Cuando la
necesidad de calor los llevaba a calentarse nuevamente, se repetía el segundo mal, y
así entre ambos padecimientos iban y venían, hasta que encontraron una moderada
distancia recíproca, en la que mejor no se podían encontrar. Del mismo modo reclama
a los hombres la necesidad de sociedad, la que brota del vacío y de la monotonía de la
propia intimidad; pero sus muchas cualidades opuestas y sus faltas insoportables se
chocan y hacen que se separen nuevamente. La distancia moderada, la que finalmente
descubren y con la cual puede existir una comunidad, esa distancia es la cortesía y las
costumbres delicadas. A aquel que no puede mantenerse en esta distancia, se le dice en
46
inglés “Keep your distance!!” ... Pero aquél que posee una gran calidez interior,
manténgase mejor separado de la sociedad, para ni lastimar ni para ser lastimado”.118
118 Schopenhauer, Arthur. Parerga und Paralipomena. II. Gleichnisse, Parabeln und Fabeln, n°396.
Sämtliche Werke. Band V. Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1989, pág. 795. La oración final anticipa la
idea de máscara que veíamos en el texto de Nietzsche ya citado.
119 Tendríamos que destacar aquí el texto de Viktor Frankl Homo Patiens. (ensayo de una patodicea) en
El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona, Herder, 1987, págs. 197-
298.
120 “El momento postmoderno es mucho más que una moda; explicita el proceso de indiferencia pura en
el que todos los gustos, todos los comportamientos pueden cohabitar sin excluirse, todo puede escogerse a
placer, lo más operativo como lo más esotérico, lo viejo como lo nuevo, la vida simple-ecologista como la
vida hipersofisticada, en un tiempo desvitalizado sin referencia estable, sin coordenada mayor”
Lipovetsky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. 7° ed. Barcelona,
Anagrama, 1994, pág. 41.
121 Sobre este tema habría que reflexionar sobre la influencia del estoicismo en nuestra forma de ver las
cosas.
122 Aquí no puedo dejar de citar lo que creo es la descripción acabada de la imposibilidad
contemporánea de padecer: el Canto de la Noche de Federico Nietzsche en Así habló Zaratustra. Madrid,
Alianza, 1978, págs. 159-161.
“Es de noche: ahora hablan más fuerte todas las fuentes. Y también mi alma es una fuente.
Es de noche: sólo ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es
la canción de un amante.
En mí hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar. En mí hay un ansia de amor, que habla
asimismo el lenguaje del amor.
Luz soy yo: ¡ay, si fuera noche! Pero ésta es mi soledad, el estar circundado de luz.
¡Ay, si yo fuese oscuro y nocturno! ¡Cómo iba a sorber los pechos de la luz!
¡Y aun a vosotras iba a bendeciros, vosotras pequeñas estrellas centelleantes y gusanos
relucientes allá arriba!
-y a ser dichoso por vuestros regalos de luz.
Pero yo vivo en mi propia luz, yo reabsorbo en mí todas las llamas que de mí salen.
No conozco la felicidad del que toma; y a menudo he soñado que robar tiene que ser más
dichoso aún que tomar.
Esta es mi pobreza, el que mi mano no descansa nunca de dar; ésta es mi envidia, el ver ojos
expectantes y las despejadas noches del anhelo.
¡Oh desventura de todos los que regalan! ¡Oh eclipse de mi sol! ¡Oh ansias de ansiar! ¡Oh
hambre ardiente en la saciedad!
47
el hombre se descubre como regalo. Se rompe así la distancia moderada, pero...incipit
tragoedia.
“No es lo perfecto sino lo imperfecto lo que necesita más del amor. El amor
debe llegar para curarnos cuando nos hemos herido con nuestras propias manos, o
hemos sido heridos por la mano de otros; si no es así, ¿de qué sirve el amor?”124
Ellos toman de mí: ¿pero toco yo siquiera su alma? Un abismo hay entre tomar y dar: el abismo
más pequeño es el más difícil de salvar.
Un hambre brota de mi belleza: daño quisiera causar a quienes ilumino, saquear quisiera a
quienes colmo de regalos, -tanta es mi hambre de maldad.
Retirar la mano cuando ya otra mano se extiende hacia ella; semejante a la cascada, que vacila
aún en su caída: -tanta es mi hambre de maldad.
Tal venganza se imagina mi plenitud, tal perfidia mana de mi soledad.
¡Mi felicidad en regalar ha muerto a fuerza de regalar, mi virtud se ha cansado de sí misma por
su sobreabundancia!
Quien siempre regala corre peligro de perder el pudor; a quien siempre distribuye fórmansele, a
fuera de distribuir, callos en las manos y en el corazón.
Mis ojos no se llenan ya de lágrimas ante la vergüenza de los que piden; mi mano se ha vuelto
demasiado dura para el temblar de manos llenas.
¿A dónde se fueron la lágrima de mi ojo y el plumón de mi corazón? ¡Oh soledad de todos los
que regalan! ¡Oh taciturnidad de todos los que brillan!
Muchos soles giran en el espacio desierto: a todo lo que es oscuro háblanle con su luz –para mí
callan.
Oh, ésta es la enemistad de la luz contra lo que brilla, el recorrer despiadado sus órbitas.
Injusto en lo más hondo de su corazón contra lo que brilla, frío para con los soles –así camina
cada sol.
Semejantes a una tempestad recorren los soles sus órbitas, siguen su voluntad inexorable, ésa es
su frialdad.
¡oh, sólo vosotros los oscuros, los nocturnos, sacáis calor de lo que brilla! ¡Oh, sólo vosotros
bebéis leche y consuelo de las ubres de la luz!
¡Ay, hielo hay a mi alrededor, mi mano se abrasa al tocar lo helado! ¡Ay, en mí hay sed, que
desfallece por vuestra sed!
Es de noche: ¡ay, que yo tenga que ser luz! ¡Y sed de lo nocturno! ¡Y soledad!
Es de noche: ahora, cual una fuente, brota en mí mi deseo, -hablar es lo que deseo.
Es de noche: ahora hablan más fuerte todas las fuentes. Y también mi alma es una fuente.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es una
canción de un amante.-
Así cantó Zaratustra”
123 En razón de su carácter eclesial.
124Wilde, Oscar. Complete Works of Oscar Wilde. An Ideal Husband. London and Glasgow, Collins,
1980, pág. 521.
125 “La mera disponibilidad es lo característico de la juventud frente a la madurez. El joven, porque no
es aún nada determinado, irrevocable, es posibilidad de todo” Ortega y Gasset, José. Pidiendo un Goethe
48
este sentido, significa la posibilidad de ser nunca nada por el rechazo al destino, a lo
definitivo.
Cómo habíamos dicho anteriormente con Pascal, “el corazón tiene razones que
la razón no conoce”, de ahí que la vida afectiva se manifiesta con una lógica diferente a
la lógica. A esta lógica propia de la afectividad la vamos a llamar “erótica”. Así
desde dentro. Obras completas. Tomo IV. 1929-1933. 4ª ed. Madrid, Revista de Occidente, 1957, pág.
417. Allí también leemos Goethe rehuye encajarse en un destino, que, a fuer, de tal, excluye, salvo una,
todas las demás posibilidades... “La verdadera vida es la Urleben que renuncia a entregarse a una figura
determinada” Ibidem, pág. 415.
126 “La caridad como presencia, como disponibilidad absoluta. Nunca me había aparecido tan
claramente su relación con la pobreza. Poseer es casi inevitablemente ser poseído. Interposición de las
cosas poseídas...” Marcel, Gabriel. Diario metafísico. Madrid, Guadarrama, 1969, pág. 86. 11 de marzo
de 1931
127 Marcel, Gabriel. Diario metafísico. Madrid, Guadarrama, 1969, pág. 91. 13 de marzo de 1931
49
entonces la vida afectiva se desarrollará según una norma basada en sí misma, basada en
su propia dinámica de acuerdo a tres eróticas128.
Si dijimos que la erótica del querer tiene como eje el poder, donde el otro está a
mi servicio, es un medio para mí; en la erótica del deseo el eje está en el placer, no
como consecuencia de la posesión de un bien honesto, sino como fin en sí mismo 132. Es
128 “Un concepto de amor debe alcanzar la experiencia de los fenómenos eróticos a partir de ellos
mismos, sin inscribirlos de entrada y a la fuerza en un horizonte que les siga siendo ajeno” Marion, Jean-
Luc. El fenómeno erótico. Seis meditaciones. Buenos Aires, El cuenco de plata, 2005, pág. 12.
129 Fray Luis de León. Obras completas castellanas. 2° ed. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos,
1951.
Poesías. Vida retirada, pág. 1429.
“Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo
de odio, de esperanzas, de recelo.”
130 Consideramos que esta erótica es inicial en el proceso evolutivo de la afectividad en tanto que el yo
todavía no está configurado, poco a poco se va destacando cada vez más definidamente, el mundo y el yo.
131 Sobre la huída como categoría del hombre ver la obra de Max Picard La huída de Dios. Madrid,
Guadarrama, 1962. Para entender el título no es Dios el que huye sino el hombre ante Dios.
132 Cfr. Frankl, Víctor. Psicoanálisis y existencialismo. México, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1967. Pág. 49-56.
50
por eso que el otro del yo en esta erótica se vuelve también un medio, un instrumento
del yo. El otro es necesario para perderme, para procurarme eso que me alivia: el placer.
Así entonces, ambas eróticas se manifiestan en la seducción 133, dominio del otro para mi
provecho.
El tú entonces nos delata, nos duele porque nos quita de nuestra seguridad del
querer. Y nos configura, en tanto que sin tú el yo no es yo. Sin el otro que es el tú, el yo
no sabría como manejarse, como ser. Así entonces, no es el yo la primera persona, sino
la segunda, la primera en realidad es el tú. O tal vez la primera persona es el nosotros,
en la cual encontramos el tú y luego el yo. Por eso hemos hablado anteriormente de una
visión eclesial de la verdad, del pensar. La erótica del amor inaugura el nosotros, lo
comunitario a partir de lo cual entendemos lo individual. Sabiendo que no es nuestra
133 Sobre el tema de la seducción consultar la obra de Jean Baudrillard De la seducción. Buenos Aires,
Rei, 1989. También es sugestiva la lectura de la obra de Sören Kierkegaard Diario de un seductor Buenos
Aires, Santiago Rueda, 1955.
134 Como la frase de Mauriac “nada desordena más la vida que el amor”.
135 Borges, Jorge Luis. El amenazado. En El oro de los tigres. Obras completas. 1923-1972. Buenos
Aires, Emecé, 1974, pág. 1107.
51
especialidad pero sólo como ejemplo queremos notar la variación de “amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39) a “como yo los he amado, ámense ustedes unos
a los otros” (Jn. 13, 34)136. Es el Tú el que nos enseña, magistralmente, el amor que sólo,
en un nosotros, puede ser vivido.
Si la erótica del querer negaba la pasión y en la erótica del deseo todo era por
pasión, aquí, en la del amor, todo es con pasión. Porque sin ella no aparecería el tú, y
tampoco aparecería si fuera por pasión, el tú no tendría entidad propia, sería, como ya
dijimos, nuestro reflejo. Así entonces la erótica del amor rompe el narcicismo porque ya
no hay espejo138. No hay reglas a diferencia del querer donde todo son reglas; pero
tampoco hay un caos, como en el deseo. No hay deber sino orden, orden del amor. Es
por eso que la erótica del amor se da en la libertad, y por lo tanto en el drama de lo que
no se sabe, de lo que no se puede calcular ni exigir.
Para concluir con las tres eróticas queremos citar al poeta Erich Fried.
Es absurdo,
Dice la razón.
Es lo que es
Dice el amor.
136 O también el paso de “tú sabes Señor que te amo” al discipulo amado. El saber está en el Tú, no en
el yo...en la erótica del querer el yo sabe. Y además ¿no será que se convierte en discipulo sólo por la
pasión del amor, por la disponibilidad en el amor?
137 También Borges nos dice: “en el amor no hay poseedor ni poseído sino que ambos se entregan”
138 Wilde, Oscar. Complete Works of Oscar Wilde. London and Glasgow, Collins, 1980.
Poemas en prosa. El discípulo, pág. 864. “Cuando Narciso murió, la laguna de su placer pasó de ser un
cáliz de dulces aguas a un cáliz de saladas lágrimas, y las Oréades llegaron a través de las boscosas
tierras, llorisqueando que debían cantarle y darle consuelo a la laguna.
Y cuando vieron que la laguna había cambiado de una taza de dulces aguas a saladas lágrimas,
se soltaron sus verdes cabellos y le gritaron a la laguna y le dijeron: “ No imaginamos que tengas que
estar de luto de esta manera por Narciso, era él tan hermoso.”
“¿Pero era Narciso hermoso?”, dijo la laguna.
“¿Quién debería saberlo mejor que tú?” respondieron las Oréades. A nosotras siempre nos fue
indiferente, pero es a ti a quien buscaba y yacería en tus orillas y te miraría, y en el espejo de tus aguas
reflejaría su propia belleza”
Y la laguna respondió “Pero yo amaba a Narciso porque, mientras yacía en mis orillas y me
miraba, en el espejo de sus ojos vi yo mi propia belleza reflejada”
52
Es una desgracia
Dice el cálculo.
Es doloroso,
Dice la congoja.
Es inútil,
Dice el conocimiento.
Es lo que es
Dice el amor.
Es ridículo
Dice la arrogancia.
Es una frivolidad,
Dice la prudencia.
Es imposible
Dice la experiencia.
Es lo que es
Dice el amor139.
En primer lugar el objeto de amor puede ser mesurado, esto es, tiene la misma
medida del sujeto. Y esta medida puede ser de dos tipos. En el primer tipo encontramos
la medida de semejanza, en tanto que entre el objeto y el sujeto del amor, esto es, entre
amado y amante se da una identidad. Ejemplo de esto es el relato de Aristófanes
explicado por Platón en el diálogo Banquete. Preferimos pese a la extensión del texto
manternerlo en su casi totalidad para que se tenga una idea justa de esta teoría. Leamos:
139 Fried, Erich. Es ist was es ist. Berlin, Klaus Wagenbach Verlag, 1983. Citado por Medard Kehl en
¿Adónde va la Iglesia? Santander, Sal Terrae, 1977, pág. 163-164.
53
rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros,
situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos
órganos sexuales, y todo lo demás que uno puede imaginarse a tenor de lo dicho.
Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que
quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los
acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición
vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces
eran ocho. Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era
originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de
ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro. Precisamente eran
circulares ellos mismos y su marcha, por similares a sus progenitores. Eran también
extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto que
conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfíaltes y de Oto se dice
también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces,
Zeus y los demás dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no
encontraban solución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje,
fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado
también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían
permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin,
Zeus: “me parece que tengo el miedo de cómo podrían seguir existiendo los hombres y,
a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo, dijo, los
cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más
útiles para nosotros por ser más numerosos. Andarán rectos sobre dos piernas y si nos
parece que todavía perduran en su insolencia y no quieren permanecer tranquilos, de
nuevo, dijo, los cortaré en dos mitades, de modo que caminarán dando saltos sobre una
sola pierna.” Dicho esto, cortaba a cada individuo en dos mitades, como los que cortan
las serbas y las ponen en conserva o como los que cortan los huevos con crines. Y al
que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en
dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más
moderado, ordenándole también curara lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y,
juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas
con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llaman
precisamente ombligo. Alisó las otras arrugas en su mayoría y modeló también el
pecho con un instrumento parecido al de los zapateros cuando alisan sobre la horma
los pliegues de los cueros. Pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al
ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo estado. Así, pues, una vez que fue
seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba
con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de
unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer
hacer nada separados unos de otros. Y cada vez que moría una de las mitades y
quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara
con la mitad de una mujer entera, lo que ahora precisamente llamamos mujer, ya con
la de un hombre, y así seguían muriendo. Compadeciéndose entonces Zeus, inventa
otro recurso y traslada sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta
entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los
otros, sino en la tierra, como las cigarras. De esta forma, pues, cambió hacia la parte
frontal sus órganos genitales y consiguió que mediante éstos tuviera lugar la
generación de los mismos, a través de los masculino en lo femenino, para que si en el
abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguieran existiendo la especie
humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su
54
contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas
de la vida. Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en
los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y
sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre,
al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esta razón,
precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia,
cuantos hombres son sección de aquel ser de sexo común que entonces se llamaba
andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría
de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a
los hombres y adúlteras. Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha
atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género
proceden también las lesbianas. Cuantos, por el contrario, son sección de varón,
persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los
hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores entre los jóvenes
y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos
desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por
audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos. Y una gran
prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son
las únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando son ya unos
hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los
casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les
basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía. Por consiguiente, el que es de
tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que
siempre se apega a lo que le está emparentado. Pero, cuando se encuentran con
aquella auténtica mitad de sí mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan
entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por
así decirlo, separarse uno de otros ni siquiera por un momento. [...] Yo me estoy
refiriendo a todos, hombres y mujeres, cuando digo que nuestra raza sólo podría llegar
a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el
amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza”.140
Así entonces según esta perspectiva el objeto de amor, esto es, aquello que
despierta nuestra afectividad ha de ser semejante a nosotros, nuestra mitad ausente. En
el mismo sentido Blas Pascal afirma:
“El hombre no ama permanecer consigo mismo; sin embargo ama: es necesario
entonces que busque fuera de sí mismo algo que amar. Ese algo no lo puede encontrar
sino en la belleza; pero como él mismo es la más bella de las creaturas que Dios haya
formado jamás, es necesario que encuentre en sí mismo el modelo de esta belleza que
busca fuera”141
Así entonces, según estos autores, uno lleva en sí mismo el modelo de amor: uno
ya tiene un tipo de objeto de amor prefijado. En este sentido el objeto de amor no aporta
nada nuevo, sino que confirma nuestra existencia dándole así un fundamento: uno siente
que es bueno tal como es porque otro es tal como nosotros somos. Gracias a este objeto
de amor, la persona descubre que no está alienado, que no está alejado de lo real; el
140 Platón, Banquete. 189 c -193 d. Madrid, Gredos, 1997, pág. 221-229.
141 Pascal, Blas. Discours sur les passions de l´amour. Oeuvres complètes. Texte établi et annoté par
Jacques Chevalier. Paris, Gallimard, 1954, pág. 539. Más adelante leemos: “Es por eso que la belleza que
puede satisfacer al hombre consiste no solamente en la conveniencia, sino también en la semejanza”.
55
objeto de amor le confirma su carácter de prójimo de lo real y lo confirma en lo
comunitario: le permite verse como prójimo entre los prójimos.
Pero cabe otro tipo de objeto en cuanto que ya no hay medida, en cuanto que no
hay proporción entre el objeto y el sujeto: el objeto de amor es así desmesurado 143. La
cualidad de este objeto es que no entra directamente en el orden de lo humano sino que
aparece como un exceso, como algo sobre o infrahumano. La desmesura irrumpe en la
vida del hombre, sin proporción alguna con otra cosa, sin proporción alguna con otra
experiencia ya vivida y, por lo tanto, sin posibilidad de control. La novedad de lo
excesivo exige una aceptación -o un rechazo- completamente libre: la única respuesta es
la creatividad, esto es, responder de un modo inédito a lo nuevo de lo excesivo. Ama y
haz lo que quieras decía Agustín de Hipona, sentencia que desafía nuestra comodidad y
seguridad y nos pone en otra perspectiva, en la del orden propio del amor144.
142 El tema de los opuestos se remonta a Heráclito y tiene en Nicolás de Cusa y en Hegel a sus mejores
exponentes.
143 Fernández Moreno, Baldomero. Magnolia. En San José de Flores. Buenos Aires, Municipalidad de
la Ciudad de Buenos Aires, 1963, pág. 63
De luna y nieve,
Tentación de las uñas
Y de los dientes.
144 Cfr. Bodei, Remo. Ordo amoris. Conflictos terrenos y felicidad celeste. Valladolid, Cuatro, 1998,
pág 11 y sig.
145 Cfr. Pico de la Mirándola. Discurso sobre la dignidad del hombre. Buenos Aires, Goncourt, 1978,
pág. 56.
146 Cfr. Tomás de Aquino. Suma teológica I, q. 6, a.2 ad 3. “No es posible comparar entre sí las cosas
que no pertenecen al mismo género cuando están contenidas en géneros distintos. Pero, al decir que Dios
no pertenece al género de los otros bienes, no se entiende que pertenezca a otro distinto, sino que está
fuera de todo género, y por esto se compara con todo lo demás por vía de exceso, y ésta es la comparación
que incluye el sumo bien.”
56
hombre es la medida de lo que es y no es”; la irrupción del exceso modifica el centro de
lo humano, y por lo tanto de la filosofía toda.
El vasto campo del amor requiere recordar los nombres más significativos
dentro de la historia de la cultura. Su vastedad no quedará agotada en una primera
mirada, pero esta mirada tiene como fin mostrar ciertos senderos por donde seguir
explorando. Entre los griegos cuatro nombres son destacables147.
El tercer nombre es filía. Este nombre es utilizado para significa el amor entre
iguales, es por eso que significa también amistad en tanto que el amigo es un “otro yo”.
Aquí no hay superior ni inferior sino una perfecta comunicación de semejanza. Es por
147 Mucha es la bibliografía que ha surgido sobre este tema sobretodo a partir de la Encíclica Deus
Charitas Est. Una buena descripción sigue siendo la clásica obra de Josef Pieper El amor. En Virtudes
fundamentales. Madrid, Rialp, 1976. También se puede consultar la obra de Juan Cruz Cruz El éxtasis de
la intimidad. Ontología del amor humano en Santo Tomás de Aquino. Madrid, Rialp, 1999, en especial la
primera parte de esta obra, págs 31-145.
148 Cfr. Platón. Banquete. 204 b. Madrid, Gredos, 1997, pág. 250.
149 Cfr. Marion, Jean-Luc. Acerca de la donación. Una perspectiva fenomenológica. Buenos Aires,
Baudino, USAM, 2005.
150 Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza, 1978, pág. 118-119. “Decidme, ¿cómo
llegó el oro a ser el valor supremo? Porque es raro, e inútil, y resplandeciente, y suave en su brillo;
siempre hace don de sí mismo. Sólo en cuanto reflejo de la virtud más alta llegó el oro a ser el valor
supremo. Semejante al oro resplandece la mirada del que hace regalos. Brillo de oro sella paz entre luna y
sol. Rara es la virtud más alta, e inútil, y resplandeciente y suave en su brillo: una virtud que hace regalos
es la virtud más alta. [...] Decidme, hermanos míos; ¿qué es para nosotros lo malo y lo peor? ¿No es la
degeneración? Y siempre adivinamos degeneración allí donde falta el alma que hace regalos...Un horror
es para nosotros el sentido degenerante que dice: “todo para mí””
57
eso que entre los griegos gozó de preeminencia sobre los otros amores o al menos es
sobre él sobre el que pusieron más atención como por ejemplo se puede ver en el
diálogo Lisis de Platón o en los capítulos de la Ética a Nicómaco de Aristóteles.
Tendríamos aquí que preguntarnos por qué hemos perdido en nuestro lenguaje el
término “dilección”. ¿Será acaso porque queremos evitar este tono dramático de lo
amoroso? ¿será acaso porque preferimos refugiarnos en la inocencia de la pasión o en el
lógico rigor de la razón? ¿no será la dilección la expresión propia de la erótica del amor,
a diferencia de las otras eróticas que aparecen siempre seductoras por inhumanas? ¿O
no será también porque en la dilección, como en ella el amor se da en la libertad, está
más allá de toda regla, de toda orden, y podemos ser efectivamente creativos? Como ya
dijimos con Agustín “dilige, et quod vis, fac”.
151 Suma teológica I-II q. 26, a. 3 c.
152 Esta distinción tan precisa en cambio es tomada desde otra perspectiva en la respuesta a la tercera
objeción, allí leemos: “Algunos afirmaron que aun en la voluntad misma la palabra amor expresa algo
más divino que la palabra dilección, por el amor lleva en sí alguna pasión, principalmente cuando reside
en el apetito sensitivo, mientras que la dilección presupone el juicio de la razón. Y el hombre mejor
puede dirigirse a Dios por el amor como pasivamente atraído por Él que cual pudiera conducirse a ello
su propia razón, lo cual pertenece al modo propio de la dilección, como ya queda dicho. Y por esto es
más divino el amor que la dilección” (el resaltado es nuestro)
58
4.4. Divisiones del amor.
153 Tomás de Aquino. Suma Teológica I-II, cuestión 26, artículo 4, cuerpo. Allí leemos: “Sicut
Philosophus dicit in II Rethorica, amare est velle alicui bonum. Sic ergo motus amoris in duo tendit:
scilicet in bonum quod quis vult alicui, sibi vel alii; et in illud cui vult bonum. Ad illud ergo bonum quod
quis vult alteri, habetur amor concupiscentiae: ad illud autem cui aliquis vult bonum, habetur amor
amicitiae. Traducimos: Como dice el Filósofo en en II libro de la Retórica, amar es querer el bien para
alguien. Así entonces el movimiento del amor tiende a dos: a saber al bien que alguien quiere para
alguien, sea uno mismo u otro; y tiende también a aquello para que o quien se quiere el bien. Por lo tanto,
aquel bien que se quiere para otro, se tiene amor de concupiscencia: aquel para quien se quiere el bien, se
tiene amor de amistad.
154 Sobre este tema Wohlman, A. Amour de bien propre et amour de soi dans la doctrine thomiste de
l’amour, en Revue Thomiste 81 (1981) pág. 211.
155 Wohlman, A. art. cit. pág 226: “Se identifica a menudo el amor de concupiscencia y el amor egoísta,
refiriendo simétricamente el amor al otro al amor de benevolencia. Esta referencia es demasiado simplista
y sobre todo no es conforme al pensamiento de Santo Tomás que hemos visto: esta distinción se inscribe
en un mismo acto según el doble objeto al cual se refiere. Además, para evidenciar el caracter inadecuado
de la referencia propuesta, basta con remarcar que, con Santo Tomás, es posible amarse a sí mismo con
un amor de benevolencia mientras que también es posible amar a los otros con un amor de
concupiscencia. La hermosa simetría que se acostumbra proponer espontáneamente, aparece así falaz”.
156 Seguimos aquí la obra de Pierre Rousselot El problema del amor en la Edad Media. Madrid,
Cristiandad, 2004.
59
Rousselot explica esta visión del amor desde dos principios. El primero tiene
que ver con la unidad. El individuo no es una mónada cerrada sin puertas ni ventanas,
sino que es una propiedad de todo ente, y como tal forma parte de un todo. De ahí que el
apetito natural, y este sería el segundo principio, se orienta al bien en sí del cual el bien
particular es una participación. Así entonces “en lugar de reducir el amor de Dios a una
mera forma del amor de sí mismo, hay que reconocer que es el amor de sí el que se
reduce a ser, simplemente, una forma del amor de Dios” 157. En este sentido entonces, al
encontrar a Dios encontramos nuestra propia alma, nuestra identidad.
Pero hay también dentro de la edad media otra concepción del amor: el amor
extático. Para Rousselot la concepción extática no puede ser definida tan estrictamente
como la concepción física dado que nunca llegó a constituirse como un conjunto
doctrinal acabado. Es por eso que se irán enumerando cuatro características que, según
nuestro autor, serían las principales. Pero estas características se pueden agrupar bajo un
principio: el predominio de la idea de persona sobre la idea de naturaleza158.
Quisimos presentar una de las obras que abrió la discusión sobre el tema del
amor e inauguró una serie de estudios que escapan al objetivo de esta asignatura.
157 Rousselot, Pierre. El problema del amor en la Edad Media, pág. 62.
158 Rousselot, Pierre. El problema del amor en la Edad Media, pág.119.
159 Rousselot, Pierre. El problema del amor en la Edad Media, pág. 133. Para esta idea Rousselot cita el
texto de Agustín :“La caridad misma mató lo que fuimos, para que seamos lo que no eramos, una cierta
muerte hace en nosotros la dilección” (PL. 37, 1628)
160 Rousselot, Pierre. El problema del amor en la Edad Media, pág.149.
161 Rousselot, Pierre. El problema del amor en la Edad Media, pág.155-165.
60
espiritual. En el plano sensible encontramos dos potencias, el apetito concupiscible y el
apetito irascible. En el plano espiritual encontramos una sola potencia: la voluntad.
Pero el irascible es signo de algo, que considero, más importante 163. El irascible
es signo de que ser es más valioso que no ser; es un signo de que existir es una alegría,
una felicidad y vale más que no existir. Así entonces, en una cosmovisión donde el mal
no tiene peso, porque lo consideramos un error de nuestro juicio, en una cosmovisión
donde no hay “mal que por bien no venga” el irascible no puede ocupar lugar alguno. Es
por eso que dijimos que el apetito irascible es testigo de la presencia del mal: él, en su
actuar, está mostrando que lo real posee una herida la cual hay que suturar.
162 Cfr. Tomás de Aquino Suma teológica I-II cuestión 23 art. 1 resp. 1. “et ideo passiones irascibilis
omnes terminantur ad passiones concupiscibilis”
163 Sobre este tema es iluminadora la obra de Paul Tillich El coraje de existir. Barcelona, Laia, 1973.
De ser posible, es conveniente la lectura de la obra en el idioma original dado los matices que se pierden
en la traducción.
61
Pero tampoco juega ningún papel en una cosmovisión donde el gozo 164 es
despreciado, donde lo real se presenta sin sabor alguno. En un mundo homogéneo,
donde todos los caminos llevan a cualquier parte, el gozo es sentido como algo azaroso,
como algo que “si viene, bien...si no viene...resignación”. Por lo tanto, la lucha no tiene
sentido porque el bien es visto como algo que acarrea más dificultades, nos exige más y
por lo tanto nos trae más problemas: como el puercoespín de Schopenhauer guardemos
una distancia equidistante para ni sufrir en exceso ni gozar tampoco en exceso.
Las pasiones aparecen como los actos de los apetitos sensibles y fueron siempre
objeto de la reflexión filósofica. Pero esta reflexión estuvo motivada a veces por la pura
especulación como también por la intención moral. De modo que encontramos diversos
tratados de las pasiones a lo largo de la historia que se estructuran no sólo a partir de esa
doble finalidad propuesta sino que son reflejo de la personalidad del autor y de las
vigencias culturales. Sería de gran interés resumir y comparar algunos de esos
tratados165 pero semejante tarea excede los límites de este tratado...y también el de los
lectores. Por eso nos vamos a centrar en el tratado de las pasiones que encontramos en
la I-II de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino en orden a establecer al menos
un lenguaje común para la comprehensión de otros tratados.
“En los movimientos de la parte apetitiva, el bien tiene, por así decirlo, una
fuerza atractiva, y el mal, una fuerza repulsiva. El bien, pues, primero causa en la
potencia apetitiva una inclinación o aptitud o connaturalidad hacia el bien, lo cual
pertenece a la pasión del amor, a la que le corresponde como contrario, por parte del
mal, el odio. Segundo, si el bien no es aún poseído, le comunica un movimiento para
conseguir el bien amado, y esto pertence a la pasión del deseo o concupiscencia. Y en
el lado opuesto, por parte del mal, está la huida o aversión. Tercero, cuando se ha
conseguido el bien, produce una cierta quietud del apetito en el bien conseguido, y esto
pertenece a la delectación o gozo, al cual se opone, por parte del mal, el dolor o la
tristeza.
Por otro lado, las pasiones del irascible presuponen la aptitud o inclinación para
procurar el bien o evitar el mal por parte del concupiscible, que mira al bien o al mal
164 Cfr, Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II cuestión 31, artículo 3 c. “El nombre gozo no tiene lugar
sino en la delectación que sigue a la razón...de donde en todas las cosas acerca de las cuales hay
delectación, puede también ser gozo en los que tienen razón”.
165 Como por ejemplo cfr. René Descartes Las pasiones del alma. Buenos Aires, Elevación, 1944;
David Hume Disertación sobre las pasiones. Madrid, Anthropos, 1990; Adam Smith La teoría de los
sentimientos morales.Madrid, Alianza, 1997; Baruch Spinoza Ética México, UNAM, 1983; Eugenio
Férnandez (ed.) El gobierno de los afectos en Baruj Spinoza. Madrid, Trotta, 2007; Jorge Aguirre Sala
Hermeneútica ética de la pasión. Salamanca, Sígueme, 2005.
166 Tomás de Aquino. Suma teológica I-II cuestión 23, art. 1 cuerpo.
62
absolutamente. Y respecto del bien aún no conseguido, están la esperanza y la
desesperación. Respecto del mal aún no presente, están el temor y la audacia. Mas
respecto del bien conseguido, no hay pasión alguna en el irascible, porque ya no tiene
razón de arduo, como se ha dicho anteriormente. Pero del mal presente surge la pasión
de la ira.
Ahora bien, entre estas pasiones hay un orden. Como ya hemos dicho las
pasiones del concupiscible preceden a las del irascible en cuanto al orden del fin, en
tanto que el fin es reposo, quietud y a esto tienden las pasiones del concupiscible. Pero
las pasiones del irascible preceden a las del concupiscible en orden a la ejecución en
tanto que para lograr un fin tengo que moverme hacia él y tengo que luchar si hay
obstáculos lo cual es propio del irascible.
“Las pasiones del concupiscible tienen más amplio alcance que las del irascible.
En efecto, en las pasiones del concupiscible se encuentra algo perteneceiente al
movimiento, como el deseo, y algo perteneciente al reposo, como el gozo y la tristeza.
Pero en las pasiones del irascible no se halla cosa alguna referente al reposo, sino sólo al
movimiento. La razón de esto es que aquello en lo que ya se reposa no tiene razón de
arduo o difícil, que es el objeto del irascible.
Pero si se comparan las pasiones del irascible con las pasiones del concupiscible
que implican movimiento, entonces es claro que las pasiones del concupiscible son
anteriores, porque las pasiones del irascible añaden algo a las del concupiscible, como
también el objeto del irascible añade arduidad o dificultad al objeto del concupisicible.
La esperanza, en efecto, añade al deseo cierto esfuerzo y elevación del ánimo para
conseguir el bien arduo. E igualmente el temor añade a la huida o aversión cierta
depresión del ánimo por la dificultad del mal.”168
167 Tomás de Aquino. Suma teológica I-II cuestión 23, art. 4 cuerpo
168 Suma teológica I-II cuestión 25, art. 1 cuerpo.
63
Así entonces, el amor y la delectación son las primeras pasiones del
concupiscible169, como la esperanza es la primera entre las pasiones del irascible 170. Así
entonces si queremos conocer el orden de todas las pasiones en la línea de la
generación, se presentan así: primero el amor y el odio; segundo, el deseo y la huida;
tercero, la esperanza y la desesperación; cuarto, el temor y la audacia; quinto, la ira;
sexto y último, el gozo y la tristeza171. Pero entre estas pasiones cuatro son principales, a
saber: el gozo y la tristeza; la esperanza y el temor, en tanto que en ellas “se completan
y terminan absolutamente todas las pasiones”172.
Pero la irrupción del cristianismo con su mandamiento del amor exigió aún más.
La voluntad se fue configurando como lugar donde se juega la propia salvación: elegir
el bien o el mal pasó a estar en nuestro poder. De ahí que la libertad pasó de ser una
cualidad del cuidadano, del habitante de la polis; a ser una cualidad esencial a todo
hombre, pasó a pertenecer a lo humano del hombre. Desde el “hágase en mí según tu
palabra” de María al “que no se haga mi voluntad sino la tuya” de Jesús, lo humano del
hombre se fue manifestando en la libertad del amor.
Sin embargo creemos que la voluntad no ha sido pensada aún desde el amor.
Poco a poco la voluntad como apetito espiritual tiende a convertirse en razón, olvida su
“pasionalidad” para convertirse en “razón práctica” y de ahí se diluirse en “razón
instrumental”. Así, despojada de la afectividad, la voluntad es considerada como
enemiga de la razón o como puro instinto, esto es, vuelve a hundirse en sus fuentes y
desaparece así del horizonte de la antropología.
O también podríamos decir “¿por qué dió a luz a un desdichado, vida a los que
viven amargados, que suspiran en vano por la muerte y la buscan con más ansia que a
un tesoro, que gozarían ante el túmulo funerario y se alegrarían al encontrar la tumba,
a los hombres carentes de futuro porque Dios les ha cerrado el paso?” (Job 3, 20-23).
Pero si bien frente a eso infinito nuestra primera actitud es la esperanza 175, al
hombre le cabe una respuesta. El hombre debe, mediante sus elecciones, finitizar esa
infinita capacidad. Así entonces a la infinita apertura del amor, le corresponde la finita
decisión: queda así conformado lo que anteriormente tratamos como dilección. La
tendencia infinita de la voluntad a un objeto completo, se manifiesta en el amor. Pero
ese amor sin una elección quedaría abierto a lo infinito en lo romántico 176. Pura
aspiración, complacencia en la indeterminación que como tal sabe a infinito, nupcias
eternas con lo ideal. Pero ese amor no es humano. Lo humano requiere la
determinación, requiere, mediante la elección, el paso de lo ideal a lo real. Así entonces,
en la elección el amor deja su estado romántico para concretarse, realizarse.
174 Camus, Albert. El mito de Sísifo. Barcelona, Altaya, 1994, pág. 69: “Mi razonamiento quiere ser fiel
a la evidencia que lo ha estimulado. Esta evidencia es lo absurdo. Es ese divorcio entre el espíritu que
desea y el mundo que decepciona, mi nostalgia de unidad, el universo disperso y la contradicción que los
encadena.” El resaltado es nuestro.
175 Recordar aquí la diferencia establecida en Introducción a la filosofía sobre espera y esperanza.
176 Los Himnos a la noche de Novalis son para este tema un texto central. Madrid, Editora Nacional,
1975.
65
esperamos que el exceso de mal nos abandone. Por otro lado la dilección. Y en esta
dilección encontramos a su vez el amor y la libertad.
Pero volvamos unos pasos atrás. Hemos dicho que el objeto de la voluntad es lo
excesivo y esto excesivo puede manifestarse como mal o como bien. Analicemos esta
distinción.
Lo excesivo del mal se nos presenta como absurdo, es decir, el mal irrumpe de
un modo escandaloso, inusitado, sin razón177. Pero este absurdo del mal se puede
manifestar de dos maneras.
En primer lugar en tanto que padecemos el mal, y este mal muestra su carácter
absurdo en tanto que no hay razón para padecerlo, esto es, ante él somos inocentes. La
figura aquí es Job. Siendo bueno padece el horror más allá de toda razón. 178 En segundo
lugar en tanto que hacemos el mal, y este mal muestra su carácter absurdo en tanto que
la persona buena, el mejor, hace el mal. Lo peor que podemos ver, decían los antiguos,
es cuando el mejor se corrompe. Aquí la figura ya no es Job, sino Salomón. Este mal
que se hace reviste notas mucho más escandalosas que frente al mal que se padece.
¿Qué es lo que hace que alguien que conoce el bien, que ha educado su afectividad, que
tiene poder sobre sus actos, obre el mal? Nada lo explica, nada lo excusa: ha instalado,
con su acción, el horror. Si el bueno, si el sabio hace mal...qué nos resta a nosotros?
Esta última posibilidad de llenar nuestra existencia de sentido son los valores de
actitud, esto es, mi vida adquiere sentido por la actitud que tomo frente al dolor, frente
al sufrimiento. Los valores de actitud surgen del hombre puesto de pie (einstellen) frente
a lo excesivo del mal. Los valores de actitud nos mantienen, aunque llorando, de pie
frente al absurdo del mal180. Ahora bien, tres son las actitudes que el hombre puede
presentar al absurdo.
177 Dejamos aquí de lado el mal que padecemos justamente. Este mal ya no es desmesurado sino por el
contrario, mesurado. Es justo, es lógico que si hicimos mal debamos pagarlo. Como también es mesurado
el mal que hace el malo. Es lógico, es previsible que aquél que es malo haga cosas malas. Aquí queremos
presentar otro punto de partida.
178 Aunque en realidad, hay una razón: la apuesta entre Dios y satán.
179 Frankl, Viktor E. El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona,
Herder, 1987, pág. 249.
180 “Stabat Mater, dolorosa, iuxta Crucem, lacrimosa...”
66
La primera actitud es la paciencia. En tanto que la vida afectiva nace en la
pasión, esta es la primera respuesta que debemos al exceso del mal. La paciencia
entonces nos permite padecer el mal, sin ocultarlo detrás de razones generalmente muy
simples según las cuales creemos que el mal nos traerá algún bien a cambio, como si la
vida se rigiera por los principios del mercado. La paciencia entonces es la actitud del
hombre que padece el mal hasta allí donde parece que “se pierde la paciencia”. Así
entonces, la paciencia se distingue de la apatía o indiferencia, las cuales anulan al mal,
pero no porque lo asuman sino porque en la debilidad lo rechazan. Como afirma Luigi
Pareyson “sólo en el dolor se vence el mal”; así en la paciencia soportamos
dolorosamente el mal que irrumpe, sin sentido, en nuestra vida181.
181 Esta noción de paciencia y en realidad las tres actitudes que presentamos suponen una interpretación
del mal. Éste no es concebido ni como misterio, ni como ausencia de bien. El mal tiene una presencia
absurda que filosoficamente no puede resolverse.
182 El Diccionario Crítico Etimológico de Joan Corominas reenvía a la voz seña si buscamos el término
resignación. Y allí leemos “que anula los sellos” “confirmación”. Según el Diccionario de la Real
Academia resignación es 1. la entrega voluntaria que uno hace de sí poniéndose en las manos y voluntad
de otro; 2. Renuncia de un beneficio eclesiástico; 3. Conformidad, tolerancia y paciencia en las
adversidades.
183 Instituciones divinas 3, 23, 9. Madrid, Gredos, 1990, pág. 321 . Lucius Caecilius Firmianus
Lactantius c. 300. Su obra Divinae Institutiones es considerada la primera Summa en lengua latina, y fue
considerado por los humanistas del Renacimiento como el Cicerón cristiano. Cf. Tusculum Lexikon.
München, Heimeran, 1963
184 Wilde, Oscar. An ideal husband. Complete Works of Oscar Wilde. London and Glasgow, Collins,
1980, pág. 521.
67
sino en la misericordia, en el acompañar al otro en el dolor, en la acción silenciosa de la
compasión.
De este modo vemos que frente al exceso del mal, estas tres actitudes van desde
la pasión del mal propio, a la pasión del mal del otro, pasando por la afirmación de uno
para llegar a la afirmación del otro. En la obra de misericordia resplandece el valor de
actitud.
4.5.2.2. La libertad.
“Ya te dije que nací muchos, y que morí sólo uno. El niño que viene es un tropel
de gentes, que la vida reduce demasiado presto a un mero individuo, el que se
manifiesta y muere. Nacieron conmigo una copia de Sócrates, de la que poco a poco se
desprendiera el Sócrates destinado a los magistrados y a la cicuta.
“¿Y qué se hicieron de todos los demás?”
“Ideas. En condición de ideas permanecieron. Vinieron a pedir el ser, y se les rehusó.
Yo les guardaba en mí, en forma de dudas y contradicciones... A veces reciben estos
gérmenes de personas el favor de una ocasión, y henos muy cerca de cambiar la
naturaleza. Nos descubrimos gustos y dones cuya presencia en nosotros no
sospecháramos jamás: el músico en estratega se convierte, el piloto se siente doctor; y
aquel cuya virtud se miraba y se respetaba a sí misma, da con su propio Caco celado y
un alma de ladrón”187
185 Kant, Immanuel. La religión dentro de los límites de la mera razón. Madrid, Alianza, 1995, págs.35-
53.
186 Recordemos aquí lo tratado con respecto a la disponibilidad.
187 Valèry, Paul. Eupalinos o el Arquitecto. Madrid, Colegio oficial de aparejadores y arquitectos
técnicos de Madrid, 1982, pág. 58-59.
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que la filosofía ha visto a la vida bajo la metáfora del libro 188. Hay un libro de la vida en
la cual nuestro nombre está escrito, aunque nos cabe a nosotros escribir la historia de
ese nombre. Esto es lo que aparece en el inicio de la filosofía, en Platón, con el mito de
Er.
“No voy a contarte un relato de Alcínoo, sino el de Er, hijo de Armenio, panfilio
de origen. Había muerto en una batalla. Diez días después, cuando recogieron los
cadáveres ya corrompidos, lo encontraron intacto y lo llevaron a su casa para
tributarle honras fúnebres y al día duodécimo, yacente ya en la pira, resucitó y refirió
lo que había visto [...] Tan pronto como llegaban las almas [de los muertos] debían
presentarse ante Láquesis189. Una especie de adivino las hacía formar en fila y después,
tomando del regazo de Láquesis unas suertes y modelos de vida subía al estrado y
decía:
Después de hablar así, echó las suertes sobre todos y cada uno recogió la que
había caído junto a él, salvo Er, a quien no le estaba permitido, y al levantarla cada
uno se enteró del rango dentro del cual le tocaba elegir. Acto seguido, colocó en el
suelo, delante de ellos, los modelos de vidas en número muy superior al de los
presentes. La variedad era infinita, pues todas las existencias animales estaban
representadas y, sin excepción, todas las humanas. Hallábanse allí tiranías, algunas
que duraban hasta la muerte del tirano mismo, otras alteradas por la mitad y
terminaban en la pobreza, el destierro o la indigencia. Había también varias vidas de
hombres famosos, ya por la prestancia y la belleza, ya por la fuerza y la superioridad
en los combates, ya por el nacimiento y las virtudes de los antepasados. Las había
también de hombres oscuros bajo todos esos aspectos, y lo propio ocurría con las
mujeres. Pero no había categorías de almas, porque éstas debían cambiar
necesariamente según la elección que hicieran. Por lo demás, todos los accidentes de
la condición humana se mezclaban entre sí, y con ellos la riqueza y la pobreza, la
enfermedad y la salud, y había también términos medios entre estos extremos. Según
parece, querido Glaucón, aquel es el momento crítico para el hombre, y por ello cada
uno de nosotros deber preocuparse por encima de todo, aun descuidando otra clase de
conocimientos, de buscar y adquirir la ciencia que le permita encontrar a quien lo
haga capaz de discernir entre la vida dichosa y la miserable, y escoger en todo
momento y dondequiera la mejor, en la medida de lo posible. Calculando qué efecto
tienen, en relación con la virtud en una vida, las circunstancias que acabamos de
mencionar, ya combinadas entre sí, ya separadamente, cada uno puede prever el mal
que produce la belleza, por ejemplo, unida a la riqueza o a la pobreza y a tal o cual
disposición del alma, y también las consecuencias que tendrán el nacimiento ilustre u
188 Cfr. Blumenberg, Hans. La legibilidad del mundo. Barcelona, Paidós, 2000.
189 Tres son las Moiras, hijas de la Necesidad: Láquesis, Cloto y Átropo. Láquesis canta las cosas
pasadas. Cloto las presentes y Átropo las futuras. Platón. República, 617 c. Buenos Aires, Eudeba, 1993,
pág. 534.
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oscuro, los cargos públicos o la condición de simple particular, el vigor o la debilidad
física, la facilidad o la dificultad para aprender y, en suma, todas las diferentes
cualidades del mismo orden, naturales o adquiridas, mezcladas las unas con las otras,
de suerte que reflexionando sobre todo ello, y sin perder de vista la naturaleza del
alma, sea uno capaz de elegir entre una vida mejor y una vida peor, teniendo por peor
aquella que conduce al alma a ser más injusta y por mejor la que la vuelve más justa, y
dejando de lado todo lo demás, pues ya hemos visto que esta elección es la única
beneficiosa, tanto en vida como después de la muerte. Cada uno de nosotros debe,
pues, llegar al Hades con esta convicción firme como el acero para no dejarse
deslumbrar tampoco por las riquezas y otros males análogos y exponerse,
precipitándose sobre la condición del tirano u otras semejantes, a cometer un gran
número de males sin remedio y, por añadidura, a sufrirlos aún mayores, sino a elegir el
justo medio entre los extremos, rehuyendo los excesos en un sentido o en otro, ya en la
vida presente, en cuanto le sea posible, ya en todas las demás vidas por las que haya
que pasar. De tal modo, en efecto, el hombre alcanzará su mayor felicidad.
Era, según contaba, un espectáculo curioso ver de qué manera las diferentes
almas elegían su vida; espectáculo que movía a la piedad, risiblemente absurdo. Las
más se guiaban en su elección por los hábitos de su vida precedente. Fue así como vio,
decía, el alma que en otro tiempo fue de Orfeo elegir la condición de cisne por odio a
las mujeres que le habían dado muerte, no queriendo ser engendrado en un vientre
femenino. […]
Por fin el alma de Ulises, a quien le tocara la última suerte, acudió a elegir;
habiendo renunciado a toda ambición, en recuerdo de sus antiguos sinsabores, anduvo
buscando por largo rato la vida tranquila de un simple particular, hasta que dio con
ella en un rincón, desdeñada por los demás, y entonces la escogió alegremente,
diciendo que aunque su turno hubiese sido el primero, no habría hecho otra elección.
[…]
Una vez que eligieron sus vidas, las almas se acercaron a Láquesis en el orden
que les había tocado en suerte, y ésta les dio a cada una el demonio que hubiera
escogido, a fin de que le sirviera de guardián de la existencia y la ayudara a cumplir
íntegramente con su destino.”190
190 Platón. República 614 b- 620 e. Buenos Aires, Eudeba, 1993, pág. 530-538.
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La elección del tipo de vida es, como nos dice Platón, el momento crítico para el
hombre, en tanto que en ese momento se juega su propio destino. “No será un demonio
quien os elija, sino vosotras quien elegiréis vuestro demonio”, esto es, nuestras
acciones van configurando nuestro carácter, nuestro demonio. Éste nos va a acompañar
a lo largo de nuestra vida ayudándonos para que alcancemos nuestro fin. Pero no
podemos hacer responsable a nadie más que a nosotros de ese demonio...”¡La
Divinidad no es responsable¡”.
Ese momento crítico es como ya dijimos el drama vital del hombre, drama que
se transforma en tragedia cuando en su elección fracasa: de los muchos que somos
cuando nacemos, nadie muere. Surge así, en esta tragedia, la desesperación de no ser
nada191. Tragedia que es fábula, sin nada detrás.
a. Tipos de libertad.
Una vez planteada la libertad como aquello por medio de lo cual el hombre
finitiza su apertura a lo infinito, resta ver los diferentes modos en que esta finitización
tiene lugar, división que nos va a permitir comprenderla más claramente193.
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Fortaleza o debilidad física constituyen un destino, esto es, nos determinan a ser de una
manera, como hemos visto al tratar de la carne. Pero frente a este destino, el hombre
puede ofrecer resistencia y no sucumbir a su poder, sino que puede asumir estas
limitaciones llevándolas a un plano espiritual. Lo mismo sucede con lo psíquico, cada
uno de nosotros tenemos capacidades y debilidades psíquicas que configuran nuestro
temple anímico. Este destino determina en parte nuestro actuar porque nuestra libertad
puede, a pesar de ellos, mostrar el rostro humano del hombre. Idénticamente sucede en
lo sociológico. Cada uno de nosotros proviene de una familia, se ha criado en un medio
que si bien lo condiciona, no lo determina. Nuestra libertad encuentra en este destino un
modo propio de vivir, superando sus límites y afianzando sus riquezas. Así entonces la
libertad de permite ubicar lo espiritual dentro del “tener” de los diferentes destinos y nos
permite “ser” en el “estar”, es decir, nos permite en el ser transcender lo circunstanciado
del estar194.
La “libertad de” abre entonces, desde el destino, las puertas al sentido de la vida
humana. Por eso no cabe una libertad completa si no hablamos de la “libertad para”.
Como dijimos la libertad de abre las puertas, permite que el hombre no sucumba al
poder del destino. Pero en el fondo no es una libertad plena. En tanto que se enfrenta al
destino depende siempre de él: más que poder, la “liberta de” es un contrapoder, una
fuerza que necesita de otra fuerza para medirse, para superarse.
194 Recordemos aquí lo que dijimos en Introducción a la filosofía sobre el estar: “El ser de dice de
muchas maneras. Una significación también equivalente y que encontramos con toda su fuerza en la
lengua española es estar. Podríamos decir que estar es un ser en circunstancia. El estar hace referencia
en primer lugar a la presencia. En segundo lugar el estar refiere a ocupar un lugar, es más, estar hace
referencia a habitar la vida, habitarla en un aquí y ahora. Por otra parte apunta a destacar la situación no
sólo espacial-temporal sino también emocional, por ejemplo cuando le preguntamos a alguien “¿cómo
estás? ¿estás bien?”. Sabemos que podemos estar preguntando por algo que puede ser pasajero pero que
lo conmueve íntimamente.”
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mismo. Ella es la raíz de la libertad exterior, desde ella florecen todos nuestros actos. Y
por ser raíz la libertad interior no se puede perder, dado que eso implicaría la pérdida de
la identidad del hombre. Lo humano del hombre se perdería al perderse la libertad
interior, esta pérdida es lo que llamamos despersonalización. Por eso esta libertad
interior puede ser definida como autarquía. El hombre gracias a ella es señor de sus
actos, esto es, se gobierna a sí mismo. Pero queremos distinguir aquí la autarquía de la
autonomía, que no es otra cosa que darse la ley a uno mismo. En la autonomía el
hombre libre rompe los lazos con los demás, en tanto que la aparición del otro lo
llevaría a una heteronomía, a depender del otro como una especie de esclavo. En la
autarquía, en cambio, el hombre tiene en su poder el gobierno, no así la ley. Así
entonces, la autarquía no niega la dependencia, no rompe con la eclesialidad de la
persona como sí tiende a anunciarlo la autonomía195.
Conclusión.
195 Cabría aquí meditar las relaciones que se dan entre la afirmación de la libertad como autonomía y la
negación del carácter pasional de la afectividad. El hombre autónomo tiende a aislarse como el
puercoespín de Schopenhauer: la distancia es el modo de relacionarse con el otro. Una persona
apasionada, en cambio, puede ser autarquica aunque nunca va a ser autónoma.
196 Hemos hecho mención de la acedia para introducirnos en un tema ético. Tal vez este triple
oscurecimiento de la libertad responde a un debilitamiento de las virtudes. Así las virtudes de templanza y
fortaleza impiden el apasionamiento, como la prudencia el desconocimiento de la realidad. Sobre el
sentido de la vida la virtud de la justicia nos enseña a que cada uno debe ser lo que es...de lo contrario se
vuelve nada.
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Hemos presentado la diversa variedad que la dinámica del hombre presenta.
Desde el conocimiento hasta la libertad hemos recorrido un camino lleno de distinciones
y precisiciones -cuando no muchas imprecisiones-. Pero para concluir con el tema de la
dinámica nos parece oportuno presentar una síntesis de modo que tantos desvíos no nos
hagan perder el camino. Esa síntesis la encontramos en los pasos del acto humano.
Se suele afirmar que el acto humano implica doce pasos. El primero corresponde
a la inteligencia y consiste en la percepción de un objeto como bueno, a este paso le
corresponde uno de la volutand y que consiste que la complacencia en la bondad de ese
objeto. El tercer paso corresponde nuevamente a la inteligencia y consiste en el exámen
más profundo de ese objeto y de su bondad. Seguidamente surge el cuarto paso que es
de la voluntad y es la intención del fin, es decir, ese objeto bueno se acepta como fin de
un acto.
Hasta aquí tenemos entonces un primer momento del acto humano ordenado al
fin. Por eso en este momento el acto principal corresponde al amor del bien. Fin y amor
son los ejes de este momento fundante del acto humano.
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creativo. La obra propiamente hablando es creativa, responde claramente a ese modelo
del cual el hombre es semejante. Y por creativa aquí no queremos decir simplemente
original, creativo significa aquí que pone ser donde había nada: la obra humana rompe
con la indiferencia, con la vacuidad de la repetición o con el nihilismo de la ausencia.
La presencia de la obra pone en fuga al no ser.
Pero esta obra se puede dar en dos niveles, en cuanto que aparece en el obrar
práctico o en el obrar poiético. En la praxis, la obra es el mismo hombre que ha
adquirido una perfección que no tenía: estamos aquí en el campo de la ética, de la
formación del carácter. En la póiesis, la obra es lo puesto en el mundo y puede tener
muchos campos, no sólo el artístico donde la creatividad parece resplandecer más
claramente; sino también en lo político, en lo técnico ya sea aplicado a lo natural o a lo
artificial.
Ahora bien, ¿no cabe una obra frente al mal? ¿no será esta obra el perdón,
entendido como etimológicamente parece significar, esto es como donación completa?
¿No será el perdón aquella obra que libera al otro del exceso del mal que lo destruye
intimamente?197
Persona.
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decir que el hombre es estudiado como problema, de un modo objetivo; y es estudiado
como misterio, cuando se lo estudia como un sujeto, esto es, cuando el objeto de estudio
mi importa, cuando estoy completamente involucrado con lo que se estudia porque soy
yo mismo.
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Dos raíces, una griega y otra latina, tiene la palabra persona. En griego el
término prósopon significa máscara y también papel que se interpreta. La palabra
pertenecía al mundo teatral y se aplicaba al personaje principal, esto es, a aquél que era
el sujeto del drama, para diferenciarlo así del coro que no poseía un papel protagónico.
Persona es entonces sinónimo de protagonista, que etimológicamente significa “el
primer luchador”. Esto nos permite entrever toda una concepción antropológica: el
hombre se descubre como persona en cuanto se enfrenta a algo. Aparecen aquí los
temas que hemos tratado alrededor del mal: el hombre se personifica de acuerdo a la
actitud que tome frente al mal. El hombre muestra su ser persona en tanto que enfrenta,
en la paciencia, en la resignación, al mal; en tanto que, en la misericordia y en el
perdón, supera al mal.
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comunitariamente, en el compartir el escenario en tanto que, como nos decía Hume, “la
mente es una especie de teatro”. Sólo en la vida compartida, solamente en la con-
vivencia el hombre es humano, es persona.
Ahora bien, hemos dicho que la persona es aquello a través de lo cual se escucha
una voz; pero ¿a quién corresponde esa voz? ¿será acaso la voz de Dios o la del
demonio que escuchaba el Sócrates de Platón? ¿será la voz que es el canto de las
cosas?211 ¿O será la voz de nosotros mismos que intentamos balbucear nuestra pobre
vida?
A partir de estas ideas queremos expresar que este curso de antropología ha sido
parcial en tanto que solamente hemos desarrollado una antropología del individuo.
Pensamos que aún queda por desarrollar una antropología comunitaria o eclesial, que
enfoque todos los temas tratados, pero desde una perspectiva social 215. Ella debería
tomar datos de la sociología la cual creemos que intuye el campo de estudio que
estamos presentando.
Pero hay otra etimología de persona en latín y esta de corte más metafísico.
Persona viene de per se una. La persona es aquello que de suyo es una, esto es, la
persona no puede ser asumida en algo más general en tanto que no es accidente de
ninguna superestructura, de ninguna naturaleza, de ninguna generalidad. El hombre se
muestra como persona en tanto que no se deja destruir por fuerzas distintas a él mismo.
Ni de lo bajo ni de lo alto puede asaltarlo algo que no reconozca su dignidad y lo anule,
no aniquile. El hombre aparece cuando persona en cuanto se enfrenta a los poderes de la
despersonalización, frente a los poderes de la función.
214 Cfr. Zizioulas, Juan. El ser eclesial. Salamanca, Sígueme, . Si bien esto supera los marcos de la
antropología como filosofía quiero citar aquí a André De Halleux a propósito del texto de Zizioulas: “La
“hipóstasis biológica” se convierte en “hipóstasis eclesial”, es decir, persona en el sentido pleno del
término, cuando el creyente recibe al renacer desde lo alto a través del bautismo, un nuevo “modo de
existencia” divinisante, que lo abre al amor, a la libertad de la adopción filial y a la vida eterna.”
Personalisme ou essentialisme trinitaire chez les Pères cappadociens? En Revue théologique de Louvain,
17, 1986, pág. 134-135. (el resaltado es nuestro)
215 Sobre este tema las intuiciones de José Ortega y Gasset en los apuntes reunidos en la obra El
hombre y la gente. En Obras completas. VII. Madrid, Alianza, Revista de Occidente, 1983, págs 99-269.
216 “Y detrás de los mitos y las máscaras,
el alma, que está sola”.
Borges, Jorge Luis. Susana Bombal. En El oro de los tigres. Obras completas 1923-1972. Buenos Aires,
Emecé, 1974, pág 1094.
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dicho la substancia es aquello que es en sí y no es en otro. Substancia por lo tanto se
diferencia del accidente que no es en sí sino en otro, en tanto que requiere de un sustrato
para existir. Así entonces la persona en cuanto substancia, subsiste por sí misma. Pero
por ser substancia también podemos decir que la persona es el sujeto de todas las
atribuciones. La persona es aquello desde lo cual brotan todos los actos, es, como ya
dijimos, el actor, el señor de sus propios actos.
Con este término substancia está presente la filosofía griega y medieval y aporta
la raíz metafísica a esta noción.
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palabras, la persona es acción218 de una esencia de modo que lo estático del hombre y lo
dinámico encuentran aquí su lugar.
Pero racional no sólo lo queremos articular como saber y libertad, sino también
como sinónimo de espíritu. Así entonces la persona es aquello que por racional está
abierto a lo Infinito. La naturaleza de la persona no está circunscripta al estímulo-
respuesta; la naturaleza de la persona está más allá del destino, en cuanto que dialoga
con el Infinito, es precisamente su eco.
Conclusión.
Hemos llegado al final de estos apuntes. Después de releerlos uno siente que en
el fondo no ha pintado sino un rostro ajeno, o tal vez el que uno quisiera que fuera. Y
que esta selva de distinciones no son sino rodeos para expresar eso que parece “apenas
inferior a un ángel”…el hombre.
Hemos dicho mucho, como diría un poeta, “ahora sólo falta callarme”220.
219 Borges, Jorge Luis. La suma. En Los conjurados. Obras completas. 1975-1985. Buenos Aires,
Emecé, 1989. pág. 470
220 Porchia, Antonio. Voces. Buenos Aires, Hachette, 1980.
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