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Historia de la Iglesia Antigua


SUBSIDIOS DOCUMENTALES

Mons. Juan Guillermo Durán

Persecución y Martirio1

1. ACUSACIONES CONTRA LOS CRISTIANOS.

1.1- TÁCITO; Anales XV


“Sin embargo, ni por industria humana ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a
los dioses se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así como, pues
con el; fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables y ejecutó con refinadísimos
tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias (flagitia), llamaba el vulgo cristianos...”
“... Así, pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones
que estos dieron, toda una ingente muchedumbre quedaron convictos, no tanto del crimen de
incendio, cuanto de odio al género humano”. (Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C;
Madrid 1974; pág. 223)

1.2- SUETONIO; Vitae caesarum, Nero, XVI


“Bajo su imperio, se aplicaron muchos severos castigo y se dictaron muchas medidas de
represión... fueron sometidos al suplicio los cristianos, casta de hombres de una superstición nueva
y maléfica....” (Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C; Madrid 1974; pág. 217)

1.3- EPÍCTETO; Discursos 4, 6, 7


“...Si, pues, dándose cuenta de la guardia y de sus espadas entre al tirano porque justamente
quiere morir, por la razón que sea, y busca que otro le de la muerte fácilmente, ¿es que temerá en tal
caso a la guardia armada? Evidentemente, no, pues busca lo mismo por que es ella de temer. Y si se
le acerca al tirano uno a quien sea en absoluto indiferente morir o vivir, y esté dispuesto a lo que
venga, ¿qué inconveniente hay en que entre ante el tirano sin miedo alguno? Ninguno. Supongamos,
pues, uno a quien le importen sus riquezas lo mismo que a éste su cuerpo; supongamos, digo, que
llevado de no sabemos qué locura y falta de juicio no se le dé nada de hijos y mujer y le sea igual
tener todo eso que no tenerlo... Pues bien, si puede uno por locura llegar a esta disposición de
ánimo, y por costumbre llegan a ella los galileos, ¿no será posible aprender, por razón y
demostración, que Dios ha hecho cuanto hay en el mundo y el mundo entero lo hizo independiente y
fin de sí mismo y las partes de él para uso del todo?.” (Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C;
Madrid 1974; pág. 154)

1.4- JUSTINO; Apología II, 8, 1, 7


“Porque no merece el nombre de filósofo (Crescente) un hombre que, sin saber una palabra
de nosotros, nos calumnia públicamente, como si los cristianos fuésemos ateos e impíos,

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Profecías de Jesús sobre las persecuciones: Mt. 5,10-12; Mt. 10, 17-25 // Mc. 13,9-13 // Lc. 21,12-15; Jn. 15,20b;
15,27; 14,26; 16,2; 15,18-20; Mt. 24,9-14 // Mc. 13,9-13 // Lc. 12,11-12. Otras profecías del Nuevo Testamento: Hch.
8,3; 1 Ped. 4,12-16.
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propalando estas calumnias para congraciarse y dar gusto a muchedumbre extraviada”. (Ruiz Bueno,
D; Padres apologistas griegos; B.A.C; Madrid 1954; pág. 270)

1.5- TERTULIANO; Apología.


“Se dice que somos grandes criminales por motivos del misterio de infanticidio y de
comernos enseguida al niño muerto, y de incestos tras del banquete, por perros que hechan abajo las
luces, a modo de alcahuetes de tinieblas, procuran la desvergüenza de esos impíos placeres. Pero o
bien demostrarlo si lo creéis o no lo creáis si no queréis demostrarlo. Vuestro mismo disimulo
prueba no existir lo que ni vosotros mismos osáis demostrar. Es un oficio muy distinto el que al
verdugo imponéis para con los cristianos, debiéndoles forzar no a que digan lo que hacen, sino a que
nieguen lo que son. Esta doctrina está ya registrada en el censo desde Tiberio. Con el odio a sí
empezó la verdad a ser enemiga tan pronto como apareció. Tantos enemigos cuantos extraños, y
cierto los primeros por envidia fueron los judíos, por causa de atropellos los soldados y por
naturaleza nuestros propios familiares. A diario se nos asedia, a diarios se nos traiciona y más que
en nada se nos cohibe en nuestras reuniones, en nuestras asambleas. ¿Quién jamás ha llegado a
punto de oír los vagidos de ese niño (inmolado) de que se habla? ¿Quién a podido jamás conservar
para mostrarlos al juez, esos labios tintos en sangre, como se hallaron los de los cíclopes y de las
sirenas? ¿ Quién ha sorprendido en sus esposas ni el menor rastro de inmundicia? ¿ Quién habiendo
descubierto crímenes como estos los ocultó primero y vendió su secreto, arrastrando a los hombres
mismos ante el juez?” (TERTULIANO, El apologético; Apostolado Mariano; Sevilla 1991; págs.
21-22)
“He aquí el primer agravio que ante vosotros formulamos: la injusticia del odio contra el
nombre cristiano (nomen ipsum). El título que parece excusar tamaña iniquidad es precisamente el
que la agrava y la prueba, a saber, la ignorancia. Porque, ¿qué cosa más inicua que el odiar los
hombres lo que desconocen, aún cuando la cosa mereciese odio? Entonces lo merece cuando se
conoce que lo merece. No habiendo noticia del mérito, ¿por dónde se defiende lo justo del odio, lo
que no ha de probarse por un hecho, sino por la conciencia? Pero cuando los hombres odian porque
ignoran qué cosa sea lo que odian, ¿por qué no ha de existir lícitamente aquello que no deben odiar?
Así pues, censuramos ambas cosas: que desconocen lo mismo que odian y que injustamente odian
cuando ignoran. Prueba de ignorancia es la que condena a la injusticia cuando la excusa; cuando
todos los que hasta aquí odiaban, porque ignoraban cual era lo que odiaban, cesan de odiar al tiempo
mismo en que cesan de ignorar. De ellos algunos se hacen cristianos cuando llegan a enterarse,
comenzando a detestar lo que fueron y a profesar lo que odiaron, y son tantos cuantos notáis que
somos”. (TERTULIANO, El apologético; Apostolado Mariano; Sevilla 1991; pág. 8)

2- LA PERSECUCIÓN DE NERÓN

2.1- El testimonio de Tácito; Anales XV, 44.


“Tales fueron las medidas aconsejadas por la humana prudencia. Seguidamente se celebraron
expiaciones a los dioses y se consultaron los libros sibilinos. Siguiendo sus indicaciones (de Nerón),
se hicieron públicas rogativas a Vulcano, a Ceres y a Proserpina; se ofreció por las matronas un
sacrificio de propiciación a Juno, primero en el capitolio, luego junto al próximo mar, de donde se
sacó agua para rociar el templo e imagen de la diosa; las mujeres, en fin, con marido celebraron
selisternios y vigilias.
Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a
los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así, pues, con el
fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpable, y ejecutó con refinadísimos tormentos a
los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo,
fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos, durante el imperio de
Tiberio y , reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo, no sólo por
Judea, origen de este mal, sino por la Urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y
vergonzoso hay por dondequiera. Así, pues, se empezó por detener a los confesaban su fe; luego,
por las indicaciones que estos dieron, toda una ingente muchedumbre quedaron convictos, no tanto
del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de
escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros;
otros , clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas. Para este
espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en
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atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aún castigando a
culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de
que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo”.
(Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C; Madrid, 1974; págs. 222-223)

2.2- El testimonio de Tertuliano; Apología.


“Reconoced vuestros anales, y allí hallaréis que fue Nerón el primero que la cesárea espada
ensangrentó feroz en la sangre de la religión cristiana, cuando ella, especialmente en Roma,
comenzaba a tener sus primeros lucimientos. Pero esta condenación es nuestro crédito siendo Nerón
el dedicador de la pena. Honroso castigo, si es Nerón el primero que le instituye (institum
neronianum). No tiene la religión cristiana mayor abono que haberla perseguido Nerón: el que le
conoció ya sabe que hombre tan malo no pudo perseguir sino una cosa por extremo buena”.
(TERTULIANO; Apología contra los gentiles en defensa de los cristianos; Editora Cultural Buenos
Aires 1944; págs. 43-44)

3- CARTA DE PLINIO , GOBERNADOR DE BITINIA, A TRAJANO, EMPERADOR:

“Cayo Plinio a Trajano, emperador. Es costumbre en mí, señor, darte cuenta de todo asunto
que me ofrece dudas. ¿Quién, en efecto, puede mejor dirigirme en mis vacilaciones o instruirme en
mi ignorancia? Nunca he asistido a proceso de cristianos. De ahí que ignore qué sea costumbre y
hasta qué grado castigar o investigar en tales casos. Ni fue tampoco mediana mi perplejidad sobre si
debe hacerse alguna diferencia de las edades, o nada tenga que ver tratarse de muchachos de tierna
edad o de gentes más robustas; si se puede perdonar al que se arrepiente, o nada le valga a quien en
absoluto fue cristiano haber dejado de serlo; si hay, en fin, que castigar el nombre mismo, aún
cuando ningún hecho vergonzoso le acompaña, o sólo los crímenes que pueden ir anejos al nombre.
Por de pronto, respecto a los que me eran delatados como cristianos, he seguido el procedimiento
siguiente: empecé por interrogarles a ellos mismo. Si confesaban ser cristianos, los volvía a
interrogar segunda y tercera vez con amenaza de suplicio. A los que persistían los mandé a ejecutar.
Pues fuera lo que se fuere lo que confesaran lo que no ofrecía duda es que su pertinacia y
obstinación inflexible tenía que ser castigada. Otros hubo, atacados de semejante locura, de los que,
por ser ciudadanos romano, tomé nota para ser remitidos a la Urbe. Luego, a lo largo del proceso,
como suele suceder, al complicarse la causa, se presentaron varios casos particulares. Se me
presentó un memorial, sin firma, con una larga lista de nombres. A los que negaban ser o haber sido
cristianos, y lo probaban invocando, con fórmula por mí propuesta, a los dioses y ofreciendo
incienso y vino a tu estatua, que para este fin mandé traer al tribunal, con las imágenes de las
divinidades, y maldiciendo por último a Cristo -cosas todas que se dice ser imposible forzar a hacer
a los que son de verdad cristianos-, juzgué que debían ser puestos en libertad. Otros, incluidos en las
lista del delator, dijeron sí ser cristiano, pero inmediatamente lo negaron; es decir, que lo habían
sido, pero habían dejado de serlo, unos desde hacía tres años, otros desde más, y aún hubo quien
desde veinte. Estos también, todos, adoraron tu estatua y la de los dioses y blasfemaron de Cristo.
Ahora bien, afirmaban éstos que, en suma, su crimen o, si se quiere, su error se había
reducido a haber tenido por costumbre, en días señalados, reunirse antes de rayar el sol y cantar,
alternando entre sí a coro, un himno a Cristo como a Dios, y obligarse por solemne juramente no a
crimen alguno, sino a no cometer hurtos ni latrocinios ni adulterios, a no faltar a la palabra dada, a
no negar, al reclamárseles, el depósito confiado. Terminado todo esto decían que la costumbre era
retirarse cada uno a su casa y reunirse nuevamente para tomar una comida, ordinaria, empero, e
inofensiva; y aún eso mismo, lo habían dejado de hacer después de mi edicto, por el que, conforme
a tu mandato, había prohibido las asociaciones secretas (heterias).
Con estos informes, me pareció todavía más necesario inquirir qué hubiera en todo ello de
verdad, aún por la aplicación del tormento a dos esclavas que se decían “ministras” o diaconisas.
Ninguna otra cosa hallé, sino una superstición perversa y desmedida. Por ello, suspendidos los
procesos, he acudido a consultarte. El asunto, efectivamente, me ha parecido que valía la pena de
ser consultado, atendido, sobre todo, el número de los que están acusados. Porque es el caso que
muchos, de toda edad, de toda condición, de uno y otro sexo, son todavía llamados en justicia, y lo
serán en adelante. Y es que el contagio de esta superstición ha invadido no sólo las ciudades, sino
hasta las aldeas y los campos; mas, al parecer, aún puede detenerse y remediarse. Lo cierto es que,
como puede fácilmente comprobarse, los templos, antes ya casi desolados, han empezado a
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frecuentarse, y las solemnidades sagradas, por largo tiempo interrumpidas, nuevamente se celebran,
y que, en fin, las carnes de las víctimas, para las que no hallaba antes sino un rarísimo comprador,
tienen ahora excelente mercado. De ahí puede conjeturarse qué muchedumbre de hombres pudiera
enmendarse con sólo dar lugar al arrepentimiento”. (Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C;
Madrid 1974; págs. 244-247)

4- RESCRIPTO DE ADRIANO.

“A Minucio Fundano: recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano, varón
clarísimo, a quien tú has sucedido. No parece, pues, que el asunto deba dejarse sin aclaración, para
que ni se perturben los hombres ni se de facilidad a los delatores para sus fechorías. Así, pues, si los
provincianos son capaces de sostener abiertamente su demanda contra los cristianos, de suerte que
respondan de ella ante tu tribunal, a este procedimiento han de atenerse y no a meras peticiones ni a
griterías. Mucho más conveniente es, en efecto, que si algo intenta una acusación, entiendas tú en el
asunto. En conclusión, si alguno acusa a los cristianos y demuestran que obran en algo contra las
leyes, determina la pena conforme a la gravedad del delito. Mas ¡por Hércules!, si la acusación es
calumniosa, castígalo con mayor severidad y ten buen cuidado que no quede impune”. (Ruiz Bueno,
D; Actas de los mártires; B.A.C; Madrid 1974; pág. 256-257)

5- CARTA DE ADRIANO AL CÓNSUL SERVIANO.

“Adriano Augusto a Serviano, cónsul, salud:


El Egipto que tu me alabas, Serviano carísimo, me he dado cuenta que es todo él ligero, oscilante y
revoloteador a todo cambio de rumor. Allí los que dan culto a Serapis, no dejan de ser cristianos, y
los que se dicen obispos de Cristo, son devotos de Serapis. No hay allí presidente de sinagoga
judaica, no hay samaritano, no hay presbítero de los cristianos, que no sea juntamente astrólogo, que
no sea arúspice, que no sea maestro de gimnasia: el mismo patriarca cuando viene a Egipto es por
unos obligado a adorar a Serapis, por otros a Cristo. Es casta de hombres sediciosísma, vanísima,
injuriosísima: su ciudad, opulenta, rica, fecunda, en la que nadie vive ocioso. Unos soplan el
vidrio, otros fabrican papel, todos, a la verdad, parecen ser tejedores o, por lo menos, tienen algún
arte o profesión. Tienen su ocupación los gotosos, la tienen los mutilados, tienen su quehacer los
ciegos, ni los mismos tullidos de las manos viven entre ellos ociosos. Para ellos, el único Dios es el
dinero. A éste adoran los cristianos, a éste los judíos, a éste todo linaje de gentes. ¡Y ojalá fuera la
ciudad más morigerada, pues sería ciertamente digna, por su fecundidad y su grandeza, de ser
cabeza de todo el Egipto! A ella he hecho todo género de concesiones. Les he devuelto sus antiguos
privilegios y les he añadido otros nuevos en medida tal que, al menos en mi presencia, no pudieron
menos de darme las gracias. Luego, apenas salí de allí, hablaron muy mal de mi hijo Vero, y creo
estarás enterado de los que han dicho de Antínoo. Sólo les deseo que se coman allí ellos sus
gallinas. Cómo las fecundan, me lo callo por vergüenza. Te mando copas tornasoladas, que me
ofreció el sacerdote del templo, dedicadas personalmente a ti y a mi hermana. Las puedes usar en
los convites de los días de fiesta; pero ten cuidado no las maneje mucho nuestro Africanito”. (Ruiz
Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C; Madrid 1974; pág. 251-252)

6- CERTIFICADO O LIBELO DE SACRIFICIO:

“A la comisión de sacrificios de la aldea de la isla de Alejandro (islote del Fayum), departe


de Aurelio Diógenes, hijo de Satabó, natural de la misma isla de Alejandro, de unos setenta y dos
años de edad. Cicatriz en la ceja derecha. Siempre he cumplido con los sacrificios a los dioses, y
ahora, en vuestra presencia, conforme a los mandado por el Edicto, he sacrificado, ofrecido
libaciones y tomado parte en el banquete sagrado, y os suplico que así lo certifiquéis.
Salud. Aurelio Diógenes, que presenté esta instancia. Yo, Aurelio certifico...
Año primero del emperador César Cayo Mesio Quinto Trajano Decio Pío Feliz Augusto.
A dos del mes de Epiph (26 junio 250)”.
(Ruiz Bueno, D; Actas de los mártires; B.A.C; Madrid 1974; pág. 474 )

7- LA PERSECUCIÓN DE DECIO (249-251): Edicto del año 250.


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Hasta el año 250, imperando Decio, no se encenderá la primera persecución verdaderamente


universal. Detengámonos un momento ante este emperador, que en la serie hasta algo confusa de los
perseguidores, es personaje señalado y muy representativo. Decio, conservador tenaz, considera a
los cristianos como innovadores que ponen en peligro toda la civilización antiguo y el orden así
social como religioso, y a quienes hay que hacer desaparecer: o por la intimidación, si obedecen, o
por el exterminio, si rehusan a obedecer. De ahí un edicto, cuyos términos precisos no han llegado
hasta nosotros, pero que conocemos suficientemente por la manera con que ejecutado en todas las
provincias del imperio. Se requirió a todos los cristianos: hombres, mujeres y niños, así en las aldeas
como en las ciudades, para que en determinado día, ofreciesen sacrificios a los dioses. Previamente
las autoridades administrativas habían hecho una lista de los habitantes de cada lugar, que luego
eran invitados individualmente a hacer acto de paganismo; o, lo que parece más probable, se
convocaba a la población entera para que participase en un sacrificio, y luego se exigía que cada uno
probase su participación por una especie de certificado de presencia. Los que no podían presentar
este certificado, expedido por los magistrados locales o por una comisión especial, y donde constase
que e tal día, en tal lugar, tal persona había ofrecido una víctima o había hecho una libación, o
comido carne sacrificada a los ídolos, eran tenidos por infractores y, por esta causa, sometidos a
persecución. Si alguno se ocultaba o huía se le confiscaban sus bienes. Las penas aplicadas eran: o
el destierro, con confiscación de bienes, o la muerte (Paul Allard; El martirio; Madrid, 1926; págs.
109-110).

8. LA PERSECUCIÓN DE VALERIANO (253-260).

8.1- El Edicto del año 257.


Aleccionado Valeriano por el ejemplo de Decio, cuyos esfuerzos, si ocasionaron muchas
caídas individuales, no conmovieron la constitución de la sociedad cristiana, y entendiendo que era
engañosa ilusión la esperanza de triunfar de la Iglesia en un solo combate, de tomar, digamos así, en
un solo día a todos los cristianos en una misma redada, ensayó una nueva táctica, procediendo por
series. De ahí que su persecución fuese tan diferente de las anteriores.
Con un primer edicto, promulgado en 257, Valeriano apuntó a un tiempo a los directores
espirituales de las comunidades cristianas, obispos y sacerdotes, y al cimiento material de las
mismas, es decir, a la asociación legalmente constituida, propietaria de inmuebles, cuya forma había
adoptado. Se dio orden a obispos y sacerdotes de rendir homenaje a los dioses, bajo pena de
destierro, y se prohibió a todos los cristianos, bajo pena de muerte, frecuentar sus cementerios y
celebrar sus reuniones litúrgicas. De la ejecución de este edicto conservamos documentos
incontestables en las actas de la primera comparición de San Cipriano ante el procónsul de África, y
de San Dionisio de Alejandría ante el prefecto de Egipto. Padecieron destierro varios miembros del
clero, otros fueron condenados a trabajos forzosos y hasta se dictaron algunas sentencias de muerte.
El secuestro de los cementerios y lugares de reunión unidos a ellos debió provocar en las iglesias un
notable embarazo. Pero la vida cristiana no se suspendió. Pertenecían ya por este tiempo a la Iglesia
muchos personajes ricos y poderosos, a quienes no fue dificultoso reemplazar momentáneamente los
bienes quitados a la asociación de sus hermanos. El emperador, desdeñoso de la plebe, y esperando
que, privada de protectores y de guías se dispersaría por sí misma, enderezó sus golpes contra las
cabezas de la sociedad cristiana. (Paul Allard; El martirio; Madrid, 1926; págs. 112-113)

8.2- El Edicto del año 258.


Un segundo edicto, que fue sometido a la aprobación del Senado, y que probablemente se
publicó en forma de senadoconsulto, apareció en 258. Apuntaba principalmente al clero. Como la
amenaza de destierro sólo había producido mediocres efectos, fue sustituida con la pena de muerte:
todo obispo, sacerdote o diácono que rehuse sacrificar será inmediatamente ejecutado: in continenti
animadvertentur. Además, en un segundo artículo, se incluye otra categoría de personas: los
cristianos que sean senadores, nobles o caballeros, y las mujeres cristianas de idéntica calidad. Si
rehusan hacer acto de paganismo, se les confiscarán sus bienes. Con esto quedarán degradados, ya
que perderán el fuero ecuestre o senatorial, y entonces podrán ser juzgados como plebeyos: la pena
será, para los hombres, la de muerte: para las mujeres, la de destierro. De esta manera se llamaba al
Senado para que proscribiese a varios de sus miembros con sus familias: conociendo la solidaridad
que, aún a despecho de las diferencias de opinión o de culto, unía entre sí a las familias
aristocráticas, se deja entender la gravedad de esta medida. Al pedir al Senado que él mismo votase
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el Edicto, el emperador se procuraba una carta en blanco. Lograba que la aristocracia cristiana fuese
proscrita por la misma aristocracia pagana. Por esto, probablemente, para ampararse contra las
reclamaciones de casta, se esforzó en que su nueva orden apareciese en forma de senadoconsulto.
Por último, una tercera disposición se refería a otra categoría de cristianos, cuya importancia social
queda acreditada en esta misma ley: a los Cesarianos, es decir, a los esclavos o libertos de la casa
imperial. A estos no se los condena a muerte porque constituyen una propiedad, que un soberano tan
ahorrador como Valeriano no destruye fácilmente: si rehusan obedecer, sus bienes, muy importantes
a veces, serán confiscados, y ellos mismos reducidos a la condición del último de los esclavos, es
decir, a siervos de la gleba.
Los documentos de la persecución declarada por el edicto de 258 nos enseñan que fueron
condenados a muerte muchos miembros del clero superior: el papa Sixto II y sus diáconos, en
Roma; Fructuoso y sus diáconos, en Tarragona; Cipriano, en Cartago, y otros obispos y clérigos, en
África. Menos noticias tenemos acerca de la aplicación del segundo artículo del edicto a los seglares
de superior categoría: entre los mártires de África hallamos citado a un caballero llamado Emiliano,
que pertenecía a esta clase. En cuanto a los cesarianos, carecemos enteramente de noticias; quizá
pertenecían a esta clase de mártires de Roma, Jacinto y Proto, cuyos nombres indican condición
servil; pero fueron condenados al fuego, y no vinculados a la gleba. Tenemos aquí un ejemplo de las
grandes lagunas que hay en la historia de las persecuciones. Conocemos regularmente la de Decio, a
pesar de que no se han conservado los términos del edicto, y en cambio tenemos, ya que no el tenor
oficial de los edictos de Valeriano, sí el resumen circunstanciado que de ellos nos dejaron escritores
de aquel tiempo; vemos, en particular, que raras veces hubo documento legislativo más claro, más
preciso, más imperativo que el senadoconsulto de 258; sabemos que fue enviado a todas las
provincias; pero acerca de la ejecución de dos de sus cláusulas, que debieron causar muchas muertes
e inmensas ruinas, empobrecer a grandes familias cristianas y enriquecer al Fisco a sus expensas,
originar un verdadero trastorno social y provocar acaso ruidosas apostasías, nada o muy poco
sabemos. (Paul Allard; El martirio; Madrid, 1926; págs. 113-115)

9. LA PERSECUCIÓN DE DIOCLECIANO (285-305).

9.1- El Edicto del 301.


El decano de los emperadores, Diocleciano, se mostraba benévolo para con los fieles. Mas
de improviso, por influencia de uno de los césares, de Maximiano Galerio, cambió su ánimo, y el
viento de la persecución comienza a soplar de nuevo. La exclusión de los cristianos del ejército es
presagio de la tormenta que se avecina. Y al fin, en el año 301, aparece un nuevo edicto en el que se
ordena que sean arrasadas las iglesias, que se entreguen a las llamas las Sagradas Escrituras, que los
cristianos constituidos en dignidad pierdan sus honores, que la plebe, si persiste en la religión
cristiana, sea privada de libertad. Este edicto había de ejecutarse en todo el imperio; y se ejecutó de
hecho, con más o menor rigor, según los lugares, en todas las provincias del imperio; así, en
Nicomedia, bajo el pretexto de una conjuración de cristianos, la sangre corrió en abundancia. No
pronunciaba el edicto la pena de muerte; pero se le aplicó a no pocos que, al recibir la intimación de
entregar los ejemplares de los libros sagrados, se negaron a cometer un acto que tenían por
sacrilegio. (Paul Allard; El martirio; Madrid, 1926; págs. 116-117)

9.2- Los Edictos del 303.


En el 303 se promulga un segundo edicto en el que se dispone que todos los jefes de las
iglesias sean puestos en prisiones. En el mismo año se publica un tercer edicto con orden de que los
eclesiásticos presos, si consienten en sacrificar a los dioses, sean puestos en libertad; si no, sean
castigados con crueles suplicios. A consecuencia de este edicto hubo muchos mártires. (Paul Allard;
El martirio; Madrid, 1926; pág. 116)

9.3- El Edicto de 304.


Con todo, los edictos no alcanzaban aún a la masa de la población cristiana, pues hasta ahora
sólo a los eclesiásticos se había intimado a que ofreciesen sacrificios idolátricos. Pero en el año 304
se da un cuarto edicto en el que, de manera general, se manda que “todos, en todas las regiones, en
todas las ciudades, ofrezcan públicamente sacrificios y libaciones a los ídolos”. Son casi los mismo
términos del edicto de Decio. Ahora, como entonces, la persecución alcanza a todas partes. Pero
desde este punto encarnizada, brutal, hiere ciegamente. Los procesos de ahora no son aquellos, tan
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hábiles y minuciosos, de tiempos de Decio, en que para obtener una abjuración se empleaba toda
una estrategia. Ahora es caso de una verdadera guerra de exterminio, en que no se quiere ahorrar
sangre humana. Los perseguidores piensan que el mejor medio de destruir el cristianismo es matar a
los cristianos. La diferencia de proceder corresponde a un cambio de situación. A mediados del
siglo III el perseguidor oficial representaba todavía al imperio, a la mayoría de los ciudadanos; hoy,
paganos y cristianos son, aproximadamente, iguales en número, y en varias provincias del Asia
hasta se inclina la balanza del lado de los segundos; el paganismo no es ya más que un partido en el
poder. (Paul Allard; El martirio; Madrid, 1926; págs. 117-118)

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