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2ºBACHILLERATO

TEMA 3

LOS MOVIMIENTOS DE VANGUARDIA Y EL NOVECENTISMO

El siglo XIX termina con la llamada crisis o desastre del 98, momento en el que España pierde
sus últimas colonias en ultramar. De esta manera, nuestro país queda inmerso en una situación
económica muy negativa y en graves conflictos sociales. El panorama político y social no mejora con la
entrada del siglo XX (estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial). Concretamente, en España
asistimos a la crisis de 1917, el fin de partidos turnantes, el ascenso de una burguesía reformista y el
protagonismo de las fuerzas obreras (ideologías marxistas), que darán lugar a los avatares de la
República y al estallido de la guerra civil. Así, en estos “años tan revueltos y tan fecundos”, según Jorge
Guillén, se suceden y se superponen tres ondas literarias con amplias zonas de coincidencia:
Vanguardismo, Novecentismo y la Generación del 27.

En primer lugar, entendemos por vanguardias el conjunto de movimientos artísticos y literarios


que se desarrollan en Europa y América en las primeras décadas del sigo XX. Constituyen la respuesta a
la crisis espiritual de Occidente, que se concreta en un radical descontento ante el presente y hacia todo
el proceso histórico que ha conducido hasta él. Aunque los distintos movimientos de vanguardia
(futurismo, dadaísmo, expresionismo, cubismo, creacionismo, ultraísmo, surrealismo...) presentan
rasgos específicos, podemos señalar algunos compartidos: primitivismo, antirrealismo, irracionalismo,
vocación minoritaria y afán de experimentación, que se traduce en el empleo de técnicas rompedoras.
Destaca especialmente el surrealismo, corriente que surge en Francia hacia 1924 con la publicación del
Primer manifiesto surrealista firmado por André Breton. En él se propone una liberación integral del
espíritu, rompiendo con las ataduras de la moral y la razón. Se vale de los estudios sobre el
subconsciente de Sigmund Freud y reivindica como motor creativo el mundo irracional y absurdo de los
sueños. Para ello, se emplean nuevas estrategias de creación, como la escritura automática, el uso del
verso libre, las imágenes visionarias... Por otro lado, el futurismo es un movimiento que nace en Italia,
promovido por Marinetti, y se caracteriza por la exaltación de la velocidad, la vida moderna y la
civilización mecánica y técnica. El dadaísmo surge en Zúrich y es liderado por el rumano Tristan Tzara
y el francés Marcel Duchamp, protesta contra el sistema de valores imperante que pretende demoler por
medio de la burla, la provocación o el absurdo.

En la literatura hispánica adquieren especial relevancia dos corrientes poéticas vanguardistas


diferentes entre sí. El creacionismo, movimiento creado en París por el chileno Vicente Huidobro y el
francés Pierre Reverdy, pretende que el poeta se convierta en creador de un arte que, en vez de imitar la
realidad, la suplante: crea la propia realidad en el poema por medio de imágenes originales y nunca
dichas, destaca la obra Altazor. El ultraísmo recoge parte de la influencia dadaísta y futurista. Intenta
aglutinar todas las vanguardias mediante la ruptura del discurso lógico y la introducción de innovaciones
tipográficas. Se renuevan las metáforas, se exalta el mundo moderno y las máquinas, se sustituyen los
signos de puntuación por signos matemáticos, se elimina lo sentimental y personal.

En el panorama literario español, fue pionero Ramón Gómez de la Serna, defensor de las
nuevas tendencias y padre de las greguerías (apuntes muy breves que encierran una metáfora insólita e
ingeniosa). Su vida y su obra son una perpetua ruptura con las convenciones, encarnando el espíritu y la
actitud de las vanguardias. Destacan la revista Prometeo y las tertulias del Café Pombo en Madrid.

Durante estas primeras décadas del siglo XX también nos encontramos con un grupo de
escritores nacidos entorno a 1880, que se agrupan bajo el nombre de novecentismo o generación del
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14, situados entre la generación del 98 y la del 27. Tienen aspectos en común, como por ejemplo el
problema de la regeneración española, sin embargo, se diferencian de los escritores noventayochistas en
lo siguiente: los novecentistas tienen una sólida formación universitaria, preferencia por la cultura
urbana, apertura al mundo exterior (apelan al europeísmo frente al casticismo noventayochista como
solución al problema de España), propuesta constructiva (formulan un programa de actuación con el
objetivo de promover la modernización de la sociedad española, combatiendo el caciquismo, el
militarismo y la excesiva presencia del clero), predominio de la actitud intelectual y objetiva (responden
a la figura del intelectual y participan activamente en la vida política), rechazo de la tradición romántica,
mayor interés en la depuración del lenguaje y alejamiento de la subjetividad, del sentimentalismo y del
tono apasionado de algunos escritores de la generación anterior.

Siendo esto así, el género principal desarrollado en esta época es el ensayo. Entre los ensayistas
debemos destacar a Ortega y Gasset, fundador de la Revista de Occidente y, desde ella, promovió la
difusión de las tendencias filosóficas y científicas más importantes de la época. Entre sus obras se
encuentran La rebelión de las masas (en la que propugna que la sociedad debe estar regida por una
minoría selecta) y La deshumanización del arte (con ideas que influyeron en las vanguardias españolas,
entre las que destacan que el arte debía procurar el placer estético).

Entre los novelistas, debemos señalar a Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró. La obra
narrativa del primero, cercana al ensayo y con constantes digresiones filosóficas, se considera un
ejemplo de novela intelectual, cuyo mejor exponente es Tigre Juan, donde aborda temas universales
como el sentido de la existencia, la soledad, el amor y la confrontación entre el hombre vitalista y el
pensador. La narrativa de Miró constituye el paradigma de la novela descriptiva o formalista con
descripciones minuciosas, llenas de referencias sensoriales. Destacan títulos como Las cerezas del
cementerio o El obispo leproso.

Incluimos en el novecentismo a un gran poeta, Juan Ramón Jiménez, preocupado como los
anteriores por el arte puro, la depuración del lenguaje y el rigor estético (“la obra bien hecha”). En su
trayectoria poética se observa una evolución desde un modernismo inicial hasta nuevas formas cada vez
más personales. La huella de Bécquer y Darío está presente en las primeras obras, época que él mismo
llamo sensitiva y en la que destaca el decadentismo, esteticismo, simbolismo, sonoridad y una atmósfera
de nostalgia y melancolía. Esto lo vemos bien en Arias Tristes. La segunda etapa comienza con la
publicación en 1916 de Diario de un poeta recién casado, libro con el que abandona “los ropajes
modernistas” en busca de una poesía pura, desnuda de artificio, que exprese la realidad profunda y
esencial de las cosas a través de la palabra exacta. Rompe, para ello, con la lírica tradicional, introduce
el verso libre y elimina lo anecdótico para concentrarse en lo conceptual y lo emotivo. La sed de
conocimiento preside esta segunda época, que él llamó “intelectual”. Desarrolla en el exilio la tercera
etapa, llamada “suficiente” o “verdadera”, de tintes espirituales (Animal de fondo). Es una poesía difícil,
abstracta, transida de misticismo, en la que el autor depura al máximo el lenguaje en su búsqueda
incesante de plenitud absoluta y eternidad.

Analizadas las principales características de las vanguardias y el novecentismo, llegamos a la


conclusión de que son movimientos literarios que se superponen e influencian unos a otros. Además,
ejercieron un gran influjo en la generación del 27. Por un lado, Juan Ramón Jiménez, maestro para
muchos de los escritores posteriores, y por otro lado, las vanguardias europeas, fundamentalmente el
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surrealismo en autores como Federico García Lorca (Poeta en Nueva York) y Alberti (Sobre los
ángeles), entre otros.

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