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1.

Mtra. Erika Berenice Valles Oropeza


1. Aspectos generales del lenguaje y la terminología jurídica
1.1. Semántica
1.2. Etimología
1.3. Terminología científica y técnica
1.3.1. Características del término científico y técnico
1.3.2. Procedimiento de formación del léxico técnico-
científico
1.4. Reseña panorámica del lenguaje jurídico
1.5. Problemas del lenguaje jurídico
1.6. Locuciones latinas
1.1. ASPECTOS GENERALES

La palabra lexicología proviene del griego lexicón


y, ésta a su vez de lexis, que significa dirección o
palabra, y de legein, que se traduce como decir,
léxico, así como de logos, que significa estudio o
tratado.
Atendiendo a su origen, la lexicología es el
estudio o tratado de los vocablos en cuanto a su
significado y forma.
1.1. SEMÁNTICA

Semántica es una palabra que deriva del griego


semantikee, que quiere decir significado, y logos, que
significa estudio o tratado.

Por lo tanto, la semántica es una parte de la


lexicología que se ocupa del estudio de los
significados.
1.2. ETIMOLOGÍA

La palabra etimología proviene del griego étimos, que


significa verdadero o real, y de logos, que quiere decir
estudio o tratado.

La etimología también se conoce como


lexicogénesis, debido a que estudia la razón de la
existencia de las palabras mediante su derivación o
composición.
La etimología es una parte de la semántica y es
auxiliar de la lexicología.

La etimología se comprende como el estudio de


la significación verdadera de las palabras
medianteel conocimiento de elementos
estructurales, de sus orígenes y
transformaciones.
1.3. TERMINOLOGÍA CIENTÍFICA Y TÉCNICA

La palabra ciencia proviene del latín scientia, que significa


conocimiento. Este conocimiento necesita ser demostrado
y sustentado para que se considere verdadero y cierto,
para lo cual se vale de técnicas y métodos. El resultado de
la ciencia se entiende como conocimiento científico, el cual
es objetivo, metódico, sistemático, general, falible.

El conocimiento científico puede llegar a ser una teoría o


una ley.
En cuanto a la técnica, es un conjunto de procedimientos,
reglas, normas o protocolos que, para el caso de la ciencia,
sirven para comprender y comprobar su objeto de estudio.

De acuerdo a lo anterior, la ciencia y la técnica no


constituyen un lenguaje común, sino especializado.

De ahí que cada área del saber contenga su propio


lenguaje y sus propios medios de difusión: libros, revistas,
eventos académicos, manuales, instructivos, entre otros.

Por ejemplo, el Derecho tiene su propia terminología


científica y técnica y sus propios medios de difusión.
1.3.1. CARACTERÍSTICAS DEL TÉRMINO CIENTÍFICO Y TÉCNICO

El lenguaje científico y técnico tiene ciertas


características, que son las siguientes:

a) Exactitud.- Se evitan ambigüedades e


interpretaciones en los resultados.
b) Falibilidad.- Los resultados deben estar sujetos a
revisión constante, lo que da lugar a nuevas teorías.

c) Objetividad.- Consiste en explicar la realidad tal

cual es, sin que intervengan apreciaciones o


sentimientos personales, prejuicios, entre otros.
d) Sistematicidad.- El conocimiento debe
organizarse de forma racional y lógica para su
mejor comprensión y estudio.
e) Universalidad.- El conocimiento científico y
técnico no puede ser particular, ya que debe
abarcar una gran extensión de personas y
lugares; traspasar fronteras.
f) Verificabilidad.- El conocimiento está sujeto a su
comprobación, lo cual le da sustento y
justificación científica.
1.3.2. Procedimiento de formación del léxico
TÉCNICO-CIENTÍFICO

Para la formación del lenguaje técnico-científico, existen


varios procedimientos, que son los siguientes:

a) La derivación o composición, se utiliza en el lenguaje


común y sirve también para crear términos en la ciencia y
en la técnica.
b) Prefijos y sufijos, los cuales se ocupan en diversas
ciencias. Algunos ejemplos son: per-, híper-, bi-, etc.
c) Latinismos y grecismos, es decir, palabras latinas y
griegas que son utilizadas en diversas áreas del
conocimiento.

d) Préstamos, que consiste en ocupar palabras de otros


idiomas, ya sea en su forma original o ajenos al propio
idioma.
1.4. RESEÑA PANORÁMICA DEL LENGUAJE JURÍDICO

Desde que el hombre se congregó en grupos, tuvo la


necesidad de comunicarse, así como de acatar ciertas
conductas para la mejor convivencia entre sus integrantes.

Ante el surgimiento de conflictos entre los miembros de los


diversos grupos, fue surgiendo la administración de justicia,
para lo cual se necesitó cierto lenguaje que cada vez se fue
especializando más y más.

De esa forma, cada grupo fue teniendo su propio lenguaje


jurídico y su propio sistema de derecho. El antecedente
más próximo para el derecho mexicano es el derecho
romano, constituyendo su base.

Es importante mencionar que, para la formación del


lenguaje jurídico, también ha sido importante la
contribución doctrinaria, es decir el estudio de personas
que a través del tiempo se han dedicado a investigar el
Derecho, creando obras o teorías.
1.5. PROBLEMAS DEL LENGUAJE JURÍDICO

Actualmente nos encontramos con diversos problemas


del lenguaje jurídico. Uno de ellos consiste en el
desconocimiento o el uso incorrecto del idioma, de
manera que se utilizan las palabras sin saber qué
significan realmente o con errores al momento de
escribir, lo cual provoca falta de entendimiento o
confusión en las ideas.
Se desconocen las reglas ortográficas, la buena
redacción, la sintaxis, la semántica, entre otros
aspectos del idioma español, lo cual ya no es una
deficiencia propia de personas que nunca fueron a la
escuela o que tienen un nivel básico de educación,
sino que ahora también es un asunto que concierne a
quienes cuentan con estudios, e incluso, que acuden
a la universidad.
De manera que nos encontramos con errores al
momento de hablar y al escribir.

Otra situación que contribuye a los problemas del


lenguaje, es la falta de la lectura (temas en general),
debido a que ello empobrece el acervo cultural de las
personas, limitando su forma de comunicación con los
demás.
1.6. LOCUCIONES LATINAS

Las locuciones latinas o latinismos son expresiones


en latín que se utilizan en el idioma español. Al
ocuparse en su forma original, es decir, tal cual se
escriben y pronuncian, también se les conoce como
latinismos crudos.
Algunos ejemplos de latinismos crudos que
comúnmente se utilizan son:
- A priori.- Previo a.
- A posteriori.- Posterior a.
- Capitis diminutio.- Disminución de la capacidad.
- Contra legem.- Contra la ley.
- De cujus.- Causante, difunto, fallecido.
- De facto.- De hecho.
- Erga omnes.- Frente o respecto a todos.
- Ex officio.- De oficio.
- In dubio pro reo.- En caso de duda se resuelve a favor
del reo.
- In fraganti.- En flagrante o en el momento.
- Grosso modo.- Aproximadamente, a grandes rasgos.
- Ipso facto.- Por el hecho mismo.
- Ipso iure.- Por el derecho mismo.
- Jus.- Derecho.
- Lato sensu.- Sentido amplio.
- Lex.- Ley.
- Modus operandi.- Modo de obrar.
- Modus vivendi.- Modo o forma de vida.
- Nullum crimen sine lege.- Ningún crimen sin la ley.

- Nula poena sine lege.- Ninguna pena sin la ley.


- Onus probandi.- Carga de la prueba.
- Persona non grata.- Persona no grata.
- Quorum.- De quienes.
- Status civitatis.- Estado de la ciudad.
- Secundum lege.- Según la ley.
- Vérsus.- Contra.

El uso correcto de las locuciones latinas implica un


conocimiento del latín o al menos conocimientos
generales del mismo, a fin de saber cómo se
escriben, cómo se pronuncian, qué significan y
cuándo deben emplearse.
Es importante mencionar que las locuciones latinas
se utilizan en el idioma español
debido a que gran parte de nuestro idioma proviene
del latín.

Por otra parte, existen antecedentes de las


locuciones latinas o latinismos en ordenamientos
jurídicos como el Corpus Juris Civilis, que se
integraba por el Codex o Código, que abarca leyes
desde los primeros tiempos de
Roma; por el Digesto o Las Pandectas
(digestum -ordenado-), que era un resumen de los
fallos y las consultas más importantes de los
tribunales y jurisconsultos; por las Instituciones o
Instituta, que era un manual de enseñanza del
derecho; y por las Novelas o Novellae Constitutiones,
que fueron leyes nuevas promulgadas por
Justiniano.
2. Semiótica jurídica
2.1. Lenguaje jurídico y realidad
2.2. Presupuestos metodológicos generales del
análisis semiótico como disciplina básica
de la ciencia del derecho
2.3. Presupuestos teórico lingüísticos de la
semiótica retórica
2.4. Poder, Estado y discurso jurídico
2.1. LENGUAJE JURÍDICO Y REALIDAD

El lenguaje se entiende como una capacidad que


tiene el ser humano para poder expresar sus
pensamientos, ideas y sentimientos a través de la
palabra, de signos, de símbolos, entre otros.
La realidad se puede entender como lo que existe. Para
el caso, hay varios tipos de realidades:
a) Realidad factual, que a su vez se divide en: realidad
natural o histórico-social.- Este tipo de realidad se
obtiene de hechos de la naturaleza o de hechos
producto del ser humano, respectivamente.

Por ejemplo, realidades naturales son la lluvia, un


árbol, una montaña, el sol, entre otros, y una
realidad histórico-social es un edificio, un automóvil,
un libro, etcétera.
b) Realidad formal o abstracta.- Se forma por algo que
existe, pero que no es material, como es el caso del
lenguaje, las ideas, los conceptos, la moral, la ética,
entre otros.

El lenguaje es, por lo tanto, esencial para poder


expresar por medio de la palabra, signos o símbolos, la
realidad fáctica (natural o histórico social) o formal
(abstracta).

En el caso del lenguaje jurídico, se trata de expresar


una realidad específica, ya que el Derecho es una parte
de todo el conocimiento.
Existen diferentes posturas doctrinarias que tratan de
explicar el lenguaje jurídico y su realidad. Éstas son las
siguientes:

a) Enfoque metafísico.- Según esta postura, el derecho y lo


que éste comprende pertenece a un espacio
suprasensible. Por ejemplo, el derecho subjetivo, en el
cual el sujeto tiene una voluntad interior que exterioriza
en forma de pacto o promesa.

La base de esta postura es de carácter natural y sus


principales doctrinarios son Samuel
Pufendorf, Hugo Grocio y Francisco de Vittoria.

b) Enfoque naturalista.- Este enfoque parte del concepto


del deber, por lo que el derecho subjetivo se
comprendería no como una voluntad interior del sujeto
sino como un reflejo de dicho deber.

2.2. Presupuestos metodológicos generales del


análisis semiótico como disciplina básica de la
ciencia del derecho

Se refiere a las doctrinas filosóficas que identifican al


derecho con la eficacia normativa, con la fuerza estatal
o con la probabilidad asociada a las decisiones
judiciales.
2.3. PRESUPUESTOS TEÓRICO LINGÜÍSTICOS DE LA SEMIÓTICA RETÓRICA

El derecho es un área del conocimiento que tiene un


lenguaje especial y específico, ya que cuenta con sus
propios tecnicismos y términos, como los latinismos, de
no de fácil comprensión para quienes se encuentran
ajenos a ellos.
Algunos ejemplos de tecnicismos que existen dentro
de la práctica jurídica, los podemos encontrar
cuando elaboramos las posiciones en la prueba
confesional o las preguntas en la prueba testimonial,
en donde se utilizan frases como: “Diga si es cierto
como lo es…” o “Diga si sabe y le consta…”,
respectivamente.
Para la interpretación, la práctica jurídica contempla
dos situaciones que se relacionan con la retórica:
a) La situación de la génesis, que alude a una
retórica de la creación.
b) La situación de una medida codificada, en donde
se utilizan esquemas lingüísticos.
2.4. PODER, ESTADO Y DISCURSO JURÍDICO

Se entiende por poder la capacidad de hacer algo.

Estado, es una organización juríco-política, que


cuenta con una población que se encuentra
asentada en un territorio determinado, ejerciendo
en ambos su poder.

Discurso jurídico, se puede entender como una


estructura lógica que es guiada por el léxico jurídico,
que va dirigido a un público respecto al cual busca
informar, convencer o persuadir.

De esta manera, el Estado al ejercer su poder lleva


consigo un discurso. Para el caso, existen diversos
tipos de discurso jurídico que realiza

realiza el Estado, como es el discurso:

a) Expositivo.- Busca informar o aclarar; se


desarrolla con un lenguaje preciso y carente de
juicios de valor. Se estructura con una
introducción, explicación y conclusión.
b) Argumentativo.- En este tipo de discurso se
busca convencer al público con razones lógicas
importantes que tratan de persuadir. Se
estructura con una introducción, un argumento y
una conclusión.
c) Descriptivo.- En este tipo de discurso no es una
narración sino que relata las características de
hechos sobre un tema, de forma general y
detallada.
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¿QUE ES LA SEMIOTICA JURIDICA?

Sergio Torre. Charl..*

Introducción

La ciencia del derecho se encuentra en crisis. A esta formidable pero Íne M

ludihle conclusión. se arriba al examinar sus fundamentos y estado actual


desde una perspectiva objetiva y crítica. Sin duda alguna, la filosofía jurí-
dica ha jugado un papel decisivo en el proceso conformativo del derecho,
pero a la vez, el subjetivismo imperante en ella, ha contribuido a reforzar el
caos que envuelve desde sus orígenes a las disciplinas que analizan el fenó-
meno jurídico a partir de los diversos niveles cognitivos. ¿Cuál es la natu-
raleza del derecho?, ¿qué es la filosofía jurídica?, ¿existe en realidad una
"ciencia" del derecho?, i,es el derecho un medio de dominación utilizado
por el poder político?; éstas y otras cuestiones que por siglos han sido ma-
teria de múltiples especulaciones, se abordan ahora, desde el punto de vista
de una nueva disciplina que alumbra el vasto territorio del derecho; la se-
miótica jurídica; instrumento que pennite plantear en un plano de rigurosa
cientificidad, el estudio del derecho y la crítica imparcial de 8US institucio-
nes.

l. Concepto de semiótica

Históricamente debemos situar los orígenes de la semiótica o teoría general


de los signos, en la tercera etapa del desarrollo de la doctrina neo positiva,
es decir, en el Círculo de Viena representado por Philipp Frank, Hans

* Profesor de '-IetodologÍa jurídica y Filosofía del derecho en la ücueJa Nacional


de Estudios r:-of('sionalf'~ "Acatlán", UNAM.

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Hahn, Qtto Neurath, Mortiz Shilck y Rudolf Carnap, herederos de la filo-


sofía analítica de Moore y Wittgenstein. Entre los puntos principales de su
programa, el Círculo se pronunció en contra de todas las desviaciones de la
filosofía, propugnando por una filosofía científica, con un lenguaje cientí-
fico que evitara todo pseudo-problema y por una nueva lógica cuyos ante-
cedentes inmediatos precisa buscar en la lógica matemática y en las doctri-
nas de Russell y Whithead. Para el positivismo lógico, la filosofía es una
actividad tendiente a determinar el sentido de los enunciados, a la luz de
un análisis lingüístico verificable empíricamente; es decir, el estudio de la
estructura del lenguaje científico, es la tarea de la filosofía que se convierte
en la meta ciencia ; y dado que la ciencia se reduce a su lenguaje, la filosofía
se transforma, desde tal punto, de vista, en el análisis lógico del lenguaje
científico.
La concepción anterior de la filosofía, se ha ido configurando a lo lar-
go de este siglo, aun cuando en su fundamentación difieren en determina-
dos puntos sus representantes. Dentro de tal perímetro, la semiótica surge
en la etapa configurativa del "Designatum" e intérprete, es decir, al plan-
tearse la cuestión del significado de los enunciados previamente a la de la
verdad de éstos. No obstante que las raíces de la semiótica se remontan a
la obra de Aristóteles denominada De In enunciación, el inventor de la pa-
labra, así como de la división general de la misma, es el norteamericano
Charles Morris, quien al tratar en sus obras Foundations of the theory of
signs y lAnguage and behavior la cuestión antes aludida, proporciona ]a
doctrina más aceptada dentro de la corriente. Morris distingue, entre otros
términos, lo significado (el objeto) y el intérprete. El intérprete es aquel
para el cual es signo una palabra, ello es. tiene sentido, designa algo.
A partir de la distinción de Morris, mediante la semiótica, el proceso
configurativo del positivismo lógico ha continuado su marcha pasando por
las etapas de la verificación empírica de las proposiciones (proposiciones
protocolarias), y la objetividad del conocimiento; la inducción y probabi-
lidad, hasta desembocar en el empirismo tolerante y los problemas clásicos
de la filosofía.
La semiótica puede conceptualizarse, en razón de lo expuesto, como
la teoría general de los signos y su aplicación, especialmente en el lenguaje,
fundamentada en las tres dimensiones del signo que dan su nombre a las
tres ramas de esta disciplina: la pragmática, la semántíro y la sintáctica que
se analizarán a continuación.

2. Los métodos semióticos

Ante todo debemos precisar que el objeto de la semiótica son los signos, y
éstos son de suma importancia para el método científico debido a tres ra-
zones principales: a) la ciencia, como obra social, requiere de la comunica-
ción del conocimiento a través de palabras habladas y escritas que son, en
consecuencia, no tan sólo un accesorio sino un medio esencial de la misma;
b) las palabras facilitan el trabajo de los científicos por ser algo material
susceptible de aprehensión; y c) por último, la mente perfila determinadas
ideas que se hacen más precisas si se comunican a través de las palabras

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como medio de expresión que detennina, en un momento dado, si la inves-


tigación se lleva por buen camino.

2.1. El análisis lingü ístico

La idea principal de la semiótica y que sinre de fundamento a su división,


como ya se ha referido, se enfoca a la tres dimensiones del signo; es decir,
la palabra pertenece a un lenguaje y por tanto, tiene detenninadas relacio-
nes con las demás palabras del mismo lenguaje. A este tipo de relaciones
se le llama relaciones sintácticas. Por otra parte, la misma palabra tiene una
significación, cuya relación con las palabras se conoct: como semántica. Y
por último, las palabras tienen relaciones entre ellas mismas y los hombres
que las emplean, conocidas como pragmática. Las tres relaciones antes
mencionadas, se encuentran vinculadas entre sí, de tal manera que la se-
mántica supone la sintáctica y la pragmática supone la semántica; de esta
forma, una palabra, para que tenga sentido, debe encontrarse en determi-
nadas relaciones con las demás palabras. Dicho caso no se presenta con la
sintáctica, que no supone la relación con los otros dos tipos; y por otra
parte, es posible estudiar la semántica sin estudiar la pragmática.
Por tanto, la palabra es un cuerpo tridimensional geométricamente ha-
blando, pudiendo prescindir de las relaciones sintática y semántica o de la
sintáctica solamente, 10 mismo que en geometría podemos prescindir de la
superficie de un cuerpo o de su forma recta.
En sentido semiótico, la palabra se toma como algo material en oposi-
ción a lo que significa; es decir, como vibraciones acústicas si es palabra
hablada, o como una mancha de tinta seca en el papel si es escrita. Mien-
tras que en el lenguaje corriente por "la misma palabra" como en el prin-
cipio de identidad "Oscar es Oscar H, se entiende que son "dos palabras
con aproximadamentp. la misma forma y significación"l, en semiótica se
habla, por el contrario, de dos palabras de la misma forma, aun cuando se
b'ate de dos diferentes montones de tinta seca puestos en distintos lugares
del papel. Lo que se quiere decir en este caso, es que la estructura gráfica
general de la "misma palabra" es igual, lo cual tiene importancia dado que
en semiótica jamás se necesitará dos veces de una misma palabra en un 801(,
enunciado, y menos en diversos enunciados.
Por otra parte, la elaboración técnica de la semiótica, requiere que se
hable de textos como algo universal que sólo se da en los individuos, en las
palabras entendidas en sentido semiótico. El texto será entonces no una
cosa, sino una propiedad del signo entendido materialmente.

2. 2. El forrTUJlismo

No obstante que ha sido criticado, el formalismo representa un avance in-


conmesurahle en la metodología científica moderna. El operar el lenguaje
en su plano sintáctico únicamente, facilita enormemente la tarea intelec-

1 Hochenski, I.M., Los métodos actuales del pensamumto. Ediciones Rialp. Ma~
drid,1981,p.73.

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tual. Esto es lo que se conoce como fonnalismo, el abstraer la significación


de los signos empleados y considerarlos únicamente en su forma gráfica.
De esta manera, un lenguaje formalizado será el construido de acuerdo con
tales nonnas; para la aplicación del formalismo han de tenerse en cuenta
las siguientes reglas constantes: Regla 1: El lenguaje mismo confonnado
por las regIas sintácticas que se refieren a la forma material de los signos y
no a su significación, y, Regla 2: La interpretación del lenguaje mediante la
ordenación de las significaciones de los signos. Un lenguaje formalizado o
abstracto, es aquel que carece de interpretación; la interpretación es tarea
de la semántica, mientras que la construcción del lenguaje formalizado lo
es de la sintáctica. Para la construcción de un lenguaje formalizado se debe
tener en cuenta: a) las reglas de comprobación de los signos admisibles en
el propio lenguaje y b) las reglas que determinen qué enunciados son co-
rrectos.
Por último, un signo tiene dos sentidos: será eidético cuando se cono-
ce su correlato semántico dentro del sistema, y operacional cuando se co-
noce únicamente cómo debe ser empleado, si se tiene certeza de las reglas
sintácticas que valen para él.

2. 3. Funciones y grados semánticos


Por funciones semánticas debe entenderse la significación del signo como
algo objetivo, es decir, la función objetiva del mismo en contraposición
a la expresión subjetiva del sujeto que lo causa o funci6n subjetiva. Co-
múnmente. un signo usado en un lenguaje humano normal, tiene ambas
funciones; significa algo objetivo al mismo tiempo que el sujeto piensa el
mismo contenido significado; los factores subjetivos implican pensamien-
tos, sentimientos, etc.; en el terreno científico únicamente la primera fun-
ción es importante, dado que significa lo objetivo del objeto cognoscible.
En cuanto a la función objetiva, debemos distinguir entre la signzfi-
cación y la designación; "designata" corresponde a la extensión del con-
cepto objetivo, y "significata'" a su contenido. En cuanto a los grados se-
mánticos, consisten en los niveles del lenguaje, es decir, en la distinción
entre el lenguaje de las cosas o lengUJlje objeto, y el lenguaje del lenguaje
o metalenguaje del primero; esta teoría, considera que en cuanto a los
metalenguajes se puede proceder indefinidamente constituyendo el lengua-
je de n ..• grados que se estructura de tal fonna que al menos uno de sus
signos es elemental de un grado n-1 pero no de un grado n ... simplemente,
o de un 1 superior. Lo anterior conduce a establecer que toda proposición
en la que se habla de la misma carece de sentido, puesto que pertenece a
dos grados semánticos en forma simultánea, al lenguaje objeto y al meta-
lenguaje, lo cual no es admisible.
Los grados semánticos se aplican en el sentido de que todo lo que se
diga de una determinada ciencia no es posible decirlo con el mismo len-
guaje que ésta emplea, sino por medio del metalenguaje llamado también,
en este caso, metaciencia 2 •

2 Cfr. Garrido .. Manuel, Lógica simbólica. Editorial Tecnos~ Madrid. 1978, pp. 308
Y".
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3. La semiótica jurídica

Hacia mediados de la década de Jos cuarenta, fue publicado un estudio en


la revista Philosophy of Science 3, que planteó por primera vez la posibili-
dad de concebir al derecho y a la filosofía jurídica, en fonna análoga al
proyecto ncopositivista sostenido a partir del Círculo de Viena. El trabajo
referido, que lleva el ~ignificativo título de ''Outline of a Lou;ical Analisis
oí Law", esboza lo que podría perfectamente servir de introducción a la
problemática y métodos de la semiótica jurídica, no obstante que su autor.
Félix Oppenheim, demuestra la indudable influencia que sobre él ejerció
Carnap, y por tanto, la exagerada pretensión de reducir la filosofía al aná-
lisis lógico del lenguaje científico.
Aunque un análisis lógico del derecho es una cosa totalmente distinta
de la filosofía jurídica, aquél constituye una de sus principales vías de
acceso y resulta ser afluente invariable de sus problemas fundamentales.
Dado que el lenguaje es un signo sensible, y que corresponde a la natura-
leza del hombre ir de lo sensible a lo inteligible, la semiótica del derecho,
que es efectivamente el análisis lógico del lenguaje jurídico, Hconstituye
una excelente propedéutica a la filosofía del derecho "4, pues parte, en
efecto, de lo que hay de sensible en éste, para conducir hasta los límites
de los análisis lógicos de su lenguaje, más allá de los cuales no se extienden
solamente las ciencias jurídicas, sino también la filosofía.

3. 1. GImes de lenguaje

Cuando un sujeto realiza un diálogo con otro obteniendo una respuesta, se


establece un proceso de la comunicación que requiere un sistema organiza-
do de signos sensibles destinados a significar los pensamientos y las emo-
dones. Aun cuando este proceso se refiere a la comunicación hablada, tam-
bién se puede verificar por otros medios distintos pero perceptihles; al
conjunto de los signos sensibles habitualmente auditivos o visuales que in-
tervienen en la comunicación, se le conoce como lenguaje, y a los signos
que le componen palabras o expresiones, según el sentido gramatical o
semiótico de los mismos.
Los signos pueden ser instrumentales cuando poseen su significación
propia que es indispensable captar en primer lugar y que remiten a una
segunda. o formales, cuando están dotados de una sola significación. Desde
el punto de vista del carácter de los signos que componen un lenguaje, se
puede hablar de lenguajes simbólicos y no simb6licosj los primeros pueden
ser puramente simbólicos Como el de los circuitos electrónicos, o mixtos
o semisimbólicos, como el lenguaje del profesor que enseña los circuitos
electrónicos de un sistema de informática. El lenguaje no simbólico o natu-
ral, remite a la idea del lenguaje corriente que no incluye expresiones sim-

3 Oppenheim, Felix E., Outline& 01 a Logical Analym 01 Law. En "Philo80phy of


Scien,e". No.n, 1944, pp. 142-160.
4 Kalinowsky, Jerzy, Introducción a h lógico jurídico. EUDEBA. Buenos Aires.
1973. pp. 36-37.

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bólicas. Al respecto, puede afirmarse que cuanto más explícitas son las
convenciones lingüísticas, más acentuado es el carácter artificial que el co-
rriente o natural, debido a los tecnicismos que emplea, y el simbólico lo
es más que el no simbólico. Desde el punto de vista lógico del lenguaje,
éste puede ser lenguaje objeto o metalenguaje según se ha expuesto con
anterioridad. El primero es el lenguaje investigado por las ciencias; el se-
gundo, es aquél en el cual se desenvuelve la investigación. Un ejemplo de
estos dos tipos de lenguaje sería: en la gramática inglesa para lectores de
habla castellana, el lenguaje objeto sería el inglés y el metalenguaje el cas-
tellano.
Desde el punto de vista del análisis del discurso, es decir, del estudio
lingüístico de los lenguajes particular de cada ciencia, se pueden considerar
diversas clases entre las cuales median relaciones de inclusión; aSÍ, por
ejemplo, el lenguaje jurídico es una subclase del lenguaje del derecho, que
a la vez es subclase del lenguaje normativo, subclase del prescriptivo. 10
anterior, se comprenderá con mayor claridad al efectuar a continuación el
estudio particular de cada clase.

3. 2. Elleng....je prescriptivo

En todo idioma, existen expresiones que se utilizan de ordinano para guiar


la conducta humana propia o ajena, mediante normas y principios que per-
miten criticar las acciones, juzgar, recomendar, ordenar, o simplemente
aconsejar determinado comportamientoS.A este conjunto de expresiones,
se le puede denominar lenguaje prescriptivo, y a las que le componen, im-
perativos, normas y expresiones valorativas según ordenen, regulen o aprue-
hen o desaprueben una acción determinada.
Los imperativos son empleados comúnmente para mandar o dar órde-
nes; esto es, cuando una persona expresa el deseo de que otra se conduzca
en determinada manera, o efectúe determinado comportamiento ''no tan
sólo como una mera sugerencia o información interesante "6, se vale de la
rJgUr8 lingüística llamada ''imperativo''. Por ejemplo, la expresión ¡dame
el dinero!, que puede ser dirigida por una autoridad a un subordinado. o
por un maleante a su víctima; o, también, por un amigo 8 otro, en cuyo
caso el imperativo suele suavizarse para evitar ser descortés o grosero, co-
mo en los siguientes casos: ¡dame el dinero, por favor!; ¡dame el dinero
si eres tan amahle!; ¿me das dinero?; o ¡dame el dinero! ¿Quieres? Inclusi-
ve, el imperativo en cuestión puede ser sustituido por otra expresión como:
¿Quisieras proporcionarme efectivo?
Por lo que hace a las normas, éstas son expresiones que regulan la con~
ducta del agente, sobre la base de palabras tales como "deber", "poder'\
"estar ohligado a", "el1'tar permitido ", "estar prohibido", etc., y que pue-
..ten obedecer a principios de distinta Índole como jurídicos, morales, re-
ligiosos o castrenses. Por ejemplo, la norma jurídica que diRponc: "El com~

s Cfr. Hierro, José S...P. ProblemiU del aruíli.tü del lenguaje moral. Editorial Tec.
DOI, Madrid,1970, pp. 47 Y...
6 Hart,ILLA •• EI concepto de derecho. Editora Nacional. México. 1978. p. 23.

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prador debe cumplir todo aquello a que se haya obligado y especialmente a


pagar el precio de la cosa en el tiempo, lugar y forma convenidos. H Es con-
veniente distinguir aquí 108 imperativos que expresan órdenes o mandatos,
de las normas propiamente dichas; la distinción se basa fundamentalmente
en la función que cumplen ambas expresiones, así como en la noción de
autoridad y en la sanción que en algunos casos se presenta 7 • Respecto a la
función, podemos referirnos al hecho de que los imperativos expresados
por órdenes, no tienden a una regulación de la conducta como es el caso de
las normas que emplean 108 términos ya señalados para su construcción lin-
güística, sino a hacer cumplir básicamente el deseo del primer agente o
mandante. Por lo que se refiere a la autoridad, para que exista una norma,
es menester la existencia previa de una autoridad facultada para dar deter·
minadas reglas de comportamiento en un ámbito espacial detenninado;
mientras que los mandatos u órdenes no requieren tal elemento para su
formulación. Por último, en cuanto a la sanción que en algunas normas se
presenta, no es característica de los mandatos, sino que éstos, lo más que
podrán contener, será una amenaza que les respalde, cuyo objetivo prima-
rio no será el de controlar una determinada clase de individuos, sino en
todo caso, el de infundir temor y respeto o subordinación en los sujetos
pasivos.
Las expresiones valorativas, son aquellas que expresan que las cualida-
des de quien se predican, sean una persona, cosa o acción, "satisface o no
las exigencias de alguien, y que por razón de este hecho y en ciertas condi-
ciones, se producirán sentimientos de aprobación o desaprobación "8. Di-
chas expresiones se manifiestan con palabras como "bueno", "malo", "jus-
to" o "injusto", etc., no obstante existen términos no fácilmente suscepti-
bles de incluirse como prescripciones, es el caso de palabras tales como
"bello", "bonito", "útil", y otros.

3_ 3. Ellengunje normativo

El análisis de las expresiones normativas, permite definir otra clase lingüís-


tica especial, cuyos elementos constitutivos son precisamente las normas.
Esta clase, a la que denominaremos lengunje normativo, presenta una rela-
ción de inclusión respecto del lenguaje prescriptivo tomando en considera-
ción que los elementos que le integran, se encuentran contenidos en éste
último, que cumple la función de clase universal para el presente caso. De
lo anterior, se puede concluir que el lenguaje normativo pertenece al len-
guaje prescriptivo por cuanto este último incluye diversas expresiones,
entre las cuales se encuentran las normas. Esto permite afirmar que toda
norma es una prescripción, pero no que toda prescripción puede ser tanto
una norma como un mandato u orden o una expresión valorativa. Asimis-
mo, que existen normas que son prescripciones dada )a naturaleza de su
contenido y función, pero que es preciso determinar el sentido restringido

7 Cfr. Bochensky, J.M., ¿<.!ue es autoridad? Editorial Herder, Barcelona, 1979,


pp. 60 y ss.
8 Cfr. Hierro, José S... P. Loe. cit~

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de la prescripción como naturaleza normativa y la prescripción como cate-


goría lingüística especial, puesto que en una se atiende a su aspecto funcio-
nal, y en la otra al lenguaje a que pertenece.
El análisis discursivo nos lleva a determinar que el lenguaje prcRcripti-
vo es una categoría universal lingüística que incluye normas, mandatos y
valoraciones; el lenguaje normativo únicamente incluye los diversos tipos
de normas. En ambos casos, la función concreta de tales lenguajes será
prescribir las acciones humanas, en un sentido amplio en el primer caso, y
en un marco normativo en el segundo. Sin embargo, cuando la categoría
particular, en este caso e1lenguaje normativo, se aplica directamente a un
solo sector de las acciones, se transforma según el ámbito de conducta en
que se aplique sin dejar de ser prescriptivo. Es decir, si las prescripciones
que integran el lenguaje normativo se utilizan para regir la conducta del
individuo en un orden social determinado, estaremos en presencia del len-
guaje del derecho cuyos elementos constitutivos son las normas jurídicas
de naturaleza prescriptiva especial. Lo mismo ocurre en el caso del lenguaje
de la moral, tomando en consideración la esencia de las prescripciones y el
ámbito de aplicación de las mismas.
Respecto a los tipos de normas que conforman el lenguaje normativo,
se pueden clasificar en básicos e intermedios 9 _ El primero se compone de
tres grupos de normas que son las prescripciones, las directrices y las reglns.
El segundo. se integra por 108 principios morales, las reglas ideales y los
convencionalismos locitJles. Cabe sefialar que el criterio de clasificación
obedece a la distinta naturaleza de las normas en cuestión, mientras que en
el caso de los tipos básicos es evidente la naturaleza funcional de ordenar,
dirigir o regular las acciones, en el de los tipos intermedios, la naturaleza de
las normas presenta afinidades con más de uno de los grupos pertenecien-
tes a los tipos básicos; de esta manera, los principios morales poseen carac-
terísticas de prrscripciones por cuanto pueden ser mandamientos de una
autoridad divina, o pueden considerarse tambi~n directrices formuladas
para alcanzar la santidad. Lo miRmo puedc decirse de las reglas ideales que
mantienen nna posición intF!rmedia entre las directrices y las reglas, así
como de los convencionalismos sociales, que s~ asemejan a las r~glas por
cuanto determinan ciertos patrones de conducta, y a las prescripciones que
ordenan a Jos miembros de una comunidad que se ajusten a los mismos.

3. 4. El lenguaje del derecho.

Si clasificamo~ d lenguaje jurídico desde el punto d~ vista lógico nos en-


contramos con que el mismo puede dividirse en lengUIJje del derecho pro-
piamente dicho, y lenguajp de 101 juristas, clasificación que permite el desa-
lTolIo inmediato de la semiótica jurídica y cuyo precursor, Oppenheim,
no realizó 10. EllengUlJje del derecho es aquél mediante el cual el legislador
enuncia la norma jurídica, y como todo lenguaje, posee su propio vocabu-

9 Tomamos la idea general de Von Wright. G. Henrik. Norma yacción, Una inve6-
tWaci6n 16ttica. Editorial Tecno8. Madrid. 1970, pp. 2] Y 88.
10 KalinoW1lky. Op. eit .. p. 39.

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lario que semióticamente se conforma por expresiones definidas e indefini-


das, divididas en cuantificadores, como '"todos 108 ciudadanos "; functores,
corno "deLe hacer" o "dehe no hacer"; y nombres corno "el juez", "el
apdante ", {~tc. El lenguaje de los juristas, es aquél que emplean todos los
que hablan del derecho, y, en términos más restringuidos, los juristas teóri-
cos y prácticos al referirse a las disposieioncs normativas que constituyen
el lenguaje del derecho. Ambos lenguajc~8 difieren en su función práctica y
en el e()nt(~nido de sus expresiones, siendo más variado el vocabulario dd
~cgundo. 19ualrncnte las reglas de sintaxis no son iguales, dado que las del
ll!Oguajc <id derecho permiten la construcción de expresiones que signifi-
qut~n normas o expresiones sinónimas de aquellas, mientras que las reglas
sintácticas del lenguaje de los juristas permiten la construcción de proposi-
(~i()nes teóricas que no constituy(m normas jurídicas; además, el lenguaje
del derecho que emplea como autor el legislador, enuncia normas y no las
8llpOo(~ existentes como eS el caso de los juristas que hablan de ellas. Por lo
demás, no será necesario repetir, con respecto al It~nguaje de los juristas,
todo lo que se expondrá accrca del lenguaje del derecho y que vale mutatis
mutandis, para los dos lenguajes 11.
Las expresiones dd vocabulario del derecho, provienen tanto dcllen-
guaje común, como del científico o del técnico; el legislador no las define
todas, sino que las deja a menudo con el sentido que poseen en el lenguaje
de donde las toma. Muchas expresiones son sin embargo definidas por el le-
gislador, explícitamente, mediante definiciones reguladoras, o, en ocasio-
nes, por "cuasi-postulados~' en los qUt~ la significación de la expresión dada
dl~be inducir8(~ del sentido general de las proposicioncs que la contienen 12.
En el primer caso, así como en aquél en que el legislador supone que la ex-
presión se encuentra suficientemente definida en el knguaje que la propor·
ciona, el intérprete del derecho, tiene a menudo que cumplir la ardua e im-
portante tarea de busc:ar la significación de que se trata.
Entre las (~xpresiones del lenguaje del derecho euyo sentido eH presu-
puesto por el legislador, se encuentran los functares proposicionales norma-
tivos " ... debf! hacer ... ", .'... debc no hacer ... ", " ... puede hac:cr... ",
" •.. puede no hacer ... '~, « . . • no pued(: hacer ... " y"... no put~de no ha-
cer ... ". Dichos functores (elementos que designan a toda exprf!sión lógica,
cuyo papel consiste en crear las proposiciones normativas y 8US funciones
correspondientes) pueden emplearse en cualquier persona del singular o
plural, o revestir forma impersonal de modo que cualquier exprf!sión que
tenga el mismú sentido en el lenguaje jurídico, puede ser sustituida por el
functor normativo que corresponda.
Una de las características más importantes del lenguaje del derf!cho lo
constituye. como ya quedó apuntado, su preseriptividad, en el sentido de
pertenencia al sistema prescrjptivo analizado con antelación. Esta caracte-
rística resulta escncial si considf!ramos qUf! la norma jurídica tiene como
objeto regular la conducta humana en un orden sorjal determinarlo; sin
embargo, es posihle que una norma earc...:ca Ik la estructura neceHaria para

11 lbid.
12 lbid., p. 48.

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ser considerada jurídica, según lo entiende la filosofía del derecho, en cuyo


caso deberemos ubicarnos en el plano lingüístico práctico y atender a su
significación, pues mientras un órgano legislativo genuino la expida en un
estado de derecho, la norma puede enunciarse, como a menudo sucede, de
diversas formas y modos que a decir de Ray " ... constituyen la manifesta-
ción del estado de un derecho que ha alcanzado un determinado momento
en su evolución ..• "13. Por tanto, y aun cuando las norma se enuncie o tor-
mule de diversas maneras, esto no altera en lo más mínimo su carácter jurí-
dico siempre que se atienda a su función prescriptiva orientada a regular la
conducta en el contexto social.

3.5. Propiedades semióticas del derecho

Los estudios semióticos de que puede ser objeto el derecho, se orientarán


en las tres dimensiones del signo ya conocidas: pragmática, semántica y
sintáctica, pues aunque el derecho no es un lenguaje, si posee uno propio,
y por ello, presenta las propiedades que permiten un análisis mediante el
cual se trata de determinar las cualidades del derecho que se manifiestan a
través de las relaciones que existen entre sus expresiones y quienes las
enuncian; luego, las que se establecen entre las expresiones del derecho y
los pensamientos significados, o cosas, o estados de cosas designadas, y,
por último, las que unen las expresiones del derecho entre sí.

a) Propiedades pragmáticas del derecho.


Al tocar el punto referente a las relaciones que existen entre las expre-
siones del derecho y quienes las enuncian, desembocamos de lleno en el te-
rreno donde termina la lógica y principia la filosofía jurídica 14 , pues de
inmediato se plantea la cuestión de determinar quién es el legislador que,
como ya dijimos, habla del lenguaje del derecho. Queda fuera de toda qis·
cusión, el hecho de que la respuesta que se dé a la interrogante formulada,
dependerá de la "toma de posición" del sujeto que deba dilucidar esta
cuestión; aSÍ, la opinión de un partidario del derecho natural, diferirá radi-
calmente de la de un positivista y, la primera, tendrá aún un sentido dife-
rente según sea la de un racionalista o la de un teísta en su caso. Desde tal
perspectiva, podrá estimarse que existen dos legisladores: Dios y el hom-
bre; pero si en el afán de prescindir de consideraciones metafísicas sola-
mente concedemos tal categoría al segundo de los mencionados, nos en-
contraremos con que tampoco será posible deshacerse de la filosofía jurí-
dica al enfrentar el problema de determinar si existe un solo derecho que
emana del poder político, o si existen varios derechos producto de la reali-
dad internacional, situación que conlleva a la dicotomía del monismo y
pluralismo en la filosofía jurídica, y a afirmar, que incluso la semiótica, de-
semboca por la fuerza de las cosas en consideraciones de orden metafísico.
El análisis de la cuestión que ahora nos ocupa, conduce a distinguir
ante todo, dos propiedades pragmáticas dcllenguaje del derecho: la prime-

13 Citado por I\alinowsky. Op. cit., p. 50.


14 Kalinowsky. Op_ cit., pp. 51-54.

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ra, es la de ser un derecho positivo, o en la terminología de Oppenheim, la


de ser un derecho oficial; y la segunda, la de ser un derecho intuitivo, es
decir, un derecho no reconocido por el ordenamiento positivo, pero regis-
trado en la conciencia comunitaria de las sociedades políticas nacionales e
internacionales. En este punto, diferimos de la opinión de Oppenheim,
quien sólo reconoce dos propiedades pragmáticas de las expresiones jurídi-
cas: ser oficiales o no oficiales, y emanar de un órgano competente o in-
competente. En primer término, no cabe hablar de expresiones oficiales y
no oficiales si previamente no se establece la existencia de dos diferentes
ámbitos de validez del derecho; es decir, en un ordenamiento jurídico po-
sitivo, sólo valdrán las expresiones jurídicas reconocidas por el poder polí-
tico en los textos legales, por lo que todo derecho será forzosamente ofi·
cial, aun cuando exista otro sector del derecho, en el cual tengan cabida
expresiones que, por la fuerza de la costumbre, y por la opinión generali-
zada de los individuos, tenga el carácter de "derecho no legislado ". Lo
anterior vale también para el caso del órgano que enuncia las expresiones
jurídicas, pues en un ordenamiento positivo, sólo el poder legislativo en
estricto derecho, es competente para enunciar las normas sin qu~ se pueda
estimar que la fuerza de la costumbre y la observancia necesaria de la mis·
ma, implique un acto legislativo, sino sólo el reconocimiento de normas no
positivas que la comunidad acepta como convenientes para mantener la
cohesión social. De lo expuesto, podemos deducir además otras dos propie-
dades pragmáticas del lenguaje del derecho: la de ser escrito, o la de ser
consuetudinario, es decir, plasmado en Jos textos legales en forma de le-
yes, o en precedentes que serán reconocidos por el Estado como obligato-
rios. Todo el problema de las fuentes del derecho, y de las especies que
distingue, la división que utiliza como criterio la persona del autor del de-
recho, y el modo de promulgación, se refleja en las propiedades pragmáti-
cas del lenguaje del derecho.
Por otra parte, el estudio de las relaciones existentes entre las expre-
siones del lenguaje del derecho. se puede ex tender a aquellos sujetos a
quienes van dirigidas, y desde tal punto de vista, el derecho se presenta, se-
gún Kalinowsk y 15, como conocido e ignorado, sin que obste el principio
de que " .•. la ignorancia de la ley no excusa su cumplimiento •.. ", pues
esto no impide estudiar el conocimiento real del derecho.
Así pues, muchos de los problemas de psicología y de sociología del
derecho, como también de la filosofía jurídica, se pueden ver y estudiar a
través de las propiedades pragmáticas del derecho, que arrojan una nueva
luz sobre antiguos aspectos y revelan facetas del derecho ignoradas o desa-
tendidas hasta ahora.

b) Propiedades semánticas del derecho


Cuando el legislador expide una norma jurídica, comunica algo con-
creto a los sujetos a quienes se dirigc aquella a travp.s de lo que la misma
Bignifica. Esta propiedad de las normas, (!ntendida como la relación que
media entre las palahras y su significado, constituye la función semántica

~:; Loe. cit.

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del lenguaje del derecho. Oppenheim habla de dos propiedades oe las ex-
presiones jurídicas, que son la de significar un imperativo, y la de significar
un juicio descriptivo 16, Y según Kalinowsky 17, la primera corresponde al
lenguaje del derecho, y la segunda al de los juristas, dado que la significa-
ción de un imperativo pertenece a las proposiciones que significan normas
jurídicas, y la que significa un juicio descriptivo, caracteriza a las proposi-
ciones del lenguaje de los juristas.
Estimamos incorrecta la apreciación de los autores citados, toda vez
que observaremos más adelante, la significación de un imperativo en el
caso de las TIonnas, es inadmisible pucsto que dicha característica pertene-
ce al campo de fonnulación de una nonna y no a la función concreta de la
misma, es decir, a que la norma se enuncie para que algo sea, pueda o tenga
que ser hecho, o que se enuncie para alcanzar un fin determinado registran-
do los medios para conscguirlo, o, por último, si la norma es cnunciada
para adecuar las acciones a ciertos patrones de conducta. Una norma puede
significar entonces, o uría prescripción, o una directriz, o bien una regla se-
gún hemos visto, casos muy distÍntos de las órdenes o mandatos que difie-
ren en cuanto a su naturaleza y función con relación a las normas. Sin em-
bargo, coincidimos con Kalinowsky en el sentido de que la proposición
nonnativa es el signo lingüístico habitual de la norma, y agregaríamos que
dicha proposición, puede formularse de modo imperativo, determinativo o
descriptivo, o bien, como una norma bímodal (Vgr. el artículo 21 del Có-
digo Civil), o multimodal (Vgr. el artículo 201 del Código Penal), ya sea
que reúna dos o más de las características anteriores, delimitando las accio-
nes regladas, ordenándolas, permitiéndolas o prohibiéndolas.
Por otra parte, y (~on referencia al lenguaje de los juristas, puede ha-
blarse de dos propiedades semánticas que son: la de significar un juicio
descriptivo, y la de significar un juicio estimativo, según se trate del jurista
propiamente dicho, que determina el sentido de las normas, o del órgano
del Estado encargado de aplicar dichas normas valorando las acciones con-
forme a la ley.

e) Propiedades sintácticas dellenguajc del derecho.


Dcsde el punto de vista sintáctico, podemos considerar en primera ins-
tancia dentro del tipo de relaciones entre Jos elementos de las expresiones
jurídicas, a aquellas proposiciom~s que significan normas de derecho en re-
lación con las que no lo son. Una expresión normativa que tip.,Jle la estruc-
tura sintáctica de una proposición en el sentido gramatical de] término,
admite la distinción entre el enunciado, que se denomina proposición nor-
mativa o proposición deóntica; el juicio normativo que el enunciado signi-
fica; y por último. el enunciado que designa y que constituye la relación
entre el agente normativo y la acción 18. Por ejemplo, consideremos ]a nor-
ma contenida en el artículo 304 del Código Civil, que dice: "L08 hijos

16 Citado por Kalinowsky" Loc. cit.


17 Ibid.
18 Kalinowsky. Lógica del discurso normativo. Editorial Tecnas, Madrid, 1975,
p.21.

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están obligados a dar alimentos a los padres. A falta o por imposibilidad de


los hijos, lo están los descendientes más próximos en grado." Segun lo ex-
puesto, deberemos distinguir: a) la proposición deóntica "108 hijos, y en su
imposibilidad, los descendientes más próximos en grado, están obligados a
dar alimentos a los padres H; b) el juicio normativo que el enunciado signi-
fica, o sea, en el presente caso una norma imperativa -que ordena una ac-
ción detcrminada- y, por último, la relación entre el agente normativo y
la acción, 0, e) el enunciado que designa: "deber de 108 hijos y descendien-
tes, de ministrar alimentos a los padres". Aunque como ya expusimos, solo
una categoría es la forma lingüística propia de las normas, y tal categoría
es precisamente la de aquellas expresiones que se construyen a través de 108
verbos Hpoder" o "deber '~, que constituyen las proposiciones normativas
o deónticas propiamente dichas, de Jo cual se concluye que "toda norma
por ser norma~ puede ser significada por ella "19; esto no obsta para que
proposiciones imperativas, descriptivas o determinativas, bimodales o mui-
tImodales, no puedan ser consideradas nonnas, ya que aun cuando no ten-
gan la estructura sintáctica de una proposición normativa, para ser conside-
rada norma, no debe tomarse en cuenta únicamente su corrección sintácti-
ca, sino sobre todo, la nonna que ella significa.

4. Crítica del derecho y su filosofía a partir de los


análisis semióticos

Al referirnos a la semiótica jurídica, hemos puntualizado que en estricto


sentido t los análisis semióticos son algo totahnente diferente de la filoso-
fía; sin embargo, desembocan directamente en 108 problemas fundamenta-
les de esta, y proporcionan un nuevo enfoque de 108 mismos. Pero la sp-
miótica jurídica no llega solamente al punto en el cual se ponen a descu-
bierto 108 fenómenos jurídicos que tradicionalmente han sido objeto de
especulaciones filosóficas, sino que constituy(~ un eficaz instrumento para
la crítica del derecho y de las soluciones dogmáticas que hasta ahora ha
proporcionado la filosofía y que obstaculizan tanto la integración total de
la ciencia jurídica, como la comprensión de su problemática.
Ante todo, la semiótica plantea la necesidad de distinguir claramente
entre filosofía y ciencia jurídica. Entre ambas disciplinas, ha mediado un
fenómeno de transición que pocos investigadores distinguen. En efecto, en
la veintena comprendida entre los años 1870 y 1890, la fiJosofía determi-
nó la fonnacÍón de la teoría general del derecho como un conjunto de co-
nocimientos fundamentales que integran la estructura esencial de todo
ordenamiento jurídico. Sin embargo, la aclaración de los presupuestos
lógicos, así como la solución de los problemas de regulación de la vida so-
cial y de la conflictiva que en ella se suscita, quedó reservada a disciplinas
específicas que dentro de la progresión de la filosofía jurídica, fueron ad-
quiriendo autonomía como en su momento aquella la adquirió respeeto de
la filosofía general. \1étodos de investigación independientes del contorno
especulativo propio de la filosofía, determinaron la configuración de cien-

19 [bid., p. 22.

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cías derivadas directamente de la teoría general del derecho. Este fenóme-


no de desligamiento, concluyó Con la aparición de la "Reine Rechtslehre"
de Hans Kelsen, con la cual se definieron finalmente~ los alcances de la fi-
losofía jurídica y de la ciencia del derecho, y se efectuó la distinción de
esta última con las demás disciplinas científicas. Los trabajos de Hans Kel-
sen, además de constituir el más grande avance científico jurídico que se
haya alcanzado. han pennitido la resolución de tres problemas recurrentes:
uno, referente a la estructuracion de la ciencia jurídica como conjunto de
disciplinas qlJC analizan el fenómeno jurídico desde diversas perspectivas,
es decir, la ciencia entendida en amplio sentido; otro, tocante a la defini-
ción de la ciencia jurfdica en estricto sentido, como aquella que tiene su
objeto único de conocimiento en el derecho positivo, eliminando cualquier
elemento extraño al mismo 20; Y por último, el relacionado con la delimita-
ción de los respectivos campos de conocimiento de la filosofía y la ciencia
jurídica.
No obstante lo anterior, aún en nuestros días, existe una gran confu-
sión respecto a la naturaleza de la ciencia del derecho. Para algunos auto-
res, no es posible hablar de una ciencia jurídica autónoma en virtud de que
toda actividad teórica frente al fenómeno específico, queda subsumida en
la filosofía; para otros, la única ciencia posible es aquella que se ocupa del
derecho positivo, sin tomar en consideración que, como el propio Kelsen
lo admite 21, la misma, o sea la jurisprudencia, no es sino un subconjunto
del universo científico jurídico.
Las consideraciones anteriores, nos han llevado a concluir que la filo-
sofía y la ciencia se encuentran estratificadas de manera que los niveles
resultantes, determinan los respectivos campos de aplicación cognoscitiva
de cada disciplina, es decir, los ámbitos de estudio se encuentran jerarqui-
zados partiendo de un nivel superior de especulación, ocupado por la filo-
sofía general, hasta llegar al nivel de realidad perceptible en que opera el
conocimiento.

4. l. Naturaleza de la norma jurídica

Si analizamos detenidamente los diversos criterios filosóficos que preten-


den detenninar la naturaleza de las nonnas jurídicas, nos encontramos
con que ésta se hace depender de las inclinaciones particulares del investi-
gador frente a las diversas corrientes doctrinarias. La esencia normativa
variará, por tanto, del criterio de un jurista partidario del positivismo, al
de aque1 que se allegue a la doctrina del derecho como orden justo y moral.
Cualquiera que sea la ideología filosófica aplicable a la naturaleza de la
nonna jurídica, su determinación en forma absoluta en el universo filosó-
fico estaría comprometida. Unicamente la ciencia del derecho desprovista

20 Cfr. Kelsen. Hans, Teoría puro del derecho. UNAM, México. 1982. Traducción
de RobertoJ .. Vemengo,p.14.
21 Cfr. Kelsen. Teoría pura del derecho. EUDEBA, Buenos Aires, 1960. Traduc·
ción de Moisés Nilve, pp. 14-15 y Teoría generol del derecho y del Estado. UNAM,
México. 1969. Traducción de E. Carcía Máynes, pp. 4 Y ss.

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de elementos subjetivos y extrajurídicos, nos acercaría más a la naturaleza


de las normas de derecho; así podríamos considerar las afirmaciones filo-
sóficas en el sentido de que toda norma tiene como estructura lógico-for-
mal, la de un juicio de valor en modo imperativo, que atribuye a un su-
puesto cierta consecuencia como sostiene Preciado Hernández 22 • Un aná-
lisis lógico riguroso, nos pennite advertir que la norma no es un juicio en
primera instancia, puesto que el legislador no afirma ni niega nada como
tampoco atribuye cualidades a las prescripciones que expide, sino que úni-
ca y exclusivamente establece el control social mediante enunciados de un
lenguaje especial que actualiza la norma. Por otra parte, es inexacto afir-
mar que la nonna se formula en modo imperativo, pues los imperativos
son la forma típica de los mandatos y órdenes según hemos visto, y dicha
forma lingüística, no es sino una de las diversas maneras en que )a norma
puede formularse con un carácter normativo que puede corresponder a una
prescripción, una directriz o una regla. Lo que interesa al fin, es que en las
normas cierta sanción, o desestimación de la acción, se hace depender de
determinadas condiciones expresándose tal dependencia mediante el con-
cepto de "deber ser", pues como atinadamcnte expresa Kelsen 23, ellegis-
lador puede definir el concepto de una prohibición y señalar después la
sanción no obstante que la norma no tenga la forma lingüística de un im-
perativo o de un juicio que exprese un deber ser, pues aun cuando la san-
ción no se incluya en el mismo artículo de un código, O en el texto mismo,
para que una norma pertenezca al ámbito del derecho, basta que se defina
la conducta que constituya la condición y se determine la sanción.

4. 2. Carácter

Las normas jurídicas regulan la conducta humana en sociedad, constitu-


yéndose en juicios hipotéticos de control social, esto quiere decir, que las
normas son prescripciones en un sentido general puesto que pretenden
influenciar la conducta del hombre prohibiendo, permitiendo u ordenando
una acción determinada. Sin embargo, dichas prescripciones además de te-
ner el carácter prescriptivo general anterior, pueden presentar también un
carácter directivo o regulativo de las acciones en términos ceñidos al len-
guaje del derecho, e igualmente, el carácter prescriptivo especial, sin que la
prescriptividad general de cada una se pierda.
Por carácter debe entenderse la función concreta de la norma jurídica.
Si la norma se enuncia para que algo sea, pueda o tenga que ser hecho, es-
taremos ante una nonna prcscriptiva; si para alcanzar un fin determinado
señalando los medios para conseguirlo, se tratará de una norma jurídica
directiva. y por último, si la norma se dicta para adecuar las acciones a cier-
tos patrones de conducta, tendrá el carácter de regulativa. La esencia pres-
criptiva de las nonnas, seguirá presente en tanto contenga la permisión,
prohibición u ordenación de una acción determinada.

n Preciado Hernández, Rafael, Lecciones de filosofía del derecho. Editorial 1us,


México,1954, pp. 78-80.
23 Teoría genero ,. ••• op. cit., pp. 52-53.

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4.3. Formulnción

Aun cuando es posible formular la norma jurídica de muy diversas ma-


neras, la fanna lingüística de los textos legales no altera el carácter pIes--
criptivo del derecho, de tal suerte que desde el punto de vista lingüístico,
la norma puede formularse de tres modos diferentes a) corno un imperati-
vo que ordena o prohibe una acción determinada, b) como una descripción
de situaciones y e) como una determinación de conceptos o casos concre-
tos e inclusive de la posición del agente normativo frente a tales situaciones
en fanna de facultades.
Es importante no confundir el significado del término lingüístico con
la modalidad gramatical que se emplea para construir la norma; general-
mente, las normas jurídicas se construyen como una oración condicional
o en tiempo futuro; esto es indiferente al contexto general de la norma y a
la manera como ésta puede prescribir, indicar medios para alcanzar ciertos
fines, o crear patrones a través del lenguaje. También es importante distin-
guir entre la formulación de una norma y su carácter, puesto que no son
nociones análogas, de tal forma, las tres posibilidades de formulación lin-
güística de la norma, valen tanto para prescripciones jurídicas o normas
prescriptivas, como para las directivas o regulativas sin que dichas opciones
sean privativas de una o varias clases de normas.

4. 4. El sistema jurídico

La idea del derecho como sistema, ha sido la cuestión principal de la cien-


cia jurídica, desde Savigny hasta la concepción actual de la jurisprudencia
orientada a valores. Históricamente, la noción de sistema se originó en la
ciencia jurídica alemana del siglo XIX como una consecuencia de la doctri-
na del derecho natural, profundamente fundada en la filosofía del idealis-
mo hegeliano. La construcción de un sistema abstracto conceptual, consti-
tuyó el núcleo de lo que gracias a Puchta se denominó "genealogía de con-
ceptos", dominante de la panorámica jurídica del siglo XIX. Sometida a
una crítica minuciosa por Ehrlich, la jurisprudencia de conceptos fue susti-
tuida por la sociología jurídica como la única, posible y verdadera ciencia
acerca del derecho, en reacción del neo positivismo jurídico como nueva
corriente doctrinaria.
Frente a tal concepción se hizo necesaria una autorreflexión respecto
de la metodología de la ciencia del derecho, con el fin de fundamentarle
como una ciencia autónoma de las demás disciplinas científico jurídicas.
En el afio 1911, los fundamentos de una teoría general del derecho d~limi­
tada ante todo frente al método sociológico, pero también frente a la doc-
trina del derecho natural, fueron creados por el insigne jurista austriaco
Hans Kelsen, en su primera gran obra, los Hautprobleme der Staatsrechts~
lehre enwikelt aus der Lehre vom Rechtssaatze. Además de sostener la le-
galidad propia del derecho frente a la naturaleza y frente a una realidad
social determinada conforme a ésta, la noción de sistema es otra de las
constantes del pensamiento kelseniano, que sin embargo no aparece explí~
citamente abordada en sus primeras obras hasta la aparición, en 1945, de la

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General Theory o/ Law and State en que define al derecho como un orden
de la conducta humana, entendiendo por orden, un conjunto de normas
que tienen el tipo de unidad a que se refiere un sistema.
El mérito indiscutible de Kelsen, consiste en haber determinado 108
límites y el objeto de conocimiento propio de la ciencia del derecho; sin
embargo, cabría preguntarse acerca de la integración concreta del sistema
como algo subyacente al aspecto formal nonnativo; esta situación dados
108 alcances y el objeto de la Teoría Pura, no fue determinada por su
autor.
Así pues, el sistema del derecho que Kelsen no consideró, no es otra
cosa sino normas interrelacionadas lógicamente por sus propiedades, que
derivan en forma inmediata del análisis semiótico. Dichas propiedades
permiten construir un sistema particular de la lógica formal, caracterizado
por ser un orden cerrado que presupone la reglamentación jurídica de todo
comportamiento humano, en que la permisión jUrÍdica a comportamientos
no prohibidos, es por sí sola una restricción a la conducta del individuo,
lo cual pone de manifiesto que en un momento dado, aun mediante penni-
siones, el derecho es un medio de control social -técnica en la terminolo-
gía kelseniana-, y, en algunos casos, un medio de dominación por el poder
político.

5. Hacia una teoría estructural del derecho

Las consideraciones hasta este momento expuestas, permiten afinnar que


el campo de las investigaciones semióticas sobre el derecho, es particular-
mente vasto; pero,además, podrían ser el fundamento de una nueva teoría
acerca del derecho que viniera a complementar las ideas kelsenianas desde
la óptica de un nivel de conocimiento diferente, perceptible y concreto.
Una teoría de este tipo, debería tomar en consideración, en primer térmi-
no, el lenguaje, posteriormente la lógica del derecho y por último, la sis-
temática de cada institución jurídica en particular. Estos tres elementos,
vinculados entre sí, conformarían un orden estructural en el que sus com-
ponentes se encuentren en interrelación i esto es, el lenguaje sería la infraes-
tructura del sistema, la lógica de su estructura, y las conexiones de sentido
en que las normas jurídicas y regulaciones particulares se encuentran entre
sí con los principios directivos del orden jurídico, la metaestructura. Una
teoría de tal naturaleza, posibilitaría cerrar el círculo trazado por Kelsen.
ofreciendo un sistema completo, consistente y decidihle.

Estado de México, septiembre de 1985

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LA SEMIÓTICA JURÍDICA COMO METODOLOGÍA.
ANÁLISIS LÓGICO-SEMIÓTICO DE CONSTRUCCIÓN DE 3
CONCEPTOS JURÍDICOS

Jorge Enrique León Molina*

Introducción. Concepciones metodológicas básicas


Para la construcción de un determinado sistema científico es requisito fundamen-
tal la especificación del lenguaje que, por un lado, transmitirá el cuerpo dogmático
del sistema en cuestión, y, por otro, presentará lingüísticamente las deducciones
propias del análisis lógico que permite la creación de ese sistema al interior de la
ciencia, con el objeto de intentar resolver una pregunta básica: ¿cómo construir
un lenguaje científico válido? Para Braithwaithe, toda especificación de la cien-
cia desde un sistema debe hacerse atendiendo a una forma deductiva, en donde
se “sigan lógicamente los resultados observables de un conjunto de hipótesis
fundamentales surgidas en ese sistema” (1963, p. 38). Esto quiere decir que
en la conceptualización de un determinado sistema de la ciencia deben tenerse en
cuenta dos elementos, tanto el sistema del cual se extrae la información como las

* Abogado; magíster en Filosofía del Derecho y Teoría Jurídica. Docente e investigador del Grupo de estudios
legales y sociales Phronesis, adscrito al Centro de Investigaciones Socio-Jurídicas de la Universidad Católica de
Colombia. leon_0904@hotmail.com, jeleon@ucatolica.edu.co
FILOSOFÍA 5
72
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

variables que se obtienen de la aplicación de esas reglas generales, por medio de


un método: el deductivo.
Estos sistemas parten de un conjunto inicial de proposiciones, que Braithwaithe
denomina proposiciones iniciales, seguidas por una sucesión de proposiciones,
llamadas deducidas, que surgen alrededor de las iniciales, y, a su vez, permiten
deducir sucesivamente otras proposiciones. Por lo cual:

Toda proposición del sistema se sigue, ya mediatamente, ya inmediatamente, del con-


junto de proposiciones iniciales, y toda proposición deducida aparece al final de una
cadena de pasos deductivos que comienza con el conjunto de proposiciones iniciales;
la cadena qe se sigue puede ser larga o corta, pero siempre tiene una longitud finita
(Braithwaithe, 1963, p. 39).
De esta manera, las deducciones de proposiciones que componen el cuerpo de
la ciencia no son infinitas, sino que tienen una longitud aproximada de operaciones
plausibles, que constituyen el cuerpo de la ciencia que se está construyendo o
reconstruyendo, “con el fin de reconstruir hechos y explorar nuevos territorios en
el marco del conocimiento científico” (Bunge, 1990, p. 58).
Las proposiciones, sean iniciales o deducidas, siempre se muestran como ex-
presiones simbólicas, representadas en fórmulas que den cuenta de la relación
lógica que permiten y que presentan, como lo expresa Mackie, siguiendo a Locke:
“Se puede construir una geometría deductivamente sólida, en donde sus teoremas
se sigan deductivamente de sus axiomas y definiciones” (1988, p. 128); la sucesión
de fórmulas representa tanto las proposiciones iniciales –que son, en todo caso,
aquellas que se presentan en un modo axiomático– como las proposiciones dedu-
cidas, que se muestran siempre en forma teoremática, dado que constituyen las
proposiciones susceptibles de modificación debido a su continuo replanteamiento
por parte del sistema lógico de la ciencia, sin ser “un mero acopio de normas
agrupadas alrededor de un conjunto de proposiciones deducidas” (Latorre, 2012,
p. 123).
Así las cosas, “toda formulación que se presente será una formulación pro-
ducto de una consecuencia inmediata de proposiciones expresadas por una cláu-
sula precedente, lo que evidencia, en cada momento deductivo, una sucesión de
pasos para llegar a esa conclusión” (Braithwaithe, 1963, p. 40). Esto nos quie-
re decir que el lenguaje simbólico de las formulaciones lógicas es el mecanis-
mo idóneo para la presentación de resultados de investigación deductiva, es un
FILOSOFÍA 5
73
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

método lógico de análisis de realidades fenoménicas susceptibles de creación de


variables científicas que, a la postre, justifiquen un nuevo estadio del conocimien-
to científico.
De todo sistema deductivo, además, debe extraerse un cálculo, que no es
más que toda representación de un sistema determinado, de suerte que “a cada
principio de deducción corresponde una regla de manipulación de símbolos”
(Braithwaithe, 1963, p. 41); esto explica el uso de la regla básica de deducción
como una regla tendiente a la manipulación de símbolos, cuya pretensión de co-
rrección está supeditada al examen de su operatividad.
Además, el fundamento último de necesidad del cálculo radica en que este
permite que el pensamiento se haga explícito, lo cual está fundamentado en el
principio básico que reza que “no puede utilizarse principio alguno de deduc-
ción que no esté representado en él por una regla de manipulación de símbolos”
(Braithwaithe, 1963, p. 41), modelo básico y necesario en la construcción de todo
modelo científico.
Ahora bien, podríamos plantear una relación de necesidad entre el sistema
deductivo y el cálculo que lo explicita, dado que el cálculo de las deducciones
posibles derivadas de un axioma general no son razonamientos meramente ac-
cidentales, sino que son producto de una experiencia que se tiene sobre la de-
terminación de ese objeto científico que se busca, experiencia que “se somete a
contraste con la coherencia interna del sistema; tanto del que emana, como del
que va a recibir esa información” (Popper, 1971, p. 32); de esta manera, la lógica
formal y las ciencias positivas se basan en este modelo, por cuanto permite “la
semántica de cada cálculo proposicional, poniéndolo en relación con el sistema
deductivo originario, y planteando las formas en las cuales se expresan los sím-
bolos formalizados que las expresan” (Braithwaithe, 1963, p. 42).
Braithwaithe, además, plantea que la forma de las proposiciones emanadas de
un sistema deductivo corresponde a las proposiciones contingentes, cuyo estudio
a la luz de la construcción de modelos deductivos de sistemas científicos presenta
dos condiciones:
1. La explicación contextual de cada parte del cálculo empleado, con aten-
ción especial a los pasos que permiten la deducción de nuevas proposi-
ciones momento a momento.
FILOSOFÍA 5
74
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

2. La complejidad del modelo científico que surja del cálculo deductivo irá
ampliándose en la medida en que el cálculo se haga más y más específico.
Sin embargo, “la naturaleza del cálculo proposicional estará supeditada a
la abstracción propia de su relación con el sistema deductivo que lo permite”
(Braithwaithe, 1963, p. 42).
El cálculo se muestra en Braithwaithe como un juego, de un solo jugador,
donde se presentan ciertos pasos que permiten deducciones en momentos y espa-
cios determinados con base en sucesiones de cálculos nacidos de un cálculo ini-
cial. Cada una de esas líneas de deducciones son llamadas fórmulas: las iniciales
son aquellas que determinan cómo se pueden construir, desarrollar o replantear
las reglas que van a constituir el cálculo científico; las reglas de construcción
serán, entonces, aquellas que van a permitir determinar cómo y en qué medida
se hace una determinada sucesión de fórmulas de acuerdo con la forma en que
la inicial determina que debe plantearse deductivamente el sistema; se muestra
así un “sistema formal que se presenta en variables metalingüísticas centradas
básicamente en su completud, consistencia, decibilidad” (De Lorenzo, 2005, p.
23), y podríamos plantear unas reglas de límite que no son más que aquellas que
admiten limitar tanto el alcance de las operaciones permitidas, como la voluntad
del agente de realizar o no el cálculo deductivo (Braithwaithe, 1963).
En este orden de ideas, para Braithwaithe, la construcción de una operación
a la luz de una fórmula, “escribiendo en el elemento izquierdo de la misma cual-
quier elemento que, o bien sea idéntico a cualquier elemento que constituya una
parte de una fórmula ya existente; o bien lo contega” (Braithwaithe, 1963, p. 44),
y, al lado derecho debe colocarse la significación, contextualización o deducción
del elemento izquierdo. La relación entre ambos está supeditada al uso de conec-
tores lógicos que vinculan las variables izquierda y derecha de la fórmula, y esas
partes, precisamente, son analógicas: la derecha no es más que la explicitación
de la izquierda en contextos u operaciones que, o la contengan, o la especialicen,
por ejemplo:
(αβ)↔((λ)β)
en donde, según la explicación anterior, el consecuente de este bicondicional sur-
ge como la explicación del contenido en el conjunto α; esta explicación surge
como un análisis deductivo de la composición de esa proposición inicial, en un
conjunto de operaciones formalizadas gráficamente (Braithwaithe, 1963, p. 45);
FILOSOFÍA 5
75
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

es casi como si se dijera que, por ejemplo, el antecedente expresa que todos los
hombres son buenos, y el consecuente dijera que los hombres mulatos son buenos.
Sin embargo, el primer paso consiste en determinar las formas semióticas en
las cuales se puede elaborar una conceptualización lingüística de la ciencia que
se quiere estudiar, en donde “se pretende tanto caracterizar clases de estructu-
ras, como definir los elementos propios de una estructura científica determinada”
(Jané, 1997, p. 108); esta investigación, a la luz de lo expuesto en los niveles de
investigación jurídica, es de corte dogmático-hermenéutico, dado que pretende
la construcción de lenguajes ideales que soporten el estudio lógico-científico del
derecho.

La semiótica como forma de nominación de términos


La semiótica es “la ciencia en virtud de la cual son estudiados los objetos pre-
sentes en el mundo real, más concretamente, los enunciados en virtud de la física
y la práctica” (León, 2012, p. 294); esto, desde Locke, implica que la semiótica
“procura construir una teoría general de los signos en todas sus formas; ya sea
lingüística o extralingüísticamente, individual o social, animal o humana, etcé-
tera” (León, 2012, p. 294). Por otro lado, Morris, citado por Blasco, señala que
“es muy amplio, dada la ubicuidad del signo, que está presente en muchas partes.
Esto permite que esta ciencia se relacione con disciplinas muy variadas y diver-
sas” (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 66).
Para comenzar a analizar semióticamente el lenguaje se parte del concepto de
signo. Desde León, “un signo no es un signo en sí mismo, sino que lo es en tanto
que actúe como identificación lingüística de una determinada realidad” (León,
2012, p. 295), lo cual implica que podría representar cualquier cosa presente en
una realidad determinada; en la medida en que, o tenga significación, o simple-
mente sirva para representar una cosa en concreto, el estudio de estas relaciones
sígnicas “es la vía de acceso al estudio sistemático de inferencias lógicas más
complejas” (Cohen y Nagel, 2001, p. 141). Para Peirce, en todo caso, un signo es
“cualquier cosa que es determinada por otra cosa, denominada objeto, y que así
determina un efecto sobre una persona o cosa, denominada interpretante, siendo
este último determinado por el signo” (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 60).
FILOSOFÍA 5
76
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

Al tenor de lo expuesto, una relación sígnica se define como la relación de


tres elementos: un signo, un objeto y un pensamiento interpretante, que también
tiene la forma de un signo; así las cosas “esta facultad del signo de mediar entre
un objeto y su interpretante, es conocida como terceridad” (León, 2012, p. 295);
relación que tendría una forma como la siguiente:
Objeto → pasa al → Signo → produce un → Interpretante
Esta relación podría, por ejemplo, presentar la siguiente conexión de signos,
que evidencia claramente tanto los elementos del signo, como la relación de terce-
ridad: “Juan tomó el dinero y la cartera de María, amenazándola con un cuchillo”.
En el anterior ejemplo, el objeto es la causa de la acción delictiva, el cual es
la forma en la cual se cometió la acción lesiva a María, lo que produce la inter-
pretación de dicha acción a la luz del sistema penal, nominándola con un signo
jurídico: hurto.
La relevancia práctica radica en que “hace referencia a la esencia del signo,
ya que sirve para mediar entre el objeto y el interpretante” (León, 2012, p. 295).
Para comprender a cabalidad su operatividad deben tenerse en cuenta tres ele-
mentos en su composición: objeto, signo e interpretante; por otro lado, la acción
sígnica, como relación existente entre los elementos propios de la terceridad pre-
senta dos elementos:
1. Una relación entre el signo y el objeto que describe.
2. Otra relación entre el signo y el intérprete, en donde este último funciona
como “mediador entre el objeto y el interpretante, cuya función es que el
objeto pueda determinar un intérprete a través de él” (Blasco, Grimaltos
y Sánchez, 1999, p. 62).
El signo y el interpretante se relacionan en una forma necesaria, puesto que
uno no existe sin el otro, dado que “su existencia como signo depende de su ca-
pacidad de producir un determinado tipo de interpretación” (León, 2012, p. 296).
Esto implica que, al vincularse mutuamente, el signo provee los elementos lin-
güísticos que dan lugar al interpretante; por lo cual, un signo lo es “en la medida
en que pueda producir una interpretación; cuyo propósito, como signo, es produ-
cir un interpretante” (p. 296). Entonces, la terceridad sería la relación en virtud
de la cual interpretante y objeto definen una cosa a través del signo producto de
su mutua interacción.
FILOSOFÍA 5
77
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

Otro elemento de la construcción semiótica de conceptos es el objeto, que


se define como “aquello acerca de lo cual el signo presupone un conocimiento
adicional de la composición de un signo determinado” (León, 2012, p. 297). Esto
quiere decir, que es la vocación significativa del signo respecto al lenguaje; sin
embargo, es necesario anotar que “un signo puede ser malinterpretado: en la
medida en que produzca interpretaciones no apropiadas. Esto dado que el signo
no determina completamente el interpretante” (Blasco, Grimaltos y Sánchez,
1999, p. 63). Así, el signo es la forma lingüística del objeto, en cuanto a sus
características u operación en la realidad fáctica, a través de sus relaciones
operativas; estas relaciones constituyen los denominados fundamentos del signo,
los cuales son las formas propias del lenguaje que definen su objeto; dicho de
otro modo, constituyen el modo en que el interpretante se relaciona con un objeto
por medio de un signo, por cuanto “la complejidad de los lenguajes naturales es
mayor que la de los lenguajes carentes de contexto” (Gamut, 2009, p. 229).
Al tenor de lo expuesto, el interpretante puede existir aun sin que se presenten
ni el signo ni los elementos que den lugar a este; esto implica que “puede exis-
tir interpretante aunque no haya intérprete, en la medida en que el signo pueda
producir una interpretación determinada en el momento en que ya haya un intér-
prete” (León, 2012, p. 296). En síntesis, la interpretación no implica, necesaria-
mente, un sujeto que la descifre en todo momento, la vocación de interpretación
de los signos se denomina significación, y permite que los intérpretes no creen
interpretantes, sino que capten el sentido del signo, ya que: “El signo existe en
todo momento, aunque en un momento determinado del espacio-tiempo no pro-
duzca ninguna representación mental de un objeto o situación en un sujeto, ya
que su objeto es producirla. Es decir, la capacidad de producirla en uno o varios
sujetos” (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 65).
Así las cosas, los interpretantes posibles de signos lingüísticos determinados
pueden ser de tres clases:
1. Inmediato. Este interpretante expresa lo que el signo pide, dado que lo
que este compone permite la correcta comprensión de un signo o un
enunciado determinado. Por ejemplo: “Wilson representa judicialmente a
Julieta en un proceso penal por lesiones personales”. En ello, el proceso
penal es el signo, y el interpretante puede darse cuenta que Wilson es el
FILOSOFÍA 5
78
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

representante judicial de Julieta. El interpretante inmediato también se


puede llamar significado.
2. Dinámico. Constituye el estado mental que determina el efecto inmedia-
to que el signo, como signo, presenta en una determinada circunstancia.
Esto implica que pueden llegar a incluirse todos los pensamientos que
se pueden llegar a tener a la hora de interpretar un signo; esto es, “tanto
los objetos como los signos propios de dicho signo; hasta alcanzar así al
interpretante final” (León, 2012, p. 297). Por ejemplo: “Pablo disparó
su arma de fuego contra César, causándole la muerte. Por tanto, Jorge
representa judicialmente a Pablo en el proceso penal por el homicidio de
César”.
3. Final. Implica la forma en la que el signo se identifica plenamente con el
objeto que describe. Este interpretante puede existir si se tienen en cuenta
“concepciones completas y verdaderas acerca de los objetos presentes en
el signo” (León, 2012, p. 297).
Sin embargo, los interpretantes tienen relevancia en la funcionalidad del sig-
no si se tiene en cuenta el decisigno, es decir, la capacidad electiva del signo de
decidir cuál es su mejor interpretación. A partir de los decisignos se derivan dos
formas del objeto, desde la relación signo-interpretante:
• El objeto inmediato. Implica el objeto que se representa por el signo lin-
güístico en forma directa.
• El objeto dinámico. Implica las formas en que el signo se puede presentar
a través del tiempo, o de interpretaciones alternas o de operaciones diver-
sas, entre otras.
Sin embargo, la clasificación del signo se determina a partir de la formulación
de Peirce, en donde se define como la relación sostenida entre el signo y el obje-
to, en virtud de la cual “un determinado interpretante explotaba tal relación, y a
la postre determinaba el tipo de interpretación por seguir” (Gianella de Salama,
1988, p. 15). Esta relación enunciada hace que el signo sea tal, es decir, en su
fundamento de ser signo. Los signos se clasifican en:
a. Índices. Un signo constituye un índice cuando representa una relación
directa entre el objeto y su formulación, este determina la existencia del
objeto, pero no describe sus cualidades. Este signo puede ser singular, en
la medida en que “representa un solo objeto, y lo representa en su mera
FILOSOFÍA 5
79
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

existencia, sin descubrirlo ni describirlo” (León, 2012, p. 298). El índice


también implica una relación de secundidad o sin signo, en donde se des-
cribe la existencia del objeto. De esta manera:

Los índices se diferencian de otros signos por medio de tres rasgos o cualidades:
Primera. Los índices no tienen ningún parecido significante con los objetos. Segunda.
Se refieren a Individuos, a unidades singulares, a colecciones singulares de unidades.
Tercero. Dirigen la atención hacia sus objetos sin conocer previamente sus caracte-
rísticas (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 66).
d. Ícono. Por otro lado, los íconos comparten y describen las características
de los signos que describen, este isomorfismo entre el signo y su signifi-
cación implica una analogía tanto entre el signo como entre sus caracte-
rísticas definitorias, sus formas operativas, su composición, y todos aque-
llos rasgos que lo individualizan. Así las cosas: “El ícono es aquel signo
que representa cualquier cosa con la que exista una correspondencia de
caracteres; es decir, en la medida en que la cosa contenga en sí misma
una serie de propiedades que, al momento de ser explotadas, representen
otras cosas, entonces el signo es icónico” (León, 2012, p. 298).
Podríamos ejemplificar el ícono de la siguiente forma: “el cuchillo de
Juan es un arma blanca, pero también puede representar un cubierto de
mesa, o el móvil mediante el cual Juan configuró el tipo penal de homici-
dio al atacar a Pedro, etcétera”.
c. Símbolo. Un símbolo es “una abstracción de un objeto al cual se refie-
re una ley; en sí misma no opera, sino que requiere de una determina-
da asociación de ideas que vinculan tanto al objeto como al símbolo”
(León, 2012, p. 299). El símbolo se justifica a través de la ley o el hábito,
dado que no se habla de un solo objeto, sino de una pluralidad de objetos
que tienen la misma significación. Esto implica que “un signo, como por
ejemplo, un semáforo en verde, hace referencia a un objeto que autoriza
la circulación de vehículos en un sentido. Mas, a su vez, es una réplica de
un símbolo exactamente igual presente en alguna otra parte de la ciudad,
y con la misma función” (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 74).
Según lo expuesto, es necesario que se hagan ciertas precisiones a la hora de
justificar la relación entre los elementos propios del signo, como sigue:
FILOSOFÍA 5
80
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

1. Índices e íconos podrían tener una carga simbólica, en la medida en que


la experiencia previa del intérprete sería capaz de plantear un sinfín de in-
terpretantes válidos, que podrían estar representados en forma de hábitos
o leyes, propios de los símbolos.
2. A su vez, los símbolos son generales en la medida en que su carácter
normativo permite la delimitación de conceptos alternos que justifiquen
una relación sígnica.
Entre índices, íconos y símbolos se presenta una relación de interacción dado
que, desde su operación, se pueden delimitar los aspectos generales de la lingüís-
tica de un mundo real respecto de un mundo ideal. Por ejemplo: Andrés le dice a
Pedro: “Esto es un atraco, déme su dinero o le disparo”, apuntándole con un arma.
Expresamente le muestra el arma y su intención para así configurar el hecho de-
nominado hurto, no una idea de este hecho. Si solo apunta el arma sin decir nada
se presenta “un conector dinámico de la acción perseguida por Juan, que en este
caso sería vaga, ya que puede perseguir un hurto, un homicidio, o unas lesiones
personales” (León, 2012, p. 299) dado que:

La tridivisión entre índices, íconos y símbolos es en realidad una subdivisión de los


símbolos: símbolos-índices, símbolos-íconos y símbolos-símbolos. Son estos últi-
mos los que se consideran puramente convencionales, ya que si no lo fueran, su
significado se tendría que determinar por medio de una ley o un hábito. Entonces,
un símbolo convencional es aquel signo constituido como signo; es decir, se usa y se
entiende como tal, independientemente del hábito o ley originaria, y sin atender los
motivos que le originaron (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 76).

Los problemas propios de la sintaxis


La sintaxis se define como la rama de la semiótica que estudia “un aspecto del
signo en la relación semiótica” (León, 2012, p. 299), en donde se desarrolla un
lenguaje propio para la explicación de los conceptos que describen los objetos
presentes en el mundo real; sin embargo, el signo no es un asunto propio de una
u otra forma de semiótica, dado que no se puede dar cuenta del signo separada-
mente de su significación, esto presenta un problema básico de la semiótica: la
ambigüedad latente en el caso de distinción de un concepto a la luz de alguna de
las ramas de la semiótica.
FILOSOFÍA 5
81
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

Asimismo, la sintaxis se presenta como la forma en la cual se estudian las


relaciones entre signos, a través de reglas sintácticas definidas como “reglas que
determinan las combinaciones independientes y permitidas entre los elementos
de un conjunto de oraciones” (León, 2012, p. 299). El producto de las relacio-
nes entre signos forma las oraciones, que se constituyen para formular reglas de
transformación que sirven para “determinar las oraciones que pueden obtenerse a
partir de otras oraciones; esto es, una aplicación del método deductivo” (p. 300).
Ello implica que la sintaxis presenta la forma abstracta de los enunciados,
y las formas en las cuales estos se presentan, y establece reglas válidas para la
construcción de oraciones significativas, independientemente del contenido de
las mismas. En el caso de los lógicos,

ellos hacen el estudio de los sistemas de signos componentes de los lenguajes en un


cierto grado de abstracción, dejando de lado los aspectos sintácticos de otros proble-
mas sígnicos, dado que el objeto de estudio de los lógicos ha sido siempre solo un
tipo de oración: los enunciados. Es decir, aquellas oraciones que son susceptibles de
calificarse como verdaderas o falsas. En resumen, la sintaxis lógica es solo una parte
de la sintaxis (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 81).
Por otro lado, la sintaxis asume la operación de los signos en las oraciones, y
determina tanto sus relaciones posibles como los signos necesarios para describir
la circunstancia fáctica que se pretende demostrar. Según Morris, al respecto sur-
gen en una oración dos tipos de signos: el dominante y el especificador (Cohen,
1975). Veamos: “Un cierto signo dominante con relación a ciertos especificado-
res puede ser especificador respecto de otros” (León, 2012, p. 300). Por ejemplo:
juez puede ser especificador de abogado, pero abogado puede a su vez ser espe-
cificador de hombre; así pues, en la oración “quien quiera ser juez de la república
debe ser abogado”, el signo dominante será juez, y abogado será un especificador.
Sin embargo, si describiéramos las calidades necesarias por el abogado para ser
juez, la oración se especificaría aún más. No obstante, “esta clasificación de los
signos en dominante y especificador ha de ser tenida en cuenta en forma rela-
tiva; ya que ningún término es dominante o especificador en sí mismo, sino en
su función con relación a otro en virtud de una oración determinada” (Blasco,
Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 82).
Por otro lado, si pretendemos que la oración exprese una situación propia de
la realidad necesitamos, entonces, emplear los denominados signos indéxicos,
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82
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

que “nos sirven para localizar el objeto del que queremos hablar” (León, 2012,
p. 301). Así pues, una oración susceptible de ser verdadera o falsa implica signos
indéxicos, los cuales son un código caracterizador dominante con posibles espe-
cificadores de caracterización, y algunos signos que muestren la relación de los
caracterizadores e indéxicos entre sí y con respecto a los elementos de su propia
clase, con el fin de “determinar las formas básicas en las que se expresa lingüís-
ticamente un sistema” (Morin, 1984, p. 115). Aunque se puedan determinar lin-
güísticamente las conexiones entre signos usados,

estas conexiones entre las palabras establecen relaciones de dependencia mediante


las cuales un término regente se une para con un término subordinado; sin embargo,
estas relaciones sígnicas son relativas, dado que la regencia o dominancia de un signo
no implica que el otro signo esté subordinado a Él, ya que puede subordinarse a un
tercer signo (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 82).

Determinación de signos lingüísticos dominantes


La oración, como conjunto de signos con significación, se compone de ciertos
caracteres: sus conexiones, sus proposiciones, los signos de puntuación. Así las
cosas, la oración no es más que “un conjunto organizado compuesto por signos
denominados palabras, y por la conexión existente entre los signos, que permite
la existencia de la oración” (León, 2012, p. 301). En caso de que un signo domi-
nante, también llamado regente en la concepción sígnica de L. Tesniére, citado
por Blasco, tenga varios signos subordinados, esta oración toma el nombre de
nudo (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999). El nudo por lo general es un verbo; y
en virtud de esta relación con el nudo, puede ser de dos formas:
• Actantes. Definen cosas que participan en el proceso lingüístico a partir
del verbo. Estos pueden ser cosas, personas, objetos, animales, etcétera.
• Circunstantes. Por otro lado, estos definen los elementos del nudo que
expresan las circunstancias de tiempo, modo, lugar que tiene una deter-
minada oración.
Complementario a la dualidad antes presentada, los actantes pueden ser de
dos formas:
• Monovalentes. Son aquellos verbos que solo rigen un actante. Por ejem-
plo, el verbo correr. En la lógica clásica, llamados predicados monádicos.
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

• Bivalentes. Son aquellos verbos que rigen dos actantes. En la termino-


logía propia de la lógica formal equivaldría a los llamados predicados
diádicos.
• Trivalentes. Hace referencia a los verbos que determinan las acciones en
dos actantes. Desde el modelo de la lógica clásica se hace referencia a los
predicados triádicos.
Por otro lado Blasco, siguiendo a Morris, determina que:

Desde el punto de vista formal los signos pueden dividirse sintácticamente en cons-
tantes y variables individuales y constantes y variables predicativas; entendidas como
los correlatos formales de los índices y los caracterizadores. Los operadores corres-
ponden a caracterizadores de clase. En cuanto a los puntos, paréntesis y corchetes,
son recursos lingüísticos necesarios para indicar ciertas relaciones entre signos. Estos
signos tienen el nombre de formadores, que además incluyen las constantes lógicas;
es decir, el conjuntor, disyuntor, la implicación, la negación, la doble implicación,
entre otros (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 83).
A partir de la construcción semiótica de un lenguaje aparentemente operativo,
se planteará un lenguaje propio para el estudio del derecho.

Composición lingüística del derecho


El derecho se compone de normas jurídicas de varios tipos, pero compuestas
siempre por palabras que, como elementos propios del lenguaje, se relacionan se-
mióticamente para expresar con claridad el signo jurídico-lingüístico que compo-
nen. Sin embargo, la relación entre normas y lenguaje es un tanto problemática,
en la medida en que, por un lado, las normas se expresan por medio del lenguaje,
y, por otro, las expresiones lingüísticas posibilitan no solo la existencia sino la
identificación de criterios normativos. Es entonces cuando se afirma que cada
formulación lingüística expresa en su seno un criterio normativo diferente. Así,
conviene ahondar un poco más en la clásica distinción entre normas y proposicio-
nes normativas, con el objeto de demostrar correctamente tal relación, más allá de
la enunciada por Alchourrón cuando aclara que “la lógica deóntica es la lógica
de las formulaciones normativas, y la lógica normativa es la que atañe a las nor-
mas” (1991, p. 25).
Para von Wright, la formulación normativa es “el signo o símbolo usados al
enunciar (formular) la norma” (1979, p. 109), es decir, son aquellas entidades
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

pertenecientes al lenguaje que permiten, en su denotación, la expresión de una


norma determinada; von Wright especifica que el lenguaje no solo abarca las
formas escritas, sino todo aquel símbolo que pueda significar algo, y que pueda
ser vehículo para la expresión normativa. Por ejemplo, las miradas o los gestos
de desaprobación para expresar la prohibición de hacer algo, así como la luz roja
del semáforo que expresa la prohibición de seguir conduciendo. Es importante
que estas formulaciones estén expresas en lenguaje prescriptivo; es decir, deben
contener el sentido y la referencia de la norma misma. Para Bulygin y Mendonca
es necesario que toda norma suponga un uso del lenguaje, razón por la cual, la
autoridad encargada de emitir la norma usa una suerte de símbolos propios de
una comunidad lingüística, que permitan la transmisión de esta en un lenguaje
claro para toda la comunidad lingüística; así, la formulación normativa permite la
transmisión del sentido de la norma o las normas, de forma clara, a todos los su-
jetos que se constituyen como sus destinatarios, dado que “su objetivo es motivar
determinadas conductas socialmente aceptadas” (2005, p. 16). En Kalinowski,
las proposiciones normativas constituyen semisímbolos, es decir, expresiones
lingüísticas que transmiten el deber ser normativo, o sea, las funciones de de-
signación y de significación de la norma al plano de la aplicación de la misma,
dentro de la cual,

los semisímbolos vienen expresos en forma de lenguajes naturales, que expresan


el sentido bajo el cual la norma se hace aplicable en un contexto y bajo unas cir-
cunstancias determinadas. Estos lenguajes plantean la expresión de las posibilidades
fácticas de aplicación de las mismas, y la atemporalidad de la norma, además de su
generalidad y su vocación de aplicación como parte de la conformación de una norma
particular (1973, p. 39).
La norma, por el contrario, al ser prescripción de la formulación normativa,
da a conocer el carácter, los sujetos, el contenido y las condiciones de aplicación
de las mismas. Su formulación en el lenguaje se conoce como promulgación, y
tiene una forma especial de expresarse lingüísticamente, la cual es denominada
por von Wright como “usos ejecutorios del idioma”, en donde “estos usos plan-
tean la forma en la cual la norma adquiere una existencia fáctica, es decir, toma
un ser; y explican la formulación lingüística necesaria para establecer la relación
entre la autoridad de la norma y el sujeto de la misma” (1979, p. 110).
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

Esto expresa la vinculación necesaria entre la formulación de las normas y el


lenguaje. En Kalinowski, las normas constituyen un símbolo en virtud del cual se
contienen ya sea las obligaciones, las permisiones o las prohibiciones que plantea
el sistema jurídico para regular la conducta humana en sociedad; sin embargo,
“estos símbolos constituyen la expresión de un deber ser normativo en forma de
un ser normativo, es decir, a partir de un lenguaje natural, se expresan lenguajes
tendientes a dirigir o encausar los actos humanos hacia un fin: la convivencia
social” (1973, p. 38).
Bulygin y Mendonca definen norma como “una prescripción, emitida por un
agente humano, que obliga, permite o prohíbe diferentes estados de cosas” (2005,
p. 15); esta definición implica tanto órdenes como mandatos, enmarcados en las
formulaciones deónticas expresadas por von Wright, que constituyen un tipo de
normas presentes en el sistema jurídico: también pueden existir normas definito-
rias, constitutivas o derogativas. Las normas son producto de la potestad de una
autoridad competente para ello.

Lenguaje semióticamente normativo


Para Jordi Ferrer y Jorge Luis Rodríguez, una misma formulación puede ex-
presar más de una norma, dado que permite agrupar, ya sea por analogía, espe-
cialidad o sinonimia un conjunto de normas determinadas, lo cual quiere decir
que “no es solo afirmar que son un conjunto de símbolos con vocación de sig-
nificación, sino también la interpretación que se le da a estos en el marco de la
aplicación misma de ellos como normas” (2011, p. 31). Podríamos ejemplificar
esta relación como que “el código civil determina las relaciones de los hombres
en sociedad”, y que esta fuera una formulación lingüística que agrupara, en su
contenido, todas las normas contenidas en la normatividad de corte civil.
El problema de la distinción, al tenor de lo expuesto por Ferrer y Rodríguez,
plantea dos problemas esenciales, que giran en torno al uso del lenguaje:
1. La naturaleza de la interpretación de las normas jurídicas. En este caso se
plantean tres formas de interpretar las normas jurídicas, paradigmáticas
en el estudio del derecho, estas son:
• Tesis de la única interpretación correcta. Esta tesis plantea que las in-
terpretaciones son un proceso de conocimiento, en el cual todo texto
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

legal tiene una única interpretación adecuada; cuya labor, precisa-


mente, del intérprete es encontrarla.
• Tesis de la indeterminación radical. En esta tesis, la interpretación
ya no es de mero conocimiento, sino que es un proceso de decisión y
discreción por parte del operador, lo cual implica que el sujeto tiene
un sinfín de posibilidades de acción, entre las cuales escoge la que
mejor le parece que se adecua al caso concreto.
• Tesis de la indeterminación parcial. Esta mixtura plantea que la inter-
pretación es posible que sea, en unos casos de mero conocimiento, y
en otros de decisión; de acuerdo a si se estudia un caso fácil o difícil,
razón por la cual “se justifica ese abanico de posibilidades de acción,
igualmente plausibles, pero todas limitadas por el derecho” (Ferrer y
Rodríguez, 2011, p. 32).
2. ¿Todas las normas son reglas? Para resolver esta pregunta se debe hacer
la evaluación concienzuda de la aplicación de una cierta proposición nor-
mativa a un caso concreto, y en tal estudio, evidenciar que dicha norma
es correcta para solucionar el caso sometido a estudio. En Wittgenstein
implica la relación de una proposición determinada con la cosa que deno-
ta, y viceversa, una relación en donde

el estado de cosas es una conexión de objetos (cosas). Lo cual quiere decir que, para
determinar la relación lingüística de una cosa con un estado de cosas, debe tenerse en
cuenta tanto su relación sintáctica, como su significación en un entorno lingüístico y
fácticamente posible (1997, p. 15).
Para no ir tan lejos, si se quiere aprender un lenguaje determinado, lo pri-
mero que debe determinarse son las reglas de uso de tal lenguaje, las cua-
les plantean, no solo su existencia, sino su correcta aplicación. El estudio
para determinar la aplicación de una norma arroja, como gran resultado,
una pauta de corrección que permite la clasificación de las mismas como
reglas propias del sistema normativo usado.
Es necesaria la delimitación conceptual de dicho lenguaje con miras tanto
a su especificidad, como a no procurar una reducción al absurdo; para lo
cual, el proceso de desarrollo de este debe consistir en el desarrollo de
proposiciones lingüísticas de corte normativo que, como primera medida,
FILOSOFÍA 5
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

sean expresas y consistentes con el sistema al cual van a pertenecer; sin


embargo,

la pretensión es que las reglas puedan ser utilizadas como justificación normativa
de la decisión jurídica adoptada en un caso sometido a estudio; en la medida en que
el uso de estas implica la determinación de la existencia de una u otras más, lo cual
implica también la observancia de un sistema jurídico determinado, que agrupa tales
reglas, y posibilita su interacción (Ferrer y Rodríguez, 2011, p. 33).
Como segunda medida, obviar las tesis reduccionistas, que permitan
lo contrario a la reducción al absurdo, y es especificarse tanto que el
objeto de análisis de estas sea poco determinable. Como tercera medida,
la claridad entre expresiones del ser y expresiones del deber ser es
fundamental, dado que si es de una o de otra forma, permiten el desarrollo
sistemático-formal del sistema planteado: o se explican hábitos o reglas
de corte moral, o se buscan reglas jurídicas con vocación de aplicación
y coacción para hacerlas exigibles; y, por último, tendría que tener en
cuenta la generalidad de las mismas. Entre más general sea la formulación
lingüística, expresa un conjunto más amplio de posibilidades de acción
y regulación; no solo desde el punto de vista meramente fáctico, sino
también temporal, normativo, lógico, entre otros. Estos puntos de vista
implican no solo una situación fáctica normativamente delimitada, sino
un conjunto de ellas, lógicamente estructurado, planteado con el fin de
que, en un determinado tiempo, modo y lugar, una circunstancia fáctica
halle solución jurídica al interior de tal conjunto, lo cual garantiza la
clásica premisa de complementariedad que se plantearon los positivistas
de antaño. Aunque se es consciente de que “no solo a punta de reglas se
llenan los conjuntos, mediante procesos de axiomatización sí se pueden
llegar a complementar” (Ferrer y Rodríguez, 2011, p. 34).
Hay que tener presentes criterios preanalíticos que puedan influir en la dis-
tinción entre normas y proposiciones normativas, en cuanto a la admisión de sus
relaciones lógicas, al menos si se tiene en cuenta que:
1. La formulación de normas obedece a un criterio prescriptivo del lengua-
je, lo cual significa que las normas no contienen un criterio de verdad
o falsedad en su interior, y que imposibilita un estudio de lógica general o
de primer orden. Esto supone un problema grave a la hora del estudio de
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

los lenguajes normativos, dado que plantea límites a la conceptualización


del derecho.
Cohen afirma que una proposición adquiere una denotación completa solo
si se refiere a un contenido determinado; es decir, a un estado de cosas presente
en el mundo real. Esto implica la relación entre la formulación lingüística que se
plantea a la hora de expresar algo, y la cosa que en sí se expresa. Así, una vez su
denotación esté clara, se hace plausible la calificación de verdadera o falsa si y
solo si “lo que significa es parte integrante del complejo mundo del cual depende”
(1975, p. 48). De lo anterior se puede deducir que no es posible afirmar la verdad
o falsedad de una proposición determinada sin tener una explicación adecuada
de lo que es la cosa, de las condiciones de existencia de la misma, y de por qué
se posibilita; en caso contrario, el signo es incompleto, no permite calificación
veritativa, y no constituye, de ninguna forma, una proposición.
Jorgen Jorgensen planteó el problema de la aplicación del lenguaje a la norma
en forma prescriptiva desde un dilema, que constituye a su vez el punto de partida
de la lógica de las normas entendida actualmente. Kalinowski explica que, en
Jorgensen, cada formulación es verdadera en el momento en que la orden que esta
contiene es cumplida, y es falsa si pasa todo lo contrario; por tanto, “la proposi-
ción expresada de esta forma comprueba la existencia del hecho que posibilita la
orden dada en el imperativo, denominada por Ross como el Theme of demand”
(1973, p. 72) A su vez, Bulygin y Mendonca expresan cuatro tesis bajo las cuales
se enmarca la aplicación de este problema:
a. Las conectivas lógicas propias de su lenguaje (Y, O, Si y Solo Si, Si…
entonces) permiten la inferencia de proposiciones ya sea como prescrip-
ciones o como conclusiones de proposiciones, lo cual implica su validez
proposicional. Esto, en palabras de Bulygin, demuestra “el lenguaje nor-
mativo subyacente al lenguaje de la lógica formal” (Bulygin y Mendonca,
2005, p. 27). Esta similitud entre el lenguaje prescriptivo y el lenguaje
descriptivo permite la demostración de las inferencias lógicas que posibi-
litan la existencia de las normas como premisas.
b. Así como las relaciones de implicación y contradicción son definibles
solo en términos de verdad o falsedad; así también son definibles los
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

conectores proposicionales. Esto significa que solo las expresiones sus-


ceptibles de calificación veritativa son objeto de estudio por parte de la
lógica.
c. Las normas no pueden ser calificadas como verdaderas o falsas.
d. No hay relaciones lógicas entre normas; lo cual implica que no existe una
lógica de las normas.
Estas relaciones expresadas anteriormente guardan entre sí una relación ló-
gica, que posibilita su existencia, y que Bulygin explica de la siguiente forma:
• De B y C se infiere D, pero la inferencia de esta proposición contradice
A; lo cual permite la demostración de la primera relación como un hecho
preanalítico, es decir, analizable a partir del razonamiento que posibilita
su existencia.
• Si se evita la proposición D, tiene que abandonarse, o la tesis B o la tesis
C.
• Si se acepta de plano la tesis D debe, en consecuencia, desarrollarse un
lenguaje lógico-normativo que reemplace el lenguaje lógico-normativo
que no dio cuenta de la posibilidad A. Este es el punto central del surgi-
miento de la lógica de las normas, la expresión de un metalenguaje que
permita tal posibilidad.

Apéndice: discurso normativo, lógica y semiótica


Al negar la posibilidad veritativa tanto de las normas como de las proposiciones
normativas, solo nos quedan un par de posibilidades de aplicación de la lógica al
discurso normativo: por un lado, la consecuencia del razonamiento deductivo que
posibilita la existencia de normas particulares; si se tienen estas como verdaderas
o falsas, no puede haber posibilidad alguna de lógica de las normas. Por otro lado,
ampliar el ámbito de aplicación de la lógica en el discurso descriptivo, caso en
el cual, las posibilidades de deducción no serían susceptibles de ser verdaderas o
falsas, es decir, anapofánticas. Sin embargo, también existe la posibilidad de la
negación de la tesis C, en la cual ya no se tratarían términos como verdad y false-
dad, sino expresiones de validez e invalidez, como “valores análogos que permi-
tan el cálculo de una forma más acorde con el razonamiento jurídico” (Bulygin y
Mendonca, 2005, p. 28).
FILOSOFÍA 5
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

Así las cosas, Ferrer y Rodríguez (2011) caracterizaron cuatro formas en las
cuales las normas se relacionan con el lenguaje, a saber:
a. Sintáctica. Desde esta forma se procura la identificación de las normas
a la luz de enunciados lingüísticos que constituyan operadores de lógica
de la acción; así surgen los operadores obligatorio (O), permitido (P) y
prohibido (Ph), que en conjunción con una situación de hecho lingüísti-
camente expresada conforman lo que von Wright denominó formulación
normativa, y que previamente se ha explicitado. Kalinowski, por su parte,
expresa esta dimensión del lenguaje atendiendo a la relación entre expre-
siones del derecho, es decir, a los símbolos que el derecho utiliza para dar
cuenta de la dirección de las conductas humanas. Estas funciones pueden
ser: proposicionales, en caso de servir para el desarrollo de proposiciones
normativas; nominales, en caso de servir para desarrollar una proposición
compuesta dentro del sistema; functorial, en caso de desarrollar un de-
terminado functor de relaciones lógicas dentro del derecho. No obstante,
y atendiendo a Kalinowski, “esta creación proposicional con esas posi-
bilidades de acción permiten la relación de símbolos dentro del sistema
jurídico, a fin de realimentarse de normas que permitan su prolongación
en el tiempo, es decir, de ampliar su validez” (1973, p. 47).
b. Semántica. Bajo esta forma se caracteriza a las normas como el significa-
do de las formulaciones normativas que se expresan de manera proposi-
cional; o lo que es lo mismo, “determinan la validez tanto de las normas
prescriptivas como de las descriptivas” (Alarcón, 2009, p. 42). Así, las
expresiones de las normas son solo expresiones lingüísticas, las normas
como tal son los meros significados de las mismas, y las proposiciones
normativas constituyen los significados de tales en un caso concreto. Al
respecto, Kalinowski también afirma que esta relación se posibilita en la
relación entre la norma y su denotación, es decir, lo que la norma obliga,
permite y prohíbe, ya sea en una circunstancia o en un momento determi-
nado. Esta relación entre la norma y su denotación “se expresa en la rela-
ción símbolo (norma) y semisímbolo (proposición normativa)” (1973, p.
53).
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

En este caso se presentan tres posibilidades de práctica del derecho, y cada


una muestra una aplicación de la semántica, es decir, de la conjunción de un sím-
bolo y un semisímbolo a un caso concreto:
• La proposición normativa, en este caso, es el signo que permite la aplica-
ción de una norma al caso de una obligación, una permisión o una prohi-
bición. Indica, en pocas palabras, lo que se puede o no hacer.
• La proposición estimativa recae sobre un juicio de valor, y expresa la
bondad o no de una determinada acción; dicha calificación de buena, in-
diferente o mala podría servir de criterio para la reducción a una lógica
modal, en casos de necesidad, posibilidad o indiferencia.
• La proposición imperativa expresa una “intimación concreta definida”
(Kalinowski, 1973, p. 55), ya sea positiva, en el caso que se diga “debes
hacer esto”, o negativa, en el caso que se diga “no debes hacer aquello”.
Esta intimación implica la obligación imperativa de hacer o no hacer,
irreductible en una norma jurídica, ni a las estimaciones, aunque sí puede
ser parte de una de las proposiciones de un silogismo normativo.
c. Mixta. Bajo esta forma se entrevén las formulaciones sintáctica y semán-
tica en una sola, y alude a la interpretación de la formulación lingüística
de las normas jurídicas, sin tener en cuenta ni la proposición, ni la formu-
lación ni el enunciado normativo; solo la relación norma-interpretación
de la misma.
d. Pragmática. En Kalinowski, la relación pragmática implica la determina-
ción de las propiedades del derecho, y quienes las enuncian en momentos
determinados. Así las cosas, las propiedades pragmáticas de las expresio-
nes jurídicas pueden analizarse desde tres perspectivas, a saber:
• Pueden ser oficiales o no oficiales, dependiendo del rango o la auto-
ridad de quien las emite.
• Emanar de una autoridad competente o de una incompetente; depen-
diendo de “la vigencia de la autoridad que las emite” (Kalinowski,
1973, p. 52).
• Un análisis netamente intuitivo, en la medida en que sea objeto o de
derecho natural o de derecho positivo.
El estudio de las relaciones lingüísticas del derecho y su aplicación en el
caso concreto es objeto de la pragmática; se trata de definir cuál es la mejor
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación

interpretación, la mejor solución o la mejor argumentación a una determinada


circunstancia fáctica objeto de estudio jurídico. Hay que tener presente, en todo
caso, que en Kalinowski existen personas detrás de las expresiones del derecho,
por ejemplo: las normas son enunciadas por el legislador, aplicadas por el juez,
interpretadas por los operadores. Siempre tiene “una relación entre quien expresa
el derecho y quien reflexiona acerca del fenómeno jurídico” (1973, p. 53).
Lenguaje descriptivo como lenguaje propio de la función del derecho. Otra
corriente de la lógica jurídica concibe al derecho como compuesto por un len-
guaje que permite el cálculo veritativo de las acciones en términos de verdad de
enunciados descriptivos. Con fundamento, principalmente, en consecuencias, en
contradicciones y en conectivas lógicas; en síntesis, el fundamento de validez de
una norma jurídica como proposición está en su vinculación con otra norma jurí-
dica. Un claro ejemplo de esto se da en la función judicial: los jueces, al decidir,
fundamentan su decisión en una norma jurídica determinada, es decir, la labor de
subsunción desarrollada por el juez obedece a la construcción de un razonamien-
to conformado por una premisa mayor, la norma general; una premisa menor,
la circunstancia fáctica sometida a estudio, y una conclusión. Así, “la decisión
tomada por el juez en tal caso, esta conclusión, corresponde a lo que se denomina
una norma particular” (Ferrer y Rodríguez, 2011, p. 35). El razonamiento pro-
ducto de este ejercicio de corte descriptivo permite la delimitación conceptual de
la función veritativa del procedimiento usado para su conclusión. Como ejemplo
podemos plantear el siguiente:
Premisa mayor – El que matare a otro incurrirá en prisión de diez años.
Premisa menor – Juan dispara contra Pedro y le ocasiona la muerte.
Conclusión – Juan es condenado a prisión de diez años.
El problema de usar el lenguaje en forma descriptiva radica en que, inexo-
rablemente, procurará representar de manera fiel la realidad que se trata de re-
presentar, y ello significa una ineludible asignación de verdad o falsedad a sus
proposiciones compositivas.
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción

Referencias
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Wittgenstein, L. (1997). Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza.


Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx Libro completo en:
http://biblio.juridicas.unam.mx/bjv https://goo.gl/XYNrQx

capítulo sexto

CONSIDERACIONES LINGÜÍSTICAS ÚTILES


EN EL ANÁLISIS DE TEXTOS JURÍDICOS

I. el Derecho y la palabra

Pocas realidades tienen una vinculación tan estrecha con la palabra, con el
lenguaje, como la tiene el derecho. Al indagar sobre sus últimos fundamen-
tos, se constata que el derecho no es tal con independencia de la palabra, sino
que el derecho es, en lo más profundo, un “decir” el derecho.
Si acudimos a la etimología de su nombre,1 encontramos que:

La palabra latina que corresponde a “derecho” (o a sus equivalentes en las


lenguas modernas) es jus de antigua raíz indoiránica.
“Derecho” pertenece a una familia de palabras (de diferentes lenguajes)
que se remontan a la raíz indoeuropea rj la cual significa “guiar”, “conducir”.
Rectum, sin duda, proviene de rj... El prefijo di el cual deriva de las raíces dh y dhr
y que dan la idea de estabilidad y firmeza, fue incorporado posteriormente,
formando, así, la voz directum: “derecho” (Tamayo y Salmorán: 2002, p. 177).

Al respecto, comenta Tamayo y Salmorán (2002) que este jus no debe


entenderse como un concepto abstracto, sino como algo muy concreto, un
texto fijo, una fórmula establecida, una expresión que enuncia decisiones de
autoridad. El jus, pues, está conformado por expresiones lingüísticas concre-
tas, por eso agrega el mismo autor:

Estamos ante el imperio de la palabra... No es el hacer sino el pronunciar lo


que es constitutivo del derecho; jus y dicere, judex nos recuerdan este vínculo
constantemente. Por ello, conjuntamente con jus, el verbo dicere domina en
las fórmulas judiciales. Con la mediación de este acto de palabra, se desarrolla
toda la terminología procesal romana: judex, judicare, judicium, juris-dictio, etc.
(Tamayo y Salmorán: 2002, p. 178).

1 Para una exposición ya no de las raíces etimológicas, sino de los diversos sentidos de
la palabra “derecho” puede consultarse la clara y accesible exposición que al respecto ofrece
Cáceres Nieto (2000a) y Cáceres Nieto (2000b).

127

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128 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

La vinculación del jus con la enunciación o pronunciación del mismo


es tan estrecha que el verbo derivado de jus, jurare, significa la acción de
“repetir la fórmula pronunciada”. En efecto, Tamayo y Salmorán explica
que para llevar a cabo la acción de jurare, prestar juramento, en la antigua
Roma eran necesarios dos participantes: el que praeit verbis (el que pronun-
cia el jus) y el que jura, el cual repite la fórmula que se llama jus jurandum: la
fórmula que fija en términos solemnes el texto del juramento, es decir, que
el primero de estos participantes enunciaba el texto para que el compromi-
tente (el que iba a jurar) lo repitiera palabra por palabra. Con la “enuncia-
ción” de esta fórmula precisa era como el acto podía tener los efectos que
se pretendían.
En vista de lo expuesto, este mismo autor concluye que: “teniendo en
cuenta los usos de sus antecesores indoiránicos yoh y yaos, y considerando su
relación con el verbo dire, jus quiere decir «fórmula de conformidad», «pro-
nunciamiento de lo que debe hacerse»” (Tamayo y Salmorán: 2002, p. 181).
La intrínseca relación entre jus y dicere se muestra, así, con toda su
claridad.

II. el signo lingüístico y sus funciones

En lo que sigue, se recordarán algunos conceptos fundamentales acerca del


fenómeno lingüístico en general.
Para Ferdinand de Saussure (1916 [1945], p. 129), el signo lingüístico
es una entidad de dos caras: “la combinación del concepto y de la imagen
acústica”, a los cuales prefiere llamar significado y significante, respectivamente.
En el signo lingüístico, el concepto (significado) se presenta necesariamente
unido a un sustrato material (significante) y viceversa: “estos dos elementos
están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente” (idem).
La unión entre un significado concreto y un significante concreto no se
da de manera necesaria o natural, sino de modo arbitrario (en el sentido de
“inmotivado”); así, el que en español la palabra (ya sea oral o escrita) mesa
vaya unida al concepto «mesa», no es algo necesario, pues bien podría ir
unida a otro significante, esto es, podría “decirse” de otra manera. Ésta es
una de las primeras características que los lingüistas observan en el signo
lingüístico: su arbitrariedad, contraria a la “iconicidad” de otros signos.
Otra importante característica del signo lingüístico es que su significan-
te siempre es lineal, sus elementos van unos tras otros, como en una cadena,
en un orden determinado (no es lo mismo decir “casa” que “saca” o “llan-
ta” que “tallan”), a diferencia, por ejemplo, de ciertos significantes visuales,
cuyas partes pueden apreciarse siguiendo diversos órdenes.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 129

Al considerar el lenguaje, es muy importante la distinción que señala


Saussure entre langue y parole, nociones que se han traducido al español, res-
pectivamente, como “lengua” y “habla”, y también (aunque menos frecuen-
temente) como “sistema lingüístico” (langue) y “comportamiento lingüístico”
(parole). La distinción entre estas dos caras del fenómeno lingüístico le per-
mitieron a Saussure explicar comó es posible que una misma realidad, el
lenguaje, pueda ser, a la vez, individual y social, sistema establecido y siste-
ma en evolución:

Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1o., lo que
es social de lo que es individual; 2o., lo que es esencial de lo que es accesorio
y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el in-
dividuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no
interviene en ella más que para la actividad de clasificar.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligen-
cia, en el cual conviene distinguir: 1o., las combinaciones por las que el sujeto
hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento
personal; 2o., el mecanismo psicofísico que le permita exteriorizar esas com-
binaciones (Saussure: 1916 [1945], p. 57).

Es el sistema lingüístico (la lengua) lo que es invariable en el lenguaje y


compartido por todos los hablantes de una comunidad lingüística; en cam-
bio, el habla es el uso que cada persona hace, concretamente, de ese sistema,
es decir, el comportamiento lingüístico de cada individuo, el cual —por su-
puesto— tiene un cierto rango de variación entre un individuo y otro. Ha-
ciendo una analogía muy ilustrativa, dice Saussure: “La lengua es al habla
lo que una sinfonía a su ejecución” (ibidem).
En otro orden de ideas, al considerar lo que se refiere a las funciones que
puede desempeñar el signo lingüístico, contamos con el valioso análisis de
Karl Bühler. Para este autor, el fenómeno verbal es un organon (instrumento)
que sirve para comunicar uno a otro algo sobre las cosas. Detengámonos un
poco en los elementos que incluye esta descripción: uno (el hablante), otro (su
interlocutor) y las cosas (aquello sobre lo cual versa el mensaje). Resulta que
el fenómeno verbal es signo, pero no lo es de una única manera, sino que el
cumplimiento de esta función tiene tres facetas distintas: una, en relación
con el hablante, otra en relación con el interlocutor y una tercera en rela-
ción con las cosas.
En efecto, Bühler hace notar que el signo lingüístico no sólo “represen-
ta” los objetos o relaciones del mundo a los cuales se refiere, sino que tam-
bién “expresa” información acerca del hablante que lo emite y “apela” a su

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130 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

interlocutor. Dice Bühler respecto al signo lingüístico: “Es símbolo en virtud


de su ordenación a objetos y relaciones; síntoma (indicio), en virtud de su de-
pendencia del emisor, cuya interioridad expresa, y señal en virtud de su ape-
lación al oyente, cuya conducta externa o interna dirige como otros signos de
tráfico (Bühler, Karl, 1934 [1967], pp. 69 y 70).
De este modo, el signo lingüístico, en cuanto símbolo, cumple una fun-
ción representativa; en cuanto síntoma, cumple una función expresiva, y en
cuanto señal, desempeña una función apelativa.
No cabe duda de que tradicionalmente se le ha dado más importancia
a la función representativa o simbólica de los signos frente a las otras dos
funciones, es decir, ha predominado la consideración del signo lingüístico
como instrumento para hablar sobre el mundo, para representar los objetos
y relaciones que en él observamos. Quizá esto se deba a que lo más específi-
co del lenguaje humano, y algo de lo que carecen los sistemas de señalización
animal, es su función representativa. Sin embargo, a pesar de que sea la fun-
ción representativa del signo lingüístico la que reciba más atención, siem-
pre están presentes las otras dos, como puede verse en el conocido ejemplo
de Bühler: aún en los símbolos de la lógica formal, un buen grafólogo puede
saber algo del sujeto que los trazó en el pizarrón, porque algo de él queda
expresado en su modo de hacer los trazos.
Al lado de estas funciones principales del signo lingüístico se han desta-
cado también otras funciones secundarias, entre las cuales se encuentran: la
función fática (que consiste en establecer y mantener contacto comunicati-
vo y sirve para establecer nexos sociales entre personas), la función poética
(que se refiere al uso creador de la lengua, no sólo en poesía, sino en todos
los usos que emplean la “materialidad” de la lengua, de tal modo que se
funden la forma y el significado para dar lugar a un producto) y la función
metalingüística (gracias a la cual la lengua puede hablar sobre sí misma,
como cuando decimos “¿qué significa arritmia?” o “bien es un adverbio de
modo”, ejemplos estos en que no se usan, sino sólo se mencionan, los tér-
minos arritmia y bien.

III. oraciones, enunciaDos y proposiciones

Es común encontrar textos donde se usan indistintamente los términos “ora-


ción”, “enunciado” y “proposición”. Sin embargo, es indispensable distinguir
nítidamente entre una y otra, como se verá a continuación. Primeramente, se
dará una descripción de lo que se entiende por cada una de estas nociones.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 131

Una oración es una estructura constituida por un sujeto y un predicado,


es una unidad sintáctica. Algunos la describirían como “una cadena de pa-
labras gramaticalmente completa que expresa un pensamiento completo”.
Un enunciado es el producto de una realización individual del uso de
la lengua; es una unidad de la lingüística de la enunciación, es decir, la que
considera los elementos del uso de la lengua. Podría describirse como “un seg-
mento de habla de una persona, antes y después del cual hay silencio por par-
te de esa persona”. El segmento de habla que se usa puede ser tanto una cade-
na de oraciones, como una sola oración, una frase o incluso sólo una palabra.
Una proposición es el contenido referencial de un enunciado, es la parte
del significado de un enunciado declarativo que describe un estado de cosas.
La proposición es una unidad de la semántica formal y de la lógica. Para
que una proposición sea tal, debe ser susceptible de recibir un valor de ver-
dad, ya sea verdadero o falso.
Podemos ver, entonces, que aun cuando estas nociones comparten mu-
chos aspectos importantes, no pueden confundirse unas con otras. Lo pri-
mero que salta a la vista al comparar oración y enunciado (que son los
dos conceptos más frecuentemente manejados como sinónimos) es que el
enunciado implica siempre el “uso” del lenguaje, mientras que la oración
no. De ahí deriva, por ejemplo, el hecho de que son los enunciados, y no las
oraciones, los que pueden decirse “verdaderos” o “falsos”. Como ejemplo
puede pensarse en la siguiente oración: “mi hijo está en la escuela en este
momento”. ¿Puede decirse con propiedad que tal oración es verdadera o
falsa? Por supuesto que no, se requiere que alguien la “use”, es decir, que
alguien la enuncie, y cuando haya sido enunciada, entonces sí, dependiendo
de quién y cuándo la haya usado, podrá decirse si el enunciado resultante
es verdadero o falso. De este modo, puede apreciarse al menos una razón
fundamental para distinguir entre enunciado y oración; otras diferencias
resultan patentes al reflexionar acerca de los “actos de habla”,2 pues no son
oraciones, sino enunciados, los que se emplean para ejecutar o realizar ac-
tos de habla, por lo que nuevamente se nos presenta la distinción entre la
lengua y el uso de la lengua.
En lo que se refiere a la proposición, ha quedado resaltada, con lo ante-
rior, una semejanza que ésta guarda con el enunciado, a saber, ambos pue-
den tener un valor veritativo (ya sea verdadero o falso), sólo que mientras
que esta característica es esencial para la proposición, de modo que toda
proposición, para serlo, debe tener un valor veritativo, en cambio, no to-
dos los enunciados tienen un valor veritativo, pues hay enunciados que por
2 Cfr. infra.

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132 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

carecer de contenido referencial no pueden decirse verdaderos o falsos; un


ejemplo de esto último sería el enunciado de un simple “¡hola!”.
La importancia de estas distinciones para el mundo del derecho se ad-
vierte, también, al relacionarlas con las consideraciones anteriores sobre “el
derecho y la palabra”.3 Ahí se veía que el derecho no son sólo las “fórmulas
de los que debe hacerse”, sino, principalmente, el “pronunciamiento” (di-
ríamos aquí, “enunciación”) de tales fórmulas. Es evidente que la vida jurí-
dica de un país no se rige, en realidad, por el “sistema de leyes” en abstracto,
sino por los diversos enunciados en que día a día tal sistema se actualiza por
medio de los pronunciamientos de las entidades encargadas de ello.

IV. el significaDo De un enunciaDo:


“lo Dicho” y “lo implicaDo”

El significado de “significado” es un tema sobre el que han reflexionado tan-


to filósofos como lingüistas, y de gran importancia para varias disciplinas.
Rebasa el propósito del presente estudio un análisis detallado al respecto; sin
embargo, hay una característica del significado que interesa mucho destacar
aquí y que el filósofo del lenguaje Paul Grice trató magistralmente. Grice
(1989) establece una distinción dentro de la significación total de un enun-
ciado: donde se encuentra, por un lado, “lo que se dice” y, por otro, “lo que
se implica”. Para ilustrar esta distinción con un enunciado concreto, Grice
emplea el siguiente ejemplo: supongamos que le pregunto a un amigo acerca
de cómo le ha ido a un amigo mutuo en su nuevo puesto como empleado de
un banco, y él me contesta: “Yo creo que le está yendo muy bien; no ha ido
a prisión”.
Estrictamente hablando, lo que me habrá “dicho” es que él cree que a
nuestro amigo le está yendo muy bien y que no ha ido a prisión; pero ade-
más de eso, su enunciado lleva —cuando menos— un mensaje adicional
que ya no se “dice” sino sólo se “implica”, expresable como: “podrían exis-
tir ciertas razones para que nuestro amigo mutuo vaya a prisión”.
Este último contenido está “implicado” en la respuesta, pero no al
modo de una implicación lógica, sino como una insinuación o sugerencia
para la cual Grice acuñó un nuevo nombre: implicature, traducido al español
con la palabra “implicatura” (manteniendo así la intención de crear un neo-
logismo). La noción de “lo dicho”, por su parte, no debe entenderse, en los
escritos de Grice, en sentido coloquial sino, más bien, en un sentido técnico,
debido a que para Grice “lo dicho” reúne tres características esenciales:
3 Cfr., supra, apartado I.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 133

a) Está estrechamente relacionado con el significado sistémico (que


Grice llama “convencional”) de las palabras del enunciado en cuestión.
En el ejemplo anteriormente analizado de Grice, las palabras “yo creo
que le está yendo muy bien; no ha ido a prisión” no tienen, dentro de su
significado convencional, sistemático, el contenido “podrían existir ciertas
razones para que nuestro amigo mutuo vaya a prisión”, sino que el oyente
infiere eso por suponer que la respuesta de su interlocutor guarda pertinen-
cia con los fines normalmente perseguidos en la conversación y las reglas
que comúnmente suelen observarse en ella; por eso, Grice llamó a las infe-
rencias de ese tipo “implicaturas conversacionales”.
b) “Lo dicho” no puede ir más allá del contenido veritativo del enun-
ciado. No basta determinar el significado convencional de las palabras para
poder saber lo que ellas “dicen” (en el sentido especial), pues se presentan
casos de otro tipo de “mensajes adicionales” que se originan, precisamente,
en el significado convencional de ciertos términos, sin que por ello esté Gri-
ce dispuesto a considerarlos parte de “lo que se dice”; para ejemplificar esto
último, Grice (1989) propone, entre otros, el siguiente enunciado: “Ella era
pobre pero honesta”.
Dentro de todo lo que éste significa, Grice afirmaría que aquello que
“dice” (en el sentido técnico) es que “ella era pobre y ella era honesta”. Sin
embargo, de este enunciado también surge otro contenido más, parafrasea-
ble muy aproximadamente como hay un cierto contraste entre su pobreza
y su honestidad, que ya no formaría parte de lo que se “dice” (en sentido
especial), sino sólo de lo que se “implica” o “indica” o “sugiere”. Esta última
“sugerencia” o inferencia, a diferencia de la que se había presentado en el
ejemplo del inciso anterior, no surge a partir de características generales de
la conversación, sino que se origina en el significado sistémico (que Grice
llamaría “convencional”) del término pero. De ahí que Grice le llamara a ese
tipo de inferencia “implicatura convencional”.
La razón de fondo por la que Grice no incluye a las implicaturas con-
vencionales dentro de “lo dicho” es que ellas no forman parte del contenido
veritativo del enunciado, es decir, ellas no intervienen en la verdad o false-
dad del mismo, puede ocurrir que la implicatura convencional que surgió
de un enunciado sea falsa y, aun así, el enunciado que le dio origen sea ver-
dadero. Así, en el ejemplo que acaba de mencionarse, puede ocurrir que no
hubiera razón alguna para pensar en algún contraste entre la pobreza y la
honestidad del sujeto de quien se habla (lo cual haría falsa la implicatura) y,
sin embargo, fuera verdad que “ella era pobre pero honesta” por ser verdad

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134 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

que “ella era pobre” y que “ella era honesta”, lo cual es condición necesaria
y suficiente para la verdad del enunciado.
c) “Lo dicho” tiene que ser parte de lo que el hablante quiso decir. Exis-
ten muchos juegos del lenguaje (usando la terminología de Wittgestein, no
la de Grice) en los que el hablante enuncia palabras con las cuales no pre-
tende comunicar lo que ellas convencionalmente (dentro del sistema léxico
de la lengua) significan, sino otra cosa. De esta forma, por ejemplo, cuando
una persona está hablando irónicamente, no está realmente “diciendo” (en
el sentido griceano) lo que sus palabras significarían literalmente, sólo “hace
como que dice” eso, pero en realidad quiere decir lo contrario, y así debe
suponerlo su interlocutor.
La distinción entre “lo dicho/ lo implicado” hace patente el hecho de
que aun cuando con un mismo enunciado se pueden comunicar muchos
mensajes a la vez –como muestran los ejemplos de Grice comentados en
los párrafos anteriores–, no todos ellos se encuentran en la misma “dimen-
sión” del significado. Tampoco es el mismo el compromiso que el hablante
asume frente a contenidos comunicados en dimensiones distintas, ni es im-
putable a él la misma responsabilidad cuando su mensaje está “dicho” que
cuando sólo está “implicado”. Esto es de enorme importancia para diversas
disciplinas de estudio, entre ellas, el derecho. Ejemplo de esto último es la
utilidad que reporta el aplicar la distinción “dicho/implicado” en el análisis
del delito de falsedad en declaraciones judiciales y otros delitos que se le ase-
mejan, como concluirá el amable lector al recordar uno de los más famosos
casos que ha habido en la historia reciente al respecto: el proceso de 1998
en contra del expresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, William
Clinton, durante el cual se aludió al criterio conocido como “Regla de la
Verdad Literal”, según la cual no debe acusarse de perjurio a una persona
cuando lo que DICE es literalmente verdadero, por más que de ello pueda
INFERIRSE algo falso.4

Inferencias lógicas y lingüísticas

Al hablar de “inferencia” puede entenderse, simplemente, el acto (o re-


sultado de ese acto) en el que se deriva un contenido a partir de otro. A este
último puede llamársele “premisa”, y a lo que se deriva de él, “conclusión”.

Para una exposición más detallada al respecto, véase Fernández Ruiz,


4

2013.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 135

Desde la perspectiva de Grice, si bien “lo dicho” sólo puede serlo con
todas las especificaciones que hemos mencionado, “lo implicado”, en cam-
bio, puede tener características muy diversas, y puede descubrirse su conte-
nido por medio de procesos inferenciales muy distintos entre sí.
Una primera distinción se puede establecer entre las inferencias lógicas
y las inferencias lingüísticas. Se dice que hay una implicación lógica cuando
de la verdad de un primer enunciado se concluye necesariamente la ver-
dad de un segundo enunciado (y de la falsedad del segundo, la falsedad del
primero); en otras palabras, cuando es imposible que el primer enunciado
sea verdadero y el segundo sea falso.
La implicación o inferencia así entendida no depende del contenido
lingüístico de las proposiciones, sino de su estructura formal; de hecho, la
lógica simbólica hace abstracción de los contenidos presentes en la lengua
natural que no tengan relación con la forma lógica. Es por eso que, vol-
viendo a un ejemplo anteriormente mencionado, a la lógica formal le da lo
mismo si se dice “ella era pobre pero honesta”, que si se dice “ella era pobre
y honesta” o “ella era pobre aunque honesta”, porque los diferentes matices
de significado presentes en “y”, “pero” y “aunque” van más allá de la forma
lógica que ella estudia, ya que a la lógica formal sólo le interesa el que, en
uno y otro caso, se trata de una conjunción.
Las inferencias lógicas, pues, surgen a partir de la estructura formal de
los enunciados, sin considerar los contenidos adicionales que el lenguaje na-
tural pudiera aportar. Sin embargo, a partir de esos contenidos, tal y como
se encuentran en el lenguaje natural, surgen las inferencias lingüísticas, que
son inferencias por ser significados que se desprenden de otros, pero que tienen
propiedades distintas de las que caracterizan a las inferencias de la lógica,
como se verá en las consideraciones siguientes.
Así, pues, además de distinguir entre inferencias lógicas e inferencias
lingüísticas es necesario hacerlo también entre los diversos tipos de inferen-
cia lingüística. De éstos, a los que tradicionalmente se les ha dado más im-
portancia son: presuposición, implicatura convencional e implicatura con-
versacional.

A. La presuposición

La noción de presuposición ha sido ampliamente estudiada tanto en la


filosofía, en la lógica, así como en la lingüística, y son muchas las definicio-
nes que se han dado de la misma. La diversidad de definiciones se debe, en
parte, a distintas maneras de entender el fenómeno, pero también, en gran
medida, a que muchas veces no se estudia, en el fondo, el mismo fenómeno,

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136 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

sino fenómenos que se le parecen; así, por ejemplo, mientras que algunos
autores analizan lo que correspondería a una “presuposición lógica”, otros
hablan, en realidad, de una “presuposición pragmática” o de algún otro
tipo de inferencia.
Aquí se considerarán las características de la presuposición, entendida
como presuposición lógica, misma que podría definirse como “una precon-
dición para que una oración, al ser usada, pueda tener valor veritativo”, en
otras palabras, una presuposición es una condición necesaria tanto para la
verdad como para la falsedad de un enunciado.
A partir de esta definición puede verse ya claramente una característica
esencial de la presuposición, la cual surge con independencia de cuál sea
el valor veritativo del enunciado de origen, por lo tanto, si se acepta que el
enunciado de origen es verdadero o que es falso, por ese mismo hecho se
aceptaría también la presuposición. Esto se ve más claramente en el co-
nocido ejemplo de Strawson (reformulación del de Russell), que se retoma
enseguida. Si en este día, en que Francia hace mucho que ya no es una mo-
narquía, se dijera: “el actual rey de Francia es sabio”, y luego se nos pidiera
establecer el valor veritativo de tal enunciado, tan extraño sería afirmar que
es verdadero, como decir que es falso, porque en ambos casos parecería es-
tar implícito (presupuesto) que existe actualmente un rey de Francia. Mejor
sería contestar esquivando el dilema: “ese enunciado no es ni verdadero, ni
falso, porque actualmente no existe rey de Francia”.
Intrínsecamente relacionada con la anterior, encontramos otra carac-
terística esencial de la presuposición, la cual se mantiene también al negar
el enunciado origen. Así, por ejemplo, si se presenta un enunciado como:
“Aristóteles escribió la Ética a Nicómaco”, surge la presuposición de que exis-
te un ser a quien designa el nombre Aristóteles. Ahora bien, si se niega el
enunciado que generó dicha presuposición, diciendo: “Aristóteles no escri-
bió la Ética a Nicómaco”, la presuposición de existencia —existe un ser a
quien designa el nombre Aristóteles— se mantiene, a pesar de haber nega-
do el enunciado.
Existen diversas estructuras lingüísticas que pueden generar presuposi-
ción, algunas de ellas son:

• Los nombres propios, como el ejemplo anteriormente visto: “Aristóte-


les”, los cuales generan presuposición de existencia (es decir, que al ser
usados presuponen la existencia de la entidad a que refieren).
• Las frases nominales definidas, como el ejemplo citado más arriba: “el
rey de Francia”, que genera una doble presuposición, la de que existe
el referente de la frase, y la de que ese referente es único.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 137

• Verbos (y, en general, predicados) factivos, como “saber”, “dejar”,


“también”, según se ve en los siguientes ejemplos:

— “Juan sabe que las charamuscas se hacen con azúcar” (presupone


que es verdad que las charamuscas se hacen con azúcar).
— “Ya dejé de fumar” (presupone que antes fumaba).
— “Laura también quiso pastel” (presupone que alguien, además de Lau-
ra, quiso pastel, o bien, que Laura quiso otra cosa, además de pastel).

B. La implicatura conversacional

El estudio del fenómeno de la implicatura conversacional, al menos el


estudio sistematizado, dentro de una teoría, comienza con Paul Grice, quien
acuña ese nombre para designarlo.
En sus escritos, Grice define “implicatura conversacional” (sin preten-
der, todavía, una definición definitiva) por medio de la descripción de sus
propiedades, la principal de las cuales es, como ya se había mencionado, su
conexión con ciertos rasgos del discurso. La fuente de donde derivan estos
rasgos es lo que Grice llama “Principio de Cooperación”, que podría ex-
presarse como: “al participar en una conversación, que tu contribución sea
del modo en que lo requieren la dirección o propósito de la conversación o
intercambio en el que te encuentres”.
Del Principio de Cooperación derivan máximas y submáximas que Gri-
ce clasifica en cuatro categorías: cantidad, cualidad, relación y manera. És-
tas contienen las siguientes submáximas:

Cantidad:
a) Haz tu contribución tan informativa como lo requieran los propósitos
del intercambio.
b) No hagas tu contribución más informativa de lo que se requiere.
Cualidad:
a) No digas lo que crees que es falso.
b) No digas aquello para lo que no tienes la evidencia adecuada.
Relación: sé pertinente.
Manera:
a) Evita expresarte de modo obscuro.

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138 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

b) Evita ambigüedades.
c) Sé breve (evita extenderte innecesariamente).
d) Sé ordenado.

Es, precisamente, gracias al cumplimiento del Principio de Coopera-


ción y sus máximas —o, hablando con más precisión, a la suposición de que
los hablantes los están cumpliendo—, que surgen las implicaturas conver-
sacionales, pues, de hecho, en una implicatura conversacional, el contenido
implicado o inferido es, según Grice, precisamente, aquello que se requiere
suponer para mantener el presupuesto de que el hablante está observando
el Principio de Cooperación, si no al nivel de lo que se dice, cuando menos
al nivel de lo que se implica.
Para ejemplificar el modo en que podría surgir una implicatura conver-
sacional, véase el siguiente texto del artículo 14 de nuestra Constitución:
“A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna”.
Al ver enunciado este mandato, como se supone que el constituyente
está siguiendo el Principio de Cooperación, específicamente la máxima de
cantidad que aconseja “haz tu contribución tan informativa como lo requie-
ran los propósitos del intercambio”, se infiere una implicatura conversacio-
nal cuyo contenido sería expresable como: “si el efecto retroactivo fuere en
beneficio de una persona, entonces sí estaría permitido”.
En efecto, como el constituyente sólo dijo, en este punto, “a ninguna ley
se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna” y no dijo explí-
citamente qué hacer en caso de que no fuera en perjuicio sino en beneficio
de una persona dicha retroactividad, a pesar de ser ésa una información
necesaria o pertinente en el discurso en cuestión, entonces, si se quiere se-
guir en el supuesto de que el constituyente actuó siguiendo el Principio de
Cooperación, debe inferirse que si no dijo explícitamente esa información,
al menos sí la implicó, por eso es razonable inferirla.
Obsérvese que en este razonamiento, que da como resultado la implica-
tura conversacional mencionada, intervienen factores pragmáticos, es decir,
factores relacionados con el uso del lenguaje, como son el Principio de Coo-
peración y sus máximas, los cuales tienen su ámbito de aplicación en el uso
del lenguaje. En cambio, existe otro tipo de inferencias lingüísticas que, para
surgir, no necesita cálculos pragmáticos ni reglas del uso de la lengua, sino
que se genera directamente a partir del significado sistémico del lenguaje,
tales son las implicaturas convencionales, que a continuación se tratan.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 139

C. La implicatura convencional

De acuerdo con Grice (1989), las implicaturas convencionales son infe-


rencias que se originan en el significado sistémico (que Grice llama “con-
vencional”) de ciertas expresiones como, por ejemplo, pero, aunque, sin embar-
go, ni siquiera, hasta. Obsérvese, por ejemplo, el contenido que surge gracias al
“ni siquiera” presente en el siguiente texto: “conforme a la actual redacción
del artículo 18 constitucional, no es posible legalmente que los menores in-
fractores sean arrestados, ni siquiera en los supuestos de reincidencia” (ac-
ción de inconstitucionalidad 21/2004-00, 5o. considerando).
En este texto parece estar implícito un mensaje expresable como: “po-
dría pensarse que es en los supuestos de reincidencia cuando más suscep-
tibles de arresto serían los menores infractores”, es decir, el “ni siquiera”
que ahí aparece coloca a los casos de reincidencia en el extremo de una
escala conformada por todos los casos en que habría razones para conside-
rar legalmente posible el arresto de menores. Ese contenido (u otro con la
misma estructura escalar), que sería un ejemplo de la llamada implicatura
convencional, surge siempre que está presente la expresión “ni siquiera”, la
inferencia surge del significado mismo de esa expresión, no de las reglas de
conversación ni de ningún otro aspecto pragmático; de ahí que formulamos
la primera característica de la implicatura convencional del siguiente modo:
“surge del significado sistémico de la expresión”.
De la mano de esta primera característica se encuentra la segunda de
ellas, llamada por Grice “separabilidad”, que consiste en que si se elimina
la expresión que dio origen a la implicatura, ésta desaparece, sin modificar
por ello el significado restante del enunciado: “Conforme a la actual redac-
ción del artículo 18 constitucional, no es posible legalmente que los menores
infractores sean arrestados en los supuestos de reincidencia”. Al eliminar el
“ni siquiera” se mantiene todo el contenido veritativo del texto, pero se eli-
mina la inferencia que colocaba los casos de reincidencia en el extremo de
la escala (lingüísticamente establecida) formada por todos los casos en que
era legalmente probable el arresto de menores.
Por otro lado, cabe aclarar que si se quiere eliminar una implicatura
convencional, el único medio para hacerlo es suprimir la expresión lingüís-
tica que le dio origen, lo cual, como se vio, deriva de la característica de
“separabilidad” propia de esta implicatura. En cambio, una vez surgida
la implicatura convencional, gracias a la presencia de alguna de las expre-
siones que la origina, no es posible cancelarla, ésta es otra de sus caracte-
rísticas esenciales, la “no-cancelabilidad”, que consiste en que no se puede
negar una implicatura convencional sin caer en contradicción o extrañeza

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140 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

semántica. Así se puede ver en el multicitado ejemplo, el cual, al recibir una


añadidura por medio de la cual se pretenda cancelar la implicatura, podría
leerse del siguiente modo: “Conforme a la actual redacción del artículo 18
constitucional, no es posible legalmente que los menores infractores sean
arrestados, ni siquiera en los supuestos de reincidencia... y nadie pensaría que
los menores infractores son más susceptibles de arresto en los casos de reincidencia.
Como se ve, el enunciado que resulta al intentar cancelar la implicatura
podría calificarse, si no de contradictorio, por lo menos, de “extraño” o “di-
fícil de entender”, pues no se comprende para qué se introduce ahí un “ni
siquiera”, cuyo mensaje después se contradice.
Para mejor entendimiento de esta característica de no cancelabilidad,
propia de las implicaturas convencionales, puede ser útil hacer la compa-
ración con lo que ocurre en las implicaturas conversacionales, las cuales sí
son cancelables. En páginas anteriores se presentó el siguiente ejemplo de
enunciado: “A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona
alguna” (artículo 14 constitucional), del cual se derivaba, como implicatura
conversacional, la inferencia: “si el efecto retroactivo fuere en beneficio de
una persona, entonces sí estaría permitido”, sin embargo, obsérvese que tal
inferencia se cancela cuando al enunciado original se le agrega la siguien-
te continuación: “A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de
persona alguna, ni tampoco en beneficio de alguien”, lo cual no genera ni
extrañeza semántica ni, mucho menos, contradicción alguna.
Una característica que comparten la implicatura conversacional y la
convencional es que no influyen en el valor de verdad del enunciado donde
se originan. Esto es algo que, evidentemente, no ocurre en las inferencias
lógicas, donde, por definición, la falsedad de la conclusión implica necesa-
riamente la falsedad de (por lo menos una de) las premisas, tampoco ocurre
en el caso de la presuposición, en el cual, cuando la presuposición es falsa,
no es posible asignar valor veritativo (ni verdadero, ni falso) al enunciado
del cual surgió. En cambio, en el caso de la implicatura convencional (y de
la conversacional) es perfectamente posible que ésta sea falsa y, aun así, el
enunciado que la originó sea verdadero, como puede apreciarse en el ejem-
plo de “ni siquiera” anteriormente citado donde, aunque no fuera verdad
que “podría pensarse que es en los supuestos de reincidencia cuando más
susceptibles de arresto serían los menores infractores”, no por ello dejaría de
ser verdad que: “Conforme a la actual redacción del artículo 18 constitucio-
nal, no es posible legalmente que los menores infractores sean arrestados en
los supuestos de reincidencia”.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 141

V. los actos De habla

La teoría de los actos de habla, de extrema importancia en la lingüística, fue


desarrollada por los filósofos del lenguaje John Langshaw Austin y, posterior-
mente, su discípulo John Rogers Searle. Las bases para el desarrollo de esta
teoría fueron expuestas, por primera vez, en una serie de conferencias dic-
tadas por Austin en Harvard, en 1955, y publicadas póstumamente en 1962
con el título How to do Things with Words.
En ese entonces estaba en boga el pensamiento de los positivistas lógi-
cos, para quienes la piedra de toque para saber si un enunciado tenía sen-
tido o no era si cumplía la característica de ser verificable empíricamente.
De esta manera, los positivistas lógicos reducían el lenguaje a su función
representativa o “descriptiva”, única, donde caben los conceptos de “ver-
dad” y “falsedad”.
Contraria a la idea de que la lengua sólo sirve para describir la realidad
(postura que se ha llamado “falacia descriptivista”), la idea central de la teo-
ría de los actos de habla es que el lenguaje no solamente puede describir el
mundo, sino también hacer cosas. En la primera conferencia de How to do
Things with Words, Austin presenta varios ejemplos que, sin contener ningu-
na de las palabras que los positivistas lógicos llamarían “de peligro” (como
“todos”, “bueno”, “poder”, “deber”, etcétera), no presentan, sin embargo,
las características que, de ser correcta la postura del positivismo lógico, de-
berían mostrar, es decir:

• No describen ni constatan ningún estado de cosas del mundo.


• No son verdaderos ni falsos.
• El proferir dichos enunciados no se describiría exactamente como
“decir algo”, sino como “hacer algo”.

He aquí dichos ejemplos:

a) (En una boda, cuando el sacerdote pregunta “¿acepta usted como


esposa a fulanita?”)
— “Acepto”.
b) “Yo nombro a este barco Queen Elizabeth”.
c) (En un testamento) “Yo heredo mi reloj a mi hermano”.
d) “Te apuesto $100 a que mañana va a llover”.

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142 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Acerca de estos enunciados, comenta Austin:

En estos ejemplos parece claro que expresar la oración (por supuesto que en
las circunstancias apropiadas) no es describir ni hacer aquello que se diría
que hago al expresarme así, o enunciar que lo estoy haciendo: es hacerlo.
Ninguna de las expresiones mencionadas es verdadera o falsa... Puede ocurrir
que la expresión lingüística “sirva para informar a otro”, pero esto es cosa
distinta. Bautizar el barco es decir (en las circunstancias apropiadas) la pala-
bra “Bautizo...” Cuando, con la mano sobre los Evangelios y en presencia del
funcionario apropiado, digo “Sí, juro!”, no estoy informando acerca de un
juramento; lo estoy prestando.

A los enunciados de este tipo (como los vistos en los ejemplos a-d) Aus-
tin propuso llamarlos performative utterances, que en español se ha traducido
como “enunciados realizativos (o “ejecutivos” o “performativos”). A pesar
de no ser verificables empíricamente —porque ni describen estados de cosas
en el mundo, ni pueden ser calificados como “verdaderos” o “falsos”—, es
decir, a pesar de no cumplir la característica indispensable para que, según
el positivismo lógico, un enunciado pudiera tener sentido, los ejemplos de
los incisos a-d tienen sentido pleno.
De este modo, puede quedar desechada la tesis del positivismo lógico
según la cual sólo los enunciados constativos, es decir, los que describen
un estado de cosas en el mundo, podían tener sentido. Aquí vemos que los
constativos son sólo uno de los tipos de enunciados con sentido. Al lado de
los enunciados constativos, Austin puso a los ejecutivos. Así, pues, mientras
que los enunciados constativos son aseveraciones que describen algún even-
to o circunstancia, y tienen la propiedad de ser verdaderos o falsos, los enun-
ciados ejecutivos carecen de valor veritativo (es decir, no son verdaderos ni
falsos), y se emplean para hacer algo, no para describirlo.
Ahora bien, si el criterio para valorar a los enunciados ejecutivos o rea-
lizativos (o “performativos”) no puede ser el concepto de verdad (esto es, la
correspondencia entre la afirmación sobre un estado de cosas y ese estado
de cosas), ¿cómo valorarlos? Austin analiza este aspecto en la segunda de
sus conferencias:

Tratemos primero de enunciar esquemáticamente —y no pretendo atribuir


carácter definitivo a este esquema— alguna de las cosas que son necesarias
para el funcionamiento “afortunado”, o sin obstáculos, de un realizativo...
A.1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceptado, que posea
cierto efecto convencional; dicho procedimiento debe incluir la emisión de cier-
tas palabras por parte de ciertas personas en ciertas circunstancias. Además,

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 143

A.2) en un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser


las apropiadas para recurrir al procedimiento particular que se emplea.
A.3) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en
forma correcta, y
A.4) En aquellos casos en que, como sucede a menudo, el procedimiento
requiere que quienes lo usan tengan ciertos pensamientos o sentimientos, o está
dirigido a que sobrevenga cierta conducta correspondiente de algún partici-
pante, entonces quien participa en él y recurre así al procedimiento debe tener
en los hechos tales pensamientos o sentimientos, o los participantes deben estar
animados por el propósito de conducirse de la manera adecuada,5 y, además,
A.5) los participantes tienen que comportarse efectivamente así en su
oportunidad.
Ahora bien, si violamos una (o más) de estas seis reglas, nuestra expresión
realizativa será (de un modo u otro) infortunada.

Los enunciados realizativos, entonces, no pueden ser verdaderos ni falsos,


sino sólo “afortunados” o “desafortunados”, según salgan bien o mal. El “in-
fortunio” procede de una insatisfacción (infelicidad), la falta de corresponden-
cia entre lo que el enunciado normalmente haría y lo que en realidad hace.
El realizativo (o “performativo”) hace lo que dice siempre y cuando lo
use quien debe, como se debe, donde se debe, cuando se debe, con quien se
debe, etcétera. Tales son las llamadas “condiciones de felicidad”. Por ejem-
plo, en la condición de felicidad relativa al “quién”, tenemos que en el caso
de una orden, quien la emite debe tener autoridad sobre quien la recibe, si
un sirviente le da una orden a la reina, no se cumpliría esa condición de feli-
cidad, pero si es la reina quien da la orden al sirviente, entonces sí se satisfa-
ría tal condición. En el caso del “cuándo” podría tomarse como ejemplo, en
el acto de saludar, la condición de felicidad de que el hablante y el oyente
no deben estar en medio de una conversación del uno con el otro, emitir
las palabras de saludo a una persona cuando ya estamos en plena conver-
sación con ella no satisfaría la condición de felicidad sobre cuándo se debe
saludar. Un ejemplo del “cómo” sería, en muchas culturas, el modo preciso
como se hacen las promesas. Los novios al contraer matrimonio, con una
fórmula ya muy establecida (por ejemplo, “yo, X, te acepto a ti, Y, como mi
esposo, y prometo serte fiel...”), o la fórmula precisa con que se debe rendir
protesta, etcétera.

5 Más adelante se explicará por qué el tener estos pensamientos, sentimientos e inten-
ciones no se incluye como una más de las otras “circunstancias” a que nos referimos en (A).
Austin: 1962, nota al pie, p. 56.

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144 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Ahora bien, no todas las condiciones de felicidad son igualmente impor-


tantes. Mientras que en el caso de muchas de ellas su incumplimiento provo-
ca la nulidad del acto, el incumplimiento de otras no anula el acto, sino que
da lugar a un “abuso”, como explica Austin (1962):

Si transgredimos algunas de las primeras reglas (del tipo A o B), esto es si


—por ejemplo— emitimos la fórmula incorrectamente, o si —por ejemplo—
no estamos en situación de asumir el cargo porque ocupamos ya un cargo
incompatible con aquél, o porque quien nos recibe el juramento es el orde-
nanza y no el ministro, entonces el acto en cuestión, esto es, asumir un cargo,
no es realizado satisfactoriamente, no tiene lugar, no se lleva a cabo. Por opo-
sición, en los dos casos C el acto es llevado a cabo, aunque llevarlo a cabo en
esas circunstancias como, por ejemplo, cuando somos insinceros, constituye
un abuso del procedimiento. Así, cuando digo “prometo” sin intención de
cumplir, he prometido, pero...
Necesitamos nombres para referirnos a esta distinción general. Por ello
llamaremos Desaciertos a los infortunios del tipo A.1 a B.2, en los que no
se consigue llevar a cabo el acto para cuya realización, o en cuya realización,
sirve la fórmula verbal correspondiente. Y, por otra parte, llamaremos abu-
sos a aquellos infortunios (los del tipo C) en los que el acto es llevado a cabo
(Austin: 1962, p. 57).

Para ejemplificar lo que serían estas diversas condiciones de felicidad,


tomemos el caso del prometer. Una condición esencial del prometer es que
el hablante adquiere el compromiso de cumplir la promesa; tal condición
existe necesariamente en cualquier promesa, y si no se da, entonces, en
realidad, no se dio el acto de prometer; en cambio, hay condiciones no
tan esenciales al prometer, por ejemplo, la condición de sinceridad; puede
hacerse una promesa sin tener la intención de cumplirla, lo que haría la
promesa insincera, pero no la anularía. Una persona puede prometerle al
banco que va a pagar su deuda en determinada fecha, aun cuando no tenga
la intención de hacerlo así. Si bien esto último hace insincera la promesa,
no la anularía, pues la persona verdaderamente adquirió el compromiso de
cumplir lo prometido.
Esta distinción entre el grado de “importancia” que pueden tener las
diversas condiciones de felicidad en cada acto de habla es retomada por
Searle (1991) como una distinción entre dos tipos de reglas: las “reglas cons-
titutivas” y las “reglas regulativas”. Estas últimas son reglas que regulan
actividades “pre-existentes”, esto es, actividades cuya existencia es indepen-
diente de las reglas, como la del ejemplo que da Searle: “al cortar carne,

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 145

sostén el cuchillo con la mano derecha”. En cambio, las reglas constitutivas


no sólo regulan, sino que crean o definen nuevas formas de comportamien-
to. Tomando el ejemplo de Searle, acerca del fútbol, observamos que sus
reglas no sólo regulan el juego, sino que lo crean, lo definen, es decir, “jugar
al fútbol” consiste en actuar conforme a tales reglas. De igual manera, expli-
ca Searle (1991, p. 33): “la regla constitutiva del acto de pedir, por ejemplo,
extraída de la condición esencial, es que la emisión de una determinada
forma lingüística (nunca la forma misma sin ser usada, claro) cuenta como
el intento de que el oyente haga algo”.6
Si aplicamos esta distinción de Searle al ejemplo, considerado más arri-
ba, del acto de prometer, diríamos que la condición de que el sujeto X (emi-
sor de la promesa) adquiera la obligación de hacer lo estipulado en su pro-
mesa es constitutiva del acto de prometer; en cambio, la condición de que
su promesa sea sincera es sólo regulativa.
Cabe destacar que, más adelante, en el desarrollo de su teoría, Austin
se percató de que no tiene sentido clasificar los enunciados en “constativos”
y “realizativos”, pues en realidad todos los enunciados, también los cons-
tativos, tienen una fuerza ilocutiva, son una aseveración (es decir, el acto
de emitir una aserción, por la cual el hablante asume la responsabilidad o
compromiso de que sus palabras son verdaderas), la cual también puede
hacerse explícita, por ejemplo, en lugar de decir “la Tierra es redonda”
puede decirse “yo afirmo que la Tierra es redonda”.
En vista de lo anterior, Austin construyó una teoría general de los actos
de habla, válida para todos los enunciados. Según esta teoría, al enunciar
cualquier oración se realizan tres actos simultáneos:

Un acto locutivo. En la medida en que se combinan sonidos y se com-


binan sintácticamente las nociones representadas por las palabras,
enunciándolas con un cierto significado (es decir, con un cierto sen-
tido y referencia).
Un acto ilocutivo. En la medida en que la enunciación de la oración
constituye en sí misma un cierto acto (promesa, pregunta, bautizo,
etcétera).
Un acto perlocutivo. En la medida en que la enunciación sirve para
fines que van más allá del acto mismo (por ejemplo, al hacer una
promesa, podría tener la intención —más allá del compromiso que
adquiero— de consolar o molestar, etcétera).

6 La traducción libre es mía.

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146 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Por último, vale la pena señalar que se han hecho diversas tipologías de
los actos de habla. Una de ellas, muy popular, es la de Searle (1979), quien
clasifica a los actos de habla en:

• Representativos o asertivos. Los cuales comprometen al hablante (en


distintos grados) con la verdad de la proposición que ha expresado;
aquí estarían, por ejemplo, los actos de afirmar, deducir y concluir.
Una característica central de estos actos es que su enunciado es sus-
ceptible de ser calificado como “verdadero” o como “falso”.
• Directivos. Por medio de ellos el hablante intenta que su interlocutor
haga algo (ejemplos paradigmáticos serían: preguntar, pedir, orde-
nar). Puede haber distintos grados de fuerza en ese “intento” de que
el interlocutor haga algo: no es lo mismo sugerir que ordenar, o pedir
que suplicar.
• Comisivos. Por medio de ellos el hablante se compromete a realizar
cierta acción futura (ejemplos: prometer, amenazar, ofrecer). Como
en los casos anteriores, este compromiso también puede ser en distin-
tos grados.
• Expresivos. Expresan cierto estado psicológico, es decir, por medio de
ellos el hablante comunica que tiene cierta disposición interna (ejem-
plos: agradecer, felicitar, disculparse, dar la bienvenida).
• Declarativos. Mediante ellos se efectúan cambios inmediatos en los
hechos del mundo, es decir, que al pronunciar (con todas las condicio-
nes de felicidad) el enunciado correspondiente a uno de estos actos,
por el hecho de haberlo pronunciado, se logra una correspondencia
entre el contenido proposicional del enunciado y la realidad, como
ocurre, por ejemplo, con los actos de nombrar candidato a alguien,
excomulgar, bautizar, etcétera, así como también en otros de los ejem-
plos que da Searle, para los cuales señala el efecto inmediato: “If I
successfully perform the act of declaring a state of war, then war
is on; if I successfully perform the act of marrying you, then you
are married” (Searle: 1979, p. 17). Efectivamente, si alguien realiza
exitosamente el acto de declarar la guerra, entonces, por ese mismo
acto, la guerra ha comenzado. Algo similar ocurriría con el acto de
contraer matrimonio; en cambio, evidentemente, no por el hecho
de que alguien realice exitosamente el acto de prometer llegar a la
cima del Everest habrá alcanzado la cima.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 147

En algunos de los ejemplos de actos ilocutivos antes vistos, y en otros


más, se presenta una característica indispensable para su realización: su re-
lación con ciertas instituciones extralingüísticas. De hecho, puede ser condi-
ción indispensable para su ejecución el que el hablante ocupe cierta posición
en esa institución. Esto se ve claramente en el ejemplo, antes mencionado,
sobre la declaración de guerra. Cuando una nación le declara la guerra a
otra, no basta con que cualquier individuo diga “mi país le declara la guerra
al suyo”, pues sólo se considerará que se ha llevado a cabo el acto de decla-
ración de guerra cuando la fórmula correspondiente para la declaración de
guerra sea enunciada por la persona o institución prestablecida, y con todos
los demás requisitos cumplidos. En otras palabras, la realización exitosa del
acto de declaración de guerra (así como muchos otros) no es explicable sólo
desde el lenguaje, sino que es necesario acudir a condiciones externas a la
lengua en sí misma. Del mismo modo ocurre en otros actos mencionados
por Searle (1979), como son: declarar a alguien culpable, bautizar, bendecir
o excomulgar a alguien, etcétera.
El estar en relación con ciertas instituciones extralingüísticas no es con-
dición esencial de todos los actos ilocutivos, sino que es una de las muchas
dimensiones en que los actos ilocutivos pueden distinguirse entre sí. Así, por
ejemplo, mientras que los actos de bautizar, excomulgar, declarar a alguien
culpable, etcétera, requieren, como se ha visto, de una específica relación
con instituciones extralingüísticas, otros actos, como afirmar que está llo-
viendo o prometer ir a visitar a alguien, pueden ejecutarse con sólo seguir
las reglas del lenguaje, sin necesidad de ninguna institución extralingüística
(cfr. Searle: 1979, p. 7).
La característica antes destacada resulta, evidentemente, de gran in-
terés para el derecho. En concreto, nos interesa considerarla en relación
con el acto de dictar sentencia judicial. Uno de los primeros considerandos
(casi siempre, el primero) que suele presentarse en una sentencia judicial
consiste en el señalamiento de que el órgano jurisdiccional que pronuncia
el fallo en cuestión es competente para hacerlo (también es común que se
especifique el modo en que se cumplen las otras disposiciones del proce-
dimiento). Desde el punto de vista de los actos de habla, en concreto, del
acto ilocutivo, tiene sentido hacer notar que se cumplen tales disposicio-
nes, pues con ello se constata que se satisfacen las condiciones esenciales
(al menos, esas condiciones esenciales) para que el acto pueda ser llevado a
cabo, esto es, para que todo lo que se va a decir en ese discurso no quede
como un mero conjunto de palabras huecas, sino que cuente como un acto
de dictar sentencia.

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148 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

En efecto, si las condiciones de competencia y demás disposiciones pro-


cedimentales no se cumplieran, podría ser nulo el acto en cuestión. Pérez
Duarte (2002) explica que la nulidad de los actos jurídicos “se produce en
los actos que han nacido en el mundo jurídico por reunir las condiciones es-
peciales de existencia, pero defectuosos o imperfectos, por no reunir los re-
quisitos de validez que señala el artículo 1795 del Código Civil para el D. F:
capacidad,7 ausencia de vicios de la voluntad, licitud en el objeto y forma”.

7 Para el tema que aquí nos ocupa, interesa recordar que por capacidad procesal se en-

tiende “la aptitud que tienen los sujetos de derecho, no sólo para ser parte en el proceso
sino también para actuar por sí (parte en sentido material) o en representación de otro
(parte en sentido formal) en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus de-
beres, ventilados ante el órgano jurisdiccional”. Para el juzgador “rige para determinar
su capacidad de decisión la figura de la competencia o capacidad objetiva, además de
los requisitos generales de capacidad subjetiva en abstracto y en concreto o imparciali-
dad, mientras que para las partes interesadas se pedirá para la validez de su actuación
ante la autoridad judicial, la capacidad procesal”. Flores García, Fernando: 2002).
Ahondando un poco más en lo relacionado con la competencia del juzgador, hay
que decir que el Código de Procedimientos Civiles para el D. F. establece, en su artículo
144 que la competencia de los tribunales debe determinarse por la materia (naturaleza
de las cuestiones jurídicas que constituyen la materia del litigio, pues hay una creciente
necesidad de conocimientos especializados), por el territorio (ámbito espacial), por la
cuantía (se refiere al valor económico que involucran los asuntos judiciales a resolver),
grado (cada una de las instancias que puede tener un juicio: hay órganos que pueden
conocer de un pleito en primera instancia y otros, en instancias ulteriores), por la cali-
dad personal de las partes involucradas en el pleito (juzgadores especiales para militares
o para menores infractores), turno (el orden en que se distribuyen los expedientes entre
tribunales de igual competencia según los otros aspectos), etcétera. Cfr. Flores García,
Fernando: 2002.

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capítulo primero

¿QUÉ SE ENTIENDE POR “ARGUMENTACIÓN”?

I. Definición y elementos constitutivos


De la argumentación

Si tomamos como punto de partida el Diccionario de la lengua española de la


RAE, argumentación es “la acción de argumentar”, argumentar significa “aducir,
alegar, poner argumentos” y argumento es un “razonamiento que se emplea
para probar o demostrar una proposición, o bien para convencer a otro de
aquello que se afirma o se niega” (Real Academia Española, 1992). Podemos
concluir que, en general, argumentar es ofrecer razones que apoyan una de-
terminada proposición.
Como ejemplo veamos el razonamiento expresado en la siguiente argu-
mentación (1), tomada del sexto considerando de la sentencia dictada por el
pleno de la SCJN (Acción de inconstitucionalidad 00026/2006-00):

(1) a) Según la Constitución, si las resoluciones de la Suprema Corte de Jus-


ticia sobre invalidez de normas impugnadas no son aprobadas por cuando
menos ocho votos, el Tribunal Pleno desestimará la acción ejercitada.1
b) La acción de inconstitucionalidad respecto del artículo aquí impugnado
no es aprobada por cuando menos ocho votos.2

1 En la sentencia se reproduce textualmente el siguiente fragmento del artículo 105


constitucional: “Las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia sólo podrán declarar la in-
validez de las normas impugnadas, si fueren aprobadas por cuando menos ocho votos. Si no
se aprobaran por la mayoría indicada, el Tribunal Pleno desestimará la acción ejercitada”.
2 El párrafo de la sentencia al que nos referimos textualmente se lee: “Ahora bien, la

propuesta de inconstitucionalidad del artículo segundo transitorio, primer párrafo o primera


parte, de la Ley Federal de Telecomunicaciones, que prevé la designación escalonada de los
integrantes de la Comisión Federal de Telecomunicaciones, obtuvo seis votos a favor y tres en
contra”. Así, en el texto de la sentencia queda sin expresarse el contenido que directamente
conduce a la conclusión, junto con la primera premisa, a saber: que la acción ejercitada
no ha cumplido con el mínimo de ocho votos que exige la Constitución. Al argumentar es
frecuente, según veremos, no explicitar todas las premisas o todos los pasos intermedios que

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2 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

c) En consecuencia, según la Constitución, el Tribunal Pleno desestimará


la acción de inconstitucionalidad respecto del artículo aquí impugnado.3

En este ejemplo vemos que la Suprema Corte, para justificar la decisión


de desestimar la acción de inconstitucionalidad que se buscaba ejercer (de-
cisión esta que queda expresada en (1c)), presenta como razones para ello
(1a) en unión con (1b); en otras palabras, la SCJN argumenta que:

(1c) desestima la acción de inconstitucionalidad respecto del artículo


impugnado porque
(1b) dicha acción no obtuvo la mayoría indicada de votos, es decir,
cuando menos ocho votos y
(1a) cuando no se dan por lo menos ocho votos que declaren la invalidez
de la norma impugnada, debe desestimarse la acción.

Hemos dividido este argumento en tres partes: (a), (b) y (c). En un ar-
gumento siempre entran en juego dos tipos de proposiciones. Por un lado,
las que se quieren probar —que en este caso, sería (c)—, y, por otro, las
que se emplean para intentar probar aquellos —(a) y (b) en el caso que nos
ocupa—. A estas últimas podemos llamarlas “premisas”,4 y a las primeras,
“conclusiones” o “tesis”.5
Lo que hacemos al argumentar es, grosso modo, proporcionar premisas
de donde se puedan inferir las conclusiones que queremos probar; así, por
ejemplo, vemos que en (1), al presentar (a) y (b) se puede fácilmente derivar
—inferir— (c). Por eso en alguna ocasión se ha descrito a la argumentación
como “la expresión lingüística de la inferencia”6 o expresión lingüística del

llevan a una conclusión, sobre todo cuando, como en este caso, se trata de un paso que el
lector puede fácilmente sobrentender.
3 El texto completo se lee: “En consecuencia, al no obtenerse la votación calificada de

cuando menos ocho votos exigida por las disposiciones constitucional y legal transcritas para
que se declare la invalidez de una norma general, lo procedente es desestimar la acción de
inconstitucionalidad respecto de los artículos precisados”.
4 El lector ya habrá notado que también es común denominar “argumento” a este úl-

timo tipo de enunciados, es decir, a la premisa que apoya alguna conclusión, dándole así el
mismo nombre que solemos usar para referirnos a la estructura compuesta por premisas y
conclusión.
5 Hay que tener presente que el llamar a un enunciado “premisa” o “conclusión” es

algo relativo; un enunciado no se dice “premisa” (o “conclusión”) por alguna característica


intrínseca, sino por la relación que guarda con otro enunciado.
6 Beuchot, Mauricio (1985: p. 32).

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 3

razonamiento. En efecto, los lógicos suelen hablar de tres operaciones pro-


pias de la mente humana: simple aprehensión, juicio y raciocinio; esta últi-
ma, al ejercitarse, tiene como producto un razonamiento, el cual, a su vez,
se expresa en un argumento o argumentación.

II. forma y materia De la argumentación

Un argumento está conformado por materia (las proposiciones que lo inte-


gran) y forma (su estructura, el encadenamiento entre sus partes). Tradicio-
nalmente se considera que el primero de estos elementos es estudiado por la
“lógica material”, que analiza las condiciones para que las proposiciones sean
verdaderas, mientras que el segundo es el objeto de la “lógica formal”, que
considera las condiciones para que el razonamiento sea correcto. Aunque en
el habla coloquial a veces se consideran como sinónimos los términos verdad
y corrección, en realidad designan cosas distintas: la verdad es una caracte-
rística de las proposiciones en sí mismas, mientras que la corrección es una
característica de los enlaces que se establecen entre las proposiciones dentro
de un razonamiento. Vale la pena detenernos un poco más en cada una de
estas nociones.
La postura más tradicional acerca de la verdad la define como “la ade-
cuación del intelecto con la realidad”. Esto parecería ser de sentido común
y, sin embargo, ha sido muy discutido a lo largo de la historia, en parte
porque, al cuestionarse qué es la verdad, no se ha distinguido claramente
esta pregunta de otra muy cercana: cómo saber cuáles proposiciones son
verdaderas.
En lo que sigue, se presenta una breve descripción de cuatro de las más
conocidas teorías sobre la verdad:

1. Teoría de la verdad como consenso

La teoría consensual de la verdad sostiene, a muy grandes rasgos, que


una proposición es verdadera si acerca de ella hay acuerdo o consenso en
todo el grupo de sujetos con los cuales, actual o potencialmente, se establece
un diálogo al respecto. El máximo representante de esta postura es Jürgen
Habermas, quien explica en qué consiste este criterio de verdad de la si-
guiente manera:

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4 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Yo sólo puedo atribuir a un objeto un predicado si también cualquier otro que


pudiera entablar un diálogo conmigo, atribuyera al mismo objeto el mismo pre-
dicado. Para diferenciar las proposiciones verdaderas de las falsas tomo como
referencia el enjuiciamiento de los demás, concretamente de todos los demás
con los que yo pudiera entablar un diálogo (con lo que incluyo contrafáctica-
mente a todos los interlocutores que yo podría encontrar si mi historia vital
fuera coextensiva con la historia del género humano). La condición para la
verdad de las proposiciones es el acuerdo potencial de todos los demás.7

Según expone Berthier (2006), la teoría consensual de la verdad se sus-


tenta en las siguientes ideas:

a) La verdad no es una propiedad de los objetos, sino de los enun-


ciados, por lo que se funda en razones y no en experiencias del
mundo.
b) La verdad es intersubjetiva, pues diferentes sujetos pueden predicar
algo de las cosas y cuestionarse mutuamente las pretensiones de ver-
dad de sus afirmaciones.
c) La verdad de un enunciado se funda en el consenso racional que con
base en argumentos puedan alcanzar los sujetos involucrados en un
contexto de acción.

2. Teorías coherentistas de la verdad

Sostienen que una proposición es verdadera siempre y cuando sea co-


herente con el resto de las proposiciones o creencias que integran el siste-
ma o conjunto al cual ella pertenece. Vale la pena destacar que para las
teorías coherentistas, la coherencia y la consistencia no son sólo caracterís-
ticas necesarias de las proposiciones verdaderas de un sistema (lo cual tam-
bién podría sostener una teoría correspondentista), sino una característica
suficiente para que puedan considerarse como verdaderas. Sin embargo,
también hay que señalar que en estas teorías no suele entenderse coherencia
como la sola consistencia lógica o ausencia de contradicciones, sino que la
coherencia implicaría también una fuerte cohesión o interconexión entre
proposiciones: cada proposición del sistema sería necesaria para el resto
de ellas.

7 Habermas, citado por Alexy (2007: p. 111).

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 5

3. Teorías pragmáticas o pragmatistas de la verdad

Son aquellas teorías para las cuales una proposición es verdadera si


resulta útil en la práctica. Por supuesto que lo más “práctico” o “útil” que
puede haber es que los hechos o cosas sucedan tal y como la proposición in-
dica; en ese sentido, la teoría pragmática se parecería a la correspondentis-
ta, sin embargo, aquella tiene claros aspectos instrumentalistas y relativistas
—como se puede apreciar en la cita que se ofrece a continuación— que son
ajenos a la teoría de la verdad como correspondencia:

Es importante examinar, aunque sólo sea de pasada, el concepto pragmático


de la verdad. Si en un momento determinado dos hipótesis distintas, ambas
generadas para explicar un mismo grupo de fenómenos, no pudieran distin-
guirse en función de sus capacidades predictivas en la práctica, las dos debe-
rían considerarse igualmente ciertas. Esto es precisamente lo que ocurrió en
Europa durante el siglo XVI, cuando la teoría egocéntrica de Ptolomeo y la
heliocéntrica de Copérnico servían para ayudar a la navegación marítima
con igual eficacia, por lo que ambas podían haber sido declaradas como verdaderas
desde ese punto de vista; en cambio, con la introducción del telescopio la utilidad
práctica de la hipótesis de Copérnico superó a la de Ptolomeo, por lo que a
partir de ese episodio la verdad ya nada más le correspondió a Copérnico. De igual
forma ocurrió en el siglo XIX con las teorías contagionista y anticontagionis-
ta de la fiebre amarilla: ambas tenían consecuencias prácticas de valor no sólo
médico y filosófico, sino también económico [...] La información objetiva que
existía en este campo hasta antes de Pasteur y Koch se podía explicar en for-
ma igualmente satisfactoria (o insatisfactoria) por las dos teorías, que postu-
laban hechos diametralmente opuestos; sin embargo, con el descubrimiento
del papel patógeno de los agentes microbianos, la teoría anticontagionista dejó
de ser verdad y le cedió todo el campo a la teoría microbiana de la enfermedad
(Pérez Tamayo:1990, pp. 121 y 122).8

4. Teoría de la verdad como correspondencia

La teoría más ampliamente extendida sobre la verdad es la que la en-


tiende como una correspondencia entre lo que se dice (o se piensa) y las
cosas, es decir, entre el lenguaje y la realidad. De acuerdo con la teoría de
la verdad como correspondencia, siguiendo la célebre definición de Santo
8 Las cursivas son del autor.

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6 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Tomás de Aquino, Veritas logica est adaequoatio intellectus et rei,9 la verdad lógica
es la adecuación entre el intelecto y la realidad; por ejemplo, si yo pienso
“La SCJN sesionó el día de ayer” y en la realidad la SCJN sesionó el día de
ayer, entonces mi pensamiento es verdadero, mientras que si, en realidad, la
SCJN no sesionó ayer, mi pensamiento resultaría falso.10
Así como la lógica material estudia la materia de los razonamientos, su
forma o estructura es analizada por la lógica formal. En el ejemplo (1) ve-
mos una de las formas más comunes de razonamiento:11 el llamado Modus
Ponendo Ponens o, simplemente, Modus Ponens, cuya estructura podríamos re-
presentar de la siguiente manera:

(1’) Si x, entonces y; es así que x, por lo tanto, y. Esta estructura la pode-


mos dividir en tres partes:
(a’) Si x, entonces y
(b’) x
(c’) por lo tanto, y

Cuyas formas fácilmente pueden identificarse en las dos premisas y la


conclusión del argumento (1), respectivamente:

(a) Según la Constitución, si las propuestas de inconstitucionalidad no


son aprobadas cuando menos por ocho votos, serán desestimadas;
(b) esta propuesta de inconstitucionalidad no es aprobada cuando me-
nos por ocho votos,
(c) por lo tanto, según la Constitución, será desestimada.

De la misma manera que la lógica material investiga acerca de la verdad


de los contenidos que conforman un razonamiento, la lógica formal lo hace

9 Summa I: 22:2. Citado por Walker (1999).


10 Para evitar posibles malos entendidos es preciso tener en cuenta una distinción fun-
damental, que Walker(1999) plantea en los siguientes términos: “Ni Santo Tomás ni ningún
otro de los grandes escolásticos ha afirmado nunca que la correspondencia sea el criterio
escolástico de la verdad. Inquirir qué sea la verdad es una cuestión; preguntar cómo conoce-
mos que hemos juzgado verdaderamente es otra enteramente distinta... La teoría escolástica
supone, por tanto, que la verdad ya ha sido distinguida del error, y procede a examinar la
verdad con vistas a descubrir en qué consiste precisamente. Este punto de vista es epistemo-
lógico, no criteriológico. Cuando dice que la verdad es correspondencia está afirmando lo
que la verdad es, no por medio de qué signos o indicios puede ser distinguida del error”.
11 Como ya se mencionó anteriormente, la estructura del razonamiento aquí se presenta

simplificada, para los fines de la exposición.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 7

acerca de la corrección con que se encadenan tales contenidos. Se dice que


un razonamiento es correcto cuando a partir de sus premisas se deriva ló-
gicamente —esto es, en virtud de las leyes de la deducción— su conclusión.
La corrección de un razonamiento sólo se refiere a la congruencia interna
del mismo, y es independiente de la verdad o falsedad de sus premisas y
conclusión; por ejemplo, si yo acepto las premisas “todos los filósofos son
extraterrestres” y “Sócrates es filósofo”, concluyo necesariamente que “Só-
crates es extraterrestre”. En este último ejemplo, ya sea que las premisas y
la misma conclusión sean verdaderas o sean falsas, la conclusión se deriva
correctamente de las premisas, pues realmente se deduce de ellas: hay una
congruencia interna.
Así, pues, verdad y corrección son propiedades distintas del pensamien-
to y no siempre se dan al mismo tiempo, como se muestra en el razonamiento
apenas expuesto acerca de Sócrates, que es correcto pero falso, o como pue-
de verse en otros razonamientos que son incorrectos a pesar de estar forma-
dos por premisas y conclusión verdaderas, por ejemplo: “Algunos filósofos
son atenienses y Sócrates es filósofo, por lo tanto, Sócrates es ateniense”,
donde claramente notamos que la conclusión no se deduce de las premisas,
por más que, casualmente, resultó ser verdadera.
Esta distinción entre materia y forma de la argumentación la retomare-
mos más adelante, al hablar de la justificación externa y justificación inter-
na de la argumentación jurídica.

III. Diversos tipos De argumentación

Como puede verse ya en la definición de la Academia, arriba citada (argu-


mento es un “razonamiento que se emplea para probar o demostrar una pro-
posición, o bien para convencer a otro de aquello que se afirma o se niega”),
cabe distinguir en la palabra “argumento” un sentido fuerte y uno débil.
En el sentido fuerte, “argumento” sería un razonamiento en el que, una vez
sentadas ciertas proposiciones, otra proposición diferente se deriva de ellas de
manera necesaria. En el sentido débil de “argumento”, la proposición deriva-
da puede seguirse de las otras de una manera no necesaria, sino simplemente
“verosímil”. Es este segundo sentido de “argumento”, el que algunos autores
(por ejemplo, Goldman, 1994: p. 27) prefieren llamar “argumentación”, si
bien aquí no hemos adoptado esa terminología, sino que hablamos de “argu-
mento” o “argumentación” “necesaria” para referirnos al sentido “fuerte”,
y de “argumento” o “argumentación” “probable”, “persuasiva”, “tópica” o
“retórica” para referirnos al segundo.

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8 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

El paradigma de argumento, en su sentido fuerte es el razonamiento


analítico-deductivo. En él se parte de premisas necesarias y, mediante razo-
namientos rigurosamente deductivos se llega a premisas igualmente necesa-
rias. En cambio, la “argumentación” en su sentido débil parte de premisas
tan sólo probables (entendiendo “probables” como “verosímiles” o “común-
mente aceptadas”) y llega a conclusiones igualmente opinables.
El padre de la lógica, Aristóteles de Estagira, a lo largo de las obras que
conforman su Organon, estudia detenidamente las variedades y caracterís-
ticas de estas formas de razonamiento. El gran comentador de Aristóteles,
Santo Tomás de Aquino, retoma esa visión integral de la lógica y nos brin-
da una magistral exposición acerca de los diversos tipos de argumento que
conforman el edificio de la lógica en el proemio de su Comentario a los Analí-
ticos Posteriores de Aristóteles. En él, el aquinate establece una analogía entre los
actos de la razón y los diversos actos de la naturaleza, argumentando que
así como en la naturaleza hay fenómenos que siempre ocurren y no pueden
dejar de presentarse, mientras que otros fenómenos sólo acontecen la ma-
yoría de las veces, así ocurre también con los razonamientos y la verdad de
sus conclusiones:

En los actos de la naturaleza hallamos una triple diversidad.


En algunos la naturaleza obra por necesidad, de manera que no puede
fallar.
En otros la naturaleza obra frecuentemente, aunque a veces también po-
dría fallar en su propio acto. Por eso en estos es necesario que se den dos ac-
tos: Uno se da como en la mayoría, por ejemplo cuando del semen se genera
el animal perfecto; el otro acto se da cuando la naturaleza falla en lo que le
es adecuado, como si del semen es generado algún monstruo, debido a la
corrupción de algún principio.
Estos tres también se dan en los actos de la razón. Hay algún proceso de la
razón que induce la necesidad, en el cual no es posible que se dé falta de verdad,
y debido a este proceso de la razón la ciencia adquiere certeza.
Hay otro proceso de la razón en el cual, como en la mayoría, se con-
cluye la verdad, sin embargo no tiene necesidad. Hay además un tercer
proceso de la razón, en el cual la razón fracasa en alcanzar alguna verdad por
defecto de algún principio que debía observarse en el raciocinio (Santo Tomás
de Aquino: s. XIII [2002], p. 30).

El primer acto de la razón por medio del cual se llega a conclusiones


necesarias es el llamado argumento necesario o analítico, que es el más pro-
pio de la ciencia y es estudiado por la parte de la lógica llamada analítica o
resolutoria.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 9

El segundo de los procesos aquí señalados es estudiado por la lógica


llamada inventiva o tópica, la cual no alcanza nunca argumentos necesarios,
sino sólo con un limitado grado de certeza o probabilidad. Vale la pena
aclarar, desde ahora, que al hablar aquí de “probabilidad” no nos referimos
a la de la estadística, sino más bien a la verosimilitud, a “lo plausible”, que
Aristóteles describe como “lo que parece tal, ya a todos los hombres, ya a la
mayoría, ya a los sabios; y entre los sabios, ya a todos, ya a la mayor parte,
ya a los más ilustres” (Tópicos, 100b, 22-24).
Dependiendo del grado de probabilidad o verosimilitud de estos argu-
mentos, Santo Tomás los distingue en tres clases: argumentos dialécticos,
retóricos y poéticos. En los primeros, “la razón se inclina totalmente a una
parte de la contradicción, aunque con cierto resquemor hacia la otra” (p.
31). En el argumento retórico, en cambio, el grado de probabilidad o de
certeza alcanzado es todavía menor, pues en él “no se da una completa
creencia u opinión sino cierta sospecha, porque la razón no se inclina to-
talmente a una parte de la contradicción, aunque se incline más hacia ésta
que hacia aquélla” (p. 31). La tercera clase de argumentos que distingue
Santo Tomás dentro de la llamada lógica inventiva o tópica es el argumento
poético:

A veces la sola estimación se inclina hacia una de las partes de la contra-


dicción por alguna representación, al modo que el hombre rechaza algún
alimento si se le representa bajo la semejanza de algo abominable. Y a esto
se ordena la Poética. Pues propio del poeta es inducir algunas cualidades por
alguna representación apropiada (p. 31).

Así, vemos que el razonamiento de la lógica inventiva o tópica puede va-


riar en el grado de probabilidad o aceptabilidad que alcanza, pero sin llegar
nunca a la necesidad propia de la argumentación analítica.
El tercer proceso a que hace referencia Santo Tomás de Aquino, el
que —siguiendo su analogía— equivaldría, en la naturaleza, a la genera-
ción de “un monstruo”, corresponde a los argumentos falaces, y es tratado
por la parte de la lógica llamada sofística. Dejando de lado, por el mo-
mento, a estos últimos “monstruos de la argumentación” vemos que, en
definitiva, para Santo Tomás existen —lo mismo que para Aristóteles—
dos tipos fundamentales de argumentos: los necesarios y los probables; si
bien dentro de estos últimos cabe distinguir varias clases, según su grado
de probabilidad.

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10 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

IV. comparación entre los argumentos propios


De la ciencia y los De la lógica inventiva

Detengámonos un poco en las características de las argumentaciones necesa-


rias o científicas y de las argumentaciones probables. Como vimos anterior-
mente, a las primeras también se les llama argumentaciones o razonamientos
demostrativos, y a las segundas, argumentaciones o razonamientos persua-
sivos, “tópicos” o “retóricos” (entendiendo “retórico” en sentido amplio, re-
lativo a toda la lógica inventiva y no sólo a parte de ella).12 Para Aristóteles,
la diferencia principal entre los argumentos científicos o demostrativos y los
persuasivos o probables no está en la forma, sino en la materia:

El silogismo es una enunciación en la que, una vez sentadas ciertas proposi-


ciones, se concluye necesariamente una proposición diferente de las propo-
siciones admitidas, mediante el auxilio de estas mismas proposiciones. Es
una demostración cuando el silogismo está formado de proposiciones verda-
deras y primitivas o bien de proposiciones que deben su certidumbre a pro-
posiciones primitivas y verdaderas (Tópicos, 100a, 25-29).

Tenemos así que, de acuerdo con Aristóteles, el argumento demostra-


tivo, propio de la lógica analítica, el argumento científico por excelencia,
se caracteriza no sólo por su estructura impecablemente deductiva, sino
también por su materia, la cual tiene por contenido los principios propios
(o contenidos que directamente deriven de esos principios) del objeto sobre
el cual versa la argumentación, es decir, las características esenciales de tal
objeto, las que lo definen y lo hacen ser lo que es: sus causas.13 Por eso la
concepción aristotélica de ciencia es la de un conocimiento cierto de las
cosas por sus causas.14 En efecto, sería un conocimiento “por causas” pues
surge de los principios propios de las cosas, expresados en esas “proposicio-
nes verdaderas y primitivas” de las que habla Aristóteles, pero además es un
conocimiento cierto, esto es, con certeza, no sólo por la verdad y evidencia
de los principios de los que deriva, sino también porque deriva de ellos por
un proceso formal estrictamente deductivo. La ciencia se obtiene, desde la
perspectiva del estagirita, cuando logramos explicar los hechos, las cosas,
la realidad, a partir de sus causas, en otras palabras, cuando mostramos
cómo se deducen las proposiciones sobre los hechos de las premisas que ex-
12 A este respecto es ilustrativo el título de la famosa obra de Perelman y Olbrechts-

Tyteca, Teoría de la argumentación. La nueva retórica.


13 Al menos en el sentido de “causa formal” aristotélica.
14 Véase Analíticos posteriores, 71b, 9-11.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 11

presan los principios: “El conocimiento científico, propiamente hablando,


se logra cuando los enunciados sobre los hechos (o propiedades) son «dedu-
cidos» de los principios (i. e. los enunciados generales). La ciencia es un pro-
ceso que va del «conocimiento de los hechos» al «conocimiento de la causa
de los hechos» (Tamayo y Salmorán: 2003, p. 81).
Los dos “ingredientes” básicos de la ciencia aristotélica serían, enton-
ces, los encadenamientos deductivos y las premisas sobre los principios. De
los primeros se trata con más detenimiento en el capítulo segundo de este
estudio, y acerca de las premisas sobre los principios se exponen en lo que
sigue algunas ideas en torno a cuáles sean sus características y, sobre todo,
cuál sea su origen, pues en esa cuestión se encierra uno de los problemas
centrales de la epistemología aristotélica, como bien explican Reale y Anti-
seri (1988 [1991], p. 194):

Las premisas del silogismo científico tienen que ser verdaderas... además de-
ben ser primarias, es decir, no deben necesitar a su vez una demostración
anterior a ellas, y más conocidas que ellas. En otras palabras, deben ser inte-
ligibles y claras por sí mismas, y más universales que las conclusiones, ya que
han de contener la razón de éstas. Llegamos así a un punto delicadísimo para
la doctrina aristotélica de la ciencia: ¿cómo conocemos las premisas? Cierta-
mente, no podría ser a través de otros silogismos, porque en tal caso llegaría-
mos hasta el infinito. Habrá que utilizar otro camino, por lo tanto.

Ahí está el problema fundamental: si el silogismo o razonamiento cien-


tífico debe derivar de premisas verdaderas, universales, inteligibles y claras
por sí mismas, etcétera, ¿de dónde sacamos tales premisas? En la cadena
deductiva no podemos ir hasta el infinito; las primeras premisas no pueden
basarse en premisas más universales o evidentes que ellas mismas, porque
entonces el problema simplemente se traspasaría a aquellas otras premisas,
y así ad infinitum. La respuesta, entonces, no puede provenir de la deducción,
pero ¿cómo se conocen, entonces, esas primeras verdades universales? Aris-
tóteles encuentra dos medios: la inducción y la intuición.
Reale y Antiseri (1988 [1991], p. 195) explican de la siguiente manera lo
que constituyen inducción e intuición en el pensamiento aristotélico:

a) La inducción es el procedimiento a través del cual desde lo particular se lle-


ga hasta lo universal... El Estagirita suele reconocer que la inducción no es un
razonamiento, sino un “ser conducido” desde lo particular hasta lo universal,
por una especie de visión inmediata o de intuición, hecha posible gracias a la
experiencia. En esencia la inducción constituye el proceso abstractivo.

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12 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

b) En cambio, la intuición es la captación pura por el intelecto de los pri-


meros principios. Como ya había dicho Platón, aunque de manera diferente,
también Aristóteles admite una intuición intelectiva. De hecho, la posibilidad
del saber mediato supone estructuralmente un saber inmediato.

Respecto a cuáles sean esos principios, base de las ciencias, que capta-
mos por medio de la inducción y la intuición, es importante aclarar que los
hay de distintos tipos, y no todos se encuentran en el mismo nivel de uni-
versalidad. Hay principios que rigen todo pensamiento, pero otros que sólo
se aplican a determinada ciencia o género de ciencias, como claramente
explica Tamayo y Salmorán (2003, pp. 82 y 83):

Aristóteles, aunque impresionado por el poder de la axiomatización, no parti-


cipaba de la optimista opinión de que todo el conocimiento científico pudiera
estar fundamentado en un solo conjunto de axiomas. Aristóteles estaba más
bien impresionado por la manifiesta diferencia entre las ciencias. Aunque
todas siguen un mismo esquema y el mismo proceso general, matemáticos,
astrónomos, físicos y geómetras trabajan en diferentes dominios, explican di-
ferentes objetos y obtienen y aplican diferentes principios. Para Aristóteles,
consecuentemente, cada ciencia tiene sus propios géneros y predicados y, por
tanto, en la demostración no podemos pasar de un género a otro, “no pode-
mos, por ejemplo, probar —afirma Aristóteles— verdades geométricas por
la aritmética”.

Dentro del conjunto de enunciados deductivamente organizados que


constituye cada ciencia, las premisas que se encuentran en el nivel más alto
son los axiomas o “primeros principios”, como el Principio de No Contradic-
ción y el Principio de Tercero Excluso, que son comunes a toda ciencia. En un
nivel más bajo de universalidad se encuentran las tesis, hipótesis y definicio-
nes, las cuales ya no son comunes, sino que cada ciencia tiene las suyas. De es-
tos últimos principios hace notar el mismo Tamayo y Salmorán (2003, p. 84):
“Los primeros principios de cada ciencia no son susceptibles de deducción de
otros principios más fundamentales: son los enunciados más generales que se
pueden hacer de los predicados propios de cada ciencia. Como tales, estos
principios constituyen el punto de partida de toda demostración”.
Con ayuda de estos principios y las reglas de deducción (como las que
se verán en el capítulo segundo) se puede estructurar la ciencia como la
concibe Aristóteles; sin embargo, es importante recordar que, evidente-
mente, el paradigma clásico de la ciencia al modo de Aristóteles no es el
único que existe en la actualidad, pues en el siglo XX surgieron posturas
de gran importancia en la filosofía de la ciencia, como son, entre otras, la

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 13

de Karl Popper,15 la de Thomas Kuhn,16 la de Imre Lakatos17 y la de Paul


Feyerabend.18

15 Su posición respecto a la ciencia —muy al contrario de Aristóteles, que la consideraba

un conocimiento con certeza— es “falibilista”, pues para él los conocimientos que alcan-
cemos serán siempre falibles, nunca podremos tener certeza de ellos. En conexión con su
aspecto falibilista, la epistemología popperiana es también falsacionista porque sostiene que
no es lógicamente posible verificar los enunciados universales de la ciencia, por lo cual el ca-
mino para el avance de la ciencia sólo puede ser el de la falsación, que nos permite encontrar
los enunciados erróneos, para desecharlos. Este último viene a ser el aspecto central en el
pensamiento de Popper: “El eje de su epistemología se encuentra en lo que él denomina la
«asimetría lógica entre verificación y falsación»; con esta expresión indica que, en virtud de
las reglas elementales de la lógica, nunca podemos demostrar la verdad de una proposición
universal de la ciencia y, en cambio, un solo contraejemplo basta para mostrar que esa pro-
posición es falsa o contiene alguna falsedad” (Artigas: 1999, p. 81).
16 Quien, a partir de un estudio histórico sobre el modo en que se había ido desarrollan-

do la ciencia real a través del tiempo, concluye que existen dos tipos de actividad científica:
la que se desarrolla en los periodos que él llama de “ciencia normal”, esto es, cuando la
comunidad científica trabaja sobre la base de teorías generalmente aceptadas que no se
cuestionan, sino sólo se usan para la resolución de problemas concretos, y la que se realiza
en los periodos de “ciencia extraordinaria”: cuando las teorías generalmente aceptadas no
logran resolver diversos problemas concretos, lo cual puede llevar a ponerlas en duda y bus-
car un nuevo conjunto de teorías científicas que, en caso de encontrarse y ser aceptado por
la comunidad científica, dará lugar a lo que Kuhn llama una “revolución científica”.¿Qué
es lo que, llegado el caso, empuja a los científicos a hacer un “cambio de paradigma”. La
respuesta de Kuhn se podría resumir en la siguiente explicación de Artigas (1999, pp. 86 y
87): “[Para Kuhn] un nuevo paradigma no se admite única o principalmente en base a argu-
mentos lógicos, ya que lleva consigo una nueva visión de la naturaleza y, por tanto, no puede
compararse con el antiguo paradigma. Kuhn habla en ese sentido de la inconmensurabilidad
de los paradigmas, o sea, de la imposibilidad de compararlos mediante un criterio común...
frecuentemente, una nueva teoría científica llega a triunfar no porque sus adversarios se rin-
dan ante las pruebas, sino porque esos adversarios mueren y surge una nueva generación de
científicos que admiten la nueva teoría... Lo que Kuhn subraya es que la aceptación de las
nuevas teorías no se realiza con base en argumentos únicos y forzosamente decisivos, y que,
cuando se plantean nuevos paradigmas, «es necesaria una decisión entre métodos diferentes
de practicar la ciencia y, en esas circunstancias, esa decisión deberá basarse menos en las
realizaciones pasadas que en las promesas futuras... una decisión de esta índole sólo puede
tomarse con base en la fe»”.
17 Lakatos se dio a la tarea de defender la “racionalidad científica”, tratando de demostrar

que el progreso de la ciencia se lleva a cabo mediante argumentos racionales (cfr. Artigas,
1999) frente a la postura de Kuhn, que muchos tacharon de “irracionalista”. Lakatos pretende
seguir la misma línea que Popper, sólo que insiste en que lo que se somete a evaluación en la
actividad científica no son las teorías aisladas, sino conjuntos de teorías que conforman lo que
él llama “programas de investigación”. En estos últimos Lakatos distingue una parte central,
integrada por un conjunto de ideas que se mantiene inmutable y no se somete a revisión, y un
conjunto de enunciados más “periféricos”, que son los que se someten a contrastación y, en su
caso, se modifican o abandonan.
18 Aunque fue popperiano en una primera época, con el tiempo Feyerabend cambió de

postura hasta llegar a lo que él mismo llamó una “teoría anarquista del conocimiento”, en

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14 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Pero veamos ahora qué ocurre al comparar la argumentación científica


(entendida al modo de Aristóteles, cuyo pensamiento se toma como una de
las bases del presente estudio) con los otros tipos de argumentación que dis-
tingue el mismo estagirita: en contraste con el argumento demostrativo, las
argumentaciones propias de la lógica llamada “inventiva”, concretamente
las argumentaciones dialéctica y retórica, no estudian los principios propios
de nada, pues carecen de un objeto específico, es decir, no tienen un género-
sujeto, según dice el filósofo: “No es de ningún género definido la retórica,
sino como la dialéctica” (Retórica, I, 1, 1355 b, p. 9), por eso es que “ninguna
de las dos es ciencia de cómo es nada definido, sino como meras facul-
tades de suministrar razones” (Retórica,, I, 2, 1356 a, p. 31). Lo cual tiene
su otra cara: si bien no pueden argumentar demostrativamente acerca de
ningún asunto, sí pueden argumentar persuasivamente (o “retóricamente”)
acerca de cualquier cosa, sin estar constreñidas a un único objeto propio.
Éste es un punto en el que Aristóteles insiste una y otra vez a lo largo de
su obra: la dialéctica y la retórica sólo se manejan con opiniones generales,
principios no específicos de las cosas, lugares comunes,19 y es precisamente
tal característica la que las hace capaces de argumentar “sobre cualquier
cosa dada” (Retórica, I, 2, 1355 b, pp. 32-34).
Dado que la retórica y la dialéctica no consideran los principios propios
de cada cosa, luego entonces, no pueden tener un carácter científico y se
quedan sólo en lo que resulta accidental para la cosa específica. Dice Aristó-
teles que si se pretende hacer las demostraciones sólo por principios comu-
nes y no por principios propios, “así no se sabe la cosa en tanto que ella es
lo que es, sino tan sólo en su accidente”. En efecto, por poner un ejemplo,
podríamos decir que a la medicina le es accidental el lugar común que dice
que “aquello cuyo contrario es malo, es un bien”, pues aunque esto sea ver-
dadero en boca de un médico, no será ese conocimiento el que lo constituye
como médico, sino el saber lo que es bueno o malo para la salud (que es su
objeto propio).

la que se afirmaba que la metodología científica es un contrasentido y que nunca pueden


dictarse a la ciencia normas para su desarrollo (cfr. Artiga: 1999, p. 96). El principio supremo
de esta teoría es “todo vale” (Feyerabend, Contra el método: esquema de una teoría anarquista del
conocimiento, Barcelona, Ariel, 1974, pp. 21 y 22, citado por Artigas: 1999, p. 96).
19 Nos referimos a “lugares comunes” no en el sentido de “cliché” o “cosa ya sabida”,

sino como esquemas argumentativos ampliamente aceptados que pueden servir de base para
infinidad de argumentos, según la materia a la cual se apliquen. En la lógica inventiva se les
llama “lugares” por ser “de donde” se pueden sacar los argumentos, y se les dice “comunes”
por dos razones: la primera porque son aceptados y compartidos por muchas personas, y la
segunda porque son aplicables a materias de diversos tipos (es decir, no son específicos).

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 15

¿Cabe la posibilidad de que la argumentación, que en un primer mo-


mento fue retórica, vaya avanzando en la aplicación de los principios pro-
pios de algún objeto y llegue, así, a ser una argumentación científica? Sí es
posible (como veremos más adelante), pero en la misma medida, la argu-
mentación deja de ser, en realidad, argumentación “retórica”, como expli-
ca Aristóteles: “mas los (entimemas) específicos, en cuanto se elijan mejor,
crearán sin darse uno cuenta una ciencia distinta de la dialéctica y la retó-
rica; pues si se habla con principios, ya no será dialéctica ni retórica, sino
que será aquella ciencia de que tiene los principios” (Retórica I, 2, 1358 a,
pp. 24-27).
Se pueden hacer argumentos sobre temas de medicina, geometría o ju-
risprudencia, etcétera, utilizando sólo lugares comunes (“tópicos”), y quien
así lo hace, lo hace en calidad de rétor; en cambio, cuando se argumenta so-
bre esos temas pero no con base en simples lugares comunes, sino con base
en los principios de la medicina o de la geometría o de la jurisprudencia, en-
tonces el que así argumenta no lo hace simplemente como rétor, sino como
médico, geómetra o jurista, está argumentando científicamente.

V. necesiDaD metoDológica De Diversos tipos


De argumentación

En el apartado anterior, tratamos, a grandes rasgos, las principales caracte-


rísticas del argumento demostrativo y del argumento probable o persuasivo,
así como su diferencia esencial. Al ver el conocimiento superficial (o, me-
jor dicho, la opinión) que nos brinda la argumentación retórica o probable
(“tópica”), comparado con el conocimiento más profundo que alcanzamos
con el argumento demostrativo o analítico, cabría pensar que sería mucho
mejor manejarse únicamente con argumentos demostrativos, y dejar de lado
la argumentación retórica. Y, en efecto, a lo largo de la historia, ha habido
muchos pensadores que tratan de reducir todo razonamiento al esquema de
la argumentación analítica, sin admitir excepciones.
Esos mismos autores consideran a la argumentación retórica o probable
como “defectuosa” o “de segunda categoría”, por no poder alcanzar el gra-
do de necesidad propio del razonamiento analítico. Sin embargo, no com-
partimos la opinión de tales autores, pues son precisamente las peculiares
características de esa forma de argumentación “retórica” o “persuasiva” las
que la hacen tan útil en la función que desempeña. En efecto, mientras que
el primer tipo de argumento tiene un carácter predominantemente cientí-
fico, orientado a lo necesario y universal, el segundo tipo tiene un carácter

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16 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

eminentemente práctico, aplicable a la convivencia cotidiana y a los asuntos


de la vida común y corriente.
En lo que sigue, planteo tres razones de por qué es necesaria una diver-
sidad de modos de argumentar, a diferencia de quienes piensan que basta el
razonamiento demostrativo:
(1a.) La diversa naturaleza de los objetos sobre los que argumentamos
exige diferente método para su tratamiento: la argumentación debe ade-
cuarse al objeto.
No cabe duda de que las argumentaciones basadas en lo necesario y lo
demostrable ocupan un lugar muy importante en nuestras vidas (piénsese,
por ejemplo, en las grandes obras de ingeniería y en todas las aplicaciones
de la matemática). No obstante, ¿los razonamientos necesarios, analíticos y
exactos agotan la realidad que nos rodea y la capacidad racional del hom-
bre? Existen muchos aspectos de la realidad que no son tan universales y
necesarios como los objetos de las matemáticas y disciplinas afines, sino su-
mamente contingentes y con tantos aspectos y matices particulares que no
son susceptibles de ser tratados del mismo modo que aquellos otros objetos.
No todas las cosas pueden ser tratadas con el mismo método. Ya lo decía
Aristóteles: “Propio es del hombre culto no afanarse por alcanzar otra pre-
cisión en cada género de problemas sino la que consiente la naturaleza del
asunto. Igualmente absurdo sería aceptar de un matemático razonamientos
de probabilidad como exigir de un orador demostraciones concluyentes”
(Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1094b, 25-29).
Tomemos como ejemplo aspectos de la realidad tan próximos a noso-
tros como lo serían la vida política de un país, las relaciones sociales, las
decisiones de vida que van creando la biografía de las personas, la comu-
nicación diaria entre los hombres, etcétera. Todas éstas son realidades con
las que el hombre convive diariamente y que no son susceptibles de ser
tratadas con razonamientos analíticos, sino sólo con razones probables, opi-
niones que, por más verdaderas que sean, siguen siendo opiniones, y no de-
mostraciones analíticas. No podemos forzarlas a entrar en ese esquema. Al
momento de decidir, en unas elecciones políticas, a quién dar nuestro voto,
sería inútil esforzarnos por descubrir una ecuación o un método preciso que
nos indique exactamente cuál candidato político elegir. Como éste no es
un asunto que tenga que ser de un modo preciso, sino que admite diversas
posibilidades, no puede ser abordado con los mismos razonamientos que se
usan para las ciencias exactas. Es más, si esto de la elección fuera cuestión
de fórmulas matemáticas, ni siquiera tendríamos que ponernos a pensar y
decidir a quién escoger, ni harían falta debates ni campañas, ni nada por
el estilo; bastaría con sacar nuestra calculadora, aplicar la fórmula precisa

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 17

y ¡listo! No tendría sentido preguntarle a cada quien por quién vota, como
tampoco tiene sentido preguntar quién vota para que el triángulo siga te-
niendo tres lados. En ambos casos se trataría de algo que sólo puede ser de
una manera y, por lo tanto, no depende de nuestra decisión.
En todos estos casos y más, que son los que enfrenta diariamente el
hombre, no estamos, pues, en el terreno de lo necesario ni de los razona-
mientos rigurosos. ¿Habrá que decir, entonces, que estamos fuera de la ra-
zón? Si reducimos la razón y la lógica a un único método o modo de razo-
nar, el analítico, entonces sí habría que decir que la mayor parte de la vida
del hombre quedaría abandonada al terreno de lo irracional. Pero, afortu-
nadamente, la razón no tiene un único método, sino que cuenta con diver-
sidad de modos de argumentar, para manejarse en estos distintos terrenos.
(2a.) Aun en los objetos que serían susceptibles de ser tratados con argu-
mentos demostrativos, el argumentante no siempre tiene los conocimientos
(premisas) necesarios para hacerlo de esa manera, así es que muchas veces
sólo puede abordarlos con argumentaciones probables.
Hemos visto, en el apartado anterior, que, al menos desde la perspectiva
aristotélica, no puede haber verdaderos argumentos demostrativos si no se
cuenta con las premisas sobre los principios propios del objeto tratado; eso
nos llevaba a concluir que, en estricto sentido, sólo hay demostraciones en el
ámbito de la ciencia. Ahora bien, una gran cantidad de personas no cuenta
con mayores conocimientos científicos y, sin embargo, argumenta cotidiana-
mente acerca de los más variados temas; es más, aun las personas que tienen
conocimientos de alguna ciencia particular, quizá formulen argumentos de-
mostrativos en ese ámbito restringido de su conocimiento científico, pero en
muchos otros temas y situaciones de su vida, sobre los cuales no tienen cono-
cimiento científico (nadie es experto en todas las ciencias) seguramente utili-
zan argumentos simplemente probables, basados en opiniones verosímiles o
comúnmente aceptadas. Así, por ejemplo, una persona dedicada a la ciencia
de la biología quizá pueda hacer muchos argumentos demostrativos acerca de
los seres vivos, pero respecto a razonar sobre cómo invertir o administrar su
sueldo, probablemente sólo tenga argumentos “retóricos”, simplemente per-
suasivos, basados en premisas de simple “sentido común”, argumentos estos
muy distintos —mas no por ello irracionales—, de los que, sobre el mismo
tema, podría dar un economista o un experto en finanzas.
Creo que este punto se extiende todavía más allá del ámbito personal;
en el mismo desarrollo de una ciencia particular, a lo largo de la discusión
científica, los científicos no tienen, desde un principio, la profundidad de
conocimiento que alcanzarán en estadios posteriores; es decir, no todas sus
premisas son, desde el comienzo, sobre los “principios propios” de su obje-

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18 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

to, sino que acuden también a opiniones comúnmente aceptadas, a conoci-


mientos generales, que se van “puliendo” con el diálogo a través del tiem-
po. Además, los principios de las ciencias, ya establecidos, sólo se pueden
estudiar o revisar desde fuera de ese sistema: desde fuera de la ciencia que
fundamentan, para lo cual resulta, entonces, un instrumento ideal la argu-
mentación persuasiva, como dice Aristóteles (Tópicos, I, 2, 101 a, 33ss):

Pero es que además [la dialéctica] es útil para las cuestiones primordiales pro-
pias de cada conocimiento. En efecto, a partir de lo exclusivo de los principios
internos al conocimiento en cuestión es imposible decir nada sobre ellos mis-
mos, puesto que los principios son primeros con respecto a todas las cosas, y
por ello es necesario discurrir en torno a ellos a través de las cosas plausibles
concernientes a cada uno de ellos. Ahora bien, esto es propio o exclusivo de
la dialéctica. En efecto, al ser adecuada para examinar [cualquier cosa], abre
camino a los principios de todos los métodos.

Así, la argumentación “probable” o “persuasiva” abre paso al descu-


brimiento de los principios de la ciencia. En este punto, mutatis mutanda,
encuentro una similitud con el procedimiento para sentar jurisprudencia:
lo que en un principio fue sólo la decisión particular para un caso concreto,
puede, si se vuelve cada vez más “comúnmente aceptado” (al menos en cin-
co casos consecutivos), alcanzar otro estatus de obligatoriedad.
En definitiva, no basta sólo con los argumentos demostrativos, pues
aunque el tema sea susceptible de ser tratado con tales argumentos, a ve-
ces no contamos con las premisas necesarias para una demostración, sino
sólo para argumentos probables. Además, la argumentación no demostrati-
va nos puede ayudar a descubrir las premisas del argumento demostrativo.
(3ª.) Existe multitud de circunstancias en las que, si bien el objeto de
análisis es susceptible de una argumentación demostrativa y el argumentan-
te tiene los conocimientos necesarios para realizarla, el oyente o interlocutor
no tiene la capacidad para seguir una argumentación de ese tipo y, por lo
tanto, para poder establecer comunicación con tal oyente, es necesario acu-
dir a una argumentación no demostrativa.
Esto puede ocurrir lo mismo cuando un médico trata de convencer a
una mujer sobre la necesidad de aplicar tal o cual tratamiento en su hijo,
como cuando un juez trata de hacer accesible al gran público las razones de
la conveniencia o justicia de alguna decisión.
En resumen, tenemos que la argumentación probable o “retórica”, aun-
que sólo puede emplearse en el terreno de lo opinable, tiene una aplicación
muy amplia, pues puede haber opinión (como opuesta a ciencia o demostra-

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 19

ción) por varias razones: primera, porque el objeto tratado sea contingente,
sólo de lo opinable y no susceptible de ciencia; segunda, porque aunque
el objeto en sí sea de suyo susceptible de un estudio científico y de una de-
mostración, nosotros lo manejemos sólo en el terreno de la opinión por no
contar con las premisas acerca de los principios esenciales del objeto, o bien
(tercera) porque, aun conociendo tales premisas, calculamos que nuestro
oyente no podría seguir una argumentación así, o no es pertinente, por cual-
quier circunstancia, hacerla en ese momento.

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Título

3. ARGUMENTACIÓN
Mtra. Erika Berenice Valles Oropeza

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capítulo Quinto
LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

I. Derecho y argumentación1

La argumentación, entendida en uno u otro de los sentidos “fuerte” y “dé-


bil” que se analizaron en el primer capítulo de esta investigación, ha estado
siempre unida, de una u otra forma, a la tarea del jurista. Esto no resulta
extraño o novedoso, pues, como afirma Atienza (2007, p. 1), “Nadie duda de
que la práctica del derecho consiste, de manera muy fundamental, en argu-
mentar, y todos solemos convenir en que la cualidad que mejor define lo que
se entiende por un buen jurista tal vez sea la capacidad para idear y manejar
argumentos con habilidad”.
El ejercicio de la argumentación es, pues, primordial para la tarea del
jurista, pero también, a su vez, el ejercicio del derecho, a lo largo de la his-
toria, ha resultado muchas veces decisivo para el desarrollo del arte de la
argumentación; como ejemplo de esto último se ofrece enseguida un breve
recorrido histórico por la Antigüedad clásica, donde se muestra cómo las
características y exigencias propias de las tareas del abogado propiciaron,
en aquella época (al igual que en muchas otras), el desarrollo y expansión
del estudio y ejercicio del arte de la argumentación. De ahí que no sea ca-
sual el hecho de que muchos de los más grandes oradores (representantes
prototípicos de la argumentación retórica) hayan sido también personajes
destacados en el mundo del derecho.

1 Al iniciar el tratamiento de este punto, vale la pena insistir en que, a lo largo de todo
este estudio, se ha manejado el término “argumentación” en su sentido más amplio, es decir,
el que incluye tanto al razonamiento demostrativo, como al razonamiento retórico o “per-
suasivo”. Cabe recordar esta observación, ya que, como se ha señalado anteriormente, hay
autores que utilizan el término “argumentación” para referirse únicamente al segundo de
estos tipos de razonamiento.

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74 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

1. Derecho y argumentación: recorrido histórico a través de la Antigüedad clásica

A. La antigua Grecia

a. Una creciente demanda

En el mundo de la antigua Grecia,2 la relación entre derecho y argu-


mentación fue muy estrecha. Las circunstancias políticas, económicas y so-
ciales de aquel entonces propiciaron una gran demanda de expertos en li-
tigios y en el tratamiento de los asuntos públicos, y esta demanda, a su vez,
dio lugar a uno de los periodos de mayor desarrollo y propagación de la
argumentación llamada “persuasiva” o “retórica”.
En efecto, en la antigua Grecia, el auge de la retórica coincide, al menos
en lo que respecta a Sicilia, con el fin de la tiranía,3 cuando, una vez reesta-
blecida la democracia, comenzaron a sucederse numerosos litigios. Muchos
de éstos giraban en torno a la propiedad de las tierras, pues todos aquellos
terratenientes que durante el reinado de los tiranos habían sido despojados
de sus territorios, comenzaron a reclamar sus pertenencias. Es de imaginar
que en una situación así, la habilidad argumentativa de los litigantes, su
capacidad persuasiva, resultaba decisiva para lograr el triunfo en el litigio.
Fue así como el arte retórico fue convirtiéndose en un instrumento cada vez
más poderoso en el mundo del derecho y, por ende, comenzó a cultivarse
cada vez más.
Por otro lado, dado que en aquel entonces no existía el oficio de abo-
gado como tal y cada quién tenía que defender su causa, muchas de las
personas que se veían en la necesidad de enfrentar un litigio y no se sentían
capacitadas para hablar con la elocuencia necesaria, contrataban los servi-
cios de especialistas, los llamados “logógrafos” —que podrían considerarse
como los precursores de los actuales abogados—, para que les elaboraran
un discurso que ellos pudieran aprender de memoria y presentar ante el tri-
bunal. Algunos de los mejores rétores que ha tenido la humanidad se inicia-
ron como logógrafos4 o ejercieron este oficio en algún momento de su vida.

2 Para una detallada explicación de los fenómenos ocurridos alrededor de esta época se

puede consultar la obra de Werner, Jaeger, Paideia, México, Fondo de Cultura Económica,
1957, particularmente el capítulo III del libro II.
3 El tirano Hierón muere en 468 a. C., y en 466 es expulsado de Siracusa el tirano

Trasíbulo.
4 Tal es el caso, por ejemplo, de Demóstenes, Iseo y Lisias, entre otros.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 75

En el caso de Atenas, hubo circunstancias económicas que influyeron


directamente en su forma de gobierno y, paralelamente, acrecentaron la
importancia de la retórica. Gracias al desarrollo y expansión del comer-
cio, la democracia fue ganando terreno. Nuevos grupos sociales, fuera de la
aristocracia, empezaron a tener mayor poder económico, y eso, a su vez, les
abría la posibilidad de entrar con mayor peso que antes a la vida política, al
gobierno. Sin embargo, esta oportunidad que se le brindaba al ciudadano
común no se realizaba de manera inmediata, pues existía un gran obstácu-
lo: la educación. Durante mucho tiempo en Grecia se había pensado que
el perfil del hombre ideal, modelo máximo al que aspiraba la pedagogía,
no era realizable por cualquiera, sino sólo por los nobles: todos los nacidos
fuera de la aristocracia estaban imposibilitados para alcanzarlo y, por tanto,
era inútil intentarlo; de ahí que la educación del pueblo no fuera tan es-
merada como la que recibía la nobleza. En esta situación, por más que las
nuevas circunstancias económicas le abrían al pueblo la posibilidad de una
mayor participación en la vida política, si no estaba tan preparado como la
nobleza para esta actividad, no podría hacer un buen papel al enfrentarse
cara a cara con la aristocracia en las asambleas del pueblo. Surgió, enton-
ces, una enorme demanda de educación, una demanda de maestros que
enseñaran la “virtud política”, es decir, todo un conjunto de conocimientos
sobre cómo manejar los asuntos de la ciudad y cómo manejarse uno mismo
en ese medio.
Ahora bien, el centro de la política de esos tiempos lo constituían las
asambleas públicas, y en ellas el instrumento más necesario y poderoso era
el arte de la persuasión; la virtud fundamental de un hombre de Estado era la
virtud de la palabra, el dominio del arte retórico.
Pero no era sólo el pueblo quien tenía que aprender el arte de la per-
suasión: también los nobles se enfrentaban ahora a situaciones nuevas que
les exigían ampliar su habilidad retórica. En efecto, los jurados ante los
cuales tenían que hablar no eran ya los mismos, pues día con día aumen-
taba el número de jueces pertenecientes a las clases bajas de la burguesía.
Los miembros de tales clases —como se ha dicho anteriormente— no te-
nían una educación muy esmerada y, por lo tanto, carecían de la capacidad
necesaria para seguir una demostración jurídica complicada. Siendo esto
así, los nobles también se vieron obligados a estudiar más a fondo los me-
canismos de la persuasión para poder hablar de manera convincente no
sólo ante auditorios selectos —como estaban acostumbrados— sino ante
cualquier tipo de oyente.5
5 Es interesante ver cómo ahora los juristas y, en especial, para el tema que nos ocupa,

los jueces se ven en una situación análoga a la de los nobles de aquella época, en el sentido

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76 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

b. La demanda de educación y el surgimiento de la sofística

En este contexto histórico de una creciente demanda de educación sur-


ge la figura de los sofistas, un conjunto de pensadores más o menos indepen-
dientes entre sí, cuyas ideas principales muchas veces difieren notablemente
de uno a otro, pero que reciben el mismo apelativo porque, aunque no sos-
tuvieran la misma doctrina, tenían ciertas características comunes. Entre
estas características se encuentra, por ejemplo, la de compartir su principal
tema de interés: el hombre y la cultura (a diferencia de los filósofos anterio-
res, llamados “físicos”, que se habían dedicado al estudio de la naturaleza
en su sentido más amplio); coincidían también los sofistas en el cobro por
sus enseñanzas (cosa mal vista en aquella época), así como en la orientación
práctica de las mismas (a diferencia de la orientación teórica de los prime-
ros filósofos), la cual llevaron hasta tal extremo que, si bien su pragmatismo
les trajo un rápido éxito, también los condujo a su fin, como dice Grimberg
(1983,222) de los sofistas: “la utilidad fue siempre el fundamento de su acti-
vidad. En ello radicaba, por una parte, la fuerza de este movimiento, pero
por otra, la causa principal de su decadencia”.
Sin embargo, entre todas las características comunes a los sofistas, la
que más interesa para el desarrollo del presente estudio es su habilidad y
destreza en el manejo de la argumentación y, más específicamente, de la re-
tórica. Éste fue, sin lugar a dudas, su instrumento principal, al grado de que
muchos de ellos limitaban sus lecciones simplemente a la enseñanza de este
arte. No obstante, sería erróneo pensar que la intención directa de los so-
fistas era la de ser maestros de retórica; su finalidad primordial era la ense-
ñanza de la virtud política, es decir, el desarrollo de aquellos conocimientos
y habilidades necesarios para el manejo de los asuntos de la ciudad. Sin
embargo, debido a que el dominio de la retórica era una habilidad indispen-
sable para el hombre de Estado (y —también hay que decirlo— la que traía
éxitos más fáciles y rápidos), los sofistas centraron sus enseñanzas en el arte
de la persuasión. Entre los numerosos sofistas que hubo por aquella época
destacan por su importancia Protágoras de Abdera y Gorgias de Leontini,
de quienes se hará una breve referencia a continuación.

de que, al motivar y justificar su decisión, saben que ya no sólo tienen como auditorio a otros
con la misma preparación que ellos, es decir, a otros juristas, sino a las partes litigantes y a la
población general que, gracias a los actuales medios de comunicación, está pendiente de sus
decisiones. Así, dice Perelman (1988, p. 228): “No hay que olvidar que las decisiones de la
justicia deben satisfacer a tres auditorios diferentes, que son: de un lado, las partes en litigio,
después, los profesionales del derecho, y, por último, la opinión pública, que se manifiesta a
través de la prensa y de las reacciones legislativas que se suscitan frente a las sentencias de
los tribunales”.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 77

Protágoras de Abdera vivió, aproximadamente, del año 480 al 410 a. C.


Además de sus actividades como sofista, se distinguió como hombre de Es-
tado. Gozaba de la amistad y confianza del hombre más importante de su
tiempo: Pericles, quien le encargó la elaboración de una Constitución para
la colonia griega de Turios.
La tesis principal de Protágoras es: “El hombre es la medida de todas las
cosas; de las que son en cuanto que son, y de las que no son en cuanto que
no son”.6 No es difícil ver que la afirmación de Protágoras podría conducir
a un relativismo:7 la medida de la verdad de cada cosa ya no es cada cosa,
sino el sujeto que la percibe.8 Por otro lado, el método usado por Protágoras
era el de la antilogía, que consiste, fundamentalmente, en la capacidad para
defender con igual destreza cualquier proposición dada, lo mismo que su
contraria. Protágoras se preciaba de poder presentar con igual fuerza per-
suasiva lo mismo la proposición “buena” que la “mala”, la verdadera que
la falsa; decía contar con la posibilidad de defender con el mismo éxito la
postura más convincente y la menos convincente, logrando así “transformar
la peor razón en la mejor”, como diría él mismo en su obra Las antilogías.
Ahora bien, la habilidad para defender los contrarios es algo muy propio
de la retórica,9 pero el poder persuadir primero sobre cualquier proposición
y defender luego, con igual éxito, la proposición exactamente contraria no
implica, evidentemente, que sean igualmente válidos o verdaderos ambos
contrarios. Idealmente, esta habilidad, lejos de emplearse para persuadir in-
distintamente sobre lo bueno y sobre lo malo, sobre lo justo y sobre lo injus-
to, etcétera, debería servir, simplemente, para saber cómo defender nuestra
postura y cómo se podría defender la postura de nuestro contrincante o ad-
versario para que así los recursos que éste utilice no nos tomen por sorpresa.
Sin embargo, si se contempla el método de la antilogía junto con la afirma-
ción relativista de Protágoras, parece que para él la habilidad para persua-
dir ambos contrarios era mucho más que un simple instrumento retórico.
La imposibilidad de que dos proposiciones contrarias sean simultáneamente
verdaderas queda olvidada para Protágoras, pues, a fin de cuentas, para este
pensador, “el hombre es la medida de todas las cosas”.

6 Fragmento 1.
7 Aunque sería exagerado adjudicar a Protágoras un desarrollo filosófico completo de
tal postura.
8 En el Teeteto de Platón se da un ejemplo de este relativismo. Suponiendo el caso de que

haya hecho viento, para quien hubiese sentido el viento como tibio, el viento es tibio, y para
el que lo hubiese sentido frío, el viento es frío. Cabe destacar que aquí Protágoras no está
hablando de cómo le parece el viento a cada uno, sino de cómo es el viento.
9 De hecho, según Aristóteles, en ella radica una de las principales razones de la utilidad

de este arte.

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78 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Gorgias nació en Leontini, Sicilia, alrededor del año 485 a. C. Fue fa-
moso no sólo por su habilidad retórica, sino también por haber desempe-
ñado importantes funciones diplomáticas. Aunque el contenido filosófico
de su pensamiento es mucho más pobre que el de Protágoras, sin embargo,
la maestría que alcanzó en el arte de la elocuencia es notable, no en vano
lleva su nombre el diálogo platónico dedicado a la retórica. Lo más carac-
terístico de este autor fue haber introducido en la retórica elementos de los
que tradicionalmente se servía la poética; por ejemplo: el uso de palabras no
comunes en el lenguaje cotidiano,10 adorno excesivo y lenguaje figurado,11
etcétera. Con la aportación de recursos poéticos al servicio de la retórica,
inicia Gorgias una nueva etapa en la oratoria ateniense.
Gorgias expuso sus teorías retóricas en un Arte donde se contenían pre-
ceptos y enseñanzas como, por ejemplo, el manejo del ridículo dentro del
discurso. De esto último nos da noticia Aristóteles: “Acerca de las cosas risi-
bles, puesto que parece tienen alguna utilidad en los debates, decía Gorgias
que es preciso estropear la seriedad de los adversarios con la risa, y la risa
con la seriedad, en lo cual tenía razón”.12
Un ejemplo de aplicación de esta estrategia lo tenemos, precisamente,
en el Gorgias platónico, donde Polo de Agrigento —discípulo de Gorgias—
la usa en contra de Sócrates:

Sócrates: Entonces, nunca será más feliz ninguno de los dos, ni quien de ma-
nera injusta se apodera de la tiranía, ni quien sufre castigo —pues de dos des-
dichados ninguno podría ser más feliz— pero ciertamente es más desdichado
quien reina como tirano sin haber sido descubierto. ¿Qué es esto, Polo? ¿Te ríes?
¿Es ésta a su vez otra forma de refutación, reír cuando alguien dice algo, mas no refutar?
Polo: ¿No crees estar refutado ya, Sócrates, si dices cosas tales que ningún
hombre afirmaría?13

c. Los filósofos: Platón y Aristóteles

En aquella misma época, como contraparte del surgimiento de la sofís-


tica, tenemos a la filosofía, con el reclamo por los espacios que le trataban
10Aristóteles recuerda las palabras de Gorgias, cuya traducción sería “aduladores musi-
mendicantes perjuros y benejuros” (cfr. Retórica, III, 3, 1405 b, 37).
11 Por ejemplo, Aristóteles critica algunas metáforas de Gorgias por parecerle de excesi-

va solemnidad y tono de tragedia: “asuntos pálidos y sangrientos”, o “tú sembraste para tu


vergüenza y has cosechado para tu desgracia” (Retórica, III, 3, 1406 b, 9).
12 Aristóteles, Retórica, III, 18, 1419 b, 3-5.
13 Platón, Gorgias, 473 e. En relación con este argumento, cfr., supra, capítulo cuarto, es-

pecialmente lo relativo a las falacias ad hominem, ad verecundiam y ex populo.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 79

de arrebatar algunos sofistas, así como con el esfuerzo por entender el ser y
deber-ser del arte de la argumentación manejado por aquellos personajes.
Destaca aquí la gran figura de Platón, cuya aversión hacia la retórica es
bien conocida. Sin embargo, a pesar de los ataques que le hace, Platón re-
conoce la importancia de este arte.14 De lo contrario, quizá no le habría de-
dicado el Gorgias, uno de sus diálogos más extensos, ni la habría tratado tan
ampliamente en el Fedro. Su actitud, si bien hostil, no es destructiva. Plantea
crudamente las dificultades, pero también propone soluciones.
La mayor preocupación de Platón en lo referente al tema de la retóri-
ca es señalar el enorme peligro que representa. La retórica, empleada con
injusticia, puede llevar a una ciudad entera a quitar sus ojos del verdadero
bien para fijarlos sólo en las apariencias. De hecho, muchos de los oradores
existentes hasta entonces no se preocupaban por conocer y dar a conocer
lo bueno y lo malo, sino sólo por agradar a los hombres, proporcionándoles
placer, y mantener, así, el poder.
Sin embargo, en el Gorgias, Platón parece admitir que el uso injusto que
puede hacerse de la retórica no debe reprochársele a la retórica en cuanto
tal, pues aunque es cierto que hay una “retórica mala”, también lo es que
puede haber una “retórica buena”, una “retórica conforme al arte”. ¿Qué
características tendría, según Platón, esta “retórica buena”? El verdadero
orador, el que realmente actúa conforme al arte, es aquel que al hablar lo
hace teniendo en cuenta la justicia, el orden y la belleza del alma; aquel que
se preocupa siempre por generar la virtud en sus conciudadanos. Para esto,
tal orador debe tener un verdadero conocimiento (y no sólo apariencia de
conocimiento) acerca de lo que es el hombre y cuál es su verdadero bien. Y
este bien verdadero no siempre se identifica con lo placentero;15 por lo tan-
to, contrario al uso de muchos oradores populares, que buscaban agradar a
su auditorio y decirle aquello que quería oír, el buen orador, el artista de la
“retórica buena”, debe “procurar que las almas de los ciudadanos lleguen
a ser lo mejor posible y luchar para decir lo mejor, sea ya más placentero o

14 Éste es un tema sobre el que se ha escrito mucho. Para profundizar en él podría con-

sultarse, entre muchas otras, la obra de Gómez Robledo, Antonio, Platón. Los seis grandes temas
de su filosofía, pp. 467-511.
15 Para Platón, que el bien del hombre no es el placer en sí mismo se comprende al

constatar que, entre los placeres, algunos proporcionan salud al cuerpo, pero otros, todo lo
contrario. Platón, por boca de Sócrates, quiere atacar a quienes identifican la felicidad y bien
del hombre con los placeres, y así los ridiculiza diciendo que “ya que los que tienen sarna y
sienten comezón experimentan un gran placer rascándose, habrá que decir si “al tener sarna
y sentir comezón, poder rascarse ampliamente y pasarse la vida rascándose significa vivir
felizmente”.

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80 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

más molesto para los oyentes”.16 Una retórica así sí valdría la pena estudiar-
se; una retórica así sí podría ser considerada un verdadero arte; una retórica
así no sería atacada por Platón, “pero —continúa inmediatamente— tú no
has visto jamás esta clase de retórica”.17
La conclusión del Gorgias no es optimista. Habiendo tantos hombres
que se dedican a la “retórica adulatoria” sería difícil que el pueblo escucha-
ra al “verdadero orador”, al “orador justo”, porque lo que éste tiene que
decir no siempre resulta placentero. Sócrates, que en este diálogo platónico
representaría al “orador justo”, parece saber que su falta de “retórica adu-
latoria” lo llevaría a la muerte, si alguna vez fuera acusado injustamente...18
Llegado el caso, “puesto que no digo las palabras que cada vez digo para
complacer, sino para lo mejor... seré juzgado como sería juzgado un médico
entre niños, acusado por un cocinero”. Tal cocinero hablaría de los placeres
que él mismo les proporcionó, y de los dolores y sinsabores que les dieron
las curaciones del médico. Y aunque el médico dijera a los niños que todo
eso lo había hecho por su bien, sería difícil que ellos lo entendieran así. Lo
declararían culpable. “Yo sé —continúa Sócrates— que ciertamente a mí
me pasaría algo parecido si fuera al tribunal... Pero si yo finalmente murie-
ra por falta de retórica adulatoria, sé bien que verías con cuánta facilidad
soporto la muerte”.19
Estas páginas, que se encuentran ya hacia el final del Gorgias, llevan
una conmovedora alusión a la muerte de Sócrates, el maestro de Platón, su
modelo de “buen orador”, de “orador justo”. Platón no pudo evitar ver en
la condena a muerte de su amigo y maestro un ejemplo más de la injusticia
con que se hacía uso de la retórica. No es de extrañar, pues, su hostilidad
hacia este arte. Sin embargo, sería difícil no percatarse, al leer sus obras, de
que Platón mismo, además de su grandeza como filósofo, tenía un dominio
extraordinario del arte retórico. Como ejemplo de esto —y para concluir
este apartado no sin antes hacer por lo menos una breve alusión a la labor
de Platón como artista (y no sólo como crítico del arte retórico)— recorde-
mos el hermoso párrafo final de la Apología, en el cual Platón rememora las
palabras de Sócrates después de haber sido condenado a beber la cicuta:

Platón, Gorgias, 503 a.


16

Platón, Gorgias, 503 a.


17
18 Hay que tener presente que Platón redactó el Gorgias aproximadamente 12 o 14 años

después de la muerte de Sócrates.


19 Platón, Gorgias, 522 e.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 81

No tengo ningún resentimiento contra mis acusadores ni contra los que me


han condenado, aun cuando no haya sido su intención hacerme un bien,
sino, por el contrario, un mal, lo que sería un motivo para quejarme de ellos.
Pero sólo una gracia tengo que pedirles. Cuando mis hijos sean mayores, os
suplico los hostiguéis, los atormentéis como yo os he atormentado a vosotros,
si veis que prefieren las riquezas a la virtud y que se creen algo cuando no
son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza si no se aplican a lo que deben
aplicarse y si creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado con
vosotros. Si me concedéis esta gracia, lo mismo yo que mis hijos no podremos
menos de alabar vuestra justicia. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de
aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la
mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios.

Aristóteles de Estagira, el más brillante discípulo de Platón y cumbre de


la filosofía griega, nació en el año 384 a. C. Su aportación al estudio de la
argumentación es invaluable; no sólo es reconocido como “padre de la lógi-
ca”, sino también, en lo que se refiere a la retórica, fue el primero en realizar
una verdadera sistematización de la misma, elevándola así al nivel de arte.
Aunque en una primera época se unió a la actitud hostil de Platón hacia
la retórica, como hace constar lo que a nosotros ha llegado de obras como
el Grilo, sin embargo, con el paso del tiempo y el desarrollo de otras partes
de su lógica, Aristóteles se percata de la importancia de la retórica y del
irremplazable papel que desempeña dentro del arte de la argumentación,
considerado en su conjunto. Así, Aristóteles se dedica a hacer un estudio
profundo del arte retórico, analizando cuáles son sus características princi-
pales, sus semejanzas con otras partes de la lógica, su utilidad, mecanismos
empleados en su argumentación, tópicos más usados, etcétera.
En distintas partes del presente estudio se hace referencia al pensamien-
to aristotélico, sin embargo, presentar aquí una semblanza, aunque fuera de
manera muy resumida, de cada uno de los aspectos de su doctrina mencio-
nados en el párrafo anterior rebasa nuestros actuales objetivos. Lo que no
podría faltar en esta consideración de las relaciones entre argumentación
y jurisprudencia es la división de la retórica que propone el estagirita. Ésta
nos dará una idea de la íntima compenetración que tenían en aquella época
el ejercicio de la argumentación (al menos en su vertiente retórica) y lo que
ahora podría llamarse “el mundo del derecho”.
Según Aristóteles, existen tres géneros de retórica:20 el deliberativo, el
judicial y el demostrativo. Para establecer su distinción, el estagirita utiliza

20 Juan Luis Vives, el filósofo del Renacimiento, no está de acuerdo con la clásica división

de la retórica. No hay por qué reducir el dominio del arte de la palabra a los géneros judicial,

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82 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

como criterio el papel que juega el oyente en cada caso, esto es, cuando se
pronuncia un discurso (o se da a conocer de cualquier otro modo) el oyente
puede actuar de dos maneras: como árbitro de lo que se dice o como simple
espectador. Cuando el oyente actúa como árbitro puede hacerse aun otra
distinción, que será la decisiva para indicar de cuál genero de retórica se
trata: si aquello de lo que juzga el oyente son cosas pasadas, entonces ése es
un caso de retórica judicial o forense, pero si aquello sobre lo que tiene que
juzgar se refiere a cosas futuras, entonces se habla de retórica deliberativa.
En cambio, cuando el papel del oyente es el de simple espectador, el género
del discurso es el demostrativo.
El tipo de retórica que Aristóteles llama “forense” o “judicial” trata de
asuntos “del pasado”, es decir, que ya ocurrieron, por ejemplo, un crimen
que se cometió o cualquier otra acción que se llevó a cabo. En estos casos,
como se decía, la función del oyente es la de árbitro o juez, y su arbitraje consis-
tirá en juzgar la bondad o maldad de dicha acción, o si tal persona cometió o
no cometió el crimen, etcétera. El auditorio u oyente prototípico en este gé-
nero de retórica sería el juez o los jueces de un tribunal, y la tarea del orador,
por su parte, consistirá en defender o acusar (según sea el caso), intentado
inclinar la opinión de los jueces hacia uno u otro lado. Para esta tarea es
importante que el orador conozca ciertos tópicos que le ayuden a defender
su causa. Aristóteles proporciona (Retórica, I, 10, 1368 b, 13 y ss.) una amplia
lista de tópicos aplicables en la retórica judicial, que se refieren a las causas
por las que se comete injusticia, cuál es la disposición de quienes la cometen
y contra quiénes se comete, etcétera. Conociendo estos tópicos, el orador
podrá más fácilmente argumentar que el acusado no tiene ninguna de tales
características (si es que intenta defenderlo), o bien, si pretende acusarlo,
tratará de ver cuántas y cuáles de ellas le son aplicables.
En la retórica deliberativa, en cambio, el orador trata de persuadir so-
bre alguna cosa futura, presentándola ya sea como algo útil —y, por tanto,
animando a realizarla o conseguirla—, o bien, como algo dañino —y, por
tanto, disuadiendo de ello—. Y así como en el género judicial Aristóteles es-

deliberativo y demostrativo. Tal clasificación, dice Vives, la propuso Aristóteles considerando


no la naturaleza de la retórica como tal, sino los usos y costumbres de su época. En reali-
dad —según Vives— la retórica es un instrumento universal, aplicable a una infinidad de
ámbitos, además de aquéllos en los que la emplearon los antiguos. Comparto plenamente
esta idea, sin embargo, creo que el mismo Vives aceptaría que la división aristotélica nos
permite apreciar la estrecha relación que en la práctica —al menos en la práctica de aquel
entonces— existe entre retórica y derecho, tan estrecha que se usa como criterio de división
de los géneros de la retórica los usos que se le daban en el que podríamos llamar, en sentido
amplio, “mundo del derecho”.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 83

tudió los tópicos sobre las acciones justas e injustas, en el género deliberativo
considera detenidamente21 los tópicos a partir de los cuales puede construir
la retórica deliberativa sus argumentos, los cuales giran en torno a cuáles
sean las cosas buenas y convenientes, los bienes según su magnitud, su ne-
cesidad, su utilidad, su duración, etcétera. Hablando de temas concretos,
en su Retórica, Aristóteles considera que, usualmente, este género de retórica
trata temas como los ingresos fiscales, la guerra y la paz, la custodia del país,
la legislación, etcétera. Por supuesto que ellos están muy lejos de agotar los
posibles temas de la retórica deliberativa,22 pero son ejemplos muy repre-
sentativos de este género de retórica, y eran precisamente esos asuntos los
que usualmente se discutían en su época durante las asambleas públicas,
las cuales serían un ejemplo típico de la clase de auditorio propia de la ora-
toria deliberativa. Un ejemplo de nuestros días lo tenemos en las cámaras
de senadores y diputados.
Como se vio, el auditorio u oyente puede jugar el papel de árbitro o el
de espectador. En los géneros judicial y deliberativo funge como árbitro, de-
bido a que el orador habla sobre asuntos pendientes, esto es, que aún no han
sido decididos y, por lo tanto, requieren la intervención directa del oyente,
ya sea para juzgar sobre cosas pasadas o para decidir sobre cosas futuras.
En cambio, en la retórica demostrativa el oyente actúa como espectador. En
este género de retórica su actuación no influye en la decisión del caso, pues
se trata de asuntos resueltos, acabados, acerca de los cuales ya no hace fal-
ta decidir nada, por ejemplo, la alabanza de algún personaje histórico o la
exaltación de una determinada virtud, o un elogio fúnebre, etcétera.
La finalidad de la oratoria demostrativa es la alabanza y el vituperio,
por tanto, en ella el orador habrá de tener presentes las cualidades por las
que se ensalza y se reprocha, que pueden ser, por ejemplo, la virtud y el
vicio, lo noble y lo bajo, etcétera. También en relación con ello, Aristóteles
menciona algunos tópicos para la alabanza en general, o para la alabanza
ante ciertos auditorios, etcétera.23
En lo que respecta a la valoración aristotélica de los tres géneros retóri-
cos, Aristóteles considera que el género más valioso de todos es el delibera-
tivo, por ser en donde los asuntos son tratados de manera más directa y con
base en los argumentos (esto, al menos, en la época del filósofo). En cambio,
la oratoria forense (judicial) se presta más, según el estagirita, a tratar sobre

21Cfr. Aristóteles, Retórica, I, 6, 1362 a, 15 y ss.


22Tan sólo piénsese en la enorme cantidad de usos que puede tener, ya no en los asuntos
públicos, sino entre los particulares.
23 Cfr. Aristóteles, Retórica, I, 9, 1366 b, 35 y ss.

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84 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

cosas ajenas al asunto, intentando desviar la atención del juez por medio
de halagos u otras triquiñuelas. Así, la decisión del juez muchas veces no se
basa en los argumentos que realmente conciernen al asunto tratado, sino en
el propio agrado y el favoritismo que un orador astuto logró despertar en él.
Según Aristóteles, esta diferencia entre géneros retóricos se debe a que
en la oratoria deliberativa se tratan asuntos cuya solución afecta a todos, in-
cluyendo a los que deciden, por eso mismo, tratan de decidir lo mejor. En
cambio, en la oratoria forense el juez no trata sobre algo propio, sino ajeno,
y por eso no se esfuerza por analizar con detenimiento el asunto ni tomar la
decisión más acertada.
Por lo que toca al género demostrativo o epidíctico, en la Antigüedad
muchos lo consideraban más emparentado con el arte teatral o con la litera-
tura, debido a que, a diferencia del género deliberativo y judicial, que trata-
ban sobre temas controvertidos donde la opinión despertada en los oyentes
resultaba decisiva para cada caso, en la oratoria demostrativa se hablaba de
asuntos no controvertidos. No se intentaba hacer cambiar al oyente de opi-
nión, sino sólo reforzar la que ya tenía sobre un punto determinado.24 Así,
pues, en opinión de Aristóteles,25 los discursos de este género de retórica no
tenían gran consecuencia práctica o, al menos, ésta no era tan visible como
en los géneros judicial y deliberativo.

d. El canon de los diez mejores oradores griegos

En este breve recorrido histórico que hacemos para apreciar la mutua


influencia entre derecho y argumentación, vale la pena detenernos en las
figuras que conforman el Canon de los diez mejores oradores griegos, pues, como se
verá, la mayoría de ellos destacaron no sólo en el arte retórico, sino también
en el ejercicio del derecho y de la política de su tiempo.
Recordemos que, aproximadamente doscientos años antes de Cristo, los
gramáticos alejandrinos elaboraron una lista de los escritores a los que con-

24 Cfr. Aristóteles, Retórica, I, 9, 1368 a, 28 y 29.


25 Es importante señalar que no todos los estudiosos coinciden con Aristóteles. Perelman
(cfr. Tratado de la argumentación, pp. 95-98) opina que este género de retórica tiene mucho
mayor importancia que la que le concedían los antiguos, pues ella puede ser decisiva para
reforzar las decisiones tomadas por medio de discursos anteriores, lo cual ayudará a una
pronta ejecución de lo decidido. Muchas veces, las decisiones que se toman en las asambleas,
a pesar de conseguir la adhesión de todo el auditorio, nunca se llevan a cabo. La retórica
demostrativa, por tener el poder de reforzar las opiniones que se poseen, podría ayudar a
exaltarlas de tal modo que se realicen en la práctica.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 85

sideraban como modelo en sus respectivos géneros. Este catálogo se conoce


con el nombre de Canon de Alejandría y, en lo que se refiere al género orato-
rio, menciona los siguientes nombres: Lisias, Isócrates, Antifón, Andocides,
Iseo, Esquines, Licurgo, Demóstenes, Hipérides y Dinarco.
Antifón26 fue el más antiguo de los oradores que conforman este canon,
y el primero que publicó y editó un discurso en Atenas. Son famosas sus Te-
tralogías, consistentes en tres series de cuatro discursos (cada una), o más que
discursos, “esqueletos” de discurso, que, con las modificaciones necesarias,
utilizaba al defender distintos casos.
También Iseo27 solía escribir discursos para sus clientes y, a veces, habla-
ba en persona por ellos. A Iseo se le reconoce la gran precisión y lógica con
que discutía los asuntos, y —dicho sea de paso— sus discursos, casi todos
sobre cuestiones de herencia, han sido de mucha utilidad como fuentes para
conocer el derecho privado ático.
De Lisias sabemos que tenía como profesión la de abogado, y se cuen-
ta que su elocuencia era tal que sólo perdió dos litigios en toda su vida.
Licurgo,28 por su parte, tuvo el honor de que en repetidas ocasiones los ate-
nienses le confiaran la administración de la Hacienda, cosa que hizo muy
acertadamente. Junto con Hipérides,29 y Demóstenes, Licurgo fue uno de los
mayores opositores a Filipo de Macedonia, todo lo contrario de Dinarco,30
quien era partidario de los macedonios. Este último, aunque vivió en Atenas
desde pequeño, en realidad nació en Corinto, con lo cual, su condición de
extranjero le impedía participar en las asambleas públicas, pero se dedicó al
oficio de logógrafo, escribiendo discursos para otros.
Dentro de este canon, una figura especialmente destacada es la de Isó-
crates.31 En una primera etapa, al igual que muchos otros rétores, se dedicó
al oficio de logógrafo, es decir, a escribir discursos para que otros los pro-
nunciaran en sus propios litigios. Más tarde abrió una escuela de elocuencia
que llegó a ser de las más célebres de Atenas. Fue uno de los principales de-
fensores de la retórica frente a los ataques de Platón, pero además criticaba
las enseñanzas platónicas diciendo que pretendían lograr un conocimiento
tan elevado y tan puro que, a fin de cuentas, no se podía utilizar. En cam-
bio, él (Isócrates) ofrecía algo práctico, una educación para el mundo de la

26 Vivió de 480 a 411 a. C.


27 Vivió hacia 390-340 a. C.
28 Vivió aproximadamente de 396 al 323 a. C.
29 Vivió aproximadamente de 395 a 322 a. C.
30 Vivió alrededor de 361-280 a. C.
31 Vivió de 436 a 338 a. C.

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86 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

acción política. A las críticas de que su sistema de enseñanza no proporcio-


naba conocimientos científicamente fundamentados, sino simples opinio-
nes, Isócrates respondía que “es mucho más importante tener una opinión
razonable sobre cosas útiles que saber con exactitud cosas inútiles”.32
Esquines33 ha sido tradicionalmente considerado como el rival de De-
móstenes. En 347 a. C. formó parte, junto con otros oradores (incluido Demós-
tenes), de la embajada enviada a Macedonia para negociar la paz. Poco des-
pués formó parte, también junto con Demóstenes y otros, de una embajada
para ratificar lo acordado anteriormente, dando como resultado la llamada
“Paz de Filócrates” (346 a. C.). Pero al regreso de esta segunda embajada,
Demóstenes acusó a sus acompañantes, y particularmente a Esquines, de
haberse vendido a Filipo. Comenzó entonces un litigio en el que Esquines
acusaba, a su vez, a Timarco (en su discurso Contra Timarco) logrando que
lo condenaran. Tres años después, Demóstenes renovó su acusación contra
Esquines, pero éste salió bien librado gracias a sus protectores, Eubulo, Fo-
ción y Aristofón. Se conservan el discurso de acusación de Demóstenes y la
respuesta de Esquines; ambos discursos forman lo que se ha llamado “Pro-
ceso de la Embajada”.
En 338 a. C. Esquines escribió otro de sus grandes discursos: Contra Cte-
sifonte, el cual tuvo lugar en ocasión de que un ciudadano, Ctesifonte, había
propuesto que se diera a Demóstenes una corona de oro como reconoci-
miento a los servicios que había prestado a la patria. Esquines, entonces,
quiso probar con su discurso que tal propuesta era ilegal y que Demóstenes no
era merecedor de un premio así. A esto contestó el mismo Demóstenes con
su celebérrimo Discurso de la Corona, logrando una victoria aplastante sobre
Esquines, quien se vio obligado a pagar una multa de mil dracmas y, aver-
gonzado, abandonó la ciudad. Primero se trasladó a Éfeso, luego a Rodas y,
finalmente, a Samos, donde murió en 314 a. C.
Tenemos, por último, la figura de Demóstenes, a quien los antiguos lla-
maron “el orador”, por antonomasia. Nació en el año 384 a. C. en Peania.
Era hijo de un fabricante de armas y muebles, que murió cuando Demóste-
nes apenas tenía siete años. Quedó entonces al cuidado de dos sobrinos de
su padre, quienes muy pronto disiparon casi toda su fortuna.
A los 16 años de edad comenzó a dedicarse al estudio de la oratoria, y
como no podía pagar las lecciones de Isócrates, recibió las de Iseo. Al llegar
a los 18 años comenzó un litigio contra Afobo, su tutor (uno de los sobrinos

32 Isócrates, Elogio a Elena, 5.


33 Nació en 393 o 389 a. C. Murió en 314 a. C.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 87

de su padre), el cual fue condenado a restituirle gran parte de su fortuna.34


Para ganarse la vida se dedicó al oficio de logógrafo, sin embargo, no era
este oficio la meta última de Demóstenes, él aspiraba a entrar, de lleno, en
la vida política.
Entre sus primeros discursos esencialmente políticos están A favor de los
Megalopolitanos y Por los Rodios, en los cuales defendía su política de luchar
para que se respetaran los derechos de todas las ciudades. No obstante la
importancia de estas y otras muchas actuaciones de Demóstenes, lo más
característico de su política exterior es su lucha decidida contra Filipo de
Macedonia, la cual se expresa, principalmente, en sus famosas Filípicas.
Aunque, en general, la postura de Demóstenes frente a los afanes impe-
rialistas de Filipo de Macedonia —y, posteriormente, de su hijo Alejandro
Magno— era de una decidida lucha y repulsa, viendo el enorme poder que
iba ganando Filipo, la prudencia aconsejó firmar la paz con él. Para ello, se
envió una embajada compuesta, entre otros, por Filócrates, Esquines y De-
móstenes. El remedio no duró mucho; por ello, en su tercera Filípica y en su
discurso Sobre los asuntos del Quersoneso, Demóstenes procuró convencer a los
atenienses de la necesidad de la guerra contra Filipo, pues —como explica
Demóstenes en la siguiente cita— la guerra, en realidad, estaba ya en curso,
debido a que Filipo, con la palabra “paz” en la boca, estaba arrasando, una
tras otra, las ciudades griegas y preparando el armamento con el cual algún
día los aplastaría:

Pero, ¡por Zeus! ¿Hay alguien sensato que estime quién observa los tratados
de paz y quién hace la guerra por solas las palabras y no más bien por las
obras? ¡Ninguno por cierto! Y Filipo, desde los comienzos, apenas ajustadas
las paces, [...] se apoderó de Serrio y de dorisco y expulsó de la Acrópolis de
Serrio y de hieron Teijos a la guarnición que había establecido ahí el estrate-

34 Sin embargo, los comienzos no fueron fáciles para Demóstenes; por esta misma

época pronunció su primer discurso en público, lo cual resultó una dura experiencia. Se
cuenta que cuando subió a la tribuna fue atacado por un tic nervioso que destacaba aún más
su enclenque constitución física. Además, su manera de construir las frases resultaba dema-
siado rebuscada y difícil de entender. Todo esto, unido a la debilidad de su voz y al hecho
de que tartamudeaba un poco, provocó las carcajadas y burlas de los asistentes. A pesar de
todo ello, Demóstenes no se dio por vencido, lejos de desanimarse, decidió dedicarse
tenazmente a vencer todos esos defectos de su naturaleza. Cuentan que para corregir su
tartamudez se llenaba la boca de piedrecillas, a fin de desarrollar mayor elasticidad en los
músculos de la lengua y boca, y lograr así una pronunciación clara; para dar mayor fuerza y
sonoridad a su voz declamaba frente al mar tempestuoso, procurando que su voz destacara
al estruendo de las olas; en lo intelectual, se cultivó con el estudio de la filosofía platónica y
de las obras de Tucídides.

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88 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

ga nuestro.... Él se sostiene en que no hace la guerra. Pero yo estoy tan lejos


de convenir en que quien así procede guarda la paz, que por el contrario afir-
mo que quebranta la paz y os hace la guerra ese que se apodera de Megara
y pone tiranos en Eubea y ahora se presenta en Tracia y mete la mano frau-
dulentamente en el Peloponeso: a no ser que vosotros sostengáis que guardan
la paz los que instalan las maquinarias de asalto hasta el momento mismo en
que las aplican a los muros. ¡Sin duda que no lo afirmaréis! Quien fabrica y
prepara los medios con que un día yo seré capturado, ese me hace ya la gue-
rra aunque aún no dispare sus saetas.35

Aquí se puede ver el estilo sincero y apasionado de Demóstenes, tan ca-


racterístico de él, que con razón se le conoce ahora como estilo “demostino”
o “demosténico”.

B. La antigua Roma

a. Periodo preciceroniano

Los romanos constituían un pueblo con una inclinación fuertemente


pragmática. No acostumbraban detenerse mucho en especulaciones. Para
ellos, la vida práctica era lo primero y el centro de la vida práctica eran la
política y la ley, de ahí que no sea de extrañar la enorme cantidad de ora-
dores que vio Roma, si se toma en consideración que el arte retórico es
instrumento indispensable para el ejercicio de ambas. Sin embargo, muy
de acuerdo con su espíritu pragmático, los romanos fueron grandes en la
práctica de la oratoria, pero no fueron muchas las novedades que aportaron
a la teoría retórica.
Los primeros maestros de retórica que hubo en Roma no fueron real-
mente romanos, sino libertos; pero entre los autores propiamente romanos
que escribieron sobre retórica, el primero, según Quintiliano, fue Catón “el
Censor”, también llamado “Catón el Antiguo” o “Catón el Sabio”. Sus dis-
cursos se distinguen por la sutileza de sus razonamientos; precisamente de
ahí viene el nombre de “Catón”: de catus, sagaz. Entre las acciones políticas
más importantes de Catón está el haber contribuido poderosamente a la
declaración de guerra contra Cartago, en 150. A él se debe aquella famosa
frase Delenda Carthago (“Cartago debe ser destruida”), con la cual finalizó
muchos de sus discursos.

35 Demóstenes, III Filípica, pp. 15-17.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 89

Otro gran orador de esta época fue Tiberio Sempronio Graco (210-158
a. C.), padre de los célebres tribunos Tiberio y Cayo Graco. Estos últimos
heredaron la elocuencia de su padre y tuvieron una esmerada educación
que les hizo desarrollar una gran compasión hacia el débil y el oprimido.
Esta educación humanitaria les llevaría —entre otras acciones— a la crea-
ción y lucha por la famosa “Ley agraria”, contra el latifundismo y a favor
de los desposeídos.
Lucio Licinio Craso vivió del año 140 al 91 a. C. Desde muy joven en-
tró a la vida política y destacó en ella. Cuando estuvo en Asia, elevó a gran
perfección los estudios retóricos y filosóficos. En el año 95 fue nombrado
cónsul. Llegó a ser la cabeza del partido de la aristocracia moderada, gra-
cias a su enorme elocuencia. Fue uno de los mejores oradores de su tiempo,
y Cicerón lo presenta como uno de sus personajes en el diálogo De Oratore.

b. Cicerón

El más insigne orador que tuvo Roma, Marco Tulio Cicerón, nació en
Arpinio en el año 106 a. C. El orador L. Craso dirigió sus estudios y, poste-
riormente, realizó también estudios de filosofía y derecho.
A los 26 años hizo su primera defensa en el foro, teniendo como adver-
sario al célebre orador Hortensio, uno de los más importantes de su tiempo.
Al año siguiente Cicerón tuvo el valor de defender una causa sumamente
difícil, que consistía en una acusación de parricidio, en la que aquellos que
sostenían la acusación eran precisamente los que habían cometido el cri-
men, pero se sentían muy seguros por ser los favoritos del dictador Sila. Era
una causa que desde el principio se veía prácticamente perdida.36 No bas-
taba con demostrar la inocencia del acusado y la culpabilidad de los acusa-
dores (que Sila ya conocía), sino también actuar de tal manera que Sila no
se sintiera comprometido. Finalmente Cicerón triunfó sobre las dificultades
y ganó el pleito, pero, temeroso de algún resentimiento por parte de Sila,
marchó a Atenas, pretextando mala salud.
Después de la muerte de Sila, Cicerón volvió a Roma y entró más de
lleno a la vida política, otorgándosele un cargo en Sicilia. Ahí supo ganarse

36 Plutarco cuenta que en esa ocasión, al joven acusado “como nadie quisiese defen-
derle, huyendo todos de ellos por temor de la venganza de Sila, en este abandono acudió
aquel joven a Cicerón. Estimulaban a éste sus amigos, diciéndole que con dificultad se le
presentaría nunca otra ocasión más bella ni más propia para ganar fama; movido de lo cual
admitió la defensa, y habiendo salido con su intento, fue admirado de todos” (Plutarco: s. II
[1964], p. 309).

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90 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

la estimación y confianza de los sicilianos, quienes, a su regreso a Roma, le


encomendaron fuera el acusador en el proceso contra Cayo Verres, hombre
de gran poder político a quien, sin embargo, Cicerón logró vencer. A raíz
del proceso contra Verres, que fue uno de los mayores triunfos de Cicerón,
su poder político se incrementó notablemente. Pompeyo lo llamó a formar
parte de su partido y Cicerón lo hizo gustoso, desde ese momento trabajó
para que el Senado le diera a Pompeyo un poder casi supremo.
En el año 63 a. C., después de una competencia electoral contra Catili-
na, Cicerón obtuvo el cargo de cónsul. En ese entonces, Catilina conspiraba
ya contra la República, pero Cicerón, al saber sus intenciones, lo denunció.
Éste es el objeto de sus famosísimas Catilinarias. Una vez muerto Catilina,
y ejecutados en prisión sus cómplices, los romanos nombraron a Cicerón
“Padre de la Patria”, pues, si bien –dijeron— otros habían extendido los te-
rritorios de la República, él la había salvado de aquella conjuración.
Al poco tiempo, un enemigo de Cicerón, Clodio, comenzó a agitar al
pueblo contra él y consiguió la aprobación de una ley para declarar culpable
a todo aquel que hubiera condenado a un ciudadano sin la confirmación de
la sentencia por el pueblo. Esto era precisamente lo que había hecho Cice-
rón con los cómplices de Catilina, y bien comprendió él que con tal ley se
iba en contra suya. Buscó ayuda, pero, a fin de cuentas, Cicerón quedó solo
y prefirió desterrarse voluntariamente. No obstante, antes de transcurrir dos
años, fue llamado nuevamente a Roma y se le recibió con grandes honores.
Algunos años después, cuando comenzó la guerra civil entre César y
Pompeyo, Cicerón, tras un tiempo de dudas y titubeos, terminó tomando
partido por Pompeyo. Al triunfo de César, Cicerón dejó a Pompeyo y regre-
só a Roma donde, a pesar de todo, fue bien acogido por César. De los años
siguientes son tres discursos que pronunció ante César: Por el retorno de Marce-
lo, En defensa de Q. Ligario y En defensa del rey Deyótaro. En todos ellos consiguió
de César lo que le pedía, a pesar de que Marcelo y Ligario eran conocidos
enemigos de César y Deyótaro estaba acusado de haber atentado contra su
vida. Hay que destacar, en particular, la perfección en el arte que alcanza
el discurso En defensa de Q. Ligario, que ha sido considerado como una de las
obras maestras de Cicerón. La defensa de Ligario podía considerarse una
causa perdida, pues el acusado estaba ya condenado de antemano, y César
sólo iba a escuchar el discurso por mero formalismo. Pero ni él mismo se
imaginaba el dominio que era capaz de ejercer la elocuencia del príncipe de
los oradores romanos:
Refiérese que siendo acusado Quinto Ligario por haber sido uno de los ene-
migos de César, y defendiéndole Cicerón, dijo César a sus amigos: “¿Qué in-

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 91

conveniente hay en oír al cabo de tanto tiempo a Cicerón, cuando su cliente


está ya juzgado tan de antemano por malo y por enemigo?”, Mas, sin em-
bargo Cicerón desde que comenzó a hablar movió extraordinariamente su
ánimo, y habiendo sido aquella oración maravillosa en la parte de excitar las
pasiones y en la gracia de la elocución, observaron todos que César mudó
muchas veces de color y que se hallaba combatido de diferentes afectos. Final-
mente, cuando el orador llegó a tratar de la batalla de Farsalia, su agitación
fue violenta hasta temblarle todo el cuerpo, y caérsele algunos documentos
de la mano. De modo que vencido de la elocuencia absolvió a Ligario de la
causa. (Plutarco, p. 327).

En el año 44 a. C. César fue asesinado. Cicerón, al principio, se alegró


de ver vengada a la República, pero poco duró su contento, pues muy pron-
to pudo comprobar que lo único que buscaban los tiranicidas era ocupar el
lugar de César. Al ver cómo crecía el poder de Antonio, Cicerón comenzó
una fuerte lucha contra él, la cual quedó plasmada en sus famosas Filípicas,
que reciben su nombre en memoria y semejanza de las Filípicas de Demós-
tenes, pronunciadas en contra de Filipo de Macedonia.
Poco más tarde, su enemistad con Antonio le costó la vida. Al formarse
el triunvirato con Octavio, Antonio y Lépido, Antonio pidió la cabeza de
Cicerón, quien trató de huir, pero, al ser alcanzado por los esbirros de An-
tonio, decidió entregarse a la muerte sin oponer resistencia y fue degollado
el 7 de diciembre del 43 a. C.
Entre los escritos que Cicerón dedicó al estudio de la teoría retórica se
encuentran De la invención retórica, Las particiones oratorias y los Tópicos, obras
que, en gran medida, recogen reglas, divisiones y clasificaciones previamen-
te establecidas por otros tratadistas. La exposición más importante de la
teoría retórica de Cicerón se encuentra en sus obras De oratore y Orator. El De
oratore está escrito en forma de diálogo y trata, entre otros temas, sobre cuá-
les son los estudios propios del orador, si deberá tener un saber enciclopé-
dico, o bastará con ciertos estudios generales, o acaso ni eso. Antonio, uno
de los interlocutores, se inclina por esta última postura, poniendo todo el
peso de la persuasión del lado de la habilidad retórica, sin conceder mucho
al conocimiento científico. Pero Cicerón pone en boca de Craso su opinión
personal acerca de que el orador debe procurar un amplio saber y nunca
separar la filosofía de la elocuencia. Lo más valioso del De Oratore consiste
no tanto en la originalidad de las ideas, como en la magnífica elocuencia
con que Cicerón las expone. Algunos han llegado a considerar este diálogo
como una obra maestra de la prosa latina. Por último, en su obra Orator,
Cicerón intenta describir al modelo perfecto de orador, sin embargo, se le

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92 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

ha criticado37 porque este grandioso propósito que formula al comenzar su


Orator no guarda proporción con el desarrollo posterior de la obra.
En suma, se puede decir que la teoría retórica de Cicerón no tiene gran
originalidad. Muchos la consideran sólo como un resumen de las enseñan-
zas ampliamente difundidas de otros retóricos, aunque, claro está, aquéllos
no alcanzaron, en la práctica, la altura de Cicerón. Esto mismo es una prue-
ba fehaciente de que no basta conocer la teoría retórica para desarrollar
realmente el arte de la persuasión.

c. Quintiliano

El gran sintetizador de la enseñanza retórica, Marco Fabio Quintilia-


no, nació en Calahorra, España, aproximadamente en el año 42 de nuestra
era, y murió hacia el año 120. Desde muy joven alcanzó fama como orador
y como abogado. Siendo un muchacho todavía, fue el defensor de la reina
Berenice. Cuando apenas tenía 19 años se le dio el cargo de abogado en el
tribunal superior. Tiempo después, cuando Vespasiano estableció cátedras
públicas pagadas por el Erario, fue el primero en recibir este tipo de retri-
bución por su labor docente. A la enseñanza pública de la retórica dedicó
veinte años de su vida, al cabo de los cuales decidió retirarse y comenzó a
escribir su obra más importante, las Instituciones Oratorias, en la que se recoge
la experiencia acumulada en todos esos años de magisterio.
En la introducción de su obra, Quintiliano cuenta las razones que lo
llevaron a realizarla. La principal de ellas, la que lo animó a escribir sobre
estos temas a pesar de que —como él mismo dice— ya habían sido amplia-
mente tratados por grandes autores anteriores, fue que vio la importancia
de recordar un aspecto muy descuidado hasta ese entonces: la educación del
orador desde la infancia. ¿Y cuál es el modelo de educación que propone
Quintiliano? Él no considera orador a aquel hombre que tiene la magia de
la palabra, pero que es capaz de usarla aun para los fines más mezquinos;
para Quintiliano, no puede haber verdadera elocuencia donde falta la vir-
tud. El verdadero orador, el orador perfecto es, para Quintiliano, el vir bonus,
dicendi peritus: el varón virtuoso, experto en el decir; aquel que a la grandeza
de sus palabras une la grandeza de su espíritu.
Con este modelo de educación en mente, Quintiliano traza el plan de su
obra, comenzando por hablar de la edad pre-escolar, para la cual recomien-
da procurar las mejores nodrizas, maestros y, en general, la mejor compañía
para los niños, sobre todo en lo que se refiere a las buenas costumbres y al

37 Véase Menéndez Pelayo, 1883 [1985], pp. 81 y ss.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 93

modo de hablar, ya que lo que se aprende en los primeros años es lo que más
se recuerda y se conserva, “como las vasijas nuevas, el primer olor del licor
que recibieron, y a la manera que no se puede desteñir el primer color de
las lanas” (Quintiliano: Instituciones oratorias, I, p. 1).
Luego llega la edad en que el niño puede ir a la escuela. Y aunque
Quintiliano comprende las razones de quienes prefieren una educación pri-
vada —la mayor de la cuales es el temor al contagio de malas costumbres
y de falta de atención por parte del maestro, al tener que cuidar tantos ni-
ños— ve muchos más beneficios en la educación pública. En efecto, si el
niño ha de dedicarse, en un futuro, a la oratoria, si tendrá que asistir a los
pleitos y a las asambleas, es importante que se acostumbre desde pequeño a
no asustarse de la gente.
Antes de iniciar propiamente el estudio de la retórica, según el plan de
Quintiliano, es conveniente que el niño adquiera habilidad y conocimiento
en otras disciplinas (como geometría, música, etcétera.) A esto se podría
objetar que ha habido muchos que, sin esa preparación previa, han llegado
a ser buenos oradores. Quintiliano no lo niega, pero hace hincapié en que
lo que él pretende no es formar cualquier clase de orador u oradores como
los que hasta entonces había habido, sino el orador perfecto. Un orador así
tendrá conocimiento de muchas disciplinas, un saber prácticamente enci-
clopédico, pues no puede ser perfecto aquello a lo que le falta alguna parte.
En la segunda parte del libro II, Quintiliano presenta su célebre defi-
nición de retórica: “arte de bien decir”, y critica otras definiciones que de
ella se habían dado. Aquí el orden de ideas es muy similar al que se sigue
en el Gorgias de Platón: contra los que definen a la retórica como “arte de
persuadir” hay que decir que también muchas otras cosas persuaden, como
el dinero, la belleza, etcétera, y, por lo tanto, no habría que considerar a
la persuasión propiedad exclusiva de la retórica; contra los que la definen
como “fuerza del persuadir por medio de palabras” habría que decir que
también otros, sin ser rétores, persuaden por medio de palabras, y contra
la definición de Aristóteles, “facultad de considerar los medios para persua-
dir”, Quintiliano dice que caen en el mismo error anterior y, además, sólo
se refiere a la invención y no a las otras partes de la retórica.
Por último, después de refutar a todos aquellos que opinan que la re-
tórica no es arte, y a aquellos que dudan de su utilidad, Quintiliano inicia
la parte técnica de su obra, la cual se extiende del libro III al libro XI. Las
ideas que en esta parte se manejan son, fundamentalmente, las mismas de otros
tratadistas: cuáles son los distintos géneros de retórica, las partes de este arte
(inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio), etcétera.

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94 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Como se ve, la importancia de las Instituciones Oratorias no radica en la


originalidad de su doctrina, pues, en realidad, los principios que en ella se
exponen habían sido enseñados ya por autores anteriores. La gran aporta-
ción de Quintiliano consistió, más bien, en la labor sintetizadora y sistema-
tizadora que les da a las Instituciones Oratorias un carácter enciclopédico. Por
ello, dice Menéndez Pelayo (1883 [1985], p. 149), refiriéndose a Quintiliano
y a su obra:

...vence a los antiguos, no ciertamente por la originalidad ni el vigor de pensa-


miento que descubre nuevos rumbos, sino por el método, por la trabazón y el
enlace; en suma, por haber formado un cuerpo de doctrina mucho más com-
pleto que cuantos se habían conocido hasta entonces; por haber congregado
en uno los elementos dispersos, examinándolos y concertándolos en vasta sín-
tesis, y levantando así un verdadero monumento, que no sólo es por el estilo
la obra más pura, elegante y sencilla de su tiempo, dechado de modestia no
afectada y de elevación moral; y no sólo ha de estimarse como última protesta
del buen gusto, sino que merece a toda luz el nombre de código literario.

d. La decadencia de la oratoria en el mundo romano

Con la caída de la República en Roma, la retórica se quedó sin su prin-


cipal ámbito de ejercicio: el verdadero foro público, la vida política, los liti-
gios. Al verse despojada de este terreno —aquél donde con más naturalidad
puede florecer— la retórica se trasladó por completo a las escuelas, donde,
a falta de casos reales, se trataban, a modo de ejercicio, asuntos imaginarios.
Las palabras de Barrow (1949 [1986], p. 121) son una síntesis de lo que le
ocurrió a la retórica en aquel entonces: “cayó en lo artificial porque se la
privó de la sinceridad y el vigor que comunica una vida política auténtica-
mente libre. Se había vuelto académica en el peor sentido de la palabra”.
Por supuesto, en estas circunstancias, el arte de la argumentación fue
debilitándose poco a poco, pues, como cabría imaginar, los ejercicios decla-
matorios de las escuelas distaban mucho de los casos reales, y por eso diría
Casio Severo38 de la práctica de tales ejercicios: “es como si quisiéramos
juzgar de las condiciones de un piloto haciéndole navegar en un estanque”.
Y es verdad, pues en esos discursos de casos fingidos no eran imaginarios
nada más los temas, sino también el público, los adversarios y sus respuestas,
todo lo cual el “orador” en la escuela imaginaba ser del modo más cómodo
y conveniente para él, sin pensar que en un discurso real ni los temas son es-
cogidos, ni el público tan atento, ni los adversarios responden exactamente

38 Citado por Menéndez Pelayo, 1985: p. 137.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 95

lo que él está esperando ni en el momento que lo quiere. Se puede apreciar


mejor con cuánta razón fueron criticados aquellos ejercicios, con sólo ver
los temas tan ridículos que consideraban, de lo cual dan una idea algunos
de sus títulos: “La sacerdotisa prostituida”, “El tiranicida puesto en liber-
tad por los piratas”, “La incestuosa precipitada desde una alta peña”, “El
sepulcro encantado”, “El varón fuerte sin manos”... Todo ello es reflejo del
decaimiento general en que se encontraba la retórica de aquella época.39
Para ese entonces ya algunos autores intentaron descubrir cuáles ha-
bían sido las causas que llevaron a la retórica romana a su ocaso. Tal es el
caso de Séneca el filósofo, quien encuentra la razón de esa decadencia en la
depravación de las costumbres romanas: “la elocuencia en los hombres es
tal como su vida”; no se puede pedir altura a la palabra cuando el alma que
la emite se arrastra en los peores vicios.
También en el Diálogo sobre los oradores, escrito entre los años 102 y 107
d. C., Tácito40 trata, entre otros, el tema de la decadencia de la oratoria. Al
analizar las causas de este fenómeno, salen a relucir las siguientes: antes,
las madres educaban a sus hijos, ahora —dice Tácito por boca de Mesala,
uno de los interlocutores del diálogo— su educación es confiada a cualquier
esclava. De ahí que antes, cuando estaban en edad, se entregaban de lleno
a las artes honestas; en cambio, ahora están enajenados con el teatro y el
circo. Por otro lado, en otro tiempo, los grandes oradores se dedicaban con
empeño al estudio de todas las artes y por eso “de su conocimiento de todas
las cosas fluye abundante y desborda aquella admirable elocuencia” (Tácito
102-107 [1987]: XXX, 5); mas ahora los jóvenes no se interesan por las ba-
ses culturales, sino sólo por las técnicas retóricas, y de este modo “degradan
la elocuencia... de suerte que la que, señora en otro tiempo de todas las ar-
tes, con hermosísimo cortejo llenaba los corazones, ahora mutilada y cerce-

39 Esto no quiere decir que tales ejercicios no fueran de ningún provecho, todo lo contra-

rio. Cicerón y Quintiliano los realizaron ellos mismos y los recomendaron para la formación
de los oradores. En realidad, la reprobación que han merecido se debe —como comenta
Roberto Heredia en su versión del Diálogo sobre los oradores, de Tácito— a que los temas
eran completamente inverosímiles y siempre los mismos, y a que, al correr el tiempo, ya no
parecía que estos ejercicios declamatorios persiguieran adiestrar a los jóvenes para una real
actividad oratoria futura, sino que los jóvenes estudiaban y se preparaban para tales decla-
maciones. Más que medio de aprendizaje, se habían convertido en un fin. Fue esto lo que
llevó a exclamar a Séneca el padre: “Del mismo modo que en todas las cosas, así también en
las letras nos afecta la intemperancia; no para la vida, sino para la escuela aprendemos”.
40 Esta obra ha sido atribuida a diversos autores, como Quintiliano, Plinio el Joven, Sue-

tonio, etcétera, sin embargo, actualmente existe el acuerdo casi unánime de que el verdadero
autor es Tácito, el gran orador e historiador latino que vivió, aproximadamente, del año 54
al 120 de nuestra era.

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96 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

nada, sin pompa, sin honor, casi diría sin libertad, se aprende como uno de
los más sórdidos oficios” (ibidem, XXXII, 4).
Tales son las razones que Tácito pone en labios de Mesala, pero otro de
los interlocutores del diálogo, Materno, añade algo nuevo: razones de tipo
político. Una causa importante de la decadencia de la oratoria es el cam-
bio en la forma de gobierno de República a Imperio. Esta idea ya se había
mencionado anteriormente, al haber menos posibilidades de participar en
la vida pública, es lógico que decrezca el arte de la elocuencia, por haber
menos oportunidad de ejercerlo:

La gran elocuencia, como la llama, con materia se alimenta y con los movi-
mientos se excita y quemando alumbra. La misma razón también en nuestra
ciudad impulsó la elocuencia de los antiguos. Porque, aun cuando también los
oradores de estos tiempos han alcanzado aquellas cosas que en una república
ordenada, tranquila y feliz era lícito concedérseles, sin embargo, en aquella
perturbación y licencia mayores beneficios parecía que alcanzaban para sí,
cuando, mientras todo estaba revuelto y se carecía de un único moderador,
tanto sabía cada orador, cuanto podía persuadirse al pueblo errante. De aquí
las continuas leyes y el renombre popular; de aquí las arengas de los magistra-
dos que casi pernoctaban en la tribuna rostral; de aquí las acusaciones a reos
poderosos y las enemistades legadas aun a las familias; de aquí las facciones
de los próceres y las continuas luchas del senado contra la plebe. Cada una de
estas cosas, si bien desgarraban la república, sin embargo estimulaban la elo-
cuencia de aquellos tiempos y parecían colmarla de grandes premios (ibidem,
XXXVI, pp. 1-4).

Sin embargo, llama la atención el enfoque que Materno da a esta idea.


En la República las cosas andaban revueltas, y eran muchos los vicios que
la asfixiaban, sin que hubiera un mando único que pusiera las cosas en su
lugar (función que luego vendría a desempeñar el César). Como eran gran-
des los males, eran también grandes las oportunidades de hablar de ellos
con lucimiento. De ahí que surgieran grandes oradores. En una ciudad con
muchos problemas internos es fácil que crezca la fama del orador, que en
una ciudad feliz. Así, Materno hace la siguiente comparación: “¿Quién ig-
nora que es más provechoso y mejor, disfrutar de la paz que ser vejado por
la guerra? Empero, más combatientes buenos producen las guerras que la
paz. Semejante, la condición de la elocuencia” (Tácito, Diálogo de los oradores,
102-107 [1987] XXXVII, 7).
Poco después, siguiendo la misma idea anterior, Materno compara a la
retórica con la medicina. Así como esta última es algo bueno pero no tiene
razón de ser cuando no existe también el mal o enfermedad, de la misma

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 97

manera, cuando todos los hombres tienen buenas costumbres y todos aca-
tan el gobierno del que rige, no hay ni a quién acusar, ni a quién defender,
ni sobre qué deliberar y, por tanto, la retórica tiene muy poca tarea que
realizar. No sabemos si las cosas realmente eran tan felices como aquí se
describen, o si el autor se sentía observado por ese mando único que tenía
todo bajo su control; pero ya sea por una razón o por otra, el caso es que las
discusiones en el foro público ya no tenían la misma intensidad ni dinámica
que antes, y eso repercutió directamente en el arte de la persuasión.
El debilitamiento de la retórica que se dio en Roma a la caída de la
República no fue un fenómeno único en la historia, lo mismo había ocu-
rrido ya con la conquista de Atenas, y ocurriría también en otras épocas y
lugares. No podemos detenernos mucho para analizar todo esto en detalle,
pero sirva el recuerdo de esta etapa de la historia como una muestra de lo
que ocurre cuando no hay lugar para la libre expresión: la capacidad argu-
mentativa del hombre se mantiene latente pero, como toda potencialidad
no ejercitada, se va debilitando poco a poco.
Sirva también esta reflexión para descubrir la estrecha relación entre la
actividad del abogado y el arte de la argumentación, al quedar bien claro,
por un lado, que una de las actividades centrales del jurista es la argumen-
tación, pero también uno de los ámbitos más importantes para el ejercicio,
desarrollo y perfeccionamiento de la argumentación se encuentra en la rea-
lización de las tareas propias del jurista.41

II. ¿Qué es la argumentación JuríDica?


planteamiento Del problema

En los apartados anteriores se buscó mostrar, por medio de un recorrido


histórico a través de la Antigüedad greco-romana, la estrecha relación entre
41 Por supuesto, esto no debe llevarnos al extremo de pensar que el ejercicio de la ar-

gumentación se reduce al ámbito del derecho (ni viceversa); claro ejemplo de ello es lo que
ocurrió en la Edad Media, que siguió inmediatamente a la etapa donde se detuvo nuestro re-
corrido histórico. En efecto, sería injusto dejar de mencionar que, aunque la argumentación
durante el Medioevo no se desarrolló en la misma vertiente en que lo había hecho durante los
siglos anteriores, sí lo hizo a través de un nuevo tipo de retórica: el ars praedicandi, la elocuencia
sacra —que retoma las técnicas del antiguo arte retórico, pero adaptándolas a las necesida-
des y circunstancias de los predicadores cristianos— y mediante el ejercicio de la dialéctica
(que ya no de la retórica) en la llamada disputatio o polémica medieval, hermoso modelo de
diálogo racional, de argumentación dialógica, en donde, a pesar de haber una “lucha”, una
polémica de fondo, hay una atenta escucha del otro y un auténtico deseo de alcanzar la ver-
dad por medio del esfuerzo común (para profundizar en el tema de la disputatio medieval, se
recomienda la obra de Pieper, Josef, Filosofía medieval y mundo moderno, 1979.

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98 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

argumentación y derecho. Sin embargo, hay que destacar que los términos
de esta relación no siempre se han dado de la misma manera: el papel de
la argumentación dentro del derecho se modifica, evidentemente, según la
concepción que de él se tenga; por ejemplo, si predomina una visión po-
sitivista del derecho, es natural que se considere como la manera ideal de
argumentar la propia del silogismo deductivo; en cambio, para los partidarios
del sociologismo jurídico, la lógica deductiva o formal no puede satisfacer
las necesidades argumentativas del derecho, sino sólo una lógica “informal”,
lo que muchos llaman una “teoría de la argumentación”. Surge entonces la
pregunta de cuál es el modo de argumentar que deba considerarse como
propio de la jurisprudencia, en qué consiste la “lógica jurídica”. Este punto
se tratará en lo que sigue.
Si los argumentos son la expresión de los razonamientos, y éstos son
el objeto de estudio de la lógica, entonces, en ese sentido, podría, quizá,
inferirse que el razonamiento jurídico será estudiado por la lógica jurí-
dica. Pero, ¿qué es la lógica jurídica? En un primer acercamiento, res-
ponderíamos que solemos utilizar tal expresión, “lógica jurídica”, para
designar el conjunto de operaciones intelectuales propias de los juristas.
Sin embargo, con eso no hemos avanzado mucho, pues aún no hay con-
senso respecto a cuáles sean tales operaciones, es más, aun en los casos
en que se detectan esquemas argumentativos de un tipo específico, como,
por ejemplo, los llamados argumentos a fortiori, a simili y a contrario, no
hay acuerdo sobre si ellos deban considerarse como razonamientos pro-
pios de la lógica deductiva o propios de la retórica o teoría de la argu-
mentación.42
La sola expresión “lógica jurídica” genera ya, por sí misma, numerosos
cuestionamientos en la mente de los autores que han estudiado este tema,
el primero de los cuales podría ser: “¿existe realmente una lógica jurídica?
Bobbio se plantea este problema en los siguientes términos:

Cuando se habla de lógica jurídica, ¿se pretende hablar de una lógica autó-
noma, de una lógica especial, o de una lógica aplicada? Si nos limitamos a
los hechos, la respuesta correcta debería ser la tercera: por “lógica jurídica”
se entiende comúnmente una lógica aplicada, o bien la aplicación al discurso
jurídico de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general. Si se exa-
minan los autores citados en este parágrafo, se verá que explícita o implícita-
mente pretenden estudiar el discurso jurídico desde el punto de vista de los
resultados a los que han llegado los estudios de lógica en general: son apli-

42 Véase, por ejemplo, la divergencia de opinión entre Kalinowski y Perelman, citada por

Bobbio, Derecho y lógica, México, UNAM, 2006, p. 29.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 99

cadores... En este mismo orden de ideas se encuentra un artículo reciente de


Kalinowski,43 quien, poniéndose abiertamente en polémica con Perelman y
su escuela, pregunta: “¿Existe una lógica jurídica?”; y responde negativamen-
te, expresando la opinión de que no hay más que una única lógica con aplica-
ciones múltiples, que, por tanto, no puede hablarse, sino impropiamente, de
lógicas especiales, habiendo sólo diversas aplicaciones de las leyes lógicas a la
matemática, a la filosofía, al derecho, etcétera).

Así, pues, según estos autores, al hablar de “lógica jurídica” no nos re-
ferimos a un tipo especial de lógica, sino a una aplicación de la lógica (esto
es, de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general) al ámbito del
derecho. Sin embargo, aun concediendo esto último —que la lógica jurídica
es sólo una aplicación de la lógica formal—, puesto que el modo en que co-
tidianamente razonan los juristas no es el modo cotidiano de razonamiento
de un matemático o de un filósofo (por citar los mismos ejemplos de Bobbio)
o cualquier otro profesional de las diversas áreas del saber, a pesar de que
estos últimos también aplican la misma lógica formal, cabe todavía cues-
tionar: ¿Qué papel juega esa lógica dentro de su disciplina? ¿Esa aplicación
de la lógica formal deductiva agota el conjunto de los razonamientos pro-
pios de los juristas, o hay algunos de sus razonamientos que quedan fuera
de tal lógica?
Sabemos que hay autores para quienes la lógica, entendida como lógica
deductiva, juega un papel protagónico en el derecho.44 Para ellos, el razo-
namiento jurídico no debería distinguirse del razonamiento formal. Si a
tales autores les hiciéramos las preguntas del párrafo anterior, seguramente
contestarían que el conjunto entero de los razonamientos jurídicos deben
caber perfectamente dentro del conjunto de razonamientos propios de la
lógica formal. Esta postura tendría una representación extrema en las pala-
bras de Leibniz:

De cualquier definición puede extraerse consecuencias seguras, empleando


las incontestables reglas de la lógica. Esto es precisamente lo que se hace al
construir las ciencias necesarias y demostrativas, que no dependen de los he-
chos, sino únicamente de la razón, como la lógica, la metafísica, la aritmética,
la geometría, la ciencia del movimiento, así como también la del derecho; las cuales
en manera alguna se basan en la experiencia y en los hechos, sino que más

43 Bobbio se refiere al artículo de Kalinowski, J., Y a-t-il une logique juridique?, de 1959.
44 Bobbio (2006, pp. 6-18) destaca tres momentos de la historia del derecho en que la ló-
gica formal ha sido considerada de importancia primordial: el iusnaturalismo, el positivismo
y el neokantismo.

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100 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

bien sirven para dar razón de los hechos y para regularlos con anticipación;
lo cual valdría para el derecho aun cuando no existiese en el mundo una sola
ley (citado por Bobbio: 2006, pp. 8 y 9).

Sin embargo, junto a estas concepciones jurídicas, que podríamos lla-


mar “formalistas”, podemos encontrar también la postura exactamente
contraria, es decir, la de quienes sostienen que todos los razonamientos ju-
rídicos, en el fondo, escapan a los esquemas de la lógica formal deductiva,
y son, en realidad, razonamientos de otro tipo, no analizables por la lógi-
ca formal, sino por la “teoría de la argumentación” (entendiendo ahora
“argumentación” como la argumentación “retórica” o “persuasiva”). Estos
autores afirman la insuficiencia de un razonamiento formal puramente de-
ductivo en el ámbito del derecho; tal sería, por ejemplo, el caso de Chaim
Perelman:

La técnica de razonamiento utilizada en Derecho no puede desinteresarse de


la reacción de las conciencias ante la iniquidad del resultado al que el razo-
namiento lleva. Por el contrario, el esfuerzo de los juristas, a todos los niveles
y en toda la historia de Derecho, se ha dirigido a conciliar las técnicas del
razonamiento jurídico con la justicia o, por lo menos, con la aceptabilidad
social de la decisión. Esta preocupación basta para subrayar la insuficiencia,
en Derecho, de un razonamiento puramente formal, que se contente con
controlar la corrección de las inferencias sin formular un juicio sobre el valor
de la conclusión (Perelman: Lógica jurídica y nueva retórica, p. 20).

Existen otros autores que, sin llegar a negar un papel a la lógica deduc-
tiva dentro del razonamiento jurídico, sí sostienen la insuficiencia de aquélla
en este terreno; recordemos, por ejemplo, las palabras de Alexy (2007, pp.
23 y 24) anteriormente citadas: “La decisión jurídica, que pone fin a una
disputa jurídica, expresable en un enunciado normativo singular, no se sigue
lógicamente, en muchos casos, de las formulaciones de las normas jurídicas que
hay que presuponer como vigentes, juntamente con los enunciados empíri-
cos que hay que reconocer como verdaderos o probados”.
A lo largo de la historia ha llegado a prevalecer, en una u otra etapa, al-
guna de estas posturas. Perelman (1988) distingue, en una apretada síntesis,
tres fases en la ideología judicial:

En la primera fase, antes de la Revolución francesa, el razonamiento judicial


pone el acento sobre el carácter justo de la solución y apenas concede impor-
tancia a la motivación, aunque estaba ligado por la regla de justicia que exige
el trato igual de casos esencialmente similares...

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 101

Después de la Revolución francesa, y durante más de un siglo, al colocarse


en primer plano la legalidad y la seguridad jurídica, se acentuó el aspecto sis-
temático del derecho y el aspecto deductivo del razonamiento judicial. Ganó
extensión además la idea de que este último no se diferencia del razonamien-
to puramente formal. La aproximación entre el derecho y las matemáticas
debía garantizar el funcionamiento previsible e imparcial de los tribunales.
Esta manera de ver las cosas subordinaba, con más nitidez que cualquier
otra, el poder judicial al legislativo y favorecía una visión estática y legalista
del derecho.
Después de algunas decenas de años asistimos a una reacción... que confía
al juez la misión de buscar, para cada litigio particular, una solución equi-
tativa y razonable, aunque demandándole que se mantenga, para llegar a
ello, dentro de los límites de lo que su sistema de derecho le autoriza a hacer.
(Perelman: 1988, pp. 178 y 179).

Evidentemente, el papel de la argumentación en cada una de estas fa-


ses de la ideología judicial que distingue Perelman no podría ser el mismo,
como tampoco lo podría ser el tipo de argumentación más aceptable en
cada una de ellas. Antes de la Revolución francesa, cuando todavía no era
obligatoria la motivación de las decisiones judiciales, la argumentación ju-
rídica jugaba un papel muy secundario al que le tocó desempeñar tiempo
después, cuando el juez ya tenía que dar razón de sus actos. Por otro lado,
la obligación de motivar los juicios no se ha entendido siempre de la mis-
ma manera. En la misma obra aquí referida, Perelman (1988, pp. 28 y ss.)
explica cómo la Revolución francesa llega a identificar el derecho con el
conjunto de las leyes, que serían expresión de la soberanía nacional, y en
esa etapa de la historia el papel que jugaban los jueces se reduce al mínimo,
en virtud del principio de la separación de poderes. El poder de juzgar se
reducía, en esa época, simplemente a aplicar el texto de la ley a las situacio-
nes particulares, para llegar, por medio de un silogismo deductivo, a la de-
cisión correcta, es decir, que, una vez establecidos los hechos, el juez debía
formular el silogismo cuya premisa mayor sería la norma, la premisa menor,
la comprobación de que se han cumplido las condiciones previstas por la
norma, es decir, los hechos, y así, la decisión venía dada por la conclusión
del silogismo. De este modo no se recurría a interpretaciones que pusieran
en peligro de deformación la voluntad del legislador. El problema era, por
supuesto, que había muchísimos casos en que el texto de la ley no era claro
ni explícito; la Ley de 16-24 de agosto de 1790 estableció que en esos ca-
sos en que era necesario interpretar la ley o hacer otra nueva, los jueces no
podrían hacerlo ellos mismos, sino que tendrían que acudir al legislativo,
sin embargo, la apelación al legislativo también violaba la separación de

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102 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

poderes, pues al interpretar la ley de un modo y no de otro, el legislativo, a


fin de cuentas, decidía el litigio en favor de una de las partes y no de la otra.
Finalmente, fueron tantos los casos en que se apeló al legislativo que resultó
peor el remedio que la enfermedad, con lo cual terminó por rechazarse este
recurso: “El Juez que rehúse fallar a pretexto de silencio, oscuridad o insufi-
ciencia de la ley podrá ser perseguido como culpable de denegación de jus-
ticia” Código de Napoleón, artículo 4.o (citado por Perelman: 1988, p. 29).
Se había podido comprobar, en la práctica, que la pretensión de moti-
var las decisiones judiciales valiéndose sólo del silogismo deductivo no era
factible. Al analizar las causas de esto último (aunque sin referirlo a aquella
época, sino hablando en general) Alexy (2007, pp. 23 y 24) explica:

La decisión jurídica, que pone fin a una disputa jurídica, expresable en un


enunciado normativo singular, no se sigue lógicamente, en muchos casos,
de las formulaciones de las normas jurídicas que hay que presuponer como
vigentes, juntamente con los enunciados empíricos que hay que reconocer
como verdaderos o probados.
Para esto existen, al menos, cuatro razones: (1) la vaguedad del lenguaje
jurídico, (2) la posibilidad de conflictos de normas, (3) el hecho de que sean
posibles casos que necesitan una regulación jurídica, pero para cuya regula-
ción no existe una norma ya vigente, y (4) la posibilidad de decidir incluso
contra el tenor literal de una norma en casos especiales.

Quizá la constatación de esta imposibilidad práctica ha dado paso a la


tercera de las etapas señaladas por Perelman, en la que el juez no se pre-
ocuparía sólo de buscar la norma aplicable al caso y formular el silogismo
correspondiente, sino que buscaría una decisión “justa”, “equitativa” y “ra-
zonable”, mostrando con su motivación y fundamentación que la decisión
en cuestión tiene esas deseadas características. Esto, evidentemente, abre
las puertas a la aplicación de modos de argumentar que van más allá del
silogismo deductivo, lo cual, a su vez, crea nuevos retos para la metodología
jurídica:
Cuando hay supuestos en los que la decisión de un caso singular no se sigue
lógicamente ni de las normas presupuestas, ni de enunciados sólidamente
fundamentados de un sistema cualquiera (juntamente con enunciados empí-
ricos), ni puede ser fundamentada concluyentemente con ayuda de las reglas
de la metodología jurídica, entonces al decisor le queda un campo de acción
en el que tiene que elegir entre varias soluciones, a partir de normas jurídi-
cas, reglas metodológicas y enunciados de sistemas jurídicos no determinados
ulteriormente.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 103

De esta elección de quien decide depende qué enunciado normativo sin-


gular es afirmado (por ejemplo, en una investigación de la ciencia jurídica) o
es dictado como sentencia. Tal enunciado normativo singular contiene una
afirmación sobre lo que está ordenado, prohibido o permitido a determina-
das personas. La decisión tomada en cualquier nivel de fundamentación es,
así, una decisión sobre lo que debe o puede ser hecho u omitido. Con ella,
una acción o comportamiento de una o varias personas es preferido a otras
acciones o comportamientos de estas personas, o bien, un estado de cosas es
preferido a otro. En la base de tal acción de preferir está, sin embargo, un enjuiciamiento
de la alternativa elegida como mejor en algún sentido y, por tanto, una valoración... La
cuestión es dónde y en qué medida son necesarias valoraciones, cómo debe
ser determinada la relación de éstas con los métodos de la interpretación jurí-
dica y con los enunciados y conceptos de la dogmática jurídica, y cómo pueden
ser racionalmente fundamentadas o justificadas estas valoraciones (ibidem, pp. 27 y 28).

En la tercera etapa de la ideología judicial se reconocería la frecuente


insuficiencia del silogismo jurídico para la motivación judicial, y la conse-
cuente necesidad de otros tipos de argumentación. Tal sería actualmente el
problema de la metodología jurídica, como explica Alexy: “Si hay decisio-
nes que no se siguen lógicamente de [las normas] conjuntamente con [los
enunciados empíricos] entonces se plantea la cuestión de cómo pueden ser
fundamentadas tales decisiones. Éste es el problema de la metodología jurí-
dica” (Alexy: 2007, p. 24).
Si planteamos este problema desde la perspectiva de los diversos tipos
de argumentos estudiados en el Organon aristotélico, y posteriormente reco-
pilados en el maravilloso esquema que presenta Santo Tomás de Aquino en
su Proemio a los Analíticos de Aristóteles (cfr., supra, capítulo primero), diríamos
que, en resumidas cuentas, para algunos autores la lógica jurídica es asimi-
lable a la lógica de los Analíticos, esto es, a una lógica deductiva. En cambio,
para otros autores, la lógica jurídica sería una “teoría de la argumentación”,
algo así como la lógica de los Tópicos y de la Retórica de Aristóteles.
La hipótesis del presente trabajo es que la lógica jurídica —al menos en
lo que respecta a las sentencias judiciales— en realidad va más allá de lo que
una y otra postura le atribuyen; sería una lógica que recorre de arriba a aba-
jo todo el “edificio” de la lógica aristotélica, desde el silogismo más perfecta-
mente formado hasta la argumentación menos plausible de la retórica, pues
de todos ellos podemos encontrar muestras al analizar el discurso jurídico.45
45 No está de más aclarar que de ninguna manera se pretende que tal fuera la postura

del mismo Aristóteles, pues, entre otras razones, cabe recordar que para el estagirita no es
posible la demostración en las disciplinas prácticas (por tanto, no cabría hablar de silogismo
analítico dentro del derecho).

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104 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

En efecto, a lo largo del presente estudio, y sobre todo en el último capítulo,


donde se analizan uno a uno los argumentos presentados en una sentencia
judicial, se muestran ejemplos de diversos tipos de razonamientos judiciales,
algunos de los cuales pueden perfectamente ser clasificados dentro de los
razonamientos de la lógica deductiva y otros, en cambio, sólo caben dentro
de una lógica informal, lo que se ha llamado “teoría de la argumentación”,
y aun dentro de estos últimos podemos encontrar distintos grados de “rigor
inferencial”.
Por otro lado, un rasgo presente en el “edificio” de la lógica aristotélica,
que podría ser de gran utilidad en el estudio de la argumentación jurídica,
es la característica dialógica de la argumentación. Ya se vio anteriormente
que tanto en la Retórica como en los Tópicos aristotélicos, esto es, en lo que
sería la “argumentación tópica”, hay una constante referencia al oyente,
al interlocutor. Las premisas útiles en este tipo de argumentación son las
“probables”, entendiendo probable como lo “plausible”, lo “comúnmente
aceptado”. De manera muy importante, Aristóteles considera que las con-
clusiones alcanzadas en la argumentación dialéctica (Tópicos) pueden llegar
a servir de premisas en la ciencia. Guardando toda debida distancia, podría
decirse que algo equiparable ocurre en la práctica del derecho, donde va-
rias decisiones alcanzadas consecutivamente en un mismo sentido sobre un
mismo asunto pueden llegar a sentar jurisprudencia. Así como en la dialéc-
tica una proposición generalmente aceptada podía, gracias a su paso por
el “crisol” del continuo diálogo argumentativo, “elevarse” al terreno de la
ciencia, en la práctica del derecho, la decisión dictada en cierto sentido en
una determinada materia puede, si es seguida por una serie ininterrum-
pida de otras decisiones en el mismo sentido (nótese este aspecto social o
“dialógico”), llegar a elevarse de la obligatoriedad en el plano individual al
plano general.

Dos rasgos distintivos de la argumentación jurídica

Más allá de si la argumentación propia del derecho es deductiva o es


una teoría de la argumentación, o ambas, lo cierto es que la argumentación
jurídica, al menos la relativa a las decisiones judiciales, tiene, al menos, dos
rasgos distintivos: su carácter práctico y su vinculatoriedad al derecho vi-
gente.
Decimos que la argumentación propia del derecho tiene un carácter
práctico porque versa sobre lo que puede o debe hacerse o no hacerse, no
trata sobre el modo como son las cosas, sino sobre como deben ser; está

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 105

formada por enunciados normativos que, como tales, no son susceptibles de


ser calificados como “verdaderos” o “falsos”.46 Para no entrar en la cuestión
de cuál sería el mejor criterio para valorarlos (¿justos? ¿buenos?), o si sería
preciso hacer uso de una lógica deóntica para su tratamiento, simplemente
les llamaremos “correctos” o “incorrectos”.
Por otro lado, es evidente que no toda argumentación práctica es jurídi-
ca. Por un lado, no toda la argumentación práctica está regulada del mismo
modo que la jurídica y, sobre todo, la conclusión de una argumentación
jurídica —al menos su forma prototípica, que suele considerarse la de las
decisiones judiciales— es vinculatoria.
Las dos características aquí destacadas son cuidadosamente tratadas
por Robert Alexy (2007) dentro de una de las tesis fundamentales que él
propone, a saber: que la argumentación jurídica es una forma especial de la
argumentación práctica general. En razón de esta tesis, Alexy dedica gran
parte de su libro Teoría de la argumentación jurídica a la presentación de lo que
él mismo llama “una teoría general del discurso práctico racional”. Para
la elaboración de tal teoría, Alexy analiza diversas posturas acerca de la
argumentación y la fundamentación racional, tomando en consideración
autores como Hare, Toulmin, Habermas y Perelman, entre otros. Como
resultado y resumen de tal análisis, Alexy propone su teoría del discurso
práctico racional, la cual tiene como núcleo un conjunto de reglas y formas
de argumentos que podrían emplearse, según Alexy, como “un código de la
razón práctica”, sin embargo, el mismo autor precisa que:

La utilidad de estas reglas y formas no debe ser ni sobrevalorada ni infrava-


lorada. No se trata de axiomas de los que se puedan deducir determinados
enunciados normativos, sino de un grupo de reglas y formas, con status lógico
completamente diferente, y cuya adopción debe ser suficiente para que el re-
sultado fundamentado en la argumentación pueda plantear la pretensión de
corrección (Alexy: 2007, p. 36).

46 Precisamente por eso surge la discusión sobre si es necesaria, o no, una lógica especial,

una lógica deóntica, para su tratamiento. Alchourrón y Bulygin (1991: p. 322) hacen referen-
cia a esta cuestión de la siguiente manera: “De acuerdo a un punto de vista muy difundido
entre los juristas y los filósofos del derecho no se necesita ninguna lógica de normas especí-
fica, es decir, ninguna lógica deóntica para dar cuenta del razonamiento judicial. Muchos
autores creen que la lógica de predicados de primer orden es perfectamente suficiente para
esta tarea (cfr. Miró Quesada). Más generoso, MacCormick aboga por una forma extendida
de la lógica de predicados en la que están admitidos cuatro tipos de predicados: (i) predicados
puramente descriptivos, (ii) predicados descriptivo-interpretativos, (iii) predicados valorativos
y (iv) predicados normativos”.

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106 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Cabe mencionar que el hecho de que para Alexy la argumentación ju-


rídica sea un caso especial de la argumentación práctica general no debe
llevarnos a juzgar ocioso el estudio en particular de la argumentación jurí-
dica, pues así como existen innumerables semejanzas entre uno y otro tipo
de argumentación, también existen importantes diferencias que hacen que
la argumentación práctica general no sea suficiente para solucionar el tipo
de cuestiones a cargo de la argumentación jurídica; el núcleo de tales dife-
rencias está constituido por lo que viene a ser, al mismo tiempo, como se
dijo anteriormente, un rasgo esencial de la argumentación jurídica: su vin-
culatoriedad al derecho vigente. Tal sería una de las principales diferencias
entre la argumentación jurídica y la argumentación práctica general, pero
Alexy menciona también las siguientes:

En las disputas jurídicas no se someten todas las cuestiones a discusión. Di-


chas disputas tienen lugar bajo ciertas limitaciones... Aquí los roles están des-
igualmente distribuidos, la participación, por ejemplo, del acusado no es vo-
luntaria, y el deber de veracidad está limitado. El proceso de argumentación
está limitado temporalmente y está reglamentado por medio de las reglas
procesales. Las partes pueden orientarse según sus intereses. Con frecuencia,
quizás como regla, no se trata de que la sentencia sea correcta o justa para las
partes, sino ventajosa... (Alexy: 2007, p. 206).

Sin embargo, a pesar de estas diferencias, Alexy sostiene que la argu-


mentación jurídica es un caso especial de la argumentación práctica gene-
ral, porque ambos tipos de argumentación se refieren a cuestiones prácticas,
es decir, a cuestiones sobre lo que hay que hacer o dejar de hacer y, además,
ambas formas de argumentación tratan estas cuestiones desde el punto de
vista de la pretensión de corrección.

III. la argumentación en las Decisiones JuDiciales.


la obligación De Justificar las sentencias

Puesto que es el derecho una disciplina tan amplia y rica en matices, difícil-
mente podría tener exactamente el mismo modo de argumentar en todos los
temas que le son propios. De acuerdo con Atienza (2007, p. 3) existen al me-
nos tres contextos jurídicos en los que se llevan a cabo argumentaciones. El
primero es el de la “producción o establecimiento de normas jurídicas” (tanto
en su fase prelegislativa, como en la legislativa, que es donde propiamente se
manejan argumentos jurídicos, mientras que en la primera los argumentos
—según Atienza— son más de tipo político y moral); un segundo contexto

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 107

en que se realizan argumentos jurídicos es el de la “aplicación de normas


jurídicas a la resolución de casos, bien sea ésta una actividad que llevan a
cabo jueces en sentido estricto, órganos administrativos, en el más amplio
sentido de la expresión, o simples particulares”. El tercer ámbito en que se
realizan argumentos jurídicos es el de la “dogmática jurídica”, en la cual
Atienza distingue tres funciones: “1) suministrar criterios para la producción
del derecho en las diversas instancias en que ello tiene lugar; 2) suministrar
criterios para la aplicación del derecho; 3) ordenar y sistematizar un sector
del ordenamiento jurídico”.
El presente estudio se ocupa del segundo ámbito o contexto jurídico
del que habla Atienza: el de la aplicación del derecho, y analiza, específica-
mente, algunos textos de sentencias de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.
Para algunos autores, “el razonamiento jurídico se manifiesta por an-
tonomasia en el procedimiento judicial” (Perelman, 1988: p. 201), y esto se
debe, en gran medida, a la obligación de motivar la decisión. Por medio
de la motivación judicial, se dificulta el paso al voluntarismo y se abren las
puertas a la razón: “motivar una decisión es expresar sus razones y por eso
es obligar al que la toma, a tenerlas. Es alejar todo arbitrio”.47
No siempre existió la obligación de motivar las decisiones judiciales.
Perelman explica que en el derecho francés, aunque en el siglo XIII apa-
reció la motivación, ésta se limitaba a una indicación de la prueba de los
hechos y, a veces, de la regla de derecho aplicable. De cualquier forma, en
el siglo XIV ya no se da ni siquiera tal motivación y, de hecho, se aconseja
tener gran cuidado, al concluir la sentencia, de no mencionar ninguna de
las causas que hubieran llevado a la toma de la decisión. Lo mismo ocurre
siglos después, en 1771, cuando un magistrado en la Audiencia de Orleans
aconsejaba que, aunque el juez tenía derecho a motivar sus juicios, era me-
jor no hacerlo para no dar lugar a abusos por parte del que hubiera perdido
su causa.48 Sin embargo, un par de décadas más tarde la motivación de las
decisiones judiciales era ya obligatoria:

Hizo falta esperar, como sabemos, a la Ley de 16-24 de agosto de 1790, para
que se planteara nítidamente el problema de la motivación tanto en lo civil
como en lo penal. El art. 15 del Título V de esta Ley indicaba que en todo
juicio “se expresarán el resultado de los hechos reconocidos y comprobados
por la instrucción y los motivos que hayan determinado el juicio”. Mas para

47 Sauvel, Historia del juicio motivado, citado por Perelman 1988, p. 202.
48 Ibidem, p. 203.

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108 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

algunos la exigencia de motivos se identificaba simplemente con la indicación


del texto de la ley que hubiera determinado a los jueces.
Cuando en virtud del Decreto de 1 de diciembre de 1790 se creó un tri-
bunal de casación, el art. 17 sólo exigía que la parte dispositiva contuviera
el texto de la ley o leyes en las que la decisión se apoya, pero no decía nada de la
obligación de motivar las sentencias. Esta obligación se instauró en virtud de
un Decreto de 4 de germinal del año II, para las sentencias desestimatorias.
Pronto, sin embargo, todas las sentencias debieron ser motivadas (Perelman:
1988, pp. 203 y 204).

En México, la obligación de motivar y fundamentar las decisiones judi-


ciales se establece en el artículo 14 constitucional, y también existe tal obli-
gación, en general, para todo acto de autoridad, según el artículo 16 de la
misma ley fundamental. Por “motivación” se entiende “la exigencia de que
el juez examine y valore los hechos expresados por las partes de acuerdo
con los elementos de convicción presentados en el proceso” (Fix-Zamu-
dio: 2002, p. 393).
Así, pues, la “motivación” de la que hablan los textos de Perelman re-
cién citados no coincide con esta definición de “motivación”, sino más bien
con lo que llamaríamos “fundamentación” (la otra exigencia para las deci-
siones judiciales, según el artículo 14 de nuestra Constitución), la cual se ha
definido de la siguiente manera: “La fundamentación es la expresión de los
argumentos jurídicos en los cuales se apoya la aplicación de los preceptos
normativos que se invocan por el juzgador para resolver el conflicto”.49
La fundamentación, a la cual también es frecuente referirse como “jus-
tificación”, suele dividirse en “interna” y “externa”, según el aspecto que
tome en consideración: “En la justificación interna se trata de ver si la deci-
sión se sigue lógicamente de las premisas que se aducen como fundamenta-
ción; el objeto de la justificación externa es la corrección de estas premisas”
(Alexy: 2007, p. 214).
Anteriormente (cfr., supra, capítulo primero, apartado 1) se había habla-
do sobre la distinción entre materia y forma de los razonamientos, misma
que daba lugar a la distinción entre lógica material y lógica formal. Ahora

49 Idem. Enseguida, profundizando un poco más, el doctor Fix-Zamudio hace notar que

“El citado artículo 14 constitucional señala el fundamento de las sentencias civiles (en sentido
amplio, es decir, comprende también las administrativas y las laborales) conforme a la letra
o a la interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta, en los principios generales del dere-
cho. En materia penal queda prohibido imponer, por simple analogía o aun por mayoría de
razón, pena alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que
se trata”.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 109

podemos relacionar aquella distinción con la existente entre la justificación


externa y la justificación interna de la argumentación jurídica. En efecto, así
como la lógica material estudia las condiciones para lograr la verdad de las
proposiciones que integran un razonamiento, y la Lógica formal, las condi-
ciones para la correcta deducción de la conclusión a partir de las premisas,
la justificación interna se ocupa de este último aspecto en la argumentación
jurídica, mientras que la justificación externa estudia la validez o corrección
de las premisas usadas en la justificación interna.

IV. Justificación (o fundamentación) interna.


el silogismo Jurídico

Los asuntos relativos a la justificación interna normalmente suelen agru-


parse con el nombre de “silogismo jurídico”, sin embargo, no debe pensarse
que en la justificación interna se tratan sólo razonamientos que siguen el
esquema del silogismo categórico (que es el que primero viene a nuestra
mente al hablar, en la actualidad, de “silogismo”), sino, en general, razona-
mientos propios de la lógica formal, aplicados al campo del derecho.50
Algunos de los principales esquemas y leyes de razonamiento propios de
la lógica deductiva han sido presentados anteriormente (cfr., supra, capítulo
segundo, apartados III y IV), junto con ejemplos de su aplicación en textos
jurídicos, sin embargo, vale la pena reproducir aquí lo que sería el esquema
más sencillo del silogismo jurídico:

50 Esto, hablando en sentido muy amplio. Evidentemente, podría considerarse que lo

que opera en los razonamientos jurídicos no es una simple aplicación de la lógica deductiva,
sino una lógica deóntica, es decir, una lógica que incluye las modalidades de obligación,
prohibición y permisión.
Es el problema de si la lógica se aplica, o no, a las normas, es decir, el problema de si la de-
finición de argumento válido deductivamente, la cual se basa en las características de verdad
y falsedad de las proposiciones, es funcional cuando se trata de enunciados deónticos, para
los cuales no tiene sentido predicar verdad o falsedad. No abordaremos aquí este tema, sólo
dejamos anotada la reflexión de Atienza (2007): “En realidad, el problema con el que nos
tropezamos aquí consiste en que en la definición de argumento deductiva antes aceptada,
se contemplaban únicamente enunciados susceptibles de ser calificados como verdaderos o
falsos, y esta característica —según opinión generalizada aunque no unánime— no la poseen
las normas. Pero ello, lo que comporta es la necesidad de corregir aquella definición que
podría ahora formularse así: Tenemos una implicación o una inferencia lógica o una argumentación
válida (deductivamente), cuando la conclusión necesariamente es verdadera (o bien, correcta,
justa, válida, etcétera) si las premisas son verdaderas (o bien, correctas, justas, válidas, etcé-
tera)” (p. 16).

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110 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

(1) (x) Px → OQx


(2) Pa .
(3) OQa

En éste se considera a “x” como una variable de individuo (cualquier


individuo) y a “a” como una constante de individuo (un individuo concre-
to). “P” y “Q” designan predicados (que pueden ser tan complejos como se
desee), mientras que el símbolo “O” indica que el predicado debe decirse de
ese sujeto. De este modo, la primera premisa establece una norma según la
cual para cualquier individuo en quien se cumpla P debe cumplirse tam-
bién Q. La segunda premisa presenta un caso específico en que se cumple P
de a, y en la conclusión se infiere, para ese caso específico, la obligación de
cumplir Q de a.
Para dar un ejemplo concreto de aplicación de este esquema de razona-
miento, podría sustituirse P por “ser un órgano legislativo”, Q por “actuar
dentro de los límites de las atribuciones que la Constitución le confiere”,
y a por “la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legislatura”. De
esta manera, el razonamiento completo podría expresarse de la siguiente
manera:

(1) Todo órgano legislativo debe actuar dentro de los límites de las atri-
buciones que la Constitución le confiere.
(2) La Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legislatura es un
órgano legislativo.
(3) Por tanto, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legis-
latura debe actuar dentro de los límites de las atribuciones que la
Constitución le confiere.

Este esquema de razonamiento puede servir para resolver muchos ca-


sos, pero sólo de los llamados “casos sencillos”. En cambio, será insuficiente
en los casos complicados. Alexy (2007, p. 216) menciona algunas de las cir-
cunstancias que suelen hacer que un caso sea complicado:

(1) cuando una norma contiene diversas propiedades alternativas en el su-


puesto de hecho, (2) cuando su aplicación exige un complemento a través de
normas jurídicas aclarativas, limitativas o extensivas, (3) cuando son posibles
diversas consecuencias jurídicas, o (4) cuando en la formulación de la norma
se usan expresiones que admiten diversas interpretaciones.

En esos casos sería necesario añadir una o varias premisas más, por me-
dio de las cuales se pudiera ver claramente cómo se deduce la conclusión a

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 111

partir de las premisas. Alexy (2007) hace notar que éste es, quizá, el aspecto
más valioso de la justificación interna: ayuda a descubrir todas las premisas
cuya existencia es necesaria para arribar a una determinada conclusión, sin
permitir que tales premisas se “cuelen” subrepticiamente:

Engisch indica con razón que “extraer una conclusión como tal... (supone)
un esfuerzo mínimo; la principal dificultad estriba en hallar las premisas”.
Sin embargo, la exigencia de justificación interna no carece de sentido. En la
justificación interna debe quedar claro qué premisas hay que justificar exter-
namente. Presupuestos que de otra manera quedarían escondidos, deben ser
formulados explícitamente (Alexy: 2007, p. 221).

V. la Justificación externa. Descripción De formas


De argumentos frecuentemente encontraDas
en textos JuríDicos

Para el análisis argumentativo de los textos jurídicos y, particularmente, para


el de los textos propios de las sentencias judiciales, como el que se analiza en
la segunda parte de este estudio, puede ser de gran utilidad tener identifica-
dos cuáles son los principales tipos de argumentación usados en los textos
jurídicos. En lo que sigue se ofrece una descripción de estos tipos de argu-
mentación o “formas de argumento” —sin pretender hacer una clasificación
de los mismos—, y se ilustran por medio de ejemplos tomados de sentencias
reales dictadas en México.

1. El argumento a simili o por analogía

Los argumentos a simili, a fortiori y a contrario son estimados como unos


de los principales en la argumentación jurídica, pues si se considera, con
Perelman (1979 [1988]), que en la médula de la argumentación jurídica está
el arte de distinguir, se comprende la importancia que para ésta tienen argu-
mentos cuya esencia es asimilar y distinguir casos diversos para así aplicar,
o no, a unos casos las normas que han sido aplicadas a otros. “Gracias a los
argumentos a simili y a fortiori el alcance de una decisión se extiende a otras,
pero gracias al argumento a contrario ese mismo alcance se delimita de mane-
ra que excluya la aplicación de las reglas de justicia a los casos distinguidos
o diferenciados” (Perelman: 1979 [1988], p. 19).
Por el argumento a simili se considera, conforme con la regla de justi-
cia, que se debe dar un trato igual a los casos esencialmente parecidos. Por

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112 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

supuesto, como explica Perelman [1979 (1988)], el problema que se suscita


en la mayoría de las controversias es cuándo considerar que las diferencias
advertidas entre casos son lo suficientemente desdeñables como para seguir
considerándolos “esencialmente parecidos”, y cuándo las diferencias entre
ellos atañen ya a la esencia misma de los casos. A grandes rasgos, un razo-
namiento a simili o por analogía establece que:

dada una proposición jurídica que afirma una obligación jurídica relativa a
un sujeto o a una clase de sujetos, esta misma obligación existe respecto de
cualquier otro sujeto o clase de sujetos que tenga con el primer sujeto o clase
de sujetos una analogía bastante para que la razón que determinó la regla
relativa al primer sujeto (o clase de sujetos) sea válida respecto del segundo
sujeto (o clase de sujetos) (Perelman: 1979 [1988], p. 79).

Encontramos un ejemplo de argumento a simili en las líneas finales del


fragmento que a continuación se reproduce:

La garantía de libertad que establece el artículo 5o. de la Carta Magna conce-


bida como una facultad con que cuenta el gobernado para elegir la ocupación
que más le convenga, sí se ve conculcada por el precepto legal impugnado, so-
bre la base de que, sin ninguna justificación válida, dispone que sólo aquellas
películas clasificadas para el público infantil y los documentales educativos
podrán ser dobladas al español, lo que, indudablemente, entraña una limita-
ción implícita, en el sentido de que las películas que no estén comprendidas
en la clasificación mencionada no pueden ser dobladas al español, ya que
para ellas el propio texto del precepto impugnado establece su exhibición a
través de “subtítulos”, extremos que enseguida se demostrarán...
En relación a las películas clasificadas para el público infantil, es compren-
sible que gocen de la posibilidad jurídica de ser dobladas al español, ya que
existen razones válidas y obvias para estimar que el público cinematográfico
al que va dirigido ese tipo de películas, de acuerdo con su edad y capacidad
cognoscitiva, generalmente carecen de la madurez y conocimientos necesa-
rios para entender la traducción51 de las películas de versión distinta a la len-
gua hispana, pues es evidente que su facultad de lectura todavía no existe,
o aún no alcanza a desarrollarse plenamente; de ahí que resultaría absurdo
pretender que pudieran leer los subtítulos en español.
Por otro lado, tal como se encuentra redactado el artículo 8o. de la Ley
Federal de Cinematografía, al aludir a “los documentales educativos”, im-
plícitamente está reconociendo la existencia de un determinado sector de la

51 Evidentemente, se refiere a la traducción expresada en subtítulos.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 113

población que, no siendo infantil, solamente tiene acceso a la información de


las películas por medio del doblaje.
Ahora bien, como lo sostiene la sociedad quejosa “en nuestro país existen
millones de personas que no tienen acceso completo y adecuado a la infor-
mación que se desprende de las películas extranjeras, traducidas al español,
mediante subtítulos, ya que es de todos sabido que una gran parte de la po-
blación del país, sin que necesariamente sean menores, carece de la práctica
o facilidad de la rápida o correcta lectura”; y por efecto de la norma impug-
nada, se restringe la libertad de comercio de la quejosa frente a ese sector de
clientes potenciales, pues se le impide la posibilidad jurídica de que aquellas
películas de diferente género a las clasificadas como “infantiles” o “documen-
tales educativos”, puedan ser dobladas al español.
Cabe considerar, adicionalmente, que, además de la afectación personal y
directa que denuncia la quejosa, la norma incide indirectamente sobre el nume-
roso conglomerado de personas que no saben leer, pues les impide el acceso
completo y adecuado a la exhibición de películas extranjeras que no sean
infantiles o documentales educativos.
Los mismos argumentos que sirven para permitir el doblaje de las películas clasificadas
para el público infantil y los documentales educativos, valen para las películas extranjeras
de distinta clasificación, pues sólo así pueden llegar al referido auditorio que no cuenta con
la instrucción necesaria para leer los subtítulos (5o. considerando del amparo en
revisión 02352/1997-00).

2. Argumento a fortiori

Este esquema argumentativo se conocía, en la antigua retórica, como


“tópico del más y el menos”, y Aristóteles lo describe de la siguiente mane-
ra: “Si al que más conviene el predicado, no lo posee, es evidente que no lo
poseerá aquel al que conviene menos”.52
Evidentemente, este esquema de razonamiento puede aplicarse a muy
diversas materias; el ejemplo que da Aristóteles es: “Si ni los dioses lo saben
todo, desde luego que menos los hombres”.53 Tal sería una de las formas del
argumento a fortiori, la cual es llamada a minori ad maius, y se aplica en el caso
de predicados negativos, como el que acabamos de ver. La otra forma de
este argumento es llamada a maiore ad minus, aplicable en el caso de un pre-
dicado positivo, y que se expresa en el tópico “quien puede lo más, puede
lo menos”. En general, puede describirse el argumento a fortiori como sigue:

52 Aristóteles, Retórica, II, 23, 1397 b, p. 15.


53 Idem.

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114 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

Es un procedimiento discursivo conforme al cual, dada una proposición nor-


mativa, que afirma una obligación (u otra calificación normativa) de un su-
jeto (o clase de sujetos), hay que concluir la validez y la existencia como dis-
posición jurídica de una disposición jurídica diferente que afirma esta misma
obligación de un sujeto que está en estado de merecer, con mayor razón que
los primeros la calificación normativa que la primera disposición concedía a
éstos” (Perelman: 1979 (1988), p. 79 «citando a Tarello»).

Un ejemplo de argumento a fortiori podemos verlo en el siguiente texto:

El artículo 28 de la Ley Federal de Radio y Televisión es constitucional, al


señalar que los concesionarios podrán solicitar la prestación de servicios de
telecomunicaciones adicionales a los de radiodifusión porque:
La actora parte de la premisa falsa de que el artículo 28 de la Ley Federal
de Radio y Televisión implica que si los concesionarios solicitan permisos
adicionales, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes se los debe otor-
gar ipso facto, sin embargo, lo que señala la Ley es que los concesionarios
que deseen prestar servicios adicionales deben presentar una solicitud a la
Secretaría, sin que de ningún párrafo de dicho precepto se pueda desprender
obligación alguna por parte de la dependencia de autorizar la solicitud.
Si bien la Secretaría no se encuentra facultada en forma expresa para ne-
gar la autorización en cuestión, lo cierto es que, conforme al principio de que
quien puede lo más puede lo menos, es claro que tácitamente puede hacerlo
(6o. resultando de la sentencia dictada en la acción de inconstitucionalidad
26/2006].

3. Argumento a contrario

También llamado “argumento a contrario sensu”, este tipo de razona-


miento consiste en que, dada una determinada proposición jurídica, en la
cual se predica una obligación (u otra calificación normativa) de un sujeto,
se debe evitar extender esa calificación normativa a otros sujetos no men-
cionados expresa y literalmente en la proposición jurídica considerada. Es
un argumento basado en la interpretación más estricta de la letra de la ley.
Si el legislador no lo ha dicho explícitamente es porque así lo ha querido,
por lo tanto, para interpretar su voluntad, no se debe ir más allá de lo que
dicen sus palabras.
Podría decirse que el argumento a contrario tiene un esquema de razo-
namiento contrapuesto al del argumento a simili, mientras que este último
extiende el alcance de una proposición jurídica para que alcance a suje-
tos no incluidos literalmente en dicha proposición, el argumento a contrario,

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 115

en cambio, restringe el alcance de la proposición jurídica en consideración


para que sólo se aplique a los sujetos explícitamente mencionados en ella.
Ejemplo de argumento a contrario:
Se aduce en diverso apartado, que [con la Ley de Cultura Cívica del DF]
se quebrante el numeral 123, apartado A, fracción III, constitucional que
prohíbe utilizar el trabajo de los menores de catorce años, pues los artículos
cuestionados hacen extensiva la sanción de realizar trabajos de apoyo a la
comunidad a los menores de dieciocho años, violentado con ello el orden
jurídico mexicano. El artículo constitucional de mérito prevé:
Artículo 123 [...] III. Queda prohibida la utilización del trabajo de los
menores de catorce años. Los mayores de esta edad y menores de dieciséis
tendrán como jornada máxima la de seis horas.
Como primer aspecto debe resaltarse que el artículo 123 constitucional se
refiere a la creación de empleos, a la organización social para el trabajo, y en
específico, a los contratos laborales; empero, no tiene relación alguna con los
trabajos de apoyo a la comunidad; de ahí que deba desestimarse el alegato de
los accionantes (cuarto considerando de la sentencia de acción de inconstitu-
cionalidad 00021/2004-00).

Si bien esta argumentación se produce siguiendo el esquema del ra-


zonamiento en consideración, algunos autores opinan que, estrictamente
hablando, sólo puede hablarse de “argumento a contrario” cuando éste se
formula explícitamente, y no cuando sólo se da por entendido.54 Siguiendo
este criterio más estricto, podría entonces presentarse como ejemplo de ar-
gumento a contrario el siguiente: “Dispone el artículo 14 constitucional, que
a ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna.
Del texto de este mandato se colige interpretado a contrario sensu, que la aplica-
ción retroactiva de la ley es permisible cuando no origina perjuicio personal
alguno”.55

4. Argumento de la dirección

Este tipo de argumento, si bien no es tan ampliamente usado en textos


jurídicos como lo son los argumentos considerados en los tres apartados an-
teriores, representa un buen ejemplo de lo que Alexy (2007) llamaría “argu-
mentación práctica general”, tan necesaria para la argumentación jurídica.

54 Cfr. Dehesa, 2007 p. 579.


55 Citado por Dehesa, 2007, p. 582.

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116 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

El argumento de la dirección estaría entre los que Perelman y otros


(1994 [1989]) catalogan como “argumentos basados en la estructura de lo
real”, los cuales se fundamentan en el establecimiento de una asociación
entre las opiniones o juicios comúnmente admitidos sobre la estructura de
la realidad (por ejemplo, la relación de la sustancia y sus actos o el símbolo
y aquello que simboliza, el fin y los medios, etcétera) y otros juicios de los
cuales se intenta persuadir. Para comprender realmente el argumento de la
dirección es conveniente considerar primero la relación existente entre un
fin y los medios. Sucede que en esta última es posible dividir el recorrido ha-
cia el fin en varias etapas. A veces será útil considerar sólo algunas de estas
etapas, y no el recorrido en forma global, pues, “si el paso del punto A al C
plantea dificultades, puede que no se encuentren inconvenientes en pasar
del punto A al B, de donde el punto C aparecerá en otra perspectiva; llame-
mos a esta técnica el procedimiento de las etapas” (ibidem, p. 435). Pues bien, “El
argumento de dirección consiste, esencialmente, en la advertencia contra el
uso del procedimiento de las etapas: si cede esta vez, usted deberá ceder un
poco más la próxima vez, y sabe Dios dónde irá usted a parar” (idem).
Como ejemplo del argumento de la dirección podríamos considerar el
siguiente:

...el doblaje de películas es necesario para cumplir con este fin [manifestación
de las ideas], pues de no ser así, no existiría la manifestación de las ideas en
la forma que establece la Constitución, esto es, de forma directa con el es-
pectador receptor, lo que conllevaría a que sólo vieran, escucharan y tuvieran
acceso a esa información las personas que entendieran el idioma en el cual se
encuentra realizada la obra dejando a toda aquella sociedad que no tuviere el
manejo o conocimiento de la lengua extranjera, por lo que el artículo 8o. de
la Ley Federal de Cinematografía es inconstitucional por restringir la libertad
de expresión de las ideas, ya que llegaríamos al caso de la época del oscurantismo en
donde sólo las personas que sabían hablar latín, tenían acceso a la literatura de esa época
(2o. considerando de la sentencia dictada en el amparo en revisión expediente
02352/1997-00).

5. Argumento psicológico o genético

Según Alexy (2007, pp. 227 y ss.), se tiene un argumento de este tipo
cuando se justifica una interpretación R’ de R, porque la misma se corres-
ponde con la voluntad del legislador. Perelman y otros (1979 [1988], pp. 81
y 82) profundizan un poco más en su descripción:

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 117

El argumento psicológico consiste en la investigación de la voluntad del legis-


lador concreto por medio del recurso a los trabajos preparatorios... Entraña
una investigación que permita precisar cuál fue la razón de la ley, reconstru-
yendo la intención del legislador y teniendo en cuenta el problema concreto
que tenía que resolver, así como los principios generales a que se refirió, las
enmiendas introducidas en el proyecto primitivo, etcétera. Este argumento
permite más especialmente, refutar una interpretación de la ley que hubiera
podido parecer plausible si no hubieran existido estas indicaciones.

Un ejemplo de argumento psicológico o genético podría tomarse del


octavo considerando de la sentencia sobre contradicción de tesis 18/2006-
PS, en la cual se discute si la disposición de someter a tratamiento psicoló-
gico al culpable de violencia familiar debe aplicarse obligatoriamente o sólo
es aplicable si se logra acreditar la afectación en la salud mental del sujeto
activo; como argumento en favor de la primera de estas opciones se lee:

Ahora bien, atendiendo a la interpretación teleológica del precepto en estu-


dio, debe decirse que de la exposición de motivos de catorce de noviembre de dos mil, del
Nuevo Código Penal para el Distrito Federal, se desprende que los propósitos del legislador
al redactar el artículo en estudio, consistieron en proteger la armonía y normal desarrollo
de la familia como parte fundamental de la sociedad, y en ese sentido, se dio a la ta-
rea de tipificar y regular las conductas que atentan contra la integridad y la
violencia familiar, sancionando a todo aquél que ejerza maltrato físico o psi-
coemocional en contra de cualquier miembro de su familia... En ese orden de
ideas y analizando de manera armónica los propósitos del legislador, puede
advertirse que al haber redactado el artículo 200, estimó necesario que todo
aquél que atenta contra la salud de un familiar, ejerciendo maltrato físico o
psicoemocional o ambos, fuera sometido a un tratamiento psicológico espe-
cializado, precisamente con el fin de coadyuvar a su rehabilitación... Así las
cosas, por elemental coherencia con los propósitos del legislador que aquí se han evidenciado
debe decirse que el tratamiento psicológico especializado a que se refiere el
numeral 200, lejos de constituir una pena, debe entenderse como una medida
de seguridad, por la que el Estado procura la rehabilitación del sentenciado
debiendo calificarse dicha medida como obligatoria para al autoridad jurisdiccional de la
causa (8o. considerando de la sentencia dictada en la contradicción de tesis
00018/2006-PS, 8o. considerando).

Obsérvese que, aun cuando en el texto de la sentencia se califica este


argumento como “teleológico”, si acudimos a las definiciones de los estu-
diosos, en particular a la de Perelman (1979 [1988]), debemos decir que se
trata, más bien de un “argumento psicológico”, por ser una justificación de
cierta interpretación de la ley, basada en la investigación de la voluntad del

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118 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

legislador “a partir de los datos presentes en los trabajos preparatorios y do-


cumentos que rodean al texto mismo de la ley en cuestión”.

6. Argumento teleológico

Según Perelman (1979 [1988], p. 82), este tipo de argumento “concier-


ne al espíritu y a la finalidad de la ley, que no se reconstruye a partir del
estudio concreto de los trabajos preparatorios [a diferencia del argumento
«psicológico», que acabamos de ver], sino a partir de consideraciones sobre
el texto mismo de la ley”.
Como se ve, el argumento teleológico es muy similar al psicológico, sólo
que mientras este último, para descubrir la voluntad del legislador, recurre
no tanto al texto mismo de la ley, como a los trabajos preparatorios, exposi-
ción de motivos, preámbulos, etcétera, el argumento teleológico, en cambio,
para descubrir “la finalidad de la ley” analiza el texto mismo de ésta. Por
supuesto, no siempre es fácil distinguir entre uno y otro tipos de argumento:

Es extremadamente difícil determinar cuándo se está en presencia de una


argumentación teleológica o de una argumentación psicológica, puesto que
no está nada clara cuál es la diferencia entre la finalidad perseguida por el
legislador (es decir, su voluntad, cuyo “descubrimiento” sería el objetivo del
argumento psicológico) y la finalidad perseguida por la legislación (que sería
lo tenido en cuenta por el argumento teleológico). Principalmente, porque
una legislación no sabemos hasta qué punto puede tener una finalidad propia
distinta de la de sus autores. Un precepto puede tener una finalidad determi-
nada, pero esta finalidad no será más que la considerada por su autor, por lo
que creemos que ambas operaciones se confunden.56

Ejemplo de argumento teleológico:

...lo que viene a corroborar que en el artículo 105, fracción I, constitucional,


se estableció un sistema limitado de procedencia del juicio de controversia
constitucional, conforme al cual no pueden entablarse este tipo de juicios entre
poderes u órganos de diversas entidades, ni entre alguna de éstas y uno de los
poderes u órganos que la integran o que pertenecen a una entidad diferente.
En abono a lo anterior, destaca que el principio en análisis no constituye
una innovación adoptada por el Poder Revisor mediante las reformas que el
numeral en comento sufrió el treinta y uno de diciembre de mil novecientos
noventa y cuatro, sino que el mismo se previó en el texto original del artículo

56 Ezquiaga Ganuzas, Francisco Javier, citado por Gerardo Dehesa Dávila, 2007, p. 612.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 119

105 aprobado por el Constituyente de mil novecientos diecisiete y se conservó


en las reformas que sufrió el mismo mediante los decretos publicados en el
Diario Oficial de la Federación el veinticinco de octubre de mil novecientos sesen-
ta y siete y el veinticinco de octubre de mil novecientos noventa y tres. El texto
respectivo fue el siguiente:
Texto aprobado por el Constituyente de 1917.
Artículo 105. Corresponde sólo a la Suprema Corte de Justicia de la Na-
ción conocer de las controversias que se susciten entre dos o más Estados,
entre los Poderes de un mismo Estado sobre la constitucionalidad de sus actos
y de los conflictos entre la Federación y uno o más Estados, así como de aqué-
llas en las que la Federación fuese parte.
Texto reformado por Decreto del 25 de octubre de 1967: Artículo 105.
Corresponde sólo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación conocer de las
controversias que se susciten entre dos o más Estados, entre los Poderes de un
mismo Estado sobre la constitucionalidad de sus actos y de los conflictos entre
la Federación y uno o más Estados, así como de aquéllas en que la Federación
sea parte en los casos que establezca la ley.
Texto reformado por Decreto del 25 de octubre de 1993: Artículo 105.
Corresponde sólo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación conocer de
las controversias que se susciten entre dos o más Estados; entre uno o más
Estados y el Distrito Federal; entre los Poderes de un mismo Estado y entre órganos
de gobierno del Distrito Federal sobre la constitucionalidad de sus actos y de los
conflictos entre la Federación y uno o más Estados, así como de aquéllas en
que la Federación sea parte en los casos que establezca la Ley.
De la evolución histórica del precepto en comento se advierte que tanto el
Constituyente como el Poder Revisor han tenido la intención de limitar las hipótesis de
procedencia del juicio de controversia constitucional precisando que puede entablarse
entre entidades, es decir, entre la Federación y los Estados o entre los Estados
y el Distrito Federal, o bien entre los poderes de un mismo Estado o entre los
órganos de gobierno del Distrito Federal, siendo patente que en todo momen-
to se impidió que el respectivo juicio se entablara entre poderes u órganos
de gobierno de diversas entidades, siendo significativo que en la redacción
utilizada en el referido numeral, tanto en los textos anteriores, como en el
vigente, al referirse a los poderes de un Estado, especial cuidado se ha tenido
en precisar que el conflicto relativo únicamente puede darse entre poderes de
“un mismo” Estado, impidiendo que la controversia se entable entre poderes
de diferentes entidades federativas (2o. considerando del voto minoritario for-
mulado en la controversia constitucional 8/2001).

7. Argumento por reducción al absurdo

Podría decirse que es ésta una forma de “prueba indirecta”, ya que, a


fin de cuentas, lo que muestra no es la corrección de la proposición que de-

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120 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

fiende, sino la incorrección que implica la negación de dicha proposición.


En lógica formal, esta forma de argumento debe mostrar que la negación
de la proposición defendida lleva a una contradicción en sentido estricto (es
decir, a la afirmación “X y no-X”), pero, en su uso extendido, este argumen-
to puede cumplir su cometido sin necesidad de llegar estrictamente a una
contradicción, basta con que muestre que la negación de la postura o creen-
cia defendida implicaría incompatibilidades con alguna otra creencia que
se tiene como segura o no se quiere abandonar, o, incluso, simplemente,
que la negación de la postura defendida traería consecuencias indeseables
o inconvenientes.
Perelman y otros (1989 [1994]) presentan este tipo de argumento, al que
ellos dan el nombre de “argumentación por el ridículo”, como parte de los
llamados “argumentos cuasi-lógicos”, y comentan:

Igual que, en geometría, el razonamiento por reducción al absurdo comienza


por suponer como verdadera una proposición A para mostrar que las conse-
cuencias son contradictorias con aquello a lo que se ha consentido y pasar de
ahí a la verdad de no-A, así la más característica argumentación cuasi lógica
por el ridículo consistirá en admitir momentáneamente una tesis opuesta a
la que se quiere defender, en desarrollar sus consecuencias, en mostrar su in-
compatibilidad con aquello en lo que se cree y en pretender pasar de ahí a la
verdad de la tesis que se sostiene (Perelman et al.: 1989 [1994], p. 324).

Encuentro un ejemplo de argumento por reducción al absurdo en el


siguiente fragmento:

debe precisarse que para determinar sobre la legitimación de los promoventes


de la acción de inconstitucionalidad, debe atenderse a la calidad que tienen
al momento en que se presenta la demanda, ya que si este medio de con-
trol de la constitucionalidad es de carácter abstracto, la legitimación activa
se entiende concedida a la minoría de los integrantes del Senado que al mo-
mento en que se ejerce en tiempo la acción se encuentren en funciones, con
independencia de que con posterioridad, durante el trámite del asunto y al
momento de dictarse el fallo correspondiente, dejen de ostentar el cargo por
haber iniciado funciones una nueva Legislatura.
Sostener lo contrario implicaría que cuando las leyes se publiquen cerca
del plazo en que los senadores cesarán en su cargo, no existiría la posibilidad
real de impugnarlas a través de la acción, ya que aunque ésta se promoviera
en tiempo por la minoría legislativa en funciones al momento de su presenta-
ción, esa minoría perdería la legitimación activa que poseían al presentar la
demanda, lo que además de ser contrario a la lógica, desconoce el principio
de que el órgano de autoridad es siempre el mismo, con independencia de las

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 121

personas físicas que ejerzan su titularidad (4o. considerando de la sentencia


dictada en la acción de inconstitucionalidad 00026/2006-00).

8. Argumento por el uso de los precedentes o ab exemplo

Este tipo de argumento permite interpretar la ley conforme a los prece-


dentes, esto es, conforme a decisiones anteriores. También se le ha llegado a
llamar “argumento de autoridad” debido, precisamente, a que los ejemplos
de precedentes que se citan provienen de un órgano cuya autoridad en la
materia no se discute, con lo cual se juzgan como correctamente decididos,
simplemente por venir de quien vienen.
La base del argumento por el uso de los precedentes lo constituye la
misma noción de justicia, que contiene la exigencia de “tratar de igual ma-
nera a lo igual”. Por supuesto, como vimos en lo relativo al argumento a
simili o por analogía, el problema para el cumplimiento de esta exigencia
es que nunca hay dos casos exactamente iguales, por lo cual, es necesario
determinar qué tan relevantes son las diferencias entre ellos para saber si es
aplicable el argumento del precedente, o no lo es.
Alexy (2007, p. 265) propone dos reglas generales para el uso del ar-
gumento del precedente: “cuando pueda citarse un precedente a favor o
en contra de una decisión debe hacerse” y “quien quiera apartarse de un
precedente, asume la carga de la argumentación”, es decir, quien quiera de-
cidir de manera distinta de como se ha venido haciendo, tendrá que aducir
razones suficientes para ello.
Un ejemplo del uso argumentativo de los precedentes podemos verlo en
el 7o. considerando de la siguiente sentencia de 2006 que explícitamente se
apoya en una tesis de 2001 del Pleno:

De lo expuesto, puede concluirse que no obstante que el precepto interpreta-


do por los Tribunales Colegiados, fue reformado con posterioridad a la emi-
sión de sus resoluciones, en cuanto a la hipótesis que ambos interpretaron,
quedó con la misma redacción, cambiando únicamente las palabras “Asimis-
mo” y “además”, sin que se haya modificado su esencia; por ende, si el con-
tenido sustancial de la norma se mantiene, sigue subsistiendo la divergencia
de criterios que requiere ser dilucidada por esta Primera Sala de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación.
ContraDicción De tesis. No Debe Declararse inexistente aun
cuanDo la norma interpretaDa por los tribunales colegiaDos De
circuito haya sufriDo una reforma, si ésta no moDificó su esencia.
No es dable concluir que es inexistente una contradicción de tesis, cuando la
norma legal que interpretaron los tribunales y que los llevó a conclusiones

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122 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

discrepantes, sufre una reforma que sólo modificó en parte la terminología


empleada, pero no la esencia del precepto, en tanto que se entiende que si
el contenido sustancial se mantiene, subsiste la divergencia de criterios que
requiere ser superada a través del pronunciamiento de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (tesis VIII/2001, Pleno, Novena Época, Semanario Judi-
cial de la Federación y su Gaceta, abril de 2001, t. XIII, p. 322) (7o. considerando
de la sentencia dictada en la contradicción de tesis 18/2006-PS).

9. El argumento semántico

También llamado “argumento de constancia terminológica”,57 el argu-


mento semántico consiste en criticar, en justificar o afirmar como posible
cierta interpretación de una norma basándose en el control del uso lingüís-
tico de los vocablos que presenta. Alexy explica que este argumento no con-
siste en “determinar” cómo deba usarse tal o cual término (pues tal decisión
o determinación no puede justificarse simplemente por referencia a un uso
existente), sino en “especificar” su uso. Así, pues, “los argumentos semánti-
cos pueden usarse para justificar, criticar o mostrar que una interpretación
es admisible, al menos semánticamente” (Alexy: 2007, p. 226). El siguiente
sería un ejemplo de argumento semántico:
En el texto de la sentencia de este amparo en revisión (expediente
02352/1997-00) hay un momento donde se razona acerca de la posible
interpretación del término “vedar”, presente en la redacción del artículo
5o. constitucional (antes 4o.); en concreto, se discute si se ha de interpretar
como “prohibir” o como “limitar”. Como uno de los argumentos, se dice:
Las anteriores consideraciones cobran fuerza si se atiende al uso constitucional,
del que se advierte, por vía de ejemplo, que el Constituyente, al redactar los
artículos 2o., 14, tercer párrafo y 22 de la Ley Fundamental, sí utilizó de ma-
nera expresa el verbo prohibir... Asimismo, se observa que, por el contrario, el legislador no
utilizó ese verbo en la redacción del artículo 5° que se estudia, sino otro con significación
de prohibición atenuada y con una clara connotación de suspender, de diferir o de detener
temporalmente una acción.
La razón de la divergencia en comento resulta evidente, porque los artí-
culos en los que el Constituyente utilizó explícitamente el verbo prohibir am-
paran las garantías de libertad personal, de integridad física y de seguridad
jurídica, las cuales indiscutiblemente ocupan un lugar predominante dentro
de nuestro sistema jurídico, y, por otra parte, si bien la libertad de comercio
también es una garantía fundamental de los individuos, empero, sus fines

57 Cfr. Dehesa Dávila, Gerardo, 2007, pp. 491 y ss.

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 123

tienden a proteger aspectos laborales y económicos, que obviamente no po-


seen el mismo rango de trascendencia que aquellas garantías que resguardan
la vida, la libertad personal, la integridad física y la seguridad jurídica de las
personas (5o. considerando de la sentencia dictada en el amparo en revisión
02352/1997-00).

10. Argumentos dogmáticos

Para saber en qué consisten éstos es necesario señalar qué se entiende


por “dogmática jurídica”. Mediando entre una descripción demasiado am-
plia y otra demasiado estrecha, Alexy propone una definición de “dogmáti-
ca jurídica” que incluya las siguientes condiciones:

Una dogmática del Derecho es (1) una serie de enunciados que (2) se refie-
ren a las normas establecidas y a la aplicación del Derecho, pero no pueden
identificarse con su descripción, (3) están entre sí en una relación de coheren-
cia mutua, (4) se forman y discuten en el marco de una ciencia jurídica que
funciona institucionalmente, y (5) tienen contenido normativo (Alexy: 2007,
p. 246).

Alexy complementa esta definición con la mención de cuáles son los


principales tipos de enunciado propios de la dogmática jurídica. En pri-
mer lugar están las definiciones de los “genuinos conceptos jurídicos”, de
los cuales cita como ejemplos paradigmáticos los conceptos de “contrato”,
“acto administrativo” y “legítima defensa”; otro tipo de enunciados de la
dogmática jurídica son las definiciones de los otros conceptos que aparecen
en las normas jurídicas, de los que Alexy menciona como ejemplos “área
edificada coherentemente” y “cumplimiento de una operación”; también
pueden ser considerados como propios de la dogmática jurídica “los enun-
ciados que expresan una norma no extraída de la ley” (Alexy: 2007, p. 248),
si bien en éste, como en los próximos dos casos que siguen, el criterio de
demarcación entre lo que sí es enunciado de la dogmática jurídica y lo que
no lo es se va tornando borroso y “por ello, en un amplio campo, el que un
enunciado sea aceptado o no como dogmático sigue dependiendo de las
convicciones existentes de hecho entre los científicos del Derecho” (ibidem,
p. 249). La siguiente categoría de enunciados dogmáticos la conforman “las
descripciones y caracterizaciones de estados de cosas a cuya producción,
eliminación o conservación deben servir normas individuales o grupos de
normas” (idem) y, por último, las formulaciones de principios, las cuales “son
enunciados normativos de tan alto nivel de generalidad que, por regla ge-

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124 GRACIELA FERNÁNDEZ RUIZ

neral, no pueden ser aplicados sin añadir premisas normativas adicionales”


(idem).
Desde el punto de vista de la argumentación, hay ocasiones en que los
enunciados dogmáticos se usan —junto con enunciados de otros tipos— para
fundamentar otros enunciados, sin tener que ser ellos mismos (los dogmáti-
cos) justificados; por supuesto, tales casos sólo pueden presentarse cuando
los enunciados dogmáticos en cuestión no son puestos en duda. En cambio, en
otras ocasiones los enunciados dogmáticos se usan para justificar otros enuncia-
dos, pero también son ellos mismos, a su vez, justificados por otros enunciados
dogmáticos, y así sucesivamente, hasta que, claro está, “en algún momento,
los enunciados dogmáticos se terminan y se hacen necesarios otros argu-
mentos. Como los enunciados dogmáticos tienen contenido normativo, es-
tos otros argumentos sólo pueden ser argumentos prácticos de tipo general”
(Alexy, p. 251).
Ejemplo de argumento dogmático (basado en la definición de “contra-
dicción de tesis”):

En otras palabras, existe contradicción de criterios cuando concurren los si-


guientes supuestos:
a) Que al resolver los asuntos se examinen cuestiones jurídicas esencial-
mente iguales y se adopten posiciones o criterios jurídicos discrepantes.
b) Que la diferencia de criterios se presente en las consideraciones, razona-
mientos o interpretaciones jurídicas de las sentencias respectivas.
c) Que los diferentes criterios provengan del examen de los mismos ele-
mentos.
Al respecto es aplicable la siguiente jurisprudencia... Con la finalidad de
establecer y determinar si en la especie existe o no la contradicción de tesis
denunciada, es conveniente transcribir la parte conducente de las considera-
ciones y argumentaciones de las ejecutorias, en que los Tribunales Colegiados
contendientes basaron sus respectivos criterios...
Ahora bien, de los respectivos asuntos resueltos por los Tribunales Cole-
giados Noveno y Quinto en Materia Penal del Primer Circuito, se advierte
que dichos órganos jurisdiccionales coincidieron en analizar el antepenúltimo
párrafo del artículo 200, del Nuevo Código Penal para el Distrito Federal,
vigente al quince de abril de dos mil cinco.
Así, mientras el primero de ellos concluyó que la pena decretada al sujeto
activo del delito de violencia familiar, consistente en la sujeción del mismo a
tratamiento psicológico especializado por el término de duración de la pena
de prisión impuesta, es un imperativo legal que hace innecesario previo aná-
lisis o estudio del enjuiciado para acreditar afectación en su salud mental; el

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ARGUMENTACIÓN Y LENGUAJE JURÍDICO 125

segundo de los citados órganos jurisdiccionales sostienen que sí es necesario


que previamente se acredite la afectación en la salud mental del sujeto activo.
Por lo anterior, debe decirse que sí existe contradicción de tesis, respecto
de los criterios que sostienen los Tribunales Colegiados contendientes, pues
aquéllos provienen del examen de los mismos elementos, toda vez que ambos
analizaron el mismo precepto del Nuevo Código Penal para el Distrito Fede-
ral, pero llegaron a conclusiones diametralmente distintas, que se derivan de
las consideraciones de las resoluciones respectivas (3o. y 7o. considerandos de la
sentencia dictada en la contradicción de tesis 18-2006-PS).

Otro ejemplo de argumento dogmático sería el siguiente, basado en la


descripción de lo que debe entenderse como “fundamentación de los actos
legislativos”:

Es de advertirse, reiteramos, que la fundamentación de los actos legislativos


se satisface cuando el órgano legislativo actúa dentro de los límites que la
Constitución le confiere... la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III
Legislatura, cumplió con la fundamentación debida al actuar dentro de los
límites de las atribuciones que la Ley Fundamental le confiere
...(2o. resultando de la sentencia dictada en la acción de inconstituciona-
lidad 00021/2004).

DR © 2017.
Instituto de Investigaciones Jurídicas - Universidad Nacional Autónoma de México.
Título

Mtra. Erika Berenice Valles Oropeza

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Interpretación y argumentación
en el derecho*

Interpretation and Argumentation


in Law
Carla Huerta Ochoa**

Resumen:
El artículo ofrece un panorama general de la argumentación en el ámbito
jurídico a efectos de proporcionar lineamientos útiles a los operadores ju-
rídicos principalmente como una aproximación metodológica tratando de
incluir los aspectos indispensables para comprender la relación entre len-
guaje y derecho. El tema se aborda desde diversas disciplinas, como son la
filosofía del derecho, la lógica y la semiótica.

Palabras clave:
Derecho y lenguaje, interpretación, justificación, teorías de la ar-
gumentación, tipos de argumentación.

Abstract:
The article offers a general outlook on legal argumentation focusing on meth-
odological aspects and the relations between language and the Law. The idea
is to serve as a useful tool for legal officials in their activities. Themes of legal
philosophy, logic and semiotics are discussed.

* Artículo recibido el 28 de mayo de 2015 y aceptado para su publicación el 15


de octubre de 2015.
** Professor-Researcher, Legal Research Institute of UNAM (Mexico).

D. R. © 2017. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas


Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho, núm. 11, enero-diciembre de 2017, pp. 379-416
Ciudad de México, ISSN 2007-4387
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CARLA HUERTA OCHOA

Keywords:
Law and language, interpretation, argumentation theory, sorts of
argumentation.

380 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

Sumario: I. Introducción. II. El rol del lenguaje en la argumentación.


III. La argumentación. IV. La interpretación. V. Conexión
entre interpretación y argumentación. VI. Teorías de la ar-
gumentación jurídica. VII. Tipos de argumentos. VIII. Argu-
mentación e Interpretación Constitucionales. IX. Conclusio-
nes. X. Bibliografía.

I. Introducción

La función de la argumentación en el discurso jurídico es relevante


tanto en la investigación como en la toma de decisiones, por su ca-
rácter de fundamentación del significado atribuido a los enunciados
normativos y las consecuencias jurídicas que de ello pueden deri-
varse. La doctrina se ha dedicado primordialmente al estudio de las
decisiones de carácter jurisdiccional, sobre todo a la decisión del
juez. Los lineamientos proporcionados sin embargo son aplicables a
las decisiones administrativas, y en gran medida también a la forma
en que los abogados deberían presentar sus solicitudes a la autori-
dad o analizar las decisiones que emiten. Los argumentos utilizados
tanto por el investigador como por el abogado y el juez han sido es-
tudiados por la lógica y la filosofía del derecho, por lo que este tema
se aborda desde diversas disciplinas, incluyendo la semiótica. A con-
tinuación se presenta un panorama general de la argumentación en
el ámbito jurídico, tratando de incluir los aspectos mencionados.1

II. El rol del lenguaje en la argumentación

El trabajo científico del jurista depende en gran medida del lenguaje


utilizado en las fuentes de consulta y en el que se expresan tanto
los textos normativos como la doctrina. Hoy en día la mayoría de

1
El presente ensayo puede considerarse como desarrollo y ampliación de
trabajos previos, que se pueden consultar para mayor referencia en el capítulo
VIII de Teoría del derecho. Cuestiones relevantes, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2009.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 381


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CARLA HUERTA OCHOA

las teorías interpretativas parten de que el derecho es un fenómeno


lingüístico.
Sustentar una hipótesis o analizar una disposición normativa es
una labor que está estrechamente relacionada con su interpretación
en primer lugar y con su justificación posteriormente. Es en esta se-
gunda parte en donde entran en juego los argumentos. Argumentar
es ofrecer razones, y éstas se presentan también en un lenguaje. El
proceso de argumentación es ante todo la explicitación de las ra-
zones que sustentan una opinión, una crítica o una conclusión res-
pecto del sentido de un texto.
Por ello conviene analizar la relación entre el lenguaje y el dere-
cho, así como el lenguaje en el que se expresan los enunciados nor-
mativos, y las normas que constituyen sus significados. Los juristas
se distinguen por un cuidadoso uso del lenguaje ordinario, además
de la precisión con la cual utilizan los términos técnicos propios del
derecho. Un buen jurista, al igual que un buen investigador, se en-
cuentra comprometido a emplear correctamente la lengua en la que
se expresa y a seguir sus reglas gramaticales.
El derecho mismo es actualmente considerado como el lenguaje
de las conductas debidas, que se expresan mediante enunciados lin-
güísticos. Concebir al derecho como un lenguaje especial requiere
del entendimiento previo de su funcionamiento, cuestión que corres-
ponde explicar a la teoría del derecho, ya que en la comprensión del
derecho pueden presentarse problemas de índole lógica, como son
los sistemáticos y los dinámicos. Los problemas de sistematización
derivan del hecho de que el derecho no es un mero conjunto de
normas, sino un sistema, por lo que en el análisis e interpretación
conviene tomar como guía los elementos que se consideran como
propiedades formales del sistema jurídico: la coherencia, la consis-
tencia, la completitud y la independencia de sus normas. La falta de
completitud se refleja en el problema de las lagunas, casos en que
parece que el derecho no indica una solución que debía haber pre-
visto, por lo que se tiene que integrar mediante interpretación. Se
puede hablar de incoherencia en cambio cuando uno o más casos
son solucionados en forma diversa e incompatible. El problema de
las contradicciones es que lleva a la desobediencia del derecho. Los
problemas dinámicos se derivan del hecho de que el derecho es un

382 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

sistema dinámico, sujeto a cambios en el tiempo, que se encuentra


en proceso constante de evolución mediante la creación y deroga-
ción.2
El derecho, sin embargo, se expresa mediante un lenguaje natural,
por lo que sus enunciados con frecuencia pueden ser oscuros, vagos
o ambiguos. Los enunciados jurídicos que no son claros requieren
de interpretación. Diversos problemas lingüísticos se derivan del
hecho de que el derecho se expresa mediante un lenguaje natural y
están relacionados con la vaguedad (sintáctica y semántica) y la am-
bigüedad (actual o potencial) de los términos, así como oscuridad de
los enunciados mal formulados. Los enunciados normativos (s.s.) se
caracterizan por su abstracción y generalidad, lo cual produce otras
formas de ambigüedad y vaguedad que se suman a las de las pala-
bras utilizadas. La tarea interpretativa va unida a la de la justifica-
ción de la elección o atribución de significado, por lo que la línea
divisoria entre la interpretación y la argumentación es tenue; son
actividades correlativas.
La estrecha relación entre el lenguaje y el derecho hace necesa-
rio el análisis de las expresiones lingüísticas que emiten los juris-
tas, así como aquellas mediante las cuales se expresan las normas.
Las expresiones normativas de carácter prescriptivo que expresan
un deber ser constituyen el lenguaje jurídico. El lenguaje jurídico es
aquel en el que se formulan los textos jurídicos; su análisis se puede
realizar en cualquiera de los tres niveles: semántico (de significado),
sintáctico (de estructura) y pragmático (de uso).
Aunque se puede decir que el derecho se integra por normas, vale
la pena distinguir desde la perspectiva semántica tres objetos de
análisis distintos:

a) la norma jurídica que es una forma de deber ser, y se mani-


fiesta como un enunciado deóntico que expresa una obliga-
ción, un permiso o una prohibición (el lenguaje normativo),

2
El tema es tratado con mayor amplitud en Huerta, Carla, Conflictos normativos,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, passim.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 383


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CARLA HUERTA OCHOA

b) el enunciado normativo que se identifica con la formulación


lingüística de la norma (el metalenguaje en que se expresa la
autoridad competente y que tiene fuerza vinculante), y
c) la proposición normativa que expresa algo sobre el enunciado
normativo (el meta-meta-lenguaje que en general es utilizado
por los científicos para describir el derecho).

Los textos jurídicos, en virtud de su calidad de lenguaje especial,


permiten en general interpretaciones distintas, pero las alternativas
semánticamente posibles no necesariamente son equivalentes. Op-
tar por un significado específico de entre las posibilidades viables
requiere de la justificación de dicha elección. El reto radica en dar
las mejores razones para que la interpretación hecha sea aceptada
como válida.

III. La argumentación

Argumentar es, según el diccionario, sacar en claro, descubrir, pro-


bar, o bien disputar, discutir, impugnar una opinión ajena. La ar-
gumentación, por lo tanto, refiere la acción de ofrecer argumentos
para convencer. El argumento es “el razonamiento que se emplea
para probar o demostrar una proposición, o bien para convencer a
otro de aquello que se afirma o se niega”.3
En términos generales se refiere a un “razonamiento mediante el
cual se intenta probar o refutar una tesis, convenciendo a alguien
de la verdad o falsedad de la misma”.4 Se reconocen en principio por
su carácter lógico-formal, aun cuando no todos los argumentos ten-
gan este carácter en sentido estricto. La argumentación se refiere
al proceso de argüir; el argumento, en cambio, a cada uno de los
razonamientos específicos, aunque es correcto utilizar los términos
indistintamente. En la argumentación se pretende refutar un argu-
mento o convencer a otro de la verdad de la opinión que se sostiene.

Diccionario de la lengua española, Madrid, Real Academia Española, 21a. ed.,


3

1992, p. 187.
4
Ferrater Mora, José, Diccionario de filosofía, t. A-D, Barcelona, Ariel Referencia,
1994, p. 218.

384 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

El concepto de argumento se puede entender tanto como medio de


interpretación como razones de apoyo. Sirve como fundamento de la
prueba o demostración, los cuales, a diferencia del argumento que
no necesariamente tiene que serlo, son más rigurosos. Distinguir
entre éstos, sin embargo, no siempre es fácil.
La teoría de la argumentación divide en dos grupos distintos los
tipos de argumentación: el lógico y el retórico. En el tipo lógico, el
argumento se presenta como la forma de razonamiento válido, que
se estructura mediante dos enunciados y una conclusión. El razona-
miento, en sentido lógico, es un proceso formal, que puede ser co-
rrecto o incorrecto, y se refiere a las operaciones de inferencia, tales
como la abducción, la deducción o la inducción. Aristóteles reconoció
en su tiempo que al lado de los argumentos lógicos se pueden aducir
los argumentos llamados “dialécticos” o de probabilidad, que son ra-
zonamientos que parten de opiniones generalmente aceptadas.
Los argumentos encuentran su sentido en su expresión, y esto se
hace mediante un lenguaje. El lenguaje, como instrumento para la
comunicación, es expresión del pensamiento; esto es de todos los
actos del entendimiento, y dado que el derecho se expresa en un
lenguaje natural, los argumentos jurídicos se integran por términos
y proposiciones. El término es expresión de un concepto; la propo-
sición es expresión de un juicio, y el argumento es expresión del ra-
ciocinio.
Para la perspectiva lógica, la fuerza de un argumento radica en su
validez; un argumento es válido cuando es formal o materialmente
correcto; es sólido si además de válido es verdadero. Un argumento
deductivo sólo es formalmente válido y si es conforme a los crite-
rios de corrección formales suministrados. Las falacias, también lla-
mados sofismas, son argumentos aparentes, pues no cumplen con
las reglas de inferencia; pueden ser formales o no formales (ya sean
de atinencia o de ambigüedad). En estos casos la refutación es apa-
rente; su función es confundir o inducir al error.5
En el argumento retórico el aspecto más importante no es la vali-
dez de las premisas que integran el razonamiento, sino su capacidad

5
Sobre el análisis lógico de los argumentos véase Copi, Irving, Introducción a la
lógica, México, Limusa, 1997, capítulos 1-3.

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CARLA HUERTA OCHOA

de convicción, que se realiza a través de la persuasión. Es por ello


que se debe tomar en consideración el auditorio; esto es, las per-
sonas a quienes se dirigen los argumentos. Persuadir, sin embargo,
es una forma demostrativamente más débil de convencer. En la ar-
gumentación es preciso distinguir el contexto del descubrimiento
(establecimiento de premisa o conclusión) del contexto de justifica-
ción (de las premisas o conclusiones), sobre todo porque la teoría
tradicional de la argumentación jurídica se ubica en el contexto de
la justificación.
El origen de la retórica en su concepción contemporánea como
teoría de la argumentación se encuentra en un rechazo a la lógica
formal como instrumento para el análisis del razonamiento jurídico.
Las propuestas más destacadas son la tópica de Viehweg, la nueva
retórica de Perelman y la lógica informal de Toulmin. Estas teorías
se contraponen al modo de pensar sistemático-deductivo. En la tó-
pica de Aristóteles los argumentos dialécticos (retóricos y sofistas)
se refieren a lo verosímil, a lo opinable, parten de premisas acepta-
bles que parecen verdaderas a todos, y sus conclusiones son formal-
mente correctas.
La argumentación es una parte especial del razonamiento jurídico,
las respuestas que ofrece un investigador a una cuestión jurídica no
son ni verdaderas ni falsas, solamente pueden ser consideradas
como mejores, correctas o más adecuadas para resolver un pro-
blema. El proceso de argumentación puede ser controvertido por
otras razones, lo que se conoce como contraargumentación. Propo-
ner un significado debe sustentarse en argumentos válidos que ha-
gan sólida la interpretación. A mayor cantidad de argumentos, más
fuerza se le atribuye a la interpretación.
El razonamiento jurídico, tanto desde la perspectiva de la inter-
pretación doctrinal como de la decisión judicial, se realiza en etapas:
en la primera, conocida como contexto del descubrimiento, se rea-
liza la identificación de la respuesta; en la siguiente, se explica la si-
tuación que se presenta, y finalmente, se justifica mediante razones
la conclusión a la que se arriba o la propuesta que se hace.
Los argumentos son las razones aducidas en la justificación de
la interpretación de un texto jurídico (doctrinal o normativo), tam-
bién conocido como argumentación jurídica. En un Estado de dere-

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

cho estas razones son en primera instancia las fuentes del derecho,
las cuales pueden incluir para efectos del trabajo de investigación,
además del derecho positivo, a la doctrina. En términos generales,
la interpretación jurídica se basa en el derecho como fuente, las di-
rectivas del razonamiento jurídico y los valores y valoraciones del
sistema jurídico y del intérprete. Cabe mencionar que la interpreta-
ción de la doctrina es distinta a la de los textos normativos, y que la
argumentación dogmática se caracteriza por la vinculatoriedad del
derecho vigente.
La argumentación es un proceso racional que se da en un diálogo
justificatorio. El discurso jurídico es un diálogo o procedimiento dis-
cursivo entre el intérprete y el destinatario (o auditorio), y dado que
con frecuencia las elecciones decisivas tienen carga valorativa, se
considera como argumentación racional la mejor justificación posi-
ble que se pueda ofrecer. El discurso jurídico, sin embargo, no se re-
fiere solamente a cuestiones relativas a la razón práctica, sino tam-
bién de la ciencia jurídica. La pretensión de corrección del discurso
se refiere a que en el contexto de un sistema jurídico vigente éste
pueda ser fundamentado racionalmente. La justificación jurídica se
debe basar en razones que se hacen públicas, y su fuerza se basa en
su poder de convicción.
La dogmática del derecho tiene por objeto los enunciados que se
refieren a las normas establecidas y a la aplicación del derecho, y
tienen carácter de proposiciones normativas. Las proposiciones de
la dogmática jurídica se refieren a hechos institucionales y se discu-
ten en el marco de una ciencia jurídica que funciona institucional-
mente, por lo que la mayoría de los juristas la consideran como dog-
mática. Son descripciones y caracterizaciones de estados de cosas y
producen la formulación de principios o enunciados normativos de
alto nivel de generalidad.6
En una teoría de la dogmática se distingue la teoría del lenguaje
de la dogmática, el uso de los enunciados de la dogmática de la fun-
damentación de los enunciados y de la fundamentación de la dog-
mática. Los enunciados dogmáticos no pueden derivarse lógica-

6
Sobre el tema véase Nino, Carlos, Consideraciones sobre la dogmática jurídica,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1989.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 387


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CARLA HUERTA OCHOA

mente, ni sólo de las formulaciones de las normas jurídicas que hay


que presuponer como vigentes, o de enunciados empíricos exclusi-
vamente. La derivación por interpretación de enunciados dogmáti-
cos debe ser fundamentada y comprobada, ya que se cuestiona si se
pueden aceptar enunciados que se derivan de un enunciado, bien
sea aisladamente, o bien conjuntamente con otros enunciados. La
comprobación lleva a la elaboración de enunciados prácticos de tipo
general.

IV. La interpretación

El investigador no solamente tiene que identificar el material, sino


tomar decisiones sobre su significado, tanto de la doctrina como de
los textos normativos. Existen, sin embargo, distintos tipos de inde-
terminación, que puede ser de orden semántico, sintáctico o prag-
mático, dependiendo del origen del problema. Kelsen consideraba
que las normas jurídicas podían concebirse como marcos abiertos a
la interpretación. Esta posibilidad deriva de su indeterminación.7 No
obstante, el enunciado normativo, como texto, constituye un límite
de la interpretación, dado que no se debe forzar el significado de los
términos que lo conforman.
La indeterminación de las normas jurídicas se produce en primera
instancia por el lenguaje natural en que se expresa el derecho, pero
también se deriva de su naturaleza dinámica, como ya se señaló. Me-
diante la interpretación y la justificación de los significados atribui-
dos, la indeterminación de las normas ha de ser superada. Para ello se
pueden seguir los métodos propuestos por la doctrina o los previstos
en los sistemas jurídicos para las leyes. Para poder cumplir con su
función directiva, los enunciados normativos deberían ser claros y co-
herentes; esto es, comprensibles, con el fin de poder considerar como
ciertos tanto su significado como su aplicación.8
7
Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho, traducción de Moisés Nilve de la edición
francesa de 1960, Buenos Aires, Eudeba, pp. 167 y ss.
8
Guastini señala que la claridad, sin embargo, no es una cualidad intrínseca
de un texto que preceda a la interpretación, sino por el contrario, resulta de
ella; solamente de un texto interpretado se puede afirmar que es claro u oscuro.

388 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

Wróblewski señala que el término “interpretación jurídica” posee


varios significados, y que en su sentido más amplio se refiere a la
adscripción de significado normativo a una norma-formulación.9 La
interpretación es la actividad realizada en el proceso de explicación
del derecho, dado que la opinión de un estudioso o un observador
no es vinculante. La función del científico es puramente cognosci-
tiva, por lo que el carácter de la investigación es meramente des-
criptivo.
En general, se distingue la interpretación según el sujeto que la
realiza en interpretación judicial (ligada a la aplicación del derecho),
auténtica (por el órgano competente), operativa, doctrinal o cientí-
fica (objetivos cognoscitivos), aunque en realidad existen diversas
clasificaciones. Según Guastini, la interpretación doctrinal y opera-
tiva (por órgano jurídico) tienen distinto sujeto y también distinto
objeto; la interpretación doctrinal analiza el lenguaje normativo y
explica, es abstracta y orientada por el texto, produce un enunciado
sinónimo al que interpreta. La interpretación operativa analiza el
lenguaje de la experiencia normativa, y su fin es la comprensión; es
“concreta” en la medida en que se refiere a un problema específico,
y se puede considerar orientada por los hechos; el resultado es un
enunciado normativo.10
En la interpretación de los textos legales se presentan diversos
problemas derivados del hecho de que las normas son el significado
de un tipo de enunciados, y la actividad interpretativa tiene por ob-
jeto determinar el significado de las normas. La interpretación no
crea, sino que identifica y delimita el significado de la norma, es
creativa cuando existe la potestad expresa para ello, como en el caso
de las lagunas.
La interpretación de enunciados normativos, ya sea en abstracto
o en concreto, precisa el significado a la luz del sistema jurídico; la

Guastini, Riccardo, Estudios sobre la interpretación jurídica, traducción de Gascón y


Carbonell, México, UNAM, 1999, pp. 7 y 8.
9
Wróblewski, Jerzy, Sentido y hecho en el derecho, México, Fontamara, núm. 9,
2001, p. 135.
10
Guastini, Riccardo, “La interpretación: objeto, concepto y teorías”, en Vázquez,
Rodolfo (comp.), Interpretación jurídica y decisión judicial, México, Fontamara,
1998, pp. 35-37.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 389


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CARLA HUERTA OCHOA

interpretación del derecho cuando es doctrinal está orientada a las


instituciones, mientras que la interpretación operativa se orienta
a los hechos o problemas a resolver. La interpretación jurídica en
última instancia implica la reconstrucción del material jurídico y
busca la unidad del derecho, ya que su finalidad es cognoscitiva.
La interpretación doctrinal, cuando es realizada por los juristas,
se caracteriza por no ser obligatoria. Para Wróblewski, la interpreta-
ción doctrinal es propia de la dogmática jurídica, y consiste en la sis-
tematización del derecho válido; su resultado son enunciados que
determinan los significados lingüísticamente posibles, de entre los
cuales el jurista elige uno.11 Según Alexy, la interpretación por parte
de los no expertos es una forma común de interpretación jurídica
sin efectos vinculantes.12
La interpretación como actividad intelectual (lato sensu) implica
la comprensión del significado de una cosa u objeto; en un sentido
más restringido, la interpretación significa la comprensión de expre-
siones lingüísticas, y en sentido estricto, la interpretación es necesa-
ria cuando las expresiones lingüísticas permiten varios significados
y no hay certeza sobre el significado correcto.13 La interpretación en
sentido amplio es para Wróblewski “sinónimo de «comprensión» de
una expresión formulada en cualquier lengua”; en sentido estricto,
se refiere a la determinación del sentido de esa expresión.14
La interpretación jurídica es un caso especial de la interpretación,
una especie del género “interpretación”, que como tal comienza con
una duda y termina con la elección de una de las posibles alternati-
vas de significado. El objetivo es la comprensión del significado de
expresiones lingüísticas. Se hace necesaria cuando estas expresio-
nes permiten varios significados, y no hay certeza en cuanto al signi-
ficado correcto. La interpretación jurídica es por lo tanto la interpre-
tación de enunciados normativos cuyo significado no es evidente.

11
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 137.
12
Alexy, Robert, “Die juristische Interpretation”, Recht, Vernunft und Diskurs,
Studien zur rechtsphilosophie, Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1995, p. 74.
13
Ibidem, pp. 71-73, y Guastini, op. cit., pp. 3-5.
14
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 152.

390 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


Núm. 11, enero-diciembre de 2017, pp. 379-416
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Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
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DOI: http://dx.doi.org/10.22201/iij.24487937e.2017.11.11078

INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

Cuando se realiza con motivo de la aplicación de una norma, esto


es, de la solución de un caso, Wróblewski la denomina “operativa”.15
Se puede decir que la estructura básica de la interpretación es la
siguiente: 1. enunciado a interpretar, 2. enunciado interpretativo, y
3. enunciado interpretado. La interpretación puede referirse a tres
cosas distintas: a toda la argumentación interpretativa, al enunciado
interpretativo (2), o a la conclusión del argumento o enunciado in-
terpretado (3). La forma estándar de los enunciados interpretativos
de enunciados normativos: “EN significa S”, refleja sólo uno de los
sentidos de interpretación.
Para Guastini, existe un paralelismo entre interpretación y defini-
ción como actividad intelectual; la diferencia es el objeto; además, la
definición supera la indeterminación semántica a priori, su objetivo
es que el significado adscrito al término sea asumido por quienes
deben tomarlo en cuenta, y la interpretación lo hace a posteriori, ya
que tiende a reconstruir el significado una vez surgida la indetermi-
nación.16

V. Conexión entre interpretación y argumentación

La interpretación puede ser entendida como argumentación en la


medida en que la fundamentación constituye un proceso que se da
mediante dos etapas: 1. la tarea psíquica de descubrimiento del sig-
nificado de la norma, y 2. la tarea argumentativa de justificación.17
La interpretación como resultado tiene como efecto la determina-
ción del significado de una norma jurídica, la modificación del orden
jurídico y la delimitación de las posibilidades de su aplicación.
El proceso interpretativo, por lo tanto, consta de dos etapas, una
que se podría decir que se ubica en el contexto del descubrimiento,
puesto que se refiere a la determinación de las alternativas de sig-

15
Ibidem, p. 153.
16
Guastini señala que si la interpretación es entendida como atribución de
significado, entonces es presupuesto de los actos de aplicación, op. cit., nota 8, p. 5.
17
Para Alexy, el resultado de la interpretación es una afirmación interpretativa
que pretende ser correcta como cualquier afirmación. Alexy, op. cit., nota 12, pp. 77
y 78.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 391


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CARLA HUERTA OCHOA

nificado posibles, para lo cual se requiere un método, y la otra, que


se refiere a la elección de la alternativa, que se considera como co-
rrecta o más apta respecto del texto interpretado, y que la mayoría
de los autores denominan como contexto de la justificación. Esta úl-
tima etapa implica la realización de un acto de voluntad que se ubica
en un espacio de determinación discrecional, por lo que la actividad
del intérprete queda fuera de control y puede parecer un acto arbi-
trario cuando la decisión no se justifica debidamente. La forma de
las razones son los argumentos, los cuales se explicitan en el texto
científico.
Robert Alexy enfatiza la conexión entre la interpretación y la ar-
gumentación, ya que la fundamentación es un proceso cognoscitivo
en su primera parte y de justificación en la segunda.18 La primera
incluye el proceso de reconstrucción sintáctica, así como la determi-
nación semántica del enunciado normativo. Desde el punto de vista
material, es posible afirmar, como hace Alexy, que la interpretación
se identifica con la argumentación, dado que el significado elegido
como correcto ha de ser justificado.19 Formalmente, la interpreta-
ción auténtica, a diferencia de la doctrinal, al determinar el signi-
ficado de un enunciado normativo, crea o recrea una norma me-
diante el procedimiento previsto en la ley, y por lo tanto, se integra
al enunciado normativo como su significado.
Alexy señala que en relación con el proceso de interpretación ju-
rídica debe considerarse la estructura del entendimiento especial-
mente en relación con los círculos de la hermenéutica. En el marco
de la jurisprudencia debe distinguirse entre tres tipos de círculos
hermenéuticos: el primero se ocupa de la relación entre la com-
prensión previa y el texto. La comprensión previa es una hipótesis;
a este círculo corresponde el “postulado de la reflexión”. En el se-
gundo, se determina la relación entre la parte y el todo; esto es, la
comprensión de la norma en función de la comprensión del sistema
jurídico, donde el problema radica en el establecimiento y preserva-
ción de la unidad y coherencia del sistema, que es tarea de la inter-
pretación sistemática; a este círculo corresponde el “postulado de la

18
Ibidem, p. 77.
19
Guastini señala que “una ‘interpretación’ en favor de la que no se necesite
aducir argumentos no es una verdadera interpretación”, op. cit., nota 8, p. 5.

392 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

coherencia”. El tercer círculo se ocupa de la relación entre la norma


y los hechos, en el cual se establece la relación entre lo abstracto-
universal del supuesto de hecho previsto en el enunciado norma-
tivo, y lo concreto-individual de los hechos a los que la norma debe
ser aplicada. En esta fase deben tomarse en consideración todos
los elementos de la norma y todas las circunstancias del hecho, por
lo que el postulado que sostiene este círculo es el “postulado de la
completitud”. Para Alexy, la teoría de los círculos hermenéuticos es
relevante en la medida en que estos postulados tienen el estatus de
postulados de racionalidad.20
Para Aarnio, el razonamiento jurídico, concepto que incluye tanto
la interpretación doctrinal como la decisión judicial, puede abor-
darse desde tres perspectivas: 1. de la descripción heurística (con-
texto del descubrimiento), que dice cómo se identifica la res-puesta;
2. de la explicación causal o intencional, que se refiere al porqué de
las cosas, y 3. del aspecto justificatorio (contexto de la justificación),
que explicita las razones. Para él, el aspecto más importante del
proceso interpretativo es la justificación, y considera que la inter-
pretación y la justificación son dos tareas que se relacionan intrín-
secamente. Según Aarnio, las razones usadas en la argumentación
jurídica son fuentes del derecho cuando son utilizadas para justi-
ficar una interpretación jurídica. Siguiendo a Peczenik, éste las di-
vide según su obligatoriedad en obligatorias, débilmente vinculan-
tes y fuentes permitidas. Las fuentes del derecho son razones para
las decisiones jurídicas de dos tipos: fuentes autoritativas o razones
de derecho, y fuentes sustantivas o fuentes materiales del derecho.
Aarnio señala que la fuerza justificatoria de una razón material ra-
dica en su contenido, y que siempre debe estar vinculada con un
texto legal.21
Según Alexy, el discurso jurídico trata de la justificación de un
caso especial de enunciados normativos, las decisiones jurídicas (o
sentencias). Según él, la estructura de la fundamentación jurídica se
compone de un núcleo deductivo y de una justificación argumenta-

Alexy, op. cit., nota 12, pp. 75-77.


20

Aarnio, Aulis, Lo racional como razonable, Lo racional como razonable, Madrid,


21

Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 122, 134 y ss.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 393


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CARLA HUERTA OCHOA

tiva de las premisas utilizadas en la deducción.22 En ese mismo sen-


tido, Wróblewski señala que una decisión interpretativa debe ser
una decisión justificada, que pueda ser considerada racional ade-
más de legal.23 El proceso de justificación se divide en dos partes:
la justificación interna, que describe la solución a un caso, y la ex-
terna, que explicita la forma en que la decisión fue tomada mediante
argumentos que justifican la elección de las premisas y la decisión
tomada. El proceso de justificación, ya sea interna o externa, se re-
fiere a un enunciado interpretativo, y a pesar de sus diferencias, la
justificación interna y la justificación externa están recíprocamente
interrelacionadas.
En la justificación interna se reconstruye de manera esquemática
la estructura del razonamiento jurídico, la cual tiene una apariencia
lógica, aun cuando no se trata de una inferencia deductiva. En rea-
lidad, solamente reproduce de manera sintetizada el proceso que
se conoce como subsunción de los hechos en la norma para produ-
cir una norma individualizada aplicable al caso concreto. Esta forma
de razonamiento constituye un procedimiento de comparación, que
tiene una estructura parecida a la del silogismo, por lo que tradicio-
nalmente es denominado “silogismo jurídico”. La conclusión sobre la
aplicación de la norma se sigue de las premisas de conformidad con
las reglas de inferencia aceptadas por el sistema jurídico. La recons-
trucción silogística de la justificación tiene por objeto demostrar la
correspondencia entre la norma y el caso que justifica la subsunción
de los hechos, así como el deber de aplicar la norma. Más que la in-
terpretación, representa la forma del razonamiento jurídico.
La validez de las premisas se acepta como dada, y tiene la si-
guiente forma:

— Primera premisa o base normativa; esto es, la disposición ju-


rídica que se debe aplicar, y que se conoce como premisa nor-
mativa,

22
Alexy, Robert, Teoría de la argumentación jurídica, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1997, pp. 213 y ss.
23
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 47.

394 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

— Segunda premisa, que refiere los hechos y constituye la pre-


misa fáctica, y
— Conclusión, que individualiza la norma y constituye la deci-
sión jurídica sobre la aplicación y significado de la norma.

La decisión se puede alcanzar de dicha forma, o reestructurar


posteriormente en el modo silogístico; sin embargo, la justificación
interna es independiente de la forma en que ha sido alcanzada; esto
es, del contexto del descubrimiento. La estructura del razonamiento
jurídico incluye, según Aarnio, las premisas, las reglas de inferen-
cia válidas en el sistema jurídico correspondiente, y los valores para
lograr la interpretación.24 No obstante, vale la pena señalar que la
dificultad de la interpretación no radica en si la conclusión se sigue
lógicamente de las premisas o no, sino en la elección de las premi-
sas y su contenido, en la elección de los principios adecuados de in-
ferencia o los valores básicos utilizados en la interpretación. Estas
cuestiones deben quedar reflejadas en la justificación externa para
poder considerar la aplicación de la norma y el significado atribuido
como debidamente justificado.
La justificación interna no constituye una fundamentación com-
pleta, por lo que se complementa con la justificación externa, la cual
se integra por la justificación de las premisas elegidas. En ello con-
siste la tarea auténtica de la interpretación, pero no se reconstruye
el procedimiento intelectual realizado en el contexto del descubri-
miento, sino solamente su estructura en la cual se debería plasmar
su justificación si se pretende que sea racional. Las premisas deben
ser explícitas, lo cual constituye un postulado que sustenta la segu-
ridad jurídica. Uno de los aspectos más importantes del ‘silogismo
jurídico’ es la elección de la premisa normativa. Esta parte del razo-
namiento se debe explicitar en la justificación externa. En esta fase
de la justificación, la premisa normativa es objeto de argumentación,
la cual se realiza mediante otro silogismo, en el que la premisa proble-
mática debe aparecer como conclusión.

24
Aarnio sigue en relación con la interpretación y la justificación los plan-
teamientos de Wróblewski, op. cit., nota 21, pp. 166 y 167.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 395


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CARLA HUERTA OCHOA

En la justificación externa se cuestiona la validez de las premisas


y de las reglas de inferencia, que depende de las reglas y valores a los
cuales uno se atiene en la justificación. Los silogismos apoyan la in-
terpretación y la argumentación, guiados por los criterios de racio-
nalidad o pautas de interpretación previstos. Se establecen cadenas
de silogismos que refuerzan el razonamiento, pero ninguno de ellos
es suficiente por sí mismo; su poder de convencimiento depende de
la totalidad de los argumentos. La coherencia del conjunto de pre-
misas es decisiva para la fundamentación de la interpretación y apli-
cación de la norma. La justificación externa en sí no es silogística, es
más una cuestión de convencer al destinatario de la interpretación,
que de aplicación de reglas de la lógica deductiva. Para Alexy, al
igual que para Aarnio, el ámbito auténtico de la interpretación es
la justificación externa.25
Finalmente, conocer el significado de una norma implica adoptar
una postura en relación con el objetivo de la interpretación. Según
la teoría subjetivista, el objetivo de la interpretación es la voluntad
del legislador. Esta postura se funda en la idea de la autoridad del
legislador, que se basa en el principio democrático y la división de
poderes. No obstante, es difícil conocer dicha voluntad, que además
frecuentemente está viciada de vaguedad y contradicciones. Para la
teoría objetivista, en cambio, el fin de la interpretación es propor-
cionar el sentido razonable, correcto o justo de la ley.26 Esta postura
debería llevar a una solución correcta y justa; no obstante, se corre
el riesgo del ejercicio de una discrecionalidad interpretativa des-
medida.

VI. Teorías de la argumentación jurídica

Aun cuando existen numerosas teorías sobre la argumentación jurí-


dica que aportan diversos elementos, a continuación solamente se
mencionan de manera breve las más relevantes en la actualidad:

25
Alexy, op. cit., nota 12, p. 82, y Aarnio, Lo racional como razonable, cit., nota
21, pp. 166-170.
26
Ibidem, p. 82.

396 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

La tópica resurge con Theodor Viehweg, quien publicó en 1953


Tópica y jurisprudencia, obra que plantea la reivindicación de la tó-
pica en la teoría y la práctica del derecho.27 La idea es fortalecer los
lugares comunes (o topoi) para que sirvan como punto de partida
de los razonamientos jurídicos, ya que con frecuencia se considera
que en el contexto jurídico la función de los argumentos lógicos
deductivos es limitada. Desde el punto de vista del instrumento
con que opera, resulta central la noción de topos o lugar común, y
desde el punto de vista del tipo de actividad, la tópica es una bús-
queda y examen de premisas.
Con la nueva retórica, Perelman junto con Olbrecht Tyteca, con su
Tratado de la argumentación, que publican en 1958, plantean una
ruptura con la concepción de razón y razonamiento proveniente de
Descartes, pues consideran que el estudio de los procedimientos de
prueba utilizados para obtener la adhesión ha sido descuidado. Esto
no implica, sin embargo, negar que la deliberación y la argumenta-
ción sean un rasgo distintivo del ser razonable. Para la nueva retó-
rica es fundamental la ampliación del campo de la razón más allá de
las ciencias deductivas, por lo que privilegian la estructura y lógica
de la argumentación. Perelman distingue tres elementos en la argu-
mentación: el discurso, el orador y el auditorio; este último, definido
como “el conjunto de todos aquellos en quienes el orador quiere in-
fluir con su argumentación” juega un papel predominante.28
Para McCormick, la argumentación práctica, relativa a la razón
práctica, en general, y la argumentación jurídica en particular, cum-
plen una función de justificación. Justificar una decisión jurídica es,
según él, dar razones que demuestren que las decisiones en cuestión
aseguran la justicia de acuerdo con el derecho. Este autor ofrece una
teoría integradora de la argumentación, en la medida en que resol-
ver las controversias tanto en su aspecto lógico-formal como argu-
mentativo sea factible.29

27
Viehweg, Theodor, Tópica y filosofía del derecho, Barcelona, Gedisa, 1991.
28
Perelman, Ch., La lógica jurídica y la nueva retórica, trad. de Luis Diez-Picazo,
Madrid, Civitas, 1988.
29
MacCormick, Neil, Legal Reasoning and Legal Theory, Oxford, Clarendon
Press, 1978.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 397


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CARLA HUERTA OCHOA

Robert Alexy propone una teoría de la argumentación jurídica


que se sustenta en un discurso regido por el cumplimiento de una
serie de reglas. Considera que el discurso jurídico es un caso espe-
cial del discurso práctico general, en el cual se cumplen una serie de
reglas, por lo que un argumento jurídico es correcto si y sólo si se
cumple un procedimiento determinado. Es una teoría procedimen-
tal que hace referencia a aspectos normativos (que distinguen entre
buenos y malos argumentos), analíticos (que explican la estructura
de los argumentos) y descriptivos (que incorporan elementos de
tipo empírico).
La teoría de Stephen Toulmin parte de la idea del uso de una ló-
gica operativa, del uso de un lenguaje operacional, por medio del
cual nos comunicamos de forma cotidiana, y otro lenguaje argumen-
tativo, que se utiliza para dar razones y se apoya en hechos o en
pruebas. Toulmin ofrece un modelo que hace posible representar un
argumento en un esquema compuesto (en su forma simple) de cua-
tro elementos. Esto se debe a que cuestiona la composición tradicio-
nal de los argumentos conformada por una “premisa mayor, premisa
menor, por tanto, conclusión”, ofreciendo en su modelo los siguien-
tes elementos: la “pretensión”, como punto de inicio y de retorno;
las “bases”, que consisten en los hechos específicos del caso; la “ga-
rantía”, como los enunciados generales que justifican el paso de las
bases a la pretensión, y el “respaldo”, entendido como el campo ge-
neral de información que sustenta la garantía.
Según Jerzy Wróblewsky, la interpretación que un órgano juris-
diccional efectúa puede ser vista como un procedimiento mediante
el cual se transmiten y elaboran ciertas informaciones. Toda inter-
pretación puede ser esquematizada, considerando un cierto punto
de partida en que alguna información ingresa al proceso o es pro-
vista al órgano elaborador, un mecanismo central de elaboración o
de procedimiento de la información y producto resultante de ese
procedimiento, que aparece como una decisión que el órgano inter-
pretativo formula. Un aspecto fundamental en su teoría es la justifi-
cación de las decisiones jurídicas, que se integra por dos partes: la
interna, que se infiere de las premisas según las reglas de inferencia
aceptadas. La condición es la existencia de una regla para verificar la
racionalidad interna de la decisión. La justificación externa, en cam-

398 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

bio, se relaciona con la racionalidad de la decisión jurídica, la cual


se encuentra justificada cuando sus premisas pueden ser calificadas
como buenas según los estándares utilizados por quienes hacen la
calificación.
Aulis Aarnio también considera la justificación de las decisiones
jurídicas como un elemento clave dentro de la argumentación. Ar-
guye que en una sociedad moderna, la gente exige no sólo decisiones
dotadas de autoridad, sino que pide razones. Sostiene que la base
para el ejercicio del poder reside en la aceptabilidad de las decisio-
nes de la autoridad y no en la posición formal de poder que pueda
tener. La presentación de la justificación es un medio para asegurar
la certeza jurídica en la sociedad, y así se maximiza el control pú-
blico de una decisión. Para Aarnio, resulta fundamental que la argu-
mentación de una decisión jurídica se encuentre justificada, pues en
ella se sustenta la validez de los enunciados que la componen.
Si bien la argumentación jurídica ha hecho énfasis en la decisión
jurídica; esto es, la sentencia, la estructura de justificación pro-
puesta para explicitar las razones que sustentan una decisión de
autoridad que además de jurisdiccional puede ser administrativa,
también es útil en la justificación de una interpretación jurídica de
carácter científico.

VII. Tipos de argumentos

Savigny, en su Metodología jurídica, estableció los parámetros, al


sostener que los cánones de interpretación indispensables para la
labor del jurista son el gramatical, el lógico, el histórico y el sistemá-
tico, cabe señalar que en sus últimos años aceptó incluso el canon
teleológico de manera limitada.30 Savigny sostiene que la interpre-
tación es la reconstrucción del contenido de la ley. Porque el enun-
ciado normativo no es claro, considera que estos métodos permiten
cumplir con la misión de la interpretación, que es “la reconstrucción

Sobre el tema véase “Savigny en el contexto actual de la interpretación”, en


30

González Martín, Nuria (coord.), Estudios jurídicos en homenaje a Marta Morineau,


México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2006, t. II, pp. 439-457.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 399


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CARLA HUERTA OCHOA

de la idea expresada en la ley, en cuanto es cognoscible a partir de


ley”.31 Los diferentes métodos indican la existencia de distintos tipos
de problemas para la comprensión y aplicación del derecho; no obs-
tante, Savigny hace el énfasis en el lingüístico, que es el aspecto por
el cual el intérprete debe comenzar a hacer su análisis.
Savigny afirma que la interpretación debe tener una constitución
triple: lógica, gramática e histórica. Para él, la parte lógica consiste
en “la presentación del contenido de la ley en su origen y presenta la
relación de las partes entre sí”, cuestión a la que la teoría moderna
se refiere como coherencia. La parte gramática es una condición ne-
cesaria de la lógica. Según Savigny, se requiere, porque las normas
deben ser expresadas en un lenguaje, y finalmente, es preciso, según
él, conocer las condiciones históricas para captar el “pensamiento
de la ley”.32
Los medios de interpretación se clasifican como tipos o formas
de argumentos, que la doctrina denomina también elementos, crite-
rios, métodos o cánones interpretativos, los cuales se deben distin-
guir de las reglas de la argumentación jurídica o de la interpretación
que dicen cómo se utilizan o ponderan los diversos argumentos. Sin
embargo, en la doctrina no existe un acuerdo respecto del número,
formulación, jerarquía y valor de los mismos, ni siquiera en cuanto
a su estructura lógica; no obstante, a continuación se enuncian de
manera sucinta algunas propuestas.
Según Alexy, la función de estos métodos consiste en fundamen-
tar la interpretación, y se pueden organizar en seis grupos: semán-
tico, genético, sistemático, histórico, comparativo y teleológico, los
cuales constituyen bases distintas de formas de argumentos,33 de
modo que las reglas de justificación externa, o formas de argumen-
tos, pueden clasificarse según su objeto. Así, por ejemplo, las de in-
terpretación jurídica se refieren a los enunciados normativos; las de
la argumentación dogmática, a la dogmática jurídica; las del uso de los

31
Larenz, Karl, Metodología de la ciencia del derecho, Barcelona, Ariel, 1994,
p. 32.
32
Savigny, Friedrich Karl von, Metodología jurídica, traducción de J. J. Santa-
Pinter, Buenos Aires, Depalma, 1994, p. 13.
33
Alexy, op. cit., nota 22, pp. 225 y 226.

400 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

precedentes, al precedente judicial; las de la argumentación práctica


en general, a la razón; las de la argumentación empírica, a los he-
chos, y finalmente existen las reglas que tienen por objeto las formas
especiales de argumentos jurídicos.34
El punto de partida consiste en que el sentido de una expresión en
un lenguaje dado está determinado por las directivas de sentido de
ese lenguaje, en primera instancia las relativas al lenguaje común,
y en segunda, las directivas específicas del lenguaje jurídico. Estas
directivas son las reglas específicas del lenguaje y el razonamiento
jurídicos, junto con las directivas aceptadas como consecuencia de
la pertenencia de la norma a un sistema jurídico. Son reglas para de-
terminar el sentido de las normas o de sus partes.
Dado que la doctrina no ha llegado a un acuerdo sobre la clasifi-
cación de los métodos interpretativos, se puede hablar de la exis-
tencia de diversas estrategias de organización.35 Las estrategias
restringidas han optado por establecer listas de argumentos, que
básicamente contienen los argumentos más típicos; esto es, los se-
mánticos, los genéticos, los históricos, los comparativos, los siste-
máticos y los teleológicos. A esta lista se contraponen otras formas
de argumentación, como la dogmática, la prejudicial, los argumen-
tos prácticos o sustanciales en general, los empíricos, así como la
utilización de formas especiales de argumentación, como la analo-
gía, por ejemplo.36
Las estrategias ampliadas de clasificación, en cambio, pretenden
incluir todos los argumentos, y los subdividen en cuatro catego-
rías: los lingüísticos, los genéticos, los sistemáticos y los argumen-
tos prácticos generales. Los argumentos lingüísticos se dividen en
argumentos semánticos y sintácticos. Los semánticos se refieren al
significado de las expresiones utilizadas, las cuales pueden tener un
significado de uso común o técnico. La regla de uso es que general-
mente prevalece el uso común, salvo cuando se trate de una materia
especial que requiera de términos técnicos. El argumento semántico

34
Ibidem, p. 223.
35
Wróblewski, op. cit., nota 9, pp. 188 y ss.
36
Alexy, op. cit., nota 12, p. 84.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 401


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CARLA HUERTA OCHOA

puede determinar si los hechos son subsumibles en la norma o no.37


Estos argumentos no siempre llevan a una respuesta, sino que so-
lamente dicen si un concepto es vago, ambiguo o evaluativamente
abierto, y, por lo tanto, los hechos caen en dicho ámbito semántico.
El resultado de la interpretación semántica es la determinación de
la existencia de un problema que se resuelve con la ayuda de otros
tipos de argumentos.
Se utilizan argumentos semánticos cuando la interpretación se
hace en función del lenguaje; aquéllos indican si una interpretación
es semánticamente admisible o no, o bien sirve para identificar un
problema de lenguaje; en general, contienen enunciados sobre la va-
lidez de reglas semánticas. Los argumentos sintácticos, en cambio,
se dirigen a la evaluación de la estructura gramatical o formal del
enunciado normativo. Para la teoría de la argumentación son secun-
darios en relación con los semánticos; no obstante, para la interpre-
tación son de gran relevancia, pues no se reducen a la determinación
del significado de los conectores a la puntuación, sino que sirven
para reconstruir el enunciado en su forma ideal e identificar los ele-
mentos de la norma. Constituye el primer paso para identificar la
norma prevista en un enunciado y su carácter deóntico, a partir del
cual se pueden identificar el sujeto normativo y las consecuencias
jurídicas.
Los métodos genéticos tienen por objeto conocer la voluntad del
legislador histórico, por lo que deben vincularse a otro tipo de ar-
gumentos. Su falta de independencia justificatoria hace que se co-
nozcan como argumentos transcategoriales. La dificultad de cono-
cer la voluntad del legislador radica en el problema de identificar
en el tiempo al “legislador”. Debido a la dicotomía entre creación e
interpretación, resultan cuatro posibles objetivos de este tipo de in-
terpretación: 1. La “voluntad subjetiva” en relación con el momento
de creación que busca conocer la voluntad fáctica del legislador his-
tórico; 2. La voluntad objetiva, en el momento de creación, y que

37
La subsunción es el proceso mediante el cual el jurista compara la norma con
los hechos para decidir si es aplicable y determinar las consecuencias jurídicas; se
realiza mediante la comparación, y en estricto sentido, a pesar de su apariencia, no
es un procedimiento lógico, aunque sí es racional.

402 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

pretende mostrar el sentido racional de la ley en ese momento; 3. La


voluntad subjetiva en el momento de interpretación, que se refiere
a la voluntad del legislador en el momento actual, y 4. La voluntad
objetiva al momento de interpretar la norma que se dirige al sentido
racional de la ley en su momento de aplicación.38 En la medida en
que los argumentos genéticos pretenden determinar la voluntad del
legislador, son también argumentos teleológicos, puesto que tratan
de establecer hechos especificando el uso del lenguaje y conside-
rando el propio proceso legislativo. En general, contienen enuncia-
dos sobre la voluntad del legislador, que se extraen de los trabajos
preparatorios, de la exposición de motivos y de las discusiones en el
seno del órgano Legislativo.
Los métodos sistemáticos se fundan en la idea de la unidad o co-
herencia del sistema jurídico. Estos argumentos revisan la situa-
ción de una norma en un texto legal; esto es, su relación lógica o
teleológica con otras normas, fines o principios. Se subdividen en
argumentos que aseguran la consistencia, argumentos contextua-
les, argumentos sistemáticos conceptuales, argumentos por prin-
cipios, argumentos jurídicos especiales, argumentos prejudiciales,
argumentos históricos y argumentos comparativos. Los argumentos
que aseguran la consistencia hacen posible una interpretación que
impide o resuelve los conflictos entre normas. Esta forma de argu-
mento es la más importante para preservar la eficacia del derecho,
porque indica la presencia de una contradicción normativa.
En los argumentos contextuales la interpretación se hace res-
pecto de la ubicación de la norma en el texto legal y su relación con
el resto del sistema jurídico. Los argumentos sistemáticos concep-
tuales tienen por objeto la claridad, la unidad formal y la comple-
titud sistemática; son relevantes sobre todo para la dogmática ju-
rídica. La función de los argumentos por principios es la utilización
de principios como razones en la interpretación de una norma; el
problema radica en la identificación y concreción de los principios.
Para Alexy, “los principios son enunciados normativos de tan alto
nivel de generalidad, que por regla general no pueden ser aplicados

38
Alexy, op. cit., nota 12, pp. 84 y ss.

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CARLA HUERTA OCHOA

sin añadir premisas adicionales, y las más de las veces, experimen-


tan limitaciones a través de otros principios”.39
Los argumentos jurídicos especiales se denominan así por poseer
características especiales; un ejemplo es la analogía, la cual consiste
en transportar la igualdad material de la norma más allá de su lite-
ralidad. Este tipo de argumento sirve para integrar lagunas, ya que
se produce la extensión de un supuesto normativo a otras circuns-
tancias no consideradas por el legislador con fundamento en su se-
mejanza o “identidad de razón”. Cabe señalar que esta relación o pa-
recido debe justificarse.
Los argumentos prejudiciales, los argumentos históricos, así como
los argumentos comparativos, pueden ser considerados como argu-
mentos institucionales. Los argumentos prejudiciales sustentan la
interpretación en decisiones judiciales históricamente anteriores.
Los argumentos históricos tienen por objeto proporcionar cohe-
rencia en la dimensión del tiempo, para lo cual se aducen hechos
que se refieren a los antecedentes históricos del problema jurídico
discutido, en cuanto a razones a favor o en contra. Los argumentos
comparativos se conforman por citas de otros sistemas jurídicos con
la pretensión de generar universalidad o diferenciación, y se fundan
en la consideración de un estado de cosas jurídico de una sociedad
distinta. Estos últimos dos tipos de argumentos deben incluir al me-
nos una premisa normativa. La argumentación institucional, por su
parte, solamente es posible en el marco de un sistema jurídico, y es
en general dependiente de los argumentos prácticos.
Los argumentos prácticos generales obtienen su fuerza de su “co-
rrección” material; esto, por un contenido considerado como debido
en el sentido de “justo o bueno”; por ello se conocen también como
argumentos sustanciales, los cuales se subdividen en dos grupos:
argumentos teleológicos, que se fundan en una concepción de lo
bueno, y los argumentos deontológicos, que se fundan en una con-
cepción de lo debido, independientemente de lo que es o no justo.

39
Alexy, op. cit., nota 22, p. 249. Cabe señalar que en este caso Alexy no utiliza el
término “principio” como norma ponderable por su estructura, sino que se refiere
a un concepto más general, que puede incluir los principios generales del derecho,
o los principios de la moral, por ejemplo.

404 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

Los argumentos teleológicos presuponen un análisis detallado de


los conceptos de medio y fin, de voluntad, de intención, de necesi-
dad práctica y de objetivo.40
Las reglas de la interpretación de segundo nivel indican cómo y
cuando se utilizan los diversos argumentos; por ejemplo, que todos
los argumentos utilizables deben ser tomados en consideración.
Existen otros tipos de reglas que indica cómo se ponderan los argu-
mentos; son principalmente reglas de precedencia, pero que deter-
minan prelaciones prima facie, las cuales por el peso de un contra-
argumento se pueden invertir. Las reglas de prelación generalmente
aceptadas son: a) los argumentos lingüísticos preceden prima facie
a otros argumentos, b) los argumentos lingüísticos, genéticos y sis-
temáticos preceden prima facie a los argumentos prácticos. Estas re-
glas derivan de principios o valores que fundan la fuerza argumen-
tativa de los distintos argumentos.41
La relevancia de la argumentación se manifiesta en el hecho de
que la interpretación modifica al derecho de distintas formas: por
“extinción”, que solamente puede ser resultado de un acto de auto-
ridad cuando un juez declara inválida una norma, o bien al sostener
que un enunciado normativo no es válido, por ejemplo. También
puede complementar o ampliar los contenidos de una norma res-
pecto de los contenidos que originalmente no abarcaba y se pro-
duce una “extensión”, que generalmente es producto de la analogía,
o bien se puede producir una “reducción” para excluir supuestos de
su contexto original. Estas opiniones que desarrollan el derecho son
en sentido estricto interpretación.42

VIII. Argumentación e interpretación constitucionales

Las preguntas a responder sobre la interpretación de la Constitu-


ción que los juristas se han planteado, en virtud de su objeto, son

40
Ibidem, p. 234.
41
Alexy, op. cit., nota 12, pp. 89 y 90.
42
Ibidem, p. 91.

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CARLA HUERTA OCHOA

si es distinta a la del resto de las normas del sistema jurídico, y, por


ello, la argumentación que la sustenta es también distinta.
Con objeto de analizar los procesos de interpretación y argumen-
tación en materia constitucional, es conveniente adoptar la concep-
ción semántica de la norma. Así, por enunciado normativo se en-
tiende la expresión lingüística de una norma; la norma es, por tanto,
el significado de un enunciado normativo, y su función es prescribir
conductas. De tal forma que para conocer la norma es preciso inter-
pretarla, ya que la operación intelectual mediante la cual se identifica
el significado de los enunciados normativos es la interpretación,43 y
si la interpretación ha de producir efectos jurídicos, ésta ha de ser
justificada mediante argumentos.
Esta concepción permite explicar la jurisprudencia44 y la muta-
ción constitucional, ya que la interpretación, como resultado, no so-
lamente determina el significado de una norma jurídica, sino que
delimita las posibilidades de su aplicación, y puede producir la mo-
dificación del orden jurídico cuando mediante la interpretación los
órganos competentes desarrollan o modifican un precepto.
Dependiendo del sistema jurídico, la interpretación, como pro-
ceso, puede tener como resultado la producción de una norma
jurídica,45 ya sea individualizada, por producirse a partir de la apli-
cación de una norma a un caso, interpretación que Guastini deno-
mina concreta,46 o bien general. Esta segunda posibilidad de que los
órganos judiciales expidan normas jurídicas generales se denomina
generalmente jurisprudencia. Como es bien sabido, el término “ju-

43
Guastini, Riccardo, L’interpretazione dei documenti normativi, Milán, Giuffrè,
2004, p. 99.
44
Aunque en la Suprema Corte de Justicia en México los ministros no estén
de acuerdo sobre la naturaleza de la jurisprudencia, la denominan “fuente” del
derecho. Véase Huerta, Carla, “Aciertos y desconcierto de la jurisprudencia en Méxi-
co”, La Constitución Política de España. Estudios en homenaje a Manuel Aragón Reyes,
Rubio Llorente, Francisco et al. (eds.), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Con-
stitucionales, 2016, pp.143-160.
45
Como ya se mencionó, el término “interpretación” puede referirse tanto a la
actividad como al producto de la misma, y que el resultado de ésta es el significado
del objeto interpretado, como señala Guastini, op. cit., p. 1.
46
Idem.

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

risprudencia” es ambiguo;47 pero en esta ocasión se considera so-


lamente como interpretación obligatoria, como hace la tradición
jurídica continental. La autoridad competente que efectúa la inter-
pretación puede, mediante la interpretación ejercer una función le-
gislativa; esto es, creadora, cuando en el proceso modifica la norma.
Es por ello que la jurisprudencia sirve para integrar el sistema jurí-
dico en caso de lagunas, con lo cual lo transforma.
Así, este concepto de jurisprudencia refiere el proceso de inter-
pretación y argumentación que realizan los jueces al determinar el
significado de una norma. Los sistemas jurídicos, sin embargo, no
prevén reglas de interpretación, sino que se limitan a regular los ór-
ganos facultados, la obligatoriedad de la interpretación y sus lími-
tes.48 Es por ello que la argumentación es indispensable, pues la
doctrina en general admite que su función en materia de interpreta-
ción y de argumentación es tan sólo orientadora, pues no es posible
establecer una conexión necesaria entre los lineamientos interpre-
tativos y el tipo de caso correspondiente que haga posible identifi-
car la respuesta correcta para cada caso.
Dado que mediante la jurisprudencia es posible integrar lagu-
nas en un sistema jurídico, el órgano competente para crear juris-
prudencia ha de justificar sus decisiones de manera precisa, clara
y coherente, con suficientes argumentos. Sobre todo porque, como
sostiene Wróblewski, la interpretación jurídica, como aplicación del
derecho, se encuentra pragmáticamente orientada.49 Alexy va más
allá, pues considera que el objetivo de la interpretación como acti-
vidad es la interpretación “correcta”, que entiende en el sentido de
“justa”, y, en consecuencia, como resultado es una afirmación inter-
pretativa que pretende ser correcta. Para él, esta pretensión se fun-

47
Se puede referir tanto a la doctrina, como se hace en la tradición anglosajona,
en cuyo caso se refiere a la teoría del derecho, a las opiniones emitidas por recono-
cidos jurisconsultos en el sentido de la terminología romana, o bien a un conjunto
de tesis judiciales de carácter obligatorio.
48
Los lineamientos de la interpretación están regulados de manera general en
el artículo 14 de la Constitución mexicana, por ejemplo.
49
Wróblewski, op. cit., p. 135.

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CARLA HUERTA OCHOA

damenta en los argumentos que sustentan la interpretación; así es


como, en su opinión, la interpretación es argumentación.50
Uno de los efectos de la jurisprudencia es lo que la doctrina ale-
mana llama “mutación”. Según Jellinek, la Constitución sufre una
mutación mediante el cambio de su interpretación.51 Hesse señala
que con la mutación se modifica el contenido de los preceptos cons-
titucionales, y el enunciado recibe un significado diferente; en otras
palabras, cambia la norma sin que se reforme el enunciado norma-
tivo.52 Esto es posible porque, como sostiene Guastini, a la Consti-
tución conviene una interpretación evolutiva, que haga posible atri-
buir al texto constitucional un significado distinto del histórico.53
No obstante, hay que recordar que la interpretación está limitada
por el propio texto constitucional.
La interpretación se hace necesaria no solamente por los pro-
blemas que resultan del uso de un lenguaje natural, tales como la
ambigüedad, la vaguedad o la oscuridad de los enunciados normati-
vos, o de su “textura abierta”, como decía Hart.54 Este carácter de los
enunciados normativos de marco abierto a la interpretación, como
lo denominaba Kelsen,55 propio de manera especial de los precep-
tos constitucionales, ha de ser cerrado o completado mediante su
interpretación. Como señala Kelsen, según el acto de voluntad que
la produce la indeterminación puede ser intencional o no intencio-
nal.56 La primera se percibe en la formulación general de enuncia-
dos que dejan un margen de interpretación que ha de concretarse al
momento de aplicar la norma. La indeterminación no intencional es
un defecto, pues resulta ya sea de una pobre o descuidada formula-

50
Alexy, op. cit., pp. 77 y 78.
51
Jellinek, Georg, Reforma y mutación de la Constitución, Madrid, Centro de Es-
tudios Constitucionales, 1991, p. 16.
52
Hesse, Konrad, “Límites a la mutación constitucional”, en Escritos de Derecho
constitucional, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992, p. 85.
53
Guastini, op. cit., pp. 84-87.
54
Hart, H. L. A., El concepto de derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1992, pp.
155-169.
55
Kelsen, op., cit.
56
Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho, traducción de Roberto J. Vernengo,
México, Porrúa, 2000, p. 350.

408 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

ción lingüística, de su inadecuada relación con otras normas, o bien


de la incertidumbre que produce en determinados contextos. Estos
problemas derivan de un descuidado trabajo por parte de la autori-
dad normativa, del constituyente o del órgano reformador, específi-
camente, por lo que se hace necesaria la interpretación de la Consti-
tución para hacerla eficaz y mantener su fuerza normativa.
En el primer caso procede la interpretación, que como la entiende
Kalinowski, implica atribuir un sentido determinado a un signo lin-
güístico, y la interpretación de textos normativos es en su opinión,
un tipo de interpretación práctica,57 pues a partir de un cierto enun-
ciado normativo es posible obtener diversas normas. Pero también
es necesaria para resolver los problemas del derecho que Bulygin
considera de orden lógico, que son los de carácter sistemático y di-
námico, que surgen en virtud de las deficiencias en materia de com-
pletitud, coherencia, consistencia e independencia del sistema, y se
perciben en el discurso jurídico como lagunas, contradicciones y re-
dundancias.58
Como señala Guastini en relación con los conflictos entre normas,
la función de la interpretación es evitar o prevenirlos; es por ello
que distingue los procedimientos interpretativos que sirven para
prevenir los conflictos de las técnicas que sirven para resolverlos,
aunque advierte que la interpretación realizada puede producir el
conflicto.59 Cabe mencionar que la interpretación, sin embargo, no
es un método de solución de conflictos, ya que dichos métodos de-
penden de las determinaciones hechas por un sistema jurídico.
Por lo que a la interpretación constitucional se refiere, es preciso
considerar su objeto: enunciados normativos, generales, abstractos,
del más alto rango en un sistema jurídico, pues como lo menciona
Rolando Tamayo, de la “interpretación positiva de la Constitución”
depende el desarrollo sucesivo del sistema jurídico, ya que forma

57
“Filosofía y lógica de la interpretación”, en Concepto, fundamento y concreción
del derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1982, passim.
58
Bulygin, Eugenio, “Teoría y técnica de la legislación”, en Análisis lógico y
derecho, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 409-426.
59
Guastini, Riccardo, Estudios sobre la interpretación jurídica, 2a. ed., trad. de M.
Gascón y M. Carbonell, México, UNAM-Porrúa, 2000, p. 72.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 409


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CARLA HUERTA OCHOA

parte del discurso prescriptivo y se dirige a los órganos que deben


aplicarla; este tipo de interpretación se realiza cuando el órgano
aplicador establece su significado.60 En el mismo sentido se expresa
Kelsen, para quien la Constitución es una norma, un deber ser, que
regula la producción del derecho, por lo que se define en términos
de su función y posición jerárquica, y regula conductas de manera
directiva.61 Este carácter normativo de la Constitución ha de ser con-
siderado como un presupuesto de su interpretación.
Desde el punto de vista de la interpretación como actividad,
Guastini se cuestiona si la interpretación constitucional es un tipo
distinto de interpretación jurídica, dado que en su opinión, se dife-
rencia más bien por los órganos facultados que la llevan a cabo, las
técnicas interpretativas y los tipos de problemas de la interpreta-
ción.62 Al respecto, señala Wróblewski que la interpretación cons-
titucional puede ser realizada por los órganos aplicadores, ya sea
por un órgano legislativo o jurisdiccional, o por la ciencia jurídica,
pero se identifica por su objeto: una Constitución.63 En su opinión, la
interpretación constitucional es en general interpretación jurídica,
pero cuenta con cuatro rasgos distintivos: la variedad de las reglas
constitucionales,64 las características de los términos utilizados en
su formulación, la aplicabilidad de las normas constitucionales, y el
carácter político de la interpretación constitucional.65
El primer intérprete de la Constitución es el legislador, en sentido
amplio, quien debe realizar su actividad creadora conforme a las dis-
posiciones constitucionales, ya que al expedir normas desarrolla y
precisa los contenidos de la Constitución, por lo que ha de realizar su

60
“Interpretación constitucional. La falacia de la interpretación cualitativa”, en
Vázquez, Rodolfo (comp.), Interpretación jurídica y decisión judicial. México, Fonta-
mara, 1998, pp. 115 y ss.
61
Kelsen, op. cit., pp. 232-235.
62
Guastini, op. cit., p. 78.
63
Wróblewski, Jerzy, Constitución y teoría general de la interpretación jurídica,
Madrid, Civitas, 1988, p. 33.
64
En este grupo Wróblewski incluye las reglas de conducta en sentido estricto,
las reglas de organización, las reglas teleológicas y las reglas directivas como tipos
de normas constitucionales. Ibidem, pp. 104-106.
65
Ibidem, pp. 111 y 112.

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

labor de manera racional y justificada, para evitar en la medida de lo


posible problemas de aplicación. Es por ello que en la interpretación
de la Constitución es importante que se tome en cuenta el postulado
del legislador racional,66 conforme al cual la actividad interpretativa
constitucional ha de suponer un legislador constituyente no redun-
dante, no contradictorio y capaz de prever las situaciones relevantes.
El intérprete de la Constitución ha de considerar en todo momento
que la Constitución es una norma jurídica, suprema, que opera como
un sistema, por lo que sus disposiciones se relacionan entre sí, y en
esa medida, sus significados dependen unos de otros, por lo que las
normas constitucionales no pueden interpretarse aisladamente. Su
significado depende de los modos en que se relacionan los enuncia-
dos normativos como consecuencia de la completitud, la coherencia,
la consistencia y la independencia de la norma constitucional. Como
presupuesto de interpretación ha de considerarse, por lo tanto, que
la Constitución se integra por una serie de normas que se comple-
mentan y que han de ser aplicadas mediante los procedimientos es-
tablecidos en la misma.
Así, mediante el método sistemático es posible conectar diversos
enunciados normativos para atribuirles significado y completar una
norma; o, como dice Guastini,67 combinar fragmentos o partes de
enunciados normativos para formar una norma completa. Este mé-
todo es primordial, porque la Constitución, como norma, conforma
una unidad, cuyos preceptos, salvo disposición expresa en contrario,
se presumen del mismo rango y fuerza. Pero la interpretación, en este
caso, como en toda interpretación jurídica, ha de sustentarse en ar-
gumentos sólidos, pues, como señala Wróblewski, “la interpretación
constitucional debe presentarse como una decisión interpretativa
apropiadamente justificada”,68 principalmente en virtud de su rango
y el efecto que la interpretación tiene en el resto del sistema jurídico.
66
Sobre los presupuestos de este postulado véase Esquiaga, Francisco Javier,
“Argumentos interpretativos y el postulado del legislador racional”, en Vázquez, Ro-
dolfo (comp.), Interpretación jurídica y decisión judicial, México, Fontamara, 1998,
pp. 157-186. O también, Nino, Carlos, Consideraciones sobre la dogmática jurídica,
México, UNAM, 1989, pp. 85-101.
67
Guastini, op. cit., nota 59, p. 44.
68
Wróblewski, op. cit., nota 63, p. 114.

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IX. Conclusiones

A modo de conclusiones, a continuación se hacen algunas sugeren-


cias respecto de los objetivos que pueden considerarse como guías
de la argumentación jurídica:

— La certeza. Es preciso ofrecer razones suficientes para sus-


tentar y justificar una opinión sobre el sentido del derecho o
una decisión jurídica. La justificación brinda certeza no sola-
mente a quien emite una opinión, sino también al auditorio.
— La congruencia. Una correcta práctica argumentativa lleva a
construir enunciados e hipótesis ordenados y coherentes con
la pretensión o pretensiones que sustentan. Se deben evitar
argumentos, opiniones o decisiones redundantes, poco claras
u oscuras; el razonamiento seguido para llegar a una conclu-
sión debe explicitarse paso a paso. La utilización adecuada
de alguna técnica argumentativa puede ayudar a conferir un
cierto grado de congruencia a una afirmación sobre el dere-
cho.
— Honestidad. El hecho de manifestar de forma clara y precisa
los criterios o razones que se utilizan permite al lector acer-
carse a la labor del científico, de la autoridad administrativa o
del juez. Para evitar especulaciones respecto de modo en que
se llegó a un determinado resultado se sugiere expresar las
razones aducidas. La transparencia brinda al lector la oportu-
nidad de realizar un ejercicio de reflexión crítica respecto de
la investigación.
— Mejores prácticas argumentativas. En la medida en que el
lector pueda conocer las técnicas argumentativas utilizadas,
puede contribuir a la mejora de la argumentación, así como a
motivar al investigador o a la autoridad a actualizar sus cono-
cimientos en esta disciplina. Así, el destinatario de una deci-
sión puede formular refutaciones razonables cuando no está
de acuerdo si cuenta con elementos claros y precisos para ello.

412 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


Núm. 11, enero-diciembre de 2017, pp. 379-416
BJV, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM,
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Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx https://revistas.juridicas.unam.mx/
DOI: http://dx.doi.org/10.22201/iij.24487937e.2017.11.11078

INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN EN EL DERECHO

Finalmente, unas breves observaciones en relación con la vague-


dad del derecho:
Dado que el derecho se expresa en un lenguaje ordinario y con
frecuencia su significado depende de una interpretación, cabe re-
cordar, como señala Aarnio, que es necesario aceptar que más de
una respuesta es teóricamente posible, y no es indispensable que
solamente exista una única respuesta correcta, sino lo que se nece-
sita es una justificación racional. Por lo tanto, en el sistema jurídico
no hay respuestas correctas ex ante; la mejor solución posible a una
cuestión jurídica se sustenta en un argumento material coherente.69
Un caso rutinario en principio no requiere de justificación cuando
el significado de la norma a aplicar es preciso e inequívoco, pues
basta una interpretación gramatical, ya que el texto de la ley es claro.
Un caso es difícil porque el enunciado normativo presenta alternati-
vas de significado, pero siempre tiene una respuesta, lo cual no sig-
nifica que sea la única respuesta correcta, sino que se ofrece la más
operativa a la luz de ciertos presupuestos, aunque en un contexto
justificatorio todas las soluciones bien fundadas son correctas ex
post.
Como directriz para el razonamiento jurídico se puede considerar
que en la decisión de un caso difícil se debe tratar de alcanzar una
solución tal y una justificación tal que la mayoría de los miembros
racionalmente pensantes de la comunidad jurídica puedan aceptar-
las. La aceptabilidad de una opinión se convierte así en meta del ra-
zonamiento jurídico; la mayoría, sin embargo, solamente indica la
mayor aceptación posible para una solución, no que sea más o me-
nos correcta.

X. Bibliografía

Aarnio, Aulis, “La tesis de la única respuesta correcta y el principio


regulativo del razonamiento jurídico”, Doxa, Alicante, núm.
8, 1990.

69
Aarnio, Aulis, “La tesis de la única respuesta correcta y el principio regulativo
del razonamiento jurídico”, Doxa, Alicante, núm. 8, 1990, pp. 23-38.

Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho 413


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414 Problema. Anuario de Filosofía y Teoría del Derecho


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Núm. 11, enero-diciembre de 2017, pp. 379-416
BJV, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM,
2017
Mtra. Erika Berenice Valles Oropeza
7. Análisis de la argumentación en un
documento de un proceso jurídico
7.1. Descripción y contextualización del
documento
7.2. Descripción de la estructura
argumentativa del documento
7.3. Identificación de las premisas y
conclusiones de cada argumento
7.4. Análisis del fondo y forma de cada
argumento
7.5. Identificación de fallas en la
argumentación
7.6. Propuesta de modificación en la
estructura y argumentos del
Documento
7. Análisis de la argumentación en un
documento de un proceso jurídico

Una vez que se ha analizado la parte teórica


de la argumentación, toca el turno a la parte
práctica. Para ello, se analizará un caso real.
7.1. Descripción y contextualización del
documento

El documento que se analizará trata sobre la:


“Argumentación e interpretación: A) Postura
argumentativa del jurisdicente a quo y su análisis; B)
Postura argumentativa de la jurisdicente ad quem y su
análisis: RAÚL NÚÑEZ RÍOS.”
Fuente: Camargo, I. (2012). La Argumentación
Jurídica. Teoría y Práctica. México: Flores
Editor y Distribuidor. Pp. 168-177.
7.2. Descripción de la estructura
argumentativa del documento

De acuerdo al material de consulta, se analizará la


disertación entre un juzgador natural (primera
instancia) y uno de alzada (segunda instancia) para
determinar su divergencia argumentativa en
relación a cómo resolver en un delito de homicidio.

Como antecedentes del asunto, está que el


juzgador de primera instancia, a quo, dicta auto de
formal prisión en contra de varios indiciados, en
razón de los testimonios de dos personas: la esposa
e hijo del occiso, quienes presenciaron cómo se
cometió el delito de homicidio. Sin embargo, el
defensor público interpone una apelación que logró
que la sala revisora revocara el auto de formal
prisión, debido a que justifica la falta de elementos
para procesar, por lo cual se pone en libertad a
dichos indiciados.
7.3. Identificación de las premisas y conclusiones
de cada argumento
7.4. Análisisdelfondo y forma de cada
argumento
7.5. Identificación de fallas en la argumentación

El juzgador de primera instancia dicta el auto de formal


prisión, basándose en lo siguiente:

“…medios probatorios a los que precedentemente se les dio


el valor de presunciones, las cuales de acuerdo a lo dispuesto
por el artículo 324 de la Ley Adjetiva
la Ley Adjetiva Penal, vigente, constituyen prueba
plena, con la cual se acredita el nexo causal, es decir,
el encuadramiento de la conducta ilícita de los
indiciados, con el resultado producido, siendo éste, la
privación de la vida de …. Los medios probatorios antes
señalados conforme a lo dispuesto por el artículo 324
del Código Procesal Penal vigente, es decir, según la
naturaleza de los hechos y el alcance lógico u (sic)
natural que existe entre la verdad conocida y la verdad
buscada, los indiciados fueron los sujetos que
conjuntamente con otros cinco… (Extracto de cómo
ocurrieron los hechos” (Foja de la 27 in fine a la 28 ab
initio, del auto de bien preso)”

(Camargo, 2012, p. 170)


De acuerdo a lo que se expone del caso, el juzgador a
quo, al acreditar la responsabilidad de los indiciados,
no toma en cuenta un razonamiento lógico-deductivo,
tal como explica el autor respecto al caso:
“‘Los medios probatorio antes señalados conforme a lo
dispuesto por el artículo 324 del Código Procesal
Penal vigente, es decir, según la naturaleza de los
hechos y el enlace lógico u (sic) natural que existe
entre la verdad conocida y la verdad buscada, los
indiciados fueron los sujetos que conjuntamente con
otros cinco…’, ya que el objetivo es identificar, a través
del razonamiento, la correspondencia entre la ratio
legis, o fin particular del precepto que se interpreta, y
los hechos a los cuales se pretende aplicar dicho
precepto, con el objeto de verificar si la norma se
adapta a las exigencias de la situación planteada ante
el órgano jurisdiccional.

“El precepto que se interpreta no puede ser analizado


en forma aislada, toda vez que pertenece a un
conjunto de normas más amplio; el ordenamiento
jurídico de un determinado país. “Por este motivo, su
interpretación debe, a su vez, guardar
correspondencia con el resto de las normas vigentes.

“Consecuentes con lo anterior y para confirmar nuestra


perspectiva, el artículo 324, del ordenamiento adjetivo
invocado por el juez establece que:

“Artículo 324. Los tribunales según la naturaleza de


los hechos y el enlace lógico y natural más o menos
necesario, que exista entre la verdad conocida y la que
se busca, apreciarán y señalarán el valor de las
presunciones, hasta poder considerarlas como prueba
plena.

“Como se sostiene, este tipo de razonamiento parte de


que la ley prescribe la coexistencia absoluta de las
premisas y de la conclusión garantizando que esta
última esté representada en las premisas. Es un signo
que dicta su objeto a todo interpretante. En la especie
a resolver, el órgano de impartición de justicia precisó
que del acervo probatorio derivaban presunciones
incriminatorias a las que se les debía otorgar eficacia
demostrativa según lo dispuesto por el numeral 324,
de la ley adjetiva de la materia (premisa mayor legal),
y que del acervo probatorio se había manifiesta la
participación de los justiciables conforme a lo narrado
por los mencionados testigos (premisa menor fáctica),
concediendo al final que la conclusión necesaria
(deducción) era el acreditamiento de la
responsabilidad de los sujetos participantes en el
hecho criminoso.”

(Camargo, 2012, pp. 171 y 172)

En cuanto al argumento del juzgador de alzada,


emitido en la sala de apelación y que revoca el auto de
formal prisión, el autor comenta lo siguiente:
“‘V. Analizados que fueron los aludidos agravios en
relación con los antecedentes del caso, la Sala los
considera sustancialmente fundados para el efecto
revocatorio pretendido, aunque para considerarlos así
sea necesario suplirlos en sus deficiencias… (Foja 3
ab initio de la sentencia en estudio).

‘(…)
‘Sin embargo, contrario a lo estimado por el primer
jurisdicente, el material probatorio de que se hace
constar la causa en estudio resulta ineficaz e
insuficiente para deducir que los indiciados hubiesen
intervenido en tales hechos delictuosos en alguna de
las formas establecidas en el artículo 18 del Código
Penal vigente en la entidad, traduciéndose lo anterior
en la no acreditación de su probable responsabilidad
en la comisión del delito que se les atribuye. (Foja 4,
segundo párrafo y ss.).
‘Se sostiene lo antes dicho, habida cuenta que para tal
efecto resultan ineficaces los testimonios ministeriales
a cargo de NARCISA CORRALES

CÁRDENAS Y CRISTIAN LORETO LOAIZA


CORRALES, quien el primero de los mencionados en
lo conducente (extracto de su declaración),…

‘Por su parte el menor CRISTIAN LORETO LOAIZA


CORRALES, en lo que interesa señala que (extracto
de su declaración), …
‘En efecto, se sostiene lo ineficaz de los testimonios
ministeriales a cargo de NARCISA CORRALES
CÁRDENAS Y CRISTIAN LORETO

LOAIZA CORRALES, en virtud de que esta Sala


haciendo uso de la facultad que le confiere el artículo
322, del Código de Procedimientos Penales vigente en
la entidad, para efecto de valorar la prueba testimonial,
advierte por principio de cuenta que los mencionados
atestes ni tan siquiera son espontáneos, esto es que
de manera voluntaria hayan comparecido ante el fiscal
investigador a narrar los hechos que supuestamente
presenciaron ya que por lo que toca a NARCISA
CORRALES CÁRDENAS, ésta comparece ‘previa
presentación’, en cumplimiento del requerimiento del
órgano investigador, incluso caso 03 tres meses
después de ocurridos los hechos, en tanto que el
menor CRISTIAN LORETO LOAIZA CORRALES,
comparece de la misma manera acompañado de su
mamá NARCISA CORRALES CÁRDENAS, caso 08
ocho meses después…, es por ello que los anteriores
testimonios no se consideran espontáneos y por ende
no puede concedérseles eficacia probatorio para
acreditar la participación de los inculpados en el ilícito
que se les atribuye; con mayor razón, si tomamos en
cuenta que por la gravedad de este tipo de delitos, los
familiares de la víctima son las personas más
interesadas en que se castigue con mayor prontitud a
los que realmente cometieron el hecho, no obstante
ello, resulta sospechoso que si los referidos testigos
en verdad hubiesen identificado a los agresores,
tampoco les hayan proporcionado información a

ARNOLDO LOAIZA FRANCO Y WILFREDO


FRANCO NIEBLAS (hermano y sobrino del hoy occiso
respectivamente).

‘De la supra transcripción se pone de relieve que para


resolver el auto materia de la alzada, para adecuar la
motivación a los artículos 18, del Código Penal y 322
de la codificación adjetiva penal, ambos para nuestro
Estado, la Sala tuvo que emplear los argumentos
LÓGICODEDUCTIVO y el de MAYORÍA DE RAZÓN al
momento de valorar los atestos que fueron fundamento
del autor impugnado, ya que si de ellos resaltan dudas
sobre la sustancia de los hechos, con mayor razón
también existen inquietudes sobre los perpetradores
del evento.
‘ARTÍCULO 18. Son responsables deldelito
cometido:

‘I. Los que acuerden o preparen su realización;


‘II. Los que lo realicen por sí;

‘III. Los que lo realicen conjuntamente;

‘IV. Los que lo lleven a acabo sirviéndose de otro como


instrumento;

‘V. Los que induzcan dolosamente a otro a


cometerlo;
‘VI. Los que dolosamente presten ayuda o auxilio a otro
para su comisión;

‘VII. Los que intervengan con otros en su


comisión, aunque no conste quién de ellos
produjo el resultado.

‘Por su parte, el numeral 322, del Código de


Procedimientos Penales establece que:
‘Artículo 322. La prueba testimonial se valorará por el
Tribunal según las circunstancias del caso, aunque se
trate de familiares y allegados al

procesado, pero, para apreciar la declaración del


testigo, tendrá en consideración:

‘I. Que, por su edad, capacidad e instrucción, tenga el


criterio necesario para juzgar del hecho;
‘II. Que, por su probidad, la independencia de su
posición y sus antecedentes personales, tenga
completa imparcialidad;

‘III. Que el hecho de que se trate sea susceptible de


conocerse por medio de los sentidos y que el testigo
lo conozca por sí mismo y no por inducciones ni
referencias de otro;
‘IV. Que la declaración sea clara y precisa, sin dudas,
ni reticencias, ya sobre la sustancia del hecho, ya
sobre sus circunstancias esenciales; y

‘V. Que el testigo no haya sido obligado por fuerza,


miedo, ni impulsado por engaño, error o soborno. El
apremio judicial no se reputará fuerza.

‘El argumento lógico ya quedó explicado


precedentemente, por lo que atañe al de mayoría de
razón diremos que es aquel en el que se presume que
tuvo en cuenta el legislador para no incluir ciertas
hipótesis en la previsión legal (el hecho de merecer con
mayor razón que las previstas la consecuencia
jurídica), y es también el elemento tenido en cuenta por
el intérprete para extender por el legislador…

‘Ahora bien, en la especie, efectivamente, el tribunal de


apelaciones consideró que los testimonios de NARCISA
CORRALES CÁRDENAS Y CRISTIAN LORETO
LOAIZA CORRALES, resultaban ineficaces habida
cuenta que no se habían hecho espontáneamente, sino
a petición del órgano prosecutor, hipótesis que escapa
a los supuestos legales del precepto antecedentes.
Realmente, la ad quem está adecuando su argumento
a la fracción IV, por lo que al no ser claros ni precisos
los testimonios sobre la sustancia de los hechos
delictuosos, subsunción obligada y necesaria la del juez
de que, CON MAYOR RAZÓN, tampoco son claros y
precisos sobre la participación de los indicados en ellos,
deducción que obligó a la Sala de segundo grado a
revocar el auto y poner a los implicados en libertad.’”

(Camargo, 2012, pp. 172 a 175)


7.6. Propuesta de modificación en la
estructura y argumentos del
documento

De acuerdo al autor en referencia, se exponen los


siguientes razonamientos:
“…De la presente ponencia cabe destacarse que ésta
fue entendida partiendo del entendido de que todo
juzgador debe adecuar su motivación a la ley que rige
sus actos, y para hacerlo debe tomar como referencia
la hipótesis normativa de cada precepto que sirva de
fundamento. Bajo estos parámetros se entiende que
los encargados de administrar justicia deben primero,
saber interpretar y segundo, conocer los diversos
sistemas argumentativos.
“(…)

“Sin duda, en una decisión judicial la lógica juega un


importantísimo papel… al mencionar que: ‘Cuando el
decisor cuenta con normas sobre las cuales razonar,
la primera inclinación será utilizar la lógica, porque
<<una especie de control de calidad de nuestras
argumentaciones>>. Es decir, que su inclinación a la
lógica se deberá a un acto de ‘prudencia’. Ella <<se
refiere a los medios que debemos escoger para
realizar, en el aquí y el ahora, el bien discernido por el
hábito de los primeros principios prácticos, la
sindéresis y evitar el mal>>. Por tal motivo <<…la
disposición de razonar correctamente en el campo de
la acción humana es una de las partes integrantes de
la prudencia>>, vinculándose de esta manera con la
racionalidad ya que <<La racionalidad, como la
moralidad, tiene un peso normativo y concierne a lo
correcto, lo apropiado, las formas inteligentes de hacer
las cosas y no al curso de acontecimientos meramente
usuales o habitual>>.

“En este mismo contexto, reviéndonos al trabajo de los


jueces, la única lógica segura en virtud de

su certeza es la deductiva en la que es necesaria toda


la información, siendo así útil sólo para los casos
simples (mera subsunción), pero inoperante para los
casos difíciles. La teoría de la argumentación jurídica
se ha ocupado primordialmente del contexto de
justificación, es decir, <<… el conjunto de enunciados
del discurso judicial por el (sic) se aportan las
Razones>>, dejando de lado el contexto de
descubrimiento para los psicólogos. Sin embargo, a
nuestro modo de ver, el contexto de descubrimiento de
la resolución judicial, interpretada como <<… la
actividad y procedimiento mental que conduce al juez
a tomar la decisión>>, merece cierta reivindicación.

“En la teoría de la argumentación jurídica


encontramos en la figura del juez, no sólo al
funcionario público, sino al decisor por excelencia, un
motor fundamental de esa maquinaria transformadora
llamada derecho. ese decisor intentará reducir al
máximo las posibilidades de elección, ya que de todas
las respuestas posibles sólo puede elegir una. En este
momento de elección el juez debe decidir,
demostrar una preferencia, llevar a cabo una valoración,
la cual podrá sobrevenir tanto de factores externos
(sociales, reglamentarios, etc.) como internos; jurídicos
como no jurídicos. Para ello, el decisor tiene la misma
regla que tenemos los seres humanos en todos los
aspectos de nuestra vida: elegir lo que más se adecue a
<<nuestro interés particular>>.

(Camargo, 2012, pp. 175 a 177)

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