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Introducción
l. Concepto de semiótica
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Ante todo debemos precisar que el objeto de la semiótica son los signos, y
éstos son de suma importancia para el método científico debido a tres ra-
zones principales: a) la ciencia, como obra social, requiere de la comunica-
ción del conocimiento a través de palabras habladas y escritas que son, en
consecuencia, no tan sólo un accesorio sino un medio esencial de la misma;
b) las palabras facilitan el trabajo de los científicos por ser algo material
susceptible de aprehensión; y c) por último, la mente perfila determinadas
ideas que se hacen más precisas si se comunican a través de las palabras
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2. 2. El forrTUJlismo
1 Hochenski, I.M., Los métodos actuales del pensamumto. Ediciones Rialp. Ma~
drid,1981,p.73.
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2 Cfr. Garrido .. Manuel, Lógica simbólica. Editorial Tecnos~ Madrid. 1978, pp. 308
Y".
DR © 1986, Unidad de Ciencias Políticas, UAP
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3. La semiótica jurídica
3. 1. GImes de lenguaje
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bólicas. Al respecto, puede afirmarse que cuanto más explícitas son las
convenciones lingüísticas, más acentuado es el carácter artificial que el co-
rriente o natural, debido a los tecnicismos que emplea, y el simbólico lo
es más que el no simbólico. Desde el punto de vista lógico del lenguaje,
éste puede ser lenguaje objeto o metalenguaje según se ha expuesto con
anterioridad. El primero es el lenguaje investigado por las ciencias; el se-
gundo, es aquél en el cual se desenvuelve la investigación. Un ejemplo de
estos dos tipos de lenguaje sería: en la gramática inglesa para lectores de
habla castellana, el lenguaje objeto sería el inglés y el metalenguaje el cas-
tellano.
Desde el punto de vista del análisis del discurso, es decir, del estudio
lingüístico de los lenguajes particular de cada ciencia, se pueden considerar
diversas clases entre las cuales median relaciones de inclusión; aSÍ, por
ejemplo, el lenguaje jurídico es una subclase del lenguaje del derecho, que
a la vez es subclase del lenguaje normativo, subclase del prescriptivo. 10
anterior, se comprenderá con mayor claridad al efectuar a continuación el
estudio particular de cada clase.
3. 2. Elleng....je prescriptivo
s Cfr. Hierro, José S...P. ProblemiU del aruíli.tü del lenguaje moral. Editorial Tec.
DOI, Madrid,1970, pp. 47 Y...
6 Hart,ILLA •• EI concepto de derecho. Editora Nacional. México. 1978. p. 23.
135
3_ 3. Ellengunje normativo
136
9 Tomamos la idea general de Von Wright. G. Henrik. Norma yacción, Una inve6-
tWaci6n 16ttica. Editorial Tecno8. Madrid. 1970, pp. 2] Y 88.
10 KalinoW1lky. Op. eit .. p. 39.
137
11 lbid.
12 lbid., p. 48.
138
139
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del lenguaje del derecho. Oppenheim habla de dos propiedades oe las ex-
presiones jurídicas, que son la de significar un imperativo, y la de significar
un juicio descriptivo 16, Y según Kalinowsky 17, la primera corresponde al
lenguaje del derecho, y la segunda al de los juristas, dado que la significa-
ción de un imperativo pertenece a las proposiciones que significan normas
jurídicas, y la que significa un juicio descriptivo, caracteriza a las proposi-
ciones del lenguaje de los juristas.
Estimamos incorrecta la apreciación de los autores citados, toda vez
que observaremos más adelante, la significación de un imperativo en el
caso de las TIonnas, es inadmisible pucsto que dicha característica pertene-
ce al campo de fonnulación de una nonna y no a la función concreta de la
misma, es decir, a que la norma se enuncie para que algo sea, pueda o tenga
que ser hecho, o que se enuncie para alcanzar un fin determinado registran-
do los medios para conscguirlo, o, por último, si la norma es cnunciada
para adecuar las acciones a ciertos patrones de conducta. Una norma puede
significar entonces, o uría prescripción, o una directriz, o bien una regla se-
gún hemos visto, casos muy distÍntos de las órdenes o mandatos que difie-
ren en cuanto a su naturaleza y función con relación a las normas. Sin em-
bargo, coincidimos con Kalinowsky en el sentido de que la proposición
nonnativa es el signo lingüístico habitual de la norma, y agregaríamos que
dicha proposición, puede formularse de modo imperativo, determinativo o
descriptivo, o bien, como una norma bímodal (Vgr. el artículo 21 del Có-
digo Civil), o multimodal (Vgr. el artículo 201 del Código Penal), ya sea
que reúna dos o más de las características anteriores, delimitando las accio-
nes regladas, ordenándolas, permitiéndolas o prohibiéndolas.
Por otra parte, y (~on referencia al lenguaje de los juristas, puede ha-
blarse de dos propiedades semánticas que son: la de significar un juicio
descriptivo, y la de significar un juicio estimativo, según se trate del jurista
propiamente dicho, que determina el sentido de las normas, o del órgano
del Estado encargado de aplicar dichas normas valorando las acciones con-
forme a la ley.
141
19 [bid., p. 22.
142
20 Cfr. Kelsen. Hans, Teoría puro del derecho. UNAM, México. 1982. Traducción
de RobertoJ .. Vemengo,p.14.
21 Cfr. Kelsen. Teoría pura del derecho. EUDEBA, Buenos Aires, 1960. Traduc·
ción de Moisés Nilve, pp. 14-15 y Teoría generol del derecho y del Estado. UNAM,
México. 1969. Traducción de E. Carcía Máynes, pp. 4 Y ss.
143
4. 2. Carácter
144
4.3. Formulnción
4. 4. El sistema jurídico
145
General Theory o/ Law and State en que define al derecho como un orden
de la conducta humana, entendiendo por orden, un conjunto de normas
que tienen el tipo de unidad a que se refiere un sistema.
El mérito indiscutible de Kelsen, consiste en haber determinado 108
límites y el objeto de conocimiento propio de la ciencia del derecho; sin
embargo, cabría preguntarse acerca de la integración concreta del sistema
como algo subyacente al aspecto formal nonnativo; esta situación dados
108 alcances y el objeto de la Teoría Pura, no fue determinada por su
autor.
Así pues, el sistema del derecho que Kelsen no consideró, no es otra
cosa sino normas interrelacionadas lógicamente por sus propiedades, que
derivan en forma inmediata del análisis semiótico. Dichas propiedades
permiten construir un sistema particular de la lógica formal, caracterizado
por ser un orden cerrado que presupone la reglamentación jurídica de todo
comportamiento humano, en que la permisión jUrÍdica a comportamientos
no prohibidos, es por sí sola una restricción a la conducta del individuo,
lo cual pone de manifiesto que en un momento dado, aun mediante penni-
siones, el derecho es un medio de control social -técnica en la terminolo-
gía kelseniana-, y, en algunos casos, un medio de dominación por el poder
político.
* Abogado; magíster en Filosofía del Derecho y Teoría Jurídica. Docente e investigador del Grupo de estudios
legales y sociales Phronesis, adscrito al Centro de Investigaciones Socio-Jurídicas de la Universidad Católica de
Colombia. leon_0904@hotmail.com, jeleon@ucatolica.edu.co
FILOSOFÍA 5
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación
2. La complejidad del modelo científico que surja del cálculo deductivo irá
ampliándose en la medida en que el cálculo se haga más y más específico.
Sin embargo, “la naturaleza del cálculo proposicional estará supeditada a
la abstracción propia de su relación con el sistema deductivo que lo permite”
(Braithwaithe, 1963, p. 42).
El cálculo se muestra en Braithwaithe como un juego, de un solo jugador,
donde se presentan ciertos pasos que permiten deducciones en momentos y espa-
cios determinados con base en sucesiones de cálculos nacidos de un cálculo ini-
cial. Cada una de esas líneas de deducciones son llamadas fórmulas: las iniciales
son aquellas que determinan cómo se pueden construir, desarrollar o replantear
las reglas que van a constituir el cálculo científico; las reglas de construcción
serán, entonces, aquellas que van a permitir determinar cómo y en qué medida
se hace una determinada sucesión de fórmulas de acuerdo con la forma en que
la inicial determina que debe plantearse deductivamente el sistema; se muestra
así un “sistema formal que se presenta en variables metalingüísticas centradas
básicamente en su completud, consistencia, decibilidad” (De Lorenzo, 2005, p.
23), y podríamos plantear unas reglas de límite que no son más que aquellas que
admiten limitar tanto el alcance de las operaciones permitidas, como la voluntad
del agente de realizar o no el cálculo deductivo (Braithwaithe, 1963).
En este orden de ideas, para Braithwaithe, la construcción de una operación
a la luz de una fórmula, “escribiendo en el elemento izquierdo de la misma cual-
quier elemento que, o bien sea idéntico a cualquier elemento que constituya una
parte de una fórmula ya existente; o bien lo contega” (Braithwaithe, 1963, p. 44),
y, al lado derecho debe colocarse la significación, contextualización o deducción
del elemento izquierdo. La relación entre ambos está supeditada al uso de conec-
tores lógicos que vinculan las variables izquierda y derecha de la fórmula, y esas
partes, precisamente, son analógicas: la derecha no es más que la explicitación
de la izquierda en contextos u operaciones que, o la contengan, o la especialicen,
por ejemplo:
(αβ)↔((λ)β)
en donde, según la explicación anterior, el consecuente de este bicondicional sur-
ge como la explicación del contenido en el conjunto α; esta explicación surge
como un análisis deductivo de la composición de esa proposición inicial, en un
conjunto de operaciones formalizadas gráficamente (Braithwaithe, 1963, p. 45);
FILOSOFÍA 5
75
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción
es casi como si se dijera que, por ejemplo, el antecedente expresa que todos los
hombres son buenos, y el consecuente dijera que los hombres mulatos son buenos.
Sin embargo, el primer paso consiste en determinar las formas semióticas en
las cuales se puede elaborar una conceptualización lingüística de la ciencia que
se quiere estudiar, en donde “se pretende tanto caracterizar clases de estructu-
ras, como definir los elementos propios de una estructura científica determinada”
(Jané, 1997, p. 108); esta investigación, a la luz de lo expuesto en los niveles de
investigación jurídica, es de corte dogmático-hermenéutico, dado que pretende
la construcción de lenguajes ideales que soporten el estudio lógico-científico del
derecho.
Los índices se diferencian de otros signos por medio de tres rasgos o cualidades:
Primera. Los índices no tienen ningún parecido significante con los objetos. Segunda.
Se refieren a Individuos, a unidades singulares, a colecciones singulares de unidades.
Tercero. Dirigen la atención hacia sus objetos sin conocer previamente sus caracte-
rísticas (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 66).
d. Ícono. Por otro lado, los íconos comparten y describen las características
de los signos que describen, este isomorfismo entre el signo y su signifi-
cación implica una analogía tanto entre el signo como entre sus caracte-
rísticas definitorias, sus formas operativas, su composición, y todos aque-
llos rasgos que lo individualizan. Así las cosas: “El ícono es aquel signo
que representa cualquier cosa con la que exista una correspondencia de
caracteres; es decir, en la medida en que la cosa contenga en sí misma
una serie de propiedades que, al momento de ser explotadas, representen
otras cosas, entonces el signo es icónico” (León, 2012, p. 298).
Podríamos ejemplificar el ícono de la siguiente forma: “el cuchillo de
Juan es un arma blanca, pero también puede representar un cubierto de
mesa, o el móvil mediante el cual Juan configuró el tipo penal de homici-
dio al atacar a Pedro, etcétera”.
c. Símbolo. Un símbolo es “una abstracción de un objeto al cual se refie-
re una ley; en sí misma no opera, sino que requiere de una determina-
da asociación de ideas que vinculan tanto al objeto como al símbolo”
(León, 2012, p. 299). El símbolo se justifica a través de la ley o el hábito,
dado que no se habla de un solo objeto, sino de una pluralidad de objetos
que tienen la misma significación. Esto implica que “un signo, como por
ejemplo, un semáforo en verde, hace referencia a un objeto que autoriza
la circulación de vehículos en un sentido. Mas, a su vez, es una réplica de
un símbolo exactamente igual presente en alguna otra parte de la ciudad,
y con la misma función” (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 74).
Según lo expuesto, es necesario que se hagan ciertas precisiones a la hora de
justificar la relación entre los elementos propios del signo, como sigue:
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La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación
que “nos sirven para localizar el objeto del que queremos hablar” (León, 2012,
p. 301). Así pues, una oración susceptible de ser verdadera o falsa implica signos
indéxicos, los cuales son un código caracterizador dominante con posibles espe-
cificadores de caracterización, y algunos signos que muestren la relación de los
caracterizadores e indéxicos entre sí y con respecto a los elementos de su propia
clase, con el fin de “determinar las formas básicas en las que se expresa lingüís-
ticamente un sistema” (Morin, 1984, p. 115). Aunque se puedan determinar lin-
güísticamente las conexiones entre signos usados,
Desde el punto de vista formal los signos pueden dividirse sintácticamente en cons-
tantes y variables individuales y constantes y variables predicativas; entendidas como
los correlatos formales de los índices y los caracterizadores. Los operadores corres-
ponden a caracterizadores de clase. En cuanto a los puntos, paréntesis y corchetes,
son recursos lingüísticos necesarios para indicar ciertas relaciones entre signos. Estos
signos tienen el nombre de formadores, que además incluyen las constantes lógicas;
es decir, el conjuntor, disyuntor, la implicación, la negación, la doble implicación,
entre otros (Blasco, Grimaltos y Sánchez, 1999, p. 83).
A partir de la construcción semiótica de un lenguaje aparentemente operativo,
se planteará un lenguaje propio para el estudio del derecho.
el estado de cosas es una conexión de objetos (cosas). Lo cual quiere decir que, para
determinar la relación lingüística de una cosa con un estado de cosas, debe tenerse en
cuenta tanto su relación sintáctica, como su significación en un entorno lingüístico y
fácticamente posible (1997, p. 15).
Para no ir tan lejos, si se quiere aprender un lenguaje determinado, lo pri-
mero que debe determinarse son las reglas de uso de tal lenguaje, las cua-
les plantean, no solo su existencia, sino su correcta aplicación. El estudio
para determinar la aplicación de una norma arroja, como gran resultado,
una pauta de corrección que permite la clasificación de las mismas como
reglas propias del sistema normativo usado.
Es necesaria la delimitación conceptual de dicho lenguaje con miras tanto
a su especificidad, como a no procurar una reducción al absurdo; para lo
cual, el proceso de desarrollo de este debe consistir en el desarrollo de
proposiciones lingüísticas de corte normativo que, como primera medida,
FILOSOFÍA 5
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La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción
la pretensión es que las reglas puedan ser utilizadas como justificación normativa
de la decisión jurídica adoptada en un caso sometido a estudio; en la medida en que
el uso de estas implica la determinación de la existencia de una u otras más, lo cual
implica también la observancia de un sistema jurídico determinado, que agrupa tales
reglas, y posibilita su interacción (Ferrer y Rodríguez, 2011, p. 33).
Como segunda medida, obviar las tesis reduccionistas, que permitan
lo contrario a la reducción al absurdo, y es especificarse tanto que el
objeto de análisis de estas sea poco determinable. Como tercera medida,
la claridad entre expresiones del ser y expresiones del deber ser es
fundamental, dado que si es de una o de otra forma, permiten el desarrollo
sistemático-formal del sistema planteado: o se explican hábitos o reglas
de corte moral, o se buscan reglas jurídicas con vocación de aplicación
y coacción para hacerlas exigibles; y, por último, tendría que tener en
cuenta la generalidad de las mismas. Entre más general sea la formulación
lingüística, expresa un conjunto más amplio de posibilidades de acción
y regulación; no solo desde el punto de vista meramente fáctico, sino
también temporal, normativo, lógico, entre otros. Estos puntos de vista
implican no solo una situación fáctica normativamente delimitada, sino
un conjunto de ellas, lógicamente estructurado, planteado con el fin de
que, en un determinado tiempo, modo y lugar, una circunstancia fáctica
halle solución jurídica al interior de tal conjunto, lo cual garantiza la
clásica premisa de complementariedad que se plantearon los positivistas
de antaño. Aunque se es consciente de que “no solo a punta de reglas se
llenan los conjuntos, mediante procesos de axiomatización sí se pueden
llegar a complementar” (Ferrer y Rodríguez, 2011, p. 34).
Hay que tener presentes criterios preanalíticos que puedan influir en la dis-
tinción entre normas y proposiciones normativas, en cuanto a la admisión de sus
relaciones lógicas, al menos si se tiene en cuenta que:
1. La formulación de normas obedece a un criterio prescriptivo del lengua-
je, lo cual significa que las normas no contienen un criterio de verdad
o falsedad en su interior, y que imposibilita un estudio de lógica general o
de primer orden. Esto supone un problema grave a la hora del estudio de
FILOSOFÍA 5
88
La pregunta por el método: derecho y metodología de la investigación
Así las cosas, Ferrer y Rodríguez (2011) caracterizaron cuatro formas en las
cuales las normas se relacionan con el lenguaje, a saber:
a. Sintáctica. Desde esta forma se procura la identificación de las normas
a la luz de enunciados lingüísticos que constituyan operadores de lógica
de la acción; así surgen los operadores obligatorio (O), permitido (P) y
prohibido (Ph), que en conjunción con una situación de hecho lingüísti-
camente expresada conforman lo que von Wright denominó formulación
normativa, y que previamente se ha explicitado. Kalinowski, por su parte,
expresa esta dimensión del lenguaje atendiendo a la relación entre expre-
siones del derecho, es decir, a los símbolos que el derecho utiliza para dar
cuenta de la dirección de las conductas humanas. Estas funciones pueden
ser: proposicionales, en caso de servir para el desarrollo de proposiciones
normativas; nominales, en caso de servir para desarrollar una proposición
compuesta dentro del sistema; functorial, en caso de desarrollar un de-
terminado functor de relaciones lógicas dentro del derecho. No obstante,
y atendiendo a Kalinowski, “esta creación proposicional con esas posi-
bilidades de acción permiten la relación de símbolos dentro del sistema
jurídico, a fin de realimentarse de normas que permitan su prolongación
en el tiempo, es decir, de ampliar su validez” (1973, p. 47).
b. Semántica. Bajo esta forma se caracteriza a las normas como el significa-
do de las formulaciones normativas que se expresan de manera proposi-
cional; o lo que es lo mismo, “determinan la validez tanto de las normas
prescriptivas como de las descriptivas” (Alarcón, 2009, p. 42). Así, las
expresiones de las normas son solo expresiones lingüísticas, las normas
como tal son los meros significados de las mismas, y las proposiciones
normativas constituyen los significados de tales en un caso concreto. Al
respecto, Kalinowski también afirma que esta relación se posibilita en la
relación entre la norma y su denotación, es decir, lo que la norma obliga,
permite y prohíbe, ya sea en una circunstancia o en un momento determi-
nado. Esta relación entre la norma y su denotación “se expresa en la rela-
ción símbolo (norma) y semisímbolo (proposición normativa)” (1973, p.
53).
FILOSOFÍA 5
91
La semiótica jurídica como metodología. Análisis lógico-semiótico de construcción
Referencias
Alarcón, C. (2009). Validez, lógica y derecho. Bogotá: Universidad Externado de Colombia.
Bunge, M. (1990). La ciencia, su método y su filosofía. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Jané, I. (1997). Lógica de orden superior. En C. Alchourrón, J. Méndez y R. Orayen (eds.), Lógica.
Madrid: Trotta.
Mackie, J. (1988). Problemas en torno a Locke. México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de
México.
von Wright, G. H. (1979). Norma y acción: una investigación lógica. Madrid: Tecnos.
capítulo sexto
I. el Derecho y la palabra
Pocas realidades tienen una vinculación tan estrecha con la palabra, con el
lenguaje, como la tiene el derecho. Al indagar sobre sus últimos fundamen-
tos, se constata que el derecho no es tal con independencia de la palabra, sino
que el derecho es, en lo más profundo, un “decir” el derecho.
Si acudimos a la etimología de su nombre,1 encontramos que:
1 Para una exposición ya no de las raíces etimológicas, sino de los diversos sentidos de
la palabra “derecho” puede consultarse la clara y accesible exposición que al respecto ofrece
Cáceres Nieto (2000a) y Cáceres Nieto (2000b).
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Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1o., lo que
es social de lo que es individual; 2o., lo que es esencial de lo que es accesorio
y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el in-
dividuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no
interviene en ella más que para la actividad de clasificar.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligen-
cia, en el cual conviene distinguir: 1o., las combinaciones por las que el sujeto
hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento
personal; 2o., el mecanismo psicofísico que le permita exteriorizar esas com-
binaciones (Saussure: 1916 [1945], p. 57).
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que “ella era pobre” y que “ella era honesta”, lo cual es condición necesaria
y suficiente para la verdad del enunciado.
c) “Lo dicho” tiene que ser parte de lo que el hablante quiso decir. Exis-
ten muchos juegos del lenguaje (usando la terminología de Wittgestein, no
la de Grice) en los que el hablante enuncia palabras con las cuales no pre-
tende comunicar lo que ellas convencionalmente (dentro del sistema léxico
de la lengua) significan, sino otra cosa. De esta forma, por ejemplo, cuando
una persona está hablando irónicamente, no está realmente “diciendo” (en
el sentido griceano) lo que sus palabras significarían literalmente, sólo “hace
como que dice” eso, pero en realidad quiere decir lo contrario, y así debe
suponerlo su interlocutor.
La distinción entre “lo dicho/ lo implicado” hace patente el hecho de
que aun cuando con un mismo enunciado se pueden comunicar muchos
mensajes a la vez –como muestran los ejemplos de Grice comentados en
los párrafos anteriores–, no todos ellos se encuentran en la misma “dimen-
sión” del significado. Tampoco es el mismo el compromiso que el hablante
asume frente a contenidos comunicados en dimensiones distintas, ni es im-
putable a él la misma responsabilidad cuando su mensaje está “dicho” que
cuando sólo está “implicado”. Esto es de enorme importancia para diversas
disciplinas de estudio, entre ellas, el derecho. Ejemplo de esto último es la
utilidad que reporta el aplicar la distinción “dicho/implicado” en el análisis
del delito de falsedad en declaraciones judiciales y otros delitos que se le ase-
mejan, como concluirá el amable lector al recordar uno de los más famosos
casos que ha habido en la historia reciente al respecto: el proceso de 1998
en contra del expresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, William
Clinton, durante el cual se aludió al criterio conocido como “Regla de la
Verdad Literal”, según la cual no debe acusarse de perjurio a una persona
cuando lo que DICE es literalmente verdadero, por más que de ello pueda
INFERIRSE algo falso.4
2013.
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Desde la perspectiva de Grice, si bien “lo dicho” sólo puede serlo con
todas las especificaciones que hemos mencionado, “lo implicado”, en cam-
bio, puede tener características muy diversas, y puede descubrirse su conte-
nido por medio de procesos inferenciales muy distintos entre sí.
Una primera distinción se puede establecer entre las inferencias lógicas
y las inferencias lingüísticas. Se dice que hay una implicación lógica cuando
de la verdad de un primer enunciado se concluye necesariamente la ver-
dad de un segundo enunciado (y de la falsedad del segundo, la falsedad del
primero); en otras palabras, cuando es imposible que el primer enunciado
sea verdadero y el segundo sea falso.
La implicación o inferencia así entendida no depende del contenido
lingüístico de las proposiciones, sino de su estructura formal; de hecho, la
lógica simbólica hace abstracción de los contenidos presentes en la lengua
natural que no tengan relación con la forma lógica. Es por eso que, vol-
viendo a un ejemplo anteriormente mencionado, a la lógica formal le da lo
mismo si se dice “ella era pobre pero honesta”, que si se dice “ella era pobre
y honesta” o “ella era pobre aunque honesta”, porque los diferentes matices
de significado presentes en “y”, “pero” y “aunque” van más allá de la forma
lógica que ella estudia, ya que a la lógica formal sólo le interesa el que, en
uno y otro caso, se trata de una conjunción.
Las inferencias lógicas, pues, surgen a partir de la estructura formal de
los enunciados, sin considerar los contenidos adicionales que el lenguaje na-
tural pudiera aportar. Sin embargo, a partir de esos contenidos, tal y como
se encuentran en el lenguaje natural, surgen las inferencias lingüísticas, que
son inferencias por ser significados que se desprenden de otros, pero que tienen
propiedades distintas de las que caracterizan a las inferencias de la lógica,
como se verá en las consideraciones siguientes.
Así, pues, además de distinguir entre inferencias lógicas e inferencias
lingüísticas es necesario hacerlo también entre los diversos tipos de inferen-
cia lingüística. De éstos, a los que tradicionalmente se les ha dado más im-
portancia son: presuposición, implicatura convencional e implicatura con-
versacional.
A. La presuposición
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sino fenómenos que se le parecen; así, por ejemplo, mientras que algunos
autores analizan lo que correspondería a una “presuposición lógica”, otros
hablan, en realidad, de una “presuposición pragmática” o de algún otro
tipo de inferencia.
Aquí se considerarán las características de la presuposición, entendida
como presuposición lógica, misma que podría definirse como “una precon-
dición para que una oración, al ser usada, pueda tener valor veritativo”, en
otras palabras, una presuposición es una condición necesaria tanto para la
verdad como para la falsedad de un enunciado.
A partir de esta definición puede verse ya claramente una característica
esencial de la presuposición, la cual surge con independencia de cuál sea
el valor veritativo del enunciado de origen, por lo tanto, si se acepta que el
enunciado de origen es verdadero o que es falso, por ese mismo hecho se
aceptaría también la presuposición. Esto se ve más claramente en el co-
nocido ejemplo de Strawson (reformulación del de Russell), que se retoma
enseguida. Si en este día, en que Francia hace mucho que ya no es una mo-
narquía, se dijera: “el actual rey de Francia es sabio”, y luego se nos pidiera
establecer el valor veritativo de tal enunciado, tan extraño sería afirmar que
es verdadero, como decir que es falso, porque en ambos casos parecería es-
tar implícito (presupuesto) que existe actualmente un rey de Francia. Mejor
sería contestar esquivando el dilema: “ese enunciado no es ni verdadero, ni
falso, porque actualmente no existe rey de Francia”.
Intrínsecamente relacionada con la anterior, encontramos otra carac-
terística esencial de la presuposición, la cual se mantiene también al negar
el enunciado origen. Así, por ejemplo, si se presenta un enunciado como:
“Aristóteles escribió la Ética a Nicómaco”, surge la presuposición de que exis-
te un ser a quien designa el nombre Aristóteles. Ahora bien, si se niega el
enunciado que generó dicha presuposición, diciendo: “Aristóteles no escri-
bió la Ética a Nicómaco”, la presuposición de existencia —existe un ser a
quien designa el nombre Aristóteles— se mantiene, a pesar de haber nega-
do el enunciado.
Existen diversas estructuras lingüísticas que pueden generar presuposi-
ción, algunas de ellas son:
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B. La implicatura conversacional
Cantidad:
a) Haz tu contribución tan informativa como lo requieran los propósitos
del intercambio.
b) No hagas tu contribución más informativa de lo que se requiere.
Cualidad:
a) No digas lo que crees que es falso.
b) No digas aquello para lo que no tienes la evidencia adecuada.
Relación: sé pertinente.
Manera:
a) Evita expresarte de modo obscuro.
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b) Evita ambigüedades.
c) Sé breve (evita extenderte innecesariamente).
d) Sé ordenado.
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C. La implicatura convencional
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En estos ejemplos parece claro que expresar la oración (por supuesto que en
las circunstancias apropiadas) no es describir ni hacer aquello que se diría
que hago al expresarme así, o enunciar que lo estoy haciendo: es hacerlo.
Ninguna de las expresiones mencionadas es verdadera o falsa... Puede ocurrir
que la expresión lingüística “sirva para informar a otro”, pero esto es cosa
distinta. Bautizar el barco es decir (en las circunstancias apropiadas) la pala-
bra “Bautizo...” Cuando, con la mano sobre los Evangelios y en presencia del
funcionario apropiado, digo “Sí, juro!”, no estoy informando acerca de un
juramento; lo estoy prestando.
A los enunciados de este tipo (como los vistos en los ejemplos a-d) Aus-
tin propuso llamarlos performative utterances, que en español se ha traducido
como “enunciados realizativos (o “ejecutivos” o “performativos”). A pesar
de no ser verificables empíricamente —porque ni describen estados de cosas
en el mundo, ni pueden ser calificados como “verdaderos” o “falsos”—, es
decir, a pesar de no cumplir la característica indispensable para que, según
el positivismo lógico, un enunciado pudiera tener sentido, los ejemplos de
los incisos a-d tienen sentido pleno.
De este modo, puede quedar desechada la tesis del positivismo lógico
según la cual sólo los enunciados constativos, es decir, los que describen
un estado de cosas en el mundo, podían tener sentido. Aquí vemos que los
constativos son sólo uno de los tipos de enunciados con sentido. Al lado de
los enunciados constativos, Austin puso a los ejecutivos. Así, pues, mientras
que los enunciados constativos son aseveraciones que describen algún even-
to o circunstancia, y tienen la propiedad de ser verdaderos o falsos, los enun-
ciados ejecutivos carecen de valor veritativo (es decir, no son verdaderos ni
falsos), y se emplean para hacer algo, no para describirlo.
Ahora bien, si el criterio para valorar a los enunciados ejecutivos o rea-
lizativos (o “performativos”) no puede ser el concepto de verdad (esto es, la
correspondencia entre la afirmación sobre un estado de cosas y ese estado
de cosas), ¿cómo valorarlos? Austin analiza este aspecto en la segunda de
sus conferencias:
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5 Más adelante se explicará por qué el tener estos pensamientos, sentimientos e inten-
ciones no se incluye como una más de las otras “circunstancias” a que nos referimos en (A).
Austin: 1962, nota al pie, p. 56.
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Por último, vale la pena señalar que se han hecho diversas tipologías de
los actos de habla. Una de ellas, muy popular, es la de Searle (1979), quien
clasifica a los actos de habla en:
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7 Para el tema que aquí nos ocupa, interesa recordar que por capacidad procesal se en-
tiende “la aptitud que tienen los sujetos de derecho, no sólo para ser parte en el proceso
sino también para actuar por sí (parte en sentido material) o en representación de otro
(parte en sentido formal) en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus de-
beres, ventilados ante el órgano jurisdiccional”. Para el juzgador “rige para determinar
su capacidad de decisión la figura de la competencia o capacidad objetiva, además de
los requisitos generales de capacidad subjetiva en abstracto y en concreto o imparciali-
dad, mientras que para las partes interesadas se pedirá para la validez de su actuación
ante la autoridad judicial, la capacidad procesal”. Flores García, Fernando: 2002).
Ahondando un poco más en lo relacionado con la competencia del juzgador, hay
que decir que el Código de Procedimientos Civiles para el D. F. establece, en su artículo
144 que la competencia de los tribunales debe determinarse por la materia (naturaleza
de las cuestiones jurídicas que constituyen la materia del litigio, pues hay una creciente
necesidad de conocimientos especializados), por el territorio (ámbito espacial), por la
cuantía (se refiere al valor económico que involucran los asuntos judiciales a resolver),
grado (cada una de las instancias que puede tener un juicio: hay órganos que pueden
conocer de un pleito en primera instancia y otros, en instancias ulteriores), por la cali-
dad personal de las partes involucradas en el pleito (juzgadores especiales para militares
o para menores infractores), turno (el orden en que se distribuyen los expedientes entre
tribunales de igual competencia según los otros aspectos), etcétera. Cfr. Flores García,
Fernando: 2002.
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capítulo primero
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Hemos dividido este argumento en tres partes: (a), (b) y (c). En un ar-
gumento siempre entran en juego dos tipos de proposiciones. Por un lado,
las que se quieren probar —que en este caso, sería (c)—, y, por otro, las
que se emplean para intentar probar aquellos —(a) y (b) en el caso que nos
ocupa—. A estas últimas podemos llamarlas “premisas”,4 y a las primeras,
“conclusiones” o “tesis”.5
Lo que hacemos al argumentar es, grosso modo, proporcionar premisas
de donde se puedan inferir las conclusiones que queremos probar; así, por
ejemplo, vemos que en (1), al presentar (a) y (b) se puede fácilmente derivar
—inferir— (c). Por eso en alguna ocasión se ha descrito a la argumentación
como “la expresión lingüística de la inferencia”6 o expresión lingüística del
llevan a una conclusión, sobre todo cuando, como en este caso, se trata de un paso que el
lector puede fácilmente sobrentender.
3 El texto completo se lee: “En consecuencia, al no obtenerse la votación calificada de
cuando menos ocho votos exigida por las disposiciones constitucional y legal transcritas para
que se declare la invalidez de una norma general, lo procedente es desestimar la acción de
inconstitucionalidad respecto de los artículos precisados”.
4 El lector ya habrá notado que también es común denominar “argumento” a este úl-
timo tipo de enunciados, es decir, a la premisa que apoya alguna conclusión, dándole así el
mismo nombre que solemos usar para referirnos a la estructura compuesta por premisas y
conclusión.
5 Hay que tener presente que el llamar a un enunciado “premisa” o “conclusión” es
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Tomás de Aquino, Veritas logica est adaequoatio intellectus et rei,9 la verdad lógica
es la adecuación entre el intelecto y la realidad; por ejemplo, si yo pienso
“La SCJN sesionó el día de ayer” y en la realidad la SCJN sesionó el día de
ayer, entonces mi pensamiento es verdadero, mientras que si, en realidad, la
SCJN no sesionó ayer, mi pensamiento resultaría falso.10
Así como la lógica material estudia la materia de los razonamientos, su
forma o estructura es analizada por la lógica formal. En el ejemplo (1) ve-
mos una de las formas más comunes de razonamiento:11 el llamado Modus
Ponendo Ponens o, simplemente, Modus Ponens, cuya estructura podríamos re-
presentar de la siguiente manera:
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Las premisas del silogismo científico tienen que ser verdaderas... además de-
ben ser primarias, es decir, no deben necesitar a su vez una demostración
anterior a ellas, y más conocidas que ellas. En otras palabras, deben ser inte-
ligibles y claras por sí mismas, y más universales que las conclusiones, ya que
han de contener la razón de éstas. Llegamos así a un punto delicadísimo para
la doctrina aristotélica de la ciencia: ¿cómo conocemos las premisas? Cierta-
mente, no podría ser a través de otros silogismos, porque en tal caso llegaría-
mos hasta el infinito. Habrá que utilizar otro camino, por lo tanto.
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Respecto a cuáles sean esos principios, base de las ciencias, que capta-
mos por medio de la inducción y la intuición, es importante aclarar que los
hay de distintos tipos, y no todos se encuentran en el mismo nivel de uni-
versalidad. Hay principios que rigen todo pensamiento, pero otros que sólo
se aplican a determinada ciencia o género de ciencias, como claramente
explica Tamayo y Salmorán (2003, pp. 82 y 83):
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un conocimiento con certeza— es “falibilista”, pues para él los conocimientos que alcan-
cemos serán siempre falibles, nunca podremos tener certeza de ellos. En conexión con su
aspecto falibilista, la epistemología popperiana es también falsacionista porque sostiene que
no es lógicamente posible verificar los enunciados universales de la ciencia, por lo cual el ca-
mino para el avance de la ciencia sólo puede ser el de la falsación, que nos permite encontrar
los enunciados erróneos, para desecharlos. Este último viene a ser el aspecto central en el
pensamiento de Popper: “El eje de su epistemología se encuentra en lo que él denomina la
«asimetría lógica entre verificación y falsación»; con esta expresión indica que, en virtud de
las reglas elementales de la lógica, nunca podemos demostrar la verdad de una proposición
universal de la ciencia y, en cambio, un solo contraejemplo basta para mostrar que esa pro-
posición es falsa o contiene alguna falsedad” (Artigas: 1999, p. 81).
16 Quien, a partir de un estudio histórico sobre el modo en que se había ido desarrollan-
do la ciencia real a través del tiempo, concluye que existen dos tipos de actividad científica:
la que se desarrolla en los periodos que él llama de “ciencia normal”, esto es, cuando la
comunidad científica trabaja sobre la base de teorías generalmente aceptadas que no se
cuestionan, sino sólo se usan para la resolución de problemas concretos, y la que se realiza
en los periodos de “ciencia extraordinaria”: cuando las teorías generalmente aceptadas no
logran resolver diversos problemas concretos, lo cual puede llevar a ponerlas en duda y bus-
car un nuevo conjunto de teorías científicas que, en caso de encontrarse y ser aceptado por
la comunidad científica, dará lugar a lo que Kuhn llama una “revolución científica”.¿Qué
es lo que, llegado el caso, empuja a los científicos a hacer un “cambio de paradigma”. La
respuesta de Kuhn se podría resumir en la siguiente explicación de Artigas (1999, pp. 86 y
87): “[Para Kuhn] un nuevo paradigma no se admite única o principalmente en base a argu-
mentos lógicos, ya que lleva consigo una nueva visión de la naturaleza y, por tanto, no puede
compararse con el antiguo paradigma. Kuhn habla en ese sentido de la inconmensurabilidad
de los paradigmas, o sea, de la imposibilidad de compararlos mediante un criterio común...
frecuentemente, una nueva teoría científica llega a triunfar no porque sus adversarios se rin-
dan ante las pruebas, sino porque esos adversarios mueren y surge una nueva generación de
científicos que admiten la nueva teoría... Lo que Kuhn subraya es que la aceptación de las
nuevas teorías no se realiza con base en argumentos únicos y forzosamente decisivos, y que,
cuando se plantean nuevos paradigmas, «es necesaria una decisión entre métodos diferentes
de practicar la ciencia y, en esas circunstancias, esa decisión deberá basarse menos en las
realizaciones pasadas que en las promesas futuras... una decisión de esta índole sólo puede
tomarse con base en la fe»”.
17 Lakatos se dio a la tarea de defender la “racionalidad científica”, tratando de demostrar
que el progreso de la ciencia se lleva a cabo mediante argumentos racionales (cfr. Artigas,
1999) frente a la postura de Kuhn, que muchos tacharon de “irracionalista”. Lakatos pretende
seguir la misma línea que Popper, sólo que insiste en que lo que se somete a evaluación en la
actividad científica no son las teorías aisladas, sino conjuntos de teorías que conforman lo que
él llama “programas de investigación”. En estos últimos Lakatos distingue una parte central,
integrada por un conjunto de ideas que se mantiene inmutable y no se somete a revisión, y un
conjunto de enunciados más “periféricos”, que son los que se someten a contrastación y, en su
caso, se modifican o abandonan.
18 Aunque fue popperiano en una primera época, con el tiempo Feyerabend cambió de
postura hasta llegar a lo que él mismo llamó una “teoría anarquista del conocimiento”, en
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sino como esquemas argumentativos ampliamente aceptados que pueden servir de base para
infinidad de argumentos, según la materia a la cual se apliquen. En la lógica inventiva se les
llama “lugares” por ser “de donde” se pueden sacar los argumentos, y se les dice “comunes”
por dos razones: la primera porque son aceptados y compartidos por muchas personas, y la
segunda porque son aplicables a materias de diversos tipos (es decir, no son específicos).
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y ¡listo! No tendría sentido preguntarle a cada quien por quién vota, como
tampoco tiene sentido preguntar quién vota para que el triángulo siga te-
niendo tres lados. En ambos casos se trataría de algo que sólo puede ser de
una manera y, por lo tanto, no depende de nuestra decisión.
En todos estos casos y más, que son los que enfrenta diariamente el
hombre, no estamos, pues, en el terreno de lo necesario ni de los razona-
mientos rigurosos. ¿Habrá que decir, entonces, que estamos fuera de la ra-
zón? Si reducimos la razón y la lógica a un único método o modo de razo-
nar, el analítico, entonces sí habría que decir que la mayor parte de la vida
del hombre quedaría abandonada al terreno de lo irracional. Pero, afortu-
nadamente, la razón no tiene un único método, sino que cuenta con diver-
sidad de modos de argumentar, para manejarse en estos distintos terrenos.
(2a.) Aun en los objetos que serían susceptibles de ser tratados con argu-
mentos demostrativos, el argumentante no siempre tiene los conocimientos
(premisas) necesarios para hacerlo de esa manera, así es que muchas veces
sólo puede abordarlos con argumentaciones probables.
Hemos visto, en el apartado anterior, que, al menos desde la perspectiva
aristotélica, no puede haber verdaderos argumentos demostrativos si no se
cuenta con las premisas sobre los principios propios del objeto tratado; eso
nos llevaba a concluir que, en estricto sentido, sólo hay demostraciones en el
ámbito de la ciencia. Ahora bien, una gran cantidad de personas no cuenta
con mayores conocimientos científicos y, sin embargo, argumenta cotidiana-
mente acerca de los más variados temas; es más, aun las personas que tienen
conocimientos de alguna ciencia particular, quizá formulen argumentos de-
mostrativos en ese ámbito restringido de su conocimiento científico, pero en
muchos otros temas y situaciones de su vida, sobre los cuales no tienen cono-
cimiento científico (nadie es experto en todas las ciencias) seguramente utili-
zan argumentos simplemente probables, basados en opiniones verosímiles o
comúnmente aceptadas. Así, por ejemplo, una persona dedicada a la ciencia
de la biología quizá pueda hacer muchos argumentos demostrativos acerca de
los seres vivos, pero respecto a razonar sobre cómo invertir o administrar su
sueldo, probablemente sólo tenga argumentos “retóricos”, simplemente per-
suasivos, basados en premisas de simple “sentido común”, argumentos estos
muy distintos —mas no por ello irracionales—, de los que, sobre el mismo
tema, podría dar un economista o un experto en finanzas.
Creo que este punto se extiende todavía más allá del ámbito personal;
en el mismo desarrollo de una ciencia particular, a lo largo de la discusión
científica, los científicos no tienen, desde un principio, la profundidad de
conocimiento que alcanzarán en estadios posteriores; es decir, no todas sus
premisas son, desde el comienzo, sobre los “principios propios” de su obje-
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Pero es que además [la dialéctica] es útil para las cuestiones primordiales pro-
pias de cada conocimiento. En efecto, a partir de lo exclusivo de los principios
internos al conocimiento en cuestión es imposible decir nada sobre ellos mis-
mos, puesto que los principios son primeros con respecto a todas las cosas, y
por ello es necesario discurrir en torno a ellos a través de las cosas plausibles
concernientes a cada uno de ellos. Ahora bien, esto es propio o exclusivo de
la dialéctica. En efecto, al ser adecuada para examinar [cualquier cosa], abre
camino a los principios de todos los métodos.
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ción) por varias razones: primera, porque el objeto tratado sea contingente,
sólo de lo opinable y no susceptible de ciencia; segunda, porque aunque
el objeto en sí sea de suyo susceptible de un estudio científico y de una de-
mostración, nosotros lo manejemos sólo en el terreno de la opinión por no
contar con las premisas acerca de los principios esenciales del objeto, o bien
(tercera) porque, aun conociendo tales premisas, calculamos que nuestro
oyente no podría seguir una argumentación así, o no es pertinente, por cual-
quier circunstancia, hacerla en ese momento.
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Título
3. ARGUMENTACIÓN
Mtra. Erika Berenice Valles Oropeza
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capítulo Quinto
LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA
I. Derecho y argumentación1
1 Al iniciar el tratamiento de este punto, vale la pena insistir en que, a lo largo de todo
este estudio, se ha manejado el término “argumentación” en su sentido más amplio, es decir,
el que incluye tanto al razonamiento demostrativo, como al razonamiento retórico o “per-
suasivo”. Cabe recordar esta observación, ya que, como se ha señalado anteriormente, hay
autores que utilizan el término “argumentación” para referirse únicamente al segundo de
estos tipos de razonamiento.
73
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A. La antigua Grecia
2 Para una detallada explicación de los fenómenos ocurridos alrededor de esta época se
puede consultar la obra de Werner, Jaeger, Paideia, México, Fondo de Cultura Económica,
1957, particularmente el capítulo III del libro II.
3 El tirano Hierón muere en 468 a. C., y en 466 es expulsado de Siracusa el tirano
Trasíbulo.
4 Tal es el caso, por ejemplo, de Demóstenes, Iseo y Lisias, entre otros.
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los jueces se ven en una situación análoga a la de los nobles de aquella época, en el sentido
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de que, al motivar y justificar su decisión, saben que ya no sólo tienen como auditorio a otros
con la misma preparación que ellos, es decir, a otros juristas, sino a las partes litigantes y a la
población general que, gracias a los actuales medios de comunicación, está pendiente de sus
decisiones. Así, dice Perelman (1988, p. 228): “No hay que olvidar que las decisiones de la
justicia deben satisfacer a tres auditorios diferentes, que son: de un lado, las partes en litigio,
después, los profesionales del derecho, y, por último, la opinión pública, que se manifiesta a
través de la prensa y de las reacciones legislativas que se suscitan frente a las sentencias de
los tribunales”.
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6 Fragmento 1.
7 Aunque sería exagerado adjudicar a Protágoras un desarrollo filosófico completo de
tal postura.
8 En el Teeteto de Platón se da un ejemplo de este relativismo. Suponiendo el caso de que
haya hecho viento, para quien hubiese sentido el viento como tibio, el viento es tibio, y para
el que lo hubiese sentido frío, el viento es frío. Cabe destacar que aquí Protágoras no está
hablando de cómo le parece el viento a cada uno, sino de cómo es el viento.
9 De hecho, según Aristóteles, en ella radica una de las principales razones de la utilidad
de este arte.
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Gorgias nació en Leontini, Sicilia, alrededor del año 485 a. C. Fue fa-
moso no sólo por su habilidad retórica, sino también por haber desempe-
ñado importantes funciones diplomáticas. Aunque el contenido filosófico
de su pensamiento es mucho más pobre que el de Protágoras, sin embargo,
la maestría que alcanzó en el arte de la elocuencia es notable, no en vano
lleva su nombre el diálogo platónico dedicado a la retórica. Lo más carac-
terístico de este autor fue haber introducido en la retórica elementos de los
que tradicionalmente se servía la poética; por ejemplo: el uso de palabras no
comunes en el lenguaje cotidiano,10 adorno excesivo y lenguaje figurado,11
etcétera. Con la aportación de recursos poéticos al servicio de la retórica,
inicia Gorgias una nueva etapa en la oratoria ateniense.
Gorgias expuso sus teorías retóricas en un Arte donde se contenían pre-
ceptos y enseñanzas como, por ejemplo, el manejo del ridículo dentro del
discurso. De esto último nos da noticia Aristóteles: “Acerca de las cosas risi-
bles, puesto que parece tienen alguna utilidad en los debates, decía Gorgias
que es preciso estropear la seriedad de los adversarios con la risa, y la risa
con la seriedad, en lo cual tenía razón”.12
Un ejemplo de aplicación de esta estrategia lo tenemos, precisamente,
en el Gorgias platónico, donde Polo de Agrigento —discípulo de Gorgias—
la usa en contra de Sócrates:
Sócrates: Entonces, nunca será más feliz ninguno de los dos, ni quien de ma-
nera injusta se apodera de la tiranía, ni quien sufre castigo —pues de dos des-
dichados ninguno podría ser más feliz— pero ciertamente es más desdichado
quien reina como tirano sin haber sido descubierto. ¿Qué es esto, Polo? ¿Te ríes?
¿Es ésta a su vez otra forma de refutación, reír cuando alguien dice algo, mas no refutar?
Polo: ¿No crees estar refutado ya, Sócrates, si dices cosas tales que ningún
hombre afirmaría?13
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de arrebatar algunos sofistas, así como con el esfuerzo por entender el ser y
deber-ser del arte de la argumentación manejado por aquellos personajes.
Destaca aquí la gran figura de Platón, cuya aversión hacia la retórica es
bien conocida. Sin embargo, a pesar de los ataques que le hace, Platón re-
conoce la importancia de este arte.14 De lo contrario, quizá no le habría de-
dicado el Gorgias, uno de sus diálogos más extensos, ni la habría tratado tan
ampliamente en el Fedro. Su actitud, si bien hostil, no es destructiva. Plantea
crudamente las dificultades, pero también propone soluciones.
La mayor preocupación de Platón en lo referente al tema de la retóri-
ca es señalar el enorme peligro que representa. La retórica, empleada con
injusticia, puede llevar a una ciudad entera a quitar sus ojos del verdadero
bien para fijarlos sólo en las apariencias. De hecho, muchos de los oradores
existentes hasta entonces no se preocupaban por conocer y dar a conocer
lo bueno y lo malo, sino sólo por agradar a los hombres, proporcionándoles
placer, y mantener, así, el poder.
Sin embargo, en el Gorgias, Platón parece admitir que el uso injusto que
puede hacerse de la retórica no debe reprochársele a la retórica en cuanto
tal, pues aunque es cierto que hay una “retórica mala”, también lo es que
puede haber una “retórica buena”, una “retórica conforme al arte”. ¿Qué
características tendría, según Platón, esta “retórica buena”? El verdadero
orador, el que realmente actúa conforme al arte, es aquel que al hablar lo
hace teniendo en cuenta la justicia, el orden y la belleza del alma; aquel que
se preocupa siempre por generar la virtud en sus conciudadanos. Para esto,
tal orador debe tener un verdadero conocimiento (y no sólo apariencia de
conocimiento) acerca de lo que es el hombre y cuál es su verdadero bien. Y
este bien verdadero no siempre se identifica con lo placentero;15 por lo tan-
to, contrario al uso de muchos oradores populares, que buscaban agradar a
su auditorio y decirle aquello que quería oír, el buen orador, el artista de la
“retórica buena”, debe “procurar que las almas de los ciudadanos lleguen
a ser lo mejor posible y luchar para decir lo mejor, sea ya más placentero o
14 Éste es un tema sobre el que se ha escrito mucho. Para profundizar en él podría con-
sultarse, entre muchas otras, la obra de Gómez Robledo, Antonio, Platón. Los seis grandes temas
de su filosofía, pp. 467-511.
15 Para Platón, que el bien del hombre no es el placer en sí mismo se comprende al
constatar que, entre los placeres, algunos proporcionan salud al cuerpo, pero otros, todo lo
contrario. Platón, por boca de Sócrates, quiere atacar a quienes identifican la felicidad y bien
del hombre con los placeres, y así los ridiculiza diciendo que “ya que los que tienen sarna y
sienten comezón experimentan un gran placer rascándose, habrá que decir si “al tener sarna
y sentir comezón, poder rascarse ampliamente y pasarse la vida rascándose significa vivir
felizmente”.
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más molesto para los oyentes”.16 Una retórica así sí valdría la pena estudiar-
se; una retórica así sí podría ser considerada un verdadero arte; una retórica
así no sería atacada por Platón, “pero —continúa inmediatamente— tú no
has visto jamás esta clase de retórica”.17
La conclusión del Gorgias no es optimista. Habiendo tantos hombres
que se dedican a la “retórica adulatoria” sería difícil que el pueblo escucha-
ra al “verdadero orador”, al “orador justo”, porque lo que éste tiene que
decir no siempre resulta placentero. Sócrates, que en este diálogo platónico
representaría al “orador justo”, parece saber que su falta de “retórica adu-
latoria” lo llevaría a la muerte, si alguna vez fuera acusado injustamente...18
Llegado el caso, “puesto que no digo las palabras que cada vez digo para
complacer, sino para lo mejor... seré juzgado como sería juzgado un médico
entre niños, acusado por un cocinero”. Tal cocinero hablaría de los placeres
que él mismo les proporcionó, y de los dolores y sinsabores que les dieron
las curaciones del médico. Y aunque el médico dijera a los niños que todo
eso lo había hecho por su bien, sería difícil que ellos lo entendieran así. Lo
declararían culpable. “Yo sé —continúa Sócrates— que ciertamente a mí
me pasaría algo parecido si fuera al tribunal... Pero si yo finalmente murie-
ra por falta de retórica adulatoria, sé bien que verías con cuánta facilidad
soporto la muerte”.19
Estas páginas, que se encuentran ya hacia el final del Gorgias, llevan
una conmovedora alusión a la muerte de Sócrates, el maestro de Platón, su
modelo de “buen orador”, de “orador justo”. Platón no pudo evitar ver en
la condena a muerte de su amigo y maestro un ejemplo más de la injusticia
con que se hacía uso de la retórica. No es de extrañar, pues, su hostilidad
hacia este arte. Sin embargo, sería difícil no percatarse, al leer sus obras, de
que Platón mismo, además de su grandeza como filósofo, tenía un dominio
extraordinario del arte retórico. Como ejemplo de esto —y para concluir
este apartado no sin antes hacer por lo menos una breve alusión a la labor
de Platón como artista (y no sólo como crítico del arte retórico)— recorde-
mos el hermoso párrafo final de la Apología, en el cual Platón rememora las
palabras de Sócrates después de haber sido condenado a beber la cicuta:
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20 Juan Luis Vives, el filósofo del Renacimiento, no está de acuerdo con la clásica división
de la retórica. No hay por qué reducir el dominio del arte de la palabra a los géneros judicial,
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como criterio el papel que juega el oyente en cada caso, esto es, cuando se
pronuncia un discurso (o se da a conocer de cualquier otro modo) el oyente
puede actuar de dos maneras: como árbitro de lo que se dice o como simple
espectador. Cuando el oyente actúa como árbitro puede hacerse aun otra
distinción, que será la decisiva para indicar de cuál genero de retórica se
trata: si aquello de lo que juzga el oyente son cosas pasadas, entonces ése es
un caso de retórica judicial o forense, pero si aquello sobre lo que tiene que
juzgar se refiere a cosas futuras, entonces se habla de retórica deliberativa.
En cambio, cuando el papel del oyente es el de simple espectador, el género
del discurso es el demostrativo.
El tipo de retórica que Aristóteles llama “forense” o “judicial” trata de
asuntos “del pasado”, es decir, que ya ocurrieron, por ejemplo, un crimen
que se cometió o cualquier otra acción que se llevó a cabo. En estos casos,
como se decía, la función del oyente es la de árbitro o juez, y su arbitraje consis-
tirá en juzgar la bondad o maldad de dicha acción, o si tal persona cometió o
no cometió el crimen, etcétera. El auditorio u oyente prototípico en este gé-
nero de retórica sería el juez o los jueces de un tribunal, y la tarea del orador,
por su parte, consistirá en defender o acusar (según sea el caso), intentado
inclinar la opinión de los jueces hacia uno u otro lado. Para esta tarea es
importante que el orador conozca ciertos tópicos que le ayuden a defender
su causa. Aristóteles proporciona (Retórica, I, 10, 1368 b, 13 y ss.) una amplia
lista de tópicos aplicables en la retórica judicial, que se refieren a las causas
por las que se comete injusticia, cuál es la disposición de quienes la cometen
y contra quiénes se comete, etcétera. Conociendo estos tópicos, el orador
podrá más fácilmente argumentar que el acusado no tiene ninguna de tales
características (si es que intenta defenderlo), o bien, si pretende acusarlo,
tratará de ver cuántas y cuáles de ellas le son aplicables.
En la retórica deliberativa, en cambio, el orador trata de persuadir so-
bre alguna cosa futura, presentándola ya sea como algo útil —y, por tanto,
animando a realizarla o conseguirla—, o bien, como algo dañino —y, por
tanto, disuadiendo de ello—. Y así como en el género judicial Aristóteles es-
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tudió los tópicos sobre las acciones justas e injustas, en el género deliberativo
considera detenidamente21 los tópicos a partir de los cuales puede construir
la retórica deliberativa sus argumentos, los cuales giran en torno a cuáles
sean las cosas buenas y convenientes, los bienes según su magnitud, su ne-
cesidad, su utilidad, su duración, etcétera. Hablando de temas concretos,
en su Retórica, Aristóteles considera que, usualmente, este género de retórica
trata temas como los ingresos fiscales, la guerra y la paz, la custodia del país,
la legislación, etcétera. Por supuesto que ellos están muy lejos de agotar los
posibles temas de la retórica deliberativa,22 pero son ejemplos muy repre-
sentativos de este género de retórica, y eran precisamente esos asuntos los
que usualmente se discutían en su época durante las asambleas públicas,
las cuales serían un ejemplo típico de la clase de auditorio propia de la ora-
toria deliberativa. Un ejemplo de nuestros días lo tenemos en las cámaras
de senadores y diputados.
Como se vio, el auditorio u oyente puede jugar el papel de árbitro o el
de espectador. En los géneros judicial y deliberativo funge como árbitro, de-
bido a que el orador habla sobre asuntos pendientes, esto es, que aún no han
sido decididos y, por lo tanto, requieren la intervención directa del oyente,
ya sea para juzgar sobre cosas pasadas o para decidir sobre cosas futuras.
En cambio, en la retórica demostrativa el oyente actúa como espectador. En
este género de retórica su actuación no influye en la decisión del caso, pues
se trata de asuntos resueltos, acabados, acerca de los cuales ya no hace fal-
ta decidir nada, por ejemplo, la alabanza de algún personaje histórico o la
exaltación de una determinada virtud, o un elogio fúnebre, etcétera.
La finalidad de la oratoria demostrativa es la alabanza y el vituperio,
por tanto, en ella el orador habrá de tener presentes las cualidades por las
que se ensalza y se reprocha, que pueden ser, por ejemplo, la virtud y el
vicio, lo noble y lo bajo, etcétera. También en relación con ello, Aristóteles
menciona algunos tópicos para la alabanza en general, o para la alabanza
ante ciertos auditorios, etcétera.23
En lo que respecta a la valoración aristotélica de los tres géneros retóri-
cos, Aristóteles considera que el género más valioso de todos es el delibera-
tivo, por ser en donde los asuntos son tratados de manera más directa y con
base en los argumentos (esto, al menos, en la época del filósofo). En cambio,
la oratoria forense (judicial) se presta más, según el estagirita, a tratar sobre
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cosas ajenas al asunto, intentando desviar la atención del juez por medio
de halagos u otras triquiñuelas. Así, la decisión del juez muchas veces no se
basa en los argumentos que realmente conciernen al asunto tratado, sino en
el propio agrado y el favoritismo que un orador astuto logró despertar en él.
Según Aristóteles, esta diferencia entre géneros retóricos se debe a que
en la oratoria deliberativa se tratan asuntos cuya solución afecta a todos, in-
cluyendo a los que deciden, por eso mismo, tratan de decidir lo mejor. En
cambio, en la oratoria forense el juez no trata sobre algo propio, sino ajeno,
y por eso no se esfuerza por analizar con detenimiento el asunto ni tomar la
decisión más acertada.
Por lo que toca al género demostrativo o epidíctico, en la Antigüedad
muchos lo consideraban más emparentado con el arte teatral o con la litera-
tura, debido a que, a diferencia del género deliberativo y judicial, que trata-
ban sobre temas controvertidos donde la opinión despertada en los oyentes
resultaba decisiva para cada caso, en la oratoria demostrativa se hablaba de
asuntos no controvertidos. No se intentaba hacer cambiar al oyente de opi-
nión, sino sólo reforzar la que ya tenía sobre un punto determinado.24 Así,
pues, en opinión de Aristóteles,25 los discursos de este género de retórica no
tenían gran consecuencia práctica o, al menos, ésta no era tan visible como
en los géneros judicial y deliberativo.
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Pero, ¡por Zeus! ¿Hay alguien sensato que estime quién observa los tratados
de paz y quién hace la guerra por solas las palabras y no más bien por las
obras? ¡Ninguno por cierto! Y Filipo, desde los comienzos, apenas ajustadas
las paces, [...] se apoderó de Serrio y de dorisco y expulsó de la Acrópolis de
Serrio y de hieron Teijos a la guarnición que había establecido ahí el estrate-
34 Sin embargo, los comienzos no fueron fáciles para Demóstenes; por esta misma
época pronunció su primer discurso en público, lo cual resultó una dura experiencia. Se
cuenta que cuando subió a la tribuna fue atacado por un tic nervioso que destacaba aún más
su enclenque constitución física. Además, su manera de construir las frases resultaba dema-
siado rebuscada y difícil de entender. Todo esto, unido a la debilidad de su voz y al hecho
de que tartamudeaba un poco, provocó las carcajadas y burlas de los asistentes. A pesar de
todo ello, Demóstenes no se dio por vencido, lejos de desanimarse, decidió dedicarse
tenazmente a vencer todos esos defectos de su naturaleza. Cuentan que para corregir su
tartamudez se llenaba la boca de piedrecillas, a fin de desarrollar mayor elasticidad en los
músculos de la lengua y boca, y lograr así una pronunciación clara; para dar mayor fuerza y
sonoridad a su voz declamaba frente al mar tempestuoso, procurando que su voz destacara
al estruendo de las olas; en lo intelectual, se cultivó con el estudio de la filosofía platónica y
de las obras de Tucídides.
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B. La antigua Roma
a. Periodo preciceroniano
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Otro gran orador de esta época fue Tiberio Sempronio Graco (210-158
a. C.), padre de los célebres tribunos Tiberio y Cayo Graco. Estos últimos
heredaron la elocuencia de su padre y tuvieron una esmerada educación
que les hizo desarrollar una gran compasión hacia el débil y el oprimido.
Esta educación humanitaria les llevaría —entre otras acciones— a la crea-
ción y lucha por la famosa “Ley agraria”, contra el latifundismo y a favor
de los desposeídos.
Lucio Licinio Craso vivió del año 140 al 91 a. C. Desde muy joven en-
tró a la vida política y destacó en ella. Cuando estuvo en Asia, elevó a gran
perfección los estudios retóricos y filosóficos. En el año 95 fue nombrado
cónsul. Llegó a ser la cabeza del partido de la aristocracia moderada, gra-
cias a su enorme elocuencia. Fue uno de los mejores oradores de su tiempo,
y Cicerón lo presenta como uno de sus personajes en el diálogo De Oratore.
b. Cicerón
El más insigne orador que tuvo Roma, Marco Tulio Cicerón, nació en
Arpinio en el año 106 a. C. El orador L. Craso dirigió sus estudios y, poste-
riormente, realizó también estudios de filosofía y derecho.
A los 26 años hizo su primera defensa en el foro, teniendo como adver-
sario al célebre orador Hortensio, uno de los más importantes de su tiempo.
Al año siguiente Cicerón tuvo el valor de defender una causa sumamente
difícil, que consistía en una acusación de parricidio, en la que aquellos que
sostenían la acusación eran precisamente los que habían cometido el cri-
men, pero se sentían muy seguros por ser los favoritos del dictador Sila. Era
una causa que desde el principio se veía prácticamente perdida.36 No bas-
taba con demostrar la inocencia del acusado y la culpabilidad de los acusa-
dores (que Sila ya conocía), sino también actuar de tal manera que Sila no
se sintiera comprometido. Finalmente Cicerón triunfó sobre las dificultades
y ganó el pleito, pero, temeroso de algún resentimiento por parte de Sila,
marchó a Atenas, pretextando mala salud.
Después de la muerte de Sila, Cicerón volvió a Roma y entró más de
lleno a la vida política, otorgándosele un cargo en Sicilia. Ahí supo ganarse
36 Plutarco cuenta que en esa ocasión, al joven acusado “como nadie quisiese defen-
derle, huyendo todos de ellos por temor de la venganza de Sila, en este abandono acudió
aquel joven a Cicerón. Estimulaban a éste sus amigos, diciéndole que con dificultad se le
presentaría nunca otra ocasión más bella ni más propia para ganar fama; movido de lo cual
admitió la defensa, y habiendo salido con su intento, fue admirado de todos” (Plutarco: s. II
[1964], p. 309).
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c. Quintiliano
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modo de hablar, ya que lo que se aprende en los primeros años es lo que más
se recuerda y se conserva, “como las vasijas nuevas, el primer olor del licor
que recibieron, y a la manera que no se puede desteñir el primer color de
las lanas” (Quintiliano: Instituciones oratorias, I, p. 1).
Luego llega la edad en que el niño puede ir a la escuela. Y aunque
Quintiliano comprende las razones de quienes prefieren una educación pri-
vada —la mayor de la cuales es el temor al contagio de malas costumbres
y de falta de atención por parte del maestro, al tener que cuidar tantos ni-
ños— ve muchos más beneficios en la educación pública. En efecto, si el
niño ha de dedicarse, en un futuro, a la oratoria, si tendrá que asistir a los
pleitos y a las asambleas, es importante que se acostumbre desde pequeño a
no asustarse de la gente.
Antes de iniciar propiamente el estudio de la retórica, según el plan de
Quintiliano, es conveniente que el niño adquiera habilidad y conocimiento
en otras disciplinas (como geometría, música, etcétera.) A esto se podría
objetar que ha habido muchos que, sin esa preparación previa, han llegado
a ser buenos oradores. Quintiliano no lo niega, pero hace hincapié en que
lo que él pretende no es formar cualquier clase de orador u oradores como
los que hasta entonces había habido, sino el orador perfecto. Un orador así
tendrá conocimiento de muchas disciplinas, un saber prácticamente enci-
clopédico, pues no puede ser perfecto aquello a lo que le falta alguna parte.
En la segunda parte del libro II, Quintiliano presenta su célebre defi-
nición de retórica: “arte de bien decir”, y critica otras definiciones que de
ella se habían dado. Aquí el orden de ideas es muy similar al que se sigue
en el Gorgias de Platón: contra los que definen a la retórica como “arte de
persuadir” hay que decir que también muchas otras cosas persuaden, como
el dinero, la belleza, etcétera, y, por lo tanto, no habría que considerar a
la persuasión propiedad exclusiva de la retórica; contra los que la definen
como “fuerza del persuadir por medio de palabras” habría que decir que
también otros, sin ser rétores, persuaden por medio de palabras, y contra
la definición de Aristóteles, “facultad de considerar los medios para persua-
dir”, Quintiliano dice que caen en el mismo error anterior y, además, sólo
se refiere a la invención y no a las otras partes de la retórica.
Por último, después de refutar a todos aquellos que opinan que la re-
tórica no es arte, y a aquellos que dudan de su utilidad, Quintiliano inicia
la parte técnica de su obra, la cual se extiende del libro III al libro XI. Las
ideas que en esta parte se manejan son, fundamentalmente, las mismas de otros
tratadistas: cuáles son los distintos géneros de retórica, las partes de este arte
(inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio), etcétera.
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39 Esto no quiere decir que tales ejercicios no fueran de ningún provecho, todo lo contra-
rio. Cicerón y Quintiliano los realizaron ellos mismos y los recomendaron para la formación
de los oradores. En realidad, la reprobación que han merecido se debe —como comenta
Roberto Heredia en su versión del Diálogo sobre los oradores, de Tácito— a que los temas
eran completamente inverosímiles y siempre los mismos, y a que, al correr el tiempo, ya no
parecía que estos ejercicios declamatorios persiguieran adiestrar a los jóvenes para una real
actividad oratoria futura, sino que los jóvenes estudiaban y se preparaban para tales decla-
maciones. Más que medio de aprendizaje, se habían convertido en un fin. Fue esto lo que
llevó a exclamar a Séneca el padre: “Del mismo modo que en todas las cosas, así también en
las letras nos afecta la intemperancia; no para la vida, sino para la escuela aprendemos”.
40 Esta obra ha sido atribuida a diversos autores, como Quintiliano, Plinio el Joven, Sue-
tonio, etcétera, sin embargo, actualmente existe el acuerdo casi unánime de que el verdadero
autor es Tácito, el gran orador e historiador latino que vivió, aproximadamente, del año 54
al 120 de nuestra era.
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nada, sin pompa, sin honor, casi diría sin libertad, se aprende como uno de
los más sórdidos oficios” (ibidem, XXXII, 4).
Tales son las razones que Tácito pone en labios de Mesala, pero otro de
los interlocutores del diálogo, Materno, añade algo nuevo: razones de tipo
político. Una causa importante de la decadencia de la oratoria es el cam-
bio en la forma de gobierno de República a Imperio. Esta idea ya se había
mencionado anteriormente, al haber menos posibilidades de participar en
la vida pública, es lógico que decrezca el arte de la elocuencia, por haber
menos oportunidad de ejercerlo:
La gran elocuencia, como la llama, con materia se alimenta y con los movi-
mientos se excita y quemando alumbra. La misma razón también en nuestra
ciudad impulsó la elocuencia de los antiguos. Porque, aun cuando también los
oradores de estos tiempos han alcanzado aquellas cosas que en una república
ordenada, tranquila y feliz era lícito concedérseles, sin embargo, en aquella
perturbación y licencia mayores beneficios parecía que alcanzaban para sí,
cuando, mientras todo estaba revuelto y se carecía de un único moderador,
tanto sabía cada orador, cuanto podía persuadirse al pueblo errante. De aquí
las continuas leyes y el renombre popular; de aquí las arengas de los magistra-
dos que casi pernoctaban en la tribuna rostral; de aquí las acusaciones a reos
poderosos y las enemistades legadas aun a las familias; de aquí las facciones
de los próceres y las continuas luchas del senado contra la plebe. Cada una de
estas cosas, si bien desgarraban la república, sin embargo estimulaban la elo-
cuencia de aquellos tiempos y parecían colmarla de grandes premios (ibidem,
XXXVI, pp. 1-4).
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manera, cuando todos los hombres tienen buenas costumbres y todos aca-
tan el gobierno del que rige, no hay ni a quién acusar, ni a quién defender,
ni sobre qué deliberar y, por tanto, la retórica tiene muy poca tarea que
realizar. No sabemos si las cosas realmente eran tan felices como aquí se
describen, o si el autor se sentía observado por ese mando único que tenía
todo bajo su control; pero ya sea por una razón o por otra, el caso es que las
discusiones en el foro público ya no tenían la misma intensidad ni dinámica
que antes, y eso repercutió directamente en el arte de la persuasión.
El debilitamiento de la retórica que se dio en Roma a la caída de la
República no fue un fenómeno único en la historia, lo mismo había ocu-
rrido ya con la conquista de Atenas, y ocurriría también en otras épocas y
lugares. No podemos detenernos mucho para analizar todo esto en detalle,
pero sirva el recuerdo de esta etapa de la historia como una muestra de lo
que ocurre cuando no hay lugar para la libre expresión: la capacidad argu-
mentativa del hombre se mantiene latente pero, como toda potencialidad
no ejercitada, se va debilitando poco a poco.
Sirva también esta reflexión para descubrir la estrecha relación entre la
actividad del abogado y el arte de la argumentación, al quedar bien claro,
por un lado, que una de las actividades centrales del jurista es la argumen-
tación, pero también uno de los ámbitos más importantes para el ejercicio,
desarrollo y perfeccionamiento de la argumentación se encuentra en la rea-
lización de las tareas propias del jurista.41
gumentación se reduce al ámbito del derecho (ni viceversa); claro ejemplo de ello es lo que
ocurrió en la Edad Media, que siguió inmediatamente a la etapa donde se detuvo nuestro re-
corrido histórico. En efecto, sería injusto dejar de mencionar que, aunque la argumentación
durante el Medioevo no se desarrolló en la misma vertiente en que lo había hecho durante los
siglos anteriores, sí lo hizo a través de un nuevo tipo de retórica: el ars praedicandi, la elocuencia
sacra —que retoma las técnicas del antiguo arte retórico, pero adaptándolas a las necesida-
des y circunstancias de los predicadores cristianos— y mediante el ejercicio de la dialéctica
(que ya no de la retórica) en la llamada disputatio o polémica medieval, hermoso modelo de
diálogo racional, de argumentación dialógica, en donde, a pesar de haber una “lucha”, una
polémica de fondo, hay una atenta escucha del otro y un auténtico deseo de alcanzar la ver-
dad por medio del esfuerzo común (para profundizar en el tema de la disputatio medieval, se
recomienda la obra de Pieper, Josef, Filosofía medieval y mundo moderno, 1979.
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argumentación y derecho. Sin embargo, hay que destacar que los términos
de esta relación no siempre se han dado de la misma manera: el papel de
la argumentación dentro del derecho se modifica, evidentemente, según la
concepción que de él se tenga; por ejemplo, si predomina una visión po-
sitivista del derecho, es natural que se considere como la manera ideal de
argumentar la propia del silogismo deductivo; en cambio, para los partidarios
del sociologismo jurídico, la lógica deductiva o formal no puede satisfacer
las necesidades argumentativas del derecho, sino sólo una lógica “informal”,
lo que muchos llaman una “teoría de la argumentación”. Surge entonces la
pregunta de cuál es el modo de argumentar que deba considerarse como
propio de la jurisprudencia, en qué consiste la “lógica jurídica”. Este punto
se tratará en lo que sigue.
Si los argumentos son la expresión de los razonamientos, y éstos son
el objeto de estudio de la lógica, entonces, en ese sentido, podría, quizá,
inferirse que el razonamiento jurídico será estudiado por la lógica jurí-
dica. Pero, ¿qué es la lógica jurídica? En un primer acercamiento, res-
ponderíamos que solemos utilizar tal expresión, “lógica jurídica”, para
designar el conjunto de operaciones intelectuales propias de los juristas.
Sin embargo, con eso no hemos avanzado mucho, pues aún no hay con-
senso respecto a cuáles sean tales operaciones, es más, aun en los casos
en que se detectan esquemas argumentativos de un tipo específico, como,
por ejemplo, los llamados argumentos a fortiori, a simili y a contrario, no
hay acuerdo sobre si ellos deban considerarse como razonamientos pro-
pios de la lógica deductiva o propios de la retórica o teoría de la argu-
mentación.42
La sola expresión “lógica jurídica” genera ya, por sí misma, numerosos
cuestionamientos en la mente de los autores que han estudiado este tema,
el primero de los cuales podría ser: “¿existe realmente una lógica jurídica?
Bobbio se plantea este problema en los siguientes términos:
Cuando se habla de lógica jurídica, ¿se pretende hablar de una lógica autó-
noma, de una lógica especial, o de una lógica aplicada? Si nos limitamos a
los hechos, la respuesta correcta debería ser la tercera: por “lógica jurídica”
se entiende comúnmente una lógica aplicada, o bien la aplicación al discurso
jurídico de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general. Si se exa-
minan los autores citados en este parágrafo, se verá que explícita o implícita-
mente pretenden estudiar el discurso jurídico desde el punto de vista de los
resultados a los que han llegado los estudios de lógica en general: son apli-
42 Véase, por ejemplo, la divergencia de opinión entre Kalinowski y Perelman, citada por
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Así, pues, según estos autores, al hablar de “lógica jurídica” no nos re-
ferimos a un tipo especial de lógica, sino a una aplicación de la lógica (esto
es, de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general) al ámbito del
derecho. Sin embargo, aun concediendo esto último —que la lógica jurídica
es sólo una aplicación de la lógica formal—, puesto que el modo en que co-
tidianamente razonan los juristas no es el modo cotidiano de razonamiento
de un matemático o de un filósofo (por citar los mismos ejemplos de Bobbio)
o cualquier otro profesional de las diversas áreas del saber, a pesar de que
estos últimos también aplican la misma lógica formal, cabe todavía cues-
tionar: ¿Qué papel juega esa lógica dentro de su disciplina? ¿Esa aplicación
de la lógica formal deductiva agota el conjunto de los razonamientos pro-
pios de los juristas, o hay algunos de sus razonamientos que quedan fuera
de tal lógica?
Sabemos que hay autores para quienes la lógica, entendida como lógica
deductiva, juega un papel protagónico en el derecho.44 Para ellos, el razo-
namiento jurídico no debería distinguirse del razonamiento formal. Si a
tales autores les hiciéramos las preguntas del párrafo anterior, seguramente
contestarían que el conjunto entero de los razonamientos jurídicos deben
caber perfectamente dentro del conjunto de razonamientos propios de la
lógica formal. Esta postura tendría una representación extrema en las pala-
bras de Leibniz:
43 Bobbio se refiere al artículo de Kalinowski, J., Y a-t-il une logique juridique?, de 1959.
44 Bobbio (2006, pp. 6-18) destaca tres momentos de la historia del derecho en que la ló-
gica formal ha sido considerada de importancia primordial: el iusnaturalismo, el positivismo
y el neokantismo.
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bien sirven para dar razón de los hechos y para regularlos con anticipación;
lo cual valdría para el derecho aun cuando no existiese en el mundo una sola
ley (citado por Bobbio: 2006, pp. 8 y 9).
Existen otros autores que, sin llegar a negar un papel a la lógica deduc-
tiva dentro del razonamiento jurídico, sí sostienen la insuficiencia de aquélla
en este terreno; recordemos, por ejemplo, las palabras de Alexy (2007, pp.
23 y 24) anteriormente citadas: “La decisión jurídica, que pone fin a una
disputa jurídica, expresable en un enunciado normativo singular, no se sigue
lógicamente, en muchos casos, de las formulaciones de las normas jurídicas que
hay que presuponer como vigentes, juntamente con los enunciados empíri-
cos que hay que reconocer como verdaderos o probados”.
A lo largo de la historia ha llegado a prevalecer, en una u otra etapa, al-
guna de estas posturas. Perelman (1988) distingue, en una apretada síntesis,
tres fases en la ideología judicial:
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del mismo Aristóteles, pues, entre otras razones, cabe recordar que para el estagirita no es
posible la demostración en las disciplinas prácticas (por tanto, no cabría hablar de silogismo
analítico dentro del derecho).
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46 Precisamente por eso surge la discusión sobre si es necesaria, o no, una lógica especial,
una lógica deóntica, para su tratamiento. Alchourrón y Bulygin (1991: p. 322) hacen referen-
cia a esta cuestión de la siguiente manera: “De acuerdo a un punto de vista muy difundido
entre los juristas y los filósofos del derecho no se necesita ninguna lógica de normas especí-
fica, es decir, ninguna lógica deóntica para dar cuenta del razonamiento judicial. Muchos
autores creen que la lógica de predicados de primer orden es perfectamente suficiente para
esta tarea (cfr. Miró Quesada). Más generoso, MacCormick aboga por una forma extendida
de la lógica de predicados en la que están admitidos cuatro tipos de predicados: (i) predicados
puramente descriptivos, (ii) predicados descriptivo-interpretativos, (iii) predicados valorativos
y (iv) predicados normativos”.
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Puesto que es el derecho una disciplina tan amplia y rica en matices, difícil-
mente podría tener exactamente el mismo modo de argumentar en todos los
temas que le son propios. De acuerdo con Atienza (2007, p. 3) existen al me-
nos tres contextos jurídicos en los que se llevan a cabo argumentaciones. El
primero es el de la “producción o establecimiento de normas jurídicas” (tanto
en su fase prelegislativa, como en la legislativa, que es donde propiamente se
manejan argumentos jurídicos, mientras que en la primera los argumentos
—según Atienza— son más de tipo político y moral); un segundo contexto
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Hizo falta esperar, como sabemos, a la Ley de 16-24 de agosto de 1790, para
que se planteara nítidamente el problema de la motivación tanto en lo civil
como en lo penal. El art. 15 del Título V de esta Ley indicaba que en todo
juicio “se expresarán el resultado de los hechos reconocidos y comprobados
por la instrucción y los motivos que hayan determinado el juicio”. Mas para
47 Sauvel, Historia del juicio motivado, citado por Perelman 1988, p. 202.
48 Ibidem, p. 203.
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49 Idem. Enseguida, profundizando un poco más, el doctor Fix-Zamudio hace notar que
“El citado artículo 14 constitucional señala el fundamento de las sentencias civiles (en sentido
amplio, es decir, comprende también las administrativas y las laborales) conforme a la letra
o a la interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta, en los principios generales del dere-
cho. En materia penal queda prohibido imponer, por simple analogía o aun por mayoría de
razón, pena alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que
se trata”.
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que opera en los razonamientos jurídicos no es una simple aplicación de la lógica deductiva,
sino una lógica deóntica, es decir, una lógica que incluye las modalidades de obligación,
prohibición y permisión.
Es el problema de si la lógica se aplica, o no, a las normas, es decir, el problema de si la de-
finición de argumento válido deductivamente, la cual se basa en las características de verdad
y falsedad de las proposiciones, es funcional cuando se trata de enunciados deónticos, para
los cuales no tiene sentido predicar verdad o falsedad. No abordaremos aquí este tema, sólo
dejamos anotada la reflexión de Atienza (2007): “En realidad, el problema con el que nos
tropezamos aquí consiste en que en la definición de argumento deductiva antes aceptada,
se contemplaban únicamente enunciados susceptibles de ser calificados como verdaderos o
falsos, y esta característica —según opinión generalizada aunque no unánime— no la poseen
las normas. Pero ello, lo que comporta es la necesidad de corregir aquella definición que
podría ahora formularse así: Tenemos una implicación o una inferencia lógica o una argumentación
válida (deductivamente), cuando la conclusión necesariamente es verdadera (o bien, correcta,
justa, válida, etcétera) si las premisas son verdaderas (o bien, correctas, justas, válidas, etcé-
tera)” (p. 16).
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(1) Todo órgano legislativo debe actuar dentro de los límites de las atri-
buciones que la Constitución le confiere.
(2) La Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legislatura es un
órgano legislativo.
(3) Por tanto, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legis-
latura debe actuar dentro de los límites de las atribuciones que la
Constitución le confiere.
En esos casos sería necesario añadir una o varias premisas más, por me-
dio de las cuales se pudiera ver claramente cómo se deduce la conclusión a
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partir de las premisas. Alexy (2007) hace notar que éste es, quizá, el aspecto
más valioso de la justificación interna: ayuda a descubrir todas las premisas
cuya existencia es necesaria para arribar a una determinada conclusión, sin
permitir que tales premisas se “cuelen” subrepticiamente:
Engisch indica con razón que “extraer una conclusión como tal... (supone)
un esfuerzo mínimo; la principal dificultad estriba en hallar las premisas”.
Sin embargo, la exigencia de justificación interna no carece de sentido. En la
justificación interna debe quedar claro qué premisas hay que justificar exter-
namente. Presupuestos que de otra manera quedarían escondidos, deben ser
formulados explícitamente (Alexy: 2007, p. 221).
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dada una proposición jurídica que afirma una obligación jurídica relativa a
un sujeto o a una clase de sujetos, esta misma obligación existe respecto de
cualquier otro sujeto o clase de sujetos que tenga con el primer sujeto o clase
de sujetos una analogía bastante para que la razón que determinó la regla
relativa al primer sujeto (o clase de sujetos) sea válida respecto del segundo
sujeto (o clase de sujetos) (Perelman: 1979 [1988], p. 79).
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2. Argumento a fortiori
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3. Argumento a contrario
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4. Argumento de la dirección
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...el doblaje de películas es necesario para cumplir con este fin [manifestación
de las ideas], pues de no ser así, no existiría la manifestación de las ideas en
la forma que establece la Constitución, esto es, de forma directa con el es-
pectador receptor, lo que conllevaría a que sólo vieran, escucharan y tuvieran
acceso a esa información las personas que entendieran el idioma en el cual se
encuentra realizada la obra dejando a toda aquella sociedad que no tuviere el
manejo o conocimiento de la lengua extranjera, por lo que el artículo 8o. de
la Ley Federal de Cinematografía es inconstitucional por restringir la libertad
de expresión de las ideas, ya que llegaríamos al caso de la época del oscurantismo en
donde sólo las personas que sabían hablar latín, tenían acceso a la literatura de esa época
(2o. considerando de la sentencia dictada en el amparo en revisión expediente
02352/1997-00).
Según Alexy (2007, pp. 227 y ss.), se tiene un argumento de este tipo
cuando se justifica una interpretación R’ de R, porque la misma se corres-
ponde con la voluntad del legislador. Perelman y otros (1979 [1988], pp. 81
y 82) profundizan un poco más en su descripción:
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6. Argumento teleológico
56 Ezquiaga Ganuzas, Francisco Javier, citado por Gerardo Dehesa Dávila, 2007, p. 612.
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9. El argumento semántico
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Una dogmática del Derecho es (1) una serie de enunciados que (2) se refie-
ren a las normas establecidas y a la aplicación del Derecho, pero no pueden
identificarse con su descripción, (3) están entre sí en una relación de coheren-
cia mutua, (4) se forman y discuten en el marco de una ciencia jurídica que
funciona institucionalmente, y (5) tienen contenido normativo (Alexy: 2007,
p. 246).
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Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
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DOI: http://dx.doi.org/10.22201/iij.24487937e.2017.11.11078
Interpretación y argumentación
en el derecho*
Resumen:
El artículo ofrece un panorama general de la argumentación en el ámbito
jurídico a efectos de proporcionar lineamientos útiles a los operadores ju-
rídicos principalmente como una aproximación metodológica tratando de
incluir los aspectos indispensables para comprender la relación entre len-
guaje y derecho. El tema se aborda desde diversas disciplinas, como son la
filosofía del derecho, la lógica y la semiótica.
Palabras clave:
Derecho y lenguaje, interpretación, justificación, teorías de la ar-
gumentación, tipos de argumentación.
Abstract:
The article offers a general outlook on legal argumentation focusing on meth-
odological aspects and the relations between language and the Law. The idea
is to serve as a useful tool for legal officials in their activities. Themes of legal
philosophy, logic and semiotics are discussed.
Keywords:
Law and language, interpretation, argumentation theory, sorts of
argumentation.
I. Introducción
1
El presente ensayo puede considerarse como desarrollo y ampliación de
trabajos previos, que se pueden consultar para mayor referencia en el capítulo
VIII de Teoría del derecho. Cuestiones relevantes, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2009.
2
El tema es tratado con mayor amplitud en Huerta, Carla, Conflictos normativos,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, passim.
III. La argumentación
1992, p. 187.
4
Ferrater Mora, José, Diccionario de filosofía, t. A-D, Barcelona, Ariel Referencia,
1994, p. 218.
5
Sobre el análisis lógico de los argumentos véase Copi, Irving, Introducción a la
lógica, México, Limusa, 1997, capítulos 1-3.
cho estas razones son en primera instancia las fuentes del derecho,
las cuales pueden incluir para efectos del trabajo de investigación,
además del derecho positivo, a la doctrina. En términos generales,
la interpretación jurídica se basa en el derecho como fuente, las di-
rectivas del razonamiento jurídico y los valores y valoraciones del
sistema jurídico y del intérprete. Cabe mencionar que la interpreta-
ción de la doctrina es distinta a la de los textos normativos, y que la
argumentación dogmática se caracteriza por la vinculatoriedad del
derecho vigente.
La argumentación es un proceso racional que se da en un diálogo
justificatorio. El discurso jurídico es un diálogo o procedimiento dis-
cursivo entre el intérprete y el destinatario (o auditorio), y dado que
con frecuencia las elecciones decisivas tienen carga valorativa, se
considera como argumentación racional la mejor justificación posi-
ble que se pueda ofrecer. El discurso jurídico, sin embargo, no se re-
fiere solamente a cuestiones relativas a la razón práctica, sino tam-
bién de la ciencia jurídica. La pretensión de corrección del discurso
se refiere a que en el contexto de un sistema jurídico vigente éste
pueda ser fundamentado racionalmente. La justificación jurídica se
debe basar en razones que se hacen públicas, y su fuerza se basa en
su poder de convicción.
La dogmática del derecho tiene por objeto los enunciados que se
refieren a las normas establecidas y a la aplicación del derecho, y
tienen carácter de proposiciones normativas. Las proposiciones de
la dogmática jurídica se refieren a hechos institucionales y se discu-
ten en el marco de una ciencia jurídica que funciona institucional-
mente, por lo que la mayoría de los juristas la consideran como dog-
mática. Son descripciones y caracterizaciones de estados de cosas y
producen la formulación de principios o enunciados normativos de
alto nivel de generalidad.6
En una teoría de la dogmática se distingue la teoría del lenguaje
de la dogmática, el uso de los enunciados de la dogmática de la fun-
damentación de los enunciados y de la fundamentación de la dog-
mática. Los enunciados dogmáticos no pueden derivarse lógica-
6
Sobre el tema véase Nino, Carlos, Consideraciones sobre la dogmática jurídica,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1989.
IV. La interpretación
11
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 137.
12
Alexy, Robert, “Die juristische Interpretation”, Recht, Vernunft und Diskurs,
Studien zur rechtsphilosophie, Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1995, p. 74.
13
Ibidem, pp. 71-73, y Guastini, op. cit., pp. 3-5.
14
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 152.
15
Ibidem, p. 153.
16
Guastini señala que si la interpretación es entendida como atribución de
significado, entonces es presupuesto de los actos de aplicación, op. cit., nota 8, p. 5.
17
Para Alexy, el resultado de la interpretación es una afirmación interpretativa
que pretende ser correcta como cualquier afirmación. Alexy, op. cit., nota 12, pp. 77
y 78.
18
Ibidem, p. 77.
19
Guastini señala que “una ‘interpretación’ en favor de la que no se necesite
aducir argumentos no es una verdadera interpretación”, op. cit., nota 8, p. 5.
22
Alexy, Robert, Teoría de la argumentación jurídica, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1997, pp. 213 y ss.
23
Wróblewski, op. cit., nota 9, p. 47.
24
Aarnio sigue en relación con la interpretación y la justificación los plan-
teamientos de Wróblewski, op. cit., nota 21, pp. 166 y 167.
25
Alexy, op. cit., nota 12, p. 82, y Aarnio, Lo racional como razonable, cit., nota
21, pp. 166-170.
26
Ibidem, p. 82.
27
Viehweg, Theodor, Tópica y filosofía del derecho, Barcelona, Gedisa, 1991.
28
Perelman, Ch., La lógica jurídica y la nueva retórica, trad. de Luis Diez-Picazo,
Madrid, Civitas, 1988.
29
MacCormick, Neil, Legal Reasoning and Legal Theory, Oxford, Clarendon
Press, 1978.
31
Larenz, Karl, Metodología de la ciencia del derecho, Barcelona, Ariel, 1994,
p. 32.
32
Savigny, Friedrich Karl von, Metodología jurídica, traducción de J. J. Santa-
Pinter, Buenos Aires, Depalma, 1994, p. 13.
33
Alexy, op. cit., nota 22, pp. 225 y 226.
34
Ibidem, p. 223.
35
Wróblewski, op. cit., nota 9, pp. 188 y ss.
36
Alexy, op. cit., nota 12, p. 84.
37
La subsunción es el proceso mediante el cual el jurista compara la norma con
los hechos para decidir si es aplicable y determinar las consecuencias jurídicas; se
realiza mediante la comparación, y en estricto sentido, a pesar de su apariencia, no
es un procedimiento lógico, aunque sí es racional.
38
Alexy, op. cit., nota 12, pp. 84 y ss.
39
Alexy, op. cit., nota 22, p. 249. Cabe señalar que en este caso Alexy no utiliza el
término “principio” como norma ponderable por su estructura, sino que se refiere
a un concepto más general, que puede incluir los principios generales del derecho,
o los principios de la moral, por ejemplo.
40
Ibidem, p. 234.
41
Alexy, op. cit., nota 12, pp. 89 y 90.
42
Ibidem, p. 91.
43
Guastini, Riccardo, L’interpretazione dei documenti normativi, Milán, Giuffrè,
2004, p. 99.
44
Aunque en la Suprema Corte de Justicia en México los ministros no estén
de acuerdo sobre la naturaleza de la jurisprudencia, la denominan “fuente” del
derecho. Véase Huerta, Carla, “Aciertos y desconcierto de la jurisprudencia en Méxi-
co”, La Constitución Política de España. Estudios en homenaje a Manuel Aragón Reyes,
Rubio Llorente, Francisco et al. (eds.), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Con-
stitucionales, 2016, pp.143-160.
45
Como ya se mencionó, el término “interpretación” puede referirse tanto a la
actividad como al producto de la misma, y que el resultado de ésta es el significado
del objeto interpretado, como señala Guastini, op. cit., p. 1.
46
Idem.
47
Se puede referir tanto a la doctrina, como se hace en la tradición anglosajona,
en cuyo caso se refiere a la teoría del derecho, a las opiniones emitidas por recono-
cidos jurisconsultos en el sentido de la terminología romana, o bien a un conjunto
de tesis judiciales de carácter obligatorio.
48
Los lineamientos de la interpretación están regulados de manera general en
el artículo 14 de la Constitución mexicana, por ejemplo.
49
Wróblewski, op. cit., p. 135.
50
Alexy, op. cit., pp. 77 y 78.
51
Jellinek, Georg, Reforma y mutación de la Constitución, Madrid, Centro de Es-
tudios Constitucionales, 1991, p. 16.
52
Hesse, Konrad, “Límites a la mutación constitucional”, en Escritos de Derecho
constitucional, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992, p. 85.
53
Guastini, op. cit., pp. 84-87.
54
Hart, H. L. A., El concepto de derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1992, pp.
155-169.
55
Kelsen, op., cit.
56
Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho, traducción de Roberto J. Vernengo,
México, Porrúa, 2000, p. 350.
57
“Filosofía y lógica de la interpretación”, en Concepto, fundamento y concreción
del derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1982, passim.
58
Bulygin, Eugenio, “Teoría y técnica de la legislación”, en Análisis lógico y
derecho, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 409-426.
59
Guastini, Riccardo, Estudios sobre la interpretación jurídica, 2a. ed., trad. de M.
Gascón y M. Carbonell, México, UNAM-Porrúa, 2000, p. 72.
60
“Interpretación constitucional. La falacia de la interpretación cualitativa”, en
Vázquez, Rodolfo (comp.), Interpretación jurídica y decisión judicial. México, Fonta-
mara, 1998, pp. 115 y ss.
61
Kelsen, op. cit., pp. 232-235.
62
Guastini, op. cit., p. 78.
63
Wróblewski, Jerzy, Constitución y teoría general de la interpretación jurídica,
Madrid, Civitas, 1988, p. 33.
64
En este grupo Wróblewski incluye las reglas de conducta en sentido estricto,
las reglas de organización, las reglas teleológicas y las reglas directivas como tipos
de normas constitucionales. Ibidem, pp. 104-106.
65
Ibidem, pp. 111 y 112.
IX. Conclusiones
X. Bibliografía
69
Aarnio, Aulis, “La tesis de la única respuesta correcta y el principio regulativo
del razonamiento jurídico”, Doxa, Alicante, núm. 8, 1990, pp. 23-38.
‘(…)
‘Sin embargo, contrario a lo estimado por el primer
jurisdicente, el material probatorio de que se hace
constar la causa en estudio resulta ineficaz e
insuficiente para deducir que los indiciados hubiesen
intervenido en tales hechos delictuosos en alguna de
las formas establecidas en el artículo 18 del Código
Penal vigente en la entidad, traduciéndose lo anterior
en la no acreditación de su probable responsabilidad
en la comisión del delito que se les atribuye. (Foja 4,
segundo párrafo y ss.).
‘Se sostiene lo antes dicho, habida cuenta que para tal
efecto resultan ineficaces los testimonios ministeriales
a cargo de NARCISA CORRALES