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Nos es grato iniciar el presente camino que, junto con sus docentes y ayudantes, transitaremos a lo
largo de estos meses.
El presente módulo se compone de tres unidades que tratan diferentes temáticas necesarias para
comenzar el proceso de aprendizaje de los saberes que requerirán a lo largo del curso e, inclusive, de
la carrera y de su vida profesional.
Partimos, de este modo, siguiendo al gran doctrinario Rudolph Von Ihering quién expresaba en su
obra La lucha por el Derecho1 que “El derecho es una idea práctica, es decir, indica un fin, y como
toda idea de tendencia, es esencialmente doble porque encierra en sí una antítesis, el fin y el medio.
No basta investigar el fin, se debe además mostrar el camino que a él conduzca. He aquí dos
cuestiones a las que el derecho debe siempre procurar una solución, hasta el punto, que puede
decirse que el derecho no es en su conjunto y en cada una de sus partes más que una constante
respuesta a aquella doble pregunta. … Mas el medio, por muy variado que sea, se reduce siempre a
la lucha contra la injusticia. La idea del derecho encierra una antítesis que nace de esta idea, de la
que es completamente inseparable: la lucha y la paz; la paz es el término del derecho, la lucha es el
medio para alcanzarlo”.
Resulta que, a fin de comprender el mundo del Derecho es necesario la correcta utilización del
lenguaje, y específicamente, del lenguaje jurídico. Es por ello que la primera unidad versa sobre ello.
Toda persona debe expresarse correctamente a fin de lograr que el receptor de una comunicación
logre el entendimiento del mensaje recibido, en especial en el desarrollo de la profesión como
operadores del Derecho, donde los términos técnicos juegan gran importancia.
La segunda unidad comprende el abordaje de la Ética y el Derecho. A lo largo de los siglos ha sido
tema de discusión si la norma positiva debe subsumirse a la norma moral o, de qué modo, esta última
abdica ante el ordenamiento jurídico. En efecto, ya en el siglo XIX, Kelsen afirmaba, en su obra La
Teoría Pura del Derecho2 que “…Para que el orden moral sea distinto del orden jurídico es preciso
que el contenido de las normas morales no se confunda con el de las normas jurídicas, y que no haya,
por consiguiente, relación de delegación del derecho a la moral o de la moral al derecho…”
1
Von Ihering, Rudolph; “La lucha por el Derecho”; Edición Fabián Di Placido; Traducción por Adolfo Posada;
Capital Federal, 1998.
2
Kelsen, Hans; “Teoría Pura del Derecho”; Editorial eudeba; Buenos Aires, 1999.
En la tercera unidad nos adentramos en el incipiente mundo jurídico, propiamente dicho, ya que nos
referiremos a los primigenios conceptos jurídicos tan necesarios e imprescindibles para el correcto
desarrollo de la actividad jurídica.
Pues bien, realizada esta breve pero descriptiva introducción, demos comienzo al desarrollo de este
tan esperado y ansiado Curso de Ingreso.
El lenguaje, no solo describe, sino que, y fundamentalmente, constituye realidad por su poder
performativo3
En las últimas décadas con la aparición de Internet y las nuevas maneras de comunicación han
aparecido nuevos tipos de lenguaje, maneras de comunicarnos entre nosotros.
El lenguaje es una de las maneras habituales que tenemos de comunicarnos entre los seres humanos,
es el vehículo que utilizamos para expresarnos en nuestras relaciones interpersonales.
A través del lenguaje expresamos emociones, sentimientos y pensamientos a las demás personas con
las que nos relacionamos
Pérez Porto, J., Merino, M. (29 de abril de 2008). Lenguaje - Qué es, definición y concepto. Definición
de - Última actualización el 4 de agosto de 2023. Recuperado el 7 de agosto de 2023 de
https://definicion.de/lenguaje/
El lenguaje es el conjunto de signos y de sonidos que ha utilizado el ser humano, desde su creación
hasta nuestros días, para poder comunicarse con otros individuos de su misma especie a los que
manifiesta así tanto lo que siente como lo que piensa acerca de una cuestión determinada.
El concepto de lenguaje puede ser entendido como un recurso que hace posible la comunicación. En
el caso de los seres humanos, esta herramienta se encuentra extremadamente desarrollada y es
mucho más avanzada que en otras especies animales, ya que se trata de un proceso de
3
Austin, J.L. [2003]. Cómo hacer cosas con palabras: Palabras y acciones. [G.R. Carrió, & E.A. Rabossi, Trads.]
Buenos: Paidós. En Marques, Elena. [2018]. Todo lo humano me concierne. El lenguaje como acción en
Marco Aurelio. Eudecor.
raíces fisiológicas y psíquicas. El lenguaje, como sabrán muchos de ustedes, le brinda la posibilidad al
hombre de seleccionar, citar, coordinar y combinar conceptos de diversa complejidad.
No obstante, a todo ello hay que añadir el hecho de que existen muchas maneras de lenguaje. En
cuanto a la clasificación que se podría realizar partiendo de la forma de expresarse un hombre o una
mujer, podemos decir que existe tanto el lenguaje culto como el lenguaje grosero, el lenguaje
coloquial o incluso el lenguaje técnico, que dependen del estilo o método comunicativo elegido.
Una separación técnica permite reconocer tres dimensiones dentro del lenguaje: forma (comprende
a la fonología, morfología y sintaxis), contenido (la semántica) y uso (la pragmática).
Para el experto en cuestiones lingüísticas Ferdinand de Saussure, el lenguaje está compuesto por
la lengua (es el idioma, un modelo general y constante para quienes integran una determinada
colectividad lingüística) y el habla (la materialización momentánea de ese recurso; una acción
individual y voluntaria que se lleva a cabo mediante la fonación y la escritura).
Antes de desarrollar sus capacidades en forma extendida, el ser humano desarrolla un pre lenguaje,
un rudimentario sistema de comunicación que se hace evidente durante los primeros años de vida y
que implica capacidades tanto de carácter neurofisiológico como psicológico, tales como
la percepción, la motricidad, la imitación y la memoria.
El concepto de lengua natural, por otra parte, describe a una modalidad lingüística o tipo de lenguaje
que el hombre desarrolla con el propósito de comunicarse con su entorno. Esta herramienta, según
se advierte al analizar sus particularidades, posee sintaxis y tiene su base en los preceptos
de optimidad y economía.
Lenguaje de signos
Y eso sin olvidar tampoco que también existen otros importantes tipos de lenguaje como sería el
caso, por ejemplo, del lenguaje de signos. Este, también llamado lengua de signos, es el que emplean
para comunicarse las personas que tienen algún tipo de discapacidad ya sea auditiva o vocal.
La utilización de las manos, de la expresión corporal y de los gestos son la base de este lenguaje de
señas. Es importante mencionar que todas las personas pueden aprender lenguaje de signos para
favorecer la inclusión.
"Lenguaje". Autor: Equipo editorial, Etecé. De: Argentina. Para: Enciclopedia Humanidades.
Disponible en: https://humanidades.com/lenguaje/. Última edición: 23 enero, 2023. Consultado: 7
agosto, 2023. Fuente: https://humanidades.com/lenguaje/#ixzz89j9XKkrR
De acuerdo a lo expuesto hasta el momento, resulta esencial determinar las características del
lenguaje.
Es racional debido a que requiere del uso de la razón para asociar los signos lingüísticos.
Es arbitrario debido a que una palabra, por ejemplo, pelota en español o ball en inglés, no
mantiene asociación lógica con el objeto que representa.
Verbal. Está constituido por palabras que se forman a partir de fonemas y que se pueden
manifestar de manera oral, mediante la palabra hablada, o escrita mediante la
representación gráfica de las palabras.
No verbal. Está constituido por imágenes (como un aviso publicitario), símbolos (como la
señalética de la vía pública) y gestos (como la lengua de señas), entre otros.
Los diferentes tipos de lenguaje pueden ser decodificados por una persona que maneje el mismo
sistema de signos con el que fue elaborado el mensaje. Un signo es aquello que da una idea o indicio
de algo. Por ejemplo, al ver un objeto con un símbolo de reciclaje, la mente interpreta que se trata
de un material que puede volver a ser aprovechado para la manufactura.
Los signos están formados por dos aspectos:
Un significante. Es el objeto al que se designa con una palabra o gesto, que es distinto según
cada lengua.
Por ejemplo, la palabra casa es un significante que, en español, representa una estructura de
concreto que tiene paredes, techo, ventanas y puerta. Este concepto de la casa es el significado. En
inglés, la palabra casa no tiene sentido, pero sí la palabra house (significante) para hacer alusión al
concepto de casa (significado). Por esa razón los signos son arbitrarios, es decir, que la asociación de
la palabra y el objeto que designa varía según la lengua.
Apelativa. Busca influir al receptor del mensaje para obtener de él una reacción en particular,
tanto para que haga una acción o para que deje de hacerla. Por ejemplo, un cartel en un
restaurant con la frase “Por favor, no fumar en nuestras instalaciones”.
Emotiva o expresiva. Busca transmitir el estado de ánimo o físico del emisor del mensaje. Por
ejemplo, una persona que acaba de realizar una actividad de dificultad y manifiesta su
sensación ante el logro realizado: “¡Qué emocionante es escalar una montaña!”
Fática. Se utiliza para iniciar, interrumpir, prolongar o finalizar una comunicación, por lo que
se basa en el canal de comunicación y no en la transmisión de un concepto en sí. Un ejemplo
de función fática para poner fin a una conversación es: “Bueno, gracias por todo. Nos vemos
luego”.
Lenguaje claro
Teniendo en cuenta las definiciones revisadas y los antecedentes presentados, se entiende que el
Lenguaje Claro tiende a estar contenido en el campo de la escritura, pues la gran mayoría de
elementos consultados hablan de textos en lenguaje claro para una fácil lectura.
Por lo tanto, podemos decir que el lenguaje claro se puede definir como un estilo de escritura y
presentación textual con el que se elaboran los documentos producidos por hablantes de distintas
entidades públicas y privadas del país, orientado a la transmisión transparente y efectiva de la
información. Se caracteriza por organizar los contenidos y las estructuras de manera concreta y
precisa, y por orientar el diseño para la fácil lectura y comprensión, además de un uso correcto, eficaz
y eficiente por parte de los ciudadanos
Una eventual aplicación de esta definición sobre un texto permitiría que: 1. Maneje contenidos
breves y directos. 2. Se apoye en una estructura sencilla de los mensajes en donde las oraciones
respeten el orden de constituyentes del español (sujeto, verbo, objeto) tanto como sea posible. 3.
Utilice palabras de uso común por parte de la población. 4. Tenga un diseño agradable a la vista del
lector, quien tendrá la potestad de evaluar la idoneidad del material. En el proceso, la etapa de
evaluación es crucial, pues es el insumo para determinar la efectividad en la práctica del lenguaje
claro o la necesidad de reformular los elementos que entran en contacto directo con el ciudadano
lector, a saber, la estructura, el contenido y el diseño; todo enmarcado en la transparencia y
efectividad de la transmisión de la información.
Profª Dra. Cristina Carretero González - La importancia e influencia del uso del lenguaje claro en el
ámbito jurídico - https://www.argentina.gob.ar/noticias/se-acordo-formar-la-primera-red-nacional-
de-lenguajeclaro
En España, por continuar con un ejemplo que conocemos bien, en encuestas y sondeos de opinión y
con la utilización de distintas herramientas para averiguar el sentimiento de la población acerca de la
Justicia, se viene preguntando a los encuestados acerca de la inteligibilidad del lenguaje jurídico. El
resultado ha sido que un preocupante y relevante porcentaje de las personas que han tenido relación,
de uno u otro modo, con la Justicia, han manifestado que no entienden bien lo que leen: un 82%,
según datos del Consejo General del Poder Judicial
A nuestro juicio, una consecuencia inmediata es la desconfianza en el trabajo de los juristas. Y surgen
varias cuestiones, ¿en qué momento se origina el problema?, ¿qué sabemos los juristas de una
comunicación efectiva?, ¿y de la claridad del lenguaje jurídico?, ¿qué se nos ha enseñado en las
Facultades de Derecho o Escuelas Jurídicas?, ¿se nos capacitó de algún modo para hacernos
entender? La respuesta que ofrecemos, tanto por experiencia personal como por investigaciones, es
que a la inmensa mayoría de generaciones que ejercen el Derecho en la actualidad, no se nos ha
preparado adecuadamente para trabajar con dos tipos de registro, uno técnico y otro menos técnico
y más sencillo en función de nuestro interlocutor, es decir, de si nos dirigimos a juristas o a no juristas.
Estamos de acuerdo con DE CUCCO cuando se refiere a la necesidad de implementar asignaturas
relativas al lenguaje jurídico en los estudios jurídicos universitarios. Y ampliando el espectro, se
refiere la autora en sus conclusiones a las necesidades de los profesionales en ejercicio, como
abogados, jueces o funcionarios del Poder Judicial, quienes requieren la implementación de
programas o cursos que brinden una capacitación o formación continua para la redacción de textos
jurídicos.
No se puede obviar al receptor y debemos, en casos de comunicación con la ciudadanía, evitar los
tecnicismos y el discurso complejo. Si es imposible evitar los tecnicismos (a veces ocurre, como
hemos comprobado), hay que ofrecer las explicaciones necesarias para que resulte comprensible lo
dicho, ya sea la denegación de una reconvención o por qué una persona pasa de ser un investigado
a resultar procesado en un juicio criminal. Por otra parte, contamos con otros términos o expresiones
característicos del lenguaje jurídico, como son los aforismos, latinismos y términos arcaicos.
Comprendemos que resulta muy práctico referirnos al juez a quo y al tribunal ad quem al plantear un
recurso. Lo que también comprendemos es que si una resolución judicial, una sentencia, por ejemplo,
utiliza estos términos, debería explicarlos para que resulten comprensibles a sus destinatarios
naturales.
Con la magistrada Natividad Braceras, resumimos los acertados consejos de la Comisión Europea de
la antes citada Guía: Cómo escribir con claridad, que nos pueden servir de sencilla muestra en unos
primeros pasos hacia la claridad jurídica. En síntesis, son estas:
1) Piense antes de escribir. Destacamos tres aspectos esenciales que son perfectamente
trasladables al lenguaje jurídico claro y que hay que tener siempre en la mente al redactar: quién es
el destinatario de su escrito; cuál es su intención (resolver una situación, modificar, por ejemplo); y
qué temas debe cubrir el documento que va a redactar. Y no olvide que tiene una alternativa en
forma de siete preguntas clave: qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué y cuánto.
2) Piense en el lector. Qué sabe del asunto (y qué no), quién le leerá o qué debería explicarle,
son cuestiones relevantes que debe hacerse cuando redacte.
3) Forma del documento. Algo, que es aplicable a numerosos escritos, puede contener, en
aras de la claridad: un resumen inicial, encabezamientos, titulares informativos, gráficos, imágenes
(¿por qué no? Los jueces suecos lo hacen desde hace años y sus resoluciones tienen premios en
claridad). Cuídese, en especial, de cortar y pegar (produce innumerables y evitables errores).
4) Brevedad y sencillez. Brevedad: siempre que sea posible; recuerde un ideal: veinte
palabras como media en una frase (no siempre es fácil, y siendo realistas, es un ideal, pero queda
señalado porque debe ser la tendencia y creemos que es un esfuerzo necesario); y añadimos: quince
líneas, como máximo, por párrafo. Sencillez: podemos sustituir muchas frases hechas, por ejemplo:
habida cuenta de que, por un sencillo: “como”. Evitemos ambigüedades, son peligrosas. Usemos la
forma positiva en lugar de la negativa y tendamos a no cambiar palabras solo por cuestión de “estilo”
(utilizar varios conceptos para referirse a una misma realidad puede confundir a su lector).
5) Redacte con sentido y organice las frases. Es esencial: nombrar al sujeto de cada acción y
colocar las acciones en el orden en que se producen; no esconder la información importante en mitad
de la frase; reforzar el final de las frases (se recuerda mejor).
6) Elimine los sustantivos superfluos. En general, las formas verbales tienen más vida (mejor
“sin introducir” que “sin la introducción de”).
9) Ponga atención a siglas, “jergas” y a los “falsos amigos” en las traducciones. Recordemos
además, algo mencionado anteriormente, evitar los latinismos y los extranjerismos o introducirlos
con traducción.
10) Revise y compruebe. En especial, relea su documento con espíritu crítico poniéndose en
lugar del receptor o lector.
El Órgano Judicial de la provincia de Mendoza ha receptado la utilización del lenguaje claro a fin de
acercar la justicia a la comunidad. El mismo pretende que la sociedad logre comprender el servicio
de justicia en sus diversas expresiones, tales como sentencias, audiencias, procesos, etc.
A tal efecto, la Suprema Corte de Justicia de Mendoza4, máximo tribunal provincial, ha manifestado
“La preocupación del Poder Judicial por la utilización de un lenguaje claro responde a compromisos
internacionales y al resultado de una participación activa en redes de cooperación judicial
internacional. En dichas instancias, Poderes Judiciales de diversos países intercambian buenas
prácticas y reflexionan respecto de dificultades y soluciones en las materias de su competencia”.
4
http://www.jus.mendoza.gov.ar/web/lenguaje-claro
A mayor abundamiento, la Corte tiene como propósitos:
CARRETERO GONZÁLEZ, Cristina; PÉREZ, Jorge M.; LANNE-LENNE, Luis y DE LOS REYES, Gema -
Lenguaje Claro. Comprender y hacernos entender. Instituto de Lectura Fácil y Clarity -
https://repositorio.comillas.edu/xmlui/bitstream/handle/11531/17353/GUIA%20DEF%20LENGUAJE
%20CLARO.PDF?sequence=-1&isAllowed=y
La utilización del lenguaje claro no es otro que proponer una reflexión acerca de la manera en que
las Administraciones y otras Instituciones se dirigen a la ciudadanía. Se ha detectado que en
numerosas ocasiones esto se hace de modo difícilmente comprensible. Si se utiliza una lengua
administrativa hermética, los ciudadanos y los gobernantes no están en situación de igualdad.
Necesitamos entender la información que nos ofrecen las Administraciones para ejercer nuestros
derechos y cumplir nuestras obligaciones, sin complicaciones y sin ayuda de intermediarios.
• Recordar que una imagen (casi siempre) vale más que 1000
palabras. Por ello, puede utilizar gráficos, dibujos o fotografías para ilustrar su mensaje.
• Plan inicial:
A) Explicar términos
técnicos o poco comprensibles: según el receptor del mensaje y de la dificultad de su contenido,
explique los términos que puedan resultar difíciles de entender.
C) Recapitular al final en
forma breve, haciendo un resumen de lo dicho a lo largo de ella.
Tono, velocidad y
vocalización. – Utilizar un tono medio, ni muy alto ni muy bajo y que sea desigual para evitar la
monotonía, es decir, ponga énfasis unas veces, y suavice en otras.
LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA
La Real Academia Española define al término argumentación como “razonamiento que se emplea
para probar o demostrar una proposición, o bien para convencer a alguien de aquello que se afirma
o se niega”5
5
https://www.rae.es/drae2001/argumento#:~:text=Razonamiento%20que%20se%20emplea%20para,se%20
afirma%20o%20se%20niega.
6
Marimón-Lorca, C.; Universidad de Alicante:
https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/4023/22/TEMA%209.LA%20ARGUMENTACI%C3%93N.pdf – 2008
Cuerpo argumentativo: Está formado por el proceso reflexivo que desarrolla,
reafirma, refuta o aplica la idea principal. Es aquí, en el cuerpo argumentativo, donde deben
integrarse todos los argumentos y todas las técnicas que hacen posible la defensa
o refutación de una idea o concepto.
Atienza, Manuel - LAS RAZONES DEL DERECHO - Teorías de la argumentación jurídica - Primera
edición: 2003 - Segunda reimpresión: 2005 - DR © 2005 Universidad Nacional Autónoma de México
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS - ISBN 970-32-0364-7
El destacado doctrinario afirma que, en principio, existen tres campos en el ámbito jurídico donde se
efectúan argumentaciones.
Ejemplo de ello son las discusiones sobre la despenalización o no (y en qué casos sí o no) de
la eutanasia o del tráfico de drogas.
Dichos procesos de argumentación no son muy distintos de los que efectúan los órganos
aplicadores, puesto que de lo que se trata es de suministrar a esos órganos criterios —
argumentos— dirigidos a facilitarles —en sentido amplio— la toma de una decisión jurídica
consistente en aplicar una norma a un caso. La diferencia que, no obstante, existe entre
ambos procesos de argumentación podría sintetizarse así: mientras que los órganos
aplicadores tienen que resolver casos concretos (por ejemplo, si se les debe o no alimentar
por la fuerza a los presos en huelga de hambre para obtener determinados cambios en su
situación penitenciaria), el dogmático del derecho se ocupa de casos abstractos (por
ejemplo, el de determinar cuáles son los límites entre el derecho y la vida y el derecho a la
libertad personal, y cuál de los derechos debe prevalecer en caso de que entren en
conflicto).
Con todo, parece claro que la distinción no puede efectuarse siempre —o, quizás, casi
nunca— en forma muy tajante. Por un lado, porque el práctico necesita recurrir a criterios
suministrados por la dogmática, al menos cuando se enfrenta con casos difíciles (por
ejemplo, para adoptar una decisión fundamentada sobre la primera cuestión antes
planteada, habría que contestar a la segunda con carácter previo), al tiempo que la
dogmática se apoya también en casos concretos. Por otro lado, porque en ocasiones los
tribunales —o cierto tipo de tribunales— tienen que resolver casos abstractos,esto es, sus
decisiones pueden no consistir simplemente en condenar a X apagar una cierta cantidad de
dinero o en absolver a Y de determinado delito,sino también en declarar que determinada
ley es inconstitucional, que un reglamento es ilegal, o que cierta norma debe interpretarse
en cierto sentido. Por lo demás, algunos tribunales, al decidir un caso concreto, crean
jurisprudencia, lo que significa que la regla en que basan su decisión —y que viene
expresada en la ratio decidendi del fallo— tiene un carácter general y abstracto y vale, en
consecuencia, para los casos futuros.
Silogismo
En este orden de ideas, nos compele adentrarnos, dentro de la argumentación jurídica, a una de
sus herramientas fundamentales, es decir, el silogismo7.
La misma, es la columna vertebral a la cual, tanto el abogado como el magistrado, deben acudir
para que la argumentación sea exitosa. Por ende, podemos concluir que, el silogismo, constituye la
columna vertebral de la Argumentación Jurídica.
En efecto, el autor refiere que “la definición de argumento válido deductivamente se refiere a
proposiciones —premisas y conclusiones— que pueden ser verdaderas o falsas. Ahora bien, en el
derecho, en la moral, etc., los argumentos que se efectúan parten muchas veces de normas y llegan
a ellas; esto es, tratan con un tipo de enunciados respecto de los cuales no parece que tenga sentido
predicar verdad o falsedad. En consecuencia, surge el problema de si la lógica se aplica o no a las
normas. Por ejemplo, Kelsen, sobre todo en su obra póstuma, La teoría general de las normas
(1979), sostuvo enfáticamente que la inferencia silogística no funciona en relación con las normas.
Las reglas de la lógica se aplican al silogismo teórico, que se basa en un acto de pensamiento, pero
no al silogismo práctico o normativo (el silogismo en el que al menos una de las premisas y la
conclusión son normas), que se basa en un acto de voluntad en una norma. En la tradición
iusfilosófica, el problema suele remontarse a Jorgensen (1937), quien planteó un problema al que
llamó rompecabezas; y Ross (1941 y 1971), dilema de Jorgensen. De acuerdo con Ross, una
inferencia práctica como:
Resulta entonces que el silogismo judicial es lograr una relación coherente entre el aspecto formal
y la norma; es decir adecuar unos hechos a la descripción abstracta que hay en la norma por lo tanto
este tipo de razonamiento servirá efectivamente para garantizar la solidez en la argumentación.
7
Un silogismo es un argumento compuesto por tres proposiciones; de ellas, la última es la que se deduce
siempre de las anteriores.
El silogismo se compone de dos premisas y una conclusión derivada de aquéllas. Se dice que la
conclusión es válida si las premisas lo son, pero desde un punto de vista formal. No importa aquí la
corrección o verdad material de las premisas, sino simplemente que la conclusión se derive de ellas.
Las premisas de la inferencia del silogismo jurídico requieren, una vez determinadas, la verificación
de su estructura lógica. Así, surge la necesidad de analizar si la estructura de la premisa mayor de
carácter normativo se ajusta a la forma supuesto-consecuencia; y si de otro lado la premisa menor
corresponde efectivamente a un caso especial del supuesto de hecho general contenido en la
premisa mayor, en la norma vigente.
Realizada dicha constatación y si encontramos para ambos casos respuestas afirmativas, llegaremos
a una conclusión que será lógicamente válida, es decir que responderá positivamente a un análisis
de coherencia lógica al ser consecuencia de la subsunción de ambas premisas.
Ejemplo 1:
PREMISA MENOR: Juan y Carolina se encuentran casados hace cuatro años por la
Iglesia Católica. Juan solicita por intermedio de apoderado judicial el divorcio por la supuesta
infidelidad de Carolina, causal que es comprobada por la parte demandante.
CONCLUSION: El Juez con base en las pruebas aportadas por el apoderado judicial
de Juan dicta sentencia de fondo en la que decreta el divorcio de Juan y Carolina.
Ejemplo 2:
PREMISA MAYOR: Contrato o convención es un acto por el cual una parte se obliga
para con otra a dar, hacer o no hacer alguna cosa. Cada parte puede ser de una o de muchas personas.
ARGUMENTACIÓN CONSTITUCIONAL
Recordemos la íntima conexión que destaca Alexy entre discurso o diálogo racional y derecho, a
punto que este viene a suplir o superar ciertas debilidades que conlleva el discurso y el respeto a las
reglas que proveen a su racionalidad.
La peculiaridad central de esa argumentación jurídica judicial consiste en que hay una respuesta que
el juez pronuncia luego de desarrollarse un diálogo institucional acerca del problema o pregunta
jurídica suscitada por las partes. Y esa respuesta se dicta con la autoridad política del juez que obliga
a las restantes autoridades y a la sociedad a que sea respetada.
El juez tiene la función social y política de buscar racionalmente en el derecho la respuesta justa al
problema que las partes le han llevado; se le pide que escoja argumentativamente la mejor respuesta
de aquellas que le ofrece el derecho vigente.
Por otro lado, y como más adelante volveremos, el discurso judicial completo (especialmente sus
ratios decidendi) queda incorporado al derecho vigente y disponible para ciudadanos y operadores
profesionales del derecho, a los fines de los eventuales problemas futuros y análogos a los resueltos.
1. Dimensión autoritativa
3. Dimensión lógica
4. Dimensión dialéctica
5. Dimensión retórica
8. Dimensión prudencial
Con acierto, el Código de Ética Judicial para Iberoamérica define que “el fin
último de la actividad judicial es realizar la justicia por medio del derecho”
(artículo 35). Pero para ello se requiere que el jurista acierte en la elección
racional que le cabe hacer entre las respuestas jurídicas disponibles. El
jurisprudente en particular no es un intelectual del derecho sino un experto en
identificar las mejores soluciones posibles a los problemas que ponen bajo su
competencia en orden a conseguir la justicia. Ese saber prudencial (o “recta
razón en el obrar”) se nutre principalmente de: a) experiencia; b) circunspección
o conocimiento exhaustivo de las circunstancias; c) docilidad para recibir
enseñanza de aquellos más sabios; d) precaución para no actuar con ligereza o
apresuradamente; y e) sagacidad para responder a lo imprevisto o novedoso. Al
tener que decidir sobre lo que alguien debe hacer frente a múltiples posibles y
contingentes alternativos, el prudente no pretende conocer demostrativamente
y con certeza absoluta. Más bien es consciente de que se mueve en un terreno
discursivo en donde el conocer acentúa al máximo su practicidad y, por ello,
caben las excepciones y nuevas adaptaciones a las conclusiones racionales y
prescriptivas que se alcanzan respecto de un caso particular. Al prudente no se
le pide que defina o teorice sobre la justicia o lo que debe hacer en universal el
depositario, sino que determine cuál es la conducta justa para ese sujeto aquí y
ahora. El discurso argumentativo prudencial escoge racionalmente entre
alternativas, pero esa razón tiene vinculación con las disposiciones éticas
asumidas por el argumentador. Aristóteles llama metafóricamente al buen juez
“justicia animada” o “encarnada”, en tanto cuenta con ese saber “connatural”
de justicia a través de una prolongada práctica de discernir con acierto los
conflictos jurídicos. La verdad práctica del juicio prudencial es facilitada por una
voluntad que quiere y se orienta al bien (“el bien está contenido bajo la verdad,
en cuanto que es una cierta verdad entendida; y la verdad está contenida bajo
el bien, en cuanto que es un cierto bien deseado” (S. T. I, q.82, a.4, ad.1). Así, la
certeza que provee el juicio prudencial es intelectual pero también afectiva o
vital. Por eso, a quien tiene arraigados los hábitos de la injusticia, cobardía o
parcialidad le costará muchísimo el conocer y operar con justicia, valentía o
imparcialidad. Al prudente que practica el bien cotidianamente no sólo se le
facilita el juicio prudente sino —en opinión aristotélica— resulta más creíble en
la ciudadanía: “A las personas buenas les creemos más y con mayor rapidez, en
general, en todos los asuntos, pero principalmente en aquello en que no hay
evidencia sino una opinión dudosa” (“Retórica”, libro I, capítulo 2). Como hemos
visto hasta ahora, la relación entre argumentación y derecho es palpable y
fundante en la formación de los futuros operadores jurídicos. Del mismo modo,
también es fundamental entender la vinculación entre la argumentación y el uso
adecuado del lenguaje como punto de partida del discurso jurídico. Por ello, para
cerrar la unidad, nos enfocaremos en algunos saberes propios de la escritura
académica, que son prioritarios para desenvolverse en sus estudios de nivel
universitario.
Alconada De Cucco, Carmen (2018). Escribir para que nos lean, primer paso para convencer. En
Problemática jurídica de la empresa. Erreius. P. 193-208 (texto adaptado con fines pedagógicos).
Introducción
Narrar los hechos, exponer las normas, doctrina y jurisprudencia aplicables al caso y argumentar para
convencer a otro u otros, es lo medular del trabajo de un abogado. En ese camino importa tanto el
contenido como la forma del texto. A la hora de escribir, a los abogados nos condicionan los plazos
procesales y la cantidad de información que manejamos (normas, jurisprudencia, doctrina, escritos
de la parte contraria y auxiliares, prueba, etc.).
De la misma forma, la Real Academia Española considera que los defectos habituales del lenguaje
jurídico provienen, en gran medida, de su fallida faz comunicativa debido a su frecuente oscuridad y
a confundir razón con extensión.
En este texto analizaremos los pasos que realizamos como lectores desde que reconocemos y
procesamos las letras hasta que comprendemos todo el texto Apuntamos a descubrir los errores y
malos hábitos para corregirlos y elaborar escritos más legibles que redunden en una mejor imagen
profesional. Componer un texto es muy parecido a cocinar: es esencial no abusar de las cantidades y
respetar los pasos; mucha sal estropea cualquier plato que no se coloca en el horno antes de haberlo
terminado. ¿Cómo leemos? Si bien el acto de leer se percibe como algo global, es la sumatoria de
varias acciones individuales en las que intervienen diferentes áreas del cerebro que convierten las
palabras en significados.
Por un lado, la vista; por el otro, el cerebro, la memoria. La vista, porque la lectura comienza con la
identificación de las palabras. Pero, además, es preciso asignarles un significado, relacionar un
segmento con el siguiente y el anterior, y con el texto en su totalidad. Estas operaciones requieren
de redes neuronales que conecten las áreas del cerebro dedicadas a varias funciones (visuales,
lingüísticas, motoras). El lector comienza a leer a través de lo que percibe por el sentido de la vista
alternando fijaciones y pequeños saltos llamados movimientos sacádicos.
En las fijaciones extraemos la información de las palabras, su significado y pronunciación, y con los
movimientos sacádicos avanzamos a la siguiente parte del texto. Las fijaciones insumen el 90% del
tiempo, aunque dependen mucho del lector y del tipo de texto. Para poder comprender, el lector
busca la información relevante dentro y fuera del texto (en sus conocimientos), relaciona y ordena
las distintas ideas según su importancia. Si el lector es experto, el texto tiene una estructura y
significado coherentes, contiene palabras familiares, cortas, predecibles, la lectura se agiliza.
En cambio, con palabras infrecuentes o en los textos áridos o con una organización deficiente,
aumentan los movimientos sacádicos, el tiempo de las fijaciones se hace más largo y la comprensión
exige más de una lectura.
Como dijimos: por un lado, la vista; por el otro, el cerebro, la memoria. Los sistemas de memoria
constituyen la sustancia tanto del almacenamiento de los conocimientos previos de diversa índole,
como del efectivo procesamiento de la información durante y después de la lectura; y para aplicarlos
posteriormente en otras circunstancias.
Los seres humanos tenemos un cerebro constituido por millones de neuronas que se relacionan entre
sí formando redes que, a su vez, están organizadas en marcos o esquemas.
Podemos imaginar a la memoria a largo plazo como una especie de base de datos que contiene todos
nuestros conocimientos, así como los procedimientos o reglas para aplicarlos, en forma de archivos
clasificados e interconectados entre sí. Existen distintos tipos de memoria. Según su duración, puede
clasificarse en memoria sensorial, memoria a corto plazo y memoria a largo plazo. La sensorial recibe
y registra durante un lapso muy breve los estímulos captados por los sentidos.
En la memoria no solo guardamos conocimientos adquiridos, sino también aquellos generales que
no responden a ningún aprendizaje sistemático (al sentido común, por ejemplo). También
experiencias, sentimientos, creencias y prejuicios que influyen en el procesamiento estratégico del
procesador central. En la memoria a largo plazo se archivan diferentes tipos de contenidos: los
conceptuales, una especie de diccionario o enciclopedia; los episódicos, un tipo de diario y agenda
que registra las situaciones concretas vividas o conocidas; y, finalmente, los procedimientos,
actividades o habilidades que una vez aprendidas se automatizan, como manejar un automóvil, andar
en bicicleta o subir una escalera.
En nuestro cerebro, las palabras se organizan por categorías y según su frecuencia de uso. Las que
más usamos y las concretas se encuentran más accesibles y se recuerdan mejor. Memoria a corto y
largo plazo actúan conjunta y simultáneamente. Es un ir y venir constante entre lo que percibimos
por la vista y los conceptos almacenados en la memoria a largo plazo, en donde la memoria a corto
plazo actúa de puente. La memoria a corto plazo es limitada; necesita vaciarse parcialmente cuando
está llena y por eso selecciona parte de la información de manera estratégica para poder almacenarla
transitoriamente. Para ello es absolutamente necesario que el lector le encuentre coherencia o
sentido al fragmento, que pueda relacionarlo con el sentido global del discurso.
Como no es posible (ni útil) que el lector recuerde todo el texto tal cual está escrito, lo resumirá en y
descartará lo demás. Si luego comprueba que el resumen tampoco es determinante, también lo
desechará.
De esta manera, irá compactando la información de las distintas partes del texto. Al leer,
inconscientemente nuestro cerebro empieza a rastrear la información que tenemos almacenada en
la memoria a largo plazo sobre ese mismo tema, y nos ayuda -mediante la activación de mecanismos
de asociación- a restituir datos que el texto no aporta pero que son necesarios para comprender.
En resumen, el lector comienza a leer a través de lo que percibe por el sentido de la vista. Para poder
encontrar sentido a lo que lee, busca la información relevante dentro y fuera del texto (en sus
conocimientos), establece la continuidad temática entre las distintas ideas y las ordena mentalmente
en función de su importancia. Al relacionar las distintas ideas de acuerdo a su importancia, capta el
significado global del texto. El cerebro construye una especie de diagrama o mapa que contiene todo
el texto y que podrá usar en nuevas lecturas. Paralelamente, a medida que lee, autoevalúa su propia
interpretación, así como la coherencia en la presentación del texto, la cohesión de las distintas partes
o si se producen saltos de información o faltantes.
Leer es comprender
Todos aprendemos a hablar en términos lógicos, de coherencia, de congruencia, de adecuación, etc.
Decimos “mi gatito es gris” y no “es gatito mi gris”. Nos ajustamos a las reglas que consideramos
necesarias para comunicarnos. No hablamos de la misma forma con nuestros hijos que con nuestros
padres, cuando pedimos un favor o en una entrevista de trabajo, si charlamos con un amigo o si
exponemos una ponencia en un congreso.
De la misma forma, cada vez que encaramos una lectura, suponemos que el autor desea
comunicarnos un determinado mensaje y que procurará hacerse entender. Parece lógico. No
obstante, en los textos jurídicos es frecuente que los autores pierdan de vista al lector, no se
esfuercen por comunicar su postura. Ignoran o se desentienden del fastidio y frustración que
provocan los textos demasiados extensos e intrincados, que demandan más tiempo que el necesario
y el lector duda sobre su propia interpretación.
Como adelantamos, para comprender es preciso integrar el significado del texto con conocimientos
previos y experiencias.
Las palabras funcionan como estímulos que fluyen desde lo que percibimos por la vista hasta la
memoria; es el procesamiento guiado por los datos. Y, en sentido inverso, lo que sabemos, leímos o
escuchamos influye en lo que percibimos al leer y nos facilita la tarea de interpretación. Como
dijimos, ese procesamiento a partir de lo conceptual nos permite arriesgar hipótesis que podremos
confirmar −o no− al finalizar la lectura.
Nuestra cognición puede concebirse como un sistema dinámico que interactúa continuamente en
ambos sentidos: de lo percibido a los conceptos y de los conceptos a lo percibido; dos tipos de
procesamiento. Un texto bien organizado, coherente, con títulos que resumen la información que
vendrá a continuación, permite avanzar más rápidamente porque cuanta más información de
contexto poseamos, necesitaremos leer menos para comprender más.
En cambio, hay veces en que la lectura del título resulta insuficiente para hacer predicciones sobre el
tema y contenido del artículo, aun cuando identifiquemos algunas palabras o podamos deducir el
significado de otras. Pero, además, el grado de comprensión depende de las características del lector:
de su memoria, su capacidad de atención, de inferencia, de abstracción, de comparación y de
relación. Y también del tipo de texto.
En definitiva, la comprensión profunda de un texto jurídico (como de cualquier tipo de texto) exige
como requisito esencial que el lector sea capaz de procesar información en dos dimensiones (literal
y relacional), que atienda a dos tipos de información textual (superficial e implícita) y que efectúe dos
tipos de procesamientos a partir de la lectura (procesos de memoria y de inferencia).
Textos jurídicos más legibles
Al lector lo seducirá lo que parezca claro y bien dispuesto, y asumirá la tarea de entenderlo. Es
fundamental reparar, por lo tanto, en la legibilidad: la facilidad con que se puede leer, comprender y
memorizar un texto escrito. Y para ello influyen tanto la percepción visual del texto -el diseño de la
información como la facilidad o dificultad del lector para transformar palabras o frases en
significados, ideas o conceptos. Favorecen la legibilidad las palabras cortas y conocidas, las frases
breves, el lenguaje concreto, la presencia de marcadores textuales, la situación lógica del verbo y la
variación tipográfica.
Cuanto más largo y complejo es un texto, más detallada debe ser su estructura para que el lector no
se pierda. Pero los textos relativamente cortos también deben tener su organización.
Es conveniente crear espacios en blanco con espaciados o sangrías y con distintos párrafos en una
misma página. Son altamente ilegibles los párrafos formados por una sola y extensa oración. Los
postulados de la escritura jurídica legal en estilo llano asocian la buena escritura con la claridad de
pensamientos, invitan a priorizar al lector y la legibilidad del texto y subrayan la importancia de que
el escritor se edite sistemáticamente.
Por último, aún condicionados por la falta de tiempo, la revisión es un paso que no debe saltarse.
Ayuda a salvar errores (de tipeo o de falta de atención) que pueden dejar mal parada a la persona
que los ha tenido. Leer en voz alta es una excelente técnica para conseguir cierta distancia y una
mayor objetividad. Revisamos si la idea principal quedó expresada de forma clara, si el orden favorece
la comprensión del mensaje, si hay algún contraargumento que no haya sido suficientemente
rebatido, si existen palabras que se repiten o párrafos que empiezan de la misma forma, etc.
Conclusión Cualquier texto jurídico, con independencia de la dificultad del tema que aborde, puede
escribirse en una forma lógica, estructurada, clara e inteligible que, sin perjuicio de su extensión, no
exige del lector esfuerzos que lo fastidien.
La escritura es una cuestión de imagen y de estrategia. De imagen, porque el buen estilo se asocia
con claridad de pensamiento; y de estrategia, porque por más ideas brillantes o argumentos
irrebatibles que tengamos, estos serán inútiles si no lo podemos comunicar apropiadamente.
Actividades de repaso
Es momento de repensar los temas que hemos venido abordando a lo largo de esta unidad a fin de
lograr su comprensión y vinculación aspirando a su aprehensión.
En tal sentido, les proponemos que realicen las actividades que les proponemos ya que les resultarán
útiles para adquirir una visión global y vinculada de los contenidos desarrollados.
Para ello, cuentan con el apoyo, guía y explicación de sus docentes, tutores y ayudantes alumnos que
los acompañarán en su realización.
Les sugerimos que, en caso de ser necesario, lean y relean las consignas, haciendo uso del material
de estudio y, si no logran comprender, no duden en consultar.
Consignas
2) Según Equipo editorial, Etecé, indique si son verdaderas o falsas las siguientes
características del lenguaje:
- Es estático
3) Teniendo en cuenta el texto de Daniel Eduardo Bejarano Bejarano y Julio Alexander Bernal
Chávez, complete los espacios de la siguiente afirmación: “El lenguaje ……… se puede definir
como un estilo de ……….. y presentación textual con el que se elaboran los documentos
producidos por hablantes de distintas entidades públicas y privadas del país, orientado a la
……………. ………………. y efectiva de la ………………..”
4) Conforme al texto de la Profª Dra. Cristina Carretero González explique, en no más de cinco
renglones, por qué hay desconfianza en el trabajo de los juristas.
5) De acuerdo al texto de la Profª Dra. Cristina Carretero González, complete el siguiente
cuadro:
Brevedad y sencillez
Es esencial: nombrar al sujeto de cada acción y
colocar las acciones en el orden en que se
producen; no esconder la información
importante en mitad de la frase; reforzar el
final de las frases (se recuerda mejor).
Revise y compruebe
6) Atento a que has elegido una carrera de ciencias sociales es fundamental conocer quién
escribe los textos, en qué contexto y desde qué posturas se afirman ciertas cuestiones. En
base a ello, les proponemos, que a partir de la lectura que les compartimos a continuación,
realicen las siguientes tareas de comprensión lectora.
Es sabido que ya hubo pensadores griegos que descubrieron la forma esférica de la Tierra y se atrevieron
a dar los primeros pasos que conducen del sistema ptolemaico, geocéntrico, a abstracciones superiores.
Pero fue mucho después de fallecida la cultura griega, fue en otros pueblos y otros países donde el globo
terrestre llegó a poseer realidad física. Es esta la primera gran desviación de la apariencia sensible y, al
propio tiempo, la primera gran relativización. Han transcurrido de nuevo varios siglos desde que se dio
aquella vuelta, y lo que entonces era un descubrimiento inaudito, es hoy una verdad escolar de niños
pequeños. Por eso es difícil representarse con claridad lo que hubo de significar para el pensamiento
el que los conceptos «arriba» y «abajo» perdiesen su sentido absoluto y el que se reconociese a las
antípodas el derecho a llamar «arriba» a la dirección en el espacio que nosotros llamamos «abajo». Pero
cuando se verificó la primera navegación circunterrestre, se hizo la cosa tan patente que todas las
objeciones hubieron de enmudecer. Por el mismo motivo, el descubrimiento del globo no dio en sí mismo
una ocasión para que hubiese lucha entre la concepción subjetiva y la concepción objetiva del mundo,
entre la investigación natural y la Iglesia. La lucha no se desencadenó hasta que Copérnico (1543) le quitó
a la Tierra su posición central en el universo y creó el sistema heliocéntrico.
No es que haya en esto una relatividad mucho mayor, pero la importancia del descubrimiento para
la evolución del espíritu humano reside en que la Tierra, la humanidad, el yo individual, quedan ahora
destronados. La Tierra se torna satélite del Sol y arrastra consigo a la humanidad en el espacio
cósmico; junto a ella circulan otros planetas semejantes, de igual valor; el hombre de la astronomía no
es ya importante; a lo sumo lo es para sí mismo. Pero hay más aún: todas estas inauditas novedades no se
derivan de hechos groseros —como es un viaje de circunvalación—, sino de observaciones que, para
aquellos tiempos, eran finas y sutilísimas, de cálculos difíciles sobre trayectorias de planetas; esto es, de
pruebas que ni son accesibles a todos ni tienen importancia para la vida diaria.
De la hazaña de Copérnico, entonces, de su gran acto de relativización, proceden todas las innumerables
relativizaciones semejantes, aunque más pequeñas, que ha venido realizando la ciencia de la naturaleza,
hasta la obra de Einstein, que volvió a ser digna de emparejarse con aquel gran modelo.
A) prueba taxativa.
B) grado de abstracción.
C) rechazo científico.
D) saber perfectible.
E) carencia de sustento.
A) manifestar.
B) aceptar.
C) advertir.
D) inquirir.
E) confesar.
A) palidecer.
B) decaer.
C) vencer.
D) finalizar.
E) enervar.
7) Complete el cuadro indicando la premisa menor, premisa mayor y conclusión, a partir de las
oraciones que se brindan a continuación:
El rectángulo es un cuadrilátero
Las palomas son aves
Los arácnidos son insectos
Los cuadriláteros tienen cuatro lados
Las aves ponen huevos
Las arañas son insectos
El rectángulo tiene cuatro lados
Las arañas son arácnidos
Las palomas ponen huevos
En la presente unidad abordaremos la Ética y su relación con el Derecho. Estudiaremos de qué modo
se vinculan, sus características, puntos de encuentro y diferencias.
A tal fin, comenzaremos citando a Aristóteles8, quién al comienzo de la Ética a Nicómaco, expresa
dos ideas fundamentales: “Si hay algún fin de nuestros actos al que queramos por él mismo,
queriendo a los demás por él, y no escogemos todo por otra cosa – así se procedería hasta el infinito,
siendo el deseo vacío y vano-, es claro que ese fin será lo bueno y lo mejor. ¿No será de gran influencia
para nuestra vida su conocimiento y no alcanzaremos mejor el nuestro como los arqueros que
tienden al blanco? Hemos de hallar cuál es y cuál de las ciencias o facultades pertenece” y un poco
más adelante dice “…Aun cuando el bien del individuo y el de la polis9 sean idénticos, es claro que ha
de ser mayor y más perfecto alcanzar y preservar el de la polis, porque si es apetecible procurarlo
para uno solo. Es más hermoso y divino para las ciudades”10
Con motivo de iniciar el estudio de tan apasionante temática, para comprender las reflexiones
aristotélicas, es necesario referirnos brevemente a las recopilaciones socrático-platónicas. Sócrates11
8
Filósofo, politólogo, preceptor, científico e incluso médico, Aristóteles fue una de las mentes más brillantes
del mundo helenístico precisamente por su insaciable curiosidad y pasión por el estudio: un auténtico
polímata, según el término griego, "el que ha aprendido mucho". Aristóteles, nacido en el año 384 aC en la
ciudad de Estagira -en el noreste de Grecia-, vino al mundo bajo una buena estrella: formaba parte de una
estirpe de médicos que llevaba varias generaciones sirviendo a la familia real de Macedonia y su destino, en
principio, era proseguir este legado. Su padre Nicómaco era el médico personal del rey macedonio Amintas
III, padre de Filipo II y abuelo de Alejandro Magno, dos personajes que influirían decisivamente en la vida del
polímata. Pero a la muerte de Nicómaco, cuando Aristóteles solo tenía 17 años, el joven fue confiado a la
tutela de su pariente Proxeno, quien se dio cuenta de su extraordinario intelecto y su curiosidad insaciable.
9
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/aristoteles-pensador-polifacetico_15153
10
Aristóteles; “Ética a Nicómaco I”; Vol. I; folio; 1999, pág. 18/19.
11
Filósofo de la antigua Grecia (469 a.C.-399 a.C.), autor de una doctrina que señala un viraje del naturalismo
materialista al idealismo. Vivió y enseñó en Atenas, donde tuvo numerosos discípulos: Platón, Antístenes,
Aristipo, Euclides de Megara. Acerca de la doctrina de Sócrates, que no escribió nada, sólo se puede juzgar
por los testimonios de Platón y Aristóteles. La estructura del mundo, la naturaleza física de las cosas, son
incognoscibles: solamente podemos conocernos a nosotros mismos, Sócrates expresó esta manera de
concebir el objeto del conocimiento mediante la fórmula: “Conócete a ti mismo”. El objetivo supremo del
saber no es de carácter teórico, sino práctico: el arte de vivir. El conocimiento, según Sócrates, es el
pensamiento, el concepto sobre lo general. Los conceptos se ponen de manifiesto por medio de la definición,
y se generalizan mediante la inducción. El propio Sócrates dio ejemplos de definición y generalización de
conceptos éticos (por ejemplo, de la virtud, de la justicia). La definición de un concepto es precedida de una
conversación en cuyo transcurso, por medio de preguntas sucesivas, se hace ver al interlocutor que se
vive en una época en la que se cuartean los valores tradicionales. Frente a valores estables, la
sofística12 predica una moral relativa y ocasionalista: vale aquello que en cada ocasión es útil para el
individuo y/o ciudad. Pero la ciudad (polis) no era una entidad estable; variaba con los tiempos, las
circunstancias y ocasiones y los deseos de los individuos, clases sociales y legisladores. Tal moralidad
lo era utilitarista y relativista. No había una ciencia de la moral, sino ocasiones o situaciones que
dictaminaban pautas de conducta.
En base a ello, Sócrates es un opositor a tales ideas. En efecto, el filósofo expresaba que, así como
hay leyes fijas, inmutables, o al menos de una persistente regularidad en otros campos (en la lógica,
en el lenguaje, en la naturaleza), de la misma manera debe haberlas por lo que a la moral se refiere.
La virtud es sabiduría; el vicio, ignorancia. Es sabio quien conoce esas leyes fijas, es decir, lo que es el
bien; quien conoce el bien posee ciencia y puede enseñarla. La virtud es enseñable.
Alegre Gorri13 expresa: “La doctrina socrática fue continuada y precisada por Platón. La virtud
consistiría en el conocimiento y realización del Bien, que produciría la felicidad. El Bien no sería
relativo ni ocasional, ni puede equipararse al placer inmediato sensible. Posee, por el contrario, un
estatuto de fijeza, permanencia e inmutabilidad. Y las realizaciones humanas deben ajustarse a él.
Por ello, la polis que diseña en la República, siendo un reflejo de la estructura estable del alma, debe,
exhibiendo la justicia, tender al Bien. Ello quiere decir que ninguna realización humana es totalmente
perfecta, porque el Bien – como el resto de las ideas- no es espacio-temporal. Es una idea modélica
situada en otro mundo”.
Como señala lúcidamente Eduardo Rabossi15, la expresión "relativismo ético" hace referencia a tesis
diversas según el nivel del discurso ético en el que se lo defienda. En el contexto de la ética descriptiva
o sociológica -en el que se investigan las opiniones y pautas morales de individuos y sociedades- el
relativismo sostiene que las concepciones morales de la gente varían en el tiempo y en el espacio, lo
que tal vez puede ser aceptado con ciertas reservas, pero no incide para nada en la cuestión de si hay
concepciones morales que pueden apoyarse con mejores razones que otras (también los individuos
y los pueblos difieren en sus creencias fácticas y eso no excluye que consideremos a algunas
verdaderas y a otras falsas). En el plano de la ética normativa o sustantiva -que discute qué debemos
hacer y cuáles instituciones son justas- no es fácil identificar al relativismo ético, pero algunas de las
tesis asociadas con ese rótulo son las que estipulan que cada uno actúa bien o correctamente cuando
14
Popper, Karl R., La sociedad abierta y sus enemigos, tr. E. Loedel, Bs. As., 1967,vol. I1,p. 314.
15
Rabossi, Eduardo, Relativismo: diversidad de sistemas morales y conducta racional, en "Cuadernos de
Filosofía", jul.-dic. 1W0, año X, no 14, p. 311.
lo hace de conformidad ya sea con sus propias convicciones o con las convicciones prevalecientes en
su medio social; la primera posición moral implica erigir en máximo valor moral a la autenticidad y la
segunda consagra el conservadorismo moral más absoluto (no es fácil encontrar argumentos en favor
de una u otra posición). En el nivel de la ética analítica o meta ética -que se ocupa del carácter de los
conceptos y juicios morales y de la posibilidad de fundamentarlos- el relativismo se confunde o bien
con el subjetivismo -que sostiene que los juicios morales describen actitudes del hablante o de la
mayoría del grupo social- o con posiciones no descriptivas, tales como el emotivismo o el
prescriptivismo -que afirman que los juicios morales se distinguen por un contenido no cognoscitivo
que consiste en la expresión de emociones o en directivas de comportamiento-. Cuando el
relativismo se asocia con el subjetivismo tiene la consecuencia de que los juicios éticos pueden ser
demostrados racionalmente -verificando las respectivas actitudes-, pero 'tales juicios o bien no darían
lugar a genuinos desacuerdos éticos (en el caso del subjetivismo individual que hace referencia a las
actitudes del hablante) o los desacuerdos a que darían lugar podrían ser resueltos mediante simples
encuestas de opinión (en el caso del subjetivismo social que alude a las convicciones prevalecientes
en el grupo social). Cuando el relativismo meta ético está asociado con posiciones no descriptivas
acerca del significado de los términos y juicios morales, él conduce fácilmente a una posición
escéptica acerca de la posibilidad de demostrar racionalmente juicios de valor, ya que concibe a éstos
como formulaciones de las que no tiene sentido predicar verdad o falsedad, puesto que no pretenden
dar cuenta de ningún hecho sino principalmente expresar o generar actitudes.
El subjetivismo social también puede plantearse en los tres planos de teorización ética en los que se
presenta el relativismo, lo que no es de extrañar puesto que, en algunos de esos planos, como
anticipé en parte, se confunde con el relativismo. Como posición de ética descriptiva, el subjetivismo
16
Aarnio, Aulis, On Lcgal Reasoning, Helsinki, 1977.
social o convencionalismo sostiene que los juicios éticos de un individuo están influidos por el medio
social en el que el individuo está inserto. Como posición de ética normativa, él estipula que un
individuo debe juzgar, decidir o actuar de conformidad con las valoraciones de su medio social, lo
que, como vimos, constituye un tipo de relativismo. Como posición de meta ética, el subjetivismo
social sostiene que "valioso", "bueno", etc., significan algo así como "lo que la mayoría del grupo
social relevante aprueba", lo que también, como se dijo, constituye otro tipo de relativismo. ¿Cuál de
estas posiciones es la que Aarnio defiende?
Tal vez ayude a responder esta pregunta revisar lo que Aarnio sostiene en materia de argumentación
en general. Entendemos por argumentación un proceso por el cual se presentan fundamentos en
favor de una aserción de modo que se aumenta plausibilidad. Agrega este autor que una aserción
resulta justificada si ella es aceptable para cierta audiencia (cualquier tipo de gente hacia quien está
dirigida la aserción). Además, sostiene Aarnio que una de las condiciones para que la aserción sea
aceptable cuando es de tipo valorativo es que su contenido corresponda al sistema de valores de la
audiencia. Precisamente uno de los rasgos que individualizan a una audiencia, según Aarnio, es una
alta convergencia valorativa, el hecho de compartir ciertas valoraciones básicas; esas valoraciones o
elecciones básicas constituyen el marco que limita toda posible argumentación frente a ese auditorio.
¿Sirve este desarrollo para poder responder al interrogante anterior sobre el tipo de subjetivismo
social que defiende Aarnio? Todavía no, puesto que tal desarrollo puede aún ser interpretado de tres
modos diferentes: a) como una tesis fáctica en el sentido de que cuando se formula un juicio
valorativo se procura de hecho ganar el favor de la audiencia y eso suele depender de que se muestre
la conformidad de tal juicio con las valoraciones básicas que comparte la audiencia; b) como una tesis
valorativa o normativa que estipula que debemos formular sólo aquellos juicios valorativos que
nuestra audiencia esté inclinada a aceptar por coincidir con su propio sistema de valores; c) como
una tesis conceptual que sostiene que un juicio de valor está justificado cuando resulta aceptable
para la audiencia, ya que lo que el juicio predica de una cierta acción, institución o regla es que ellas
están homologadas por los principios valorativos básicos aceptados por la audiencia.
Hoerster trata de mostrar que, sin embargo, algunos juicios de esa índole pueden ser objeto de una
fundamentación relativa, que apele a intereses o deseos de la persona frente a quien se trata de
17
Hoerster, Norbert, Rechtsethik ohne Metaphysik, en "Juristerueitung", 16/4/82, no 8 (versión castellana
de E. Garrón Valdes bajo el titulo Ética jurídica sin metafísica. a publicarse en "Sistema”, traducción que
utilizo en las citas del texto).
justificar tales juicios o normas. Sostiene que es posible fundamentar intersubjetivamente una norma
si se muestra que ella es adecuada para promover los intereses de los individuos involucrados, sea
que esos intereses sean idénticos, convergentes o mutuamente dependientes.
El autor ilustra cómo se podría dar esa fundamentación en el caso de intereses mutuamente
dependientes, poniendo el ejemplo de la prohibición de matar: si esa prohibición no existiera sería
bastante grande la probabilidad de que uno resulte muerto por actos de otros individuos, que pueden
estar movidos por distintos intereses o deseos. La prohibición en cuestión coarta a uno el interés
ocasional de matar a un semejante. Pero esa restricción puede ser vista por muchos como un costo
conveniente para lograr que se disminuya la probabilidad de ser muerto, que se la ve como afectando
un interés mucho mayor. Así, puede ser conveniente para algunos individuos renunciar a su ocasional
interés en matar si con ello acrecientan su propia seguridad personal. Naturalmente esa renuncia
está condicionada a similar renuncia por parte de otros, puesto que de lo contrario implicaría asumir
un costo sin la contrapartida de beneficio alguno. De este modo se puede fundamentar la prohibición
de matar respecto de quienes tienen mayor interés en disminuir la probabilidad de ser muertos que
en tener el terreno expedito para matar.
El hecho de que una norma moral esté sólo fundamentada para quienes ven satisfechos sus intereses
a través de ella, no quiere decir que ellos no puedan imponer la norma a quienes no la aceptan por
contrariar sus propios intereses: así como no hay ninguna norma que obligue a éstos a aceptar la
primera norma, tampoco hay una norma que prohíba a aquéllos imponer por la fuerza la prohibición
de matar. Todo se reduce, en definitiva, a una cuestión de poder.
Este planteo del profesor Hoerster es muy interesante porque toca la cuestión muy intrincada de la
relación entre la moral y el autointerés. Que el cumplimiento de ciertos principios morales satisface
en ocasiones el interés propio de los individuos es algo bastante obvio, según nos lo enseñaron en la
infancia. Este supuesto provecho que se seguiría de ser moral se ha puesto más de manifiesto, en
una forma mejor fundada, con la construcción, por parte de la teoría de las decisiones, de situaciones
hipotéticas que responden al esquema del llamado “dilema de los prisioneros”. Para ilustrar
sucintamente la estructura de estas situaciones, voy a aludir no al dilema original, que tiene cierta
complejidad, sino a un ejemplo del mismo tipo propuesto por Peter Singer18, el que además de su
sencillez tiene la ventaja de estar asociado con normas parecidas a las que se refiere Hoerster.
Dos miembros de una tribu van de caza y se encuentran con un tigre que los
acecha amenazadoramente. La situación es tal que, si ambos escapan en distintas
direcciones, uno será atrapado y muerto mientras que el otro se salvará, de modo que,
en ese caso, cada uno tiene, supongamos, el 50 % de probabilidades de sobrevivir. Si
uno escapa y el otro se queda en el lugar donde los sorprendió el tigre, el que escapa
tiene una probabilidad del 95 % de salvarse, y el que se queda, de sólo 5 %. Si ambos
18
6 Singer, Peter, The Expandan8 Circle. Ethm & Sociobuilogy, New York, 1982, p. 48.
se quedan en el lugar a pelear al tigre, tienen cada uno una chance del 80 % de salvar
su vida. Si los cazadores son puramente auto interesados, completamente racionales
y conocen las probabilidades indicadas, cada uno concluirá por su cuenta que le
conviene huir, puesto que así tiene un 50 Ojo de probabilidad de salvarse en el caso
de que el otro también huya, en lugar del 5 % que tendría en ese caso si él se quedara,
y un 95 % de probabilidad de salvarse, en el caso de que el otro se quedase en el lugar,
en vez del 80 % que tendría si él también se quedara. Si cada uno sabe que el otro
también es racional, auto interesado y que conoce estas probabilidades, tiene todavía
más razón para huir, puesto que sabe que el otro huirá. Pero lo paradójico del asunto
es que, actuando racionalmente sobre la base del más puro autointerés, los cazadores
reducen sus chances de supervivencia en comparación con lo que ocurriría si cada uno
de ellos concediera al prójimo tanta importancia como a sí mismo y, en consecuencia,
se quedara a pelear al tigre para maximizar las chances de supervivencia del otro
cazador: en ese caso, en lugar del 50 %, cada cazador tendría el 80 % de probabilidades
de salir indemne. Aparentemente, éste constituiría un clarísimo ejemplo que arroja
agua para el molino de Hoerster, ya que mostraría la posibilidad de justificar un
comportamiento auténticamente moral sobre la base del egoísmo más puro.
Creo que el comienzo de la sabiduría respecto del fenómeno moral consiste en advertir la trivialidad
de que no cualquier cosa puede ser moral: las reglas de fútbol no son reglas morales, una justificación
en términos de gustos no es una justificación moral, un juicio acerca de lo que el derecho dispone no
es un juicio moral. Aquí no se trata de una cuestión de palabras; si lo fuera, estaríamos hablando de
una peculiaridad del idioma castellano. Se trata, en cambio, de una cuestión conceptual: de la
capacidad de nuestro esquema conceptual para distinguir e identificar una determinada institución
social que se ha dado en los más diversos tiempos y grupos humanos y que presumiblemente cumple
ciertas funciones en tales grupos. Uno de los factores que tal vez más ha contribuido al vaciamiento
del concepto de moral (y de conceptos derivados como el de justificación, deber, etc.) es, como
veremos en el próximo capítulo, una perversión de la muy útil distinción entre moral social y moral
crítica o ideal. Esa perversión consiste en desconocer que debe existir un núcleo común entre los
sistemas morales vigentes en diversas sociedades y las concepciones morales ideales, no obstante,
la enorme diversidad de sus contenidos.
Éste es asimismo el punto de vista de Rawls, quien señala que sin lo que él llama "circunstancias de
justicia" -o sea las condiciones normales bajo las cuales la cooperación social es posible y necesaria20-
no habría ocasión para la virtud de la justicia, así como sin amenaza de daños no habría ocasión para
el coraje.
Por el contrario, Warnock señala estas circunstancias no como presupuestos del discurso moral sino
como condiciones que constituyen "la dificultad básica de la vida humana" ("the human
predicament") que la valoración moral tiene por objeto superar, actuando fundamentalmente sobre
una de tales circunstancias (la limitación de la simpatía hacia los intereses ajenos)21.
En el caso de Hart, nuevamente hay una diferencia en el tratamiento de estas circunstancias, puesto
que, en primer lugar, las asocia explícitamente tanto con el derecho como con la moral, y, en segundo
término, las menciona no tanto como presupuesto del discurso moral y jurídico, ni como
constituyentes de una situación que el derecho y la moral tienden a superar (aunque hay varias
sugerencias en este sentido en su desarrollo), sino más bien para proveer una explicación del núcleo
de contenido uniforme que se encuentra en todo sistema jurídico y moral -que él denomina "el
contenido mínimo de derecho natural"22- y que asocia con la existencia de razones para obedecer
tales sistemas.
Es fácil ver que una variación hipotética en las circunstancias mencionadas involucraría cambios en
el derecho y la moral que los harían irreconocibles: pensemos qué pasaría con nuestras ideas morales
19
Hobbes, Thomas, Levrathan, ed. por Michael Oakeshott, London, 1977, p. 101.
20
Rawls, A Theory of Justice, p. 126.
21
Warnock, The Object of Morality, p. 23-26.
22
Hart, H. L. A., El concepto del derecho, tr. G. R. Carrió, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1963, p. 239 y siguientes.
e instituciones jurídicas si hubiera recursos suficientes para satisfacer los intereses de todos, o si los
hombres fueran tales que no hicieran ninguna diferencia entre los intereses de los demás y los
propios, o si fueran completamente invulnerables frente a los ataques de los otros. Pero estas
circunstancias básicas de la vida humana en sociedad no son directamente relevantes para explicar
el desarrollo del derecho y de la moral sino que sólo lo son a través de dos circunstancias que están
generadas por ellas: tales circunstancias emergentes son la tendencia de los hombres a entrar en
conflicto unos con otros (debido, entre otras cosas, a la escasez de recursos, la divergencia de
intereses, la falta de simpatía mutua, etc.) y la tendencia a buscar la cooperación de otros (debido
también a la escasez de recursos, la vulnerabilidad individual, la igualdad aproximada, etcétera). De
modo que prácticamente los mismos factores que llevan a los hombres a entrar en conflicto unos
con otros en la persecución de sus proyectos los incitan también a buscar la cooperación de otros
para materializar tales proyectos.
Tanto el derecho como la moral cumplen, mal o bien, las funciones de reducir los conflictos entre los
individuos y facilitar la cooperación social. Conviene ver brevemente cómo satisface el derecho esas
funciones para luego hacer un contraste con la forma en que opera la moral. El derecho tiende a
reducir los conflictos sociales y a facilitar la cooperación a través de dos elementos que, en
conjunción, lo distinguen de otros sistemas normativos: la autoridad y la coacción.
Comencemos por el elemento de coacción. El Estado, que dispone del cuasi monopolio de la fuerza
disponible en una sociedad, emplea esa fuerza de dos modos sustancialmente diferentes: por un
lado, se amenaza con el empleo de la coacción estatal con el fin de generar en la gente razones
prudenciales en contra de ciertos comportamientos conflictivos o no cooperativos; por el otro, se
pone esa fuerza a disposición de los particulares para que puedan hacer valer esquemas de
cooperación en los que hayan participado voluntariamente (ejecución de contratos y decisiones
societarias), de modo de respaldar las expectativas respecto del comportamiento ajeno sobre las que
se basa toda cooperación.
Pero es obvio que el elemento de coacción depende en parte del elemento de autoridad, el que a su
vez tiene un margen de operatividad que es independiente del primero. El derecho establece órganos
e instituciones encargados, por un lado, de indicar las conductas genéricas que se supone deseables
y las condiciones para el empleo de la coacción estatal y, por otro lado, de resolver, en casos
particulares, los conflictos que se hayan generado por falta u oscuridad o por desviación de aquellas
indicaciones genéricas. Las reglas que los órganos jurídicos establecen están dirigidas a disuadir a los
hombres de realizar ciertos comportamientos (como la de lesionar a otros) y a promover ciertas
expectativas a partir de determinados actos (como la de recibir una suma de dinero si otro formuló
palabras que involucran un compromiso de hacerlo).
Las normas y decisiones de los órganos jurídicos regulan el empleo de la coacción tanto para proveer
razones prudenciales contra ciertos actos como para hacer valer acuerdos privados de cooperación.
Pero, además, esas reglas y decisiones de instituciones jurídicas tienen una operatividad
independiente de la que se da a través de la regulación del empleo de la coacción: ellas constituyen
por sí mismas razones auxiliares en favor de la realización de ciertos actos para quienes tienen
razones morales que indican obedecer lo que los órganos jurídicos disponen. En muchos casos Ja
gente tiene razones de índole moral para hacer lo mismo que los órganos jurídicos han dispuesto,
pero con total independencia de que ellos lo hayan así dispuesto. Cuando eso ocurre, las reglas y
decisiones de esos órganos serán superfluas en relación con tales individuos, salvo - para constituir -
a través de la regulación de la coacci6n- razones prudenciales coadyuvantes. Pero en otros casos las
razones morales de los individuos favorecen cierto comportamiento sólo porque un órgano
considerado legítimo lo ha prescrito. Es un hecho social aparentemente establecido que ningún
sistema jurídico puede preservarse sólo sobre la base del temor al empleo de la coacción y sin la
creencia, difundida entre buena parte de los súbditos y de los mismos funcionarios, en la legitimidad
moral de los órganos del sistema.
Vemos, entonces, que, para satisfacer sus funciones sociales de disminuir los conflictos y facilitar la
cooperación, el derecho depende parcialmente de las convicciones morales de la gente. Sin el apoyo
de la moral, el derecho proporcionaría sólo razones prudenciales para actuar, lo que, como vimos, es
generalmente insuficiente para satisfacer aquellos objetivos.
¿Cómo opera, entonces, la moral para generar acciones y actitudes que eviten los conflictos y faciliten
la cooperación social, sea directamente o a través del derecho? Tradicionalmente se han dado dos
respuestas a esta pregunta.
La primera centra la atención en las sanciones informales que generalmente acompañan a las
desviaciones de las reglas morales aceptadas; tales sanciones están dadas por reacciones sociales no
organizadas que se expresan, por ejemplo, con el ostracismo y la exclusión social, la humillación,
expresiones de irritación e indignación, etcétera. De este modo, la moral actuaría en la misma forma
en que lo @e el derecho -en la medida en que éste es independiente de la primera-, o sea generando
razones prudenciales para eludir ciertos comportamientos, dada nuestra aversión a ser objeto de ese
tipo de reacciones sociales. Por ejemplo, cuando uno no obedece a cierto órgano jurídico se expone
no sólo al ejercicio de la coacción estatal, sino también a las desagradables reacciones informales de
quienes creen en la legitimidad de ese órgano y de sus disposiciones. Pero lo que este enfoque
desconoce es que con él se reproduce la misma dificultad que, según vimos, se da frente al derecho,
ya que para el potencial infractor las reacciones adversas de su grupo no constituyen en sí mismas
razones morales para no actuar, sino razones prudenciales. Por otro lado, los mismos críticos del
agente no alegarán que sus reacciones constituyen, como tales, razones morales en contra de la
acción, sino que sostendrán que esas reacciones se basan en razones morales. Sin este presupuesto
se perdería buena parte de la misma fuerza disuasoria de tales reacciones.
Otros autores, como Warnock23, sostienen que la forma en que la moral actúa para disminuir los
conflictos y facilitar la cooperación es a través de ciertas virtudes de carácter. El autor mencionado
expone esta tesis del siguiente modo:
23
Warnock, The Object of Morahty, p 71 y siguientes
"Si algunas de las cosas que pueden ser hechas para atenuar la dificultad
física de la vida humana van a ser, efectivamente, hechas, entonces no solo se
tiene que compeler a la gente para que haga ésas que no están naturalmente
dispuestos a hacer de cualquier modo; ellos tienen que actuar a veces
voluntariamente, sin coerción, de un modo diferente al que están
naturalmente dispuestos. Es necesario que la gente adquiera, y que se
proponga que otros adquieran, lo que podría llamarse buenas disposiciones;
o sea el estar listo, en algunas ocasiones, a hacer las cosas deseables que no
todos los seres humanos están naturalmente dispuestos a hacer de todos
modos, y, similarmente, a no hacer cosas dañosas"
Según este autor las virtudes morales -no maleficencia, imparcialidad, beneficencia y sinceridad- son
aquellas disposiciones dirigidas a contrarrestar la limitación de las simpatías hacia los intereses de
otros y cuyo ejercicio es esencialmente bueno para personas distintas del propio agente (a diferencia,
p.ej., del coraje o el autocontrol). Es innegable que las virtudes de carácter son, junto con la presión
social inherente a ciertas reglas, aspectos importantes de la moralidad vigente que inciden
decisivamente en el cumplimiento de sus funciones sociales. Pero, nuevamente, este enfoque deja
de lado un factor que es relevante para entender la forma en que operan las virtudes morales: ellas
no consisten simplemente en la tendencia a hacer ciertos actos, sino en la tendencia a realizar
determinados actos por la creencia de-que hay razones morales en su apoyo; un hombre moralmente
virtuoso es el que tiende generalmente a actuar sobre la base de razones morales. Aquí hay un eco
de la idea kantiana de que para obrar con buena voluntad no basta hacer 10 que es objetivamente
nuestro deber, sino que hay que obrar por respeto y con conciencia del deber. Cuando se inculcan
virtudes morales no se trata simplemente de hacer que la gente esté lista para efectuar
espontáneamente ciertos actos deseables cuando llegue el momento apropiado, sino de hacer que
la gente haga suyas ciertas razones morales a favor de determinadas acciones, de modo que esas
razones prevalezcan sobre otras consideraciones en el momento oportuno.
El discurso moral constituye una técnica para convergir en ciertas conductas y en determinadas
actitudes frente a conductas sobre la base de la coincidencia de creencias en razones morales; esa
convergencia en acciones y actitudes, que se pretende obtener mediante la coincidencia de
creencias que la discusión moral tiende a lograr, satisface, evidentemente, las funciones de reducir
los conflictos y facilitar la cooperación.
Si prestamos atención a cualquier discusión moral corriente advertiremos de inmediato que en ellas
se emplean recurrentemente ciertos argumentos estándares, como las preguntas retóricas "¿qué
pasaría si todos obrasen como usted?" o "¿le gustaría que a usted le hicieran lo mismo?" o ''¿por qué
no se pone en mi lugar?" Estas réplicas reflejan rasgos formales distintivos del discurso moral que
deben ser analizados. Hay un aspecto del discurso moral que es tan fundamental que hace que él sea
precisamente un discurso: en el discurso moral están excluidos argumentos, formas de persuasión o
técnicas de motivación basados en la obediencia dogmática a ciertas autoridades -humanas o divinas-
, el recurso a amenazas de daños o a ofertas de beneficios, el engaño, el condicionamiento a través
de la propaganda. Todos coincidirían en que cuando estos recursos se emplean se está pervirtiendo
o abusando del discurso moral, y que ello puede viciar los resultados obtenidos. El discurso moral
está dirigido a obtener una convergencia en acciones y actitudes, a través de una aceptación libre
por parte de los individuos, de principios para guiar sus acciones y sus actitudes frente a acciones de
otros. Éste es el rasgo de autonomía de la moral, que fue insuperablemente señalado por Kant al
sostener que lo que da valor moral a la acción no es el miedo o la inclinación sino el respeto voluntario
a la ley, que convierte al agente en su propio legislador24.
Este rasgo es lo que distingue más radicalmente a la moral de otras instituciones sociales que
satisfacen las mismas funciones, como es el caso del derecho. La moral se caracteriza por operar a
través del consenso. Es inconsistente que alguien diga que la solución x es la que establece la moral
ideal, aunque no está de acuerdo con ella, cosa que puede en cambio decir coherentemente respecto
del derecho.
Para que la convergencia de acciones y actitudes obtenida a través de la aceptación libre de principios
de conducta sea posible, esos principios deben satisfacer ciertas condiciones mínimas.
Ellos deben ser públicos, o sea que todos pueden conocer estos principios; si alguien alega actuar
sobre la base de principios misteriosos e inefables o revelados sólo a él, ellos no podrán servir de
base de comportamientos y actitudes convergentes.
Los principios deben ser generales en el sentido de que establecen soluciones normativas para casos
definidos sobre la base de propiedades y relaciones genéricas; si los principios se refirieran a casos
individuales no cumplirían su función de servir de base para un comportamiento convergente, ya
que esa convergencia presupone expectativas fundadas en regularidades.
Esto se vincula con la exigencia de que las propiedades y relaciones que determinan los casos
relevantes deben ser de índole fáctica, de modo que las circunstancias que condicionan las diferentes
soluciones normativas sean susceptibles de verificación por parte de todos; de aquí que los principios
morales sean supervenientes respecto de circunstancias de hecho.
24
Kant, Enmanuel, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, tr. M García Morente, Madrid, 1977,
p. 94 y 101.
Esta concepción meta ética presenta a la moral como un "artefacto humano", como algo que
depende esencialmente de las acciones y actitudes de los hombres. Se distingue así radicalmente de
posiciones realistas, tales como el intuicionismo ético. Rawls marca la diferencia del modo siguiente:
Este principio tiene, en realidad, dos aspectos diferentes. El primero consiste en valorar
positivamente la autonomía de los individuos en la elección y materialización de planes de vida, o en
la adopción de ideales de excelencia que forman parte de la moral autorreferente y que están
presupuestos por aquellos planes de vida.
Veamos, para empezar, el primer aspecto de este principio, o sea la asignación de un valor positivo a
la libre elección, por parte de los individuos, de planes de vida e ideales personales.
Es fácil advertir que esta autonomía que el principio valora positivamente es parte de la autonomía
en el sentido de Kant, y que se manifiesta en la libre elección no sólo de pautas que hacen a la moral
autorreferente, sino también de cualquier otra pauta moral, incluyendo las que integran la moral
intersubjetiva. O sea que aquí tenemos dos sentidos de "autonomía" que son tales que uno está
comprendido por el otro, cuyo dominio es más amplio que el primero: este último, que es el
empleado por Kant, se refiere a la libre adopción, como guía de acciones y actitudes, de cualquier
principio moral; el primero, que es el que está incorporado al principio liberal de la autonomía de la
persona, se refiere sólo a la libre elección de pautas y modelos correspondientes a la moral personal
o autorreferente (que es la que determina los planes de vida de los individuos). Va de suyo que, si se
prueba que la autonomía, en el sentido más amplio, es valiosa, entonces resulta demostrado el valor
de la autonomía en el sentido más restringido que el principio liberal presupone.
La autonomía en el sentido de Kant está estrechamente conectada con un rasgo fundamental del
discurso moral: con el hecho de que éste opera no a través de la coacción, o el engaño, o el
condicionamiento, sino a través del consenso; o sea que el discurso moral, a diferencia de, por
ejemplo, el derecho, está destinado a obtener una convergencia de acciones y actitudes a través de
la libre aceptación de principios últimos y generales para guiar la conducta.
La regla básica del discurso moral contiene también una condición de preeminencia (que cuando se
trata de acciones moralmente relevantes, ellas deben estar prioritariamente determinadas por la
aceptación libre de principios morales) y también una condición de operatividad (que todo principio
moral que se juzgue válido debe ser tomado en cuenta para guiar las acciones a las que es aplicable).
LA ÉTICA Y LA ÉTICA PROFESIONAL
Encontramos en Cicerón una caracterización de la ética que habla de la moral como vitae degendae
ratio, es decir: “modo de conducir la vida”. Es que vivir humanamente supone, inexorablemente,
hacernos cargo de nuestra vida para conducirla –con mayor o menor plenitud– con nuestra razón y
nuestra voluntad. No podemos dejar de conducirnos, y aún resistir a esa exigencia nos condena a
conducirnos. Se muestra, así, ese carácter constitutivo de la ética en todo miembro de la especie
humana, de manera que no puede quedar al margen de la ética; no hay nadie con razón y libertad
que permanezca al margen de la moral. La ética estudia o tiene por materia primaria los actos
propiamente humanos (actus humanis), o sea los que a diferencia de los actos del hombre (actus
hominis) son escogidos libre y racionalmente por la persona. Aquellos actos no resultan simplemente
atribuidos a alguien, sino que responde por ellos aquel que los ha ejecutado sabiendo lo que hacía, y
estando en posibilidad de no realizarlos.
De ese modo, en la medida que el hombre conoció o estaba en condiciones de conocer lo que estaba
haciendo, y optó por ese comportamiento, aunque podía abstenerse, estamos frente a una materia
susceptible de un juicio ético. Pero en la materia de la ética, además de actos, también ingresan los
hábitos (buenos=virtudes o malos=vicios), que generan la repetición de los actos que estudia.
Recapitulando, la ética estudia y se refleja en los actos propiamente humanos, los hábitos que
suscitan la repetición de los mismos y en aquella identidad que la vida asume a tenor de actos y
hábitos. Destaquemos que hablamos tanto de la ética como disciplina teórica (ethica docens) que
estudia aquella materia o realidad, como también de la ética asumida en nuestra vida (ethicautens),
conforme a la cual nos comportamos respecto a nosotros mismos (ética individual) como respecto a
los otros (ética social).
Yendo directamente al campo que nos interesa de la ética profesional, podemos señalar que ella se
ocupa de los actos, hábitos y personalidad del profesional desde la perspectiva del buen profesional,
o sea, de aquel que cubre la prestación del servicio a otro del mejor modo posible. Sin duda que la
prestación del servicio profesional de manera acabada, plena o excelente, genera de manera directa
en el usuario la correspondiente satisfacción o felicidad por el beneficio recibido, pero también hay
otros beneficiarios por ese servicio “bien” prestado, como la sociedad, que sabe que cuenta con
profesionales excelentes, los colegas, el mismo buen profesional, sus auxiliares, etc. La ética
profesional es una ética social aplicada a un servicio que alguien presta a otro en orden a lograr
proveerle un determinado beneficio, por eso desde ella es posible identificar a aquellos profesionales
excelentes, regulares o malos. Ese juzgamiento ético podemos verlo desde las exigencias que pesan
para la “buena” prestación del servicio, o también desde el resultado beneficioso que genera la
misma.
El concepto de una ética profesional para la abogacía se puede asociar con varias ideas diferentes.
Una primera idea con la que naturalmente asociamos la ética profesional la de un código legalmente
estatuido que regula la actividad de una profesión y establece sanciones a quienes violan sus normas.
Estos códigos, si bien tienen una naturaleza jurídica (porque fueron establecidos indirectamente por
leyes), pretenden ir más allá de lo que es estrictamente jurídico y regular cuestiones de carácter ético
o moral.
A esta primera idea es posible dirigirle al menos dos objeciones iniciales. En primer lugar, se podría
argumentar que si un profesional (al igual que cualquier ciudadano) cumple con las normas jurídicas
(es decir, actúa dentro de la ley) no hay razón para impedirle o restringirle su conducta. En todo caso,
frente a situaciones en las que están en juego conductas que son moralmente discutibles (o quizá
condenables), debería quedar a criterio de la moral privada del individuo determinar cuál es la
decisión “correcta”.
En segundo lugar, la idea de que existe una ética interna de las profesiones podría ser criticada desde
una perspectiva diferente: la de quienes piensan que existe un solo orden normativo moral general
y que, por lo tanto, todas las conductas humanas deben ser evaluadas sobre esa base. Un ejemplo
paradigmático de esta posición es el utilitarismo (al menos en alguna de sus versiones). Desde esta
perspectiva, la idea de una ética profesional independiente es absurda. Los deberes morales son los
mismos para todos, sean profesionales o no. En este sentido, no es posible que exista ningún deber
particular ligado a algún rol.
Una segunda idea con la cual podemos asociar la ética profesional es la de un conjunto de altos
ideales a los que un profesional debería aspirar. Esta idea contrasta con la opinión que generalmente
se tiene de la práctica de la abogacía, según la cual los abogados están típicamente dispuestos a todo
(incluyendo hacer cosas altamente cuestionables) para ganar el caso u obtener un beneficio (para sí
o para su cliente).
En un sentido análogo a lo que Carlos Nino llamaba “moral crítica”, la ética profesional es el conjunto
de normas morales que, sobre la base de argumentos racionales, pensamos que debe guiar la
conducta de los profesionales independientemente de lo que diga cualquier código de ética. De
hecho, es posible que ningún código o normativa sea capaz de establecer la solución a todo problema
ético que se presente en el ejercicio de una profesión. Por ello, estudiar ética profesional no puede
reducirse a aprender ciertas normas contenidas en uno o varios códigos (aunque esto sea necesario).
Es imprescindible también adquirir las herramientas para comprender y, eventualmente, resolver
problemas morales que se plantean cotidianamente en la práctica de la profesión de un modo crítico
y reflexivo.
En este sentido, el objetivo no es el de dictaminar o pontificar cuáles son las conductas correctas o
incorrectas ante cada problema ético posible. El objetivo es, más bien, ayudar al estudiante a adquirir
las herramientas adecuadas para detectar y enfrentar los dilemas éticos de la profesión. Esto,
insistimos, va mucho más allá del mero cumplimiento de las normas disciplinarias positivas.
PRELUDIO
El término “ética” tiene su origen en la palabra griega “ethos”, que refiere a la conducta, al carácter y
a la costumbre. La palabra “moral” tiene un significado similar: proviene del latín “mores”, que hace
referencia, también, al hábito o la costumbre.
En las sociedades contemporáneas, ambos términos han sido despojados de su significado original.
Los filósofos generalmente definen a la ética como el estudio de la moral y a la moral como el
conjunto de principios abstractos que determinan qué es lo correcto y lo bueno. Más popularmente,
la ética y la moral son considerados sinónimos para referirse, también, a estos principios. En
concordancia con esto último, a lo largo de la obra se usarán ambos términos como sinónimos, para
evitar debates cuya importancia se limitaría a la mera semántica.
Según el relativismo moral, lo moralmente correcto o incorrecto, bueno o malo, depende de las
creencias predominantes en cada cultura. La idea es que cada cultura establece sus propios
estándares morales y que nuestros compromisos éticos dependerán, en definitiva, de la cultura en la
cual estemos inmersos. Algunas culturas, por ejemplo, practican el parricidio cuando el padre se
vuelve anciano. Lejos de considerarse inmoral, esta práctica es totalmente permisible –y aun
requerida– incluso por las mismas personas ancianas. Otras culturas continúan pensando que las
mujeres no deberían tener poder de decisión sobre sus propias vidas, quedando estas relegadas a lo
que decidan sus padres o sus esposos. Existen, también, culturas en las cuales criticar al gobierno es
considerado un crimen que merece incluso castigos físicos. La diversidad cultural a través del tiempo
(e incluso en una misma época determinada) es a veces considerada una fuerte razón a favor de la
idea de que no hay principios morales objetivos, universalmente válidos, sino que ellos son relativos
a cada cultura.
Ante todo, debe aclararse que el relativismo moral no es una teoría amoral, es decir, no es escéptico
frente a la idea de que existe la moral. Considera que las personas efectivamente tienen deberes
morales y que existen buenas y malas personas. Si bien afirma que la moral existe, esta es relativa a
cada cultura, de modo que no tiene sentido evaluar a las diferentes sociedades de acuerdo con
estándares objetivos.
Como tal, la tesis relativista es opuesta a la corriente moral objetivista, de acuerdo con la cual hay
principios morales objetivos a la luz de los cuales deberían ser evaluadas las diferentes culturas. Debe
tenerse presente, asimismo, que el relativismo moral es, como toda teoría ética o moral, una tesis
normativa concerniente a lo que debe ser, no una tesis descriptiva sobre lo que de hecho sucede en
el mundo. Esta es una distinción importante que generalmente es pasada por alto cuando se habla
del relativismo moral; en parte porque muchas afirmaciones propias de un relativista moral son
ambiguas, es decir, que pueden ser interpretadas como enunciados descriptivos o enunciados
morales (normativos).
Consideremos, por ejemplo, el enunciado inicial: “Lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo,
depende de la cultura en la cual estemos inmersos”. Esta afirmación puede interpretarse como
descriptiva si la entendemos como la apreciación sociológica de que en diferentes culturas hay
diferentes creencias sobre lo que es moralmente correcto o bueno.
Entendida de esta forma, refiere a lo que se conoce como “moral social”. Sin embargo, también
puede interpretarse como un enunciado normativo si se entiende que nuestros deberes morales
realmente varían dependiendo de la cultura, de forma tal que, al decidir cómo comportarnos,
siempre debemos identificar las creencias predominantes de la cultura en la que estamos inmersos.
Entendido de esta manera, alude a lo que se conoce como “moral crítica” (Nino, 1989, p. 92).
Lo dicho en el párrafo precedente debería servir para ilustrar una falacia muy común. Muchas
personas intentan defender la teoría normativa del relativismo moral, pero basándose en la
apreciación sociológica de que existieron y existen muchas culturas con diferentes códigos morales.
Es un razonamiento falaz, dado que se está intentando justificar una tesis normativa (sobre lo que
debe ser) apelando a una tesis descriptiva (sobre lo que es). Todos sabemos que en nuestro planeta
han habitado una gran diversidad de culturas. La pregunta interesante es si lo que realmente
debemos hacer varía en función de si formamos parte de una cultura u otra.
Para probar la tesis normativa necesitamos argumentos normativos, la apelación a los hechos es
irrelevante. En otras palabras, decir que diferentes culturas adoptan diferentes creencias sobre lo
que es moralmente correcto o incorrecto, bueno o malo, no implica necesariamente que aquello que
realmente debamos hacer varíe de acuerdo con las creencias predominantes. Bien podría suceder
que lo objetivamente correcto o bueno siempre haya sido lo mismo, pero que solo hayan ido variando
las creencias sobre ello. No sería la primera vez que suceda. A modo de ejemplo, durante mucho
tiempo diferentes culturas tuvieron diversas creencias sobre la forma de la tierra, lo cual no implica
que la forma real de la tierra haya ido cambiando de acuerdo con las creencias predominantes de
cada época.
Partiendo de la premisa relativista, podríamos concluir que prácticas como la esclavitud son
permisibles, si las creencias predominantes de la cultura en cuestión así lo establecen. También,
podríamos concluir que no hay nada de malo en el maltrato sistemático a la mujer en aquellas
culturas cuyo código moral lo aprueba. Y lo mismo se aplica a todo tipo de comportamientos que
consideramos repugnantes como el canibalismo, el infanticidio o los castigos físicos a aquellos que
piensan diferente.
Otro tipo de conclusión inaceptable a la cual el relativismo moral parece conducir es que no hay
espacio para la genuina reflexión moral. Por ejemplo, la discusión acerca de qué deberes morales
tienen los abogados se reduciría al mero ejercicio de identificar las creencias morales predominantes
de la cultura que se esté analizando. Pensar sobre la ética profesional de los abogados ya no
consistiría en reflexionar sobre cuáles son los parámetros éticos ideales para evaluar su
comportamiento, sino simplemente en verificar que los abogados hayan cumplido con lo que en su
cultura se considera moralmente adecuado.
Si, en cambio, partimos de una concepción objetivista, evaluaremos sus acciones a la luz de
estándares morales que no necesariamente sean parte de las creencias predominantes. Serán
estándares morales que consideraremos objetivamente correctos y que, de ser cuestionados, habrá
que defender apelando a razones objetivas más allá de su popularidad en una cultura y época
determinadas.
Dentro de las teorías objetivas, podemos mencionar al consecuencialismo y al deontologismo. Para
distinguirlos, imagine que se encuentra descansando plácidamente en su hogar y suena el teléfono.
Es un criminal de aquellos que suelen aparecer en las películas, a los que les agrada colocar a
ciudadanos comunes en dilemas éticos complejos. Supongamos que esta persona le dice lo siguiente:
“He secuestrado a diez personas y voy a asesinarlas, salvo que usted salga a la calle ahora mismo y
mate a una persona. En caso de que lo haga, dejaré ir a los secuestrados en libertad”.
Para que el ejemplo cobre interés es necesario tomar como verdaderos ciertos hechos. Debemos
imaginar que es cierto que este individuo secuestró a diez personas y que las asesinará en caso de
que no matemos a una persona. Tenemos que suponer también que efectivamente las dejará ir en
caso de que accedamos a su pedido. Finalmente, debemos imaginar que, de alguna forma, el
individuo puede enterarse de lo que hagamos, de modo que no podemos mentirle.
Seguramente, ante este dilema, diferentes personas adoptarían distintos cursos de acción. El objetivo
no es determinar el comportamiento moralmente correcto en este tipo de casos, sino mostrar cómo
la decisión que tomemos dependerá de qué teoría de ética normativa adoptemos. Por un lado, quizás
pensemos que, en esa situación, sería egoísta “lavarnos las manos” y limitarnos a decir “lo que haga
usted es problema suyo. Yo no voy a matar a nadie”. Después de todo, tenemos la posibilidad de
salvar a diez personas. Sería necesario matar a una, pero estaríamos salvando nueve vidas netas. En
tal caso, concluiríamos que tenemos el deber moral de matar a una persona, puesto que generaría
más consecuencias positivas que negativas. Por otro lado, tal vez creamos que la corrección o
incorrección moral de las acciones no dependen enteramente de las consecuencias que generan.
Puede que nuestro deber moral de no matar persista incluso en aquellos casos complejos en los que
matar implique salvar más vidas. Cada uno de estos dos razonamientos refleja una teoría de ética
normativa diferente. El primero forma parte de lo que se conoce como “consecuencialismo”,
mientras el segundo refleja lo que los filósofos típicamente llaman “deontologismo”.
De acuerdo con el consecuencialismo, el hecho de que una acción sea moralmente correcta depende
enteramente de sus consecuencias.
Los inquilinos de un edificio demandan a los propietarios con el fin de obligarlos a reparar daños
que, si bien ocasionan molestia, no representan riesgos serios. Usted, como abogado de los
propietarios, contrata a un ingeniero para que inspeccione el edificio y testifique a favor de sus
clientes. Sin embargo, el resultado de la inspección no es el que usted esperaba: el ingeniero
encuentra en el edificio daños más graves de lo previsto, los cuales sí representan una amenaza
para la seguridad de los habitantes. Nótese que estos daños, al no haber sido advertidos por los
inquilinos, no fueron mencionados en la demanda.
Por un lado, podríamos pensar que nuestro deber moral es hacer lo que generará las mejores
consecuencias (o, al menos, lo que más probablemente generará las mejores consecuencias). Si esto
es así, entonces pareciera que debemos informar sobre los daños más graves en pos de la seguridad
de todos los que habitan en el edificio. Por supuesto, eso perjudicaría a nuestro cliente, lo cual sería
una consecuencia negativa. Sin embargo, las consecuencias positivas, en términos de la seguridad de
varias personas, la superan ampliamente. Este es un razonamiento consecuencialista.
Por otro lado, podríamos pensar que nuestros deberes morales no dependen enteramente de las
consecuencias. Podríamos sostener que, como abogados, tenemos el deber de promover los
intereses de nuestro cliente y que ese deber existe con independencia de las consecuencias. Después
de todo no tenemos la culpa de que el arquitecto y otros profesionales hayan sido negligentes. Tal
vez pensemos que no estamos obligados a tomar acciones positivas para proteger la salud de
personas con las que no tenemos ningún vínculo y deberíamos limitarnos a cumplir con nuestro deber
de hacer lo mejor para nuestro cliente, independientemente de las consecuencias que ello genere
para otras personas. Este es un razonamiento que podría considerarse deontológico.
La idea de que existe una ética de las profesiones se ha naturalizado, hasta cierto punto, en las
sociedades contemporáneas: médicos, abogados, jueces, arquitectos, contadores, enfermeras,
periodistas, gerentes de empresa, entre otros, suelen tener reglas de “deontología profesional”, algo
así como una normativa que regula la acción de los profesionales y establece sanciones disciplinarias
para las conductas consideradas impropias. Muchas veces estas reglas son aplicadas por los propios
profesionales, que se encuentran colegiados en asociaciones. Intentaremos entender este
fenómeno, explicar cuál es la razón por la que pueda haber una ética específica de las profesiones y
de qué modo se puede traducir esa ética en normas coercitivas.
Comencemos por intentar una aproximación al concepto de profesión. Si bien hay casos grises, es
claro que la abogacía es una profesión, así como la medicina o la arquitectura. Pero, ¿qué es lo que
tienen en común y qué diferencia a estas actividades de otras? Algunos rasgos típicos de las
profesiones son los siguientes. En primer lugar, una profesión es una actividad laboral mediante la
cual las personas (profesionales) se ganan la vida. Ello implica que, normalmente, es el trabajo
(principal) de esas personas y ese trabajo es remunerado. En segundo lugar, esta actividad laboral
remunerada implica una cierta clase de conocimiento técnico adquirido mediante una formación o
educación específica. Lo que puede hacer un abogado, un médico o un enfermero no lo puede hacer
cualquiera (al menos en general). En tercer lugar, una profesión es normalmente una actividad con
cierto prestigio social. Muchas veces ese prestigio es controvertido (como en el caso, precisamente,
de la abogacía), pero existe en muchos sectores y, en todo caso, los profesionales consideran sus
propias actividades importantes o merecedoras de prestigio o valor social. En cuarto lugar, las
profesiones son actividades que, al menos en ciertas oportunidades, atañen a cuestiones muy
fundamentales delas personas. La medicina se ocupa de su salud, la abogacía se ocupa de sus
derechos, muchas veces fundamentales. Por último, todas las profesiones incluyen, hasta cierto
punto, una relación personal a menudo profunda y duradera entre el profesional y el destinatario (el
cliente, en el caso de la abogacía, el paciente en el de la medicina).
Una vez que tenemos una comprensión (aunque sea aproximada) del concepto de profesión,
tendríamos que intentar aclarar qué debemos entender por “ética” cuando nos referimos a una
“ética profesional”.
Es importante distinguir entre ética profesional y regulación profesional. Una idea extendida entre
miembros de diversas profesiones (entre ellas la abogacía) es que la ética profesional consiste en
obedecer las reglas emanadas de la regulación vigente en el lugar y tiempo en el que se ejerce esa
profesión. Por ejemplo, si un abogado ejerce en la Provincia de Mendoza en nuestros días, la ética
profesional de ese abogado consiste en cumplir con las normas éticas vigentes en el Código de Ética
del Colegio de Abogados.
Sin embargo, tal como ya hemos sugerido en los primeros párrafos de este texto, identificar la ética
profesional con un conjunto de reglas positivas que de hecho existen en una determinada
comunidad, sería reduccionista. Las reglas disciplinarias y los códigos de ética son solamente un
instrumento, seguramente imperfecto, para incentivar a los profesionales a comportarse de un modo
más acorde con la ética profesional. Hay, como veremos, un enorme campo de problemas y dilemas
que no pueden ser resueltos mediante la aplicación automática de un código de ética, así como hay
reglas de estos códigos que dudosamente sean parte integral de lo que justificadamente podríamos
considerar la ética profesional de la abogacía.
Los rasgos de la sociedad líquida han llegado a la universidad para instalarse como cultura en los
ámbitos de formación de los jóvenes. Como si fuera un discurso teórico pedido a propósito para
explicar lo que acontece en este espacio institucional, Bauman (2011) nos llama a estar alertas ante
la volatilidad de las identidades y la escasa fuerza de los discursos densos y de compromisos
duraderos; la frágil consistencia de estos discursos ha ahuyentado el interés por convicciones sociales
y, a la vez, ha contribuido a reducir la identidad profesional a su dimensión económica. El refugio en
los saberes útiles para responder a las expectativas y demandas de un mercado cambiante en
periodos cada vez más cortos se ha vuelto una constante en la educación superior, la cual convive
con escasas manifestaciones culturales que se resisten a dejar de lado la dimensión ética de las
profesiones.
Comparto con Adela Cortina (2000) que toda profesión adquiere legitimidad por varias vías, ya que
se logra no sólo con el dominio de competencias para el buen desempeño en la dimensión técnica,
cuyo resultado es la obtención de ingresos para la manutención del profesional y de su familia, sino
además, y de modo relevante, mediante la construcción de legitimación social, con lo cual el
profesional compensa a la sociedad por el bien recibido al haberse formado como tal en una
institución educativa creada por el Estado moderno para el bien de los individuos y de la comunidad.
Es decir, que hay deberes éticos ante la sociedad para hacer el bien común desde los saberes de cada
profesión. No concebirlo así es presumir erróneamente que el título universitario se adquiere sólo
por méritos de una trayectoria individual, lo cual niega la historia y las finalidades de la universidad y
pone en cuestión la mínima eticidad que debe estar contenida en la cultura profesional.
Con mucha anticipación Durkheim (1992) expuso que los profesionales tienen la tarea moral de
contribuir para crear un estado de orden y paz, atribuyendo a cada profesión un espacio desde el
cual se adquiere el deber de colaborar para una vida civilizada. La pregunta que se desprende es si
acaso las universidades están tomando en cuenta la vida contemporánea, tanto las necesidades
teóricas y técnicas de las profesiones como las que se desprenden de la realidad sociocultural y
económica en donde se inscribe cada campo disciplinario y, por supuesto, los nexos que éstas tienen
con los fenómenos de la vida pública que pautan la vida civil.
Las finalidades de la universidad no se reducen a la habilitación de los jóvenes para el mundo del
trabajo; siendo esto importante, es pertinente advertir que con ello se reduce su acción educativa a
la esfera técnica-cognitiva, cuya racionalidad instrumental obedece, diría con Habermas (1988), al
imperativo donde priman la eficiencia y la eficacia, con las consecuencias culturales que esto trae
consigo en la formación universitaria.
Se trata de poner en juego los saberes profesionales propios de cada campo formativo con las
realidades sociales, económicas y culturales que le dan contexto y sentido humano a cada profesión.
La urgencia ética en una sociedad marcada por el descrédito de las instituciones políticas, está
constituyéndose en el apartado pendiente del currículo universitario.
No es cuestionable ni perverso ganar dinero; éste es uno de los fines primordiales de toda profesión.
Lo perverso es olvidar el bien y la utilidad que los profesionales deben proporcionar a la sociedad. En
esto radica una de las fuentes de legitimidad que construyen las profesiones, cuando sus miembros
no trabajan sólo para sí mismos, sino, además, y sin lucro de por medio, para el bien de la comunidad
(Cortina, 2000:19).
Los saberes profesionales son recursos culturales para el buen desempeño en un empleo; sin
embargo, no deben tener únicamente este fin, pues la misma cultura profesional puede servir, desde
la perspectiva ciudadana, para entender y actuar junto con pares de la profesión ante problemáticas
que estén afectando a la vida civil, y cuyas acciones no están mediadas por contratos laborales sino
por la convicción de compensar a la sociedad el bien recibido a través de la formación. Esta es una
vía de legitimación social imprescindible para reconocer como profesionales a todas aquellas
personas que tienen como fuente legal de ingresos una actividad económica (López Zavala, 2009: 28-
34), pues más allá de enseñar reglas éticas y la consecuente memorización por los estudiantes para
enfrentar exámenes escolares, más bien se trata de tener presente el deber de la universidad de
intervenir en la configuración de una cultura ética orientada a identificar "qué tipos de prácticas
ayudan a alcanzar la meta dela profesión y cuáles no, qué valores y principios es preciso encarnar
para proporcionar a la sociedad el bien que le es debido" (Cortina, 2000: 24).
La formación del ethos profesional toma sentido pleno no en escenarios imaginados, sino en
ámbitos socialmente existentes, lo cual contribuye al desarrollo de la profesionalidad moral (López
Zavala, 2009) cuyo rasgo general distintivo es que, además de contar con capacidades teóricas y
técnicas para el desempeño en su campo disciplinar, su vocación y sus actos tienen como horizonte
la pretensión de justicia en la relación con su comunidad.
La ética profesional en la universidad podemos estudiarla en las distintas dimensiones que cruzan a
este campo temático, por ejemplo, desde la problemática de la formación universitaria asociada con
las necesidades que se desprenden de la vida social; y desde la configuración del ethos profesional -
particularmente en lo referido al desarrollo socio-moral de los jóvenes, cuya pretensión de justicia se
ha de expresar en la práctica de su profesión.
Hortal lo ha dicho en pocas palabras: "Un profesional ético es aquél que hace el bien en su profesión.
No hay nada más moralizador que cada cual haga bien lo que tiene que hacer.” (Hortal, 2000: 60)
Actividades de Repaso
3) Marca con una cruz, para cada uno de los siguientes casos, si te parece moralmente correcto
(A), moralmente incorrecto (B), o incalificable moralmente (C). En los casos en que la acción
sea A o B, explicita cuál es la norma o el juicio moral que justifica tu decisión (D).
A B C D
Engañar a tu
profesor para
que no te baje la
calificación.
Guardar un
secreto a un
amigo.
No devolver un
libro que te han
prestado.
Ir al cine a ver
una película de
terror.
Publicar una
poesía en una
revista juvenil.
Herir
accidentalmente
a tu vecino.
Sacrificar a tu
perro porque te
mudas y no hay
lugar para él en
tu nueva casa.
Jugar al ajedrez
con un amigo.
Cortar unas
flores del jardín
de tu vecino para
regalarlas a tu
pareja.
4) A partir de la lectura de la ficha, reflexiona y comenta: ¿Qué beneficios importantes puede
brindarnos el llevar adelante una reflexión Ética?
UNIDAD 3: INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Nino, Carlos Santiago – Introducción al análisis del Derecho – 2° edición ampliada y revisada – 12°
reimpresión – Colección mayor Filosofía y Derecho – Editorial Astrea.
No deja de ser sorprendente que los estudiosos del derecho aparentemente tengan las dificultades
que tienen y disientan en la forma en que lo hacen cuando se ponen en la tarea de identificar y
clasificar los fenómenos a cuyo estudio han dedicado toda su vida y que, por otra parte, no parecen
ser nada misteriosos ni requerir técnicas especiales de observación.
Seguramente, ni los físicos, ni los químicos, ni los historiadores, etc., tendrían tantas dificultades para
definir el objeto de su estudio como tienen los juristas; en la mayor parte de los casos les bastaría
con señalarnos algunos objetos o fenómenos o darnos alguna breve explicación para transmitirnos
una idea más o menos precisa de lo que ellos estudian.
Si los juristas no pueden resolver la cuestión tan simplemente, no se debe, casi con seguridad, a una
incapacidad profesional o a que el derecho sea tan extraordinariamente complejo, elusivo y variable
que escape a los marcos de cualquier definición.
Me aventuro a adelantar la hipótesis de que las dificultades para definir "derecho" que enfrentan
algunos juristas y la gente en general, tienen su origen en la adhesión a una cierta concepción sobre
la relación entre el lenguaje y la realidad, que hace que no se tenga una idea clara sobre los
presupuestos, las técnicas y las consecuencias que deben tenerse en cuenta cuando se define una
expresión lingüística, en este caso "derecho".
En el pensamiento teórico, y en el jurídico más que en ningún otro, todavía tiene alguna vigencia la
concepción platónica respecto de la relación entre el lenguaje y la realidad.
Se piensa que los conceptos reflejan una presunta esencia de las cosas y que las palabras son
vehículos de los conceptos. Esto supone que la relación entre los significados de las expresiones
lingüísticas y la realidad consiste en una conexión necesaria que los hombres no pueden crear o
cambiar sino sólo reconocer, detectando los aspectos esenciales de la realidad que deben,
ineludiblemente, estar recogidos en nuestros conceptos.
Esta concepción sostiene que hay una sola definición válida para una palabra, que esa definición se
obtiene mediante intuición intelectual de la naturaleza intrínseca de los fenómenos denotados por
la expresión, y que la tarea de definir un término es, en consecuencia, descriptiva de ciertos hechos.
A este enfoque se opone una concepción "convencionalista" acerca de la relación entre el lenguaje y
la realidad que es defendida por la llamada "filosofía analítica".
Los filósofos analíticos suponen que la relación entre el lenguaje —que es un sistema de símbolos—
y la realidad ha sido establecida arbitrariamente por los hombres y, aunque hay un acuerdo
consuetudinario en nombrar a ciertas cosas con determinados símbolos nadie está constreñido, ni
por razones lógicas, ni por factores empíricos a seguir los usos vigentes, pudiendo elegir cualquier
símbolo para hacer referencia a cualquier dase de cosas y pudiendo formar las clases de cosas que le
resulten convenientes.
Para el análisis filosófico las cosas sólo tienen propiedades esenciales en la medida en que los
hombres hagan de ellas condiciones necesarias para el uso de una palabra; decisión que,
naturalmente, puede variar.
Según esta corriente de pensamiento, cuando nos enfrentamos con una palabra, por ejemplo,
"derecho", tenemos que darle algún significado si pretendemos describir los fenómenos denotados
por ella, pues no es posible describir, por ejemplo, el derecho argentino, sin saber lo que "derecho"
significa.
Por otra parte, sin perjuicio de que podamos estipular un significado original o más preciso para la
palabra que tenemos en vista, es conveniente investigar su significado en el lenguaje ordinario como
un medio de descubrir distinciones conceptuales importantes, que presuponemos sin tener
conciencia de ellas y cuyo desprecio puede provocar seudocuestiones filosóficas.
Si bien esta concepción tiene cada vez más vigencia en el pensamiento filosófico, no es común que
los juristas se adhieran a ella, lo que incide, en no poca medida, en las dificultades y disputas para
definir "derecho".
Hay escritores que pretenden que sólo puede haber un único y verdadero concepto de derecho, y se
enzarzan en graves meditaciones sobre la esencia de aquél, sin prestar atención al uso ordinario de
la expresión y despreciando la estipulación de un significado para la palabra que sea teóricamente
fecundo.
Hay juristas que no advierten que una cosa es definir una palabra y otra describir la realidad, y nos
hablan del concepto de derecho como si hubieran descubierto los aspectos más profundos de
aquélla.
Todo esto, por supuesto, es perjudicial para la identificación de los fenómenos jurídicos, y provoca
estériles disputas y dificultades artificiales.
La palabra "derecho" es ambigua, y para colmo tiene la peor especie de ambigüedad, que es, no la
mera sinonimia accidental (como la de "banco"), sino la constituida por el hecho de tener varios
significados relacionados estrechamente entre sí.
Veamos estas tres frases:
En la primera frase, "derecho" hace referencia a lo que, con más precisión, se llama "derecho
objetivo", o sea un ordenamiento o sistema de normas (por ejemplo, un conjunto de leyes, decretos,
costumbres, sentencias, etcétera).
En la segunda, "derecho" se usa como "derecho subjetivo", como facultad, atribución, permiso,
posibilidad, etcétera.
En general, para evitar confusiones, se conviene en que "derecho" a secas denote el ordenamiento
jurídico y que los demás sentidos sean mencionados con las expresiones "derecho subjetivo" y
"ciencia del derecho". Sin embargo, muchos juristas son víctimas de una confusión entre estos tres
sentidos.
También resulta que la expresión "derecho" es vaga. No es posible enunciar, teniendo en cuenta el
uso ordinario, propiedades que deben estar presentes en todos los casos en que la palabra se usa.
"Derecho" es una palabra con significado emotivo favorable. Nombrar con esta palabra un orden
social implica condecorarlo con un rótulo honorífico y reunir alrededor de él las actitudes de adhesión
de la gente.
Cuando una palabra tiene carga emotiva, ésta perjudica su significado cognoscitivo. Porque la gente
extiende o restringe el uso del término para abarcar con él o dejar fuera de su denotación los
fenómenos que aprecia o rechaza, según sea el significado emotivo favorable o desfavorable. Esto
provoca una gran imprecisión en el campo de referencia de la expresión, y en el caso de "derecho"
explica muchas de las diferencias entre las definiciones que sustentan los juristas.
1) Las normas de todo sistema jurídico reflejan de hecho los valores y aspiraciones morales de la
comunidad en la cual rigen o de los grupos de poder que participan directa o indirectamente en el
dictado de tales normas.
2) Las normas de un sistema jurídico deben ajustarse a ciertos principios morales y de justicia que
son universalmente válidos, con independencia de que ellos sean aceptados o no por la sociedad en
que tales normas se aplican.
3) Las normas de un sistema jurídico deben reconocer y hacer efectivas las pautas morales vigentes
en la sociedad, cualquiera que sea la validez de tales pautas desde el punto de vista de una moral
crítica o ideal.
4) No es posible formular una distinción conceptual tajante entre las normas jurídicas y las normas
morales vigentes en una sociedad.
5) Los jueces aplican de hecho en sus decisiones no sólo normas jurídicas sino también normas y
principios morales.
6) Los jueces deben recurrir a normas y principios morales para resolver cuestiones que no están
claramente resueltas por las normas jurídicas.
7) Los jueces deben negarse a aplicar aquellas normas jurídicas que contradicen radicalmente
principios morales o de justicia fundamentales.
8) Si una regla constituye una norma de un sistema jurídico ella tiene fuerza obligatoria moral,
cualquiera que sea su origen y contenido, y debe ser aplicada por los jueces y obedecida polla gente.
La vieja polémica entre el iusnaturalismo y el positivismo jurídico gira alrededor de la relación entre
derecho y moral. Una descripción simplista del contenido de esa polémica diría que, mientras que el
iusnaturalismo sostiene que hay una conexión intrínseca entre derecho y moral, el positivismo
jurídico niega tal conexión. Pero acabamos de ver que hay muchas formas muy diferentes de sostener
que hay una vinculación importante entre derecho y moral. No puede pensarse que el iusnaturalismo
afirme las diez tesis que se acaban de exponer y el positivismo se oponga a todas ellas. ¿Cuál es,
entonces, la tesis acerca de la relación entre derecho y moral que el iusnaturalismo defiende y que
el positivismo ataca?
2) El derecho como conjunto de reglas impuestas por el poder que ejerce el monopolio de la fuerza
de una determinada sociedad sirve, con su misma existencia, independientemente del valor moral
de sus reglas, para la obtención de ciertos fines deseables como el orden, la paz, la certeza y, en
general, la justicia legal" (en El problema del positivismo jurídico).
Alf Ross llama a esta concepción "seudopositivismo": "Es verdad, sin embargo, y habría que insistir
en ello para explicar el malentendido, que un número de autores, comúnmente considerados
'positivistas', han sostenido el punto de vista descripto por Verdross, de que el orden establecido es,
como tal, acreedor de obediencia... Esta clase de filosofía moral tiene, hasta donde puedo ver, varias
fuentes. Una, pienso, se remonta a las enseñanzas de Martín Lutero, que dio un nuevo alcance a las
palabras de San Pablo, que toda autoridad estatal proviene de Dios. Otra puede hallarse en la filosofía
de Hegel, condensada en el famoso slogan 'lo que es real es válido, y lo que es válido es real'. También
concuerda con la ideología del conservadorismo: lo que tiene éxito está justificado, porque Dios ha
permitido que lo tenga... Esta es la actitud que se revela en el slogan Gesetz ist Gesetz ([&. ley es la
ley), que significa que cualquier orden jurídico es derecho y, como tal, cualquiera sea su espíritu y sus
tendencias, debe ser obedecido".
Como se pone de manifiesto a través de estas citas, la tesis que estamos considerando no es de índole
conceptual, sino que involucra una posición ideológica o moral. Ella combina espuriamente una
definición de derecho en términos puramente fácticos, como la que los positivistas propugnan (por
ejemplo, "el derecho es el conjunto de normas impuestas por los que tienen el monopolio de la fuerza
en una sociedad") con la idea iusnaturalista de que toda norma jurídica tiene fuerza obligatoria moral
(idea que es coherente con la posición iusnaturalista de que una regla no es jurídica si no satisface
exigencias morales o de justicia).
El positivismo ideológico pretende que los jueces asuman una posición moralmente neutra y que se
limiten a decidir según el derecho vigente. Pero esta pretensión es ilusoria.
Si se define el derecho en términos puramente fácticos, las proposiciones acerca de lo que el derecho
vigente dispone son reducibles a proposiciones acerca de hechos. Ahora bien, es un principio de la
lógica del razonamiento práctico (el razonamiento que conduce a la justificación de una acción o
decisión) que las proposiciones que describen meros hechos no expresan razones operativas para
justificar acciones o decisiones. No se puede justificar una acción o decisión solamente sobre la base
de que algo ocurrió u ocurrirá en la realidad. Debe recurrirse, además, o bien a deseos o intereses o
bien a valoraciones. Cuando se trata de una acción moralmente relevante, las razones morales
excluyen las razones prudenciales constituidas por deseos o intereses, que ya no bastan para justificar
la acción o decisión. (No basta, por ejemplo, para justificar mi decisión de pasar un tiempo en Oxford,
el que mencione el hecho de que es un lugar ideal para estudiar filosofía; tengo que acudir, además,
a mi deseo o interés de estudiar filosofía —lo que generalmente está implícito cuando se hace el
primer tipo de mención—. Pero si tengo, por ejemplo, el deber de cuidar a un pariente enfermo y el
ir a Oxford impide cumplir ese deber, no es tampoco suficiente para justificar mi decisión de pasar
un tiempo en Oxford el que haga referencia a un deseo o interés.)
Esto significa que cuando un juez pretende justificar su decisión diciendo: "el derecho vigente dispone
la solución que estoy adoptando", si consideramos, como los positivistas lo hacen, que esta
proposición es meramente descriptiva de ciertos hechos y no implica valoraciones, debemos concluir
que el juez no ha conseguido justificar su decisión, a menos que esté presuponiendo implícitamente
—como generalmente ocurre— un principio moral como el que dice "debe observarse lo que dispone
el derecho positivo". Los jueces, como todos nosotros, no pueden eludir adoptar posiciones morales
en materias moralmente relevantes.
En definitiva, el positivismo ideológico es una posición valorativa que sostiene que los jueces deben
tener en cuenta en sus decisiones un solo principio moral: el que prescribe observar todo lo que
dispone el derecho vigente. Pero una vez que se advierte esto, se advierte también la radical
debilidad del positivismo ideológico.
Hemos dicho que los principales representantes del positivismo están lejos de ser positivistas en el
sentido ideológico. Kelsen es un caso especial. Sostiene que las normas jurídicas existen en tanto y
en cuanto son válidas o tienen fuerza obligatoria; las normas se dan, no en el mundo de los hechos,
de lo que "es", sino en el mundo de lo que "debe ser". (Aunque sean necesarios ciertos hechos, como
el que sean dictadas y aplicadas, para que existan.) En esto Kelsen coincide con el iusnaturalismo,
pero como este autor pretende fundar una ciencia jurídica valorativamente neutra, rechaza la
pretensión iusnaturalista de que la validez c fuerza obligatoria de las normas jurídicas deriva de su
concordancia con principios morales o de justicia. Para Kelsen tal validez o fuerza obligatoria deriva,
en cambio, de una norma no positiva, su famosa norma básica, que dice que lo que un orden; coactivo
eficaz dispone "debe ser". Ésta no es para Kelsen una norma moral; ella es un mero presupuesto
epistemológico, una suerte de hipótesis de trabajo, de la ciencia jurídica. Este presupuesto
epistemológico permite a los juristas acceder, sin asumir un compromiso moral o ideológico, a la
verdadera realidad jurídica, que, como hemos dicho, está compuesta, para Kelsen, no por hechos,
sino por entidades —las normas jurídicas— que pertenecen al mundo del "deber ser". Si un estudioso
del derecho no presupone que lo que dispone una orden de quien ejerce el poder debe ser
observada, no estará en condiciones de describir esa orden como una norma jurídica. Describiría un
mero hecho, tal como lo hacen, por ejemplo, los sociólogos.
Kelsen no niega que los jueces pueden dejar de aplicar en sus decisiones normas jurídicas por razones
morales. Esto per mite sostener que, a pesar de las apariencias, tampoco Kelsen es "un positivista
ideológico". Kelsen no afirma que existe una obligación moral de obedecer o aplicar toda norma
jurídica.
Tal como venimos exponiendo, la palabra derecho es un término ambiguo, es decir, contiene
diferentes significados dependiendo del contexto en el que se utilice.
La palabra derecho, entonces, es un término ambiguo en el sentido que puede usarse con diferentes
significados. No es equívoco como, por ejemplo, la palabra «banco», que podemos utilizar
indistintamente para referirnos a una institución crediticia o a un lugar para sentarnos en una plaza.
Se trata de una clase de ambigüedad particular, ya que esos diferentes significados que asignamos a
la palabra guardan cierta relación entre sí, son más bien aspectos o perspectivas de una misma cosa.
De allí el carácter analógico del término. A los diferentes significados que tiene la palabra derecho los
llamaremos acepciones. Haremos referencia a cuatro acepciones que tienen una más estricta
relación con nuestra disciplina, sin perjuicio de que existen otras que tienen menos relevancia para
nuestro estudio y de las que prescindiremos.
En el presente sentido o acepción, nos referimos al conjunto o sistema de reglas que señala a la
población de un Estado formas de comportamiento. Empleamos el término como sinónimo de
ordenamiento jurídico o conjunto de normas jurídicas. El derecho objetivo está predominantemente
constituido por una serie de disposiciones que de alguna manera limitan y a la vez protegen la libertad
individual; normas y principios que rigen la convivencia humana, que procuran y garantizan una
coexistencia pacífica entre los hombres.
Podemos citar como ejemplos: • En el Derecho Penal argentino ningún delito es sancionado con pena
de muerte. • El Derecho del Mercosur aún se encuentra en elaboración.
Refiere al derecho como facultad de obrar, de hacer algo respaldado por el poder del Estado.
Asimismo, a la facultad de una persona para exigir de otra el cumplimiento de un determinado deber
y, en caso de incumplimiento, reclamar una sanción contra el responsable en virtud de una norma
jurídica que regula el caso. También refiere a la facultad de exigir de las otras personas el
cumplimiento de los deberes genéricos de respetar nuestros derechos, como por ejemplo la vida, la
libertad, la propiedad, etc., en virtud de normas jurídicas específicas que prevén sanciones para
quienes no cumplen con el deber de abstenerse de perturbarnos o perjudicarnos.
Como ejemplos, encontramos: ∎El empleado despedido sin causa justa tiene derecho a una
indemnización. ∎Tengo derecho a transitar libremente por mi país.
En esta acepción aludimos a la ciencia del derecho, es decir, la disciplina que tiene por objeto el
estudio o investigación sobre el derecho vigente en un momento y lugar determinados.
Verbigracia: • El objeto de estudio del derecho es aún hoy polémico. • Estoy estudiando derecho.
También se emplea la palabra derecho en un sentido axiológico, es decir, con referencia al valor
jurídico supremo o armonizador que es la justicia. Se utiliza como sinónimo de justicia, de lo justo.
Derecho en esta acepción refiere a una valoración de lo que debería ser el derecho.
Como ejemplos podemos citar: •No hay derecho a que miles de personas mueran de hambre en el
mundo y no hagamos lo suficiente para impedirlo. • La ONU lucha por la realización del derecho en
todos los pueblos.
Según señala Eduardo García Maynez en su obra Introducción al Estudio del Derecho la palabra
norma suele usarse en dos sentidos: uno amplio, aplicable a toda regla de comportamiento,
obligatoria o no, toda regla que rige la conducta humana; y uno estricto que corresponde a la que
impone deberes y confiere derechos.
Cuando hablamos de «normas de conducta» nos estamos refiriendo a la norma en sentido amplio a
que refiere García Maynez. Es decir, la conducta humana está regida por diferentes órdenes, a saber:
la moral, la religión, los usos o convencionalismos sociales y el derecho. Cada uno de estos órdenes
posee sus propias normas a las que llamamos «normas de conducta», cada una con características
especiales.
Mientras, las normas en sentido estricto que menciona el citado autor son un tipo de aquellas normas
de conducta: las normas jurídicas. Determinados ambos ámbitos diremos que las normas de
conducta, en general, son aquellas reglas que están destinadas directamente a provocar ciertos
comportamientos en los individuos, seres libres que pueden optar entre violarlas u obedecerlas.
Como señala Atienza, el lenguaje posee diferentes usos y funciones desde cuyo análisis proponemos
abordar la noción de norma.
• Función interrogativa: el lenguaje se emplea para formular preguntas o requerir información. Por
ejemplo: «¿Cuál fue la temperatura máxima en el día de hoy?».
• Función operativa o ejecutiva: decir algo implica también hacer algo, en el mismo momento. Por
ejemplo: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...» (dicho por el
sacerdote en ocasión de celebrar el sacramento del Bautismo).
Esta última es precisamente la función que nos interesa ya que, desde este análisis, las normas en
sentido amplio, es decir, todas las normas de conducta, son normas directivas. Como ya lo referimos,
son enunciados que tratan de influir en el comportamiento de sus destinatarios, o más bien, provocar
en ellos una determinada conducta. Y dentro de las diferentes clases de directivas, son una categoría
especial a las que se las suele llamar, por ser las más fuertes, prescripciones.
Por consiguiente, si pretendemos llegar a la noción de norma a partir del análisis del lenguaje, desde la
distinción de las funciones de éste, las normas de conducta son prescripciones que utilizan el lenguaje
con una función directiva, es decir, para provocar un determinado comportamiento en el destinatario.
Prosiguiendo el análisis de la norma jurídica desde un punto de vista formal, para conocer sus
elementos estructurales y las relaciones entre éstos, la definiremos en el plano lógico como juicio
hipotético, que podemos representar bajo el siguiente esquema:
Si es A debe ser B
Se trata de una fórmula que presenta una condición o hecho antecedente y una consecuencia o
hecho consecuente unidos por un nexo como vínculo de imputación o atribución (deber ser o relación
de imputación).
Con respecto a la CONSECUENCIA JURÍDICA, es la sanción o efecto jurídico previsto en la norma, cuya
aplicación se encuentra condicionada a que ocurra un supuesto jurídico determinado. La sanción es
siempre un acto coactivo derivado del incumplimiento normativo.
Atendiendo al NEXO, lo podemos entender como el enlace que vincula la hipótesis con la
consecuencia y se expresa con el verbo deber ser.
La norma jurídica está enunciada en términos condicionales, el derecho se ocupa de la conducta que
debe ser, por lo tanto, el nexo está expresado precisamente con el verbo deber ser; como dijimos,
éste es el elemento que determina la relación de imputación que caracteriza a la norma jurídica
porque en virtud de establecer la conducta que debe ser, la consecuencia (sanción) es imputada a la
transgresión (hipótesis).
Por lo tanto, si retomamos el ejemplo de la fórmula Dado A debe ser B, podemos expresar que Dada
la transgresión normativa debe ser la sanción al responsable.
Las normas jurídicas pueden ser clasificadas atendiendo a numerosos criterios, entre ellos:
Por su ámbito material de validez Considera la índole del contenido que la norma regula y
parte de la división del derecho objetivo en ramas:
• Normas generales, que regulan un número indeterminado de casos, como las normas del
Código Civil y Comercial de la Nación o el Código Penal.
• Normas individuales o individualizadas, que regulan un número determinado de casos,
como una sentencia, una ley de expropiación de un inmueble, etc.
• Normas imperativas o de orden público, que no pueden ser dejadas de lado por disposición
de los destinatarios; imperan independientemente de la voluntad de las partes, como las
normas que establecen las porciones hereditarias según el parentesco.
• Normas supletorias o dispositivas, que dejan la posibilidad a los destinatarios de disponer
en forma diversa de lo que ellas establecen, como el art. 1256. inc. e del CCyC, que permite
en los contratos de obra convenir el tiempo en que ésta debe ejecutarse. Si los contratantes
no lo hicieran, la obra deberá realizarse en el tiempo que razonablemente corresponda según
su índole.
• Normas obligatorias son las que disponen la realización de un acto u omisión, como el art.
1552 CCyC referido a la donación, que establece que «deben ser hechas en escritura pública,
bajo pena de nulidad, las donaciones de cosas inmuebles, las de cosas muebles registrables
y las de prestaciones periódicas o vitalicias». Se trata también de una norma dispositiva desde
el criterio de la imperatividad que recién analizamos.
• Normas prohibitivas son aquellas que niegan o prohíben la realización u omisión de un acto,
como la contenida en el art. 1546 CCyC, que prohíbe las donaciones hechas bajo la condición
suspensiva de producir efectos a partir del fallecimiento del donante.
• Normas permisivas son las que simplemente facultan la realización de un acto u omisión,
como el art. 1542 CCyC, que define la donación cuando una parte se obliga a transferir
gratuitamente una cosa a otra, y ésta la acepta.
Expresa el autor que es más fácil decir qué no es el derecho, que decir qué es. Toda definición es útil
en la medida en que expresa su objeto de estudio sin limitarlo. Es siempre tentador pedir definiciones
del derecho a los fines de la comprensión de su objeto de estudio, pero siempre a riesgo de imponer
límites artificiales a la materia definida, límites que no se corresponden con la realidad.
La definición es la respuesta a la pregunta ¿qué es? La definición tiene por función delimitar con
precisión lo definido, para identificarlo y distinguirlo de lo demás.
Con motivo de lo hasta aquí mencionado, brindaremos, a continuación, amen de los ya desarrollados,
una serie de conceptos jurídicos fundamentales:
Sujeto de derecho
Personalidad jurídica
Capacidad
Relación Jurídica
Hecho Jurídico
Obligación
Prestación
Responsabilidad
Sanción
Coerción
Coacción
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados
como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con
los otros” (Artículo 1 de Declaración Universal de los Derechos Humanos).
“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión
política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición…” (Artículo 2 de Declaración Universal de los
Derechos Humanos)
“Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el ordenamiento jurídico les
confiere aptitud para adquirir derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento
de su objeto y los fines de su creación” (Artículo 141 del Código Civil y Comercial de
la Nación)
Capacidad Jurídica: Es la aptitud para ser titular de relaciones jurídicas, esto es para adquirir
derechos y contraer obligaciones. Constituye un atributo de la personalidad, es uniforme y
abstracta, es decir, es igual para todos y se predica por igual para todas las personas,
respectivamente.
Toda persona humana goza de la aptitud para ser titular de derechos y deberes
jurídicos. La ley puede privar o limitar esta capacidad respecto de hechos, simples
actos, o actos jurídicos determinados.
Y el artículo 24, del mismo cuerpo legal, prescribe: “Personas incapaces de ejercicio. Son
incapaces de ejercicio: a) la persona por nacer; b) la persona que no cuenta con la edad y
grado de madurez suficiente, con el alcance dispuesto en la Sección 2ª de este Capítulo; c) la
persona declarada incapaz por sentencia judicial, en la extensión dispuesta en esa decisión”
Vale aclarar lo regulado en la Sección 2°, ya que, de este modo se logra un acabado abordaje
de la capacidad.
En tal sentido, el artículo 25 legisla que es menor de edad la persona que no ha cumplido
dieciocho años y adolescente, la persona menor de edad que cumplió trece años.
Relación jurídica: Es la mutua vinculación entre dos o más personas regulada por una norma
de derecho.
A partir de este concepto, se desprenden los cinco elementos que la componen, a saber:
Vinculación entre personas: solo la persona puede ser sujeto de la relación jurídica
(sujeto activo si tiene a favor un derecho y sujeto pasivo si soporta un deber). No
obstante, no siempre el sujeto pasivo es determinado, sino que puede llegar a ser un
conjunto de personas. Tal es el caso de la relación que se entabla en el derecho de
propiedad, donde el sujeto activo es el titular del bien y el sujeto pasivo es la sociedad
toda que debe respetarlo.
Objeto: es aquello que el titular del derecho persigue con su pretensión y al mismo
tiempo aquello respecto de lo cual debe manifestarse la conducta del obligado. El
objeto de la relación jurídica es siempre una conducta: un dar, un hacer, un no hacer.
Obligación: Es el vínculo o relación que constriñe a dar, hacer o no hacer alguna cosa.
Responsabilidad: Existen determinados hechos jurídicos que tienen la virtud de dar lugar al
nacimiento de derechos y obligaciones. Una persona es responsable cuando puede dirigir sus
actos y comprender el valor o desvalor de sus acciones.
De este modo, si el inquilino no paga el canon locativo (monto del alquiler), el locador puede
exigírselo judicialmente a fin que, mediante una sentencia, sea el juez quien obligue al
locatario a cumplir con el deber que asumió al firmar el contrato.
Resulta entonces que la coerción implica que la norma debe cumplirse aun en contra de la
voluntad del sujeto obligado.
Aclaración: No debemos confundir coerción con coacción. Esta última implica el uso de la
fuerza pública. En ejemplo que venimos desarrollando, se configura la coacción, en el caso
que, aun habiendo sentencia judicial que ordena el desahucio [que se retire el inquilino de la
casa, en el caso concreto que fuese un contrato sobre un bien inmueble (vivienda)], el
locatario se niega a retirarse, entonces el magistrado ordenará su lanzamiento por medio de
la fuerza pública.
Actividades de Repaso
2) Una el sentido que se le atribuye al término derecho con las siguientes afirmaciones:
"El derecho es una de las disciplinas teóricas más antiguas". Derecho Subjetivo
El Iuspositivismo afirma que las normas de un sistema jurídico deben ajustarse a ciertos
principios morales y de justicia que son universalmente válidos, con independencia de
que ellos sean aceptados o no por la sociedad en que tales normas se aplican.
El Iuspositivismo entiende que el derecho como conjunto de reglas impuestas por el
poder que ejerce el monopolio de la fuerza de una determinada sociedad sirve, con su
misma existencia, independientemente del valor moral de sus reglas, para la obtención
de ciertos fines deseables como el orden, la paz, la certeza y, en general, la justicia legal"
El Iusnaturalismo niega que las normas de un sistema jurídico deben ajustarse a ciertos
principios morales y de justicia que son universalmente válidos, con independencia de
que ellos sean aceptados o no por la sociedad en que tales normas se aplican.
El Iusnaturalismo afirma que las normas de un sistema jurídico deben reconocer y hacer
efectivas las pautas morales vigentes en la sociedad, cualquiera que sea la validez de
tales pautas desde el punto de vista de una moral crítica o ideal.
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Clases de
normas
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alguna cosa.