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La tolerancia central opera en los órganos linfoides primarios, como la médula ósea para las
células B y el timo para las células T, donde se eliminan clonas de células T o B que
reconocen antígenos propios con alta afinidad. A pesar de este proceso, la tolerancia no es
perfecta y algunas células autorreactivas logran escapar a la periferia y a los tejidos linfoides
secundarios. Para contrarrestar esto, existen mecanismos de tolerancia periférica que
inactivan algunos linfocitos autorreactivos en estos tejidos.
Además de los mecanismos de tolerancia central y periférica, otro método eficaz para
prevenir la autorreactividad es el secuestro o compartimentación de antígenos. Por
ejemplo, algunos tejidos, como la cámara anterior del ojo y el sistema nervioso central, se
consideran sitios secuestrados. Estos lugares carecen de drenaje linfático y poseen
antígenos específicos para el tejido que normalmente están aislados de las células
inmunitarias. Este secuestro evita que los antígenos entren en contacto con los linfocitos
reactivos y reduce la probabilidad de una respuesta inmunitaria.
Sin embargo, si las barreras que aíslan estos antígenos se rompen, como por un
traumatismo, los antígenos previamente aislados pueden ser vistos como extraños por el
sistema inmunitario. Esto puede desencadenar una respuesta inflamatoria que puede
provocar daño en los tejidos y afectar la función normal del órgano. Por ejemplo, un
traumatismo en el ojo que permite la entrada de células inmunitarias puede causar
inflamación, daño tisular y alteración en la visión.
La tolerancia central, por otro lado, es un proceso crucial que limita el desarrollo de
células T y B autorreactivas durante su maduración en los órganos linfoides
primarios, como la médula ósea y el timo. Estos órganos eliminan clonas de linfocitos que
tienen el potencial de reaccionar con componentes propios del cuerpo. Aunque la tolerancia
central es efectiva, no todas las células autorreactivas son eliminadas. Por lo tanto, la
tolerancia periférica complementa este proceso al regular las células autorreactivas en la
circulación. Esto incluye mecanismos como la anergia (falta de respuesta), la apoptosis
(muerte celular programada) y la actividad de las células reguladoras.
Las células reguladoras, como las células T reguladoras (TREG), desempeñan un papel
crucial en la prevención de la autoinmunidad al controlar la actividad de otras células
del sistema inmunitario. Estas células reconocen antígenos propios y ajenos y ayudan a
mantener un equilibrio adecuado en la respuesta inmunitaria. Además de las células T
reguladoras, ciertos subgrupos de células T y células presentadoras de antígeno (APC)
también tienen capacidades reguladoras, lo que contribuye aún más a la tolerancia
inmunológica.
Las células T reguladoras CD4+ (TREG)
La regulación de las respuestas inmunitarias por parte de las TREG se lleva a cabo a través
de varios mecanismos, tanto dependientes como independientes del contacto celular. Por
ejemplo, las TREG pueden matar directamente a células presentadoras de antígenos (APC)
o a células T efectoras mediante la liberación de granzima y perforina. Además, las TREG
pueden modular la función de otras células inmunitarias, como las APC, mediante la
expresión de moléculas inhibidoras como CTLA-4 y la secreción de citocinas
inmunosupresoras como IL-10, TGF-β e IL-35.
Han sido identificadas como un subgrupo de células T CD8+ que desempeñan un papel
importante en la inhibición de las respuestas inmunitarias. Aunque se sugirió su papel
inmunosupresor en la década de 1970, su caracterización completa ha requerido décadas de
investigación. Se ha confirmado que las TREG CD8+ están involucradas en la supresión de
respuestas a antígenos propios, lo que las convierte en importantes reguladores de la
autoinmunidad.
A diferencia de las células TREG CD4+, la contribución de las células TREG CD8+ derivadas
de la selección tímica (células nTREG) parece ser mínima. Sin embargo, bajo ciertas
condiciones, las células T CD8+ pueden convertirse en células T reguladoras (iTREG) que
expresan FoxP3. La plasticidad de este fenotipo sugiere que varias células T CD8+ pueden
desarrollar funciones reguladoras en respuesta a antígenos y citocinas específicas.
El fenotipo de las TREG CD8+ es complejo y se asocia con varios marcadores, incluidos CD8+
alfa, receptores de alta o baja afinidad para IL-2 (CD25 y CD122, respectivamente), y
marcadores de células dendríticas (CD11c), entre otros. Al igual que las células TREG CD4+,
las células TREG CD8+ utilizan múltiples mecanismos para inhibir la respuesta de otras
células a antígenos, que incluyen la lisis de células presentadoras de antígenos (APC), la
inhibición de la función de las APC y la regulación de células T efectoras que comparten
antígeno con las células TREG CD8+.
Se ha observado que las células TREG CD8+ restringidas a moléculas de MHC no clásicas,
como Qa-1 en ratones y HLA-E en humanos, desempeñan un papel crucial en la regulación
de las respuestas autoinmunitarias. Estas células suprimen las respuestas de células T CD4+
a antígenos propios para mantener la tolerancia periférica.
Autoinmunidad
La enfermedad autoinmune ocurre cuando el cuerpo ataca sus propias proteínas, células u
órganos debido a una falla en los mecanismos de tolerancia inmunitaria. Ejemplos incluyen la
tiroiditis de Hashimoto y la artritis reumatoide. Estas enfermedades pueden ser causadas por
anticuerpos o células T autorreactivas. Se estima que afectan al 3-8% de las personas en
países industrializados. Pueden ser específicas de un órgano o sistémicas y se clasifican
según los mediadores inmunitarios principales involucrados. Además, se discuten factores
involucrados en su desarrollo y tratamientos disponibles.
La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad autoinmune del sistema nervioso central
que se caracteriza por la destrucción autoinmune de la mielina, la cubierta protectora de las
fibras nerviosas. Esta destrucción interrumpe la transmisión de señales entre el cerebro y el
resto del cuerpo, lo que resulta en una variedad de síntomas neurológicos, incluidos
problemas de movilidad, sensibilidad y función cognitiva. Si bien la causa exacta de la EM
no se comprende completamente, se cree que factores genéticos y ambientales juegan un
papel importante en su desarrollo. Se han identificado varios genes de susceptibilidad,
incluidos los relacionados con la regulación inmunológica y la respuesta a las infecciones,
que aumentan el riesgo de desarrollar EM.
Además, se ha sugerido que la exposición a factores ambientales como la infección por el
virus de Epstein-Barr, la deficiencia de vitamina D y el tabaquismo pueden desencadenar o
exacerbar la enfermedad en individuos genéticamente susceptibles.
Referencia bibliográfica