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Lucía Copello
Una de las ocupaciones a las cuales el hombre le dedica más tiempo en su vida es al trabajo.
Definimos el trabajo como aquella actividad en la cuál realizamos un quehacer significativo, en
la cuál afianzamos nuestra identidad y que funciona como un espacio de “desarrollo
existencial”.
Desde la teoría motivacional Frankliana se define al hombre como un buscador de sentido; por
tanto es esperable y natural que el hombre encuentre y se pregunte por el sentido del trabajo
que realiza.
Una palabra orientativa para reflexionar sobre el sentido que el hombre puede descubrir en su
trabajo puede ser la palabra “Oportunidad”; el trabajo se presenta como una oportunidad en
múltiples aspectos:
Es una oportunidad para dar algo de si mismo al mundo, de realizar valores de creación: “con
este nombre ha dignificado Frankl casi todo el trabajo manual. Todo el esfuerzo físico que el
hombre realiza en este mundo cuando tiene sentido y mediante él trasciende, se ha convertido
en un valor. Amor, compromiso, solidaridad, todo eso aplicado a toda acción, la vuelve
trascendente. Los valores de creación dejan al mundo que nos toca vivir mejor de lo que
estaba. Por el hecho de haber nacido, el mundo nos pertenece, pero debemos hacernos
dignos de él. Sólo existe un camino, la acción comprometida para contribuir con la creación de
un mundo mejor”[1].
Es una oportunidad para que el hombre pueda elegir que quiere hacer y en el hacer “hacerse
a sí mismo”: El trabajo es una oportunidad para elegir que quiere hacer en total uso de su
libertad y con la consecuente responsabilidad sobre la tarea que asuma. Es una oportunidad
para cuestionarse hacia dónde quiere dirigir su obrar mientras esté en este mundo. En el
trabajo el hombre “hace” y en el hacer se “hace a sí mismo”. El trabajo se presenta como
oportunidad para conocerse, descubrir sus talentos y capacidades además de sus limitaciones
personales. Permite superar sus propios límites y hacer un aporte importante al mundo. El
hombre tiene la capacidad de autoconfigurarse y el trabajo se presenta como un vehículo para
poder realizarlo.
Es una oportunidad para vivir valores y poner “a aprueba” nuestra jerarquía de valores:
distintos valores (responsabilidad, compromiso, lealtad, generosidad, solidaridad entre otros)
son vivenciados en nuestro trabajo y muchos de ellos son “puestos a prueba” en muchas de
las decisiones que tomamos y en las tareas diarias que realizamos. “La dignidad del ser
humano en parte radica en la capacidad de optar libremente por buscar y descubrir el sentido
y el valor de las situaciones que va viviendo hasta hacer reales esos sentidos y establecer la
jerarquía de sus valores”[3]. Debemos ser conscientes que detrás de cada acción que
realizamos hay un sentido presente inherente a cada situación el cuál estamos llamados a
descubrirlo. “Dar sentido al trabajo significa mucho más que finalizar una tarea para recibir una
recompensa tangible como el dinero, la influencia, el estatus o el prestigio.
Comprometiéndonos con valores y objetivos que pueden parecer intangibles, pero que son,
sin embargo ¨reales¨ y significativos, honramos nuestras necesidades más profundas”[4]
Es una oportunidad para erigir día a día nuestro proyecto de vida: que este “quehacer”
significativo permita construir diariamente acciones que sean acordes y coherentes con
nuestro proyecto y misión de vida. El sentido de la vida lo descubre cada ser humano y
aprende a responder a la vida antes que a preguntarle. El modo en que el hombre responde a
la vida es con su propia conducta, con la dimensión del hacer, del ofrecer, del entregarse o del
crear. El modo de responder es concreto, cotidiano y en el contexto de mi ser responsable y
libre.
Es una oportunidad para amar: “También se puede descubrir que el amor no es sólo el amor
que se recibe, sino el amor que se da. Pareciera que el mundo del hacer, de los objetos no
puede ser un consuelo equiparable al amor de los seres queridos y en cierta forma así lo es.
El mundo del hacer es una forma de amar, de dar, de darse, pues para eso es la vida en
última instancia “ser para los demás”. Se es para los demás a través de las obras de cada día
(auto trascendencia)…”[5]
Es una oportunidad para generar nuevos vínculos en formas variadas. Al estar en contacto
con otras personas el trabajo le da la posibilidad de generar nuevos vínculos de amistad y
fraternidad, encontrar grupos de pertenencia dándose la posibilidad de compartir de manera
grupal tanto valores de creación como de experiencia.
Es una oportunidad para vivenciar la capacidad que tiene el hombre de ser libre de elegir la
actitud con la que vive todo lo que le sucede: la última libertad que puede arrebatársele al
hombre es la elección de la actitud personal ante las circunstancias que le tocan vivir. El
trabajo se presenta como un escenario posible para el despliegue de los valores actitudinales.
Nuestra capacidad de afrontar las cosas y nuestra resistencia personal se ponen a prueba,
muchas veces, en el ámbito laboral. La responsabilidad de saber que podemos elegir con qué
actitud responder descansa en cada uno de nosotros.
Es una oportunidad para autorrealizarse y para ser feliz: “mientras los valores creadores o su
realización ocupan el primer plano en la misión de la vida del hombre, el campo de su
realización concreta, coincide, en general, con el del trabajo profesional. El trabajo puede
representar, en particular, el espacio en que el individuo se enlaza con la comunidad,
colaborando con ello su sentido y su valor. Sin embargo, este sentido y ese valor corresponde
en cada caso, a la obra (como una obra en función de la comunidad) y no a la profesión
concreta en cuanto tal. No es, por tanto, una profesión determinada la que da al hombre la
posibilidad de realizarse. En este sentido, podemos decir que ninguna profesión hace al
hombre feliz. Cuando la profesión concreta que se ejerce no produce en el hombre un
sentimiento de satisfacción, no debe culparse de ello a la profesión, sino al hombre mismo. No
es la profesión de por sí la que hace a quien la ejerce irremplazable e insustituible; le da,
simplemente la posibilidad de ello”[8]
Es una oportunidad para comprender que existe una diferencia simbólica y valorativa del
trabajo entre el hombre y la mujer: El hombre vivencia el trabajo de manera más competitiva,
ocupa la mayor parte de su espacio vital, le genera vivencias de importancia y de utilidad,
mide el éxito del trabajo en función al status, cargo y sueldo que tenga. La mujer vivencia el
trabajo de manera más amistosa, es para ella una oportunidad para ensanchar su espacio
vital, su éxito está medido en cuestiones vivenciales de confort (buen clima, cordialidad,
amistades) y ocupa, por lo general, un segundo lugar entre las actividades que tiene que
realizar.
Es una oportunidad para encontrar sentido a nuestra vida: “En nuestro empleo, todos
podemos elegir entre buscarle activamente sentido a nuestro trabajo o verlo como algo
exterior a la vida ¨real¨. Si escogemos lo segundo, nos arrebatamos a nosotros mismos una
parte enorme de la experiencia vital. Y aunque pensemos que odiamos nuestro trabajo, si nos
detenemos lo suficiente para conectar, por dentro y por fuera, con nuestra más amplia relación
con el sentido, recibiremos recompensas”.[9]
La vida espera algo de nosotros y el trabajo es uno de los lugares en dónde nosotros
podemos responderle con compromiso y gratitud por todo lo que, desde el trabajo, puede
darle sentido a nuestra vida.
Lucía Copello:
Co-Autora y coordinadora del libro “Frankl por Definición. Consultor temático de Logoterapia y
Análisis Existencial” publicado por la editorial San Pablo en la colección Noesis, Buenos Aires,
2007.
Integrante del equipo de profesionales del “Proyecto VIA”. Proyecto orientado a brindar
atención terapéutico- ocupacional a adolescentes institucionalizados en hogares por causas
civiles.
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