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Es muy corriente al hablar de liderazgo buscarle un calificativo.

Así se habla de liderazgo


carismático, transformador situacional, participativo, u otras denominaciones, para destacar un
aspecto básico en el modo de concebirlo o para caracterizar una teoría sobre el mismo.

Podemos definir el liderazgo trascendente como una influencia positiva en los demás para el
logro de un bien común, que busca la realización de valores a nivel personal y colectivo,
obrando por motivos trascendentes para construir sociedad.

Se trata de un liderazgo fundamentado en 3 aspectos: los motivos transcendentes, la realización


de valores y el servicio a los demás.

Motivos trascendentes y valores

Los motivos trascendentes son los que atienden a resultados externos a mí, que benefician al
otro desde mi acción. Trascienden mi acción y miran más a los demás (por ejemplo la amistad,
el servicio, la solidaridad, construir comunidad) pero tienen una repercusión interior en mí. Se
relacionan más con las necesidades afectivas. No es que estos motivos hagan al margen a los
extrínsecos o externos o a los intrínsecos o interiores: les dan una significación superior.

El liderazgo trascendente se basa en valores y los realiza a nivel personal y los promueve a
nivel colectivo. Esos valores no dejan que la persona se encierre en sí misma o los practique
sólo para ella. Tienen una fuerza cultural que se puede percibir en la relación interpersonal.

Si en la definición de la Misión y la Visión se incluye también la definición de los valores, se


tiene una plataforma más consistente a la hora de las estrategias.

El valor es un bien que perfecciona a la persona que lo realiza consciente y libremente a través
de hábitos de comportamiento Los valores nos ponen en relación con los demás quienes
constatan si los vivimos o si trascienden a ellos en forma de ejemplo para fortalecer la
convivencia. Hay pues un proceso de arraigo en la conducta y de proyección cultural.

El liderazgo con valores necesariamente trasciende porque esa proyección es inevitable y,


además, muy conveniente para verificar que el valor no es sólo un asunto personal sino social.

Los demás verifican nuestros valores. Sobre todo si hablamos de valores éticos. Una persona
honesta no lo es para sí, lo es en relación a los otros. Se desencadena un proceso que va más
allá de uno y otro.

El proceso de arraigo del valor, de formación de los hábitos de acciones valiosas, parte de la
persona y una vez que ella lo logra, trasciende a las organizaciones, llámense familia, escuela
empresa, o sociedad. Además, los valores se conectan unos con otros en una especie de sistema
de vasos comunicantes, que influyen unos en otros porque se trascienden unos a otros.

El dinamismo de los valores es continuo y produce un crecimiento interior que impulsa cada
nuevo acto de valor y consolida los anteriores porque el hábito es un proceso psicológico que
da estabilidad a las acciones.
 Trascendencia social

El primer nivel de la trascendencia es advertir que somos conscientes de la realidad, que la


podemos conocer, y darnos cuenta de nuestra propia subjetividad conociendo y queriendo.
Posteriormente advertimos la presencia de los otros en la relación social. Este es el segundo
nivel de la trascendencia El tercero es la lo que podemos llamar la trascendencia espiritual, que
tiene, a su vez, varias dimensiones.

La trascendencia de los otros, lo que podemos llamar en propiedad “trascendencia social ”, nos
vuelve conscientes de que no somos solos, ni vivimos solos, ni nos salvamos o perdemos solos,
ni somos para nosotros mismos y para nadie más.

La persona es un ser con los demás y para los demás. Son realmente otros fuera de mí y más
allá de mí. El ser humano está hecho para buscar una plenitud que está en él, pero, a la vez,
fuera de él. Esa trascendencia se da en la persona y desde ella a los otros.

La persona está cercana. Da lugar a una presencia exterior e interior. Crea un vínculo que
llamamos “nosotros”, entre dos o entre muchos. Todo encuentro con una persona es una
llamado a algo nuevo, es una posibilidad que se me abre. La convivencia deja huellas
especiales en mi vida. A veces intentamos reemplazar la presencia de las personas por la
presencia de las cosas y entonces surgen los problemas, lo que nos hace menos humanos,
menos convivientes.

A través de la convivencia auténtica, la persona se explica también sus relaciones con los
demás, por ejemplo, en la amistad o en la familia.

Encuentra en ella misma y en quienes le rodean razones trascendentes para hacer de la


convivencia un diálogo amoroso, la expresión más elevada de todas las formas del encuentro
humano.

No somos solos ni nos salvamos solos. Andamos buscando esa otra parte que nos hace falta y
que sólo la llena la vida de los demás: padres, hermanos, amigos, novia, esposa, seres queridos,
compañeros de trabajo, vecinos, colaboradores, colegas de empeños sociales, políticos, etc.

Participando aprendemos, nos hacemos mejores como personas y como ciudadanos de una
nación, ayudando a los demás a ser y a hacer, dando trascendencia a las acciones, al trabajo
diario y contribuyendo a que todo el mundo ejerza sus derechos y cumpla sus obligaciones con
la sociedad.

La sociedad se construye entre todos, y la participación es como la espina dorsal que hace
posible dicha construcción.

 Liderazgo para servir

La trascendencia social adquiere un sentido especial en el servir

Quien sirve está ayudando a construir la vida del otro. Quien da es más feliz que aquel que
posee, porque para dar hay que poseer y desprenderse de lo que se posee. Dar no es sólo dar
cosas es, sobre todo, dar tiempo, dar oportunidades, darse as í mismo.
No hay cultura del dar cuando en un momento de crisis todo el mundo acude a contribuir con
algo para resolver una situación pasajera. Lo más importante y clave del servir es estar
habitualmente dispuesto a que los demás cuenten efectivamente con nosotros.

Otra de las formas más palpables de la trascendencia social es la solidaridad. Ante el otro como
persona, no basta con reconocer la interdependencia. Es necesaria la colaboración, acto propio
de la solidaridad.

La solidaridad es un modo de ser que lleva a actuar, que se hace explícito y real con los hábitos,
algo que se aprende como se aprenden los demás valores. La solidaridad es regida muchas
veces por la lógica de la gratuidad, no por la lógica del mercado, sino porque juega en ella un
papel decisivo el don.

Comprendemos mejor la trascendencia si entendemos la espiritualidad del ser humano. Somos


espirituales en nuestra propia intimidad, actuando desde el conocimiento, la voluntad y la
autoconciencia. Esta espiritualidad se refiere en primer lugar a la plenitud del desarrollo de la
persona

Pero también somos espirituales en la relación interpersonal en la medida en que en toda


relación interpersonal entran en contacto dos intimidades, dos seres espirituales que se
reconocen como tales para poder establecer una interacción efectiva, de diálogo y convivencia,
no de dominio de uno sobre otro.

De modo que el liderazgo trascendente en su misión de servicio a los demás tiene un


componente de espiritualidad inevitable. La persona se fortalece interiormente y comprende
que su felicidad tiene que ver con realidades de orden inmaterial que le iluminan la
comprensión del sentido de su vida (el saber, los valores, el obrar, el logro, la felicidad, el
convivir, la amistad, el amor, el dar y servir)

Pero igualmente la trascendencia del ser humano, en lo personal y en lo social, se abre a la


trascendencia de Dios, es decir, al fundamento de la existencia, con su condición de criatura
que no ha venido al mundo por casualidad sino como fruto de un don y de una misión que
acompaña a ese don de la vida. El amor es lo que nos abre a la trascendencia de Dios.

Así como en el ser amado buscamos el complemento que nos falta, en Dios buscamos la
perfección que no tenemos y que anhelamos, es el Otro absoluto desde el cual y para el cual se
conectan todas las demás realidades de la vida, sin perder la autonomía y afirmando siempre la
libertad propia de la persona

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